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Nadie quiere ser Director de Colegio

Autor: Enrique Arias Vega

La última noticia proviene de Euskadi, donde en dos de cada tres


escuelas e institutos de la red pública nadie quiere ser director. Hace tres
años, eso sólo ocurría en la mitad de los colegios, lo que tampoco estaba
nada mal.

Ya no basta, por consiguiente, ese plus de vanidad que antaño se


asociaba a un cargo considerado de prestigio. Tampoco funciona el otro
plus, el económico, de 200 a 400 euros mensuales, que lleva aparejado
el puesto. “Los incentivos económicos no compensan la responsabilidad
del cargo, los conflictos, ni la mayor dedicación laboral que exige”, cuenta
un representante de Educación Primaria.
Comprendí el problema al coincidir en una tertulia televisiva con el
director de un colegio alicantino al que un alumno le había amenazado
con una navaja al cuello. “Lo peor no fue eso —comentó el sufrido
docente—, sino la posterior agresión del padre al conocer la sanción que
le impusimos a su hijo”.
Ya ven cómo están las cosas. Se comprende, entonces, que en Navarra
42 de los 59 directores de instituto hayan tenido que ser designados a
dedo. En Cataluña, hace dos años no hubo candidatos al puesto en el
43% de los colegios; pero es que un año después la cifra ascendió al
58%.

El escenario no puede ser más desolador: absentismo escolar, falta de


exigencia académica, morbilidad del profesorado, violencia en muchas
aulas, desinterés general por el aprendizaje…

Todo esto no responde a ninguna impresión subjetiva. Hace unas


semanas, escolares de 57 países se sometieron a las pruebas del cuarto
informe PISA para valorar su grado comparativo de conocimientos. En el
anterior, España ocupó el puesto 31 en ciencias, el 32 en matemáticas y
el 35 en lengua. Lo peor, con todo, no es semejante fracaso, sino un par
de detalles que lo adoban: uno, que nuestro nivel desciende a cada
nuevo informe, y dos, que las comunidades autónomas peor preparadas
se negaron a participar en las pruebas. Ya me dirán, pues.

Ante tal panorama, habrá que adoptar medidas imaginativas para invertir
la degradación de nuestra enseñanza y no demonizar ninguna de ellas
de antemano, desde aceptar el aprendizaje en casa hasta admitir la
educación separada por sexos. Mientras esas prácticas no encubran
ninguna discriminación soterrada, ¿por qué no experimentarlas?
El gran problema que continuaría pendiente, con todo, es el de la
designación de directores de los centros. Ante él, a lo mejor habría que
probar la fórmula ya implantada en algunos países de que la dirección
sea un cargo específico para profesionales de la gestión, al margen de la
carrera docente. A lo mejor, entonces, se encontrarían nuevos
candidatos y, de paso, se paliaría el paro de muchos gestores cuyas
empresas han tenido que cerrar por causa de la crisis.   

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