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EL PEDIDO DE PAPÁ

Cuando papá se enteró de su enfermedad dejó organizado el papelerío que demandaba


su herencia, sobre todo bien en claro, que no quería velorio y que las cenizas fueran
esparcidas en su hermoso terreno, al que tanto esmero le ponía cada tarde con el
orgulloso cuidado de sus cultivos, haciéndome cargo por ser el único heredero ya que
mamá había partido hacía muchos años.
Después tomó la decisión de reencontrarse con sus raíces en su querida Italia. Recuerdo
lo último hablado por teléfono, se lo notaba muy contento acentuando más el acento
italiano, riéndose a carcajadas, sintiendo la familia como si nunca hubiera partido y
remarcando el no poder parar de comer pastas con ese sabor tan especial dado por el
condimento de la “terra mía”, prometiéndonos hacerlo llegar. Se hizo inexplicable el
que no pudiera volver a ver el nuevo día, cuando en esa reunión familiar lo vieron con
tanta energía.
Así, respetando su voluntad fue cremado. El tío fue el encargado de los arreglos en el
consulado italiano, él vendría a traernos sus restos y pertenencias.

Sentado en el patio yo observaba las hortalizas, sus frutos, recordaba su insistencia


para hacerme aprender el secreto del abono; los parrales, sombra fresca en el verano; el
limonero de fina cáscara, jugoso; sus pastas, sus tan añoradas pastas, con tuco casero
picado a mano.
A la noche se presentó el tío con una caja toda encintada, y con palabras ahogadas en
pena nos dijo –acá les traigo el pedido de su padre, mañana les entrego el resto – y
rompiendo en llanto, nos estrechamos en un abrazo, luego se marchó sin decir palabra.
Al abrir la caja junto a mi señora nos enmarcamos en un respetuoso silencio, lo primero
en asomarse era su eterna gorra, seguía su traje para grandes ocasiones prolijamente
doblado, abajo sus zapatos negros y en un costado, una lata oscura bien cerrada, que
apenas la vimos, supimos que se trataba de su famoso condimento para el tuco.
Esa mañana en el desayuno ya estábamos programando el almuerzo, honrando su
nombre serían pastas, todo casero aprovechando la rozagante quinta ahora a nuestro
cuidado y todo picado a mano, agregando al tuco este polvo tan especial, que al no tener
un gusto particular, creímos que se usaba para realzar los sabores.
Los fideos fueron amasados al “uso nostro” con la gran ayuda de nuestra pequeña, que
terminó más enharinada que la pasta.
Los platos en la mesa con la pasta “al dente”, rebalsados de tuco nos esperaban.
El almuerzo, lleno de recuerdo, con un lugar vacío que tratamos de disimular, menos
nuestra pequeña que insistía – pongan un plato más para el abuelo – y nosotros
recordándole lo ya explicado – el abu está en el cielo y de ahí te va a estar cuidando –
pero ella insistía – a mí me parece que está acá –
Sus palabras fueron un agregado tan tierno y aflojaron el nudo en la garganta,
haciéndonos reír tan fuerte como cuando él estaba compartiendo la comida.
A punto estábamos de levantar la mesa cuando se escuchó el timbre. Al abrir, era el tío
que venía con una valija, ahí no más lo invité – pase, hicimos fideos caseros, con el
condimento para el tuco enviado por papá - a lo que el tío frunciendo el ceño, respondió
– de qué condimento me hablás, si lo traigo acá en la valija-.
RAÚL CANOPIA

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