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LA FRONTERA DEL MUNDO INCAUTO

PERSONAJES

ALMUDENA
CORAL
TEMPLADO - PADRE
POLICIA
ABOGADO - HERMANO
JUEZ - NIÑO
MADRE

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ACTO PRIMERO
ESCENA I

Sobre el fondo negro aparece Almudena, de espaldas al público, con las piernas
abiertas y los brazos en alto. Se encuentra completamente sola. No sé ve a nadie
más que a ella, y sin embargo sus palabras hacen entender que se encuentra en un
local de copas en donde se acaba de producir una redada, y que por tanto, está
lleno de clientes acorralados y policías nacionales que registran el local
manteniéndolos a todos ellos a raya.

ALMUDENA

Mi nombre es Almudena y, como yo, os preguntareis que hago abierta


de piernas…. (Pausa) Bien, pues os diré que no lo sé. (Se gira contrariada. Piensa
que el público no la cree) De verdad, es cierto todo lo que os digo. Ahora todo mi
mundo, todo él, se reduce a esta pared negra que tengo delante; toda una ciudad
duerme mientras yo miro esta pared vacía, sin saber porqué, ni que sucederá a partir
de ahora. No os miento. (Pausa) Sé, eso sí, que dentro de un momento todo esto no
será más que un interesante suceso que contar a los demás. No debo preocuparme.
¡Venga ya! Tengo mis derechos, y en definitiva nada h e hecho; seguro que dentro
de un momento... (Una mano invisible la coge y estira de ella) ¿Pero qué sucede?
(revolviéndose) ¡Oye, aparta tus manos! ¡Qué apartes tus manos te digo!

(Se apagan las luces, y al volverse a encender aparece Almudena en tierra,


maniatada de manos y sofocada)

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ALMUDENA

¿Qué me rebuscas entre la ropa? ¡Cuidado dónde pones esa mano!


¿Qué esperas encontrar? ¡¿Y es necesario hacerlo de esta forma, postrada en tierra,
maniatada de manos, de orgullo y de derechos?! ¡¿Quién eres tú, espectro sin
nombre, sombra animal? Oigo tu respiración. Oigo tu respiración excitada, de
caballo de ollares inflamados abiertos como ventanas. Esas botas negras, ese sonido
enfundado de instrumentos... Espera. ¿No creerás...?

(Se apagan las luces de nuevo. Se oyen voces alborotadas, casi lamentos. Se
exagera elemento tétrico. Ululan las voces lejanas. Al encenderse Almudena mira
hacia atrás, en donde algo sucede.)

ALMUDENA

¿Qué está pasando ahí detrás? ¿Quién se lamenta? ¡Miserables! ¡Dad la


cara! ¿Pero es que ni siquiera vais a decirme cuál es mi delito?

(Se apagan las luces. Se encienden. Almudena ya está en pie, colocándose la ropa
revuelta, algo más recompuesta)

ALMUDENA (respondiendo)

¿A comisaría? ¿Por qué motivo? ¿Por cuánto tiempo? ¿No os he dicho ya


todo lo que sabía? (Se gira hacía otra persona) Sí, ese es mi bolso (Pausa mientras
mira con atención) No sé que se supone que esperáis encontrar en él. (Se gira hacia
otro) ¿Eso? Eso es el almacén, ¿es qué no lo ves? (Al de antes) Esas pastillas son
para la menstruación ¿qué otra cosa van a ser? Venga, esto es un disparate. No sé
que sucede aquí, pero yo no tengo nada que ver. ¡Oye! ¿A dónde les lleváis? (La

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estiran del brazo) Espera, espera un segundo, ¿pero para que me tenéis que llevar a
comisaría? (Ahora es ella quien estira del brazo de su captor y se detiene) ¡¿Y mis
derechos?! ¡¿Qué pasa con ellos?! ¿No me haréis pasar la noche en comisaría,
verdad? (Vuelven a estirar de ella, que avanza a trompicones) ¡Ay qué me temo lo
peor! Lo diré bajito, no sea que aún tenga que lamentarme luego cuando nada hice,
pero joder, esto no es justo.
(Y finalmente es arrastrada fuera del escenario)

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ACTO SEGUNDO
ESCENA I
(Mientras las luces están apagadas se empieza a escuchar un sonido creciente
como introductor de este acto. Este sonido pueden ser voces de presos mezclados
con pesadas puertas metálicas que se abren y cierran, mezcladas con el peculiar
sonido de las radios policiales. Otra opción es introducir una radio portátil que
figuradamente sólo escucha el policía que vigila las celdas. Entonces ese sonido
empieza a menguar, sin desaparecer, conforme se ilumina el escenario, hasta que
finalmente es Coral quien abre con su discurso con la música, suave, de fondo)

CORAL

Trina este lugar como trina el pájaro al run-rún automático


desa calle zumbona de humos pertrechada,
que se escucha, imposible de ver, estático
en el árbol gris de hojas mancilladas.
Huye el roedor pegado a las aceras,
corsario de alcantarilla, pirata de botines enlutados;
ojos avizores al gato que le espera;
sombra veloz del asfalto solitario.
(pausa)
Del día o la noche yo no tengo noticia.
Si el tiempo existe, aquí no llega.
Si acaso existe, tampoco me hace falta.
Vivo en esta cárcel el abandono de mi bolso,
de mi esquina, de mi chulo no hay ausencia,
pues prostituta vieja y travestida
no demanda de azorados guarda-tetas
más que requiere de bragas.

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Lo mío es la calle y la bragueta,
rincones buenos donde aparcar un coche,
operetas de gemidos, mamadas, sí, enculadas a cincuenta.
(pausa)
Y aquí nada de eso tengo.
Majaras, pero de uniforme.
Insultos que no dejan moneda.
Por lo menos conozco este agujero (mirando alrededor del calabozo),
y vacío como está, no está más lleno que mi vida.
Prostituta soy, travestida;
no me ofenden los insultos,
el olor a pis deste lugar no escarnia mis narices.
Aquí esperaré, dando vueltas,
un juez que quiera oírme.
Tal vez compre mi libertad con carne…
Mientras pueda salir antes que me olviden mis clientes,
pongo las posaderas, la chupo y hasta la absorbo,
que para letrados y maderos mi boca no es primeriza.

(Se oyen pasos y puerta, y el policía, apurado, apaga la radio)

CORAL

Oigo voces, postillos, pasos de botas.


Alguien llega.

(Aparece ALMUDENA, seguida del inspector y de un joven policía)

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TEMPLADO

Este es el lugar en que esperarás.


Tendrás comida y abrigo;
doy fe del buen trato; no receles.
Dime, ¿prefieres una celda vacía,
o compañeros de desgracia?

CORAL (oyendo las voces que llegan)

¡¿Hombre o mujer?!

TEMPLADO (a la pregunta de Coral, y ante la cara de sorpresa de Almudena)

Tu rostro habla…No temas. Quedarás sola.

CORAL

¡Mujer! ¡Y sin billetera!


No le vale a una prostituta
más que un vestido largo, o una tetera.
¡A la otra celda!
Que mi compañía siempre se pagó por adelantado.

TEMPLADO

¡Coral! ¡A callar¡ Guarda tu guasa pasa la clientela

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CORAL

A sus ordenes, como siempre, señor inspector. Sus palabras siempre


serán para mí
lo mismo que el mismo mandato de Dios nuestro señor: consejo útil, santidad,
iluminación. Mi vida da fe de ello. Que me caiga la picha si miento, hágame Aquel
el favor.

TEMPLADO

¡Coral! ¡Sin excesos!

CORAL

Callo, callo. Ya callé.


Nunca estuve más callada,
ni aún las veces que la chupé.

ALMUDENA

Sola quedaré bien, gracias. Para el rato que estaré no me hacen falta
charlas. Después espero que me explique la causa que me encarcela, el motivo de
tamaña escena, los grilletes; las maneras.

CORAL (Hacia el público, confidencialmente)

A estas horas de la noche los jueces no atienden penas. Un rato dice…


Está claro. O es nueva en esto o le atontaron las sirenas.

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ESCENA II

ALMUDENA (Dentro, ya, del calabozo. Un rato después de haber llegado. Dando
algunas vueltas, nerviosa, por el reducido espacio de que dispone y observando los
elementos, hasta detenerse en una manta raída, que rechaza, comprometida, tras
acercársela al rostro, pinzada escrupulosamente con los dedos. El policía joven
esta sentado en una silla, indolente, mientras en la otra celda, Coral, demuestra de
forma similar su aburrimiento apoyada en la pared de la celda, acicalándose)

Así que esto es una cárcel. Ya veo cuál es su aspecto. Pues es curioso,
que habiéndola esperado peor, sea al mismo tiempo menos rigurosa, y a la vez más
desagradable. Esperaba mayor número de frases en las paredes, aunque menos
obscenas. Esperaba menos espacio, pero más habitable. En fin, que hay menos
miseria, y sin embargo, es más amenazante. Suerte que sean sólo unas horas las que
me quedan aquí, que con suerte, si bien depende de no más que un taxi, aún
despertaré junto a mi amante sin que de nada él, durmiente, se percate. Al punto
vendrá el gendarme, un policía, un inspector, en fin, alguien, que llevándome al
juez, sin duda amable, me deje libre de sospecha tomándome debida declaración,
para que luego, seguidamente, al fin marche.

(Dirigiéndose, tras esto, al policía que vigila las celdas)

Oiga. Disculpe. Sí, sí. Disculpe.


Es que empieza a refrescar.
Y esta manta raída, quizás
sucia, quizás…, mire, escuche ,
maloliente. Pues que la miro y pienso:
alguna otra habrá en este lugar,

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y esta que digo, no de otra forma será
sino que ha sido olvidada, siento yo,
sin que nadie se percatara,
de igual forma, ya ve, inocente,
pueril, amorosamente,
a como han sido esquivados
el pis, el orín, los vómitos,
las, no, ¿sí?. Las heces.
Pero escúcheme, que yo, por más
sólo pedía, recuerdo, una manta,
una manta, de doble uso, de acuerdo,
con la que quería cubrirme igual,
del frío y, en general, de los vientos corruptos.

POLICIA

Creo que después podré solucionarlo. El frío, claro, entiendo.

CORAL

¿Entiende? ¿Cómo? Conoce el madero tamaño palabrejo. No puede ser,


dudo, no lo creo.

ALMUDENA (Continua dirigiéndose al policía, haciendo caso omiso a Coral)

Siendo así no he de preocuparme. Aunque tampoco se apure, que mi


tiempo aquí será corto, y con saber que aún es de noche, supondré que será pronta
madrugada. Y sin embargo, por tener una idea, al punto me pregunto: ¿Qué hora
debe ser? Pues aquí no veo reloj alguno.

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POLICIA

Tampoco a mí me está permitido decirlo. Mas supongo que dar una


aproximación, sin ser la hora cierta, no es de entrometido. Cuenta con que son las
tres, que decir más sería atrevido.

ALMUDENA

Te doy las gracias, y sin embargo, me pregunto cuál es la causa de esta


prohibición. ¿No tiene el preso derecho al tiempo?

POLICIA

Yo, sin embargo, puedo marcar su paso con mi propio reloj.

ALMUDENA

Entonces ponlo en hora, de manera que cuando suenen las ocho de la


mañana, si continuo aquí, deberé dejar atrás mi esperanza, y admitir, sin pena ni
gloria: “El sol salió. Si una vez creí en la justicia, el tiempo, con sus razones, la
disolvió”.

POLICIA (echando mano a su reloj de pulsera)

Pongo mi reloj en alarma, si eso es lo que quieres.

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ALMUDENA

Sí, lo quiero. Será la última prueba. Antes de eso pondré en liza todos
los artificios de la lógica y la libertad que creo mía por derecho.

POLICIA

¿Tan importante es el tiempo?

CORAL (Con extrañeza jocosa)

Esto va a ser divertido. Ya lo creo que sí. De todas formas, aquí,


derecho y reloj, son palabras obscenas. Despreocúpate. Reloj ninguno. Aquí el
tiempo lo marcan las necesidades del cuerpo, y finalmente estos señores, en el correr
de los turnos. En cierto modo, es un alivio.

ALMUDENA

Alivio, o no, lo quiero así. Es más, escucha lo que te digo, que a ti te


interesa. Nada voy a creer de una fulana como tú; así de claro te lo digo. Ahora bién,
si para cuando llegue la mañana yo sigo aquí, tus palabras tomaré por sabias y tus
consejos por sentencias. Hasta entonces, puta serás, y con el mito de la puta
tamizaré todo aquello que me digas.

CORAL

¡Qué divertido! Resulta rebelde lo que me propones; sucio, vil e


indecente. Me frotaré las manos cuando llegue la hora. Esta noche, el calabozo, por
primera vez, resultará complaciente.

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POLICIA

A mi me parece que a las dos os falta el mismo tornillo. Será cosa de


presas. Yo, en todo caso, mantengo lo dicho. Ya corre el minutero. Lástima no tener
un reloj de arena.

ALMUDENA (A Coral)

Tal vez sí lo sea. Cierto es. Complaciente, digo. En cuanto a relevos…


A mí, en todo caso, no me alcanzará más que uno. Antes de éste estaré yo fuera de
aquí. Ya llamé a mi amor para indicarle que duerma y me espere, sin más, que no se
preocupe.

CORAL

No, no es posible lo que oigo. Pues no dice que, haciendo uso de


llamada, avisó al amante antes que al letrado. Chica. Lo repito. O eres nueva, o te
has mareado. Anda, corre y rectifica, que aún podrá el inspector hacerte caso. Si
pudiera ver tu boca, mejor aún, tus labios, sabría decirte yo hasta que punto te
echaría una mano. No por labia lo digo, sino por tamaño. ¿Será del gusto de su
cilindro, o preferirá tu mano?

(ALMUDENA no sabe responder a las burlas de Coral, y disgustada por ello,


esquiva otras conversaciones)

CORAL

¿Te giras? ¿Qué sucede?

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No me has visto apenas el rostro
y ya te vuelves de repente.

Siempre me será curioso.

El tiempo que se tarda en entreverme


y rehusar de usar mi charla,
casi siempre es el mismo.

Bueno, gírate, no me sorprendes,


las putas, las putas como yo,
fíjate como es, repelen.
Ahora, que a mi me da lo mismo.
La repulsa es de comer cotidiano
en el mundo en que trabajo.
De burlas, insultos y bajezas,
de gritos, de inocentes asperezas,
está hecho, tanto como mi boca, mi ano.
Allá tú con tus ideas.
Pero escucha, y aprenda,
señorita, aquí estamos ambas del mismo lado.

ALMUDENA

Ya, claro, claro. Lo que usted diga.

CORAL

¡Ay, Satanás, dios de las putas!

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pues no que se me trata de usted
en una cárcel, cuando no lo escuché
en la calle, ni aún por disculpa.
¡Válgame, por su Dios!
Nunca dejaré de sorprenderme.
Dónde cabe un atolondrado, caben dos;
si no es una muchacha, será un cliente.

ALMUDENA

Pues por mucho que tú te burles de mí, no lo diré, ni aunque lo diga:


que a tus palabras no presto oídos. ¿Cuándo se hizo caso a una puta entre rejas? Lo
dice mi voz, que no mi conciencia. ¡Tamaño arrojo! ¿Cuándo? ¿No soy un ser
racional? ¿A que vendría hablar? ¿No basta mi gesto para hacer entender mi
desprecio?

CORAL

Sin duda. Sólo que es de buena resentida jugar a no verlo. Es una forma
de sarcasmo, de juego, de arrebato. Pero descuida, y si no tienes nada mejor que
hacer, no te molestes. Ofender es parte de mi trabajo. No tienes más que mirarme.

ALMUDENA

Así lo entendí yo. Por eso hablo de esta forma. Quizás sea el lugar, que
empieza a afectarme. Jamás me vi yo en estas. Si no más que trabajaba unas horas
por ganarme cuatro duros, que no soy más que una estudiante que se encontraba en
un lugar inadecuado, poniendo copas.

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CORAL

Entonces nos llevaremos bien. Siempre fueron uña y carne, la puta, la


tabernera, el mal lugar y el peor momento.

ALMUDENA

No sospechaba yo tal cosa. De hacerlo no me habría yo visto entonces


en estos lances. A lo más que hacía frente era a borrachos y aduladores que, más que
sed, lo que tenían era hambre.

CORAL

No nos diferenciamos tanto. Ya ves. Dime entonces, que te trajo aquí.

ALMUDENA

Ni yo lo sabría decir todavía. No más que trabajaba yo esta noche,


como otra cualquiera, que de repente, se abren las puertas y entran diez policías,
todos atropellados, pertrechados de armas y uniforme, a voz en grito. ¡Qué no salga
nadie! ¡Qué a la pared! Como en la escuela… Y de buenas a primeras están todos
los clientes mirando ladrillos, apreciando el acabado del enlucido, asustados como
chiquillos. De las borracheras ya sólo quedaba el espanto de la sorpresa. Todo a voz
en grito. Que si las manos, que si los pies, que si los bolsillos. Ya empezaba yo a
comprender, cuando aparecían bolsitas de a gramo, batiburrillos de billetes y
piedras de costo entre las manos. Las que no, estaban en tierra, pues de repente
habían llenado el suelo de medio local. Y eso sólo al principio, que aún no había
acabado el espectáculo. Entonces entran inspectores, policías de paisano, y en una
libreta anodina empiezan a tomar nota de nombres, de razas, hasta de hermanos.

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Todo ello, claro, en obediencia a golpes y a empujones, que si bien las voces no
cesaban, cuando no hacia función una palabra, no se hacía remilgos a la fuerza
bruta. Obediencia o menoscabo. No había otra. Y para quien la hubo vino después,
por si acaso, una orden y una somanta de porrazos.

CORAL

Que me dirás a mí, que soy tan buena testigo de sus tratos.

ALMUDENA

Pues te digo más. Allí había una borracha, una vagabunda. Figúrate. La
primera vez que la veía. Menos molesta que un pájaro que picotea un árbol, o una
hormiga caminando por el campo. Nada más que mal aspecto, y malas maneras. Y
al momento, por una mala respuesta, le caen encima con toda su furia. Cobija más
un uniforme y una responsabilidad que todas las conciencias juntas. Allí la dejaron,
en tierra, sucia, apaleada, y hasta para una indigente, humillada en exceso. Total,
nada tenía que les interesara, salvo sus huesos, esos que nada dirán, que nada osaran
decir. Un entretenimiento entre el trabajo, un divertimento de bárbaros. Un buen
rato.

CORAL

Las vagabundas, como las mujeres públicas, no tienen buen lugar ni


buen momento, para muchos, salvo la tumba, y ni eso, si se atiende a curas. Aunque
estos son otro tipo de calaña, que a todos y cada uno caté. Pero sigue contando, que
aquí los entretenimientos, o son esquivos, o se vuelven vagos, y las desventuras
ajenas son el pan que más alimenta a los desventurados.

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ALMUDENA

Poco más queda. De allí a aquí llegamos todos en furgón o en coche,


tras leernos los derechos, siempre acompañados. Una pequeña declaración hice
entretanto. Que más no podía decir. Como digo, yo sólo estaba en un lugar
equivocado y así ha de costar para que me saquen de aquí, antes que cante el gallo,
con pitido digital.

CORAL

Resumiendo, una redada de chicos malos. Un asunto de drogas. ¿Salir


esta noche? No viene la verdad a ser cierta en comisaría. Que fuese cierto, si no más
que así, que más querría yo decirte. Y, sin embargo, de hacerlo, sería un engaño.
Búscate un rincón, eso te aconsejo. Nada más te puedo decir.

(El policía, malhumorado)

POLICIA

Que sea así, y calléis ambas. Aún me veré reprendido por no callaros.

CORAL (Sin dirigirse directamente al policía)

Qué poca sangre. ¿Así nos manda callar? ¿Con esas maneras? Ahí
queda su furia, en cuatro amagos de autoridad. Aunque,…, ahora que le miro. Así,
bajo un poco de luz. Apenas le asoma la barba; y… esa ligera desproporción que
observo en su cuerpo, ¿no será juventud? Yo soy experta en eso, sin duda. Y en
gradaciones de macho. Ni su voz parece de aquí; suena a inocente aún, y honrada
¿De dónde has salido tú?

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POLICIA

Callad. Aún vuestros pensamientos perturban.

CORAL

No vas desencaminado
al hacer, del pensamiento,
tan ufano privilegio;
no resulta inútil en vano
tamaño alarde de esfuerzo
cuando tan poco uso tiene.
En esta cárcel hay más grilletes,
para la mente, que para el cuerpo.

ALMUDENA

Pues mira que empiezo a escucharte, pues algo… no sé el qué, empieza


a hacerme dudar, y ya siento un cosquilleo incómodo aquí, tras las cejas, que por lo
menos reclama precaución. Y a tal punto pienso si será conveniente empezar a
falsear. Quiero decir, mi actitud. Que si resulta ser cierto lo que dices, el embrollo,
necesariamente, puede que requiera más tiempo para quedar resuelto, y en tal caso
la prudencia aconseja mostrarme indiferente entre tanto exaltado, y ganarme la
credibilidad a base de maneras precisas.

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CORAL

Allá tú. Si te sirve y puedes… Lo que es yo, como ya te dije, soy toda
en mi misma una exaltación, sin contar que mi persona requiere un entorno, que no
es de esos razonables, si no está, más bien, ebrio de sinrazones. Pero te doy la razón
por la duda, y en ella te acompaño. ¿Pensaste quizás que la justicia velaba por la
noche? A veces, hazme caso, no lo hace ni de día. Y en asuntos de drogas no sale
nada bueno. Las redadas de hombres son como las de peces, se llevan igual pulpos
que jureles.

ALMUDENA

Yo soy inocente.

CORAL

También pasa que hay vivos en los cementerios.


¿Qué te podría contar yo, que camino cada día entre muertos?
Pero en todo caso no soy yo quién debe decidir eso.

ALMUDENA

Yo soy inocente, lo repito. ¿No lo dicen mis modales; mi apariencia?


Aquí he llegado, y ya no sé más. ¡Pero no me jodas! Vengo a este agujero, y el
agujero está en el mundo. A él me atengo, por más que empiece a dudar. Sí, sí. Me
estás haciendo dudar, que te lo concedo, aunque sólo un poco. Pero sí, algo de todo
eso ya lo tienes. Será, tal vez, la influencia de esta cárcel. Mira como es que hasta
tuerzo mi gesto.

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CORAL

Ya lo veo; ya. Si es que de otra forma no puede ser. Yo soy prostituta,


¿me oyes? Entonces no te extrañe que sepa algunas cosas.

ALMUDENA

¡Eh! ¡Cuidado, que yo no te di las llaves de mi compresión!

CORAL

Qué fatigada me encuentro al oírte decir eso. Pues allá tú. Será verdad
que aún crees que saldrás esta noche. Te imaginas bajo el cielo estrellado,
pichoncita ignorante. Si me dices algo así no puedo equivocarme, así lo pienso,
aunque a ti, estas palabras, claro, no te llegarán. Las pronuncio aparte, por si acaso.
Lanzo esto que digo en un cuartito pequeñito de mi alma viciosa pintada con carmín
grumoso. Te verás bajo el manto fresco y aliviante de la noche, así lo pienso,
cobijada, cuál espíritu límpido de pensamientos funestos, de camino a tu casa, en
donde te espera tu amante, en dulce ronquido de alegres ensoñaciones, cara
resplandeciente, bondad infantil ¡Quién la tuviera esperando! Acudirás presa del
encantamiento de esta emoción perversa de peligros. ¿Perversa? ¡Cándida cuál
arrullo de paloma que se levanta del suelo revoloteando! Yo, por más, así ha
quedado en mis palabras, me limito a discrepar, aunque sólo sea por mi experiencia.
Es de puta, es cierto, lo admito. Es de inculta, es cierto, lo admito. Le falta el crédito
que pudiese darle mi buena conducta, es cierto, lo sé. Hay por ahí, incluso, un
pequeño regusto amargo que le da el vicio de mi experiencia. Nada, nada. Yo puedo
permitirme el gusto de ser exuberante, y así y todo, creer en los milagros de esta
ciencia. La de la enfermiza que viste de mujer y esconde su arma de hombre,
enhiesta.

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ALMUDENA

Pues a eso me ataño. A eso me refiero. Me pregunto si entiendes,


siquiera, los vocablos que utilizo. ¿Te explico que significa vocablo? Nada que ver
con bocas, como tú podrás pensar. Lo dejaré porque lo oíste más veces y algo
sabrás, sino, en todo caso: pasando. Yo te digo que nada he hecho, más que estar,
como te he dicho, en el lugar equivocado en el momento equivocado. Esta frase ha
sonado más veces. Bueno, pues ahora la hago mía. Así es, y no digas más. Vendrá el
inspector de un momento a otro. No tendrás más que comprobarlo por ti misma.

CORAL

Lo que yo diga. Una paloma arrullando.

ALMUDENA

¿Que otra cosa podrías decir tú? Pero, si te fijas, yo no tengo tus
maneras, ni enseño, como tú, de igual forma, mis tetas. Eso algo quiere decir, digo
yo. Se dice una blasfemia entre dos personas que conversan, y la ofendida, si te ve
cerca, al punto toma tu cuerpo, y lo apalea. Eso provocas en la gente.

CORAL

Hablas pronto. Aún yo sé que de la apariencia a la sentencia, en


público, dista una argumentación de opereta. Vamos, que hay trecho, aunque sólo
sea, de la boca que habla, al oído que atiende. ¿Qué no cabrá entre tu orgullo
ofendido y el juez, en su cama, roncando adormecido? ¿Mares, espacios, realidades?
Siquiera una calle, siquiera una pared; con eso me vale.

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ALMUDENA (pensativa)

Pues mira tu que me haces dudar de nuevo, y ya son dos. Mal asunto, o
mucha suerte. A decir verdad, digo, con educación: me acongojas. Que yo no había
recaído en ese espacio. A mí, mi confianza en la justicia, me dice por lógica: algún
juez habrá que quede despierto atento a estos asuntos, a tan tardías horas. ¿Pues no
da miedo la calle cuando el sol se pone? ¿No son esas las horas de los viciosos, de
los locos, de los asesinos, y, perdona, de las mujeres de la calle…

CORAL

No decirme puta…, mírame bien. Me ofende.

ALMUDENA

Por algo al salir a estas horas, y siendo conjunción calle, noche y


silencio, a mi me llegan los temores. ¿Me explico? Dice la utilidad más lógica que
debería haber jueces desvelados en la noche, al igual que hay polis, barrenderos, o
faroles. La necesidad manda, ¿verdad?

CORAL

¿Tendrá que ser una puta quien te diga que la Justicia, aparte de ser
lenta, también duerme?

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ALMUDENA

Si el camión de la basura llega en plena madrugada, pues es su hora


racional de recogida; si hay escritores afanosos que encuentran una reprografía
esperándoles abierta, y deja el camello, al igual que el amante, su teléfono siempre
atento. ¿No será normal que piense yo que al culpable, como al inocente, le queda
por la noche, cuanto menos, un juez que lo sentencie?

CORAL

Me río yo de tu lógica aplastante, igual que se ríe mi sostén de lo que


hay entre mis piernas, esa mi contradicción, alargada y oscilante.

ALMUDENA

Necesito pruebas, aparte de péndulos. Me atengo a mi razón, y ésta me


dice, con claridad nocturna en esta celda hormigonada: “Espera al inspector”.

CORAL

Pues entonces espera. Te doy el tiempo que necesites para


comprobarlo. ¿Cuándo acababa el conjuro? ¿Cuánto tiempo concediste a tu
esperanza? ¡Ah, ya recuerdo! Hasta las ocho. Pues bien, yo sólo te doy un acto, o
aún menos, te doy una escena. Tras ésta veremos que razón tiene la ley de mi
péndulo, y cuán cierta es mi lujuriosa experiencia. Lo dicho: te doy una escena.
Antes de las ocho me habrás dado la razón.

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ESCENA III

(En que centrándose la atención del espectador en la pareja que forman el policía y
ALMUDENA, se viene a entablar una conversación entre ambos, en dónde el joven
vigilante se acerca, con una impostada dureza, a la que está presa, que si bien
aprecia el tono mezquino de su interlocutor, se concentra en averiguar cuál es su
situación dadas las dudas que le ha incitado Coral. Debido a esto se muestra algo
inquieta, con movimientos cortos y miradas perdidas en la propia reflexión de sus
pensamientos, algo flotante su atención en el policía, que con sus palabras da
saltitos a ambos lados del hecho concreto de su encarcelamiento, es decir, ahora
intimando con inocente falta de habilidad para ello –pues al fin y al cabo se trata
ALMUDENA de una joven apetitosa-,luego, al momento, marcando distancias con
cínico desprecio-pues no deja de estar pendiente de un juicio que la inculpe y, en
todo caso, siempre está del otro lado de las rejas.)

POLICIA (Pasando sus manos por las rejas)

Miro estas rejas como un paño de fina seda que separa tu cuerpo del
mío, y aún, siendo ingenuo e inocente, no alcanzo a entender el influjo que me
provocan, de suerte que de ti, de ti como persona, inevitablemente me alejan.

ALMUDENA (Ensoñada)

Yo casi diría lo mismo, pues tampoco lo entiendo.

POLICIA

Hay algo de fascinación, y algo de crueldad.

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ALMUDENA.

Hay algo sugestivo, una lejana verdad.

POLICIA

¿Será una perversión?

ALMUDENA.

A mi me huele a impotencia.

POLICIA

A mi me sabe a poder, y a castigo.

ALMUDENA.

Eso me temo. Justamente eso que dices es lo que me intimida, que no


habiendo cordura, reine la vanidad del verdugo.

POLICIA

Si hablas por mí, no debes temer. Algo sé yo de tu caso, y eso me ayuda


a diferenciar entre tú y la escoria de al lado.

ALMUDENA.

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¡Ay! Si supieras… Eso mismo es lo que pretendía decir. No me queda
otra que confiar en el buen juicio de los que estáis del otro lado de esta reja. ¿No es
triste esta treta; vaporosa; débil; deletérea? ¿No es eso frustrante, la fiel huella de un
animal gigante?

POLICIA (Con desconfianza ante una posible ofensa a su dignidad)

Haz caso de mi voz sincera que te dice que no temas. Total, si lo


piensas, ¿qué es lo peor que puede suceder; qué pases una noche en compañía de un
poli y un travesti? Escucha la sabia ciencia de hollywood, de las películas, de los
mitos y las leyendas. ¡Esto es pura vida! ¡Cruel y sana experiencia!

ALMUDENA.

Déjate de monsergas. Esto, ante todo, es impotencia.

POLICIA

Cuidado con lo que dices. Tu tono delata una ofensa.

ALMUDENA.

¿A ti, o al cuerpo de nacionales?

POLICIA

A ambos.

28
ALMUDENA.

Bien clara me queda tu postura. Antes quedó dicho: estas rejas nos
separan, su sugestión se hace de notar; a partir de ahora, cada uno en su lugar.

POLICIA

Queda claro. ¿Lo queda? A mi se me antoja triste adornar tan hermoso


escote con tu justicia personal.

ALMUDENA.

Ahora empiezo a entender las palabras de la puta. Bastante me está


costando aprender. Llegué cargada de razones que se van, poco a poco, diluyendo
entre estos olores funestos, de heces y de orín.

POLICIA

Mucho cuento tienes tú. Tu parloteo, como tu pensamiento, ofende a la


confianza y a la justa disposición de nuestro código sapientísimo. En todo caso,
aquí, el escamado soy yo, que habiendo venido a hacerte más agradable tu estancia,
en honor a mi confiada inexperiencia, me veo enredado por el malestar lógico, ya
me advirtieron, de una imputada que se aferra a la inocencia. Pues si bien te lo
conceden los derechos, la ley, aquí abajo, se refleja del revés, y donde se ponía coto
al agravio del inocente, ahora, aquí, se dicta que eres culpable hasta que lo contrario
se demuestre.

29
ALMUDENA.

¡Ay, se me aflojan las cadenas de la razón con tu confesión! Ya siento


burbujear la ira que la prudencia, en razón a los términos en que te expresaste, me
pide que acote y que amarre. Estoy a la merced de los humanos, pues a estas
profundidades, como bien dijiste, no bucean los derechos. Lo prueban que aún en mi
situación, temiendo pasar este maltrato en razón de una confusión extensa, y siendo
una pesca con redes de arrastre que todo por delante se lo llevan, que me coartan mi
libertad. ¡¿Por una noche?! ¡Ni aunque fuera por un segundo! ¡Tamaña escena! ¡Qué
venga aún el poli y me diga, con tamaño cinismo, que mi malestar le ofende y le
incomoda! ¡Es una broma! No, ahora se me antoja posible. Lo veo y lo escucho.

POLICIA

Hazte cargo de cuál es tu situación frente a mis ojos. Por más


información tengo la que me dan. Esta noche ha habido una redada en un local que,
a la postre, movía droga tanto como alcohol, una cosa ilegal, la otra, no. Está
implicado el dueño, es decir, tu valedor. Hasta el cuello le llega la mierda, debes
saberlo. Han cogido marroquís con hachís, españolitos de a pie con cocaína, y tú, la
camarera, que estás allí cada noche, que todo lo ve y a todos ellos atiende, no puedes
por menos que tener sobre ti todo el peso de la sospecha.

ALMUDENA.

Pero si yo nada hice. De nada sé. Ahora me entero, con tus palabras, de
cosas que jamás comprobé.

30
POLICIA

Eso está bien. Si tú lo dices… Pero me temo que en este lugar pierdes
la razón que te quitaría un entorno distinto.

ALMUDENA.

Así pues, es cierto. Se sospecha de mí.

POLICIA

Que menos.

ALMUDENA.

¡O qué tanto! ¿Volvemos a los derechos?

POLICIA:

Sería el cuento de nunca acabar.

ALMUDENA.

En tal caso me pongo en mi lugar y hago uso de mi picardía, o si


quieres de estos conocimientos que estoy aprendiendo y que me dicen que, donde
nada puedo hacer, vengan a rescatarme las apariencias y los juicios previos al
dictamen de las pruebas. (Apoyando su mano, grácilmente, sobre su mejilla, con
excesiva teatralidad) ¡Una estudiante soy, que trabajando humildemente en pos de
un dinero necesario, vine a dar en un lugar equivocado! Mi rostro expresa candidez,

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inocencia de sentimientos, imposibilidad de maldad. Mi educación me excluye del
cliché de la sospecha que recae en otros de peor calaña, mi voz apocada, mis frases
bien construidas, lo que yo sé de todo esto, diluido en la media verdad, hará que me
coloquéis en la clase de persona que me corresponde y me interesa. En todo caso,
que mi tristeza me sitúe, frente a esos ojos, en un lugar distinto a éste.

POLICIA

Es una buena conducta. Tal vez te sirva. Ya, de hecho, siento que
recupero en ti la confianza, ya siento que tu posible culpabilidad se esconde bajo la
virtud de tu escote.

ALMUDENA.

Míralo bien si eso te ayuda a ayudarme.

POLICIA

Enséñame un pecho y tal vez sea así.

ALMUDENA.

Está bien. Te lo enseño.

POLICIA

¡No, no! ¡No de esa forma! ¡No con tanta amabilidad! Veo en tu rostro
que ni siquiera te inmutas. Incluso ésta de aquí al lado demostraría mayor pudor, y
tú, en cambio, pareces contenta.

32
ALMUDENA.

Es que me mueve la convicción, además de la conveniencia.

POLICIA

Pero a mi se me trata de enseñar dureza, crudeza. Y a mi me gusta. Qué


se yo. Algo me llama, algo hay en la sumisión de los inocentes y en la humillación
de los culpables que, lejanamente honda en el barreño, me llama exultante.

ALMUDENA.

¡Aléjate de mí! Empiezas a darme miedo. Empiezo a sentirme


desamparada. ¿Qué es la impotencia sin dolor más que una fantasía caprichosa?

POLICIA

Me gusta. Me gusta. Evitarlo no puedo, y de poderlo no quiero. La


humillación, el escarnio, el poder para el pobre, para el hombre corriente. ¡Qué
dulce sangría de elementos! Así es como me gusta verte. ¡Cállate! ¡Cállate! Aquí no
se puede hablar. Yo te lo ordeno.

ALMUDENA.

¿Y esto? ¿Estoy soñando? Me haces callar por qué quieres hacerme


daño, ¿no es cierto? (Con voz susurrante) ¡Socorro! ¡Socorro! A mi auxilio
susurrante, fantasmas, espectros, morales y lógicas mundanas, ayudadme. Ya veo lo

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que más temía. Era claro y al fin surge a la luz: el despotismo del ciudadano, el
reflejo monstruoso de su odio diariamente silenciado. Y ahora yo soy la víctima.

POLICIA

En este lugar, en este agujero en la garganta oscura de la civilización,


tus quejas se quedan pegadas como costras de saliva. Yo soy tu Dios, ¿pero quién le
creó? Hasta él obedece a otro, y ese otro, a su vez, sucumbe analmente a otro, ad
infinitud. Siempre hay alguien presto con su lanza a la espalda. A la tuya estoy yo
mientras me dirija a ti, mientras que ahora mismo, a mí, nadie me coarta más que
con normas cantadas desde allá a lo lejos, como lejanas sirenas de barco.

ALMUDENA.

Así pues estoy a tu merced.

POLICIA (Percatándose, reflexivo, de su poder cuando antes, aún, no era más que
un joven policía)

Sí, creo que así es. Espera, espera. Llega entre rumores, como una
niebla, como un recuerdo de mi padre, un cándido y entrañable remordimiento. Mi
mente lo acuna. Mi buena fe le da calostro con sus pechos hinchadísimos. Hay algo
amable en todo ello, algo inocente de nuevo. Es la cara A de mis sentimientos.

ALMUDENA.

Yo por mi parte creo que, de alguna parte enferma de mi cuerpo, llega


un deseo por sufrir tu contradicción dolorosa sobre mis carnes. ¿Será posible en un
alma como la mía, tan limpia, tan educada?

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POLICIA

Calla. ¿No ves que trato de escuchar el suave contoneo manso e


ingenuo de mi conciencia? Actúan en mí, no sé, una caterva de resistencias, como
un débil chisporroteo de aceite que hierve en mi riñón de contingencias. Es la lucha
del honrado y el tramposo, en la que aquél jamás tuvo nada que hacer. ¿Cuáles son
sus armas? Concurre con menos recursos, sólo los de la virtud. La lucha es desigual.
Su única arma genuina es el adormecimiento, la letanía de la esperanza. Deja que
me meza en ella. Deja que me deje llevar, sabiendo que sólo será un momento, por
la canción de cuna del arrepentimiento. ¡Qué dulce! ¡Qué dulce! Qué…, no sé,
delicada. ¡Pero no! ¿Qué oigo? ¿Cómo pueden ser estas mis palabras? Ya digo, nada
incurre en azar. La lucha, repito, es desigual. Oigo trompetas furiosas, surcan los
cielos electrificados ángeles vestidos con chupas de piel oscura, los árboles, en
tierra, crecen saturados de verdes tropicales y sobre ellos cae la luz mortecina del
crepúsculo; paren mujeres niños hinchados y obesos; un Dios, tapizado en
proclamas publicitarias, ríe en un sillón, con las piernas abiertas; la música que
entonan las cafeteras desde sus fogones es poderosa y risueña, y por venir sobre
todo ello, inabarcable, se suma una nube grumosa que trae en su movimiento un
ronquido hondo de terror cinematográfico. ¡La estampa está completa! ¡Es la Ley
enorme quién la lleva! Dulce nana. Atraparla quiero. Esta otra, quejumbrosa, me
atemoriza. La nana tranquilizadora de la razón, con su letanía lenta, muy lenta. Esa
es la que quiero. Y sin embargo, antes de nacer, ya está muerta. En el juego de un
tramposo siempre gana el mismo. Yo lo sé. No soy de sueños. ¡Me atengo! Si no
fuera aún joven nada dudaría. ¿Qué podría saber yo en mis tierras, antes de ser
obligado a partir, de ladrones, de asesinos, de este mundo exento de leyendas? Aquí
se juega con el mazo, en uno y otro bando. Y al mazo vamos. Eso estoy
aprendiendo. Me dicen que soy el hombre de la ley, ¿habrá algo más etéreo? Ser,
que así conste, un semidios. Eso es lo que aprendo.

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(Dicho esto, el policía se queda inmóvil, pétreo. Ahora es Almudena quien
responde, evanescente, con su soliloquio)

ALMUDENA.

El día, de momento, es radiante. O no tanto. Es austero. Los soles de


siempre están ahí; los apolos y los carros están ahí. Una meadita caliente que ese
perro, en la farola, expulsa, es este día. Terrazitas, cochecitos, muchos cochecitos;
cinco veces más gente, todos ellos, titilantes, son este día corriente. Y yo; yo camino
a la visión pululante de mi flequillo, en brillantes líneas sobre el paisaje. Miro a la
gente, sus rostros, oh, sí, sonrientes. Tam-tam, paso tras paso. Un quejido, un aroma,
más tarde, de repente, un pequeño parque. Y me deleito, un segundo, antes de
fustigarme con una queja más, inofensiva, inalcanzable en el olvido. Pensamientos
furiosos, lascivos, certeros, baten el polvillo de las aceras, y todas estas cositas,
también, son este día. Pero entonces, ahora, oigo, y de repente, veo un rostro que se
gira sombrío y me muestra un ligero viento que, levantándose, ahora se hace
presente. Es fresco, tiene un olor denso y silvestre. Me dice al oído cosas extrañas,
palabras sin sentido. Un presentimiento. Una sospecha. La luz se apaga, cubre a los
apolos una enorme vaca grisácea trashumante de la India. Y, con todo, sigue siendo
este día. Los perros agachan las orejas y esto se rumorea entre las terrazas. Sigue
siendo el día y una gota tropieza en mi mejilla, pero no quiero verla. Finalmente,
incontestable, cae la lluvia.

(pausa larga, contenida)

Aquí, en este agujero construido bajo el suelo, aún con la ciudad por
encima, acaba de llegar ese viento fresco de mi poética expansión, y sospecho, que

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la lluvia, esa misma, caerá pronto, si no está cayendo ya. (pausa) Así habla mi
sospecha.

(Almudena, como el policía, se queda inmóvil. Entonces, lentamente, disminuye la


luz que les ilumina mientras se ve iluminada, poco a poco, Coral)

CORAL (desdeñosa)

Aún no creo que tenga que oír a tamañas plañideras. Expresiones vagas
de vuestros miedos son esas palabras. Caprichos. Estáis hechos de vaguedad y corta
anunciación. Ambos lo estáis. La fibra de vuestra arpa tiembla pero no suena.
Pretendéis cuanto deseáis y no veis, en primer lugar, lo que os rodea. No veo aquí
libros hermosos ni orinales de diseño. Hablad, seguid sollozando vuestra dádiva
contenida entre celofanes. Lo que es a mi, no me engañáis. Todo lo queréis, eso os
pasa. ¿Queréis que os diga quién os ha enseñado? Los orines, con su olor, pasan por
más agradables. Frente a ellos, yo, justamente, soy quien pone la luz. Y sin embargo
poco os queda para entender algo de lo que sucede. Una estudiante y un joven
policía, ¿qué sabrán ellos de este mar de agua y de madera? Sospechan, sólo
sospechan. ¿Cuándo constatarán? ¿Qué esperan de una cárcel? De verdad, ¿qué
esperan? Pero cuidado, oigo algo. El inspector se acerca. En fin. Puesto que no
tengo dónde ir, veré lo que suceda.

TEMPLADO (acercándose con misterio)

Uhm… Se me antoja alboroto esta noche. La camarera los debe tener, a


todos, revolucionados. Se nota en el ánimo. Aquí hay metida una chica bonita e
inocente. Desde la entrada a los calabozos ya puede olerse; carne fresca, como de

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sudor espolvoreado con talco. Un ligero átomo se percibe silbando en el ambiente,
realmente débil.

(pausa)

Esta bién señorita. Acompáñeme para que podamos tomarle


declaración.

(Almudena, al oírle, cree haber estado en lo cierto, y le mira alegre y aliviada. Era
lo esperado, y aún habiéndolo dudado por un momento, nada de esto le importa,
pues se ha visto recompensada su fe en la lógica del inocente)

ALMUDENA.

Lo sabía. Estaba en lo cierto. Es como despertar y decir: “No lo


recuerdo”

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ACTO TERCERO
ESCENA I

(Frente a una mesa se encuentra ALMUDENA, con la cabeza ladeada hacia un


lado, donde se supone está la puerta. El inspector llegará de un momento a otro
para hacerle unas preguntas como parte de su declaración sobre lo ocurrido. Ella,
en ese espacio de tiempo, en esa inminencia, piensa cuál que debe ser su respuesta,
mientras duda hasta que punto decir la verdad, por no verse comprometida)

ALMUDENA
Aquí estoy, al fin, tal y como esperaba, frente a este dictamen de
hechos que concluirán con esta equivocación de la que he sido objeto. En unos
momentos estaré bajo esa noche de aire libre que por momentos tanto he añorado.
Los edificios, levantándose inclinados, me saludarán con reverencia, dando, a esta
experiencia, un sentido loco y abstracto. Qué amarga experiencia. Como la herida
que se enfría, ahora siento su pinchazo. Como el fin de la jornada para el caminante
que hace caminos largos. Es la lógica de las cosas tal y como deben. Es el suspiro
final de la victoria que sufrió una pequeña falta en su fe, y que ahora, al fin, sufrida,
se apacigua y abre los cielos. ¿Qué diré? ¿La verdad? Guardar en mí los hechos que
me incriminan igual que los que no lo hacen. Arramblar con las buenas conductas.
¿No es este sitio el adecuado? Ver lo que no he visto, ver a medias o negar una
visión. Juego el farol de mi apariencia. Juego la virtud de mi casta. Eso es lo que
esperan.
Ya viene. Ya llega. ¿Qué le diré? Yo sólo trabajaba. ¿Se lo digo? ¿No
sería de mal gusto? Si por sincera se asustasen hasta el punto de creer que, habiendo
o no tenido algo que ver, es bien para el mundo, mantenerme encerrada. Tamaño
disparate sería atómico. Más vale otra verdad, igual de sincera, honrada, clara,
incluso cierta. Así pues no me queda otra cosa que mentir, sin excesos y en
conveniencia, que lo contrario es enfermizo. ¿Ver? Nada, nada. Aire, y si apenas.

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¿Clientes?, de soslayo. ¿Negocios bajo mano?, ¿a qué santo? Que algo intuía, que
algo podría haber oído, e incluso sospechado, pero hechos, al claro, ninguno. Que
todavía, que yo sepa, no se apresa por intuición. Claro está que con coartada
adecuada, y buena apariencia, en este mundo, por lo alto, se llega hasta la
presidencia. ¡Pero silencio! Ahí llega. Sé dura, sé mansa, más importante aún, sé
neutra.

TEMPLADO (Se acerca hasta la mesa y toma asiento sin decir palabra. A
continuación revisa fugazmente los objetos que hay sobre la mesa. Revisa sus
papeles y los aparta, contrariado)

Estos papeles… Estos datos. Me dan gato, pies de liebre, sin saber,
caterva de incompetentes, oficinistas de cabina, ni que es un policía, ni que es un
delincuente. Dolores de cabeza me dan estos tristes indelebles a quienes tengo a mi
cargo. Llena más el uniforme que el cuerpo, y si me avengo a lo que pienso, son
menos profesionales en su trabajo que los ladrones desmontados que apenas sin
pretenderlo, alargando la mano, sin querer, despistado, prendo.

ALMUDENA.

Le diría algo, pero no se el qué.

TEMPLADO

No digas nada. Siéntete afortunada por no sufrir en tus profesiones de


los caprichos del gentío, de sus manos mecánicas, de su mirada estrávica, de su
tremendo hastío. Mi carácter se agria cuando cae la leche caduca de sus actos sobre
el cuenco límpido de mi trabajo. Charcos de aceite sobre el asfalto una vez el coche

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salió, eso es lo que son. Nada que ver conmigo. Donde yo planto semillas fértiles,
ellos dejan caer refrescos con que regar la simiente.

ALMUDENA. (cínica)

Pues siendo la suya mala, en peor situación me encuentro yo.

TEMPLADO (sin mirar directamente a ALMUDENA. Con indiferencia,


controlando la situación)

Me pareció escuchar algo, pero no puede ser. En todo caso, si así fuese,
a quién hubiese abierto la boca le aconsejaría cerrarla, o mejor aún, tapiarla.

ALMUDENA.

Le oigo, le oigo bien, pero ¿qué quiere que le diga? Estoy a su


merced… Una ruedecita pequeña soy en un gran mecanismo. Digo desvaríos,
pero es que un temor me acompaña. ¡Ay padrecito mío, si me comprendiese,
yo sólo le pediría la redención ante su ojo justo!

TEMPLADO
Si eres inocente nada tendrás que temer. De momento explícame que
hacías esta noche en ese lugar.

ALMUDENA

¡Vaya! Pues trabajar. ¿Qué si no? ¿Esto es todo lo que quieren de mí?

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TEMPLADO (resoplando)

Maldita noche de perros. Venga, dime a que te dedicabas entonces.

ALMUDENA

¿Pues no le he dicho que soy camarera? Sirvo copas, y entretanto


espanto proposiciones deshonestas.

TEMPLADO

Eso es lo que yo quiero saber. ¿Qué tipo de proposiciones?

ALMUDENA

De las que, por restarle disgustos, a mi novio mejor no le cuento. De las


que disponen tipos borrachos a las tantas de la madrugada: chulerías, desahogos,
insolencias y desprecios. Proposiciones de esas que en definitiva, no pagan mi
sueldo

TEMPLADO

¿Y vas a decirme que entre todo eso no sabías nada de los negocios que
se manejaba tu dueño?

ALMUDENA

¿Qué dueño? ¿Mi jefe? Un porro a veces le veía, que se hacía tras la
barra.

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TEMPLADO

Pero si verías los cambios de mano que se hacían en ese local.

ALMUDENA

Lo más que vi, cuando tocaba cerrar, eran las bolsitas vacías que en los
lavabos, a última hora, me tocaba a mí limpiar.

TEMPLADO (Pasándose la mano por la cara)

Venga Almudena. Si es por tu bien. No tienes más que decirme lo que


hayas visto mientras trabajabas y podrás salir esta misma noche. ¿A quién quieres
proteger?

ALMUDENA

Le repito que no sé nada más que lo que le he dicho, ni vi otra cosa que
las que se ven en cualquier local de la ciudad.

TEMPLADO (Hay una pausa mientras el inspector apunta algo en sus notas.
Luego resopla, viendo que no queda más que hacer y que es inútil continuar con
esa actitud)

Maldita noche de perros. Bueno, ya está bien. Óyeme bien lo que digo,
si eso te vale de algo: no tienes aspecto de ser culpable.

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ALMUDENA. (arriesgada)

¡Vaya! A buenas horas.

TEMPLADO (que la mira callando una respuesta con resignado cansancio)

Mejor vamos a terminar con esto de una vez, antes de que mi gruñona
decrepitud se encuentre con tu orgullo de juventud impetuosa.

ALMUDENA.

Eso está bien, porque yo también siento que es probable, y no quisiera


meter la pata, cuando yo misma dependo de ello.

TEMPLADO

Está bien. Pero ahora escúchame y acabemos cuanto antes.

ALMUDENA

¡Vaya! Se diría que hoy todos tenemos prisas.

TEMPLADO

A fin de cuentas soy yo quien debe estar aquí todas las noches.
(ALMUDENA asiente con una sonrisa) Ya sé que los facilitaste antes, pero si te
parece acabaremos de nuevo con tus datos. ¿Te parece si empezamos con tu
nombre?

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ALMUDENA. (Aliviada)

¿Cómo? ¿Será verdad que todo ha acabado? Mira que lo decía yo. ¿Mi
nombre? Claro que no. Mi nombre es Almudena Aguilar Cárceles.

TEMPLADO

Bastante propio. Continúe.

ALMUDENA

Vivo en la Avda. poeta Antonio Tiznones, número 2, puerta 40.

TEMPLADO

Ajá, entiendo. Buen escritor…

ALMUDENA

¿Cómo? Ah sí, sí…

TEMPLADO

Claro, eso digo. Algo he leído suyo, ¿tú no? Un poco denso, un tanto
rollero, pero de efectivo placer.

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ALMUDENA

No sé. Quizás dice usted palabras muy sabias que yo no logro ver. Pero
continúe usted, continúe, que a mí ya me da todo lo mismo.

TEMPLADO

Si yo te dijera lo que sé, llorarías varias noches de susto. No queda


mucho para que en mis entrañas de viejo crezca el fruto maduro de la muerte. En tal
caso es mucho lo que me da asco. Es la ventaja del anciano. No diré más. Con los
años, con el fin a la vista cercano, me gusto en mi mal genio y aborrezco sin censura
lo que la razón, pedregosa, ha cincelado al gusto de mi arte etéreo y sin forma.

ALMUDENA.

A mí, con que me deje libre, y con la moral intacta.

TEMPLADO

A ti, guapa, rica, tal vez te deje marchar con la fina educación de un
señor de mi valía, si el juez cree que lo mereces, y sólo si él lo cree. Con mi honra
puedo hacerte un sayo, con mi criterio sabio unas alpargatas de grueso esparto, pero
aquí quién abre la última puerta es otro. Si lo mereces, y sólo si lo mereces.

ALMUDENA.

Así pues aún no está todo claro. ¿No me acaba usted de decir que
habíamos acabado?

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TEMPLADO

Mucho te has apresurado. Cómo te digo, sólo está dado un paso. Ahora
dime, ¿cuán incauta fuiste para meterte en tal agujero?

ALMUDENA. (desolada)

La lombriz se ve en las aceras, y la onda se quiebra en los tendederos.


Qué se yo. ¡Pues allí estaba!

TEMPLADO

Uhm…. Ya veo. La virtud, niña, la virtud. Eso es lo más necesario.

ALMUDENA.

¿Acaso hablas como un padre? Así pues, tras los gruñidos, sólo falta
que me instruyas.

TEMPLADO

Y que te proteja. Pues escucha lo que digo. Ya he llamado al abogado,


que al punto está por llegar. Aún sigues siendo culpable, no lo olvides, aunque yo te
deseo ayudar. Mi oficio se da entre bares de mala gente, de parados, de borrachos,
de indecentes. Tú sobras en todo esto, es cierto, pero no todavía.

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ALMUDENA (escuchándole atentamente)

Haré lo que dice, si es lo que me conviene. Yo sólo quiero una cosa: ser
libre. Me basta con eso. Ya la alegría me vuelve embargar en forma que no cabe en
mis palabras, si es verdad lo que parece. Ya le decía yo al venir a esa medio mujer
que esto ocurriría, que era de los profesionales como usted de donde cabía esperar
algo del buen juicio que reclamaba. Sólo temí por un momento que así no fuera. Ya
está por venir, me decía, la lógica enredadera por las paredes de la injusticia; liosa,
continua, quebrada, a la luz de la verdad, a la sazón de los hechos, al olor de mi
virginidad, a la letanía de la inocencia; muy pronto, muy pronto, muy pronto. Si no
está ya aquí.

TEMPLADO

Tan viciada, y a la vez, tan inocente. ¿Creías que una vez aquí dentro
nada te iba a amparar? ¿No tienes fe en la Justicia, chiquilla, o en la Administración,
o en toda la maraña civil que te acoge en su abrazo mullido? ¿Creíste que al entrar
quedabas aislada? ¡Ay, te mereces un tirón de orejas por descreída! No bien entró tu
nombre a formar parte de nuestro sistema, cuando, como un impulso nervioso,
idealmente, este estímulo recorrió cadenas de información, que directores precisos
de los datos manipularon como expertos cirujanos, hasta dar con todas las
actuaciones necesarias.

ALMUDENA.

No. No puede ser. Si bien lo creía, es cierto también que dudaba.

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TEMPLADO

Pues cree. Y cree bien. Escucha lo que te digo. Ya tu familia está


avisada; un abogado serio y experimentado te ha sido asignado; el juez, con alegría
y alborozo, se ha visto levantado de su cama.

ALMUDENA.

No es posible. Todo lo esperado, de alguna forma extraña, está


ocurriendo tal cuál imaginé en mis mejores sueños. Ahora me doy cuenta que toda
la queja es un mal vicio que debí soportar de infames escépticos y alcahuetas de
malos hábitos.

(Entra el abogado, vestido de manera impecable y con una expresión de sagacidad


en su rostro, penetrando con convicción y agitado como un pájaro encerrado en
una habitación que revolotea en busca de la salida. Le sigue la madre de
Almudena, mucho más apurada, histérica en sus maneras y casi sollozante.
Madraza chillona. Se suceden desde aquí los diálogos con cierta cadencia caótica e
histriónica)

ABOGADO

¡Ya está aquí el cenicero en que todos quieren aguar sus cenizas! ¡Ya
está aquí el pájaro negro que revolotea furibundo en los techos de las salas! ¡Ya está
aquí la institutriz lésbica que acuna a los hijos de la Justicia! ¡Ea! ¡Ya está aquí el
abogado!

ALMUDENA.

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Esta algarabía; esta truculenta saciedad de exaltaciones; ¿quién es?

TEMPLADO

Por lo jocoso suena un bufón, por lo vanidoso, un hermano mayor; pero


esa maniquea manipulación de la oratoria, si no es de político, sólo queda una
opción. Es el letrado.

MADRE

Nubes de algodón, grisáceo, se extendían en mis sueños, cuando una


llamada telefónica sonó. En un segundo, ¿no había yo visto unas tinieblas agitadas?
Al punto se hicieron manifiestas mis intuiciones. ¡Hija! ¡Hija mía! ¿Qué mal
designio te trajo aquí en tan malas horas? ¿Acaso te acompañaba un diablo?
¿Dónde? ¿A qué santo iba contigo?

ALMUDENA.

Nada, madre. Una terrible confusión.

MADRE

Ese terror lo llevo yo dentro desde que escuché esa voz hecha de hilos
quebrados.

ALMUDENA.

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No te apures que el error está a fin de ser enmendado. No bien me lo
decía este caballero cuando entrabais vosotros. Dime madre: ¿De verdad es este el
abogado?

MADRE

¿Acaso no lo ves danzarín y envalentonado?

ALMUDENA.

Eso no lo dudo. Aunque puede que el abogado siempre venga


acompañado de una cierta decepción.

MADRE

Es cosa del terror, que nubla hasta hacerse querer.

TEMPLADO

Tu madre está en lo cierto. ¡Cuántos no habré visto derrumbarse justo


en la antesala que precede a su libertad!

ALMUDENA.

Entonces no puede ser otra cosa. ¿Pero acaso no se turbó también


usted?

TEMPLADO

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Es cosa normal. Un caso aparte. A mí siempre me incomodan los
abogados.

ABOGADO

¡Ah, compañero! ¿No estamos ambos del mismo lado?

TEMPLADO

Yo diría en la misma frontera.

ABOGADO

¡Pues quede así dicho! ¡En la misma frontera! (Girándose hacia


Almudena) Almudena, ¿así te llamas? Qué los dioses te protejan, qué los niños, los
infantes, sean clementes con sus burlas. No debes extrañarte. Fue tu madre quien me
llamó sabiendo que mi teléfono está siempre en vela. Letrado Martínez, para
servirte.

ALMUDENA. (Aparte, confundida)

Una extraña mezcla de sinsentidos se confunde con mi reciente alegría.


Jamás había escuchado, entre tanta fanfarria, mi nombre incluso; cuando menos
veces aún venía acompañado de tamaña incursión en mi intimidad por parte de un
desconocido, al que, por poco, pareciera que debo besar como a un hermano
adoptado.

MADRE

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¿Pero no te alegras al vernos?

ALMUDENA.

¡Ay madre! A mí, entre los giros de esta noche rusa, se me ha caído
más de un buen juicio.

MADRE

Detente y no te preocupes hija. Bien pronto ni recordaremos lo


sucedido

ALMUDENA

¿Yo tampoco lo haré? ¿Tú crees madre? ¿Con tanto extraño, con este
lío? Dímelo otra vez para que me convenza.

(La madre, que se le había acercado, se retira ligeramente y guarda un momento de


silencio para dotar de mayor veracidad a su siguiente sentencia. A partir de aquí, y
hasta que se indica lo contrario, viene a darse una conversación cruzada entre el
abogado y el inspector, a la vez que se produce entre madre e hija. De este modo,
aún sucediéndose las intervenciones en el orden dispuesto aquí, los diálogos, en
tanto al punto de vista “apelación-respuesta”, se comprenden de forma
intercalada. Este efecto buscará la situación jocosa y caótica propia del enredo
teatral)

ABOGADO (Así pues, a Templado)

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¿Se da usted cuenta inspector? ¿Será posible que entienda entre estos
sentimientos alguno que se asemeje a la pasta cruel y viciada a la que estamos
tristemente acostumbrados?

(Templado sonríe con malicia al abogado)

MADRE

Yo ya ni lo recuerdo.

(Almudena se abraza a su madre)

TEMPLADO

No recuerdo haberle visto a usted en toda la noche, letrado, para que


venga tan resabido.

ALMUDENA.

Siendo así no me doy por satisfecha, pero ahora, aquí, mi ánimo es otro,
y ya nada cuenta. Sin embargo… ( se gira alicaída)

ABOGADO

¿Me dice entonces que el pasado no cuenta? En otras noches, en


cambio, si que estuve.

(El abogado debe haberse situado de manera que en perspectiva se encuentra


frente a la madre de Almudena, cuando en realidad está en otro plano, junto al

54
inspector. Se busca dar la impresión visual de que ha continuación es al abogado a
quién la madre extiende sus brazos, a los que en realidad acudirá Almudena. En
todo caso se busca la confusión, y cualquier otro recurso vale, el mismo
movimiento de los actores, por ejemplo)

MADRE

¡Calla! ¡No hables más! ¡Regresa a estos brazos de los que jamás
debiste alejarte, criatura!

(Y se acerca a abrazar a Almudena, confundiéndose en el momento con la


apariencia de que va a abrazar al abogado)

TEMPLADO

En verdad fueron más días; pero entiendo que el don de la oportunidad


sólo es aplicable a las apariciones de los esporádicos como usted.

ABOGADO

Las gracias, en todo caso.

ALMUDENA.

Está bien, está bien. ¡Madre, madre! Nada me sucedió. Ahora sólo
quiero salir de aquí cuanto antes.

(Aquí acaba el juego de enredos con la advertencia que hace el inspector Templado
en relación del juego que acabamos de ver)

55
TEMPLADO

Aquí, entre unos y otros, me estáis liando. Tened cuidado que no acabe
aún el abogado con el novio, la madre frente al juez, y yo, con la muchacha por
vigilante, metido en el calabozo.

ABOGADO

Yo, por mí, lo tengo claro.

TEMPLADO

Yo también, de a poco.

ALMUDENA.

Pues a mí no me miréis.

(Miran todos a la madre)

MADRE (timorata)

A mí es que aún no me quedó claro.

ABOGADO

56
Acabáramos. Que ahora, entre la confusión que quiere instruir y la
condena que se anticipa recelosa, es la madre quien la quiere ver presa. Yo me voy a
buscar una solución, antes que el error se agrande.

(Y sale raudo de la escena)

TEMPLADO

A mi me traen locos entre unos y otros. Si la madre desconfía, ¿qué no


haré yo? ¡Almudena, hija mía! ¡Siéntate y escucha a tu madre!

ALMUDENA.

¡Ay madre! ¿A qué vienen tus dudas? ¿Es que no crees en mi


inocencia?

MADRE

No es eso hija. No es eso. ¿Pero que madre sabe lo que hacen sus hijos
a solas? Al final, la confianza de quien cree conocer, ¿cuántas veces no se habrá
visto truncada?

ALMUDENA.

¡Madre! ¿Cómo puedes hablar de esa forma!

TEMPLADO

57
No escuches. No tienes más que hacer caso a la promesa que te hice.
Tampoco es la primera vez que me ocurre esto. La mente de los madres, paranoica,
acaba por acusar incluso allá donde el juez firmó sentencia favorable.

ABOGADO (Apareciendo suplicante ante la entrada, de espaldas a los asistentes,


reclamando a alguien)

Si hace el favor de entrar, le presentaré a la acusada.

TEMPLADO

¿Ya está aquí el juez? Yo, en tal caso, le haré caso a aquél, y no a otro.

ALMUDENA.

Ha de deshacerse este entuerto de un único modo. La verdad entra por


la puerta, seguida, muy pegada, de la Justicia.

JUEZ (Al abogado)

Buenas noches a todos. Ya veo que me esperaban.

MADRE

¿A quién si no? Y con ansia que lo hacíamos. Todas las palabras me


resultan traviesas, pero las suyas… las suyas, señoría, son pesadas y totémicas como
la melodía de una mandolina de metal bruñido. Es usted lo más parecido al Mesías.

TEMPLADO

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Es divertido oírla decir eso. Sin duda lo es, aunque aquí, no es que se
procese una fe que se sacie con excesos, pero se tiene claro el cariz vibrante con que
nuestro Dios particular juega al balancín, preso a preso, preso a preso.

JUEZ

En tal caso, viéndoos dispuestos, os pido que os sentéis aquí, a mi


alrededor, y me confeséis vuestros pecados.

ALMUDENA.

Pero yo no soy creyente, señoría.

ABOGADO

(A Almudena, reprendiéndola con disimulo con un estirón del brazo)


Calla, qué dices. Tú, ante la ley, no seas nada que no diga la seria señora. Ante la
duda, te aconsejo, si no quieres tener problemas donde ya los había antes, que
mantengas cerrada tu boca. (Al juez) Es legal no serlo, señoría, digo yo.

JUEZ

¿Qué dices tú? Dejad de preocuparos, y sentaos, que yo soy el que ha


venido justamente a escucharos, y a dictar sentencia con justa medida de vuestros
hechos.

MADRE (A Almudena)

59
Siéntate como te dicen y haz caso al abogado, que cuando la máquina
no funcione, el siempre sabrá donde pegar la patada. Así pues, calla y no menciones
opiniones en balde, que esto no es una comida de domingo.

ABOGADO

Haz justo lo que dice tu madre, y saldrás bien parada.

ALMUDENA. (Desvariando dentro del contexto histriónico del acto, y en sí, de la


obra)

¿Qué gota cae inesperada en medio de la noche? ¿Quién oigo subir por
el ascensor, desde mi habitación, cuando ya las casas se han cerrado de sombras?
Perros esqueléticos husmean los rincones de esta casa iluminada. ¿No los oigo a lo
lejos? ¿No susurran sus hocicos, arrastrándose, ansiosos, sobre el suelo? Creerán
que aquí hay hueso que roer cuando ya llegó, desvelada de sus sueños, la señora
Justicia. Sus ojos me arrebatan una ilusión transparente, diáfana, impaciente. Ya esta
aquí la Justicia, enlutada de sombras, y aún, bajo su toga, siento el calor de su sexo,
y huelo el amor que desprende.

MADRE

¿Qué desvaríos pronuncias, hija mía?

ALMUDENA.

Yo sólo trataba de ser inocente.

TEMPLADO

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Calla y no digas más.

ALMUDENA. (A Templado)

Pero debe entenderme señor inspector. Que no hace ni un momento


usted me las prometía felices, y en un momento todo se ha complicado de manera
que aún no entiendo.

TEMPLADO (Hablándole con molestia de medio lado, hasta que se gira para
dejar su parlamento claro)

¿No te dije yo que saldrías de este lugar aún siendo de noche? ¿No te
prometí que, feliz, regresarías a los brazos de tu novio sin quebrantar su plácido
sueño? Esto que vez no son más que las sacudidas histéricas de la gordinflona
burocracia que sube la escalera, resoplando, subiéndose la falda y se cimbrea,
abierta de patas, y sin embargo se hace necesaria. Sentémonos a la mesa, pasemos el
mal trago, y al final de todo esto, regresaremos a nuestras casas con fatigada
satisfacción.

ALMUDENA.

Qué aliviantes resultan siempre sus palabras. Aquí son las únicas que
me dan consuelo.

TEMPLADO (Altanero. Solemne. Tomando las riendas. Padre que socorre a su


hija. Caballero que cuida de la dama)

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Está bien señoría. Todo está listo. Empecemos. ¿Qué reclama?

JUEZ

De momento un poco de agua, que, a estas horas, hasta la Justicia se


atraganta.

ABOGADO

¡Agua para el juez! Eso está hecho, y además, es cosa mía.

JUEZ

Mientras tanto aquí se habla, ustedes madre e hija, déjennos solos, que
podamos ser neutros y rigurosos; que no nos mueva la compasión y podamos ser
sinceros. En definitiva, que podamos ser justos.

MADRE (Mientras salen, la madre caminando hacia atrás y arrastrando a su


confundida hija)

Aquí, aquí mismito, en la misma puerta esperaremos que nos llamen.


No se preocupe. Ya salimos. Aquí, aquí mismo estaremos.

ESCENA II

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(En que se han quedado solos el Juez, el Abogado, que le sirve agua, y el Inspector,
que se sienta con un gesto de cansancio mientras mira la hora. El inspector, por
demostrar su estatus y compadrarse con el juez, habla con tono cansado, caminado,
de viejo resquemado)

TEMPLADO

Venga señoría. A ver si acabamos con esto de una vez por todas.

JUEZ (Poniendo de inmediato al inspector en su lugar, con una mano en la oreja,


como si hubiese escuchado algo)

¿Qué voces oigo? ¿Qué quejas? ¿Qué lamentos? ¿Serán golondrinas


negras, con cabeza de hiena, que chillan en la sabana oscura de la noche
cosmopolita, o tal vez murciélagos chatos que revolotean en este agujero, en busca
de la salida? (Directo, al inspector) ¿Qué dices, desgraciado, cuando fue a mí a
quién levantaron de la cama en tan inoportunas horas?

TEMPLADO (Achantándose disgustado)

Qué tiemblen las telarañas de mi orgullo, pues tiene usted razón, y


aunque no me guste oírle hablarme así, en definitiva, ¿quién soy yo?

JUEZ

¿Comparado conmigo?

TEMPLADO

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¡No, por Dios! ¡Nunca!

ABOGADO

Caballeros, caballeros. Seamos fieles a la reputación de que somos


emblemas.

JUEZ

Deja de joder, vieja urraca. Ya nadie nos ve y no hay porqué fingir.


¡Qué salga el espíritu humano allá donde la abstracción de nuestros cargos deja de
ser útil como máscara! A ti, abogado, es a quién más aborrezco.

ABOGADO

¡Agua! ¡Agua para su señoría! Y un cuenco de noche, esmaltado de


loza blanca, para el resto, que esto, también, es cosa mía.

JUEZ

Hechos, y concisos. La noche es larga, y mi tarea no está aquí, sino en


mi lecho mullido.

TEMPLADO

64
Con mucho gusto, como le decía, haré lo que manda. ¿Leyó mi
informe?

JUEZ

Lo de apurar diligentemente malos textos se lo dejo a los aspirantes a


escritor. A mí me bastó una línea para desechar el suyo. Yo sólo quiero saber si esta
muchacha tiene algo que ver en todo este alboroto.

TEMPLADO

¿Se refiere al tráfico de estupefacientes? Nada, nada que ver. Con ver
su cara, para mí, fue suficiente.

ABOGADO

Tampoco sería la primera vez que un ángel esconde a un demonio. Lo


mismo podría decirse de Dorian, y ya ve usted como acabó.

TEMPLADO

¿Qué dices tú ahora, que a todos los oídos chirrías? ¿No deberías estar
de mi parte?

ABOGADO

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Terrible, terrible. Es cierto. Pero es que entre acusar a inocentes y
defender a culpables, a veces me confundo de papeles. Diga usted que sí, inspector,
experimentado y sabio inspector. ¿Qué mal cabría en ese rostro de cabritilla torpe
que se tambalea ahí afuera bajo el vientre de su madre?

JUEZ

¡Silencio! Si por mí fuera sería a vosotros a quiénes pondría a la sombra


de la bombilla que enmudece esos calabozos.

TEMPLADO (A un lado, en confidencia con el público)

Si así ocurriera, y si la Justicia existiera, usted, al hacerlo, por despiste,


cerraría desde dentro.

JUEZ

¿Cómo dice?

TEMPLADO

Nada. Nada. Que sin duda no tiene que ver en este asunto. El mismo
acusado, su mismo jefe, me dijo que ella nada sabía de lo que sucedía entre
bambalinas de ese local.

JUEZ

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¡Abrase visto tamaño disparate! La primera vez que observo un gesto
de consideración en un culpable consabido.

TEMPLADO

Justo los consabidos son los que, con todo perdido, buscan en sus
gestos la menor redención.

JUEZ

¿Y dónde quedó aquello de que, si yo caigo, caen todos conmigo?

TEMPLADO

Eso quedó en las oficinas de las multinacionales.

JUEZ

Ya veo, ya veo. Así pues, el tema parece claro.

TEMPLADO

Todo lo clara que puede quedar el agua si le quitas las sales, los
minerales, los sulfatos…

ABOGADO

Intrínseco, eso es intrínseco, e irrelevante. Que se haga constar.

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TEMPLADO

Así que… ¿si no es por intrínseca? La blanca jofaina está llena de agua,
pero ni hierve, ni es efervescente. ¿Qué hará usted entonces?

ABOGADO

Oigan ustedes, les veo y pienso… ¿se me necesita para algo?

JUEZ

Inspector, al menos cabría la posibilidad de ser útil en tanto a


información se habla.

TEMPLADO

Tanto como una ballena de lo que se cuece en las discotecas.

ABOGADO

Pues yo, visto el caso que se me procesa, cantaré una canción. Hay una
que me enseñaron siendo niño y que decía algo así:

(recitando)

Viene la luz, lucerita mía,


para que no temas a los goteos perdidos

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del grifo mal cerrado,
subida a lomos de una estrofa pequeñita, pequeñita.

Pero si aún así temes,


si aún crees que duerme alguien bajo tu cama
a la espera del anzuelo que hay en tus deditos.
Ven; cabecita algodonada,
saca tu mano y verás los peces
brillar, al final de esta poesía acongojada.

JUEZ

No quisiera ser engañado por una cándida apariencia, pero si así lo dice
usted, mejor será que quede dicho de esa forma, y que vuelva yo a mi casa, límpida
y transparente. Tan inocua y pulcra como imparcial. Así debe ser para un juez.
Deontológicamente.

TEMPLADO

Quede usted tranquilo, si no por lo dicho, por lo siguiente: si nos


equivocamos tendremos, seguro, opción de rectificar; que los peces, los pájaros y
los delincuentes, de año en año, desde antaño, siguen, de memoria, las mismas
corrientes, y así, de esa forma, si es culpable acabará por venir a desovar entre estas
rejas más tarde, o más temprano.

JUEZ

¿Quién dijo eso?

69
TEMPLADO

Lo dijo Darwin.

ABOGADO

Ese es el de la evolución. Cuanto camino traería aquel hombre con sus


ideas, que hasta este lugar, ya ven ustedes, ha llegado con el tiempo.

TEMPLADO

Al fín y al cabo la ley de la evolución es la de la vida, junto a la muerte.


Un paso, y luego otro, eso sí, que por lógica será el consecuente.

JUEZ

Uno más uno, dos; si no entiendo mal.

TEMPLADO

Es una cuestión de eficiencia.

ABOGADO

No veo yo la validez de eso que dice en el mal uso de la vida que


hacemos todos.

70
TEMPLADO

Si al final morimos, entonces fuimos eficientes.

JUEZ

Qué enrevesado. Pero mira que es interesante. Más nos valdría zanjar
esta cuestión, y, marchando a un bar, continuar con esta conversación entre copas, a
lo bohemio.

TEMPLADO

¿No quería volver usted a su cama?

JUEZ

Ya volveré.

TEMPLADO

Entonces no será necesario ir tan lejos. Aquí tenemos una cantina con
todo lo que desee.

JUEZ

¿Cómo? ¡Qué útil! ¿Tienen cantina en este lugar?

71
TEMPLADO

Cantina o supermercado, como quiera usted verlo. En el Almacén, junto


a decomisados.

JUEZ

¡Magnífico! Entonces no esperemos más y vayamos.

ABOGADO

¿Pero la acusada?

JUEZ

Ah, es cierto. Y mira quién lo dice. El aguafiestas, quise decir, el


abogado. Hagan pasar a la madre y a la hija, que a bien seguro estarán esperando
mis palabras. Rápido. Antes de que desaparezca esta regustillo que me sobrevino en
las narices, y que ya me hace vibrar la cabeza de pura desesperación.

ESCENA III

(Entran la madre y la hija con claras muestras de nerviosismo, ansiosas por


escuchar el veredicto del juez. Por ese motivo le miran, y por no causar
consecuencias indeseadas, no dicen palabra)

JUEZ

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Está bien. Liquidemos el asunto (pausa para dar paso a la lectura del
veredicto) Habiendo escuchado la información que a bien tuvo darme el inspector,
las objeciones del abogado, y recayendo sobre mí el peso del buen juicio, es de ley
que bajo todas estas premisas dicte lo siguiente…

ALMUDENA.

O dice inocente o me derrumbo aquí mismo. Ahora es cuando mis


convicciones cuajan en nata al fuego de mis creencias, de lo contrario será leche
cortada. Todo el peso de mi civilización descansa en este veredicto.

JUEZ

… declaro a la imputada… inocente.

(Hay una pausa a la espera de acontecimientos, de alguna luz diáfana que de


credibilidad al milagro, o de una melodía que le aporte solemnidad)

ALMUDENA. (derrumbándose de rodillas)

Aquí y ahora, todas las grandes ciudades que edifiqué en esta tierra
estéril se derrumban y desvanecen, y acontecen, en desastres apocalípticos, entre
rayos fornidos y poderosos, vientos huracanados y aludes de toda materia y forma
que arrasan, que destruyen, que asolan. Polvo somos y en polvo nos convertiremos,
y aún pensándolo, el polvo fue aire y en aire se ha convertido.

MADRE (Alzando los brazos en dirección al juez)

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¡Alegría de las alegrías! ¡As de todas las barajas! Llegas en socorro de
este mundo que se creyó, por un segundo, desamparado. La Inocencia, pues; la
mayor de las virtudes.

ALMUDENA.

¿Pero que dices madre? ¿Qué locura recayó en ti? ¿Acaso el peso
funesto de esta sentencia te enloqueció hasta tal punto de desvarío? El abogado,
enclenque, fue inútil. La promesa del inspector sonó perdida e incapaz. El juez,
Dios, vino a restituir la culpa. Ya sólo me falta que me sea dictada la penitencia,
sino es suficiente la vida.

JUEZ

Algún temor ensordeció sus oídos. ¿Pues no dicté tu Inocencia? ¿Qué


pena espera cumplir ahora? ¿La vida? Esa ya nos viene impuesta.

MADRE

¡Hija mía! Perdónate. Apiádate de ti misma. Oíste mal o no quisiste oír.


¿Qué confusión te aturde? No eres culpable de los cargos, que se han desvanecido
con tu ingenuidad.

ALMUDENA.

¿Cómo? Ahora si que no entiendo nada. ¿Soy inocente?

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TEMPLADO

¿Pues no lo sabías ya? Coge a tu madre y uníos a esta mesa de santos y


de futuros padres y hermanos.

MADRE

Deja que bese tu mano, abogado, que tus meritos bien merecerían más
que la vieja saliva de mi lengua.

ABOGADO

Con gusto la acojo sobre mi piel, aunque más peso darían a mi


complacencia, todo sea dicho, unas cuantas monedas en mi bolsillo.

MADRE

Allí te las pondré con gusto. Cuando de bienes de esta altura se habla,
el dinero, para la honra, es una limosna y no un precio.

ALMUDENA.

Esperad. Dejaros de alabanzas. ¿De verdad soy inocente? ¿Quién lo


dice?

JUEZ

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Yo. Yo lo digo. ¿Qué más te puede hacer falta?

ALMUDENA.

No es posible. Pero entonces, ¿qué sucedió para que no quisiera oírlo,


cuando son palabras tan dulces y melodiosas?

ABOGADO

Yo no es por decir, pero si decir quieres lo que a decir no te atreves, o


quisieras saber porque no dices lo que decir quisiste, conozco de un tipo de gente
que sin decir te dirá cuanto necesites.

ALMUDENA.

¿Qué galimatías es este, cuervo engominado? ¿Tratas de liarme con tus


tretas? No se de que clase de personas me hablas.

ABOGADO

No, no. No es un disparate. Hablo de unos que acometen la solución a


los problemas mediante el habla, y que tal vez puedan darte respuesta a porqué no
quieres coger la solución para dar fin a tus penas.

ALMUDENA.

¡Calla desgraciado! No interrumpas esta alegría primaveral con el


traqueteo de tu discurso. Madre, sólo de ti puedo creerlo. ¿De verdad soy inocente?
¿De verdad estoy, de nuevo, libre de culpas?

76
MADRE

Completamente. ¡Ven! ¡Abrázame!

ABOGADO (A un aparte)

Me pregunto quién quedó más descansada con la sentencia, la hija, o la


madre.

ALMUDENA.

¡Ay, terrible congoja de la duda! Pasé tanto miedo, madre mía. Por un
momento perdí la fe.

MADRE

A todos es lícito el hacerlo entre tanto despropósito. Pero ya todo pasó.

ALMUDENA.

Pero entiende lo que esto significa. Todo lo que una vez creí: la razón,
la justicia, apunto estuvo de derrumbarse. Un miedo mortal me hizo estremecer
hasta el punto de obnubilar mis sentidos, que a punto estuvieron de engañarme. Y
ahora, sin embargo, todo reluce y brilla, todo me hace ver que el mundo se mueve
sobre raíles bien engrasados. En un laberinto estuve perdida y un minotauro, no sé,
vino a indicarme la salida. Es el coche, que al final arranca en la mañana fría. Es un

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buena historia, que aún siendo aburrida tiene un buen final. Es un nudo fortuito que,
pese a todo, se deslía.

JUEZ

Viéndote, ya no sé que es más gratificante, encontrar un culpable, o


descubrir un inocente. No sé, no sé…

TEMPLADO

Dejémonos de chanzas. Como ya dije, la mesa está dispuesta.

(A partir de ahora se transmutan los papeles, y donde antes había un juez, ahora
habrá un niño. Y de igual forma el abogado será el hermano que lo cuida, el
inspector será el padre y el anfitrión, y todos ellos serán, a la vez, quienes
constituyan la familia de Almudena, de cuya madre ya hemos dado cuenta, y es de
todos conocida)

ABOGADO-HERMANO.

Pues yo quiero vino.

TEMPLADO-PADRE

En mi casa siempre lo hay.

JUEZ-NIÑO

Y yo…¿Podré divertirme?

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PADRE

Para ti he dispuesto un rinconcito aparte, para que juegues sin que nadie
te moleste. Letrado, llévale allí y atiende que sus caprichos sean cumplidos.

HERMANO

Pero el vino…

PADRE

Aquí te esperará. ¡Madre, rápido! Trae la mejor de nuestras botellas


para que no haya dudas. No escatimes tampoco en manjares. Prepara con cariño esta
comida de domingo y no te apures por el niño, que el letrado cuidará de él.

ALMUDENA. (mientras el abogado acompaña al juez a un rincón)

Yo te ayudaré a disponer la mesa, madre.

PADRE

Bien te ayuda la alegría a hacer las cosas como debes. ¿Cómo te


sientes, hija mía, después de lo ocurrido?

ALMUDENA.

Bien, padre. Pero aún me dura el susto en el cuerpo.

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PADRE

Así está bien. Algo aprenderás de todo ello, ¿no es cierto?

ALMUDENA.

De lo ocurrido algo aprendí


que nada tiene que ver conmigo.
Una justicia que es, te digo,
razonable y de final feliz.

PADRE

De todas formas ya te dije que no me gustaba nada aquel sitio en el que


trabajabas.

ALMUDENA.

Ahora es fácil decirlo, a vista de historiador, hacía atrás y pasadas las


consecuencias. Especuladores los hay del futuro y del pasado ¿Pero qué podía saber
yo de lo que allí ocurría?

HERMANO (Mientras le acerca juguetes al juez-niño)

Estuviste en los calabozos, ¿no es cierto? ¿Cómo eran?

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ALMUDENA.

Un retrete, un manicomio, unidos en un mismo lugar.


Un terrible locutorio, sin teléfono al que llamar.

MADRE

Ya todo pasó. Dejad de hablar de lo mismo.

HERMANO

¿Sabes de Alfonso, el hijo de Estrella, el sobrino de Mercedes? ¿El que


en la calle del estanco, vive en el quinto, C? Pues estuvo dos noches encerrado,
denunciado por su mujer, que no soportando males de cuernos, se aprovechó de esa
Ley que protege a la mujer, en virtud de la violencia de género, y que de los
hombres nada quiere oír. Es la nueva forma para desembarazarse de ellos, bajo
jurisprudencia de prejuicios y clichés.

MADRE (que sigue sirviendo la mesa, ayudada por ALMUDENA)

Algo haría el desgraciado. Imagino los golpes; esa mujer acorralada


contra la pared; acurrucada con la piel congelada como el vientre de un cetáceo.

HERMANO

Todo falsa expectativa violenta. Una cuestión de sobreprotección, de


alarmismo y de apariencia. Leyes, las digo, de televisión.

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ALMUDENA.

Bueno, bueno. ¿Pero que pasó?

HERMANO

¿Pues te parece poco motivo que lo encerraran sin razón? ¿No te


pasado a ti lo mismo? Al regresar, de su inocencia acomodada sólo quedó el susto.

PADRE

Déjala, que esta ya sólo sabe ver lo que le interesa. ¿Estarás tan ciega
ante tu suerte?

ALMUDENA.

¿Suerte? La Ley es justa. Todo quedaría arreglado, sin duda. Yo he


visto con mis propios ojos que la democracia, con sus pequeños inconvenientes,
actúa.

HERMANO (El niño le tira de la manga, reclamándole)

Déjate de pareceres. A mi lo que me interesa es el lado morboso del


asunto. Cuéntame, cuéntame. ¿Cómo era aquello?

MADRE

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¡No! ¡No más tonterías! ¡Atiende al chiquillo! ¿No ves que te reclama?

HERMANO

¿Y por qué debo cuidar yo de él?

PADRE

Tráeme una copa, hija mía, para que me sirva de ese vino dulzón. Y mi
navaja, ¡¿dónde está mi navaja?! Estos cuchillos inservibles de ahora sólo cortan
mantequilla.

MADRE

¡Tú sabrás donde la dejaste! La tendrás en tu chaqueta de campo, sucia


y llena de barro.

PADRE

Es que a los viejos nos gusta el sabor a tierra. ¿Por qué será?

MADRE

Será porque te criaste entre matas.

PADRE

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No sé, no sé, es que algo bajo el suelo me llama, ¿qué será? A mi se me
antojan que los gusanos, sobre sus rocas, cantan melodías dulces con un silbido
irresistible ¡Rápido! ¡Atadme a un mástil!

ALMUDENA. (Riendo, junto a la madre, que se gira por que no la vean)

¡Ay, padre! No continúes, que la risa me hará explotar.

PADRE

Desgraciada. Con lo que yo te di siempre. ¿Te ríes de mi desdicha,


desagradecida?

ALMUDENA.

Pues si vieras a Mamá como tiembla.

MADRE (Girándose, casi sin poder hablar debido a las risas)

Calla hija mía, calla. Pero que cosas dices. Este es un día para la
alegría.

PADRE

Así es. Mi hija estuvo presa, y mírala ahora, restituida.

ALMUDENA.

¿Y tú por qué no viniste a verme libre si tanto interés tenías?

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PADRE

Estando tu madre y el abogado, ¿para qué me querías?

HERMANO

Una fuente de rencillas, el rozamiento doloroso de unas placas


tectónicas; la familia, cada vez lo veo más claro. Yo no entiendo a nadie, cuando
quiero decir, sobretodo, que no entiendo que motiva estas discusiones. Reproches,
indirectas…, más se habla con la intención que con las palabras. ¿Es esto lo que se
llama literatura oscura? ¡Qué pesadez…! ¿Haréis el favor de callar, a ver si el niño
se cansa y deja que me siente a la mesa?

ALMUDENA.

Lo importante es que es un día de celebración y hay que celebrarlo.


Una comida de domingo es el mejor lugar para contar anécdotas, tras las comidas
copiosas de Navidad. Y hoy la mía merece toda nuestra atención.

MADRE

Qué mal lo pasamos. Si hubierais estado presentes…

HERMANO

85
¿Visteis dragones o murciélagos?

ALMUDENA.

Los rincones de la celda estaban llenos de ellos. Chirriaban con sus


pequeñas bocas, siendo estas como goznes oxidados de sus pequeñas cabezas
oscuras. Me obligaban a cobijarme bajo una manta raída y maloliente. El olor allí
era de caverna llena de cagadas de vampiro y pis de humanos…

MADRE

Qué terrible. Cuando yo entré pude notar ese olor…

HERMANO

Más, más… Explicadme más cosas de ese lugar.

MADRE

Tendrías que haber estado allí; haber visto las caras y las expresiones
demoníacas de los policías,… Cuando yo entré olía a humo de automóvil. Ese olor
jamás podré olvidarlo.

PADRE

Si os pudierais escuchar. Sois tan morbosos… Lanzáis por la boca


lenguas bífidas, y hasta el tono que utilizáis es tenebroso.

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HERMANO (El hermano, aún vivamente interesado por escuchar lo que le relata
su hermana y su madre, vigila constantemente al niño-juez, y cuando es menester se
acerca para alcanzarle un juguete, o enderezarlo ante su imposibilidad para
levantarse)

Anda, calla. ¿Cuándo tendremos la ocasión de tener un testigo de tan


primera mano? ¿No es incluso necesario saber lo que allí ocurre para no hablar en
falso?
Continúa hermana, continúa.

ALMUDENA.

Lo peor, con mucho, eran los compañeros de celda.

HERMANO

¡Es cierto! ¡No había recaído en ello! ¿Había más gente en la celda
contigo?

ALMUDENA. (Decepcionada por no poder decir que ha sido así)

Bueno… No…No en la mía. ¡Pero en la otra…! Había una travestida,


mitad hombre, mitad mujercilla. Tenía cabeza de doncella, pero pies enormes como
los de un gigante. Cuando hablaba, su vozarrón hacía resonar los barrotes, aunque
sus brazos eran suaves y contorneados. Su trasero…, si lo hubieses visto, te hubiese
fascinado, pero por delante le asomaba un bulto que turbaba las percepciones.

PADRE

87
¡Engendros…!

HERMANO

¿Y los policías? ¿Cómo te trataron?

ALMUDENA.

Sólo hablé con un policía, que vigilaba las celdas. Y era joven y
educado, con un bonito acento del norte. Por lo visto, es a los recién incorporados a
quienes encargan esas tareas.

PADRE (Sonriendo perspicaz)

No falla. Para los nuevos son siempre las peores tareas.

HERMANO

Te imaginas… si te enamorases de él.

ALMUDENA.

Eso tal vez sería argumento para otra historia.

HERMANO

88
Pero dime… ¿No eran crueles aquellos que te apresaron? ¿No daban
golpes, no atosigaban con las culatas de sus armas, no daban puntapiés con sus
grandes botas negras?

ALMUDENA.

Claro, todo es tal cuál se imagina, sólo que más exagerado.

HERMANO

¡Ah! ¡Eso es lo que quería oír! Ahora mis fantasías tendrán vía libre
para ser grandiosamente crueles, y cuando lo cuente a mis amigos, por
sorprenderles, podré dar rienda suelta al epíteto de mis laureles, siendo hermano de
la víctima. Eso me dará caché, y, por una vez, podré mentir con sentido y no por
llenar huecos.

MADRE

Que estúpidos sois los jóvenes.

PADRE

Tiempo te faltará a ti también para hacer lo mismo. Mañana seguro que


regresarás más tarde de hacer las compras, y aún me temo que no podrás esperar, y
hoy mismo te darás una vuelta por las rondos de viejas vecinas que se sientan a las
puertas.

(La madre, con cara de desprecio, se levanta para continuar sirviendo la mesa)

89
MADRE

Bueno, ya está bien de cháchara. Comamos de una vez.

PADRE

Eso, sí, comamos.

ALMUDENA.

Pero antes yo quisiera hacer un brindis. En verdad hay mucho que


celebrar. Que la Justicia está presente, y como Dios, aunque la fe tiemble, en su
momento, en el preciso, se hace presente.

(Levantan todos las copas y brindan con ellas. La más alegre ALMUDENA, que da
así rubrica al final feliz de lo ocurrido, habiendo regresado a casa, en una feliz
comida de domingo)

ALMUDENA.

Por la Justicia y la Verdad,


de las que siempre se duda.
Por la fé que se hace dura,
cuando se anhela Libertad.

90
ACTO CUARTO

ESCENA I

El policía está bebiendo una taza de café. Coral, espera, aburrida, sentada en su
celda. En ese momento el policía se incorpora y se acerca a la celda de
ALMUDENA, en donde la muchacha permanece acostada.

CORAL

¿Ya se despertó, la desdichada?

POLICIA

No, todavía duerme. ¿Crees que le habrá pasado algo? (Al momento)
¿Qué le habrá sucedido?

CORAL

Duerme. Sueña. Ha querido salir de aquí, y su mente no ha encontrado


otra forma.

POLICIA

No estoy seguro. Tal vez su cuerpo haya fallado. Me preocupa.


¿Debería avisar a un médico? Tal vez debería entrar y tratar de reanimarla.

91
CORAL

Sí, tal vez debería hacerlo. Podría aprovecharse de la situación, ahora


que duerme.

El policía no dice nada. No protesta ante la alusión deshonesta de Coral, como


debiera esperarse. No protesta, ni trata de excusarse. Se limita a acercarse a los
barrotes de la celda, observándola en silencio. Luego entra en la celda, con dudas,
sin seguridad, temiendo que lo sorprendan, algo que sin duda no está permitido. Se
acerca a ella sigilosamente, como un depredador acercándose a su presa. Recorre
su cuerpo con sus manos, pero en ningún momento entra en contacto su mano con
la piel de su cuerpo. Y el cuerpo está ahí. Sus ropas están ahí, dobladas,
indiferentes. La llama por su nombre.

POLICIA

Oiga, señorita. ¿Me oye? ¿Se encuentra usted bién?

La atmósfera es lúgubre, silenciosa. El aire se estremece expectante. Almudena


nada responde.

POLICIA

No responde. Tendré que cogerla. Tendré que tocar su piel, aún cuando
está contra las normas. Nada de contactos con los presos…

92
CORAL

Pero es tan fascinante, ¿verdad? Es el mito del carcelero, y está a tu


alcance. Si estuvierais en una celda, sin testigos, sin oídos...

POLICIA

¿Te burlas de mí? Te faltaría tiempo para acusarme.

CORAL

¿Yo? ¿La fanática del vicio, la vendedora de la carne? Y aún siendo así,
¿quién creería a una puta?

Por un momento el policía la mira, observando en ella, en él y en ella, la


personificación del deseo del que le habla la travesti.
Pero su moral es sólida. El deseo existe, y sin embargo vence su integridad.
Entonces intenta a reanimar a Almudena. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la escena
familiar de hace un momento? ¿Dónde está el abogado, el juez, su madre? ¿Dónde
quedó aquella comida familiar; feliz tras el regreso; que celebraba la
excarcelación de la presa? Almudena, conmocionada, por ello, mareada, se
despierta.

ALMUDENA

¿Qué ha sucedido? He tenido un sueño maravilloso. ¿Pero no era real?

93
POLICIA

Lo desconozco. Aunque no dudo que lo haya sido. Por un momento


creí que podía encontrarse mal, y por eso entré a tratar de reanimarla. No
perseguía otro motivo.

ALMUDENA

¿Por qué dice eso? No entiendo nada, ¿de verdad he dormido?

POLICIA

Varias horas.

ALMUDENA

Entonces es cierto. Ha sido un sueño.

POLICIA

¿El qué? ¿Qué ha soñado?

ALMUDENA

He soñado que el juez venía y me dejaba libre.

POLICIA

94
Pero los jueces no vienen al calabozo. No es posible.

ALMUDENA

¿Cómo dice?

POLICIA

Que nunca son los jueces quienes vienen a los presos, sino los presos
quienes van al juez.

ALMUDENA.

Pero entonces…

El policía se gira, como si hubiese presentido la llegada de alguien, y rápidamente


se desliza afuera de la celda, cerrándola tras él. ALMUDENA, aún aturdida, se
incorpora e intenta salir, en vano. Entonces se derrumba.

ALMUDENA.

Qué terrible sueño es ese que te concede todos los deseos para luego
despertar y verlos desaparecer.

CORAL.

Son todos.

95
POLICIA

Lo siento, pero no pueden verme dentro la celda sin un motivo que lo


justifique.

ALMUDENA.

Pero yo era libre de nuevo. El inspector había venido a sacarme de aquí.


Luego llegaba mi madre con el abogado, y más tarde el juez, que me
declaraba inocente. ¿Es que no lo soy? Entonces regresaba a casa; comíamos
y lo celebrábamos. Todos querían que les relatara mi experiencia, y
entonces…, entonces todo esto era una conmovedora e intensa vivencia.

CORAL (socarrona).

Bueno… La única diferencia es que todavía lo sigue siendo. ¿No te


divierte?

ALMUDENA.

No, no me divierte.

POLICIA.

Pero no debes preocuparte. Por la mañana podrás visitar al juez, y todo


quedará aclarado.

96
CORAL.

Claro, cariño. Escucha a este joven apuesto. ¿Tu carcelero no te resulta


fiable? Si dice que quedarás libre por la mañana, así será. Piénsalo, ¿de
verdad te daría él falsas esperanzas?

POLICIA.

Cierra de una vez tu boca de serpiente o yo mismo haré que calles.

CORAL.

Te sería fácil. Sólo tendrías que amordazar mi lengua con un bulto


grueso que me impidiese articular palabra. Ya otras veces lo hicieron.

POLICIA (a ALMUDENA).

No le hagas el menor caso. Todo se solucionará.

ALMUDENA.

¡Pero ya estaba solucionado! ¡Ya había quedado libre! ¿Por qué


continúo aquí? ¿Cómo iba a creerte ahora, si hace un rato estaba en mi casa,
junto a mi padre, y de repente me veo de nuevo en esta celda?

CORAL.

Ves. Ya vas aprendiendo.

97
POLICIA (abalanzándose en dirección a Coral).

¡Calla! ¡Calla de una vez!

CORAL.

¿Pero que otra cosa me queda que hacer aquí?

POLICIA.

Tu boca está aún más adulterada que tu entrepierna.

CORAL.

Todo yo soy una adultera. Dame la piel de una mujer para que me haga
un traje con ella.

POLICIA

¿Qué dices demente?

CORAL.

Demente, por neutro, es un buen adjetivo para mí.

ALMUDENA.

98
¡Callad! ¡Callad ambos de una vez! ¡Qué terrible sueño! ¿Es que
siempre queda la esperanza para asestarnos el último golpe con su doble filo?
¿Cómo puedo saber qué será de mí ahora? ¿Cómo puedo confiar en que la
Justicia hará acto de presencia? Ni siquiera mi sueño me ofrece su consuelo.
En él el juez, la Justicia, se convertía en un niño juguetón a quién el abogado
daba cuenta de sus caprichos.

CORAL.

Qué bonito sueño. Casi se diría real.

ALMUDENA (al policía).

¿Y el inspector? Quiero hablar con él. Debe escucharme.

CORAL.

Para qué esa obstinación. Para qué discutir con alguien que no te va a
dar la razón.

ALMUDENA.

¡Pero la tengo!

CORAL.

Pero eso no importa.

ALMUDENA.

99
¿Cómo no va importar que le comunique que no soy culpable?

CORAL.

¿Cómo no va a importar que le comunique que no soy culpable?

ALMUDENA.

Al menos debería darme la opción de ser oída.

CORAL.

Y sin embargo no va a escucharte.

ALMUDENA.

Pero soy un ser humano.

CORAL.

Entre rejas sólo lo eres de cuello para abajo.

ALMUDENA.

No deberías hablarme así. Apiádate de mí, y no me tortures más con la


verdad.

CORAL.

100
Pero la verdad nos hará libres. ¿No es eso lo que quieres? Aquí, los
dichos, amor mío, se ponen a prueba.

ALMUDENA.

Entonces, tal vez, sólo me queda esperar.

CORAL.

Algo me dice que mis palabras surten efecto.

ALMUDENA.

Nada oigo. Nada es cierto.

CORAL (golpeando con las manos los barrotes).

No, por supuesto.

ALMUDENA.

Aún es pronto. Dormí poco.

CORAL (contando con los dedos).

Una legaña, dos legañas, tres legañas…

101
ALMUDENA (al policía).

Usted no me mentirá. ¿Cuántas horas dormí? ¿Cuántas?

El policía se gira, avergonzado.

ALMUDENA.

No, no puede ser.

CORAL.

Estará saliendo el sol. Mis carnes de noctámbula ya cantan la nana de


un nuevo día. Despierta el mundo, despiertan los amantes, satisfechos,
despiertan los novios, solos, en sus lechos.

ALMUDENA.

¡Oh, Dios! ¡Mi amado!

CORAL.

Tras las paredes se escucha un coro de bostezos

ALMUDENA.

¡No, calla! ¡No siguas!

102
CORAL (cogiéndose a los barrotes mientras una luz roja la ilumina poco a poco)

¡Brujas de los bosques, fantasmas y espectros! ¡Entonad vuestro último


eco tenebroso hasta la próxima luna! ¡Vampiros, chupa-sangres, a vuestros
ataúdes! ¡Putas, esconded los bolsos!

ALMUDENA.

Calla. Calla de una vez.

CORAL.

Y al tercer día dijo: Hágase la luz.

ALMUDENA.

¡Atrás, Dios de lo imperecedero! ¡Espectro de la claridad!

CORAL (dejándolo salir como último aliento de la conocida frase).

Y la luz se hizo.

En ese momento suena la alarma del policía, anunciando las ocho, y el nuevo día.
Tal y como le había ordenado Almudena en el primer acto, dando fin a su
esperanza.

ALMUDENA.

103
El sol salió. Si una vez creí en la justicia, el tiempo, con sus razones, la
disolvió.

Las luces se apagan

104
ACTO QUINTO
ESCENA I

Han pasado varias horas.


Y el telón se ha hecho de acero.
Nadie sucumbe… O lo ha hecho todo. Se ha formado un nuevo espacio. Un afilador
de cuchillos ha cruzado el espacio muerto con su cántico, a viva voz. Un acto y un
tiempo que se han sumado en recuerdo, en pasado.

Al abrirse el telón ya no se ven los barrotes. Estamos en la calle, por eso se oye el
piar de los pájaros llenando los huecos que deja el sonido de la ciudad: de los
automóviles, de los zapatos, de las máquinas funcionando. En un lateral del
escenario podemos ver a ALMUDENA junto al mismo abogado del segundo acto,
aunque este personaje, ahora, conserva un rictus distinto, más real, más sobrio,
más profesional y distante. Su profesionalidad viene dictada por ese teléfono móvil
que suena como un recordatorio incesante de su labor diaria, en donde
ALMUDENA, su caso, es uno más.

ABOGADO (Descolgando el teléfono. Habla con suma seguridad, con madurez


enérgica).

¡Sí! Hola, Fernando…. ¿Dónde estás?....No, llegaré en media hora….


¡No, en comisaría, pero no tardaré más de media hora…! Sí, sí, no te
preocupes. ¿Has hablado con Alberto Garcia?.... ¿Sí? ¿Y que te ha dicho?
Bicho bicéfalo el tal... (Ríe) Vale, ahora lo hablamos. Yo, todavía, no he
hablado. Ni palabra…. (Apremiando, como si de repente se percatase de la
presencia de Almudena a su lado) ¡Oye Fernando! Ahora nos vemos, pero el
tema está claro, eh… Sí, en media hora…. Sí, claro, como en San Marcos.
¡Qué cabrón!... ¿Cuántos?... ¡Vale! Hasta ahora

105
(Cuelga el teléfono, pero no lo guarda. A continuación se dirige a ALMUDENA)

Vamos a ver… lo tuyo. Necesito que me des tu teléfono por si tengo


que ponerme en contacto contigo.

ALMUDENA (su cansancio y su gratitud hacen que en su tono de voz se refleje


una actitud humilde)

Tac-tac-tac. Pin-pin. Pun. Se-se-se.

ABOGADO (Apunta el teléfono. Mientras tanto…)

Almudena Aguilar, ¿cierto? (pausa) Menuda noche, eh. De urracas en


carnaval... (pausa) Bueno Almudena, pues de momento esto se ha acabado.

ALMUDENA

¿De momento? ¿Que quiere decir eso?

ABOGADO (Pausa. Guarda el teléfono)

Mira Almudena, la situación es como sigue. (enfatizando) Ya sabes que


tu jefe está metido en un buen lío. A él no hay quién le salve. Mayor del que te
imaginas. Eso quiere decir que hasta que se celebre el juicio tú constas en este
expediente como imputada. Tal cuál resuena.

106
ALMUDENA (siempre afectada)

No sabía nada de lo que estaba haciendo Juan.

ABOGADO

¿Juan? Ah, sí. Te refieres a Juan Valera, tu jefe, cierto, cierto. No te


preocupes Vamos, no lo hagas. Si no sabes nada, mejor, así no tendremos que
mentir. Ahora de momento no podemos hacer nada más.

ALMUDENA

Pero imputada… ¿Eso que quiere decir?

ABOGADA

No te preocupes. Eso quiere decir que el juez tendrá que dictar tu


relación con los hechos. Que si tu aquí, que si tu allá… Y al final: fuera o dentro.
Hasta entonces ni una palabra. Se supone que te mantienen en calidad de
sospechosa.

ALMUDENA

¿Sospechosa? (Ríe lánguidamente) Esta noche está siendo increíble. No


puedo creerlo. Es como en aquella película… ¿Cómo era?

107
ABOGADO

¿Películas? No, no. Nada de eso. No importa. Basta con que me creas.
Yo, de momento, voy a intentar que rebajen tu situación y que declares en calidad
de testigo. Pero puede ser más complicado de lo que parece.… Complicaciones…
Uhm… Sí, tal vez…Mira. Te lo diré claro. Yo aún no sé hasta que nivel llegaban los
negocios que hacía tu jefe, así que puede que la situación sea más complicada de lo
que parece. ¿Tú cuanto llevabas trabajando ahí?

ALMUDENA

Desde el día 16 o 17 de Marzo. ¿No? O el veinte. Era viernes, pero yo


ya no iba al curso, así que debió ser 18. No, 19. O si sumas uno, 20. Depende de las
doce. Esas cosas.

ABOGADO

Pero no más de tres meses entonces.

ALMUDENA

No, claro. Menos.

ABOGADO

Está bien. Aún puede ser que tengas suerte. Tú espera a que te llame.
Ten en cuenta que esto es lento y aún puede tardar un tiempo en que nos reclamen.
En cualquier caso, si quieres algo de mí puedes llamarme siempre que quieras.

108
ALMUDENA (Apesadumbrada)

Así lo haré. Gracias.

(Da el abogado unos pasos encuadrándose la americana, cuando se vuelve hacia


ALMUDENA de nuevo)

ABOGADO

¿Tienes forma de volver?

ALMUDENA

No, pero ya veré. Cogeré un taxi.

ABOGADO

¿Quieres que te acerque a algún lugar?

ALMUDENA

No, no. Llamaré a mi novio. Ahora mismo eso es lo de menos.

Vuelve el abogado sobre sus pasos.

ABOGADO

Oye, mira. El inspector da la impresión de ser razonable. Aunque eso


no quiere decir nada…. Un inspector casi siempre parece razonable. Sobretodo

109
cuando se ponen paternales. ¿Lo hizo? Oye, pero aparte. ¿Sabes que Juan tiene su
propio abogado?

ALMUDENA

Lo suponía.

ABOGADO

Tú no tienes ninguna obligación, pero te recomiendo que me llames si


intentan ponerse en contacto contigo. Es posible. Puede interesarles saber que has
declarado. Cositas. Detalles.

ALMUDENA

Tampoco tengo nada que ocultar. No sé más de lo que he dicho ahí


dentro.

ABOGADO

Ya. Pero de todas formas avísame si lo hacen.

ALMUDENA

¿Por qué? ¿Qué pueden querer de mí?

110
ABOGADO

Nada. Sólo que les des alguna información. Tal vez su abogado quiera
verte, pero no es bueno que te relacionen con ellos. Esa es nuestra ventaja,
¿entiendes? Nuestra ventaja. (Pensativo, para sí mismo) Alberto tenía ventaja pero
no funcionó… Debo ir a la calle Armadores. (volviendo a Almudena) Que no
tuvieras más relación con él que la laboral.

ALMUDENA

Ya, pero no entiendo que pueden querer de mí. No puedo ayudarles en


nada.

ABOGADO (sentenciando amenazadoramente)

Si quieres que todo salga bien tienes que hacer lo que te yo te diga.
Nada de hablar con ellos. Es más. No te acerques por la zona. Y no hables con nadie
que pudieras haber conocido a través de ese pub. Tú verás, pero si no vas a
colaborar conmigo dímelo ahora. Yo no trabajo en esas condiciones. Sí es lo que
prefieres siempre puedes llamar a otro abogado, pero si voy a trabajar contigo
tendrás que aceptar estas condiciones. Son por tu bien, a mi me da igual. Eso está
claro. Yo sólo voy a tratar de ayudarte, y, a ser posible, quiero que después de todo
esto tu nombre no aparezca en ninguna ficha policial.

ALMUDENA

¡Cómo! ¿Pero voy a tener antecedentes?

111
ABOGADO

No lo sé. Intentaremos que no sea así.

ALMUDENA

¿Intentaremos? Pero no puedo permitirlo. Afectaría a mi futuro. ¡No,


no, no! ¡No es posible!

ABOGADO

Por eso necesito que quede claro que no tienes ningún tipo de relación
con lo sucedido.

El abogado amaga un gesto de despedida y se marcha. Almudena, tras lo oído,


esconde el rostro. Mira las baldosas. No, no es posible. Después de todo lo
sucedido tal vez aún resten las secuelas. Secuelas reales. Secuelas oficiales. De las
que constan en los archivos para toda la vida. El abogado, entonces, vuelve a
observar su móvil; teclea algo y lo guarda. Una mirada a ALMUDENA,
estudiándola, hermanándose con su tragedia. Una putada. Cuántas no habrá visto
él. Pero esta vez ella es joven, hermosa, inocente. Es distinto. Un poco distinto.
Entonces se aleja. De nuevo da unos pasos, pero se vuelve por última vez.

ABOGADO

¿Sabes que te han estado vigilando desde hace semanas? Tienen


imágenes tuyas.

Almudena levanta la cabeza con los ojos como platos. ¿Siguiéndola? ¿A ella?

112
ABOGADO

Trataré de poder ver que contienen. (Poniendo su dedo sobre su bigote)


Uhm,…Espero que todo lo que me has contado sea cierto.

ALMUDENA (Pasan dos segundos que consiguen que el tiempo se detenga un


momento en torno a los movimientos lentos de sus pensamientos)

Después de todo esto…. Quiero decir. Cuando todo sea aclarado.


¿Podré pedir responsabilidades por lo sucedido? Me refiero a haberme tenido
encerrada toda una noche en un calabozo sin motivo. Trabajaba. Sólo trabajando en
un lugar que resultó inadecuado. Me refiero a la humillación que he tenido que
hacer frente por parte de los policías que me detuvieron, cuando nada había hecho.
Toda una noche entre meados, bajo una manta apestosa. Me refiero a restituir las
malas horas que habrán pasado los míos sin saber cómo estaba. La incertidumbre…
Dime una cosa. ¿Qué es de mis derechos?

(pausa)

ABOGADO

Derechos… Haz cruzado una línea. Ya ves Almudena, sólo una línea.
Hay una línea invisible que separa dos mundos, y esta noche tú las has traspasado.
Cosa de estar aquí, o estar allí. Más allá de ella las cosas funcionan de otro modo
(pausa reflexiva) En fin…, esta noche tú misma has podido comprobarlo.

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ALMUDENA

Una línea… Una línea…

Se va definitivamente el abogado, y Almudena queda de pie, observándole. ¡Sube el


sonido de la ciudad: de los pájaros, de los automóviles, de las máquinas
funcionando! ¡Es el exterior! Es el más acá de esa línea que divide supuestos. Es
todo un mundo que rodea a Almudena, y que se hace escuchar. Más que nunca.

FIN

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