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La luz de su sexo
rastreaba como navaja
cada duna de cada playa.
Pero los niños se escondían con los cangrejos
y los ancianos con las lagartijas.
Y en su pecho,
tatuado un escudo muy antiguo
de cuatro ventrículos sin aurículas,
separados por una cruz en alto relieve.
Entonces,
repitió el pecado de los amantes
y el pecado de las fortalezas
y dejó anidar
millones de pequeños anfibios
en su bajo vientre.