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El documento expresa que la conversión de una persona no depende de la elocuencia, dominio de las Escrituras, enseñanza o defensa de la doctrina, inteligencia, carisma o dominio del idioma de quien comparte el evangelio. Lo único necesario es que el compartidor conozca el evangelio por sí mismo y lo declare con alegría.
El documento expresa que la conversión de una persona no depende de la elocuencia, dominio de las Escrituras, enseñanza o defensa de la doctrina, inteligencia, carisma o dominio del idioma de quien comparte el evangelio. Lo único necesario es que el compartidor conozca el evangelio por sí mismo y lo declare con alegría.
El documento expresa que la conversión de una persona no depende de la elocuencia, dominio de las Escrituras, enseñanza o defensa de la doctrina, inteligencia, carisma o dominio del idioma de quien comparte el evangelio. Lo único necesario es que el compartidor conozca el evangelio por sí mismo y lo declare con alegría.
“El espíritu puede tomar un pensamiento común y corriente
declarado de una manera común y corriente, y hacer que arda
como fuego. La conversión de una persona no depende de nuestra elocuencia ni dominio de las Escrituras. No depende de cuán bien enseñemos o defendamos la doctrina. No depende de nuestra inteligencia, carisma ni dominio del idioma. Todo lo que debemos de hacer es esforzarnos por saber por nosotros mismos. Luego, nuestro padre celestial nos invita a “en todo tiempo abrir nuestra boca para declarar su Evangelio con el son de regocijo”.