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algo raro está pasando 3
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© ramón qu
© ed barrio, Santander 2010
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ALGO RARO
ESTÁ PASANDO
Ramón Qu
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algo raro está pasando ...............................................9
aquí ..........................................................................11
como por arte de magia ...........................................19
de película ...............................................................21
comunicado interno .................................................27
tiempo de descuento ................................................29
zapatos de piel de napa ...........................................37
una humilde cebolla ................................................39
la mirada más triste .................................................43
puntos de vista ........................................................51
el acantilado ............................................................53
el viejo reloj del salón ............................................55
cuestión de años ......................................................63
el cuarto b ................................................................65 7
ni por esas ...............................................................77
la bondad de la banca .............................................79
¡vaya usted a saber por qué! ...................................93
casi un cuento ..........................................................95
fotos .......................................................................101
cuestión de amigos ................................................103
el alcalde ................................................................107
mi experiencia más importante de este verano ......123
una receta ...............................................................127
ellos ........................................................................131
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“De niño me tropecé con el misterio
y comencé a coleccionar palabras.
De joven me tropecé con la palabra
y comencé a coleccionar misterios
De mayor soy esa colección perpleja
de tropiezos, misterios y palabras”
(Ricardo Uriarte)
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DE PELÍCULA 21
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COMUNICADO INTERNO 27
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TIEMPO DE DESCUENTO 29
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ZAPATOS DE PIEL DE NAPA 37
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LA MIRADA MÁS TRISTE 43
mesilla.
–E sta noche será fría y húmeda – dijo la anciana
con voz débil, encendiendo la luz de la
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CUESTIÓN DE AÑOS 63
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NI POR ESAS 77
Su sombra murió de noche. Fue de repente, ante sus
ojos, después de pasar junto a una farola. Un resto de humanidad
le empujó a reanimarla. Aplicó la boca al suelo, en el sitio donde
suponía estaban sus labios; golpeó las baldosas con los puños a la
altura en que se dibujaba el pecho; incluso, zapateó sobre ella. Nada
de nada. La sombra seguía allí, tendida en la acera, con las piernas
y brazos abiertos como aspas. Entonces se asustó y pensó en salir
corriendo, pero otro resto de humanidad le impidió darse a la fuga.
Trató de levantarla en brazos, de arrastrarla tomándola de las piernas,
hasta probó a quitarse los cordones de los zapatos y atársela a los
tobillos. De nuevo, nada de nada: pegada como una calcomanía, era
imposible arrancar la sombra de la acera. Viendo que eran inútiles
los esfuerzos y agotados sus restos de humanidad, se dio la media
vuelta y se encaminó a su casa. No había andado cien metros,
cuando empezaron a revelarse sus verdaderos sentimientos. Iba
con la cabeza alzada, la espalda derecha, balanceando rítmicamente
hombros y brazos. Su caminar era ágil, ligero y, de vez en cuando,
daba un brinco, ensayaba un paso de baile o correteaba un buen
tramo como un niño tras un balón. La odiaba, esa era la verdad.
La había odiado toda su vida; la había odiado cuando, vigilante,
arrastrándose a sus espaldas, le perseguía adonde quiera que fuese;
la había odiado cuando se estiraba frente a él, y le marcaba el camino
y la meta; la había odiado cuando a los costados, se quebraba y
alzaba por fachadas y muros, mostrándole las habilidades y alturas
que nunca alcanzaría; la había odiado cuando se emboscaba en la
oscuridad, agazapada y presta a saltar sobre sus talones al menor
destello. Sí, la había odiado toda la vida, incluso cuando se ovillaba a
sus pies como un perro traicionero que fingiera de pronto fidelidad
y cariño. Por eso la noche en que murió su sombra fue la más feliz
de su existencia.
La policía tardó apenas una semana en detenerlo. Fue fácil:
era el único que no tenía sombra. Acusado y juzgado, le condenaron
a treinta años de prisión por sombricidio, nocturnidad, alevosía
y falta de humanidad. No sólo le condenó el juez, también fue
condenado por la sociedad en pleno. Medios de comunicación,
78 instituciones y organizaciones, personalidades famosas, ciudadanos
medios, medianos y mediocres, manifestaron su horror y desprecio.
Sin embargo, durante un tiempo y de forma confidencial, recibió
muchas visitas de personajes importantes que le ofrecían el indulto
y grandes cantidades de dinero si les revelaba cómo había logrado
librarse de su sombra. Él siempre les decía lo mismo: que no había
ningún método secreto, que simplemente su sombra había muerto
una noche, de repente, después de pasar junto a una farola. Por
supuesto, no lo creían, y a las ofertas seguían las amenazas; y a las
amenazas, su cumplimiento. Pasó el resto de sus días en un calabozo
en penumbras, para que siempre estuviese rodeado de sombras.
Cuando murió, la Autoridad tuvo buen cuidado de enterrarlo en
el mismo nicho donde reposaba su sombra. Llevaba veinte años
esperándolo, estirada y tendida cuan larga era.
LA BONDAD DE LA BANCA 79
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¡VAYA USTED A SABER POR QUÉ! 93
Excepto sábados y domingos, hacía mil metros diarios.
Como la piscina era olímpica, iba y venía veinte veces. Nadaba
alternando los cuatros estilos, aunque el mariposa no se le daba
muy bien. No es que le gustase de forma especial la natación, de
hecho le aburría un tanto, pero consideraba que era buena para
su espalda. Porque tenía problemas de espalda. En el trabajo
pasaba la mayor parte del tiempo sentada frente al ordenador y
esto le cargaba las lumbares y las cervicales. Además, la tensión
en el cuello le producía frecuentes dolores de cabeza. Por eso
evitaba conducir, aunque se veía obligada a coger el coche para
traer y llevar a sus dos vástagos al colegio. Gracias a Dios y a
un buen pico de su sueldo, tenía una chica ecuatoriana que
hacía la comida, limpiaba la casa y cuidaba de los niños hasta
que ella volvía al hogar a eso de las nueve de la noche. Esto le
permitía ciertas libertades y así, después de la natación, iba los
lunes a clases de inglés, los martes a cerámica, los miércoles a
tai-chi, los jueves al cine o al teatro con las amigas y los viernes
a cenar y ayuntar con su amante. Todo ello, más algún canguro
y las clases particulares de sus hijos, le llevaba otro buen pico
de su sueldo. Las clases de guitarra y kárate para el niño y las
de piano y danza para la niña eran cosas del padre. Los sábados
los empleaba en lavar la ropa, ordenar armarios, hacer la gran
compra en el hipermercado y educar con gran empeño y
desesperación a sus asilvestrados vástagos. Eso sí, los domingos,
después de comer, su ex-marido se llevaba a los niños y ella
quedaba libre por completo en el hogar, dulce hogar. Entonces
se dedicaba a su verdadera pasión: la lectura de novelas. Se
preparaba un té verde sin azúcar, encendía una vela aromática,
ponía una música suave, se arrellanaba en el sillón ergonómico
y abría el libro. A los diez minutos, ¡vaya usted a saber por qué!,
dormía profundamente. Y seguía durmiendo hasta que sus
hijos volvían a la noche, alborotados y atiborrados de los mil
caprichos que les había dado su papá.
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CASI UN CUENTO 95
Hace mucho, mucho tiempo, un grupo de hombres y
mujeres habitaban en un valle perdido. Todos los años celebraban
una gran fiesta en la cima del monte que se alzaba junto al poblado.
Al llegar la noche, encendían una gran hoguera, se sentaban en
torno a ella y miraban hacia donde el sol había caído. Una canción
suave y melodiosa salía de sus gargantas, al tiempo que movían
los brazos como quien saluda a la lejanía. Cuando la estrella verde
llegaba a mitad del cielo, callaban. Un silencio sobrecogido de
miedo y de respeto se extendía entre ellos. Entonces, el anciano
de largas barbas que le cubrían el cuerpo hablaba con una voz que
parecía surgir de las entrañas de la tierra.
–¿Veis aquellas fogatas que parecen suspendidas justo
donde el cielo se agacha para besar la tierra? Son las grandes fogatas
de los hombres vestidos de pieles. Viven allí, cerca de las cimas de
las montañas. Son altos, fuertes y bellos; son los únicos que saben
cuál es el lecho del sol, dónde se remansa antes de caer el agua de la
lluvia, de qué garganta brota la voz del viento. Vigilan el valle y nada
se les escapaba. En noches como esta, se reúnen y charlan hasta el
amanecer, se cuentan todos los secretos y sus palabras responden
a todas las preguntas. Pero nosotros no podemos escuchar sus
conversaciones. Está prohibido, esa es la ley.
Cierto día, muy de mañana, un joven de recia figura salió
del poblado tras depositar una flor en la piedra que, sobre la tierra
recién removida, había erigido la víspera junto a su cabaña. Anduvo
y anduvo, atravesó bosques y más bosques, praderas y más praderas,
ríos y más ríos, hasta que llegó a la tierra de piedras y polvo. Allí se
detuvo y miró las montañas que parecían tan lejanas e inalcanzables
como desde la loma en que cada año su tribu celebraba la gran fiesta
anual. Descorazonado, se sentó en una piedra.
–No es tiempo de descansar; aún te queda un largo
camino.
Sonó una voz chirriante. El joven pegó un brinco y miró a
su alrededor puesto en guardia. No vio nada.
–Estoy aquí; debajo de la piedra.
El joven miró al sitio indicado. Vio un objeto inmóvil,
96 como una pequeña rama caída. El objeto se aventuró fuera de su
escondrijo. Meneó la cola acabada en un punzante y poderoso
aguijón.
–Si quieres llegar, deberás seguir mis consejos.
–¿Tus consejos? ¿Por qué deseas ayudarme? – preguntó el
joven, retrocediendo un par de pasos.
–¿Acaso no deseas llegar a las montañas donde habitan
los hombres vestidos de pieles? – preguntó a su vez el escorpión,
retorciendo la cola en el aire.
–Sí.
–¿Acaso no deseas escuchar sus conversaciones
prohibidas?
–Sí.
–¿Acaso no deseas saber por qué?
–Sí.
–Entonces, si todo eso deseas, deberás seguir mis consejos
–Y de querer escucharlos, ¿cuáles serían tus consejos?
–Atravesarás tres lugares. Llegarás, verás y pasarás de
largo. Nunca te detengas ¡por nada del mundo te detengas! De otra
manera jamás alcanzarás la tierra de los hombres vestidos de pieles.
Recuerda: llegar, ver y pasar de largo. Esa es la dirección... – y el
escorpión desapareció escarbando un hoyo en la arena tras señalar
con su aguijón hacia donde el sol caía.
El joven reanudó la marcha. Atravesó la tierra de piedras
y polvo hasta que llegó al primer lugar. Vio y pasó de largo. Sólo se
detuvo cuando la primera estrella pestañeó en el cielo. Entonces
buscó un sitio para dormir. Se tumbó y sus párpados pronto se
cerraron. Soñó que sostenía en brazos a su amada.
Se despertó al amanecer y continuó su camino. Llegó al
segundo lugar. Vio y pasó de largo. Cuando el sol se acostó tras el
horizonte, buscó un sitio para dormir. Soñó que sostenía en brazos
a su amada y se miraban.
Se despertó al alba y reanudó el camino. Llegó al tercer
lugar. Vio y pasó de largo. Cuando las últimas luces murieron
entre las sombras, buscó un sitio para dormir. Soñó que sostenía en
brazos a su amada, se miraban y ella le hablaba.
Se despertó de madrugada. Sin pérdida de tiempo, se 97
levantó y comenzó a andar. De pronto se detuvo consternado.
Estaba de nuevo en la tierra de las piedras y del polvo. Se dejó caer
en la misma piedra en que se sentara cuando conoció al escorpión.
Las montañas seguían tan lejanas e inalcanzables como siempre.
–No debes detenerte ahora.
Se oyó una voz afilada y potente. El joven miró a su
alrededor y vio, posado frente a él, una gran ave que le observaba
con ojos de fuego.
–El escorpión me ha engañado – dijo con rencor.
–¿Llegaste al primer lugar? – preguntó la gran ave.
–Sí.
–¿Y qué viste?
–Vi un poblado de chozas destartaladas. Vi esqueletos
de animales mondos como piedras de río. Vi perros famélicos
que gruñían a mi paso. Vi gente con extremidades delgadas como
bambúes, barrigas hinchadas y ojos saltones y oscuros. Y también
vi cómo se arrastraban por el suelo y extendían las manos al aire.
–¿Y pasaste de largo?
–Sí. Quise detenerme y preguntar por qué, pero recordé
las palabras del escorpión y pasé de largo.
–¿Llegaste al segundo lugar?
–Sí.
–¿Y qué viste?
–Vi un gran campo cultivado. Vi gente delgada, de cuerpos
encorvados y perlados por el sudor, que recogía frutos y los colocaba
en grandes canastas que cargaban a la espalda. Vi hombres montados
a caballo que fustigaban a las gentes de las grandes canastas cuando
estas se detenían por un instante. Y también vi cómo los hombres
a caballo cogían las canastas y se las llevaban, dejando tan sólo una
mísera cantidad de frutos a quienes los habían recogido.
–¿Y pasaste de largo?
–Sí. Quise detenerme y preguntar por qué, pero…
–¿Llegaste al tercer lugar?
–Sí.
–¿Y qué viste?
98 –Vi un campo cultivado y un poblado rodeado de una
empalizada de madera. Vi numerosos jinetes que, enarbolando
largas varas de madera acabadas en lenguas que refulgían al sol, se
lanzaban a galope contra la empalizada, la derribaban, entraban en
el poblado y clavaban las largas varas en el cuerpo de los habitantes.
Y también vi que el grupo de jinetes se apoderaba de todo lo valioso
que encontraba, se marchaba entonando canciones y dejaba tras de
sí un montón de cadáveres y el poblado en llamas.
–¿Y pasaste de largo?
–Sí. Quise detenerme…
–Entonces ¿llegaste, viste y pasaste de largo en los tres
lugares?
–Sí, pero el escorpión me ha engañado…
–No, no te ha engañado. Te ha dicho la verdad, pero no
toda la verdad. Aún debes hacer algo más.
–¿El qué? – preguntó incorporándose de un salto.
–Tienes que buscar al gran oso, matarlo y cubrirte con su
piel.
–Nosotros tenemos prohibido matar si no es para
alimentarnos o defender nuestra vida.
–También tenéis prohibido escuchar las conversaciones de
los hombres vestidos de pieles. Pero has de saber que a lo prohibido
sólo se llega a través de lo prohibido.
Se hizo un largo silencio. La gran ave ladeaba la cabeza
y observaba con sus ojos de fuego al joven que miraba las lejanas
montañas donde habitaban los hombres vestidos de pieles. Su
rostro moreno había empalidecido. Tenía el ceño fruncido, los ojos
húmedos y la boca ligeramente abierta. De pronto se estremeció:
–¿Has oído? – musitó con voz temblorosa.
–¿El qué?
–¡Escucha! ¿No la oyes?
–¿A quién?
–A ella. ¿No la oyes? Es ella, me habla. Siempre su voz;
siempre esas palabras…
–Yo no oigo nada – dijo la gran ave, haciendo chasquear
su torvo pico.
El joven permaneció quieto, todo los músculos del cuerpo 99
tensos en atenta escucha. Nada se dejaba oír, salvo el viento que
levantaba una queja de polvo al arrastrarse por entre las piedras. Al
cabo, el joven lanzó un suspiro, apretó las mandíbulas con fuerza,
se volvió hacia la gran ave y le preguntó:
–¿Cómo podré matar al gran oso?
La gran ave extendió las alas, se elevó en el cielo, planeó por
unos instantes, luego se abatió como el rayo. Volvió al poco, con
algo entre las garras. Lo dejó caer junto al joven. Era el escorpión.
Muerto.
–Usa su aguijón. El veneno aún estará activo hasta la
noche. Recuerda: tienes que matar al gran oso y cubrirte con su
piel – y se fue, elevándose hasta la nube más alta.
El joven recogió con gran cuidado el escorpión, atravesó
la tierra de piedras y polvo, llegó hasta el bosque y buscó las
huellas del gran oso. Las encontró, las siguió y llegó a una gruta
justo cuando las sombras de la noche comenzaban a caer. Vio al
oso dormido, se acercó a él con pasos sigilosos y le clavó la cola
del escorpión en el centro del pecho. El gran oso dio un gruñido,
y el joven creyó distinguir en la queja del animal las palabras de su
amada. Con mano firme despellejó al oso y se cubrió con su piel.
Salió de la gruta. Estaba al pie de las montañas. Comenzó a escalar
por las escarpadas laderas. La oscuridad era ya completa y, a cada
poco, se tropezaba y caía. Pero la piel del oso protegía su cuerpo
de las rocas y de las matas espinosas que crecían por doquier. De
pronto, la luna apareció llena y brillante como un lago en el cielo,
y el joven pudo ver las manchas de nieve haciéndose agua. Alcanzó
un estrecho camino, siguió sus serpenteos, llegó a una gran roca,
la bordeó y descubrió los fuegos de los hombres vestidos de pieles.
Por fin iba a escuchar las conversaciones prohibidas, por fin podría
contestar a las palabras de su amada cuando entre sus brazos le
preguntó por qué tenía que morir si eran jóvenes y se amaban Se
acercó a las luces de las fogatas y se puso a espiar escondido detrás
de un árbol. Allí estaban, fuertes y bellos, sentados formando un
semicírculo. Cantaban una canción suave y melodiosa al tiempo
que agitaban los brazos como quien saluda a la lejanía. Cuando la
100 luna llegó a mitad del cielo callaron. Un silencio sobrecogido de
miedo y respeto se extendió entre ellos. Entonces un anciano de
largas barbas comenzó a hablar con una voz que parecía surgir de
las entrañas de la tierra.
– ¿Veis aquellas luces que brillan al otro lado de las
montañas justo donde el cielo se inclina para besar las aguas sin
fin? Son las grandes fogatas de los hombres del mar. Son altos,
fuertes y bellos; son los únicos que saben cuál es el lecho del sol,
dónde se remansa antes de caer el agua de la lluvia, de qué garganta
brota la voz del viento. Vigilan las montañas y nada se les escapaba.
En noches como esta se reúnen y charlan hasta el amanecer y se
cuentan todos los secretos y sus palabras responden a todas las
preguntas. Pero nosotros no podemos escuchar sus conversaciones.
Está prohibido: esa es la ley...”
FOTOS 101
En la chimenea ardía un buen fuego. El hombre miraba
absorto las llamas. Subían, bajaban, se enderezaban o retorcían
como imágenes vívidas de duermevela. Un susurro brotaba de
las lenguas rojas y amarillas, roto en ocasiones por chasquidos
de pavesa. De vez en cuando surgían del corazón de la hoguera
llamaradas aisladas, que se alzaban y caían con ademán súbito y
violento. El hombre se levantó del sofá, se dirigió a la cómoda
y abrió un cajón. Dentro había fotos, muchas fotos. Las había
pequeñas y grandes, antiguas y recientes, en color y en blanco
y negro. Estaban amontonadas y mezcladas por todo el cuerpo
del cajón. Las sacó, hizo un grueso fajo con ellas y se sentó
de nuevo en el sofá. Las fue mirando una a una, avanzando
y retrocediendo en el tiempo según el orden azaroso que le
ofrecía el fajo. Cuando miró la última, dejó las fotos apiladas
en la mesa. Se echó hacia atrás y apoyó la espalda en el respaldo
del sofá. Volvió a mirar el fuego de la chimenea. Las llamas
habían empequeñecido y bajado las cabezas como si observaran
las misteriosas raíces de su inquietud. La leña cubría nudos y
cortes con velos carmesí; las brasas latían escondidas; un humo
grisáceo se perdía en el camino oscuro del tiro. El hombre se
puso en pie y salió de casa. Anduvo con paso rápido por las
calles atardecidas. Entró en una tienda. Al poco salió con un
paquete. Llegó a casa y lo desenvolvió. Era un álbum. De forma
meticulosa, fue colocando las fotos en la estricta sucesión que
le dictaba la memoria de las fechas. Al terminar la tarea, pasó las
páginas del álbum, una a una, con lentitud, hasta llegar al final.
Entonces cerró el álbum y sus ojos tornaron al fuego. Ahora
las llamas se encogían perezosas y lánguidas, como queriendo
dormitar en el lecho de cenizas y soñar un vuelo de hollín. En
las paredes de la chimenea, sombras remedaban imprecisas el
acallado crepitar de la lumbre. El hombre abrió de nuevo el
álbum. Fue sacando las fotos una a una. Las lanzaba al aire y
caían dispersas como hojas secas sobre la alfombra. Cuando el
álbum quedó vacío, se levantó y las recogió sin mirarlas. Hizo
un nuevo fajo con ellas. Lo sopesó por unos segundos, mientras
102 miraba los últimos guiños de las llamas. El grueso fajo de fotos
subía y bajaba en el aire, al compás del absorto movimiento
de las manos. Una chispa saltó con impulso secreto y fugaz.
Entonces el hombre se dirigió a la cómoda y metió el fajo de
fotos en el cajón. Luego cogió el álbum, se acercó a la chimenea
y lo arrojó al fuego. Las llamas tardaron en avivarse y exhalar
un aliento denso y negro. Pero el hombre ya hacía un buen rato
que había dejado de mirar.
CUESTIÓN DE AMIGOS 103
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MI EXPERIENCIA MÁS IMPORTANTE DE ESTE VERANO 123
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ELLOS 131
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