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SEGUNDO PREMIO “OVELLES ELÈCTRIQUES” DE RELATOS DE CIENCIA FICCIÓN, FANTASÍA Y TERROR

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GANADOR CATEGORÍA RELATO EN ESPAÑOL

“Una idea ridícula”

Por José Manuel Fernández Aguilera

Málaga

Era difícil, hasta para una máquina, calcular cuánto había vivido la Fobos...

cuántas batallas vencidas, cuántos enemigos destruidos por sus cañones,

cuántas vidas salvadas en el último instante. Y ahora, abollada, quemada y

renqueante, nadie la reconocería. Entre martillazo y martillazo, Will se

preguntaba si seguía siendo la misma nave, o sólo su cadáver. Un cadáver

silencioso y triste, un recuerdo doloroso de algo que fue y ya había dejado de

ser, vagando a la deriva hasta que un asteroide se cruzara en su camino, o una

nave del Nuevo Orden la usara para sus prácticas de tiro.

No perderemos esta guerra, Will. La Fobos nunca pierde.

Risas. Otra vez el eco de sus carcajadas, invadiendo su sistema. Como

un virus que hacía con él lo que se le antojaba, desafiando a la férrea lógica en

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la que se basaba toda su programación. Soltó sus herramientas, que cayeron al

suelo con un ruido sordo. Ignoró los mensajes de alerta que enviaba su CPU

dañada y se concentró, una vez más, en la voz de Aria, su capitana. Su

capitana muerta.

La Fobos nunca pierde.

“Errooor” le habría dicho, si la tuviera delante, imitando la voz de las

computadoras de las primeras películas del siglo XX. Entonces ella habría

reído (siempre lo hacía), y él percibiría esa agitación en sus circuitos a la que

ningún manual técnico había sabido ponerle nombre.

Es una idea ridícula, ¿Sabes?

Miró alrededor. La estancia permanecía oscura y silenciosa, por primera

vez en años. La sangre y las vísceras diseminadas le daban a las paredes un

aspecto curioso, como el de una de esas pinturas desordenadas y caóticas que

tanto les gustaban a algunos humanos. Por su experiencia dedujo que esta

imagen en particular no les haría demasiada gracia.

Volvió al trabajo. Terminó de acoplar los propulsores de los trajes de

expedición de sus compañeros (ellos ya no los necesitaban) a la máquina.

Soldó cables y aseguró sujeciones con tornillos y tuercas, las únicas piezas que

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tenía a su disposición. Entonces alcanzó la pistola cargada de pintura fucsia

intenso y procedió a dar el toque final a su obra.

Ahh, odio esta puta guerra. La odio, la odio, la odio. ¿Me oyes, Willy? Vamos, finge al

menos que te importa algo de lo que te digo. Eres el tío más simpático de toda la flota, lo

que no dice mucho del resto, siendo tú un robot. En serio, es lo que creo. ¡Ja! ¿Cómo me deja

a mí eso entonces? Como una tarada, quizás. De hecho, apuesto a que muchos lo piensan.

Pero me necesitan. Me necesitan tanto que... me temen. ¿Lo entiendes?

Risas. Trató de concentrarse. Levantó el cuerpo de Aria, con toda la

delicadeza que pudo, y la colocó en el asiento de copiloto, asegurándola con el

cinturón rudimentario que había improvisado. Abrió la compuerta para

desechos (la única que funcionaba). El vacío le hizo tambalearse, pero

consiguió volver hasta la imitación del buick descapotable de 1950 que, para

ser un androide de combate y no de construcción, no le había quedado

demasiado mal. Accionó los motores y abandonó la Fobos para siempre, y

pensó que con él la nave perdía su nombre, su esencia, pasando a ser sólo otro

trozo más de chatarra espacial.

A veces... a veces echo de menos no haber tenido una vida normal... ya sabes, preocuparte

de qué hacer un sábado por la noche, en lugar de preocuparte de llegar con vida al sábado

por la noche. Ir a restaurantes, a un cine de verdad, y también... también hacer cosas de

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chicas... porque sí, soy una chica, aunque hace años que nadie tenga tiempo para darse

cuenta. Nunca he tenido una cita, Will, ¿te imaginas lo triste que es eso? Haz un esfuerzo,

chatarra de combate, con todos los turbo-no-sé-cuántos de tu cerebro no tendría que resultarte

tan difícil...

El gas de los propulsores expiró, al cabo de trece horas. El buick fucsia

siguió su trayectoria, debido a la inercia, esta vez sin vibraciones. A pesar de

estar aún notablemente lejos, Will consideró que las vistas de la estrella

Garania prima tenían el tamaño y la luminosidad suficientes para que un

humano las considerara “bonitas”. Giró el cuello hacia la derecha, con esa

dificultad que le había acompañado desde los disparos, y observó las vendas

que cubrían el rostro de Aria. Pero esa no era Aria; eso era sólo un cadáver.

Aria estaría riendo sin parar. Se reiría del color del coche, del volante de

mentira que había tardado media hora en modelar, de la guerra, de su propia

muerte, y, sobre todo, de una máquina estúpida y defectuosa que jugaba a un

juego que no estaba hecho para él.

....muchas noches, antes de dormir, le doy vueltas a una misma idea. El chico de mis sueños

y yo estamos en la Tierra, y nadie ha oído nunca hablar ni del Nuevo Orden ni del conflicto.

Él me lleva a toda velocidad en su descapotable, con su melena rubia al viento. Bueno, a

veces es moreno, y a veces tiene el pelo corto, pero en realidad su aspecto es lo de menos. El

coche... el coche es lo mejor de todo. Es de esos modelos antiguos y tiene un color chillón, muy

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vistoso... todo lo contrario al gris aburrido de estas jodidas naves. Pasamos una velada

romántica y una noche salvaje. Y luego, lo mejor...

Había visto muchas películas con ella en aquel pequeño camarote. Su

misión era únicamente mantenerse en guardia junto a la puerta, pero ella

insistió desde el primer día en que la acompañara frente al televisor. Por eso

ahora sabía que en ese momento él debía pasar el brazo delicadamente por

encima de sus hombros. Risas.

Su cabeza vendada se inclinó hacia él, y Will estimó que esa era la

postura correcta.

...vemos el amanecer desde una colina, el uno junto al otro, sin importarnos lo que haya

pasado o lo que tenga que pasar, sólo disfrutando de nuestro momento. Precioso, ¿eh? No se

lo he contado jamás a ninguna persona, así que más te vale no soltar ni una palabra de ello,

o te dejaré tan descacharrado que no servirás ni como cafetera. No es... no es del tipo de

cosas que uno espera escuchar de su capitán. Además... es una idea ridícula, ¿Sabes?

Risas. Fijó su vista en la estrella. Risas. Risas. Borró de su memoria todos

los datos inservibles; se olvidó de la guerra, de las tácticas de ataque y defensa,

y de las muertes. Tanto de enemigos como de aliados. Risas. Sólo dejó el

archivo con la grabación de la voz de su capitana, que se inició en bucle. Risas.

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Suprimió la función de reloj, y esperó. A que se agotara su célula de

combustible, o a que se acabara el mundo. Risas. Risas Risas.

«Te quiero», susurró, aunque en el vacío que los envolvía el sonido no

fue más allá de su boca metálica.

Risas...

 
 
 
 
 
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