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SEWELL EN RANCAGUA.

LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

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Sewell en Rancagua.
La persistencia de la memoria

Claudia Yáñez Armijo


Luis Aguayo Cornejo
Luis Valenzuela Lillo
Marcelo González García

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Esta investigación y publicación cuenta con el auspicio del
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes
Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes
Región del Libertador Bernardo O’Higgins

Sewell en Rancagua. La persistencia de la memoria


© Claudia Yáñez Armijo / Luis Aguayo Cornejo
Luis Valenzuela Lillo / Marcelo González García
© Mosquito Comunicaciones, para la presente edición
© Marcelo González, diseño de portada

Primera edición: Febrero 2011


Reg. Propiedad Intelectual Nº: 200.552 (enero, 2011)

I.S.B.N.: 978-956-265-217-9

Impreso en los Talleres Gráficos de


MOSQUITO COMUNICACIONES
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

Derechos exclusivos reservados para todos los países.


Este libro, como totalidad, no puede ser reproducido, transmitido o almacenado,
incluida la portada, sin autorización del autor o el editor.

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ORDEN DEL LIBRO

Introducción. Subiendo las escaleras de la memoria 11

Memoria de Sewell en Rancagua, un camino a la integración


Marcelo González García
Un ascenso de carretas 21
Mecanismos de visibilización de la identidad sewellina 23
Influencia en Rancagua de la identidad sewellina 24
De tragedias y calamidades 27
El renacer de la memoria 29
La falta de memoriales 35
Construcción de un modelo cerrado de acceso a la cultura 37
Dispersión de los habitantes de Sewell por el país 39

La identidad sewellina
Luis Aguayo Cornejo
Cultura e identidad sewellina 47
Relatos de singularidad, reconocimiento y pertenencia 51
Relatos de diferencia 55
Identidad minera e identidad sewellina 57
La comunidad añorada 64
Identidad y organizaciones sewellinas en Rancagua 67

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Relaciones de género en Sewell y en Rancagua.
Construcción de lo masculino y lo femenino
Claudia Yáñez Armijo
Entrando al texto 71
Relaciones de género en Sewell 72
1. Relaciones familiares 72
2. Relaciones de pareja: El pololeo en Sewell 75
3. Relaciones padre-hijo v/s padre-hija 77
4. Trabajo doméstico, trabajos menores y oficios de las mujeres... 79
5. Departamento de Bienestar. Domesticación y disciplinamiento... 82
6. Mito de la descuartizadora: «…lo cortó con un serrucho…» 84
7. Relaciones sexuales de hombres y mujeres en Sewell: La famosa U 86
Relaciones de género en Rancagua 87
1. Relaciones de familia: Bajada a Rancagua el proceso de traslado 87
2. Tensión del padre ausente: «…madre y padre a la vez…» 89
3. Nuevo presupuesto familiar. Nuevas formas de consumo 91
4. «Los nuca de fierro» 92
5. Mujer relegada al espacio doméstico: «Soy esposa de minero» 93

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Sewell en Rancagua.
Espacios cruzados, lugares comunes, territorios lejanos
Luis Valenzuela Lillo
Acerca del territorio, espacios y lugares 97
Sewell en Rancagua. De vivencias y significados 103
Sewell y los lugares verticales 105
Hacia Rancagua. Lugares comunes en espacios cruzados 108
Respuestas de Sewell en Rancagua 117

Conclusiones.
Notas de final de ruta 123

Perfil de entrevistados 129

Bibliografía 133

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SEWELL EN RANCAGUA.
LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

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INTRODUCCIÓN
SUBIENDO LAS ESCALERAS DE LA MEMORIA

Entre 1905 y 1980 funcionó un campamento minero en las altas cumbres de Los
Andes, con un equipamiento singular, y que llegó a concentrar una población aproxi-
mada de 15.000 personas.
El presente es un libro de testimonios. Fue ideado en el marco de un proyecto
FONDART que buscó recopilar las memorias de quienes habitaron el Centro Minero
de Sewell, a través de las manifestaciones actuales de la misma en la ciudad de
Rancagua. Se realizó una investigación sustentada en el contacto con los propios
sewellinos en sus organizaciones comunitarias, con el objetivo de documentar la
persistencia de una memoria e identidad común dentro de una ciudad que contiene
su nuevo arraigo.
Fue posible nuestro trabajo gracias a la disposición, generosidad y tiempo de
las familias sewellinas que hoy viven en Rancagua, quienes accedieron a entregarnos
su valioso testimonio sobre la vida en Sewell, y sobre lo que el cambio a la ciudad
de Rancagua significó en sus vidas.
Se exponen aquí las memorias de hombres y mujeres: sus hitos principales, sus
vivencias comunitarias, sus lazos familiares y de amistad, su forma de vida en el
Centro Minero, sus relatos de comunidad. Algunos de quienes hablan en estas pá-

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ginas habitaron Sewell de distintos modos, dependiendo de su posición social, su
ocupación, su género o simplemente su vivencia personal.
A través del acercamiento a las personas que poblaron el campamento y a las
organizaciones comunitarias que se han conformado en Rancagua hasta hoy, (Círcu-
lo Social Sewell, Asociación de Trabajadores Pasivos El Teniente, etc.), hemos reco-
lectado un conjunto de relatos, a la par que hemos visitado sus barrios, sus residen-
cias, asistido a sus actividades y conmemoraciones, organizado eventos en conjunto
y compartido gratas conversaciones y puntos de vista sobre el pasado y el futuro, los
cambios y el devenir de la «familia tenientina», lo que significó la vida en la mon-
taña, lo que se perdió y lo que se ganó en la bajada al valle, qué significaba y
significa Rancagua para un sewellino, etc.
Lo que hemos logrado es a través de entrevistas en profundidad y de la reali-
zación de grupos focales con sewellinos que moraron en el campamento y vivieron
la experiencia del traslado a Rancagua. Todo ello apoyado con un trabajo de obser-
vación y una reiterada labor en terreno en las sedes de sus organizaciones y en sus
barrios. Paralelamente, establecimos también contacto con los sewellinos a través de
un grupo de facebook, «Sewell en Rancagua», el cual nos fue de gran utilidad para
activar el ejercicio de la memoria compartiendo fotografías y convocando a nuestras
actividades, a la vez que se expresaban intercambios entre los propios sewellinos y
sus descendientes.
Se presenta ahora una recolección analítica de testimonios sobre distintos as-
pectos de la vida en Sewell y de su instalación (y a veces adaptación) en la ciudad
de Rancagua.

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Hemos llamado a nuestro proyecto «La persistencia de la memoria» porque
hasta hoy persiste un fuerte sentido comunitario de identidad. Muchos ex-habitantes
del poblado cordillerano se autodenominan a sí mismos con el apelativo de
«sewellinos».
Un suceso histórico fundamental en esta indagación de la memoria social de los
sewellinos, es la llamada «Operación Valle». Un proceso de desplazamiento de po-
blación desde los campamentos mineros que mantenía la Compañía El Teniente (ex
Braden Copper Co.) en la VI Región y que duró desde 1965 hasta 1980.
Este proceso puede ser comprendido como un Hito de la Memoria. Bajo esta
referencia, los sewellinos de hoy establecen un antes y un después en sus vivencias,
en sus ciclos vitales.
El proceso de éxodo generó acontecimientos que transformaron a las comuni-
dades que vivían al amparo de la minería cuprífera en esta comarca del Valle Cen-
tral, en términos sociales y culturales, y también en sus manifestaciones subjetivas y
emocionales (se vio replanteado su sentimiento de pertenencia y reconocimiento y
su relato de comunidad).
Por ello la Operación Valle es una referencia fundamental en las memorias de
los sewellinos. A través de los testimonios de la memoria colectiva, del Patrimonio
Vivo (que sobrevive y trasciende a lo arquitectónico o a los monumentos), accede-
mos, o más bien, nos aproximamos, a como se vivió y se sintió este cambio gatillado
por la relocalización masiva.
Pero la Operación Valle no es el único hito de la memoria importante. Existen
otros hitos: La Tragedia del Humo, la Chilenización, la Nacionalización, las Grandes

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Huelgas; que se van relatando en conjunto a otros hitos (o sucesos) cotidianos: las
bajadas de los trabajadores varones a Rancagua, los bailes y eventos, las jornadas en
el Club Social, el emparejamiento y formación de familias, la escuela, los grupos de
verano, la orquesta, los boy scout, el grupo pastoral, la convivencia cotidiana con los
norteamericanos, etc.
Todas estas memorias son evocadas, manteniendo similitudes pero también
diferencias: sewellinos y sewellinas tienden a manifestar distintas vivencias (o distin-
tas visiones sobre estas vivencias).
Toda memoria se construye desde el presente: se trata de memorias activas,
diferentes de las memorias públicas que quieren eternizarse en un documento escrito
o en un monumento. Son activas en cuanto interpretan el pasado con visión crítica
en el acto del narrar; a veces con visión idealizada.
Los hitos de la memoria de Sewell son relevantes, para comprender una parte
de la historia social de Rancagua. Estos fragmentos de memoria son el testimonio de
una identidad, de una cosmovisión que arraigó en la cordillera, condicionada por la
mina El Teniente, y que influyó en los territorios que han poblado a través de
generaciones.
La instalación del centro minero transformó la vida social del valle. Muchas
dinámicas cotidianas de Rancagua se tornaron funcionales a la reproducción de
Teniente (y de Sewell), desde las actividades productivas, a las de servicio, hasta las
lúdico-recreativas. Teniente continúa influyendo en Rancagua.
El despoblamiento de Sewell terminó por transformar la ciudad. Nuevas pobla-
ciones, nuevos habitantes que tenían otra forma de habitar los espacios, otra lógica

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de reproducción doméstica, otra forma de organizar sus economías. Los sewellinos
estaban acostumbrados a una relación particular de vecindad, a la interacción cons-
tante cara a cara; a otro modo de interpelar a las instituciones, y con más lejanía
respecto a muchos acontecimientos que influían más rápido en el valle (debido a la
lejanía geográfica).
Interpelar a la memoria de los sewellinos en este nuevo espacio (y en este
marco temporal) nos ha hecho testigos de una reflexión y exposición biográfica
particular.
De ello también se trata este diálogo con las memorias que nos han brindado
los sewellinos: de interpretar las memorias en relación a las vivencias, a los cambios
en su idea de comunidad. En sus reuniones y congregaciones. En la memoria que
persiste en los descendientes de sewellinos: hijos y nietos que no vivieron en el
Centro Minero y asisten a las reuniones y actividades de las organizaciones comu-
nitarias de sello «sewellino».
Las memorias sociales sewellinas abarcan muchos temas, pero en las páginas
que siguen abordaremos estas memorias en cuatro capítulos que obedecen a cuatro
dimensiones.
En el capítulo, «Memorias de Sewell en Rancagua, un camino hacia la integra-
ción», Marcelo González nos presenta la relación entre los relatos sewellinos y los
cambios acontecidos en la cordillera y en Rancagua. También nos precisa la exalta-
ción de las memorias cotidianas, que permiten sustentar la idea de una comunidad
minera. Nos habla de las tragedias colectivas en Sewell, de las memorias que posi-
bilitaron el arraigo (si se prefiere, el cariño) al territorio cordillerano, de cómo se

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fundó el Círculo Social Sewell, de la presencia del pasado sewellino en la puesta en
escena de la memoria en la ciudad.
En el capítulo, «La identidad sewellina», Luis Aguayo explora los relatos que
resaltaban la singularidad del sewellino, o de la “familia sewellina”. La identidad es
algo que se nombra, relata y representa en instancias colectivas: una agrupación se
atribuye a sí misma valores propios, una ética, a través de discursos que ayuden a
reforzar los sentimientos de reconocimiento y pertenencia. Toda cultura tiene grupos
de individuos (por ejemplo, los mineros) que resaltan estas señas de identidad. En el
caso de los sewellinos, ellos constituían una cultura particular que rastreamos a
través de la memoria: soporte que permite la comparación con el rancagüino (y el
trabajador de Teniente actual).
En el capítulo, «Relaciones de género en Sewell y Rancagua», Claudia Yáñez no
sólo describe (apoyada en los relatos de vida de mujeres y hombres) el lugar que
estaba asignado a la mujer en Sewell en cuanto a trabajadora, esposa o madre de
familia, sino también cómo las relaciones entre los sexos entraron en tensión con la
Operación Valle. Había un imaginario de masculinidad y feminidad que se hacía
visible en la relación entre el valle y las cumbres mineras: antes Rancagua era terri-
torio explorado momentáneamente por los varones en sus bajadas cada cierto tiem-
po (en determinados espacios de sociabilidad), después fue el territorio de la mujer,
quien quedó a cargo de los hogares junto a los niños de las familias sewellinas. Se
aborda también el tema de la crianza de las niñas y jóvenes en la comunidad minera,
y de las oportunidades que les reservaban en trabajo y estudios.
En el capítulo, «Sewell en Rancagua. Espacios cruzados, lugares comunes, terri-

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torios lejanos», Luis Valenzuela interpreta los relatos de memoria desde la perspec-
tiva del uso de espacios, que es propia de toda colectividad, incluida aquella que
habitó un recinto que ha sido definido de muchas maneras (Company Town, Asen-
tamiento productivo) menos como ciudad. Más allá de la discusión sobre si Sewell
fue o no ciudad, aquí se habla de cómo sus pobladores le otorgaron tal significado
a aquel espacio productivo-residencial. Ellos también poblaron de un modo particu-
lar la ciudad de Rancagua, desde sus marcos de referencia y espaciales forjados por
generaciones en la llamada coloquialmente ciudad de las escaleras.
Estos capítulos presentan el relato de nuestros entrevistados, que al ser citados,
no se mostraron en el texto los nombres de cada uno de los sewellinos y sewellinas
que nos narraron sus historias.
Agradecemos especialmente a: Ana Luisa González, Benjamín Araya, Berta
Araya, David Chávez, Felipe Hidalgo, Fredys Vergara, Gustavo Herrera, Héctor
Vargas, Horacio Maldonado, Laura Aravena, Liliana Sepúlveda, Lucy Monsalve,
Manuel García, Manuel Ortega, Manuel Pino, María Inés Rojas, Mario Machuca,
Marta Hidalgo, Mercedes Núñez, Norma Araya, Norma León, Oscar Pozo, Osvaldo
Salazar, Siguifredo Henríquez, Susana Tapia, Ana Poulsen, Vigo Poulsen. Círculo
Social Sewell, Asociación de Trabajadores Pasivos El Teniente y Adulto Mayor (ATP).

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MEMORIAS DE SEWELL EN RANCAGUA.
UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN

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MEMORIAS DE SEWELL EN RANCAGUA. UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN

Marcelo González García1

UN ASCENSO DE CARRETAS
Desde los inicios del campamento Sewell, fuera de las relaciones laborales que
ahí se establecieron; se dieron y acentuaron en gran medida, diversas relaciones
sociales entre quienes habitaban este enclave industrial, que se fue transformando
desordenadamente en una ciudad.
Las escaleras regularon el tránsito de trabajadores hacia la faena minera, el
silbato marcaba los horarios de ingreso y salida del trabajo; las escaleras guiaban a
las niñas y niños hacia las distintas escuelas que se emplazaron en el Campamento,
las escaleras y las plazas se convirtieron en los patios de juegos de los niños. Los
corredores de los distintos camarotes eran el antejardín de los departamentos en que
las mujeres compartían anhelos y frustraciones.
El campamento fue diseñado por un uso hasta cierto punto desordenado, en el
cual la necesidad transformaba el entorno. De la misma forma se fue moldeando un
modelo que forzaba la cohesión y obligaba a mantener el contacto con cada habitante
del campamento.
1
Egresado de Antropología Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Co-ejecutor del Proyecto
FONDART 2010: “Sewell en Rancagua. La persistencia de la memoria”.

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Si bien las jerarquías existentes al interior del campamento, que segregaban a
los habitantes en torno al trabajo (empleados, obreros), vivienda (solteros, casados)
el acceso diferenciado a escuelas, barrios, uso del tren, etc.; nunca lograron generar
el aislamiento de estos grupos que habitaron en Abastecimiento, el Molino, el Estable-
cimiento, el Campamento o bien Sewell.
No era posible conocer a los casi 15.000 habitantes que llego a haber en el
campamento, en el cual las condiciones de aislamiento; el sistema organizacional con-
centrado favoreció el trato cara a cara de mujeres, niños y trabajadores, así como el
establecimiento de vínculos y parentescos tanto sanguíneos, políticos y afectivos
(que se hacen patentes a medida que el vinculo físico con Sewell se va diluyendo con
los años).
El asentamiento de la población Sewellina en la ciudad de Rancagua, así como
Machalí y otras comunas de la región de O’Higgins y el país, inevitablemente generó
quiebres ausencias y perdidas, no sólo del contacto diario con el campamento, sino
del contacto diario con el vecino del camarote, con las familias dueñas de los almacenes,
con el gringo, con el Departamento de Bienestar en resumen con un mundo y una
cosmovisión surgida para tratar de satisfacer todas las necesidades de la de esta
particular familia minera.
El sewellino vive en el recuerdo de un mundo ideal sin miedos, sin peligros,
con abundancia y seguridad, añora los lujos y beneficios exclusivos que tuvo de la
mano de los gringos, hace propios en la memoria los recuerdos de grandes fiestas en
el Teniente Club, de los bellos vestidos de las señoras, aunque nunca hubiesen po-
dido asistir a esas fiestas.

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Todas y todos quienes habitan Sewell en la memoria, son dueños y depositarios
de los recuerdos y vivencias de quienes explotaron esas cumbres; todos fueron
guachucheros más de una vez, todos pololearon en un recodo arrancando de los
serenos, muchos murieron ese julio de 1945 y muchas enviudaron en todos los de-
rrumbes y en el Rodado, todas comieron de esas ricas empanadas que les dieron una
vida más segura y tranquila a las mujeres. Cada mujer y hombre que nació, vivió y
fue parte del Campamento es depositario de toda la historia que se gesto en sus
escaleras, todos se sienten parte y herederos de los campesinos, pescadores, peones,
nortinos, sureños que llegaron a lomo de mula a transformar el Cerro Negro, gene-
rando a fuerza de derrotas y triunfos, una identidad particular que se gestó en la
cordillera y que se dispersó lentamente a través de la región, el país, portando esta
identidad a lugares más allá de las fronteras de Chile.

MECANISMOS DE VISIBILIZACIÓN DE LA IDENTIDAD SEWELLINA


A los pocos años de que bajó por última vez el tren desde el Campamento
Sewell, el recuerdo de quienes quedaron arriba, sin poder volver a vivir una vida
similar a la del Campamento y recrear el sentido de pertenencia que generó en sus
vidas, la vida de sus padres, hijos o esposos, comenzó a generar una necesidad
constante de revivir y recrear el sentimiento creado en la aislada convivencia en la
montaña.
El plan de trasladar el campamento por la empresa Kennecott, comenzó a ges-
tarse desde los años 1957, el cual comenzó a llevarse a cabo con el nombre de Plan
Valle desde el año 1965, cuando las primeras familias comenzaron a asentarse pri-

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mordialmente en la ciudad de Rancagua, donde la empresa proyectó la construcción
de más de 2.678 casas.
Hay que recordar que también muchas familias fueron localizadas en los pobla-
dos de Machalí y Coya, también ubicados en la precordillera de la sexta región entre
el mineral y Rancagua.
Estas tres localidades para su bien o poca fortuna han sido influidas e interve-
nidas en su devenir por la presencia del mineral El Teniente. De una manera u otra
sus habitantes han convivido con la presencia del mundo minero a pesar de ser en
su génesis de una fuerte raigambre agrícola.
La convivencia de estos dos mundos, desde los albores del siglo pasado se ha
manifestado de variadas formas, creando vínculos de cooperación por los cuales uno
requiere de bienes y servicios y el otro grupo se los facilita; esta relación se dio de
manera separada durante largos años, hasta que estos dos grupos comenzaron a
convivir en el día a día. Producto de la integración forzosa a la que se vieron afec-
tados los habitantes de los distintos campamentos mineros instalados en las cerca-
nías del Mineral y agrupados en Rancagua.

INFLUENCIA EN RANCAGUA DE LA IDENTIDAD SEWELLINA


La unión de los habitantes sewellinos con los rancagüinos se dio desde los
inicios de la faena minera, ya que primeramente la mina necesitó hombres y mujeres
para fortalecer la instalación definitiva del mineral; la producción y todos los servi-
cios asociados que una mina y posteriormente un campamento y ciudad necesita.

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Se construyó el campamento, trajeron a sus señoras, los primeros matrimonios, vivía
gente soltera y habían niños, había un sector que llamaban Abastecimiento, porque
hasta ahí llegaban todas las carretas, con los materiales que iban hacia los molinos, hacia
la mina.
Mujeres y hombres se instalaron en la faena minera, creando el mito de origen
de la sociedad minera en la localidad Graneros y Codegua. Mito transformado por
los relatos errados y la escasa preocupación por la historia de la Región.
En el año 1905 hombres y mujeres, peones y pescadores fueron atraídos desde
los mas variados recodos de este país; inevitablemente el radio de expansión comen-
zó a ampliarse, afectando a poblados y haciendas a medida que se requería de más
mano de obra.
En un comienzo la gente llamada a trabajar dependió de un acceso diferente al
actual hacia el mineral, el cual no fue a través de la carretera del Cobre como se da
actualmente, sino que a través de un camino de carretas, el cual conectaba el mineral
con el resto del país desde la localidad de Codegua a pocos kilómetros de la ciudad
de Graneros. Así es que desde sus orígenes los hombres de estas localidades fueron
los primeros en ser llamados a formar parte de la génesis industrial de la minería del
cobre en la sexta región. Los supervivientes, llamando de esta manera a quienes
dejaron de trabajar al alero de este mineral y bajaron de regreso al valle ya sea por
cumplir un ciclo laboral, incapacidad física, edad avanzada o por haber sido cesados
en sus funciones, volvieron a sus lugares de origen. Algunos obtuvieron su casa
gracias a los mas variados accidentes que llegaban a valer hasta una casa, cortándose un

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dedo, martillándolo después de haberlo congelado con hidrogeno, etc. Pero muchos
también se establecieron en Rancagua, compraron sus casas con el dinero recibido
por los años de trabajo al cesar sus funciones, «antes era normal que los trabajadores
después de 35 o 40 años recién venían a comprar una casita con esa plata, que eran
puras casitas de campo... usadas nomás».
Sewell tiene un aire a eterna juventud donde sus habitantes podían residir en
función a la producción, los adultos mayores no residían en el campamento, “no
había viejos en las escaleras, ni en las casas, todos trabajaban, Bienestar mantenía
todo limpio y arreglado, todo parecía nuevo, uno pedía nomás”.
De esta manera el campamento, mantuvo una relación sólo con el trabajador
activo dentro de sus instalaciones, entendiendo dentro de estas, el campamento
minero Sewell. Cuando el jefe de familia se retiraba o moría, la familia completa
debía hacer abandono de las instalaciones y regresar al lugar de origen de las fami-
lias o si había familiares se mantenían en la ciudad de Rancagua hasta que los hijos
hombres lograran la edad suficiente para reclamar las obligaciones pendientes que les
aseguraban un puesto en reemplazo del padre.
Rancagua, por lo tanto, a medida que el mineral se iba asentando de mejor
manera, fue recibiendo a familias y ex-trabajadores del mineral y Sewell no sólo
como campamento, sino como una ciudad que de cierta forma fue devolviendo a esos
jóvenes que emprendieron el viaje buscando un mejor vivir al perseguir la fortuna,
convertidos en mujeres y hombres.
Este hombre y mujer que regresó y se asentó en Rancagua, ya no era solamente
un campesino, comenzó a bajar una familia con ascendencia campesina y un presen-
te y futuro minero.

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Así mismo la ciudad de Rancagua comenzó a transformarse paulatinamente de
la mano del Teniente; el comercio se amplio, la ciudad se transformó, los prostíbulos
florecieron y se marchitaron al llenar los antiguos fundos con nuevas poblaciones y
nuevos recuerdos fueron desplazando el pasado heroico y campesino que predomi-
naba en la región.

DE TRAGEDIAS Y CALAMIDADES
Dentro de la memoria del sewellino hay más de un hito que marca su historia;
está el hito fundacional de la tradición minera familiar, por el cual se recuerda al
primer integrante de la familia que llegó al mineral, que los puede vincular por más
de una generación con la actividad minera; esta el recuerdo de la escuela y los cama-
rotes por los que fue pasando la familia; se recuerdan bailes y fiestas; matrimonios y
bautizos, accidentes y muertes.
El accidente del Humo, es sin lugar a dudas uno de los grandes hitos que
transformo a la ciudad y dentro de las conmemoraciones de la ciudad, una de las
más potentes. Después de 65 años de ocurrido el accidente el cementerio que recibió
a los 355 jóvenes en su mayoría, se transforma en un lugar de reflexión y nostalgia
por los compañeros muertos. Muy pocas viudas sobreviven a estos jóvenes, que
además aun mantienen su residencia en el lugar que se destino a las Viudas del Humo;
muchos de los herederos llevaron su dolor y perdida a los lugares de origen de sus
padres. Muchos, regresan cada año al Cementerio N° 2, a mantener vivo el recuerdo
de quienes murieron, pero también como un lugar de encuentro de muchas familias
dispersas a lo largo del país y en especial de la ciudad de Rancagua. Aquí se encuen-

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tran cada 19 de junio las vecinas de los camarotes, los compañeros de las distintas
escuelas del campamento; profesores y alumnos; los compadres y los ganchos; mu-
chos de los cuales no trabajaban en el mineral o no estaban vivos cuando ocurrió el
accidente, pero que tienen y mantienen muchos lazos con las 355 familias que mu-
rieron en ese accidente, entre tantos otros.
Tal vez muchos hitos relacionados a la gran cantidad de accidentes que se
dieron en torno al campamento no se celebren, tal vez muchos de ellos se quedaron
en el olvido y sólo sea materia de libros y registros, pero cada 19 de junio no sólo
se recuerda el Humo, también se trae a la memoria, a las familias muertas en los
rodados, las avalanchas que destruyeron más de un edificio de camarotes, el acci-
dente en el Tranque Barahona, la muerte blanca y la muerte negra, entre muchos otros
accidentes que se sucedieron en el campamento y que se reúnen en una celebración
en común: La Tragedia del Humo.
Así como la tragedia del humo se transformó en una conmemoración que se
celebra en la ciudad de Rancagua, no podemos dejar de nombrar el accidente de Agua
Dulce el cual ocurrió el 8 de febrero de 1962, en el cual murieron 31 personas del
campamento y que dejo más de 100 heridos. Tal vez, este accidente no tenga conme-
moraciones y menos monumentos que los recuerden, pero de este hecho aun existe
el recuerdo latente grabado en la memoria de quienes vivieron el accidente, de
quienes aun conviven y comparten con sus compañeros de escuela quienes quedaron
mutilados; fuera de los registros, fuera de las memorias oficiales, pero siendo un
recuerdo vivo de otro accidente que transformo la vida de todas las familias mineras.

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EL RENACER DE LA MEMORIA
Para los sewellinos el trasladarse desde el campamento ha dejado huellas
imborrables que han impedido por años fusionarse e integrarse a la ciudad que
llegaron a habitar:
…la felicidad fue corta y el trauma que nos produjo el haber sido arrancados a la fuerza
de sus entrañas, ha sido largo, nos a costado superar a todos, sin duda, hemos quedado
gitaneando en busca de, un lugar en donde sentirnos tan cómodos como allí y no
podemos como los demás decirles a nuestros hijos; esa que está allí fue la casa en donde
viví cuando era niña, vuelves a un pueblo, pero es una vuelta dolorosa pues está
mutilado. En todo caso la alegría que ese querido pueblo nos ha dejado supera nuestro
dolor.
El día 15 de marzo de 1980 marcó el fin de la residencia de familias Sewellinas
en el campamento. Ese día, el ferrocarril recorrió por última vez el tramo considera-
do entre la estación La Junta y el Patio de Rancagua. Posterior a esta fecha el campa-
mento fue utilizado como dormitorio de los distintos operarios de empresas contratis-
tas que llegaban al Mineral. Independiente del último viaje del tren, muchos emplea-
dos y obreros se mantuvieron residiendo en los antiguos camarotes, para el trabajador
minero el vinculo con la Ciudad de las Escaleras no se rompió totalmente al comple-
tarse el Plan Valle, algo había cambiado, ya no había trineos en los días de nieve; las
mujeres, ya no subían las largas escaleras con las faldas que nunca dejaron de usar,
a pesar de las inclemencias del clima; los clubes ya no organizaban campeonatos; ya
no estaba el sastre que los vestía tan bien para bajar a la Casa de Cristal.

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La ciudad que a muchas y muchos vio nacer y morir, volvía a ser el Estableci-
miento, Abastecimiento, el Molino, el centro minero-industrial de sus orígenes. Ya
no quedaba vida social, ya no había bailes. Las mujeres en Rancagua ya no compar-
tían con sus amigas de los camarotes, los profesores en la nueva ciudad y población,
no había educado a todos sus familiares y amigos y los vecinos ya no eran los
mismos. Era un mundo nuevo por construir y conocer.
Para una cantidad no menor de sewellinos esto fue un alivio, al liberarse de la
carga de la comunidad ideal y perfecta de los lujos y beneficios a los que no podía
acceder. Muchos llegaron a vivir en la anhelada privacidad y a la propiedad del
lugar que se les había asignado; con nuevos vecinos desconocidos y con un nuevo
mundo por descubrir. Para otros no, el Plan Valle y el desalojo del Campamento,
significo una perdida que se lleva hasta el día de hoy como una carga pesada llena
de angustia y nostalgia, una perdida que se va a seguir transmitiendo en las familias
de trabajadores, que seguirán guiando a sus hijas e hijos en el camino de la minería.
En estas familias que viven la nostalgia y en muchos ex-habitantes de Sewell, traba-
jadores, mujeres e hijos, éste desarraigo generó una necesidad por reencontrarse, por
re-establecer los lazos perdidos y por vivir en el recuerdo de lo perdido.
Desde al año 1984 que en un local de la calle Recreo, comenzó a reunirse una
gran cantidad de ex-habitantes del campamento Sewell, grupo que tomó como nom-
bre Círculo Social Sewell, quienes contagiados por otra agrupación que se reunía en
Santiago, se establecieron.
La idea nació justamente después de haberse venido de arriba, porque allá existían

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muchos clubes. Entonces los clubes permitían… lo que era idea de los norteamerica-
nos… que la gente se reuniera periódicamente. Entonces cuando nos vimos así como
liberados... se genero la necesidad de juntarse aquí y la forma ideal era juntarse como
agrupación sewellina. Entonces ahí la gente comenzó a contactarse y de alguien nació
este Círculo.
Al comienzo esta agrupación tuvo sus objetivos claramente definidos por los
cuales se admitían exclusivamente a ex-sewellinos, se mantenía de ésta manera la
lógica de un mundo exclusivo creado para satisfacer sus necesidades colectivas de
recrear una época ideal. «A los recuerdos, Halbawachs les otorga un valor colectivo;
el individuo se recuerda gracias a los recuerdos de los otros. La memoria individual
existe pero ella no es nada sin la memoria del grupo, sin la memoria colectiva»
(Garces, 1998: 48).
De manera que la memoria se transforma en un factor primordial de la cohesión
social. La memoria, es una construcción social de los acontecimientos vividos por un
conglomerado humano, por lo tanto, el proceso de construcción o reconstrucción, va
de la mano de la capacidad que posee el grupo, para realizar la interpretación de los
hechos que le fueron transmitidos y que ellos mismos vivieron; y de la misma forma,
la capacidad del grupo para transformar la realidad social en que se encuentran.
La presencia de instituciones como el Círculo Social Sewell, se conoce por la
difusión que da la prensa y los diarios quienes divulgan todas las actividades que se
realiza. «Nosotros como Círculo hacemos varias actividades culturales. Todos los
años tenemos una programación bien nutrida». Por ejemplo están los Romanceros

31
del Cobre que son un conjunto de cinco sewellinos que su repertorio es en base a
canciones antiguas, del tiempo que se vivía arriba.
Se organiza cada año la Maratón San Lorenzo que «es la actividad fundamental
que tenemos nosotros que se realiza hace más de 20 años. San Lorenzo, es el Patrono
de los Mineros y antiguamente el día 10 de Agosto, en la Mina no trabajaba nadie…
entonces cuando estábamos en Sewell, los mineros sacábamos al Patrono en proce-
sión por las Escaleras de Sewell y después el Círculo tomo esta reunión y el día 10
de Agosto se celebra la Maratón de San Lorenzo, para celebrar al Patrono de los
Mineros». A está maratón viene gente de todo el país, de Carabineros, de
Gendarmería, transitan las calles de Rancagua muchos corredores de nivel interna-
cional, no es sólo una maratón familiar, sino que es a nivel internacional, «incluso las
autoridades corren con nosotros, alcalde, diputados, gerentes de Codelco». Esta
maratón se corre por las calles de Rancagua, inicia en Talleres, en las oficinas de
Codelco «porque nosotros somos de Teniente», pasando por San Martín, la Alame-
da, República, Carretera del Cobre para concluir en la sede del Círculo.
El Círculo además demuestra cada año su presencia en la ciudad y como sus
socios forman parte de la comunidad. Esto lo hacen en el desfile del 2 de Octubre,
como Círculo Social Sewell desfilando ante toda la ciudad.
También, surgió de la mano de Osvaldo Salazar, hace 28 años el programa
radial Escaleras del Recuerdo, por el cual se reunió a través de este programa a los
distintos habitantes que habían nacido y criado en Sewell, que se encontraban disper-
sos en la ciudad de Rancagua, Machalí y sus alrededores, en éste se compartía la
vida cotidiana con los ex sewellinos, se celebraban cumpleaños, datos comunes,

32
recuerdos, defunciones, acompañando desde el recuerdo a los vecinos y compañeros
de una vida en Sewell a través de las ondas radiales.
El proceso de transformación de Rancagua también fue violento y radical aun-
que este cambio se dio previo al desalojo masivo desde el campamento; el proceso
duró más de 15 años en los cuales la ciudad se expandió y creció, pero el último viaje
del tren marco en los sewellinos un punto inflexible de no retorno, transformó el
campamento en un ideal, al que Rancagua nunca va a llegar a convertirse. Por esto
era imperioso reconstruir este nuevo entorno en el cual estaban insertos. Un espacio
destinado sólo a quienes eran portadores de las vivencias adquiridas en la montaña,
un grupo cerrado con sus códigos propios, con historias y momentos compartidos en
lo cotidiano.
En la actualidad el Círculo Social Sewell, a 30 años de ese último viaje del tren,
se ha abierto a la comunidad llamando a todas y todos quienes quieran empaparse
de las experiencias vividas en Sewell. Tal vez el Círculo no se acerco a Rancagua, tal
vez la familia minera se fundió con el campo y el comercio. La relación y la perma-
nencia de sewellinos, caletoninos, coyinos, parroninos todos partes de esta familia
minera que se enquistó en la cordillera de la sexta región, acabó por transformar el
entorno de la región y en especial de Rancagua y en gran medida hacerlo propio. El
Círculo «está abierto a toda la Comunidad, no sólo a los que nacimos en Sewell. Esto
está abierto a toda la comunidad de Rancagua y pueden participar de todas las
actividades que hacemos aquí. Los que son socios y los que no son socios. Nosotros
nos integramos a la comunidad. Y esperamos que llegue más gente».

33
Para Jorge Mendoza, lo que mantiene la memoria colectiva es la comunicación.
«Por ella es permisible que el significado de acontecimientos pasados permanezca, y
es que no se transmite el hecho en sí, ni la hazaña, sino el significado de ciertos
eventos, lo que para un grupo, colectividad o sociedad está representando»
(Mendoza, 2005, 8).
El trabajo de la memoria no es nunca puramente individual, la forma del relato,
que especifica el acto de rememoración, «se ajusta de entrada a las condiciones
colectivas de su expresión» (Guillaumin, Jean 1968, 73). Para Candau, el hecho de
poseer recuerdos, es sólo en relación de la existencia de otros testigos que sean ecos
de esos recuerdos, lo que confirma la idea de que la memoria perdura en los espacios
sociales. Es en este reconocimiento, que se da en el conjunto por un grupo, en que
aflora el sentimiento de la identidad.
Al ser estos elementos rememorados, compartidos, sentidos por un grupo más
amplio que un individuo en particular, se va permeando y difundiendo de mejor
manera ésta identidad ligada a un espacio del que no son dueños, pero que sin su
presencia y existencia no podría emerger como patrimonio de la humanidad.
La mayor fortaleza de esta identidad sewellina, está dada por el reconocimien-
to por parte de los mismos habitantes del campamento, sobre su influencia en la
construcción y desarrollo de la ciudad de Rancagua, no sólo los nacidos en Sewell
sino sobre todos quienes son tocados por la influencia de sus lazos, ya sea por
diversos parentescos, contactos sociales o comerciales.
Para Candau, la solidez en la transmisión, la mantención de la historia del
grupo, o el mito fundacional de éste, entrega a los conglomerados humanos la capa-

34
cidad de mantener de mejor manera aglutinado al grupo, con esto la identidad del
mismo; por el contrario en las memorias quebrantadas que presenten vacíos o bien
son débiles «la ilusión de la comunidad se hace pedazos» (Candau, 2000, 74).

LA FALTA DE MEMORIALES
Rancagua tiene más de 250 años de historia, en su trazado de calles hay una
constante referencia al carácter histórico de la ciudad, que al igual que Chile conme-
mora más de un fracaso y derrota; los próceres de la patria según su rango e impor-
tancia ocupan las calles y sus bustos adornan plazas sin visitantes que los honren.
A pesar de la existencia de un fuerte pasado ligado a la minería, el cual ha
establecido la posición de la ciudad en la región, no existen memoriales que hayan
surgido desde los habitantes de Rancagua. Existe el monumento a la Gran Minería,
el monumento a la Familia Minera en Machalí, las instalaciones relacionadas a Te-
niente en la calle Millán; todas surgidas desde Codelco Chile División El Teniente
diseñadas e instaladas para mostrar su presencia en la región y el desarrollo del país
Existen poblaciones con nombres relativos a Sewell y el mineral, así como calles
dentro de estos lugares, todos bajo la tutela de El Teniente; pero independiente de esta
presencia que marcan en la ciudad, no hay más elementos que vinculen la rica historia
e identidad minera que empapa casi a la totalidad de Rancagua y alrededores, con
quienes no se reconocen ligados profundamente con el mineral; el ejercicio de descu-
brir y develar los lazos del campesino, el comerciante, quien presta los servicios, los
mineros y sus familias no se ha llevado a cabo, obteniendo como resultado una comu-
nidad que se traslada dentro de diversas identidades sin portar una identidad fuerte.

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Los lazos y vínculos que relacionan la historia y el desarrollo de la ciudad se
entremezclan con la mayoría de la población, hasta cierto punto la memoria no
requiere actualizarse en el grueso de sus elementos, ya que los depositarios de la
memoria viven y transmiten en el cotidiano los elementos que conforman la identi-
dad minera y en especial la identidad sewellina, pero viviéndola de manera aislada en
el ámbito privado y familiar.
Dentro de las características que han definido a esta empresa minera instalada
desde el año 1905, en su relación con el trabajador y sus familias es el paternalismo
con que la empresa acoge y protege al trabajador y su entorno. En que la «orienta-
ción autárquica hizo que la cultura de la empresa y los habitantes de su campamento
se fueran haciendo auto-referentes, con una clara conciencia de vivir en una comu-
nidad capaz de bastarse a si misma, con claras diferencias y ventajas en su forma de
hacer las cosas respecto del resto de la sociedad chilena» (de Solminihac, 2003). Esto
ha tenido variadas consecuencias en la manera que se tiene de vivir en comunidad,
no reconociéndose plenamente en el espacio que se habita actualmente.
La dependencia con la empresa, ha marcado fuertemente la identidad y el accio-
nar tanto de Sewellinos, como quienes aun están ligados al mineral. «Esta ciudad
baila al ritmo de Teniente, no todo el mundo tiene las mismas posibilidades. Claro
que Sewell era otro mundo». Salvo excepciones, la comunidad Sewellina no ha vuel-
to a relacionarse directamente con el campamento, muchos no lo han visitado a
pesar de que existen instancias particulares (empresas de turismo) como de gobierno
a través del Consejo Regional de Cultura que han trasladado continuamente a quie-
nes quieren conocer más de este enclave minero.

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Muchos de ellos no han regresado y la edad a muchos ya se los impide, pero
el recuerdo está presente y las ansias de rememorar vuelven a cada momento, cla-
ramente no encuentran referencias de su lugar de origen distante a pocos kilómetros,
alejando la posibilidad de reconocerse en Rancagua.

CONSTRUCCIÓN DE UN MODELO CERRADO DE ACCESO A LA CULTURA


Gracias a los esfuerzos llevados a cabo por diversos personajes ligados a la
empresa, entre los que destacan Luis Gómez y Alberto Collados, ambos arquitectos,
comenzó un trabajo destinado a lograr la obtención de la categoría de Monumento
Histórico y proteger en parte al campamento de la destrucción y del saqueo que se
estaba llevando a cabo. De esta manera fue nombrado Zona Típica el 27 de agosto
de 1998, continuando esta búsqueda de reconocimiento hasta obtener el 13 de julio
de 2006 la condición de Patrimonio de la Humanidad, otorgada por la UNESCO.
El aislamiento que marca esta identidad sewellina, ha hecho que la transmisión
de la memoria por muchos años haya estado orientada y enfocada hacia la familia
minera, sin entender o visualizar que la minería está integrada a las distintas expre-
siones culturales y sociales propias de la región.
Imperó por muchos años, desde las organizaciones sociales vinculadas a Sewell,
el sistema cerrado exclusivo que les ha impedido por muchos años mezclarse con el
resto de la comunidad no ligada a la minería. Sin ir más lejos el hecho que Sewell sea
Patrimonio de la humanidad responde exclusivamente a las gestiones de trabajado-
res y ex-trabajadores y sus familias en torno al rescate de Sewell, «nunca imaginaron

37
que en Rancagua deberían unirse para luchar por defender la demolición de sus
edificios, y más tarde, la fuerza de sus firmas contribuiría a la declaratoria de «zona
típica» otorgada por el Consejo de Monumentos Nacionales en 1998» (Barros, 2003).
A un año de la declaración de Sewell como Patrimonio de la Humanidad, se
instala una fundación creada al alero de Codelco Chile, para velar por el desarrollo
y la difusión del campamento, la Fundación Sewell, la cual en sus lineamientos
generales, de acción es «obtener el apoyo de organizaciones nacionales e internacio-
nales preocupadas de la preservación y difusión del patrimonio cultural y, por otra
parte, generar mecanismos capaces de captar recursos dirigidos a programas educa-
cionales y/o culturales centrados en activos patrimoniales asociados a la minería»
(www.sewell.cl). Para un sector de la comunidad, con esta institución controlada por
Codelco, se ha limitado el accionar y se han frenado las iniciativas de distintos
actores que tratan de difundir o mejorar el acercamiento de la comunidad hacia el
sitio de Sewell. Existe una crítica que surge hacia muchas iniciativas en torno al
campamento; siempre está presente la sospecha del lucro como la motivación ultima
en la búsqueda de relatos y recuerdos de los ex-sewellinos. «El patrimonio no se
vende», es una de las consignas que se pueden rescatar. La memoria está presente en
cada sewellina y sewellino, pero el vínculo real, el nexo con la ciudad que los vió
nacer y morir, esta mediado por el turismo patrimonial, por la venta de documen-
tales y fotografías en la que los mismos consumidores aparecen y que en cierta forma
ayudaron a crear.
Dentro de las diversas instancias que surgen en torno al campamento, hay otras
surgidas de otros ex-habitantes, que no necesariamente viven en la ciudad de Ran-

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cagua y que justamente reclaman su participación en la construcción y desarrollo de
la minería en la región. Surge en el año 2000 la institución Sewell y Machalí 2000,
como una instancia para proteger y recuperar la relevancia de la comuna de Machalí,
por ser la comuna en la que está inserto el mineral El Teniente, recuperando el
control del patrimonio y los recursos que se generan en torno a la gran minería del
cobre.
Se trata de insertar a otros sectores tratando de disminuir el control cerrado que
genera Codelco sobre el Campamento mismo, así como sobre los registros, memo-
rias y recuerdos mantenidos y restringidos que no permiten un acceso libre y espon-
táneo a quien lo desee. Incluso a los ex-sewellinos.
A pesar que Rancagua como capital y como ciudad se ha relacionado fuerte-
mente con el mineral de El Teniente, al ser la ciudad dormitorio de esta gran faena
minera por más de 100 años, se percibe que es mucha gente la que no conoce nada
sobre el patrimonio no sólo arquitectónico que tiene Sewell, sino que de mayor
relevancia, el gran Patrimonio Cultural y Social de la cual Rancagua es un gran
depositario.

DISPERSIÓN DE HABITANTES DE SEWELL POR EL PAÍS


Con el desalojo del campamento se generó el traslado de la población del cam-
pamento principalmente a la ciudad de Rancagua, pero muchos de quienes bajaron
retornaron a los lugares de los cuales venían sus familias, muchos volvieron al norte,
otros a la costa, y otros al sur. Muchos de los familiares hicieron sus vidas en los
alrededores de Rancagua y otros salieron a vivir otras realidades en países distantes.

39
Cada quien ha portado su identidad y sus recuerdos a otros espacios, mante-
niendo el recuerdo de la época que les toco vivir en su Sewell querido. Quienes
vivieron y trabajaron en el mineral recuerdan las posibilidades de escalar y ascender
que le daba el gringo, quienes valoraban las capacidades y el esfuerzo puesto en la
pega. Recuerdan a los compañeros muertos y las escapadas a Rancagua cuando ésta
nunca dormía. Recuerdan una que otra estrategia para ocultar el campamento a los
aviones de la Alemania nazi y el sabotaje de algún infiltrado. Recuerdan su paso por
los camarotes de solteros, el tener una familia y vivir en uno de los chalets, hasta el
día en que llegaron los hormigas a desarmar sus departamentos y trasladarlos a la
comodidad de una casa propia en Rancagua.
Las mujeres que nacieron y se casaron en Sewell, recuerdan la tranquilidad del
campamento, la presencia de techo, ropa y comida, mientras Chile vivía en la esca-
sez de la postguerra; las miradas de los hombres en las escaleras, los bailes y los
pololeos a escondidas de los padres y los serenos. Los matrimonios en la Iglesia y los
recorridos de las novias por las escaleras. Recuerdan cada detalle del bautizo de sus
hijos y los consejos del cura de la Parroquia. Aun recuerdan con pena como fue
despedirse de su primera casa y como se fue el camión cargado de cosas mientras
ellas guardaban los recuerdos.
Los niños y niñas por otro lado recuerdan lo mejor de Sewell, si bien todo era
limitado y racionado vivieron en abundancia y sin el clasismo que vivieron sus
padres, compartieron con gringos, nadaron en una piscina temperada y tuvieron
circos y mujeres barbudas en sus presentaciones. Vieron las mejores películas en su

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cine y conocieron de cerca de las mejores bandas y artistas que se pudo llevar.
Celebraron todas las fiestas patrias e incluso, más de un 4 de julio. Fueron los explo-
radores de altas montañas y se deslizaron por toboganes de nieve que llegaron hasta
sus casas.
…sin duda un pueblo ideal, que infancia feliz, aún recuerdo los juegos de los niños y las
niñas de otros edificios, los cantos, los gritos, alegría por todos lados y a mi vecina Jenny
corriendo y golpeando nuestra puerta para salir a jugar, jugar y jugar, sin restricciones.
Muchos no notaron el cambio, pero muchos llegaron a esta nueva ciudad a
conocer un mundo nuevo, una geografía diferente y distante hasta ese momento.
Los llegados a Rancagua recuerdan la acequia grande, la Alameda, Millán y la
estación de trenes como los límites de la ciudad, se recuerda lejanamente que el Plan
Valle, casi los lleva a vivir a Codegua o Graneros y que gracias a estrategias políticas
y especulaciones con los terrenos se optó por Rancagua. También se recuerda como
la vida nocturna se fue apagando al llegar las familias a la ciudad. Cambiando las
salidas a la universidad, por los bailes y comidas en el Casino Braden con sus familias.
La ciudad se modificó con la llegada de las familias mineras, aunque por mu-
chos años se fue transformando con los que dejaban de trabajar para la empresa. Los
que bajaron fueron llenando las poblaciones que se construyeron exclusivamente
para ellos, las mujeres y sus hijos debieron soportar la mayor carga en el cambio, ya
que los hombres siguieron relacionados con Sewell y la mina, las mujeres debieron
buscar colegios, relacionarse con otras instituciones y realidades, aunque Codelco
siempre les aseguró ventajas y beneficios exclusivos para los trabajadores y sus

41
familias; se mantuvo la salud primero en la Posta ubicada en Talleres, luego en el
Hospital construido en la calle República de Chile, hasta la construcción del Hospital
Fusat.
El deporte y recreación también se les aseguro de manera exclusiva, tal vez ya
no estaban los Clubes que se concesionaban en Sewell, pero se construyo un estadio,
canchas de tenis y piscina que los acogiera junto a sus familias.
Se mantuvo la unidad de la familia minera, en un espacio del que no se sentían
parte y que los había separado y aislado de la comunidad cerrada que se vivía en el
campamento. Se generaron las condiciones para que ésta familia gozara de la mayo-
ría de los beneficios que les entregaba el campamento, pero el hecho de vivir una
vida en forma más privada, los hizo distanciarse de la comunidad y centrarse en sus
familias y la comodidad del espacio propio.
Lentamente y a pesar de que las familias que bajaron, fueron relocalizadas
entre sus pares, se fueron desdibujando los lazos y las redes que unía fuertemente,
el diario vivir en común y las relaciones cara a cara.
Muchos de nuestros entrevistados no se han visto más con quienes compartían
camarotes, a pesar de que viven en la misma ciudad, se recuerdan mutuamente, a lo
lejos se hablan, pero están unidos sólo por recuerdos de una ciudad que no les
pertenece.
A pesar de este panorama desalentador que se podría vislumbrar, en que él
campamento fue saqueado y destruido casi por completo; transformado en un mu-
seo de sitio, pero cerrado y aislado de la comunidad a la que pertenece. En que la
comunicación entre la familia minera y el resto de la comunidad no encuentra mu-

42
chas vías de construcción identitaria que los haga reconocerse como parte de una
misma historia y desarrollo común, se están dando espacios de apertura y la nece-
sidad de contar una historia de la que se sienten parte. Las nuevas generaciones de
rancagüinas y rancagüinos son el resultado de esta fusión. Son los nietos y nietas de
los campesinos y pescadores, nortinos y sureños que llegaron al Cerro Negro, son los
herederos de una historia que necesitan oír y rescatar.
Estas nuevas generaciones, buscan un pasado que los defina, necesitan crearlo,
reescribirlo, sentirlo y mostrarlo. Ya no esperan que la empresa abra sus registros o
esperan «a que se les de todo hecho». Hay un cruce de generaciones en que los mayores
quieren contar una historia, que los más jóvenes buscan y necesitan hacer suya.
Los medios de comunicación masiva son testigos de esta búsqueda y creación
de testimonios, internet cada vez más se llena de fotografías, recuerdos y memorias,
unos cuentan y otros buscan escuchar. Los testimonios se traspasan ya no sólo por
las vías formales, sino que suman seguidores a través de la red.
El formato audiovisual de éste medio, ha hecho que los vecinos que no se ven
las caras hace años compartan sus recuerdos, sus vivencias; ha permitido que sus
familiares instalados en otros países puedan recorrer nuevamente sus escaleras. La
red ha permitido abrir el espacio fuertemente protegido y cerrado por las institucio-
nes, ha devuelto imágenes y recuerdos perdidos que son compartidos por todos,
mostrando de cierta forma lo que une a más de una generación que comparte mu-
chas historias en común.
El siguiente paso en la integración de estas identidades ya mezcladas, tendría
que ir orientado a validar y hacer tomar conciencia todos los actores sociales que

43
forman parte y hacen posible la minería, en la mina El Teniente que está ubicada en
la comuna de Machalí en la sexta región.
Hemos constatado en estas largas y gratas conversaciones que la minería no
sólo se traduce en un hombre excavando el cerro, hay quienes nunca entraron a la
mina y trabajaron 40 años para la empresa. Hay muchas y muchos también que
desde distintos puntos de la región y sin ser parte de la empresa posibilitan que esta
pueda funcionar y que muchos mineros digan con tanta propiedad nosotros genera-
mos el sueldo de Chile, desconociendo y quitando valor a los demás actores sociales.
Rancagua, no sólo es el dormitorio de la mina, aunque mucha de su población
subsista de ella. Rancagua tampoco es sólo el lugar en que se desarrolló una batalla
que dió paso a la Reconquista; es una ciudad que se reconstruye día a día en la
integración de una historia que parece ajena, pero que es mucho más cercana y que
todas y todos debemos ayudar en develar.

44
LA IDENTIDAD SEWELLINA

45
46
LA IDENTIDAD SEWELLINA

Luis Aguayo Cornejo2

CULTURA E IDENTIDAD SEWELLINA


Las comunidades mineras en Chile conformaron una forma de vida especial. Se
habla de una cultura minera, que se diferencia ampliamente del resto de las locali-
dades del territorio chileno. En Sewell se constituyó un tipo de comunidad, con
manifestaciones culturales propias, que tuvieron un origen y desarrollo.
Hablar de identidad es hablar de relatos, sustentados por una comunidad situa-
da en un tiempo y un espacio, con características particulares. ¿Existe un relato sobre
una comunidad sewellina? Más de un relato, por cierto. Y estos relatos se sustentan
en las memorias de quienes poblaron el Centro Minero en la cordillera. Las memo-
rias de aquellos sewellinos que nos han brindado este tesoro patrimonial que son sus
relatos
Existió un tipo de organización social particular en Sewell, con respecto al resto
de Chile. Existen relatos sobre esta misma sociedad. Las organizaciones comunitarias
sewellinas son el ejemplo vigente.
2
Antropólogo Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Co-ejecutor del Proyecto FONDART 2010
“Sewell en Rancagua. La persistencia de la memoria.”

47
Estos relatos sobre lo que fuimos y lo que somos conforman lo que entendemos
por identidad. La memoria los sustenta. No obstante, no pueden sino abordarse
desde el presente. Los relatos sobre identidad se activan en un momento dado.
¿Cómo son los grupos que fundan esta serie de relatos? ¿En qué época histórica se
despliega esta memoria? ¿Lo hacen las colectividades en forma pública o privada?
El relato sobre Sewell que nos brindan nuestros entrevistados no podría ser el
mismo que tenían sus ancestros, antes de que se concretara aquel proceso de traslado
conocido como Operación Valle.
Existió un tipo de sociedad, con una subcultura particular. Esta sociedad se
transformó profundamente con la bajada a Rancagua. Los miembros de los campa-
mentos mineros de las altas cumbres se dispersaron por distintos lugares de ésta
ciudad, que también se iba transformando en términos físicos y sociales, y fue inevi-
table que se produjera un impacto en los sentimientos y subjetividad de las personas
que integraban estas comunidades mineras. Nadie muda de cultura automáticamente
cuando muda de lugar.
Este mismo impacto en la subjetividad y en las emociones, es el que va a
marcar las memorias sewellinas hasta el día de hoy.
Para hablar de una colectividad especial, debemos hacer un breve recuento
histórico. La minería en la VI Región transformó a una masa de población de origen
campesino en proletarios de un centro industrial.
En Chile, los primeros centros mineros se conformaron muy apartados de la
influencia del Estado. Por otra parte, hay un origen común del contingente proleta-
rio que pobló estos centros en las labores productivas y en los diversos obrajes (tanto

48
de hombres como mujeres): el origen campesino de la mayor parte de sus habitantes,
que arribó a los campamentos en su mayoría a través del sistema conocido como
enganche.
Sewell se conforma en estos procesos, similares a la conformación de otros
centros mineros, en otras épocas.
Antecedentes históricos sobre minería en la Zona Central existen. En tiempos
prehispánicos, los incas practicaban la extracción de cobre pero en pequeña produc-
ción (Baros, 1996). Desde La Colonia, en la zona que hoy comprende Rancagua,
abarcando también Colchagua y San Fernando, tuvo presencia la minería del oro
desde fines del siglo XVI (Muñoz, 1997,119).
En dicha comarca, el cobre comienza a explotarse a gran escala en los inicios
del siglo XX, el campamento minero de Sewell entra en funciones el año 1905 (más
o menos en la misma fecha en que se levanta el campamento de Chuquicamata en
el Norte).
Anteriormente el cobre se había explotado en el Norte Chico por empresarios
chilenos. Es a fines del siglo XIX cuando las transnacionales norteamericanas centran
su atención en la minería del cobre en Chile, y en lo que hoy conocemos como Valle
Central.
Los testimonios que se presentan en estas páginas recalcan que el origen de
Sewell se debe al esfuerzo y empuje de los antepasados campesinos, que «a lomo de
mula» subieron a la montaña y conformaron las cuadrillas que construyeron la infra-
estructura minera en las altas cumbres. Antepasados que trabajaron bajo las órdenes
del «gringo», y que fueron «transformados» por su jefe anglosajón, «reconvertidos».

49
El norteamericano habría realizado una transformación concreta, disciplinando al
trabajador y enseñándole otro modo de trabajar. La memoria cede, no en todos los
casos –aunque en forma recurrente– el rol fundacional y transformador a la labor de
los norteamericanos.
El sewellino es definido, en los relatos, más que como un gentilicio. El sewellino
fue el resultado de un plan prolongado.
En 1905, cuando empezó a funcionar el mineral, mineros aquí en esta zona habían muy
pocos… era pura agricultura. Entonces, este caballero William Braden se dio cuenta…
El minero que tenía era el pirquinero, y el camino a Sewell empezó en Graneros y se
hizo a pura pala y picota, subían mulares, caballares y una yunta de bueyes, a mi
bisabuelo le tocó subir, a mi abuelo le tocó subir, mi padre trabajó arriba y yo: Cuatro
generaciones.
Ahí tuvo que haber una reconversión laboral. La hicieron los gringos. Al agricultor lo
hicieron minero. ¿Cómo? Con tentación. Si al agricultor en el campo el patrón le
pagaba cinco pesos, acá llegaba ganando quince, le daban la pieza y el tren cobraba 5
pesos, los que venían de vacaciones el pasaje era gratis.
Este proceso histórico, que está presente en la memoria de nuestros entrevista-
dos y entrevistadas, es el que marca la fundación de esta colectividad sewellina.
Campesinos que fueron agrupados en un lugar como un modo de hacer más óptima
la producción minera, se fueron transformando, a medida que ellos mismos iban
transformando el entorno: se industrializaba el lugar, se iban especializando los
oficios, se iban formando familias al emparejarse los hombres con las escasas mujeres

50
que llegaron a la cordillera en un primer momento. Todo ello bajo la dirección de una
elite de estadounidenses, los gringos, siempre presentes en estas memorias sewellinas.
Este campamento fue siendo habitado por niños, que se educaron para seguir,
en la mayoría de los casos, trabajando en El Teniente. Los servicios educativos que
implementaron los norteamericanos para las familias de los trabajadores sewellinos,
reforzaban esta situación, a la vez que se concretaba en los hechos un tipo particular
de arraigo.
El ser sewellino pasó a ser algo inscrito en el historial genealógico. La evoca-
ción a las generaciones sewellinas y tenientinas es algo que se repite en forma constan-
te en estas memorias.
A ello se añade que las condiciones de vida en este Centro Minero, a pesar de
los riesgos laborales que todos debían enfrentar diariamente, no eran desfavorables,
en ciertos aspectos, para quienes allí vivían y trabajaban. Paralelo a esto, y como
veremos, los dueños de la cuprífera transnacional, fomentaron en los obreros no
calificados una «cultura del ascenso», que marcó profundamente la memoria sewellina
y a su discurso particular sobre la identidad (Aguirre y Nogales, 2005, 19). Y por
cierto, al relato sobre la singularidad de la comunidad sewellina.

RELATOS DE SINGULARIDAD, RECONOCIMIENTO Y PERTENENCIA


Existe una suma de relatos que apelan a la singularidad, y que son desplegados
por una comunidad particular. Esos relatos suelen ser el punto de partida para
quienes se aproximan a indagar sobre la identidad de esta colectividad.
Algunos relatos de identidad de la colectividad que se autodenomina sewellina:

51
La ética de la familia (la disciplina y perseverancia familiar, muy estricta); el ascenso
como logro laboral (los trabajadores en Sewell podían tener movilidad social); la
cooperación y la vecindad (las fiestas de año nuevo todos compartían y recorrían
todas las viviendas); la singularidad del trabajador sewellino («El trabajador minero
ya no es el trabajador de antes» suelen proclamar los sewellinos para marcar la
diferencia entre la ética del trabajo en Sewell y la que tiene el minero de Teniente en
Rancagua); la nostalgia por la comunidad perdida («Antes la vida era mejor», pre-
cisan a la vez que expresan algo de culpabilidad por haber permitido que todo eso
se perdiera y se destruyera).
Estos relatos de identidad, de discurso que marca la diferencia con el resto de
los chilenos (e incluso con el resto de los trabajadores de las compañías mineras)
reflejan lo que esta sociedad fue: una colectividad muy estratificada y en donde la
mayoría de sus miembros no decidía ni forjaba su propio espacio; con un nivel de
disciplina muy alto, y en permanente riesgo laboral. Una colectividad en donde el
espacio de trabajo no estaba apartado del espacio privado-residencial, y en donde las
relaciones entre hombres y mujeres eran particulares, en donde todo era suministra-
do por la empresa y todo pertenecía a ella.
La comunidad que se reclama, por la que se expresa nostalgia, es presentada
como un mundo tranquilo, sin miseria ni delincuencia, aún cuando ciertos testimo-
nios tienen una visión más crítica sobre esta comunidad, resaltando que era una
comunidad de desiguales, y que Sewell «no era la familia unida y feliz» que algunos
describen.
No podemos pasar por alto que toda identidad está relacionada con la necesidad

52
subjetiva de reconocimiento. Esto lo advertimos claramente en los testimonios que se
refieren al trabajo y a la movilidad social que incentivaban los norteamericanos.
Hay quienes recalcan que ascendieron desde abajo, y que en el mineral llegaron
a tener bajo su mando a profesionales. La necesidad de reconocimiento se fundió con
un relato sobre la pertenencia.
Cuando yo entré a trabajar fue en construcción y mantención… y después empecé a
trabajar como jornalero subterráneo eléctrico, así contrataban a la gente, no la contra-
taban al tiro. Incluso hasta los gerentes eran oficiales primero, tenían que pasar por
todos los trabajos. Así eran los gringos. Hacían pasar a toda la gente por distintos
trabajos. Cosa que el gallo aprendía todo lo que tenía que aprender.
Yo partí como jornalero subterráneo eléctrico y terminé de coordinador de instrumen-
tación (yo tenía a cargo dos ingenieros civiles). Cuando me vine, ¿tú crees que pusieron
algún gallo al lado mío para que aprendiera? No les interesaba…
En Sewell se forjó aquello que conforma la identidad: relatos de singularidad
(unidos a ciertos hitos de la memoria) –ser sewelino es parte de una ética–, necesidad
de reconocimiento y pertenencia. La nostalgia es parte de estos relatos, y las organi-
zaciones comunitarias de Rancagua, y la congregación de sewellinos, son una viva
manifestación de la relevancia de este relato sobre un poblado feliz.
De allí que la Operación Valle sea un «hito de la memoria» tan marcado: fue
cuando se perdieron todos los valores que caracterizaban al sewellino, y todos los
aspectos positivos de la forma de vida, señalan, cultivada por generaciones en el
campamento. Una sewellina:

53
…eso es lo que nos enseñaron nuestros padres: a vivir en comunidad. Porque eso es lo
que éramos: una comunidad. Ese amor por cada uno, son los valores que nos enseñaron
y quedaron esos valores…
Otro sewellino nos relata los efectos de la Operación Valle en cuanto lo que
significaba la sociabilidad de antaño en el Centro Minero:
Lo más difícil de llegar a Rancagua, a la casa nueva es que uno empieza a perder el
contacto con toda la gente que conoció uno en Sewell, con los amigos. Porque no todos
quedamos en donde mismo. Ya empieza uno a quedar en otra población, otro en otra,
y de a poco se va perdiendo prácticamente la amistad. En Sewell pasábamos todos juntos
todos los días. Nos levantábamos en la mañana al colegio todos juntos.
Eso se perdió… se perdió la amistad, el estar juntos con los amigos. Ahora uno a los
amigos los ve casi nada aquí en Rancagua, muy poco. Convive muy poco con los amigos
de toda una infancia. Que no es lo mismo que vivir en un lugar…
Pero las identidades son también dinámicas. Si la memoria es su sustento, toda
memoria interpela al pasado, a veces con mirada crítica.
En cuanto a la pertenencia, los relatos abundan en la actividad recreativa y «los
mejores» servicios de todo tipo: la mejor tecnología e infraestructura en salud de la
época se hallaba en el hospital del centro minero, según la mayoría de los testimo-
nios; los clubes de fútbol de Sewell y los otros campamentos de Teniente competían
con los equipos de Rancagua; los mejores filmes los pasaban en el cine (los estrenos
llegaban a Sewell antes que a Santiago, se nos narra), y también llegaban los mejores
artistas y espectáculos, etc.

54
En Sewell era otro mundo. Teníamos el mejor cine. Hasta 1960 el hospital Sewell era
uno de los mejores de Sudamérica, la primera incubadora, equipos de rayos x…
Muy buenos espectáculos también, sobre todo para los 18, año nuevo: La Huambalí, de
esos tiempos, Alberto Castillo, el Bim Bam Bum, y cosas así. Allá el cine: las películas
estrenos las daban en Sewell, Caletones y Coya, y después las exhibían en Santiago.
Una de las cosas que más se echó de menos fue el hospital. Las mejores clínicas de
Santiago están a la altura del hospital de Sewell. Los mejores médicos llegaban. Uno
entraba a otro mundo, impecable. No había distinción de salas, pensionados ni nada,
eran todos iguales. Y habían buenos médicos, buenos quirófanos, buenas máquinas.
Al respecto, es un relato de pertenencia singular, debido a que todo era proveí-
do por la compañía. Hay otras personas que no niegan lo positivo que era eso para
la comunidad minera, aunque señalan que ello no los preparó adecuadamente, que
vivieron mucho tiempo «en una burbuja» y que tuvieron «una vida regalada».

RELATOS DE DIFERENCIA
Identidad es alteridad. Es la singularidad construida por un colectivo para
distinguirse de otros. Se refuerza con una memoria y una tradición más o menos
compartida (nunca totalmente), con un sentido y práctica de reconocimiento. Pero es
una definición que busca la distinción.
Distinción: por cómo se era en el pasado, por cierto. Pero también con respecto
a la colectividad nueva con la que se debe convivir, con el trabajador tenientino de las
nuevas generaciones. Y, por cierto, el rancagüino que no pertenece a mi cofradía de
trabajadores mineros.

55
Las comunidades mineras de antaño en Chile (como Sewell, Chuquicamata o
los barrios de Lota y Coronel) eran diferentes a las de ahora (incluso el trabajador del
cobre ya no es el mismo): debido a que los obreros salían a trabajar con sus vecinos
y a veces con sus amistades, a las profundidades de la tierra, al taller o a cualquier
actividad relacionada con las compañías. Al producirse ciertos procesos de traslado
y dispersión (como el que gatilló la Operación Valle hacia Rancagua), fue imposible
que los trabajadores se adaptaran de inmediato al nuevo modo de vida que tuvieron
que afrontar, y en donde su vecino ya no fue el sewellino con el cual compartía
tantas cosas en común (fundamento de toda idea de identidad).
Esto último no quiere decir que en Sewell no hayan existido conflictos, sin
embargo, la forma en que se configuraba tal sociedad, concentrada en un enclave
cordillerano a distancia, en donde todos los jefes de familia estaban no sólo directa-
mente relacionados con El Teniente, sino que cumplían una función productiva en la
empresa (en Sewell no había ancianos), no podía menos que generar un discurso
para marcar diferencias en los recién llegados a Rancagua: el rancagüino ya no era
el par, el trabajador de la mina.
A pesar de ser una sociedad altamente estratificada, en donde «se notaba eso
de las clases sociales» según nos relató un ex-minero del poblado cordillerano, algu-
nos sewellinos manifestaron que los rancagüinos resaltan más las diferencias sociales
(y que incluso el trabajador de Teniente que se crió en Rancagua resalta más esas
diferencias). Hay al parecer cierta percepción de que estaban más «igualados» cuan-
do habitaban en el campamento:

56
En Sewell toda la gente tenía su condición económica. Toda la gente tenía la posibilidad
de comprar lo mismo que tú. Todos tenían la posibilidad de tener lo que necesitaba.
Existía esa tranquilidad. No existía ese problema de que este tiene, este no tiene. Aquí
en Rancagua eso cambió. En la ciudad la gente de Teniente tiene otros medios econó-
micos, que de repente gente de otra población no los tiene. En Sewell no era así.

IDENTIDAD MINERA E IDENTIDAD SEWELLINA


La Operación Valle es relatada como una imposición. Nuestros entrevistados se
definen como «sewellinos» (no como ex-sewellinos, como podría suponerse). La lle-
gada a Rancagua no fue una opción voluntaria. Nuestros relatos confirman lo que
señala la historiadora Celia Baros con respecto a este proceso: «La Operación Valle
careció de tiempo suficiente para preparar al trabajador y su familia. En Rancagua
sus nuevas vidas sufrieron una revolución en lo individual y comunitario, al ver
alterados rutinas, horarios, hogares y el paulatino abandono de sus hábitos… Si el
proceso de mudanza física tardó más de una década en completarse, desarraigar 60
años de esfuerzo… ha tardado en sus mentes» (Baros, 2000, 626).
Todas las personas que pertenecen a alguna colectividad y experimentan un
modo de vida singular transmitidos por generaciones arraigadas, desarrollan modos
de ser, de relacionarse, de comportarse. La manera de producir, de transformar su
entorno, su relación con la naturaleza circundante, con los oficios predominantes,
marcan de alguna manera (o condicionan) el carácter de las gentes de ciertas zonas
o comarcas: lo vemos en las comunidades de pescadores, de artesanos, y por cierto

57
en las mineras. Sobre todo cuando aquellas comunidades estaban supeditadas a una
dirigencia que organizaba, reglamentaba y disciplinaba su convivencia.
La identidad minera, por lo tanto, no se agota en el relato, es algo fundado en
prácticas, en saberes, conocimientos adquiridos en la vida cotidiana, desde las rela-
ciones laborales hasta las de amistad, desde las formas de entablar compañerismo
hasta en las relaciones de pareja. Se rastrea en la organización social, y en los relatos
o representaciones referentes al reconocimiento y la pertenencia, como fue señalado
anteriormente. Pero, es también parte de una sociabilidad establecida en términos
prácticos de una cultura.
La forma en que es relatada la Operación Valle nos revela lo fuerte que son las
memorias del arraigo en la comunidad sewellina. Cuando un suceso provoca un
sentimiento de amenaza en cualquier comunidad, y esta se expresa (desde la contin-
gencia, y en los sewellinos de hoy a través de una memoria que interpela al pasado),
podemos afirmar que se pone en movimiento la identidad de la misma. Más aún
cuando este suceso es ya algo «histórico», algo del pasado. Es la señal del potencial
simbólico de esta identidad de un grupo, para poner las cosas (y el orden de las
mismas) en movimiento.
Sentimientos de diversa índole, de nostalgia, inseguridad, resentimiento (sensa-
ción de traición a ciertas instituciones que antaño se sentían cercanas o acogedoras),
son parte de la identidad sewellina. Ellos se identificaban con un modo de vida (de
compartir, trabajar y vivir en familia).
Los relatos enfatizan lo sewellino como sinónimo de algo que forjaba sentido
comunitario, solidaridad gremial (en algunos casos), una formación valórica con

58
respecto al trabajo y un ideal de organización familiar.
Son relatos de identidad que son propios de la comunidad sewellina. Y la
forma en que los exponen en sus memorias, establece ciertas diferencias respecto a
otras colectividades mineras.
Las mujeres tienen una idea de la identidad diferente, no resaltan tanto la
singularidad de la diversión, de los clubes sociales. Ellas establecen que lo más
positivo de Sewell era la vida familiar.
En cuanto a las sewellinas, su memoria respecto a Sewell suele centrarse en la
vida familiar y el espacio doméstico. Algunas idealizan la constitución familiar de la
época (y resaltan que la Operación Valle fue un hito que provocó irreversibles crisis
familiares, debido a que en un primer momento, los maridos quedaron en Sewell),
otras no conciben que en Sewell la convivencia era algo idílico.
Debido a que las sewellinas no solían formar parte de las labores consideradas
en su época como propiamente «productivas» (en el sentido de las labores remune-
radas), ni de las cofradías o equipos varios (como los barreteros, de maestranzas o
diversos obrajes), su relato suele ser diferente: la armonía familiar es lo más positivo.
Algunas de las mujeres que tuvieron un rol más «público» (por plantearlo de
algún modo), aportan otros testimonios (quienes fueron profesoras o catequistas en
la iglesia del poblado, por ejemplo), sobre cómo eran los sewellinos.
Esta distinción entre los relatos de hombres y mujeres, nos sirve para compren-
der que las cofradías masculinas reforzaron sentidos de pertenencia fundamentales:
el compañero en el Club Social, en el deporte, en la jarana que tenía lugar en las
recurrentes bajadas a Rancagua.

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Habitar un pequeño poblado y a la vez ser un trabajador minero, son dos
elementos que reforzaron la identidad. En una época, ser trabajador minero otorgaba
un prestigio especial para gran parte de la sociedad. El siguiente relato nos da
algunas pistas sobre cómo era visto el sewellino en Rancagua en los tiempos del
campamento:
Los rancaguinos, al viejo de arriba lo atendían muy bien, sobre todo cuando venía los
días de descanso. Porque el minero era bien elegante, tú lo puedes ver en las fotos
antiguas… ganaba harta plata, se compraba harta ropa, y cuando venía todo lo dejaba
acá, se iba en pelota pa arriba, todo lo dejaba acá, los anillos, los relojes, el dinero. ¡Todo!
Las casas de remolienda se llenaban.
Cuando empecé a trabajar, llegábamos a Rancagua, al Yoco Ama, un restaurant, yo no
era bueno para tomar pero me invitaban: «Un metro de pilsen». Yo de joven no le ponía,
pero los otros… Imagínate, gente con poca educación: lo gastaban todo.
Los testimonios resaltan que el minero tuvo una etapa gloriosa, en que era bien
recibido, solía vestirse y vivir sin mayores preocupaciones, y hasta podía derrochar
de vez en cuando. La identidad se reforzaba en estas salidas (que eran mayoritaria-
mente de hombres).
A la identidad minera que resaltaba el esfuerzo y el tesón en el trabajo, también
están estas incursiones aventureras al valle, en donde se era respetado, y en donde
se podía tener ciertas vías de escape a las prohibiciones impuestas en Sewell. Ello
formó el modo en que rancagüinos y sewellinos se relacionaron por mucho tiempo.
Y está, por otra parte, esta cercanía, dada de la experiencia de vivir en un lugar

60
pequeño, en donde el anonimato se hacía imposible, pero en donde, en cambio, se
reforzaron cofradías de identidad, como el deporte:
Con el rancagüino no se puede decir que había rivalidad. Había más rivalidades jugando
a la pelota, toda la gente era bienvenida, era en el deporte. Los caletoninos con los
sewelinos se sacaban la mugre jugando basketball, fútbol. Con Coya también. Y a veces
hacían selecciones y sacaban gente de Sewell, de Caletones y de Coya, para ir a enfren-
tar al seleccionado de Rancagua, y así iban reuniendo a lo mejor de su gente.
Los hitos de las grandes huelgas son relatos imprescindibles al momento de
abordar la historia social de la minería chilena. Sewell no fue ajeno a estos eventos.
La identidad de la minería tiene en las luchas por reivindicaciones laborales un
lugar que suele ser primordial, en su definición de identidad (relatos de singulari-
dad, de pertenencia y de reconocimiento), no sólo en las colectividades mineras de
Chile, sino de gran parte del mundo. Algunos sewellinos relatan huelgas de princi-
pios del siglo XX para combatir el salario en fichas (otros afirman que tal sistema
jamás rigió en el campamento).
Las grandes huelgas son hitos que suelen recordarse y discutirse, en conjunto
a los de las grandes catástrofes colectivas. En nuestros testimonios no hay gran
referencia a estos acontecimientos, con la persistencia en que suelen ocurrir en otras
localidades antaño mineras, como por ejemplo, las del Golfo de Arauco.
Desde la segunda mitad del siglo XX, se ha situado a la minería del cobre en
el centro del debate, sobre cómo lograr el desarrollo de Chile, mediante la emanci-
pación de las transnacionales cupríferas. Ello derivó en dos proyectos políticos que

61
en un momento dado se impusieron, y que lograron la pérdida total de la Braden
Cooper Company de la Mina El Teniente, y por lo tanto, de la administración de
Sewell. Fueron los hitos nacionales (memorias sewellinas que son también memorias
públicas de la comunidad nacional) de la Chilenización del Cobre, y de la Naciona-
lización, impulsadas durante los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador
Allende. En estos procesos hubo deliberación y protagonismo en los trabajadores de
El Teniente (Baros, 2000).
En los testimonios sewellinos que apoyan estas páginas, es más común encon-
trar loas a la gestión empresarial de la Braden Cooper, a la obra de los norteameri-
canos. Tal vez ello se deba a los efectos que pudo tener el golpe de Estado de 1973,
o bien a que la Nacionalización total del cobre fue un proceso que se inició en
conjunto a la Operación Valle, que fue percibida por los sewellinos como la disolu-
ción de su comunidad (y de sus lazos comunitarios, de unidad). Debe tenerse tam-
bién en consideración, que muchos de estos testimonios son sustentados por perso-
nas que abandonaron Sewell a comienzos de los años 70, justo en el momento en que
se producían cambios radicales en el campamento.
Estos relatos resaltan con frecuencia que los gringos construyeron Sewell y los
chilenos lo destruyeron.
Algunos testimonios se refieren a que antes en Sewell el movimiento sindical
tenía fuerza y se practicaba la solidaridad con el trabajador, y que eso actualmente
ya no existe. Sí había una identidad que se refería al sindicalismo.
Por otra parte, los relatos de las Grandes Huelgas nos revelan que todo se
paralizaba, y que un conflicto de este tipo, llegó a durar tres meses. Hay relatos de

62
solidaridad y de trabajadores que se resistían a hacer de rompehuelgas, y que ello
trascendía a los trabajadores que trabajaban directamente en el pique.
…cuando nevaba mucho, o cuando había huelga, nos quedábamos aislados, no llegaba
verdura, ni carne ni leche.
Para las huelgas paraba todo, los trabajadores, ferroviarios, todo el campamento. Por
Codelco estuvimos 2 veces y por Teniente tres. Tuvimos 5 meses de huelga.
Hubo un año en que no se conseguía lo que quería. Por apoyar a la gente del norte
empezó la huelga de aquí (Sewell), y terminó la huelga del norte y empezó otra aquí. En
esa época se apoyaban mucho los sindicatos, ahora no hay esa unión de antes.
Yo me recuerdo que llevaban a los milicos a trabajar cuando había huelga, los llevaban
a la mina, a trabajar a todo, y la gente de arriba de las casas les tiraba agua cuando
pasaban. Porque eran rompehuelgas. Eran chiquillos que los obligaban.
Por ejemplo, nosotros, por una huelga nos fuimos a Sewell. En ese tiempo, en el 54,
hubo una huelga también en Teniente (en ese tiempo era la Braden Cooper), decían que
iban a obligar a la gente a trabajar, y los que no querían romper huelga, salieran del
campamento, entre ellos mi papá: a esos les pusieron “los conejos”, y los rompehuelgas
se quedaron trabajando, y cuando se integraron a trabajar, todos los que no eran rom-
pehuelgas, los huelguistas digamos, les dieron a elegir: o Sewell o se iban de la empresa
(vivían en Coya), entonces mi papá estuvo a punto de renunciar, porque a mi mama no
le convenía vivir a Sewell, porque tenía problemas del corazón, pero mi hermano todavía
no iba al colegio, y privarlo de eso habría sido cortarle las alas demasiado niñito…

63
LA COMUNIDAD AÑORADA
La identidad se reforzaba a nivel familiar debido a que las generaciones veni-
deras podían seguir en las labores del Centro Minero. Quien nacía en una familia
minera estaba destinado a seguir la senda de sus padres. Ello se posibilitaba debido
a la lejanía geográfica de Sewell. Toda familia socializaba a sus integrantes para
permanecer en Teniente.
Y no todos los chiquillos aspiraban a más. La mayoría quería quedarse en Teniente,
seguir los pasos del padre. La mayoría aspiraban a que los hijos fueran más que ellos.
Como tenían la facilidad de quedarse trabajando, ya sea de mineros, eléctricos, en los
molinos, en fin, y ganaban (para que estamos con cosas), los sueldos no eran malos, para
otros lados. La mayoría de los trabajadores que todavía quedan son hijos de Teniente.
Por lo general cuando el papá se retiraba, dejaba a un hijo trabajando, entonces conti-
nuaban en Teniente.
Con la bajada a Rancagua, esta tendencia se flexibilizó. La continuidad de las
generaciones que trabajan para la minería de Teniente, entre las familias de
sewellinos radicados en Rancagua, se da, no obstante se amplían las opciones y las
facilidades.
Hablamos de otro tipo de sociedad, en donde los hijos de los trabajadores de
El Teniente tienen más opciones para escoger su ocupación que las que tuvieron sus
padres o abuelos. Eso influyó en la identidad propiamente minera.
La identidad sewellina es el reflejo de una sociedad forjada al amparo de la
minería. La bajada al valle, si bien acarreó transformaciones profundas en cuanto
forzó a muchos habitantes del centro minero a replantear los fundamentos cotidia-

64
nos de su existencia, no significó la pérdida total del referente minero, porque los
hombres siguieron ligados a las labores de Teniente.
Las esposas e hijas de los sewellinos sí vieron alteradas de un modo radical las
formas de vida a que las acostumbró el campamento.
La identidad minera está presente en la ciudad de Rancagua, como en muchos
lugares de Chile, por lo cual debemos hablar de una identidad minera y también de
una identidad sewellina.
El Círculo Social Sewell y la Agrupación de Pensionados ubicada en una de las
viejas sedes del Sindicato Sewell y Mina en Rancagua, son organizaciones comuni-
tarias aún en actividad. Están manejadas por sewellinos.
Si hemos de comprender la identidad como algo vivo, que forma historicidad,
que busca caminos de proyección que van más allá del relato nostálgico, tales orga-
nizaciones nos permiten hablar de una identidad sewellina.
Sewell ya no existe como un poblado. Aunque ciertos días es un centro turístico
y ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. Hay
algunos sewellinos que siguen vinculados a este lugar, como guías turísticos o por
desempeñar ciertas funciones en El Teniente. Hay otros sewellinos que no volvieron
nunca más y se desvincularon de las organizaciones comunitarias y de ciertas instan-
cias institucionales de Teniente, como la Fundación Sewell. Por lo cual, hay también
memorias dispares.
No hay un solo relato sobre Sewell, hay múltiples visiones. Ello no significa que
en Sewell no se haya desarrollado una cultura particular, una forma de vida que
marcó el modo de pensar de sus habitantes.

65
Por lo cual, la identidad sewellina sólo puede ser abordada en estos relatos
múltiples; en las memorias críticas y en las condescendientes; en las memorias de los
sewellinos y de las sewellinas; en las memorias de los mineros y de las trabajadoras
y trabajadores de los servicios; en la memoria de las reglas cotidianas y de las vías
de escape a tanta prohibición; en las memorias de las regalías y de las jerarquías; en
las de la integración y las diferencias sociales; en las de quienes eran niños, jóvenes
o adultos al momento del traslado a Rancagua, etc.
Compartimos con Joel Candau la idea de que la identidad no es un relato
único, homogéneo y coherente, «[…] las identidades no se construyen a partir de un
conjunto estable y objetivamente definible de rasgos culturales –afectos primordiales–,
sino que son producidos y se modifican en el marco de relaciones, de reacciones y
de interacciones sociales –situaciones, un contexto, circunstancias-, de donde
emergen sentimientos de pertenencia, visiones del mundo…» (Candau, 2000, 24).
La añoranza a veces se manifiesta en una suerte de mea culpa por permitir que
se destruyera Sewell, que se dejara perder gran parte de su infraestructura.
Pero lo que más se vio resentido fueron los lazos perdidos: las familias amena-
zadas y las amistades perdidas (en suma, el sentido de comunidad):
Éramos todos conocidos, todos familia. Todos sabíamos en que edificio vivían, en qué
casa… Los lugares que frecuentábamos eran el gimnasio, el palitroque, el cine, la plaza,
los almacenes. Nos veíamos a diario prácticamente.
Y el ambiente era muy especial, entonces era muy fuerte el cambio para las personas que
llegaban de Sewell. Una comunidad que toda se conocía, y de repente estaba toda

66
esparcida por distintas partes de Rancagua. Hay que buscar una nueva convivencia con
los rancagüinos.
Los rancagüinos nos recibieron a nosotros y nosotros tuvimos que adaptarnos creyendo
que ellos se tenían que adaptar a nosotros, pero eran una comunidad constituida ya, y
por lo tanto éramos nosotros los que teníamos que adaptarnos a ellos. Y nos costó su
poco.
Lo que más nos costó… Ver una población disgregada, que nos conocíamos todos y ver
que no teníamos al vecino, que teníamos en un camarote (y que no era un vecino, eran
20 vecinos, conocidos por todos)… saber que una población que éramos muy subvencio-
nados con el agua, la luz, la leña, las casas, no había pago, no había nada: se quebraba
un vidrio, se reponía, una llave se reponía. No era con costo a las personas, y tener que
pagar…

IDENTIDAD Y ORGANIZACIONES SEWELLINAS EN RANCAGUA


Como hemos señalado a lo largo de este escrito, consolidamos este acercamien-
to a las memorias sewellinas a través del relato directo de quienes vivieron el tras-
lado desde el Centro Minero. Lo logramos visitando sus barrios, residencias y agru-
paciones, ubicadas casi todas en las poblaciones que la empresa construyó especial-
mente para las familias sewellinas al momento en que emprendía el proceso de
traslado. Las organizaciones comunitarias sewellinas nos acogieron y en ellas coor-
dinamos actividades en conjunto en donde se hizo presente el ejercicio de la memo-
ria, desde la exposición y el debate, con personas de distintas edades, hombres y
mujeres, que tuvieron distintas vivencias en el Centro Minero.

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Identidad es proyección. Los sewellinos que dirigen y participan en estas orga-
nizaciones expresan su intención de que el legado de Sewell se transmita a las nue-
vas generaciones.
Al Círculo Social me integré cuando me retiré. Antes no tenía tiempo, por mi trabajo.
[…] Desde el 2006 me metí al Club Social Sewell. Cuando fui habían puras señoras, dos
o tres hombres, y entonces prácticamente era un club de la tercera edad, y fue desde que
entramos nosotros empezamos a abrir las puertas: para prolongarlo en el tiempo, el
Círculo Social Sewell, que vayan los nietos, y digan esto, que era bonito Sewell, y que
ahí estuvo mi abuelo, porque ahora no queda nada de Sewell, lo demás se demolió, queda
el 25% de Sewell.
La memoria común también congrega, permite que se reactiven los lazos socia-
les, que se atenúe en parte la convivencia perdida con el traslado:
El Círculo Social Sewell empezó… hace unos 20 años. Cuando recién empezaron a
juntarse también entré al grupo. Pero no entré ahí. Empecé a venir de nuevo hace un
mes y medio. Y lo paso bien porque me entretengo mucho, converso con la gente, con
gente que incluso no conocía en Sewell.

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RELACIONES DE GÉNERO EN SEWELL Y RANCAGUA.
CONSTRUCCIÓN DE LO MASCULINO Y LO FEMENINO

RELACIONES DE GÉNERO EN SEWELL Y RANCAGUA.

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70
CONSTRUCCIÓN DE LO MASCULINO Y LO FEMENINO

Claudia Yáñez Armijo3

ENTRANDO AL TEXTO
El presente capitulo es un intento por describir y develar las relaciones de
género que se forjaron en Sewell. A partir de las narraciones de los entrevistados
desentrañaremos las complejas relaciones que se dieron en torno a la configuración
de lo masculino y lo femenino en el campamento; y como a partir de las construc-
ciones simbólicas y materiales que impuso la Braden Copper, se fundaron las vidas,
el quehacer y la crianza, en las familias de Sewell.
Pretendemos indagar en tres puntos que parecen relevantes: a) las característi-
cas que identifican a hombres y mujeres en Sewell. b) las dinámicas de género al
interior de un campamento minero, y c) el impacto de las construcciones de género
germinadas en Sewell, que operan en la actualidad en la familia minera del Teniente.
Se propone un recorrido desde Sewell a Rancagua, pasando por los hitos más
importantes que los propios entrevistados relevaron a partir del ejercicio de trasla-
darse al pasado e invocar a la memoria; en esa experiencia nos encontramos con
3
Socióloga. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Egresada de Magister de Género y Cultura
Universidad de Chile. Responsable del Proyecto FONDART 2010 “Sewell en Rancagua. La persistencia de la
memoria.”

71
historias increíbles que dan cuenta de las relaciones entre hombres y mujeres; sin
embargo lo que parece aun más interesante es la construcción de lo masculino y lo
femenino; ya que tiene características especiales que quizás sólo se pueden dar en un
campamento minero.

RELACIONES DE GÉNERO EN SEWELL


1. RELACIONES FAMILIARES
Las relaciones familiares en Sewell fueron complejas, ya que, hay que tener en
cuenta que la conformación de la «clase trabajadora minera» transforma las relacio-
nes de género, pero en especial la construcción de lo masculino y lo femenino.
Fundamentalmente se ha tendido a plantear que la identidad minera se centra en la
«hombría» y en «el hombre proveedor», por lo tanto se han ignorado los significados
y saberes de las mujeres, compañeras, madres, hijas y esposas, que habitaron el
campamento y que son parte de la identidad y menoría.
En nuestro trabajo de campo, nos encontramos en más de una oportunidad al
momento de ponernos en contacto con mujeres que habitaron Sewell, con afirmacio-
nes que dan cuenta de su invisibilidad y su auto percepción de no formar parte de
la identidad colectiva del campamento; «Yo no sé nada, mi marido es el que sabe»,
«Pregúntele a él que trabajo en la Mina», «Yo no tengo nada para contar pero mi
esposo sí». Sin embargo, con el correr del trabajo en terreno nos fuimos dando
cuenta de la «carga» simbólica, cultural, social y política de los discursos de las
mujeres; que sin tener una real conciencia de la riqueza de sus vivencias, nos acogie-
ron y nos regalaron sus narraciones con inmensa generosidad.

72
Hombre proveedor y mujer relegada al espacio doméstico, es la primera aseve-
ración que podríamos plantear desde la dinámica de las relaciones familiares en el
Campamento de Sewell. Al interior del espacio privado familiar nuclear, las mujeres
recurrían a los códigos culturales dominantes y a las instituciones sociales en que se
basaba el régimen de género en el campamento (Klubock, 1992).
En ese tiempo eran machistas los hombres, no me iban a dejar trabajar en otro lado…
en ese tiempo casi todas eran dueñas de casa…
Yo trabajaba mucho y no tenía casi contacto con mis hijos, todos lo vivió mi señora.
El dueño de casa siempre se ha acostumbrado así, el dueño de casa era el que tenía que
llevar las riendas de la economía… Y alcanzaba porque Teniente a tenido siempre
buenos sueldos… Pero los buenos sueldos significaban también harto sacrificio nuestro.
Las relaciones familiares en el Campamento Sewell se denotaban con una mar-
cada posición de roles que delimitaba las vidas de sus habitantes. Las mujeres tenían
que cumplir con sus labores domésticas y los hombres con trabajos muy agotadores
en la Mina. Pero, además, tenían que desarrollar su vida familiar en espacios redu-
cidos, con lo cual, el nivel de hacinamiento era considerable sobre todo en los cama-
rotes, las familias sewellinas eran extensas, sobrepasando los 5 integrantes. La pro-
longada convivencia de un grupo numeroso de familias en un mismo piso por largos
años y con poca disponibilidad de espacio, estructuró en el campamento una situa-
ción en la que cada familia nuclear perdía un poco su identidad al confundirse con
un grupo más extenso de habitantes del piso (de Solminihac, 2003).
Los edificios eran seis casas, con tres piezas cada casa. Una cocina, living y dormitorio.

73
El living se ocupaba como dormitorio. No tenía caso tener living. Porque cada familia
tenía varios hijos. Por ejemplo mi suegra tuvo 12 hijos. Mi mamá también tuvo 12
hijos. Habían otras que eran 8, eran 6… Otras familias de 20 hijos. A veces tenían que
juntar dos casas para tener buenas habitaciones para los hijos.
…no teníamos agua potable en las casa, teníamos lavaderos comunes donde todos íba-
mos a lavar al mismo lugar, todos íbamos al mismo baño, todos íbamos a ducharnos
donde mismo… ese tipo de vida es algo diferente a lo que el común de la gente suele
vivir… te daban una casa con una cocina, leñería para guardar la leña, comedor, ósea
todo era una sola cosa; y la otra pieza era donde dormir, y había que juntar las camas
para “eso” y que los niños no se dieran cuenta que las camas se mecían mucho…
A pesar de las distinciones de género en el campamento, es posible apreciar en
los discursos, que sus habitantes tienen muy buenos recuerdos, ya que, la dinámica
de vida era muy particular; están muy presente las regalías de la empresa al presu-
puesto familiar, como el no pago de los servicios básico (luz, agua, leña, arriendo,
salud, educación) además de contar con entretenimientos (cine, club social) y
equipamiento deportivo, lo cual ayudaba a las familias a desarrollarse en un entorno
que contaba con comodidades y espacios comunes de encuentro.
Pero sí, la vida en Sewell era bonita, había más unión de familia.
En Sewell para la familia y el matrimonio había una vida tranquila, un vivir tranquilo,
no había muchas preocupaciones… En el Campamento todas las cosas estaban cerca a
pesar que en el Campamento habían hartos habitantes, el almacén estaba ahí, el teatro
estaba ahí, el hospital estaba ahí, la fuente de soda, la piscina. Entonces los matrimonios

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tenían pocas preocupaciones en el sentido que no se consumía alcohol, la gente todo el
tiempo estaba en buenas condiciones. Y en la parte económica, la gente no pagaba luz,
no pagaba agua, no pagaba locomoción, ni gas; entonces se vivía así porque los gringos
daban todas esas facilidades para vivir arriba. Era una vida tranquila.

2. RELACIONES DE PAREJA: EL POLOLEO EN SEWELL


Las relaciones de pololeo en el campamento tenían su complejidad, fundamen-
talmente por dos factores muy potentes; el primero era la aprensión de los padres
con sus hija, ya que, se encontraban muchos hombres solteros que estaban al asecho
de algún romance, en este contexto, los padres celosos de sus hijas implementaban
severas normas y castigos en el caso de no cumplir con los horarios y reglas del
hogar.
Resulta que en Sewell habían demasiados hombres… entonces resulta que por eso a los
papás les pasaba mucho eso de cuidar a las lolas arriba… mi papá siempre fue conmigo
demasiado estricto en los horarios y en todo, no era castigador pero era muy estricto… era
muy estricto en todo, con lo horarios, con la llegada del colegio, con lo que teníamos que
hacer cuando llegábamos del colegio… mi papá era demasiado estricto y sin motivo y sin
razón porque éramos bien pajarones… yo me arrancaba sí a las fondas… en los bailables que
hacían los lolos se tenían que acercar a los papás y decir: me da permiso para bailar con su
hija, era así, tan distinto… Cuando empecé a pololear mi papá tenía que conocer a la
persona, yo cuando conocí a mi marido… él llego a trabajar justo en la parte donde trabajaba
mi papá, entonces mi papá buscaba que la persona fuera estable y tuviera un trabajo…

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El pololeo siempre fue escondido, porque la gente antes era más severa con sus hijo…
Yo pololee varias veces en Sewell pero siempre escondido…
La vida en pareja era complicada, porque cada barrio tenia niñas y chiquillos, pero era
difícil ir a esos barrio, normalmente uno no pololeaba con la niña de su barrio, iba a los
otros barrios y ahí nos correteaban y nos tiraban piedras… Yo creo que en todas partes
se daba eso, a nadie le gusta que la vayan a quitar a las chiquillas.
El segundo factor que influía en las relaciones de pololeo en el campamento
eran los serenos, personas encargadas de la seguridad y disciplina. Los cuales dentro
de sus funciones primordiales estaba mantener el recato y el decoro en las relaciones
de pareja. La empresa instaura una política de «familia» la cual consistía en tratar de
fomentar relaciones «formales» entre hombres y mujeres, para así lograr una fuerza
laboral estable; de ésta manera, lo que se pretendía era aumentar el número de
familias en el campamento y que además se legalizarán las relaciones de pareja a
través del matrimonio. La compañía minera llevó a cabo una serie de políticas des-
tinadas a reforzar tanto en los trabajadores hombres como en las mujeres solteras
que trabajaban en los campamentos, a casarse y formar familia, por las ventajas que
ello representaba para el orden y la disciplina. Si los trabajadores se negaban a casar
y formalizar las uniones sexuales, tanto hombres como mujeres arriesgaban sus
empleos y despido del campamento minero (Klubock, 1992).
En Sewell usted era controlado por los serenos y por los policías, y sí a usted lo pillaban
conversando se lo llevaban detenido para ver sí eran pololos o de que se trataba…

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Entonces muchas veces o se casa o se tiene que ir de la pega él gallo, porque hasta ese
extremo eran las instrucciones de los gringos… Le preguntaban si eran pololos sí o no
y te casai o te vai…
Los serenos perseguían a las parejas, esas eran las normativas de la empresa y si los
pillaban se casaban no más…
Bajo éste escenario se forjaban las relaciones de parejas en el campamento, la
disciplina impuesta por la familia y la empresa, nos da cuenta de la moral severa que
operaba fundamentalmente hacia las mujeres; ya que son ellas las que vivencia en
carne propia la «Ley del Padre» haciéndose patente de manera dramática en algunos
casos, éste «Padre» que es capaz de traspasa incluso la esfera domestica para impo-
ner sus reglas y valores es el que moldea las relaciones entre hombres y mujeres.

3. RELACIONES PADRE-HIJO V/S PADRE-HIJA


Las relaciones que se dan al interior de la familia en Sewell son extremadamen-
te diferenciadas, la enseñanza que se trasmite a los hijos v/s las hijas tienen una
marcada disciplina que da cuenta de los mandatos de género imperantes en el Cam-
pamento y que se reproducen de manera cotidiana y sumisa al interior de la familia.
La relación de los padres con sus hijos (varones) se basa fundamentalmente en
el aprendizaje del oficio; cada padres era el encargado de transmitir los conocimien-
tos necesarios para que sus hijos al cumplir la mayoría de edad pudieran ingresar a
la empresa; ya sea, en el oficio que desarrollaba su padre o en otro puesto de trabajo
que la empresa disponía; de ésta manera los hijos además de cumplir con sus obli-

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gaciones escolares debían aprender de sus padres el manejo del trabajo y las normas
laborales impuestas por la Compañía Braden Copper. Si bien los padres no podían
ingresar con sus hijos a la mina; ya que por razones de seguridad la empresa no
autorizaba, el conocimiento del oficio era vía transmisión oral al interior del hogar,
así, los niños se van interiorizando del funcionamiento y desempeño de los diversos
oficios y faenas al interior del yacimiento. Desde éste punto de vista parece intere-
sante la dinámica familia-trabajo, ya que, en muchos casos es posible encontrar a tres
generaciones de trabajadores, es muy común en los relatos de los hombres que
vivieron en el campamento las referencias que hacen a sus padres en el proceso de
aprendizaje e incorporación a las faenas de la mina. Una vez que los hijos (varones)
cumplían la mayoría de edad e ingresaban a las labores mineras eran trasladados de
sus hogares de origen (camarote en donde vivía su familia: padre, madre, hermanos)
a los departamentos de solteros que disponía la empresa.
La relación de los padres con sus hijas (mujeres) es diametralmente distinta, se
forja a partir de la disciplina, el rigor y el temor. Los padres son extremadamente
estrictos con sus hijas; tanto en las labores domésticas como en el cumplimiento de
horarios y normas. Por lo general las niñas asistían a las diversas escuelas para
señoritas con que contaba el campamento; cuando llegaban al hogar debían de ayu-
dar a sus madres en las labores domésticas. Sin embargo existían casos en que los
padres por el temor de los hombres que rondaban las escaleras y los espacios públi-
cos, se resistían a que sus hijas asistieran a la escuela por considerar que los trayectos
eran «peligrosos». Al finalizar los estudios de preparatoria, los padres enviaban a
sus hijas a cursar en las escuelas de Rancagua a cargo generalmente de sus abuelos.

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La vida social de las adolescentes en Sewell, se desarrollaba en las fiestas de los
clubes, en donde eran muy común que fueran acompañadas por sus padres; en las
colonias de verano, en la iglesia y en los club deportivos; todas las actividades que
las niñas realizaban eran sigilosamente resguardadas por sus padres.
Yo la primera vez que fui a un baile tenía 18 años, y fui con mi papá. A los malones del colegio
fui, pero mi mamá nos dijo «a las 9 las quiero de vuelta». Nosotras, cuando empezaba una
fiesta teníamos que irnos para la casa. Mi papá jamás nos dejó ir a la Colonia Escolar que se
hacía en los veranos…
Para ir a bañarse, el edificio tenia abajo, en el primer piso, unas tinas grandes; y mi papá me
acuerdo que nos iba a cuidar… Porque habían muchos cabros malos que las iban a cuartiar.
…Es que el trayecto era muy largo, y había mucho hombre en el centro, deambulando en la
estación, esperando el tren… por eso, ahora entiendo por qué mi mamá no nos puso en la
Escuela. Además había un edificio, el 150, que era de puros hombres solos, imagínese el camino
de una niña a la escuela…

4. TRABAJO DOMÉSTICO, TRABAJOS MENORES Y OFICIOS DE LAS MUJERES EN SEWELL


Malditos días estos. Hay que lavar, tender la ropa y hacer el puchero en la cocina
(Castro, 1953). Estas líneas describen las principales funciones que debían realizar las
mujeres dueñas de casa en el Campamento, sus espacios están principalmente redu-
cidos a la esfera doméstica y sus labores principales eran: el cuidado del hogar y la
crianza de los hijos. Como lo mencionamos anteriormente, las mujeres en Sewell,
eran principalmente «dueñas de casa»; sin embargo era una práctica habitual en

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muchas mujeres prestar servicios domésticos de manera informal; por ejemplo el
servicio de lavandería, vender pan amasado, vender almuerzos entre otras labores
que desarrollaban sobre todo apuntando a la población soltera; si bien estos trabajos
informales no presentaban grandes ganancias, en comparación con los honorarios de
sus maridos, sí aportaban al presupuesto familiar, de ésta forma las mujeres reali-
zando trabajos menores se transformaban en sujetas que tenían cierta independencia
económica
Mi mamá y mi tía hacían pan, y a mí me mandaban a vender...
Había mujeres muy trabajadoras en Sewell… por ejemplo, unas hacían pan, otras daban
pensión, otras tenían su negocito, para ayudar a sacar los hijos adelante…
Pero en Sewell las mujeres también trabajaban en empleos formales. Un núme-
ro indeterminado de mujeres arribó para trabajar en tareas domésticas como lavar,
cocinar, coser, atender mesas (cantineras) o dar pensión a terceros en los campamen-
tos de la mina o Sewell (Baros, 2000). Las primeras mujeres que comenzaron a poblar
el campamento realizaron tareas domésticas; sin embargo con el correr del tiempo
fueron ganando espacio en el ámbito público y fueron profesionalizando sus funcio-
nes; se destacaban en el ámbito de la enfermería, el servicio social, educación, tele-
fonistas y a partir de 1960 se realiza un ingreso masivo de mujeres al Teniente, fun-
damentalmente en trabajos administrativos en relaciones industriales y secretarias.
Las mujeres trabajaban en las fuentes de soda, gente que hacia aseo en otras casas, en
el hospital, cajeras en el cine y gente que vendía afuera del cine, y como habían hombres
solos habían pensiones…

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Las damas podían trabajar en servicios, en los hospitales, secretarias, telefonistas, rela-
ciones industriales. Las empleadas domésticas de los gringos eran particulares, no eran
de la Braden Copper. Las contrataban particularmente. Vivían en la misma población
americana, en la misma casa les tenían una pieza de empleadas. Y en lo otro que
trabajaban empleadas eran en las cantinas, para que sirvieran la comida a los trabaja-
dores, pero también las pagaban las cantinas, no eran de la Braden. El cantinero, el
administrador de la cantina, les pagaba a las damas que trabajaban con él.
La condición de ser mujer casada o mujer soltera es muy relevante en el ámbito
del trabajo. Las mujeres casadas sólo podían optar a realizar pequeños trabajos do-
mésticos, lo cual, muestra la posición vulnerable de las mujeres dentro de sus fami-
lias nucleares. Al no tener control de los recursos financieros que ingresaban al
hogar; la mujer queda por completo dependiente de su esposo y de la compañía.
Además demuestra que en ningún caso los mineros rechazaron las normas impues-
tas por la compañía y acataron con total sumisión el ideal de domesticidad que
operaba para las mujeres. En el caso de las mujeres solteras, la diferencia económica
es abismante ya que ellas contaban con un trabajo estable y remunerado –claro que
no contratadas por la Braden Copper– en las cantinas, pensiones, almacenes, entre
otros servicios; sin embargo a pesar de trabajar 16 horas seguidas, sus honorarios
eran mucho más bajos que los salarios más bajos de los hombres. Las solteras con
frecuencia, reafirmaban su independencia económica y social; a pesar de los códigos
morales que condenaban sus comportamientos y los esfuerzos de la Compañía por
controlar sus cuerpos y sus trabajos (Klubock, 1992)

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5. DEPARTAMENTO DE BIENESTAR.
DOMESTICACIÓN Y DISCIPLINAMIENTO FAMILIAR DESDE LA EMPRESA
La estrategia paternalista de la empresa se instala en Sewell con el fin de construir
una fuerza de trabajo estable y persistente en el tiempo; por lo tanto se enfocó en la las
relaciones de hombre-mujer para implementar una ideología de género que estaba fuer-
temente centrada en la domesticación y el disciplinamiento. Para este proceso conforma-
ron el Departamento de Bienestar, el cual dentro de sus principales lineamientos estable-
cía que si los trabajadores vivían con sus familias se quedarían en El Teniente; comienza
entonces un proceso de trasformar a las mujeres y hombres solteros en una comunidad
casada, y, en permitir que los trabajadores casados pudieran llegar al campamento con
sus familias. La empresa pensaba que al construir hogares estable, más la presencia de
las esposas dedicadas a la esfera doméstica y a la educación de los hijos ayudaría a
formar una fuerza de trabajo permanente y responsable. El matrimonio y la familia, la
domesticación y la disciplina asumieron un lugar privilegiado dentro de la red social y
cultural que la Braden Copper quería instaurar (Klubock, 1992). Es interesante señalar
que, otra de las razones de la compañía para instala éste disciplinamiento, se funda en
la base de que los trabajadores que tenían a sus familias en el campamento tendrían una
menor tendencia a involucrase en el activismo laboral y en el movimiento sindical, pues
no estarían dispuestos a arriesgar sus empleos.
Otra de las labores del Departamento de Bienestar, era proteger a las mujeres
de la alta violencia intrafamiliar que se vivía en el Campamento. Es imposible sepa-
rar en éste aspecto las violencia doméstica con la red de códigos sociales y culturales
que estructuraban las relaciones de género. El poder económico de los hombres v/s

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la sumisión de las mujeres, los mandatos de masculinidad impuestos por los mari-
dos y las políticas de disciplinamiento de la Braden Copper , dejaban a la mujer
recluida al espacio doméstico; en éste sentido, sólo contaban con el Departamento de
Bienestar para obligar a sus maridos a darles sus salarios y beneficios. Aunque la
compañía implementó un régimen muy represivo y estricto de control a las familias,
este Departamento tenía una gran labor de apoyo hacia las mujeres. El papel de las
visitadoras sociales es clave en los casos de violencia intrafamiliar; eran las encarga-
das de visitar a las familias y buscar alguna solución; en algunos casos extremos se
consideraba la expulsión de la familia del campamento.
Yo tenía una amiga que era muy castigada por el marido… inclusive yo te digo, ella era
muy buenamoza… y de una de las fletas que le dio le boto casi todos los dientes de
adelante… cuando la fui a ver tenía toda la cara morada…
Por eso es que allá se contaba con la visitadora social, entonces cuando se portaban mal
los maridos, las señoras iban a reclamar a la visitadora y ella los llamaba «a terreno».
Porque violencia intrafamiliar había mucha en Sewell. El hombre le pegaba mucho a la
mujer. La visitadora trabajaba para Teniente. Y cada trabajador tenía su hoja de vida,
ahí salía todo los que les pasaba. Por ejemplo, sí le pegaba a la señora. Todo quedaba
anotado en la hoja de vida. Si habían cosas mayores pasaba a la comisaría.
En el 303 me acuerdo, había un matrimonio, y él a veces se curaba y le pegaba… como
eran tan revoltosos lo cortaron de Teniente y lo echaron, se vino a Rancagua, y después
él mismo venia en una orquesta y lo detuvieron en la entrada y no lo dejaron entrar.
Al que echaban del Campamento no entraba más.

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La escuela es otra de las instituciones que se instalo en Sewell, con el fin de
domesticar a las señoritas; mientras que los hombres recibían educación técnica
orientada a las labores mineras, las niñas recibían clases de economía doméstica,
higiene, puericultura entre otras.
Y más que nada preparaban a las chiquillas para ser dueñas de casa. La mayoría se
casaba después de salir de la industrial. Por ejemplo, les enseñaban economía domestica,
les enseñaban a ser modistas, a bordar y tejer. Era preparar a la mujer para ser dueñas
de casas.
Se les preparaba para que una vez terminada su educación formal se casaran
con un minero de Teniente, y así repetir la historia de sus madres. Las mujeres que
tenían la oportunidad, se trasladaban a Rancagua a continuar estudios.
Las mujeres en el Campamento de Sewell vivían una disyuntiva, es por ellos
que su situación es compleja y difícil de desentrañar. Por un lado casarse con un
trabajador de El Teniente significaba una estabilidad económica; los altos sueldos,
los bonos y beneficios que gozaban los trabajadores; se presentaban como una opor-
tunidad para mejor su calidad de vida. Pero por otro lado la dependencia económi-
ca, social y cultural, significaba la nula autonomía de las mujeres. En ésta dicotomía
trascurría la vida de las mujeres en Sewell.

6. MITO DE LA DESCUARTIZADORA: «…LO CORTÓ CON UN SERRUCHO…»


Los mitos en Sewell muchas veces sirvieron para reafirmar la identidad mascu-
lina que imperaba en la mina, a través de construir una serie de mitos y leyendas que

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sustentaban la construcción sexual de su trabajo. Las supersticiones con respecto a
que las mujeres no pueden entrar a la mina pues se provocan accidentes o que la
mina es una pareja celosa y los cuentos de las ánimas que hacían desaparecer a
mineros desafortunados (Klubock, 1992), formaban parte del imaginario colectivo en
el mundo minero. En esta cultura machista la mina y el trabajo se presentan como
un mundo de hombres en donde las mujeres nunca podrían entrar.
El mito de la descuartizadora rompe con el status quo de la dependencia feme-
nina y la violencia intrafamiliar. Cuenta la leyenda que «Lola» cansada de los mal-
tratos de su marido decide descuartizarlo; algunos afirman que lo botó en partes por
el chute, otros que se elaboraron unas ricas empanadas con sus restos. Lo cierto que
aun hoy en día hay muchas personas que vivieron de cerca los hechos. Para todos
ellos existe la total convicción de que las circunstancias de que no aparecieron jamás
las partes vitales del cuerpo de Foretich se debió a que su mujer lo despresó e hizo
empanadas con la carne (Drago y Villagra, 1988).
Un caso que fue horrendo en Sewell. De que él era tan malo. Era un matrimonio solo.
Era tan malo él, que ella lo mató y lo trozó, y largó al chute, pierna, brazo, cabeza, todo… En
Sewell el agua de los chutes caía a unos canales e iban a dar a una parte donde habían
trabajadores, entonces se encontraron un día con una pierna y por ahí empezó todo el cuen-
to… imagínate, lo cortó con un serrucho…

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7. RELACIONES SEXUALES DE HOMBRES Y MUJERES EN SEWELL: LA FAMOSA U
Los comportamientos sexuales en el campamento se presentaban de forma muy
diferenciada para hombres y mujeres. Las mujeres casadas llevaban una vida
monogámica que se desarrollaba al interior del hogar; aunque en algunos casos y
debido a las largas jornadas laborales de sus maridos construían relaciones paralelas,
sin muy buenos resultados debido a las medidas coercitivas impuestas por sus
maridos y la compañía. Las mujeres solteras gozaban de una mayor libertad sexual,
social y económica; sin embargo no eran bien miradas y los códigos morales
imperantes muchas veces condenaban sus comportamientos.
La posición de los hombres en cuanto a su comportamiento sexual es totalmen-
te diferente, gozan de una total libertad para mantener relaciones sexuales paralelas,
pagar por sexo y visitar casas de remoliendas en Rancagua. Era muy común el
comercio sexual en el campamento; los hombres invertían gran parte de sus hono-
rarios en pagar relaciones sexuales informales; ante esta situación, sus esposas se
veían en la obligación de ir a buscar a sus maridos los días de pago antes que se
trasladaran a Rancagua, lugar en donde existían una serie de locales destinados a
recibir a los trabajadores de Sewell. Uno de los lugares más conocidos y concurridos
era la famosa U, en donde se encontraban una gran cantidad de casas de citas.
Rancagua se lleva los honores… siempre fue el dormitorio de los mineros, especialmente
las calles Lastarria y Aurora. Todo el entorno eran los dormitorios, porque había uni-
versidades que estaban llenas de alumnas, y que pasaban con sueño. Pasaban los mine-
ros y decían ¿Vamos a acostarnos? Todavía está la Universidad y la llamaban así
porque la calle estaba hecha en “U”…

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Las chiquillas de la vida fácil eran las que más aprovechaban a los mineros de Tenien-
te… se los llevaban a las casas y le daban lo que tenían que dar y se quedaban con buena
parte del billete que ellos traían a su hogar…

RELACIONES DE GÉNERO EN RANCAGUA


1. RELACIONES FAMILIARES: BAJADA A RANCAGUA EL PROCESO DE TRASLADO
El proceso de traslado de las familias de Sewell a Rancagua, comienza en 1969
y dura hasta 1980 con la bajada del último tren. En éste transcurso de tiempo las
familias deben de abandonar el campamento y asentarse en Rancagua. La adminis-
tración se encargo de persuadir a los trabajadores y a sus familias, quienes ya supe-
raban las 12.000 personas, acerca de las ventajas de trasladarse a la ciudad y ser
propietarios de sus viviendas. La administración asesorada por sociólogos indaga en
las motivaciones profundas de la resistencia, y establece que las únicas dispuestas al
cambio son las esposas de los trabajadores, que arriesgando su condición presente,
perciben que la ciudad les brindara mejores oportunidades educacionales y laborales
a sus hijos, ellas aceptan y por ahí empieza a superarse las reticencias de los traba-
jadores y dirigentes sindicales (de Solminihac, 2003). La mujer juega un rol impor-
tante en éste proceso, los expertos saben que las mujeres serán buenas aliadas para
convencer a los trabajadores del traslado; sin embargo al parecer éste cambio a la
ciudad no sólo significa mejores oportunidades para sus hijos, sino que también una
suerte de liberación del reducido «espacio doméstico» en donde había trascurrido
sus vidas; de esta manera se enfrentan a una ciudad que no está reinada por las
reglas rígidas de la Braden Copper.

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Las viviendas a las que llegaban las familias, eran poblaciones que construía
Teniente y se le adjudicaban a cada trabajador previa evaluación de su situación
familiar (cantidad de hijos, estado civil, ingresos entre otros criterios). Además los
trabajadores concuerdan con la empresa no sólo las soluciones habitacionales, sino
que también una gama de servicios y requerimientos tales como: educación, salud,
deporte y recreación, etc.; de tal manera, que garanticen una forma de vida muy
similar a la que se habían acostumbrado en el campamento.
…era por puntaje, si uno era casado tenia puntaje, si tenía hijos era puntaje, el lugar
de trabajo también significaba un puntaje; era por tramos y de esa manera adjudicaban
las casas…
…las poblaciones en Rancagua con gente de Sewell son: Manzanar, Rancagua norte,
Manso de Velasco, Las Torres, entre otras… cuando se designaron las poblaciones con
el Plan de expansión se hicieron colegios. Todo se diseñó con colegios cerca. Seguimos
manteniendo la misma salud… En Rancagua teníamos un hospital…
Así fue como las familias de Sewell se fueron asentando en Rancagua, de esta
manera se transformaron en una especie de «fundadores de Rancagua» como los
denomina Gabriel Salazar. Algunos eran trabajadores de la mina El Teniente o de la
Compañía de Electricidad; otros eran hijos de pequeños o medianos agricultores, sin
embargo tuvieron el mismo estatus en la memoria de sus hijos: fueron los «funda-
dores». Una especie de aristocracia de hombres y mujeres esforzados, buenos, empren-
dedores (Salazar, 2000). Aquí comienza una nueva etapa en sus vidas, con
trasformaciones profundas y cambios drásticos, que poco a poco fueron sorteando.

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2. TENSIÓN DEL PADRE AUSENTE: «…MADRE Y PADRE A LA VEZ…»
La «bajada» para los sewellinos no fue fácil, muy por el contrario, fue un
proceso difícil, lleno de cambios y aprendizajes de esta «nueva forma de vida»; ya no
está la compañía para dirigir la vida de cada uno de los integrantes de la familia; por
lo tanto comienza un periodo de autorregulación y autonomía absoluta para los ex-
habitantes de Sewell. El traslado de la familia es disgregado, ya que, los hombres se
quedan en el campamento y los que realmente se asientan en sus viviendas defini-
tivas son las madres y sus hijos. Las jornadas laborales en la mina son extenuantes,
los hombres trabajaban más de doce horas diarias y sus días de descanso eran gene-
ralmente los domingos, día que ocupaban para viajar a Rancagua a visitar a sus
familias. Este proceso duro muchos años, hasta que se instaura la política de viaje
diario de los trabajadores a la mina.
Podemos precisar entonces que «las fundadoras» son las mujeres, las que co-
mienzan a ocupar estos nuevos espacios en Rancagua, así es como la figura del
«padre proveedor» existe, pero ausente, ronda el imaginario familiar, pero no está
presente. La madre es la que debió asumir de lleno, por sí misma, la tarea «pública»
de llevar a buen final la lucha por la casa propia y el mínimo entorno urbano
necesario para instalar esa casa en la vida moderna (Salazar, 2000). «Las mujeres
fundadoras» en este nuevo contexto, por fin pueden acceder a los espacios públicos,
con una cierta autonomía, lo cual le permite mantener relaciones con diversas insti-
tuciones y comenzar a tomar decisiones con respecto a su individualidad y a la de
sus hijos.

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Me dieron casa a mí, pero seguí viviendo en Sewell. Primero se vino mi señora y yo viví
solo en Sewell, y yo venía una vez por semana y después subía los domingos en la
tarde… Era poco el descanso, un solo día. Trabajábamos 15 días y descansábamos uno
solo. Era muy complicado…
Al bajar a Rancagua, la mamá fue mamá y papá, porque el caballero quedo trabajando
arriba. Porque del ’86, empezamos a viajar más, porque ahí se desmantelo la mina, y ahí
el papá tuvo más tiempo acá [Rancagua]…
Sin duda que para los hombres también fue un gran cambio, ya no tenían el
control de su hogar y la toma de decisiones queda a cargo de sus esposas. Comien-
zan a vivir solo en pensiones y los turnos de trabajo no permiten visitas regulares a
sus hogares (dependían del sistema de turnos). La mayoría de los hombres relata
que muchas veces sintieron nostalgia y soledad en el campamento después de la
«bajada» de sus familias.
Y lo malo, yo diría que lo peor del cambio a Rancagua, fue que los maridos se quedaron
en Sewell. Por ejemplo, en el caso de mi papá, viajaba sólo los fines de semana (a vernos
a Rancagua) y era muy regalón, le gustaba llegar a la casa y ser atendido… Mi papá
tuvo que vivir sólo después del traslado y tuvo que acostumbrarse a vivir en una
pensión, donde era uno más, no lo atendieron como en la familia. Yo creo que mi papá
se sintió muy solo…

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3. NUEVO PRESUPUESTO FAMILIAR. NUEVAS FORMAS DE CONSUMO
Lo escuchamos en todos los relatos: «Lo peor de la llegada a Rancagua fue
pagar las cuentas: luz, agua, leña, gas, salud, vivienda y educación, en Sewell era
todo gratis». Sin lugar a dudas el cambio más radical se produce en el aspecto
económico-doméstico; la forma paternalista y subsidiaria en que estas familias vivie-
ron gran parte de sus vidas sufre un cambio radical, ahora el sueldo del marido
debía de alcanzar para costear los gastos básicos del núcleo familiar, además de otros
gastos asociados, que, en este nuevo contexto se hacían imprescindibles. La mujer es
la encargada de la administración; nuevo rol que debía cumplir, ya que en el cam-
pamento el administrador económico era el trabajador.
[A la mujer en Rancagua] le dejaban en montón de plata y ahí la señora repartía, y
a veces no alcanzaba, los colegios eran pagados, la luz y el agua era pagado, el trans-
porte era pagado. Llegaste aquí y comenzaste a pagar dividendos, porque las casas las
vendieron, nada de regalos; subsidio Teniente pero tú tenías que completar lo que
debías. Son gastos que no tenías considerados allá arriba. Porque allá arriba no pagá-
bamos la movilización porque andábamos a pie, y teníamos todo cerca, pero acá tenías
que tomar la micro o la victoria, y el supermercado, todas esas cosas. Era complicado.
De esta manera se arma un nuevo presupuesto familiar que obligatoriamente
debe de contemplar gastos que en Sewell no existían; desde los servicios básicos,
hasta las más variadas necesidades. Comienza así una nueva forma de consumo
asociada al crédito y al endeudamiento, el cual permite solventar los gastos del
grupo familiar. Sin embargo también se dio una especie de «liberación» del consu-

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mo, al contar con mayor acceso a los bienes y servicios, además de no tener ningún
tipo de restricciones desde la compañía, el consumo se sobre explota y la adquisición
de bienes aumenta, aparece así una nueva clase económica y social en Rancagua; «la
clase trabajador del Teniente».
Como que le dio un poco de mal nombre la gente de Sewell acá en Rancagua. Como que
se libero en todo sentido… Como que aquí hacían todo los que no podían hacer allá…
Compraban todo lo que allá no habían tenido…

4. LOS «NUCA DE FIERRO»


Los largos turnos de sus maridos y las visitas esporádicas que podían realizar
al hogar, propiciaban espacios para que las mujeres pudieran sostener relaciones
informales fuera del matrimonio; las mujeres ya no estaban bajo la lupa de la com-
pañía y los comentarios de las vecinas, como en Sewell. El cambio de vida comuni-
taria a vida privada, dejo lugar para que las mujeres forjaran relaciones fuera del
matrimonio. Se cuenta, que, a los maridos de la Rancagua Norte los denominaban
«los nuca de fierro», ya que, era de conocimiento popular que cuando ellos entraban
al turno, llegaba el amante a la propia cama de su hogar.
Las esposas también se sintieron solas y dejaron las puertas abiertas. A algunos viejos
allá arriba les decían “los nuca de fierro”… hubieron casos en que resultaba ser ver-
dad…
En todo sentido se liberó la mujer, el marido hace el turno y ella puede hacer todo lo que

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quiera, juntarse con las amigas, salir a bailar, salir con otros hombres. En cambio allá los
tiempos eran muy marcados, la mujer no podía llegar y salir, todo el mundo a uno la veía…

5. MUJER RELEGADA AL ESPACIO DOMÉSTICO: «SOY ESPOSA DE MINERO»


La mujer esposa de minero vive una gran dicotomía -ya lo planteamos anterior-
mente- su vida queda relegada al espacio doméstico, pero tiene cierta estabilidad
económica que le permite mantener cierto status de vida. Esta situación se da desde
los primeros matrimonios que poblaron Sewell, hasta la actualidad.
Si bien es cierto que con la «bajada» a Rancagua las mujeres tienen un rol
fundamental; ya que, comienzan a relacionarse con las instituciones, tienen una vida
social más activa -ya no es reducida a la comunidad del piso- manejan el presupues-
to familiar y toman las decisiones con respecto a la crianza de los hijos además
tienen el doble rol de padre y madre.
Sin embargo la subordinación de la mujer, en la cultura minera es sorprenden-
te; por lo general la esposa de minero no trabaja de forma remunerada decisión que
muchas veces toma su marido ya que su discurso es que «con su trabajo es más que
suficiente para mantener de buena manera a toda su familia», cosa que es cierta, ya
que no es desconocimiento que los sueldos de Teniente, más los bonos y beneficios
son bien remunerados. Por lo tanto aún impera la dependencia económica de las
mujeres, la cual, no fomenta la autonomía económica de las esposas.
El espacio de acción en la actualidad para las mujeres esposas de mineros sigue
siendo el «espacio doméstico» sin poder tener alguna participación real y concreta en
el «espacio público» pues su trabajo es «ser esposa de minero».

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La dualidad en que viven las mujeres de la familia del Teniente es muy mar-
cada y tiene una gran complejidad, los mandatos de género se fueron cimentando
desde las primeras etapas de la mina en Sewell, y fue el resultado de la conjunción
de la cultura machista de los trabajadores, más las políticas estrictas de la Compañía
Braden Copper, en éste escenario hombres y mujeres construyeron y en la actualidad
construyen, las categorías simbólicas y materiales de las distinciones de género que
imperan de una manera particular en la familia de Teniente.

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SEWELL EN RANCAGUA
ESPACIOS CRUZADOS, LUGARES COMUNES, TERRITORIOS LEJANOS

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SEWELL EN RANCAGUA. ESPACIOS CRUZADOS,
LUGARES COMUNES, TERRITORIOS LEJANOS

Luis Emilio Valenzuela4

ACERCA DEL TERRITORIO, ESPACIOS Y LUGARES


«En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme no ha mucho
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor...», dice la primera frase del célebre Don Quijote de La Mancha, de
Miguel de Cervantes. La importancia de esta frase, además de ser un poderoso
comienzo para una gran aventura, es que sitúa el origen y características del prota-
gonista en un espacio que, aunque no queriendo recordar y sin embargo recordando,
habla de una región y los elementos que lo constituyen como lo que es o busca ser:
un hidalgo, con lanza y caballo. Un héroe de las novelas épicas de caballería.
Nuestro asunto, acá en este capítulo, tiene que ver con los territorios, los espa-
cios y los lugares que, como en el Quijote, sitúan un origen con los muchos elemen-
tos que configuran una identidad compleja, como todas, pero que se está expresando
hoy en un espacio con lugares lejanos en lo geográfico pero cercanos en la historia.
Lo que nos convoca en estas páginas es una pregunta y el intento de dar con una
4
Antropólogo Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Co-ejecutor del Proyecto FONDART 2010
“Sewell en Rancagua. La persistencia de la memoria.”

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respuesta o al menos alguna orientación que nos permita dibujar alguna explicación,
donde sabemos, no hay sentencias absolutas pero si tantas posibilidades de esclare-
cimiento como experiencias y percepciones de sus protagonistas. Los Quijotes en La
Mancha con lugares que ganan la batalla del olvido para situarse épicamente en la
memoria.
La pregunta, ¿cómo se resignifica un espacio a partir de las relaciones sociales
que tienen origen en lugares lejanos y con características muy distintas al espacio
actual? contiene una serie de conceptos que vale la pena revisar para ir adentrándo-
nos en la médula del fenómeno que nos ocupa. En primer lugar, hablamos de dos
espacios específicos: Sewell y Rancagua. Estos espacios se emplazan en territorios
distintos y tienen lugares que encuentran significación en las relaciones sociales que
se inscriben a partir de la identidad de los grupos humanos que la habitan. Veamos
qué nos deparan estos conceptos en nuestro empeño.
En primer lugar, hablaremos de territorio como una extensión de terreno am-
plio dónde se expresa un área de control humano. Este control puede ser productivo,
cognitivo o administrativo. Un ejemplo claro es cuando hablamos de una región, una
extensión de terreno delimitado por fronteras cartográficas pero que in situ no reco-
nocemos a simple vista, es una extensión que trasciende un ordenamiento geográfico
porque se trata de un área de control administrativo. De este modo podríamos estar
parados en medio del desierto y al dar un paso con dirección norte, traspasar la
frontera de la Región de Antofagasta para situarnos en Tarapacá. No sentiríamos
variaciones en el clima o en el terreno, no encontraríamos claridad acerca de la
diferencia de una u otra región, ni siquiera veríamos personajes que dijeran que

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estamos en otra región. Anecdótico es el asunto de las aduanas que parecen ser
cortinas arbitrarias puestas sin razón en los lugares donde se emplazan. El territorio
tiene que ver con áreas de control que son definidas por las actividades humanas no
necesariamente expresadas en hitos geográficos y generalmente son de tipo simbó-
lico. En el caso de Sewell, es un espacio que se inscribe dentro de un territorio
cordillerano mineralógico de la zona centro del país. Este espacio tiene sentido por
ser un área de control productivo. Claro, hay territorio cordillerano en la mayor
parte del país, pero la particularidad del territorio en que se emplaza Sewell es que
está delimitado por un área de control productivo del tipo minero y no de arrieraje
o turístico, de esta manera, podemos entender que en la historia, el territorio se ha
ampliado en extensión y en profundidad, a partir del descubrimiento de nuevas
vetas o de la construcción de fundiciones u otros emplazamientos, siempre relacio-
nados con la actividad productiva minera. De todos modos el territorio se percibe
además en lo cognitivo. Esta propiedad humana de aprender las cosas hace que
tengamos en vista los rasgos geográficos del territorio y podamos identificar
visualmente los espacios y lugares que son contenidos en la extensión territorial,
siempre con delimitaciones poco claras.
Los espacios encuentran su razón en las áreas delimitadas con claridad en el
territorio y son depositarias de actividades claramente definidas, al menos en su
diseño inicial. Sewell sería en nuestro marco de análisis un espacio. Es diseñado con
fines claramente determinados, tiene una finalidad funcional al área de control terri-
torial, minero, y se ha construido con los elementos necesarios para albergar una
actividad coherente con, en este caso, la producción. Los elementos a los que hace-

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mos referencia son la expresión de una idea, un diseño que busca una particularidad
clara: unificar lo productivo con lo doméstico. Traer la vida en residencia de los
trabajadores al espacio que contiene el influjo de control del territorio. Decimos que
no es necesario delimitar el territorio por completo pues este es más amplio que la
voluntad de diseño: que haya mineral en la cordillera de la sexta región corresponde
a un azar que el hombre decidió controlar y para esto, construyó un espacio que
contenga los elementos de control necesarios para su explotación.
Tenemos que Sewell es un espacio con fines y voluntades determinadas, con
materialidad y diseño ad hoc a los fines productivos con albergue de sus trabajado-
res. Es la particularidad de este espacio la de unificar la vivienda con la producción
en un territorio cordillerano de difícil acceso, con condiciones climáticas adversas y
bajo la decisión de realizar una de las faenas productivas más complejas: la de sacar
de la tierra el mineral incrustado en su pétrea formación.
Acerca del concepto de lugar, es una unidad también espacial pero que no
contiene del todo el resultado final de uso y significado que se le pretendió en el
diseño general del espacio. El espacio Sewell fue diseñado con un fin, pero fueron
sus habitantes los que significaron cada parte de esta construcción. En definición, un
lugar se contiene o está dentro de un espacio y es depositario de usos por identidad,
resultantes de las relaciones sociales históricas o de contexto temporal. Veamos.
Las escaleras del campamento Sewell fueron testigo de amistades, amores, ac-
cidentes, reyertas, pasos anónimos y otras historias que han quedado depositados en
la memoria de sus usuarios, de manera que en lo cognitivo representan un lugar con
significado e identidad propia. Claro, es una escalera. En Valparaíso también hay

100
escaleras, en Coquimbo y en el cerro Caracol de Concepción, pero las escaleras de
Sewell encierran un significado que las hacen particulares, especiales e irrepetibles.
Irrepetibles porque si se desea un efecto igual, deberíamos reproducir el territorio, el
espacio y esperar que las personas que hacen las significaciones sean las mismas.
Esta empresa podría ser realizada pero tiene una condición que la hace imposible. El
tiempo, la historia, eso que ya pasó. El encuentro de esas personas, en ese tiempo, en
un espacio diseñado de esa manera y en un territorio determinado, hizo que las
escaleras de Sewell sean un lugar irrepetible y con una significación particular, en las
que se dieron episodios históricos que determinaron una identidad singular. Bueno,
las escaleras y otros lugares más como los camarotes, el palitroque, las escuelas, el
teatro, el hospital, la piscina, el chute, la chancadora, el pique, etc. Son lugares de un
espacio que sólo y tan sólo viviéndolos fueron significados y se inscribieron como
parte fundamental de la formación y pervivencia de la identidad sewellina.
Volviendo con nuestro invitado, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Man-
cha y la frase que inaugura sus andanzas, tenemos que ese lugar de La Mancha
contiene los elementos que hacen del caballero de la triste figura, un hidalgo. Claro,
en el romance de Cervantes. Ese «lugar» tiene el caballo o «rocín» y algún perro o
«galgo», una lanza y por supuesto, la residencia del protagonista. Nos sirve el ejem-
plo porque es el punto de inicio de una aventura que no puede ser desarrollada sin
los elementos constitutivos de su identidad. El Quijote, su caballo Rocinante, su
maltratada lanza y un origen al que deseará volver después de su heroica errancia.
Tenemos que se habla de un rocín en vez de un caballo y de un galgo en lugar de
un perro. Esto corresponde a la significación de elementos de lugar. Es como la

101
escalera de Sewell, única e irrepetible y que se construye simbólica a partir de las
vivencias de sus habitantes. Bueno, el Quijote viene de La Mancha que en nuestro
marco de análisis sería el espacio construido y delimitado según sus posibilidades
cognitivas, productivas y administrativas. El lugar al que refiere la frase y que «no
quiere ser recordado» es tan importante en la memoria que se ha decidido dejar en
un cajón olvidado, claro que intencionalmente a partir de la descripción de sus
elementos que dan identidad al Quijote. Entonces, es un lugar significado a partir de
una actividad épica pero que se «ha decidido» dejar en el olvido. ¿Quién no ha
dejado relegado al olvido el origen a partir de la construcción de una identidad que
se riñe con las características del lugar de procedencia? Más de algún magnate, por
cierto. En fin, lo importante es que el lugar contiene todo el significado que le
imprime el uso y determina la construcción de la identidad, además se contiene en
un espacio dentro de un territorio. Debo decir que no tengo el placer de conocer
España pero en cuanto vaya, me daré a la tarea de recorrer La Mancha y, con suerte,
dar con el lugar olvidado a propósito por Don Quijote. No me cabe la menor duda
que sus habitantes tendrán algo que decir acerca del territorio donde fue construida.
Todo lo anterior, entre La Mancha y Sewell con nuestro recorrido analítico y
literario, tiene la finalidad de contar con los conceptos claros para darnos a la tarea
de contestar nuestra pregunta que, en estos momentos, debería ser más accesible.
Entonces, ¿cómo se resignifica un espacio a partir de las relaciones sociales que
tienen origen en lugares lejanos y con características muy distintas al espacio actual?
Podemos facilitarla para decir, ¿cómo se resignifican los lugares en Rancagua a partir
de las relaciones sociales que, en los lugares de Sewell constituyeron una identidad

102
singular? Y para ser más amplios, agregar ¿cómo es posible esta resignificación de
lugares en espacios y territorios distintos? La tarea no es fácil pero tenemos la suerte
de contar con la generosidad de los habitantes del campamento para su esclareci-
miento.

SEWELL EN RANCAGUA. DE VIVENCIAS Y SIGNIFICADOS


Rancagua, un espacio en un territorio agrario y de servicios relacionados con la
minería. Un espacio administrativo por ser capital de región, pero que vive en gran
parte conectada con el territorio cordillerano minero. También con la actividad agra-
ria de valle y que contiene una amplia variedad de identidades que confluyen en sus
lugares. Un complejo urbano donde encontramos la medialuna central del rodeo
criollo, lugares de reconocida importancia histórica, centros de estudio, residenciales
y de servicios a la minería. A poca distancia de la capital nacional, Rancagua tiene
una identidad propia que es determinada por la administración de los territorios que
le circundan. A sus lugares, llegaron hace años los habitantes del campamento
Sewell. Una vida tras otra vida dejada en los paisajes cordilleranos intervenidos a
propósito de la actividad minera-residencial. Esta actividad tiene su punto de parti-
da en la necesidad de hacer control productivo de los indefinidos parajes del terri-
torio cordillerano que se sabía explotado desde tiempos prehispánicos. El ingenio, la
visión de un negocio próspero y la habilidad ingenieril de los fundadores, dieron
con el diseño y construcción del campamento en las alturas de Los Andes centrales.
La idea, concentrar la explotación con la residencia de los trabajadores, una idea
fundada el sistema Company Town estadounidense y que caracteriza el control so-

103
cial a través de la producción con la subvención de los servicios de desarrollo urba-
no. Con todo y a razón de la proliferación de las cantidades de producto extraído,
hacia los años sesenta se puede hablar de una confusa situación conceptual entre
campamento y ciudad dado el crecimiento demográfico, sólo salvada por las nomen-
claturas urbanísticas que clasifican los emplazamientos de este tipo. No siendo nues-
tro asunto lo de la clasificación, tenemos que en el ejercicio de asentarse en un
espacio definido para la residencia de trabajadores con familia, debe acontecer algo,
el nacimiento de un sustrato de identificación, de arraigo que sí es lo que nos con-
voca, además de las expresiones de este fenómeno en los lugares de Sewell.
Cerca de 15.000 habitantes en los tiempos de apogeo dan como resultado la
convergencia de trabajadores, dueñas de hogar, niños, jóvenes, dirigentes, adminis-
trativos, funcionarios civiles y fuerzas públicas. Todo lo que necesita una ciudad
para funcionar y reproducir sus dinámicas sociales. Sin embargo, no está en la po-
blación ni en el devenir productivo la pervivencia de Sewell. Esta decisión descansa
en las opciones de negocio de los jefes o directores del mineral. Así, desde 1967, tras
la implementación de la Operación Valle, se da comienzo al traslado del personal
que residía y de la familias que daban vida a los lugares de Sewell hacia la ciudad
de Rancagua. La herencia material quedó en las paredes metálicas de los camarotes
pero el fundamento de la identidad bajó en la operación que concluyó hacia los años
´80.

104
SEWELL Y LOS LUGARES VERTICALES

Una vez fui a un baile. Estaba esperando a Marisol… Los hacían en Sewell y Minas
parece, había que caminar harto para arriba. Si yo vivía en el 62, costaba llegar…
subiendo puras escalas.
El tránsito, el desplazamiento de un lugar a otro, la conexión entre dos lugares
es la expresión del uso cotidiano. Un desplazamiento vertical desde un lugar de
residencia que recibe un número asignado a la vivienda. El testimonio habla de dos
lugares vivos: la residencia, donde se guardan las imágenes de lo doméstico con su
marca numérica que se mantiene en la memoria. Por otro lado, el lugar del baile, de
la recreación y encuentro con los pares generacionales. Quizá el lugar donde se
escribieron historias de uniones y amores. Lo interesante es que los dos lugares se
inscriben en el texto, distanciados por otros espacios de tránsito. Hasta ahora, espa-
cios. Lo que se quiere reflejar es que si lo cotidiano es dinámico es uso, es una
actividad. Claro, la vida es un acto o un conjunto de actos que hasta en su estado
más estático es regido por la respiración y el pensamiento. Desde ahí, ya se están
significando lugares. Lo construido bajo el marco de un diseño, es cargado de signi-
ficados a partir de los acontecimientos que allí se suceden. Entonces, la escala en el
testimonio se adorna con la actividad de «subir», se le da un sentido de verticalidad
que es determinado por la adaptación del espacio al territorio.
A partir del testimonio, también podemos ver que el lugar del baile es una sede
institucional: Sewell y Mina. Junto con otros testimonios recogidos, podemos esta-
blecer que las instancias de recreación públicas estaban determinadas por la planifi-

105
cación o venia de la dirección del campamento. Con todo, el recuerdo dibuja la
posibilidad de conectar una instancia de vivienda familiar (o individual) con la re-
creación a través de la planificación de un baile al que se accedía subiendo las
escalas. Ahora, las escalas representan un símbolo del desplazamiento pero también
de actividades en sí mismas como el cómodo acto de detenerse y conversar o avistar
personas de interés. A partir de este acto, nacieron tantas parejas y grupos de amigos
que marcaron las vidas de los sewellinos de manera que el lugar «escala» se trans-
formó en un lugar de importancia al punto de servir de denominador coloquial para
el campamento: «la ciudad de las escaleras».
Los lugares verticales, los camarotes uno encima del otro como una galería
interminable que remonta el cerro que guarda el mineral, sustento del sueño de
progreso de más de una generación de personas.
Éramos todos conocidos, todos familia. Todos sabíamos en que edificio vivían, en qué
casa… Los lugares que frecuentábamos eran el gimnasio, el palitroque, el cine, la plaza,
los almacenes. Nos veíamos a diario prácticamente.
Los lugares, decíamos, guardan el significado de la acción de vivir, y en Sewell
los lugares eran racimos de actividades de comunidad donde el encuentro marcaba
la característica de una convivencia vertical.
Un elemento interesante de la disposición de los lugares verticales es la visibi-
lidad. Desde un punto central, se puede ver el paño urbano construido y compren-
der los accesos, los puntos de partida y llegada. Se puede ver el desplazamiento
desde y hacia los distintos lugares que en el tiempo compartido entre el trabajo, lo

106
familiar y lo recreacional. Ver por ejemplo en un punto la escuela tan cerca de la casa
y en un punto observar la faena, la estación o la iglesia. Todos puntos de actividad
comunitaria forzada por el territorio pero con sentido humano. Estamos ciertos que
esta actividad, que la memoria y los significados humanos no fueron parte del dise-
ño de Sewell, sino que es producto exclusivo de sus habitantes en sus relaciones
sociales cotidianas. Acaso la expresión de la necesidad de recrear la humanidad
entera en ese cerro tan lejos de todo.
Sewell encierra aún los ruidos de sus habitantes que conversan sus escalas, que
retumban en el palitroque, en la escuela, en la plaza. Aún quedan los sonidos de la
comunión en la iglesia, las ventas de almacén, los juegos de niños, el pito del tren.
Aún conviven los olores de noches de fiesta y baile mezclados con el tierral del
fútbol que quizá comentó del triunfo en el camino a la mina. Ahora, sabemos que las
relaciones sociales son tan fuertes y necesarias que son capaces de dar significado a
las tablas y cemento de escaleras, también a los latones de los camarotes. La articu-
lación de una conversación o un trato de amigos, un baile, una cena de familia, un
matrimonio, la aritmética enseñada en la escuela y el hospital –quizá el mejor de la
época en Chile– son el alimento de la significación de los lugares que quedan dis-
puestos para ir de vez en cuando a revisitar y revisitarnos en la memoria. Lo mejor
de todo es que la memoria va con nosotros y nos ayudan a saber quienes somos
aunque dejemos los viejos paisajes verticales para, tren abajo, reconstruir una vida
en la horizontalidad de una ciudad.

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HACIA RANCAGUA. LUGARES COMUNES EN ESPACIOS CRUZADOS
La relación con Rancagua no era ajena, no se trataba de dos polos excluyentes
de desarrollo. Claro, según nuestro análisis corresponden a territorios lejanos, uno
vertical cordillerano, mineralógico y otro horizontal agrario y administrativo. Am-
bos con lugares particulares a partir de los usos sociales, pero con comuniones dadas
por la sobreposición de sus significados por usos circunstanciales que van a ir en
aumento. Pero, ¿cómo es posible hablar de lugares comunes en territorios lejanos y
decir que este fenómeno es creciente en la historia?
Cuando estaba en Sewell venía a hacer diligencias por el día, para comprar muebles,
camas, ese tipo de cosas.
Sabemos que Sewell contaba con un sistema benefactor en cuanto a la disposi-
ción de los servicios, característico de los sistemas industriales de residencia en faena
y distinto a las características de una ciudad como Rancagua. Y en definitiva del
resto de las ciudades del país. Sin embargo, Rancagua representaba un centro de
abastecimiento para los habitantes del campamento. Había una relación comercial
que comprendía la adquisición de enceres y de recreación mayor. Los trabajadores
eran muy bienvenidos en la ciudad por el gasto en que recurrían a la hora de sus
actividades de recreación, por ejemplo, para enriquecer el testimonio. Desde este
hecho, la ciudad de Rancagua debió comprender una serie de servicios enfocados
exclusivamente para los habitantes de Sewell. Comercios, lugares de esparcimiento,
expendios de alcohol y diversos shows, además de mantener insumos industriales
para la faena minera. En Rancagua se crearon espacios para responder a la visita de

108
los mineros y muchas veces de sus familias. Ahora, si decimos que los espacios se
transforman en lugares a partir de los significados que le imprimen las relaciones
sociales, es verosímil concluir que los habitantes de Sewell sobrepusieron sus signi-
ficados a los lugares rancagüinos donde visitaban o compraban o recreaban.
Lo anterior se expone aún sin considerar que existían familiares de habitantes
sewellinos viviendo en Rancagua, o bien era la ciudad el origen de varios habitantes
del campamento. Entonces, se enriquece la relación de lugares comunes que tendió
a una comunicación permanente entre ambas.
A Sewell no llegaba cualquier persona de visita. Había que mandar un pasaje especial.
Había que pedir un permiso a Bienestar, que uno iba a recibir a una persona por tantos
días, entonces uno mandaba el pasaje y tenía que presentarse la persona a Teniente, a
la oficina, y de ahí podía irse a Sewell. También era con la salvedad de que si le sucedía
alguna cosa en Sewell tenía derecho a hospital.
La relación era ambivalente en el sentido de el tránsito de enceres y de perso-
nas. En el testimonio queda en evidencia que el espacio sewellino era regido por
normas estrictas de la administración. La relación de visita debía ser avalada por la
explicación justificada. Sin embargo, al tratarse de una faena con extensión residen-
cial, las normas de seguridad dictaban que las visitas tuvieran derechos de presta-
ción en salud como cualquier habitante. El visitante cuando podía entrar, accedía a
un estatus de habitante en el sentido de su protección. Con todo, la relación entre
Sewell y Rancagua es fluida pero particular a partir del diseño de sus espacios. Una
vez más, son las relaciones sociales las que las cargan de significado acercándolas e
inscribiéndolas en los registros de la memoria.

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Decíamos arriba que las relaciones sociales de uso de espacios harán de forma
creciente la aparición de lugares comunes. La variable «creciente» está determinada
por una decisión administrativa que cambiará para siempre el devenir de los habi-
tantes de Sewell y sus descendientes.
Nos referimos al proceso paulatino de cierre y traslado del campamento, prin-
cipalmente a la ciudad de Rancagua y que significó una nueva relación de los
sewellinos con el espacio. El paso obligado de lo vertical a lo plano, la ausencia de
las escaleras con escaños comunicantes y el acceso a diferentes posibilidades de
movimiento en tránsito.
No es necesario tratar el proceso en extenso dado que se toca en otros pasajes
de este relato. Nos abocaremos exclusivamente al impacto en el uso y resignificación
de los espacios en el fenómeno de la profundización y creación de los lugares comu-
nes en Rancagua. El fenómeno del traslado representa el enfrentamiento entre un
estilo de vida marcado por los espacios adaptados a los usos verticales y a los
tránsitos de circuitos reducidos con un estilo de vida no subsidiado en los servicios
pero amplio en sus posibilidades de desplazamiento, un espacio nuevo para los
sewellinos donde confluyen múltiples lugares de significados cercanos al comercio,
a lo agrario, a los servicios, a la civilidad de la administración regional, a lo residen-
cial diferenciado por sus barrios, etc.
Por la casa nueva es que uno empieza a perder el contacto con toda la gente que conoció
uno en Sewell, con los amigos. Porque no todos quedamos en donde mismo. Ya empieza
uno a quedar en otra población, otro en otra, y de a poco se va perdiendo prácticamente
la amistad. En Sewell pasábamos todos juntos todos los días.

110
La evidencia del contraste, como decíamos, entre lo visible que otorga la visión
vertical con sus vericuetos conexos y el encuentro de los habitantes con la dispersión
de la ciudad, donde la residencia se expande en los barrios y poblaciones ya no
visibles en completo desde algún punto central. Otra vez, sin embargo, el pueblo
sewellino se enfrenta a un espacio construido especialmente para él.
Las casas se entregaban por puntajes: Cuántas cargas tenías, el sueldo que tenías. Todo
ese tipo de cosas era lo que apuntaba a recibir una casa: una casa de 75 metros, otra de
85 metros cuadrados. Entonces era de acuerdo a ese puntaje que tenías tú, que te
entregaban una casa.
Las poblaciones dispuestas para dar abasto a la migración planificada en secto-
res de la ciudad con distribución planificada, también serán otra vez significadas a
partir de elementos rescatados a través de la memoria.
La amistad es una propiedad humana que encuentra su punto en la identifica-
ción de factores comunes a las personas. Los lugares son constituidos muchas veces
a partir de las identificaciones comunitarias, como los recuerdos de colegio. La cer-
canía es un factor determinante, por eso es que no somos amigos de otras generacio-
nes de alumnos de nuestros mismos colegios. Vivir los lugares en conjunto es la
fortaleza de una comunión que puede derivar en amistad. Según el testimonio,
puede ser que a partir de un cambio de escenario la amistad se pierda o se desdibuje
en la amplitud de la diáspora de lugares. Sin embargo, sabemos que no pasó esto en
la totalidad de los casos de los habitantes que bajaron a Rancagua en la Operación
Valle. La memoria se expresó para ser elemento fundante de nuevas relaciones en

111
espacios nuevos. Es el caso del Círculo Sewell, una asociación de habitantes
sewellinos que, con sus familias, sintieron la necesidad de juntarse y recrear la me-
moria venida con ellos. De esta manera, usaron un espacio del plano para verticalizar
sus significados. Un galpón tan común en la ciudad como sede social, encierra hoy
los significados que evocan las escalas y los locales donde se juntaban en el campa-
mento. Tenemos que un espacio contiene más de un significado legible tanto para
rancagüinos como para sewellinos: los colectiveros rancagüinos saben llegar sólo con
decirles el nombre «Círculo Sewell, por favor». A esto nos referimos cuando decimos
que existen «lugares comunes en espacios cruzados» a que en espacios diseñados
para el uso de migrantes en una ciudad se combinan significados que construyen
lugares legibles tanto para los migrantes como para los que los reciben. Lo anterior
se puede decir así: en Rancagua se construyeron poblaciones exclusivamente para
recibir a los habitantes de Sewell, ahora, estas poblaciones tienen en su diseño y
emplazamiento las características de la urbanización rancagüina y desde ahí, confor-
man una ampliación del espacio cotidiano de los citadinos. Sin embargo, son los
nuevos habitantes sewellinos los que cargan estos espacios con los significados aca-
rreados por la memoria, de manera que, los transforman en lugares propios con la
característica de que los rancagüinos también pueden leerlos y usarlos como tales o
con sus propios significados. Un ejemplo verificador de esto es la virtuosa participa-
ción en la agrupación de descendientes de sewellinos nacidos en Rancagua y más
aún, la incorporación de sus parejas que, nunca vivieron o conocieron Sewell.
Cuando se designaron las poblaciones con el plan de expansión, las poblaciones se
pensaron con colegio. Todo se diseñó con el colegio cerca.

112
Naturalmente, la disposición de las poblaciones con escuelas o plazas en su
interior, no son emplazamientos de exclusividad. No se puede cerrar el paso o el uso
al conjunto de los habitantes de la ciudad, por tanto, deben construirse a partir de
dos elementos: uno de uso evocado, para sewellinos y otro de diseño constructivo
armónico con la urbanización de Rancagua. Estos elementos facilitan la conjunción
de significados y por ende la emergencia de los lugares comunes. Acerca de esto, del
compartimiento de los espacios y la sobreposición de significados es que se da un
efecto interesante también. La identificación por contraste. Esto es que en lugares
comunes es necesario identificarse para pertenecer al colectivo de afiliación. Es como
reconocerse con un amigo en el estadio lleno para un partido de la selección chilena,
entonces es más fácil observar sus ropas y señas corpóreas. Son los rasgos
identitarios o marcadores visuales de identidad que en el caso de sewellinos y
rancagüinos son difíciles de determinar. Casi imposible. Entonces los marcadores de
identidad se van dando por el uso de los espacios y la permanencia en estos, a veces,
como colectivos de uso. Por esto no es raro que las poblaciones de sewellinos dieran
paso a una nueva forma de relación basada en las relaciones sociales del campamen-
to. Como el testimonio afirmaba, la amistad se pierde con la lejanía de las poblacio-
nes. Sin embargo, hubo sewellinos que se conocieron con más profundidad en
Rancagua y desde ahí, forjaron amistad y asociatividad a partir de un nuevo espacio
pero con el aval de una identidad común. Es posible que en el campamento se hayan
visto pero es hasta ser vecinos en Rancagua que hicieron amistad. Claro, comparten
el sustento de la memoria pero la práctica identitaria se da entorno al uso intensivo
de los nuevos lugares comunes.

113
No todo fue tan fácil como llegar y usar los espacios dispuestos. La anécdota
común es la que dice que al principio las puertas de las casas asignadas pasaban
abiertas en vistas del acostumbramiento del uso en Sewell. Eso tiene que haber
durado muy poco en vistas a la necesaria separación entre lo público y lo privado
que exige la vida en la ciudad. Por otra parte, el pago de cuentas, los trámites de
matrícula de colegio, la diversidad de opciones de compra y la dispersión de otros
servicios en la ciudad, enfrentaron a los sewellinos a nuevos espacios que no permi-
ten un uso colectivo extenso. No se puede pasar una tarde en el edificio de pago de
la luz o en el banco de la ciudad. Son espacios nuevos que tienen usos circunstan-
ciales y cuyos significados lo son también. Para unos y otros. Sin embargo, otra vez,
apuntamos a los desplazamientos, a los lugares de tránsito. Las calles donde acos-
tumbraremos transitar para llegar a destino y que forjan un mapa cognitivo de las
distancias y características de la ciudad. Entonces fueron hablando de los lugares de
trámite, de esparcimiento, de recreación y de relajo propiamente tal. Burdeles, bares
y otros que no existiendo en Sewell, representaron una nueva manera de relación en
espacios nuevos. No hay en Rancagua ley seca y por el contrario, existen expendios
perfectamente legales.
Llama la atención frente al hecho de que es la residencia de los trabajadores la
que se emplaza en la ciudad y no sus puestos de trabajo, el que son las mujeres las
que hacen suya la labor de consumar los trámites cotidianos, las que van haciendo
suya la ciudad y los recovecos que la complejiza. Ellas pasan desde el reducido y
comunitario espacio doméstico de campamento al complejo heterogéneo que la ciu-
dad encierra. De esta manera, se visualiza una división sexual de la labores con un

114
acercamiento en importancia que se expresa en la participación en las organizaciones
sociales. La mujer adquiere un rol de creciente importancia en el sustento de la
memoria y la administración material de esta. El uso primario de los espacios físicos
y la expresión en una disposición cognitiva es la que en definitiva va a dar paso a
la apertura de un espacio social de importancia. A estas alturas ya sabemos que este
ejercicio es el que dota de significados a los espacios y por tanto, podemos decir que
los lugares son en la ciudad constituidos de manera más participativa que en el
campamento.
Uno de los sustentos de la memoria, lo que materializamos para que esta siga
viva y se vaya reproduciendo, es la conmemoración. La acción de revivir en el rito
los diferentes acontecimientos que se marcan en la memoria. El desfile de octubre en
Rancagua que congrega a muchas organizaciones sociales, entrega un margen de
participación a la comunidad sewellina. El acto se prepara cada año y se invierte en
vestimentas que les identifican como colectividad, se exhiben los estandartes de las
asociaciones y se da muestra de la pertenencia al espacio. Ya con los años, la parti-
cipación de la colectividad es considerada parte de la conmemoración. El uso del
espacio y la constitución de los lugares en la ciudad se puede dar, por tanto, en el
encuentro de las colectividades, en el compartir visiones de mundo y dejar que cada
una se exprese. Este sentido de la constitución de lugares exige un diálogo entre los
grupos de identidad con énfasis en el encuentro de elementos comunes de uso y
significación. Es el ejercicio de construir la ciudad inclusivamente, democráticamente.
Encontramos que en el devenir histórico ha sido posible hablar de una ciudad
que comparte sus espacios entre los diferentes grupos que por la historia reconocen

115
lugares de origen diversos y que recrean los significados en otros espacios. Hemos
visto que la horizontalidad de Rancagua no ha negado la visión vertical de la
cotidianeidad sewellina. No se ha tratado tampoco de construir espacios de segrega-
ción para los que llegaron. Podemos hablar, entonces de una situación de integración
de identidades. Esto es muy importante porque nos habla de lo heterogéneo de la
ciudad como conglomerado urbano. La posibilidad de coexistencia de identidades
que se fortalecen y reconocen diversas pero que en el respeto por el uso y significa-
ción de los espacios encuentran comunicación y una identificación mayor, territorial.
Este fenómeno se da en la horizontalidad de la ocupación espacial y sus efectos
determinan una disposición cognitiva que se traspasa a las generaciones nuevas. De
esta manera, somos testigos de que los jóvenes hijos de sewellinos reconocen en el
campamento el lugar de origen de su familia extensa y, seguramente, traspasarán
aquello a sus hijos. La participación en las organizaciones como la Asociación de
Trabajadores Pasivos El Teniente y el Círculo Social Sewell es de carácter familiar
con apertura e inclusión necesaria a la comunidad rancagüina. Sumamos entonces
un nuevo elemento a nuestro análisis que tiene que ver con la aparición de nuevas
generaciones que nacen en Rancagua pero que mantienen la idea de un origen en
Sewell. Podríamos apostar a que los lugares comunes encierran y perpetúan los
sentidos de uso y determinan relaciones sociales nuevas en los habitantes que vie-
nen. Ya no son las travesías a adquirir enceres desde el territorio cordillerano al
plano de la ciudad, ya no se trata de ocupar un espacio ajeno y hacerlo propio con
los sentidos de una memoria que busca expresarse en los recovecos de la ciudad
extensa. No se trata más de la lucha de la memoria por salvarse del olvido, se trata

116
hoy de mantener viva una configuración ciudadana que contiene diversas miradas
como diversas son las expresiones de las historias que se vivieron por allá lejos en
los principios del siglo XX y que sin considerar arraigos, se trasladó intempestiva-
mente a una situación territorial nueva. En esto, las generaciones de descendientes
tienen la tarea de mantener una configuración heredada pero forjada en la conciencia
como valor cognitivo de una historia construida familiarmente y colectivamente en
el espacio, en los lugares.

RESPUESTAS DE SEWELL EN RANCAGUA


Han aparecido conceptos e ideas con evidencias y conclusiones. Hemos jugado
a visitar espacios y lugares de la historia que se perpetúan en los sentidos que los
constituyen. Hemos dado luces de la importancia de la memoria y su relación con el
espacio. Hemos dado con la importancia de la comunicación en diversidad y la
expresión intergeneracional que busca perpetuarla. Hasta acá hemos dado vueltas
por la historia sin aparente consideración por la pregunta que nos planteamos en el
principio de nuestra conversación. Veamos.
¿Cómo se resignifican los lugares en Rancagua a partir de las relaciones socia-
les que, en los lugares de Sewell constituyeron una identidad singular? Y para ser
más amplios agregar, ¿cómo es posible esta resignificación de lugares en espacios y
territorios distintos? Es nuestro cuestionamiento del principio. Ahora no parece pro-
blema tan complejo y creo que tenemos con amplios elementos para dar respuesta.
Sólo tenemos que ordenar un poco nuestra mesa de evidencias, testimonio e ideas y
darnos a la labor de respondernos.

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La respuesta es: a través de la memoria, su recreación y expresión en los espa-
cios nuevos, preferentemente de manera colectiva. En resumen, se trata de que los
espacios son construcciones diseñadas a partir de un uso proyectado, una idea que
busca, generalmente, dar satisfacción a una necesidad. Lo que no cabe dentro de un
diseño o en la materialidad de la construcción es el significado que se le va a impri-
mir a partir de su uso que es, eminentemente social. Es decir, lo que no se puede
calcular es el uso social que se le va a dar al espacio. No se puede calcular porque
el espacio es estático, está quieto e inerte. Las relaciones sociales en cambio, son
dinámicas y cambiantes, entonces, no se sabe qué pueda pasar cuando a un grupo
humano de le regala una plaza o una cancha o un camarote al lado de una mina. Son
los habitantes, los grupos humanos los que en sus usos y en la creatividad del dibujo
de sus relaciones los que van a dotar al espacio de sentido, ese fantasma que llama-
mos significado. Lo mágico de todo esto es que si las relaciones sociales inscritas en
un espacio son significativas para una colectividad, pueden ser recreadas en otros
espacios. Los hombres pueden hacer lo que hacían en otro lugar. Me imagino un
grupo de amigos chilotes haciendo un hoyo en la playa Cavancha de Iquique para
cocinar un rico curanto. El nortino que lo pruebe podrá decir a ciencia cierta que
comió curanto chilote. A miles de kilómetros de la isla grande. Entonces, la memoria
guarda los sentidos inscritos en los lugares y puede recrearlos en otros espacios que
cuando se empapen de sentido, se convertirán en sus lugares.
La memoria circula en vida con los hombres y mujeres como una herencia
incrustada y cuando éstos se sitúan en espacios ajenos, es más fácil echarle mano a
los recuerdos para compartir que hacer borrón y cuenta nueva.

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Nuestro invitado Don Quijote de la Mancha habrá dicho a su amigo Sancho
Panza: «al país que fueres, haz lo que vieres» pero debemos recordar que la memoria
del hidalgo está determinada por la necesidad de olvido. Ya lo hizo con su desde-
ñado origen y seguramente habrá sorprendido a su compañero de andanzas cocinan-
do alguna receta manchega para hacer menos temible la errancia y la lucha contra
los molinos de tan lejanas tierras cuando sugirió tan quijotesca conducta para derro-
tar a la memoria, sin entender a nuestro orate héroe que la memoria es el peor de sus
molinos, porque es invencible.

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120
CONCLUSIONES
NOTAS DE FINAL DE RUTA

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CONCLUSIONES
NOTAS DE FINAL DE RUTA

Hemos recorrido los territorios de la memoria hasta dar con sus lugares de
junta en la sobremesa del tiempo transcurrido. Nos hemos abocado con ahínco a
conocer a los hombres y mujeres que hicieron el cerro con sus casas y camarotes, con
sus instalaciones verticales. Quisimos hacer de nuestro viaje una pregunta recurren-
te, una duda mineral, una huella sin más luz que la palabra viva de los mineros y
sus familias. Al final de la ruta, un aprendizaje apenas pertinente frente al abismante
medio siglo de auge de Sewell, un resumen de la memoria que obstinada se vuelve
enemiga del olvido para asomarse en otra ciudad y sus lugares.
Sewell en Rancagua es la constatación de la persistencia de la memoria. Busca-
mos hacer el recorrido con sus habitantes desde el territorio cordillerano de sus
instalaciones cuando se juntaba con la vida familiar y las escalas eran testigos de la
conformación de las cofradías mineras, de las alianzas de amigos o del nacimiento de
relaciones que al tiempo fundaron familias. Las familias hoy, vuelven en los tours a
reconocer los lugares de la memoria. Allí, reviven los sonidos y olores vívidos de un
pasado que se incrustó porfiado hasta mutar en presente y apostar a ser futuro. Una
relación importante de ir y venir en los materiales de la historia que se despliegan
en Rancagua en forma de construcción de ciudad compartida con lugares comunes

123
en espacios cruzados, con desplantes emotivos de una identidad forjada en la cordi-
llera y que se manifiesta hoy como antaño en el fortalecimiento de las organizaciones
que la sustenta. Con toda razón podemos hablar de la identidad sewellina como un
complejo que se expresa en lo público ante una ciudad que la acoge, una identidad
que se sustenta en más de cien años de historia y que se reproduce con la transmi-
sión de sus valores a las nuevas generaciones. Una imagen potente es la muestra en
mano alzada de las cédulas de identidad de inscripción Sewell, como muestra de la
institucionalidad innegable de su origen, historia y desarrollo.
La fortaleza de la transmisión de los rasgos identitarios descansa en la familia
donde la mujer recorre un camino histórico desde la dependencia económica, social
y cultural respecto del hombre trabajador, a ser la responsable de la ocupación de los
nuevos espacios. La mujer sintió cada huelga, cada tragedia y cada acto de invisibi-
lización como insumos de fortaleza familiar. Hoy, está presente de manera impor-
tante en la organización social, tiene un lugar de preponderancia en la reproducción
de la identidad porque sabe de la movilidad en los lugares y desde la importancia
de la historia, replica la cultura sewellina en la mesa familiar. Las relaciones de
género, un día diseñadas por la dirección, luego determinadas por la configuración
de lo masculino en la relación del trabajo con lo residencial; tienen su vuelta de
mano en la soberanía de los espacios rancagüinos aunque los bastiones de hegemo-
nía masculina se mantienen como referentes de su origen. Sin embargo, hacia las
nuevas generaciones podrán aceptarse cambios porque sabemos que las relaciones
identitarias son expresiones de una cultura dinámica y cambiante. Rancagua obliga
a reproducir pero a reformular también los rasgos de la identidad minera.

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Con todo, hay un relato importante que entrega saberes fundamentales. Estos
saberes han sido el sustento de nuestra búsqueda y en ella nos encontramos con
muchos e históricos amigos y amigas, ellos y ellas nos premiaron con sus recuerdos
sentados en los sillones de la historia, ahora, con puntos de vista y análisis acerca de
lo que vivieron y construyeron como colectividad. No se pueden negar, no se pue-
den esconder los pasajes estrechos y las escaleras, las luces de fuego en la cordillera
nevada, la vistosa muchedumbre a la llegada del tren, el despojo del desarraigo y la
incomprensiblemente lejana vecindad que les devolvieron en Rancagua. Sin embar-
go, la historia como producto de la construcción humana, es el reflejo de los actos y
el resultado del devenir colectivo donde cada uno aportó para hacer de la identidad
sewellina una valiosa herencia lejos cada día de la entropía mortal. Ellos buscan el
desequilibrio del ruido en sus festejos y desfiles, conmemoraciones y reuniones de
planificación, pues lo que queda puede que sean cien años más de devenires con las
bases sólidas de un origen perpetuo.

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ANEXOS

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PERFIL DE ENTREVISTADOS

A continuación se presenta una muy breve descripción de las personas que partici-
paron en las diversas entrevistas individuales, que se realizaron en la ciudad de
Rancagua, Machalí y Rosario, en los meses de septiembre, octubre, noviembre y
diciembre del año 2010. En total se realizaron 21 entrevistas, 9 mujeres y 12 hombres.
Ana Luisa González: Nació en Rancagua, se fue a Sewell en 1961, vivió 18 años en
el campamento, todos sus hijos son nacidos en Sewell. En la actualidad reside
nuevamente en Rancagua.
Benjamín Araya: 62 años de edad. Vivió en Sewell. Trabajó en la mina desde 1948
hasta 1999. Participó activamente en las Brigadas San Jorge y Sociedad de So-
corro Mutuo, en el campamento. En la actualidad reside en Rancagua.
Berta Araya: Nació en Coya, donde vivió hasta los 7 años al ser trasladada a Sewell,
donde trabajó en las escuelas del campamento como profesora auxiliar, se des-
empeñó también en labores de catequismo desde los 9 años. Se mudó a
Rancagua el año 1971, a la edad de 21 años.

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David Chávez: Nació en Sewell y vivió por 25 años en el campamento, tiene 66 años
de edad. En la mina realizó trabajos de construcción y mantención. Estuvo
ligado al deporte, principalmente al basquetbol. En la actualidad es miembro
de la Directiva de la Asociación de Trabajadores Pasivos El Teniente y Adulto
Mayor.
Gustavo Herrera: 72 años de edad. Vivió en Sewell por 10 años (1962-1972). Desarro-
lló trabajos de jornal y llegó a ser Jefe de Turno de Ferrocarril. En la actualidad
participa activamente del Círculo Social Sewell.
Héctor Vargas: Nació en Sewell en 1946. Trabajó 35 años en la mina El Teniente.
Vivió en el campamento hasta el año 1971. Actualmente reside en la ciudad de
Rancagua.
Horacio Maldonado: En la actualidad es Coordinador de Extensión de El Teniente,
cargo que ocupa hace 28 años. Trabajó en Sewell por un largo periodo de
tiempo, además participó en la Directiva del Sindicato Sewell y Mina.
Laura Aravena: 54 años de edad. Vivió con su familia en Sewell desde 1956 hasta
1973. En el campamento ayudó a sus padres con el negocio familiar. En la
actualidad reside en Rancagua.
Lucy Monsalve: Nació en Sewell el 28 de diciembre de 1945. Vivió, estudió, contrajo
matrimonio y todos sus hijos nacieron en el campamento. Dueña de casa. En la
actualidad reside en Rancagua.

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Manuel García: Trabajó en Sewell y vivió en La Junta como supervisor en el área de
Ferrocarriles. En la actualidad reside en Rosario.
Manuel Ortega: Hijo póstumo de la Tragedia del Humo. En la actualidad reside en
la Población Viudas del Humo.
Manuel Pino: Nació en Codegua, comenzó como obrero, llegando a ser Jefe en el
área de Ferrocarriles. En la actualidad es presidente de la Asociación de Traba-
jadores Pasivos El Teniente y Adulto Mayor.
María Inés Rojas: Vivió en Sewell su niñez, hasta que llegó a Rancagua con el
traslado del Plan Valle. En la actualidad reside en Rancagua.
Mario Machuca: Nació en Sewell, 64 años de edad. Vivió en el campamento hasta el
año 1973. Trabajó como Supervisor de Área Instrumentación, además de perte-
necer al Club de Eléctricos. En la actualidad es Presidente del Círculo Social
Sewell.
Marta Hidalgo: Vivió junto a su esposo e hijos en Sewell por cerca de 2 años. En la
actualidad reside en Rosario.
Norma Araya: Nació en Coya. Vivió en Sewell desde 1954, donde fue trasladada con
su familia cuando tenía más o menos once años. En el campamento se desem-
peñó como catequista en la parroquia. Actualmente vive en Rancagua, donde
se radicó a comienzos de los 70.

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Norma León: 61 años de edad. Vivió en Sewell entre los 1949 y 1966. Participó
activamente en las actividades sociales que se realizaban en el Campamento. En
la actualidad vive en Rancagua.
Osvaldo Salazar: Nació en Sewell. 81 años de edad. Vivió en el campamento hasta
1973. En la mina comenzó como obrero y llego a ser empleado, además de
dirigente sindical. En la actualidad es guía turístico en el Campamento de
Sewell. Reside en Machalí.
Siguifredo Henríquez: 67 años de edad. Trabajó en Sewell como maestro de mina,
tuvo una activa participación en los sindicatos y en los movimientos católicos.
En la actualidad participa en la Asociación de Trabajadores Pasivos El Teniente
y Adulto Mayor.
Susana Tapia: Hija de padre y madre sewellinos. Nació en el campamento, donde
vivió entre los años 1954 y 1967. Su padre fue supervisor en la mina y su madre
trabajó como ayudante de dentista. En la actualidad reside en la ciudad de
Rancagua.
Viggo Poulsen: Vivió en Sewell desde los 5 años, hasta el año 1978. Tiene 64 años
y actualmente reside en Rancagua. Trabajó en los Departamentos de Talleres y
de Seguridad.

132
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Archivo fotográfico Codelco Chile – División El Teniente.

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SEWELL EN RANCAGUA.
LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA
fue impreso en los talleres gráficos
de MOSQUITO Comunicaciones Ltda,
fono: 2812064
correo electrónico: mosquito@manquehue.net
en el mes de febrero de 2011
Se imprimieron 500 ejemplares.
en papel Bond Ahuesado, 80 grms.
portada en Couché 300 grms.
En la producción participaron:
Claudia Yáñez Armijo, Luis Aguayo Cornejo
Luis Valenzuela Lillo, Marcelo González García
autores de los textos
Cristian Cottet, dirección editorial
Juan Loyola, coordinación técnica
Javiera Carrillo, administración y ventas
Raimundo y Magda Cottet, situaciones poéticas
Julio Sasmay, relaciones internacionales.

Se agradece la colaboración prestada por


los señores Francisco Musso,
Dinko Pavlov y Alejandro Fuentes.

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