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A Jimmy, por darle las mismas vueltas que yo.

A Patricia, por ser el motor de esta historia

y de todas las demás

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UNO

Un salón de una casa cualquiera de un piso medio dentro de la clase más media en una

ciudad sin importancia. La iluminación, sin ser escasa, es más propia de un probador

de grandes almacenes que de un sitio donde vivan personas. La decoración es

intrascendente, quizás un macetero con flores sobre una mesa, quizás media docena de

libros impolutos, un espejo colgado en una pared, una mesa de comedor de madera

vieja, alguna alfombra que necesita renovación, un tocadiscos que se ha reconvertido

en “mueble para poner trastos encima” y silencio, sobre todo mucho silencio y del de

la peor clase. El que está manchado por el murmullo de un televisor... sentadas en un

sofá están MARÍA, cualquier chica de veintipocos años y su HERMANA, cualquier

hermana algo mayor. Detrás de ella está la MADRE, de rictus desagradable mezclado

con abandono, planchando sin mucho convencimiento nada importante. La MADRE y

la HERMANA observan extasiadas el televisor, mientras MARÍA se remueve en el

asiento como una fiera enjaulada.

MARÍA: (poniéndose de pie de un salto) ¡No lo soporto más!

Su madre y su hermana la miran algo sobresaltadas pero enseguida se concentran de

nuevo en la pantalla. María suspira resignada y se marcha por la izquierda. Tras unos

momentos vuelve, enfundada en un abrigo de plumas. Mira a los otros miembros de su

familia.

MARÍA: Me voy. A poner gasolina al coche.

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Ninguna de las dos le dedica una sola mirada.

MARÍA: ¡Dios! (se dirige con vehemencia a la puerta de la calle. Con sarcasmo)

Hasta luego cotorras.

MADRE: (sin mirarla) ¿vas a venir a cenar?

MARÍA: A lo mejor no vuelvo nunca.

MADRE: (sin dar muestras de haberla oído) No vengas tarde.

MARÍA: (para sí misma) Y que más dará...

Sale. Nada más se mueve en el escenario.

Las luces se van apagando gradualmente, para de nuevo encenderse sin que nada haya

cambiado. La prenda de ropa se ha quemado irremediablemente bajo la plancha de la

madre y las dos figuras son dos estatuas de sal salidas de Sodoma y Gomorra. Nada las

perturba.

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DOS

En la cola de la gasolinera se reúnen varios seres anónimos esperando para pagar el

carburante, revistas, chocolatinas o tabaco. El sonido más predominante es el de los

chasquidos de desagrado por la espera, los taconeos impacientes y los de la caja

registradora. MARIA lleva en la mano un paquete de cigarrillos. Delante de ella, en la

cola, hay un hombre llamado JAIME, pasando los cuarenta, vestido de oficina, con

gafas y sombrero de fieltro; una mujer cincuentona, llamada FELISA, de aspecto

descuidado; y, esperando para pagar, una CHICA relativamente atractiva que nunca

desvela su nombre, cuyo maquillaje excesivo esconde su edad y envuelta en una pesada

gabardina. Tras MARIA espera silbando un muchacho de veintipocos, ERNESTO, con

aspecto agradable y despreocupado. El ENCARGADO de cobrar lleva un mono de

trabajo azul y su cara mantiene un rictus completamente inexpresivo. Mira fijamente el

aparato para cobrar por medio de tarjeta de crédito. Durante un período de tiempo

demasiado largo nadie se mueve, son como estatuas cubiertas de lava. Finalmente toda

la cola se remueve con impaciencia, mientras el ENCARGADO mantiene su mirada fija

donde estaba, sin perturbarse por la inquietud de los clientes.

CHICA: (Con un tono de evidente desprecio) ¿Me va a tener aquí toda la tarde? (El

ENCARGADO no da muestras de haberla oído) ¡Oiga! ¡Que le estoy hablando! (Sigue

sin haber reacción. Ella le pasa la mano violentamente por delante de los ojos)

¡Despierte!

ENCARGADO: (Sin apartar la mirada) Estoy despierto. Si la máquina no va no puedo

hacer nada.

CHICA: (Desesperada) ¡Dios! ¡Que inepto!

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FELISA: (Murmurando hacia JAIME) Que poca vergüenza. Que poquísima vergüenza.

Él se encoge de hombros con absoluta indiferencia, pero la CHICA se vuelve airada.

CHICA: Se referirá a él (señala al ENCARGADO) supongo.

FELISA: No, me refiero a usted. Él sólo hace su trabajo y usted nos tiene esperando

aquí a todos.

CHICA: (Dándole la espalda) Váyase a la mierda, loca.

FELISA: (Sofocándose) ¡Pero como se atreve! ¡Aquí todos pensamos igual, a ver si la

loca va a ser usted!

JAIME: Oiga, a mí déjeme en paz que yo no he dicho nada.

FELISA: ¡Pero bueno, no ha oído lo que me ha dicho!

JAIME: Pues sí, porque no paran de gritar, así que cállense de una vez.

FELISA: (Alteradísima) ¡Ay Dios! ¡Que poca vergüenza! ¡Tener que aguantar esto! ¡A

mis años!

CHICA: (Riéndose sin volverse) No solo loca sino además vieja.

FELISA: ¡Es usted una buscona!

CHICA: Eso es envidia porque hace demasiado que no le echan un polvo.

FELISA: ¡Guarra!

JAIME: ¿Quieren dejarlo de una vez?

Los tres se enzarzan en una discusión muy agria, hablándose muy cerca de la cara del

otro, más de una vez parecen a punto de llegar a las manos. En lo más fuerte de la

discusión de repente se quedan completamente rígidos. Las luces se van apagando

paulatinamente y todo queda a oscuras.

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TRES

De pronto, un foco, como los de los espectáculos de cabaret, ilumina el centro del

escenario. Dentro del halo de luz está el SECUESTRADOR, en la treintena, bien

parecido, vestido de forma informal pero indudablemente elegante. Revisa un

cuadernito concienzudamente, parece no haberse dado cuenta aún de que es el centro

de atención en ese momento. En un momento dado, mira hacia el frente y toma

conciencia de su posición. Rápidamente guarda el cuaderno en un bolsillo y carraspea

sonoramente.

SECUESTRADOR: (Se dirige al público muy teatral) ¡Hey, buenas noches a todos,

damas y caballeros! ¡Bienvenidos a esta velada llena de emociones, sorpresas y mucha,

mucha marcha! (Se le congela la sonrisa. Empieza a hablar mucho más pausadamente)

Que falso suena, ¿verdad? Y la verdad es que se sigue haciendo, a pesar de los años que

lleva repitiéndose esta dichosa presentación, se sigue haciendo exactamente igual en

todos los shows de la televisión. Al final llego a dos conclusiones: o no tenemos

imaginación o son ustedes unos estúpidos. Más bien lo segundo, creo yo. ¡No, no se

ofendan! Dejen que les explique. No quiero decir que concretamente ustedes (señala al

público) sean unos estúpidos. O sea, que habrá estúpidos, claro, como en todas partes,

pero no todos. Solo algunos. Me refiero más bien a que ese personaje medio que los

programadores llaman “público” es básicamente idiota. Se tragan cualquier cosa con tal

de no pensar, así que la única misión de los responsables de todo esto es lograr dar con

el interruptor que les apaga la mente. (Hace el gesto de girar una llave) ¡Click! Y se

acabó. Ya tenemos a millones de personas volviendo a un estado de puerilidad

envidiable. (Se sienta pausadamente en el borde del escenario) ¿Les confieso algo? Yo

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nunca he podido. A mí escenas como esta (señala hacia el lugar donde había tenido la

discusión minutos antes, que como por arte de magia se vuelve a iluminar. Los

personajes siguen en la misma posición que antes, completamente rígidos) me aburren

soberanamente. Además no se puede decir que el guionista se lo haya trabajado mucho.

Vamos a revisar lo que ha pasado hasta ahora (saca de nuevo el cuadernito del bolsillo

y lo hojea concentrado) Mmmmmm... a ver... Bueno, por ejemplo esto, los nombres de

los personajes. Denotan una falta de interés por el texto alarmante. María (se ilumina la

parte donde está MARIA), la supuesta protagonista, que nombre tan original. Y luego

están... sí, aquí. Jaime (se iluminan los tres primeros de la cola), que es el del sombrero,

eso si que es un nombre rebuscado. Felisa, la mujer mayor, que parece sacada de una

obra de Benavente. La jovencita se llama Chica... toma ya. Chica. Está claro que

entregó el guión a la productora con el tiempo justo y ni se molestó en cambiar el

nombre provisional. Y el muchacho de (recalcando mientras lee) “aspecto agradable y

despreocupado” (pone cara de circunstancias) se llama Ernesto (Se ilumina la figura de

ERNESTO). O sea, que tuvo un ataque de cultismo y se le ocurrió que Ernesto era un

nombre literario. (Se vuelve a poner en pie de un salto) Y lo que más me gusta es la

ambientación. ¿Para qué pensar en algún lugar exótico o mínimamente interesante, si

podemos colocar la acción en una... gasolinera? (Se ilumina ya del todo el escenario)

No se preocupen, no me he olvidado del empleado de la gasolinera... es que no es más

que parte del decorado. Si el empleado fuese armado o saliese desnudo otro gallo

cantaría. (Guarda de nuevo el cuaderno) Y con todo esto (señala con la mano toda la

escena) tenemos nuestro show. (Sonriendo zalamero) ¿Se lo pasan bien? ¿No? (Se

pone muy serio de repente) Claro que no. Ni yo tampoco. Esto es un teatro, después de

todo, para ver vulgaridades como esta se quedan en casa viendo la tele a las seis de la

tarde. Seguramente encontrarán a un chico que quiere confesar a su hermano que es gay

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y que está enamorado de su padre, o una chica que siempre ha querido conocer a Alex

Ubago, o cualquier cosa de esas... tal vez estarán presentes casi famosos con sonrisa

soberbia provocando una pequeña guerra en su pequeña sociedad... cualquiera sabe.

Nada diferente a esta pelea absurda entre una mujer tradicional completamente

estereotipada y una chica que “representa a la juventud de hoy” por un minuto más o

menos de espera. Así que... (se vuelve hacia los personajes y los mira fijamente uno a

uno) creo que es el momento de ponerle un poco de sal a la cosa. ¿No estamos dentro

del sistema? ¿No funciona solo? Pues vamos a hacer las cosas bien. ¡Hay que mantener

la audiencia! (Empieza a desnudarse, simulando bailar “You can leave your hat on”)

Tirorirorio.... ¡chass! (Cuando está a punto de quedarse con el torso desnudo se frena)

Un momento. No, no me siento cómodo. Creo que no me pagan lo suficiente (empieza a

vestirse de nuevo). Además ya salen demasiados cuerpos desnudos todos los días por

todas partes. (Termina de vestirse). ¡Ya lo tengo! (Sale corriendo por un lateral y

enseguida vuelve con un arma de fuego bastante imponente) ¡La violencia! Esa es la

clave, como no se me había ocurrido antes. Lo que no sé muy bien es si descerrajarles la

cabeza directamente o practicar algún tipo de tortura primero. A ver, iré por el hombre

del sombrero... (saca de nuevo el cuaderno y mira una página) Jaime, eso es (guarda el

cuaderno. Después apunta a Jaime). No sé si es mas atroz matarle desde aquí o dejarle

que me suplique para luego acabar con él. O tal vez debería buscar otra arma... (Deja de

apuntar y se vuelve de nuevo al público). Eso es, cojo una pistola y les obligo a matarse

entre ellos. ¡O sin armas! ¡Que se maten con las manos! ¡No, que se violen primero y se

maten después! ¡O que se maten y luego tengan que violar y devorar los cadáveres!

(Eufórico) ¡Ya lo tengo, ya lo tengo! Primero que se meen y se caguen sobre uno,

después que lo maten, pero mientras agoniza tienen que violarlo y después tienen que

comerse lo que quede, con mierda y todo. Bueno, eso es espectacular, ¿no? Si es que

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tendría que haberme dedicado a esto. Tengo alma de programador, está claro. (Suspira y

se guarda el arma en el pantalón) Supongo que estarán horrorizados... de eso se trata,

de que se escandalicen. Y no me cabe la menor duda de que se quedarán para ver si

cumplo mi plan, así luego podrán vomitar a gusto y elevar quejas al defensor de algo,

no sé muy bien de qué. Pero se quedarán para verlo primero. Algunos dirán que es

porque no se lo terminan de creer. La mayoría lo hará para pasar los límites que no han

pasado. Y no se preocupen. También a esto se acostumbrarán. (Se acerca a MARIA y

ERNESTO y los observa con cuidado) Pero es que son tan aburridos, tan predecibles,

tan normales. Seguramente si hago todo lo que he dicho se conviertan en notorios, en

famosos. Tal vez le arregle la vida a sus familiares que se pasaran los días por las

televisiones, contando su dolor, llorando sus penas. Más de uno y de dos empezará una

relación con algún famoso y pasarán a formar parte de ese selecto club que forman

nuestras celebridades. (Vuelve al frente, directamente hacia el público) Porque seamos

honestos. A nadie les importa un pimiento esta gente, sólo serán importantes cuando

mueran, y mientras más sufran más importantes serán. ¡Que inconscientes! Casi... casi

prefiero no hacer nada de eso. Porque entonces yo, su asesino, sería lo mejor que les ha

pasado nunca. Gracias a mí tendrán un entierro televisado y un bonito recuerdo.

Ocuparán portadas, llenarán debates, serán el centro de atención. Muertos sí, pero

importantes. Hasta tendrán epitafios preciosos en sus lápidas, en lugar del polvo que les

esperaría de seguir con sus vidas. Así que, ¡cambio de planes! Nada de canibalismo,

violación y tortura, al menos por mi parte. Desgraciadamente para ellos soy de los que

piensa que más vale la triste verdad que vivir en la mentira. Por lo tanto voy a

encargarme de demostrar que sus vidas no valen un pimiento. Mucho menos que eso.

Mucho menos que eso.

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Después de decir eso sonríe de forma macabra y se marcha parsimoniosamente por un

lateral. Las luces vuelven a apagarse poco a poco hasta que todo queda de nuevo en la

oscuridad más absoluta.

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CUATRO

Luces encendidas otra vez. La cola sigue en su sitio, todos con cara de nada y el

ENCARGADO absorto en la máquina. La discusión hace mucho que ha terminado, y

casi todos fijan su mirada en un punto infinito, en el suelo o en sus compras. Al poco

entra el SECUESTRADOR, vestido ahora completamente de gris, conservando la

elegancia pero con un cierto aire de agente secreto o de espía de incógnito. Camina

despacio a lo largo de la cola y le da una pequeña caja a cada miembro de la misma.

Ellos la cogen con aire sorprendido pero sin rechazarla, y la guardan en los bolsillos o

bolsos. Ahora todos le miran. Cuando llega al mostrador se sienta de un salto sobre él,

gesto que provoca, por primera vez, que el ENCARGADO levante la cabeza. Se aclara

la voz para comenzar a hablar.

SECUESTRADOR: (Con voz alta y clara, pero calmada) Por favor, un momento de

atención señoras y señores, “ladys and gentelmans”, miembros de este club tan

prestigioso, sólo les robaré unos minutos.

ENCARGADO: (Tímidamente) Perdone...

SECUESTRADOR: (Ignorándole) Bienvenidos a este show exclusivo para ustedes,

mis privilegiados amigos. Me llamo... uy casi lo digo (ríe). Quiero decir, soy su

secuestrador para esta noche (nadie reacciona). Están ustedes bajo mi poder desde

ahora hasta el día de su muerte, que será pronto o tarde, depende de lo que gusten. Ante

todo las normas, para evitar los malos entendidos. Yo mando, lo que no quiere decir que

ustedes no puedan hacer nada durante este largo período de agradable compañía que nos

espera. Pueden comer, hablar, leer, dormir y hacer el amor. Para suicidarse necesitarán

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la evaluación previa de un comité competente, es decir yo, ¿alguna duda? (todos niegan

mecánicamente con la cabeza).

ENCARGADO: (Tirando ligeramente de la camisa del SECUESTRADOR) Disculpe,

no se puede sentar ahí...

SECUESTRADOR: (Como si no fuera con él) Les ruego que no se lo tomen como un

drama, podemos pasarlo bien, esto es más bien una oportunidad que se les brinda de ser

otras personas diferentes a las que siempre son. Claro que sólo lo sabrán unos pocos

privilegiados, pero, ah, el arte, cuanto más minoritario mejor, ¿no les parece?

ENCARGADO: (Ya algo molesto) Oiga...

SECUESTRADOR: (Ahora sí se vuelve hacia él) Perdóneme, pero ¿ni siquiera durante

un secuestro puede usted olvidar su rutina? ¡Suéltese el pelo hombre! ¡Haga algo

estrafalario como... no sé, comerse una chocolatina sin pagarla luego! (En todo

cómplice) Yo prometo no decir nada, aunque no me fiaría de la vieja bruja esa (señala a

FELISA).

FELISA: (Indignada) Pero como se atreve...

SECUESTRADOR: (La interrumpe) Privilegios reales, señora. Si se molesta en leer

los estatutos del secuestro en lugares públicos, en su artículo diecinueve párrafo b) dice

claramente, y cito, “el secuestrador podrá insultar libremente a los rehenes, sin que estos

tengan recurso de amparo alguno”. Así que mala suerte, amiga mía. (Se baja de un

salto del mostrador. Mirando al ENCARGADO) Ya puede pulirlo si quiere. (Vuelve a

dirigirse a todos) De todas formas me resulta gracioso que aquí nuestra amiga Felisa...

FELISA: (Boquiabierta) ¿Quién le ha dicho mi nombre?

SECUESTRADOR: (Sin mirarla siquiera) ... nuestra amiga Felisa se preocupe tan solo

de mi descortesía, nuestra amiga la buscona (mira a la CHICA, que en ese momento

está ahuecándose el pelo y se queda petrificada al oír al SECUESTRADOR) esté

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principalmente preocupada por su pelo, el bueno de Jaime (señala al hombre, a quien

ese momento se le congela un bostezo) esté básicamente cansado y al final sea tan sólo

la bella y triste María (mira a MARIA que le responde con una mirada desafiante) sea la

única que se pregunte quién cojones soy yo.

ERNESTO: ¿Y que hay de mi?

SECUESTRADOR: (Con sonrisa angelical) Usted no me interesa mucho, joven de

aspecto agradable y de nombre literario. Pero siga así de narcisista, que a lo mejor me

intereso más.

ERNESTO: Diga lo que quiera. Pero para ser un secuestrador hace falta por lo menos

un arma, no lo olvide.

SECUESTRO: (Se lleva las manos a la cara sorprendido) ¡El arma! ¡Que fallo!

¡Gracias chico, esto te ha dado muchos puntos!

Sale corriendo por donde entró dejándolos a todos sin saber que hacer, mirando hacia

donde ha salido. Al cabo de unos segundos empiezan a mirarse unos a otros sin saber

muy bien que decir. MARÍA y JAIME están perplejos, FELISA sofocada, la CHICA

divertida y ERNESTO un poco picado. En seguida vuelve a aparecer el

SECUESTRADOR con una escopeta recortada en la mano. Hay un grito ahogado

general y gestos de pavor a los que responde el SECUESTRADOR con una reverencia

jocosa.

SECUESTRADOR: (Ridiculizando) ¡Oh! ¡Ah! ¡Pavor, terror y chocolatinas sin pagar!

(Suelta una carcajada) Pero buenas gentes, ¿qué esperaban? Me parece que no acaban

de comprender la situación. Venga, volveré a repetirlo: están ustedes en mi poder. Pero

claro, como no creo que mi labia y mi arrollador carisma les convenza no tengo más

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remedio que llevar aquí a mi amigo (palmea cariñosamente el arma). Después de todo:

¿qué es un secuestrador sin un arma? Y pensar que me había olvidado de ella... ¡Menos

mal que nuestro amigo Ernesto estaba aquí para poner las cosas en su sitio! ¡A mis

brazos camarada literario!

Se abalanza sobre ERNESTO y lo besuquea efusivamente. Éste se queda paralizado en

su sitio y se deja besar. El SECUESTRADOR le pellizca en la mejilla.

SECUESTRADOR: Pillín, lo que te gusta que te besen...

JAIME: La verdad es que te podías haber callado.

SECUESTRADOR: Venga tonto, no te pongas celoso... (Suelta a ERNESTO y se lanza

a besar a Jaime)

JAIME: (Intenta quitárselo de encima) ¡Pero oiga suélteme!

SECUESTRADOR: (Soltándolo de inmediato) Por supuesto. No significa no. (Se

vuelve a sentar en el mostrador y mira al ENCARGADO) ¿Le molesto aquí?

ENCARGADO: (Aterrorizado) Eh... no, está usted en su casa.

SECUESTRADOR: Que bien... esta escopeta es como tener una visa. Hasta el trato en

los comercios es diferentes (vuelve a reírse). Quiero que se fijen en este detalle,

redundando en lo que dije antes. ¿No es gracioso que aquí a nuestro amigo... (señala a

JAIME) sacado de una peli en blanco y negro le preocupe más su hombría que mi arma?

Puedo secuestrarle, pero ¡nada de besos! También es cierto que... (le apunta con la

escopeta) todo depende de lo persuasivo que sea uno.

JAIME: (Levantando las manos) O-Oiga, tenga cuidado.

SECUESTRADOR: No se preocupe, sé como se usa. Una vez vi hacerlo. Pero no me

distraiga, no me distraiga... a ver (baja de un salto). ¿Estáis de acuerdo en que todo el

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mundo tiene un precio? (Todos le miran sin decir nada) Pero vamos no seáis tímidos,

decidme algo.

CHICA: Desde luego que sí.

SECUESTRADOR: ¡Eso es, una voluntaria, perfecto! A ver, muchacha, ¿cual dirías

que es tu precio?

CHICA: Depende de qué quieras comprar.

SECUESTADOR: (Suelta una risita) Bien apreciado. Supongamos que quiero que te

folles aquí al abuelo (señala a JAIME). O mejor aún, supongamos que quiero que te

folles a la abuela (señala a FELISA).

FELISA: (Muy colorada) P-Pero...

SECUESTRADOR: (Haciéndola callar de un gesto) Shhh, un momentito mujer, que

ya le tocará a usted. Venga chica, te doy dos mil euros si le das un buen repaso.

CHICA: Estás loco.

SECUESTRADOR: No, si lo comprendo. ¿Que hay de cien mil?

CHICA: De eso nada.

SECUESTRADOR: ¿Quinientos mil?

CHICA: ¡Podría pegarme algo!

SECUESTRADOR: ¿Un millón?

CHICA: ¡Que no le como el coño a esa vieja bruja!

SECUESTRADOR: (Hablando muy despacio) ¿Y si te digo que como no lo hagas te

disparo en la cabeza hasta que reviente?

La CHICA enmudece y abre mucho los ojos. En ese momento FELISA, que durante esta

conversación se ha ido poniendo cada vez más roja emite un quejido seco y cae

redonda al suelo. Todos exclaman un “¡Oh!” compungido pero nadie se mueve.

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SECUESTRADOR: (Mirando al cielo) Si es que ya me lo decía mi madre, nada de

secuestrar mujeres escandalizadas... (mira a los demás) ¿también voy a tener que ir a

ayudarla yo?

ERNESTO: (a MARÍA) ¿Me guardas el sitio?

MARÍA asiente sin darse cuenta, mientras pone cara de no creerse lo que acaban de

preguntarle. ERNESTO sale corriendo por un lateral y vuelve con una botella de agua

mineral. Se arrodilla junto a FELISA y le echa el agua poco a poco sobre la cara. La

mujer parece recuperarse paulatinamente.

ERNESTO: Beba, beba... que no ha sido nada.

ENCARGADO: (Hasta ese momento había mantenido la mirada fija en el arma pero

de repente se vuelve hacia la cola) ¡Eh! ¡Oiga! ¡No se puede consumir antes de haber

pagado!

ERNESTO se levanta furibundo, saca una moneda del bolsillo y la deja violentamente

sobre el mostrador. El ENCARGADO la coge con desprecio y la guarda en caja.

ERNESTO vuelve a arrodillarse junto a FELISA, que bebe el agua con avidez.

CHICA: (En voz baja, a JAIME) Podría haber pedido permiso para colarse... si era sólo

una botella a mí no me importa.

JAIME: Pues a mí sí. Estoy harto de los que aparecen siempre a última hora con

historias de “¿me deja pasar que solo es una cosita de nada? ¿Me permite, que es que

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tengo que recoger a los niños?”. ¡No me fastidies! Como si los demás no tuviésemos

prisa, coño.

CHICA: Joder, está usted hecho un carcamal.

JAIME: ¿Pero es que no puede dejar de insultar a todo el mundo? Después de que casi

le da un infarto a la pobre mujer por su culpa creí que habría escarmentado.

CHICA: ¡Por mi culpa dice! ¡Si está medio inválida del corazón que se quede en su

casa!

JAIME: Vas a ir derechita al infierno, ¿lo sabías?

CHICA: Eso espero, porque como el cielo esté lleno de tíos como usted...

JAIME: ¿Qué pasa conmigo?

CHICA: Que no creo que con “eso” (mira la entrepierna de JAIME) pueda hacer gran

cosa.

JAIME: ¡Todavía puedo demostrárselo!

CHICA: ¿Ah sí? Que machito...

MARÍA: (Frenética) ¡Basta! ¡BASTA! ¡BAAAAAAAAAASTAAAAAAAAAA!

Todos se vuelven sorprendidísimos hacia ella, excepto el SECUESTRADOR, que ha

apoyado el arma en el suelo y observa la escena con aspecto de estar pasándoselo en

grande y el ENCARGADO, que tras guardar el dinero de ERNESTO ha vuelto a

concentrarse en la máquina de tarjetas de crédito.

MARÍA: ¿Pero estáis idiotas o qué pasa? ¿Cómo podéis poneros a pelear en este

momento? ¿Pero no os dais cuenta de lo que está ocurriendo? Un pirado (el

SECUESTRADOR saluda inclinando la cabeza) se presenta aquí con un arma...

SECUESTRADOR: Perdón, me presenté desarmado.

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MARÍA: (Ignorándole) ... y nos dice que estamos en su poder, que nos secuestra

vamos. Y mientras vosotros (les mira asqueada) solo os preocupáis de vuestro sitio en

la cola y de vuestras peleas. Joder, que se ha desmayado una mujer y sólo se ha movido

este chico.

SECUESTRADOR: (Carraspea) Me temo que tú tampoco te has movido.

MARÍA: ¡Es que yo no voy de valiente! (ERNESTO empieza a protestar). ¡No

empecemos! No quiero decir que tú vayas de valiente, quiero decir que yo no lo soy.

(Mira al SECUESTRADOR) Tienes una escopeta ahí, claro que nos tienes en tus manos,

cómo voy a mover un músculo, por Dios. No me juego el cuello por nadie.

SECUESTRADOR: (Acercándose a ella) Así que este también es tu precio...

MARÍA: (Poniéndose completamente rígida) Algunas cosas no se compran ni con esto.

SECUESTRADOR: (Invadiendo claramente su espacio vital) ¿Segura?

MARÍA: (Sin pestañear siquiera) Pruébame.

Ambos sostienen la mirada durante un momento. De repente el SECUESTRADOR

sonríe ampliamente y se aleja de forma resuelta. Empieza a pasear de un lado a otro.

Mientras tanto ERNESTO ayuda a levantarse a FELISA, que saca un abanico del bolso

y comienza a abanicarse compulsivamente.

ERNESTO: ¿Está usted bien?

FELISA: Si gracias hijo. Menos mal que aún quedan caballeros.

CHICA: (Para sí misma, pero lo oyen todos) Hipócritas...

ERNESTO la fulmina con la mirada pero finalmente no dice nada y vuelve al final de la

cola. FELISA hace como que no la ha oído.

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SECUESTRADOR: Pensándolo bien, si que eres una valiente, María. O más bien un a

mujer de principios. No es que tus principios sean muy honorables, pero al menos los

llevas hasta el final. No se puede decir lo mismo de todos los presentes... (mira

significativamente a JAIME, quien agacha la cabeza). Tengo una curiosidad con usted,

amigo mío.

JAIME: (Sorprendido) ¿Conmigo?

SECUESTRADOR: Sí, con usted. Me pregunto... (pone gesto pensativo para después

sonreír con malicia) ... Me pregunto qué habría hecho usted si la chica hubiese accedido

a su proposición.

JAIME y CHICA: (Al unísono) ¿Qué proposición? (Ambos se miran, él avergonzado

y ella burlona).

CHICA: Ah, ya (ríe por lo bajo).

SECUESTRADOR: Sí, ya sabe. Cuando le ha dicho que iba a demostrarle... bueno,

que usted iba a... ¿pero por qué dudo, si yo pongo las normas? ¡Cuando le ha dicho que

le iba a demostrar que tiene la polla tan dura como un adolescente!

JAIME: Yo no he dicho eso...

CHICA: Más o menos es lo que ha venido a decir, sí.

JAIME: Yo... no sé, estaba ofuscado.

SECUESTRADOR: No, pero platéeselo. Imagine que ella le dice, “sí, adelante,

házmelo aquí y ahora”. ¿Lo hubiese hecho?

JAIME: Yo...

SECUESTRADOR: (Se acerca lentamente a él) Le está llamando vejestorio.

JAIME: Pero...

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SECUESTRADOR: (Cada vez más cerca y más vehemente) Un pichafría, que no se le

levanta.

JAIME: Hombre...

SECUESTRADOR: (Casi encima de él) Esta mocosa desvergonzada le está diciendo

que no es capaz de satisfacer a ninguna mujer y no dice nada... ¡Es que no es usted un

hombre! ¡Es usted un maricón de mierda!

JAIME: ¿Maricón yo? ¡Si me deja le demuestro lo maricón que soy!

CHICA: Vale le dejo.

JAIME y FELISA: (A la vez) ¿Qué?

CHICA: ¿Como era? Venga, házmelo aquí y ahora.

JAIME se quita la chaqueta y la arroja al suelo muy airado, y comienza a

desabrocharse la camisa. FELISA lo agarra por los brazos.

FELISA: ¿Qué hace loco? Pare que se pierde.

JAIME: (Chillando) ¡Que ninguna niñata me llama maricón!

MARÍA: (Tranquilamente) No ha sido ella.

JAIME: (Se queda parado) ¿Cómo dice?

MARÍA: Que no ha sido ella quien le ha llamado maricón. Ha sido él (señala con la

cabeza al secuestrador, que ha vuelto a apartarse para disfrutar de la escena).

JAIME: Eh... pues es verdad.

CHICA: (Estalla en carcajadas) ¡Que pardillo!

MARÍA: Sí, ha sido él. Se lo está pasando en grande con todo esto. No hace más que

generar cizaña entre nosotros para que se nos olvide que él nos está secuestrando. Lleva

un buen rato haciéndolo. Y para colmo tú (señala a la CHICA) le sigues el juego.

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CHICA: ¿Yo?

MARÍA: Sí, estás empezando a divertirte. Y maldita la gracia que tiene. Pero no me

cabe duda de que estás disfrutando, hasta diría que empieza a gustarte este... hombre.

CHICA: Al menos mejora el nivel masculino de la sala.

ERNESTO: Está empezando a fastidiarme esto...

SECUESTRADOR: Oh, pobre narciso. No te enfades tú, chiquitín, que si tuvieras el

arma serías tú el mister gasolinera secuestrada del mes.

ERNESTO: (Duro) No eres gracioso. Te crees que sí, pero la verdad es que no

diviertes a nadie.

SECUESTRADOR: Yo me divierto. Y mucho.

ERNESTO: Lo que nadie se da cuenta es de que no tenemos ni idea de por qué haces

esto. Entras, coges tu arma...

SECUESTRADOR: Una vez más: gracias.

ERNESTO: ¡Deja ya de darme las gracias! Lo tenías todo planeado, ¿a que sí?

SECUESTRADOR: Pudiera ser.

ERNESTO: Pues bueno, yo sí quiero una explicación. ¿Qué quieres de nosotros?

¿Dinero? ¿No te das cuenta de que te has equivocado de sitio? Aquí somos todos unos

muertos de hambre, y estás en una gasolinera de mala muerte de la periferia, ¿qué

pretendes sacar?

MARÍA: Notoriedad.

SECUESTRADOR: ¡Ah! Desde el principio supe que vosotros erais los auténticos

protagonistas de esta historia. Los demás (mira a los otros tres), lo siento chicos (vuelve

a dirigirse a los dos de atrás) son meros comparsas, secundarios prescindibles. Pero

vosotros... ¡vosotros sois mis estrellas! El joven y apuesto Ernesto siempre dando con la

clave para que la historia mantenga su coherencia; y la bella pero indiferente María,

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preparada para darnos luz en cada momento, la única medianamente cuerda de este

lugar.

MARÍA: No hay que ser muy listo. Quiere notoriedad, que le hagan caso, que le

escuchen, rabia por ser oído. Pronto vendrán periodistas, políticos, policías... esto será

un circo de colores y cámaras, y él será feliz, tendrá su público. Será famoso... todos lo

seremos.

Al oír esto la CHICA saca un espejito del bolso y maquillaje, y comienza a empolvarse

la cara. JAIME también coge la chaqueta del suelo y se adecenta. Hasta FELISA se

coloca mejor el pelo.

SECUESTRADOR: Es una teoría interesante... pero falsa.

MARÍA: No te creo.

SECUESTRADOR: (Como si fuera un niño pequeño) ¡No me importa! (Con voz

normal de nuevo) Esa era mi primera idea, sí, lo pensé mucho tiempo. Coger a un

grupillo de despreciables medianías y convertirlos en alguien. (Corre junto a la chica y

le pasa el brazo por los hombros. Luego señala al techo) ¿No lo ves ya? ¡Yo puedo

verlo!

CHICA: (Mirándolo) ¿Qué tengo que ver?

SECUESTRADOR: Tu nombre, en un inmenso titular, destacando sobre cualquier otra

cosa. Serás una estrella, ¿comprendes? Cuando todo esto acabe las televisiones se

rifarán hablar contigo, tan joven, tan guapa, pobre chica, que mal lo habrá pasado,

cuéntanos tu historia, ¿sufriste mucho? ¿intentó tocarte? ¿es cierto que anoche estuviste

en una discoteca con aquel de Gran Hermano? Y luego todo vendrá rodado, las

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exclusivas, tus primeros papelitos, tal vez un disco, las tetas nuevas, el desnudo de

Interviú... ¡habré cambiado tu vida! ¿No lo ves? ¿No lo ves?

Ya miran todos al punto donde fija sus ojos el SECUESTRADOR, excepto MARÍA, que

está cruzada de brazos con expresión de fastidio.

CHICA: Si... puedo verlo.

SECUESTRADOR: (Suspira ruidosamente) Ay, sí... (suelta de golpe a la CHICA)

pero no. Sería tan típico, tan obvio. Porque la parte mala de esta historia es que cuando

uno alcanza la fama luego se olvida de que una vez no fue famoso. Y la idea es que os

deis cuenta de que no valéis nada para nadie. Así que cambio de planes.

FELISA: Oiga, que tengo hasta un nieto.

SECUESTRADOR: (Con mucha maldad) Eso sólo significa que es usted vieja.

Todos se quedan algo conmocionados por la frialdad y la crueldad de las palabras del

SECUESTRADOR, incluso él mismo parece tomar conciencia de que se ha pasado.

Lentamente vuelve al mostrador y se sienta despacio sobre él. Saca el cuadernito del

bolsillo y lo consulta por un momento. Después lo cierra y lo guarda con parsimonia.

Mira a los miembros de la cola uno por uno, pero ya con otra expresión mucho menos

soberbia.

ERNESTO: (Con suavidad) ¿Podrías decirnos por qué nos retienes, por favor?

SECUESTRADOR: (Aclarándose la voz) Como no. Os retengo porque quiero que os

olviden. Que nadie se acuerde de vosotros nunca más. Que nadie se tome la molestia de

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publicar una nota sobre las personas que han sido secuestradas hoy. Simplemente quiero

que esto no sirva para nada en vuestras vidas.

De repente comienza a caer una espesa niebla. Todos los personajes,

SECUESTRADOR incluido, miran hacia arriba sobresaltados. Rápidamente las formas

se difuminan y pronto sobre el escenario no se distinguen las formas.

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CINCO

Tras un buen rato, el aire denso propio de la niebla empieza a difuminarse

rápidamente. En seguida se descubre que el SECUESTRADOR lleva un ventilador

enorme con el que va despejando el escenario. Ya no estamos en la gasolinera, sino en

casa de MARIA, el mismo escenario que al principio de la obra. Sólo han cambiado los

personajes. Ahora la que plancha absorta en el televisor es FELISA. Sobre el sofá deja

pasar el rato MARÍA, casi en la misma posición en la que dejó a su hermana. JAIME y

ERNESTO juegan a las cartas sobre la mesa del comedor. En el espejo de la izquierda,

la CHICA, vestida muy ceñida y espectacular, como para salir, se maquilla con

movimientos compulsivos. El secuestrador observa toda la escena, escondido en la

penumbra. Durante toda esta escena los personajes se mantienen haciendo todas estas

cosas, a menos que se indique lo contrario. Tras unos momentos FELISA levanta la

cabeza y mira a la CHICA.

FELISA: (Con tono de reproche) Es usted igual que mi hija.

CHICA: (Sin dejar de maquillarse) ¿Sí? ¿Nos parecemos?

FELISA: No, en la cara y el cuerpo no. Ella tiene la cara más redondita, y está más

entrada en carnes. Pero siempre se estaba arreglando para salir y vistiéndose... así.

CHICA: (Se vuelve hacia ella) ¿Ya vamos a empezar? ¿Qué pasa con mi ropa?

FELISA: Nada, nada... (Se concentra en la plancha)

CHICA: (Acercándose a ella) No, en serio, ¿se puede saber que tiene de malo que me

vista como me gusta para salir?

FELISA: (Mirando la plancha) Nada, solo que luego pasa lo que pasa...

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MARÍA: (Sin dejar de mirar la tele) Felisa, no hable usted así. No se puede ser tan

machista.

FELISA: ¡Yo no soy machista! Sólo digo que deja muy poco espacio a la imaginación

lo que lleva puesto. Si a mí me se me hubiese ocurrido salir con esa pinta cuando era

joven mi madre me habría arrancado el pintalabios de un guantazo.

CHICA: Bah... (vuelve al espejo).

JAIME: (También concentrado en su juego de cartas) La verdad es que si fueses mi

hija tampoco te dejaría salir así a la calle.

ERNESTO: Déjela Jaime, ya es mayorcita para hacer lo que le dé la gana.

JAIME: Sí, son mayorcitos para lo que les conviene. Pueden salir tranquilamente a

beber, o fumar, o follar o meterse lo que se metan, eso sí, con nuestro dinero, el de los

padres. Porque a ellos no se les ocurre que el dinero hay que ganarlo. Y claro, a mí

mañana me pasa algo y entonces qué, ¿eh? Entonces qué pasa.

ERNESTO: Supongo que valoran lo que tienen en función de lo que le han enseñado

en casa.

JAIME: (Ofuscado) No se atreverá a echarme a mí la culpa.

ERNESTO: No concretamente a usted Jaime, no se enfade. Pero es verdad que uno es

fruto de donde vive, del sitio que le ve crecer. Y en su casa el máximo responsable es

usted.

JAIME: Yo, y su madre, que le deja hacer lo que le da la gana, y de sus amigos, los de

las pintas raras, y de su colegio, que no les hacen ni caso, y de la televisión, y de la Play

Station...

MARÍA: Siento entrometerme, pero la televisión y la consola no creo que se la hayan

comprado ellos.

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FELISA: Eso es verdad, yo siempre digo que no quiero saber nada de esos comecocos

de videojuegos.

MARÍA: Pero la tele sí que la ve.

FELISA: Qué remedio hija. Estoy sola todo el día, ¿si no veo la tele que hago?

MARÍA: Si trabaja en casa será porque quiere.

FELISA: Es que tampoco sé hacer otra cosa. Y cuando yo era joven no era fácil para

una chica estudiar y trabajar, como ahora hacen todas.

MARÍA: Pues podría leer, o apuntarse a un curso de algo, no es tarde.

FELISA: Yo ya no tengo cabeza para esas cosas. Y tampoco leo muy bien. Con la tele

al menos estoy entretenida, y no hago daño a nadie.

CHICA: Pero no es sólo la tele, señora. También se dedica a agobiar a sus hijos.

FELISA: (Indignada) ¿Es malo que me preocupe por ellos?

CHICA: No se preocupa por ellos, se preocupa por usted misma.

FELISA: ¡Eso es mentira! ¡Mis hijos son lo que más quiero en este mundo!

CHICA: No es verdad señora. Usted no quiere que su hija salga a la calle como yo

porque le da vergüenza el que dirán. Seguro que tampoco les deja irse de viaje o está

encima de ellos para que coman, aunque revienten de gordos. Se siente mejor cuidando

a los demás, pero en realidad los asfixia. Que paradoja, “ahogados de amor”. Pero en el

fondo sólo se quiere a sí misma, solo le importa cómo se siente usted. ¿Por qué no nos

cuenta lo que hizo cuando empezaron a querer vivir su vida? ¿Por qué no dice lo que

hizo?

FELISA: (Muy dolida) Qué sabrás tú de mí. Qué sabrás tú de mí...

CHICA: Sé lo que sé de mis madre. Que cuando me visto así tengo que aguantar que

me llame puta, o buscona, como hizo usted antes. Que me diga que se me ve el culo o

que voy pidiendo guerra. Que se crea que soy gilipollas y que me va a dejar embarazada

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el primer niñato con moto de tres al cuarto que tenga ganas de marcha una noche. Que

me amenace con suicidarse si me voy a pasar el fin de semana fuera con un chico, o que

me diga que cuando vuelva la cerradura estará cambiada. Estoy harta de que cada vez

que discutimos, o que tomo una decisión que no le gusta finja que está enferma...

FELISA: ¡Yo no finjo! ¡Me puse enferma de verdad! ¡Estaba muy mala!

Todos se vuelven hacia ella, que se da cuenta de lo que ha dicho y se echa a llorar,

tapándose la cara con las manos, completamente avergonzada. ERNESTO se levanta

corriendo y la rodea con los brazos, intentando calmarla. La situación se ha vuelto muy

violenta para todos, que se revuelven en sus sitios bastante incómodos. Finalmente

FELISA se quita las manos de la cara y se seca las lágrimas con la prenda que

plancha.

FELISA: (Con la voz entrecortada) Yo me paso el día desviviéndome por ellos, les doy

todo, me quito el pan de la boca con tal de que se lo coman ellos. Y luego me hablan

mal, no me hacen caso, y a la primera que pueden se marchan.

ERNESTO: (Con tono de consuelo) Pero mujer, eso es ley de vida...

FELISA: Si yo quiero que sean felices, pero llevando una vida decente. Es que

cualquier día me los desgracian y entonces yo me muero.

MARÍA: El problema Felisa es que no vive su vida, vive la de sus hijos.

FELISA: Eso no es verdad.

MARÍA: ¿Entonces por qué se empeña en decirles lo que tienen que hacer?

JAIME: ¡Digo yo que sabremos lo que les conviene! ¡Coño, que para algo somos sus

padres!

CHICA: Mis padres, usted lo ha dicho. No mis dueños.

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JAIME: ¿Ah sí? Y si os dejáramos a vuestro aire que pasaría, ¿eh? Yo te diré lo que

pasaría. Que estaríais tirados por la calle, sin hacer nada, perdiendo el tiempo

miserablemente con tanta música, que ni es música ni nada, y tanto porro. O preñada y

casada de penalty con un memo descerebrado, con la vida arruinada, como la imbécil de

mi hija. Yo no sé por qué traemos hijos al mundo, si lo único que saben hacer es

amargarnos la vida. (Mira a Jaime) Y tú, a ver si vas abreviando que me has dejado la

partida a medias.

ERNESTO: (Mirando a FELISA) Pero hombre...

JAIME: ¡Déjala que llore, que se desahogue! Si estará llorando todo el día, seguro.

FELISA: (Con la voz temblando de rabia) ¡También usted me va a echar eso en cara!

ERNESTO: ¿También?

FELISA: Siempre tengo que oír que no dejo de llorar. Que si no tengo motivos para

quejarme, que si lo tengo todo...

JAIME: (Tirando las cartas sobre la mesa con ira) ¡Si es que es verdad, joder! Llevo

treinta años yendo a trabajar como un cabrón todos los días a la puta oficina, de lunes a

viernes, mañana y tarde, aguantando al soplapollas de mi jefe y a los babosos de mis

compañeros. Todos los días igual, comiéndome los marrones de todos los demás porque

soy el que tiene más cara de tonto. Y cuando llego a mí casa, a MÍ casa, la que pago yo,

¿qué me encuentro? A unos hijos que ni me respetan, ni me agradecen lo que hago por

ellos ni nada, que me chupan la sangre y lo que haga falta, y a una mujer que no es

capaz de dejarme cinco minutos tranquilo para ver las noticias. Y joder que eso harta,

que estoy hasta las pelotas, que cualquier día cojo la maleta y me voy.

MARÍA: ¿Y por qué no lo hace?

JAIME: (Sorprendido) ¿Cómo?

MARÍA: Que por qué no deja de quejarse de su vida y la cambia.

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JAIME: Si fuera tan fácil niña, ya lo habría hecho, ¿no te parece?

MARÍA: Me parece que es usted un pobre hombre al que se le va la fuerza por la boca.

JAIME: (Se levanta de un salto, tirando la silla al suelo por el ímpetu) ¿Pero cómo te

atreves?

MARÍA: Me atrevo porque ya conozco a los que son como usted, como era mi padre,

que se murió hecho un donnadie, que a día de hoy no se acuerda nadie de él, ni mi

madre siquiera. Siempre alardeando de lo mucho que trabajaba y de lo que le debíamos

toda la familia, siempre dando sus sermones sobre lo que gastamos, lo que nos ponemos

o lo que estudiamos, siempre racaneando dinero de todas partes, agarrado hasta el final,

que se murió como un perro en casa porque el gasto del médico era “innecesario”. Y al

final nunca hizo nada, siempre siguió la voz de su amo en el trabajo y sacaba los huevos

cuando estaba en casa, con la boba de mi madre (señala a FELISA) sin mover un dedo

para defenderse.

JAIME: (Rojo por la ira) ¡Pero tu que sabes niñata! ¿Te crees que es tan fácil? En mi

casa nos moríamos de hambre, ¿te enteras? Con catorce años me tuve que poner a currar

cargando cajas porque no había de comer. ¿Qué vida me espera así? ¡Pues la que llevo!

Trabajar de lo que puedo, casarme con la que quiere casarse conmigo, que en un pueblo

miserable de cuatro gatos no es fácil, intentar mantener a mi familia de la mejor manera

posible. ¡Todo lo hago por ellos! ¡Todo! Cuando no tienes nada tienes que luchar con lo

que te queda, y no tener esos delirios de grandeza, esos aires que tú te das, tan cómoda

comiendo caliente todos los días, durmiendo en una buena cama, estudiando lo que te

sale de las narices... eres una desagradecida, como todos los jóvenes de hoy, que no

saben lo que es tener hambre. ¡Pues yo sí lo sé! Y me parece que para lo que tenía no lo

he hecho mal. Tú te atreves a juzgarme y no sabes nada de nada.

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MARÍA: (Enfadada pero bajando el tono) ¿Y ahora qué? Vale que en su día no pudiera

hacer otra cosa, pero si ahora no le gusta su vida sí que puede cambiarla.

JAIME: ¿Ah sí? ¿Y como?

MARÍA: ¡No lo sé! Divórciese, váyase a otro país, busque otro trabajo...

JAIME: Que fácil es decirlo... a mi edad ya no te quieren en ninguna parte, y al menos

así tengo un contrato fijo, aunque me deje los cuernos en el trabajo y me paguen una

mierda. Tenéis siempre demasiados pajaritos en la cabeza, y la vida es mucho más dura

de lo que parece.

MARÍA: ¿Y lo de su mujer? Si no la quiere, ¿por qué no la deja?

JAIME: (Dudoso) Pues porque... la familia no se puede romper así como así...

MARÍA: Pues tampoco tuvo muy en cuenta eso cuando se lió con aquella cajera.

JAIME: (En guardia) Eso... eso fue un desliz.

FELISA: Uno de tantos.

JAIME: (Sintiéndose un poco acorralado) Pero son cosas sin importancia, para mí no

significa nada... yo quiero a mi mujer.

MARÍA: ¿Seguro que la quiere?

JAIME: (Cada vez más confuso) S-Sí, claro...

CHICA: (Cruzándose de brazos y sonriendo burlonamente) O sea, que eres un putero y

encima te atreves a dar lecciones de moral...

Al oír eso FELISA se suelta de ERNESTO y se dirige a la CHICA, a la que suelta un

bofetón. Ella se lleva la mano a la cara sorprendida y las lágrimas empiezan a caer de

sus ojos. Tira lo que tiene en las manos contra el suelo y se deja caer sobre el sillón

llorando con una mezcla de dolor y rabia. MARÍA la abraza.

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MARÍA: Tranquila, tranquila... si ya sabes como es.

CHICA: (Entre sollozos) ¡Que se vaya a la mierda! ¡Me voy a ir de mi casa! ¡No me va

a volver a ver el pelo en su vida!

Felisa vuelve hacia la plancha con gesto resuelto y se pone a planchar vigorosamente.

JAIME la mira agradecido y ERNESTO la observa sin salir de su asombro.

ERNESTO: Pe-pero, ¿por qué ha hecho eso?

FELISA: Ya está bien de tanto consentir. Mira que llamarlo putero... con lo que hace

por ella.

CHICA: (A gritos) ¡Eso es lo que es, y a ti te da igual!

MARÍA: ¡Shhhh! No lo empeores.

FELISA: (Haciendo como que no la ha oído) Si es que les das la mano y te toman el

pie. Pero esto se va a acabar, hasta aquí podíamos llegar.

ERNESTO: Pero Felisa, es que no lo entiendo. ¿De verdad no te importa que tu marido

tenga líos?

FELISA: Bueno, sí me importa. Pero bueno, son cosillas sin importancia, cuando me

casé con él ya sabía que no era perfecto. Y es un hombre, ya sabes, tiene sus

necesidades, hay que comprenderlo... a veces a las mujeres nos toca tragar, hacernos las

tontas.

MARÍA: (Se levanta y se pone frente a FELISA) Ese, ese es el problema. Usted eres

peor que él.

FELISA: (Sin dar importancia al comentario de MARÍA) Tú aún eres muy joven, no lo

comprendes bien. Cuando te cases lo comprenderás.

MARÍA: Pero qué es lo que tengo que comprender, si no hay por donde cogerlo.

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FELISA: Tienes que entender que es mucho peor estar sola. Si yo sé que me quiere...

MARÍA: (Dando vueltas moviendo la cabeza) Ya estamos con la dichosa soledad.

Siempre con esa dependencia de él. Siempre viviendo a expensas de él.

FELISA: Bueno hija, si no fuera por él no saldría adelante.

JAIME: Eso es verdad.

MARÍA: No, no lo es. La familia esa tan estupenda que se empeñan en mantener de

forma ridícula depende de los dos. A lo mejor su mujer no es nada sin usted, pero usted,

Jaime, tampoco es nada sin ella. Por eso no la deja. Porque es incapaz de estar solo.

Todos muertos de miedo por la soledad. Prefieren vivir en ese engañabobos que llaman

familia antes de intentar ser felices. En el fondo son unos cobardes.

JAIME: No es fácil, no es fácil.

MARÍA: Nadie dice que sea fácil. Pero es hipócrita vivir como ustedes. Siguiendo unas

normas que no tienen ningún sentido, siempre de cara a la galería, siempre pendientes

del “qué dirán”. Y se sorprenden de la actitud de sus hijos. ¿De qué se extrañan? Viven

como ven vivir. Rodeados de mentiras y de podredumbre. Y usted me acusa de tener

pajaritos en la cabeza. Al menos soy sincera conmigo misma.

CHICA: (Desde el sofá) ¿Y eso te hace más feliz que a nosotros?

MARÍA: (Pillada desprevenida) ¿Más feliz? Pues...

CHICA: Es que te crees superior que los demás sólo porque vas de sincera por la vida.

En seguida nos has catalogado a todos y cada uno de nosotros, tranquilamente, has

hecho de juez y jurado a la vez. Y todos culpables. (Se levanta y se encara con ella) Así

que son unos hipócritas, que se someten a las apariencias, unos mierdas vamos.

JAIME: Seguro que de ti también piensa lo peor.

MARÍA: Yo de ella no he dicho nada.

JAIME: Pero lo piensa.

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CHICA: Eso, ¿por qué no dices lo que piensas de mí? ¿No eres tan sincera? ¿Tan poco

hipócrita?

MARIA: (Respira hondo. En un tono completamente neutro) Pienso que no tienes

interés por nada que no sea tu aspecto o salir con tíos. Pienso que es mucho más

cómodo dejarse vivir que vivir de verdad. Pienso que prefieres abandonarte a la juerga,

al sexo o a lo que sea antes que reflexionar sobre lo ridícula que es tu existencia. Pienso

que eres tan cobarde como ellos y que tu concepto de ser feliz pasa por pisotear a los

demás, empezando por tus padres. Pienso que eres una egoísta incapaz de querer a

nadie, ni de tener amigos, ni de nada. Te casarás por dinero, o por fama, o por lo que sea

menos por que quieras al otro. Y morirás sola y olvidada.

CHICA: (Encajando el golpe) Como todos. Moriremos solos y olvidados.

Lentamente se dirige al espejo. Coge algo del maquillaje que queda aún entero en el

suelo y se pone a arreglarse la cara de nuevo. Todos la miran por un instante para

después volver a hacer lo que estaban haciendo. MARÍA se sienta en el sofá, FELISA

plancha mirando absorta el televisor, ERNESTO vuelve a la mesa donde ya se ha

sentado JAIME y vuelve a coger las cartas.

CHICA: (Sin dejar de mirarse en el espejo) ¿Y tú nene? ¿Cuál es tu historia trágica

Ernesto?

ERNESTO: (Mirando sus cartas) Yo no tengo historia.

El SECUESTRADOR, que ha estado toda la escena en penumbra observándolos se

levanta despacio y pulsa un interruptor de la pared. Se apagan las luces. Todo es

oscuridad de nuevo.

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SEIS

De nuevo se encienden las luces. Estamos de nuevo en la gasolinera, pero ahora

completamente vacía excepto por el ENCARGADO, que sigue absorto en la máquina

de tarjetas de crédito y el SECUESTRADOR, que permanece sentado en el suelo junto

a la escopeta, dando la espalda al público. Todo estás tan calmado que es inquietante.

La escena se mantiene así durante unos minutos. Finalmente el SECUESTRADOR se

pone en pie, pero aún sin volverse.

SECUESTRADOR: No hay mucha diferencia... (vuelve la cabeza mientras señala la

gasolinera vacía) ¿no les parece? (Se da la vuelta del todo). Este sitio... es lo que un

autor francés llamaba un no-lugar. Es un buen nombre. Es uno de esos sitios donde el

tiempo se detiene, a la vez que transcurre rápidamente. No sé si me explico (se sienta en

el suelo de nuevo, pero esta vez de frente a los espectadores). Es como las salas de

espera de los hospitales, o los aeropuertos, o los atascos de tráfico... cuando el tiempo se

dilata, se hace eterno, y cuando sales de allí miras tu reloj y descubres perplejo que has

perdido horas preciosas de tu vida. Y parece mentira, porque las agujas del reloj parecen

ralentizarse hasta el infinito cuando estás esperando en un no-lugar (Se vuelve a poner

en pie y mira a su alrededor). La diferencia entre este y otros no-lugares es que aquí se

han lanzado a hablar todos con todos. Y al final creo que han llegado a la misma

conclusión que yo. Que son dolorosamente innecesarios para el mundo que les rodea.

Realmente comprenden que nadie querrá publicarlos nunca, que morirán tal y como han

vivido, invisibles, inservibles, inéditos. Morirán y no quedará rastro de ellos. Sí, ya se

han dado cuenta. (Mira fijamente al público, con aire triste) Y ahora que lo saben, ha

dejado de hacerme gracia.

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Se vuelve y mira hacia la izquierda. Por allí entra caminando pensativa la CHICA,

vestida de nuevo con la gabardina, que se coloca de nuevo la primera en la cola. El

SECUESTRADOR se acerca a ella y la toca con suavidad en el hombro. Ella le coge la

mano distraídamente, con la mirada fija en un punto indeterminado.

CHICA: ¿Sabes? A veces pienso que ya sólo sé vivir así.

SECUESTRADOR: Como es así.

CHICA: Así. A la defensiva. Saltando por todo. Mirando a los demás por encima del

hombro. Confiando en que mi físico me abrirá las puertas que quiero. Pero eso no es

real, ¿entiendes? Esto se acaba.

SECUESTRADOR: Ya.

CHICA: (Suelta la mano de él y se vuelve a mirarlo) ¿Qué edad dirías que tengo?

SECUESTRADOR: Eres mayor de lo que parece.

CHICA: (Le da de nuevo la espalda) Es cierto. Aunque no me lo crea el tiempo se me

acaba. Y después no sé que es lo que habrá. Fíjate. (Se quita la gabardina,

descubriendo el atuendo sexy que llevaba en la escena anterior. Se vuelve hacia el

SECUESTRADOR) Aún estoy muy bien, ¿verdad?

SECUESTRADOR: Estás muy bien.

CHICA: Sí, todavía soy bastante resultona. Pero no soy tonta, sé que estoy cambiando.

Ahora llevo siempre un sujetador de esos con relleno. Estas (se toca el pecho) se han

empezado a caer irremediablemente. La primera vez que me di cuenta me llevé toda la

noche llorando. Y la estúpida de mi madre creía que era por un chico. Pero más estúpida

soy yo, cogiéndome ese berrinche por mis tetas. Y con el culo igual, con lo ufana que

iba yo siempre antes, sabiendo que lo miraban... aún lo miran, pero no saben que debajo

llevo realce para que no se vea fondón. Y aquí estoy, con mis... bueno, a mis años,

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jugando a ser una adolescente perfecta con el mundo a sus pies. Y al final ha llegado la

fecha de caducidad, y poco me queda ya, excepto morirme. ¿No te parece? (El

SECUESTRADOR no le contesta, simplemente la mira fijamente). Resulta... es hasta

gracioso. Si (suelta una risita). Me llegaste a convencer de que este secuestro era lo

mejor que me había pasado en mi vida. Ya me veía alcanzando la fama, siendo un

personaje en boca de todos, ya sabes que puedo ser la más borde del mundo. ¿Y sabes lo

peor? Que para mí todo ese montón de dinero que iba a ganar iba a ser mi manera de

detener la vejez. El quirófano hace maravillas, ¿verdad?

SECUESTRADOR: Sí, las hace. Pero eso sólo alargaría la fecha de caducidad unos

años más.

CHICA: (Muy triste) Sí, ya lo sé. Al final todos morimos solos. Pero yo soy así, no

puedo evitarlo.

SECUESTRADOR: No. Ya no puedes evitarlo.

CHICA: ¿Nos soltarás alguna vez?

SECUESTRADOR: ¿Y qué pasaría si os soltara?

CHICA: (Coge la gabardina del suelo y se la vuelve a poner) Creo que no podría

soportarlo. Pero al menos conmigo te equivocaste.

SECUESTRADOR: En qué me equivoqué.

CHICA: A mí no me olvidarán ahora. Ya me habían olvidado antes.

La CHICA se da la vuelta y vuelve a mirar al infinito. El SECUESTRADOR le acaricia

el pelo y después se vuelve hacia el lugar por donde ella entró. Aparece JAIME, con el

sombrero en la mano y aspecto muy cansado. Al ver al SECUESTRADOR le sonríe con

afecto y se dirige hacia su sitio en la cola, tras la CHICA.

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JAIME: (Señalando a la CHICA) En el fondo no es tan mala, ¿no?

SECUESTRADOR: ¿Eso es lo que piensas?

JAIME: Sí. (Momento de silencio) No. (Se ríe) Tienes razón. Sigo pensando que es una

auténtica hija de puta.

SECUESTRADOR: Eso me parecía.

JAIME: Lo de decir que no es mala chica es como una de esas frases hechas de las

películas, ¿verdad? Cuando dos personajes se llevan a matar y al final resulta que son

grandes amigos, o amantes. Esas películas eran fenomenales. ¿Sabes que yo veía mucho

cine antes?

SECUESTRADOR: Creía que eras de un pueblo.

JAIME: Y lo soy. Pero el cine era el acontecimiento más grande que teníamos. Venía

los sábados por la mañana. Mi madre, la muy lista, me tenía amenazado con el cine.

(Imitando a una mujer mayor) “Si no te comes la verdura no hay cine”. “Como te pelees

con tu hermano no hay cine”. “Como te oiga blasfemar no hay cine”. (Ríe) En eso la

pobre tenía razón. Sigo siendo un auténtico malhablado. Pero al final, aunque me

castigaran, siempre me salía con la mía. Prefería aguantar la paliza de mi padre después

a un fin de semana sin cine. Estaba completamente enamorado de Kim Novak. Vaya

curvas, ¿eh?

SECUESTRADOR: (Sonríe) Sí, era espectacular.

JAIME: Sí que lo era. La de pajas que me he hecho yo pensando en Kim Novak

(rompe a reír escandalosamente. Después se fija en que el SECUESTRADOR no le ha

acompañado en la risa). Perdona. Ya te he dicho que era muy malhablado.

SECUESTRADOR: A mí no me importa.

JAIME: (Le sostiene la mirada por un momento) Ya... Me estoy acordando... como se

llamaba la película aquella en la que Humphrey Bogart era periodista... ¡”El cuarto

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poder”, eso es! Uff, me encantaba esa peli. Yo quería ser como el Bogart, reportero

intrépido, poniendo la verdad y la noticia sobre todo lo demás, desenmascarando

conspiraciones... ya sabes, sueños de crío. Al final... sólo me compré el sombrero

(sacude el sombrero mientras ríe amargamente). Ya después dejé de ir al cine. No tenía

tiempo. Sigo sin tenerlo. (Momento de silencio) En realidad sí que tengo tiempo, pero

ya no tengo ganas. Ya no tengo ganas de nada. Cada noche me meto en la cama y

cuando pienso en mi día no se si estoy pensando en el hoy, en ayer o en un día hace diez

años. Son todos tan iguales. En el fondo ese es el motivo por el que tuve una amante.

Porque sólo tuve una, ¿eh? Lo demás son inventos ante los compañeros. No quiero que

me tomen por un... bueno, quiero que sepan que estoy en forma. Aunque sea mentira.

SECUESTRADOR: Es mentira.

JAIME: Sí... es mentira. Todo es una enorme mentira. Esa chica tenía razón, no quiero

a mi mujer. Ni a mis hijos. Ahora mismo no puedo ni recordar cómo se llaman. Lo

único que me importa de ellos es poder dominarlos. Es prácticamente lo único que

puedo dominar hoy en día. Que mierda de poder. Y los muy cabrones de mis hijos ya

han dejado de hacerme caso. Ojalá se pudran, ojalá les pase algo terrible, les rajen por la

calle. Ojalá sufran esos malnacidos. Eran lo único que me mantenía vivo y ahora ni me

miran a la cara. Y mejor que no me miren. No me gusta que me escupan.

SECUESTRADOR: ¿Y que hay de tu mujer?

JAIME: No la soporto. Pero es mejor estar con ella que morirme solo. Aunque al final

todos morimos solos. (Mira al SECUESTRADOR con dureza) Y me importa una mierda

que nos tengas aquí toda la vida hasta que nos olviden. Conmigo has pinchado en hueso.

A mí hace ya mucho que me olvidaron.

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Se pone el sombrero y mira hacia delante, manteniendo su posición en la cola. El

SECUESTRADOR le sacude con cuidado los hombros y la espalda de la chaqueta.

Después se vuelve una vez más a la izquierda, por donde entra en ese momento

FELISA, caminando despacio, como aquejada de dolor de espalda o de huesos. Al

llegar a la altura del SECUESTRADOR le pone bien la camisa y le arregla un poco el

pelo.

FELISA: Todos los hombres sois un desastre.

SECUESTRADOR: (Sonriendo) Sí, supongo que tienes razón.

FELISA: (Sonríe a su vez) Vaya, ¿ahora me hablas de tú?

SECUESTRADOR: Lo siento, si quiere vuelvo al usted.

FELISA: No, está bien así. Lo que pasa es que estoy tan acostumbrada a ser un trapo

viejo para los que me rodean que el usted me suele sentar bien. Casi que salgo a

comprar fuera del barrio solo para que me llamen de usted. Me hace sentir... alguien.

SECUESTRADOR: Mantengamos el usted entonces.

FELISA: Gracias majo. (Mira hacia JAIME y la CHICA) Se parecen tanto a mi marido

y a mi hija. Aunque ella es más desvergonzada que mi hija, sin lugar a dudas.

SECUESTRADOR: No la creo.

FELISA: (Algo molesta) ¡Que sabrás tú! (De pronto vuelve a sonreír). No, si tienes

razón. En realidad mi hija es aún peor. Tienes toda la razón. El otro día rebuscando...

arreglando su armario ¿sabes lo que encontré? Unas bragas negras que ni eran bragas ni

nada. Poquísima tela, ¿sabe a lo que me refiero?

SECUESTRADOR: Un tanga.

FELISA: Eso, un tanga, que no me acordaba de la palabra. ¿Pero tú te crees la poca

vergüenza? Pero ¿que niña decente se pone eso? ¡Si va con el culo al aire! Eso es ropa

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de pilingui, a mi que no me venga con tonterías. Además así se lo dije. ¡Buena soy yo!

Y se me puso a discutir, la muy mocosa. Pero le solté un sopapo que no me vuelve a

levantar la voz en su vida, ¡vamos hombre!

El SECUESTRADOR se cruza de brazos y la mira sin creer una palabra de lo que dice.

Ella lo mira y se da cuenta de que la situación. Empieza a llorar, pero con lágrimas de

cocodrilo, sacando un pañuelo para enjugarse las lágrimas que no tiene.

FELISA: No me mires así. Tienes razón otra vez. Ni siquiera pasó el otro día. Fue hace

casi dos años. Y por una discusión de nada cogió las maletas y se marchó. ¿Te lo puedes

creer? Sólo porque le dije que no me parecía bien que se pusiera eso, que no era de

señoritas. Y se fue. Y desde entonces ni una llamada, ni una noticia, nada. Sé que está

viviendo fuera porque me lo ha dicho una amiga suya, que sí sabe de ella. Pero es que

eso de no dar señales de vida en tanto tiempo... ay que disgusto. Me va a acabar

matando. Ella sabe que si me muero de un infarto va a ser culpa suya. El otro día me

dolía el brazo y me puse a sudar como una loca. Creía que me moría. Seguro que si me

muero luego se arrepiente de todo lo que me ha hecho. Irse así, por una tontería.

SECUESTRADOR: No creo que fuera una tontería.

FELISA: ¡Sí lo fue, una discusioncita de nada! (Se calla de golpe) Es verdad, es

verdad. No fue una tontería. Le dije cosas muy feas. ¡Pero es que sigo pensando igual!

¿Qué hago? ¿Mentirle? Es que está hecha una fresca. Para empezar se queda a dormir

en casa del novio siempre que le da la gana. Después que si no me ayuda con la casa

porque sus hermanos tampoco ayudan. ¡Es que estaban estudiando, pobrecitos! Y

además los hombres sois un desastre, no sabéis limpiar nada. Y claro, ella no me ayuda

y lo tengo que hacer todo yo sola. Pero vale, yo tragando. Pero es que cuando vi esas

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bragas... el tanga, como se llame, como si fuera una cualquiera... y se lo digo y ¿sabes

que me dice? Que se pone lo que le da la gana. Y que cuando va a la playa es lo único

que se pone. ¡Que se pone en porretas delante de todo el mundo! Claro, entonces se me

calienta la boca, la llamo alguna cosa fea, la otra me responde, a mí se me va la mano...

es que tengo poca paciencia, pero también se lo estaba buscando, que ya me tenía

cansada con los modelitos para salir. Si es que va pidiendo guerra. Y luego la violan y

claro, a ver quien dice nada, porque es que yendo como va, lo normal es que cualquiera

coja y la viole. Y ella tendrá la culpa, pero la que sufriré seré yo. Si es que me van a

matar entre todos, ya casi ni como de lo mala que me estoy poniendo. Me salió una

fiebre en el labio el otro día que creía que me reventaba la boca. ¡Mira, mira! (Le

enseña el labio, que está perfectamente, al SECUESTRADOR, quien no se mueve ni un

centímetro para mirarlo. Ella se suelta la boca y se recompone) Bueno, ahora está

mucho mejor, pero ayer parecía el negro ese de la serie ”Raíces”. Entre una que se va y

no me llama, el mayor que desde que se ha casado no me hace ni caso, es que siempre

lo tengo que ir a visitar yo, que cada vez que veo a mi nieto está mucho más grande, y el

pequeño... ese es otro. Yo para mí que fuma hierba del hachís de ese, que siempre llega

de la calle con los ojos rojos, y yo no soy ninguna tonta, no. Eso es que fuma cosas

raras. Y esos pelos que se ha dejado, que cualquier día lo cojo durmiendo y lo trasquilo.

¿El otro día sabes que hizo? ¡Le puso un candado a su cuarto! Que si le registro sus

cosas, que si no tiene intimidad, que si siempre entro sin llamar... ¡que es mi casa, solo

me faltaba tener que llamar en mi propia casa! Pues claro que le miro sus cosas, es que

si se inyecta marihuana tendré que saberlo, ¿no? Y como no mire sus cosas pues ya me

dirás como lo averiguo. Lo que pasa es que se enfadó porque encontré una revista de

mujeres desnudas, y se la quité claro, que luego se queda ciego de tanto tocarse. Y

enfadadísimo porque no tengo derecho a registrarle. Pues claro que tengo derecho, a ver

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que se ha creído. Lo que pasa es que me tratan como un mueble, todos, empezando por

el padre, que en cuanto llega del trabajo se pega a la tele y por la noche a la radio, y a

mí, como si no existiera. Me hace el mismo caso que a la tostadora. Y encima se enfada

si no le gusta la cena, ¡pues que se la prepare él! Vamos, no se lo digo porque es tan

desastre que es capaz de irse a la cama sin cenar, o comer cualquier porquería. Si es que

mucho protestar pero luego no son nadie sin mí. Pero esto se va a acabar. Un día voy a

coger mis maletas y me largo, no me van a ver la cara nunca más. A ver que hacen

entonces. Luego vendrán suplicando que vuelva. Pues así aprenderán, para que valoren

lo que tienen en casa. Que yo soy mucho más que una fregona, ¿eh? (Se queda mirando

al SECUESTRADOR que lleva todo este rato con los ojos clavados en ella) ¿Qué me

miras tanto? ¿No me crees?

SECUESTRADOR: Ni media palabra. Lo siento.

FELISA: ¿Entonces que piensas tú? ¿Tú también piensas que no tengo razón?

SECUESTRADOR: Pienso que en realidad no es mucho más que una fregona. Que

después de tanto tiempo ya no sirve para otra cosa y usted lo sabe. Que le aterra que sus

hijos se vayan del nido, sigue pensando que son unos niños y no quiere darse cuenta de

que tienen que vivir su vida. Y digo que no quiere darse cuenta porque no es que no

sepa que las cosas son así, sino que le da muchísimo miedo no tener a quien cuidar.

Digo que nunca va a coger las maletas e irse porque no tiene adonde ir, porque en

realidad no tiene nada. Y digo que solo saca el genio cuando ya lo tiene todo perdido,

porque cuando le responden se diluye como un azucarillo en agua.

FELISA empieza a llorar ahora de verdad, en silencio, con mucho dolor, el que siente

aquel que escucha verdades de ese tamaño y que sabe que no puede cambiar las cosas.

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Se da la vuelta lentamente, recuperando su sitio en la cola y agacha la cabeza, mirando

al suelo.

FELISA: No sé si me moriré pronto o no, pero que mas da. Al final no le importará a

nadie. Todos nos morimos solos. Pero nunca conseguirás que nadie se olvide de mí,

porque la verdad es ya me han olvidado.

Ella se queda con la mirada fija en el suelo, cabizbaja. El SECUESTRADOR la abraza

por detrás con ternura y la besa en la cabeza. Después se vuelve hacia el sitio por

donde están entrando todos, uno a uno. Rompiendo el orden de la cola el que aparece

ahora es ERNESTO, con andar despreocupado y las manos en los bolsillos. Saluda con

una inclinación de cabeza al SECUESTRADOR y se coloca en su sitio, dejando un

hueco para MARÍA.

ERNESTO: ¿Que les pasa a todos, que están tan callados?

SECUESTRADOR: (Acercándose a él) ¿Por qué dijiste que no tenías historia?

ERNESTO: Porque mi vida es normal.

SECUESTRADOR: ¿Qué es una vida normal?

ERNESTO: Una vida en la que no pasa nada extraordinario.

SECUESTRADOR: ¿Sales por ahí a divertirte?

ERNESTO: Algunos fines de semana.

SECUESTRADOR: ¿Piensas en el sexo a menudo?

ERNESTO: (Avergonzado) Algunas veces... Bueno, muchas veces.

SECUESTRADOR: ¿Te masturbas a menudo?

ERNESTO: (Mirando hacia abajo) Yo... no quiero contestar a eso.

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SECUESTRADOR: (Mirándolo fijamente por unos segundos) Con gente como tú

nunca estoy seguro de que no haya nada más. Pero tal vez la literatura la ponga yo, y

seas lo que se ve.

ERNESTO: No entiendo nada de lo que dices.

El SECUESTRADOR le aprieta los hombros cariñosamente a lo que responde él

poniéndose completamente rígido, ya que le ha pillado desprevenido. Después el

SECUESTRADOR le da una palmada en la espalda y se coloca junto a la salida de la

izquierda, esperando a la última secuestrada. ERNESTO mientras, se ha quedado

rígido, mirando al frente. Tal y como era de esperar entra enseguida MARÍA, con el

ceño algo fruncido, y se coloca en su sitio, delante de ERNESTO, con paso rápido. El

SECUESTRADOR se coloca detrás de ella.

SECUESTRADOR: ¿Estás enfadada?

MARÍA: (Sin volverse) Sí.

SECUESTRADOR: ¿Conmigo?

MARÍA: Sí. (Se vuelve) Bueno, no solo contigo.

SECUESTRADOR: ¿Con quien entonces?

MARÍA: Con todos en general. Y conmigo en particular. (Le mira interrogativamente)

¿Te sorprende?

SECUESTRADOR: A decir verdad, no.

MARÍA: Lo suponía. Eres muy listo, ¿lo sabías? (Él asiente ceremoniosamente) Me

parece que tu me has calado tan bien a mí como yo a ti.

SECUESTRADOR: No creo que me hayas “calado”.

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MARÍA: Da igual. Lo que más rabia me da es que todas las barbaridades que nos has

estado diciendo son verdad. Los miro (mira a los otros tres) y me dan muchísima pena.

SECUESTRADOR: ¿Los desprecias?

MARÍA: No. Yo soy la peor de todos. Aquí, instalada en mi olimpo de sabiduría,

creyendo tener siempre la razón. Les miro y les critico, y les juzgo, y me parecen

miserables; pero de vez en cuando, al mirar dentro de casa, la mierda está llegando al

tejado y una no se ha dado cuenta. ¿Sabes que es lo peor? Que encima me creo mejor

que ellos. Como yo tengo sueños, expectativas, ambiciones y horizontes de grandeza, ya

me parece que ellos no valen la pena. Una ama de casa sometida, un padre autoritario,

una pobre infeliz que folla para conocer gente... y no como yo, que soy perfecta y

maravillosa, inteligente, guapa, con talento... ¡mentira! Todo es una gran mentira. Mi

casa es mentira, mi familia es mentira, mi vida es mentira. Ya me dirás tú que clase de

artista es aquel que no pinta ni un cuadro, que no escribe ni una línea, que no compone

ni una nota. Pues yo te lo digo, no te preocupes. Esa artista soy yo. Es decir, voy de

artista pero ni lo soy ni lo seré nunca. Para mi es una tragedia, ¿entiendes? Soy lo

suficientemente inteligente como para saber que no quiero ser vulgar... y demasiado

cortita como para no ser la más vulgar del mundo.

SECUESTRADOR: Nunca dejas de dar vueltas sobre lo mismo, ¿verdad?

MARÍA: ¿Y como dejarlo? Esto es lo que soy. Creo que todo es ficticio en lo que hago,

que incluso esta desesperación que te estoy contando no es más que una pose, típica

romántica, artista desgraciada, generación maldita... esas cosas. Ha llegado un punto en

que no sé si queda algo de verdad en mí. Creo que siempre estoy interpretando, como si

tuviese un guión larguísimo de mi vida guardado en mi mesita de noche y lo estudiara

todos los días. Esto mismo que nos está ocurriendo, esta gasolinera es como un feo

escenario. (Avanza por la cola y señala a todos los demás) Ellos serían los actores de

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una obra extrañísima y ahí (señala al público)... sí, ahí está el público, y puedo hablar

con ellos haciendo un aparte, como en una gran comedia de situación. Pero no, de eso

nada, esto es la vida pura y dura, y no se puede interpretar siempre. La vida real es esa

en la que mi padre se muere y a mi no me importa ni siquiera un poquito. Y si mi

hermana o mi madre murieran me sentiría igual, tal vez un poco inquieta por no saber

que va a ser de mí, pero nada más. A lo mejor estaría más contenta, porque tendría una

vivencia que contar en un libro o algo así... pero en realidad no, porque encontraría

nuevas excusas para no hacer nada, para quejarme, para llenar el tiempo

compadeciéndome de todos esos pobres mortales que nunca alcanzarán las cotas de

nada que he alcanzado yo. Y al final resulta que esto no es tan diferente a mi vida. Este

secuestro, me refiero. Ellos se parecen a aquellos que conozco, aquí hace tanto frío

como en mi casa, para mi es igual de poco acogedor. Si me quedara aquí toda mi vida

las cosas no cambiarían demasiado, así que en el fondo me da igual. (Se le queda

mirando unos segundos) Te he chafado tu plan, ¿eh?

SECUESTRADOR: A qué te refieres.

MARÍA: A que al menos conmigo no has podido lograr que me olviden. Nadie me va a

echar de menos, al menos mientras el televisor siga funcionando. Y si nadie me echa de

menos, nadie me olvidará. Porque ese es el requisito para ser un olvidado. Que te

recuerden primero. Y la verdad es que nadie se acuerda de mí. Así que da igual.

SECUESTRADOR: No me has chafado nada. Justo al contrario. Ya tengo lo que

quería. Quizás demasiado pronto.

El SECUESTRADOR se aleja de ella y vuelve junto al mostrador, cogiendo la escopeta

de camino. MARÍA se queda mirando el punto donde estaba él hace un momento y de

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pronto parece como si despertara de una ensoñación profunda. Le busca con la mirada

y cuando le ve le grita.

MARÍA: ¿Y de ti quién se acuerda?

SECUESTRADOR: (Volviéndose hacia ella) Vosotros.

María vuelve a mirar hacia el frente, ensimismada en la cola. La luz se va haciendo

cada vez más tenue hasta que todo queda a oscuras. Después un solo foco, como el que

iluminó al SECUESTRADOR en su primera aparición, va iluminando y apagándose

consecutivamente, según el orden que sigue: (foco) la CHICA sentada en el suelo con

un chupa-chups en la boca y expresión de fastidio (apaga foco); (foco) JAIME sentado

en el suelo abanicándose con el sombrero y FELISA dormida sobre su regazo, tapada

con su chaqueta (apaga foco); (foco) ERNESTO sentado en el suelo haciendo dibujos

con el dedo en el piso (apaga foco); (foco) MARÍA canturreando una canción mientras

baila casi imperceptiblemente siguiendo el compás, sin apenas moverse del sitio (apaga

foco); ahora se enciende una pequeña luz, quedando una ligera penumbra donde se

adivinan las figuras de todos durmiendo en el suelo; de nuevo se apaga todo quedando

la oscuridad total; de nuevo se enciende todo, como a lo largo de toda la obra. Los

personajes están de nuevo de pie, de nuevo en la cola, mirando hacia el frente con más

o menos impaciencia. El ENCARGADO sigue en su sitio, inmóvil, pendiente de la

respuesta de una máquina de tarjetas de crédito. Lo que nadie nota es que el

SECUESTRADOR ya no está en la gasolinera. Solo queda su escopeta como testigo de

que no ha sido un sueño, que el secuestro ha ocurrido realmente. El arma permanece

apoyada en un lateral del mostrador, ignorada por todos. Es ERNESTO el primero que

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empieza a mirar a su alrededor con extrañeza. Se mueve ligeramente de la cola para

asegurarse de que el SECUESTRADOR se ha marchado efectivamente.

ERNESTO: Se ha ido.

MARÍA: ¿Qué?

JAIME: ¿Quién?

ERNESTO: Él. Ya no está.

Todos empiezan a mirar alrededor al oír esto, incluso deshacen un poco la cola (pero

no demasiado) para buscarle. JAIME hace el gesto de llamarle a gritos, pero cae en la

cuenta de que no sabe cómo se llama. Finalmente todos se vuelven a colocar en su sitio

un poco desconcertados.

CHICA: Pues sí que se ha ido.

FELISA: Sin decir ni adiós ni nada.

JAIME: ¿Volverá?

MARÍA: No lo creo.

ERNESTO: Es como si nunca hubiese estado aquí.

Suena un sonido que se identifica inconfundiblemente con el de un ticket saliendo de

una máquina de tarjetas de crédito. Todos miran de golpe hacia el ENCARGADO.

ENCARGADO: (En tono neutro) Parece que ya va.

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Todos miran hacia el mostrador como hipnotizados. El ENCARGADO corta el ticket y

lo coloca sobre el mostrador, junto a un bolígrafo. La CHICA se le queda mirando sin

saber que hacer.

ENCARGADO: Firme aquí por favor.

CHICA: S-Sí, claro. (Firma y coge su tarjeta. Al ir a guardarla en el bolso saca

extrañada la caja que le dio el SECUESTRADOR al principio). Me había olvidado

completamente de esto. (Abre la caja y saca un espejito de mano) Es un espejo roto.

Todos sacan sus cajas de donde la habían guardado y las abren despacio.

JAIME: (Sacando un mazo) Es una especie de mazo.

FELISA: (Sacando una venda negra) Es como un pañuelo muy estrecho.

CHICA: Es una venda.

FELISA: Es verdad. Es una venda.

MARÍA: En la mía hay una hoja de papel... en blanco. (Mira hacia ERNESTO y todos

los demás la imitan). ¿Qué hay en la tuya?

ERNESTO: (Con la mirada fija en el interior de la caja) Nada... absolutamente nada.

(Muestra la caja vacía)

Tras un momento en el que todos quedan inmóviles mirando la caja de ERNESTO,

repentinamente la chica guarda su espejo y se marcha apresuradamente. En seguida

todos pasan por orden por el mostrador pagando en efectivo lo que han comprado o

gastado. A medida que pagan se van marchando en silencio y sin mirar a los demás.

Finalmente sale ERNESTO, que es el último de la cola. El ENCARGADO se apoya en

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el mostrador con gesto de aburrimiento. Es entonces cuando cae en la cuenta de que la

escopeta está apoyada en el mostrador. Con cuidado sale a cogerla y la mira

detenidamente. En un momento dado coloca su ojo en el agujero del cañón, agarrando

el arma muy cerca del gatillo. Las luces se apagan repentinamente. Todo es oscuridad.

Se escucha una fuerte detonación y tras unos segundos unas sirenas de policía o

ambulancia que primero se acercan y después se alejan poco a poco.

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PICO

Todo sigue a oscuras. Suena un zumbido propio de informativos de radio y televisión,

pero demasiado bajito como para que se identifiquen las palabras. El murmullo

continúa unos minutos hasta que una voz femenina sobria y elegante se impone sobre

las demás, sonando cada vez más alto. Un foco ilumina la televisión de la casa de

MARÍA. La VOZ de la presentadora proviene de allí.

VOZ: ... poco más tarde de las once de la noche en la gasolinera del barrio de

(interferencia) ha tenido lugar este trágico suceso. El empleado de la gasolinera, R. J. D,

de treinta años de edad, casado y con un hijo, se ha quitado la vida aprovechando un

momento de soledad en su lugar de trabajo. El arma empleada ha sido una...

Se encienden las luces. Volvemos a estar en casa de MARÍA. Su MADRE sigue donde

estaba, con humo saliendo ya debajo de la plancha. Su HERMANA está tumbada en el

sofá, en la misma postura que la escena 1. Ambas miran absortas el televisor.

VOZ: ... escopeta recortada de dos cañones cuya procedencia es aún desconocida.

Según fuentes policiales el fallecido no tenía antecedentes penales ni psiquiátricos, no

se le conocía episodio depresivo alguno y llevaba una vida aparentemente normal.

Numerosos vecinos se han...

Entra MARÍA por la derecha. Deja la llave sobre la mesa del comedor y se quita el

abrigo, dejándolo en el suelo. Mira la habitación y comprueba que todo sigue igual,

que es como si no hubiese estado fuera.

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VOZ: ... acercado al lugar de los hechos y han comentado que R. J. D. era un tipo

“normal”, un poco “soso” y no muy amable. La policía ha precintado la gasolinera

mientras el juez levanta el cadáver. Se sigue la búsqueda, aún infructuosa, de una nota

de suicidio que explique las razones por las que este empleado ha decidido quitarse la

vida. En el lugar de los hechos se ha desplazado nuestro reportero Pascual Antía.

Pascual, ¿como está el ambiente por allí?

PASCUAL: Aquí se suceden las muestras de dolor, como te puedes imaginar. La viuda

acaba de llegar y al impedirle la policía el paso...

MARÍA avanza hacia el televisor y lo apaga. Luego se vuelve a mirar a su MADRE y a

su HERMANA que no parecen haberse dado cuenta ni de que ella ha llegado ni de que

haya apagado el televisor. MARÍA saca un cigarrillo y lo enciende. Fuma

calmadamente mientras observa a su familia. Las luces se apagan. Se vuelven a

encender a los pocos segundos, mostrándonos ahora a los cinco miembros de la cola:

MARÍA, fumando junto al televisor; FELISA, tras la plancha; la CHICA, tumbada en el

sofá; ERNESTO y JAIME, jugando a las cartas en la mesa. Las luces se van apagando

poco a poco. Oscuridad total. Cae el

TELÓN

Escrito en Sevilla entre Diciembre de 2003 y Enero de 2004

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