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¿Por qué mataron a Jesú

APASIONADO POR EL REINO DE DIOS: JESUS Y EL REINO


LA MUERTE DE JESÚS: ¿POR QUÉ MATAN A
JESÚS?
La inclusión que Jesús realiza de los marginados y excluidos por
la sociedad terminan convirtiéndose en razones políticas para
justificar su muerte como un opositor al poder romano. La
sociedad religiosa judía, encerrada en las prácticas cultuales,
había terminado perdiendo de vista que la acción de Dios
transforma no sólo el corazón del hombre sino también sus
relaciones y sus estructuras sociales y políticas; en último
termino da un giro a la historia. Las razones teológicas de Jesús
terminan convertidas en razones políticas por sus adversarios.
Los romanos por sí mismos no habían considerado a Jesús
como un hombre peligroso; en cambio, los jefes religiosos del
pueblo judíos; sobre todo, el sumo sacerdote, que pertenecía al
grupo de los saduceos, ven en Él una amenaza real. El ataque
de Jesús al templo (Mc 11, 15-19. 27-32) fue el detonante.
―Los sumos sacerdotes y fariseos convocaron al consejo y
decían: ¿Qué hacemos? Este hombre realiza muchas señales. Si
permitimos que siga realizando las señales que hace todos
creerán en Él; vendrán los romanos y destruirán nuestro
templo… desde ese día decidieron darle muerte (Mc 11, 45-54)
LA PERSECUCIÓN: CLIMA DE LA
VIDA DE JESÚS

• Jesús y sus adversarios representan dos polaridades bien


definidas de comprender a Dios y, lógicamente de concebir la
vida y al ser humano. Mientras que para Jesús fue claro que el
absoluto de su vida era anunciar a un Dios que vence el mal y
restaura al ser humano en lo más profundo de su ser,

• Para sus adversarios lo más radical era la observancia de la


Ley y en su nombre marginaban y excluían a otros seres
humanos. Los evangelistas Marcos y Lucas nos ofrecen
numerosos testimonios de esta profunda contradicción.
LA CONCIENCIA DE JESÚS EN MEDIO DE LA PERSECUCIÓN
Según los relatos evangélicos de la pasión Jesús es consciente del
peligro que corre su vida; la oración en el huerto es el ejemplo más
claro de esto (Mc 14, 32 ss). Él sabía que el anuncio del reinado de
Dios era la fuente del conflicto que terminará por acaba con su vida.
Juan da un buen número de testimonios de la conciencia que Jesús
tiene de las intenciones de sus adversarios de acabar con su vida (Jn
7, 1; 2, 24-25; 5, 16-17; 7,19, 25-26, 30-35; 8, 20, 59; 10, 30-31,
39; 11, 8, 53-54, 57).
EL JUICIO DE JESÚS

Jesús es arrestado en el huerto de los Olivos por las autoridades


religiosas y judías. De ahí en adelante Jesús enfrenta dos juicios,
uno religioso y, otro, político.
El primero ante el Sanedrín y, el segundo, ante Poncio
Pilato. Las acusaciones que se formulan en uno y otro son bien
diferentes. Ante el sanedrín es acusado de ―querer destruir el templo‖
(Mc 14,58) y ante Poncio Pilato de ―alborotar al pueblo para que no
pague los impuestos‖ (Lc 23, 2). Sus adversarios estaban dispuestos
a acabar con él bajo cualquier argumento.
El Sanedrín acusa a Jesús ante Poncio Pilato por su
pretensión de ser el Mesías, el Rey de los judíos. Cuando
Herodes supo, por boca de los sabios de Oriente, que había
nacido el rey de los judíos se inquietó (Mt 2, 2-3) y decidió
acabar con él (Cfr. Mt 2,13).
LA MUERTE DE JESÚS COMO CONSECUENCIA DE SU
MISIÓN
La razón teológica de la muerte de Jesús no es independiente
de la razón histórica que causa su muerte. A Jesús lo mataron
por haber anunciado el Reino de Dios; es decir por su modo,
por su conciencia de la vida. Jesús muere por la misma causa
por la que vivió, por ser consecuente consigo mismo.
La vida de Jesús y su muerte denuncian el vacío y la muerte de
tantos seres humanos que se pierden en las marañas idolátricas
de su propio egoísmo. En este sentido, podemos afirmar
teológicamente que Jesús murió por nuestros pecados.
2. LA MUERTE DE JESÚS: ¿POR QUÉ MUERE JESÚS?
Jesús murió por su solidaridad con los marginados por mostrar
la justicia misericordiosa de Dios con ellos. Él fue víctima de la
Pax romana y de sus dioses. Murió por causa del Dios que
anunció y del cual se sintió abandonado en el último momento
en la Cruz Mc 15,34) pero también al que se entregó
confiadamente al final de su existencia (Lc 23,46).
Las palabras de Jesús en la cruz muestran el dramatismo de su
conciencia respecto del sentido de su muerte. Esa misma
conciencia explica porque en la cruz otorga el perdón a quienes
lo están crucificando, su promesa al ladrón que estaba junto a él
crucificado y su abandono en las manos del Padre.
Jesús muere en la cruz acosado por sus enemigos, abandonado
por sus discípulos; todo ello como resultado de lo que hizo en
vida, todo ello como resultado de su oposición radical a quienes
acaban venciéndole en la cruz
No aparece ningún sentido místico expiatorio: lo que le ocurrió en
la muerte fue la consecuencia de lo que actuó en vida: el anuncio y
la realización del Reino de Dios entre los hombres, a lo que se
oponían los representantes del poder religioso, del poder social y
del poder político, como plasmación visible del príncipe este
mundo.

LA “EXPLICACIÓN” DE LA CRUZ EN EL MISTERIO DE


DIOS
La misión de Jesús puede ser interpretada a la luz del Siervo sufriente
de Isaías. ―Él cargó sobre si los pecados de todos‖ (1Pe 2,24) y lo hizo
cuando curaba en sábado, cuando perdonaba los pecados, cuando
soportaba las acusaciones de estar endemoniado, cuando fue
abandonado por las multitudes y los discípulos, cuando fue
cargado con esos pecados y conducidos por ellos hasta la
muerte en la cruz.

La cruz de Cristo le revela a quien la contempla la injusticia del


mundo, que para poder sobrevivir, no le interesa la vida humana
y, menos aún si esta vida es inocente
DE LA CRUZ COMO ESCÁNDALO A LA CRUZ COMO
SALVACIÓN
Si el Hijo de Dios muere en la cruz es para que desaparezcan
las cruces, los crucificados y los crucificadores. Cada vez que se
contempla la cruz se toma conciencia del escándalo que ella
produce. El ser humano no puede continuar en nombre de sí
mismo, de sus intereses, de sus idolatrías cobrando la vida de
los inocentes, de los pobres. Todavía hoy permanece el
escándalo de la cruz cada vez que una persona es tratada
injustamente, que su derecho no es reconocido y cuando el
afán de unos pocos por satisfacerse a sí mismos cobra nuevas
víctimas y engendra nuevos crucificados
La cruz no es una exaltación del sufrimiento como pretenden
hacerlo creer algunas doctrinas pseudo-espirituales. La cruz es
más que un madero; es la representación del odio, de la
violencia, de la injusticia, del crimen humano. El mismo rechazo
que produce la cruz debe producir también la práctica de todo lo
que destruye al ser humano hasta el punto de desfigurarlo en lo
más esencial de su ser, la dignidad.
LA MANIFESTACIÓN DE LO QUE ES GRATO A DIOS
La cruz denuncia lo que resulta escandaloso a los ojos
de Dios e indica el camino para ir hacia lo que es conforme a
su voluntad. Hay cruz cuando el ser humano se hunde en el
vacío existencial; éste hace que la persona que lo
experimenta explote y abuse de los otros

Resulta también escandaloso a los ojos de Dios el que


utiliza a Dios para infringir sufrimiento al otro y obtener de
él provecho propio. Así actuaron las autoridades judías
cuando le reclaman a Jesús por haber curado una mujer en
sábado. Según ellos, el bien a un ser humano no se le puede
hacer en sábado cosa contraria a lo que se puede hacer con
el asno o el buey (Cfr. 13,10 -17). Para Jesús, por encima de
cualquier ley o mandato está el ser humano y más si está
bajo el dominio del sufrimiento.
LA CREDIBILIDAD DEL AMOR DE DIOS
En la Cruz de Jesús se ha manifestado plenamente el amor de Dios
(1 Jn 3,1). En la Resurrección de Jesús el Padre revela que su amor
es más poderoso que la muerte. El Padre y el Hijo mantienen un
diálogo permanente. Jesús escucha al Padre y el Padre escucha
siempre a Jesús (Jn 11, 41-42). Esa comunicación es interrumpida
por la muerte y reestablecido permanentemente por la
Resurrección; de ahí, que nosotros afirmemos que Jesús fue
exaltado al cielo y está sentado a la derecha del Padre (Hech 2,33;
Rom 8,34; Col 3,1).
LA MUERTE DE JESÚS: EL DIOS CRUCIFICADO
La experiencia de Dios que tiene el pueblo de Israel, según el
Antiguo Testamento, es que Dios los acompaña, los guía,
interviene en su historia, los libra de la mano de los enemigos y
protege a los débiles. Ese Dios aunque es cercano también
mantiene su trascendencia, no se puede ver y permanecer vivo
(Ex 33,20). Ese Dios se muestra también como omnipotente; es
decir, capaz de superar todo, de evitarlo todo.
La experiencia de Dios que revela el Nuevo Testamento está en
continuidad con el Antiguo Testamento.
EL SILENCIO DE DIOS EN LA CRUZ DE JESÚS
Frente a la cruz de Jesús es inevitable la pregunta: ¿dónde
estaba Dios mientras su Hijo estaba muriendo en la cruz? Y la
respuesta es: estaba en la cruz muriendo con su Hijo y
compartiendo el dolor que la cruz produce. ¿Por qué Dios guardo
silencio mientras su Hijo moría en la cruz? La respuesta es,
porque el Hijo en la cruz antes que llamar al Padre en su
defensa ofreció su perdón a los que le estaban haciendo el mal y
actuando de esa mane mostró que su corazón estaba conformado
con el corazón del ―Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos‖
(Mt 5,45).
Cuando Jesús en la cruz ofrece su perdón a los que le están
haciendo mal rompe el esquema que ha dominado en la
conciencia humana con respecto al chivo expiatorio. La tradición
colectiva de la humanidad ha conocido la historia de cómo los
pueblos han buscado siempre sobre quien descargar la causa de
sus desgracias; de esta manera crean lo que se denomina el
chivo expiatorio (Cfr. Juan 11, 45-56).
Dios al guardar silencio en la cruz del Hijo expresa su
misericordia y perdón a la humanidad y la libera de
cargar con la culpa de esa muerte inocente. De esta
manera, el perdón se convierte en el camino de salvación
para la víctima y también para el victimario.

EL SUFRIMIENTO DE DIOS
Cuando se habla del sufrimiento de Dios de inmediato surge la
pregunta: ¿puede Dios sufrir? De hecho, la conciencia colectiva
de los pueblos, especialmente la griega no admite el
sufrimiento de la divinidad. Si Dios sufre entonces no es Dios.
La incapacidad de admitir el sufrimiento de Dios le resta a la
muerte de Jesús en la cruz el valor de su entrega. La cruz
perdería su valor redentor y Dios permanecería como un ser
frío, antipático y cruel. Es necesario entonces reconocer que la
pasión de Jesús es también la pasión de Dios.
Todo lo anterior, nos pone frente al reto de hacer algunas
aclaraciones. Dios no sufre al modo humano. Los seres
humanos consideramos el sufrimiento como castigo, fatalidad y
abandono. El sufrimiento en el ser humano corresponde a su
condición de criatura limitada y perecedera. En Dios estas
circunstancias no se cumplen en modo alguno.
El sufrimiento en Dios no es el resultado de algo inesperado
sino el producto mismo de su capacidad de amar, de sentir
compasión por el ser humano, por la obra de sus manos. Dios
padece por el efecto de su amor. En este sentido, podemos
afirmar que Dios sufre.
Cuando Dios establece la Alianza con su pueblo se vuelve
vulnerable: vive las experiencias de Israel, sus triunfos, sus
pecados, sus sufrimientos. Dios se une a su pueblo indisoluble
y apasionadamente. Dios comparte con su pueblo su destino;
Él se comporta como el padre paciente y misericordioso (Sal
102,8) que sabe sufrir.

Los profetas expresan los sentimientos de Dios con las


siguientes palabras "cada vez que le reprendo... se me
conmueven las entrañas y cedo a la compasión" (Jer 31,20).
"Me da un vuelco el corazón y se me revuelven todas las
entrañas" (Os 11,8), hacen decir los profetas al mismo Dios.
EL CONOCIMIENTO DE DIOS EN LA CRUZ DE JESÚS
Jesús es considerado por sus conciudadanos un profeta (Mt
16,14-16). Su acción coincide con la tradición y con el
horizonte común que comparten los profetas en Israel. La
oposición entre Jesús y los representantes de la religión oficial
judía no se da en el plano doctrinal. Los dos están de acuerdo
en lo que a Dios hace referencia. En teoría, los dos están de
acuerdo. Ambos coinciden en que Dios es Único, bueno,
bondadoso, que es el padre de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
Los dos atribuyen a Dios las mismas cualidades. ¿Dónde está
pues la diferencia?
El conflicto de Jesús con sus adversarios, escribas, fariseos y
saduceos, radica en la praxis. Es en el modo de relacionarse
con los otros donde aparece la diferencia entre el mensaje de
Jesús y sus adversarios. Para Jesús Dios es un Padre que toma
parte en los conflictos de sus hijos mientras que para los
sumos sacerdotes, escribas y fariseos Dios es un ser celoso de
la observancia de la Ley (Cfr. Mc 3,4)
EL PUEBLO CRUCIFICADO COMO PUEBLO MÁRTIR
El seguimiento de Jesús es el criterio que permite verificar
la identidad del cristiano. Ser cristiano es seguir a Jesús. Seguir
a Jesús es acompañarlo cargando su cruz diariamente. ―El que
quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día y que me siga‖ (Lc
9,22-25)
Cargar con la cruz de Jesús significa, entre otras, cosas
compartir con Él su destino. Jesús muere rechazado por su
pueblo y martirizado a causa de su fe en Dios al que se
atrevió a llamar Padre y a anunciar su reinado en las
relaciones de los seres humanos y de los pueblos.
Seguir a Jesús y cargar con la cruz es también ponerse
del lado de las víctimas, de los que diariamente son
despojados de su dignidad por los servidores de la
idolatría que inaugura la economía de mercado. Conviene
entonces considerar que, la mayor parte de la
humanidad, un 80%, sobrevive en la pobreza. En América
Latina el 44% malvive en la miseria. Esta realidad es una
realidad de muerte, de cruz, colectiva, diaria y creciente
que sólo es superable si las relaciones entre los pueblos
están orientadas por la justicia signo evidente de la
presencia de Dios. Donde Dios está, la justicia se hace
presente. Mientas la injusticia y la pobreza permanezcan
los seres humanos y los pueblos están bajo el dominio del
pecado.
Cuando la pobreza condiciona las relaciones fraternas entre los
seres humanos y los pueblos se hace necesario descubrir sus
raíces y combatirlas buscando soluciones. Nadie que se diga
realmente cristiano puede hacerse indiferente a la realidad de
pobreza que golpea a muchos en América Latina. La pobreza no
es una casualidad; ella es el resultado del desorden que reina
en las estructuras económicas cada vez más injustas y
excluyentes. Dios no es el que nos hace pobres; por el
contrario, el quiere vida digna y abundante para todos. Es la
idolatría, en este momento actual de la historia, del mercado la
que genera la injusticia, la exclusión y la muerte.

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