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ADOLESCENCIAS

CONTEMPORÁNEAS
Para que el psicoanálisis perdure y siga floreciendo, debe tener la
plasticidad de abrir nuevos interrogantes que exijan nuevas
respuestas. Muchas veces ha pretendido explicarlo todo, intención
exagerada, tanto más cuanto que nuestra disciplina ha
permanecido o intentado perdurar apartada de los terremotos
sociohistóricos.
El intento de “explicarlo todo” se engendró cuando el psicoanálisis
se hizo impermeable a la actitud interdisciplinaria y cada pensador
intentó refugiarse dentro de su limitada disciplina. Wagensberg
(2014) afirma que esta postura “…es síntoma claro de que la
disciplina protegida en cuestión es un territorio que ha entrado en
zona de plena alarma roja de sequía. En una atmósfera disciplinaria,
las ideas circulan verticalmente. Es cuando el rigor científico se
confunde con el rigor mortis. Es cuando la pureza vela por el
aislamiento y por la eliminación de cualquier presunta impureza. Es
cuando la tradición se convierte en prohibición de cambio”.

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Desde un punto de vista epistemológico, las teorías, y el
conocimiento en general, están atravesando una época
teñida por la complejidad. Las teorías están dejando de ser
productos rígidos, que emergen de causalidades fijas e
inamovibles, determinadas. Ahora el propio determinismo
está cuestionado, y las teorías están abiertas al azar, a lo
nuevo, al acontecimiento
Nuestra disciplina es una teoría y una práctica; en ella, a
medida que se avanza en la tarea, los interrogantes van
proponiendo nuevos textos y autores que pasarán a ser
nuestros interlocutores.
El pensar psicoanalítico se edifica paso a paso, utilizando
piezas nuevas pero en interacción con materiales en desuso.

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Debemos dialogar también con antropólogos,
sociólogos, economistas, publicistas, etc. Será estéril
pretender “proteger” nuestra disciplina ignorando a las
otras. De esta apertura de nuestras fronteras, de este
contacto interdisciplinario, saldremos fortalecidos y con
más herramientas para comprender el universo clínico
actual. El contexto interdisciplinario es jubiloso e
innovador; el disciplinario es solemne y conservador.

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• Para pensar la adolescencia debemos
identificarnos empáticamente con la
“irreverencia” y la “posición contestataria” de los
adolescentes. Obviamente, en nuestro caso esta
postura parte de la teoría, a fin de que esa
“irreverencia” nos permita surcar nuevos
caminos y abrir diferentes interrogantes en busca
de explicaciones novedosas y no repetitivas.
• Para ello debemos dialogar con antropólogos,
sociólogos, economistas, publicistas, etc. Será
estéril pretender “proteger” nuestra disciplina
ignorando a las otras.
• Como afirma Viñar (2013), es difícil definir con
rigor los conceptos de “mentalidad de época” o
“mentalidad colectiva” —que observamos en la
adolescencia— pero omitirlos es aún más torpe;
y plantea entonces la necesidad, para acercarnos
a su comprensión, de visitar autores como
Manuel Castells, Zigmunt Bauman, Gilles
Lipovetsky. Jean Baudrillard, etc.. En definitiva,
Viñar nos invita a salir del encierro y dar la
bienvenida a una postura inter y
transdisciplinaria.
Los adolescentes actuales con dificultades para estructurar un proyecto identificatorio
(Aulagnier) con subjetividades turbulentas nos enfrentan al imperativo de apartarnos de los
posicionamientos dogmáticos y de ortodoxias de parroquia para situarnos en un espacio de
apertura y proceder como anfitriones de todas aquellas disciplinas y campos del
conocimiento que enriquezcan, como diría Foucault, nuestra caja de herramientas.

Quisiera vincular mi planteo con la libertad creativa en el pensar psicoanalítico y


postular que debemos alejarnos de toda tentación de establecer pautas “religiosas” rígidas,
sagradas y ritualizadas. Como dice Steiner (1974), ser “nostalgiosos del Absoluto” nos
llevará a encerrarnos en nuestra disciplina y a una repetición esterilizante.

Una persona dogmática no interroga nada porque le genera temor. Creo que, por el
contrario, un psicoanalista nunca debe tener miedo a preguntar. No debe obturar
rápidamente en la clínica lo que el adolescente actúa o habla con un “interpretazo” (como
me gusta llamarlo) derivado de una teoría a la cual adscribe con idolatría. Si uno es
dogmático, cae fácilmente en “interpretazos”, mientras que si no lo es, podrá obrar con
paciencia y tolerancia frente a la expectación, sin inmovilizarse en lo ya “sabido y no
pensado” (Bollas, 1987).

Por todo lo dicho es que en este escrito me aparto por momentos, de la teoría y la clínica
psicoanalítica para visitar saberes provenientes de otros campos. Seguramente estos saberes
nos permitirán retornar a nuestra clínica enriquecidos.

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Las tribus

Los Ni-Ni

Las generaciones X, Y y Z
• Los adolescentes se encuentran en la actualidad
inmersos en contextos socioculturales con la
presencia constante de nuevas informaciones y
estímulos —sonidos, palabras, imágenes, símbolos,
expresiones de toda índole— y observan cómo se
ha transmutado el modo de aprehender la realidad,
así como la concepción de la cultura, antes
relacionada a las convenciones que regían las
relaciones humanas. Los adolescentes actuales
habitan una realidad social en que prevalecen los
efectos que han producido las nuevas tecnologías y
la sociedad de consumo.
• La llamada generación Y. Tienen entre 18 y 30 años.
Crecieron rodeados de tecnología, consumo y publicidad.
No creen en el trabajo para toda la vida ni en la política,
aunque la ecología logra movilizarlos. El núcleo del
grupo, dicen los sociólogos, está en los sujetos que
tienen entre 22 y 28, que suceden y perturban a los
miembros pragmáticos e individualistas de la Generación
X, los que hoy tienen entre 35 y 45. También se los llama
"millennials" (los jóvenes del nuevo milenio),
"generación Google" o "iGeneration", en referencia al
importante lugar que ocupan en su vida artefactos de la
tecnología como los "iPads", no en tanto dispositivos
útiles para alguna aplicación específica, sino como una
prolongación significativa de sus cuerpos, sus intereses y
sus maneras de informarse, comunicarse y entretenerse.
• La Generación Y circula por sus derroteros
universitarios y arriba a sus potenciales empleos
y a cualquier escenario en general con un estilo
hedonista, inquieto y de atención múltiple. Esto
entra en conflicto con las expectativas de
docentes y jefes, que se asombran cuando en una
entrevista laboral el postulante, llevado por su
interés cardinal, efectúa preguntas como:
“¿Cuántas semanas de vacaciones tengo?”, o
cuando en una clase no enuncian preguntas sino
que sus intervenciones comienzan
ordinariamente con “Yo opino que...”.

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Según varios estudios, Mascó entre otros, el trabajo es una de
los planos en los que más ostensiblemente se ve la divergencia
entre los X (antecesores de los Y) y los Y. Un “sujeto X” se
determina por su trabajo y a través de lo que hace. Desea
continuar formándose, planea una carrera y admite el statu
quo. Para “un Y”, el trabajo es solo lo que le facilita arribar a lo
que ambiciona, como lograr la libertad personal y el placer.

Para un X el trabajo es un aspecto fundamental en la


realización de una persona, mientras que para un Y el trabajo
le permite “tener sus cosas” o el trabajo es para obtener lo
que necesita para vivir, pero lo esencial es sentirse cómodo.

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La familia ocupa para los Y un lugar central, pero de otra forma que para los X. Están
instalados placenteramente en la casa de sus padres. En su caso, la adultez no se
corresponde con la independencia. Están formateados hacia la inmediatez, es por eso que no
ven el beneficio conectado con el esfuerzo. También la amistad es un valor significativo
para los Y, incluyendo tanto a los amigos cercanos e históricos -el club, la escuela, la
universidad- como los cientos de contactos que mantienen en Facebook y otras redes
sociales. La Generación X usa Facebook para reencontrarse con sus conocidos, en tanto que
los Y acopian contactos a quienes apenas les hablan, no les dirigen la palabra o los bloquean
a su antojo. En los momentos libres, la ausencia de un programa determinado es sinónimo
de libertad y goce: “Estaba chateando por Facebook a la dos de la mañana y pintó algo”, en
la actualidad prefieren Instagram o Snapchat. La idea de pareja es funcional, aplazada para
un más adelante indefinido. Primero se debe viajar, finalizar los estudios, consumir en ellos
mismos.

Es común considerar a esta generación como “nativos digitales”, sintetizando así el


significado primordial que tiene para ellos la tecnología, a la que no apartan de sus vidas y
cumple en estas variadas funciones, ya que es comunicación, es esparcimiento
personalizado y móvil, pero sobre todo debe ser ostentable. El aspecto estético de los
aparatos que manejan es medular, como bien saben las compañías que los producen.

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Según los científicos sociales, ahora está naciendo un grupo nuevo que ya ocupa un lugar:
los Z. Sus hermanos mayores, los Y que recién describimos, fueron considerados
egocéntricos y poco comprometidos; al grupo de los Z se los califica de ansiosos y
contradictorios; sus características psicosociales específicas los diferencian de los miembros
de las generaciones anteriores, aunque también se encuentran encadenamientos con la
generación Y, su precedente. Son “nativos digitales” en forma categórica y la tecnología
está presente en sus vidas desde que nacen. Son ansiosos y esperan respuestas cada vez más
vertiginosas en todas las esferas. Son curiosos e investigan todo en Internet, por lo que no
siempre manejan información precisa. Desean ser sus propios jefes y cimentar su propio
proyecto, el cual relacionan potentemente con el desarrollo de una profesión a la que le da
acceso su formación universitaria. Cuando eligen su carrera, lo hacen conjeturando el
desarrollo profesional más autónomo y emancipado que puedan imaginar. Por ejemplo:
desean recibirse de ingenieros, vivir una experiencia en una empresa de tecnología, para
después arremeter con su propio emprendimiento. La expresión “nacieron con un chip en la
cabeza”, que se suele aplicar a niños pequeños que utilizan los iPads o los teléfonos
celulares, es sencillamente lo normal en el caso de los Z. Esto hace que prevalezca en esta
generación una inteligencia práctica y una agilidad mental que seguramente no se hayan
observado en las anteriores, y parecería traer algunas derivaciones en cuanto a la educación
de esta generación todavía joven. Por tratarse de individuos ampliamente sensoriales, su
falta de lectura es un problema que todos los docentes padecen. Leen cruzado, escogen los
cuadros o los gráficos y se entusiasman con las presentaciones interactivas. Para que puedan
aprender, su educación tiene que estar finalmente acompañada por diversión y por el uso de
todos los sentidos.

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Las nuevas tecnologías y el uso de internet son en la
actualidad herramientas fundamentales en el mundo en
general y en el de los adolescentes de forma preponderante,
trocándose inclusive en un elemento medular en la cultura
adolescente contemporánea.
En los últimos años han aumentado considerablemente las
consultas por adicción a las nuevas tecnologías y tanto las
familias como la sociedad en general se muestran
preocupadas por el aislamiento excesivo de los jóvenes a
sumergidos en los móviles y en otras tecnologías. Esta
preocupación: ¿Es fundamentada?
El hipotético aislamiento por parte de los jóvenes –y también
de sujetos de otros grupos etarios- por el uso del móvil ha
iniciado un debate social. Inclusive se le ha puesto nombre:
phubbing.
El ‘phubbing’ es un término inglés compuesto a partir de las palabras ‘phone’ (teléfono) y ‘snubbing’ (despreciar)
que nace para describir la situació n en la que la persona resta atenció n a sus acompañ antes para dedicá rsela a su
teléfono mó vil o a otros aparatos electró nicos.
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El aislamiento a través del móvil –una de las tecnologías más
empleadas por los adolescentes- no expresa sin embargo falta
de interés o desprecio de los jóvenes sino a que hay que
pensarlo como un atrincheramiento identitario. El aislamiento
es relativo ya que los adolescentes se están comunicando con
otros sujetos y este tipo de comunicación no obtura la que se
consigue cara a cara sino que la promueve. No hay que
dramatizar con los efectos no deseados del uso de las nuevas
tecnologías porque estos no siempre son expresiones de
patologías.
El uso del celular no deja de ser comunicación hacia el
exterior vía móvil, lo único que cambia es el canal.
Acaso no hemos tenido que incorporar los analistas de
adolescentes (también de adultos) el móvil porque estos
frecuentemente necesitan mostrar imágenes para expresarse.

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Los adolescentes, distantes del mundo adulto y destituidos de la niñez, se apoyan en los
grupos de sus pares, los otros significativos con los que comparten todo el tiempo que
pueden. Se movilizan "en rebaños", organizan sus salidas en el espacio virtual y se agrupan
a través de diferentes elecciones musicales, por un modo de vestirse, por un espacio de
encuentro, por una elección para el uso del tiempo libre. En estas elecciones se marcan las
diferencias con los otros grupos, que frecuentemente en algunos sectores sociales conducen
a disputas con otros grupos y en algunas circunstancias a batallas violentas.
La adolescencia es el período de la vida en que la "lucha por el reconocimiento" es vital. Se
exterioriza la rebeldía y el desafío hacia el mundo de los adultos, demandando atención,
forjando diferencias, testeando límites y fronteras. Buscando una genuina visibilidad frente
a ese otro generacional, base sobre la que luego algunos proyectarán su identidad como
adultos.
Las expresiones de las culturas juveniles actuales responden a estas cuestiones propias de la
edad con la marca de una época altamente tecnologizada en sus comunicaciones y un
período de las relaciones intergeneracionales atravesadas por la proximidad y la
horizontalidad.
Las llamadas nuevas tecnologías agencian un especial realce entre los adolescentes,
propensos a asumir en primera persona —hágalo usted mismo— y como si fueran parte de
su subjetividad —ciertamente y sin mayores reparos— las herramientas que proporciona
este universo en firme expansión. No se trata sólo de aparatos electrónicos en si, el correo
electrónico, el infinito mundo de SMS, los blogs y sus derivados - los fotologs y los
videologs- tienen en el mundo adolescente su principal sostén.

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Las redes sociales tienen el objetivo de construir grupos,
fortalecer redes de inclusión, buscar los beneficios que da
una especularidad inmediata, un reflejo en otros de su
“Tribu” en un momento en el que las comunicaciones
interpersonales se encuentran definitivamente atravesadas
por las nuevas tecnologías.
Hoy la comunicación se establece a través de veloces textos
entrecortados, de imágenes publicadas o de elecciones
estilísticas espectaculares, pero la búsqueda es la misma que
ha imperado en diferentes momentos: ser reconocido y a
veces rechazados por el mundo adulto aunque lo central es la
amistad y el reconocimiento de los pares.

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• En la Argentina, el grupo identificado con estas características corresponde a
una franja socioeconómica media y media alta, y posee un capital tanto
económico como educativo que le permite, por ejemplo, cambiar con
frecuencia de trabajo, o demorar la salida de la casa paterna hasta finalizar los
estudios universitarios o después de lanzarse a un viaje iniciático por Asia.

• Este conjunto, que no supera el 20% de los jóvenes de veintipico de años, es


parte de un fenómeno global que en Europa y Estados Unidos se identifica con
la instauración de los llamados "valores posmateriales": valorizan la
autoexpresión, la autonomía y la calidad de vida por encima de la satisfacción
de las necesidades materiales, que dan por sentada. Obviamente, no pueden
pertenecer a él aquellos sujetos que crecen con la certeza de que la
supervivencia será insegura. Los jóvenes de la generación Y viven con la
sensación de que siempre les estará asegurada.

• Según varios estudios, Mascó entre otros, el trabajo es una de los planos en
los que más patentemente se ve la divergencia entre los X (antecesores de los
Y) y los Y. Un “sujeto X” se determina por su trabajo y a través de lo que hace.
Desea continuar formándose, proyecta una carrera y admite el statu quo. Para
“un Y”, el trabajo es solo lo que le posibilita arribar a lo que ambiciona, como
lograr la libertad personal y el placer.
Identidad
y

adolescencia
• De deportista a filósofo, de místico a agnóstico, de
rockero a barroco, de científico a empirista, fantasioso al
fin: el sujeto adolescente no sabe dónde y cómo
aterrizará su yo. De ahí su gran incógnita y su gran
desafío. Hasta la infancia la identidad se cometía
suficientemente con “yo pertenezco a esta familia”, "yo
soy hijo de mamá y papá”. Rasgada esta pertenencia,
llamémosla así, el adolescente debe salir a conquistar
nuevos espacios, distintas y opuestas “familias”,
enunciados disímiles a los que lo condujeron,
custodiaron y sostuvieron hasta que penetró en él la
sensación y la necesidad —que lo irá subyugando cada
vez más—de querer ser su propio arquitecto o, en todo
caso, el co-constructor de sí mismo, de ser él quien elija a
sus otros significativos, sus compinches de aventuras, sus
“cómplices”.
• Es frecuente que el adolescente construya una trinchera
identitaria, un búnker en el que se sienta a seguro, un albergue
que lo protege de los fuertes huracanes de la etapa que
atraviesa (lo pulsional, lo social, el vacío, etc), Cuanto más fuerte
sean los vientos, más energía pondrá para construir esa
trinchera.

• Hasta hace no tantos años, el adolescente estaba inmerso en


una cultura de exploración de su identidad esencial y
conjeturaba que su vocación debía revelarse permanentemente.
Hoy ese modelo se extinguió: los adolescentes intuyen que el
encuentro con su vocación va a ser con frecuencia efímero,
breve, transitorio. Antes navegar era llegar a puerto, anclar en
un lugar amparado; hoy lo esencial es navegar en sí, pues no
hay señal alguna de que se ha de alcanzar un puerto protegido y
resguardado. Infiero que Winnicott llamó a esto último “el
jugar”: lo importante no es concluir el juego, sino su evolución,
perseverar en la zona ilusoria, transicional, donde se da la
creatividad.
• El adolescente tiene como
faena psíquica central el
rastreo de su identidad, o si se
quiere, el trazado de su
“proyecto identificatorio”,
aunque este sea cambiante.
La adolescencia está atravesada por huracanes emocionales que conmueven la identidad
y el yo del sujeto. Es perentorio que los agentes de la salud mental, educadores, padres, la
sociedad toda deba saber aguardar, acompañar, sostener, y no caer (como a menudo sucede)
en psicopatologizar con liviandad. No debemos transformarnos en diagnosticadores a
ultranza cuando lo que está transcurriendo debe muchas veces considerarse un proceso
normal en este período de la vida. Un antídoto frente a este peligro radica en el necesario e
ineludible trabajo interdisplinario.

La identidad, en esta etapa de la vida, se encuentra estremecida, inconsistente. La


aspiración de ser un sujeto en el mundo tiene un apremio que no es asistido por el principio
de realidad. Postergar la acción es vivido frecuentemente como mortífero. “No sé lo que
quiero, pero lo quiero ya”, dice la letra que cantaba la banda de rock Sumo.

Los adolescentes y sus familias están en un proceso de reorganización y reestructuración


de sus funciones y enfoques que gira alrededor de estas revueltas identitarias, y con
asiduidad la sociedad y la institución escolar los desatiende y no tiene respuestas para ellos,
o bien responde habitualmente con la represión violenta que genera inhibición, lo cual tal
vez genere más violencia y vuelva infranqueable la grieta entre educando y educante. Esto
coloca al adolescente como víctima de un proyecto formativo que, por carecer de toda
norma, lo niega o no lo reconoce como sujeto.

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Los "Ni–Ni": los jóvenes que no trabajan
ni estudian.
• En los últimos años, muchas consultas de adolescentes son por
estados de angustias difusas más que por vivencias traumáticas
o peleas con los padres; la angustia que se relaciona con la falta
de bordes precisos, de límites claros, de reglas a las cuales
oponerse y así poder transgredir. Este universo indiferenciado
se vio ampliado últimamente con la demanda de terapia para
jóvenes de 18 a 21 años que debían materias de la secundaria, y
no sabían qué seguir haciendo después. Sin saber en quién y en
qué creer, o para qué esforzarse, una sensación de sinsentido
acompaña a estos adolescentes. En algunos puntos se parecen a
los "jóvenes de vidas grises" que describió Fernández.
• Es importante remarcar que en las
clases sociales bajas hay una clara
relación entre este
posicionamiento sociocultural de
los "Ni-Ni"y el contexto
socioeconómico, que impide
estructurar y cumplimentar
proyectos personales y colectivos.
GRUPOS DE PARES
Los grupos de pares instituyen la novedad en los sujetos que atraviesan la adolescencia.
Estos delimitan espacios y tiempos en los que van edificando un mundo compartido, y que
es central para custodiar las identificaciones adolescentes, sus grupos primarios como la
familia y la escuela. Los grupos de pares están construídos en general por miembros de la
misma edad y género. Esto no inhabilita la existencia de conjuntos mixtos o grupos en los
que es admitido algún miembro de mayor o menor edad, pero habla de su baja probabilidad.
Estos colectivos son la primer extensión de la red de relaciones en las que ingresan los
adolescentes, son los grupos de amigos y amigas más próximos, que se reunen a pasar el
tiempo, , compartir charlas, escuchar música, hacer deportes, planear programas, transitar
por diferentes espacios. Estos grupos promueven contención afectiva y representan sitios de
autonomía en donde se experimentan las incipientes búsquedas de independencia. Son
campos de atracción libidinal, que proponen pertenencia efectiva y que vehiculizan los
primeros contextos de los procesos que deconstruyen las identidades infantiles que están
siendo abandonadas. En estos ámbitos se despliegan las primeras conversaciones acerca del
sexo, el descubrimiento de los otros a nivel social y el propio lugar, se descubre la música
que se adoptará como la indicada, la forma de vestirse y también un modo de hablar. Se
trata de indudables recintos simbólicos en los que se ejerce conscientemente la
diferenciación social y la búsqueda de identidad. Es un espacio que acoge el proceso y
trayecto identificatorio. (Aulagnier)

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Los grupos de pares funcionan como redes que sostiene el
transito adolescente, consolidando relaciones, apuntalando
los procesos identificatorios.
Los adolescentes, en su rol de consumidores están más
inquietados que nunca por la escasez económica y
paralelamente más inducidos que nunca al consumo, a la
aventura y al éxtasis por un mercado y unos medios de
comunicación audiovisual que no reposan, en vinculación
con adultos desbordadas ante un escenario que les resulta
ajeno y confuso, poblado por los fantasmas de la violencia,
de la indiferencia, del reclamo ilimitado de adolescentes que,
en diferentes clases sociales, acarrean y son acarreados por
conflictos generacionales que, más allá de su reconocimiento
o no, determinan las sociedades contemporáneas.

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• No me voy a detener en todas las tribus urbanas
actuales con sus singulares y múltiples
nomenclaturas, que aluden metafóricamente a
alguna de sus características y que, como ha
señalado con acierto Caffarelli (2008), son
modos de “cazar identidades”. Menciono solo
algunas: los Emos, los Floggers, los Darks, los
Heavies, los Punks, los Góticos, los Indies, los
Ravers…
UNAS PALABRAS SOBRE LOS HIPSTERS
Grupo de personas que se caracteriza por tener gustos e intereses asociados a lo vintage, lo
alternativo y lo independiente .  Están en contra de las convenciones sociales y rechazan
los valores de la cultura comercial predominante, en favor de las culturas populares
locales. En este sentido, poseen una sensibilidad variada, inclinada a estilos de vida
alternativos, que van desde preferir la comida orgánica hasta beber cervezas de
elaboración artesanal .Visten de modo extravagante, con un look inusual y una
interpretación de la moda muy irónica. Combinan prendas de ropa de estilo moderno
y vintage. Han rescatado algunos accesorios antiguos, como los sombreros de ala
ancha, los pantalones angostos y los estampados con lunares o con patrones a cuadros
Jóvenes de clase media y media alta que viven en las grandes ciudades del mundo. Los
hipsters escucharn música jazz e indie, músicos del estilo de Tom Waits, Bob Dylan o
Devendra Banhart, y bandas de rock alternativo, ven películas clásicas y de cine
independiente. Les gusta Ir a las ferias de ropa usada y objetos de segunda mano, Vvsitar
galerías de arte y museos, tener las últimas novedades tecnológicas, usar las redes
sociales para comunicarse, publicar fotos, compartir música, videos, etc. La gran paradoja
de la cultura hipster es que, al popularizar su propia tendencia, que consiste en un
constante rechazo hacia las modas dominantes y una búsqueda de patrones de vida
alternativos, se ha convertido, a sí misma, en todo aquello que rechaza, es decir, un
movimiento no hipster. Hipster es una palabra del inglés cuyo uso data de 1940, cuando
era usada como un equivalente del término hepcat, un estilo o moda asociado al ámbito
del jazz
• El fenómeno de las tribus o grupos de jóvenes agrupados por
determinadas características no es nuevo. Así como en los años
cincuenta estaban vigentes los existencialistas o los hippies en
los años sesenta y setenta, cada época ha dejado sus marcas en
los modos de adhesión de los jóvenes a las tendencias que los
han llevado a congregarse.

• Seguramente he dejado de numerar diferentes tribus o


grupos aunados por diversos intereses e inclinaciones. Mi
interés se centra en señalar la importancia de tener
mínimamente un conocimiento acerca de estos fenómenos
grupales, sociales y culturales. Como psicoterapeutas, debemos
estar familiarizados con estas modalidades para no caer en un
facilismo psicopatologizador y reconocer, en cambio, que las
conductas “extrañas” a lo instituido son modos o intentos de los
adolescentes de insertarse en el mundo.
• Aunque en la actualidad muchas de estas tribus no tengan vigencia,
importa tener una visión de las mismas para ampliar nuestra
comprensión del mundo adolescente. El psicoanálisis debe introducirse
en estas formas de expresión adolescente, tratar de entenderlas y
teorizar acerca de ellas.

• No hay duda de que estos jóvenes, sin distinción del grupo al que
pertenezcan, ponen en juego en estas tribus urbanas sus ideales del yo,
sus proyectos identificatorios, su autoestima, la necesidad de ser
reconocidos y de cobrar existencia para sus otros significativos, su
búsqueda de especularidad, su deseo de diferenciarse del mundo y los
valores de los adultos.

• Por consiguiente, el hecho de comprender mejor sus conductas,


muchas veces extrañas y alejadas de lo considerado normal, evitará que
nos convirtamos en “diagnosticadores seriales”. Y para comprender sus
modas, transgresiones, fanatismos, modos de agruparse, etc., es
importante recurrir a la transdisciplina y consultar a los demás
profesionales de las ciencias sociales. Si pretendemos entender las
subjetividades contemporáneas debemos salir del solipsismo teórico
parroquial
• La demanda de la mirada podrá estar vehiculizada por
formas de vestirse, diferentes usos de accesorios de
moda, el uso de las redes sociales a la espera de tener
muchos seguidores, etc. En todos los casos, estas
exploraciones tienen como objetivo tejer una urdimbre
identitaria que le dé al adolescente su lugar como sujeto.
Habitualmente esta búsqueda está teñida de colores y
tonalidades que señalan una fuerte oposición a las
modas y modos de funcionamiento del mundo adulto, el
de los padres.
• La adolescencia, qué duda cabe, es la “etapa del
enamoramiento” o “los enamoramientos”, la época de
los primeros besos e incursiones sexuales ya con cierto
tinte adulto, la de las idealizaciones del todo o nada, la
de la difícil elección de los objetos de los deseos propios.
• Los jóvenes de sectores marginales que terminan
en situaciones delincuenciales son endémicamente
prisioneros de un destino que se les ha construido
desde una ausencia de Estado, desde una sociedad
que les impide salir de su pobreza y marginalidad.
Aquí nuestro accionar como psicoanalistas
encuentra un límite; les corresponde a los actores
políticos hallar respuestas y soluciones En todo
caso, podremos aportar nuestros saberes para
generar, en asociación con otras disciplinas, un
conjunto de pensamientos que puedan colaborar
en la lucha contra esta deplorable realidad. Y esta
no es una faena menor.
La adolescencia:

crisis o duelo
• El adolescente se encuentra en un
período de cambios e interrogaciones
a nivel físico, emocional, afectivo y
sexual, y demanda soportes y
recursos psicológicos y sociales para
proponerse ciertas metas, como la
elaboración y construcción de su
identidad o mejor, de su "proyecto
identificatorio" (Aulagnier).
• En tanto producción cultural, la adolescencia
interpela explícitamente la condición de ser
expresión de la cultura, escenificando el
nacimiento del sujeto adulto. Y es en esta
construcción que va deviniendo, en este
nacimiento, donde hallamos a los adolescentes
en crisis, porque hay cambio, hay o no
oportunidades de establecer un proyecto
identificatorio que les constituya un ideal del yo
que no repita "el modelo" parental que hasta ese
momento prevalecía y del cual se quieren
apartar.
• El adolescente se halla inmerso en la interpelación
de su reordenamiento biológico, que lo lleva a una
muerte y duelo de su cuerpo y de su universo
infantil, pero con la expectativa de un nuevo
nacimiento y el atractivo de conquistar un universo
distinto.
• El sujeto es convocado a ocupar otro lugar y deberá
ejecutar el pasaje doloroso, que es un duelo. Duelo
por la dimensión de pérdida y de abdicación. Duelo
por crecer. Y este pasaje no es armonioso ya que
crecer y saltar a otra etapa es romper, es desgarrar
la construcción identitaria que hasta ese momento
le resultaba tan firme.
• No desestimemos la importancia de estacionarse en la
clarificación de los duelos adolescentes con un
miramiento que no perturbe este proceso previsible.
Saber aguardar, acompañar, sostener, y no caer (como a
menudo sucede) en psicopatologizar con liviandad. No
debemos convertirnos en francotiradores que disparan
diagnósticos cuando lo que está transcurriendo podría
considerarse un proceso normal en este período de la
vida.
• La identidad se encuentra agitada, inestable. El anhelo de
ser un sujeto en el mundo tiene una urgencia que no es
acompañada por el principio de realidad. Posponer la
acción es vivido frecuentemente como letal. “No sé lo
que quiero, pero lo quiero ya”, dice la letra que cantaba
la banda de rock Sumo.
El yo en la adolescencia:

Narcisismo
Especularidad
Trauma
Intersubjetividad
Importancia de los grupos de pares
• Cuando un adolescente va fundando su identidad, ciertos
escenarios familiares y del contexto social pueden dificultar
dicha construcción. Esas interferencias guardan correlación con
la idea de trauma. Son traumáticas porque impiden que el
individuo sea, que logre conquistar el “yo soy” (Winnicott, 1971;
Aulagnier, 1989) y obstaculizan el proceso de llegar a ser, de
estructurar un proyecto identificatorio.

• El yo no colapsará en la medida en que pueda seguir


estructurando proyectos, construyendo historia, concibiendo un
futuro. Aquí importa saber cómo fue “narcisizada” una persona,
cuál fue la historia de sus identificaciones (Aulagnier), en qué
contexto emocional y social devino sujeto. Si todo lo anterior
fue más o menos armónico, la usina de proyectos continuará
funcionando y el proceso identificatorio seguirá gozando de la
vitalidad que ahuyenta el peligro del derrumbe y la
fragmentación.
• Los adolescentes que contaron y cuentan con un medio previsible y
estable llevan ventaja para que su ideal del yo no sea siempre una
utopía. Aun cuando la realidad erosiona —y muchas veces quebranta—la
historia de la construcción yoica de cada uno, algunas estructuras
adquiridas conservan el poder de eludir los tremendos escollos y
obstáculos que la realidad habitualmente nos pone. Freud nos advirtió
que este era uno de los vasallajes del yo.
• En cambio, quienes hayan sufrido una historia colmada de
discontinuidades, duelos, traumas severos, y todas las experiencias que
entorpecen la narcisización del sujeto en desarrollo, estarán en
desventaja con relación a los primeros. No obstante, soy de los que
piensan que esto último no es una condición que irremediablemente
originará dificultades y síntomas mayores. Como la historia es una
construcción persistente, el individuo tendrá incontables encuentros
intersubjetivos (la amistad, el enamoramiento, los grupos de pares, etc.)
que posibilitarán subsanar ese yo padeciente y dañado. Si hay otro que
refleje, sostenga y funcione como objeto especular e idealizado, ese
otro se convertirá en generador, por vía intersubjetiva, de estructura
psíquica. En la historia de un sujeto no todo es repetición o reedición; el
psiquismo siempre está abierto a lo nuevo, a la edición original (Lerner,
2001).
• La mirada psicoanalítica clásica solo atiende a la historia pasada; esto es
totalmente adecuado. pero también debemos examinar lo actual, los vínculos
presentes que actúan como objetos especulares e idealizadores. Lo que puede
ser traumático para unos no lo será para otros porque el sujeto atraviesa esa
situación que llamamos “traumática” en medio de una intersubjetividad
sostenedora, que en ese momento o a posteriori le permitirá usar esas
experiencias como materiales constitutivos de su yo.
• La especularidad intersubjetiva que aportan los otros funciona como
contención y corroboración de que lo traumático, lo inexplicable, lo
angustiante, se convierte, gracias a que esas experiencias son compartidas, y
permite que el adolescente no se sienta aislado, solo, retraído. Al recorrer los
mismos o semejantes caminos, los otros funcionan como objetos especulares
que le devuelven una imagen de poder, y las sacudidas emocionales que
empantanan por momentos a cada adolescente son experiencias comunes que
no los detendrán.
• Los grupos de pares, los otros significativos y, en algunos casos, los analistas
permiten que se despliegue, como diría Castoriadis (1986), la “autonomía de la
imaginación”, la “imaginación radical” que brinda la “capacidad de formular lo
que no está, de ver en cualquier cosa lo que no está allí”. En última instancia,
se posibilita el despliegue de una potencialidad creadora (Winnicott, 1971).
• Si bien consideramos que el enunciado “yo soy” aparece
en los primeros momentos del desarrollo emocional
(Winnicott, 1945), es durante el tránsito adolescente
cuando este enunciado reafirma la mismidad del sujeto.
En pos de este logro subjetivo el adolescente busca
reivindicar con pasión su derecho a ser un sujeto en el
mundo, y esta tarea continúa sin interrupción hasta la
muerte.
• Repitamos: el “yo soy” se conquista solamente en un
área intersubjetiva. En los inicios de la constitución de la
subjetividad, el vínculo con otro es fundante e
imprescindible, aunque en rigor esta necesidad de ser
con otro y “por otro” también tendrá validez absoluta en
todo el transcurso de la producción subjetiva. Por lo
tanto. hasta la muerte.
• El vínculo con el otro aleja la posibilidad de
hundirse en los terrenos cenagosos en que
frecuentemente se encuentran los adolescentes. El
otro significativo podrá aportar otras
consideraciones, otros relatos y explicaciones a las
convulsiones que asiduamente agitan el tránsito
adolescente.
• Aquí se instala nuestra intervención como analistas:
posibilitar que se eche una mirada distinta a la
historia que nos trae quien nos consulta o, como
dije en otro trabajo (Lerner, 1998), ayudarlo a
cambiar su narrativa, tarea central en el tratamiento
de los adolescentes.

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