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Esas actitudes son muy propias en personas incapaces de convencer con argumentos
sobre la bondad de sus decisiones. Generalmente emplean el terror, el miedo y la
sumisión como herramientas para hacer su gestión.
Ellos no delegan por temor a que el delegatario se lleve los honores, pretenden que sus
compañeros de trabajo dependan siempre de su aquiescencia para llevar a cabo
cualquier acción.
Los que se consideran imprescindibles en las empresas, (entre otras cosas deben ser los
primeros en salir, cuando de reestructuraciones administrativas de personal se trata)
son con mucha frecuencia capaces de convertirse en el obstáculo permanente para el
avance y el desarrollo de las políticas y estrategias empresariales.
Infortunadamente las decisiones que tienen que ver con estas situaciones no son parte
rutinaria en el razonamiento lógico de los directivos o miembros de junta; ellos las
delegan en los gerentes y prefieren eludir, en muchas ocasiones, su responsabilidad
señalando al que debe transmitir el mensaje a los afectados.
Si la decisión era sacarlo, como se sacó al Almirante Arango B., esto se debió hacer
desde el inicio de este mandato el 7 de agosto de 2010, cuando se nombró la cúpula de
las fuerzas militares.
El general Matamoros Camacho es por encima y de acuerdo con las informaciones que
han circulado en estos días, el militar más calificado para asumir el comando general de
las Fuerzas Militares.
Como él requiere loas y quién le sobe el saco, busca entonces que sus subalternos no
tengan ideas propias ni piensen, solo obedezcan.
Para conseguir esto se buscan personas que no dominen el tema y se saca a quien lo
domina. En este Ministerio se prohíbe pensar y punto.
Postre: Pensar en una concesión para el dragado y explotación de los ríos navegables en
Colombia no es una locura. Ministro de Transporte, piense; usted no está en el Ministerio
de Defensa.
Iba a titular simplemente "Un país inviable", para referirme a las vías, destruidas en casi
todo el territorio nacional, gracias a las lluvias, que tienen convertida la Nación en un
paisaje de desolación, miseria y tragedia.
Guardar silencio cuando algún servidor público se vende por unos denarios, o por
muchos millones, es una costumbre común pero no normal, para la deshonra de las
instituciones, que deberían estar por encima de estas prácticas viciosas, con visos de
delitos, que en sus investiduras se vuelven manchas que destiñen los colores de la
patria.
Hay mucho actor con ansias de protagonismo en el escenario de la justicia, por encima
de las instituciones y del bien común. Difícil entender, de otra manera, que a unos
delincuentes les conviertan sus celdas en mansiones. Que a unos militares ancianos los
condenen a treinta y cinco años de cárcel y que a quienes han originado los
acontecimientos más funestos de nuestra historia los nombren funcionarios del Estado o
los elijan como gobernadores.
Por esa mala costumbre de tragar entero y de no hacer de la verdad un principio rector
de vida, la honradez y la justicia seguirán sepultadas en cada derrumbe de nuestra
geografía, aun en pleno verano.