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Siempre los mismos avisos publicitarios desfilaban frente a sus ojos al costado derecho de la silla. Juan los veía pasar uno tras otro y cuando alguno ya no estaba, él lo notaba. Porque notaba casi todo lo que a su alrededor le sucedía, incluso aquello que tenia que ver y oír sin proponerse...
Siempre los mismos avisos publicitarios desfilaban frente a sus ojos al costado derecho de la silla. Juan los veía pasar uno tras otro y cuando alguno ya no estaba, él lo notaba. Porque notaba casi todo lo que a su alrededor le sucedía, incluso aquello que tenia que ver y oír sin proponerse...
Siempre los mismos avisos publicitarios desfilaban frente a sus ojos al costado derecho de la silla. Juan los veía pasar uno tras otro y cuando alguno ya no estaba, él lo notaba. Porque notaba casi todo lo que a su alrededor le sucedía, incluso aquello que tenia que ver y oír sin proponerse...
Siempre los mismos avisos publicitarios desfilaban frente a
sus ojos al costado derecho de la silla. Juan los veía pasar uno tras otro y cuando alguno ya no estaba, él lo notaba. Porque notaba casi todo lo que a su alrededor le sucedía, incluso aquello que tenia que ver y oír sin proponerse. Tantas personas que le eran habituales, y no por ello menos desconocidas, solían ser los retazos de historias que lo distraían en los minutos de ida o de regreso. Cuando lograba apartar a los demás de sus ideas, entonces podía retomar sus propios dramas.
-Cómo pude olvidar ese número de apenas tres dígitos.
Cuatro días intentando opciones y ninguna. Ojalá no se dé cuenta Jaime o Luz de esta torpeza, sino los tendré burlándose de mi todo el mes, porque el móvil sigue allí, en el cajón, y no me lo robaron. -Pensó distraídamente. Llevó la mano a su pantalón y tanteó sus bolsillos. -¡Mierda!, dejé las llaves en la oficina… y la billetera… ¡Maldita sea!… ¿Será que me bajo?... ¡No! tocará golpear y despertarlos en la casa. -Y siguió mirando por la ventana con una expresión de amargura mientras que con frenadas repentinas se detenía el bus en el semáforo.
A veces miraba a su alrededor como por no sentirse tan solo
e ignorado. Un par de cruces de mirada rutinarios alrededor eran suficientes para hacerse una idea de sus molestos vecinos temporales. -Cómo es posible que ellos se lleven de la mano, estrechen sus cinturas, se besen y hablen de sus días sin siquiera rozar por un momento sus miradas. Qué extraña forma de necesidad los conduce a someterse el uno al otro. -Dijo para sí mientras veía una pareja que se tomaba de la mano en medio del tumulto. -Ese letrero es nuevo, que mal lugar para poner un restaurante, allí solo conseguirá volverse lentamente un bar de borrachos malolientes. -Pensó.
Sin pensarlo, y cuando miraba un anunció de neón, sus ojos
se fueron cerrando y su cabeza se inclinaba hacia adelante movida por el ritmo del bus acelerando. Un cuadro apareció en las imágenes borrosas de su mente. -Ese cuadro… Mamá lo habrá colgado allí y no me parece ni bonito; qué de especial tiene una mano ensangrentada que empuña una rosa, Fernanda dice que yo lo dibujé pero a los hermanos no se les cree y menos cuando son hermanas menores. Habrá que buscarle un sitio a ese esperpento porque en mi estudio no se queda-.
El sonido de unas llantas resbalando en el pavimento lo
arrancó de sus visiones y cuando tomó noción de donde estaba, se asomó al pasillo. Pocas personas quedaban ya en las sillas ahora abundantes y el silencio de las voces tomaba formas incomodas de velorio o de fila para el banco. -Otra nueva droguería, la salud es cada vez mejor negocio, -pensó mientras veía por la ventana y de nuevo volteaba a mirar hacia el pasillo mas solitario cada vez. -Mañana será otro día difícil… con nuevos compañeros de trabajo no se puede bromear como antes… no sé ni sus nombres y ya quieren invitarme a sus reuniones, -reflexionó en medio de un bostezo simulado.
Otro semáforo detuvo el bus y en los segundos de espera
que preceden al reinicio de la marcha, como repitiendo un ritual inconciente en esa misma calle, bajó su mirada hacia sus manos y las extendió en su regazo. Por un momento observó cada detalle, las líneas que eran su marca única en este mundo, las cicatrices que eran aun más suyas, los callos provocados por el teclado y el tiempo envejeciéndolas sin que se note. Giró su mano derecha para ver el dorso y una cicatriz profunda le cortó la respiración. -Yo debí haber muerto, no ustedes… No habías nacido hijo y ya tenías que irte… No pudiste ser mamá como querías… Porqué no recibí esa bala… y no ustedes. -Se dijo para sí repetidas veces ya sin fijar sus ojos en nada, perdidos en el vacío de su propia quietud. El ímpetu del bus acelerando provocó que su mirada retornara de nuevo a su lugar. -Otro nuevo taller de mecánica, que raro… A qué horas construyeron un colegio tan grande, ayer era un potrero… ¿Cambian las vallas publicitarias cada lunes?… ¿Iglesias en esta calle?... Todo esto esta muy raro, ¿Cuál es esta ruta?... ¿Y mi nombre?-
El bus se detuvo en una estación y Juan salió a pasos
rápidos; cruzó la registradora y alcanzó la primera calle que encontró mirando las direcciones de las casas y los letreros de los almacenes, pero nada pudo reconocer ni siquiera en sus bolsillos. Un policía se estaba acercando al verlo vacilar en medio de la calle y Juan caminó apresurado para perderlo de vista. De repente se encontró en medio de mendigos apostados en los andenes con carros de reciclaje por doquier. Se sentó en el suelo junto a otros que rodeaban una hoguera de palos de una cama vieja y hablándole a uno de ellos preguntó por cigarrillos. Fue a la esquina y con las únicas monedas del bolsillo compró una caja, buscó un rincón sin tanta luz y acurrucado empezó a fumar el primero de sus nuevos vicios en la calle.