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TEMA 9 CONDUCTA DE AYUDA

INTRODUCCIÓN
• El estudio de la conducta de ayuda es relativamente tardío en la historia de la
disciplina, y no fue hasta finales de los años 60 del siglo pasado cuando renació el
interés por esta cuestión.
• En un principio fueron los factores situacionales y las características de la persona
que necesitan ayuda los que acaparan la atención de los investigadores, en un
intento de determinar cuándo ayuda la gente y cuando no lo hace.
• Más tarde, los estudios y los desarrollos teóricos se orientaron hacia la cuestión de
los motivos que impulsan a las personas a prestar ayuda otros, produciéndose un
debate aún no resuelto acerca de la naturaleza egoísta o al turista del ser humano. Y
desde mediados de los años 90 del siglo pasado, el foco de interés se ha ampliado
abarcando las bases biológicas y neurológicas de estos comportamientos, así como
la conducta de ayuda y la cooperación que tienen lugar en grupos y organizaciones.
• A la hora de estudiar todos estos factores y su influencia en la conducta prosocial, los
psicólogos sociales han recurrido a diferentes estrategias de investigación, de algunas
de las cuales veremos varios ejemplos en este capítulo:
• Crear situaciones experimentales en las que los participantes son testigos de una
emergencia o se encuentran a una persona que necesita ayuda.
• Diseñar juegos experimentales en los que los participantes tienen que elegir entre
cooperar y competir.
• Analizar casos de ayuda en la vida real, como el voluntariado o la donación de sangre.
• No todos los tipos de ayuda son iguales, y los factores que influyen en la conducta en
unas situaciones no tienen necesariamente el mismo efecto en otras.
• El capítulo aborda la conducta de ayuda desde el punto de vista del que la realiza, es
decir, el “benefactor” o donante de ayuda.
¿QUÉ SE ENIENDE POR CONDUCTA DE
AYUDA EN PSICOLOGÍA SOCIAL?
• El término conducta prosocial se refiere a toda conducta que, en el
contexto de una sociedad determinada, se entiende como generalmente
beneficiosa para otras personas y para el sistema social.
• Esta definición enfatiza el carácter contextual del término, ya que son
el propio grupo de referencia, la sociedad o la cultura a la que
pertenece el individuo los que determinan qué comportamientos son
prosocial es y cuáles no.
• El concepto de conducta prosocial es un término categorial amplio, ya
que incluye a otros más específicos como el de conducta de ayuda y
conducta altruista.
• La conducta de ayuda es cualquier acción que tenga como objetivo
proporcionar algún beneficio o mejorar el bienestar de otra persona. Es
decir, una acción que no busque intencionadamente beneficiar a otra
persona no sería considerada dentro de esta categoría.
• Este énfasis en la intención implica también que una acción que se realiza
con el fin de beneficiar a otro, aunque no lo consiga, se considera conducta
de ayuda.
• La conducta altruista es un concepto más específico todavía. Para que una
acción se considere altruista no basta con que sus consecuencias sean
beneficiosas para el que la recibe; ni siquiera es suficiente que haya
intención de ayuda. Existen dos tipos de definiciones de conducta altruista:
• Uno, empleado normalmente por los psicólogos sociales, que alude a factores
motivacionales: categoría que incluye sólo aquellas conductas de ayuda realizadas
voluntaria e intencionadamente con el fin primordial de reducir el malestar o el
problema de otra persona y sin tener en cuenta las propias necesidades. Es decir, la
conducta de ayuda es altruista si se lleva a cabo tomando en consideración
únicamente la necesidad del otro y no las posibles recompensas por realizarla o
posibles perjuicios por no hacerlo.
• Otra que hace referencia a la relación costes-beneficios: categoría que incluye
cualquier conducta de ayuda que proporcione más beneficios al receptor que al que
la realiza. Algunos autores imponen además la condición de que el donante de
ayuda incurra en algún coste. Esta es la definición que manejan los sociobiólogos,
los que teólogos y los psicólogos evolucionistas. Esta concepción no se centra en la
motivación, sino en la conducta propiamente dicha.
• No toda la conducta de ayuda es altruista, ni toda la conducta prosocial implica
ayudar a alguien concreto.
• Un último término relacionado con los anteriores es el de cooperación. En lugar
de haber un benefactor y uno o más receptores de la ayuda, en este caso dos o
más personas se unen para colaborar en la obtención de una meta común que
será beneficiosa para todos los implicados.
• La conducta de ayuda, sea altruista o no, suele implicar una interacción, aunque
sea indirecta, entre el donante y el receptor de ayuda. La investigación
psicosocial se ha centrado en las variables relativas al emisor o donante de
ayuda, estudiando los factores situacionales y motivacionales que llevan a una
persona a actuar en beneficio de otra. Pero también se puede contemplar el
fenómeno desde el punto de vista del receptor.
¿CÚANDO AYUDA LA GENTE?
• Para contestar a la pregunta, referente a los factores situacionales que
influyen en la conducta de ayuda, abordaremos dos cuestiones que
suelen ir unidas: las características de la situación propiamente dicha y
las de la persona que necesita ayuda.
Características de la situación
• Tras el “incidente de Kitty Genovese”, Darley y Datané pusieron en marcha una
línea de investigación sobre la intervención de espectadores cuando se trata de
ayudar a una persona en apuros. Para ello, recurrieron a la metodología
experimental, diseñando situaciones en el laboratorio que reproducían alguno de
los aspectos presentes en las escenas naturales de emergencia.
• En el primero de estos estudios, los investigadores pusieron a prueba el efecto
del número de espectadores sobre la conducta de un individuo a otro que la
necesita. Según estos autores, ese fue el factor que probablemente motivó la
falta de intervención de los vecinos de Kitty Genovese. Formularon la hipótesis
de que cuanto mayor sea el número de espectadores, menor será la probabilidad
de que cualquiera de ellos preste ayuda a la persona necesitada.
• Esto es lo que se conoce como “efecto de los espectadores” (bystander effect).
Cuando había más supuestos espectadores, la conducta de ayuda resultaba
inhibida, pero aun así los sujetos mostraban signos de inquietud y preocupación.
Otros experimentos posteriores confirmaron estos resultados.
• os autores extrajeron la conclusión de que la intervención o no en casos de
emergencia es el resultado de un proceso de decisión que tiene lugar en la mente
del individuo, proceso en el cual influyen una serie de factores situacionales que
inclinarán la decisión hacia la ayuda o hacia la no intervención.
• Esta idea fue elaborada dando lugar a un modelo de decisión consistente en
cinco pasos consecutivos, cada uno de los cuales desemboca o bien en el
siguiente o bien en la no intervención, dependiendo de lo que la persona decida
en cada paso.
¿Cómo influyen las características de la
situación en la decisión de ayudar o no?
• Para que un individuo que se encuentra ante una emergencia se decida
a ayudar a prestar ayuda, en primer lugar, tiene que darse cuenta de
que algo anómalo está ocurriendo.
• Esto puede ser obvio, pero muchas veces ocurren cosas a nuestro
alrededor que nos pasan desapercibidas, bien sea porque la sobrecarga
estimular nos obliga a seleccionar la información a la que atendemos,
o porque el nivel de estrés o de actividad hace que tengamos la mente
ocupada en otras cosas.
• Si la persona no se da cuenta de que está pasando algo anormal, no hará nada,
pero si percibe el suceso en cuestión pueden ocurrir dos cosas: que lo
interprete como una emergencia en la que alguien necesita ayuda o que no lo
interprete así.
• Esto dependerá de la claridad de la situación y de lo que hagan otras personas
que estén presentes. Cuando la situación es ambigua, la gente recurre a
indicios sociales, utilizando la conducta y las opiniones de otros como
información sobre la realidad y sobre lo que hay que hacer en esa situación.
• La ignorancia pluralizada consiste en inhibir la expresión de una actitud o
emoción porque se piensa que la mayoría no la comparte, aunque en realidad
no sea así.
• La influencia social informativa que ejercen unos observadores sobre
otros aumenta con la semejanza entre ellos. Es decir, las personas, a la
hora de interpretar una situación ambigua, se guían más por lo que
dicen o hacen otros como ellos que por las acciones de personas muy
diferentes.
• La semejanza puede referirse a cualquier clase de atributo que sea
importante en esa situación concreta. Esto es lo que postula la “teoría
de la comparación social”. Sin embargo, cuando la situación no es
ambigua, la influencia de los demás observadores en cuanto a la
interpretación de lo que está pasando es, lógicamente, mucho menor.
• Según el modelo de Latané y Darley, no basta con que el observador
se dé cuenta de que algo está pasando, ni siquiera es suficiente que lo
interprete como una emergencia. Debe, además, considerar que tiene
la responsabilidad de prestar ayuda.

• La presencia de más de un observador en una situación de emergencia


o donde alguien necesita ayuda puede hacer que ninguno de ellos se
sienta personalmente responsable de actuar. Este proceso se ha
denominado difusión de la responsabilidad, y parece ser el que mejor
explica la pasividad de los vecinos de Kitty Genovese.
• Pero, incluso aunque un observador se sienta responsable de proporcionar ayuda
en una situación concreta, puede no hacerlo por considerarse incapaz o no saber
cómo actuar. Además, la percepción que el espectador tenga de sí mismo como
más o menos capaz desempeña un papel crucial en este sentido.
• En un meta-análisis sobre estudios referentes a la intervención de espectadores
en situaciones de emergencia, encontraron que los hombres suelen prestar más
ayuda que las mujeres en este tipo de ocasiones porque requerían habilidades de
tipo técnico o fuerza física y encajaban mejor con el rol de género masculino.
• Sin embargo, en investigaciones donde la ayuda implicaba tendencias empáticas,
más acordes con el rol de género femenino, las mujeres ayudaban más. Es decir,
los resultados que muestran la existencia de diferencias de género están
sesgados por el tipo de ayuda que se analizan los estudios.
• Por último, a pesar de cumplirse todos los pasos anteriores, la persona
puede decidir no actuar por miedo a los costes que le supondría hacerlo.
• El modelo de decisión de Latané y Darley, aunque he pensado en un
principio para predecir la intervención en situaciones de emergencia, es
aplicable a muchos otros casos que impliquen conducta de ayuda a más
largo plazo.
• Posteriormente otros autores han desarrollado algunos aspectos no
contemplados en este modelo, como la influencia de las características
de la persona que necesita ayuda en la conducta del observador, o la
predicción del tipo de respuesta más probable en distintas situaciones.
Características de la persona que necesita
ayuda
• Uno de los factores situacionales que influyen en la decisión de ayudar o no es el relativo a
las características de la persona que necesita ayuda. Por ejemplo, es más probable que
ayudemos a alguien que nos resulte atractivo o a personas semejantes a nosotros.
• Esta es una de las razones por las que se actúa de manera más prosocial hacia personas del
propio grupo que hacia extraños o personas pertenecientes a otros grupos, entendiendo el
grupo en el sentido amplio de categoría social.
• Mostraron que era posible conseguir que este tipo de discriminación entre endogrupo y
exogrupo a la hora de prestar ayuda disminuyese significativamente apelando a una
categoría social de orden superior que fuese capaz de englobar a más de un grupo. La gente
está predispuesta a ayudar a los miembros de su grupo.
• La diferencia está en cómo se defina el grupo. Por eso, una estrategia para conseguir que las
personas estén dispuestas a ayudar a otras es resaltar identidades que sean inclusivas en
lugar de exclusivas, es decir, extender el sentido del concepto “nosotros” para incluirles a
“ellos”. Este es el objetivo de la estrategia de recategorización.
• La relación entre semejanza y conducta de ayuda se puede explicar también en
términos de costes-beneficios. Ayudar a alguien semejante a nosotros puede
facilitar el inicio de una relación con alguien que comparte nuestros valores,
creencias, intereses o cualquier otra característica, mientras que no ayudarle
nos hará sentirnos más culpables.
• Por otra parte, las personas que son diferentes a nosotros nos pueden resultar
más amenazantes y es más difícil predecir cuál será su reacción ante nuestro
ofrecimiento de ayuda
• Hay muchos factores que nos pueden impulsar a ayudar a personas muy
diferentes a nosotros, por ejemplo, cuando los costes de no hacerlo superan a
los beneficios, o cuando no ayudar nos pueden acarrear peores consecuencias
que hacerlo.
• La semejanza entre la víctima y el observador puede influir en la
conducta de ayuda a través de otro proceso: el de culpabilización de la
víctima. Hemos de tener en cuenta dos cosas.
• Por una parte, la tendencia a ayudar a alguien es mayor si se considera
que su problema se debe a circunstancias ajenas y fuera de su control
que si se atribuye la causa a esa persona.
• Por otra parte, cuanto más semejante a nosotros es una persona, mayor
es nuestra tendencia a considerar que no tiene la culpa de lo que pasa.
Esto se debe a que entra en funcionamiento la atribución defensiva, que
buscar reducir la amenaza que puede producirnos la situación.
• Sin embargo, cuando el problema es muy grave, esa percepción de
semejanza puede resultar demasiado amenazante, así que recurrimos a
una doble estrategia:
• Primero distorsionamos nuestra percepción de la víctima para dejar de
verla como semejante a nosotros (asignándole características negativas)
• Y, una vez conseguida la diferenciación, le atribuimos la responsabilidad
de lo que ocurre. Esa atribución suele ir acompañada de emociones
negativas hacia ella y del juicio de que no merece que se la ayude. La
consecuencia de este proceso es la negación de ayuda a esa persona.
¿CÓMO AYUDA LA GENTE?
• A parte de las características de la situación en las que se incluyen también las de la
víctima, a la hora de decidir qué hacer en una emergencia, o en cualquier otro caso en
que una persona requiera ayuda, influyen otros factores más personales (motivación
del potencial donante del ayudar, su percepción de los costes que supondría ayudar
frente a los posibles beneficios, o sus rasgos de personalidad).
• Han desarrollado un modelo referente a las consideraciones en términos de costes y
beneficios que mueven a la persona a ayudar o no. Este modelo denominado “de
activación y coste-recompensa”, pretende predecir no sólo si la gente actuará o no en
una situación que requiere ayuda, sino también qué tipo de conducta manifestará.
• Distinguen entre costes y beneficios de ayudar y costes y beneficios de no ayudar. Si
los costes de proporcionar ayuda a otro tienen más peso que los beneficios, la persona
se decidirá por no actuar, a menos que los costes de no ofrecer ayuda sean todavía
mayores.
• Este es un enfoque económico de la conducta humana, que supone que
el individuo sopesar los pros y los contras antes de actuar, y está
movido fundamentalmente por su propio interés. Lo que haga una
persona en una situación de este tipo dependerá, según este modelo,
del balance entre los costes de ayudar y los costes de no ayudar.
• La situación en la que más difícil resulta predecir cómo se comportará
el observador es aquélla en que tanto los costes de ayudar como de no
hacerlo son bajos. Aquí tienen mucho más peso otros factores, como
las normas sociales y personales, las diferencias de personalidad, las
relaciones entre el observador y la víctima u otras variables
situacionales.
¿POR QUÉ AYUDA LA GENTE?
• Esta pregunta se refiere al viejo debate filosófico sobre si la gente es
altruista o egoísta cuando ofrece ayuda a otro, y la respuesta más
cercana a la realidad es, probablemente, que hay un poco de las dos
cosas. La cuestión puede plantearse desde dos niveles: el de las causas
inmediatas y el de las causas últimas, que explican las primeras.
• En Psicología Social se han estudiado fundamentalmente tres fuentes
motivacionales relacionadas con la conducta de ayuda: los
mecanismos de refuerzo, los factores motivacionales y las normas
sociales y personales.
La conducta de ayuda y el refuerzo
• Desde la perspectiva del aprendizaje por refuerzo, las personas ayudan porque en el
pasado se han visto reforzadas por hacerlo, bien sea mediante resultados positivos o
mediante la evitación de consecuencias negativas.
• También pueden haber aprendido a ayudar observando a otros que lo hacían, viendo las
consecuencias positivas de esa acción para el que la realiza e imitando a esas personas.
• Estos mismos mecanismos de aprendizaje social, funcionan también para el aprendizaje
del comportamiento agresivo. Desde esta perspectiva, es así como se adquieren las
habilidades para poder ayudar a los demás y también las creencias acerca de por qué esas
habilidades deben emplearse para beneficiar a otros.
• No sólo el refuerzo positivo tiene un claro efecto en el aprendizaje de la conducta
prosocial, sino también el refuerzo aversivo o castigo. Las personas que hayan obtenido
una consecuencia negativa a raíz de un acto de ayuda mostrarán una tendencia mucho
menos a ayudar a otros en el futuro que los que hayan recibido un refuerzo positivo.
• Si el castigo por ayudar da como resultado una disminución en la
frecuencia posterior de conductas de ayuda, el castigo por no ayudar
debería aumentar esa frecuencia. Este es el razonamiento que manejan
muchos padres cuando intentan inculcar a sus hijos hábitos prosociales.
• Sin embargo, no es así; parece que el castigo produce un estado emocional
negativo que es incompatible con la tendencia a beneficiar a otros.
Tampoco las recompensas materiales resultan ser un refuerzo adecuado
para los niños.
• Si aprenden a asociar su conducta de ayuda con alguna recompensa
material, solo ayudarán cuando esperen recibir un premio, y su motivación
intrínseca para comportarse prosocialmente se verá deteriorada.
Factores emocionales
• Los factores emocionales son otra de las causas que mueven a las personas a
ayudar. El buen estado de ánimo se relaciona positivamente con la conducta de
ayuda. Una explicación es que, cuando nos sentimos bien y estamos optimistas,
vemos el lado bueno de las cosas, y también de las personas, y eso nos impulsa a
favorecer a los demás.
• Esa relación positiva puede interpretarse también a la inversa, atribuyéndose al
hecho de que ayudar contribuye a mantener ese estado de ánimo positivo, puesto
que por aprendizaje personal o vicario sabemos que es una conducta reforzante.
• Sin embargo, con el estado de ánimo negativo la relación es bastante más
compleja. El ver a alguien en dificultades o sufriendo nos produce una
activación emocional desagradable, y no hace falta que seamos personas
especialmente sensibles para experimentar algo así.
• Un factor importante que determina la emoción que sintamos ante una
situación en que alguien necesita ayuda es la atribución que hagamos
sobre las causas del problema del otro. El grado de semejanza entre el
que necesita ayuda y el observador puede influir en la conducta de este
a través del proceso de atribución de responsabilidad a la persona
necesitada.
• Sin embargo, a veces son precisamente las emociones negativas las que nos impulsan a
ayudar a los demás. Esto se podría explicar como un mecanismo para restaurar la propia
imagen, deteriorada por haber causado algún prejuicio a otra persona. Pero hay casos en los
que simplemente presenciar cómo se perjudica a otra persona hace que la gente se muestre
más proclive a prestar ayuda. Aquí no sería “culpabilidad” sino “tristeza” la emoción que
impulsa a ayudar.
• Se ha propuesto el modelo del alivio del estado negativo, según el cual cuando la gente
experimenta emociones de culpa por haber perjudicado a alguien o de tristeza por haber
sido testigo del daño a otra persona se siente motivada a reducir ese estado emocional
desagradable.
• Una de las vías para conseguirlo es la conducta de ayuda, pero no es la única y si la persona
encuentra antes otra alternativa para librarse del estado negativo, la conducta de ayuda será
mucho menos probable. Por la misma razón, si la persona piensa que ayudar no la va a
liberar de su malestar, tampoco se sentirá motivada para hacerlo.
• Este modelo cuenta con bastante apoyo experimental, pero ha sido
objeto de crítica por diversos autores que sostienen que hay otros
factores mediadores que explican la relación entre emociones
negativas y conducta de ayuda.
• Por ejemplo, en el caso del sentimiento de culpa, la responsabilidad
personal y la obligación moral de reparar el daño pueden inducir a la
persona a ayudar, y en el caso de la tristeza, la compasión o la
preocupación empática por el otro tendría el mismo papel motivador
de ayuda.
• Otro modelo motivacional es el de activación y coste-recompensa. La parte motivacional
del modelo corresponde a la activación, que es la que impulsa a la persona a la acción,
mientras que los términos coste y recompensase refieren a lo que determina la dirección
concreta que tomará esa acción.
• Este modelo sostiene que el presenciar el sufrimiento de otra persona provoca en el
individuo una activación empática que, cuando es atribuida al problema de otro, se
experimenta como una emoción desagradable que mueve al individuo a reducirla.
• Ayudar al otro suele ser una forma de reducir ese estado emocional desagradable. La
cantidad de activación que una persona experimenta depende de sus características
personales, de las de la víctima, de la relación que exista entre ellos y de las características
de la situación, pero el hecho de que esa activación se produce parece ser universal y se ha
demostrado en numerosos estudios, en los que se ha encontrado que los sujetos reaccionan
con respuestas fisiológicas concretas ante el sufrimiento de otro, e incluso con expresiones
faciales similares a las de la víctima.
• Pero la activación por sí sola no lleva a la acción de ayudar. Debe ser interpretada
como debida al sufrimiento de la otra persona. Si se atribuye a otra causa, el individuo
tenderá mucho menos a ayudar como medio para reducir esa activación. También es
posible el caso contrario, que la causa real de la activación sea otra y se atribuya a la
presencia de alguien que necesita ayuda. Varios estudios han encontrado que la ayuda
aumenta también en estas situaciones.
• El nivel de activación influye en el segundo elemento del modelo, la percepción de los
costes y las recompensas de diversas alternativas de acción para reducir esa activación.
• El individuo evalúa los pros y contras de cada alternativa y se decide por la que le
suponga menos costes y más recompensas. A medida que aumenta el nivel de
activación, la atención del individuo se centra más en aspectos importantes de la
situación, y esto puede alterar la forma en que se percibe y se sopesa la información a
la hora de evaluar los costes y las recompensas.
• Aunque los dos modelos motivacionales parecen muy semejantes, se
diferencian en dos puntos fundamentales:
• - El primero es la importancia concedida a la atribución de la causa de
la activación. El modelo del alivio del estado negativo, sostiene, que
independientemente de la causa a la que se atribuyan, ciertos estados
emocionales negativos (culpabilidad y tristeza) pueden motivar la
conducta de ayuda.
• En cambio, el modelo de activación y coste-recompensa considera
fundamental que la activación desagradable sea atribuida al sufrimiento
o el problema de otra persona para que desencadene en el individuo la
acción de ayudar.
• - El segundo punto de divergencia se refiere a la forma de reducir el
estado emocional desagradable. Según el modelo de activación y
coste-recompensa, cuando la causa del malestar se atribuye al
sufrimiento de otra persona, la manera de reducirlo será ayudando a
esa persona para que deje de sufrir.
• En cambio, según el modelo del alivio del estado de ánimo, la
conducta de ayuda no es más que una alternativa de acción entre
varias posibles para reducir un estado emocional negativo que no se
atribuye a nada concreto.
• Los que tienen en común estos dos modelos es su visión egoísta de la
conducta de ayuda. La gente ayuda para liberarse de un estado
emocional desagradable, o para obtener una recompensa o evitar un
castigo.
• Un punto de vista distinto, también centrado en factores emocionales
es el de Daniel Batson. Según este autor, la gente puede ayudar a otros
llevadas por una motivación egoísta, y probablemente eso es lo que
ocurre en muchas ocasiones, pero también existe una motivación
altruista, basada en la empatía.
• La empatía es una capacidad cognitivo-emocional que permite a las personas
ponerse en el lugar de otras y entender lo que están sintiendo, además de
reaccionar emocionalmente ante ese sentimiento del otro e, incluso, llegar a
sentir lo mismo que él. Batson et al. señalan un matiz muy importante: no es
lo mismo entender y experimentar cómo se siente otra persona que imaginar
cómo se sentiría uno mismo en esa situación.
• En el primer caso, el sentimiento que se produce, denominado preocupación
empática, da lugar a una motivación altruista, mientras que en el segundo se
experimenta un sentimiento de malestar empático más centrado en uno mismo
que puede provocar una motivación egoísta de reducir ese malestar; incluso, si
ese malestar es muy fuerte (sobreactivación empírica), impulsará una
respuesta de huida de la situación.
• El modelo empatía-altruismo de Batson defiende que ver a otra persona que
necesita ayuda puede provocar, no sólo un estado de activación desagradable
(como sostienen los otros dos modelos), sino también una respuesta
emocional de preocupación empática por lo que le ocurre al otro que mueve
al individuo a actuar, no para reducir su propio malestar, sino para aliviar la
necesidad del otro. Lo novedoso de la idea de Batson a es que da cabida a la
posibilidad de que la conducta humana pueda ser verdaderamente altruista.
• La conclusión de todos los experimentos que han llevado a cabo Batson y sus
colegas es que la motivación egoísta no es la única que guía nuestra conducta
a la hora de beneficiar a otros, aunque sea la más frecuente. Existe también,
en determinados casos, una motivación altruista, que nos hace buscar el
bienestar del otro por sí mismo.
• El altruismo se da más claramente entre conocidos o familiares, es decir,
entre personas que se sienten vinculadas.
• No obstante, como admite el propio Batson, hay numerosos obstáculos
que impiden que sintamos empatía hacia otros: preocupación por
nosotros mismos, concentración en la tarea que tenemos entre manos,
consideración del otro como un objeto y no como una persona con sus
propios problemas, o como una persona pero muy distinta a nosotros
con la que nada tenemos que ver.
• Por otra parte, la mayoría de las veces la motivación altruista se ve
superada por el propio interés, lo cual no es bueno ni malo en principio,
sino natural.
Las normas sociales y personales
• Para paliar el conflicto entre las tendencias altruistas y las tendencias egoístas
del individuo existen reglas en todas las culturas que prescriben actuar de
forma prosocial hacia los demás.
• Estas reglas son muchas veces implícitas y se transmiten de generación en
generación mediante el proceso de socialización que tiene lugar desde el
nacimiento del individuo a su incorporación a un determinado grupo.
• Las normas guían la conducta e indican lo que la gente debe hacer, así como lo
que debe esperar según lo que haga. Las normas sociales prescriben de una
forma general, aplicándose a cualquier persona y en cualquier situación. Por
ejemplo, la norma de reciprocidad implica que hay que ayudar a aquellos que
nos han ayudado, y hay que negar ayuda a los que la han negado a nosotros.
• Otra de las normas sociales que guían nuestra conducta es la equidad, que prescribe
que debe haber un equilibrio entre lo que cada persona aporta y lo que recibe.
• Según la norma de responsabilidad social, la gente debe ayudar a aquellos que no
pueden valerse por sí mismos. Sin embargo, aquí interviene el proceso de
atribución de responsabilidad. Según la causa de la dependencia de una persona se
atribuya a factores ajenos a ella o a su propia responsabilidad, la ayuda será más o
menos probable.
• Todas estas normas son de tipo general, aplicables a todo el mundo. Pero existen
también normas personales, o sentimientos de obligación moral de actuar de una
determinada manera, que hacen que cada persona considere en cada situación
concreta cuáles son las posibles alternativas de conducta y cuáles las posibles
implicaciones de tales acciones para sus valores, de acuerdo con sus criterios
morales.
• En resumen, en las explicaciones de por qué la gente ayuda a otros se combinan
factores de tipo emocional y cognitivo, tan relacionados entre sí que sólo pueden
separarse por razones de claridad expositiva.
• El aprendizaje de las normas sociales nos hace esperar determinadas
recompensas o castigos sociales por actuar de manera prosocial o dejar de
hacerlo.
• Por otra parte, las normas personales nos hacen experimentar una activación
emocional desagradable cuando no actuamos de acuerdo con nuestros criterios
de responsabilidad y obligación de ayudar a otros.
• En cuanto a los factores emocionales, su efecto motivador de la ayuda depende
de cómo se interprete la activación fisiológica que se siente en un determinado
momento.
EL ORIGEN EVOLUTIVO DE LA
CONDUCTA DE AYUDA
• A lo largo de nuestra historia evolutiva, el altruismo ha tenido un valor
adaptativo para el individuo y el grupo, es decir, ha contribuido a la
supervivencia de la especie.
• Altruismo y egoísmo coexisten en nosotros porque ambas fueron
ventajosas, según las circunstancias, durante la historia evolutiva de
nuestra especie.
• Rasgos externos como la semejanza pueden haber servido de clave para
distinguir entre “los nuestros” y “los de fuera”, e incluso entre altruistas
y no altruistas. Esta sería la explicación evolucionista de por qué
tendemos a ayudar más a los que son semejantes a nosotros que a los
que son diferentes.
• El altruismo no podría haber sobrevivido si no se hubieran desarrollado
mecanismo para luchar contra el engaño. Por muy adaptativo que sea el
altruismo, más ventajoso es, a corto plazo, dejarse ayudar y no arriesgarse para
corresponder a otro.
• Según psicólogos evolucionistas, los seres humanos poseemos un mecanismo
heredado para detectar tramposos, es decir, para darnos cuenta de cuando
alguien viola la norma de reciprocidad en una relación. Por otra parte, el
sentimiento de culpa es otro mecanismo emocional que frena nuestra posible
tendencia a aprovecharnos del altruismo de otro.
• Las normas sociales de reciprocidad, equidad y de justicia en general son la
expresión cultural de esos mecanismos. Esos valores existen en todas las
culturas, al igual que las reacciones negativas ante su transgresión.
• Las emociones son probablemente también el medio a través del cual los
genes influyen en la conducta altruista. Aunque la preocupación empática
parece ser una respuesta emocional bastante involuntaria, no es
indiscriminada, sino que está sujeta a control cognitivo.
• Sentimos más empatía hacia personas con las que nos unen vínculos afectivos,
o a las que percibimos como similares a nosotros en algún aspecto, y no hacia
aquellos que nos han engañado o perjudicado en ocasiones anteriores.
• Una prueba más de carácter heredado de la capacidad empática sería
localizarla en el cerebro. Poseer una organización cerebral que predisponga a
las personas a experimentar empatía y a realizar conductas prosociales hacia
sus familiares y amigos sería enormemente adaptativo.
• El nivel más básico de este proceso sería lo que se conoce como contagio
emocional, en el que no se distingue entre el sufrimiento del otro y el propio, y
que se ha observado en bebés humanos y también en otras especies.
• A medida que el sistema cognitivo se va haciendo más complejo, esa activación
vicaria ante el sufrimiento de otro evoluciona a formas más elaboradas. Una de
ellas es la preocupación empática, en la que la emoción ya no tiene su origen en
uno mismo, sino que se atribuye al sufrimiento del otro y lo que busca es aliviar
su malestar.
• El nivel más complejo lo ocupa la toma de perspectiva empática, que incluye la
preocupación por el malestar del otro, pero va más allá, ya que se adopta su
punto de vista y se entiende su situación y la razón exacta de su malestar, lo que
permite ofrecer una ayuda más apropiada para el problema en cuestión.
• Desde una perspectiva ontogenética (cómo van desarrollándose las
tendencias con las que supuestamente nacemos bajo la influencia del
ambiente), cobra especial importancia la influencia de la cultura, que
se ejerce a través del proceso de socialización.
• Durante el desarrollo del individuo se producen cambios, tanto en
cuento a los factores que motivan la conducta de ayuda como en la
forma de percibir e interpretar las circunstancias a la hora de ayudar o
no.
LA CONDUCTA DE AYUDA DESDE EL
PUNTO DE VISTA DEL QUE LA RECIBE
• No podemos dar por supuesto que ayudar a alguien es siempre
beneficioso para esa persona. Por eso es importante distinguir entre la
ayuda que alguien pide y la que se ofrece sin haber sido solicitada.
• Tanto en la decisión de pedir ayuda como en la reacción ante la ayuda
recibida intervienen diversos factores que han sido estudiados por los
psicólogos sociales.
Petición de ayuda
• Según Gross y McMullen, la solicitud de ayuda a otra persona es el resultado de un
proceso de decisión en el que el individuo se plantea tres cuestiones consecutivas:
• La respuesta negativa a cualquiera de estas preguntas conduce a la no petición de
ayuda.
• El simple reconocimiento de que existe un problema no es suficiente para motivar a
la gente a solicitar ayuda. En la decisión de pedir ayuda o no, las personas
sopesamos dos factores: los beneficios que se esperan de la ayuda, y los costes de
pedir ayuda. Según Nadler el que una persona decida pedir ayuda o no pedirla
depende de:
• Sus características personales,
• La naturaleza del problema y del tipo de ayuda que se necesita,
• Y las características del potencial donante de la ayuda.
• Estos tres elementos influyen en nuestra percepción de los posibles
costes y beneficios de pedir ayuda a otro. Por otra parte, si el problema
de una persona está directamente relacionado con su imagen personal y
social, será menos probable que solicite ayuda a otros. También, el no
poder devolver el favor al otro cuando creemos que se espera de nosotros
que lo hagamos es un factor disuasorio a la hora de pedir ayuda.
• En cuanto al potencial donante de la ayuda, muchas veces la gente
prefiere pedírsela a alguien que pueda ayudar sin ser demasiado
amenazante para la propia autoestima, antes que a la persona más
componente. Una característica que parece influir aquí es la semejanza
entre el que pide la ayuda y el potencial benefactor.
• Los resultados de las encuestas sobre petición de ayuda por problemas personales y psicológicos
indican que la gente tiende a acudir a parientes, amigos o a personas semejantes a ellos. Sin
embargo, en los estudios experimentales de laboratorio se obtiene un resultado opuesto: los
sujetos rara vez piden ayuda y mucho menos a otros semejantes a ellos.
• La relación entre los sujetos que se conocen entre sí corresponde a lo que llaman una “relación de
intercambio”, en la que la conducta se mueve por consideraciones de estricta reciprocidad: el que
hace algo por otro espera que el favor le sea devuelto, y si recibe algo de otro sabe que debe
corresponder.
• En una situación experimental donde las posibilidades de devolver un favor en el futuro son
prácticamente nulas los sujetos se muestran reacios a pedir una ayuda que no van a poder
compensar.
• Resulta mucho menos amenazador para nuestra imagen personal y social pedir ayuda a un amigo
que nos conoce desde hace tiempo que a un extraño que puede crearse una opinión negativa de
nosotros, sobre todo si es semejante, debido al fenómeno de la comparación social, que dejaría
nuestra autoestima por los suelos.
Reacción ante la ayuda recibida sin haberla
solicitado
• Han elaborado un modelo basado en el sentimiento de amenaza a la
autoestima para explicar y predecir las reacciones positivas o
negativas de la gente ante la ayuda ofrecida por otros.
• Este modelo sostiene que lo que determina en última instancia la
reacción positiva o negativa del receptor de la ayuda es la cantidad de
amenaza y de apoyo percibidos.
• En general, la persona tenderá a percibir una ayuda no solicitada como amenazante para su
autoestima cuando:
• Procede de alguien socialmente comparable a ella.
• Amenaza la propia libertad y autonomía.
• Además de implicar una obligación de devolver el favor no da ninguna oportunidad para
hacerlo.
• Sugiere que la persona que recibe la ayuda es inferior a la que la ofrece y dependiente de ella.
• Se refiere a un problema central para la identidad del receptor y éste lo atribuye a causas
internas.
• No coincide con los aspectos positivos del autoconcepto del receptor.
• La ayuda requiere habilidades importantes por parte del que la proporciona, como inteligencia
o creatividad, que, en general, están mejor valoradas que otras como la fuerza física.
• En todos estos casos, la persona experimentará sentimientos negativos
hacia la ayuda y hacia el que la ofrece. No obstante, hay ocasiones en
que la ayuda recibida puede en principio resultar amenazante y, por
tanto, provocar reacciones negativas, pero a largo plazo ser positiva
para el receptor.
• Eso ocurre cuando recibir ayuda sin haberla pedido motiva a la
persona para esforzarse más en mejorar su situación y hacerse menos
dependiente de la ayuda de los demás, contribuyendo así a aumentar
su sentimiento de control sobre su propia vida.
• La amenaza a la autoestima es un tema recurrente cuando se aborda la conducta de ayuda
desde el punto de vista del receptor. La razón es que, en la cultura occidental, caracterizada por
valores individualistas, se evalúa positivamente la independencia y la autonomía personal, y
necesitar la ayuda de otro es considerado un signo de dependencia, debilidad e incompetencia.
• En culturas colectivistas, donde se valora la interdependencia entre los miembros del grupo,
pedir ayuda o recibirla de uno de ellos se considera algo normal, pero no recibir la de alguien
de fuera.
• Es decir, cuando la recepción de ayuda contradice los valores culturales, el receptor puede
percibirla como amenazante. No obstante, cuando está en juego un beneficio para el propio
grupo, las personas con valores colectivistas no dudan en pedir ayuda a alguien ajeno a él.
• En resumen, aunque lo normal según el sentido común es que la persona que necesita ayuda la
pida y la que la recibe la agradezca, la realidad no siempre es así de sencilla. Cuando
ofrecemos nuestra ayuda a alguien, en especial si no nos la ha pedido, deberemos tener
cuidado con la forma en que lo hacemos.
EL FOMENTO DE LA CONDUCTA
PROSOCIAL
• Existen diferentes estrategias para promover la conducta de ayuda, la cooperación y
el comportamiento prosocial en general.
• La mayoría de estas estrategias conceden gran importancia al papel de la empatía
como impulsora del comportamiento prosocial, y consideran que, si bien la
capacidad empática tiene un innegable componente innato, se trata de una habilidad
que puede aprenderse, enseñarse y entrenarse. Según algunos estudios, el
entrenamiento en empatía está relacionado con un aumento del autocontrol y la
autorregulación, imprescindibles para desenvolverse adecuadamente en las
relaciones sociales.
• Una técnica bastante difundida dentro del ámbito escolar es la “clase puzzle”. El
objetivo con el que fue concebida era sustituir el ambiente competitivo en las aulas
por uno donde se potenciara la cooperación a través de la interdependencia entre los
compañeros para el aprendizaje.
• El éxito de la clase puzzle se debe a una serie de mecanismo que
intervienen en el proceso o que son consecuencia de él, entro otros: un
aumento de la autoestima de los niños que en otro tipo de ambiente
más competitivo suelen quedar marginados; el desarrollo de la
capacidad para adoptar la perspectiva de otros.
• Un cambio de actitud hacia compañeros diferentes debido a un
proceso de reducción de la disonancia; se hacen atribuciones de los
éxitos y de los fracasos se hacen atribuciones de los éxitos y de los
fracasos de los compañeros del grupo similares a las que se hacen de
los éxitos y fracasos propios; y se aprende a cooperar, a trabajar en
equipo para lograr metas comunes.
• Gracias a esta técnica, los niños aprenden que todos los compañeros son personas
que merecen la pena y que pueden obtenerse resultados muy positivos si se les
presta atención y se intenta entenderles. Estas habilidades se emplean luego en
otros ámbitos ajenos a la escuela.
• Por último, un procedimiento dirigido fundamentalmente a adultos. Se trata de
fomentar la compasión o las actitudes compasivas hacia los demás a través de la
meditación. La técnica consiste en cultivar de forma intencionada la consciencia de
sentimientos positivos hacia otros mediante visualizaciones mentales y otros
ejercicios.
• El entrenamiento en este tipo de meditación orientada a la compasión ha
demostrado estar asociado con un aumento de la conducta prosocial y con una
mayor actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la respuesta empática
ante el sufrimiento de otros.
• Pero para que estos efectos se produzcan es necesario experimentar
realmente el proceso de meditación. Algunos de los mecanismos por
los que la meditación puede fomentar estos resultados prosociales son:
el aumento de un sentimiento de conexión socio-emocional con otros,
un aumento del estado emocional positivo, un descenso del estrés y
del estado de ánimo negativo y una mejora del propio funcionamiento
y bienestar socioemocional.
• Algunas de las técnicas o estrategias empleadas para fomentar el
comportamiento prosocial se utilizan también, y casi siempre
simultáneamente, para prevenir o reducir el comportamiento antisocial
o agresivo.

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