Era un humilde fotógrafo de plaza que se ganaba la vida sacándoles fotos a los chicos. Los sentaba sobre un pony y les tomaba una instantánea, mientras los padres del niño esperaban sonrientes. Un martes a la tarde (día que no solía tener mucho trabajo), sucedió que mientras le sacaba una foto a una nena se cruzó otra persona. Ya había acomodado la lente y estaba mirando a través de la cámara; pero cuando accionó el disparador, justo en ese instante vio algo negro que se interponía. Cuando alzó la vista advirtió que acababa de pasar un anciano de pelo banco, vestido con traje oscuro, que se ayudaba con un bastón para caminar. Hizo otra toma y se la vendió al matrimonio. Pasaron varias horas sin que aparecieran nuevos clientes y ya caía la tarde cuando, de puro aburrido, reveló la primera foto. Para su sorpresa, la toma había salido perfecta. El fotógrafo pensó una y otra vez en el hecho, porque no le encontraba explicación lógica. Se veía bien la niña sobre el pony y nada, ni una mínima sombra, se interponía. Hasta que un día volvió a ver a aquel anciano de pelo blanco en la plaza. Estaba de pie, hablando con una joven muy bonita, de pelo Su sorpresa fue muy grande cuando, al revelar la fotografía, vio que la chica había salido perfectamente; pero no el anciano. Dos días después, el fotógrafo se quedó perplejo al leer el diario. El título decía “Horrible crimen”, y estaba acompañado por una foto de la chica del mechón rojo. Volvió a ver al anciano de pelo blanco pasados varios días. Esta vez hablaba con un heladero, un joven muy simpático con quien el fotógrafo solía charlar sobre fútbol. Tomó una foto, la reveló rápidamente y otra ves, experimentó cierto escalofrío al ver que el muchacho salía en la foto y el anciano no. Al ver que el anciano se despedía del joven, el fotógrafo dejó el pony al cuidado del vendedor de globos y lo siguió. Se mantuvo a unos treinta metros de distancia durante las cinco cuadras que hizo el anciano hasta entrar a una casona de dos plantas. Cualquiera hubiera jurado que el hombre no había advertido Al regresar a la plaza, el fotógrafo trató de buscar al heladero; pero las dos personas a las que les preguntó no supieron decirle nada. Cabizbajo, regresó a su casa (vivía solo) y en ningún momento reparó en que era seguido por el anciano. Al día siguiente la gente de la plaza sólo hablaba del crimen del heladero. El fotógrafo no sabia qué hacer porque, si iba a la policía a contar lo que sabía, sin duda lo iban a tomar por loco. El tercer crimen tuvo lugar diez días después. El fotógrafo vio al anciano cerca de las hamacas. Le estaba dando caramelos a un chico. El fotógrafo le sacó una foto, sin perder tiempo en revelarla, corrió hasta las hamacas, tomó al chico de la mano. Antes de que pudiera decirle nada al chico, apareció la madre asustada y gritando arrancó al niño de la del fotógrafo. Este quedó muy confundido y, cuando quiso buscar al anciano, ya no lo encontró. Al día siguiente se supo de la muerte del chico, y esa misma tarde varios policías irrumpieron en la plaza guiados por la desconsolada madre. La mujer señaló al fotógrafo y los policías se lo llevaron. No estaba claro cómo había procedido en cada caso, pero las pruebas eran irrefutables: había fotos de las tres víctimas _ tomada en el día anterior a cada crimen_ y en la casa del fotógrafo se encontró el arma utilizada: un cuchillo curvo antiquísimo. El anciano de pelo blanco-un esclavo más del demonio- cambió de ciudad y de apariencia y siguió sirviendo a las Fuerzas Ocultas del Mal.