Está en la página 1de 4

EXILIADOS

INTRODUCCIÓN.

No sé si os habréis parado a pensar en la terrible experiencia y la dura condición de todo


exiliado. Yo tampoco lo hice mucho, hasta que me convertí en uno de ellos, en un exiliado.

Aunque políticamente podría ser definido como inconformista y “antisistema” en algún


grado, al vivir en la España post-franquista (me niego a denominarla como lo que no es
todavía: democrática) no me vi exiliado a Polonia por motivos políticos, sino por tener el
infortunio de contraer una enfermedad cuanto menos “impertinente” para esa España aún
no democrática de veras; una de las que constituyen el grupo creciente de las emergentes
Enfermedades de Sensibilización Central: la Fibromialgia.

Pero, aunque yo vivo exiliado en el extranjero por ese escandaloso motivo de caer enfermo
de semejante impertinencia para con las autoridades del que ha sido mi país hasta hace
tres años, no soy el único.

Voy a describir cómo me han convertido y nos han convertido en exiliados y exiliadas, al
tiempo que relato cómo se vive esa condición, que en nuestro caso llega progresivamente,
como para disimular, como para que nos pase desapercibido que nos están exiliando a un
ghetto digno del mismísimo nazismo, para que muramos en él de abandono, desatención y
miseria; y, si puede ser, en silencio y con una estúpida sonrisa de “adaptación a la
enfermedad y lo que conlleva”. Es algo que está pasando con millones de personas en
España...... y va en aumento el número de personas exiliadas por caer enfermas. Pero nadie
parece darse cuenta ni hacer nada. Ni siquiera perciben el ghetto, aunque está frente a sus
ojos, incluso en su misma casa. Es un exilio curioso, atípico, pero muy cruel y real.

Desde aquí, el exilio forzado en el ghetto de las y los enfermos impertinentes, nos queda
poco más que el grito de denuncia. Este es el mío, que se sumará al de tantas y tantos en
este lado del muro, para ver si llega al otro lado, donde vivís los que aún no habéis sido
exiliados o deportados. Pero, tranquilas y tranquilos, que si no escucháis y reaccionáis, os
llegará el turno, con seguridad. NADIE ESTÁ A SALVO, PORQUE TODA PERSONA CAE
ENFERMA Y EN DEPENDENCIA ANTES O DESPUÉS. Nosotras y nosotros sólo somos la
primera remesa, la punta de lanza. Hay sitio para todos.

Aunque lo que sigue es en su inmensa mayoría autobiográfico,

con pocas diferencias individuales, he aquí lo que hemos vivido y estamos viviendo,
intramuros.

Con pocas diferencias individuales, he aquí lo que os espera a los todavía sanos y mansos,
ahí, fuera de los límites del ghetto para el exilio:

___________________________________

Llevas ya meses, o quizás años, tratando de llevar tu vida normalmente. Quieres, deseas o
hasta has elegido en su caso a esa pandilla de amistades, a esos compañeros y compañeras
en concreto, tu trabajo (o estudios), tus familiares. Te gusta hacer cuanto haces y no vas a
permitir que ese cansancio y esos dolores que van en aumento te estropeen lo que tanto
disfrutas, o a lo mejor, simplemente, necesitas. Es tu vida. Te ha costado “toda una vida”
construirla, con mayor o menor éxito; con más o menos facilidad o esfuerzo. Incluso puede
que seas el alma de las reuniones, con tu sentido del humor, tu optimismo, tu inagotable
vitalidad, tu frescura; siempre te reciben con alegría y tú estás contento, satisfecho; te
sientes realizado en buena medida, a veces hasta eres feliz. O no. A lo mejor, sencillamente,
eres una persona normal y corriente, que hace lo que se espera de ella y trata lo mejor que
puede de cumplir con sus metas y responsabilidades, de sobrevivir con cierta dignidad, con
los suyos cerca.

Pero las cosas van empeorando. Hay más cansancio, más debilidad, aparece el insomnio, o
simplemente, esa incómoda sensación de no haber descansado a pesar de haber dormido
“bien” se hace cada vez mayor. Ya no te recuperas como antes del cansancio, de los
esfuerzos físicos o mentales. Aparecen incómodas lagunas de memoria, los mareos, los
ahogos, los zumbidos en los oídos, la visión borrosa, el adormecimientos de las manos, las
infecciones recurrentes, la sensación febril, la extrema sensibilidad a los cambios de
temperatura, a los ruidos, a ciertos olores (antes agradables)......... Te quejas a veces de que
“me duele todo”, o “estoy tan cansado...”, o “estoy tieso como un palo de escoba por las
mañanas, al levantarme”. Y tratas de seguir, pero ya casi no puedes.

Los tuyos empiezan a no entenderte. A ellos “también les duele algo a menudo”, o “yo
también estoy cansado, pero tiro p´alante y ya está”; alguno, más sensible, dice “anímate,
hombre...¡Ya pasará!”. Está equivocado; están equivocados. NO es eso. Sabes que te está
pasando algo “malo”, pero luchas por sobreponerte y seguir adelante. Ya no eres tan alegre
ni optimista. Incluso te vuelves algo huraño y gruñón; te empiezas incluso a deprimir. El
dolor, la debilidad y el cansancio permanentes, el vaivén imprevisible de síntomas, junto
con el deterioro cognitivo creciente y constante van minando tu límite de resistencia. Cada
día es un gigantesco desafío, empezando por salir de la cama, para qué hablar de nueve,
diez, once o doce (mi caso) horas de trabajo diarias.

Pero antes o después, llega el parón en seco. No puedes más. En mi caso, fue una fuerte
crisis de ansiedad, con despersonalización y todo. De golpe, no sabía quién era yo, ni dónde
estaba, ni dónde cojones había aparcado el coche para sentarme un ratito. Sólo miedo y
desorientación. Y aquellos malditos dolores de cada articulación y de las lumbares,
horribles.

Te rompes y te dan la baja, que nunca es suficiente para recuperarte, para “curarte”, por lo
que empiezas a encadenar períodos de baja laboral y cada vez te sientes peor. Pero nadie
sabe qué te está pasando. Será depresión; será ansiedad; serán ambas cosas; será estrés;
será falta generalizada de tono muscular (mi primer “diagnóstico” especializado, adjunto al
de “trastorno mixto de ansiedad y depresión”), así que a currar, a moverse más (haz
gimnasia; o sal a correr a diario, o a caminar fuerte hora y media diarias; hay que
animarse, coño); pero empeoras. Una opinión médica tras otra, a la que sumas las de los
“amigos” y familiares; pero nada funciona. Cada vez todas y todos se alejan un poco más
de ti; te miran “raro”, con sospecha incluso. Empiezan a dudar de que estés en tus cabales
o quizás le estás “echando morro” para pillar una invalidez con su millonaria pensión
vitalicia, cual un ex-presidente del Gobierno.

Si tienes suerte, en el trabajo te dan “cuartelillo” y lo conservas todavía a pesar de que


“siempre estás de baja”, pero te aprecian y tus jefes o socios son buena gente y solidarios.
Si no la tienes, terminas despedido (este fue mi caso, que es el más frecuente en España).

Y entre medias de todo esto (o quizás después), te diagnostican ¡POR FIN! (piensas con
alivio) Fibromialgia, o Síndrome de Fatiga Crónica, o quizás Sensibilidad Química Múltiple
(en este caso, los síntomas y las reacciones ajenas a menudo son muchísimo perores que
los que he descrito).

Los médicos te “comprenden” (si tienes suerte) y declaran tu incapacidad para llevar una
vida activa normal. Incluso lo escriben (sin mojarse mucho, eso sí) en informes para que
presentes en los tribunales de los Social y en las “Juntas de Valoración Médica” de la
Seguridad Social o del Instituto Nacional de Salud, o de la institución autonómica
competente al caso. Tienes una enfermedad real, con nombre y todo, que los médicos (y tú
y tus jefes o compañeros) saben incapacitante. No tiene cura, te dicen; sólo “tratamientos
paliativos o adaptativos” para que se te haga más soportable.

Te atiborran de analgésicos, antidepresivos, somníferos, relajantes musculares,


ansiolíticos, protectores gástricos, “terapia cognitivo-conductual”.....

Empezó el proceso de exilio. A partir de aquí, es irreversible. Estás empezando a


quedarte solo y sin nada; pero aún no lo sabes; todavía tienes esperanzas. Piensas, con
gran criterio racional: “me darán la invalidez, entonces, y podré dedicarme a curarme
mientras se me permite un ritmo más adecuado a mis limitaciones, respaldado por una
pensión al menos, hasta que vuelva a ser el de siempre”.

Pero en los “tribunales médicos” te deniegan la prolongación de la Incapacidad Laboral


Transitoria y te dan el alta....¡Hala, a currar, que no es para tanto, pedazo de cuentista!.

Los informes de la empresa, de la mutua laboral o de los médicos del sistema sanitario
público o privado, no valen para mucho. Te echan fuera del sistema de protección que
habías estando pagando, solidariamente con todos los demás “productores-consumidores”
sanos y activos, cotizantes.

Recurres a los tribunales de lo Social, con nuevos informes y esperanzas. Y llega el mazazo:
se te deniega la incapacidad también aquí. Te has quedado fuera del sistema de protección
jurídica también, pues careces ya de empleo, de dinero y de prestaciones económicas.
Puedes recurrir, si consigues cómo hacerlo. Y te deniegan los recursos (mi caso fue así. Ni
los admitieron a trámite).

Ya estás exiliado en tu propio país. Careces de los derechos propios de un


ciudadano enfermo; se te han denegado uno tras otro sólo por estar enfermo de
Sensibilización Central, algo proscrito, impertinente, inoportuno y potencialmente muy
caro para el Estado.

Los amigos, compañeros y familiares te van dando la espalda. Recelan. Si te han denegado
todo, a lo mejor es porque no estás tan mal en realidad. Puedes incluso llegar a perder tu
matrimonio (mi caso) y, con ello, tu hogar. Tus habilidades sociales han volado ante
semejante destrucción de tu vida, lo que no ayuda tampoco en nada.

Ya no tienes nada. Estás exiliado en el ghetto. Ahora ya eres solamente una


persona enferma, pobre de solemnidad, abandonada institucionalmente, sin derechos,
excluida casi por completo de la sociedad salvo para (con suerte) un reducido grupito de
personas que te siguen apoyando, te dan refugio, ropa y comida, a menudo turnándose
para ayudarte, por puro humanitarismo, por solidaridad o por simple amor.
Si no tienes esa suerte, puedes acabar sola y quizás, incluso, viviendo en la calle. Quedas
desaparecida o desparecido, sepultado por los muros invisibles del ghetto al que te han
exiliado. Sólo quedan las funciones biológicas en marcha, dolorosas, malheridas por la
enfermedad. El resto de tu vida, te ha sido arrebatado, denegado por impertinente.

Muchas personas no lo soportan; esas perspectivas no les hacen no tomar la decisión de


quitarse la vida; ese pobrísimo sustituto de vida que tienes en el ghetto no es suficiente
para que quieran seguir adelante.

Otras lo soportan en silencio, con sentimientos incomprensibles de culpa incluso, casi


pidiendo perdón por “haberos fallado a todas y a todos”.

Otras simplemente siguen aquí exiliadas esperando que llegue la muerte, entre
indiferencia, miseria y soledad que nada puede atravesar o rasgar.

A las autoridades institucionales que nos han exiliado, estos tipos de exiliadas y exiliados
les gustan. Mueren en silencio, mansamente, sin causar molestias ni gastos a las
instituciones oficiales. Les siguen el juego siniestro del exterminio de las personas
enfermas impertinentes, proscritas, que ya no producen ni consumen. Están “bien
adaptados”. Adaptadísimos morirán.

Y unas poquitas, tratamos de hacer que todo esto se sepa. Denunciamos, protestamos, nos
informamos e informamos a los demás; nos organizamos tras los muros del ghetto, aquí en
el exilio. No nos resignamos a morir en silencio, a ser atropelladas, a ser abandonadas, a
sucumbir o a “adaptarnos a nuestra situación”.

Y este tipo de exiliados y exiliadas, no les gustamos a las instituciones y autoridades


políticas, sanitarias y jurídicas que nos han arrebatado nuestra vida y derechos y nos han
forzado al exilio en el que estaréis pronto muchos más de vosotros y vosotras, quienes nos
oís y veis, pero nada hacéis, como si esto no fuera con vosotros y vosotras.

Si no hacemos algo efectivo entre todas y todos, aquí nos veremos compartiendo miseria,
abandono, abusos y muerte en vida, en una vida de asco en el exilio. ¿Que cómo lo sé? Es
muy fácil: LA ENFERMEDAD Y LA DEPENDENCIA DE LA SOLIDARIDAD SOCIAL NOS
LLEGA A TODA PERSONA ANTES O DESPUÉS. A VOSOTROS Y A VOSOTRAS
TAMBIÉN. No hay excepciones.

José Manuel Chía Gómez.

Exiliado en Cracovia, Polonia, a cinco de Abril de 2011.

También podría gustarte