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LA ATMOSFERA QUE NOS ENVUELVE

LOS SERES VIVOS que pueblan la corteza terrestre gozan de la protección de una capa de aire,
llamada atmósfera. Efectivamente, este manto aéreo, no sólo los alimenta con oxígeno, sino que
también evita la llegada en profusión, desde el Sol hasta la superficie de la Tierra, de algunos
rayos dañinos, e impide que la humedad necesaria para la vida se escape al espacio interestelar.
Por otro lado, permite al hombre los vuelos en distintos mecanismos de su invención y la
audición de sonidos.

Analizada la atmósfera por medios químicos, demuestra estar compuesta por gases que se
desplazan fácilmente, para dar origen a los vientos por todos conocidos. Dado que el aire cambia
de peso específico, al variar la altura, varía naturalmente la resistencia que opone a los objetos
que lo atraviesan. Es ésta tan grande en las capas inferiores, que los meteoritos, por ejemplo, que
circulan a bajísimas temperaturas ante los astros, se incendian al cruzar la atmósfera, debido al
calor desarrollado por la gran fricción que se produce con ella.

La atmósfera parece absolutamente transparente en un día de cielo diáfano, sin nubes, pero en
realidad no es así, porque entonces, en los momentos de pleno mediodía, veríamos un
firmamento oscuro, negro, en cuyo seno el Sol refulgiría con rayos tan hirientes para nuestros
ojos, que acabaríamos por perder la vista. Demos gracias, pues, a las menudas partículas de gas
que forman la atmósfera, porque ellas absorben la luz solar, especialmente los rayos de color
rojo. Como los restantes rayos que integran la luz poseen un tinte azulado y no son tan
absorbidos por el aire, el cielo parece azul.

¿POR QUÉ NO PODEMOS VOLAR COMO LOS


PÁJAROS?
Cuanto más estudiamos las distintas criaturas que viven en el mundo, más nos maravilla la forma en que se
acomodan al género de vida para el cual han nacido.

Si, por ejemplo, un ser está destinado a volar, cada una de sus partes se acomoda perfectamente a este fin. El cuerpo
de las aves es lo más ligero posible; posee voluminosos pulmones que se hinchan de aire, y grandes espacios huecos.
Sus huesos, por otra parte, son en extremo fuertes, comparados con su peso.

La forma de su cuerpo, afilado por delante y provisto de curvas suaves, es la más a propósito para el vuelo. Sus
plumas responden de un modo admirable al fin rara que fueron creadas, y se hallan maravillosamente engrasadas
para que el agua no las moje y haga descender al ave con su peso. Los músculos que utilizan para el vuelo son
enormes en proporción al peso y tamaño de su cuerpo, y están dispuestos con relación a las alas de manera que
produzcan el mayor rendimiento efectivo con el menor esfuerzo posible.

Inicialmente trató el hombre de aprender a volar; pero en realidad no fue volar lo que intentó, sino sencillamente
trasladarse de un lado para otro en el seno de la atmósfera. A diferencia de los pájaros, carecemos de plumas y de
largos dedos unidos entre sí por medio de membranas, como los murciélagos. Como estamos creados para andar, la
Naturaleza nos dotó de fuertes y vigorosas extremidades inferiores, o piernas, en tanto que los músculos de nuestros
brazos son muy débiles, comparados con los correspondientes de las alas de los pájaros; la forma de nuestro cuerpo
no es la más a propósito para volar, y así sucesivamente.

Nuestra asombrosa inteligencia nos ayuda a construir máquinas para volar hasta otros mundos, inclusive, pero no
será capaz de desvirtuar el hecho de que nuestro cuerpo no reúne condiciones para el vuelo por sí mismo.

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