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Un da lleg a mi vida
impulsada por alguna
clase de designio que
nunca llegu a comprender...
Me habl de caminos negros,
Iluminados solamente por relmpagos,
de un jardn donde florecieron espejos
invisibles para reflejar suspiros.
Me dijo que la risa del alma arruga
el aire, que las suelas del destino
calzan un cmpago gastado, que el
amor paga a veces con monedas
falsas, que el dolor es el reverso
de lo hallado cuando se asume lo perdido.
Formul absurdas teoras sobre
el cansancio del sol, de lo
trgico de transitar por la vida sin
cultivar un poco el desasosiego.
La archiv en mi memoria
recitando salmos con voz pagana,
trazando paralelismos entre el llanto
y los juguetes de la infancia;
supo filosofar como ninguna
y hacer dieta como cualquiera.
La recuerdo como si fuera ayer
(quiz realmente ocurri ayer)
vertiendo conceptos ontolgicos
mientras preparaba la cena.
Supe a su lado que siempre habr
un viento soplndonos en
contra, y la mayor preocupacin
no es precisamente despeinarse.
La recuerdo como si fuera maana
reflejando su neurosis en un cuadro.
Evoco, aunque a desgano, aquella