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Morla, Víctor, Libro de Job. Recóndita armonía (Verbo Divino, Estella 2017)p. 11.
En tus palabras hay fuerza y en tu corazón temor de
Dios, aun cuando te lamentas y cuando te amurallas y
defiendes en tu desesperación contra tus amigos, que
como bandidos te asaltan con sus discursos. E incluso
cuando, provocado por tales amigos, haces polvo su
sabiduría y desprecias la defensa que ellos hacen del
Señor del cielo, porque es una defensa mezquina,
semejante a las prudentes argucias de un viejo lacayo
o de un hábil ministro.
¡Tengo necesidad de ti, oh Job! Necesito un hombre que se lamente en
voz tan alta que se le oiga en el cielo, donde Dios y Satanás tienen
consejo juntos para conspirar contra un solo hombre. ¡Quéjate, Job! El
Señor no teme tus lamentaciones, sabe defenderse muy bien. Mas,
¿cómo podría Dios defenderse si nadie se atreviera a quejarse y
lamentarse, cosa tan propia del hombre? ¡Habla, Job; levanta tu voz y
grita! El Señor puede hablar mucho más fuerte, para eso tiene el trueno
y los relámpagos. También el trueno y el rayo son una respuesta y una
explicación clara, fidedigna, original y rotunda; una respuesta del
mismo Dios, la cual, aunque a veces fulmina a los hombres, es con todo
mucho mejor que chácharas y chismorreos sobre la justicia de la
Providencia divina inventados por la sabiduría humana y divulgados
por las viejas comadres y los eunucos.
¡Oh Job quejumbroso y cubierto de llagas, inolvidable bienhechor mío!
Permíteme hacerte compañía y escucharte! ¡No me rechaces, que yo no me acerco
a tu chimenea como un impostor para acosarte con palabras vanas, sino para
llorar contigo lágrimas sinceras, si bien no tan sinceras como las tuyas! De la
misma manera que el dichoso busca la alegría y participa en ella, aunque la que
más le hace gozar es aquella alegría que habita dentro de él mismo, así también el
afligido busca la pena. ¡Oh Job, déjame unirme a ti con mi dolor! Yo no he
poseído las riquezas del mundo, ni he tenido siete hijos y tres hijas, pero también
el que ha perdido una pequeña cosa puede afirmar con razón que lo ha perdido
todo; también el que perdió a la amada puede decir en cierto sentido que ha
perdido a sus hijos y a sus hijas; y también él que ha perdido el honor y la
entereza, y con ellos la fuerza y la razón de vivir, también él puede decir que está
cubierto de malignas y hediondas llagas.
MAZZINGH, Luca. Il Pentateuco sapienziale. Proverbi, Giobbe, Qohelet, Siracide, Sapienza. Caratteristiche letterarie
e temi teologici. EDB,2012 (2021). p 113.