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Homenaje NUESTRA OPINIÓN

ARMANDO RAFFO SJ
Consejo de Redacción

a la honestidad
intelectual
y a la honradez
con lo real

Los días 9 y 10 de mayo próximo pasados la revista


Misión organizó un homenaje a Juan Luis Segundo sj
con ocasión del décimo aniversario de su fallecimiento.
Tres estupendas ponencias, que conforman el cuerpo
de este número de la revista, fueron expuestas en el
salón José Pedro Varela de la Biblioteca Nacional. Ellas
fueron especialmente buenas porque resaltaron aquello
que muchos consideramos su aporte más significativo
y liberador. Como Segundo fue, sin lugar a dudas, uno
de los teólogos más destacados de la segunda mitad
del siglo pasado, el sentido común lleva a imaginar su
aporte como algo especialmente novedoso sobre algún
aspecto o afirmación de la Teología. Aunque no son
pocos los aportes que hizo en ese sentido, puesto
que todo su pensamiento es un edificio que se erige
sobre categorías inusuales y notablemente pertinentes
respecto de nuestra cultura, consideramos necesario
resaltar el empeño más secreto que sostuvo todo su
quehacer teológico. Ese empeño se muestra en algunas
actitudes que no son otra cosa que la puesta en escena
de su misma fe. Quisimos homenajear a la persona
que supo cultivar en forma coherente y pertinaz
algunas actitudes que sostienen y atraviesan todo
su aporte teológico.
Más aún, consideramos que algunas de sus actitudes
más fundamentales son inherentes a su propia teología
ya que ella no es otra cosa que la vertebración objetiva
y bien contrastada de una fe que no es ajena a la
historia ni a nada que tenga sabor a humanidad. Esa
fe es humana porque se sabe heredera de un anuncio

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(fides ex auditu) vehiculado por alguna cultura y que
nuestra opinión

se reconoce viva en tanto que simiente de la novedad


que anhela todo emprendimiento humano. Esa fe
no es humana si no se hace historia y no comparece
ante ese conocimiento tan limitado como riguroso
que llamamos ciencia.
Esa fe sólo se hace visible y significativa cuando se
estructura en actitudes que revelan su sentido y los
valores que la especifican. Ese dinamismo esencial a la
fe no se repliega cuando nos encontramos en el campo
intelectual o teológico. Las actitudes que apreciamos
en los teólogos descubren el contenido más hondo de
su propia fe. En ese sentido, son varios los términos
que se destacan a la hora de nombrar las actitudes que
distinguieron el talante teológico de Juan Luis Segundo;
ellos son los siguientes: honestidad, honradez, valentía,

>
rigurosidad, tenacidad, pasión y reverencia.
Una de las críticas más Se trata de su honestidad intelectual y de su honradez
con lo real, así como de su valentía frente a lo
recurrentes era que aparentemente incuestionable y de su rigurosidad
para comprender la cultura como expresión dinámica
Segundo desarmaba la de la libertad humana. Nos referimos, también, a su
tenacidad para ir al fondo de las cosas sin desmayos
fe de la gente porque ni concesiones acomodaticias que llevarían el agua
a su molino. Esto es así porque su espíritu estaba
cuestionaba todo lo atravesado y especialmente inflamado por esa pasión
que, de alguna manera, y muchas veces oculta, anida
que ellas habían reci- en todo ser humano y llamamos “amor” o “reverencia”
a la verdad. Juan Luis no tuvo miedo a la verdad
bido... por eso mismo, porque fue un hombre de fe.
Juan Luis Segundo fue, ante todo, un teólogo honrado
se dirigía a aquellos con eso que llamamos “la realidad”. Esa honradez no
es garantía de verdad pero sí de pertinencia para su
que no se contentaban mundo cultural y para aquellos que compartieron
sus conocimientos. Esa honradez con “lo real” le
con las explicaciones llevó a plantearse muchas preguntas que fueron
sistemáticamente esquivadas por los cultores de la
infantiles y decepcio- tradición como si el quehacer teológico para ser bueno
tuviese que repetir lo de siempre con apariencia
nantes de la fe, sino a de novedad.
quienes les importaba Lo que siempre distinguió a los teólogos prominentes
fue su entrega y capacidad para recoger las aguas
experimentarla en su provenientes de la fuente que, al menos, posee tres
vertientes: la revelación codificada en las Escrituras,
vida concreta de forma el magisterio de la Iglesia y la historia como pregunta
y espacio de salvación.
rica y liberadora.

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Esto es así porque la teología brota de la fe que se vio NUESTRA OPINIÓN
alumbrada por el anuncio y se desarrolla en ese ser
histórico y pensante que es el creyente. El teólogo,
como no podría ser de otra manera, acoge y elabora la
fe desde los parámetros culturales en que se edifica su
propia identidad. Desde esa cultura y para esa cultura
debe expresar su fe como el rescate más profundo de la
verdad que persiguen, más o menos conscientemente,
todos y cada uno de los seres humanos.
Juan Luis Segundo fue un verdadero teólogo porque: 1.
fue un creyente absolutamente honrado con el devenir
histórico y cultural en el que le tocó vivir y hablar
de Dios; 2. acogió y asumió el dinamismo renovador
del Concilio Vaticano II como pocos, y 3. estudió las
Escrituras con rigurosidad sorprendente.
Lo que aquí queremos destacar es su honradez u
honestidad para con la realidad histórica y cultural
de su tiempo. En la introducción a uno de sus últimos
libros: “¿Qué mundo? ¿Qué hombre? ¿Qué Dios?”,
afirma que no se dirige a esa mayoría de cristianos que
se contenta con recitar credos y repetir explicaciones
más o menos intemporales tal y como se las han
manifestado. Juan Luis Segundo se dirige a aquellos
cristianos que desde el Vaticano II “han oído o tienen
por sí mismos opiniones negativas sobre la suficiencia
de tales explicaciones para ser válidas en cualquier
situación, cultura o tiempo. En parte, porque provienen
de un contexto de catequesis infantil, y en parte, y sobre
todo, porque les parece que ese tipo de explicaciones
obtiene, cuando es llevado al diálogo o a la realidad,
resultados decepcionantes.” (op. cit. p. 10)
Más adelante deja escurrir una queja sobre la teología
de su tiempo al decir que “quien se interna en el
mundo de la teología tiene muchas veces la impresión
de estar oyendo hablar un lenguaje, no sólo pasado,
sino incomprensible e inaceptable frente a innegables
conquistas de la ciencia y del pensar moderno.”
(p.13)
Nunca dudó que la “ciencia y el pensar moderno”
debían ser los interlocutores privilegiados de la fe
que se nutre de la Palabra de Dios y se expresa en
la historia. Se trata de una fe que se purifica y se
ve desafiada en el diálogo con la ciencia y el pensar
moderno. Diálogo que debe ser honesto y, por lo tanto,
abierto a la novedad que brota de la historia; debe ser
un diálogo y no un monólogo disfrazado de humildad.
Podemos afirmar que lo que caracteriza el pensamiento

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de Segundo es que abordó prácticamente todos los
nuestra opinión

temas relevantes de la teología desde esa perspectiva.


Desde allí arriesgó interpretaciones que entendió
honradas con la esencia de la Revelación y con la
realidad tal y como era asumida por el hombre
moderno.
Como bien podemos imaginar, sacudió muchos edificios
en ese afán de ir a la médula de la fe que busca
ser pertinente ante la ciencia, denunciadora de los
dinamismos deshumanizadores y recreadora del sentido
profundo de la cultura. Evidentemente no fueron pocos
sus críticos y detractores.
Una de las críticas más recurrentes era que Segundo
desarmaba la fe de la gente porque cuestionaba todo lo
que ellas habían recibido. Es verdad que cuestionaba y
desarmaba y, por eso mismo, se dirigía a aquellos que

>
no se contentaban con las explicaciones infantiles y
decepcionantes de la fe, sino a quienes les importaba
experimentarla en su vida concreta de forma rica
y liberadora. Aquellos que se quedaban a mitad de
camino se descubrían desarmados o frustrados. Muy
por el contrario, quienes se dejaron mover por la
honradez con lo real y la honestidad consigo mismos,
fueron más allá y terminaron redescubriendo la
fecundidad de su propia fe y redimensionado el sentido
de sus propias vidas.
Para facilitar la inteligencia y comprensión de cuanto
venimos afirmando puede ser bueno realizar lo que
podríamos llamar una especie de aterrizaje que ayude
a intuir el alcance de esa honestidad intelectual que
caracterizó el pensamiento de Segundo.
Probablemente fueron dos macro teorías provenientes
Son varias las actitudes del mundo científico las que más impactaron e
influyeron en su quehacer teológico. Por una parte
que distinguieron el la teoría de la expansión del universo y sus números
inimaginables: “El universo que conocemos comenzó
talante teológico de su existencia visible –aunque no hayamos asistido a
ese acontecimiento– con una gran explosión: el big
Juan Luis Segundo: bang” (ibid. p. 126) y de la mano de Hawking supo que
se necesitaron diez mil millones de años para que se
honestidad, honradez, desarrollasen seres inteligentes, los seres humanos o,
como dice el mismo Segundo “esto es, seres libres”.
valentía, rigurosidad, Por otra parte, y como una verificación cercana de
aquel gran dinamismo, los trazos fundamentales de la
tenacidad, pasión y llamada teoría de la evolución.
En ese contexto y de la mano de las observaciones
reverencia. de Teilhard de Chardin supo que esos seres libres,

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los seres humanos, tenemos la capacidad de dirigir NUESTRA OPINIÓN
esa evolución. Siguiendo la imagen de su hermano de
congregación y antropólogo francés, estaríamos en el
preciso momento en que la humanidad se asoma al
puente del barco para abandonar su bodega con la
potestad de asumir el timón y llevar la embarcación al
puerto que se considere mejor.
El diálogo serio y honrado con esas teorías le lleva
a pensar la creación, el pecado, la gracia y la misma
salvación a partir de categorías nuevas que desembocan
en una relectura de las escrituras y la historia de los
dogmas. A modo de ejemplo citamos una afirmación
del libro aludido que es una hipótesis teológica que
asume las teorías antes mencionadas: “El lector se
habrá dado cuenta, en efecto, de que nuestra hipótesis
es aquí teológica: Dios quiso hacer un mundo donde
tuviera en los hombres interlocutores libres, capaces
de decisión, o sea cooperadores creativos en un
proyecto común a ambos: Dios y los hombres” (p. 122).
Obviamente, para descubrir la entraña teológica de
Juan Luis hay que ir a los fundamentos de dicha
afirmación y a las consecuencias que descubre para
la vida de las personas.
No faltaron tampoco los que acusaron a Juan Luis
Segundo de tener una visión ingenua o demasiado
optimista de la ciencia, como si le hubiese concedido,
a esa aproximación gnoseológica respecto de la
realidad, un estatuto epistemológico demasiado elevado.
Obviamente, no es éste el espacio para discutir esa
afirmación y, aunque le concediéramos cierto grado de
verosimilitud, no menoscabaría en nada la afirmación
central de nuestra opinión: Juan Luis Segundo
tuvo la honradez de dialogar a fondo con eso que
llamamos “realidad” en la contingencia de dos
de sus objetivaciones más determinantes para los
seres humanos como son la “ciencia moderna” y la
“cultura”. Juan Luis Segundo sabía muy bien que
esas objetivaciones no son absolutas o la verdad con
mayúscula, sabía que son constructos sociales en
constante evolución y que, por ello mismo, desvelan la
radical inquietud del ser humano. No obstante, sabía,
también, que “la verdad” de la ciencia y de la cultura
son determinantes del escenario en que se ejercita la
libertad de los seres humanos.

El homenaje a Juan Luis Segundo nos ayudó a revitalizar


la fe que compartimos y a recrear nuestro compromiso
con la libertad entendida como responsabilidad creativa
en los procesos de humanización.

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