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Una historia corriente

El lugar donde se produjeron los hechos acaso importe como minucia o juego

ornamental. Porque allí donde habita la iniquidad del hombre se reproducen

como en un espejo, los mismos seres y las mismas infamias.

Diré tan solo que la historia que me dispongo a referir es verídica y que

aconteció en un mísero pueblo español, en los albores del siglo XXI.

La cabellera dorada, los ojos aviesos y siempre muy abiertos conferían a la

muchacha una belleza insondable; la boca estricta, la piel sin mácula, todavía el

aire aniñado. A los catorce años se ennovió con Juan, un chico mayor que suplía

su falta de agudeza con un comportamiento canallesco y sensiblero.

Pedro el pordiosero, así lo llamaban todos en el pueblo, siempre entendió mal la

filantropía, y, cansado de amar prostitutas a fuerza de golpes, tuvo la genial

idea de amar a Nora, cuyo cuerpo le afilaba los apetitos con osada

desvergüenza. Vigiló sus movimientos, sus compañías y esperó el momento

adecuado.

Una tarde de invierno, el sol ya en su ocaso rutinario, la niña Nora, devuelta

con desprecio a las cercanías de su casa, mira, desde la verja, la sombra de Juan

empequeñecerse. Lo hace llorando orgullosa por su honor no mancillado y

pensando que no, que Juan no es malo, que no ha querido hacerle daño. Y

luego, apenas un poco más tarde, la brutalidad del pordiosero en su cuello, la

voz de la niña acallada por unas manos como piedra fría, el polvo, los

ronquidos espeluznantes de Pedro, el vestidito hecho jirones; Nora vapuleada y


casi muerta a las puertas de su casa.

La encontró el padre. Viudo desde que Nora naciera, se había acostumbrado

muy pronto a sumar a las tareas del campo las propias de una madre, así que en

silencio y con sumo cuidado, la lavó, la vistió, le ofreció agua; después fue a

buscar a Juan, lo arrastró hasta su casa, el novio sin entender nada, y luego los

interrogó. No hubo dudas respecto al malhechor, ni respecto a la

responsabilidad de Juan en todo el asunto. La historia se bifurca aquí según las

fuentes. La versión amable cuenta que el viudo mató al pordiosero y que

instauró en el pueblo la ley del silencio. Se encerraron en su casa y desde

entonces Nora sirve al padre encorvada y muda. Juan se marchó del pueblo, no

se volvió a saber, aunque a veces alguien lanza la sospecha. En la versión atroz,

la popular y acaso la más fiable, el novio con el arrepentimiento de los débiles,

proclama como suyo el derecho a la venganza. Se entabla una disputa a

cuchillo. El filo entra en la carne reseca del viudo una, dos, y hasta cinco veces.

Juan recorre ensangrentado las calles hasta que encuentra a Pedro y lo mata a

golpes. Nora pierde la cabeza y se atraviesa el corazón con el puñal que acaba

de tomar del vientre de su padre.

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