Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El 17 de agosto de 1850 entregaba su alma al Creador un americano que había tenido por único y
supremo afán de su vida el de luchar por la libertad y la independencia de los pueblos. Un
americano que un día lo abandonó todo porque entendió que las posibilidades de su misión
libertadora habían concluido, aunque la empresa debiera recorrer nuevas etapas. Así procedió
porque en conciencia estaba convencido de que no le quedaba otro camino que éste para mejor
cooperar con la causa que había abrazado desde que resolvió dejar el servicio del ejército español.
“Yo no tengo libertad - había dicho en Lima el 19 de enero de 1822 al delegar el gobierno para
viajar a Guayaquil- sino para elegir los medios de contribuir a la perfección de esta grande obra,
porque tiempo ha no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano”. Todos
sus deseos y trabajos estuvieron siempre ordenados por la recta conciencia del deber, por el amor
al pueblo y por un irrevocable espíritu americanista.
“Conductor -dice Ricardo Piccirilli-, estuvo en contacto con seres de distintas clases sociales; pasó
entre las filas de sus regimientos vencedores, y como un instrumento accidental de la justicia,
asignó responsabilidades, otorgó jerarquías y estructuró Estados. Libertador, fue aclamado por
multitudes jubilosas; se asomó a los salones y a los estrados resplandecientes de luces y de
pompas; escaló la cima del poder y repartió la gloria; más ‘agente del destino’, abdicó las
preeminencias y el poder, y se marchó al ostracismo para dejar a la voluntad de los pueblos la
elección de sus gobiernos”.
En su concepción política coincidió con los ideales de la gesta que inició un puñado de patriotas de
Buenos Aires en mayo de 1810: generoso y fraterno, se entregó a la causa de América sin tener
otro ideal que redimir pueblos y respetarlos en las decisiones que tomaran una vez asumida su
soberanía. Si para ello debió enfrentarse con lo español, en cuanto España se encontraba unida a
los destinos de una monarquía que había perdido el rumbo histórico, lo hizo sin darle a tal actitud
el carácter de una ruptura con la sangre que le venía de sus mayores y mucho menos con la
tradición. Hizo la guerra no a los hombres que representaban a España, sino a los principios por
ellos sustentados; y cuando debió hacerla, con frase de su ilustre biógrafo Otero, “la hizo
limitándola en sus efectos destructores, la hizo realzándola con la sumisión de la espada a la
inteligencia”. Formuló un voto solemne y lo cumplió hasta el fin: jamás derramó sangre de
compatriotas y sólo empuñó su sable para luchar contra los enemigos de la independencia
sudamericana. ¿Qué fue, qué es San Martín para los argentinos, para los americanos? Digámoslo
con Mitre, como cuando le rindió homenaje en el centenario de su nacimiento: “San Martín es el
germen de una idea grande que brota en las entrañas fecundas de nuestra tierra; es la fuerza viva
de nuestras arterias que ponen en vibración los átomos de un hemisferio; es la irradiación luminosa
de nuestros principios, que se propaga por todo un Continente; es la acción heroica de nuestra
patria que se dilata, el cometa que con cauda flamígera se desprende de la nebulosa de la
nacionalidad argentina, y que después de recorrer su órbita elíptica, cuando todos lo creían
perdido en los espacios vuelve más condensado a aquel punto de partida al cabo de cien años”.
Francisco Luis Bernárdez. “El Libertador” (Meditación hecha ante la tumba del General San
Martín)