Está en la página 1de 9

PAUL POUPARD

Las ideas depresivas del mundo contemporáneo

1. Es para mí un placer compartir con vosotros algunas opiniones del Pontificio Consejo
de la Cultura en torno a «Las ideas depresivas del mundo contemporáneo».
Ciertamente, mi punto de vista no será el del médico, del psicoanalista o del psicólogo,
sino del humanista cristiano que ve en la cultura dominante numerosos puntos de
ruptura en los que el hombre se encuentra en una situación-límite y se vuelve
particularmente vulnerable, hasta caer en los varios síntomas de la depresión en la que,
de Prometeo a Sísifo, la post-modernidad parece sumergirse en el abismo de Narciso.
Saludo cordialmente a Vuestra Eminencia, así como a sus colaboradores del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Salud. El tema de «La depresión» merece gran atención
de parte de la Iglesia y es mi deseo que los trabajos de esta XVIII Conferencia
constituyan una buena contribución.

2. Los médicos definen la depresión como «un malestar patológico del humor» que,
entre otros, se manifiesta con una tristeza generalizada, ideas grises, el encerrarse en sí
mismos y la obsesión de la muerte. La depresión es vivida como un fracaso, como la
experiencia del vacío que carcome toda una vida y hace que poco a poco ésta resbale
hacia el abismo. La persona deprimida piensa que no es capaz de luchar, que se
encuentra ya en un abismo, que está al vaivén de una marea que la deshace, la oprime y
la ahoga. Luego llega el temor que incluso se convierte en terror. En sus ojos, está
presente la luz trastornada de quien ha creído ver la nada. El aburrimiento la oprime. La
voluntad la abandona. La indiferencia la paraliza. Nada parece tener sentido: está
invadida por una náusea tenaz, incluso por la desesperación y el deseo de morir.
Este drama interior que aflige a un número demasiado grande de personas, de hombres
y mujeres, de ricos y pobres, de artistas y grandes de este mundo, así como también de
gente del deporte y de humildes artesanos, indudablemente encuentra en la cultura
contemporánea factores agravantes que se manifiestan en las cifras y en las estadísticas
que conocemos y nos inquietan. Todo ocurre como si la cultura dominante provocase en
nuestros contemporáneos – para emplear una imagen de la geología – una fisura en lo
más profundo de su ser, luego una grieta y, en fin, una hendidura entre las placas de la
identidad que, por el contrario, deberían estar unidas para desarrollar las múltiples
capacidades de las que disponemos. Al estar separadas, estas «placas» permiten el
ingreso de la depresión, que conduce a la regresión hacía sí mismo y a la agresión hacia
el otro, en medio del desprecio de un ideal de vida y de aquellos valores que estructuran
la personalidad.
Hace diez años, en un estudio tonificante nuestro amigo Tony Anatrella, pronunciaba su
No a la sociedad depresiva, «amenazada de implosión, en la que el individuo, ante la
ausencia de todo proyecto y de toda dimensión externa a él, se encuentra reconducido
sólo a su subjetividad... Un “tête à tête” destructor en una interioridad en crisis y una
vida de pulsión que se instala en los primeros estadios; regresión que tiene como uno de
sus efectos disolver el nexo social en el desprecio de las raíces de nuestra civilización».

3. La persona humana, por cierto, cuenta con una gran variedad de dimensiones, y es del
florecimiento de las mismas que nace la cultura, fuente de la civilización en su diversos
elementos: «Con el término cultura – subraya el Concilio Vaticano II en la Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo – se indica, en sentido general,
todo lo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades
espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento
y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad
civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente a través del
tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y
aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano»
(Gaudium et spes, 53).
No hay cultura sino la del hombre, mediante el hombre y para el hombre. El documento
del Pontificio Consejo para la Cultura, Para una pastoral de la cultura, recuerda que «la
cultura es tan connatural al hombre que su naturaleza no tiene rostro sino cuando se
realiza en la cultura». Por tanto, es necesario discernir lo que, en la cultura dominante,
desnaturaliza al hombre y daña su desarrollo, «en su inteligencia y en su afectividad, en
su búsqueda de sentido, en sus costumbres y referencias éticas y en su apertura a la
trascendencia». Los contra-valores que exfolian la armonía de una cultura, lugar en el
que los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus
hermanos, consigo mismos y con Dios, son el producto de ideas depresivas que llevan
en embrión las destrucción de la humanidad del hombre y la desfiguran, hasta el punto
que la hacen incapaz de reconocerse en aquel que vive.

68

LA DEPRESIÓN

4. La vida humana se realiza en las diversas formas de la actividad humana. Para el


hombre, existir no quiere decir existir «simpliciter»: él es en todas partes y al mismo
tiempo homo faber y homo amicus, homo politicus y homo sapiens,y – todos estamos
convencidos – homo religiosus. Según los filósofos, la unidad se logra ya sea según la
forma que según el fin. Constatamos que una persona humana está perfectamente
«unificada» si es que está totalmente ligada a su fin y no sólo por medio del sujeto
mismo que actúa. La unidad personal de un ser, aquello por lo cual él reconoce a sí
mismo, de conformidad con lo que intenta realizar y que hace de él un ser único,
original, diferente de los demás, se construye en la propia capacidad de alcanzar el fin
por el que se ha comprometido en un proyecto de vida. Por tanto, serán las exigencias
del trabajo, de la amistad, de la vida social y de la inteligencia, unidas a las de
aspiración a la trascendencia, las que permitirán que el hombre insertado en una cultura
– a condición por cierto de que estén reunidas – unifique su vida en un desarrollo
armonioso de las capacidades que lo animan. Si la unidad de la persona es aquella del
espíritu, es obvio que este espíritu está encarnado en el hombre y se realiza únicamente
en una dimensión existencial y no abstracta.
Por el contrario, la razón de la pérdida de la unidad personal se coloca en las ideas
dominantes de la cultura actual que tienden a despreciar el trabajo, a desnaturalizar los
vínculos entre los hombres, tanto en la amistad como en la vida social, a cerrar el
desarrollo de la inteligencia en un “impasse”, haciendo que el hombre se desvíe en su
camino hacia Dios. Deseo llamar depresivas a estas ideas, ya que son la causa de una
explosión en las culturas que corre el riesgo de colocar a las mujeres y a los hombres de
nuestro tiempo en lo que el filósofo Jaspers denominaba «situaciones límite»,
profundamente desestabilizadoras y factores de explosión de la personalidad. Son como
murallas que se levantan ante nosotros bajo la influencia de las ideas depresivas. Para
derribarlas se necesita fuerza,
perseverancia y lucidez, con la ayuda de la gracia de Dios. Asimismo, corresponde a la
Iglesia proponer una alternativa a estas ideas, mediante una auténtica pastoral de la
cultura que se inspire en el humanismo cristiano, nutrido a su vez por el Evangelio.

5. El hombre es «primitivamente» homo faber. La dimensión del trabajo, la producción


de obras bellas y buenas – kala kagata, decían los antiguos griegos –, de todo lo que es
útil a la vida cotidiana de los individuos y de los pueblos, es fundamental para la vida
del hombre y es parte constitutiva de su naturaleza. Como se sabe, es a través del trabajo
que el hombre entra en contacto con el universo, que “dialoga” con la materia para
conocerla y transformarla, en el respeto de su orden intrínseco. Si la obra producida en
el trabajo no da un fin al hombre en sentido estrecho, vemos que todas las situaciones
límite vividas en el orden del hacer, tienen mayores repercusiones a nivel psicológico.
En efecto, el trabajo es la actividad más consciente del hombre, que constituye un
condicionamiento extremadamente fuerte, y hasta dominante, de nuestra vida cotidiana.
Como pone de relieve el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio «Dios,
que ha dotado al hombre de inteligencia, de imaginación y de sensibilidad, le ha dado el
modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o artesano, empresario, obrero o
campesino, todo trabajador es un creador... Más aún, vivido en común, compartiendo
esperanzas, sufrimientos, ambiciones y alegrías, el trabajo une las voluntades, aproxima
los espíritus, funde los corazones; al realizarlo así, los hombres se reconocen como
hermanos».Los fracasos en este campo tendrán como consecuencia importantes
repercusiones en el equilibrio psicológico. Se trata, pues de desenmascarar las ideas
depresivas de la cultura dominante en este ámbito, que conducen al impasse y
desnaturalizan la dimensión humana de la actividad artística y del trabajo del hombre.
En el campo de las artes propiamente dichas, es obvio que la concepción de un arte sin
valor ideal,
la promoción de obras que tienen sentido sólo para un público del que nutren su
imaginación morbosa proponiéndole la exposición de las zonas más oscuras de la
psicología de los hombres y mujeres desorientados, ofrecen un terreno favorable para la
depresión. En la Carta a los artistas de las Pascua de 1999, que tuve el honor de
presentar a la prensa internacional, al citar a su compatriota Cyprian Norwid, el Santo
Padre Juan Pablo II afirma: «La belleza está para suscitar el entusiasmo en el trabajo, el
trabajo es para renacer». No cabe duda de que una sinfonía de Beethoven, la Piedad de
Miguel Angel y las Vírgenes de Botticelli, a través de la belleza nos introducen en un
mundo de sentido. Por el contrario, las obras contemporáneas, que expresan una fealdad
corrupta, a través de su provocación nos hacen pensar de que nada tiene sentido y que el
abismo es el principio y la fin de todas las cosas. Una parte de estas desviaciones del
arte contemporáneo han tenido origen en la concepción de Nietzche del Superhombre
idea depresiva por excelencia, ya que ella introduce en el sentimiento de una identidad
creadora absoluta totalmente ilusoria. En efecto, no hay nada tan desestabilizador como
la ilusión insuperable, fuente de ensimismamiento, y la tentación del super-yo abre un
abismo que, antes o después, provoca el vértigo de aquel que tiene la ingenuidad de
creerse dios ante la exaltación de descubrirse creador.

6. La actividad del facere tiene también como finalidad la mejora de las condiciones de
vida del hombre. El desarrollo de la industria, consecuencia de los progresos de la
técnica, la globalización del comercio y de la finanza internacional, la estandarización
de los productos generada por la capacidad singular de los medios de comunicación de
difundir en todo el mundo modelos únicos que, a menudo, no tienen otro valor sino el
de ser rentables, son igualmente consecuencias de una concepción depresiva de la
sociedad. Este mundo industrializado promovido por las ambiciones económicas de
algunos “potentes” en desmedro de las ideas más nobles del desarrollo – «nuevo
nombre de la paz», para emplear la expresión de Pablo VI en la Populorum progressio
que citaremos más adelante – y de la justicia distributiva – que requiere la distribución
de las riquezas –, es la consecuencia de ideas depresivas ampliamente difundidas en la
sociedad moderna. Lo afirma también el Papa Juan Pablo II cuando denuncia las
«estructuras de pecado»:se trata del desarrollo al que algunos aspiran, de estructuras
gigantescas que generan “provechos” gigantescos, en desmedro total de la dignidad
humana, y que no tienen otras consecuencias sino la destrucción de la persona humana,
abriendo verdaderas fuentes de depresión. Es el tema presente en la encíclica Laborem
exercens que hemos citado antes, en la que el Papa habla del «trabajo, llave de la
cuestión social» y ofrece un profundo análisis de las ideas depresivas del mundo
contemporáneo en el ámbito del trabajo humano, desnaturalizado en su esencia
profunda por las «varias corrientes del pensamiento materialista y economicista» (n. 7).
En los últimos años ha surgido una especie de nuevo reto. Cuando el artesano produce
su obra, trabaja una materia de la que capta cierto realismo: descubre el devenir
inherente a las “cosas”, el orden de la naturaleza del que no es ni autor
ni dueño, y este contacto lo ennoblece y, al mismo tiempo, lo compromete a un camino
de humildad. Con profunda tristeza hoy constatamos que un número no despreciable de
hombres de ciencia desea intervenir en la vida, en menoscabo del orden fundamental
inscrito en la naturaleza, en todo nivel de sus diversas manifestaciones. La finalidad
declarada es “producir” seres humanos mediante la técnica de la clonación. ¿No
tenemos aquí una de las ideas depresivas más aterradoras que la humanidad ha podido
imaginar? La tentación de un super-yo absoluto que se expresa a través del hombre de
ciencia con su capacidad de “fabricar” al ser más perfecto del universo, indudablemente
deriva del orden de la meta-tentación y a largo plazo puede hacer caer a la misma
humanidad en una terrible depresión: la vida no sería más el fruto de un amor
compartido y de una libertad responsable. ¿Qué se volvería la libertad de concebir – que
a menudo es la única y verdadera riqueza de los más pobres – frente al “trabajo” de los
científicos preocupados en “fabricar” una raza superior? ¿Sería necesario entonces hacer
leyes, limitar y, por tanto, atentar a esta libertad? Más que un impasse, se corre el riesgo
de que una ciencia desviada arrastre a la humanidad al borde de un aterrador precipicio.

7. El hombre es homo amicus. Al ser capaz de entrar en relación con su semejante, el


hombre descubre en el otro a una persona con quien puede compartir «los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias» de su vida cotidiana. La amistad se realiza a
través de una donación personal recíproca, basada en el respeto, en la confianza y en la
fidelidad. Ella permite el intercambio de “secretos” cuya coparticipación manifiesta la
comunión entre dos seres y sella la armonía de su voluntad. La muerte de la amistad – y
la traición del secreto es una de ellas –, la incapacidad de tener amigos, que encierra en
la soledad, las desviaciones de las miradas que ya no consideran al otro como sujeto de
deseo, todas las enfermedades del no amor que se desarrollan en la cultura dominante,
no dejan de comportar consecuencias dramáticas en el equilibrio de las personas de las
cuales favorecen la depresión, privándolas de aquella amistad que les proporciona su
sentido peculiar. También aquí podemos referirnos a las Encíclicas del Santo Padre:
pienso en particular en la Veritatis splendor, pero también en la Evangelium vitae y en
la Fides et ratio que ofrecen análisis profundizados de las ideas depresivas en los varios
ámbitos de la moral, de la concepción del ser humano y de la vida, de la orientación de
la inteligencia hacia lo verdadero y de la voluntad hacia el bien.
La cultura, aquel ambiente en el que nos desarrollamos como personas humanas,
condiciona inevitablemente nuestro modo de percibir al otro. La distinción de una
educación que se ha desarrollado a lo largo de los siglos en toda una sociedad regada
por las humanidades grecolatinas e inspirada por el Evangelio, ha producido frutos
considerables en la regulación de los modos de vivir en la sociedad. La educación a la
virtud, la presentación de modelos de valentía y de fidelidad – pienso en el ideal griego
de Homero propuesto a las generaciones jóvenes mediante los personajes míticos de
Ulises y Antígona – y la conciencia del bien por alcanzar y del mal por rechazar con
decisión, permiten que los hombres y las mujeres vivan en justa armonía y estrechen
vínculos de amor y amistad duraderos.
Por el contrario, la filosofía sartriana de «el infierno, es el otro», la visión psicoanalítica
freudiana que reduce al hombre a sus pulsiones, el planteamiento de campañas de
propaganda que exaltan el cuerpo femenino en un estetismo engañador artificialmente
retocado, la fuerte invitación a la sexualidad – a menudo no confesada – incluso en
temprana edad, mientras la personalidad del joven aún está por construirse, son todas
ideas depresivas de la cultura del mundo contemporáneo. Los daños de los “feuilletons”
populares que se vacían a bajo costo en las cadenas de televisión, incluso en las regiones
más alejadas del mundo, ciertamente son el producto de ideas depresivas cuya finalidad
es hacer dinero, en perjuicio total de

70

LA DEPRESIÓN

aquellos valores que permiten al hombre desarrollarse como imagen y semejanza de su


Creador y Padre. El audience perseguido con obstinación se traduce en una exaltación
exacerbada de los sentidos. La finalidad declarada es exitar las concupiscencias
llevando al extremo los límites tolerados por la sociedad, pero que no deja de hacer
retroceder, mientras lo intolerable de ayer se vuelve lo banal de hoy. Los efectos son
dramáticos, los conocéis, y no deseo detenerme en describirlos.
Sin embargo, deseo poner en evidencia los efectos destructores de esta invadente cultura
mediática sobre la familia, núcleo fundamental de la sociedad. Constatamos que la
cultura del mundo contemporáneo es portadora de ideas sobre la familia que llevan a la
ruptura de la misma, es decir, a su destrucción, lo que no deja de incidir en la sociedad.
La doble finalidad del matrimonio, el amor recíproco de los esposos y cuyo fruto es la
procreación, es puesta gravemente en discusión debido al desarrollo de la ideología del
«todo está permitido»y de la búsqueda “a todo costo” del desarrollo personal. Según las
ideas difundidas, la mujer encontrará su propio desarrollo únicamente en la autonomía –
en realidad ilusoria – que le dará un trabajo fuera de casa, y no en la belleza de una
maternidad que florece en la familia y en la ardiente educación de la «carne de su
carne». Constatamos que la idea de que sólo el condón preserva eficazmente del SIDA,
no es sólo un atajo vergonzoso que engaña sobre la naturaleza misma de la sexualidad
humana, sino impide que se plantee la cuestión fundamental sobre el pleno desarrollo
del hombre: ¿qué género de relación introduce entre las personas? La reflexión
profunda sobre este tema ciertamente encontraría aquí una de las ideas depresivas más
desestabilizadoras de la cultura dominante. Por lo que se refiere a las ideas depresivas
del mundo contemporáneo que ponen en peligro el matrimonio y la familia, me permito
remitir a otro importante documento del Santo Padre, la Exhortación apostólica
Familiaris consortio, fruto del Sínodo de Obispos de 1980.
8. El homo politicus también está sujeto a las concepciones depresivas presentes en la
cultura moderna. No es este el lugar para afrontar el amplio tema del hombre y la
política, pero cada uno sabe, que en todo el mundo existen situaciones de injusticia y de
falta de derecho generadas por las ideas maquiavélicas que regulan los sistemas
políticos de numerosas naciones. Algunas de las ideas depresivas difundidas en el
mundo contemporáneo, tienen su origen en el modo con el que se tratan a las personas
en la sociedad moderna. Es significativo el hecho que el Papa Juan Pablo II ha sentido
la necesidad de escribir varias Cartas dirigiéndolas a grupos de personas que, a raíz de
las ideas depresivas ampliamente difundidas, sufren situaciones de injusticia y de falta
de respeto por su dignidad. Tenemos así la Carta a las familias del 2 de febrero 1994, la
Carta a los niños del 13 de diciembre 1994, la Carta a las mujeres del 29 de junio 1995,
la Carta a los artistas del 4 de abril 1999, y la Carta a los ancianos del 1° de octubre
1999. Tampoco podemos olvidar la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo de este año:
los sacerdotes, así como el conjunto de las personas consagradas, están continuamente
frente a los retos planteados por las ideas depresivas y las comunidades cristianas en
nuestras sociedades individualizadas deben hacer lo posible para ayudarlos a protegerse.
9. El hombre es también homo scientificus. La explosión del saber científico, la pérdida
de una Sabiduría que unifica los conocimientos y los reconduce al hombre, centro y
ápice de la creación, las tentaciones que he revelado del super-hombre de Nietzsche
que, a través de los progresos de la técnica en el marco de las ciencias de la vida, abre
horizontes cargados de incertidumbre para la humanidad, son situaciones que también
generan ideas depresivas. Al mismo tiempo, el drama de la separación entre fe y razón
genera, como consecuencias nefastas, numerosas ideas depresivas particularmente
tenaces. «Además, como consecuencia de la crisis del racionalismo, ha cobrado
identidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, logra tener cierta fascinación entre
nuestros contemporáneos... En la interpretación nihilista la existencia es sólo una
oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero»
(Fides et ratio 46).
El Concilio Vaticano II ha reafirmado la legítima autonomía de las ciencias en el campo
de la investigación que les corresponde, y ha rechazado a todos el derecho de dictar
desde fuera el modo como conducir la investigación. El único límite es el de la dignidad
del hombre. En efecto, los progresos de la ciencia contribuyen a un progreso
espectacular de la técnica y confieren al hombre un poder cuyo uso no está indemne de
plantear cuestiones graves. De hecho, en muchos conocimientos podemos constatar que
el progreso está lejos de estar acompañado siempre de un igual progreso de los valores
morales. La ciencia tiene un límite, ya que está de por medio la dignidad del hombre,
del hombre que es el sujeto y el fin de todos sus conocimientos. La ciencia pierde su
dignidad de saber humano cuando sus progresos se realizan pagando el precio de la
violación de la dignidad humana. Invertir la relación del saber al hombre, del saber para
el hombre, significaría regresar a la triste y deshumana experiencia de Auschwitz, en
donde los médicos realizaban experimentos sobre los deportados, considerados según la
lógica nazi, como seres inferiores y no como personas. Fren-

71

te a la tentación de los recientes progresos de la investigación biogenética y de las


experimentaciones de clonación de embriones humanos considerados como simples
objetos, es necesario remarcar una vez más que nunca se podrá reconocer como
verdadero progreso aquel que reduce el hombre a un objeto.
Indudablemente, la cultura de la verdad es el anti-depresivo de la inteligencia que, para
ser sí misma, debe encontrar su orientación fundamental hacia la verdad. Es lo que
desarrolla el Santo Padre en la Encíclica magistral Fides et ratio, en la que nos ofrece
una reflexión en torno a las raíces mismas de las ideas depresivas que desnaturalizan y
oscurecen la razón. «No debe olvidarse que en la cultura moderna – constata Juan Pablo
II – ha cambiado el papel mismo de la filosofía. De sabiduría y saber universal, se ha
ido reduciendo progresivamente a una de tantas parcelas del saber humano; más aún, en
algunos aspectos ha sido limitada a un papel del todo marginal. Mientras, otras formas
de racionalidad se han ido afirmando cada vez con mayor relieve, destacando el carácter
marginal del saber filosófico. Estas formas de racionalidad, en vez de tender a la
contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido
• la vida, están orientadas – o, al menos, pueden orientarse – como ‘razón instrumental’
al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder» (n. 47). Y, al referirse a su
primera encíclica, Redemptor hominis del 4 de marzo de 1979, el papa-filósofo pone de
relieve las consecuencias de ese tipo de desviación de la razón en el campo del trabajo:
«El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el
resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las
tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen
muy pronto y de manera a veces imprevisible en objeto de ‘alienación’, es decir, son
pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero, al menos parcialmente,
en la línea indirecta
• sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos
están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. En esto parece consistir el capítulo
principal del drama de la existencia humana contemporánea en su dimensión más
amplia y universal. El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus
productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los
que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos
de manera radical contra él mismo» (Fides et ratio, n. 47). Nos encontramos aquí ante el
fundamento de las ideas depresivas del mundo contemporáneo, en que el grito de
Nietzche de «la muerte de Dios» plantea la cuestión trágica de «la muerte del hombre».
La antropología postmoderna excava un abismo depresivo sin precedentes, desde
Michel Foucault a Claude Levi-Straus. El primero propone encaminar al hombre hacia
un «sueño antropológico» que, gracias a la eutanasia estructuralizada, podría volverse
una verdadera «muerte del hombre». Y el segundo concluye su tetralogía mitológica, no
– afirma – como Wagner, con el crepúsculo de los dioses, sino con el «crepúsculo de los
hombres», con la palabra «nada».

10. Vosotros sabéis que el estudio de la no-creencia y de la indiferencia religiosa es una


de las principales tareas que el Santo Padre ha confiado al Pontificio Consejo para la
Cultura. Precisamente sobre este tema tratarán los trabajos de la próxima Plenaria de
nuestro Dicasterio, que se realizará en marzo del 2004. Hoy constatamos que ya no
existe más una geografía exacta de la no-creencia, como el Muro de Berlín, de triste
memoria. Pero si las 300 respuestas que hemos recibido a nuestra encuesta preparatoria
nos muestran un ateismo militante que está perdiendo vigor y ya no tienen grande
influencia, ellas subrayan también que, sobre todo en las culturas de tradición cristiana,
se desarrolla una actitud de desprecio, de hostilidad y burla hacia la religión – sobre
todo la cristiana – que los poderosos medios de comunicación modernos difunden sin
ningún recelo.
Hoy nos encontramos frente a una dilución del sentimiento religioso en una cultura falsa
desde el punto de vista ascético. En su Exhortación apostólica Ecclesia in Europa, el
Santo Padre pone en alerta al continente europeo contra la tentación del
«oscurecimiento
• la esperanza» en estos tiempos que, según él, se presentan como «una estación de
desconcierto» (n. 7). Entre las ideas depresivas que se presentan como un reto a la
esperanza cristiana, no podemos dejar de interrogarnos sobre aquella rara facultad que
aparece hoy, en pleno día, de total amnesia de las raíces cristianas que han dado y
siguen dando vida a una cultura de una fecundidad prodigiosa, y la afasia dramática de
intelectuales y responsables políticos que pretenden actuar en nombre del humanismo,
pero que, en cambio, mutilan gravemente al hombre, haciendo que se olvide de su
origen y de su término. Una añadidura de escepticismo no puede estructurar una
existencia. Y la cultura que rechaza lo absoluto ha llegado a absolutizar lo relativo,
hasta el punto que una sociedad de incrédulos no puede dejar de creer. El siglo pasado
ha idolatrado trágicamente, con consecuencias funestas, la raza, la clase, la etnia, y la
ciencia. La cultura dominante exacerba la pulsión de los deseos, la búsqueda de los
placeres, la consecución del tener, del saber y del poder. Pero, privado de su
fundamento en Dios, el hombre creado a su imagen y semejanza ya no logra encontrar
su propio rostro en un espejo reducido en pedazos. Toda esquirla refleja sólo una parte
de la imagen. Los fragmentos son tomados como si fueran un todo cuya coherencia se
ha disuelto en fragmentos. Ya sea que se trate de la economía, de la política, de la
familia, de la vida social o de los media, la imagen incompleta que refleja cada uno de
los fragmentos está disminuida y herida, lo cual comporta una falta creciente de
confianza del ser humano para con la propia humanidad. La persona se vuelve frágil, el
tejido social se rompe, la nación se deshace. Vemos aumentar la fragilidad de los
pueblos que desbordan de bienestar, pero que ya no tienen esencia. La valoración
excesiva del placer sexual los priva del gozo insustituible de la paternidad y de la
maternidad. Esta desasociación

72

LA DEPRESIÓN

mortal sobre la cual el Papa Pablo VI trató en vano de llamar la atención distraida de la
cultura dominante, hace más de 35 años, en su Encíclica Humanae vitae, sin duda es la
amenaza depresiva más dramática de la cultura hegemónica de los países ricos: “el
amor” sin hijos y los hijos sin amor. Muchos niños se sienten morir hoy porque son
huérfanos. Tienen una necesidad desesperada de ser amados. Y se sumergen en un
océano de imágenes cuya abundancia devastadora los destructura en esta otra
disociación mortalmente depresiva entre la hipertrofia de los medios de los cuales
disponemos y la atrofia de los fines que perseguimos.

11. El homo religiosus. Queridos amigos, las ideas depresivas de la cultura en el mundo
contemporáneo son una infinidad, y se presentan bajo múltiples aspectos que ponen en
peligro la humanidad del hombre. Frente al vacío existencial en el que introducen estas
ideas, y para afrontar todos los condicionamientos sin caer víctima de ellos, Viktor
Frankl, neurólogo de Viena, profesor en Harvard, Stanford, Pittsburgh y Dallas,
fallecido a 92 años en 1997, en su libro a menudo olvidado Le dieu inconscient,
reivindica «el poder de contestación del espíritu». Parte del principio de que «la
exigencia fundamental del hombre no es el apagamiento sexual ni la valoración de sí
mismo, sino la plenitud de sentido»6. En esta afirmación lapidaria que desordena la
filosofía depresiva de la escuela freudiana, aparece el problema de «la voluntad de
sentido». Las neurosis que apremian las búsquedas de ciertos psicólogos y psiquiatras y
que fácilmente abren el camino a la depresión, son ante todo la expresión de un ser
frustrado y, por tanto, inclinado al vértigo del vacío existencial. El hombre moderno,
envuelto por las ideas depresivas del mundo contemporáneo, es afectado en lo más
profundo de sí mismo en sus razones de vivir. Por eso debemos alcanzarlo aquí, en el
corazón de sus deseos e incluso en sus desalientos y sus frustraciones existenciales. Para
lograr este objetivo tenemos el camino que nos muestra el Evangelio, creador de cultura
ya que contiene la Verdad sobre el hombre, revelado por ese Dios que ha asumido el
rostro de hombre en Jesucristo, Hijo de la Virgen María, para compartir con nosotros el
amor del Padre.
El antídoto a las ideas depresivas de nuestro tiempo es la fe en Aquel que nos ha dicho:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida». El
Evangelio nos hace partícipes del secreto del gozo que nos ha traído Cristo y que nos
permite vivir los días de la semana con un corazón preparado para la fiesta.
El gozo es el don de Dios y la Iglesia es la portadora de este don para nuestras culturas
depresivas. «Yo amo a los sacerdotes – confía Julien Green en su Journal - que vienen
del Nuevo Testamento con la Buena Nueva en los ojos». «El gozo, escribía Paul
Claudel, es la primera y la última palabra del Evangelio»7.
S.E. Card. PAUL POUPARD Presidente del Pontificio Consejo
para la Cultura Santa Sede
Notas

1 Flammarion, 1993.
2 Pontificio Consejo para la Cultura, Para una pastoral de la cultura, Pentecostés 1999,
n. 2.
3 Pablo VI, Populorum progressio, Pascua 1967, n. 27; cf. Juan Pablo II, Laborem
Exercens, 14 setiembre 1981, n. 4-10.
4 Michel Foucault, Les mots et les choses, Gallimard, 1966.
5 Claude Lévi-Strauss, L’homme nu, Plon, 1971.
6 Viktor Frankl, Le dieu inconscient, Coll. Religion et sciences de l’homme, Edition du
Centurion, 1975, p. 92-93.
7 Cf. Paul Poupard, Le christianisme à l’aube du IIIème millénaire, III, L’avenir est à
l’espérance, Plon-Mame, 1999, p. 248.

También podría gustarte