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Vimos en el Credo que Jesucristo, lleno de gloria y

majestad, vendrá del cielo para juzgar a todos los


hombres, buenos y malos, y dar a cada uno el premio
o el castigo que hubiere merecido.

Jesucristo enviará
a sus ángeles para
que hagan (Dios
sabe cómo) el
solemne
llamamiento. Y
todas las almas
vendrán a reunirse
con sus cuerpos
para hacerlos vivir
de nuevo.
El catecismo de la Iglesia Católica, en el nº 989
formula de esta manera esta verdad de fe:
Creemos firmemente, y así
lo esperamos, que del
mismo modo que Cristo
ha resucitado
verdaderamente de entre
los muertos, y que vive
para siempre, igualmente
los justos después de su
muerte vivirán para
siempre con Cristo
resucitado y que Él los
resucitará en el último día.
Como la suya, nuestra
resurrección será obra de
la Santísima Trinidad:
En la muerte, el
cuerpo del
hombre separado
del alma, cae en
la corrupción,
mientras que su
alma va al
encuentro con
Dios, en espera
de reunirse con
su cuerpo
glorificado.

Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros


cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras
almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
El enigma de
la muerte del
hombre se
comprende
solamente a
la luz de la
resurrección
de Cristo.

En efecto, la muerte, la pérdida de la vida humana, se


presenta como el mal más grande en el orden natural,
precisamente porque es algo definitivo, que quedará
superado de modo completo sólo cuando Dios en Cristo
resucite a los hombres.
Debemos distinguir:
resucitar y revivir. Esta
es la diferencia
fundamental entre la
resurrección de Lázaro
y la resurrección de
Jesucristo. Lázaro es
un cadáver reanimado,
que vuelve a su anterior
modo de vida y que,
lógicamente, volverá a
morir.

Sin embargo, Jesucristo es aquel que irrumpe por su


resurrección en un nuevo modo de ser que adelanta,
aquí en el tiempo, lo último y definitivo de las promesas
de Dios para los hombres.
Así pues,
resucitar es un
volver a la
vida, que es la
misma, pero
de una manera
sublimada.

Por eso con gozo y con esperanza creemos que todo


nuestro ser, alma y cuerpo, podrá un día bendecir a Dios
y que seremos felices con Él para siempre. Aunque
tenemos el riesgo de que todo nuestro ser esté apartado
de Dios.
 Cada cuerpo resucitado
será unido entonces
con su alma, y todos
experimentarán
entonces la identidad, la
integridad y la
inmortalidad. Los justos
seguirán gozando de la
visión beatífica en sus
cuerpos y almas
unificados y también de
la impasibilidad, la
gloria, la agilidad y la
sutileza.

Los injustos, sin estas últimas características, seguirán en


el castigo eterno como personas totales.
FIN

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