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EL SUFRIMIENTO DE DIOS
Cuando se habla del sufrimiento de Dios de inmediato surge la
pregunta: ¿puede Dios sufrir? De hecho, la conciencia colectiva
de los pueblos, especialmente la griega no admite el
sufrimiento de la divinidad. Si Dios sufre entonces no es Dios.
La incapacidad de admitir el sufrimiento de Dios le resta a la
muerte de Jesús en la cruz el valor de su entrega. La cruz
perdería su valor redentor y Dios permanecería como un ser
frío, antipático y cruel. Es necesario entonces reconocer que la
pasión de Jesús es también la pasión de Dios.
Todo lo anterior, nos pone frente al reto de hacer algunas
aclaraciones. Dios no sufre al modo humano. Los seres
humanos consideramos el sufrimiento como castigo, fatalidad y
abandono. El sufrimiento en el ser humano corresponde a su
condición de criatura limitada y perecedera. En Dios estas
circunstancias no se cumplen en modo alguno.
El sufrimiento en Dios no es el resultado de algo inesperado
sino el producto mismo de su capacidad de amar, de sentir
compasión por el ser humano, por la obra de sus manos. Dios
padece por el efecto de su amor. En este sentido, podemos
afirmar que Dios sufre.
Cuando Dios establece la Alianza con su pueblo se vuelve
vulnerable: vive las experiencias de Israel, sus triunfos, sus
pecados, sus sufrimientos. Dios se une a su pueblo indisoluble
y apasionadamente. Dios comparte con su pueblo su destino;
Él se comporta como el padre paciente y misericordioso (Sal
102,8) que sabe sufrir.