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Míralo ya caminar con las rodillas temblando, el cuerpo inclinado con el peso de
la Cruz, la cabeza y la frente claveteada con agudas y penetrantes espinas,
desgreñado y lleno de sangre y cabello y por partes arrancado, con una soga a la
garganta tirando de ella un sayón fiero; los pies descalzos y llagados, y con el
rostro de la sangre que deja, va diciendo por donde va.
¡Mira alma mía cual va caminando el más hermoso de los
nacidos!, mírale a la cara y verás lo que te quiere; mírale por tu
amor afeado, renegrido, pinchado, lleno de sangre, de polvo y
asquerosa salivas; mírale abofeteado y sembrado de
sangrientos cardenales, mira su cuello con el collar del áspero y
nuevo espanto, que entrándosele por la carne ya se detiene en
el hueso! ¡Mira cómo cae con la Cruz dando contra las piedras;
se baña la boca de sangre; se clavan más las espinas de la
corona y se renuevan todas su llagas míralo caído y arrastrado
por el suelo en presencia de su pobrecita Madre; y que en lugar
de darle la mano le dan crueles puntillones tratándolo de
embustero. Medio arrastrado y casi muerto llegó al calvario y
desnudándole con rabiosa furia sale la carne pegada a la túnica
y queda el Señor desnudo y avergonzado a la vista del pueblo y
su santísimo cuerpo desollado y todo manchado de sangre.
¡Oh alma mía! Mira cual está en el monte de los amantes, el más amado y
Divino Jesús. ¡Mira cuanto le cuesta quererte y que lleno está de sangre por
amarte, y ahora con sentimiento de corazón, mira como recuesta las
espaldas llegadas y desgarradas con azotes sobre un madero tosco y sin
labrar; con cuanto amor extiende el brazo derecho y poniendo un sayón
fiero la punta de un clavo en la mano descarga tan recias martilladas que
hacen estremecer y temblar al Creador del Universo; y atando unos
cordeles a la siniestra y haciendo hincapié en el costado en el costado del
Señor tiran hasta que descoyuntándole llega la mano al barreno y la clavan
con repetidos golpes, lo que a un mismo tiempo lastima el corazón de su
pobrecita Madre; lo mismo hicieron al clavar los pies barrenándolos
primero, como dice San Buenaventura y para remacharles los clavos,
vuelcan la Cruz, quedando su majestad boca abajo entre el pesado madero
y la tierra llena de piedras, huesos y espinas. Levantando en alto dejan caer
el pie de la Cruz en el hoyo de un peñasco, y abriéndosele las carnes con el
golpe, corren ya de nuevo fuentes de sangre. Míralo bien una muchas
veces más, alma mía, míralo desencajado sus huesos, abiertas sus carnes,
llagado y destrozado todo su cuerpo.
Míralo otra vez, y no hallarás otra cosa que clavos, cruz, llagas, sangre y
espinas. Mira a su amado y querido Jesús Nazareno hecho un retablo de
dolores, sediento, blasfemado, escarnecido y en medio de ladrones como
si fuera Capitán de ellos.
Vuélvele a mirar alma mía, y verás un cuerpo colgado de tres clavos con
mil cuatrocientas sesenta y cinco heridas sin las mil de la cabeza; su rostro
bello y hermoso denegrido y afeado con señales de muerte; sus ojos
cubiertos de sangrientas lágrimas; las mejías hundidas, la boca abierta y
acicarrada con hiel y vinagre; la lengua ensangrentada, los oídos
atormentados con blasfemias; la garganta lastimada con la soga; su
corazón partido de dolor y cubierto de angustia y agonía mortales; de Dios
Padre desamparado y cercado por sayones; y cumplida la obra de la
redención del mundo, está ya Jesús para morir y sólo falta expirar. El sol se
oscurece ya y quedó el mundo en las tinieblas; el velo del tiempo se rompe
y las piedras dan unas con otras al dar Jesús la vida por amarte, muriendo
crucificado.
HAZ CON PAUSA ESTA ORACIÓN
¡Oh Jesús de mi alma! Y qué caro Señor, os ha costado mi amor! ¡Oh Jesús de mi
vida!, si yo de veras os amara y sintiera vuestra pasión, cómo muriera con Vos a
golpes de amor! Ablandadme en esta hora este corazón para que se parta de
sentimiento. Dad lágrimas a mis ojos para que lloren mis culpas causa de vuestras
penas y tormentos.
¡Oh Jesús mío! Quien siempre os hubiera amado y quien nunca os hubiera
ofendido! Señor, porqué, tened misericordia de mi y libradme por vuestra sangre,
pasión y muerte de la repentina e impenitente muerte para no experimentarla
eterna en la cárcel del infierno. En lance tan terrible y tremenda lucha de agonía
mortal mirando misericordioso atendedme benigno dándome las luces de vuestro
conocimiento, concediéndome las llagas de vuestro amor, y tiempo para recibiros
Sacramentado y que muera con la asistencia de vuestra Madre, dando la última
respiración de mi vida ante esas amorosas y dulces llagas para eternamente
amaros en la gloria.- Amén.
OFRECIMIENTO
TU SEÑOR
ORACIÓN FINAL
¡Oh Salvador mío, fuente inagotable de dulzura y de bondad! No piense yo mas
que en Vos. Cuando al mismo tiempo que a Vos se ama cualquier otra cosa, ya no
se os ama con verdadero amor, ¡oh Dios mío!,… ¡Oh amor lleno de dulzura,
dulzura llena de amor, amor exento de penas y seguido de infinidad de placeres;
amor tan puro y tan sincero que subiste en todos los siglos; amor cuyo ardor no
hay cosa que pueda apagar ni entibiar! ¡Jesús, mi adorable Salvador, cuyas
bondades, cuyas dulzuras son incomparables, caridad tan perfecta como que sois
nada menos que mi Dios! Véame yo abrasado en vuestras divinas llamas, de
suerte que no sienta ya más que aquellos torrentes de dulzuras, de placeres, de
delicias y de alegría, pero de una alegría enteramente justa, enteramente casta,
pura, santa y seguida de aquella perfecta paz que solamente en Vos se
encuentra. Sea yo abrasado en llamas de aquel amor, ¡Oh Dios mío!, con todo el
afecto de mi corazón y de mi alma. No quiero, bien mío, no quiero en lo sucesivo
más amor que el vuestro. Amen, Amen y Amen.