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Jaime Bayly y sus 8 hermanos jugaron un partido de fútbol para despedir al hermano menor que se mudaba. A pesar de ser el mayor, Jaime se lesionó varias veces durante el partido contra un equipo local. Su equipo perdió 10-1 y Jaime terminó con la uña rota y una lesión en la pierna que marcó definitivamente su retiro del fútbol.
Descripción original:
Nota extraída de alguna publicación del escritor peruano, amena, divertida y algunas risas espontáneas.
Jaime Bayly y sus 8 hermanos jugaron un partido de fútbol para despedir al hermano menor que se mudaba. A pesar de ser el mayor, Jaime se lesionó varias veces durante el partido contra un equipo local. Su equipo perdió 10-1 y Jaime terminó con la uña rota y una lesión en la pierna que marcó definitivamente su retiro del fútbol.
Jaime Bayly y sus 8 hermanos jugaron un partido de fútbol para despedir al hermano menor que se mudaba. A pesar de ser el mayor, Jaime se lesionó varias veces durante el partido contra un equipo local. Su equipo perdió 10-1 y Jaime terminó con la uña rota y una lesión en la pierna que marcó definitivamente su retiro del fútbol.
Mi hermano menor parta a Colorado y, aprovechando que los ocho hermanos
nos encontrbamos en Lima, decidimos jugar un partido de fulbito para despedirlo. No imagin que sera tambin mi despedida del fulbito. El ltimo partido que haba jugado me haba dejado bastante maltrecho. Fue un spero encuentro deportivo en una cancha de cemento de Via del Mar. En aquella ocasin, ejecut una maniobra llena de picarda, hamacndome como Rivaldo, y sufr dos consecuencias igualmente dolorosas: las risotadas de mis rivales y los tres das que pas en cama con un desgarro muscular. -Nunca ms jugar fulbito -le dije a Sandra, cuando llegu a Lima, todava tieso por el dolor. -Siempre dices lo mismo- respondi ella con resignacin-. Te apuesto que en un par de meses volvers a jugar. -Te equivocas -le dije, sersimo-. Esta vez mi retiro es para siempre. Pero ella tena razn. Mis hermanos me invitaban a jugar un partido para despedir al menor y no poda defraudarlos. Siendo yo el mayor, fui vctima de burlas y habladuras sobre mi avanzada edad y mis diversos achaques, y por eso decid jugar con ellos para demostrarles que todava poda pisar la pelota finamente y encarar al rival con claro espritu pendenciero. -Te prometo que ser el ltimo partido -le dije a Sandra antes de salir hacia Cieneguilla, un sbado soleado y prometedor, amarrndome las zapatillas, respirando hondamente, para darle al momento una cierta solemnidad torera. -Cuando vengas cojeando, no me pidas que te eche cremitas -me dijo ella, previsora. -No estoy tan viejo, baby. Voy a meter tres goles hoy. La clase nunca muere. Quemaba sin piedad el sol all arriba en Cieneguilla cuando, en una cancha de pasto mal recortado, y bajo la atenta mirada de algunos sobrinitos, los ocho hermanos nos alineamos en un equipo imbatible y enfrentamos, seguros de la victoria, a un puado de trabajadores de casas vecinas, ocho humildes nativos de esos ridos cerros sin historia. El capitn de nuestros rivales se llamaba Melanio. Era un jovencito esmirriado, de corta
estatura y mirada se dira que asustadiza.
-Les vamos a romper el orto -le dije, dndole la mano, tratando de intimidarlo. Melanio sonri y pidi plata: -Cien soles al equipo ganador. -Trato hecho -contest, desafiante. Cuando comenz el partido, y tras echar un vistazo a nuestros adversarios, ms bien bajitos y de muy enjuta contextura, supe que ganaramos y que les dara una leccin inolvidable de buen ftbol a esos ocho sibilinos habitantes de Cieneguilla que, creyendo que no los oa, susurraban: -Es el ex nio terrible, el que sala con Coco Marus. -Enanos insidiosos, pigmeos maledicentes, los vamos a hacer papilla- me dije, antes de persignarme y rogarle al Altsimo que me concediera la gracia de marcar un par de golcitos justicieros. Apenas a los cinco minutos de juego, an no haba tocado la pelota y ya nos haban metido tres goles. Yo haba pedido, adems de la capitana, el puesto (incomprendido) de lbero, como ltimo hombre, para conjurar las emboscadas rivales, pero llegaba siempre tarde y no alcanzaba a detener a esos agilitos giles de Cieneguilla, especialmente a Melanio y su hermano Magdaleno. Al ver que mis hermanos se quedaban cmodamente en las posiciones de avanzada, vctimas sin duda de una feroz resaca, perd la paciencia y apel a mi condicin de capitn y hermano mayor: -Bajen, pues, carajo! -No jodas, oye -fue la respuesta de uno de ellos, que zigzagueaba no por su habilidad innata sino porque corran por sus venas botella y media de whisky que haba bebido la noche anterior en una esquina de Punto G. Comprend que nuestro equipo estaba diezmado por el trago y la mala noche. No sera fcil ganar. El partido recin comenzaba y mis hermanos y yo resoplbamos como toros viejos y malheridos, mientras esos enanos picarones nos escondan la pelota y corran a una velocidad malsana, que haca imposible neutralizarlos o al menos aplicarles un severo planchazo. -Estamos jodidos -le dije a mi hermano Arturo, que me acompaaba en la defensa.
-Hay que probar de lejos -dijo l, y poco despus revent la pelota y
colg al arquero, primo de Melanio y Magdaleno, igualmente chaparrito, de nombre Malvino (en honor a las islas Malvinas, segn me cont al terminar el partido). Poco despus me qued una pelota mansita para meter el derechazo seco y letal. Supe que sera gol antes de patear. Despus de patear, supe que no le haba dado a la pelota sino al csped y que me haba roto la ua del dedo gordo. -Foul! -grit, pero nadie me hizo caso, el enano Magdaleno se ri en mi cara y, aprovechando mi doloroso traspi, nos metieron un gol ms. No poda correr bien, el dolor creca en el pie derecho, pero de ninguna manera me rendira: tenamos que ganar ese maldito partido y dejar en alto el honor familiar ante la falta de respeto de esos jardineros de nombres improbables. Lo cierto es que, a pesar de mis esfuerzos, no veamos una y ellos seguan dndonos un baile. -Corran carajo! Marquen! No se queden arriba esperando la pelota! -les grit a tres hermanos, que, buscando la sombra de un rbol, parecan extraar la penumbra de Teatriz, donde haban pasado la noche bailando y sobre todo libando desmesuradamente. -chate agua, oye. Tampoco es la copa intercontinental -escuch con amargura. No hay duda: las nuevas generaciones no sudan la camiseta como la sudbamos antes; se abandonan con facilidad al cinismo y la apata. -Pusilnimes! -les grit, tras encajar el sexto gol-. Si esto fuera una fiesta rave, ah s se moveran felices. Nada cambi en el segundo tiempo. Nos metieron cuatro goles ms. Mis hermanos y yo, ocho zombis fatigados, dimos un espectculo bochornoso y no pudimos siquiera urdir una jugada mnimamente vistosa. Dos de ellos, cuyos nombres omito por respeto, tuvieron que correr al bao para evacuar bucalmente los residuos de la mala noche. El menor, el que se iba a Colorado, me mand al carajo cuando le ped que tocase en primera porque estaba complicando la salida: -Yo por lo menos le doy a la pelota -fue su respuesta, y yo sent que nuestras relaciones fraternales se avinagraban aceleradamente, pues contest:
-Ojal aprendas a esquiar en Colorado, porque jugando fulbito eres un asno.
Extenuado, disminudo por el dolor de ua, irritado por las risitas burlonas de nuestros rivales, decid meter la pierna fuerte y dejarle un recuerdo carioso a uno de esos enanos insolentes que nos iban ganando diez a uno. Aprovech una pelota dividida para meterle un puntapi artero al de polito azul, cuyo nombre ignoro pues le gritaban Chiboln. Este joven aguant estoicamente mi embestida, sigui multiplicdose y, a juzgar por su mirada rencorosa, prometi venganza. En efecto, cuando lo encar y met un pique corto pegadito a la raya, se barri en una carretilla miserable que acab con mi canilla derecha, con el partido y con mi vida fulbitera. Tan desgarrados fueron mis gritos de dolor que uno de mis hermanos (el nico que tena brevete) me llev a la posta mdica de Cieneguilla, donde no pude ser atendido porque el mdico de turno se haba ido a la procesin de la Virgen Inmaculada. El final del partido fue bien triste: no me desped de mi hermano menor, pues terminamos peleados, intercambiando recriminaciones, l alegando que rif muchas bolas, yo quejndome porque nunca baj a colaborar en la defensa; tuve que pagarle cien soles a Melanio y aguantar que me dijera Jaimito, se nota que lo tuyo es la tele; y manej de regreso a casa con la ua rota, luxacin de tibia y peron y una rabia infinita empozada en el alma. -Nunca ms juego fulbito -le dije a Sandra, cuando entr cojeando a la casa-. Nunca ms! -Nunca ms -dijo ella, sonriendo.