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El asilo de Pactyas

Lo narró Heródoto. Después de la conquista de Sardes, capital de Lidia, en el año


546 antes de Cristo, el rey persa Ciro encomendó a un lidio distinguido, de nombre
Pactyas, una misión de confianza: recaudar los tesoros del derrotado rey Creso —
cuya fortuna era inmensa— y de los otros magnates del país invadido.

Pactyas no correspondió al favor de Ciro. Tan pronto éste hubo salido para
Ecbátana, en otra de sus campañas militares, el ministro recaudador se puso al
frente de una insurrección. Sublevó a los lidios —recuerda Heródoto—, y habiendo
bajado a la costa del mar, como tenía a su disposición todo el oro de Sardes, le fue
fácil reclutar tropas mercenarias, y persuadir a la gente de la marina que le siguiese
en su expedición.

Al enterarse el rey Ciro de que Pactyas y sus alzados habían puesto sitio a Sardes,
envió en su contra un ejército al mando del general medo Mázares, ordenándole
que hiciera todo lo posible por traerle vivo al insurrecto.

Cuando Pactyas supo que las fuerzas del medo marchaban en su búsqueda,
dispuestas a capturarlo, se llenó de pavor y apresuradamente fue a refugiarse en la
ciudad de Cyma, donde pidió y obtuvo asilo. Entonces Mázares hizo llegar
mensajeros a los cymanos, diciéndoles que si no le entregaban al fugitivo destruiría
la ciudad.

Los dirigentes de Cyma resolvieron consultar el caso con el oráculo de los Branchidas
—sacerdotes de Apolo que oficiaban en la ciudad de Posideo—, al cual acudían
todos los pueblos de la Eolia y de la Jonia para conocer la voluntad divina. Fueron,
pues, al territorio de Mileto en dos ocasiones distintas, y preguntaron al dios que allí
se manifestaba por medio de un pitón* si debían acceder a la exigencia de Mázares,
haciéndole entrega del asilado.

En una y otra consulta el oráculo les respondió:

—Entreguen a Pactyas a los persas.

Pero al oír que por segunda vez aconsejaba la voz oracular la extradición del
suplicante**, un ciudadano de Cyma cuyo nombre era Aristódico —hombre
grandemente considerado por sus compatriotas, según el relato del historiador— se
puso a perturbar los pájaros del santuario, arrancando los nidos de gorriones y otras
aves que allí moraban.

* El pitón era el hombre que daba los oráculos.


** Se llamaba suplicante a quien presentándose con un ramo de olivo solicitaba protección o
gracia.
En tan extraña operación se hallaba Aristódico cuando fue interpelado por la voz del
oráculo, que le dijo:

—¿Cómo te atreves, hombre malvado y sacrílego, a sacar de mi templo los que


en él han buscado un asilo?

A lo cual replicó Aristódico, sin turbarse:

—¿Y será justo que tú, sagrado dios, mires con tal esmero por tus
refugiados, pero mandes que los cymanos abandonemos al nuestro y lo
entreguemos a los persas?

—Sí, lo mando —dijo entonces el oráculo— para que por esa impiedad
ustedes perezcan cuanto antes, y no tornen jamás a consultar sobre la entrega de
los que se han acogido a su protección.

Heródoto refiere que al escuchar esto los cymanos, no queriendo exponerse a


perecer si lo entregaban, ni a verse sitiados si lo retenían en la ciudad, optaron por
enviar a Pactyas a Mytilene.

Después de abundantes peripecias y avatares Pactyas fue vendido a los persas por
los ciudadanos de Lesbos, que ganaron con su entrega una faja de tierra en la
costa de Asia.

Muchos años después de estos sucesos —en 1948— el artículo 14 de la


Declaración Universal de Derechos Humanos reconoció: En caso de persecución,
toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.

MARIO MADRID-MALO GARIZÁBAL


Otras siluetas para una historia de los derechos humanos
Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos
Bogotá, D.C., 2009, pp. 29-31

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