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CUENTO: FINALES FELICES

Perico Picolisto era un niño rico que llevaba una vida muy tranquila y cómoda, aislado
de muchas de las desgracias del mundo. Un día, Perico fue al cine a ver una película que
le hacía muchísima ilusión, pero llegó un pelín tarde, justo cuando la taquillera le vendía
la última entrada a un niño con un aspecto muy pobre, que llevaba ahorrando semanas
para ver la película. Al verse sin su entrada, Perico se enojó muchísimo, y comenzó a
gritar y protestar, exigiéndole al niño que le diera su entrada.
-¿Por qué voy a darte mi entrada? He llegado antes que tú y la he pagado- dijo el niño
- Pues... ¡porque yo soy más importante que tú! ¡mírame!, yo soy rico y tú eres pobre,
¿lo ves? - respondió Perico cargado de razón.
Entonces apareció un señor muy distinguido, que se acercó a Perico Picolisto y le
ofreció una entrada diciendo
- Por supuesto, niño. Tú tienes más derecho que él de ver esta película
Entonces Perico, con tono ostentoso y soberbio, apartó al otro niño y entró al cine. Echó
un vistazo alrededor y se sintió muy cómodo cuando vio que la sala estaba llena de
niños ricos como él, y se sentó a disfrutar de la película.
Pero en cuanto se sentó, se sintió trasportado a la pantalla, y se convirtió en un
personaje más, protagonista de muchas historias. Y en todas aquellas historias, Perico
empezaba con muchísima mala suerte: unas veces sus padres desaparecían, otras su casa
se quemaba y perdían todo su dinero, otras estaba de viaje en un país del que no
entendía el idioma, otras le tocaba trabajar desde niño para ayudar a criar a un montón
de hermanos, otras vivía en un lugar donde todos le trataban como si fuera tonto o no
tuviera sentimientos... Y en todas aquellas historias, Perico se esforzaba terriblemente
por salir adelante, aunque todo eran dificultades y casi nadie le daba ninguna
oportunidad. Pero igualmente, todas las historias acabaron con un final feliz, cuando un
misterioso personaje, rico, sabio y afortunado, le ayudaba a salir adelante y cumplir sus
sueños.
Cuando terminó la película y Perico volvió a encontrarse en su asiento, estaba asustado.
Pensó que en la vida real, él siempre había sido de aquellos que teniendo suerte, nunca
ayudaban a crear finales felices. Se sintió tan mal, que estuvo llorando largo rato en su
silla...
Finalmente, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, y salió del cine casi bailando.
Estaba contento porque ya sabía a qué se iba a dedicar: sería esa ayuda que necesitan
quienes tienen menos suerte, ¡sería creador de finales felices!
Y mientras volvía a casa dispuesto a cambiar su mundo, vio a lo lejos al señor
distinguido que le había dado la entrada. Era el misterioso personaje que le había
ayudado a resolver todas las historias de su película.

Valor EducativoHumildad y dignidadCUENTO: EL REY INDIGNO


Había una vez un rey rico y poderoso, dotado de gran inteligencia, y aún mayor
soberbia. Tal era su orgullo, que nadie le parecía un rival digno para disfrutar de su
afición favorita, el ajedrez, e hizo correr la voz de que daría la décima parte de sus
riquezas a quien mostrara tener la dignidad suficiente. En cambio, si el rey no lo
consideraba digno, sería decapitado de inmediato.
Muchos arriesgaron sus vidas desafiando al orgulloso rey. Fueran ricos o pobres, torpes
o inteligentes, el rey los encontraba siempre indignos, pues o no eran sabios jugadores,
o no podían rivalizar con su poder. Con el tiempo, desaparecieron los temerarios rivales,
y el rey comprobó satisfecho que no había en la tierra nadie digno de enfrentarse a él.
Años después, un pobre mendigo se acercó a palacio con la intención de jugar contra el
rey. De nada sirvieron las palabras de aquellos con quienes se cruzó, que trataban de
evitarle una muerte segura, y conseguió llegar al rey, quien al ver su harapiento aspecto
no podía creer que a aquel hombre se le hubiera pasado por la cabeza ser un digno rival
suyo.
- ¿Qué te hace pensar que eres digno de enfrentarte a mí, esclavo?- dijo el rey irritado,
haciendo llamar al verdugo.
- Que te perdono lo que vas a hacer. ¿Serías tú capaz de hacer eso?- respondió tranquilo
el mendigo.
El rey quedó paralizado. Nunca hubiera esperado algo así, y cuanto más lo pensaba, más
sentido tenían las palabras de aquel hombre. Si le condenaba a muerte, el mendigo
tendría razón, y resultaría más digno que él mismo por su capacidad para perdonar; pero
si no lo hacía, habría salido con vida, y todos sabrían que era un digno adversario... Sin
haber movido una ficha, se supo perdedor de la partida.
- ¿Cómo es posible que me hayas derrotado sin jugar? Juegue o no juegue contigo,
todos verán mi indignidad.- dijo el rey abatido.
- Os equivocáis, señor. Todos conocen ya vuestra infamia, pues no son las personas las
indignas, sino sus obras. Durante años habéis demostrado con vuestras acciones cuán
infame e injusto llegásteis a ser tratando de juzgar la dignidad de los hombres a vuestro
antojo.
El rey comprendió su deshonra, y arrependito de sus crímenes y su soberbia, miró al
mendigo a los ojos. Vio tanta sabiduría y dignidad en ellos, que sin decir palabra le
entregó su corona, y cambiando sus vestidos, lo convirtió en rey. Envuelto en los
harapos de aquel hombre, y con los ojos llenos de lágrimas, su última orden como rey
fue ser encerrado para siempre en la mazmorra más profunda, como pago por todas sus
injusticias.
Pero el nuevo rey mostró ser tan justo y tan sabio, que sólo unos pocos años después
liberó al anterior rey de su castigo, pues su arrepentimiento sincero resultó el mejor
acompañamiento para su gran inteligencia, y de sus manos surgieron las mejores leyes
para el sufrido reino.

Valor Educativo: humildad

CUENTO: UN CUENTO DE HUMILDAD CON ANIMALES

Había una vez un canguro que era un auténtico campeón


de las carreras, pero al que el éxito había vuelto vanidoso,
burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era
un pequeño pingüino, al que su andar lento y torpón
impedía siquiera acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en
todas partes que su favorito para la siguiente carrera era el
pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero
aún así el vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus
burlas contra el pingüino se intensificaron. Éste no quería
participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así
que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro
hasta el lugar de inició. El zorro los guió montaña arriba
durante un buen rato, siempre con las mofas sobre el
pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre
su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de
la montaña era un cráter que había rellenado un gran lago.
Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La
carrera es cruzar hasta el otro lado". El pingüino,
emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en
el agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran
diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la
otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque
parecía que el pingüino le esperaba para devolverle las
burlas, éste había aprendido de su sufrimiento, y en lugar
de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago.
Pero el que más lo hizo fue el zorro, que con su ingenio
había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro

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