Está en la página 1de 122

Gabriel Cebrián

© STALKER, 2007.

Info@editorialstalker.com.ar

www.editorialstalker.com.ar

Foto de cubierta: Cratilo, por el autor.

2
Homo dialecticus

Gabriel Cebrián

Homo
dialecticus

3
Gabriel Cebrián

4
Homo dialecticus

El destino o Dios juega con nosotros más bien


concediéndonos lo que ambicionamos con tanto des-
velo.
Abel Posse

Filosofía, s. Camino de muchos ramales que


conduce de ninguna parte a la nada.
del Diccionario del diablo,
de Ambrose Bierce

5
Gabriel Cebrián

6
Homo dialecticus

Prólogo

Dicen por ahí –desconozco si tal referencia


procede de una fuente concreta o se inscribe en esa
entelequia que suele definirse como “saber popular”-
que el paso que más cuesta dar es el primero; así que
aquí estoy ejecutándolo, ignorante respecto de si me
espera suelo firme o tembladeral, o tal vez una super-
ficie móvil que, cual si yo estuviese descendiendo de
un vehículo en raudo movimiento, dará por tierra con
mi humanidad. O con mis ideas, que parecen ser, a ul-
tranza, la misma cosa. La capacidad de idealización
es lo que nos hace humanos, dicen por ahí, y vuelvo a
caer en la duda que entre guiones acabo de consignar
en el mero principio de este párrafo, elíptico e indife-
rente a sus centrífugas pretensiones. De todos modos,
me importa un pijo. El concepto de propiedad inte-
lectual me resulta algo esquivo, si vamos a considerar
que el derecho de posesión sobre una cosa se apoya
en supuestos, al punto que no puedo llegar a determi-
nar si los cubitos de queso a mi frente son eso o fre-
cuencias de onda aglutinadas efímeramente en un in-
conmensurable espectro de supercuerdas vibratorias.
Claro que deberé pagar en metálico por ellos, si no
quiero que la empirie me llame a reflexiones más pe-
destres, aplastando mi nariz a través de un conglome-
rado de materia-forma que no es preciso ser Parméni-
des para determinar que tal fantasmática configura-
ción no es otra cosa que la mano del bolichero apreta-
da en contundente puño. El fuego trascendental pro-
duce lo diverso, que luego de su periplo existencial
7
Gabriel Cebrián

vuelve a transformarse en él, como el oro en mercan-


cías y viceversa (Heráclito dixit, ya que viene al caso
y de presocráticos se trata).
En fin, y aunque lo que estoy intentando es e-
laborar un texto literario, no puedo evitar formular un
primer axioma: existe un universo físico y un univer-
so mental, juicio que más que axiomático parece ser
perogrullesco; y qué mejor apodíctico que una pero-
grullada, digo yo, para asentar este primer pie rebo-
sante de taras cartesianas. Ahora bien, ya asentado mi
pie derecho sobre esta ínsula indubitable aunque por
demás escueta, se presenta el primer problema, que
para colmo amenaza con agigantar el marco de incer-
tidumbre al abrir un inmenso abanico de posibilidades
de tipo estructuralista, o cibernético, o sistémico –sin
entrar a dilucidar si estas modalidades de pensamien-
to son el mismo perro con distinto collar o hasta dón-
de se superfetan sus alcances-; el frío escalpelo tratan-
do de ejecutar autopsias sobre organismos no sola-
mente vivos aún, sino que, para colmo, jamás se que-
dan quietos. Todo esto para definir el plano en el que
se irán desarrollando los sucesos que de alguna forma
narraré1, con la exclusiva y excluyente finalidad de

1
Aunque mejor debería decir “transmitiré”, porque na-
rración sería si tales hechos, reales o ideales, hubiesen tenido lu-
gar en el tiempo y forma que nuestra experiencia ha aprendido a
considerar válidos, según se respectan al sujeto; y héte aquí que
otra vez el sujeto responsable de tales imaginerías, afortunada-
mente, vuelve a resultarme esquivo.

8
Homo dialecticus

complacer a mi ego, del que nunca sabré si es alter o


a secas.
Ya ven, demasiadas dudas y casi ninguna cer-
teza... qué mejor caldo de cultivo para la patraña (filo-
sófica, estética, literaria o la que fuere). Tan así, tan
confesa es la impronta solipsista que inspira este in-
cipiente dislate, que incluso llegué a pensar en titular-
lo Me cago en el lector; y si tal denominación fue fi-
nalmente desechada, solamente lo fue en función de
no bajar tanto el tono (aunque seguramente habría re-
dundado en mejores resultados de índole económica,
y uno no negocia la nobleza sino hasta que la paga
resulta suficiente para desarticular tan excelsos princi-
pios).
Así es que hoy, 27 de Marzo de 2006 –fecha
tan imprecisa como los calendarios cuya invocación
pretende dar precisión a lo que jamás podría tenerla-,
he venido a la calle La Merced de la vieja Ensenada
de Barragán, a beber Campari y comer algunos dadi-
tos de queso como antaño, en el viejo bar La Marina,
el que no sé si aún existe pero eso tampoco importa,
para el caso. Es el escenario ideal, y ya. Y ello por va-
rias razones: la primera y principal, porque las locali-
dades portuarias por lo general me deprimen, espe-
cialmente Ensenada; y la depresión funciona siempre,
inexorablemente, como catalizador de talentos litera-
rios incluso para quienes carecen de ellos. La segun-
da, y última que voy a consignar, por cuanto para
muestra sobran dos botones, es porque en los bares de
La Plata conozco mucha gentuza, tanta que es capaz
de estorbarme aún en los planos mentales en los cua-
9
Gabriel Cebrián

les pretendo dirimir este desafío; y si creen que es és-


te un extremo alocado, pues bien, deberían estar en
mi cabeza para ver los líos que me hago para desem-
brozar lo que tiene lugar en el mundo consensuado
con mis congéneres y lo que es parte de mi imagina-
rio, del cual sospecho que no es tal2 y que irrumpe u-
na y otra vez en cuasirrecuerdos que alientan una con-
fusión muchas veces atractiva, pero siempre inquie-
tante, por cuanto el deterioro paulatino e inexorable
de mi sistema nervioso amenaza con refundirlo todo
en el limbo de la demencia senil.
Así pues, manos a la obra. Pero antes, permí-
taseme otra digresiva salvedad, incardinada en este
discurso que parece constituir una única e hipertrofia-
da digresión, atinente a la característica formal del
mismo: lo que pueda parecer afectación, grandilo-
cuencia, retorcimiento, efectismo, presuntuosidad, fi-
leteado, barroquismo, etcétera, no es sino producto de
mi impronta personal y natural, la que he sofrenado a
lo largo de muchos engendros literarios en función de
pruritos tanto comunicacionales como de imagen per-
sonal (incluyendo también algunas taras más espurias
y por ende más difíciles de confesar, como por ejem-
plo ciertas ambiciones de popularidad, resabios de un
ego que sospecho me precipitará finalmente en los a-
vernos tan temidos de la inconsistencia espiritual).
Aquí estoy, entonces, enmarcado en el recuer-
do del viejo bar La Marina y bebiendo un afortunada-
mente no tan imaginario Campari acompañado por u-
2
Ello, estableciendo un oportuno paralelismo con nuestra samsá-
rica visión del cosmos, claro está.
10
Homo dialecticus

nos cuantos y sí ilusorios daditos de queso, sentado


frente al largo mostrador y de espaldas al amplio sa-
lón en semipenumbra. Hacia mi derecha, y en un es-
pacio aún más oscuro y sin mesas, en la parte trasera
del mencionado ámbito, están, ociosas como siempre,
la máquina de pinball y el polvoriento billar-gol. Y
dando vueltas y vociferando a la concurrencia entre
babas, el simpático enano con síndrome de down y
héroe local, bastonero de la célebre comparsa Echale
tabaco al pito. Tal vez sea un marco más adecuado
para un artista plástico que para un escritor, me digo,
mientras imagino que sería un buen punto de partida
para los bocetos de un Goya, por ejemplo. O cuando
menos para un escritor de sesgo más expresionista.
Pero bueno, sustentándome en el amplio panorama
estructural que suele dejarse librado al lector, es mi
sugerencia que éste último tenga a bien esforzarse en
tal sentido. Tómela o déjela, es su problema; como ya
he consignado, un compacto mojón de Damocles pen-
de sobre su entrometida mollera. I’m in this only for
the sake of joy.
Un par de pibes de unos siete u ocho años i-
rrumpe ruidosamente en el boliche, provocando la in-
mediata reprimenda del barman. Ya más sosegados, se
quedan cerca de donde me encuentro, por lo que no
puedo evitar oír el diálogo que transcribo a continua-
ción:

-¿Tenés plata para comprar una ficha para el


pinball?

11
Gabriel Cebrián

-No. Mi papá me tiene castigado. Dijo que no


me iba a dar ni una moneda por dos semanas.
-¿Por qué te castigó? ¿Qué hiciste?
-Nada, solamente corté un poco el guardapol-
vo con mi tijerita.
-¿Estás loco? ¿Por qué hiciste eso?
-No sé, me dieron ganas –dicho esto con el
en-cogimiento de hombros correspondiente.
-No, pero eso no se hace, tiene razón tu papá.
¿Vos sabés lo que cuesta un guardapolvo? ‘Tá bien,
te lo da el gremio. Pero el gremio hay que pagarlo, y
bien que te cobra...

Luego de reír para mis adentros de semejante


disquisición final me inmiscuyo en su diálogo, y lue-
go de hacer que el iconoclasta escolar me prometiese
que no reincidiría en sus atentados, les compro un par
de fichas. Bien lo valía la demostración de conciencia
socioeconómica que la joven generación parecía os-
tentar. Aunque fuese reiteración de paternales argu-
mentaciones, la claridad de su conceptualización de-
mostraba una singular capacidad interpretativa, la que
seguramente tendría que ver con una sofisticada ela-
boración de respuestas de conducta a pulsiones instin-
tivas primarias. Watson y Freud girando en el aire co-
mo caras de una misma moneda, cuyo azaroso periplo
aéreo quizá pueda resumir el resto de escolástica psi-
cológica hasta llegar a la recepción palmaria que defi-
ne las cuestiones en digital resolución, en ese cara o
ceca maniqueísta que ha venido a transformarse en
soporte tecnológico compendiador de la suma del co-
12
Homo dialecticus

nocimiento humano. El proceso de cerebralización de


pronto exigió ortopedias neurológicas, y así, a imagen
y semejanza del órgano procesador de información de
los ingenieros que lo desarrollaron, el tejido ciberné-
tico ha llegado para constituirse en heredero de la
conciencia en tiempos de desequilibrio climático.
¿Nos recordarán las máquinas inteligentes, en un fu-
turo no muy lejano, como los demiurgos orgánicos
que ejecutaron esta nueva creación? ¿Nos honrarán
como a dioses, o por el contrario, seremos considera-
dos como un eslabón particularmente débil de la ca-
dena evolutiva? Vaya uno a saber, me digo, mientras
acabo mi copa y pienso que ninguna tecnogénesis val-
drá el estallido de placer que experimentan mis papi-
las ante el contacto con el amargo aperitivo. Cheers.
-To your health, godforsaken old man –dice
alguien a mi lado mientras apronta un taburete al es-
taño, y no necesito volverme para saber de quién se
trata, ya que conozco a una sola ¿persona? en el
¿mundo? que puede responder a mis pensamientos.
-Llegás tarde.
-No, llego justo a tiempo. Si tengo una virtud
es ésa, la de llegar justo a tiempo.
-Hace bastante que no nos vemos.
-Eh, qué pasa, ¿de viejo te me estás viniendo
puto?
-Siempre el mismo pelotudo.
-Según tu lógica, que yo sea un pelotudo es tu
exclusiva responsabilidad. Aparte vos me llamaste,
como siempre sucede. Yo sigo mi camino y no te jo-
do, pero cada vez que no sabés sobre qué carajo escri-
13
Gabriel Cebrián

bir, ahí está el buen Cratilo para sacarte las castañas


del fuego. ¿O me equivoco?
-Dicho así... pero mirá, podría escribir ahora
mismo una veintena de cuentos pedorros de esos que
sugieren y no dicen nada, o ponerme a estudiar un po-
co sobre cualquier logia medieval y desarrollar pava-
das pretensamente revisionistas para que toda una
multitud de imbéciles se sientan intelectuales durante
algunos días, los que les dure su lectura.
-Estás hablando de esas chorradas de templa-
rios, y esa mierda, ¿verdad?
-Olvídalo. De sólo pensar en esa estofa me
pongo de mal humor.
-De peor humor, dirás. Por lo que puedo per-
cibir, estás tirado como perejil en maceta...
-Bueno, algo de eso hay, pero no viene al ca-
so.
-¿Cuál es el caso? Quiero decir, ¿para qué me
convocaste?
-Seguramente no fue para que hagas preguntas
estúpidas. ¿Para qué te parece que puedo haberte con-
vocado, a ver?
-No lo sé. La última vez fue para viajar a Ba-
hía Blanca con una comparsa de fantoches que termi-
nó en cualquier verdura. Aparte pensé que ya había
zafado, de vos. Cuando me enteré que habías estado
publicando, firmando libros en la Feria Internacional,
etcétera, supuse que te ibas a olvidar de los viejos
compañeros de trapisondas que nunca te generaron
rédito alguno en ese sentido. Pensé que te habías a-

14
Homo dialecticus

burguesado, bah; aunque siempre fuiste un burgués, y


bastante pequeño, por cierto.
-¿Acaso pensás que la pinche alegría resultan-
te de haber dejado de ser inédito pudo haberme modi-
ficado en algo?
-Y, tratándose de vos, qué sé yo... sí.
-Pues te equivocás. Y feo.
-Como te equivocaste vos al titular el refrito
de calamidades ése, al que pretensiosamente llamaste
Pasos hacia una entropía del lenguaje. ¡Qué chabón!
Con ese título lo único que podés atraer son lingüistas
trasnochados y confundidos, que al comprobar que se
trata de un conjunto de historietas cosidas con glosas
de un carácter epistemológico absolutamente deliran-
te, deben haberse sentido estafados, y creo que con
pleno derecho.
-Sos un hijo de puta. Revolvé el puñal, dale...
-¿Qué pretendés? ¿Qué te adule?
-Tal vez no fue buena idea convocarte.
-Desde mi punto de vista, seguro que no lo
fue. Pero acá estamos. ¿Cómo sigue?
-Segunda pregunta pelotuda. Si lo supiera, te-
né por seguro que no iba a enfrentarme con tus ridí-
culos sarcasmos.
-Ahá. Puedo hacer lo que quiera, entonces...
-Siempre que mantengas un cierto nivel, claro.
La cosa es así. Show must go on, ¿you know what I
mean? Y no me están quedando ni tiempo ni ganas de
continuar fabulando historias inconducentes. Necesito
algo real.

15
Gabriel Cebrián

-Y para eso me llamás a mí, que según me has


dado a entender, soy sólo un mero producto de tu i-
maginación... la verdad, no te entiendo muy bien.
-Hay que ser pelotudo... mirá, loco, el criterio
acerca de lo que es real o no me es cada vez más es-
quivo, gracias a dios o a san puta. Tal vez te suene a
patraña, o te dé por pensar que estoy haciéndome el
héroe, pero te juro que las únicas veces que creí tener
certeza de que estaba en un ámbito real, manteniendo
diálogos reales, con personas reales, fueron cuando i-
ba a visitar a mi amigo Juancho a la Sala Korn del
neuropsiquiátrico de Melchor Romero.
-Tal vez deberías internarte allí. Seguramente
podrías garrapatear sandeces a tus anchas, incluso. Y
también me darías oportunidad de ir a visitarte y ex-
perimentar algo parecido.
-Noto cierta animadversión de tu parte. ¿Aca-
so estás molesto por algo en particular?
-No... o sí, tal vez sea lo que ya te insinué, que
me vengas a buscar nada más que cuando necesitás
algo. Yo sé que no somos amigos, y tampoco espero
una consideración especial de tu parte –la que de to-
dos modos no me reportaría gratificación alguna-, pe-
ro entiendo algo moralmente reprochable el hecho de
utilizar a la gente del modo en que lo hacés, ¿viste?
-¿Qué puedo hacer por vos, entonces?
-Pagarme una copa, por ejemplo, que me tenés
a pico seco.
-Está bien, no hay problema. Tomá lo que
quieras. ¿Me vas a hacer el aguante, entonces?
-¿Acaso tengo alternativa?
16
Homo dialecticus

-No, pero tenés mi respeto, mi reconocimiento


y mi gratitud eterna.
-Me quedo con las copas. Andá, seguí con tus
lecturas públicas, tus remilgos pseudointelectuales y
tus correciones de pruebas. Y dejá el cuaderno y la la-
picera para los que nos pelamos el ojete en el asfalto
para darte material con el que payasear solemnidades.
Andá, te dije, y acordate que cuanto más viejo cabrón
y presuntuoso te vengas, más voy a despreciarte.
Aunque me vea obligado, como ahora, a echar leña en
la hoguera de tus fuegos fatuos.

Me parece un buen trato, aún a pesar del sin-


sabor que sus verdades de a puño me han causado.
Así que lo dejo allí, sentado al estaño del viejo bar La
Marina, con mi cuaderno y mi lápiz; y con mi vaso de
Campari milagrosamente escanciado para continuar
siempre lleno. Es lo menos que puedo hacer por él.

17
Gabriel Cebrián

18
Homo dialecticus

Tesis

Metafísica pastoril

El hombre es el pastor del ser

...recuerdo, en tanto bebo unos sorbos de


Campari y voy aviniendome mentalmente a mi nuevo
rol y situación, a este dasein acaso generado gramati-
calmente (y dicho sea de paso, como parece haber
operado la propia creación ex nihilo, principĭum ver-
bālis). Pero un dasein es un dasein, poco importa el
orden demiúrgico que lo haya echado ahí3. ¿Acaso no
es tanto más paradójico, irónicamente objetivo, el
sueño calderoniano que todos los positivismos? Sísí-
sísísí, apresurémonos a asentir, porque el que crea que
está libre de letargo, que arroje la primer legaña. Dejo
una categoría, tomo otra. Recojo una piedra, la miro y
pienso piedra, luego la doy vuelta, la miro y pienso
piedra del otro lado, y llego finalmente al prejuicio
presuntamente sintetizador del lenguaje que me gol-
pea levemente en el hombro derecho y me dice: entre
el ser de la piedra y tu dasein se interpone el concep-
to, y yo me doy vuelta, lo encaro con el brazo iz-
quierdo en jarra mientras junto los dedos de mi mano
derecha apuntando hacia arriba oscilando vertical-
3
Advierto que se abren varios frentes, por lo que voy a tener que
pivotear; y ello me obliga a invocar macedónicamente al amigo
lector capaz de saltar sobre los archipiélagos sintácticos de un
autor a quien no lo apena poetizar en medio de prosaísmos tecni-
cistas, o de lo que fuere.
19
Gabriel Cebrián

mente, y le digo entre lo que me decís y mi capacidad


de abstracción se interpone el concepto del concepto,
y así sucesivamente, y no hay Descartes, Husserls ni
Comtes que puedan quitarme ese nirvánico desprecio
por los conceptos. Entre la realidad y yo existe una
muralla lingüística, pero eso no es nada. El problema
es para los que dan sus blandas cabezas contra los
sólidos ladrillos encadenados en lugar de intentar
saltarla. Y el salto sólo es posible por fuera del tiem-
po y del lenguaje. Y de cualquier otra categoría. Fue-
ra con ellas. O sea, en definitiva, para alcanzar el ser
en cuanto ser es preciso pastorear, denodadamente,
el no ser. Cualquier fakir pelotudo puede dar fe de
que cuanto digo es cierto.

-Güenas y santas –saluda a la antigua usanza


un anciano que acaba de entrar, y ágilmente ocupa la
butaca a mi izquierda. Luce bombachas de grafa muy
gastadas, de un gris arratonado, camisa a cuadros que
alguna vez habrán sido negros, pañuelo al cuello y al-
pargatas desflecadas. Tiene pelo corto canoso, al i-
gual que la descuidada barba. Pide una caña barata, y
cuando se la sirven saca un cigarrillo liado a mano, lo
chupa y luego lo enciende con un fósforo de papel,
haciendo reparo con la mano izquierda como si aquí
dentro hubiese viento. Sorbe un trago de licor, fuma
escupiendo la mayor parte del humo por las comisu-
ras e inhalando sólo un poco, sorbe de nuevo y humea
otra vez. Luego se vuelve hacia mí, me escudriña con
descaro, mira el cuaderno y la birome a mi frente y
pregunta:
20
Homo dialecticus

-¿Acaso ej usté un pueta?


-No –le respondo, y, con la intención de ver
hacia dónde conduce este incipiente diálogo -a sa-
biendas de que la realidad suele corroborar metalógi-
camente mis intuiciones- añado: -Intento filosofar.
-Ah, pero usté, mocito, es demasiáo joven pa’
filósofo –responde convencido, dando toda la impre-
sión de saber de lo que está hablando.
-¿Le parece?
-No me parece, estoy siguro. ¿Di ánde va’sacá
esperiencia pa’ andá diciendo qué es y qué no es y
qué está bien o está pa’ la mierda?
-¿A usted le parece que la categoría tiempo
puede ser tan determinante?
-¡Pues claro! –Supongo que entiende el senti-
do global de la pregunta, porque precisamente mi ex-
periencia, larga o corta, tiende a demostrarme que al-
gunas nociones finas sólo resultan accesibles a quie-
nes respetan mínimamente los cánones del buen ha-
blar (cosa que no los hace más sabios, sino que gene-
ralmente resulta todo lo contrario).
-Por eso le digo, estoy intentando. Ensayando
para cuando llegue a viejo, si tengo la suerte de llegar.
-Ah, güeno, ansí sí, pues. Siga nomá, pratique,
pratique, así cuando le iega el saber está preparáo pa’
contarlo. Porque hay dos clases de sabios, ¿sabe?
-Ah, ¿sí?
-Sí, los sabios que cuentan lo que saben y los
que se lo guardan pa’ eios solos.
-¿Y usted cuál clase de sabio es?
-¿Quién le ha dicho que soy sabio?
21
Gabriel Cebrián

-Vamos, hombre, eso salta a la vista…


-No me venga a sobá el lomo porque ansí la
cosa va’ andar mal, mozo. No se haga el vivaracho
conmigo porque no sabe con quién se está metiendo,
pues.
-No me hago el nada, mi amigo, y tenga mano
que no soy conocido por manso. Yo no aprendí a bai-
lar para no recular, vea.
-Por ái me va gustando, mozo. Soy Benigno
Pajón, filósofo criollo y cuchillero. Filósofo más por
lo filoso que por lo otro, como mi oficio indica.
-Una especie de Occam, por lo visto.
-¿De qué cosa?
-No, digo por lo de la navaja, pero eso es para
los lectores. Yo soy Cratilo. Cratilo Bermúdez.
-Cratilo, eh… nombre raro, vea. Como un cu-
ñáo mío, que se iamaba Heráclito.
-No joda…
-No, es la verdá, pues. Las cañas quemadas
que noj habremos tomáu con el Heráclito… una vez
terminamo’ viendo a los diablos bailando en el mai-
zal. Flor de salamanca, esa güelta… - y comienza a
canturrear:

Con la diabla en las ancas Mandinga llegó


azufrando la noche lunar.
Desmontó del caballo y el baile empezó,
con la cola marcando el compás.

-Aparte es cantor, parece.

22
Homo dialecticus

-Y, si le digo que no, le miento. Despunto el


vicio ‘e la vigüela, también. No le digo que soy Falú,
pero me acompaño. Soy milonguero, más del palo ‘el
Atahualpa. ¿Y usté? ¿Qué le gusta?
-No, mire, si le digo se pudre todo.
-Sí, me imagino. Por la pinta siguro que le
gusta toda esa porquería del ró y esa mierda de lo’
inglese’…
-Sí, don, me gusta toda esa porquería, pero
mejor hablemos de otra cosa, ¿quiere?
-Y güeno, pa’gusto están los colores, dicen.
Con lo linda que es la naturaleza…

Noto que el viejo deja las frases abiertas, co-


mo flotantes; y ese silencio residual parece confe-
rirles una profunda significación a juicios que en sí
mismos no tienen tanta. Como si dejaran abierta la
tranquera hacia potreros cuya indefinición abre paso a
semánticas difusas, aunque por cierto contundentes.
Verdaderos cotos de caza por demás aptos para dispa-
rar escopetazos ontológicos no viciados de fundamen-
to in res4. Disculpen la recurrencia, pero no puedo
evitar volver un poco atrás –debido a esas asociacio-
nes que operan mientras uno muerde la birome y se
queda pensando en bueyes no tan perdidos- para reto-
mar la idea del verbo como generador cósmico. El
verbo, el habla propiamente, categoría humana si las
hay, con toda certitud ha creado este mundo, y me re-
4
Dudé mucho en graficar con bastardilla el segundo término del
latinazgo, porque en el contexto bien podía estar referido a cua-
drúpedos patrimonios.
23
Gabriel Cebrián

fiero exclusivamente al mundo humano. El otro, el


mundo físico, el teatro en el cual se fueron sucedien-
do las distintas etapas evolutivas, puede o no haberlo
preexistido, según la escuela a la que uno quiera ads-
cribirse, pero a este respecto eso importa muy poco.
El lenguaje crea, configura un mundo, pretendiendo
establecer un orden que finalmente no hace otra cosa
que delimitar una porción del caos y conferirle, de
modo fraudulento, ciertas virtudes trascendentales
que lo hacen aparecer como cosmos (en el sentido de
orden, continuidad y regularidad de los fenómenos
perceptibles). Lo que siguió fue una hipertrofia her-
menéutica, una focalización creciente en la herra-
mienta en detrimento del objeto; instauración del pe-
cado original, del árbol del conocimiento porfírico,
sujeción al tan mentado valle de lágrimas que más
que valle parece ser un gran cañón erosionado por mi-
lenios y milenios de torrentes lingüísticos cebados por
su ineludible impronta autorreflexiva. Y como todo
torrente que se precie de tal, tiende indefectiblemente
a abismarse. Piensen en ello.

-Está todo tragiversado, mire, mozo –dice Don


Benigno de pronto, a cuento de nada, o tal vez a
cuento de la tercera caña que está echando al coleto.
-¿A qué se refiere?
-A todo, vea. Ante’ una cosa era una cosa, y
otra cosa era otra cosa. Ahura es todo lo mesmo.
-Sí, yo tengo una idea parecida, pero me temo
que hablamos de períodos de tiempo diferentes.

24
Homo dialecticus

-¿Y cómo iba’ ser, sino? Iá le dije, usté es jo-


ven, y no tiene esperiencia. Tal ve’ sea muy léido, pe-
ro lo que vale no se apriende con los libro’, no señor.
-Tal vez quisiera hablarme de su aprendizaje,
entonces.
-¿Pa’ qué quiere saberlo?
-Pues para capitalizar su experiencia.
-No, pero eso es algo que no se puede hacer.
La esperiencia es algo personal, mocito.
-Ya lo sé; como bien han dicho por ahí, el ma-
pa no es el territorio. Pero si uno es capaz de interpre-
tar el mapa, conseguirá una gran ayuda para no per-
derse en el territorio.
-Eso estaría güeno si el territorio ése que dice
juera siempre igual, pero el territorio cambia, m’hijo.
Cambia tan ligero que uno no alcanza a cambiar de
monta pa’ seguí recorriendo.
-Oiga, eso que acaba de decir es fantástico.
¿Acaso se lo dijo su amigo Heráclito?
-Le dije que era mi cuñáo, no mi amigo. ¿Y
qué tiene que ver el Heráclito con esto?
-Nada, nada. Sólo fue una suposición.
-Por andar suponiendo estamo’ como estamo’.
-Como sea. Pienso que su experiencia puede
serme de utilidad.
-¿Pa’ filosofar? No creo, mire joven. A lo su-
mo le podrá serví pa’ no meter la pata en algunoj a-
sunto’, o pa’ aprendé a cuereá y carneá ganáu, o
crestiano’, llegáu el caso.
-Y bueno, tal vez sea hora de que vaya apren-
diendo un oficio.
25
Gabriel Cebrián

-Siguro, pué. No sé como la habrá venido a-


guantando hasta aquí, pero lo que sí sé es que con la
filosofía no va’guantá mucho que digamo’.
-Por eso.
-Mire, mozo, no mi ande tirando ‘e la lengua,
porque puede salir pialáo…
Mi primer impulso es decirle que había sido él
quien inició el diálogo, preguntándome si era un
"pueta", pero opto –obedeciendo a un reflejo mental
que me dice intuitivamente varias nociones aconcep-
tuales en una fracción de segundo-, por apostar a la
proverbial verborragia gerontológica. Si Gabriel me
había mandado al viejo payuca éste, algo debía traer.
O sea, más vale que trajera algo. Como yéndome a la
pesca, le dije:
-No, hombre, no se confunda. Yo no le quiero
tirar de nada. De onda, nomás, si quiere me cuenta y
si no quiere, ‘ta todo bien, igual.
-Hay cosas que iá empiezan mal paridas. Y
gente, vio mozo, que arranca pa’la mierda y no hay
forma ‘e enderezarla. No sé si tendrá algo que vé con
esos que miran las estreias, y te preguntan cuándo na-
ciste... ¿astrología, que le dicen? Güeno, eso mesmo.
Capaz, quién sabe... la cosa es que lo primero que
recuerdo es cuando al tata lo picó la víbora. Iá había
ió entráo a este mundo de culo, vea, tan de culo que la
amasijé a la mama en el parto, y nunca la conocí ni en
foto. Ahura eran el tata y el agüelo, y al tata no viene
una yarará que le salta d’entre unaj bolsa’e papa y lo
muerde en el brazo, acá, justo arriba’e la muñeca. Se
hizo un tajo con el cuchiio y empezó a darle al chupa
26
Homo dialecticus

y escupe, vio, pa’sacarse el veneno. Y eso endemien-


tra disponía el sulqui, vio, y el agüelo que a las corri-
das venía con una ristra de ajo, me levantaba en vilo y
me subía pa’viajar a Balcarce en busca de medicina.
Eran varias leguas, no vaia a creé, mozo. Y el tata
empezó a ponerse malo. El agüelo le hacía unas como
cataplasma’ con el ajo y se las ponía en la mordida.
Iegando el mediodía el sol empezó a rigoriar, nomá, y
el agüelo le daba y le daba lonja al cabaio pa’que se
apure. Tengo la imagen del tata acá, entre ceja y ceja.
Mi primer recuerdo es ése, el tata volando’e fiebre,
las gotitas briiantes de sudor en una cara que l’iba
cambiando’e color... pa’cuando iegamos, iá estaba
muerto. La cosa es ansí nomá, que va uno a’cerle.
Entré en este mundo matando a mi madre, y mi pri-
mer recuerdo es de angustia y muerte. Iá ve, mozo,
que sé de lo que le ‘stoy hablando. Cuando uno arran-
ca pa’ la mierda, es al ñudo andar dándole güelta. La
tristeza conseguí sacudírmela, andando por la vida.
Lo que es la muerte, me ha seguío todiiito el camino,
y me espera aiá, a la final. Dende que tengo memoria
la he estáo mirando direto a lo’ojo’, y si hay algo que
no le tengo es miedo. Tal vez un poco de rebeldía,
nomá, y es eso solo lo que me sofrena pa’ que no vaia
y la encare, fierro en mano. De siguro que a la final
vuá perdé; pero no se la va’ievar de arriba, le voy a
descoyuntá unoj cuanto güesos. Palabra.

Bebemos en silencio durante unos minutos,


sumido en sus recuerdos él, y yo sopesando las even-
tuales implicancias de semejante experiencia inicial,
27
Gabriel Cebrián

signada por todos los tópicos propios del pensamiento


existencialista desde Kierkegaard5. Sé entonces que
he hallado una veta desde la cual podría extraer mate-
rial más que apto para contradecir, en fulgurante antí-
tesis, el slogan heideggeriano que abre la presente se-
cuencia. Pero para remachar bien el clavo dialéctico
más me conviene seguir escuchándolo, y no enredar-
me en estos análisis tejidos con fibras hiladas en los
telares de la contraparte. Don Benigno me escudriña
de pies a cabeza, como tanteando el terreno antes de
proseguir con su historia, la que al cabo continúa:

-Risulta que el agüelo estaba demasiáo viejo


pa’l trabajo’el campo, ansí que el patrón se trajo un
puestero nuevo. Pero le dio lástima echarno como pe-
rro, y nos dejó viví’ en un rancho ieno de pulga y ga-
rrapata, y también sacá’ algo de la quinta pa comé. La
mujé del puestero por ái traía algo de carne de oveja,
y a vece una gaiina vieja, siguro la que estaba por mo-
rí, o que iá había muerto, nomá. A la par que ió iba
despabilándome de a poco, el agüelo se iba viniendo
abajo como la iegua de Sosa, que le dicen. Su salú
empeoraba día a día, y ió pensaba, como piensa un
gurí, ¿no?, qué diantres iba a ser de mí cuando él se
juera igual que el tata. Ansí que lo escuchaba, a la
5
Seguramente desde mucho antes, ya que más allá del
desmenuzamiento metódico que estos filósofos pretendieron e-
fectuar, el ser, el tiempo, la angustia y la muerte son nociones
derivadas directamente de ese virus extraterreno sobre el que a-
lertara lúcidamente William Burroughs, esto es, el lenguaje.

28
Homo dialecticus

tardecita, matiando al láo del fogón, contar siempre la


mesma historia. De cómo se había venío de la España
empujáo por la pobreza, junto con los turcos que se
emperraban en acrioiarse y vivían cortándose la mano
con lo’ facone’, pialándose eios solos, y ansí. Y con
los gringo’ inglese, francese y de por ái, que siempre
se la daban de dotor, de sabihondo. Y siempre la güel-
ta a la muerte del tata; se echaba la culpa, decía que e-
ra un viejo choto que no había podido iegar más lige-
ro, y que esto, y que’l otro. Y que no al ñudo Tata
Dios había puesto a la víbora como diablo, que eran
uno’ bicho’e mierda y que como el tata era un santo,
esa’ jué’puta lo habían dijunteáu. Cosa ‘e viejo, de
viejo cansáu y triste. Creo que si aguantó unoj’año sin
entregá el rosquete jue por mí, pa’no dejarme solo.
Pero claro, eso era lo único que podía apriendé de él.
Ansí que cuando tenía sei año, má’o meno, andaba ió
correteando por ái. Como era verano andaba en pata
(en el invierno el agüelo me ponía uno cuero de oveja
atáo con tiento) y me dio por saltá una piedra grande.
Al caer del’otro láu me patiné como chorizo en juen-
te’e loza y me juí de culo. Y lo que sigue capaz no me
lo va’creé, mozo, pero lo tuve como una señal por el
resto’e mi vida: había cáido pisando una yarará, que
si no me picó jué porque estaba a punto de parí, y la
reventé del pisotón. Como a la mama, pero esta vez
sentí que estaba güeno. Las viboritaj estaban ái, des-
parramadas, briiando al sol. Ió era pendejo, pero no
asoleáu, ansí que enseguidita pué entendí que no ha-
bía sido casualidá. Y m’hice rastreadó de víboraj. A lo
primero no encontraba ni una, pero con el tiempo me
29
Gabriel Cebrián

jui haciendo más baquiano. Tenía un fierro largo pa’


ganchearlas, y dispué, de un machetazo limpio, les
cortaba la cabeza. Cada víbora que me comía, dispué
de pelarla y destriparla, ansí asada con sal, nomá,
sentía que lo estaba vengando al tata y también que le
hacía honore’ al buen jesusito, sacando un diablo
d’este mundo.

En eso vuelven a ingresar los pibes a los que


un rato atrás les había dado unas monedas para que
fueran a jugar al pinball, y vienen directo hacia mí.
Uno de ellos me da un teléfono celular –aparatos és-
tos que me resultan totalmente insufribles-, diciéndo-
me que “un señor” les había pedido que me lo alcan-
zaran. Lo tomo, sorprendido, en tanto ellos corren de
nuevo hacia el juego electrónico, lo que hace su-
poner que quien me envía el celular los había ador-
nado con unos pesos por el servicio de entrega en
mano. No acabo de sacar tal perogrullesca conclu-
sión cuando el celular comienza a sonar. La melodía
del ringtone (creo que así le llaman) responde a una
clásica milonga campera. Demoro unos cuantos com-
pases antes de dilucidar cuál botón debo presionar
para establecer la comunicación.
-Hola...
-Decime una cosa, boludo (es la voz de Ga-
briel), ¿quién es ese paisano de mierda?
-Avisá, coloráu, ¿dondé hái visto gaiina ver-
de? –Respondo, con el tono más campechano que soy
capaz de adoptar.

30
Homo dialecticus

-Ah, te hacés el gil, encima... resulta que te


convoco para escribir una obra de vanguardia y me
salís con un Don Segundo Sombra encima melodra-
mático. ¿Estás de joda?
-Mirá, estúpido, me parece que no estás enten-
diendo nada, vos. Y aparte, ¿qué es esta invasión vía
telefónica? ¿No te parece que me tendrías que dejar
trabajar tranquilo y esperar a ver cómo se resuelve el
asunto, antes de ponerte a vigilantear de semejante
manera? Te voy a dejar bien clara una cosa: yo accedí
a hacerte el favor porque justo ahora no tengo nada
que hacer, y porque creí que tenía plena libertad para
escribir de lo que se me dé la gana. Si no aceptás
estas mínimas condiciones, que hacen a mi dignidad y
que además están amparadas por la Constitución,
pues escribí vos las pelotudeces ésas de las que des-
pués te avergonzás.
-Cría cuervos...
-Mejor criar cuervos que codornices que se la
dan de águilas.
-Hablando en serio... ¿creés que le podés sacar
algo potable al pajuerano ése?
-Por si no te diste cuenta, te aclaro que estoy
intentando rebatir -o al menos dimensionar de un mo-
do objetivo- unos cuantos pseudo axiomas del exis-
tencialismo clásico mediante una exposición de he-
chos ciertamente existenciales, a través de una expe-
riencia humana simple y pletórica de entidad. Y no
me hagas hablar mucho porque se me escapa la tor-
tuga.

31
Gabriel Cebrián

-No te hagas problema, el viejo ése tiene me-


nos sutileza que una pila de guano.
-Tené cuidado con lo que decís, a ver si por
ahí se te aparece. No me gustaría estar al otro lado de
la hoja del cuchillo, en todo caso.
-Tratá de meterle acción, o algo verdadera-
mente interesante. Bastante que cuesta aguantar ese
farfullar acriollado que desvirtúa el idioma.
-Qué, ¿te volviste purista, ahora? ¿Es otra de
las imposiciones a las que te somete el stablishment
cultural?
-No, sabés que no, pero viste... parece una his-
torieta del Cabo Sabino, o de Patoruzú.
-Sabía que eras prejuicioso, pero no me imagi-
né que fuera para tanto...
-Bueno, loco, tratá de levantar el nivel o si
no...
-¿Si no qué?
-Nada, que si no me voy a tener que hacer car-
go personalmente del asunto.
-Ah, mirá cómo tiemblo... mirá, te voy a decir
una cosa: ahora estoy entusiasmado, y voy a seguir
por propia decisión, y no por la tuya. Aparte, que que-
de claro que vos me llamás nada más que cuando se
te moja la pólvora, así que no hagas bravatas que es-
tás muy lejos de poder sostener. Sos un pobre perejil
que anda por ahí lamiendo el culo de editores y críti-
cos, fijándote permanentemente para qué lado sopla el
viento para tratar de remontar tu rotoso barrilete de
inconsistencias humanas y artísticas. Hacé el favor,
andá a atender las componendas políticas para acce-
32
Homo dialecticus

der a esa bendita Secretaría de Cultura que tanto te


desvela y dejá al exquisito diletante haciendo el traba-
jo que cuenta, tan ello así que ni siquiera sos capaz de
interpretarlo, enceguecido de codicia y arribismo co-
mo estás.
-¿Algo más?
-Sí, idiota; llamame de cuando en cuando para
que te recuerde lo tarado que sos.

Quiero cortar la comunicación dramáticamen-


te, pero no soy capaz de dar a tiempo con el botón al
efecto. En fin, lamento no haber podido rematar la
diatriba allegro danzante con un finale súbito. Pero no
estuvo del todo mal, ya que me ha permitido esta
suerte de remanso psicodélico antes de volver a enca-
rarme con los rápidos folklóricos que Don Benigno
Pajón debe, casi literalmente, traerse bajo el poncho.6

-Cosa e’mandinga, eso’aparato’e mierda, ¿no?


-Si sigue soltando esos tacos, es probable que
el fulano que llamó venga y me liquide.

6
Quiero dejar expresamente consignado que la sugerencia con-
tenida en este sintagma, ciertamente sospechosa de recursiva, no
obedece en modo alguno a tales improntas; y mucho menos a las
inadmisibles coacciones telefónicas recientemente recibidas. De-
bieran verlo como lo estoy viendo yo, a Don Benigno Pajón, to-
do de gris, hasta la barba, y con ojos profundamente negros, que
miran de modo tal que –como bien parece haber dicho-, ha es-
tado viendo los ojos de la muerte durante largo tiempo. Así tal
vez podrían alentar una magra parte de las expectativas que me
inquietan.
33
Gabriel Cebrián

-¿Qué mi’habla de soltá qué? Mire, mozo Cra-


tilo, dígale al tilingo ése que iama que pa’blar de mí
tiene que venirse y decírmelo en la jeta.
-Conociéndolo, no creo que le dé el gusto, mi-
re. Ni el cuero.
-El cuero se lo viá sacá si sigue rompiendo las
pelota.
-Éso, déle, póngalo en su lugar.
-Si le falta cuero, que frunza el orto.
-Órale.
-¿Y cómo sabe el tilingo éste de lo que habla-
mo’? ¿Tiene cámara, micrófono, o algo, usté?
-No, creo que se trata de algo que lo tengo en
mi cabeza, o en la de él, o... deje, yo me entiendo.
-Había resultáo loco, el potro... ésa es una en-
fermedá... algo frenia, o algo ansí...
-Esquizofrenia.
-Eso, esqui... sofrenia. Se le dice así porque
hay que sofrenarlo, a lo’ loco, ¿no?
-Qué sé yo. Puede ser.
-No, pero lo’ loco’ no andan iamándose eios
mismo’ por teléfono. A no ser que sea esa locura de
ahura, con tanto aparato que inventan... por ái hasta
inventaron teléfono’ para que lo loco hablen entre eio,
o sea, con eio’ mismo’, ¿no?
-Pare, que me va a volver loco.
-No, si iá está. ¿Acaso no se putea por teléfo-
no usté solo? Mire, m’ijito, acá hay gato encerráu.
-Puede ser, Don Benigno, pero le aseguro que
es un minino faldero que ni vale la pena tratar. Siga-
mos con nuestras copas, hablemos entre hombres.
34
Homo dialecticus

-Ta’güeno, si se va’andar haciendo el taura,


pare, que me pongo a temblá y vuá parecé más viejo –
ironizó, levantando los antebrazos y simulando par-
kinson. –Endispué, se cagó muriendo el agüelo; claro,
mucho no iba a durá, envenenada como tenía la san-
gre... pero no le vuá contá mucho porque no interesa,
solo le vuá decí que se jue agusanando en vida, vio...
también, como vivíamo... no era pa’un pobre viejo
enfermo, y estábamo’ negado’ de la mano del Tata
Dios y la de loj hombre. Ahí jui a pará con los cura’.
Que le dan un plato’e guiso pero bien que se lo co-
bran, eh, no se vaia a cré. A vece’ me lej escapaba,
sobre todo a lo primero, y me rajaba p’al campo a ver
si podía cazá una víbora, pero me habían tráido lejo’,
y parecía que por acá no había tanta’. Me cansé de
buscar al ñudo, solo había unaj culebrita’ que hasta
pena daba matarlas, ansí que no me escapé má’. Pero
a falta de víbora’, maté un cura.
-¿Cómo dice?
-No, digo, cuando iá iba pa´los catorce (y si no
me habían echáo iá a patada’ era porque me hacían
trabajá como un burro), me cansé de uno que siempre
me andaba pegando y lo dijuntié.
-Ah, ¿sí?
-Ansí, pué. Risulta que me dió con lo’ nudiios
acá en la crisma, y ió le dije que nu’era mi tata ni mi
agüelo pa´pegarme. ¿Que no? dijo, y me’mpezó a
pegar patada’ en los tobiio’ y me miraba con cara’e
loco asesino. Vo’ so’loco, ió soy má’ loco que vo’, le
dije, y lo cogotié. Igual que a la’ víbora’, na’más que
no tenía machete pa’ descabezarlo. Ansí que tuve que
35
Gabriel Cebrián

seguí apretando, nomá, y no era lo mesmo. Este cura


era grandote y estaba bien alimentáu, claro, como to-
doj eio’. Era pior que un ternero, casi un cojudo, vea,
como se quería zafá’. Ió solo pensaba que si le solta-
ba, me mataba él a mí, ansí que me agarré de ese pes-
cuezo como si me juera la vida (que me iba, ¿no?) El
loco se jue poniendo primero coloráu y dispué azul.
Cada vez tenía meno juerza, y ió le apretaba el cogote
cada vez más, ia que no tenía que evitar golpes ni
nada. Cuando lo solté tiraba pataditas. Las víboras se
mueven más. Es más o menos lo mesmo, matar víbo-
ras, matar curas...
-¿Le parece?
-Y, sí, quiero decir que a mí me da lo mesmo.
Víboras, o gente jodida, me da lo mesmo.
-Ah, gente jodida. No tienen que ser curas,
entonces...
-No, ¿qué calienta que sean curas o no? Apar-
te, hay curas güenos.
-Claro, por eso le decía.
-Así que rajé pal monte y me hice montaraz.
Con la esperencia que tenía, de veras que no me costó
gran cosa. Ió sabía que por ahí a unaj cuanta’ legua’
había un monte tupido, grande y bien salvaje, qu’es
éste que está por aquí nomá, todo por laj’oriiias del
río, claro que por aqueios tiempo’ era más grande,
vio.
-La selva marginal de Punta Lara, dice usted.
-No sé cómo le iaman ahura, pa’ nosotro’ era
el monte, nomá. Mi’armé un refugio de puraj planta’
y madera, bastante cursiento, pero ió iá estaba
36
Homo dialecticus

bastante acostumbráu. No era muy diferente al rancho


en el que se pudrió el agüelo. Lo cierto que por ái iba
a tené agua, podía arreglármela’ pa’pescá y pa’juntá
alguna fruta o baia silvestre, y agarrá algún que otro
animalito’e dios. He comío’e todo, hasta rata’, fíjese.
Pero lo mejó venía con la crecida. Era cuando de vez
en vez podía agarrá alguna yarará, supongo que laj
traían lo’camalote’. Hasta mono’, traían, a vece’. Y
una güelta, hacía poco que estaba por ái, sentí unaj
voce’. Risulta que eran unos crestiano’ que habían
venío a pescá, habían tráido bote y todo. Tardaron un
rato en acampá, armá carpa y eso. Los espié desde el
matorral, esperando que se jueran en el bote, y
cuando se jueron les gané el campamento y m´hice de
ropa de abrigo, salame, queso, vino y, lo mejó. Unaj
cuanta’ caja’e jójoro’. Claro que me cuidaba’e prendé
juego de día, pa’ que’l humo no me juera a delatá. Y
los guardaba pa’ lo’ bicho que me daba un poco de
asco comé crudo’. Como cuatro invierno’ pasé ái en
el monte, escuendío, solo con los animale’ y las
estreia’, y con el fantasma del tata y el agüelo, con loj
que iegué a conversá como si mesmito hubieran estáo
ahí, y capá que estaban, nomá. Quién le dice...
-Quién le dice –repito, como asintiendo, aun-
que no creo que pueda mantenerse individualidad al-
guna luego del descarne, despojado del grotesco halo
de materia en el que se implanta hipostáticamente el
dasein. Esta aglutinación de substancias -que trae a-
parejada la sujeción a determinadas pautas espacio-
temporales rígidas hasta la desesperación existencial-
configura las categorías en las que el agente energé-
37
Gabriel Cebrián

tico se constituye en persona, el que seguramente al


momento de la muerte se diluirá en una suerte de ma-
rea de conciencia, en tanto los componentes orgáni-
cos, de análoga manera, vuelven a diseminarse en la
tierra madre. Pero algo tocado ya por tanto Campari,
y atosigado de lenguajes ajustados a semántica y/o te-
lúricos, voy a permitirme este primer remanso mental
de una eventual serie:

Recreo aleatorio

Aquí, sorteando las dentelladas que las fauces


del infinito arrojan despiadadas e indolentes de huma-
nos albures... ¿acaso no hay un madero gramatical pa-
ra asirse en el naufragio del sentido, en la borrasca
plagada de vórtices hacia inabordables ultramundos?
Peregrino de oníricas vastedades, hago rechinar mis
dientes para validar empiries orgánicas ante los fan-
tasmas de lo indiscriminado, y husmeo secuencias
que estoy muy lejos de poder ajustar a los sistemas
que conciernen a antropomórficas cosmovisiones. A-
quí la filosofía es dinámica, todo se respecta a cual-
quier cosa, y las únicas certezas asequibles responden
a una estocástica de dimensiones escalofriantes, tanto
más cuanto la inexperiencia y la negación sistemática
del tirano exigen asideros ajenos a su ámbito. Es ne-
cesario, por lo visto, entonar un mantra y vehiculizar
así una estructura sobre la cual viajar, aterido de eter-
nidades, cual si fuese una alfombra mágica.

38
Homo dialecticus

¿Es esto poesía?, me pregunto, apostando a


introducirme de lleno en esos universos que el artista
invoca, pletórico de quimeras que le sonríen desde le-
jos, incitándolo a emprender un viaje de dudosísimo
retorno. Puedo habitar, entonces, como un advenedizo
que mantiene un pie en cada estrato, los territorios ve-
dados al común y receptivos sólo a las conciencias
fáusticas. Mas para ello es preciso desnudarse del ser,
y aún extirpar de cuajo la pregunta por el mismo. Para
ser poeta es necesario alcanzar el ser angélico descar-
nado, disparar la conciencia como una flecha incon-
ciente de su télesis, pero plena de irrevocable deter-
minación, hacia el ciclópeo ojo de Brahma, cual es-
permatozoide dispuesto a desencadenar una ontogé-
nesis trascendental. El sueño, la poesía, son sólo pro-
pedéuticas de la muerte. La filosofía solamente un
placebo demasiado ineficaz a causa de su exasperante
obviedad. El ser y el tiempo solamente tienen una re-
solución posible, que es la muerte, adonde se mellan
las navajas mejor templadas. El misterio último y pri-
mer motor dinámico de toda lucubración sujeta a or-
gánicos soportes.

Aquí
berberiscos dialectos pugnan por expiar
la pragmática impronta de originales máculas
allí donde el sueño comienza;
abrevan del silencio potencias desquiciantes,
desvelan una tras otra las cabezas del Cerbero,
atosiguan al sentido en sangrías afásicas
derramadas sobre ídolos de arcillosos basamentos.
39
Gabriel Cebrián

Aquí
el soplo de lo eterno licúa toda humana componenda;
sílfides ideas engarzan con su epifanía
guirnaldas de luces trémulas en la tormenta
y se respectan en fractales prismas,
haciendo añicos el espectro de lo posible,
arrullando ensueños que jamás serán avatar de nada.

Aquí
donde los ecos responden novedades
y el verbo, cual radiación estelar,
expande infinitas polisemias
desde su centro más quieto,
renuevo a mi fantasma
tan infectado de credos y dogmas
y contumaz de metódicas asechanzas.

-Tá güeno, mi amiguito, parece que tiene pasta


‘e filósofo, nomá. Fíjese que cuando piensa pone ca-
ra’e dolor de muela, vea –dice de pronto Don Benig-
no, arrancándome de estos topos uranós en los cuales,
igualito que el propio Platón, no puedo despojarme ni
por un momento de mis taras explicativas.
-Me gustaría saber qué fue de su vida cuando
salió del monte; porque algún día tuvo que salir, ¿ver-
dad?
-Pues sí, m’hijo, claro que salí. Y tal vez no
haya sido la mejó idea que tuve, no señó. Iá dispué de
40
Homo dialecticus

unaj cincuenta luna’ el bicho me’ntró a picá juerte,


vio, y a eso nu’hay con qué darle. Tá bien que me
iame Pajón, qu’eso lo heredé del tata, pero iá estaba
cansáu de darle a la paja. Ansí que empecé a rumbiá
pa’ la Nueva Ior, acá nomá en Berisso, que por a-
queios día’ se ienaba de gente, y podía pasá discreto;
aparte que nu’era el único piojoso que andaba por áhi
pidiendo limosna. Pero como más que la limosna me
interesaba ponerla, siempre me paraba cerca’e los ca-
barés, pa’ver si conseguía que una puta me diera cal-
ce. Pero no. Lo más que conseguí fue una vieja pio-
josa como ió, Carmen, se iamaba, que nomás me la
cogí se hinchó toda, como de alergia, que le dicen, y
me sacó a chancletazos del rancho, diciéndome que
era un sucio, que quién sabía que diantres le había
contagiáu. Y ió que veía la maldición de la víbora,
que concha que se me acercaba salía pa´la mierda,
desde la mama en adelante, pué. Y más entuavía
cuando la conocí a la Enriqueta, la hermana del Herá-
clito, que a lo primero estuvo bien, pero a la larga me
cuerneó y se jué con otro. ‘Tonce me convencí: las
mujere’ eran como las víbora’, propiamente. No al
ñudo la lengua de las ponzoñosas tiene la misma for-
ma que la horqueta de la mujé. En eso los cura’ tenían
razón, vea mozo. Jué la víbora -o la mujé, que es lo
mesmo-, la que lo cagó al pobre Adán como de arri-
ba’e la planta, que así dicen que jué como sucedió.
-Espere un poquito, hombre, no debe ser para
tanto. No está bien que por una mala experiencia...
-¿Qué me viene a hablá usté de esperiencia,
mocoso? ¿Acaso no dejamo’ claro que la esperiencia
41
Gabriel Cebrián

estaba de mi láu? ¿O se cré que va a vení un pendejo


a decirme a mí que la’ mujere’ son güena’? Déle, an-
de nomá con esa’ víbora, y va’vé que endispué no va
a serví ni pa’repuesto’e loco.
-Bueno, algo de eso nos pasa a todos, alguna
vez en la vida, pero no creo que siempre tenga que ser
así. Aparte, si les pregunta a ellas sobre nosotros, van
a decirle algo muy parecido.
-Claro, si le va a pedí al aguilucho que le cui-
de los poio’, siguro le va’decí que es güeno, y que no
se va a comé ninguno. Creamé, m´hijo, tordo que se
para en esa horqueta sale desplumáu. Para un laó o
p’al otro; y aunque algún tirifilo se la ande dando de
padriio, si jode con víbora’ tarde o temprano sale pi-
cáu. Y atenti que déso ió se bastante, de laj víbora’
que se arrastran y de las que paren crestiano’.
-Está bien, debe ser como usted dice –me a-
vengo, no quiero entrar en polémicas, y menos cuan-
do no estoy muy seguro de tener razón. Cavilo que
los propios Schopenhauer y Nietzsche estarían en un
todo de acuerdo con Don Benigno, y que generalizan-
do, cualquier hombre masculino que ostente estructu-
ras mentales rígidas debe sentirse intimidado ante la
azarosa configuración mental de la psiquis femenina,
la donna é móbile..., etc. etc. Pero dos interrupciones
operan simultáneamente, dado que Don Benigno co-
mienza a decir que, no obstante lo que acababa de
manifestar respecto de las mujeres, había conocido u-
na que, a pesar de su condición femenina, lo había
salvado de una vida rastrera y miserable. Y no alcan-
za a dar precisión alguna sobre ella, porque vuelve a
42
Homo dialecticus

sonar el teléfono. Atiendo, a regañadientes, sobre to-


do porque siento que la llamada entra justo en un mo-
mento determinante, un punto de inflexión en el diá-
logo. Tal vez debido a ese anhelo muchas veces in-
conciente y casi siempre utópico de hallar alguna vez
la mujer adecuada.
-Hola.
-Mirá, Cratilo, sinceramente me reprimí varias
veces antes de llamarte, hasta que no aguanté más. No
sé si te das cuenta, pero vivís generándome problemas
de todo tipo.
-De tipo social, querés decir.
-Bueno, sí; si querés, decilo así.
-Ya sé, me vas a salir con la cuestión de la
misoginia, y eso, ¿verdad?
-Según todas las encuestas, las mujeres leen
mucho más que los hombres.
-¿Y eso a mí que me importa? Dos cosas, te
digo: la primera, es que las mujeres suelen leer más,
sí, pero leen muchísimas más pelotudeces, libros de
autoayuda, horóscopos truchos, y toda clase de gilada
romántica...
-Ah, sí, porque los pocos hombres que leen,
leen solamente a Foucault, y los clásicos, ¿verdad?
-Dejame terminar, y no recaigas en sofismas.
La otra cosa que te quería decir, es que si querés a-
segurarte el mercado femenino, buscate un alter ego
puto, o hacete transexual (en un sentido físico, digo,
porque mentalmente ya estás castrado, por lo que se
ve). Y ahora levantame cargos por hacerte fama de
homofóbico, dale.
43
Gabriel Cebrián

-La verdad, no sé por qué te sigo aguantando.


-¿Será porque a vos se te licuó la tinta? O en
este contexto, tal vez debí decir la esperma...
-Otra de las cuestiones es ésa, la bajada de ni-
vel que estás mostrando, desde lo formal hasta los
contenidos. Hay veces que me aterra la liviandad con
la que encarás tópicos filosóficos trascendentes, y có-
mo desdeñás pensadores que dedicaron sus vidas en-
teras al estudio de asuntos que vos, descaradamente,
asumís con una falta de bagaje total y encima con un
diletantismo casi adolescente.
-Ah, bueno... justo vos me venís a decir eso, el
campeón mundial de peso pluma.Ya te olvidaste que
te pasaste veinte años tocando, arreglando y hasta
componiendo estúpidas canciones pop sin haber pasa-
do siquiera por la puerta de una escuela de música...
por favor, Gabriel, dejate de joder... y después, ante la
evidencia de tu mediocridad en ese campo, te las diste
de escritor sin los mínimos rudimentos de gracia y
estilo, y eso sin entrar a hablar de profundidad, por
cierto. Sabés qué pasa, que de lo poco que juntamos
entre los dos, yo por lo menos no malgasté mi parte a
cambio de esas prebendas socioculturales que te preo-
cupan tanto. Y disculpame, ¿no?, si lo que te interesa
es desarrollar una obra literaria, no creo que estas dis-
cusiones de entrecasa vayan a aportar algo. A nadie,
sea mujer u hombre, le puede llegar a interesar mucho
que digamos esta mutua exposición de taras.
-Dejame poner en tu conocimiento que mucha
gente, a lo largo de todo el país, sigue interpretando
muchas de mis canciones sin saber siquiera quién fue
44
Homo dialecticus

el que las compuso. Eso es algo, y algo que no tiene


que ver con el ego, en todo caso, es una suerte de sa-
tisfacción transpersonal. A veces con poco se puede
hacer mucho, la simpleza no descarta la belleza, sino
que hasta es capaz de realzarla.
-Del mismo modo, yo puedo argumentar que
la simpleza no opaca la verdad, sino que hasta es ca-
paz de iluminarla. Si ambos odiamos los galimatías,
no sé de qué te estás quejando.
-Yo no hablé de odiar los galimatías. O bueno,
los galimatías tal vez sí, pero no es lo mismo. A veces
el proceso reflexivo requiere una cierta complejidad
de formulación, sin la cual el cacumen queda en el
aire, como sucede con tus pseudo razonamientos.
-Para mí resulta evidente que desde esta posi-
ción humana, enclavada en materia, forma, tiempo y
espacio, el cacumen siempre queda “en el aire” –aun-
que esta locución me resulta poco feliz, tal vez sería
mejor decir sin sustento, o algo por el estilo. Pasa que
recién estoy en la tesis, si no me dejás avanzar, es
como si estuvieras hablando de Hércules observando
solamente su sandalia.
-Tratándose de vos, hubiera sido más atinado
referirte a la sandalia de Empédocles.
-No, ésa es de tu medida. Jamás me atrevería a
disputártela. Si acá hay alguien capaz de incinerarse
con tal de mantener su prestigio, ése sos vos. Pero ya
vez, solos o a dúo, somos incapaces de evitar la recu-
rrencia a anecdóticas inconsistencias. Lo que quería
decirte es que quiero demostrar, aunque más no fuese
en el campo emocional, que el conocimiento trascen-
45
Gabriel Cebrián

dente no puede alcanzarse desde un ánima sobrecar-


gada de esa excrecencia metafísica que supone el
organismo planetario. Y joder, tal vez así toque una
cuerda new age y consiga que varias tilingas compren
tu libro.
Con lo que doy por terminado el diálogo. Sin
apartar la vista del vaso de caña, Don Benigno me
reconviene:
-Mire, mozo Cratilo, o habla conmigo o habla
con el paiaso ése que lo iama por teléfono. Una de
dos. Y asigún ió lo veo, le conviene má’hablá con-
migo, no sé usté que opina...
-Por supuesto que estoy de acuerdo, claro que
me conviene más escucharlo a usted que al idiota és-
te.
-Iá, pero risulta molesto como piojo’e lechuza,
fíjese. Tal vez debiéramos darle un escarmiento, pa’
que se deje’ jodé con tanta patraña.
-Yo preferiría ignorarlo, dentro de lo posible.
Es decir, me gustaría mucho más que me cuente lo
que justo iba a decir respecto de una mujer que cam-
bió su vida en un sentido positivo.
-Tá güeno, pero ésa es una historia medio lar-
ga.
-Por mí está bien, no tengo nada que hacer por
el momento. Si usted dispone de tiempo, me encanta-
ría oír esa historia, por larga que sea.
-Si es su voluntá... pero dispué vamu’a darle
su merecido, al ladino ése que si’anda escuendiendo
detrás del teléfono, pues.

46
Homo dialecticus

-Perfecto, me parece un buen programa de ac-


tividades. Comencemos con el primer punto.
-Si me va’empezá a boludiá como si esto juera
una asamblea, no le cuento nada, mire.
-No, déle, era una forma de decir, nada más.
-Güeno, la cosa empezó cuando la Enriqueta
se la dio de finoli y se jué con un caudiio’e la política.
Al Heráclito (el hermano, ¿se recuerda?) no le gustó
ni un carajo, tampoco, pero cuando me decidí a ir a
reclamarla bien que se cagó y me dejó solo. Ansí que
dolido y boliáu como dice el gaucho Fierro del cres-
tiano enamoráu, agarré y me juí pa’l cabaré ande la
tenían trabajando’e puta, a la estúpida. Me la quise ie-
vá a la juerza, pero vinieron los matone’ y me dieron
una paliza que ni en lo’ mejore’ tiempo’e lo’ cura’ me
habían dáu. Tantito que me dejaron por muerto, vea.
Pero siempre jui duro, sobre todo’e la testa. Me tira-
ron al canal de acá a unaj cuadra’, que desemboca en
el río, vio, y por suerte caí con la narí ajuera’el agua,
que si no no le’staría contando ná de esto. Y ahí mis-
mito jue donde m’encontró ñá Candelaria, una culan-
drera qué no sé cuántoj’año’ tendría, pero parecía que
los tenía tuitos. No sé como hizo, pero de algún mdo
se laj ingenió pa’ievarme a su rancho. Cuando me dis-
perté, me dolía hasta el pelo, vea. No podía ni abrí loj
ojo’ de lo hinchaú que estaban. Pero me di maña pa’
mirá por la rendija. Estaba acostáu en un camastro ca-
si tan piojoso como el que teníamo’ con el agüelo, pe-
ro no importaba. Aparte, iá estaba acostumbráu a eso.
También había virgencitas, corazones de Jesú y tuitaj
esa’ cosa que iá me tenían podrido dende que me pu-
47
Gabriel Cebrián

sieron con loj cura’. Y una jaula con un caburé, bicho


jodido que me miraba que parecía el mismo mandin-
ga. Lo último que me ricordaba eran la’ luce’ que ve-
ía mientra’ los jué puta me daban palo. Y los palo’ no
me dolían, fíjese Cratilo, lo que má me dolía era el
desprecio’e la Enriqueta, si seré asoliáu. Me quise le-
vantá y no pude. Ansí que m’eché a iorá como un gu-
rí. Y endispué a preguntarme quién me había ieváu a-
hí. Los cura’ no podían sé, porque nunca vi a denguno
d’eios viví en un lugá tan pobre como ése, ansí que se
mi acabaron laj idea’. Lo único que podía hacé era
esperá a que apareciera la persona que al parecé mi
había salváu. Y no se hizo esperá mucho. Entró la
vieja, secándose la’ mano’ en un delantal; era bastan-
te alta, tenía una piel escura y unoj ojo’ medio pardo
que te miraban fijo, casi como laj víbora, vea, y la
verdá, no sé si por lo’ palo que me habían dáu o quién
sabe por qué, se me jué todito el coraje y m’eché a
iorá otra vé. ‘Tonce me dijo que me dejara’e marico-
nada’, que no era un gurí y que si no me portaba co-
mo macho m’iba a tirá a la zanja de güelta. Endispué
se acercó, me bajó loj calzone’ y me agarró el bicho,
le tomó el peso con la palma’e la mano y dijo y güe-
no, no es gran cosa pero capá que sirve p’algo. Y me
la empezó a sacudí. Ió no quería sabé nada d’eso, es-
tropiáu como estaba, pero la vieja sabía lo que hacía,
sí señó. Flor de paja, m’hizo, y se lo dice Benigno Pa-
jón, nada meno’, que de eso sabe bastante. Y dispué
dijo La mierda, que tenía afrecho, el mozo, Con
razón se anda haciendo rompé’l alma buscando
puta’. Y se golvió a limpiá laj mano’en el delantal.
48
Homo dialecticus

Endispué se presentó, me dijo qu’era culandrera y que


ahura mi vida era d’eia, porque ió había estáo jugando
un truco con San Pedro y eia me había reclamáu. Me
pareció justo; y risultó ser que dispué de semejante
paja, la Enriqueta iá no m’interesaba tanto. Vio mozo,
cómo son laj cosa’: cuando es pendejo, uno se cré que
está enamoráu y en realidá lo único que quiere es
echarse un güen polvo. Ni bien me jui curando, que
para eso también Ñá Candelaria era güena,
mi’empezó a mos-trá sus oficio’. Lo primero qu’hizo
jué decirme que ió tenía envenená la sangre, y que
hasta que no lej diera el güelto a los que mi habían
maltratáu no iba a podé viví en paz. Ansí que agarró
unoj iuio’, empezó a rezá y a frotárselo’ a un facón.
Dispué me dijo que ahura, con ese facón, naides
m’iba a pisá el poncho otra vé. Y qué quiere que le
diga, me los cargué a loj matones del cabaré, le corté
la jeta a la Enriqueta para que se recuerde de mí cada
vé que se vea al espejo, y gracia’ a esa magia estoy
acá, luego de tantoj entrevero’, con-tándole la
historia. Si no juera por esa magia, iá es-taría viendo
crecé los rabanito’ dende abajo, como quien dice. Y
otra cosa que no le conté, es que Ñá Candelaria era
vieja, sí, pero estaba bastante güena a pesá de la edá.
Y le gustaba darle como loca, ansí que jué de lejo’ la
mejó hembra que tuve, aunque me traía a culazo
limpio tuito el día. Y si el amigo me iegaba a
mañereá, sabía muy bien que hacé y qué iuio’ darme
pa’ponerlo como estaca.

49
Gabriel Cebrián

50
Homo dialecticus

Antítesis

Metafísica brujeril

El hombre es el pastor del no ser

La pregunta filosófica por el origen y por la


naturaleza del lenguaje es en el fondo tan antigua co-
mo la pregunta por la Naturaleza y por el origen del
ser.
Ernst Cassirer

a) El ente no necesariamente comporta subs-


tancia.

¿Acaso un supratrascendental puede estar su-


jeto a burdas manipulaciones de orden conceptual, fi-
nalmente lingüístico? ¿Hasta dónde llegaremos, aún
después de todos los ultraísmos y las vanguardias
gnoseológicas, montados en ese afán de constreñir la
existencia al corset de vocinglerías ajustadas a méto-
dos resultantes de su propia essentia? Existe un orden
natural, por cierto, al que deben acomodarse los po-
bres dasein arrojados a superestructuras cuya comple-
jidad exorbita malamente su endeble oposición neuro-
lógica sustentada por frágiles báculos semióticos. Y
como con fijeza bovina nuestro género ha quedado
obnubilado por el capote -en tanto el estoque pende a-
menazante desde zonas ajenas al señuelo- el desastre
51
Gabriel Cebrián

tarde o temprando sobrevendrá; tanto más si tenemos


en cuenta que los intentos de aprehensión metafísica
ensayados por fuera de la sintaxis acotada y dominan-
te suelen resolverse en fruslerías de patética inconsis-
tencia, y a través de fantoches que pretenden discernir
antiguas sabidurías afónicas sin advertir que el estig-
ma silogístico-inductivo poluciona y finalmente inva-
lida sus ingenuas ponendas, salvo las honrosas excep-
ciones que seguramente existirán, pero que devienen
inoperantes por cuanto el árbol del conocimiento no
crece en la aridez de los desiertos infectados de un
sentido quizá propio para satisfacer instintos –esos ti-
ranos de la carne-, pero que nos deja en ascuas en lo
que atañe a la inmensidad que queda fuera de la bur-
buja analítica. Y creo que éste es el momento oportu-
no para rematar este arduo párrafo con un mantra:
Om.
Tal vez el mundo sea el mandala de Dios, y a-
sí, en concentraciones concéntricas, la creación opere
en emanaciones de corte plotiniano derivadas de ejer-
cicios zen ejecutados según sus niveles en los diver-
sos estratos. En todo caso, parece obvia la influencia
brahmánica en el pensamiento de este platónico en-
vuelto en túnicas tibetanas, en sus ideas trascendenta-
les teñidas de azafrán y ungidas entre ceja y ceja. Pe-
ro ahora resulta que estoy con un experto en chacras y
no en chakras, voto a la anfibología, así que guardo
mis viejas y ajadas pancartas glotológicas, no sin an-
tes advertir que si el lenguaje es –como dijo Heideg-
ger- “la casa del ser”, esto está muy bien para los
agorafóbicos, y ciertamente dan ganas de serlo, por-
52
Homo dialecticus

que los arrabales alrededor de esa casa son muy, pero


muy azarosos.

-Oiga, diga, ¿le molestó que le haia contáu có-


mo me la culiaba a la Candelaria?
-No, hombre, nada de eso; estaba pensando
boludeces, nada más.
-Ah, cierto que usté ej un filósofo.
-Ni tanto, vea. Sólo pienso boludeces de ese
tipo, ya le digo.
-¡Si eso mesmito ej lo que hacen tuitos los
filósofos!
-¿Le parece? –Inquiero, dejando trasuntar de
la propia pregunta algo parecido a una descalifica-
ción, aunque ese no había sido mi propósito.
-Mire, m’hijo –comienza a argumentar de mo-
do que trasunta a su vez que había acusado el aire
descalificador de mi pregunta-, tal vé ió no haia léido
mucho, pero no mi’hace falta comé mierda pa´sabé
que no me gusta. Tuito’ eso’ tirifilo’ que nunca si’han
tenío que ganá la vida y se la pasan mirando por la
ventana, escribiendo pajereadas y tocándose el pito,
no saben ná de la vida, no señó. Y complican las co-
sa’ al punto que lo blanco risulta negro y lo negro
blanco. Son paiaso’ de circo haciéndose lo’ serio’ y
mirando dende arriba a los que se pelan el ojete pa’
alimentarlo’, parásito’e mierda. Mire, no se ofenda,
pero se me da como que usté es demasiáo inteligente
pa’ filósofo. Lo qui hay que sabé de la vida, se a-
priende viviendo, y lo qui hay pa’sabé de la muerte se
apreiende muriendo, o matando. No tiráu en un siión
53
Gabriel Cebrián

dándose aire’e sabihondo y haciéndose puñeta’ men-


tale’. ¿M’entiende lo que le quiero decí?
-Ha sido muy claro, desde luego. Y sabe qué,
creo que tiene razón.
-Tá güeno. Mejó ansí, pa’usté, digo. Ahura, si
se deja’e jodé con eso’ bolazo y con el tilingo ése que
lo iama por teléfono, por áhi me tomo el trabajo’ en-
señarle lo que me enseñó a mí Ñá Candelaria, la cu-
landrera. –Debo haberlo mirado con estupor, porque
suelta una carcajada y añade: -No se priocupe, no me
lo vuá culiá, se trata de otra cosa.
-¿Acaso esa Ñá Candelaria le enseñó sus artes
de brujería?
-Y de no, ¿cómo cré que puedo estar acá,
compartiendo unoj trago’ con usté en un lugar que, a-
sigún parece, está siendo pensáu por alguien má?
-Usted también afirma que no existimos...
-No se haga el boliáu porque ‘tonce le vuá dá
la razón al tilingo ése del telefonito, vea joven Crati-
lo. A la final usté no entiende su ventaja.
-¿Ventaja? ¿Qué ventaja?
-La que tiene sobre él, que la va de que mane-
ja tuito, y eso.
-La verdad, Don Benigno, no lo entiendo.
-Mire que es lerdo, m’hijo... la ventaja que tie-
ne sobre él es que el muy opa se cré que noj ha inven-
táu. No sabe que esistimos.
-A estas alturas mi noción de existencia expe-
rimenta una crisis que ni le cuento, vea.
-Ve, mozo, ése mesmito ej el vicio’e los filó-
sofo’. Agarran cualquier cosa normalita, simple, y la
54
Homo dialecticus

dan güeltaj hasta que se pierden. Es demasiáo senci-


llo: el tirifilo se cré que inventa, como se dice, en el
aire. De lo que no se da cuenta es que haciendo eso,
abre una puerta. Y ahí aparecemo’ nojotro, alguno’
porque nos iama diretamente, como ej su caso, y otro’
venimo’ porque nos da la gana, como ió, por ejemplo.
-¿Entonces qué somos? ¿Apariciones? ¿Fan-
tasmas? ¿Acaso vivimos alguna vez y ahora somos á-
nimas en pena, a la orden del primer imbécil con aires
de autor?
-Iá se está iendo pa’ cualquier láu... me prie-
gunta a mí qué somo’, y si le pregunta lo mesmo a
cualquier hiju ‘e vecino le va’decí somoj hombre’, o
somo’ serej humano’, y la pura verdá es que no tienen
ni idea de qué diantre’ son. Hay toda clase de anima-
le’ en loj corrale ‘el Tata Dios. Alguno’ se ven entre
eio’, otroj no. Algunoj viven en un mundo, otroj en
otro, y ansí. Pasa que a vece’ eso’ mundo se pueden
tocá, y ‘tonce alguno’ se crén que se han güelto loco’
y los demá’ que no alcanzan a vé, loj encierran, y eso.
Qué esiste y qué no esiste, ej una apuesta juerte, m´
hijo, y pensando no va’iegá a dengún láu.
-No me queda claro qué es lo que somos “no-
sotros”, según usted –digo, focalizado en la pregunta
metafísica que sin resuello me viene atosigando desde
que Gabriel me dijo que yo era solo una lucubración
suya, y que ahora eclosionaba con la ciencia telúrica
que aquel payuca parecía ostentar.
-¿Qué somo’ nojotro’? ¡Qué sé ió que diantre’
somo’! Tampoco sé lo que son esto’, aqueio’ y lo’ de
máj aiá. Esa priegunta está pa’cérsela al Tata Dios,
55
Gabriel Cebrián

pero no créu que le vaia a contestá. Pero pruebe,


quién le dice... ió soy un cazadó de víbora’, y ujté un
filósofo. Eso ej tuito lo que sé. Y sé que estamo’ aquí
en el sueño de un opa que la va d’escritó, y que ésa es
la ventaja que le decía. Él se cré que nojotro’ no esis-
timo, y tal vé tenga razón. Lo que no sabe ej qu’el
tampoco esiste, sueña y sueña que sueña, y se cré que
maneja la cosa, y cuando está dispierto (aunque es un
dormío) lo controla a ujté, y lo maneja. Ni se piensa
que lo podemo’ agarrá y manejá a él cuando duerme.
Ahí nomá noj aparecemo’ y l´escupimo’ el asáu.
-Oiga, eso que está diciendo no vale un comi-
no. Si es como usted dice, ahora mismo está tomando
razón de su maniobra.
-No se ofenda, joven Cratilo, pero otra vé mi
está pareciendo que ej un poco lerdo, pa’ filósofo.
Dos cosa’ le vuá decí: la primera, es que ahurita mes-
mo está durmiendo, no vuá ser tan boliáo, ió; y la se-
gunda, si hubiera estáu dispierto, ¿qué va’cer? ¿No va
a dormí má? Tarde o temprano se va’quedá dormío, y
´tonce lo agarramo y lo hacemo’ cagá.
-Claro, pero de ese modo perderíamos el fac-
tor sorpresa.
-Puede sé, pero ganaríamo’ en otra cosa. Ga-
naríamo en el julepe que la va´dá; sabiendo que cuan-
do se duerma le podemo’ caé encima, se va’ golvé lo-
co del cagazo, nomá.
-Sí, eso es cierto. Y dígame entonces, Don Be-
nigno, ¿por qué se toma el trabajo de venir a darme u-
na mano en este asunto tan... qué sé yo... extraño, por
decir algo?
56
Homo dialecticus

-Eso tampoco lo sé. Ió ando por áhi, viviendo


de sueño en sueño. Ante’, juí cazadó de víbora; ahura
puede decirse que soy cazadó de sueño’. Eso jué lo
que m’ enseñó Ñá Candelaria. Cazando víbora’, ca-
zando gente, me iba a morí cazáu como loj otro’. Lo
que m’enseñó Ñá Candelaria, entre polvo y polvo, jué
eso, que cazando sueño’ jamá m’iba a morí. Preste a-
tención, mocito, qu’ese ej el gran secreto. A algunos
los paren laj hembra’, a otro’ loj paren lo’ sueño’. Yo
juí parido d’hembra, y eso iá se lo conté, y luego me
tuve que golvé a parí dende un sueño. Ujté tiene otra
facilidá, usté jué parido diretamente de un sueño. Y
jué parido ansí, con aire’e filósofo, medio tarambana,
borracho y mal comportáu. Ahura parece má tranqui-
lo, má reposáu... pero eso mesmito ej lo que su amo le
´ stá marcando. Iá va siendo hora de que haga la suia,
¿no le parece?
-Desde ese punto de vista, sí. Sucede que
siempre pensé que era eso lo que hacía.
-Eso es lo que tuito el mundo piensa, pero le
asiguro que cualquiera sea el corral, son poco’ lo' ba-
guale’ que vamo’ quedando. Alguno’ tenemo’ la suer-
te de que alguien noj aparte ‘e la manga y noj abra la
tranquera, como jué mi caso con Ñá Candelaria, y co-
mo parece ser el suio ahura mesmo. Y creamé que si
con la facilidá que ujté tiene, que iá se la dije, no a-
provecha que l’estoy abriendo la jaula, se va’ segurá
el puesto de maior chambón de la historia.

Bebo un trago generoso de Campari, y encien-


do un cigarrillo. Ambas sustancias se sienten bien,
57
Gabriel Cebrián

están muy bien, para mi organismo o lo que sea que


experimente estas sensaciones. Si yo soy meramente
una proyección mental, soy una capaz de gozar firme
y concretamente de tales delicias. Pero por más que
me esfuerzo denodadamente, no puedo hallar una
maldita prueba objetiva respecto de la impertinencia
de dichas sensaciones en individuos descarnados, ya
que como bien señalaba Don Benigno, ¿acaso en los
sueños no pueden experimentarse sensaciones de todo
orden, incluso con más intensidad que en la propia y
siempre supuesta vigilia? ¿Acaso la vigilia misma no
parece ser sino una ilusión, velo de Maya, y toda esa
simbología que reduce las certezas concientes a un
maléfico engaño que opera como tamiz divino para
separar paja de trigo? Hay algo muy sugestivo en la
sabiduría rústica de Don Benigno: el animus puede
valerse muy bien por sí solo, mucho mejor aún si no
deambula por los meandros de la eternidad llevando a
cuestas un detestable despojo de materia orgánica,
sujeto a enzimáticas descomposiciones. Lo que hace
plausible que las energías conformadas a partir de
grotescas estáticas cerebrales puedan conservar su
individualidad una ver proferidas a la inmensidad del
éter. Tal vez hasta sea menos extraño de asumir que la
misma creación de humanos propiamente dichos, más
complejos por cuanto al factor energético se le suma
el grosero halo de materia que lo aprisionará durante
un tiempo. Aunque como se dice por ahí, la propia
materia parece ser solo una frecuencia vibra-toria
determinada. En todo caso, no deja de abonar la
posibilidad de mónadas desprendidas de esas usinas
58
Homo dialecticus

de carbono que, entre sueños y fantasías, van confi-


gurando nuevas modalidades del ser, tanto o más ope-
rativas que las que las generaron, y así la cadena hasta
un primer pensador no pensante, émulo conceptual
del primer motor inmóvil aristotélico, pero acotado a
procesos más mentales que físicos (que es como mirar
distintas caras de un mismo poliedro, porque como
acabo de recordar, la propia materia parece ser solo u-
na frecuencia vibratoria determinada).
Tal las cosas, me enfrasco en analizar nues-
tras aparentes realidades (la de Don Benigno y la mía
propia) desde un punto de vista escolástico, ya que
las mismas parecen absolutamente análogas al postu-
lado tomista que supone espiritualidades puras e im-
puras; la espiritualidad de él parece más impura, al
haber tenido un origen orgánico. La mía parece ser
más pura en ese sentido, por cuanto, a pesar de la ilu-
sión, yo jamás habría tenido un cuerpo. Lo cual a sim-
ple vista parecería una ventaja, pero hay demasiadas
zonas oscuras -aún para mi sutil entendimiento- que
me impulsan a descreer de esta apariencia. Y a con-
tinuación, febrilmente, comienzo a considerar las no-
ciones de nous, pneuma, psiché, y luego, tras un sim-
ple paso abstractivo, las de logos, tao, geist. Espíritu
individual y espíritu objetivo, Macro y microcosmos,
analogías de proporcionalidad y de atribución, etcéte-
ras y puaj. Sólo una cosa me queda clara: la incontes-
table afirmación de Don Benigno, cuando señaló Qué
esiste y qué no esiste, ej una apuesta juerte, m´hijo, y
pensando no va’iegá a dengún láu.

59
Gabriel Cebrián

-Sabe qué pienso, mozo Cratilo... que ése hij’


unagran puta que lo ha criáu, no tuvo otra intención
que la de purgarse de tuita esa mierda filosófica que
se le quedó atorada, y ahicito se la manda pa’ que se
la trague usté.
-Sabe que no lo había pensado de ese modo,
pero ahora que lo dice, parece obvio, sí.
-Y risulta que sigue dándole el gusto, ¿no?
-Y, parece que la forma en que lo paren a uno
es determinante, ¿no? A usted le dio por matar víbo-
ras, a mí por colgarme de pasamanos dialécticos.
-Ta güeno, pero ió mato bicho’ venenoso’, us-
té se traga el veneno. No es lo mesmo.
-¿Acaso se puede cambiar? Digo, si uno ya
nace con una impronta, ¿puede cambiarla así como a-
sí, con un simple acto de volición?
-En su caso, no es cuestión de cambiar la im...
güeno, eso que usté dijo. Lo que quieren lo’ filósofo
es sabé’, ¿no? Güeno, lo que hacen dispué es tratá de
averiguá cómo es que se sabe, y eso no es sabé. Sabé
ej otra cosa. Ej como si quieren ir a un pueblo y se
quedan oservando el camino, cada güelta, cada árbol,
y dispué cada piedra, y cada grano de polvo, y ansí,
hasta que se pierden en tuita’ esa’ cosa’ y no iegan
má; y no tienen cómo iegá, porque se confunden de
ojetivo. Y si por casualidá, dispué de tanta güelta, ie-
gan a ese pueblo, se ponen a pensá en que cómo pue-
de sé, que la piedra de junto al ombú grande señalaba
pa’ otro láu, que’ ntonce’ ese pueblo no puede estar a-
hí, y que debe ser una mentira, y que ‘tonce, no esiste.
Son como cabaio’ con antiojera’, que sólo pueden vé
60
Homo dialecticus

en la direción que se les dice de antemano, y que casi


siempre está equivocada. Ansí que no tiene que cam-
biá nada, joven Cratilo; solamente tiene que dejá de
pensá cómo carajo sabé y sabé, diretamente.
-¿Así de simple?
-Y, mire, se lo digo por esperiencia... cuando
uno se deja de pensá cómo sabé y empieza a sabé de-
recho, la’ cosa’ se ven tan simple’ que uno se iega a
sentí un idiota.

Tengo un reflejo mental que me impulsa du-


rante unos segundos a “analogar” esa teoría a doctri-
nas intuitivas y fenomenológicas, pero por suerte
advierto a tiempo la argucia que estaba intentando
perpetrar el mismo intelecto que debía expurgar, ante
la palmaria evidencia de que estaba perdiendo la
brújula por mirar los elementos del camino, tal y co-
mo Don Benigno acababa de advertirme que sucedían
las cosas. A pesar de recaer en etiquetas, decido asu-
mir aires teleológicos. No estoy dispuesto a volver a
enredarme entre engranajes mecanicistas.

b) La entidad objeto de toda empirie es sola-


mente el producto ilusorio de un determi-
nado consenso.

-¿Y qué fue de Doña Candelaria? –Pregunté,


más que nada por decir algo. -¿Murió?
-Y, lo que se dice morí, no murió, usté sabe
cómo son esaj cosa’. Entregó el rosquete, sí, y jue una
suerte pa’mí, porque iá no daba má de darle y darle a
61
Gabriel Cebrián

la sin güeso. Ahura anda por áhi, entre lo’sueño’ de la


gente, aiudando, o perjudicando, asigún el caso. Claro
que con tanto’ podere’, anda haciendo de la’ suia’ en
otro’ lugare’, máj arriba, ¿m’ entiende? Aunque de
tanto en tanto se da una güelta pa que se la mueva
otra ve’, pero eso ej como soñando y no me cansa
tanto, vea. Más que encima se me viene con otro
cuerpo, que dan má’ gana de darle; supongo que es
eia mesma cuando era joven, ansí que me da un entu-
siasmo bárbaro cuando se mi aparece.
-Ahora, dígame, ¿no son demasiado carnales,
para espíritus, ustedes?
-¿Y de áhi? ¿Qué me va’ decí, que me vuá í al
infierno porque me gusta sacudirle a la Candelaria?
Déjese de macana’, hombre; acá como en cualquié
parte laj cosa’ linda’ son linda’, y usté lo sabe. Bien
que cuando se la pudo meneá a la pendeja ésa, le sa-
cudió como en bolsa. Y diga que ese tilingo que lo
maneja no le dio má oportunidá, porque de no, se pa-
saba tuita la esistencia emporronándola, a la gurisa.
Diga si nó...
-Eso pasó hace mucho, ya. Si es que pasó al-
guna vez. Ciertamente me hallo bastante perdido en
cuanto a saber qué cosa efectivamente ocurrió u ocu-
rre y cuál no.
-Ve que no puede sacarse ni un momento el
vicio ése’ e la filosofía, me cago en dié... si se la pasa
pensando en qué pasó o no pasó, jamá se va’dar cuen-
ta de que lo que pasó, como sea, pasó, y lo que no pa-
só tal vé pasó o va’pasá, y tal vé no, pero tuito pué
pasá. Y a lo mejó pasa y usté se lo pierde pensando si
62
Homo dialecticus

va’ pasá o no, o si puede pasá, y ansí. Y también me


recuerdo que por aqueio’ día’ usté estaba priocupáu
porque el tilingo del telefonito le andaba publicando
laj cosa’ que usté andaba pensando. Y era pa’ priocu-
parse, dendevera... pero igual, iá nu hay ná qué ha-
cerle, iá está publicáu; y hay unoj cuanto’ por áhi que
lo andan leiendo y a su vez criando má sueño’, y ansí,
má posibilidade’ pa’ que gente como nojotro’ –que
somo gente’, no vaia a cré- se meta a atuá y a hacé lo
que se debe.
-Hacer lo que se debe... eso que dice tiene a-
ristas de imperativo categórico, de Dharma, en fin...
todo un residuo ético y moral que carece de sentido
sin una cosmovisión determinada, sin un plan... yo di-
ría... divino, sin una providencia trascendental...
-Ve, iá se pone a boludiá... ¡qué berretín, m´
hijo! Claro que debe habé d’eso que usté dice, pero
entuavía hay alguna’ fruta que no son pa’ lo’ gusano’,
¿m’ esplico? Póngale que ió supiera algo d’eso, y
vengo y se lo digo... ¿se cré que va’ ser güeno pa’ us-
té? No, m’hijito, lo má que vuá conseguí es que se me
agarre el vicio al revé y se fije tuito el tiempo en el
fin, sin mirá el camino; o sea, esatamente al revé de
loj que se pierden en el rumbo y se olvidan del oje-
tivo. Dendevera’ que hay un equilibrio muy fino que
hay que respetá, pero la gente (tanto la que nace d’
hembra como la que nace de sueño’), siempre se des-
barranca, pa’ un laú o pa’l otro. La gente se güelve
loca con esoj tema’. Tal vé el Tata Dios lo haia hecho
ansí a propósito, o siguro, más bien. Pa’ algo ej el Ta-
ta Dios, ¿no? Porque risulta que loj hombre’ se crén
63
Gabriel Cebrián

que pueden hablá por su boca, sabé lo que él piensa, y


hasta sabé por qué hace laj cosa’ como laj hace. Y e-
so, joven Cratilo, ej la maior arrogancia que un idiota
puede cometé. Si me permite le vuá decí algo que le
va’ sé de utilidá por el resto de su vida, que como vie-
ne pinta pa’ larga: el Tata Dios nos ha puesto en el ca-
mino pa’ algo, que siguramente no es hablá por su bo-
ca. Tuito lo que tenemo’ ej el camino, y áhi está tuito
lo que necesitamo’ sabé, pero pa’ sabé no hay que
distraerse ni con el camino ni con el destino. Y áhi le
tiro la frase, que ió sé que a usté le gusta: no esiste el
pasáu, como tampoco esiste el futuro. Pensá pa’ trás
ej la mesma mierda que pensá p’ adelante. Es pensá
en cosa’ que no esisten.
-Suena bien, Don Benigno, y casi resulta im-
posible refutar semejante idea. Pero no puedo pasar
por alto lo que se me aparece como una gran contra-
dicción, que viene a cuento de lo que me dijo al prin-
cipio: ¿Cómo es posible ganar en experiencia si, co-
mo acaba de afirmar, el pasado no existe?
-Ve, ansí le ha enseñáu a pensá el tilingo, a us-
té. Si esto es esto, ‘tonce esto no es esto ni aqueio. Y
sabe qué, nadie ha dicho que si esto es esto no puede
ser aqueio. Lo que le haia pasáu a usté le sigue pasan-
do ahura nomá, le sigue pasando. Tuito lo que ha pa-
sáu alguna vé en algún láu, pasó dende el principio y
sigue pasando. Y la verdá, si ansí no juera, claro que
uno no podría ganá esperiencia. Mal puede una cosa
que no esiste traerle sabeduría. Una cosa que no esiste
no tiene poder, y si no tiene poder no sirve pa’mierda.
Si esa cosa hace algo, si le cambia algo a usté cuando
64
Homo dialecticus

se recuerda, es porque esiste, y porque de algún modo


usté se puede conectá con eia.
-Está bien, pero entonces, ¿cómo se da el lujo
de planificar, por ejemplo, la posibilidad de ir a mo-
lestarlo a Gabriel, en sus sueños o donde sea? ¿Acaso
eso no es pensar a futuro?
-Mire que es duro, m´hijo. Acabo de esplicarle
pa’ trás. Ahura quiere que l’ esplique lo mesmo pa’
delante. La verdá que me siento un asoliáu por tener
que tomarme el trabajo d’esplicarle otra vé que tuito
lo que ha pasáu está pasando ahura, y que tuito lo que
va’pasá también está pasando ahura, o iá pasó tuito
junto, y nojotro’ lo vamo’ asorbiendo y atuando asi-
gún lo mejó que podemo’ cada uno.
-Pero así nuestra existencia se reduce a vivir
casi como animales...
-¿Y de áhi? ¿Qué ej lo que le hace pensar que
somo’ mejore’ que loj animale’? ¿Qué le hace pensá
que no somo’ animale’, o que somo’ distinto a eio’? A
lo mejó somo’ lo’ peore’, peore’ que lo’ animale’.
Eios, pa’ bien o pa’ mal, saben siempre lo que tienen
que hacé. Loj único’ que noj equivocamo’ somo’ no-
jotro’. Se vienen diciendo muchoj dicho’, refrane’ y
boludece’ con eso, pero parece que nadie se loj toma
en serio. Y la verdá, nunca vi al chancho mirá el reló,
ni tampoco el almanaque pa’ vé cuándo se tiene que
cogé a la chancha. Y bien que cuando se la tiene que
cogé, va y se la coge.
-Creo que nos estamos yendo por las ramas...
-Eso ej lo güeno que tiene la eternidá, m’ hijo,
que está iena de rama’, y tuita’ laj rama’ nos dejan
65
Gabriel Cebrián

bien. Pero hay una rama (que má que rama ió diría


que ej un tronco) que no debemo’ soltá. Que usté, no
debería soltá, digo. Y ése tronco ej el que lo dejará
subí al árbol pa mirá un poco dende arriba. Y ése
tronco ej el que tiene entre laj pierna’.
-¿Qué cosa dice?
-Ah, claro, al mozo cuando le hablan del tron-
co se pone nervioso... como tuito’ los filósofo, mucha
lengua pa hablá pero cuando hay que chupá se quedan
corto’...
-Mire, Don Benigno, no es que me afecte en el
pudor, pero la verdad que a veces se pone muy soez...
-Y una mierda. Ió le vuá decí laj cosa’ como
son, y m’ importa tré carajo’ si le parece eso que dice
o lo que le cuadre. ¿Por qué se cré que hasta a usté le
pica por áhi abajo? ¿Acaso no ej usté nada má que un
pensamiento de otro? Ah, claro, me va’ decí que ej el
afrecho del otro el que lo hace hacé cagada a usté,
pero no, mocito, nada d’eso. El afrecho es suio, y bien
que anduvo ioriqueando cuando la gurisa, ésa tal Iva-
na, se le jué pa’l otro mundo.
-¿Cómo sabe eso, usted?
-No mi haga preguntaj estúpida’, ió ando por
áhi y sé de tuito. Igualito que puede hacé usté, y eso
mesmo ej lo qu’estoy tratando d’enseñarle, ansí que
no se mi haga el sorprendío ni se ponga a hacé prie-
gunta’ que iá sabe la respuesta. Ió estuve con esa gu-
risa, sabe.
-Ah, ¿sí? Mire, ésa es una espina que todavía
me duele, así que le pido que no me cuente nada, por-

66
Homo dialecticus

que tratándose de usted, ya me imagino lo que habrán


hecho.
-Y se imagina mal, m´ hijo, ió no mi ando cu-
liando a tuita’ la’ mujere que se me presentan, ¿vio?
-Bueno, entonces tal vez tenga ganas de oír lo
que sabe de ella.
-Güeno, a eia, lo que se dice, eia, no me la cu-
lié, pero sí a unaj cuanta’ como eia.
-¿Cómo es eso?
-Y, a sabienda’ de la que se venía, a eia no le
di tiento, por rispeto a usté. Aunque gana´ no me fal-
taron, vea; ej una breva la hijuna gran siete. Pero vio
cómo ej esto, eia no es la única que esiste.
-Claro, con toda seguridad.
-No, pero no me entiende... hay otras que son
eia y a la vé no son eia.
-Claro, ve. No lo entiendo –asentí, con los ce-
los a flor de una piel que siquiera estoy seguro de que
exista.
-Es fácil, ése Gabriel tuvo el sueño que lo pa-
rió a usté, y tuvo la idea de escrebirlo. Y no sólo eso,
también tuvo la idea de publicarlo. Y uste, con tuito el
derecho, se enojó, porque de alguna manera supo que
cuanta má gente se juera metiendo a soñá con usté,
meno’ libertá iba a tené. Y eso e’ ansí, no hay con qué
darle. Gueno, asigún pasa el tiempo, má gente lo vie-
ne soñando, y má gente la viene soñando a eia, tam-
bién. Y claro, con esa gurisa qué diantre’ puede soñá
uno si no que se la está empernando... güeno, a uno di
eso’ sueño’, al que mejor se la había soñáu a la gurisa
(seguramente con puñeta de por medio), me tomé el
67
Gabriel Cebrián

atrevimiento de hacerle loj honore’ como Tata Dios


manda.
-No la pasa mal, usted, tampoco, por lo visto.
-¿Y ánde está escrito que la tengo que pasá
mal? ‘Tá bien, está escrito, tuito está escrito, pero no
todo lo que está escrito es verdá. Pero sí es verdá que
todo lo que se sueña, en algún lugá de la eternidá, e-
siste. Los hombres de carne y güeso no lo cren, por-
que se cren que sólo lo que pueden vé y tocá esiste.
Pasa que si no se creieran eso, se darían cuenta que lo
que no esiste, según eios, también se puede vé y tocá.
Y por áhi a laj perdida’ se dan cuenta que si no pue-
den vé y tocá otraj cosa’, es porque son eios los que
no esisten. Pero todo eso de hablá de lo que esiste y lo
que no esiste es mera palabrería, soncera ‘e filósofo’.
Se quedan en un casiiero sin sabé nunca lo grande que
ej el tablero en donde se puede jugá. Y usté tan prio-
cupáu por ganá ese casiiero pa’ encerrarse y decir qué
suerte, cuánto que esisto...
-Entonces, si no lo entiendo mal, debe haber
unos cuantos Cratilos más dando vueltas por ahí...
-Ah, de siguro, pero eso no lo tiene que prio-
cupar. Habrá uno’ má feo, otro’ má tonto’, y mucho’
mejore’ también. Pero si se va meté con lo’ sueño de
cada uno, va’ tené mucho trabajo, vea. Hasta el mis-
mo Tata Dios se habrá visto en figuriias cuando la
gente empezó a darle a la matraca y tené cría a troche
y moche. Por eso cada tanto manda un fulano pa’ a-
comodá un poco la cosa, sobre todo aiá en la China,
que le dan pior que la Candelaria. Y por eso jué que
inventaron la milonga esa de que coger es pecáu, por-
68
Homo dialecticus

que con tanta gente y tanto sueño la criación se le jué


un poco de la’ mano’, si es que puede decirse algo an-
sí. Porque la criación se sigue haciendo, tuito lo que
es pensá, sentí, soñá, y eso, es energía, es conciencia,
que se va cuajando en otroj mundo’, que son como
éste y a la vé no lo son. Aquí y ahora e’ siempre y ja-
más, a la misma vé. Pero iá ve, mozo Cratilo, noj es-
tamo’ metiendo en laj cosa’e Tata Dios, y de eso es de
lo que capaz se puede hablá, pero no se puede sa-bé.
-Cierto, ése parece ser el gran problema del
lenguaje, que recorta las cosas y las presenta como
accesibles al conocimiento. Pero precisamente en ese
recorte está la trampa. Sea lo que fuere la realidad, el
conocimiento acerca de ella será mucho más cabal
cuanto más grande el contexto, cuanto menos disec-
ciones dialécticas se ejecuten sobre él. Por eso es que
el conocimiento trascendental es inefable. Porque
trasciende todas esos recortes operativos que resultan
prácticos a cierto nivel pero que van urdiendo, tenaz y
confortablemente, el velo de Maya, la tela de la araña
que finalmente nos devorará, fortalecida por nuestra
codicia y afilados sus dientes en la utópica piedra fi-
losofal.
-Diantre’, qué bien que lu’ ha dicho... no sé
qué mierda jué lo que quiso decí, pero sonó lindo,
vea. Hasta puético. Pero mi’ anda pareciendo que no
es güeno que lo deje profundizá en esa vena. Como iá
le dije, lo que hay pa’ apriendé de la vida, se apriende
viviendo, ansí que fíjese el regalo que le he tráido...

69
Gabriel Cebrián

Ni bien acaba de anunciar su regalo, un par de


manos de seda cubren mis ojos, incitándome a adi-
vinar de quién se trata, pero no hace falta. El con-
tacto, el delicado perfume de aquella piel, me son su-
ficientes para saber que es precisamente quien estaba
yo esperando, y que hubiera reclamado febrilmente de
haberlo considerado posible. Me vuelvo y veo a Iva-
na-Perséfone, más hermosa incluso que lo que la re-
cordaba. Seguramente Gabriel, si no hubiera estado
durmiendo –por cierto borracho como una cuba- me
habría dado instrucciones de efectuar una nota al pie
para poner en conocimiento de los lectores que, para
dar con el germen de esta historia, deberían remitirse
a la novela Diente de León, que abre esta saga en la
que colaboro –o mejor debería decir que protagonizo-
a regañadientes. Pero no voy a perderme estas se-
cuencias tan gratificantes en precisiones bibliográfi-
cas, ni en lucubraciones, ni en nada. Por eso es que
paso a permitirme el siguiente

Recreo erótico

Labios que se juntan con un sabor más amargo


y más dulce que el del propio Campari. Frenesí carnal
que a medida que va exacerbándose justifica el bestia-
lismo del sexo con sutiles acordes de espirituales so-
nes. Ella está aquí, radiante, hermosa, venida de una
dimensión prohibida para mis incapacidades místicas
quizá sólo hasta hoy, hasta este hoy fuera del tiempo
pero que parece agotarlo, entre los fantasmas móviles
de nuestras manos y bocas anhelantes, a través de la
70
Homo dialecticus

penetración de un pubis extraordinariamente bello y


generoso, de los cuerpos materiales o no tanto suje-
tándose con la ciega ambición de las formas, más in-
tensa cuanto efímeras, más gratificante cuanto entra-
ñables. Chisporroteo de gozo entre gemidos que en-
trelazan los ritmos y las melodías del placer, el centro
del deseo explotando en nebulosas orgásmicas, engra-
najes universales, usinas de conciencia estallando en
la aurora boreal de cromáticas resoluciones, eyacula-
ciones ornamentales de un cosmos ceñido como los
labios vaginales de la Magna Madre Universal. Creo
que he muerto en su interior, y nada, NADA, puede
hacerme más feliz.

c) La operatividad de nuevos enclaves per-


ceptuales sólo puede volverse accesible
mediante procedimientos estocásticos des-
pojados de todo preconcepto.

Es imposible apelar a la tan remanida “tabla


rasa” de inspiración fenomenológica en un universo
de objetos rezumantes de conceptualización a través
de milenios, imbuidos consuetudinariamente de cate-
gorías mentales que se han hecho uno con su campo
óntico, al combinarse de un modo tan integrativo que
torna imposible su despeje. Y ello ha sucedido a tra-
vés del sistema de relaciones que los ubica como re-
ferencia y que es de estricta necesidad, so riesgo de
carecer por completo de referencias y herramientas
para aprehender lo que fuere que haya de aprehen-
71
Gabriel Cebrián

dible. El objeto privado de toda interacción es una isla


de nada en la que se puede divagar, y hasta desapare-
cer en ella, pero que nunca jamás podrá ser cognos-
cible. Para establecer pautas de análisis o elaborar el
más axiomático juicio sintético, es imprescindible la
función analógica. Lo demás es una miserable y frau-
dulenta mascarada. Es como aplicar forzadamente sis-
temas matemáticos no aptos para el conjunto que se
trata de mensurar, o como armar un puzzle martillan-
do las piezas en un orden diferente al establecido ori-
ginalmente. La tabla rasa puede rasarlo todo, menos
su propia impronta, que es en sí y esencialmente un
concepto. Es como un individuo con las dos piernas
amputadas que se empeña en emprender la carrera,
pretendiendo disimular las prótesis. Patético, bah.
Sin embargo, existen situaciones en las cuales
la epojé7 puede resultar no solo adecuada, sino la úni-
ca posibilidad tanto de aprehender los códigos y cate-
gorías operativas en ellos, como de mantener la con-
ciencia en tales ámbitos; cuestión de vida o muerte,
en definitiva, porque ¿qué es la vida sino conciencia?
¿Qué es la existencia sino las infinitas y distintas mo-
dalidades del en sí?
Allí donde el pensamiento sistemático naufra-
ga en borrascas de caos; allí, donde la inducción se
transforma en una impredecible caja de Pandora; allí,
en otros reinos de conciencia a los que desde la forta-
leza del sentido común se empeñan en protocolizar
como aberraciones, la epojé se constituye en la única

7
εποχή, suspensión del juicio.
72
Homo dialecticus

vía posible de interacción. Ya sé, es como sentarse a


jugar cartas sin conocer las reglas del juego, y segu-
ramente sufriremos severos contrastes antes de conse-
guir la primer baza, pero eso... ¿no es lo mismo que
les pasó a los homínidos en los albores de la humani-
dad? Y ello, atenidos a nuestro devaluado género, ya
que el ejemplo podría retrotraerse muchísimo más a-
trás en la escala zoológica, e incluso biológica, y qui-
zás planetaria.

Báculo teorético de por medio, doy con mis


¿huesos? otra vez en el taburete frente al estaño del
viejo Bar La Marina, y para mi sorpresa Don Benigno
Pajón se ha ido, luego de congratularme con esa vívi-
da experiencia amatoria con la única mujer que algu-
na vez fue merecedora de mi respeto. En su lugar está
un individuo enjuto, enfundado en su gabán azul, y
con un larguísimo echarpe también azul pero más cla-
ro, que cuelga casi hasta el suelo, aunque los tabure-
tes se elevan bastante más de un metro. Mira su vaso
como si el secreto se hallase en el escaso licor que en
él va quedando. Luego se lo bebe, de un ampuloso
trago, y quizás cierta gragea filosofal haya ingresado
así a su sistema, encarnando a través de espirituosas
inmortalidades.
-Benditos sean los alcoholes -dice al cabo.
-Amén –respondí, echando un buen trago de
Campari sin la menor afectación, en un todo de a-
cuerdo con la característica del brindis propuesto. Y
añadí a continuación: -Ahora, si mal no recuerdo, re-

73
Gabriel Cebrián

cién había un veterano campestre sentado ahí mismo


adonde está usted ahora. ¿Acaso lo vio?
-Bueno, eso es lo que tienen estos asientos de
mostrador; en un momento hay alguien, y al siguiente
hay otra persona.
-Okay, pero éste no es un bar común y co-
rriente. Es algo bastante más complejo que eso...
-¡Justo a mí me lo va a decir!
-Parece que tiene información al respecto, y
por la forma en que acaba de expresarse la situación
no le resulta del todo cómoda. ¿Es así?
-La eternidad es muy incómoda, mi joven ami-
go. Y tiene groseros altibajos, para los que como yo
hemos devenido militantes de la poesía. Fíjese que a-
cabo de estar bebiendo unos tragos con Hölderlin, en
la casilla de madera que le construyó el buen carpin-
tero Zimmer, y ahora estoy acá con usted.
-Vaya. Suena para el carajo, eso que acaba de
decir. Yo que usted salgo y me cuelgo de la corbata,
como Nerval.
-No crea que me faltan ganas. Pero hoy por
hoy, tengo una misión que cumplir.
-¿Puede hablar de ella, o se trata de algo secre-
to?
-Puedo hablar de ella, pero con ciertas reser-
vas.
-En fin, lo escucho.
-Que pueda hablar no significa que tenga ga-
nas de hacerlo.
-Okay, Mister críptico, atienda, nomás.

74
Homo dialecticus

-Pero que no tenga ganas de hablar no signi-


fica, a su vez, que no deba hacerlo. Usted me entien-
de....
Le dirijo una mirada de la que soy incapaz de
deslindar cierto desprecio.
-Como sea; igual, no sé si tengo ganas de oír-
lo; y en mi caso eso significa que si no tengo ganas,
tampoco tengo por qué hacerlo. Usted me entiende...
-Primero, me parece que le faltan elementos
de juicio antes de soltar tan livianamente su discurso
de libre albedrío, máxime cuando ambos sabemos que
no goza de tal privilegio. Segundo, ese tal Benigno
Pajón siempre me deja el campo arrasado, en su afán
de azuzar un costado vital que si bien es necesario,
luego redunda en bastedades de dificultosa ablución.
-Oh, por áhi cantaba Garay...
-Tercero, estoy aquí porque el Master entien-
de que este rincón de realidad alternativa que ha teni-
do a bien configurar, necesita un poco de poesía.
-¿El Master?
-Sí, ése que tan ingenuamente el palurdo de
Pajón y usted pretendían sorprender en sus sueños.
Hay mucho de impredecible, en los sueños, pero hay
cosas que no se pueden hacer.
-¿Cómo por ejemplo?
-Sorprender a un soñador con otro sueño. Con
una mínima agudeza de su parte, el soñador acechado
transforma el sueño con el que se pretende sorpren-
derlo en otro que a su vez sorprende al acechador.
Pero eso atenta contra la mecánica evolutiva de estos
mundos así configurados, por lo que me ha enviado a
75
Gabriel Cebrián

reencauzar éste hacia estamentos más potables, en un


sentido humanístico y por ende trascendental. Verá,
formo parte del Programa Universal de Desarrollo
Armónico e Integrativo de Conciencias Inorgánicas.
Soy Epifanio Pasacantando, Master en Juglaresca A-
temporal.
-Nada más ni nada menos. Para su gobierno, le
comento que ya tuve un Maestro excepcional, Don
Ángelo Bonomi.
-A propósito, le manda saludos. Claro que co-
mo usted dice, dada la excelencia de su prédica, no
puede retomar el trabajo respecto de su persona, toda
vez que está formando estamentos a los que usted aún
no está en condiciones de acceder. Ya bastante con la
visita que tuvo de su principal discípula (que entre pa-
réntesis usted acaba de malgastar en comercios carna-
les tanto o más ilusos que los del primer alambique de
sueños, ésto es, la humanidad orgánica). Además, su
métier es la música en sí, independiente de los conte-
nidos de corte semántico. Para que usted lo entienda,
la diferencia es análoga a la existente entre la lógica
formal, o simbólica, y la lógica clásica.
-No hace falta bajar tanto la línea explicativa,
hombre. ¿Qué clase de poeta es usted?
-Cierto, si el Master me pilla enredándome en
sus galimatías... bueno, en fin... he venido a aportar
lirismo a este entuerto tan pretensioso como aburrido.
Ésa es mi misión. Aquí está mi cuaderno, que le apro-
veche. Es solamente un poco de argamasa poética pa-
ra que este constructo ineficaz no se le venga en la
cabeza.
76
Homo dialecticus

-¿Y por qué no viene ese Master insolvente en


persona, acá, si está tan disconforme?
-Ahora mismo, tiene otros planes. Está más
cerca de Bonomi que de Yeats, o del propio Parméni-
des. El Master lo ha puesto a usted acá, a pesar de los
magros resultados, porque ha retomado sus búsquedas
sonoras. Está armando un estudio de grabación en la
habitación del fondo, para beneplácito de Bonomi y
sus huestes del Centro de Investigaciones en Phonon-
tología. Claro que no quería interrumpir su produc-
ción meramente literaria, y confió en usted. No creo
que haya sido una buena idea, pero tal vez a partir de
la intervención del Programa Universal de Desarro-
llo Armónico e Integrativo de Conciencias Inorgáni-
cas, podamos sacar algo en limpio. Creo que estos
poemas servirán de algo a esta instancia planetaria.

Tras lo cual, se retira. Aquí, sobre el mostra-


dor, ha quedado el cuaderno del extraño poeta Epifa-
nio Pasacantando; y yo, a pesar de sentirme algo mo-
lesto por haber sido objeto de su demérito, no puedo
resistir la curiosidad, así que lo hojeo:

COLLAGE EN LLAMAS

Dadme todos los desechos


Todas esas pequeñas declinaciones
Que a diario hacéis respecto de vuestro ideal
Todas esas leves frustraciones
Todos los pequeños distanciamientos
Consuetudinarios
77
Gabriel Cebrián

De lo que pudo ser y no fue


Todo ese detritus de pasiones irresueltas
Todo ese caudal de ansias insolubles
Todas esas utopías encalladas
En el día a día de brutales subsistencias

Dadme también
Vuestras glorias condenadas a imaginarios trances
Vuestros renuncios en aras del deber establecido
Los versos encerrados en vuestras áridas bocas
-Y que nunca escribirán vuestras anquilosadas
manos
Los cielos de vuestra infancia doloridos y olvidados
Las tormentas de juventud arteramente esclerosadas
La vitalidad menguante en mercantiles misceláneas
El tiempo y el espacio de esas frustradas fraguas

Dadme, pues entonces, todo eso


Mas todo lo que halléis asimilable a tales pautas
Que quizá intente con ello entretejer un estandarte
Que a su vez procurará redimirnos de esa nada
Que nos coerce. Y si la magnitud del monstruo
Igualmente y a pesar de todo lo rebasa
Comencemos de nuevo a soñar, a desechar,
A atosigar con materia prima esta argamasa
Que si no llegamos a atravesar la noche
De muertes cotidianas, de estragos y fantasmas
Jamás asistiremos a esa siempre diferida aurora
Que fundirá en su fuego la esencia de lo que vive
Y la purificará para siempre
De lo que la ahoga y mata.
78
Homo dialecticus

DEJÉMONOS DE ENTRELÍNEAS

Dejémonos de entrelíneas
Nadie vendrá a bucear en nuestros poemas
A por trascendencias de un Hölderlin
Ni en pos de potencias Rilkeanas
Ni de las filosóficas tramas de un Pound, o un Elliot
Siquiera de frescuras sudamericanas

Es que el género ha envejecido


Hoy día un el éxtasis no es más
Que una función informática
Un barril de petróleo vale más que mil vidas
Y toda cultura es miscelánea. Dios, una funesta
pancarta
Y el diablo el compadre que entre nos
Camina y se solaza

Por eso
Guardémonos bien adentro esa traza mojigata
Que se jacta de floreos verbales y sugerencias vanas
Nada importan esas veleidades que en cada quien se

agotan
Ni esas capacidades para versificar nostalgias
Ni las cumbres heladas de un sentido
Que su propio reflejo agiganta en el poema
Para solaz acaso de mientes como ésta
Tan diletantes y vacuas
79
Gabriel Cebrián

Es tiempo de mostrar fotografías


Niños heridos y madres infectadas
Padres llorando o explotando vivos
Mesías cabalgando misiles
Propagandas planetarias
Opulentas fortalezas y el hambre tras sus murallas
Pensadores asesinos, sacerdotes y metralla
No perdamos tiempo viendo qué hay de nuevo
Como estúpidos señuelos de tardías resonancias
Que todos los viejos cánceres
Mientras tanto crecen, y nos tragan.

ENGRANAJE

El ateo hace su ponenda desde el intelecto


El deísta, desde la fe
El pagano, desde la naturaleza
El satanista, desde la lujuria
El filósofo, desde algún esquema
El materialista, desde su propia tripa
El evangelista, desde su escueta rebelión,
El brahmán, desde lo indiscriminado
El heremita, desde el solipsismo
El asceta, desde la renuncia
El vitalista, desde sus apetitos
El poeta, desde celestes estratos,
El narrador, desde manipulaciones rapsódicas
El prohombre, desde sus honores
El desahuciado, desde sus miserias
80
Homo dialecticus

El empirista, desde estadísticas


El místico, desde vaguedades inefables
El egoísta, desde sí mismo
El loco, desde donde le cuadra
El economista, desde las variables del mercado
El científico, desde un método dado
El juglar, desde armónicas vanidades
El guerrero, desde su instinto salvaje

(Y el dios eventual, desde su omnipotencia,


Y a través de su ejército de ángeles
Tal vez esté usando el alma de cada uno
Como necesario y universal engranaje)

ESCRITURA

Cuando la escritura me hubo sido enseñada


jamás pensé que tal abismo se abriría frente a mí
y a mis espaldas. El horror y las miserias,
las sublimidades y el canto de sirenas que jamás
acallar podría, todo ello en mis retinas
y en las resonancias infinitas de una mente
sujeta a tiempos y espacios en télesis arbitraria
e incompleta, rebasadora de empiries y a ultranza,
infinita.

¿Qué germen existía, antes de estas instancias,


que reclamaba mi sino con tan imperiosas garras?
¿Qué suerte de encarnadura se ha prendido de tal

81
Gabriel Cebrián

modo
que el soltarse es un albur de azarosas
implicancias?
Verso libre, rima clásica
hoy ya no me dicen nada.
Es un juego de palabras
en que la vida se amaña;
y en sus redes, el destino
entre aventuras, charadas
filosofías y karma
nos hace creer que es cierto
tan cierto como la muerte
(que es algo así, ahora veo,
como la ausencia del habla)

GRAVITY & POETRY

¿Adónde está el peñasco al que levantar


y doblegar así un poco las arrogantes escápulas y
sacros
propiamente ornadas de sacros escapularios?
¿Adónde las férulas existencialistas
tan cuidadosamente hereditarias?

Hermano poeta
que tienes mucho de hombre y un tanto de loco:
te convertirás en escoria de la peor estofa
si es que por un momento miras
por sobre ese hombro
82
Homo dialecticus

Como transmisor de lo inefable


guárdate muy bien de mensurar profundidades.
También has de pensar que nunca
son suficientes las vestiduras desgarradas;
sigue paciente con tu colección de hilachas
que un día alguien como tú las seguirá tejiendo
a tu imagen
y semejanza

Reniega del blasfemo vocinglero


que con tanta necedad fustiga tu esmerada
contrición,
o la carga megalítica de esos traumas
causados por una nunca preterida post-guerra
para que tengas suficiente sangre en que licuar
esos finos trazos que la grandeza de tu dolor reclama

Y del advenedizo que viene


a caballo de vitales carcajadas
a despojarte de las ínfimas migajas
que tu honorable labor merece;
y no más, para que puedas sufrir
de esa condición tan esencial y necesaria:
la opulencia sólo es buena
cuando es dable disfrazarla

Por eso te digo, amigo sensible


y de pluma humedecida en seculares miasmas:
aférrate a los de tu clase
para llorar juntos todas estas lágrimas tan clásicas...
83
Gabriel Cebrián

¡que no vengan tan luego esos risueños vitalistas


a ensuciar con liviandades ésta, nuestra eterna
desesperanza!

MASCARADA

Ahora
el fantasma gótico vuelve desde una vieja penumbra:
tal vez el intelecto hoy pase primero por los sueños.

Dios Padre es ahora un chico que cuida autos


a cambio de voluntarias y malhumoradas dádivas
una simple manera de atemperar mendicidades
o pordioserismos tan agraviantes
para su gallardía
apaleada.

¿Puede acaso estar hoy Dios pidiendo por monedas,


arrogándose actividades cuando menos impostadas?
¿Pueden los conductores hurguetear en sus bolsillos
y dar huesos para el caldo a cambio de simulacros?

El buen Dios hoy cuida coches


y junta basura y separa
la tierra es el alimento y las defensas vienen solas de
la mugre
las lágrimas de los niños siempre les embarra la cara
(no sé por qué se me hace
que esos ojos negros
84
Homo dialecticus

siempre verán más que los otros)

Claro, si es el buen Dios que está mirando


relamiendo la cuchara, la que tampoco trabaja;
un simulacro trae otro
Dios anda carnavaleando.

MUS EN LA FAVELA

Cansado de cielos fatuos y del hedor de las


vanidades
Así la mano del polvo que me ha sido tendida
Por mí mismo. Suave y segura
La gola del tanguero vino a buscarme
Acá a mi barrio. Idiota el hombre que desconoce
El llamado de los de su clase y alimenta patrañas
En otras alforjas culturales, dijo,
Acá a lo máximo es candombe
La sangre del África que a través de la milonga
Llega al dos por cuatro
Taquito de milico, melena de indio y sudor de negro
Yerba para todos
Infundida o inhalada
Del Níger al Amazonas, del Tajo y el Po al del Plata,
Guaraní, araucano, europeo,
Semita, árabe, mataco
Cítaras y acordeones
Cordoneando en el asado

Un órdago destemplado
85
Gabriel Cebrián

Echó al resto el convidado


Y héte aquí que convidante
Pasó a ser en una mano

El viento arrastra cadencias


De polkas e incaicos huaynos
De cumbias y distorsiones
De rockeros trasnochados

¿Cómo quieres que conozca


la identidad de mi hermano
en este babel de genes
que festonean mi tango?

Tal vez el gallego mande


Otros sindican al tano
La negrada está que arde
Y el indio, y el otomano

Todos de la misma tripa


Comen, cagan y menean
¿Qué importa de donde vengan
si pa’ bailar no hay fronteras?

NECESITO UN MANTRA

Necesito un mantra
Lástima que ésta mi cultura haya cercenado en mí
86
Homo dialecticus

La sensibilidad apropiada para tales potencias

Necesito un hito
Un hito que me libere de toda esta suerte de hiatos
Que causan sus omisas y afónicas sinapsis

Necesito un factótum
Para mi proverbial pachorra de filosóficas quietudes
Y que con su tesón supla estas infructuosas vagancias

Necesito un adalid
Que conduzca a mis imaginerías a descerrajar
palabras
Allí donde acaso llegaran a resultar apropiadas

Necesito parangones
Que diluciden si es enano mi gigante, o lo contrario
O denuncien esa medianía que he estado
cohonestando

Necesito un narrador
Que olvide ramificarse en floridos preciosismos
Y oculte lo que muestra, la esencia que no habla

Necesito un poeta
Que no bastardee su estilo, bien prendida su
anteojera
Y haga vomitar a las musas, si el deber así lo impera

Necesito una cábala


Un tótem, un fetiche, una modesta cota de
87
Gabriel Cebrián

supersticiones
No vaya el científico a imponerme siquiera sus
hipótesis

Necesito esa persona


Que en el aluvión de quimeras he ido desmembrando
La necesito, y si puede, que traiga consigo un mantra

SÚCUBOS Y VESTALES

He asistido a las fases de una aparición:


Vestales y súcubos enredados en fatal contienda
Gravedad arrogante unas, malignidad abyecta otras
Que resultan finalmente y a pesar de estas dualidades
En un único huracán de arañazos y dentelladas
Sangre del Olimpo mezclándose en los suelos
Con licores linfáticos del más profundo averno
Maniqueísmo uterino en resguarda de sus proles
De estirpe celeste unas; otras, de rebelión satánica
Mas una sola enjundia
Agitando la bravura de la hembra
Aplicada a tan ancestral salvaguarda
Con furores arquetípicos y lacerantes garras
Sin otra parafernalia que su propia asemejanza

¿Qué hacéis? Les pregunto, invalidado


Por género y materia tan lejanos a su traza
Si ha sido el mundo capaz de paríros
Y daros a cada una un sitio
88
Homo dialecticus

Adonde manifestar vuestras glorias,


Deíficas o macabras

Dejad de pugnar, si cada una


Constituye una parte de nuestra hembra humana
La que jamás complacernos podría si le faltase
La pierna del dolor, o la de la esperanza
La del placer procaz, o la de altivez sodomizada
La de lujurias guarras o la de refinada estampa
-Que se entrega voluptuosa, mas de virtud preñada
La de la impoluta esencia o la de pecaminosa data
-Que disuade al macho de su castradora usanza

Dejad, pues, de destruíros mutuamente


Que así sólo conseguiréis mutilar
A vuestras apolíneas y sacrílegas
Hijas encarnadas.

VINO

Corifeo aullador de lunares añoranzas,


¿qué hálito refresca tus templos y gineceos,
tus liturgias y bacanales
sino el mismo vino que ya a Abraham narcotizaba?

Milenios de pies tintos e hipnóticos vahos


de lagares, trapiches y prensas
de voluptuosas lujurias
de sacramentales sucedáneos
de violencias y afectos por él exacerbados
89
Gabriel Cebrián

de muecas idiotas y lenguas de trapo


-mas en el insigne interior
gravedad y desparpajo de la mano
de brindis y honores, serenos, graves o fastos-

Pobres y ricos desnudos


frente al caudal del escancio
en cuencos de barro o cristal
noble como el Murano
en guajes o vejigas secas;
en cuero, plástico, vidrio
o en cartones procesados
se aquilata el mismo espíritu
de Olimpos grecorromanos
de oscuros cultos de druidas
de diplomáticos pactos
de bodas y funerales
como en Canáan y en Bizancio
como en el bar de la esquina
y al borde mismo del atrio:

¡Que el vino siga licuando


la sangre del visionario!

ÚNICO ATRIBUTO

Recuerda que eres sólo un hombre


Un hombre
Un nombre
90
Homo dialecticus

La sombra de la sombra de otra sombra


Que continuará proyectando sombras sobre sombras

Gamas de grises fundiéndose en lo negro


Que es el nombre del único atributo posible
Sólo un nombre
El foco de la angustia antropomórfica

Recuerda que eres sólo un hombre


Y quítate esas sombras de tu espalda
Se trata meramente de un nombre
Y es ése que los hombres rara vez recuerdan

ABLUCIONES PROSAICAS (EL NUEVO SOL)

Umbrías sensaciones se proyectan con el recuerdo


La memoria es un escabroso espiral de aquelarres
A caballo de una sofisticación progresiva y tenaz
De los miedos de la infancia. Cuadros de espectros
Pinturas de dolores tantas y tantas veces expurgados
Pero que recurren con determinación inexorable
Cada domingo. De nada sirven las llamas del hogar
Las caricias nuevas sobre una piel recién mudada
Las palabras viejas infinidad de veces pronunciadas
-Como si la semántica de ayer hubiese sido perimida
O renovada según esos helicoidales fraudes
sucesorios-
Sólo son otra futura fuente de nostalgias. El silencio
Del ánimo no apetece todas estas melodías

91
Gabriel Cebrián

anticuadas
Y la sinfonía del hoy es imposible que resuene

mañana
Sin la clave del siniestro que aquí mismo, a mi
espalda
Toca una y otra vez todas aquellas funestas melodías
Que van enredándose en una suerte de armonía
macabra

Las caras de mis espectros seguramente no serán


iguales
A las de los tuyos, pero sabes muy bien de lo que
hablo.
Juguemos a cambiarlos, mezclemos bien estos
acervos
Estos resabios del vacío que inevitablemente nos
agria
En los meandros de estragados sinsabores que
malsanos
Vienen a quedarse las migajas que nos hemos
rescatado
En tanta vana pelea. Fundámoslos en un solo
monstruo
Y sobre él arrojemos toda nuestra frustración y
escarnio:
Hostigando a la memoria tal vez hallemos, de este
modo

Virtudes redentoras que consigan aflojar un poco el


92
Homo dialecticus

lazo
De heridas que no cierran porque no hay acaso

cicatrices
Mientras cada cual cargue lo suyo; no hay
posibilidades
De remanso en las aguas pútridas que continúan
bajando
A la mente, según la proyección ineluctable del
pasado

Y entre tanto, permite a mi vanidad justificar en vano


el desgarbo de mis ocurrencias que pretenden poesía
desde esta proliferación
de balsámicas amnesias despojada.
Es que si hubiese algún día aprendido el arte
del ritmo y del verso, o de la deslumbrante gramática
jamás podría hacer su gala en esta porqueriza
en la que los recuerdos me mantienen confinado.
Ea, pues, demonios de la memoria,
hoy serán incinerados
en un fuego que, si hacerlo puede, seguro será
sagrado;
y así, de cara hacia el futuro y con la mente en
blanco
escalaremos esa cuesta que siempre nos ha frustrado.

Suficiente. Basta para mí. Me quedaba mil ve-


ces con el viejo Pajón, flaco favor le había hecho este
imbécil del “Master” al aportar un conjunto de versos
93
Gabriel Cebrián

tan inconsistente, tanto desde lo formal como desde el


contenido. El pobre de Hölderlin la debe haber pasa-
do bastante fulera con este petulante. En fin, yo sólo
puedo apechugar con esta existencia del mejor modo
que puedo, pero... ¿es eso lo que estoy haciendo?
Creo que llegó la hora de reaccionar activamente, aún
a pesar de cierta categoría ontológica que parece jugar
en mi contra. Ahora sí, sin más interferencias, MI
ROLLO.

94
Homo dialecticus

Síntesis

Metafísica Supratrascendental

Ser y no ser, pastores del hombre

Cuando su visión se nubla, un hombre encien-


de para sí mismo una luz; ser vivo, cuando está dor-
mido toma contacto con los muertos, y cuando des-
pierta toma contacto con los dormidos.

Heráclito.

A caballo de una reacción-rebelión de inusita-


da virulencia, abandono intempestivamente el Bar La
Marina, a pesar de todo y Campari. No sé qué hora
es, ni si es o no alguna hora, o si podría incluso ser-
lo... el ser y el tiempo muchas veces no andan de la
mano, y el problema de tentar nuevas epistemologías
en semejante contexto está dado por la magnitud es-
95
Gabriel Cebrián

cabrosa que semejante empresa comportaría. Negada


pues, la pesca de altura, sólo queda boya y caña mo-
jarrera. En fin, es de noche, y una cerrada niebla agre-
ga truculencia al paisaje suburbano en el cual nueva-
mente advierto a las paralelas no euclideanas entre-
cruzarse, pero esta vez estoy sobre aviso.

Camino por calle La Merced, y montones de


recuerdos de otra vida se agolpan en mi mente con el
sinsentido más significativo que me ha sido dado ex-
perimentar, paradójica y cruelmente. Oigo un sonido
de motor a mi espalda, y entre la bruma veo venir la
verde figura de un ómnibus de la línea siete, con el
cartel rojo luminoso que indica Río Santiago, y sé que
va hacia el centro de la Ciudad de La Plata. Corro
hasta la esquina, le hago señas para que se detenga y
me subo. Sólo el chofer, ni un puto pasajero. Claro, a
esta hora –o a esta falta de ella-, y en esta noche de
perros, quién iba a andar... la máquina expendedora
de tickets me recuerda que debo poner las corres-
pondientes monedas, y con alarma advierto que he
dado mis últimos denarios a los pibes para que juga-
ran al pinball. Hurgo en mis bolsillos infructuosamen-
te, más que nada ejecutando una puesta en escena pa-
ra el chofer, quien me observa desde el gran espejo
ornado con un banderín de River Plate y una imagen
de Jesús cuyo manto ostenta la banda roja sobre fon-
do blanco, en fiel remedo de la casaca del citado foot-
ball team.

96
Homo dialecticus

-Sentate tranqui, pibe –me dice. –Va gratis. A-


parte, a esta hora no creo que vaya a andar ningún
chancho8 rompiendo las pelotas.
-Gracias, jefe, le debo una –respondo mien-
tras me siento en la butaca individual de la tercera fi-
la. –A propósito, ¿qué hora es?
-Como bien dijo Baudelaire, es hora de em-
briagarse –apunta, mientras echa un trago de una pe-
taca. Okay, parece que al no haber chanchos a la vis-
ta, vale todo. Incluso que el chofer beba estando de
servicio. - ¿Querés un trago?
-¿Qué es?
-Menos averigua dios y nos deja a nosotros las
incógnitas.
-Brindo por eso –digo, mientras echo un buen
trago de algo que ni siquiera sabe a bebida alcohólica,
pero que estalla en mi cerebro como si lo hubiera in-
corporado a mi sistema por vía endovenosa. Apenas si
llego a devolverle el recipiente antes de caer sen-tado
sobre la primera butaca, al lado de la máquina
expendedora de tickets.
-Es la hora de los muertos –retoma, en un diá-
logo con flujos y reflujos que sugieren, a mi ahora en-
tonado entendimiento, magnitudes de sunamis semán-
ticos.
-¡Porca miseria! –Exclamo, no sé por qué ca-
rajo. Sospecho que el brebaje acciona mecanismos
comunicacionales tan automáticos que asombrarían
hasta al mismísimo Breton.
8
Por estos pagos, dícese de los inspectores en tránsito de la em-
presa de transporte de pasajeros.
97
Gabriel Cebrián

-Y los fantasmas, igual, no pagan boleto –aña-


de, haciendo caso omiso del taco itálico que acabo de
soltar.
-Pongamos por cierto que soy un fantasma...
entonces, ¿usted qué es? ¿Un ser humano, acaso?
-Ahora sí que me la dejaste difícil, a ver...
bueno, todo depende de lo que se entienda por “ser” y
de lo que se entienda por “humano”.
-O de lo que se entienda por todas las demás
palabras, independientemente de su función sintáctica
en el contexto, si vamos a hilar fino.
-Ya me advirtieron de tu temple, amiguito. No
en balde te han dado en llamar Cratilo.
-¿Quién lo ha advertido?
-Menos averigua dios porque ya todo lo sabe.
-Por eso mismo, yo no soy dios.
-Eso, prima facie, es discutible.
-Parece que me ha tocado un auriga panteísta,
voto a Arjuna.
-Es una excitante denominación. “Diálogo en-
tre Cratilo y el auriga panteísta”, podría intitularse
este segmento. ¿No creés?
-Pues sí, no está nada mal. Aunque algo ex-
temporáneo en su presente formulación, no obstante.
-¿Sabés cuál es tu problema? Que rompés so-
beranamente las pelotas con la linealidad del tiempo
en un ámbito en donde no es pertinente, pedazo de
alcornoque. Tenés el privilegio de manejarte en un si-
tio donde paradojas y anacronismos no proceden, y te
emperrás en colgarte de las manecillas de un reloj que
pertenece al campanario de otra iglesia. ¿Acaso el ri-
98
Homo dialecticus

gor (mortis) filosófico no te deja soltar amarras? Esos


formalismos tan equívocamente extrapolados te impi-
dieron trascender en su momento, y ahora mismo
continúan obstruyendo toda posibilidad de que alguna
vez lo hagas. Pero ése es otro tema, que deberemos
tocar más luego...
-¿En qué quedamos? –Lo interrumpo. -¿Decir
“más luego” no comporta una secuencia temporal de
corte lineal, acaso?
-Por cierto, pero son “tus” limitaciones a este
respecto las que nos coercen en ese sentido. Naciste
del sueño de un aspirante a filósofo que te imbuyó de
su impotencia malsana, de su resentimiento, de las ta-
ras y complejos resultantes de su magra formación.
Lo que te impidió desde el principio, y pese al esfuer-
zo de varias conciencias elevadas, asumir la potencia-
lidad de un conocimiento integral, si bien no afónico,
sí rítmico, melódico y armónico. Una y otra vez vol-
viste a su redil a enredar tus ansias en marañas silo-
gísticas de la peor estofa, y eso que en ese sentido han
existido insignes e inigualables embarulladores, mirá
si no a Descartes, por mencionar un peso pesado. En
fin, la diferencia entre todo y nada está en un tris, en
un chasqueo de dedos.
-Just like this –digo, efectuando uno.
-Isso, mesmo assim –concede. Acto seguido
acciona un dispositivo del tablero y arranca, a un vo-
lumen casi ensordecedor, Sweet dreams are made of
this, de Eurythmics. Eso quizás haya hecho explo-

99
Gabriel Cebrián

sión en mi mente9 más fuerte aún que el brebaje que


había bebido momentos antes. Pero la conmoción a
poco fue cediendo espacio, en un fundido digno del
mejor cine negro francés, a un recuerdo audiovisual
bien concreto: estaban pasando esa canción en la roc-
kola de un bar en el momento que conocí al Gran
Maestro en Phonontología, el inefable Ángelo Bono-
mi.
-No puede ser... –balbuceo, en tanto me incli-
no hacia mi derecha para ver mejor el rostro del cho-
fer, que sonríe. No se parece mucho a Bonomi, sobre
todo porque luce más joven que cuando lo traté.
-¿Qué es lo que no puede ser? –Inquiere, con
tono desafiante, mientras baja el volumen para facili-
tar el diálogo.
-Que usted sea Ángelo Bonomi.
-Habíamos quedado en que yo era “El auriga
panteísta”, ¿o no?
-Pero usted no es él. Digo, es mucho más jo-
ven...
-¡Ahí va otra vez la mula al trigo! ¡Qué rollo
que tenés con el tiempo, pibe!
-Bueno –aventuro, intentando aportar un poco
de common sense a una secuencia de eventos que, co-
mo otrora, comienza a tornarse ingobernable-, si us-

9
Obsérvese que se utiliza el término “mente”, cuando quizá de-
bería consignarse “cerebro”; ello así por cuanto este último con-
cepto sugiere un carácter orgánico que, si bien podría resultar
perfectamente válido en otra frecuencia vibracional, sin embargo
remite invariablemente a una noción acotada de materialidad que
en el presente trabajo se pretende, cuando menos, relativizar.
100
Homo dialecticus

ted fuese Bonomi, se me ocurre (a propósito de su crí-


tica), que puedo enrostrarle una flagrante contradic-
ción.
-Me muero por oírla.
-Nada, que si jode tanto con el asunto de su-
perar mentalmente la idea de la linealidad del tiempo,
y al propio tiempo basa su cosmología en la música,
me atrevo a recordarle que uno de los elementos esen-
ciales de dicho arte tiene lugar en el tiempo secuen-
cial, sobre el que van articulándose sonidos, silencios,
ritmos, melodías y armonías hasta configurar el son
sobre el cual uno puede ejercer el discernimiento que
permite el disfrute.
-¡Ah, pero qué buena contradicción que has
hallado! Lástima que no sirva en lo absoluto, a no
ser...
-¿A no ser que qué?
-A no ser que quieras autoaplicártela. Por esas
raras cuestiones que por ahí llaman “aprender por el
absurdo”, estás a punto de enfrentarte con tu propia
contradicción, endilgándomela a mí.
-Disculpe, pero eso me suena a gambito, y a u-
no demasiado elemental, por cierto. Simplemente in-
vierte la carga de la prueba sin aportar el menor argu-
mento que avale tal maniobra.
-¡Esto es fantástico! ¡Soy una cifra que ha al-
canzado su punto en el tejido del cosmos, resulta que
retrocedo varios casilleros para tenderle la mano a un
ignaro desagradecido, y encima pretende que haga su
propio trabajo sucio!
-Bueno, no se ponga así... digo, a menos que...
101
Gabriel Cebrián

-¿A MENOS QUE QUÉ? –Pregunta a gritos,


mientras clava los frenos de modo que me doy la ca-
beza contra el sostén vertical de acero. Duele lo sufi-
ciente como para recordarme una vez más (como si
hiciera falta) que mi condición presuntamente inorgá-
nica (respecto de otras densidades, claro está) no em-
pece ni colisiones ni sus consecuentes efectos senso-
riales.10
-A menos que haya sido la reacción destem-
plada producto de un touché.
-Evidentemente, no estoy acostumbrado a esta
traza de universo, y menos a bestias como vos; por
primera vez en muchísimo tiempo tengo ganas de gol-
pear a alguien...
-¿Quién habla de tiempo, ahora?

Visiblemente mosqueado, el presunto Bonomi


pone primera y arranca nuevamente por el Camino
Rivadavia. A propósito... ¿tanto diálogo y aún esta-
mos acá? El ómnibus ha venido, según mis sensacio-
nes, a una velocidad normal, tirando a rápida. Y no
me percaté de que hubiese dado algún rodeo; así que
ya deberíamos estar quizá en el barrio de Los Hornos,
pero no. A lo sumo un par de kilómetros, hemos he-
cho. Aunque tal vez, enfrascado como estaba en la

10
Como los presuntos sueños de la carne, cuya invocación
reduce a los míos propios a un nivel más sutil aún, seguramente
más indiscriminado en sí y de allí a la eternidad, por rematar la
idea en términos onda holywoodiense.

102
Homo dialecticus

discusión, no advertí que se había desviado en algún


sitio.
-Sin embargo, hay otra posibilidad –dice el
presunto Bonomi, ensayando una sonrisa diabólica.
Vos mismo hallaste la puerta a lo que te acabo de in-
vitar que consideres. Ahora, te falta encontrar la llave.
-Yo no sé por qué ese berretín de jugar adivi-
nanzas. ¿Por qué no me lo dice, y ya?
-Si las personas no preguntaran una y otra vez
lo que ya saben, los maestros dejarían de tener razón
de ser. Devendrían absolutamente innecesarios.
-Bueno, entonces pongamos que lo hago para
que no se queden sin empleo. ¿Vale?
-No sé si es que tenés talento para las estupi-
deces o una capacidad distractiva extravagante, basa-
mentada en una contumaz necesidad de preservar la
existencia equivocada. Cuando termines de farfullar
sandeces tal vez tengas tiempo de advertir que el se-
creto se esconde detrás de esa gran contradicción que
vos mismo me quisiste endosar.
-Otra cosa. Me parece recordar que el Bonomi
original tenía un acento menos porteño; hablaba un
español no solamente más neutro, sino que mucho
más elegante, por cierto.
-¿Te querés dejar de joder con las palabras, me
cago en la concha de mi tío abuelo el castrati?
-¿Ve lo que le digo?
-No. En todo caso lo oigo, pero no me apetece
hacer esta clase de señalamientos ramplones a una
bestia semejante. Lo único que me parece que puedo
hacer, en estas circunstancias, es ofrecerte otro trago.
103
Gabriel Cebrián

-Déle, traiga. Pero conste que es por pura vo-


luptuosidad, nomás.
-Claro, contaba con ella. Siempre hay coños
que no se abren si no los aceitan lo suficiente.
-A propósito de coños, ¿qué es de la vida de
Ivana?
-Lo sabrás por vos mismo si es que abrís la
maldita puerta, o la raja puta de tu mente emponzo-
ñada. De lo contrario, más vale que te olvides para
siempre de ella.
-Una especie de Helena, eh... el trofeo que me
espera si consigo devastar Troya...
-En tu caso, sería más apropiado decir Babilo-
nia. En más de un sentido, claro. Lo malo con vos es
que venís a ser algo así como la pregunta por el ser
personificada, es decir... si una conciencia cualquiera,
en cualquier estrato cósmico que se constituya, agota
todas sus energías en tratar de averiguar su condición
ontológica, el ser pasará por ella de modo tan tangen-
cial que jamás conseguirá experimentarlo. Y como en
algún lugar de tu interioridad sabés muy bien que es
así, se te ocurre asumir aires adolescentes y todo se
torna bravata, mental y física. O si no apelás al cinis-
mo propio del impotente, o a una cierta autosuficien-
cia que trata de ocultar complejos y frustraciones.
-Oiga, don, no tengo idea de quién estará a
cargo de esta terapia, pero exijo hablar directamente
con el puppetmaster.
-Y sin embargo, esa cualidad de estridencia
controlada, esa vibración juvenil y contestataria que
proyecta tu persona, quizá sea la vía para una nueva
104
Homo dialecticus

línea de creación de la Octava Primigenia. Por eso


tanta atención puesta en un orate semejante. Por eso
cada una de tus fruslerías conceptuales es oída tan
cuidadosamente más arriba. Por eso ese capullo de
Cebrián jamás tuvo idea de su función de crisálida,
desde que empezó a contar una historia mirando la
fotografía de un ángel y te puso a la deriva a formu-
larte la pregunta metafísica, arrojándote a sus propios
contextos de desórdenes juveniles; que dicho sea de
paso, hace ya buen rato que han pasado.
-Pero si pasaron, aún continúan pasando; ¿o
no?
-Claro, máxime cuando tiene una petulante
proyección mental que incluso idealiza los mediocres
entuertos originales. ¿Y? ¿Quién es la marioneta, aho-
ra, eh?

Vamos ingresando a la rotonda de 32 y 120, y


ya puede verse clarear el alba por el lado del río. Me
siento inquieto, presa de una gran agitación, ya que
siento que algo formidable, inédito e inaudito está a
ocurrir; no sé qué, a ciencia cierta (vaya una locu-
ción,), pero es como que estoy a las puertas de una
especie de trascendencia existencial muy similar a la
que había experimentado en el sur, hace ya más de un
lustro, cuando Bonomi, Ivana y demás acólitos partie-
ron hacia otra dimensión, dejándome atrás por no ha-
ber desarrollado las potencialidades necesarias para
tal maniobra evolutiva. Parecía ser que esta vez no iba
a poder esquivar el bulto, propiamente hablando.

105
Gabriel Cebrián

-Ahora tomamos la diagonal 74 –comenta Bo-


nomi-, hacia el sur, hacia el cementerio. Todo un sím-
bolo, ¿verdad?
-Ahá –respondo, más preocupado por mis pro-
yecciones mentales que por simbología alguna.
-Acá nace la diagonal, y tendremos que reco-
rrerla toda hasta su fin, que casualmente o no tanto,
coincide con el cementerio de la Ciudad de La Plata.
Es como la vida, como recorrer todo el camino de la
vida del principio al fin.
-No, está bien, pero en realidad la diagonal co-
mienza en Punta Lara, como cinco o seis kilómetros
atrás.
-No no no no no, mi amiguito, no es la dia-
gonal, es un camino que la continúa y que en realidad
no sé cómo se llama, si es que se llama de otro modo
que “camino a Punta Lara”.
-Bueno, ¿ve? Al final se trata solamente de u-
na cuestión de orden nominal, lisa y llana.
-Claro, todo entra en el campo de tu especia-
lidad, ¿cierto? Naciste en un universo de palabras, y
morirás antes que ceder a una dislexia iluminadora. El
ordenamiento cósmico exige principio, desarrollo y
final, no solamente para su cabal funcionamiento sino
también para su cabal intelección, ¿es eso? Bueno,
para tu gobierno, voy a decirte que esa manera de re-
cortar el fenómeno considerado real es la más arbitra-
ria de las arbitrariedades. Ayuda, cómo no, a mante-
ner la ilusión del yo. Pero ello equivale a acabar con
el ganado para que el pastor ya no tenga de qué preo-
cuparse. Permanecerá muy tranquilo en su potrero, vi-
106
Homo dialecticus

gilando al vacío. El yo sería, entonces, el pastor del


no ser. O el pastor de sí mismo y de su reflejo, arti-
culado en base a palabras que proyectan su interio-
ridad y la elevan a categorías tales que resulta capaz
de configurar universos individuales de lo más com-
plejos. ¿Te tranquilizaría más que te dijese que el Ca-
mino a Punta Lara bien podría ser la existencia intrau-
terina de la diagonal 74; el último tramo de ese cami-
no, diríamos, el canal de parto, y la rotonda que aca-
bamos de circular, la vagina dilatada y parturienta?
Apuesto a que sí. Mas solamente es seguir segmen-
tando, hacia un lado u otro, la secuencia lineal que tu
sintaxis está acostumbrada a repetir al pie de la letra
en pos de un sentido que no es solamente humano,
voto a Rilke, aunque nos empeñemos en universalizar
visiones antropocéntricas.
-Sin embargo, en el principio fue el verbo.
-Ahí sí que remachaste bien el clavo. Aunque
ahora les gusta mucho hablar del Big Bang, ¿no es a-
sí? Quizá sea ésta la metáfora que mejor expresa el
pensamiento de la humanidad visual, y el porqué de
su enorme error de perspectiva.
-No veo el punto.
-Efectivamente, el punto jamás se ve. Ahora,
en una fuga espiralada y centrípeta, trataré de aproxi-
marme a él. El principal inconveniente de la defini-
ción de Big Bang, consiste en esta tara genérica que
enrarece la conciencia de este plano. La idea en sí no
es mala, el principal problema está en su formulación.
Y esto deberías entenderlo perfectamente, porque cae
en el foco de tus intereses: para poder comprender
107
Gabriel Cebrián

correctamente esta idea de creación, aparentemente


ex nihilo, hubiese sido infinitamente mejor
denominarla Big Bell, no solamente porque la
onomatopeya explo-siva es mucho más desagradable
al oído, sino porque tergiversa la primera y
excluyente facultad de la Octa-va Primigenia, que es
su tañido armónico. Nunca una explosión puede
generar tal orden, dado que su esen-cia es caótica y
mucho más lo son sus efectos, de acuerdo a
cuestiones de entropía universal. Por el contrario, el
primer campanazo genera una expansión armónica en
la que todos los sonidos se equilibran se-gún su lugar
y modalidad cósmica, sin otra posibili-dad, generando
así esta extraordinaria e infinitamente bella Teofanía
que nos es dado percibir. Sólo que en lugar de oír el
Verbo, lo visualizamos. Hemos estado elaborando
concepto tras concepto, sin advertir que e-llo no es
sino la visualización del signo lingüístico. Por algo
Niestzsche dijo algo así como que la música es lo
único que nos permite viajar hasta lo eterno y
regresar. Fue una intuición maravillosa, digna del más
grande filólogo que haya pisado este universo. Él fue
capaz de intuir, magníficamente, las aristas del Secre-
to. Claro que en el principio fue el Verbo. Tan así es
que la sencillez del arcano nos ha impedido desentra-
ñarlo. Todo lo que ocurrió y ocurrirá está haciéndolo
ahora, en las distintas oscilaciones sonoras del Big
Bell, en ese acorde perfecto que constituye este uni-
verso y todos los demás acordes de las distintas esca-
las que constituyen los demás, tanto más puros y ele-
vados cuanto más cercanos a la fuente.
108
Homo dialecticus

-Si no fuera por el toque New Age, lo inscribi-


ría a usted en las huestes de los neopitagóricos...
-No creo que estuviera del todo mal. Y tampo-
co me sorprende, por cuanto ese tal Cebrián y vos
mismo han estado ya coqueteando con Pitágoras, A-
polonio de Tiana y demás. Fueron sus mejores piezas,
con seguridad, y no creas que no he estado soplándo-
les en la oreja las mejores páginas de esos entuertos.
Claro que el ruido de estática de sus aviesas mentali-
dades me impidieron dar algo de lustre a la totalidad
de tan prosaicas componendas... en fin, se trata sola-
mente de unas cuantas ensoñaciones, cacofónicas por
cierto, que no obstante se expanden en ecos necesa-
rios al conjunto vibracional. La audición de tal con-
junto, de todos modos, nos es vedada, sólo podemos
intuírla con mayor o menor precisión, según el indivi-
duo; aunque teniendo en cuenta el contexto, quizás
deba decir “el instrumento”. En cuyo caso, todo se re-
duce a una mayor o menor afinación.
-Suena bastante razonable, su teoría. Pero ha-
llo que en esta realidad, en este mundo que me es da-
do percibir, sea ello por mí mismo o por interpósita
persona, muestra graves incongruencias si se lo res-
pecta al sacrosanto tañido de una perfecta campana
primordial. No quiero caer en la perogrullada de traer
a colación todos los males de este mundo (que hoy
por hoy adquieren niveles de holocausto final), ni
tampoco pretendo que me responda con los simplis-
mos propios de todo deísta que se precie de tal. Sim-
plemente siento que no deja de ser una grosera incon-
gruencia.
109
Gabriel Cebrián

-Espero que mi respuesta no sea tan ramplona


que llegue a ofender tus prístinos oídos; no obstante
me gustaría recordarte que las armonías utilizadas en
las composiciones contemporáneas, luego de milenios
de investigación, sólo fueron posibles desde hace u-
nos poquísimos siglos, desde que el Gran Maestro
Bach consiguió temperar el clave en la frecuencia a-
decuada. O sea, integró al conjunto expresivo de su é-
poca un cúmulo de posibilidades que hasta ese enton-
ces resultaban disonantes, o al menos inapropiadas en
un sentido estructural. Lo que quiero decirte, es que
aún estamos en pañales a ese respecto, y ésa es la idea
misma de la evolución: la de ir integrando las aparen-
tes discordancias a la Suprema Armonía.
-Está bien, pero la idea de evolución supone
una linealidad temporal, ¿o no?
-Sólo si ves el concepto, nunca si lo oyes. El
Secreto es de orden auditivo, ya te lo dije. Y este paso
fundamental, esta toma de conciencia que supone un
paso de cero a infinito en la aprehensión cósmica, o-
curre, como ya te dije, en un tris. Y otra cosa... este
motor gasolero suena bastante mal, así que...

Vuelve a accionar el control que había echado


al éter la canción de Eurythmics, pero esta vez, en lu-
gar de reproducir otro registro fonográfico, el ruido
del motor cambia de manera espectacular: de pronto
el vehículo comienza a sonar como el órgano de una
catedral, en crescendos y fugas de una musicalidad
tan peculiar como conmovedora. Me viene a la mente
Magic bus, aquel viejo tema de The Who, pero sólo en
110
Homo dialecticus

un sentido semántico, dado que la canción en sí es


bastante fulera.

Antes de atravesar las vías de 1 y 38 puedo ver


el edificio de aquel vetusto bar cuyo nombre no re-
cuerdo y al que he ido varias veces a beber y conver-
sar con la mujer a cargo, una señora ya casi anciana y
gran bebedora también, cuyo nombre sí me acuerdo.
Se llamaba Betty Byrne. Lo recuerdo porque yo siem-
pre le decía “tu apellido es Byrne”, pronunciándolo
según su fonética original y correcta, cosa que le mo-
lestaba particularmente y generaba su automática res-
puesta: “Yo soy argentina, m’hijito, yo soy Birne”. El
vaso de vino blanco de damajuana a mi frente, las pa-
redes ornadas con viejos figurines de tipo tanguero,
campestre, hípico; los perdedores acodados en fila so-
bre el mostrador, narcotizando sus varios sufrimientos
en el alcohol barato, los ojos azules y profundos de
Beatriz, enrojecidos por la bebida, mirándome fija-
mente y diciéndome que yo no era de allí, que era jo-
ven e inteligente, y que qué carajo estaba haciendo
con mi vida... ¿son acaso mis propios recuerdos o vie-
jas reminiscencias de la persona que ha interpuesto
entre su dasein y el mundo una marioneta rebelde y
veleidosa que vendría a ser yo? ¿Soy capaz de soste-
nerme en esta existencia presuntamente ilusoria, aglu-
tinando estructuras y respectaciones capaces de confi-
gurar un cosmos original e irrepetible? ¿Acaso todos
los demás hombres, los soñadores y los soñados, son,
o hacen, otra cosa? Es muy claro para mí que la cate-
goría de “ilusorio” vale igual y definitivamente para
111
Gabriel Cebrián

todos. Don Benigno Pajón estaba en lo cierto. Sólo


resta dar un paso hacia el vacío, hacia el ojo de Brah-
ma, hacer sonar el tris que devela el Secreto.
-Precisamente eso –dice de pronto Bonomi, al
tanto de mis pensamientos, por lo visto- es lo que te
insté a hacer allá en el sur. Pero evidentemente no es-
tabas afinado aún. Y si mi oído no me engaña, creo
que ahora sí estás listo para dar ese paso. Pero antes
tenemos que soltar amarras.

Poco después el Magic bus se detiene en la ca-


lle 35, en el corazón del barrio suburbano de La Lo-
ma, frente a un edificio de dos plantas que conozco
muy bien. Inmediatamente advierto cuáles son las a-
marras que debemos soltar antes de mi partida. Nos
apeamos, vamos hasta la puerta al lado de la carnice-
ría, esa puerta que nunca se cierra con llave, ingresa-
mos y comenzamos a subir por la angosta escalera,
primero yo y luego Bonomi. Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece
escalones. Llegamos al pseudo descanso (porque allí
termina toda ascención posible) y a punto estoy de
dar un par de knocks a la puerta cuando Bonomi de-
tiene mi brazo y se encarga él de hacerlo, pero tambo-
rilleando los dedos de su mano izquierda y cerrando
compases con el dorso de la derecha, en una sección
rítmica que, debo reconocer, suena fabulosa. A poco
se oye la voz de Gabriel, somnolienta, preguntando
quién es.
-Deberías saberlo –responde Bonomi. Ahora
lo que se oye es el deslizamiento del pasador y las dos
112
Homo dialecticus

vueltas de llave. Finalmente abre, y maldita sea si he


visto otra cara de reviente peor que la que luce. De
muy mal humor, nos dice:
-Me parece que no son horas de venir a joder;
pero bueno, ya está, pasen.
-Después de la perorata que acaba de darme el
señor Bonomi, aquí presente, acerca de lo ilusorio del
tiempo lineal, tu recomendación resulta por demás in-
consistente.
-Anoche me bebí casi una botella de Grant’s,
o sea... no estoy de ánimo para disquisiciones de esa
índole, y creo que de ninguna otra.
-No hay problema, –asevera Bonomi, y añade:
de todos modos, el oportunismo no ha sido nunca tu
fuerte. Siempre has vivido a contrapelo de las cir-
cunstancias, así que ésta nuestra interrupción no es si-
no más de lo mismo.
-Parece que conoce muy bien mi historia, cosa
que me sorprende.
-¿Por qué te sorprendería tal cosa?
-Y, básicamente, porque usted es un producto
de mi imaginación, y en todo caso debería ser yo
quien...
-Si por ventura te creés que sos capaz de ima-
ginar un sujeto como yo, con la totalidad de mis atri-
butos y de implicancias cósmicas, desde luego que no
estarías embarcado en proyectos como éste.
-¿Perdón?
-Había una vez un niño que soñaba que cons-
truía un lobo con su masilla. Lo modelaba cuidadosa-
mente, intentando perfeccionar cada detalle y preten-
113
Gabriel Cebrián

diendo dotarlo de una evidente ferocidad. Tanto trató,


y tanto extremó sus habilidades, que, como era un
sueño, finalmente el lobo cobró vida.
-Ahá. ¿Y?
-El niño jamás despertó. Hay quien dice que
fue devorado finalmente por el lobo, tan cabal y feroz
como había sido diseñado. Pero eso me parece excesi-
vo. Probablemente aún anden los dos deambulando
por las estepas nevadas de cierto paraje de ensueño.
-Vaya una fábula tan perogrullesca.
-Perogrullesca, bien puede ser. Lo que sí, de
ninguna manera se trata de una fábula. Eso verdade-
ramente ocurrió. Y ha ocurrido tantas veces que creo
que te sorprenderías de enterarte de sólo algunas de
ellas. Muchos escritores desarrollan la tendencia a o-
torgar niveles de realidad a sus creaciones espontá-
neas, y lo que a simple vista parecería una aberración
mental, más o menos grave según el caso, no es sino
el ingreso a una sensibilidad tal que permite rasgar los
límites entre lo que nos es dado tomar como cierto y
lo que, siendo perfectamente real, nos es vedado asu-
mir de tal suerte. Le abriste la puerta a Cratilo, y esa
fue una apertura bastante importante. Luego Cratilo
me abrió la puerta a mí, y entonces la cosa tomó otro
cariz. Todos los goznes, bisagras y cerraduras de tu
mundo saltaron en pedazos.
-Todo eso que dice suena bastante coherente,
incluso hasta verosímil. Sólo que...
-¿Sólo que qué?

114
Homo dialecticus

-Sólo que usted es nada más que la visión ide-


alizada de un profesor que tuve en la escuela secun-
daria, eso es todo.
-O sea que nada hay en el entendimiento que
no haya pasado primero por los sentidos, ¿es así?
-No creo ni en uno ni en los otros.
-Claro, por eso es que pasan estas cosas –me
permito terciar, algo molesto por el cariz que está to-
mando el diálogo.
-Miren, muchachos, no se ofendan, pero tengo
que hacer muchas cosas y muy poco tiempo. Me gus-
taría liquidar pronto este asunto, se trate de lo que se
trate, y ponerme a trabajar en lo que siento que debo
trabajar ahora, hoy por hoy.
-Bueno, está bien –concede Bonomi, con una
energía y una autoridad inéditas hasta entonces. –Así
las cosas, vengo a notificarte que voy a llevarme con-
migo a Cratilo.
-Me parece perfecto. Tal vez debiera habérse-
lo llevado en la primer novela de la saga, cuando lo
dejó triste, frío y solitario en una cabaña patagónica.
-Oigan, que tampoco soy un paquete, o una
valija, eh...
-No ha sido culpa mía, ni tampoco demérito
de él, como te apresuraste a consignar, y como yo
mismo preferí que creyera para que cuando llegara el
momento se esforzase más. No lo llevé entonces sim-
plemente porque aún lo necesitabas. Y, mal que mal,
de alguna extraña manera te pertenecía. Si este com-
plicado pero atractivo sujeto sufrió más de la cuenta,
no ha sido mi culpa, sino tuya.
115
Gabriel Cebrián

-Este complicado pero atractivo sujeto –obser-


vo- está aquí presente, oyendo como se distribuyen
responsabilidades, culpas y tutelajes respecto de su
persona, la que según cualquier mandato constitucio-
nal que impere en el universo, debería tener voz y de-
rechos propios e inherentes a su condición de perso-
na, física, mental, espiritual o lo que mierda se les
pueda ocurrir a un par de mojigatos pretenciosos y
delirantes como ustedes.
-Cualquier mandato constitucional que
impere en el universo, ¡vaya una ocurrencia! –
Exclama Ga-briel, y agrega: -¡Acabás de tirar a la
mierda el impe-rativo kantiano, dejándolo al nivel de
una paparrucha!
-¿Es que acaso era otra cosa? –Acota Bonomi,
y reímos los tres.
-Bueno, el caso es... si alguna vez necesité de
Cratilo, o si abusé de él, aprovecho para agradecerle y
pedirle disculpas, según corresponda. Y por cierto, es
libre (como creo que siempre lo fue) de hacer lo que
se le cante el orto.
-Claro, eso se dice muy fácilmente, pero has
de saber que no va a secundarte más en ninguno de
tus enjuagues pretensamente literarios, o sea...
-Lo sé. Y va a ser difícil, quizá imposible de
reemplazar. Pero sucede que ya no me importa gran
cosa.
-¿Mi concurrencia?

116
Homo dialecticus

-No. Los enjuagues literarios, filosóficos y po-


éticos, en general. Me fugué, oh brujas, oh miseria,
oh odio...11
-Esa cita ya la pusiste en otra novela.
-¡Claro! Es que siempre he tenido ganas de fu-
garme de lo que sea, de todo lugar o situación que
fuese apto para hacerlo. Soy muy dado a las fugas. U-
na especie de Bach extrovertido.
-Salvando las distancias, por cierto.
-No lo sé. Tengo una idea bastante interesante
de mí mismo, no vayas a creer...
-Ni que lo digas -concedo.
-Entonces...
-Entonces, como quien dice, está escrito.
-¿Qué cosa?
-Lo que carajo haya tenido que decir, para
bien o para mal, ya está escrito y publicado. Chau.
Gracias por todo, hagan lo que quieran y déjenme en
paz. Ustedes dos y todos los otros personajes que dos
por tres me salen al paso. Estoy harto de ustedes dos,
de todos los demás personajes, de buscar las palabras
o locuciones más adecuadas, de perseguir rigores es-
téticos y/o filosóficos, de perder el sueño y la propia
vida en pos de quimeras poéticas o rapsódicas, de la
tilinguería intelectual, de los imbéciles que se desvi-
ven por ver sus nombres en la tapa de un hato de pa-
peles engomados y/o cosidos, de la caterva literaria,
de los aires de profundidad y/o grandeza, etcétera. Me
cansé de revolcarme en el estiércol de los chiqueros

11
Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno.
117
Gabriel Cebrián

culturales, de los compromisos sociales fingidos para


parapetar los tentáculos ominosos del ego, de las po-
ses, de la fatuidad, y todas esas lacras. Y también me
cansé de vivir en un mundo en el que la cultura, es-
tricto y lato sensu, de alguna triste manera legitima
toda masacre imaginable y ya no tan en ciernes. En
realidad, creo que debería intentar irme con ustedes,
pero supongo que tengo un montón de tripas que gra-
vitan en mi perjuicio.
-Lo que vendría a demostrar que toda tu pero-
rata ha sido, en gran parte, una maniobra escapista –
deduzco, provocando su airada respuesta:
-¿Acaso no acabo de decirlo, cuando hice refe-
rencia a mi tendencia a las fugas?
-En ese caso, ¿qué vas a hacer cuando dejes de
establecer mundos fantásticos hacia los cuales dispa-
rarte?
-Música.

Bonomi no puede ocultar una inmensa sonrisa


ante esta última declaración. Claro, si es su métier.
Sin poder ocultar su satisfacción, comienza a decir:
-Hicieron falta siete años y más de veinte estú-
pidos libros para que volvieras a tu verdadera clave…
¡Lo que me ha costado insertar este becuadro!
-No entiendo muy bien –digo, aturullado por
la jerga pentagramada.
-Pero si es muy fácil... si nosotros fuéramos
simplemente personalidades ficticias delineadas por
este individuo, jamás tendríamos mayor incidencia en
el ámbito en el que se mueve. Pero tal como dije, al
118
Homo dialecticus

establecer una cierta apertura que en su momento él


mismo creyó que era un juego, o una argucia estilís-
tica, me ha dado la plena oportunidad de trabajar so-
bre su psique. Y he conseguido devolverlo a su esen-
cia de músico. Mediocre o no, es su esencia, su pa-
sión y su misión en la vida. Y la mía es encarrilar a
algunos idiotas que, imbuidos de delirios egocentris-
tas, se deliran en actividades que no convienen a su
espíritu, en modo alguno.
-Eso es lo que hemos estado dirimiendo, ¿ver-
dad? –Digo, sintiéndome el convidado de piedra, el
pato de la boda o cualquier otro metafórico ejemplo
de esta misma estofa que se les ocurra.
-Lamentablemente –confirma Bonomi-, has si-
do el protagonista de la catarsis literario-filosófica de
este individuo. La verdad, estás embadurnado de toda
la mierda semántico-sintáctico-lógico-metafísica que
ha ido tirándote. Pero no te apures. Adonde vamos,
toda esa mugre no podrá alcanzarte. Y con un poco de
suerte, tampoco le volverá a él.
-Ni lo diga, estoy vacunado.
-He visto reincidir a espíritus mucho menos
viciosos que el tuyo, pero me agrada tu actitud. En to-
do caso, voy a ofrecerte algo.
-¿Qué cosa?
-Que cada vez que necesites al buen Cratilo,
siempre y cuando el proyecto valga la pena, lo invo-
ques. Seguramente estará de acuerdo en darte una ma-
no, si la obra lo amerita y tiene voluntad.

119
Gabriel Cebrián

-Oiga, no hable por mí, ¿quiere? Seguramente


estaré muy contento de no verle más la facha a este
engreído.
-Le tomo la palabra –le responde Gabriel, mi-
rándome con sorna.
-En cuanto a tus buceos musicales, estaré sien-
pre a un palmo de tu hombro izquierdo cuando ne-
cesites saber si tus partituras tienen algún sentido o
no.
-Lo descontaba. Lo he estado percibiendo,
desde que retomé la actividad, husmeando en mis oí-
dos y en mi cabeza.
-Por cierto. Y claro que sabía que sabías.
-Listo. ¿Puedo ir a retomar mi sueño, ahora?
-Claro que sí. Y te eximimos tanto de organi-
zarnos una despedida como también de dar un broche
dramático a esta historia, porque se ve que no tenés la
menor predisposición. En todo caso, es tu historia.
-Muy comprensivo de su parte. De veras que
me gustaría agasajarlos y despedirlos como se mere-
cen, pero ustedes saben...
-Lo que no me queda claro –digo, un poco sor-
prendido por lo drástico de este final de una historia
que había asumido personalmente pero que, como de
costumbre, acabó yéndoseme de las manos-, es cómo
cierra el proceso dialéctico que asumimos formalmen-
te al principio, y desde el mero título...

La mirada de desaprobación casi desdeñosa


que mis contertulios me dirigen, me arroja a la con-
clusión –plena de certitudes- de que, queriendo ir al
120
Homo dialecticus

punto, he perdido otra vez el cacumen del asunto.


Como bien decía Don Benigno Pajón que siempre su-
cede con los filósofos, bah. En fin, me voy con Bono-
mi, dejándoles a ustedes, eventuales lectores, el ma-
yor de mis respetos en algunos casos y mi eterno des-
precio en otros. Quizá alguna vez vuelva para contar-
les qué tal me fue. Pero eso ya no depende de mí. O al
menos eso creo.

Prólogo................................................. 7

Tesis
Metafísica pastoril
El hombre es el pastor del ser......................... 19

Antítesis
Metafísica brujeril
El hombre es el pastor del no ser.................... 51

Síntesis
Metafísica Supratrascendental
121
Gabriel Cebrián

Ser y no ser, pastores del hombre.................... 95

122

También podría gustarte