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TERCERA CARTA DE QUINO CASO, DESDE EL DESTIERRO

Managua, 3 de julio de 1936.

Doctor
Patrocinio Guzmán Trigueros,
Corte Suprema de Justicia,
San Salvador.

Doctor:
Hace unos quince días recibí su contestación a mi primera carta abier-
ta para usted. Estaba dispuesto a no escribir otra carta más, pues en uno
de los diarios de esa capital que cayó en mis manos, leí que Ud. se encon-
traba gravemente enfermo y no quería agravar más su situación física con un
nuevo golpe moral. Pero a vuelta de correo, en otro diario, leo que ya se
encuentra muy bien y esto me lo viene a confirmar su carta, pues por la le-
tra, firme, segura, veo que el pulso de su mano no corresponde al de un
condenado a muerte.

Posteriormente a su carta, he recibido una del Magistrado doctor Fran-


cisco Chávez Galeano, colega y compañero suyo, quien intercede para que mo-
rigere mi futura actitud para con usted. Ya, en carta de fecha de ayer, doy
amplias explicaciones al doctor Chávez G. sobre el por qué de mi actitud de
ahora, la cual, dentro de su aparente personalismo, tiene un sentido más
amplio, más humano, más ético, como es el de obligar al silencio a hombres
que como usted constituyen un verdadero peligro nacional, cuando tienen as-
cendiente, por una u otra causa, sobre los hombres que mandan.

El adulador, el cortesano que se llega al oído del César para aplaudir


los sacrificios en el Circo o el incendio de Roma, no es menos criminal que
Nerón, dando la orden para consumar tales inequidades. Y ese es el papel de
usted y de muchos que como usted solo llegan a sentarse a la mesa del gene-
ral Martínez, día a día, para aplaudir todo cuanto haga, nunca para hacerle
una sugerencia buena, nunca para censurarle un acto punible, nunca para en-
deresarle por el buen camino, por temer a desagradarle. De esta manera, por
el milagro de la adulación, le van convirtiendo, poco a poco, en un sér su-
perior, capaz de hacerlo todo, hasta que un día de tantos se suba al cerro
de San Jacinto, le pegue fuego a San Salvador y se ponga a cantar, lira en
mano, al magnífico espectáculo, para imitar al hijo de Agripina. Yo me temo
que ese vicio, anejo a las tiranías, y que era desconocido en El Salvador,
se vaya a volver un mal endémico. Aduladores siempre los hubo en nuestro
país, pero nunca en un grado tan excesivo como ahora. La adulación va co-
brando caracteres alarmantes y el foco de atracción es la persona del Pre-
sidente de la República, cuyo modo de pensar, de sentir y de actuar van
asimilándose quienes se llaman sus amigos cercanos, sus adictos incondicio-
nales, los secundadores de su obra.

Por adular al general Martínez, la Teosofía, cobra cada día nuevos


adeptos; por adular al general Martínez, “la cromoterapia”, hasta hace poco
desconocida en nuestro mundo médico, ahora se está volviendo la ciencia que
lo cura todo; por adular al general Martínez, un día de tantos el faquiris-
mo oriental se volverá una de las mejores industrias nacionales.
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Recuerdo que una mañana me encontraba en Casa Presidencial, en los


buenos tiempos en que todavía se me permitía entrar a aquella mansión como
Juan por su casa, me encontré con que el corredor del segundo piso, cercano
al dormitorio del general, estaban asoleándose no menos de treinta botellas
azules, verdes y rojas. Conociendo la chifladura del general, pregunté a su
sirviente –un viejo sirviente de cuyo nombre siento ahora no acordarme– qué
significaba aquello.

“- Ves, me dijo el sencillo hombre, son cosas de mi general. El dice


que el agua asoleada en botellas de colores es buena para toda clase de en-
fermedades, y ahora tiene una infinidad de gente amiga suya que le pide
agua para curarse…

“- Y siempre ha sido así?, pregunté.

“- Pues vea, don Quino, francamente que no.

“- De cuándo acá ha resultado tanto creyente en las virtudes del agua?

“- Pues vea: es larguita de contar, pero voy a satisfacer su curiosi-


dad. Antes, cuando el general era un militar como cualquier otro, sólo aso-
leaba una botella y esa era suficiente para las necesidades de la casa.
Cuando apareció candidato a la Presidencia, se asoleaban dos o tres bote-
llas, pues algunos amigos íntimos del general empezaron a creer en las vir-
tudes del agua, y se la solicitaban. Cuando el general llegó a Ministro de
la Guerra, los amigos aumentaron y entonces hubo necesidades de asolear el
triple de botellas. Y ahora que es Presidente, ya ve usted cuantas botellas
hay en el sol…

Esto ocurría en los primeros meses del año treintidós, cuando el go-
bierno de Martínez no había sido reconocido por ningún otro gobierno (ex-
cepción hecha de México) y no había probabilidades de que se consolidara.
Siguiendo el orden ascendente de la propaganda del agua asoleada como medi-
cina, ahora que Martínez está consolidado es muy posible que a esta hora ya
no quepan las botellas en todos los corredores de Casa Presidencial.

Pero no termina aquí todo, doctor Guzmán Trigueros. Creo que fue en el
mismo año treintidós, que se declaró la peste de viruela en toda la re-
pública. Recuerdo que en esa ocasión como medida de profilaxia, se ordenó
el uso de foquillos de colores, considerándose eso como remedio suficiente
para contener el avance de la enfermedad. En el lanzarete de Quezaltepeque
(mi ciudad natal), ese era el tratamiento que se les daba. Y en algunos
pueblos en donde no había servicio de alumbrado eléctrico, se usaban faro-
litos con vidrios rojos y azules. Qué hasta este grado de estupidez alcanza
la adulación en nuestros pueblos.

Y el caso de la congestión cerebral de Jacinto Castellanos Rivas, en


aquel tiempo Secretario Particular de la Presidencia de la República? Acaso
no es ese uno de los más burdos modalismo de la adulación? Un hombre que
extiende las manos y le ordena mentalmente que se levante y, como al “surge
et ambula” de Cristo, se levanta, sano y salvo, como Lázaro saliendo de la
tumba. No es esta, acaso, una de las más perversas formas de adular, puesto
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que tienden a hacer creer a los hombres que son omnipotentes, que tienen
virtudes excepcionales para resolverlo todo?

Al dirigir mis ataques a Ud., pues, no ataco al ciudadano Patro-


cinio Guzmán Trigueros, sino al vicio del doctor Patrocinio, del hombre
público, del escritor, del que ha sido Subsecretario de Estado, diputado,
cónsul y ahora ocupa una magistratura. Ataco al adulador que hay en usted,
y nada más que a ese, por el mal que hace al pueblo salvadoreño. Me dirá
que siempre hubo, hay y habrá aduladores entre nosotros. De acuerdo, pero
usted es el prototipo de ellos y atacándolo a usted, los estoy atacando a
todos ellos. Usted no es solo de los que se toman el agua asoleada y ponen
el foco azul a la cabecera de su cama, sino que lo grita a los cuatro vien-
tos al igual que aquellos cojos que llegan a la gruta de Lourdes a dejar
sus muletas como constancia del milagro obrado en ellos. Por eso, porque
atacándolo a Ud. es muy posible que se logre contener tan feo vicio, es
[ininteligible] es que ahora me encuentro haciendo esta campaña. Y Ud. per-
done que le haya escogido de mampuesta. Alguien tenía que ser, y usted pre-
senta condiciones insustituibles. Conque, perdone usted, repito; usted es
hombre inteligente y comprenderá que no me pondría a perder el tiempo en
escribir necedades, si éstas no llevaran un objetivo trascendental para el
pueblo.

Soy su Afmo.,

Joaquín Castro CANIZALES

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