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EFESIOS

Versículo a versículo

Grant R. Osborne

Editado por

Efesios: Versículo a versículo


Copyright © 2016 Grant Osborne
Copyright © 2020 Editorial Tesoro Bíblico para la versión española

Serie: Comentario Osborne del Nuevo Testamento

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y libros. Para otros usos, escriba a Editorial Tesoro Bíblico para obtener permiso:
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A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras son traducción del autor o son de la
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Usada con autorización. Todos los derechos reservados.

Traducción, edición y tipografía: Equipo de traductores de Faithlife.

Editorial Tesoro Bíblico.


CONTENIDO
PREFACIO A LA SERIE
INTRODUCCIÓN A EFESIOS
Autor
Fecha
Destinatarios
Propósito
Características literarias
Bosquejo
Teología de la carta
LAS BENDICIONES DE LA SALVACIÓN (1:1–14)
Pablo saluda a los cristianos en Éfeso (1:1–2)
Pablo enumera cinco bendiciones de salvación que provienen de Dios y de Cristo (1:3–
14)
UNA ORACIÓN POR EL CONOCIMIENTO Y EL PODER (1:15–23)
Pablo da gracias por las buenas noticias sobre su estado espiritual (1:15–16)
Pablo ora por sabiduría y conocimiento para los efesios (1:17–19a)
La grandeza de Dios se ve en la resurrección y exaltación de Cristo (1:19b–20)
La gran fuerza de Dios se ve en la autoridad y dominio de Jesús en todo (1:21–22a)
La gran fuerza de Dios se ve en el liderazgo de Jesús por encima de la iglesia (1:22b–23)
RESUMEN DE LAS BENDICIONES DE LA SALVACIÓN (2:1–10)
El pecado lleva a la esclavitud y la muerte (2:1–3)
Su terrible situación: esclavitud al pecado y la carne (2:2–3)
La misericordia nos dio vida con Cristo (2:4–7)
Pablo presenta un resumen: el regalo gratuito de la gracia (2:8–10)
EL NUEVO PUEBLO UNIDO DE DIOS: JUDÍOS Y GENTILES (2:11–22)
Pablo discute el pasado y presente estado de los gentiles (2:11–13)
Pablo discute la nueva paz y la unidad lograda en Cristo (2:14–18)
Pablo discute la nueva ciudadanía y la edificación que tenemos en Cristo (2:19–22)
LA ADMINISTRACIÓN DE PABLO DEL MISTERIO DE DIOS (3:1–13)
Dios revela el misterio (3:1–7)
El ministerio de Pablo hace que se conozca el misterio (3:8–13)
PETICIÓN DE ORACIÓN POR PODER Y AMOR (3:14–21)
Pablo se dirige solemnemente al Padre (3:14–15)
Pablo ora por los cristianos en Éfeso (3:16–19)
Pablo concluye esta oración con una doxología (3:20–21)
UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA IGLESIA (4:1–6)
La base del desafío es una vida digna del llamado (4:1)
Cuatro conjuntos de cualidades producen unidad (4:2–3)
La meta es la unidad de la iglesia (4:4–6)
UNIDAD A TRAVÉS DE LA DIVERSIDAD (4:7–16)
La gracia de Cristo se da a cada miembro (4:7–10)
Dios da líderes de la iglesia que la ayudan a crecer (4:11–16)
VIVIR LA NUEVA VIDA EN CRISTO (4:17–24)
Pablo critica el camino pagano de la vida (4:17–19)
El camino cristiano reemplaza al antiguo (4:20–24)
DEFECTOS Y VIRTUDES EN LA NUEVA COMUNIDAD (4:25–5:2)
Pablo proporciona exhortaciones prácticas sobre lo viejo y lo nuevo (4:25–30)
Pablo proporciona un catálogo de debilidades y virtudes (4:31–32)
Pablo presenta la virtud suprema: amor (5:1–2)
EL CAMBIO DE LA OSCURIDAD A LA LUZ (5:3–14)
Pablo exhorta sobre las obras de la oscuridad (5:3–7)
Pablo alienta a los efesios a vivir como hijos de luz (5:8–14)
VIVIR EN EL ESPÍRITU (5:15–21)
El cristiano no debe caminar de manera necia y en ignorancia (5:15–17)
El cristiano debe caminar en el espíritu (5:18–21)
SUMISIÓN EN LAS RELACIONES DEL HOGAR, PARTE 1 (5:21–33)
Pablo presenta la actitud clave: sumisión mutua (5:21)
Pablo enseña sobre la sumisión de la esposa (5:22–24)
Pablo enseña sobre el amor sacrificial del esposo como cabeza (5:25–27)
Pablo culmina su énfasis con razones para el amor del esposo (5:28–30)
Pablo concluye con la naturaleza de la relación esposo-esposa (5:31–33)
SUMISIÓN EN LAS RELACIONES DEL HOGAR, PARTE 2 (6:1–9)
Pablo les da instrucciones a los padres e hijos (6:1–4)
Pablo instruye a los esclavos y a los amos (6:5–9)
PONERSE TODA LA ARMADURA DE DIOS (6:10–24)
Pablo da una exhortación de apertura para ser fuerte en el Señor (6:10)
Por los poderes malvados, Pablo subraya la necesidad de fortalecernos (6:11–13)
Pablo describe las piezas de armadura (6:14–17)
Pablo habla de la oración como la fuerza que une la armadura (6:18–20)
Pablo concluye su carta (6:21–24)
GLOSARIO
BIBLIOGRAFÍA

PREFACIO A LA SERIE
Hay dos autores para cada libro bíblico: el autor humano que escribió las palabras y el Autor
divino que reveló e inspiró cada palabra. Si bien Dios no dictó las palabras a los escritores
bíblicos, sí guio sus mentes para que escribieran sus propias palabras bajo la influencia del
Espíritu Santo. Si los cristianos realmente creyeran lo que dijeron cuando llamaron a la Biblia
“la palabra de Dios”, se comprometerían mucho más en el estudio bíblico serio. Como
revelación divina, la Biblia merece y, de hecho, exige ser estudiada profundamente.
Esto significa que, cuando estudiamos la Biblia, no deberíamos sentirnos satisfechos con
una lectura superficial en la que insertamos nuestros propios significados al texto. En
cambio, debemos siempre preguntarnos qué es lo que Dios quiso decir en cada pasaje. Pero
el estudio de la Biblia no debería ser una tarea tediosa que tenemos que realizar. Es un
privilegio sagrado y una alegría. El profundo significado de cualquier texto es un tesoro
enterrado; todas las riquezas están esperando bajo la superficie. Si supiéramos que hay oro
en el patio trasero de nuestra casa, nada nos impediría obtener las herramientas necesarias
para cavar y sacarlo. Del mismo modo, en el estudio formal de la Biblia todos los tesoros y
riquezas de Dios están esperando a ser excavados para nuestro beneficio.
Esta serie de comentarios sobre el Nuevo Testamento tiene la intención de proporcionar
dichas herramientas y ayudar al cristiano a comprender más profundamente el significado
pretendido por Dios en la Biblia. Cada volumen guía al lector a través de un libro versículo
a versículo con el objetivo de desvelarnos lo que Dios mandó a Mateo o Pablo o Juan a decir
a sus lectores. Mi objetivo en esta serie es dar sentido al contexto histórico y literario de
estas obras antiguas, para proveer la información que va a permitir al lector moderno
entender exactamente lo que los escritores bíblicos estaban diciendo a su audiencia del
primer siglo. Me gustaría eliminar la complejidad de la mayoría de los comentarios
modernos del texto y proporcionar una explicación fácil de leer.
Pero no es suficiente saber qué querían expresar los libros del Nuevo Testamento en
aquel entonces; necesitamos ayuda para determinar cómo cada texto se aplica actualmente
a nuestras vidas. Una cosa es entender lo que Pablo les estaba diciendo a sus lectores en
Roma o Filipos y, otra muy distinta, es entender el significado de sus palabras para nosotros.
Así pues, en los puntos clave del comentario, intentaré ayudar al lector a descubrir áreas de
nuestra vida moderna a las que el texto se dirige.
Visualizo tres usos principales para esta serie:
1. Lectura devocional de las Escrituras. Muchos cristianos leen rápidamente toda
la Biblia en programas devocionales de un año. Eso es muy útil para obtener una
amplia visión general de la historia de la Biblia. Pero animo enfáticamente a
realizar otro tipo de lectura devocional, concretamente, a estudiar
profundamente un solo segmento del texto bíblico e intentar entenderlo. Estos
comentarios están diseñados para permitir eso. El comentario se basa en la NVI
y explica el significado de los versículos, lo que permite al lector moderno leer
un par de páginas a la vez y orar sobre el mensaje.
2. Estudios bíblicos de la iglesia. He escrito estos comentarios también como guías
para grupos de estudio bíblico. Muchos estudios bíblicos de hoy consisten en
personas que se reúnen para compartir lo que piensan que dice el texto. Hay
ventajas en tal enfoque, pero también debilidades. El problema es que Dios
inspiró estos pasajes bíblicos de modo que la iglesia pudiera entender y
obedecer lo que él pretendía que el texto dijera. Sin ninguna orientación sobre
el significado del texto, somos propensos a cometer herejía. Como mínimo, los
líderes del estudio bíblico necesitan tener un comentario, de modo que puedan
guiar la discusión en la dirección que Dios pretendía. En mis propios estudios
bíblicos de la iglesia, a menudo hago que la clase lea una exposición sencilla del
texto, por lo que todos pueden hablar del mensaje dado por Dios, y eso mismo
es lo que espero ofrecer aquí.
3. Ayudas para el sermón. Estos comentarios también están destinados a ayudar
a los pastores a exponer fielmente el texto en un sermón. Los pastores ocupados
a menudo tienen muy poco tiempo para estudiar comentarios complejos de mil
páginas sobre pasajes bíblicos. Como resultado, es fácil pasar poco tiempo en el
estudio de la Biblia y, por lo tanto, dar un sermón superficial el domingo.
Mientras escribo esta serie, estoy plasmando mi propia experiencia como pastor
y pastor interino, preguntándome a mí mismo lo que quisiera que un sermón
incluyera.
Sobre todo, mi objetivo en estos comentarios es simple: me gustaría que fueran
aventuras interesantes y emocionantes a través de los textos del Nuevo Testamento. Mi
esperanza es que los lectores descubran las riquezas de Dios que se encuentran detrás de
cada pasaje en su divina palabra. ¡Espero que cada lector se enamore de la palabra de Dios
tanto como yo y que comience una fascinación similar de por vida con estas verdades
eternas!

Efesios es uno de los libros más difíciles del Nuevo Testamento. El material, lidia sobre el
misterio del evangelio, la naturaleza exaltada de Cristo, los eventos apocalípticos de los
últimos días y la guerra espiritual contra los poderes de la oscuridad, esto aturde la mente.
Las oraciones son complejas, el contexto es difícil de descubrir y los temas teológicos se
discuten tan profundamente como en cualquier otro lugar de las Escrituras. A medida que
avanzamos en este tratado, a menudo tenemos que parar y meditar durante algún tiempo
para dar sentido a los puntos que Pablo está haciendo. En este comentario espero ayudar
al alumno de la Palabra de Dios a realizar esa difícil tarea y explicar algunas de las
complejidades para que podamos puede asimilar el mensaje del libro.

Autor
Esta carta afirma haber sido escrita por el apóstol Pablo (1:1; 3:1), y esto fue aceptado hasta
los tiempos modernos. Varios padres de la iglesia (Ignacio, Policarpo, Clemente de Roma)
admitieron que es muy diferente de los otros escritos de Pablo, pero dijeron que demuestra
el corazón de Pablo y, por lo tanto, debe considerarse como auténtico. Sin embargo, a partir
del siglo XIX, los eruditos críticos comenzaron a dudar de la autoría de Pablo, y hoy la carta
se considera ampliamente no Paulina, una carta pseudoepigráfica (falsamente atribuida a
Pablo).
Hay varias razones por las que se duda de su autenticidad. Su lenguaje y estilo son
bastante diferentes de las otras cartas de Pablo, con 125 palabras que no se encuentran en
ninguna de las otras. También hay varias frases únicas, como “en los cielos”, “bendición
espiritual”, “el misterio de su voluntad”, “la gloria del Padre” y “los deseos de la carne”. Las
largas oraciones y el tono impersonal (hay poca interacción con los lectores o la
presentación de la situación del autor) hace que muchos concluyan que el autor no está
realmente familiarizado con la situación de Éfeso. Finalmente, la estrecha conexión con
Colosenses hace pensar que el autor ha copiado partes de esa carta.
En respuesta a estas preocupaciones, no hay duda de que Colosenses y Efesios
comparten lenguaje, temas e incluso estructuras similares. Sin embargo, esto no significa
necesariamente que un escritor posterior haya copiado algunas porciones; puede ser que
el mismo autor haya escrito las dos cartas casi al mismo tiempo. Tampoco es cierto que no
haya material personal en la carta. El autor reflexiona en 3:1–6 sobre el significado de su
ministerio y su llamado a proclamar el misterio y luego se presenta en los versículos 7–13
como “de este evangelio…servidor”. Además, ora por los efesios en 1:15–19 y 3:14–21,
mostrando su corazón pastoral. Dudo que un escritor posterior esté inventando todo esto
para hacer que la gente piense que es Pablo.
Además, los temas teológicos de esta carta (véase más abajo) son totalmente
consistentes con los de Pablo en otras cartas, y no hay evidencia de que el escritor
simplemente haya copiado Colosenses para parecerse a una carta paulina. En resumen,
tanto Colosenses como Efesios provienen de la mano del mismo Pablo. No hay ninguna
razón por la que un autor que escribe dos cartas prácticamente al mismo tiempo no incluya
una gran cantidad de material en común entre ellas. Además, las dos ciudades estaban en
la misma provincia y no estaban lejos una de la otra, por lo que las iglesias habrían
compartido muchos de los mismos problemas.

Fecha
En general, se acepta que Efesios es una de las cartas de la prisión, junto con Colosenses,
Filemón y Filipenses. Pablo se llama a sí mismo “yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús” en
3:1 (también 4:1). Pero la pregunta es: ¿cuál encarcelamiento? Pablo fue encarcelado en
Filipos (Hechos 16:19–34), Cesarea (23:23–26:32) y Roma (28:11–31), así como en Éfeso
(implícito) al final de su tercer viaje misionero (Hch 19:35–41; 1 Co 15:32). Dos pueden ser
descartados; los encarcelamientos en Filipos y Éfeso fueron demasiado breves para ser
probables.
La elección, entonces, es entre Cesarea y Roma. En Cesarea, Pablo esperó en el “limbo”
durante dos años mientras el gobernador Félix esperaba un soborno y los líderes de
Jerusalén presionaron por la ejecución de Pablo. Como sucedió muy poco durante este
tiempo, el tipo de participación en el ministerio del evangelio en esta región que se aprecia
en las cartas de la prisión claramente no tuvo lugar mientras Pablo estuvo preso en Cesarea.
Los detalles de la situación encajan mucho mejor en Roma. Pablo estuvo en prisión en Roma
desde el año 60–62, y Filipenses fue escrito al final de ese tiempo, justo antes de que Pablo
supiera su destino (Filipenses 1:20–23; 2:23–24). Se debate cuál de las dos, Colosenses o
Efesios, se escribió primero, pero es más probable que Efesios explicó más el material en
Colosenses que Colosenses haya resumido Efesios. Por lo tanto, es mejor fechar a Efesios
en el año 61–62 después de Colosenses, quizás en el punto medio del juicio en Roma. Pablo
le dio la carta, junto con Colosenses y Filemón, a Tíquico. Entonces, aunque las tres cartas
(Colosenses, Filemón y Efesios) se escribieron durante un período de tres o cuatro meses,
probablemente se enviaron a través de Tíquico al mismo tiempo.

Destinatarios
No hay muchos problemas locales abordados en esta carta, lo que puede significar que
Pablo la hizo para una audiencia general. “En Éfeso” en 1:1 falta en varios manuscritos
tempranos importantes, y la posición de consenso es que Efesios era una carta general
escrita a las iglesias en la provincia romana de Asia (incluyendo las siete iglesias de Ap 2–3,
Hierápolis y Colosas). La carta probablemente fue enviada primero a la iglesia madre de
Éfeso y luego circuló en las otras iglesias.
Asia ocupó el tercio occidental de la actual Turquía. Era una provincia a favor de Roma
y, como resultado, bastante rica. Pérgamo era la capital, pero Éfeso era la ciudad principal
y el centro de la actividad cristiana. Era una de las ciudades más grandes del Imperio
Romano (detrás de Roma y Alejandría), con alrededor de un cuarto de millón de personas
en la ciudad y sus alrededores. Fue la principal ciudad portuaria de la región, era un centro
comercial para toda la provincia, fue el hogar de una de las siete maravillas del mundo
romano, el templo de Artemisa (su nombre griego; su nombre romano era Diana). A causa
de este templo, era el centro religioso de la provincia; también se jactaban de tres templos
a los emperadores, haciendo que el culto imperial (el culto al emperador como una deidad)
fuera especialmente destacado. La magia también fue prominente allí, como lo atestiguan
las historias interconectadas de los hijos de Esceva y la quema de los libros de magia en
Hechos 19:13–20. Debido a esta fascinación hacia lo oculto, la guerra contra los poderes
cósmicos fue especialmente relevante en Éfeso.
También hubo una fuerte presencia judía en la ciudad. Mientras que los romanos
generalmente permitieron que los judíos practicaran libremente su religión, hay evidencia
de persecución y desaprobación en Éfeso y toda la región. Esto se refleja en la persecución
contra la iglesia, que inicialmente los romanos asumieron que era una secta judía. Esta
situación de presión y opresión continuó en los años 90, como se ve en el libro de
Apocalipsis.
Pablo pasó más de dos años en Éfeso al final de su tercer viaje misionero (Hechos 19).
Cuando escribió Efesios, habían pasado seis años desde que había ido a Jerusalén para la
Pascua. Sin embargo, se había mantenido en contacto; sabemos esto debido a la cantidad
de cartas que escribió y al hecho de que se reunía con los líderes de Éfeso cada vez que
fuera posible, como, por ejemplo, en Hechos 20:7–37. Una buena parte de su equipo
ministerial en Roma también era de la provincia de Asia. Aborda la situación en la provincia
tal como la conoce.

Propósito
El conocimiento de Pablo de lo que estaba sucediendo en las iglesias de Asia en esta etapa
era de segunda mano. Mientras estaba prisionero en Roma, se enteró de los problemas
clave de allí y sintió que tenía que abordarlos por escrito. Los lectores sabían de Pablo y su
juicio y esperaban noticias que llegarían a través de Tíquico (6:21–22).
Como Efesios es una carta general que no trata en detalle los problemas locales, es difícil
ser específico acerca de su propósito. Al escribir esta carta, Pablo trata temas relacionados
con la iglesia universal, enfatizando algunos aspectos como las tensiones entre judíos y
gentiles, que eran problemas concretos en estas iglesias en particular. Veo cuatro
propósitos en el centro de la carta, que tratan los siguientes temas generales:
1. Soteriología (doctrina de la salvación): Pablo quería ayudar a aquellos que provenían
de orígenes paganos a comprender su reconciliación con Dios a través del sacrificio
expiatorio de Cristo. La expiación se deriva de la imagen de la cubierta del arca del
pacto en el lugar santísimo. El trono de Dios estaba por encima de esa cubierta, y
cuando los pecados fueron perdonados, fueron representados como colocados
debajo de él, y así “cubiertos” o “expiados” por el sacrificio. Entonces la muerte de
Jesús como un sacrificio cubierto o expiado por nuestros pecados, nos lleva a
nuestro perdón por parte de Dios.
2. Cristología: El Cristo exaltado en su señorío universal llena a los creyentes con el
poder de vivir vidas victoriosas.
3. Eclesiología (doctrina de la iglesia): Dios en Cristo ha reunido a judíos y gentiles en
una nueva humanidad (2:15) hecha posible por la nueva creación en Cristo (v. 14),
resultando en una iglesia unida.
4. Guerra espiritual: Cristo ha derrotado a los poderes cósmicos y ha dado su poderoso
poder a la iglesia para ser victorioso sobre estas fuerzas malvadas.

Características literarias
Efesios es una de las cartas de Pablo (véase arriba “Autor”), pero tiene algunas
características que la distinguen de las demás. Debido a su alto contenido teológico y la falta
de preocupación por los problemas locales, algunos la han calificado como una homilía, un
tratado o una palabra de exhortación. No parece tanto una carta pura como, digamos, 1
Corintios o Filipenses, pero sigue siendo una carta: tiene la apertura y el cierre de textos
helenísticos y en esto se asemeja a los otros escritos de Pablo.
Una de las características interesantes de Efesios son sus largas oraciones. Por ejemplo,
Efesios 1:3–14 constituye la oración más larga jamás descubierta en el idioma griego, y
varias otras porciones también son oraciones extensas y complejas (1:15–23; 2:1–7; 3:1–
13; 4:11–16; 6:14–20). Pero esto no es único en Efesios, porque Colosenses también tiene
algunas oraciones similares (Col 1:3–8, 9–20, 24–29; 2:8–15; 3:5–11), al igual que otras
cartas (Ro 11:33–36; 1 Co 1:4–8; Fil 1:3–7; 2 Ts 1:3–10). Pablo, en su entusiasmo sobre estas
increíbles verdades doctrinales, simplemente siguió escribiendo una cláusula subordinada
tras otra en su deseo de transmitir su punto de vista. Estaba tan cautivado con su tema que,
de manera entrecortada, se movía de un punto a otro, aparentemente sin siquiera respirar.
A veces es difícil poner todo junto y dar sentido a las complejas relaciones, pero Efesios es
completamente rico en su sustancia teológica.
Pablo también usa una variedad de estilos a veces desconcertantes. La totalidad de 1:3–
14 constituye una bendición de alabanza, lo que los escritores judíos llamaron berakah o
“clamor de alabanza”, en el que se agradece a Dios por las bendiciones que ha derramado
sobre su pueblo. Hay dos pasajes de oración (vv. 15–23; 3:14–19) en donde Pablo resume
las cosas que quiere que sus lectores sepan y ora por la bendición de Dios en el proceso de
este entendimiento. Hay una amplia gama de material catequético y litúrgico en toda la
lista, incluidas las listas de vicios y virtudes en la sección ética en 4:7–5:20, los pasajes de
Haustafel (código social) de 5:21–6:9 y el material en forma de credo en 4:4–6. El resumen
de la doctrina del pecado y la salvación en 2:1–10 es una versión extremadamente concisa
del mismo material cubierto en Romanos 1–8. No hay duda de que Pablo está ejercitando
sus músculos teológicos de formas nuevas y cada vez más profundas en esta carta.
Finalmente, ha sido común en escritos académicos mirar a Pablo a través de los ojos de
los tratados retóricos helénicos que se originaron en The Art of Rhetoric de Aristóteles y
fueron desarrolladas más tarde por Cicerón y otros. Estos eruditos suponen que Pablo fue
entrenado en retórica y lo muestra en sus escritos. Varios han puesto a Efesios en la
categoría de “retórica epidíctica”, centrándose en la vergüenza frente a la alabanza/honor,
y los vicios frente a las virtudes. Esto encajaría con los énfasis éticos especialmente vistos
en 4:17–5:21, pero dudo que Pablo tuviera la intención de esto. En 1 Corintios 2:1–5, a una
iglesia enamorada de tal retórica, Pablo dice: “no lo hice con gran elocuencia y sabiduría”;
su predicación no fue “con palabras sabias y elocuentes”. Luego, en 2 Corintios 10:3–6,
declara: “Las armas con que luchamos no son del mundo”, sino que tienen “el poder divino
para derribar fortalezas” y llevamos “cautivo todo pensamiento para que se someta a
Cristo”. Pablo evitó la retórica secular y prefirió el poder del Espíritu. Esta no es una retórica
helenística, sino una homilía y una carta judías, ya que Pablo, como cristiano judío, usó
métodos judíos de razonamiento y estilo judío en sus escritos.

Bosquejo
Es fundamental comprender cómo se desarrollan los argumentos de una carta, cómo un
autor ha estructurado su argumento y organizado sus pensamientos, antes de intentar leer
todos los detalles. El siguiente bosquejo permitirá a cada lector ver el mapa de la trama en
desarrollo y captar el flujo mientras trata de seguir la lógica de la presentación literaria.
I. Introducción: las bendiciones de la salvación (1:1–14)
A. El saludo (1:1–2)
B. Prólogo: las bendiciones de salvación enumeradas (1:3–14)
1. Bendiciones espirituales en los lugares celestiales (1:3)
2. Bendición 1: predestinación (1:4–6)
3. Bendición 2: redención (1:7–8)
4. Bendición 3: el misterio de su voluntad (1:9–10)
5. Bendición 4: su plan divino (1:11–12)
6. Bendición 5: ser sellado con el espíritu (1:13–14)
II La doctrina: la unidad de todos los pueblos en el cuerpo de Cristo (1:15–3:21)
A. Acción de gracias y oración por conocimiento y poder (1:15–23)
1. Acción de gracias por su estado espiritual (1:15–16)
2. Oración por sabiduría y conocimiento (1:17–19a)
3. Descripción de Pablo del poderoso poder de Dios (1:19b–23)
B. El resumen de las bendiciones: salvación solo por gracia (2:1–10)
1. Los efectos del pecado: esclavitud y muerte (2:1–3)
2. Los resultados de la misericordia: vivir con Cristo (2:4–7)
3. Resumen: el don gratuito de la gracia (2:8–10)
C. Los nuevos pueblos unidos: judíos y gentiles (2:11–22)
1. El estado pasado y presente de los gentiles (2:11–13)
2. La nueva unidad y acceso a Dios (2:14–18)
3. La nueva ciudadanía y construcción (2:19–22)
D. La mayordomía del misterio de Dios (3:1–13)
1. La revelación del misterio (3:1–7)
2. El ministerio de dar a conocer el misterio (3:8–13)
E. Oración por poder, amor y madurez cristiana (3:14–21)
1. Un solemne discurso de apertura al Padre (3:14–15)
2. La oración intercesora (3:16–19)
3. Doxología final (3:20–21)
III. Lo práctico: nueva vida en la iglesia (4:1–6:20)
A. Unidad y diversidad en la iglesia (4:1–16)
1. Un llamado a la unidad (4:1–6)
2. El llamado a la diversidad dentro de la unidad (4:7–16)
B. Ética: el nuevo yo, triunfa sobre el viejo yo (4:17–5:21)
1. Contrastando la vieja vida con la nueva (4:17–24)
2. Vicios y virtudes que definen la vida en la nueva comunidad (4:25–5:2)
a. Exhortaciones prácticas sobre lo viejo y lo nuevo (4:25–30)
b. Un catálogo de pecados y virtudes (4:31–32)
c. La virtud suprema: el amor (5:1–2)
3. El movimiento de la oscuridad a la luz (5:3–14)
a. Advertencia contra los actos de oscuridad (5:3–7)
b. Aliento para vivir como hijos de luz (5:8–14)
4. Viviendo en el Espíritu (5:15–21)
a. No caminar imprudentemente y con ignorancia (5:15–17)
b. Andar en el Espíritu (5:18–21)
C. Sumisión en las relaciones familiares (5:21–6:9)
1. Relación esposo-esposa (5:21–33)
a. La actitud clave: sumisión mutua (5:21)
b. La sumisión de la esposa (5:22–24)
c. El amor sacrificial del esposo como cabeza (5:25–27)
d. Culminación: las razones del amor del esposo (5:28–30)
e. Conclusión: la naturaleza de la relación esposo-esposa (5:31–33)
2. Relación padre-hijo (6:1–4)
3. Relación esclavo-maestro (6:5–9)
D. Resumen final: ponerse toda la armadura de Dios (6:10–20)
1. Advertencia de apertura: sé fuerte en el Señor (6:10)
2. La necesidad de fuerza: los poderes opuestos (6:11–13)
3. Las piezas de armadura descritas (6:14–17)
4. La oración, la fuerza vinculante de la armadura (6:18–20)
E. Conclusión de la carta (6:21–24)

Teología de la carta
El trabajo de la Trinidad en este mundo
En ninguna parte del Nuevo Testamento encontramos una discusión sobre el significado de
la Trinidad, pero la Trinidad a menudo trabaja en unidad en estas páginas, y la realidad del
tres en Uno se asume en todo momento. En Efesios, Dios es claramente el Creador y
soberano sobre todo lo que existe, y el Espíritu es la presencia poderosa de la deidad en
este mundo. En el prólogo (1:3–14), Dios es quien derrama bendiciones espirituales a
nosotros, pero lo hace “en Cristo” (v. 3). Nos ha adoptado como sus hijos, pero lo ha hecho
“por medio de Cristo” (v. 5). Además, todo esto nos ha sido garantizado a través del Espíritu
porque es el sello de nuestra salvación (vv. 3–14). Los tres miembros de la Trinidad aparecen
en las dos oraciones intercesoras de 1:15–19 y 3:14–19. Es el “Dios de nuestro Señor
Jesucristo” que nos ha enviado “el Espíritu de sabiduría y revelación” (1:17); Es el Espíritu
quien nos da acceso al Padre por medio de Cristo (2:18); y es Dios quien derrama sus
riquezas a través de su Espíritu, lo que lleva a Cristo a morar en nosotros (3:16–17).
Finalmente, en 4:4–6 las bendiciones que tenemos se presentan en tres conjuntos de
tríadas, con cada tríada centrada a su vez en el Espíritu, el Señor Jesús y el Padre. El trabajo
de la divina Trinidad es central en este carta.

El Cristo exaltado
Ninguna otra carta del Nuevo Testamento trata tanto con la gloria y la exaltación del Cristo
resucitado que las cartas hermanas de Efesios y Colosenses. El “Señor” (kyrios) aparece
veinticinco veces en Efesios, la gran mayoría de las veces se refieren a Jesús; incluso aquellos
que parecen hablar del Padre probablemente incluyen a Jesús como Señor con él. Cristo es
el Señor cósmico, resucitado a la diestra de Dios (1:18–20) y exaltado como Señor sobre los
poderes cósmicos (vv. 21–22). Su victoria sobre las fuerzas del mal (4:8) se transmite a sus
seguidores a través de la armadura de Dios (6:10–17), para que los ángeles caídos sean
derrotados en la vida de aquellos que realmente dependen del Jesús exaltado.
Él está junto al Padre como el soberano de la creación y “cabeza de todo” (1:22). Es él
quien derrotó al pecado a través de su sangre derramada en la cruz y quien hizo posible la
reconciliación con Dios (2:16) al eliminar el muro que nos dividía, haciendo de la anterior
humanidad dividida una nueva creación junco con una iglesia unida (2:14–16). La frase clave
junto con “Señor” es “en Cristo”, ya que es en él que cada aspecto de la salvación ha llegado
al pueblo de Dios (por ejemplo, en 1:3–14 o 2:14–18).

El don de la salvación
Hay una maravillosa mezcla entre los aspectos ya realizados y finales de nuestra salvación
en esta carta. El gran don de la redención es bastante evidente en 1:3–14 en toda su
maravillosa gloria de múltiples tonos. Allí, Pablo describe toda “bendición espiritual” (1:3)
o “las riquezas de la gracia” que Dios nos dio por medio de Cristo (1:7–8), el hecho de que
nos ha elegido y predestinado (1:4–5, 11), nos ha redimido (1:7), nos dio el misterio de su
voluntad (1:9–10) y nos selló con el Espíritu (1:13–14). Y no solo hemos sido resucitados en
Cristo, sino que ahora estamos sentados con él en las regiones celestiales (2:6–7). En un
notable pasaje posterior, Pablo relata cómo Cristo derribó todas las barreras que separaban
a una humanidad fracturada y creó una nueva humanidad en la cual las personas
pecaminosas pueden reconciliarse primero con Dios y, por lo tanto, entre ellos (2:14–18).
Esta redención cósmica ahora ha producido una contraparte terrenal: una nueva armonía
que puede resolver la desarmonía racial y social y producir una verdadera unidad de grupos
de personas en Cristo.

La iglesia como el cuerpo de Cristo


En Efesios hay una profunda profundidad con respecto a la doctrina de la iglesia que no
tiene parangón en ninguna otra parte de los escritos de Pablo. El propósito de Pablo es
ayudar a estos creyentes a darse cuenta de la realidad de las bendiciones corporativas que
tienen en Cristo. Son parte de una nueva creación que ha producido una nueva humanidad
compuesta por diversos grupos de personas unidas en Cristo (2:14–15). La cruz ha
eliminado los resultados disfuncionales del pecado, y una nueva paz ha llegado a la
humanidad a través de la obra reconciliadora de Cristo. Lo viejo ha pasado y lo nuevo ha
llegado (4:22–24), y cada creyente tiene la oportunidad de crecer y madurar en esa nueva
unidad en Cristo (4:13). Cristo se ha convertido en la cabeza y la iglesia es su cuerpo (1:22–
23), que está madurando y llegando a ser como su cabeza. Los creyentes están unidos a él
y luego el uno al otro mientras usan los dones que se les dan como miembros de su cuerpo
para edificarse unos a otros (4:15–16).

La derrota de los poderes cósmicos


Efesios y Colosenses están en el centro de la doctrina de Pablo sobre la guerra espiritual. En
Hechos 19 está claro que Éfeso, con su increíble templo de Artemisa, fue un epicentro de la
hechicería y el ocultismo en el mundo romano. En esta carta, Pablo quiere que sus lectores
sean conscientes de los peligros que representan los principados y poderes. el pueblo de
Dios, y del triunfo sobre estos poderes puestos a nuestra disposición en Cristo. Al principio,
deben comprender que Cristo ya ha conquistado estas fuerzas malvadas, porque ha sido
exaltado “muy por encima” de todas ellas (1:21–22). Como en Colosenses 2:15, a su muerte,
Cristo desarmó estos poderes y los condujo encadenados en su procesión de victoria por
los cielos. Si bien estos creyentes solían adorar y seguir al “gobernante del reino del aire”
(2:2), como hijos de Dios, en realidad dan a conocer su victoria al reino demoníaco (3:10).
La guerra en sí misma se describe en 6:10–17, donde se nos informa de las fuerzas
desplegadas contra nosotros (6:10–12) y la armadura que nos permitirá derrotar estos
poderes de las tinieblas (6:14–17). Cristo claramente ha derrotado a estas fuerzas del mal,
y sus seguidores vuelven a experimentar su victoria cuando depositan su confianza en él.
LAS BENDICIONES DE LA SALVACIÓN (1:1–14)

Las cartas de Pablo siguen un estilo clásico de escritura helenística de cartas, pasando del
escritor al receptor al saludo y luego a un deseo de acción de gracias y oración. En esta
carta, Pablo guarda los dos últimos aspectos para el final de su prólogo (1:16–19) y al
hacerlo enmarca la primera mitad de su carta con oración (1:16–19; 3:14–19). Como en
todas sus cartas, comienza extendiendo a los efesios las bendiciones del pacto de gracia y
paz.

Pablo saluda a los cristianos en Éfeso (1:1–2)


Como en Romanos, Pablo aquí se nombra a sí mismo como el remitente de la carta (en la
mayoría de sus cartas también nombra a uno o dos colaboradores). En otra parte de las
cartas de la prisión, Timoteo es nombrado con Pablo, tal vez como coautor (Fil 1:1; Col 1:1;
Flm 1). Aquí Timoteo pudo haber estado ocupado con otros asuntos del ministerio. Como
en Colosenses 1:1 (y 1 Co 1:1), Pablo se designa a sí mismo como “apóstol de Cristo Jesús
por la voluntad de Dios”. El título “apóstol” a veces se puede usar para designar a un
mensajero enviado por una iglesia (como Epafrodito en Filipenses 2:25 o los colaboradores
de Pablo en 2 Co 8:23). Aquí tiene un sentido técnico, refiriéndose a los designados por Dios
para dirigir la iglesia, llamados “apóstoles” por Cristo (los doce) en Marcos 3:14 e incluyendo
a Pablo, así como a Bernabé (Hechos 14:14) y Apolos (1 Co 4:9). El énfasis está en la
autoridad de Pablo como un enviado (inherente al término griego apostolos) como el
enviado especial de Cristo para dirigir la iglesia.
La verdadera autoridad detrás de Pablo se ve en el agregado “por la voluntad de Dios”,
lo que significa que el Señor lo colocó en su oficina y lo respalda en su ministerio. Esto
recuerda especialmente la experiencia del camino de Damasco de Hechos 9, cuando Jesús
llamó a Pablo para sí mismo y lo comisionó a los gentiles (véase especialmente Hechos
26:17–18). Entonces Pablo escribe como embajador comisionado de Jesús, hablando con la
autoridad de Cristo Jesús respaldando sus palabras.
Pablo está escribiendo esta carta “a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en
Éfeso” Pablo a menudo se dirige a sus lectores como “santos” o “pueblo santo” (griego
hagioi; véase Ro 1:1; 1 Co 1:1; 2 Co 1:1; Fil 1:1; Col 1:2), basándose en la frecuente
designación del Antiguo Testamento de los israelitas como “pueblo santo de Dios” (Éx 19:5–
6; 22:31; Lv 11:44; 19:2; Sal 16:3). Esto significaba que Dios los había elegido de entre todas
las personas de la tierra y los había apartado para que le pertenezcan. Las palabras de Pablo
indican que la iglesia es ahora la comunidad del nuevo pacto que lleva el legado de estas
personas del antiguo pacto como el especial tesoro de Dios, llamada a ejemplificar su
santidad y carácter en un mundo perdido.
Estos creyentes no solo están llamados a ser santos sino que también tienen el mandato
de ser “fieles” (griego, pistos). Esto no se refiere tanto a sus vidas de fidelidad sino a su fe
espiritual en Cristo Jesús. En otras palabras, son apartados para Dios sobre la base de su
respuesta de fe a su Hijo. Debido a su compromiso con Cristo, también están
comprometidos con sus mandatos espirituales y éticos; son fieles en su estilo de vida como
resultado de tener fe en Cristo.
Lo más probable es que el “en Éfeso” de 1:1 no estaba en la carta original, sino que se
agregó más adelante. Falta en el papiro del siglo III P46 (uno de los más confiables), los
códices Sinaítico y Vaticano (también confiables, pero del siglo IV) y varios otros
manuscritos antiguos. Se acepta comúnmente, por lo tanto, que esta carta fue escrita de
forma general o para que circulara en todas las iglesias de la provincia de Asia. Sin embargo,
todavía es válido mantener “en Éfeso” en el texto, ya que esta era la iglesia madre de la
provincia (véanse las cartas de Apocalipsis 2–3), la carta probablemente habría circulado
desde allí. Usaré “Éfeso” o “Efesios” en todo el comentario para referirme a los
destinatarios.
El saludo (1:2) sigue la práctica habitual de Pablo en sus cartas, la de combinar el saludo
griego (charis, “gracia a ti”) y el saludo judío (shalom, “paz a ti”), pero al mismo tiempo
haciendo teología de ambos términos en promesas escatológicas. Aquí está diciendo en
efecto: “Lo que has estado esperando en tus propios saludos, la gracia divina y la paz, ahora
se te ofrece en Cristo Jesús”. Para estos creyentes, estas sagradas promesas de Dios se han
cumplido. Ya tienen la gracia de Dios y la paz divina en sus vidas. Esto se llama “escatología
inaugurada”, la visión de la iglesia primitiva de que en Jesús el futuro ha sido traído al
presente. Aquí la esperanza futura (la gracia y paz eterna de Dios) ya se ha convertido en
una realidad en Jesús.
La razón por la cual tales bendiciones increíbles pueden tener lugar es su fuente. No
provienen de Pablo o simplemente de la iglesia, sino que provienen de “Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido”. La paternidad de Dios y el señorío de
Cristo sustentan estos dones celestiales y garantizan su realidad. La palabra “Abba” (palabra
aramea para “padre” en forma íntima) enfatiza el amor y el cuidado de Dios, y “Señor”
enfatiza el poder soberano del Cristo exaltado ejercido en nombre de los creyentes.

Pablo enumera cinco bendiciones de salvación que provienen de


Dios y de Cristo (1:3–14)
Esta sección es el prólogo de la carta, presentando temas clave que guiarán la discusión de
Pablo a lo largo y localizará todas las bendiciones que la salvación de Dios ha provisto para
los creyentes. Esto es único entre las cartas de Pablo, ya que se presenta antes del
agradecimiento y la oración que normalmente son parte del saludo inicial. Está claro que,
desde el principio, quiere que sus lectores comprendan y se regocijen por todo lo que el
Dios Trino ha hecho por sus hijos. Esto viene en forma de una bendición, lo que los judíos
llamaron berakah o “clamor de alabanza”. Los eulogētos (“bendito sea”/“alabado sea”) del
versículo 3 gobierna todo 1:3–14. Cada sección podría iniciar con “alabanza”: “alaba a Dios
por predestinarnos” (1:4–6), “alaba a Dios por redimirnos” (1:7–8), y así sucesivamente.
Esto guiará el bosquejo de esta sección. Tales elogios aparecen muy a menudo en el Antiguo
Testamento (Gn 24:27; 1 Re 8:15; Sal 41:13) como en el Nuevo Testamento (2 Co 1:3–4; 1
Pe 1:3–6). Aquí Pablo enfatiza los resultados bendecidos del amor paternal de Dios y la obra
soberana de Cristo del versículo 2.
Introducción: bendiciones espirituales en los lugares celestiales (1:3)
El lenguaje de alabanza ocurre tres veces en esta sección (1:3, 12, 14), las últimas dos
oraciones proporcionan un estribillo (“para alabanza de su gloria”) que enmarca todo el
prólogo en una alabanza. “Alabado sea” esto le pide a Dios que reciba la bendición o
alabanza de su pueblo por todo lo que ha hecho por ellos. En el versículo 2 Dios es “nuestro
Padre”; aquí él es “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. La idea de Yahvé como el
“Dios de Jesús” se centra en su realidad encarnada como el Dios-hombre; esto se explorará
más en el versículo 17. Jesús es el Hijo de Dios, nosotros los hijos de Dios. Esto recrea
Romanos 8:14–17, donde nosotros, los hijos adoptivos de Dios, somos identificados como
“coherederos” con Cristo. Como en el versículo 2, Cristo es “Señor” o el soberano exaltado
sobre este mundo y sobre la redención que Dios ha efectuado por nosotros.
La base de nuestra bendición de parte de Dios es que él “nos ha bendecido con toda
bendición espiritual”. Este es el versículo central, y el resto de la sección enumerará estas
bendiciones una por una. El término “bendecir” aparece tres veces aquí en griego,
literalmente: “Bendice al Dios que nos bendice con cada bendición”. Hay dos requisitos:
cada bendición y cada una es espiritual. Dios no retiene nada, sino que es abundante en
todas sus riquezas (1:7–8) hacia nosotros. Todo lo que necesitamos se derrama sobre
nosotros por generosidad divina. Cuando inundamos a Dios con nuestra alabanza, eso
debería ser la respuesta natural al Dios que ha derramado sus bendiciones sobre nosotros.
Estas bendiciones son espirituales porque nos llegan en el plano espiritual y porque
provienen del Espíritu Santo en el sentido de Ezequiel 36:26–27 (“les infundiré un espíritu
nuevo” e “infundiré mi Espíritu en ustedes”) Las bendiciones del escatón (el fin) que se ha
inaugurado las experimentamos espiritualmente en este momento. Estos dones
espirituales abarcan el fruto del Espíritu en Gálatas 5:22–23 y los dones espirituales de 1
Corintios 12:4–11, 27–31, pero no se limitan a estos. Lo que se pretende aquí son las
bendiciones salvíficas de esta sección, y de hecho, todo lo que Dios tiene para nosotros
como su pueblo.
Experimentamos estas bendiciones “en las regiones celestiales”, refiriéndose no al cielo
mismo sino al reino espiritual que ahora es nuestro verdadero hogar (véase también Ef 1:20;
2:6; 3:10; 6:12). En este mundo somos “extranjeros y exiliados” (1 Pe 1:1, 17; 2:11), y ahora
somos ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20) en lugar de cualquier otra nación terrenal.
Somos miembros de una nueva familia y pertenecemos a un nuevo país. En esta nueva
realidad espiritual experimentamos todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros.
Además, tenemos todo esto “en Cristo”, un tema paulino importante que expresa tanto
la unión con Cristo como la membresía resultante en su cuerpo, la iglesia. Alguna forma de
“en él” ocurre en casi todos los versos de esta sección, y este es un tema dominante en toda
esta carta. Todo lo que somos y tenemos es nuestro solo “en Cristo”.

Bendición 1: predestinación (1:4–6)


Elegido para ser santo y sin mancha (1:4)
La primera bendición que Pablo enumera está estrechamente relacionada con la idea del
“pueblo santo de Dios” [no en la NVI] en el versículo 2. Dios “nos escogió en él antes de la
creación del mundo” para ser su pueblo especial y, por lo tanto, ser apartados para él. Esto
se presenta como la razón (“por/porque”) alabamos a Dios. Dado que nos ha bendecido al
elegirnos antes de que este mundo fuera creado, debemos bendecirlo por ello. La elección
divina implica una elección eterna, elaborada originalmente en su elección de Abraham
(Génesis 12:1–3, a quien Dios bendijo para ser una fuente de bendición para las naciones)
y de Israel (Dt 14:2, para ser “pueblo consagrado al Señor tu Dios”).
Esa elección no se basó en el valor o la fortaleza o el lugar de Israel entre las otras
naciones, sino en el amor de Dios por ellos. A lo largo de Efesios, el énfasis está en el amor
divino y no en el valor humano. La misericordia y la gracia de Dios son inmerecidas y sin
mérito nuestro (Ro 9:11–12; Ef. 2:8–9, por gracia, no por obras), producto enteramente del
amor (Ro 8:35–39; nada puede separarnos “del amor de Cristo” o “el amor de Dios”). Tenga
en cuenta que Dios nos elige “en él”, centrándose en el motivo “en Cristo” discutido en el
último verso. Cada parte de nuestra salvación, incluida nuestra elección, es posible y tiene
lugar en Cristo. Además, la elección se hizo en la eternidad pasada. Dios tenía planes para
cada uno de nosotros desde el principio, y nuestra naturaleza especial “en él” es
especialmente preciosa.
Algunos han tomado la decisión que esta palabra es colectiva, es decir, Dios elige a la
iglesia como una entidad colectiva, y los individuos ingresan a ella por su decisión de fe. Si
bien esto tiene algo de sentido, probablemente es incorrecto. En verdad, la voluntad elegida
de Dios es tanto individual como colectiva. Esto está de acuerdo con “en él” que califica
“nos eligió”, porque la base “en Cristo” tiene dos dimensiones: unión con Cristo (la
dimensión individual) y la membresía en su cuerpo (la dimensión colectiva). Cada uno de
nosotros ha sido elegido desde la eternidad pasada para ser parte de la comunidad
mesiánica de Cristo, el pueblo del reino de Dios. El creyente es elegido por el Cristo
preexistente para ser hijo de Dios, parte de su familia y un coheredero con Cristo. Primero
nos unimos con Cristo y luego nos unimos como miembros de la comunidad mesiánica.
El hecho de que esta elección se haya hecho en la eternidad pasada, incluso antes de
que se creara este mundo, es sorprendente. Dios sabía que Adán y Eva caerían en pecado y
que yo nacería en un mundo pecador y viviría mi vida en pecado (Ro 5:12), ¡y aun así decidió
crear este mundo y a mí! La profundidad de su amor nunca se puede entender plenamente.
La clave, por supuesto, es que Dios ya había decidido venir, encarnar y morir en la cruz por
mis pecados antes de realizar el acto de creación. ¡La posibilidad de mi salvación estaba
asegurada antes de que se tomara la decisión de crear! Mi única respuesta debe ser:
“¡Guau! ¡Alabado sea Dios de quien fluyen todas las bendiciones!”
El propósito de nuestra elección es para que “seamos santos y sin mancha delante de
él”. En el saludo, los cristianos de Éfeso son llamados “santos y fieles en Cristo” (1:1), y ahora
están llamados a vivir de acuerdo con ese nombre. La vida cristiana tiene privilegios (el don
de la salvación) como responsabilidades (la exigencia de vivir la vida a la manera de Dios).
Esto refleja el Código de Santidad de Levítico 17–26, cuyo tema central es “santifíquense y
manténganse santos, porque yo soy santo” (Lv 11:44; 19:2; 20:7, 26; véase también 1 Pe
1:16). Es importante darse cuenta de que los creyentes son elegidos no solo para la
salvación sino también para la santificación. Los que pertenecen a Dios tienen el mandato
de vivir vidas santas. El cristiano “carnal” [o “inmaduro” NVI] se menciona solo una vez en
las Escrituras (1 Co 3:3); en otros lugares este mismo adjetivo habla de cosas materiales o
mundanas. Tal persona se considera una aberración, una contradicción a todo lo que es un
cristiano. Sin embargo, en nuestro tiempo esto se ha vuelto casi aceptado en nuestras
iglesias. ¡No debería ser así!
Es esencial que los verdaderos seguidores de Dios realmente sigan, es decir, vivan vidas
que rechacen los caminos del mundo. Ser santo es ser irreprensible; esta frase se repite en
5:27, donde Cristo presenta a la iglesia para sí mismo como “santa e intachable”. Además,
en la carta hermana de Colosenses 1:22, Dios presenta a su pueblo como “santo, intachable
e irreprochable”, el mismo término griego como aquí: “libre de acusaciones”. En el Antiguo
Testamento, el segundo término se usaba para los animales sacrificados que estaban “sin
mancha” (Éx 29:1; Lv 1:3). El término más tarde llegó a ser usado para referirse a la pureza
moral (Sal 15:2; Pr 10:9), y así es como se usa aquí. “Delante de él” o “a la vista” significa
que Dios está mirando y decidirá cuán inocente es cada persona. Es fácil para los cristianos
estar satisfechos con aparentar vivir fielmente. Debemos recordar que finalmente daremos
cuenta no entre nosotros sino a Dios (Heb 4:13).

Elegidos para la adopción (1:5)


En el versículo 5, Pablo reitera esta verdad central y proporciona más detalles. Se debate si
la frase “en amor” pertenece al versículo 4 (“para que seamos santos y sin mancha delante
de él en amor”, como en NTV y PDT) o al versículo 5 (“en amor nos predestinó”, como en
NVI, RV60 y LBLA). Si es la primera opción, debemos anclar nuestras vidas santas en el amor;
si es la última, los actos de creación y elección de parte Dios provienen de su gran amor. En
mi opinión, la frase encaja mejor con el versículo 5 y la elección de Dios. A pesar de saber
qué implicaría la creación y la agonía del corazón que produciría crearnos, su amor
insondable lo llevó a elegir crearnos y hacernos suyos.
El resultado de este gran amor es que él “nos predestinó para ser adoptados como hijos
suyos”. La acción de Dios al elegirnos ahora se define además como predestinación, un
verbo inusual que no ocurre en absoluto en la Septuaginta (el Antiguo Testamento griego)
y solo aparece seis veces en el Nuevo Testamento. Significa “antes de” o “predeterminar”,
y solo Dios lo hace en el Nuevo Testamento (véase Hech 4:28; Ro 8:29–30; 1 Co 2:7).
Claramente esto significa que antes de crear el mundo, Dios determinó a quién adoptaría
como hijos.
La palabra para “adopción” (hyiothesia) significa “filiación”, y se refiere al proceso en el
mundo romano por el cual un niño fue traído a una nueva familia, recibiendo todos los
derechos de un niño natural y tomando el nombre de su nueva familia. Sin duda en la mente
de Pablo también están los muchos pasajes en los que el pueblo de Israel es designado hijo
de Dios (por ejemplo, Dt 14:1; Is 30:9), así como el pacto davídico en 2 Samuel 7:14: “Yo
seré su padre y él será mi hijo”. La comunidad mesiánica es un especial hijo adoptivo de
Dios.
La elección de adoptar al creyente se lleva a cabo “según el buen propósito de su
voluntad”, lo que señala aún más la profundidad de su amor. No es una elección fría y
desapasionada, sino alegre. El término para “buen propósito” (eudokia) connota el deleite
y la alegría que acompañan a una acción y aquí representa la intensa satisfacción de Dios
cuando elige a un antiguo pecador para convertirlo en su hijo adoptivo. La voluntad de Dios
es primordial cuando elige al individuo y lo llama a ser suyo, y esto le brinda un gran placer.
La cuestión del significado exacto de esta elección del creyente ha involucrado a los
teólogos a lo largo de la historia de la iglesia. El concepto de predestinación ha definido
hasta cierto punto los ministerios de Agustín, Juan Calvino, Jacobo Arminio, Jonathan
Edwards, Juan Wesley y otros. Ha demostrado ser un tema de división, pero también ha
habido una gran cantidad de diálogo fructífero, que quiero continuar. La dificultad está en
determinar el equilibrio entre la soberanía divina y el libre albedrío humano. ¿Todos los
cristianos creen completamente porque Dios los predestinó y los trajo a su reino? ¿O el
Espíritu convence a todas las personas y les permite elegir aceptar o rechazar a Cristo sobre
la base de su decisión de fe? ¿Podemos encontrar un equilibrio bíblico entre ambas
posturas?
Permítanme proporcionar una breve encuesta. La opinión calvinista lleva el nombre de
Calvino, el gran reformador y teólogo francés del siglo XVI que desarrolló lo que se conoció
como la posición reformada. La opinión arminiana lleva el nombre de Arminio, el erudito
holandés de finales del siglo XVI que se opuso a algunos aspectos de la teología reformada.
Ambas posiciones creen que la humanidad está inmersa en el pecado (llamada
“depravación total”) y que, por lo tanto, el no creyente siempre rechazará a Cristo cuando
se le dé a elegir.
Entonces, ¿cómo puede alguien convertirse a Cristo? Aquí es donde los dos lados
divergen. La posición reformada menciona que, sobre la base de su voluntad misteriosa,
Dios “elige” o escoge a ciertos individuos, se agacha y con su gracia irresistible los lleva a
Cristo. Su trabajo de predestinación es siempre eficaz. La posición arminiana menciona que
el Espíritu Santo “convence” a cada persona, se pone por encima de su depravación y les
permite ejercer su voluntad y tomar una decisión. La cuestión es el significado exacto de
“predestinación” y la medida en que la voluntad humana está involucrada en el proceso.
La teología reformada enseña que:
1. Cristo murió exclusivamente por su pueblo, los elegidos. Los cristianos reformados
ven esto en Mateo 1:21 (“él salvará a su pueblo de sus pecados”); Juan 10:11, 15
(“da su vida por las ovejas”); Romanos 8:32, 39 (lo entregó por todos nosotros).
2. Cristo murió para efectuar la expiación, que siempre es eficaz. Esto está anclado en
Romanos 5:10 (“cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él
mediante la muerte de su Hijo”); 8:29–30 (“a los que Dios conoció de antemano
también los predestinó … llamó … justificó … glorificó”); Efesios 1:3–5 (el pasaje que
estamos estudiando aquí); 1:7 (“en él tenemos la redención”); Filipenses 1:29 (“se
les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir por él) 2 Timoteo 1:9–
10 (“nos salvó… no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y
gracia”).
3. Jesús murió solo por los elegidos, y su trabajo de intercesión se limita a ellos.
Encuentran esto en Juan 6:39–40, 44 (“esta es la voluntad del que me envió: que yo
no pierda nada de lo que él me ha dado”); Romanos 9:13, 22–23 (“destinados a la
destrucción … a quienes de antemano preparó para esa gloria?”); 1 Tesalonicenses
1:4 y 2 Tesalonicenses 2:13–14 (“amados por Dios … él los ha elegido”); Hebreos
7:25 (“puede salvar por completo … vive siempre para interceder por ellos”); Juan
17:9 (“No ruego por el mundo, sino por los que me has dado”). Concluyen que,
mientras que “Dios ama al mundo”, su especial amor salvífico está reservado para
los elegidos, y Cristo murió solo por ellos.
La teología arminiana enseña que:
1. El Espíritu convence al mundo entero. Los cristianos arminianos ven esto en Juan
16:8–11 (“convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al
juicio”). Además, Dios quiere que todos se salven; ven esto en Juan 1:4, 7, 9 (“luz de
la humanidad”); 2 Pedro 3:9 (“no quiere que nadie perezca, sino que todos se
arrepientan”).
2. La expiación tiene implicaciones universales y no puede limitarse a los elegidos. Ven
esto en Ezequiel 33:11 (“no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se
convierta de su mala conducta y viva”); Juan 8:12 (“Yo soy la luz del mundo”);
Romanos 5:18 (“un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a
todos”); 1 Timoteo 2:3–4 (“Dios nuestro Salvador … quiere que todos sean salvos y
lleguen a conocer la verdad”) y 4:10 (“es el Salvador de todos, especialmente de los
que creen”); Hebreos 2:9 (“la muerte que él sufrió resulta en beneficio de todos”).
3. La expiación universal proviene del amor universal. Encuentran esto en Juan 3:16
(“tanto amó Dios al mundo”); Romanos 5:8 (“cuando todavía éramos pecadores,
Cristo murió por nosotros.”).
La conclusión es que el sacrificio expiatorio de Cristo fue suficiente y para todos, pero
eficiente solo para aquellos que responden con una decisión de fe.
Mi propia conclusión es que una posición arminiana moderada se ajusta mejor a todos
los argumentos bíblicos. Cristo murió tanto por los pecadores como por los santos, y Dios
envía su Espíritu para mostrar la luz de Dios sobre todos los seres humanos y condenarlos
por sus pecados. Aun así, dado que solo los creyentes son los elegidos, ¿cómo encontramos
una posición equilibrada? Para mí, la clave es el conocimiento previo divino (1 Pe 1:2), que
no creo que sea sinónimo de predestinación. Como en Romanos 8:29, es “a los que Dios
conoció de antemano” a quienes “predestinó”. Dios sabía quién respondería con una
decisión de fe a la obra convincente del Espíritu y los eligió para ser “conformados a la
imagen de su Hijo”. Creo que la voluntad electiva de Dios y la elección humana trabajan
juntas, con Dios en primer lugar durante el proceso.

Propósito: para alabanza de su gloriosa gracia (1:6)


El propósito de Dios en el proceso de elección es “la alabanza de su gloriosa gracia” (1:6).
En esencia, esto dice que, al otorgar su salvación a los pecadores indignos, Dios está
mostrando su gloriosa gracia para que todos la vean. “La alabanza de su gloria” es
posiblemente el tema central de este prólogo, que ocurre también en los versículos 12 y 14.
Nuestra única respuesta viable a todas las bendiciones que Dios nos está otorgando es la
alabanza, y en todo lo que hacemos buscamos glorificarlo como él nos ha glorificado.
Aquí se elogia su gracia, esa gracia que él ejemplificó al elegirnos a su familia y
adoptarnos como sus hijos. El griego dice literalmente, “la gracia con la que nos favoreció”.
Es una característica y una acción divinas, y es “gloriosa”, es decir, llena de su gloria. Es una
gracia más allá de nuestro entendimiento, y solo podemos gritar nuestros elogios cuando
contemplamos lo maravilloso que es. Su gracia fluye a través de esta carta, asociada con
nuestra elección (aquí), la redención y el perdón (1:7), la salvación (2:5, 8), la bondad
expresada en Cristo (2:7), la inclusión de los gentiles (3:1–2), el llamamiento y el ministerio
de Pablo (3:7, 8), los dones dados a la iglesia (4:7), que benefician a otros (4:29) y la
bendición final (6:24). Es justo decir que la gracia de Dios impregna prácticamente todo lo
que Pablo tiene que decir.
Esta gracia fluye hacia nosotros y la experimentamos “en su Amado”, un título usado
para Israel en el Antiguo Testamento (Dt 32:15; Is 44:2[No en la NVI]) y hacia Cristo por Dios
en su bautismo (Marcos 1:11 y paralelos) y transfiguración (Marcos 9:7 y paralelos). La
gracia de Dios nos es mediada a través de su Hijo amado (Col 1:13, “el Hijo que ama”),
refiriéndose a la extensión del amor entre el Padre y el Hijo a los hijos adoptivos que ahora
se suman a su familia. Es “en Cristo” que todas las bendiciones espirituales señaladas en el
versículo 3 se convierten en realidad para nosotros.

Bendición 2: redención (1:7)


El pensamiento de Pablo pasa de la elección a la redención, de la elección pasada de Dios al
acto presente que nos llevó a su reino. La redención está en el centro de la doctrina de la
salvación de Pablo, como se ve en Romanos 3:21–26, donde pasa de la justificación a la
redención al sacrificio expiatorio en la presentación del proceso de salvación.
Las imágenes de la redención son muy fuertes. Comencemos con los términos de
Romanos 3:21–26 en orden inverso. Cristo se entregó en la cruz como un “sacrificio
expiatorio” por nuestros pecados. Su sacrificio de sangre se convirtió en el pago de rescate
el cual nos compró de la esclavitud del pecado y de la maldición de la ley (Gá 3:13),
produciendo nuestra salvación y efectuando el perdón de nuestros pecados. Este pago se
realizó “mediante su sangre”, el precio del rescate pagado en la cruz (véase Heb 9:12; 1 Pe
1:18–19). Ver la muerte de Jesús de esta manera comenzó con el uso de “rescate” por parte
de Jesús como una metáfora para describir su servicio sacrificial (“para servir y para dar su
vida en rescate [lytron] por muchos”, Marcos 10:45). La “redención” (apolytrōsis) se basa
en esto, representa el pago del rescate hecho para liberarnos del yugo, ya sea por ser
esclavo o por ser prisionero de guerra. Se refiere tanto al pago realizado como a la entrega
de la esclavitud que produjo. El sacrificio de la sangre de Cristo en la cruz se convirtió en el
pago del rescate que nos compró de la esclavitud del pecado y de la maldición de la ley
(Gálatas 3:13), produciendo nuestra salvación y efectuando el perdón de nuestros pecados.
Como resultado de esto, Dios nos “justificó”; es decir, desde su bema o el trono del juicio
nos declaró inocentes delante de él porque Cristo se entregó a sí mismo como nuestro
sustituto en la cruz. En el Antiguo Testamento se usó la imagen de la redención del éxodo
que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto (Éxodo 6:6). El nuestro es un éxodo mucho
mayor, un “nuevo éxodo”, de la esclavitud del pecado. Nuestra libertad ha sido comprada
por la sangre de Cristo, es nuestro sustituto en la cruz cuyo sacrificio provocó el perdón de
nuestros pecados. Cristo murió en nuestro lugar, pagando nuestros pecados. Cuando Dios
nos justifica, nos aplica la sangre de Cristo, perdona nuestros pecados y declara que somos
justos o rectos delante de él. La palabra griega para “pecados” es paraptōma,
“transgresiones”, mirando al pecado como una transgresión de las leyes de Dios. Recibimos
el perdón divino, aunque pertenezcamos a la prisión.

Bendición 3: el misterio de su voluntad (1:8–10)


El siguiente pasaje es una de las declaraciones más bellas de la Biblia sobre el amor de Dios,
ya que habla de las “riquezas de la gracia” que se nos “en abundancia” (1:7–8). Solo
podemos admirar las profundidades de su misericordia y amor. Dios no es un tacaño que
nos regala sus bendiciones poco a poco. Todas las riquezas del cielo están disponibles para
nosotros y “tal herencia está reservada en el cielo para ustedes, a quienes el poder de Dios
protege” (1 Pe 1:5). Este derramamiento abarca no solo las riquezas salvíficas que conducen
al perdón de los pecados, sino también las bendiciones espirituales de 1:3. La riqueza de
Dios no puede agotarse, y siempre está disponible para sus hijos (véase también 1:18; 2:7;
3:8, 16; Col 1:27; 2:2). Cuando lleguemos al cielo nos sorprenderá la poca generosidad
divina que realmente hemos utilizado; dependemos de nosotros mismos mucho más de lo
que deberíamos.
Una de las principales bendiciones que se nos da abundantemente es el conocimiento:
el “nos hizo conocer” (gnōrisas) el “misterio de su voluntad” (1:9). Algunos han tomado
“toda sabiduría y entendimiento” del versículo 8 con lo anterior, lo que significa que Dios
ha derramado abundantemente su gracia sobre nosotros “con sabiduría y entendimiento”.
Sin embargo, es mejor tomarlo con lo que sigue, definiendo aún más el proceso de “dar a
conocer” los misterios divinos para nosotros. La sabiduría y la revelación están
estrechamente entrelazadas en toda la Escritura, y la sabiduría de Dios determinó la
“plenitud de los tiempos” (Gálatas 4:4) cuando era mejor revelar las verdades que había
mantenido ocultas durante el período del antiguo pacto.
Desde la eternidad pasada, Dios había decidido cómo devolvería a la humanidad para sí
a través de la muerte de su Hijo (véase 1:5) y cómo pondría fin a la historia, pero mantuvo
muchos de los detalles ocultos hasta que determinó que era el momento correcto. El punto
de Pablo era que había llegado el momento del cumplimiento (véase Marcos 1:15), y ahora
se han dado a conocer los misterios. “Misterio” está conectado en significado con
“apocalíptico”, en referencia al proceso por el cual Dios revela verdades ocultas
(apokalypsis es el título griego del libro de Apocalipsis) y el contenido de estas verdades.
Todo esto procede de la voluntad de Dios, lo que él decidió hace mucho tiempo para
redimir a la humanidad pecadora, poner fin a este mundo malvado y reemplazarlo con los
nuevos cielos y la nueva tierra. Es increíblemente reconfortante saber que la voluntad
soberana de Dios está en última instancia detrás del progreso de la historia.
Esto se llama “historia de la salvación”: el control de Dios sobre la historia humana para
acabar con el mal y lograr la salvación final. Aquí, el misterio es la unificación del cosmos en
Cristo en el escatón (el fin de la historia). En 3:3, 4, “misterio” se refiere a la venida de Cristo,
en 5:32 a Cristo y la iglesia, y en 6:19 al evangelio de Cristo. En Colosenses 1:26–27 es la
inclusión de los gentiles, y en Apocalipsis 10:7 son los eventos del escatón. En general,
entonces, el misterio es el progreso de la salvación de Dios desde la venida de Cristo hasta
el fin de este mundo malvado y la llegada del reino eterno de Dios.
Todo esto tiene lugar “conforme al buen propósito”, lo que demuestra aún más el amor
de Dios por su pueblo redimido. Está complacido y lleno de deleite al ver su salvación
realizada en la historia humana (como en 1:5) y al revelar a sus seguidores el plan que ha
formado para lograr esto. Tenga en cuenta que este plan fue “establecido en Cristo”, lo que
significa que el Padre y el Hijo preexistente idearon este plan en común acuerdo. Fue
diseñado para ser llevado a cabo por Cristo en su venida a la tierra para convertirse en el
sacrificio expiatorio en la cruz (Filipenses 2:8).
En el versículo 10 se nos dice que este plan, ideado por la Divinidad “antes de la creación
del mundo” (1:4), tenía la intención de “llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo”, una
frase paralela a Gálatas 4:4, que habla del nacimiento de Cristo en “la plenitud de los
tiempos”. Esto es similar al resumen de las enseñanzas de Jesús en Marcos 1:15, “El tiempo
se ha cumplido”, lo que significa que en el plan de Dios ya se ha completado el viejo período
del pacto y ahora comenzó el nuevo pacto con la llegada del reino en Jesús. Aquí también
se podría decir: “Se acabó el tiempo; ¡Dios ha llegado! “El término usado para “propósito”
connota la idea de una administración, por lo que uno podría traducir esto “entrará en vigor
cuando Dios administre y cierre su plan de salvación en la historia”. Estos días han iniciado
el fin de los tiempos, y el pueblo de Dios verá (1) sus propósitos plenamente realizados en
la historia y (2) la culminación de este mundo. El punto final de esta sección muestra el
verdadero objetivo de su plan: “reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de
la tierra”. El griego se puede traducir “para reunir todas las cosas en Cristo”, pero hay una
diferencia de opinión sobre el significado exacto del verbo. Incluye el verbo kephelaioō;
algunos vinculan esto con kephalē (“cabeza”) y traducen “reunir todo debajo de la cabeza,
Cristo”. Sin embargo, el verbo aquí no connota liderazgo sino que denota “resumir” un
argumento. Por lo tanto, es mejor interpretar esto como Dios resumiendo o unificando toda
la creación en Cristo.
El tema principal, “en Cristo”, aparece dos veces en el versículo: “resume todas las cosas
en Cristo, las cosas en el cielo y la tierra en él”. Cristo reunirá todos los aspectos de la
creación diversa y dispares de Dios en sí mismo. En 1 Corintios 15:27–28 y Efesios 1:22 Dios
pondrá todo bajo Cristo; en Colosenses 1:20 Dios reconciliará a toda la creación consigo
mismo mediante Cristo; y en Filipenses 2:10 todas las cosas en el cielo, en la tierra y debajo
de la tierra se inclinarán a sus pies. Este pasaje en cierto sentido reúne todo esto. Cada parte
de la creación, incluidos los poderes cósmicos (Ef 3:10; 6:10–16), se someterá y rendirá
honor a Cristo.

Bendición 4: su plan divino (1:11–12)


Existe un debate considerable sobre el significado en 1:11–14. Muchos creen que el
“nosotros” de los versículos 11–12 son creyentes judíos y el “ustedes” de los versículos 13–
14 son creyentes gentiles, lo que significa la unidad de los dos grupos en Cristo y en la iglesia.
Otros sienten que es solo para estética, con énfasis en todos los creyentes (“nosotros”) y
luego en los lectores específicos de esta carta (“ustedes”). Esta es una decisión difícil, y
cualquiera de las dos es viable. Sin embargo, si bien pasé la mayor parte de mi carrera
docente optando por la primera vista, ya que no veo el problema judío-gentil abordado
hasta las 2:11, ahora creo que la última opinión es más probable. Pablo continúa
enfatizando los dones salvíficos de Dios y recapitulando las bendiciones para todos los
cristianos que mencionó anteriormente.
Pablo vuelve a los temas de 1:4–6, centrándose en la gloriosa gracia de Dios al elegirnos
y predestinarnos para ser parte de su familia. Hay algunas dudas sobre la connotación de
“escogidos”, ya que la palabra griega que Pablo usa no es el término normal para elegir. Es
klēroō, que contiene la idea de “elegir por sorteo” y muchos lo traducen como “herederos”
u “obtuvieron/recibieron una herencia” (RV60, NTV, RVC). Esto es viable y sería similar a
Colosenses 1:12, donde Pablo pide “dando gracias con alegría” al Padre porque “Él los ha
facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz”. Sin embargo,
aquí la idea no es que recibimos una herencia sino que nos convertimos en la herencia de
Dios, similar a lo que se ve en NBLA: “En Él fuimos hechos una herencia”. La idea es similar
a la de 1 Pedro 2:9: “ustedes son linaje escogido… pueblo que pertenece a Dios”. Por lo
tanto, puede ser mejor traducir “elegidos para ser la herencia especial de Dios”. La iglesia
es el nuevo Israel, el pueblo elegido de Dios y su posesión especial, esto hace eco de Éxodo
19:5 y Deuteronomio 14:2 (“posesión exclusiva”).
Pues “fuimos predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme
al designio de su voluntad”. Las acciones de Dios no dependen de los desarrollos históricos
en la tierra. Él tiene el control absoluto, es soberano y tiene un plan de salvación que guía
la historia de acuerdo con su voluntad. Las fuerzas del mal son impotentes contra el plan y
los propósitos divinos, porque él está en el proceso de resolver todo de acuerdo con este
propósito providencial; esto se aplica especialmente en la elección predestinada de cada
creyente. Pertenecemos a Dios como su herencia (Zac 2:12), y él nos protegerá a cada uno
de nosotros. En el versículo 5, Pablo declaró que el cristiano ha sido destinado “según el
buen propósito de su voluntad”, y aquí se reafirma esa verdad. El énfasis está en el placer
que Dios toma al ver su voluntad cumplida en la vida de sus hijos. ¡Pablo quiere que sus
lectores se den cuenta de lo increíblemente bendecidos y privilegiados que somos de tener
al Dios de toda la creación tan profundamente cuidado y trabajando tan poderosamente
por nosotros!
El propósito (1:12) de la acción soberana de Dios en nuestro nombre es que podamos
existir “para la alabanza de su gloria”. Toda esta sección se centra en la alabanza que Dios
merece por todas las bendiciones que ha derramado en nuestras vidas, como se ve en la
declaración inicial del versículo 3, “Alabado sea el Dios … que nos ha bendecido … con toda
bendición espiritual”, y luego nuevamente en el versículo 6, “para la alabanza de su gloriosa
gracia”. Aquí está el verdadero significado de nuestra existencia: existimos como sus hijos
y herederos, bendecidos con sus lujosas riquezas (1:7–8) y los destinatarios de su poderosa
obra (1:11). Este elogio se debe a su doxa, “gloria”, expresada aquí para resumir toda su
magnífica generosidad y dones en nuestro nombre. La “gloriosa gracia” del versículo 6
proviene del Dios de la gloria, y todas nuestras bendiciones provienen de él. Solo podemos
asombrarnos de su magnífica gloria y maravillarnos de que se nos permita compartirla.
En este versículo, Pablo resalta otro aspecto de esas bendiciones y gozo, describiendo a
los lectores como aquellos “que ya hemos puesto nuestra esperanza en Cristo”. Esto ha
producido un debate, porque algunos lo interpretan como una referencia a los creyentes
judíos que se volvió a Cristo ante los gentiles. Si bien esto es posible, las instancias de
“nosotros/ustedes” en los versículos 3–10 se han referido a todos los cristianos. El verbo
proēlpikotas (“puesto nuestra esperanza”) podría ser enfático: “poner nuestra esperanza
completamente”, en lugar de referirnos al tiempo, “ya hemos puesto nuestra esperanza”;
eso tendría más sentido en este contexto. Si es así, Pablo está celebrando la bendición
adicional de que, en Cristo, nosotros, los hijos elegidos de Dios, podemos poner nuestra
esperanza por completo.

Bendición 5: ser sellado con el espíritu (1:13–14)


Llegamos ahora a la quinta y última bendición de esta sección de apertura, todas las cuales
nos llegan “en él”, es decir, como resultado de nuestra unión con Cristo. Aquí Pablo se dirige
directamente a sus lectores, cambiando al plural “ustedes” para recordarles su
participación directa en estas bendiciones. Las cinco fueron dadas al creyente en la
conversión, aquí “cuando oyeron” y “lo creyeron”. La fuente de esto fue el evangelio,
descrito como “el mensaje de la verdad” y “el evangelio de les trajo salvación”.
Al igual que hoy, el primer siglo presentó un asombroso alcance caleidoscópico de
proclamaciones religiosas que competían unas con otras, y fue crítico darse cuenta de que
solo la proclamación del cristianismo es el verdadero mensaje. Actualmente hay más
alternativas religiosas, y la apologética (defender la verdad del cristianismo) es más
importante que nunca. Debemos recordar que el cristianismo es una religión exclusiva, y no
hay esperanza para la vida eterna sin Cristo. Esto está claro en Juan 14:6 (“Nadie llega al
Padre sino por mí”) y Hechos 4:12 (“en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos”). Aquellos
cristianos que en nombre de la tolerancia piensan que las personas piadosas de cualquier
religión pueden salvarse siguiendo diferentes caminos están trágicamente equivocados.
¡Solo hay un evangelio, solo hay una proclamación de verdad que puede ser la fuente de
salvación!
Aquellos lectores de Pablo que escucharon este evangelio y creyeron han recibido la
salvación de Dios, y la prueba de esto es que fueron “marcados con el sello que es el Espíritu
Santo prometido”. En el mundo antiguo, un sello era a menudo una gota de cera con la
marca de un anillo de sello oficial para designar la autenticidad del documento y la
autoridad detrás de él (como en los sellos de Apocalipsis 5–6). Con la propiedad, podría ser
una piedra inscrita o una joya preciosa para indicar la propiedad, y los esclavos o seguidores
de una deidad principal a menudo tenían un tatuaje para indicar la propiedad y la lealtad
(como en la “marca” de los santos en Apocalipsis 7:4 y de la bestia en Apocalipsis 13:16–
17). Entonces, el Espíritu Santo es nuestra “marca”, que muestra que pertenecemos a Dios,
quien nos ha marcado o sellado como su posesión más preciada (véase el comentario en
1:4, 11) y ambos nos vigilan y nos protegen.
El Espíritu que sella al creyente es “el Espíritu Santo prometido”, es decir, el Espíritu
prometido en el Antiguo Testamento (Ez 36:26–27; Jl 2:28–30). Este Espíritu fue
“derramado” por Cristo tanto en sus apariciones de resurrección (Juan 20:22) como en
Pentecostés (Hechos 1:8; 2:1–11), como en Hechos 2:33: “Exaltado por el poder de Dios, y
habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes
ahora ven y oyen”. Entonces, el Espíritu como nuestro sello es un regalo escatológico de
Dios que afirma nuestra salvación actual; indicando que le pertenecemos a él; y
garantizando nuestro futuro, la redención final (Ef 4:30). El Espíritu no es solo nuestro sello,
sino también una “garantía de nuestra herencia” [NBLA] (1:14). Esta es una metáfora
comercial que funciona en este tiempo tanto como lo hace hoy, en referencia a un pago
inicial que garantiza el pago total futuro de la cantidad prometida. Dios ha prometido una
herencia a cada creyente, y el Espíritu es una primera entrega o pago que afirma
completamente la cantidad total en el futuro.
Pero la herencia no está enteramente en el futuro. El Espíritu es parte de esa herencia,
por lo que Dios está iniciando nuestra herencia de los últimos tiempos, ahora. La herencia
completa se recibirá en el cielo en el eschaton, y el Espíritu iniciará el proceso y garantizará
el pago total en el futuro. Pablo ve la idea de una herencia como el cumplimiento de la
promesa dada a Abraham (Gá 3:16–18) y el resultado natural de nuestra adopción como
hijos de Dios y coherederos con Cristo (Ro 8:14–17). La herencia prometida es central en
Hebreos (1:14; 6:12; 9:15) y en Apocalipsis 21:7. El pueblo de Dios heredará el reino final
(Mt 25:34; Ef 5:5) y la vida eterna (Mt 19:29; Tit 3:7).
El tiempo de la recompensa final se describe como el día “que llegue la redención final
del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria”. Prácticamente todas las
imágenes de esta sección se han centrado en la metáfora de los santos como las posesiones
más preciadas de Dios, y esto culmina ese énfasis. En el versículo 7, “redención” habló del
pago del rescate de Cristo que condujo al perdón de nuestros pecados y a nuestra salvación.
Aquí Pablo está hablando de nuestra redención en el fin de los tiempos, en la segunda
venida. Como en los versículos 3, 6 y 12, el propósito de la obra redentora de Dios y ahora
su don del Espíritu Santo es “para alabanza de su gloria”. El Dios que nos ha bendecido “con
toda bendición espiritual” (1:3), incluido el Espíritu Santo, merece nuestra alabanza. De
hecho, la connotación aquí puede ser que recibe alabanza de todo el cosmos, toda su
creación, por su obra redentora. Su gloria ha sido demostrada, y todos los creyentes la
compartirán por toda la eternidad: ¡la alabanza es la única respuesta adecuada!
Esta sección (1:3–14) ha proporcionado un increíble resumen de todas las bendiciones
espirituales que un Dios generoso y amoroso ha derramado abundantemente sobre sus
hijos. Pablo quiere que nos deleitemos al contemplar las riquezas divinas que nos abundan
en nuestro amable Padre. En medio de todas las presiones y dificultades que la vida nos
arroja, debemos reflexionar sobre nuestra verdadera herencia y darnos cuenta de todo lo
que nos espera del Dios que nos ha elegido y redimido a través del sacrificio expiatorio de
su Hijo. Tenemos todas estas bendiciones “en Cristo”, y debemos vivir vidas apropiadas para
nuestra unión con él.

UNA ORACIÓN POR EL CONOCIMIENTO Y EL PODER (1:15–


23)
La mayoría de las cartas de Pablo siguen la práctica helenística de escribir cartas al incluir
una acción de gracias y una oración. A pesar de que esto era generalmente superficial, para
Pablo era detallado y generalmente presentaba temas principales en sus cartas. Eso es
cierto aquí, aunque en este caso desarrollará temas ya introducidos en el prólogo (1:3–14).
Como en esa sección, Pablo escribe una sola oración larga aquí. La oración está
estrechamente vinculada con la bendición introductoria de los versículos 3–14, como se ve
en la apertura “por eso yo”, lo que demuestra que Pablo está orando para que las
bendiciones de la sección de apertura puedan llegar a buen término en la vida de sus
lectores. Varios de los temas continúan, especialmente el de la bendición divina de la
revelación y el conocimiento que se nos ha otorgado (v. 9 = vv. 17–18), pero también la
base trinitaria de los dones y el énfasis en la sabiduría (v.8 = v.17), plenitud (v.10 = v.23) y
la poderosa obra de Dios (v.11 = v.19). Esta es una oración para que los lectores crezcan en
conocimiento y experimenten el poder de Dios en formas cada vez más nuevas en sus vidas.

Pablo da gracias por las buenas noticias sobre su estado espiritual


(1:15–16)
La razón de la oración de Pablo es repasar todas las bendiciones que Dios dio en
“abundancia” (v. 8) sobre los santos de Éfeso. Además, Pablo recibió un buen informe sobre
el progreso espiritual de su iglesia y se regocija por ellos. Necesita un poco de aliento en
medio de su propia situación difícil en la prisión de Roma, y ha escuchado noticias
reconfortantes sobre su “fe en el Señor Jesús”. ¿Esta mención de fe se refiere a su
conversión, como se señala en los versículos 13–14 o para la vitalidad, el crecimiento actual
de su fe y confianza en Cristo? El agregado “del amor que demuestran por todos los santos”
hace que este último sea más probable.
Pablo está emocionado con su estado espiritual, tanto en sus aspectos verticales (fe en
Jesús) como horizontales (amor por los santos). Están creciendo espiritualmente en cada
área de su caminar cristiano, y esto motiva a Pablo a orar. Habían pasado entre cinco y seis
años desde la última vez que Pablo vio a los cristianos de Éfeso (un período de tiempo que
incluye su viaje a Jerusalén, arresto durante dos años en Cesarea y al menos un año hasta
ese momento en juicio en Roma), así que esas buenas noticias habrían sido muy alentadoras
para Pablo.
El lenguaje es muy similar al de Colosenses 1:4, y estas son cartas hermanas. Es posible
que Pablo haya recibido el mismo informe sobre todas las iglesias en la provincia de Asia.
Estas iglesias, incluidas las siete abordadas en Apocalipsis 2–3, así como varias otras, como
las de Colosas y Hierápolis, fueron todas evangelizadas mientras Pablo estaba en Éfeso
durante su tercer viaje misionero (véase Hechos 19:10), y las consideraron iglesias
hermanas. Pablo enfatiza el señorío de Cristo, y esto se relaciona con su énfasis en el poder
de Dios y la exaltación de Jesús en 1:18–20. El poder soberano de Dios junto con el señorío
de Cristo, constituyen la base de la fe cristiana. El amor cristiano el uno por el otro es el
resultado natural de esta nueva fe. Hemos entrado en una nueva familia, la familia de Dios,
y ¿qué puede ser más natural que el amor por nuestros hermanos y hermanas en él (véase
1 Pe 1:22)?
Así que Pablo menciona “no he dejado de dar gracias” (1:16) por la fidelidad de los
seguidores en Éfeso cada vez que los recuerda en sus oraciones. Sin duda, esta es una acción
de gracias en dos modos, expresa agradecimiento tanto por su crecimiento espiritual como
por la obra de Dios en sus vidas. Aquí también hay dos aspectos de la teología de la oración
de los cuales podemos aprender. Primero, la oración debe ser incesante, esto no significa
que es continua día y noche, sino que es regular y frecuente. Como en la parábola de Jesús
sobre la viuda persistente (Lucas 18:1–8), Dios responde a la oración constante. Segundo,
la oración implica reflexión y memoria. Nosotros, como Pablo, necesitamos mantener a las
personas y sus necesidades en nuestros pensamientos. Ese es un componente esencial de
la oración verdadera. Las personas que rara vez oran por otros demuestran que les
importan poco.

Pablo ora por sabiduría y conocimiento para los efesios (1:17–19a)


Aquí Pablo pasa de la acción de gracias a la intercesión, reflexionando sobre los dones que
Dios ha derramado sobre los santos de acuerdo con el elogio (sección de alabanza) de los
versículos 3–14. Ora para que Dios les dé el Espíritu, que los llenará de sabiduría para
comprender y crecer en todo lo que ha hecho en sus vidas. Hay un fuerte énfasis trinitario,
ya que el glorioso Padre del Señor Jesús envía al Espíritu para iluminar sus mentes. También
hay énfasis en la tríada cristiana de la fe (v. 15), la esperanza (v. 18) y el amor (v. 15),
magnificada por el poder incomparable de Dios (vv. 19–21). Hay dos partes principales en
esta oración: las peticiones del Espíritu de sabiduría para iluminar sus corazones (vv. 17–
18a) y el conocimiento que el Espíritu les dará, que se divide en tres partes: la realización
de una esperanza más profunda, más abundantes riquezas y mayor poder (vv. 18b–19).

Sabiduría del Espíritu (1:17)


Al principio, el lenguaje de Pablo nos lleva a pensar profundamente sobre el Dios a quien se
le está pidiendo. Él es “el Padre glorioso”, basándose en las representaciones del Antiguo
Testamento de él como “el Dios de la gloria” (Sal 29:2–3). Esto enfatiza no solo su
incomparable esplendor sino también su poder soberano y majestad. Como se dice en
Efesios 1:6, 12, 14, tenemos la alegría de llenarlo de alabanzas por su gloria y gracia. Él no
es solo nuestro Dios, sino “el Dios de nuestro Señor Jesucristo”, repitiendo la designación
que comenzó el elogio en el versículo 3. El énfasis aquí no es solo en la relación entre Dios
y su Hijo encarnado (como el Dios-hombre, su Padre también es su Dios) sino también en el
papel crítico que Jesús juega como Mesías (en griego christos) y Señor de todos. ¡Jesús al
mismo tiempo está sujeto a su Padre Señor sobre todos!
Después de meditar sobre la naturaleza de Dios y el Padre que nos acumula sus
bendiciones, Pablo le pide específicamente a Dios que le de sabiduría y revelación a sus
lectores. Hay una diferencia de opinión si pneuma (“espíritu”) aquí se refiere al espíritu o
disposición humana (RV60, NTV, LBLA) o al Espíritu Santo (NVI). Mientras que la mayoría de
las versiones lo toman como una referencia al espíritu humano, los comentaristas más
recientes lo toman como una oración por el Espíritu Santo; estoy de acuerdo con el último
entendimiento. Es el Espíritu quien ilumina el corazón y da una nueva revelación. No es el
espíritu humano sino el Espíritu Santo quien revela la verdad. Hay una doble idea central
sobre la petición de Pablo: el Espíritu (1) tiene sabiduría divina y revela los misterios (Ef 1:9;
3:5) y (2) canaliza estos dones divinos a los creyentes, como en Juan 14:26 (“les enseñará”
y “les recordará” todas las cosas). Esto alude a Isaías 11:2: “El Espíritu del Señor reposará
sobre él, el espíritu de sabiduría y de entendimiento”, que representa al Espíritu que
descansa sobre “el tronco de Isaí”, la rama mesiánica que estaba por venir. Aquí este
Espíritu descansa sobre nosotros, la comunidad mesiánica. El Espíritu que nos sella (Efesios
1:13) es el mismo Espíritu que nos revela los misterios de Dios. El significado aquí es similar
al de 5:18, “sean llenos del Espíritu”. Pablo no sugiere que los creyentes de Éfeso no tengan
el Espíritu, porque en Romanos 8:14–17 y Efesios 1:13–14 él se refiere claramente al Espíritu
que es dado al creyente en la conversión. Más bien, quiere decir que el Espíritu, que ya está
dentro de ellos, llenará cada parte de ser y los iluminará plenamente en las verdades de
Dios.
El propósito de la iluminación del Espíritu es “para que lo conozcan mejor”. El objetivo
de toda la sabiduría e iluminación dada por el Espíritu es conocer a Dios, como Pablo escribe
en Filipenses 3:10: “Quiero conocer a Cristo”. Conocer a Dios implica tanto conocerlo como
llegar a experimentarlo como Padre y Dios. Esto incluye la obediencia y la adoración, así
como la conciencia mental.

Los ricos regalos de Dios (1:18–19a)


La meta de la obra del Espíritu dice Pablo, es que “sean iluminados los ojos del corazón” (v.
18), con la obra iluminadora del Espíritu obrando internamente en la vida de los santos. Hay
dos formas de entender esto. La iluminación de los corazones de los efesios podría referirse
a su estado espiritual actual en lugar de ser una petición de oración (“los ojos de tu corazón
iluminados, oro para que sepas”, [esta distinción solo se ve en versiones inglesas, KJV, ESV]),
o puede ser parte de la petición (“pido también que les sean iluminados los ojos del corazón
para que sepan”, NVI, NTV, RV60, DHH). Cualquiera de las lecturas es posible, pero creo que
tiene más sentido tomar esto como parte de la petición. Pablo ora para que Dios les dé dos
cosas: el Espíritu de sabiduría, y por medio de él un corazón iluminado. Al reunir los
versículos 17b–18, Pablo ora para que cuando Dios derrame el Espíritu de sabiduría en la
vida de los efesios, sus corazones se iluminen para que conozcan la nueva esperanza y las
riquezas de Dios puestas a su disposición.
¿Qué significa tener el corazón iluminado? En el mundo antiguo, el corazón no se refería
a las emociones en distinción del intelecto, esa es una visión más moderna. Más bien, el
corazón se refería a la persona en su totalidad, pero especialmente a la mente; el lado
intelectual era uno con el espiritual. Entonces, “los ojos del corazón” son los procesos de
pensamiento, y el “Espíritu de revelación” iluminará las mentes de los creyentes para que
puedan entender todo lo que Dios tiene para nosotros. Esta es una visión espiritual de las
cosas de Dios.
Luego, Pablo menciona tres áreas específicas de iluminación espiritual que pueden
aplicarse a todos los creyentes:
1. “A qué esperanza él los ha llamado”. Esto se refiere a la esperanza final en nuestra
herencia eterna, pero también a la esperanza expresada en nuestra salvación actual
y la vida cristiana que esto implica. Esto debe entenderse en términos de lo que se
llama “escatología inaugurada”, la tensión entre el ya y todavía no. El ya se refiere
a nuestras bendiciones actuales en Cristo y al hecho de que nuestro futuro en la
tierra implicará nuestro caminar en Cristo, la gloria y la alegría de saber que estamos
siendo “guardados por su poder” (1 Pe 1:5). El todavía no se refiere a la culminación
de todas las promesas de Dios en nuestro hogar celestial eterno. Además, es una
“esperanza viva” (1 Pe 1:3), no una esperanza secular, que es un anhelo efímero y
completamente incierto hacia un futuro que es virtualmente inalcanzable. La
nuestra es una esperanza cristiana como resultado la elección de Dios (véase Ef. 4:4),
la certeza del “cielo nuevo y tierra nueva” (Ap 21:1) y de la corona de la vida que nos
espera (Stg 1:12; véase también 2 Ti 4:8; 1 Pe 5:4). Nuestro futuro cercano es seguro
y nuestro futuro eterno está garantizado.
2. “La riqueza de su gloriosa herencia entre los santos,”. Esto debe entenderse de la
misma manera que el versículo 14. Esto no está hablando de la herencia que
recibiremos de Dios. Más bien, está hablando de nosotros como la herencia de Dios,
como su exclusiva posesión. Este fue el mensaje de varios pasajes del Antiguo
Testamento que describían a Israel como la herencia y la posesión apreciada de Dios
(Dt 9:29; 1 Re 8:51–53; Is 47:6), y Pablo nos describe como las riquezas y la gloria de
Dios. Este es un maravilloso cambio de frase: Dios comparte sus riquezas y gloria
con nosotros (Efesios 1:7–8), ¡pero para él nosotros constituimos sus riquezas y
gloria! Esto demuestra su gran amor y la medida en que realmente nos atesora. Dios
nos ha colocado en su creación para mostrarle al cosmos sus gloriosas riquezas. ¡Eso
muestra cuánto nos ama!
3. “Y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos”. Los
creyentes deben darse cuenta de que, en medio de nuestra impotencia en este
mundo, el increíble poder de Dios está disponible y operando en nuestro nombre.
Podemos ser marginados y derrotados a corto plazo, pero Dios garantiza nuestra
última reivindicación y victoria. Pablo enfatiza la grandeza de este poder ejercido en
nuestro nombre; es “incomparable” o “extremadamente grande”. Continúa en los
versículos 19b–20 para demostrar lo que quiere decir con este “poder
incomparablemente grande” al afirmar que este es el poder divino que levantó a
Cristo de entre los muertos. Esto nos prepara para 6:10–12, donde se ve a los
creyentes involucrados en una terrible guerra santa contra los poderes cósmicos y
les dice “fortalézcanse con el gran poder del Señor” (v. 10). Aquí aprendemos que
este poderoso poder ya está trabajando en y por nosotros.

La grandeza de Dios se ve en la resurrección y exaltación de Cristo


(1:19b–20)
El deseo de Pablo de comunicar el maravilloso poder de Dios a favor nuestro es tan fuerte
que suspende su oración para volver a contar el evento más importante de la historia
humana: la resurrección y la exaltación de Cristo. Pablo claramente está luchando con las
palabras para describir la naturaleza increíble de la “fuerza grandiosa” de Dios. Usó las
imágenes de su “incomparable grandeza” y “fuerza grandiosa” en el versículo 19a; ahora
recurre a tres términos, literalmente “la fuerza del poder de su fuerza”. El término “fuerza”
(energeia) ha dado lugar a la palabra en español “energía”. Eso es apto para describir la idea
aquí, se describe la fuerza enérgica de Dios en la vida de su pueblo. Esto enfatiza tanto la
presencia del poder en Dios como la poderosa energía que ejerce mientras obra a favor
nuestro.
El alcance de esta fuerza divina está más allá de nuestra capacidad de comprender, por
lo que Pablo acumula múltiples términos para ayudarnos a comprender lo que Dios está
haciendo por nosotros. Es como si la línea ofensiva más grande en la historia del fútbol nos
está despejando el camino mientras corremos la carrera de la vida. Tenga en cuenta que
este poder se ejerce solamente “a los que creemos”. Pablo quiere que nos demos cuenta
de nuestra parte. Dios pone a disposición su poder y lo ejerce por nosotros. Sin embargo,
debemos tener la fe para poner en práctica su poder en nuestras vidas, es decir, confiar en
él en lugar de nosotros mismos para vivir la vida cristiana.
El lenguaje de los versículos 19b–20 enfatiza el lado operativo del poder de Dios. Se
puede traducir literalmente como “la fuerza (energeia) de su poder … que obró (enērgēsen)
en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos”. El énfasis está en el poder de Dios,
aplicado primero a la resurrección de Cristo y luego a nuestras vidas. Para Pablo, todo en el
cristianismo se deriva de las implicaciones de la resurrección. Si no hay resurrección,
“nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes… la fe de ustedes
es ilusoria y todavía están en sus pecados … y seríamos los más desdichados de todos los
mortales “(1 Co 15:14, 17, 19). Pero Pablo sabe que Cristo fue resucitado, por lo que las
afirmaciones cristianas son las verdades centrales que dan sentido a la vida en este mundo.
El incomparable poder divino se desencadenó en la resurrección de Jesús y continúa hoy
para todos los santos.
El poder de la resurrección también continúa operando en la vida del Jesús exaltado, y
el resto de 1:20–23 fluye de esta idea. Pablo ilustra esto aclarando las áreas en las que opera
el poder divino. La “fuerza grandiosa” de Dios sentó a Jesús a la diestra de Dios (v. 20b); lo
exaltó sobre todos los demás seres creados, especialmente sobre los poderes cósmicos (v.
21); puso toda la creación bajo sus pies (v. 22a); le dio autoridad por encima de todas las
cosas (v. 22b); e hizo de él la fuente de la vida, llenando toda la creación (v. 23). La
resurrección de Cristo es la base de nuestra esperanza de resurrección y garantiza nuestro
futuro (1 Co 15:20–21; Fil 3:20–21). Este evento convierte un simple deseo de que el futuro
se convierta en una “esperanza viva” (1 Pe 1:3). Nuestro futuro ahora es seguro y nuestra
victoria final está garantizada.
Dios ejerció su poder no solo cuando levantó a su Hijo de la muerte sino también cuando
“lo sentó a su derecha en las regiones celestiales”. Esta declaración se deriva del Salmo
110:1: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Es
el pasaje del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo Testamento (más de treinta veces)
porque proporciona la base del Antiguo Testamento para la exaltación de Cristo (Mr 12:36;
Hch 2:34–35; Ro 8:34; Col 3:1; Heb 1:3; 8:1; 1 Pe 3:22). Este era un salmo de coronación
davídica, y a veces los judíos lo entendían como una referencia al mesías. La iglesia primitiva
entendió que el salmo se había cumplido en Jesús, anclando su autoridad, poder y gloria.
Para nosotros, significa que Cristo está ahora en el lugar de poder, y toda la divinidad está
trabajando en este mundo a favor del pueblo de Dios. Las regiones celestiales, como vimos
en 1:3, se refieren a la arena en la que los creyentes ahora moran espiritualmente. Aquí
esto incluye el cielo mismo, ya que Cristo habita junto a su Padre en gloria.

La gran fuerza de Dios se ve en la autoridad y dominio de Jesús en


todo (1:21–22a)
En su estado exaltado, Jesús está “muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y
dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque”. Pablo usa una rara doble preposición
(hyperanō, “arriba” o “muy arriba”), posiblemente recurriendo a la idea del Salmo 8:1, como
se traduce al griego en la Septuaginta, “Has puesto tu gloria en [hyperanō] los cielos”.
Mientras que los términos “gobierno y autoridad, poder y dominio” parecen referirse a
todos los seres creados y a menudo se usaban en círculos judíos para referirse al reino
angelical, tanto ángeles buenos como malvados, existe un acuerdo general de que aquí
Pablo tiene en mente los “principados y poderes”, las fuerzas cósmicas que son los
enemigos de Cristo y la iglesia. Pablo no está usando estos términos técnicamente, como si
hubiera cuatro clases de poderes demoníacos. Más bien, él está multiplicando términos
para designar las fuerzas cósmicas como un todo. Algunos piensan que esto también incluye
poderes terrenales malévolos, como emperadores malvados, gobernadores y generales.
Eso es posible, pero es más probable que Pablo use estos términos en Efesios y Colosenses
para las fuerzas cósmicas del mal.
Estos ángeles caídos (Ap 12:7–9) operan “muy por encima” en los reinos celestiales (Ef
3:10; 6:12), siguen al “dios de este mundo” (2 Co 4:4), y también son gobernantes y
autoridades en este reino terrenal. Sin embargo, su “poder y dominio” están restringidos a
este mundo y a sus seguidores. No tienen poder sobre Cristo, porque él ha entrado en su
fortaleza, los ha atado (Mr 3:27) y ha dado autoridad sobre ellos a sus seguidores (Mr 3:15;
6:7). Sin embargo, aunque Cristo los ha derrotado, su subyugación final es futura, en el fin
de los tiempos. Satanás sigue siendo un “león rugiente” que quiere devorar a todos los seres
creados por Dios (1 Pe 5:8), y todavía está lleno de furor (Apocalipsis 12:12) y puede hacer
todo tipo de estragos. Pablo pasa mucho tiempo en Efesios y Colosenses hablando sobre la
guerra cósmica contra los poderes demoníacos. La guerra es seria y muy real, pero la
victoria final es segura.
Pablo enfatiza la universalidad de la autoridad exaltada de Cristo en el agregado de
“cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo, sino también en el
venidero.”. Algunos piensan que “cualquier otro nombre” significa todo tipo de poder
cósmico, pero es más probable que esto tenga la intención de hacer eco en la idea detrás
de Filipenses 2:10: “para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en
la tierra y debajo de la tierra”. Pablo está describiendo a cada ser creado, ángeles buenos y
malos así como toda la humanidad.
Cristo tiene “el nombre que está sobre todo nombre” (Fil 2:9), por lo que todo el orden
creado debe inclinarse ante él, no solo en los días de Pablo sino por el resto de la historia
humana y más. La “era venidera” es un modismo que describe tanto la historia futura bajo
el control de Dios como la consumación final y el inicio del orden eterno. Todo ser que ha
vivido o vivirá es subordinado a Cristo.
Esta sección concluye con “Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo” (v. 22). El
enfoque en el versículo 21 estaba en los seres creados, y “todas las cosas” aquí significa que
la creación misma está sujeta a Cristo. Esto está tomado del Salmo 8:4–6, el pasaje con
respecto a la humanidad citado en Hebreos 2:6–8: “¿Qué es el ser humano para que lo
tomes en cuenta?… todo lo sometiste a su dominio” (véase también 1 Co 15:27). El salmo
usa literalmente “hijo del hombre” para la humanidad, pero la caída estropeó la imagen de
Dios en los seres humanos. Es el verdadero Hijo del Hombre, Jesús, quien ha devuelto el
dominio a la humanidad (como se afirma en Heb 2:9). Efesios 1:21–22 se mueve del señorío
de Cristo sobre el reino demoníaco a su señorío sobre todos los seres creados y finalmente
a su señorío sobre toda la creación. ¡Él es en verdad el Señor de todos y todo!

La gran fuerza de Dios se ve en el liderazgo de Jesús por encima de


la iglesia (1:22b–23)
En el versículo 22a aprendimos que Dios ha sometido toda la creación bajo Jesús, y aquí
vemos que Dios lo ha hecho por el beneficio de la iglesia. De hecho, el pueblo de Dios está
en mente en los versículos 20–23. Jesús resucitó de entre los muertos como las primicias
que garantiza la resurrección futura de cada creyente (1 Co 15:20), y es exaltado a la diestra
de Dios como intercesor por los santos (Heb 7:25).
Hay un doble significado en el verbo edōken (“dado, designado”) en el versículo 22b. El
objetivo es que Dios le dio a Jesús la iglesia como su regalo. Al mismo tiempo, la palabra
contiene la idea de que Dios “nombró” a Jesús, instalándolo como cabeza o soberano sobre
todo, especialmente sobre los poderes demoníacos que ha dejado sin poder (véase v. 21).
Es desde este lugar de autoridad que Cristo guía y da poder a la iglesia.
El uso de “cabeza” como metáfora proviene de la teoría médica helenística, en la cual
la cabeza era vista como la fuente de la vida del cuerpo, así como su gobernante. Como la
cabeza era la fuerza vital que suministraba el cuerpo y lo controlaba, así Jesús es la fuente
de vida y soberano sobre toda su creación. Este versículo enfatiza por un lado que todo está
sujeto a Jesús (v. 22a), y por el otro que Jesús se convierte en la cabeza sobre todo (v. 22b).
Además, el principal receptor de esta vida y poder es la iglesia, el cuerpo de Cristo. La cabeza
de la iglesia es también la cabeza sobre toda creación, y su vida y poder llenan la iglesia con
vida y poder divinos. Esto es de profundo significado para nosotros. Muy a menudo nos
sentimos impotentes en este mundo ya que las fuerzas desplegadas contra nosotros
parecen abrumarnos. Pablo dice que, en el último sentido, esto no es cierto. Hay un poder
en acción en nosotros y para nosotros que nos llevará a través de todas nuestras aflicciones
y circunstancias difíciles.
El versículo 23 define además a la iglesia como el beneficiario del liderazgo de Cristo
sobre la creación. La iglesia es “su cuerpo”, que se beneficia del poder vivificante de la
cabeza (así también Col 1:18). La teología de la vida corporal de Pablo se expresa
completamente en Romanos 12:4–8 y 1 Corintios 12:12–27, centrándose en la idea de que
la cabeza suministra energía y poder al cuerpo. A medida que los miembros del cuerpo usan
los dones suministrados por la cabeza (Cristo y el Espíritu Santo en 1 Cor 12), esto produce
crecimiento y fortaleza espiritual. Además, todos estos pasajes enfatizan la unidad de la
iglesia. Es solo cuando todos los miembros del cuerpo funcionan juntos en unidad que el
cuerpo puede florecer y tener éxito. Pablo usa el modo hebreo de solidaridad colectiva,
“también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo” (Ro 12:5). Los
muchos se vuelven uno en Cristo. Esto se desarrollará más adelante en Efesios 4:15–16.
Pablo cierra esta sección diciendo que la iglesia como el cuerpo de Cristo se convierte
en “la plenitud de aquel que lo llena todo por completo.”. Esta es una declaración muy
compleja, y los eruditos han luchado con esto durante siglos. Hay tres puntos de vista, y los
tomaré en orden creciente de probabilidad.
1. Es posible, pero no probable, que esto signifique que la iglesia llena o complementa
a Cristo, y juntos cumplen los propósitos de Dios. Sin embargo, es difícil ver de qué
manera Cristo es incompleto sin la iglesia.
2. Más viable es la interpretación de que hay un proceso de dos pasos: la iglesia es
llenada o completa por Cristo, quien luego es llenado o completado por Dios. Ambos
tienen mucho sentido, pero nuevamente es difícil ver cómo “lo llena todo por
completo” puede significar que Dios está completando a Cristo.
3. La mejor visión a la luz del contexto de los versículos 20–23 es decir que la iglesia
está completa por Cristo, quien también llena o completa toda la creación. Ambos
aspectos culminan temas ya desarrollados en esta sección. Como la cabeza del
cuerpo, Cristo llena y cumple a sus seguidores. Sin embargo, él es la cabeza sobre el
cosmos y la iglesia; él completa cada parte de la creación, que está sujeta y
subordinada a él. Pero mientras Cristo llena su cosmos creado, solo la iglesia es su
cuerpo. Lo más probable es que Cristo (y Dios) llene su cuerpo tanto con el don del
Espíritu Santo como con “toda bendición espiritual” del versículo 3. Él
abundantemente completa sus riquezas de gracia sobre su pueblo (vv. 7–8), y la
creación. El universo afectado en este sentido existe para satisfacer a sus
seguidores.
La oración de Pablo en 1:15–23 se combina con la de 3:14–21 para enmarcar la sección
doctrinal de Efesios con oración. El recordatorio de Pablo en 1:3–14 de todas las
bendiciones espirituales que Cristo ha derramado sobre los creyentes proporciona el
contenido para la oración. Está tan agradecido por su progreso espiritual y ora para que el
Espíritu pueda anclar en sus vidas una comprensión aún mayor de las riquezas y el poder
que Dios ha puesto a disposición de su pueblo. No necesitan permitir que sus dificultades
actuales estropeen la gran esperanza de su futuro seguro, porque son la posesión preciada
de Dios y Él está derramando su poderoso poder en sus vidas (vv. 17–19). Para permitirles
comprender más profundamente esta poderosa fuerza puesta a su disposición, Pablo les
recuerda que este poder ya ha entrado en este mundo en la resurrección y exaltación de
Cristo a la diestra de Dios. Él es absolutamente supremo sobre las fuerzas demoníacas y, de
hecho, sobre cada parte de su orden creado. Él es la cabeza o gobernante sobre la creación
y ejerce su soberanía por el bien de su cuerpo, la iglesia (vv. 20–23). La iglesia ya tiene la
victoria porque está unida con el Christus Victor, el Cristo victorioso.
Esto es tan importante para nosotros como lo fue para la iglesia en Éfeso. En medio de
todas nuestras luchas y todas las dificultades que enfrentamos, es increíblemente
reconfortante saber que Cristo ya ha ganado la victoria para nosotros, y al igual que él,
tendremos gloria y veremos este mundo lleno de maldad derrotado. No perderemos, pero
debemos esperar el tiempo elegido por Dios y tener paciencia en nuestras pruebas actuales.

RESUMEN DE LAS BENDICIONES DE LA SALVACIÓN (2:1–10)

Efesios 1 concluye con una descripción del poderoso poder de Dios ejercido en la
resurrección y exaltación de Cristo y puesto a disposición de la iglesia. En Efesios 2:1–10,
este poder se ilustra con el don más grande dado al pueblo de Dios: su salvación y
resurrección de la muerte espiritual. Pablo escribió su gran retrato teológico del pecado y
la salvación en los increíbles capítulos de Romanos 1:18–8:39, escrito en el año 57 durante
una estancia de tres meses en el sur de Grecia (Acaya) en su camino a Jerusalén (Hechos
20:1–3). Ahora, unos cinco años después, resume ese material en diez versículos cortos. En
ellos explica brevemente nuestro rescate de nuestra antigua esclavitud al pecado por la
muerte de Cristo y la nueva vida que tenemos en él. Las verdades de este pasaje
proporcionan la base para las bendiciones espirituales del primer capítulo de Pablo y
establecen los medios por los cuales los problemas discutidos en el resto de la carta pueden
resolverse.

El pecado lleva a la esclavitud y la muerte (2:1–3)


Su terrible predicamento: muertos en pecado (2:1)
Después de discutir el poder actual de Dios en el trabajo en la vida del creyente, Pablo
vuelve en esta sección al problema del pasado del creyente: los efectos del pecado en los
no regenerados. Su propósito es demostrar los efectos del poder de Dios al mostrar cómo
ha vencido la esclavitud del pecado. Ha vencido la muerte y ha levantado a aquellos que se
han vuelto a Cristo a la novedad de la vida. Los incrédulos están bajo el control de sus
“transgresiones y pecados”. Como se menciona en 1:7, “transgresión” o “rebelión” observa
el lado legal del pecado: van en contra de las leyes de Dios y trae condenación al pecador.
El resultado de esta muerte espiritual, que entró en el mundo a través del pecado de Adán
(Ro 5:12, 17), es la muerte de toda la humanidad (Ro 6:23). La muerte espiritual es una
separación o alejamiento total de Dios, y los que están muertos espiritualmente son los
enemigos de Dios.

Su terrible situación: esclavitud al pecado y la carne (2:2–3)


Esta muerte o separación caracterizó el estado o forma de vida pasada de los creyentes
efesios (v. 2) y constituyó una esclavitud al mal. Pablo describe este estado de tres maneras:
1. Ellos “andaban conforme a los poderes de este mundo” (literalmente, “caminaron
según la era de este mundo”). Esto significa que condujeron sus vidas bajo el control
de los malos caminos de este mundo. En el mundo romano, Aion era una deidad,
pero Pablo usa la palabra griega (aiōn) aquí en su sentido judío para referirse a una
era o época. Esto se refiere a la era actual del pecado, en contraste con la nueva era
de Cristo y la salvación. En Romanos 1:18–32, Pablo expande la depravación de la
humanidad, mostrando que en su capitulación al pecado los seres humanos caídos
han “obstruido la verdad”, con el resultado de que “se les oscureció su insensato
corazón” (Ro 1:18, 21) Los creyentes estaban controlados por la mentalidad y las
decisiones egocéntricas de esa época en lugar de por Dios.
2. Estaban bajo el poder del “que gobierna las tinieblas”, refiriéndose al control no solo
de esta época sino también de los poderes cósmicos. Este gobernante, por supuesto,
es Satanás, el gran dragón rojo de Apocalipsis 12:3–4 que sedujo a un tercio de la
hueste celestial a la rebelión y fue arrojado del cielo a la tierra con ellos (Ap 12:7–
9). Este mundo es su prisión (2 Pe 2:4; Jud 6), pero en él Dios ha permitido que los
poderes del mal tengan alguna autoridad. Así, Satanás es el “dios de este mundo” (2
Co 4:4) y “príncipe de este mundo” (Jn 12:31; 14:30; 16:11), y en Mateo 9:34 y
Marcos 3:22 él se llama “el príncipe de los demonios”. Este es el mismo término
utilizado aquí; Satanás es “gobernante” o “príncipe” de su dominio. Su esfera es “las
tinieblas”, lo que refleja una idea judía común de que los poderes cósmicos operan
en los cielos. En Efesios 3:10; 6:12 funcionan “en los reinos celestiales”. Ellos, como
sus contrapartes los buenos ángeles, son seres espirituales que trabajan en el reino
espiritual.
3. El control de Satanás de los que están espiritualmente muertos se explica aún más
describiéndolo como “el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la
desobediencia”. El término para “ejerce poder” es energeō, el mismo verbo que en
1:20 donde se habló de la poderosa obra de Dios para resucitar a Cristo de los
muertos. Se podría decir que esto significa que Satanás tiene un interés controlador
en la vida de los no creyentes. Su trabajo sobrenatural en sus vidas le da poder sobre
ellos y resulta en su desobediencia a las cosas de Dios. La frase “los que viven en la
desobediencia”, un idioma judío que significa que sus vidas se caracterizan por
desobedecer a Dios. En lugar de vivir la vida de Dios, prefieren rechazar la voluntad
de Dios y vivir una vida de pecado.
En el versículo 3, Pablo se incluye a sí mismo y a sus compañeros de trabajo al decir
“todos nosotros”. En los primeros dos versículos, el énfasis está en los factores externos de
la época y las fuerzas demoníacas, ya que estos dos incitaron a los incrédulos a pecar. Ahora
Pablo cambia al poder interno de la carne. El estilo de vida que todos adoptaron cuando
vivían entre los no cristianos que ahora se describe de tres maneras:
1. “Impulsados por nuestros deseos pecaminosos”. Esto identifica la fuerza interna que
los había esclavizado en el pecado. Externamente fueron tentados por los poderes
satánicos, e internamente por la tendencia humana al pecado. “Deseos
pecaminosos” son esos impulsos egocéntricos que definen el principio del placer:
buscar autosatisfacción y evitar el dolor a toda costa. La “carne” [no en la NVI], según
Pablo, es esa parte del “viejo yo” (véase 4:22) que constituye la tendencia humana
al pecado. Para los cristianos, mientras el viejo yo es anulado en la conversión, los
impulsos pecaminosos permanecen. El pecado ya no es una fuerza interna que nos
controla, sino una fuerza externa que intenta invadirnos y apelar a nuestras
tendencias carnales. Los no creyentes son controlados internamente por estos
deseos, y los cristianos son tentados externamente por ellos.
2. Los incrédulos también están literalmente “haciendo la voluntad de la carne y los
pensamientos”. No solo están viviendo en pecado, sino que están permitiendo que
domine sus mentes. ¡No es de extrañar que controle sus acciones! Cuando controla
su mente, naturalmente también guiará sus acciones. Toda la persona, la mente y la
conducta, está esclavizada a estos impulsos narcisistas. El pueblo judío habló de la
batalla entre los dos impulsos: el yetzer hatob, el “impulso al bien” y el yetzer hara’,
el “impulso al mal”. Para el incrédulo, el último generalmente gana. Pero, se puede
preguntar, ¿qué pasa con el incrédulo que es básicamente una persona moral y es
“bueno” para los estándares de la mayoría de las personas? ¿Encajan en esta
categoría? Sí, porque los llamados pecados “más pequeños” —como la codicia, la
lujuria, el consumo excesivo, ceder a la ira, etc.— todavía “siguen los deseos” del
mundo. Todavía son mundanos.
3. Como resultado, como todos los no salvos, son “por naturaleza objeto de la ira de
Dios”. Cuando Pablo dice “por naturaleza”, está hablando de la doctrina de la
imputación del pecado. Describe esta doctrina más completamente en Romanos
5:12, donde dice que en Adán “el pecado entró en el mundo”, y luego agrega,
“porque todos pecaron”. Esto se refiere al hecho de que todos los seres humanos
estaban en Adán y, por lo tanto, heredan de él la tendencia al pecado, participando
en ese pecado por sus propias elecciones voluntarias. La naturaleza humana está
controlada por la depravación. Dado que cada persona está dominada por el
pecado, todos son “objeto de la ira de Dios”. Nuestro pecado nos separa de Dios y
nos convierte en sus enemigos. Por lo tanto, todos los seres humanos pecadores
enfrentarán inevitablemente la ira de Dios. Debemos darnos cuenta de que Dios es
sobre todo un Dios santo, y que los dos aspectos interdependientes de su santidad
son su justicia y su amor. Su justicia exige que se destruya el pecado, pero su amor
lo llevó a dar a su Hijo como sacrificio para expiar esos pecados. Aquellos que
rechazan el regalo amoroso de su Hijo están destinados a enfrentar su ira, que es su
justa condena de todo lo que no es santo.

La misericordia nos dio vida con Cristo (2:4–7)


En el versículo 3, Pablo destacó la justicia de Dios, pero aquí recurre a la misericordia y al
amor de Dios. No hay esperanza para la humanidad caída, ya que ninguno de nosotros
puede eliminar nuestra depravación o pagar nuestros pecados. Como nuestra propia
naturaleza es depravada, no hay ningún pago que podamos hacer que sea suficiente para
expiar nuestros deseos carnales, como lo ha dejado claro en los versículos 1–3.

El amor de Dios lo lleva a darnos vida (2:4–5)


Aquí es donde el Dios misericordioso interviene y paga ese precio por nosotros. En el
Antiguo Testamento, Yahvé es “un Dios clemente y compasivo”, que “abunda en amor y
fidelidad” (Éx 34:6; Sal 86:15; 103:8). Su misericordia es inmerecida, es el resultado de su
hesed, su amor firme. Esta misericordia se basa en “su gran amor por nosotros”. Cada
detalle de esta carta es la consecuencia del increíble amor de Dios. Incluso la creación se
deriva de esto. Cuando Dios decidió crear a este mundo, lo hizo porque su amor buscaba
un objeto sobre el cual pudiera derramar todo su afecto. En esta misma decisión, Dios se
dio cuenta de que el pecado humano estropearía su acto de amor y sería necesario enviar
a su Hijo para convertirse en el sacrificio expiatorio que nos redimiría y nos haría objetos
adecuados para su amor. El amor de Dios en Cristo es un tema central en esta carta (1:6;
3:17–19; 5:1–2, 25), y nuestro mutuo amor se basa en nuestra experiencia del amor de Dios.
para nosotros.
El resultado de la misericordia y el amor de Dios es que él “nos dio vida con Cristo” (2:5).
Este es el primero de los tres verbos en los versículos 5–6 que comienzan con el prefijo
griego syn (“junto con”) nos dio vida con él, resucitados con él, nos hizo sentar con él. Estos
maravillosos resultados nunca podrían tener lugar aparte de nuestra unión con Cristo. Los
que estábamos muertos en nuestros pecados (vv. 1–3) hemos encontrado vida en Cristo.
Cristo murió para redimirnos y perdonar nuestros pecados (v. 7) para que podamos tener
una nueva vida en él. Cuando creímos y nos volvimos hacia él, su poder nos salvó y nos
levantó de entre los muertos (vv. 13, 15, 19). En Efesios 1:18–21, Pablo escribió que el poder
de Dios levantó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su diestra. Ahora ese mismo
increíble poder nos ha permitido ser uno con él y, por lo tanto, participar en la resurrección
y exaltación de Cristo. Unidos con Cristo, nosotros también hemos muerto al pecado y
hemos resucitado a la vida eterna. Esto comienza en nuestra conversión, no solo en el
regreso de Cristo.
Para asegurarse de que los cristianos en Éfeso realmente comprendan el significado de
su nueva vida en Cristo, Pablo hace explícita la base de todo esto al agregar, “¡Por gracia
ustedes han sido salvados!”. El medio de este evento redentor es solo la gracia de Dios. La
salvación no puede lograrse mediante el esfuerzo humano; no hay forma de que los seres
humanos pecadores puedan ganar o producir la salvación. La misericordia de Dios y su
gracia tienen un significado muy cercano. La misericordia es ese atributo divino que
conduce a la gracia, ese favor inmerecido que lleva a Dios a salvarnos. La presentación de
la salvación por parte de Pablo podría etiquetarse como un “evangelio de gracia”. Se centra
en el don gratuito de la salvación que no se basa en ningún mérito o valor humano, sino
que es completamente el resultado del amor y la misericordia de Dios.
El verbo está en tiempo perfecto: “han sido salvados”, enfatizando que nuestra
salvación se basa en el acto pasado de la muerte de Cristo. El resultado actual de ese acto
es la salvación de nuestras almas. La salvación significa que hemos sido liberados de la ira
de Dios y traídos a su familia como sus hijos adoptivos (Ro 8:14–17). El verbo “salvado”
resume los otros tres verbos: “vivo”, “levantado” y “sentado” con él. Cristo tomó sobre sí
nuestro pecado y culpa, murió en nuestro lugar para que Dios pudiera declararnos
inocentes y justos delante de él (Ro 3:21–26). Nos hemos librado de la ira de Dios que
destruirá al pecado y a los pecadores y se nos ha dado poder sobre esas fuerzas malvadas
que buscan derrotarnos y destruirnos (Mr 3:15; Ef 6:10–12).

El amor de Dios nos lleva a sentarnos con Cristo en los lugares celestiales
(2:6–7)
En Romanos 6:4, Pablo usa el bautismo como una metáfora salvífica, diciendo que hemos
sido “sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del
Padre, también nosotros llevamos una vida nueva”. Esta nueva vida es el resultado de
nuestra unión con Cristo. Cuando compartimos su muerte y morimos al pecado,
compartimos su resurrección y somos resucitados. Sin embargo, eso no es todo, porque
también compartimos su exaltación y estamos “en unión con Cristo Jesús… y nos hizo sentar
con él en las regiones celestiales”. Esto se afirmó en 1:20, donde supimos que a Cristo “lo
sentó a su derecha en las regiones celestiales”. Está tomado del Salmo 110:1, el pasaje del
Antiguo Testamento más citado en el Nuevo Testamento.
Sorprendentemente, este es el único versículo en el Nuevo Testamento donde ese
concepto se aplica a los santos. Significa que participamos en la entronización de Cristo a la
diestra de Dios Padre; estamos sentados con él y compartimos su victoria. Sin embargo,
debemos calificar esto cuidadosamente. Esta no es la futura resurrección física en la
segunda venida, sino un anticipo actual en el plano espiritual. Somos exaltados
espiritualmente con Cristo y, aunque la vida eterna es una posesión presente, no
entraremos en la eternidad hasta que muramos. Pablo ha dicho que ahora somos
ciudadanos del cielo, a la espera de la plena realización de ese estado más adelante (Fil
3:20–21), y el pasaje paralelo en Colosenses 3:1–2 muestra que, aunque vivimos en la tierra
podemos buscar y pensar en “las cosas de arriba” en este momento. Nuestra gloria final ya
ha comenzado, pero aún no se ha realizado plenamente. Los poderes demoníacos ya no
reinan, y su gobernante ha sido derrocado en la vida de estos santos victoriosos que ya
están sentados en el lugar del poder con Dios en Cristo.
El propósito de esto (2:7) es “para mostrar en los tiempos venideros la incomparable
riqueza de su gracia”. Dios ha ejercido su amor y misericordia para hacer una demostración
pública de su maravillosa gracia. Toda la creación está destinada a admirar su gracia, y
especialmente aquellos de nosotros que somos sus destinatarios. Este ha sido un énfasis en
toda la carta hasta este momento; Las bendiciones de 1:3–14 están destinadas para
“alabanza de su gloriosa gracia” (1:6, 12, 14). Por lo tanto, todos los que hemos sido
resucitados de la muerte a la vida en Cristo, somos un ejemplo real y se lo mostramos a
todos en torno a la misericordiosa gracia de Dios.
La descripción que hace Pablo de esto como “la incomparable riqueza de su gracia” nos
recuerda 1:19, donde se usaba el mismo adjetivo en forma de adverbio para el “poder
incomparablemente grande” de Dios ejercido a favor de los creyentes. Es enfático,
refiriéndose a la riqueza como “incomparable” o “superior” de la gracia de Dios, que como
en 1:7–8 ha sido “derramada” sobre su pueblo. En su gracia amorosa Dios ha derramado
sobre nosotros no solo la salvación sino la vida eterna. Él no solo nos resucitó, sino que nos
exaltó en Cristo y convirtió nuestras aflicciones y sufrimientos en gloria.
Además, todo esto ha sido “por su bondad” en Cristo Jesús. Este es otro aspecto de su
hesed o “misericordia” (véase 1:4). Para comprender la profundidad del tierno amor y
misericordia de Dios, debemos recordar que “mientras aún éramos pecadores, Cristo murió
por nosotros” (Ro 5:8). Esta misericordia se mostró no a quienes merecían el favor, sino a
quienes merecían la destrucción. Tito 3:4–5 nos dice que la bondad y el amor de Dios lo
llevaron a salvarnos, “él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su
misericordia”. La gracia de Dios no solo es extraordinaria sino también incomparable.
Este derramamiento de gracia no es un fenómeno temporal, sino que tendrá lugar “en
los tiempos venideros”, refiriéndose no solo al futuro cercano sino al futuro eterno. El
pensamiento judío dividió el tiempo en “esta era” y “la era venidera”, pero aquí Pablo va
más allá para describir todas las edades, tanto en este mundo como en el próximo,
amontonándose una sobre otra. La gracia de Dios es incesante. Durará no solo a través de
esta era sino a través de todas las edades del tiempo y la eternidad.

Pablo presenta un resumen: el regalo gratuito de la gracia (2:8–


10)
El mensaje del Evangelio es “salvados por gracia mediante la fe” (2:8–9)
Hay pocos pasajes más conocidos que este. La gracia de Dios ha sido la punta de lanza de la
narrativa de Pablo hasta este momento (1:2, 6, 7; 2:5, 7); ahora estos dos versículos actúan
como un resumen, diciéndonos que la gracia es el medio de nuestra salvación. En cierto
sentido, la gracia de Dios abarca su misericordia y amor. El acto mismo de la creación surgió
de su gracia, porque sabía que su creación se volvería contra él y abrazaría el egocentrismo
y el pecado. Sin embargo, nos creó, sabiendo que tendría que dar a su Hijo para que muriera
por nuestros pecados para que pudiéramos volver a él. La salvación es un regalo gratuito
de Dios, y la base de ese regalo es su gracia. La frase “han sido salvados” es la misma forma
del verbo que en el versículo 5, y el tiempo perfecto una vez más enfatiza la salvación como
el resultado continuo de la muerte de Cristo.
Si bien nuestra salvación es completamente el resultado de la gracia de Dios, nos la
apropiamos “mediante la fe”. La fe es un aspecto crítico del proceso de salvación, con el
sustantivo ocurriendo diecisiete veces y el verbo siete veces en Romanos 3:21–4:25. Decir
que la fe es importante no implica que nos salvemos. El acto de creer en la fe describe
nuestra decisión de aceptar la obra salvadora de Dios en nosotros, pero es Dios quien nos
permite recibir su “abundante la gracia” (Ro 5:17).
Pablo quiere especialmente que sus lectores entiendan que no encuentran la salvación
en sus propias fuerzas, ni pueden trabajar lo suficiente para producirla: “esto no procede
de ustedes, sino que es el regalo de Dios”. Mientras que algunos han pensado que esto está
hablando de fe, en realidad está diciendo que la salvación se logra no por nosotros mismos
sino solo por la gracia de Dios. El pronombre “esto” es neutro, no femenino como el
sustantivo “fe”, y el neutro normalmente abarca toda la oración anterior; así “por gracia
han sido salvados”. La humanidad caída no puede salvarse a sí misma, porque está “muerta
en pecado” (2:1). Solo Dios en su gracia puede redimirnos.
Como somos “por naturaleza objetos de la ira” (v. 3), la salvación solo puede venir de
Dios. Es “el regalo de Dios”, lo que significa que no es algo ganado por nuestros propios
esfuerzos, sino que se recibe gratuitamente (Ro 5:15–17; 6:23). Dios es el dador, nosotros
el receptor, del regalo gratuito de la salvación. Pablo declara esto de otra manera en 2:9:
“no por obras, para que nadie se jacte”. Esta verdad idéntica se afirma de dos maneras para
enfatizar.
Si pudiéramos realizar suficientes buenas obras para ganarnos la salvación, estaríamos
en el trono de nuestras vidas y Dios sería relegado al margen. Entonces podríamos presumir
de nuestros logros eternos. Pero el hecho es que cualquier pecado nos hace culpables de
todos ellos (Stg 2:10), y nunca podemos producir suficiente bondad para garantizar el
perdón y la salvación. Pablo dice claramente en otra parte que “las obras de la ley” nunca
pueden salvar (Ro 3:20; Gá 2:16; 3:10–14; Tit 3:5). Se descarta el orgullo humano porque lo
único que podemos ganar con el esfuerzo humano es la condena y el juicio. Después de su
discusión sobre la justificación por la fe en Romanos 3:21–26, Pablo resume en 3:27,
“¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál principio? ¿Por el de la
observancia de la ley? No, sino por el de la fe”.

La nueva creación hace posible las buenas obras (2:10)


El tema de la nueva creación es muy importante en el Nuevo Testamento. En Juan 1:3–5 se
nos dice que Cristo fue el agente de la creación (“a través de él todas las cosas fueron
hechas”, v. 3) y también que él ha provisto una nueva creación espiritual: “En él estaba la
vida, y la vida era la luz de la humanidad.” (v. 4). Luego, en 2 Corintios 5:17 (también Gá
6:15) Pablo declara: “si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado,
ha llegado ya lo nuevo!”. Este tema continúa aquí, donde Pablo declara que “somos hechura
de Dios”, un término usado en la Septuagint a para la creación del mundo por Dios (Sal 91:4;
142:5), así como en Romanos 1:20. El énfasis está en la perfección de la obra de Dios en la
creación de la humanidad y en la obra de Cristo en recrear y hacer volver a la humanidad a
su lugar como imagen de Dios.
“Hechura” es un pasivo divino, lo que significa que Dios ha logrado esta recreación “en
Cristo Jesús”. Nos hemos convertido en la nueva creación de Dios a través de nuestra
salvación y la unión con Cristo. Cristo es tanto el agente (a través de él) como la base (en él)
de nuestra nueva vida como parte de la familia de Dios. Esta nueva vida ha comenzado y
está en proceso de desarrollo a medida que crecemos espiritualmente en él. Será
consumado al regreso de Cristo y al comienzo de la eternidad. La vida de resurrección no es
un evento futuro, sino que ya está teniendo lugar como parte de esta nueva creación (Ro
6:1–3; Col 3:1–2). Como dijo Pablo en 2:6, “Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las
regiones celestiales”. Como más tarde en 4:24, la “nueva naturaleza” que recibimos en la
conversión es “creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”. La imagen de
Dios en nosotros ha cerrado el círculo, y en Cristo volvemos a la meta de la creación original:
ser como él.
Si bien las obras no pueden producir la salvación (“no por las obras”, 2:9), son el
verdadero subproducto de la salvación. Somos salvados completamente por la gracia de
Dios a través de la muerte sacrificial de Cristo. Sin embargo, la ausencia de obras resultantes
de nuestra conversión constituirá una prueba de que la conversión nunca ha tenido lugar.
De hecho, el lenguaje aquí muestra un propósito: Dios nos recrea a imagen de Cristo para
que podamos realizar buenas obras. Este es un énfasis frecuente en los escritos de Pablo.
Estas buenas obras, junto con vivir un estilo de vida piadoso y el fruto del Espíritu en Gálatas
5:22–23, abarcan los actos de servicio a Dios y a los demás.
Esta actividad centrada en Dios la dispuso “de antemano a fin de que las pongamos en
práctica”. El griego dice literalmente que Dios preparó un camino “para que podamos
caminar en él”. Lo que se ha llamado “el camino cristiano”, el camino de las buenas obras
se preparó para nosotros incluso antes de que se realizara la creación. Este era el camino
que se suponía que Adán y Eva debían caminar en el jardín, pero ese camino se estropeó
cuando comieron del fruto prohibido. Cristo ahora lo ha despejado, y una vez más podemos
viajar por el camino de Dios. Dios nos eligió “antes de la creación del mundo” (Ef 1:4), y en
la misma eternidad pasada marcó el camino que quería que siguiéramos con nuestras vidas.
En Efesios 2:1–3, Pablo señaló que, mientras que en el pasado habíamos caminado
“conforme a los poderes de este mundo” y andado por el camino de la oscuridad, ahora la
luz de Cristo nos ha permitido encontrar el camino de la vida centrada en Dios, la forma en
que Dios originalmente se propuso para nosotros. Este pasaje es un resumen maravilloso
de la doctrina bíblica del pecado y la salvación. Debido a que hemos heredado una
naturaleza de pecado y hemos elegido voluntariamente vivir en pecado, nunca podremos
salvarnos a nosotros mismos. Fue el amor de Dios lo que lo impulsó a crearnos en primer
lugar. Ese amor lo llevó a su misericordia y gracia, y dio como resultado enviar a su Hijo a
morir por nosotros para que pudiéramos encontrar la salvación a través de nuestra
respuesta de fe a su generoso regalo. El resultado es nuestra unión con Cristo en su muerte,
resurrección y exaltación. Somos vivificados en él y resucitados de entre los muertos y
sentados con Dios en él. Por lo tanto, ahora tenemos poder sobre las fuerzas demoníacas y
estamos capacitados para vivir una vida de victoria y de buenas obras en él.

EL NUEVO PUEBLO UNIDO DE DIOS: JUDÍOS Y GENTILES


(2:11–22)

Pablo ha estado moviéndose sobre este punto a lo largo de la carta, hablando de “usted”,
los creyentes de Éfeso (en su mayoría gentiles) y luego presentando “nosotros” en varios
puntos (Pablo y sus compañeros de trabajo judíos y gentiles). Parte de la nueva creación
que Cristo ha efectuado es la unidad de todos, judíos y gentiles, en el pecado y la salvación.
Se ha creado una “nueva humanidad” (2:15), y este concepto implica una nueva unidad de
judíos y gentiles en Cristo. Esta es una nueva era y se conoce como la historia de la salvación,
que describe la presencia de Dios en este mundo y sus eventos. Parece que la historia es
aleatoria y cambia constantemente, pero Dios está realmente en control. La historia de la
salvación narra el cambio de Dios de la centralidad de la ley en el antiguo pacto a la realidad
del nuevo pacto en Cristo. La salvación de Dios y el reino final de Dios han entrado en este
mundo a través de Jesucristo, y una nueva realidad ha tomado el control. Este cambio
implica la reconciliación de todos los pueblos del mundo y da como resultado una nueva
paz y unidad entre los antiguos enemigos. En esto se ha forjado una nueva comunidad: la
iglesia, un nuevo Israel, un nuevo pueblo de Dios que ya no se basa en el origen étnico, sino
que se basa únicamente en la relación con Cristo. Las viejas barreras y la hostilidad entre
los grupos han sido erradicadas en la cruz, y tanto la paz como la unidad son el resultado de
esta obra.

Pablo discute el pasado y presente estado de los gentiles (2:11–


13)
Esta sección introductoria presenta el triste estado de los gentiles paganos y se prepara
para el maravilloso acto de Dios cuando vence su depravación a través de su Hijo. En el
pasado se caracterizaron por la desobediencia y la condena, pero en la actualidad se han
acercado por el acto de Dios de la reconciliación a través de la sangre de Cristo solo por
gracia. Esto es paralelo a Efesios 2:1–3 (pecado pasado) y 2:4–9 (gracia presente). Aquí la
situación judío-gentil se destaca, pero no son las tensiones sociales las más importantes.
Más bien, el énfasis está en la inclusión de los gentiles en el plan de salvación de Dios.

El Estado anterior: incircunciso y excluido (2:11–12)


Sobre la base de las verdades establecidas en 2:1–10 (“por lo tanto”), Pablo quiere que sus
lectores recuerden nuevamente su estado anterior. Recordar aquí significa más que solo
traer algo a la mente; implica una cuidadosa reflexión y actuar sobre esos los recuerdos. En
Efesios 2:1–3, Pablo les pidió a los efesios que recordaran su estado de pecadores que
estaban alejados de Dios; aquí quiere que recuerden su difícil situación como gentiles,
alejados no solo de Dios sino también del pueblo del pacto de Dios. El enfoque ha cambiado,
pero la progresión es la misma, desde el alejamiento hasta la reconciliación y la aceptación.
“Recordar” también alude a Deuteronomio, donde se insta a Israel a recordar cómo Dios
los rescató de la esclavitud en Egipto (Dt 5:15) y los redimió como su pueblo codiciado
(8:18). Ahora, estos creyentes en Éfeso deben recordar que Dios los ha incluido en su pueblo
del pacto. Al recordar su vacío pasado, se dan cuenta nuevamente de sus bendiciones
presentes en Cristo.
Los lectores de Pablo fueron alguna vez gentiles “en la carne”. Esto alude al hecho de
que eran forasteros del pueblo del pacto, sin ninguna relación con el Dios de los judíos. Esto
llevó, por supuesto, a que los judíos los llamaran “los incircuncisos”. Para los griegos y los
romanos, la circuncisión era una práctica repugnante y bárbara, y muchos gentiles que de
otra manera seguían las creencias judías se negaron a ser circuncidados y, por lo tanto,
permanecieron como “temerosos de Dios” (Hch 10:2; 13:16) en lugar de convertirse por
completo. Para el pueblo judío, esta distinción constituía una gran diferencia entre los dos
pueblos, ya que la circuncisión era el rito del pacto que los separaba como el pueblo elegido
de Dios.
Pablo a menudo se refería a la circuncisión cuando discutía la distinción entre judíos y
gentiles (Ro 4:9–12; Col 2:11, 13). En su vida anterior como judío había sido un ferviente
defensor de la “circuncisión en el octavo día” (Fil 3:5). Pero ahora esto no era importante,
porque Cristo había cumplido la ley (Mt 5:17–20) y era su culminación (Ro 10:4). Es cierto
que Pablo estaba dispuesto a circuncidar a Timoteo, pero solo porque Timoteo así podía
ministrar a los judíos (Hch 16:3). Cuando un grupo de judaizantes exigió que los conversos
gentiles se sometieran a la circuncisión cuando se convirtieron en cristianos, es decir,
vinculaban la circuncisión con la salvación, Pablo vio esta postura como anatema o herejía
(Gá 5:2–6; 6:12–13). Pablo enfatiza esto aquí al agregar que la circuncisión se “hace en el
cuerpo por mano humana”. En otras palabras, ahora es simplemente un rito físico humano.
En Cristo, los judíos y los gentiles son igualmente parte del cuerpo, la iglesia.
Además de recordar su condición pasada, Pablo quiere que los cristianos de Éfeso
recuerden su antigua separación de Cristo y del pueblo del pacto (2:12). Hay cinco aspectos
sobre esto:
1. Estaban “separados de Cristo”, lo que significa que no sabían nada de Jesús (o del
Mesías judío en general) y estaban completamente separados de él. Algunos pueden
haber sido temerosos de Dios (véase arriba) o incluso se habían convertido al
judaísmo, pero la mayoría no habría sabido nada del judaísmo o el cristianismo. No
solo fueron separados del Mesías; a diferencia de los judíos, fueron eliminados de
cualquier comprensión de un mesías, un libertador real que los redimiría. Para estos
gentiles llegar a conocer a Jesús como el Mesías fue una doble bendición.
2. También fueron “excluidos de la ciudadanía de Israel”. Esto habla de la separación
de otro grupo de personas. Siempre hubo enemistad entre Israel y las naciones que
lo rodeaban, pero aquí es más que un alejamiento social; también hay una
dimensión religiosa. La ciudadanía era muy importante, indicando no solo
pertenencia y membresía en una comunidad sino también protección y privilegios.
Los efesios fueron separados del pacto, al no tener acceso a las bendiciones de ser
el pueblo elegido. Aquellos que son grupos minoritarios en una cultura que los
menosprecia, como los afroamericanos en los Estados Unidos, pueden entender
este sentimiento de distanciamiento religioso y social.
3. Eran “ajenos a los pactos de la promesa”. Pablo está acumulando el lenguaje de la
separación. Note el contraste entre Yahvé y los dioses paganos. Los dioses romanos
no se preocupaban por su gente; no había sentido de pacto de amor. Solo Yahvé
había establecido esa relación profunda, un sentido de familia en el cual su pueblo
era el receptor de la generosidad divina. El término “pacto” implica un tratado
solemne divino-humano que involucra tanto promesas como obligaciones, y los tres
pactos principales en el Antiguo Testamento fueron el abrahámico (Gn 12:1–4), el
mosaico (Éx 24:1–8) y el davídico (2 Sa 7:12–17). Los gentiles se habían perdido de
todo esto. Eran extranjeros no solo para Israel sino para Dios mismo. Es cierto que
el pacto abrahámico había tenido la intención de que los judíos bendijeran a “todas
las naciones de la tierra” (Gn 12:3; 18:18; 22:18; 26:4), pero eso no se llevó a cabo
hasta que la misión gentil fue impulsada por Cristo (Mt 28:18; Hechos 3:25). Hasta
Cristo, a estas personas (con algunas excepciones como Rut) no se les dio ninguna
participación en estas promesas.
4. Eran “sin esperanza”, lo que significa que sin Dios no tenían futuro ni parte en las
promesas eternas. La “esperanza” grecorromana de una vida futura consistió en
cruzar el río Estigia, pagarle al barquero Carón con la moneda que se “esperaba” que
los familiares o amigos pusieran en la boca de la persona muerta cuando muriera, y
caminar por los campos Elíseos por la eternidad. Pero prácticamente no había
certeza de que esto pasara. Por el contrario, 1 Pedro 1:3 habla de una “esperanza
viva”, una expectativa dinámica de que el futuro está garantizado en Cristo. Para los
paganos, el futuro era incierto, pero para los cristianos, Cristo realmente va a
regresar, y heredaremos tanto un cuerpo glorificado eterno como una vida eterna.
5. Lo peor de todo, estaban “sin Dios en el mundo”. Aquí Pablo usa la palabra griega
atheoi (“sin Dios”), de la cual se deriva la palabra “ateo”. De hecho, tenían
innumerables dioses, pero eran ateos en el sentido de que estas deidades no eran
seres reales. En las religiones antiguas, los dioses representaban las fuerzas
naturales o los factores del comportamiento humano, pero según la Biblia solo hay
un Dios que ha creado el mundo. Esto significa que su religión simplemente
individualizó diferentes aspectos de la creación de Dios. Desde ese punto de vista,
eran “impíos”, adoraban a seres imaginarios y estaban “sin [el único y verdadero]
Dios en el mundo”.
Esto es cierto para todos los no creyentes, incluso hoy. Es muy importante en el
evangelismo ayudar a las personas a comprender la verdadera realidad de la vida sin Cristo.
Todos los que están fuera de Cristo están completamente desprovistos de una esperanza y
no tienen a un Dios verdadero que los ayude en su vida o les dé sentido para el futuro. Todo
secularista se aferra a una falsa esperanza, como tal vez a la persona adecuada que será
elegida presidente o que la economía se recuperará. Tal esperanza es falsa porque su
cumplimiento nunca puede ser más que posible; nunca hay ninguna garantía de que
realmente sucederá. No sabemos, por ejemplo, si habrá un país para nuestros nietos (y
muchos dirían que las cosas en este momento se ven sombrías).

El estado actual: acercados mediante la sangre de Jesús (2:13)


Cristo Jesús vino no solo por los judíos sino por toda la humanidad. El alejamiento de los
gentiles de Dios y su pueblo ha terminado con él. El lenguaje de Pablo de “ustedes que antes
estaban lejos, Dios los ha acercado” alude a Isaías 57:19 (“¡Paz a los que están lejos, y paz a
los que están cerca!”). En Isaías, el “ustedes que antes estaban lejos” se refería al menos en
un sentido a los exiliados que regresaban a su tierra natal y se unían a los que habían
permanecido en una tierra que finalmente había encontrado la paz. Al mismo tiempo, varios
estudiosos creen que Isaías está describiendo el resultado del pecado nacional que ha
alejado a la nación de Dios. Es probable que ambas interpretaciones sean correctas, y esta
explicación doble encajaría en el contexto de Efesios. En la época de la iglesia primitiva, este
lenguaje se usaba para los gentiles que se habían convertido al judaísmo. Pablo está dando
otro paso, usándolo para todos los gentiles que vendrían a Cristo y abrazarían el regalo
gratuito de la salvación.
Esto ocurre no siguiendo la Torá sino “mediante la sangre de Cristo”. Todos los pueblos
encuentran unión con Dios y entre sí cuando descubren la paz que se les ofrece a través del
sacrificio expiatorio de Cristo. Su alejamiento de Dios y de los demás ha terminado, y la paz,
tanto a nivel religioso como social, es finalmente suya. Los conversos al judaísmo tuvieron
que cumplir una serie de condiciones, mientras que los temerosos de Dios, un paso por
debajo de los conversos, creían completamente en el judaísmo, pero no podían ser
convertidos hasta que hubieran sido circuncidados. En realidad, la única condición para
convertirse en cristiano convertido es la fe en la sangre de Cristo, y la conversión está
abierta a todos los gentiles que por la fe se vuelven miembros plenos del cuerpo de Cristo,
la iglesia.

Pablo discute la nueva paz y la unidad lograda en Cristo (2:14–18)


Lograda por el derribo del muro de la enemistad (2:14–15a)
Pablo les dijo a los efesios en el versículo 13 que Cristo los ha acercado. Ahora les cuenta
cómo gracias a Cristo y su muerte, ha logrado para ellos esta increíble obra. La influencia de
Isaías 57:19 en el último versículo continúa aquí, ya que la “paz” de Isaías (hebreo, shalōm)
ahora se alcanza en Cristo. La paz es el tema central en este párrafo, esta palabra ocurre
cuatro veces en 2:14, 15, 17. La paz bíblica es más que un sentido personal de tranquilidad
y bienestar. Lleva la idea de armonía, primero con Dios y luego con los que nos rodean.
Incluye la idea de orden e integridad en áreas dispares de la vida y en grupos de personas
que se unen con un cese de conflictos y una sensación de seguridad. Podemos ver las
promesas mesiánicas de Isaías que se unen aquí, como, por ejemplo, en pasajes como Isaías
9:6, donde el niño que viene se llama “Príncipe de paz” y 52:7, declarando la belleza de “los
pies del que trae buenas nuevas; del que proclama la paz”. En Cristo, esta promesa
mesiánica de paz se ha cumplido. Tenga en cuenta que Pablo no dice “Cristo nos trae paz”,
sino que él es “nuestra paz”. Esto está relacionado con el tema “en Cristo” visto en toda la
carta hasta ahora. La sangre de Cristo no solo nos ha salvado; nos ha unido con él. No solo
nos ha traído paz; él se ha convertido en paz en nosotros. La paz de Cristo es una realidad
interna en nuestras vidas. La paz que es Cristo es ahora un aspecto crítico de quienes somos.
Pablo nos dice tres maneras en que Cristo se convirtió en nuestra paz y produjo paz en
nosotros:
1. Él “de los dos pueblos ha hecho uno solo”; es decir, ha superado la hostilidad entre
judíos y gentiles. Una de las características más importantes de la paz es la unidad
forjada entre antiguos enemigos. Cristo no simplemente los hizo vecinos o amigos,
sino que los recreó como una nueva entidad, la iglesia, como veremos en el versículo
15b. Esto no es “paz mundial”, la ausencia de conflicto que muchos anhelan. Esta
paz viene solo en Cristo y tiene lugar porque ambos grupos se han convertido en
hijos de Dios y hermanos unos de otros.
2. Al forjar esta nueva paz y unidad, derribó “mediante su sacrificio el muro de
enemistad que nos separaba”. Esto puede representar la barrera entre judíos y
gentiles como el muro de una ciudad o edificio que funciona como una separación
entre los de adentro y los de afuera. Cristo en la cruz asedió esta muralla y la derribó.
La barrera, desde este punto de vista, es la enemistad que existe entre los dos
grupos.
También es posible ver esto más específicamente como el muro interior o
los barandales del templo, un muro de cuatro pies y medio de espesor entre el
patio de los gentiles y el patio interior, que contenía el patio de Israel y el
santuario. Desde este punto de vista, la barrera es lo que mantuvo a los gentiles
separados de los judíos, refiriéndose al templo mismo o a la ley. El pueblo judío
incluso ilustraba su tradición oral de las leyes como “construir una cerca
alrededor de la ley”. En otras palabras, su tradición legal protegía a los judíos y
mantenía a los gentiles paganos fuera del pueblo del pacto. Esta segunda opción
tiene el mejor sentido de las imágenes y conduce naturalmente al siguiente
punto.
3. Al hacer y llegar a ser nuestra paz, Cristo ha abolido o puesto a un lado literalmente
“en su carne” la ley con sus mandamientos y requisitos. El verbo “anular” (katargeō)
se puede traducir como “hacer ineficaz” o “poner fin”. Cristo, al convertirse en
nuestro sacrificio (“en su carne” = “por su muerte “), ha anulado la necesidad de la
ley y, por lo tanto, ha derrumbado la enemistad que se había creado entre judíos y
gentiles. Al estar bien con Dios, ambos grupos también están bien entre sí. Los
“mandamientos y requisitos” son los mandatos específicos de la ley. Cuando la ley
se deja a un lado, la hostilidad que produce también desaparece.
Como Cristo señaló en Mateo 5:17–20, no ha abolido la ley, sino que la ha cumplido. La
ha llevado a su fin. Así, Pablo puede decir en Romanos 10:4: “Cristo es la culminación de la
ley”. Esto significa que la ley todavía está intacta en Cristo, pero que los mandamientos
específicos ya no están vigentes. Algunos han tratado de limitar esto a los aspectos
ceremoniales más que a los morales de la ley, pero ni Jesús ni Pablo hacen esta distinción.
En Mateo 5:21–48 se dice específicamente que Cristo cumple los mandamientos morales.
Los aspectos morales de la ley continúan no porque haya una distinción entre ceremonial y
moral, sino porque son enseñados por Cristo.
Hace varios años participé en un grupo de estudio de Promise Keepers dedicado a
escribir un documento de mi posición sobre la reconciliación racial y denominacional. El
estudio fue realizado por tres miembros de cada uno de los grupos afroamericanos, nativos
americanos, asiáticos, hispanos y caucásicos. Mientras discutíamos la reconciliación racial,
el Señor nos llevó a este pasaje. Nos entusiasmó el mensaje aquí, que muestra que las
divisiones raciales se anulan en Cristo. La unidad es la meta de Dios para su pueblo, y
debemos resolver nuestras diferencias y encontrar la unidad en él.

Una nueva humanidad unida, reconciliada por Cristo (2:15b–16)


Hay dos partes en esta sección: la nueva creación en el versículo 15b y la reconciliación de
este nuevo pueblo unido a Dios en el versículo 16. La paz sigue siendo el tema principal,
pero ahora está vinculada con la nueva creación en Cristo. Un elemento crítico en esto es
la creación de “una nueva humanidad” de entre los dos pueblos. Esto no se refiere solo a
una nueva comunidad colectiva. Más bien, es una nueva humanidad que ya no está dividida
en varios grupos socio-religiosos, sino que se ha forjado en una nueva humanidad unida en
Cristo. Las divisiones raciales y étnicas se han ido, reemplazadas por “una nueva
humanidad” (hena kainon anthrōpan) y así forjadas por Cristo en “un cuerpo” (heni sōmati).
En Efesios 4:22, 24, la distinción entre el “viejo hombre”/“nuevo hombre” [no en la NVI] se
relaciona con el creyente individual (también Ro 6:6; Col 3:9–10), visto colectivamente
como parte de la nueva creación, pero aquí el “nuevo hombre” enfatiza la entidad colectiva
en sí misma: una “nueva humanidad”. Cristo en Romanos 5:12–21 es el nuevo Adán, y en
Cristo los creyentes también constituyen un nuevo Adán, una nueva humanidad en el que
las barreras sociales y religiosas que separaban a las personas religiosos han sido abolidas
por la cruz, por lo que se puede encontrar la verdadera paz y unidad.
Esta nueva entidad colectiva o sociedad es creada por Cristo y existe solo en Cristo. Es
una creación completamente nueva (véase 2:10), porque esta unidad no había existido
desde que Adán y Eva habían traído el pecado a este mundo. Por supuesto, el pecado
todavía interrumpe y complica la experiencia de la unidad en la forma pura que Dios quiere,
pero la hostilidad se ha evaporado cada vez que Cristo y el Espíritu que aviva (2 Co 3:6)
reciben el control. “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación” (2 Co 5:17), por tanto,
las antiguas distinciones han sido anuladas.
A través de la creación de una nueva humanidad unificada, Cristo “hace la paz”. Se
podría decir que esto constituye una inversión de Babel (Gn 11), donde Dios confundió los
idiomas y forzó la división en la humanidad debido a su arrogancia. Ahora ha eliminado esas
divisiones y ha vuelto a crear un pueblo unido.
La segunda parte de esta sección (Ef 2:16) fluye de la primera. Esta nueva creación de
una humanidad unida ha tenido lugar porque ambos grupos se han reconciliado
primeramente con Dios. No podían convertirse en un pueblo hasta que hubieran sido
traídos a la familia de Dios. Como el judío y gentil se han hecho uno con Cristo, también se
pueden hacer uno con el otro. Dios en Cristo ha derribado el muro divisorio, los efectos de
la ley, permitiendo que tenga lugar la nueva creación. En él estamos destinados a resolver
y eliminar las tensiones entre “rojo y amarillo, blanco y negro” (una vieja canción sobre el
evangelio en inglés).
La base de todo esto es que nos hemos reconciliado con Dios “mediante la cruz”. La
reconciliación es el lado social del proceso de la salvación, describe cómo dos partes
separadas pueden unirse y lograr la paz entre ellas. Pablo normalmente enfatiza que el acto
de Dios en Cristo ha hecho esto posible. La fuerza que origina esto es Dios, quien nos trajo
a sí mismo al enviar a su Hijo a morir en la cruz en nuestro lugar, redimiéndonos para que
nuestros pecados puedan ser perdonados. La principal barrera para la reconciliación no es
social sino religiosa, ya que el pecado ha alejado a los judíos y a los gentiles de Dios.
Mientras que 2:1–3 se describe el pecado de los gentiles, el pueblo judío estaba igualmente
separado de Dios: habían rechazado a su Mesías, y sus pecados eran, en todo caso, más
atroces (véase Ro 2:1–3:8). La muerte de Cristo como sacrificio expiatorio hizo que la
reconciliación fuera igualmente posible para ambos grupos.
Aquí Pablo extiende esta imagen a la reconciliación de todos los grupos entre sí. Desde
que han sido reconciliados con Dios, los judíos y los gentiles son reconciliados entre sí “en
un cuerpo”, otra forma de decir que Cristo ha creado “en sí mismo…una nueva humanidad”
(2:15b). La unidad entre estos grupos enemigos se ha logrado solo en Cristo y por Cristo,
quien “dio muerte a la enemistad” que existía entre ellos. Al ser sacrificado, Cristo ha
anulado las diferencias entre nosotros. Su muerte ha eliminado el terrible producto del
pecado: el odio humano. Todas las barreras, tanto religiosas como sociales, han sido
derribadas, y la paz finalmente puede llegar, primero entre nosotros con Dios y luego entre
nosotros. Esto difícilmente significa que todos los cristianos son inmunes a la hostilidad
racial. Todos hemos visto esto en la iglesia, así como en la sociedad. Sin embargo, sí significa
que Dios tiene la intención especial de que seamos modelos de armonía racial y étnica, y
que Cristo y el Espíritu están trabajando en el pueblo de Dios para lograr eso.

La paz es proclamada tanto a judíos como a gentiles (2:17)


En el versículo 14, Pablo les dijo a los efesios que Cristo “es nuestra paz” (haciendo eco de
Isaías 9:6), y ahora Cristo “proclamó paz” (Isaías 52:7). También en el fondo está Isaías
57:19, es una parte de la sección que representa a Dios consolando al remanente justo y
declarando: “¡Paz a los que están lejos, y paz a los que están cerca! Yo los sanaré”. El verbo
“proclamar” (euangelizō) connota la predicación del evangelio, por lo que algunos traducen
esto como “predicó el evangelio de paz”. Es difícil saber si “él vino” se refiere a la
encarnación de Cristo, su ministerio terrenal, o los efectos de la cruz y la resurrección.
Quizás la mejor opción es entender esto como el Cristo exaltado que proclama la paz a
través de la iglesia mientras sus seguidores son guiados por el Espíritu. La predicación se
hace en Cristo por el Espíritu. Esto también significa que Pablo pretende que la armonía
racial sea una parte importante del mensaje del evangelio; ¡no es periférico sino esencial
para el evangelio!
El lenguaje de “cerca y lejos” nos recuerda 2:13: “ustedes que antes estaban lejos, Dios
los ha acercado”. Allí se habló del pecado que nos mantuvo lejos de Dios. Aquí los términos
se usan en un sentido de pacto de judíos (cerca del pacto) y gentiles (lejos del pacto). En
Isaías, esto sería parte de la restauración de las naciones a Sión (Is 49:6; 60:11; 61:6; 62:10).
Tanto los judíos como los gentiles encontrarán la paz con Dios y, por lo tanto, podrán tener
paz entre ellos.

Conclusión: Ambos tienen acceso a Dios por el Espíritu (2:18)


Esta proclamación de paz se lleva a cabo debido a (“por medio de”) la obra de Cristo y el
Espíritu. Como he estado diciendo, la unidad de los antiguos enemigos es posible solo
porque ambos se han convertido en parte de la familia de Dios el Padre. Como tienen el
mismo Padre y ahora son hermanos, pueden hacerse uno con el otro. Esto se puede lograr
solo “por medio de él”, es decir, a través del sacrificio de sangre de la cruz, que ha pagado
por los pecados de ambos grupos y ha permitido el “acceso al Padre” debido a su perdón.
Como se indica en 2:1–3, los pecados de judíos y gentiles crearon una barrera insuperable
entre ellos y Dios, pero la sangre derramada de Cristo ha eliminado esa barrera, trayendo
reconciliación (v. 16) y haciendo posible el acceso a Dios.
Además, como una “nueva humanidad” y “un solo cuerpo”, las personas ya no entran
en la presencia de Dios como judíos o gentiles. Se acercan a Dios como uno, como parte del
nuevo pueblo de Dios. Como ciudadanos del cielo, se sientan con Dios en Cristo en los reinos
celestiales (vv. 6–7) y acuden a su presencia a través de la oración cuando lo desean. En el
Antiguo Testamento vinieron al templo para estar en la presencia de Dios, pero los gentiles
tuvieron que quedarse afuera mientras los judíos podían acercarse a Dios en el patio de
Israel (pero no más cerca). Los sacerdotes, generalmente una vez en sus vidas, tenían el
privilegio de servir en el lugar santo, pero solo el sumo sacerdote una vez al año podía
presentarse ante la presencia de Dios en el lugar santísimo, y eso solo porque representaba
a la nación. Pero ahora, en Cristo, tanto judíos como gentiles pueden disfrutar de la
presencia de Dios y experimentar la gloria Shekinah (del hebreo shakan, “habitar”,
refiriéndose a la gloria de Dios que habita con ellos) en todo momento tanto en el día como
en la noche.
Este acceso al Padre no solo viene solo a través de Cristo sino también “por un mismo
Espíritu”, como en 1 Corintios 12:13: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para
constituir un solo cuerpo”. Hay un énfasis trinitario aquí: Cristo proporciona acceso al Padre
a través del Espíritu. Hay dos ideas: primero, el Espíritu es tanto el lugar (en, en el sentido
de “en” el Espíritu) como el medio (en, como “por” el Espíritu) que hacen posible este
acceso. Es en el Espíritu que mora la presencia de Dios, y al mismo tiempo el Espíritu es el
medio por el cual entramos en esa presencia. En segundo lugar, el “un mismo Espíritu” es
la fuerza de unión en la iglesia; es a través de él que se logra la unidad (véase también Ef
4:3–4).

Pablo discute la nueva ciudadanía y la edificación que tenemos en


Cristo (2:19–22)
Los gentiles: ya no son extranjeros sino ciudadanos (2:19)
Pablo ahora cambia su metáfora de la familia a la ciudadanía, haciendo eco del versículo 12,
que habla de los gentiles como “excluidos de la ciudadanía de Israel”. Su apertura “por lo
tanto” o “entonces” significa que aquí está desarrollando las implicaciones de lo que ha
dicho en los versículos 14–18. Recapitula lo que ha declarado en los versículos 11–13 de los
gentiles, que anteriormente eran “extranjeros y extraños” (véase Heb 11:13; 1 Pe 2:11),
haciendo eco del lenguaje del Antiguo Testamento sobre aquellos gentiles que viven entre
los judíos. (Éx 12:45; Lv 22:10). Esa separación del pueblo del pacto ha terminado en Cristo,
por lo que los gentiles ya no están separados de Dios o de su pueblo.
Los gentiles creyentes ahora son “sino conciudadanos de los santos”. Filipenses 3:20
declara que “nuestra ciudadanía está en el cielo”, y dado que los gentiles y los judíos son
ciudadanos del cielo, son ciudadanos unos de otros. Tenga en cuenta que Pablo no dice
“con los judíos” sino “con los santos”, subrayando que en el nuevo Israel (la iglesia) ya no
hay judíos o gentiles (identidad étnica o nacional) sino “una nueva humanidad” (Ef 2:15).
Para nosotros esto significa que ya no somos ciudadanos de nuestro país, ya que nuestro
verdadero hogar no es Chicago o Londres, sino “la Jerusalén celestial” (Gá 4:26). Por lo
tanto, ya no estamos alejados el uno del otro, sino que somos “extranjeros y peregrinos”
para la gente de este mundo (1 Pe 2:11). No pertenecemos a ninguna nación sino al pueblo
de Dios.
Tenemos un nuevo hogar y una nueva ciudadanía, pero también tenemos una nueva
familia: somos “miembros de la familia de Dios”. Ya no somos parte de este mundo, sino
que somos parte de la familia eterna de la divina Trinidad. Somos hijos del Padre celestial
(Ef 3:14–15) y coherederos con Cristo (Ro 8:17). El tema de la iglesia como la casa de Dios
se desarrolla más en 1–2 Timoteo (1 Ti 3:15; 2 Ti 2:20, 21). Las imágenes de la iglesia que
consisten en padres, hombres jóvenes y niños se desarrollan en 1 Juan 2:12–14.

El nuevo edificio de Dios: un templo (2:20–22)


Los apóstoles el fundamento y Cristo la piedra angular (2:20)
Las metáforas mixtas son la marca registrada de Pablo. La nueva ciudadanía y hogar en el
versículo 19 aquí se muestra como un edificio. Esto tiene sentido, ya que el edificio será
visto como el templo de Dios, a menudo representado en el Antiguo Testamento como la
casa de Dios. 1 Pedro 2:5 representa a los creyentes como piedras vivas construidas sobre
la piedra viviente (Cristo) para convertirse en el templo de Dios. Esa es la imagen aquí. Al
poner esto junto con el versículo 14, Cristo derribó el muro divisorio para erigir su nuevo
edificio, que constituye el templo final, la iglesia.
La base de este nuevo edificio/templo son los apóstoles y profetas. En 1 Corintios 3:10–
15 el fundamento es Cristo mismo, con Pablo y los otros líderes como el equipo de
construcción que ha edificado sobre ese fundamento. Aquí los líderes de la iglesia son el
fundamento, y Pablo los une como los fundamentos de la iglesia de Dios.
El término “apóstoles” se refiere a los Doce y a otros (como Pablo, Bernabé y Apolos) a
quienes Dios llamó y dotó para dirigir la iglesia primitiva. Su enseñanza ancló los puntos de
vista de la iglesia (Hch 2:42), y el suyo fue el regalo fundamental para todos los otros dones
espirituales (1 Co 12:28). Algunos aquí entienden por “profetas” a los profetas del Antiguo
Testamento, pero si ese fuera el caso, hubiéramos esperado que el orden fuera “profetas y
apóstoles”. Los profetas del Nuevo Testamento aparecerán en Efesios 4:11 como un cargo
válido. en la iglesia. Los profetas se enumeran en segundo lugar, tanto allí como en 1
Corintios 12:28, y fueron figuras centrales en la construcción de la iglesia (1 Co 14:4–5).
Como los profetas del Antiguo Testamento, su función principal era la edificación, el
profetizar eventos futuros era secundario. Lo único que los apóstoles y profetas en la iglesia
primitiva tenían en común era la enseñanza, y Pablo probablemente está diciendo que las
verdades del reino de Cristo y las verdades de la iglesia edificaron los cimientos del nuevo
edificio de Dios.
La “piedra angular” de este nuevo edificio es Cristo Jesús, lo que significa que todo el
edificio descansa sobre él. Existe cierto debate sobre si la imagen es de la primera piedra en
la esquina del edificio o la piedra angular en la parte superior del arco. Si es lo último, el
énfasis está en la prominencia y el esplendor de Cristo en la parte más destacada del
edificio. Si es la primero, las imágenes se centran en su fuerza e importancia, con las piedras
de la estructura descansando sobre él. Si bien la idea de una piedra principal tendría
sentido, la evidencia de esta imagen es ligeramente posterior al período del Nuevo
Testamento, y las imágenes en el Nuevo Testamento favorecen a la opción de piedra
angular.
En el Nuevo Testamento se citan tres relevantes pasajes sobre la piedra del Antiguo
Testamento: Salmo 118:22 (“La piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser la
piedra angular”); Isaías 8:14 (“Pero será una piedra de tropiezo para las dos casas de Israel;
¡una roca que los hará caer!”); e Isaías 28:16 (“¡Yo pongo en Sión una piedra probada!,
piedra angular y preciosa para un cimiento firme; el que confíe no andará desorientado”).
Los pasajes de Isaías definitivamente favorecen la opción de piedra angular, y el tercer
pasaje es el que está detrás de las imágenes aquí. La piedra angular se eligió no solo por su
tamaño y resistencia, sino también por su belleza, y a menudo se le colocaron inscripciones
para identificar la estructura y su propósito. Esto encaja con el mensaje de Pablo. Mientras
que los apóstoles son el fundamento, Cristo es la piedra sobre la cual descansan los demás
y la base para el propósito del edificio. De hecho, él es la piedra angular sobre la que
descansan los apóstoles (véase 1 Co 3:10–15; 1 Pe 2:4–6).
Las imágenes y el mensaje son sorprendentes. Estamos representados como piedras
que se han convertido en la fachada del templo de Dios, que es la iglesia. Se han descubierto
algunas piedras macizas del templo de Herodes, una de ellas de 55 pies por 14 pies por 11
pies de tamaño. Estas eran conocidas por su magnificencia, como lo señalaron los discípulos
en Marcos 13:1: “¡Mira, Maestro! ¡Qué piedras! ¡Qué edificios!” Eso es lo que somos. Como
“piedras vivas” construidas sobre la Piedra Viva, estamos unidos con Cristo como “escogidos
y preciosos” (1 Pe 2:4–7a).

El edificio erigido como el templo de Dios (2:21–22)


Estos versículos reúnen toda la unidad de los versículos 11–22 y culminan el mensaje. A
medida que se está edificando “todo el edificio” (enfatizando a la iglesia como una unidad
orgánica), “bien armado se va levantando”, su esencia y propósito se revelan gradualmente,
y se hace evidente que está creciendo para ser “un templo santo en el Señor”. “El templo
de Herodes nunca fue realmente terminado (Juan 2:20,” Han tomado cuarenta y seis años
[hasta ahora] construir este templo “), y todavía estaba siendo completado cuando fue
destruido por los romanos. La iglesia como templo de Dios también no está acabada y
continúa desarrollándose a lo largo de los siglos a medida que se le agregan más y más
“piedras”.
Esto también es cierto a nivel local, ya que cada iglesia continúa evolucionando y
creciendo a través del ministerio y las conversiones. Cada piedra es una persona, y cada
ministerio es un cuarto mientras continúa el proyecto de construcción de Dios. La unión de
la iglesia involucra más que piedra con piedra, aunque ese es un aspecto de la imagen a la
luz del énfasis anterior sobre la unidad de judíos y gentiles (véase también 4:15–16). Pero
esto también indica la unión de la iglesia junto con su piedra angular, Cristo. La unión que
debe tipificar a la iglesia es posible completamente por la unión de cada parte de la iglesia
con Cristo.
Juntos estos aspectos, la iglesia se convierte en “un templo santo en el Señor”. Pablo ve
a la iglesia como el templo de Dios porque Dios habita en ella a través de su Espíritu (1 Cor
3:16–17; 2 Co 6:16). En otra parte, Pedro dice que nosotros, como piedras vivas, estamos
construidos para ser tanto la “casa espiritual” como el “sacerdocio santo” que la habita (1
Pe 2:5). El punto es que la Trinidad habita en nosotros, de modo que somos su templo. Esto
solo puede ser posible en Cristo, porque es nuestra unión con él lo que nos une para
construir su santo templo. La santidad es un tema clave en la carta, visto en el uso frecuente
del término “santo”, que también se puede traducir como “pueblo santo”. 11 Somos
apartados para pertenecerle y constituir el nuevo Israel, la iglesia que une a todas las razas
y grupos étnicos en un solo templo en el Señor. También estamos llamados a vivir vidas
santas, a vivir totalmente (juego de palabras) para él a medida que nos convertimos en su
templo en este mundo. En otras palabras, nosotros como iglesia somos personas sagradas
en este mundo.
Los puntos del versículo 21 se explican más adelante en el versículo 22. Estamos “bien
armados” en el versículo 21 y “edificados” en el versículo 22, ambas imágenes hablan del
Maestro Constructor juntando las piedras y construyendo su nuevo templo, la iglesia. En el
versículo 21, la iglesia es “un templo santo en el Señor”, y en el versículo 22 es “morada de
Dios por su Espíritu”. En el versículo 21, los medios son el Señor. Aquí está el Espíritu, como
en 1 Corintios 3:16: “ustedes mismos son el templo de Dios y … el Espíritu de Dios habita en
medio de ustedes”. El templo era santo porque la gloria Shekinah de Dios (del hebreo
shakan, para habitar) habitaba en el lugar santísimo. La iglesia es un templo porque el
Espíritu es la Shekinah de Dios que habita en ella.
Es difícil exagerar la importancia de esta sección en Efesios. Mientras Efesios 2:1–10
resume la doctrina del pecado y la salvación, aquí se resume la doctrina de la iglesia. El
pecado nos separó no solo de Dios sino de los demás, ya que las divisiones religiosas,
raciales y socioeconómicas nos dominaron y nos hicieron enemigos los unos de los otros.
En Cristo, todas estas barreras se han convertido en nulas y sin efecto, y es la voluntad de
Dios que entre su pueblo desaparezcan todas las divisiones entre los grupos de personas.
La iglesia es ante todo una nueva humanidad en la que todos nos apreciamos y nos
respetamos. En Cristo ya no hay diferencias de color, y las divisiones étnicas ya no existen.
Esto no significa que dejemos de ser africanos, asiáticos o caucásicos, sino que todos somos
completamente iguales, somos hermanos y hermanas. Nos apreciamos los unos a los otros,
y nuestras diferencias son diferencias familiares. Además, la iglesia constituye la edificación
de Dios, un nuevo templo centrado en el cielo que celebra la presencia de Dios con su
pueblo. Aquí no puede haber lugar para la separación dentro del nuevo pueblo de Dios
(nunca más “grupos”), sino solo unidad y compañerismo.

LA ADMINISTRACIÓN DE PABLO DEL MISTERIO DE DIOS


(3:1–13)
Al Capítulo 3 a menudo se le llama la “parusía paulina” (la palabra griega para “venir,
presencia”) porque Pablo está meditando sobre su ministerio en general (3:1–13) y su
ministerio particular a los efesios (vv. 14–19). Comienza la sección con lo que pretende ser
una oración por los efesios, pero la interrumpe y no regresa a su oración hasta el versículo
14. El material de intervención (vv. 2–13) constituye un largo paréntesis sobre el significado
del ministerio de Pablo de la gracia de Dios a los gentiles, concebido como una
“administración” o mayordomía del misterio de Dios: la inclusión de los gentiles en el
pueblo de Dios.
La organización de esta sección está determinada por la gramática. Una apertura y un
cierre (vv. 1, 13, respectivamente) se enmarcan dos oraciones largas (vv. 2–7, 8–12), y las
dos partes de este material son los versículos 1–7 y 8–13. Estas dos partes describen el qué
(el misterio que Dios reveló, vv. 1–7) y el cómo (proclamando e iluminando el misterio, vv.
8–12) del ministerio de Pablo. Hay una conexión cercana aquí con la carta hermana de
Efesios, Colosenses 1:23–28, con “Yo Pablo” (v. 1 = Col 1:23), la mayordomía (v. 2 = Col
1:25), el misterio y Cristo (v. 4 = Col 1:27), revelado al pueblo de Dios (v. 5 = Col 1:27), se
convirtió en un siervo (v. 7 = Col 1:23), se mantuvo oculto (v. 9 = Col 1:26), y el sufrimiento
de Pablo (v. 13 = Col 1:24).

Dios revela el misterio (3:1–7)


La introducción de una oración de intercesión (3:1)
Pablo comienza esta sección con una introducción a una oración por los cristianos de Éfeso.
Es probable que los versículos 14–19 proporcionen la oración introducida en el versículo 1,
por lo que Pablo les recuerda a sus lectores cuál era su situación en la prisión como un
preludio para orar por su propia fortaleza espiritual a través de la presencia permanente de
Cristo y el Espíritu Santo. “Por esta razón” apunta a 2:11–22 y al hecho de que gentiles y
judíos han sido recreados en una nueva humanidad en Cristo. Juntos se han convertido en
el templo de Dios, la iglesia.
Pablo les recuerda a sus lectores su situación actual como “prisionero de Cristo Jesús”
(cf. 2 Ti 1:8; Flm 1:9). Esto podría enfatizar que está encarcelado “por” Cristo, pero lo más
probable es que sea el prisionero de Cristo, bajo el control no de César sino de Cristo.
Mientras que Roma decidirá si vive o muere, Cristo es el verdadero soberano. Pablo declara
bien su actitud hacia el encarcelamiento en Filipenses 1:21: “el vivir es Cristo y el morir es
ganancia”. A pesar de sus terribles circunstancias, Dios y Cristo están controlando la
situación. Si eso era cierto para Pablo en sus tiempos difíciles, ¡cuánto más puede ser cierto
para los efesios (y para nosotros)!
El punto es el mismo que el de las enseñanzas de Jesús en Mateo 10:26, 28: “Así que no
les tengan miedo, porque no hay nada encubierto que no llegue a revelarse… No teman a
los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Como Jesús sufrió por la
humanidad, Pablo sufre “por el bien de ustedes los gentiles”, para que los gentiles puedan
venir a Cristo y sean incluidos entre el pueblo de Dios. En Romanos 9:3, Pablo declara que
está dispuesto a ser maldecido por Dios si eso pudiera llevar a su pueblo, los judíos, a Cristo.
Aquí él agrega a los gentiles a esa meta del ministerio. La idea de que Pablo sufre por los
efesios aparece nuevamente en el versículo 13 y enmarca esta sección.

La mayordomía de Pablo del misterio de la gracia de Dios (3:2–3)


La idea de los sacrificios de Pablo por sus lectores lo lleva a reflexionar sobre el significado
y el propósito de su misión. Su mente está yendo a toda velocidad, y sigue
interrumpiéndose. Primero interrumpe su oración para hacer un paréntesis en su misión, y
luego interrumpe su oración condicional (“Si [NVI ´sin duda´] se han enterado …”, la cláusula
“así que” no llega hasta el versículo 13) para hablar sobre el significado del misterio de Dios.
Hay tanto que quiere decir que lleva a otra oración extremadamente larga (vv. 2–7), con
una cláusula menor una tras otra.
La forma en que Pablo expresa la frase verbal (“se han enterado” en lugar de “ya saben”)
muestra que muchos de los lectores no habían conocido a Pablo y sabían poco sobre él.
Habían pasado varios años desde que Pablo había estado en Éfeso, y la carta estaba
destinada a todas las iglesias de la provincia de Asia, por lo que habría muchos que sabían
poco de él. Quería que todos los creyentes entendieran el base de su ministerio y el
propósito de Dios para que el evangelio se extienda por todo el mundo.
Para describir su ministerio, Pablo elige el mismo término que usó en 1:10 para la
“administración” (oikonomia; NVI “cumpliera el tiempo”) de la plenitud de los tiempos. En
los escritos de Pablo, esto se refiere que tanto Dios como Pablo administran su trabajo en
el mundo, usando la metáfora de un mayordomo que supervisa un hogar. En Efesios 1:10
es Dios; aquí es Pablo. Dios ha creado un hogar nuevo y unido en el que judíos y gentiles
viven como una familia integrada. Él ha elegido a Pablo para supervisar ese hogar y reunirlo.
Observe cómo las imágenes de la iglesia de los capítulos 2 y 3 se unen: La iglesia es una
comunidad en la que grupos de personas diferentes se han reconciliado y, como tales, se
unen como una familia unida. Como uno, constituyen un hogar y también el edificio en el
que vive esa familia (haciendo eco de 1 Pe 2:5). Finalmente, ese edificio se ha convertido
en el templo de Dios, la casa en la que la Deidad habita con el pueblo de Dios. ¡Las imágenes
siguen acumulándose unas sobre otras! La próxima vez que vayas a la iglesia, ¡imagínate a
ti mismo y a los demás en el servicio como la familia de Dios sentada en el lugar más santo
celebrando su presencia viva!
Además, Pablo se ha convertido en un administrador “de la gracia de Dios”,
supervisando la obra de Dios a medida que su gracia trae más y más creyentes a la familia
de Dios. La gracia (charis) en Efesios siempre está conectada al don de salvación que habla
Pablo mediante la sangre de Cristo. La extensión de la salvación de Dios a todos los pueblos
de la tierra es completamente el resultado de la gracia y la misericordia de Dios, como lo es
el don de la vida a los pecadores indignos. Además, Dios le dio este regalo de gracia a Pablo,
para convertirse en “apóstol a los gentiles” y ser usado por Dios para traer a muchos al
reino. Pablo hace todo esto “por el bien de ustedes”, es decir, el objetivo de su ministerio
no es el engrandecimiento personal, sino la salvación de los perdidos. No le interesa lo que
pueda obtener de él, solo lo que Dios puede hacer a través de él en beneficio de los gentiles.
El ministerio no es un trabajo o una carrera; Es una alegría y un privilegio, un alto llamado y
un signo de gracia divina para todos los que están dotados para ser parte de ella.
Este don de gracia implica administrar el misterio de Dios (3:3). Como dije en 1:10, el
término “misterio” describe el contenido de los secretos ocultos que Dios ha guardado de
su pueblo hasta ahora. Esta es la “plenitud del tiempo” (Gá 4:4), y Dios ahora está revelando
estas verdades de los últimos tiempos acerca de la salvación a los gentiles que
primeramente reveló a Pablo en la visión del camino de Damasco (Hch 26:13–18); Gá 1:12,
16). Allí Dios “le dio a conocer” que Cristo murió no solo por los judíos sino por toda la
humanidad. Como un celoso y ultraconservador judío, Pablo necesitaba algo de tiempo para
comprender el lugar de los gentiles en el plan de Dios, por lo que Dios ancló el llamado de
Pablo para ser misionero a los gentiles primero con Ananías (Hechos 9:15) y más tarde en
la visión del templo (Hechos 22:21).
Pablo señala a sus lectores que ya les “escribió brevemente” sobre este llamado. Se está
refiriendo a su discusión sobre este tema en Colosenses 1:25–27 o a los puntos que hizo
anteriormente en esta carta. Es imposible saber con certeza si estos lectores tuvieron
acceso a la carta a los colosenses, pero eso es ciertamente posible. Dejémoslo así.

La necesidad de comprender el misterio ahora revelado (3:4–5)


El versículo 4 comienza con la preposición pros. Esto podría mostrar el propósito de la
revelación del misterio en el versículo 3, pero en este contexto es más probable que
signifique “según esto” y establezca la base para esa revelación. En otras palabras, sobre la
base de que Dios dio a conocer su misterio a Pablo en el camino de Damasco, los lectores
ahora pueden compartir la visión de Pablo y comprender más profundamente el plan
redentor de Dios.
“Al leer esto” está indudablemente ligado a lo que Pablo acaba de decir (v. 3, “como ya
les escribí brevemente”), por lo que podría referirse a los lectores que regresan a la carta a
los colosenses o regresan a la parte anterior de este. Sin embargo, ninguna otra opción es
probable. En el primer siglo había muy pocos pergaminos disponibles, ya que tenían que ser
copiados a mano por los escribas y, como tales, habrían sido bastante caros. También es
poco probable que Pablo les pida que recojan este pergamino y lean las partes anteriores.
Así que la mayoría está de acuerdo en que esto se refiere a la lectura pública de toda la
carta en el servicio de la iglesia. A través de eso, podrían compartir la visión de Pablo sobre
el significado del misterio que le fue revelado.
Una determinación crítica aquí es el significado de “el misterio de Cristo”. Si Pablo quiere
decir “el misterio que es Cristo”, el texto sería paralelo a Colosenses 1:27, “este
misterio…que es Cristo en ustedes”, y 2:2, “el misterio de Dios, es decir, a Cristo”. Esto
llevaría a una revelación de dos partes: Dios revela el misterio aquí que es Cristo y luego
revela en el versículo 6 que a través de Cristo el misterio produce la inclusión de los gentiles.
Pero es mejor tomar esto como “el misterio acerca de Cristo”, el misterio que ha sucedido
en Cristo. Este misterio es la salvación para todos los pueblos de la tierra que ha tenido lugar
a través del sacrificio de Cristo en la cruz. Pablo quiere compartir su visión del verdadero
significado del evangelio en Cristo, que ahora es parte de la misión universal para todo el
mundo. Participamos en esto cuando nuestras iglesias están dispuestas a cumplir esta
misión. Cualquier iglesia que no logra que las misiones mundiales sean un aspecto crítico
de su ministerio es desobediente a Dios y a su llamado.
El centro del concepto de “misterio” es su ocultamiento, por lo que Pablo deja en claro
que en generaciones anteriores Dios no “se les dio a conocer” (v. 5). Estas verdades
apocalípticas no habían sido reveladas ni a los judíos ni a los gentiles del pasado. Dios las
estaba ocultando, con la intención de revelarlas solo a la generación actual con la venida de
Jesús el Mesías, como se afirma también en Romanos 16:25–26: “El Dios eterno ocultó su
misterio durante largos siglos, pero ahora lo ha revelado” (también Col 1:26).
Esto no implica que los santos del Antiguo Testamento fueran completamente
ignorantes. De hecho, Pablo dice en Gálatas 3:8 que “la Escritura, habiendo previsto que
Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham”. En
el pacto abrahámico, los judíos fueron elegidos para bendecir a los gentiles. Pero los detalles
sobre cómo esto sucedería se mantuvieron ocultos. La gente del Antiguo Testamento
entendió los contornos básicos de los planes de Dios para los gentiles, pero nunca los aceptó
ni actuó del todo. Nunca se dieron cuenta de todos los propósitos de Dios con respecto a la
unión de judíos y gentiles, ni entendieron completamente la venida y la obra del Mesías que
llevaría a cabo todo esto. De hecho, incluso la iglesia primitiva no se dio cuenta de la
importancia de la Gran Comisión para la evangelización mundial. Creían que debían
quedarse en Jerusalén y esperar a que los gentiles vinieran a ellos (la “procesión de las
naciones a Sión” en Isaías 60:11; 62:10). El Espíritu tuvo que hacerse cargo, guiándolos a las
naciones (véase más abajo).
El tiempo del cumplimiento, continúa Pablo, es “ahora”, con la llegada de la era
mesiánica. Según la Biblia, la venida de Cristo es el punto medio en el tiempo. “Ahora” es el
tiempo después de su venida, muerte y resurrección. En esta nueva era, la revelación divina
ha continuado, y los misterios finales han sido “revelados por el Espíritu a los santos
apóstoles y profetas de Dios”. Los apóstoles y profetas se presentaron en 2:20 como los
cimientos de la iglesia, y aquí, como allá, Pablo indica los profetas del Nuevo Testamento.
Una vez más, el Espíritu Santo es el canal para esta revelación. En 1:17, Pablo oró para
que Dios les diera a los efesios “el Espíritu de sabiduría y revelación”, y en 2:18, 22 el Espíritu
es el medio por el cual experimentamos la presencia interior de Dios. Aquí el Espíritu media
estas nuevas revelaciones y aporta información a la iglesia sobre su significado. En este
punto, Pablo es el apóstol y profeta en particular que el Espíritu usó para proporcionar esta
visión a la iglesia de Éfeso, pero Jesús reveló por primera vez esta nueva realidad
apocalíptica. Esto fue entendido (con gran dificultad) por Pedro en la conversión del
centurión romano Cornelio en Hechos 10 y luego aceptado por la iglesia cuando Pedro
regresó a Jerusalén en Hechos 11:1–18; Hechos 7–11 detalla los pasos hacia la misión de los
gentiles mediante los cuales, el Espíritu guio a la iglesia a comprender y a cumplir la voluntad
de Dios en la misión.
Los apóstoles y los profetas son llamados “santos” en el versículo 5 porque Dios los ha
apartado para esta tarea. Han sido llamados a vivir vidas santas como Dios las usa para llevar
a cabo su obra en este mundo. En Efesios 2:21, la iglesia como templo de Dios se llama
“santa en el Señor”, y esta idea también es central aquí. Estos dos ministerios son la base
del templo de Dios, por lo que la santidad que caracteriza a la iglesia también forma el
núcleo esencial de estas partes centrales en la estructura.
El misterio como la inclusión de los gentiles en la Iglesia (3:6)
En este versículo, Pablo conecta el misterio con el evangelio, que viene al último (en griego)
para enfatizar. Es a través del evangelio que los gentiles vienen a Cristo y entran en unión
con los judíos como el nuevo Israel, la iglesia de Cristo. El evangelio, por supuesto, es la
“buena noticia” de que la salvación ha venido a este mundo a través del sacrificio expiatorio
de Cristo. Su sacrificio ha pagado por nuestros pecados y nos ha hecho justos con Dios
(nuestra justificación); por eso somos hijos de Dios. Está claro que la esencia del misterio
no es solo cristológica (en Cristo) o eclesiológica (en la iglesia como un cuerpo unido) sino
también soteriológica (centrada en la salvación que Cristo ha provisto).
Tres nuevas realidades con respecto a los gentiles constituyen el misterio aquí. Los tres
emplean el prefijo syn-, haciendo hincapié en la unión (“junto con”) entre judíos y gentiles:
(1) son “beneficiarios de la misma herencia”. Aquí Pablo usa el mismo término de
coherederos que en Romanos 8:17: Los creyentes están unidos con Cristo, y en Cristo se
unen con otros, ya que ambos comparten esa herencia con Cristo. Hay varias dimensiones
de nuestra herencia. En Efesios 1:14, el Espíritu Santo nos es dado como la garantía de Dios
de nuestra futura herencia en gloria. Esto se define en 5:5 como un regalo del reino. El
objetivo principal es la herencia final en el cielo, pero la vida en el Espíritu es parte de esa
herencia.
(2) Los judíos y gentiles también son “miembros de un mismo cuerpo”, un punto que ya
he discutido en relación con 2:14–18. Ambos grupos socio-religiosos son parte de la “una
nueva humanidad” (v. 15) creada en Cristo Jesús, y ambos grupos son miembros del “único
cuerpo” de Cristo, la iglesia (v. 16). Juntos forman un nuevo pueblo unido y un nuevo cuerpo
unido. El último énfasis sobre que la iglesia es el cuerpo de Cristo es central en esta carta.
(3) También son “participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús”. El término
“participantes” significa compañeros o colaboradores en una empresa, y la promesa se
refiere al “Espíritu Santo prometido” en 1:13. Los judíos y gentiles en este sentido son socios
comerciales virtuales en la nueva empresa prometida del Espíritu, que es la iglesia.
Probablemente también haya un reflejo de la promesa abrahámica de que en Cristo los
gentiles serían bendecidos (véase el comentario en 3:5). Todo esto tiene lugar “en Cristo
Jesús”, un tema clave en todo Efesios. Es solo a través de la obra de Cristo y por él, que
todas estas maravillosas nuevas realidades han sucedido. Como Pablo enfatiza a lo largo de
esta carta, la unión de los grupos de personas en la iglesia se lleva a cabo solo a través de
su unión con Cristo. La unión con él hace posible nuestra unión entre nosotros. Solo de esta
manera se puede derribar el muro de enemistad entre nosotros (2:14). Esto es tan crítico
hoy como lo fue en el tiempo de Pablo, considerando las tensiones raciales y económicas
que existen en nuestra sociedad. ¡La iglesia debe ser un faro para la unidad entre los pueblos
en un mundo enloquecido por el odio y prejuicio!

Pablo llamado a ser un servidor de este misterio (3:7)


El punto final con respecto a este nuevo misterio revelado por el Espíritu es el lugar que
Pablo ha jugado al darlo a conocer a la iglesia y en este mundo. En Efesios 3:2, Pablo habla
de sí mismo como un “administrador” de la gracia de Dios que se le ha dado; aquí se llama
a sí mismo un “servidor” de la gracia de Dios, nuevamente dado a él. Las dos imágenes están
estrechamente unidas; incluyen los versículos 2–7 con la reflexión de Pablo sobre su papel
en la mediación del misterio de Dios a través de su misión. Para él, la gracia de Dios es solo
el elemento central; él es simplemente un sirviente de esa gran misión que Dios le ha dado.
Pablo aquí compara el evangelio con el misterio de Dios revelado en Cristo. La unión de
judíos y gentiles en una nueva humanidad es el resultado directo de este gran misterio, la
muerte sacrificial de Cristo y la salvación que se produjo a través de ese sacrificio de sangre.
Esta unión es posible solo porque la sangre de Cristo ha derribado los muros de la enemistad
(2:14). Esto apunta a la visión del camino de Damasco de Hechos 9, cuando Pablo se
convirtió y recibió sus órdenes de ir como apóstol a los gentiles. En su versión de ese evento
en Hechos 26:16–18, Pablo declara que Cristo lo nombró “como siervo y como testigo” y lo
envió a los gentiles para “abrirles los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz” para que
puedan recibir “el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados”
Pablo no es la figura central en esta misión, sino un simple servidor de Cristo, que le trae
la cosecha de Dios. Él dice que su servicio se basa en (kata) el don divino de la gracia, que
consiste indudablemente en su salvación y llamado al ministerio, con énfasis en esto último.
Esto se ve en Efesios 4:7, “a cada uno de nosotros se nos ha dado gracia”, este regalo es
definido en 4:11 como los líderes dados a la iglesia y luego en 4:16 como las obras de servicio
realizadas por los miembros de la Iglesia. También podríamos pensar en los dones
espirituales, como lo enseñó Pablo en Romanos 12:4–8 y en 1 Corintios 12:12–21.
La realidad del evangelio y el don del ministerio que Dios le dio a Pablo se lograron por
medio de “su poder eficaz”. La idea detrás de “opera” [no en la NVI, véase RV60] ocurre en
Colosenses 1:29 (“la energía que Cristo obra tan poderosamente en mí”) y 2:12 (“la obra de
Dios que lo levantó de los muertos”). Esta imagen nos muestra un poderoso derramamiento
de energía del cielo en nombre de la iglesia. El término para “poder” es el término básico
para referirse al poderío de Dios, como en 1 Pedro 1:5 (“a quienes el poder de Dios
protege”). Juntos, estos versículos representan a Dios ejerciendo su poder para fortalecer
a sus líderes elegidos de la iglesia, como Pablo. Cuando los corintios se burlaron de Pablo
por sus deficiencias, él estuvo de acuerdo y declaró que se deleitaba en sus debilidades,
porque el “poder de Cristo se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12:5–10).
Este párrafo invaluable tiene gran relevancia para nosotros hoy. Nosotros también
somos mayordomos de la gracia de Dios. También demostramos a un mundo perdido
atrapado en el prejuicio racial y la auto participación narcisista que Cristo no solo nos ha
salvado de nuestros pecados sino que también nos ha unido para convertirnos en una
humanidad nueva y completa y, finalmente, para encontrar la unidad entre nosotros. En
Cristo, nos pertenecemos el uno al otro y finalmente podemos gloriarnos en lo que cada
uno de nosotros puede agregar a ese cuerpo cuando realmente logra la unidad en Cristo.
Este es el plan de Dios, y solo se puede lograr en él. Pablo está pidiendo a sus destinatarios,
así como a nosotros, que se conviertan en lo que él fue: siervos del evangelio de la paz y la
unidad.

El ministerio de Pablo hace que se conozca el misterio (3:8–13)


La doble naturaleza de su misión (3:8–9)
Proclamando las riquezas de Cristo a los gentiles (3:8)
Ahora Pablo pasa al lado práctico, el ministerio a través del cual este misterio se da a
conocer a las naciones. El énfasis está en el don de la gracia de Dios, ya que Pablo repite “la
gracia que me fue dada” en los versículos 2 y 7. El punto aquí es que no merece todo lo que
Dios ha hecho en su nombre, ya que él es “el más insignificante de todos los santos”
(también 1 Co 15:9; 1 Ti 1:15). Podemos ver que tanto Pablo siente esta indignidad por el
hecho de que toma un adjetivo superlativo, “el menos” [no en la NVI], y le agrega una forma
comparativa, literalmente “menos importante” (en griego, elachistoterō, traducido en la
NVI como “insignificante”). Pablo nunca olvidó su oposición al pueblo de Dios antes de su
conversión, como se ve en Filipenses 3:6 (“en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia”) y
Hechos 26:10 (“metí en la cárcel a muchos de los santos y, cuando los mataban, yo
manifestaba mi aprobación”). Para Pablo, la gracia de Dios es mayor que cualquier cosa que
jamás imaginó, en especial, en que Dios había salvado a un pecador como él.
Dios no solo salvó a Pablo; le dio el más preciado de todos los ministerios: traer un nuevo
grupo de personas a su reino, y “predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo”.
El verbo “predicar” (euangelizō) significa proclamar el evangelio o las buenas nuevas; se
transcribe al español como “evangelizar”. Pablo usa el término “riquezas” en Efesios y
Colosenses (siete veces), tan a menudo como en todos sus otros escritos juntos. Él quiere
que sus lectores se den cuenta de la increíble provisión de Dios para sus hijos, el
derramamiento ilimitado de su gracia que les ha dado en abundancia (Efesios 1:7–8)
Aquí sus riquezas son “incalculables”, un término que se refiere a tesoros inescrutables,
más allá de nuestra capacidad de comprender. En Romanos 11:33, Pablo proclama: “¡Qué
profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables
sus juicios e impenetrables sus caminos!” ¡Nunca podremos comprender la provisión de
gracia tan infinita, pero solo podemos aceptar la generosidad que Dios derrama sobre
nosotros! Pablo se asombra al contemplar cuánto Dios ha hecho por él y por cada uno de
nosotros.

Hacer entender las verdades ocultas del misterio (3:9)


Pablo no solo desea presentar el evangelio; él quiere que las personas entiendan la gracia y
la misericordia que hay detrás. El verbo “hacer entender” (phōtizō) aquí significa arrojar luz
o iluminar algo para que las verdades se vuelvan claras y precisas. El “a todos” se puede
referir a judíos y gentiles, pero especial se refiere a aquellos que responden al evangelio.
Lo que Pablo quiere dejar en claro es la “realización del plan de Dios”, la forma en que
Dios intenta llevar a cabo el misterio de que durante tiempos eternos “se mantuvo oculto
en Dios”. Como se indica en el comentario de 1:10 y 3:2, La “administración” [no en la NVI,
véase NBLA] se basa en la metáfora de un administrador que supervisa un hogar. Aquí el
énfasis no está en el qué del misterio sino en el cómo: la forma en que Dios ha
implementado su plan de salvación para el mundo. Como misionero a los gentiles, Pablo es
parte de ese plan y quiere transmitir sus ideas a la iglesia para que puedan ocupar su lugar
como parte de esa misión. En otras palabras, el misterio es la realización del evangelio en
la misión de la iglesia, la proclamación de la salvación provocada por la muerte sacrificial de
Cristo y el resultado que es la nueva unión de todos los grupos de personas.
Esta nueva realidad estaba “oculta en Dios” en épocas pasadas, esperando la plenitud
del tiempo (Gá 4:4) cuando debía hacerse realidad y ser revelada. El período del antiguo
pacto fue un tiempo de preparación durante el cual Dios estaba alistando a su pueblo para
el día que había previsto y predestinado. En el momento perfecto en el plan eterno de Dios,
Cristo vino, y ese plan fue revelado al mundo.
Pablo agrega que el Dios que planeó y supervisó todo esto es “el creador de todas las
cosas”. Esto nos dice que la creación misma era parte del plan de Dios, y la venida de Cristo
al mundo fue un elemento crítico en el orden creado por Dios. Cuando Dios creó este
mundo, sabía de la caída de Adán y Eva, por lo tanto, Cristo necesitaría venir como hombre
y morir. Apocalipsis 13:8 habla del “Cordero que fue sacrificado desde la creación del
mundo”, diciéndonos que la cruz fue una parte esencial del plan de Dios desde el principio.
Sin la cruz, la creación nunca podría haber ocurrido, porque el pecado tuvo que ser
remediado para realizar el propósito mismo de la creación.

Revelando la misión de la Iglesia a los poderes cósmicos (3:10–12)


La sabiduría de Dios dada a conocer a los poderes cósmicos (3:10)
Debido a la centralidad de la magia en la provincia romana de Asia (el resultado del templo
de Artemisa y su influencia), Pablo pone gran énfasis en Colosenses y Efesios en la derrota
de los poderes cósmicos. El lenguaje de “dar a conocer” no significa que la iglesia deba
evangelizar las fuerzas demoníacas. Ellos han tomado una decisión eterna de oponerse a
Dios (Ap 12:4, 7–9) y están más allá de la redención. Más bien, la iglesia reitera la
predicación de Cristo a los espíritus encarcelados (1 Pe 3:19) y les dice a los poderes
cósmicos que han perdido. Lo hace a través de su ministerio victorioso en el mundo. Aunque
han rechazado a Dios, los ángeles caídos son sumamente conscientes de su sabiduría,
porque conocen las Escrituras y ven que la sabiduría de Dios se desarrolla todos los días en
la vida de su pueblo victorioso.
En este contexto, la sabiduría de Dios significa la proclamación del evangelio y la
inclusión de los gentiles en la iglesia. Esto demuestra las riquezas incalculables de Dios que
son prueba absoluta de su sabiduría. Además, también prueba que su sabiduría es
“múltiple” [NVI “diversa”]: multifacética o compuesta de diversos aspectos. Aquí, Pablo ha
creado una palabra compuesta por “muchos” y “diversos, diversos” [no en la NVI]. También
podría traducirse “de amplia manera”, y demuestra la gran complejidad y diversidad de la
obra de Dios en el mundo.
Todo esto comunica de maneras siempre nuevas a las fuerzas del mal que han perdido,
que sus días están contados. En un sentido muy real, todos los efesios hasta ahora han
evidenciado la amplia diversidad de la sabiduría de Dios: predestinación, redención,
revelación, gracia y misericordia, y la unidad de todos los pueblos del mundo en la iglesia.
Dios es la fuente de todo esto, y Pablo y la iglesia son los medios por los cuales se lleva a
cabo la misión y se proclama el evangelio tanto al mundo como a las fuerzas demoníacas.
Muchos creen que los “poderes y autoridades” están compuestos por ángeles buenos y
malos, pero a Pablo solo le interesan las fuerzas del mal, que se centran en hacer daño a la
causa de Dios y de Cristo en este mundo. Cuando Satanás entró en Judas y llevó a Cristo a
la cruz, pudo haber pensado que esta era una gran victoria (aunque indudablemente
conocía Isaías 52–53 tan bien como nosotros), pero Colosenses 2:15 nos dice que, en ese
mismo momento de su muerte, Cristo derrotó a los poderes del mal y los condujo en su
procesión victoriosa. La iglesia participa en esa victoria todos los días a través de su misión
al mundo y por las vidas santas de los creyentes.

Las dimensiones de la misión que se dan a conocer en la iglesia (3:11–12)


El versículo 11 comienza con kata (“conforme”), esto indica que lo que sigue presenta la
base de la revelación del misterio al mundo, la iglesia y las fuerzas demoníacas en los
versículos 8–10.
Detrás del misterio oculto, su revelación en Cristo y su desarrollo a través de la misión
de la iglesia está “su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor”. El punto
crítico es que en todos los niveles fue Dios quien lo planeó, lo ejecutó y guio su trabajo en
la historia de la salvación.
Note el desarrollo del pensamiento de Pablo en los versículos 10–11. La iglesia a través
de su misión triunfante da a conocer la sabiduría de Dios a los poderes cósmicos, y la
sabiduría que se desarrolla de Dios está completamente de acuerdo con su propósito eterno
de crear este mundo y producir la salvación en él. El término para “propósito” (prótesis) es
el mismo que en 1:11, donde se utilizó para el plan divino que es la base de nuestra
predestinación. Esto podría traducirse como el “propósito planificado” de Dios que se
encuentra detrás de la venida de Cristo, así como la salvación que resultó de esto. Ese
propósito es eterno; cada parte del plan de Dios, desde la creación hasta la nueva creación
en Cristo, hasta la creación final de los nuevos cielos y la nueva tierra, está lograda en él.
Como en toda la carta, todo esto ha tenido lugar “en Cristo”, por medio de su
encarnación, muerte y resurrección. Todo esto se logró a través del evento central de la
historia, el advenimiento y las obras de Cristo. Pablo usa el título completo de nuestro
Señor, “Cristo Jesús, nuestro Señor”, y se enfatizan ambas partes. Tō Christō, incluye el
artículo definitivo tō (“el”), que enfatiza el oficio mesiánico de Jesús, se coloca primero en
énfasis. Es el Rey Jesús, el Mesías real, quien tomó el control soberano de la historia de la
salvación y redimió a la humanidad pecadora de una muerte segura. Al mismo tiempo, su
señorío es enfatizado, como ocurre a menudo en Efesios (veintiséis veces). Los dos títulos
trabajan juntos para resaltar la victoria absoluta de Cristo sobre la muerte y los poderes
hostiles a medida que él hace realidad la salvación de Dios.
Cuando el pueblo de Dios experimenta la victoria y el poder del Cristo soberano,
tenemos acceso directo a Dios (3:12). Hay dos formas en que este acceso está mediado por
nosotros. Primero lo experimentamos “en él”, como hemos visto a lo largo de esta carta.
Nuestra unión con Cristo produce todo lo que tenemos de valor eterno. En segundo lugar,
este acceso nos llega “mediante la fe”. Algunos lo han tomado como algo subjetivo, que
significa “a través de su fidelidad [de Jesús]”, refiriéndose a la fidelidad de Jesús al llevar a
cabo el plan de Dios. Si bien es posible, es más probable, a la luz de la influencia de 2:8–9
(salvados por gracia mediante la fe), que nuestra fe en él hace posible nuestro acceso a
Dios.
Las obras salvíficas de Cristo y nuestra fe dan como resultado un acercamiento a Dios
caracterizado por una libertad y confianza que de otra forma sería imposible. El griego,
literalmente, es “libertad y acceso con confianza” (NIV “confianza para acercarnos”). En
2:18 se nos dice que “por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu”. Esa
idea trinitaria está implícita aquí. Los primeros dos términos forman una endíadis (dos
palabras que, juntas, transmiten un significado único, como “agradable y cálido”). Juntas
significan “libre acceso”, y a través de esta libertad, acceso y confianza, ahora tenemos
valentía o confianza para entrar libremente en la presencia de Dios. Los creyentes pueden
acercarse a Dios con confianza y en cualquier momento que deseen en adoración y oración.
Dado que nuestros pecados son perdonados y somos declarados justos con Dios a través de
Cristo, nada impide nuestro acceso. La fe salvadora original (2:8–9) ahora se ha convertido
en una confianza constante de que en verdad somos hijos de Dios, con pleno acceso a
nuestro Padre.

Conclusión: una exhortación a desanimarse (3:13)


La mención del sufrimiento de Pablo aquí pone entre paréntesis esta sección, junto con el
versículo 1, donde se llama a sí mismo “el prisionero de Cristo”. El propio sufrimiento de
Pablo lo lleva a pensar en lo que los cristianos en la provincia de Asia están pasando por
Cristo. En efecto, hubo una intensa persecución, como se ve en 1 Pedro y, reflejando la
situación treinta años después, en Apocalipsis; ambas cartas fueron escritas a las iglesias de
esa zona. El punto de Pablo en esta sección es que su sufrimiento y el de ellos valen la pena,
ya que a través de ellos se proclama el evangelio y se resuelve el misterio de Cristo en el
crecimiento de la iglesia. Todo esto tiene lugar en medio de, y en parte debido a, todo lo
que están pasando. A Pablo nunca le importaron las aflicciones siempre que estas sirvan a
la causa de Cristo (véase Ro 8:31–39; 2 Co 12:21).
El tema de 1 Pedro puede resumirse como “el sufrimiento es el camino a la gloria”. Ese
es también el tema de este versículo. En este momento, Pablo había estado en prisión por
cerca de cuatro años. Había sido arrestado en Jerusalén (Hch 21:27–36), fue llevado a
Cesarea después de que los judíos querían matarlo (Hch 23:23–35), y fue encarcelado allí
durante dos años (Hch 24:27) antes de ser enviado. a Roma. Allí se quedó en una casa
alquilada por la que él mismo pagó, aunque estaba encadenado a los guardias romanos
(Hch 28:20, 30). Tenía libertad y espacio en su apartamento para recibir a los visitantes (Hch
28:17, 23), pero fue juzgado antes que apareciera Nerón. Incluso dos años después de su
encarcelamiento no sabía si viviría o moriría, aunque esperaba que Dios lo perdonara por
el bien de su ministerio (Fil 1:19–26). Aun así, Pablo se regocijó porque Dios estaba usando
su encarcelamiento para avanzar el evangelio (Fil 1:12–14). ¿Podríamos manejar todo esto,
más de cuatro años de nuestra vida en juicio, con una nación entera aparentemente
buscando nuestra muerte? Desde esta perspectiva, nuestras propias dificultades de
repente no parecen tan duras.
Por lo tanto, Pablo advierte a los efesios que no se desanimen ante el sufrimiento que
él está soportando. Ciertamente había motivos para la desesperación después de cuatro
años, y faltaba un otro año. Efesios probablemente fue escrito en el primer año más o
menos en la prisión romana. La mayoría de ellos probablemente vieron sus problemas como
representaciones de los suyos, debido al cambio progresivamente del mundo romano
contra ellos.
Sobre esto, Pablo quería animar a los efesios. Él escribe que sus sufrimientos son “por
ustedes” y serán “honor”. Cada fase de los sufrimientos de Pablo se produjo como resultado
de su valiente ministerio. Su trabajo con los gentiles, como los que se abordan en esta carta,
fue especialmente despreciado por los judíos, como se ve en Hechos 22:21–22. Allí, Pablo
se defendió, volviendo a contar en los escalones del templo la historia de su conversión y
llamado al ministerio. Su audiencia judía escuchó en silencio, hasta que contó cómo Dios lo
había llamado a ministrar a los gentiles, después de lo cual estallaron: “¡Bórralo de la tierra!
¡Ese tipo no merece vivir!”. Sus encarcelamientos en Cesarea y Roma fueron el resultado
de esa enemistad.
Hay otra idea en el fondo que arroja luz sobre la conexión de Pablo entre sus
sufrimientos presentes y la gloria futura: la doctrina de los “sufrimientos mesiánicos”. Esta
es la opinión, encontrada en algunos pasajes del Nuevo Testamento, de que Dios ha
establecido una cierta cantidad de sufrimiento para que su comunidad mesiánica lo
soporte. Cuando se haya alcanzado esa cuota, Cristo regresará y será el fin de este mundo.
Otros dos pasajes nos ayudan a entender esto. En Apocalipsis 6:9–11, los mártires piden
vindicación a Dios, y Dios “les dijo que esperaran un poco más, hasta que se completara el
número de sus consiervos y hermanos que iban a sufrir el martirio como ellos”. Esto parece
sugerir, que Dios ha ordenado el número de mártires que permitirá. En Colosenses 1:24,
Pablo define su sufrimiento como llenar “voy completando en mí mismo lo que falta de las
aflicciones de Cristo”, esa cantidad de sufrimiento con Cristo que Dios ha asignado.
Entonces, Pablo dice aquí que su sufrimiento por los efesios terminará en la gloria que él y
ellos compartirán al regreso de Cristo, y que de hecho está apresurando ese glorioso final
(2 Co 4:17; 2 Ti 1:10)
Esta asombrosa descripción de la forma en que Dios ha revelado su misterio a través del
ministerio de Pablo y la iglesia, tiene importantes ramificaciones para nosotros hoy. A
medida que continuamos viviendo las maravillosas riquezas del misterioso plan de la
Trinidad para el nuevo pueblo unido de Dios, experimentaremos su poder y gracia a través
de un sentido renovado de la misión universal de Pablo al mundo. Una iglesia que se
preocupa solo por su “Jerusalén” y no por los “confines de la tierra” (Hechos 1:8) se está
perdiendo todas las bendiciones y el propósito que Dios tiene para ella. La verdad de Efesios
3:10 es muy importante: cuando somos parte de la gran misión de Dios para el mundo,
demostramos su sabiduría a los poderes demoníacos y les mostramos que están
condenados. Nuestra victoria en Cristo es una victoria sobre las hordas satánicas, y esto
abarca tanto nuestra salvación como nuestra misión a los perdidos. Se ve en la nueva vida
que tenemos y la nueva unidad que la iglesia mundial puede encontrar en Cristo. ¡No puede
haber mayor testimonio en este mundo que en la “nueva humanidad” (2:15) de la iglesia,
donde cada raza y grupo étnico logra el amor, la paz y la unión!
PETICIÓN DE ORACIÓN POR PODER Y AMOR (3:14–21)

Pablo comenzó una oración en el versículo 1, pero quedó atrapado en su deseo de explicar
el lugar del misterio de Dios a sus lectores. Él vuelve a esa oración en este momento. Esto
finaliza la parte doctrinal de esta carta (1:3–3:21), que enmarca con dos oraciones por
conocimiento y fortaleza espiritual, en 1:15–19 y 3:14–21. Los capítulos 1–3 se centraron
en la unidad de judíos y gentiles en la iglesia como una “nueva humanidad”. Los capítulos
4–6 se centran en la nueva vida de la iglesia en toda su unidad y diversidad.
La oración en el capítulo 1 se centró en la petición de Pablo de que Dios diera a los
efesios sabiduría para comprender su gran poder y encontrar la esperanza que la
consumación traerá. Aquí Pablo ora para que Dios derrame su fuerza en ellos para que
puedan experimentar la presencia de Cristo y arraigarse en él. La oración proporciona una
conclusión adecuada para la primera mitad de la carta y conduce al resto del material, ya
que ese influjo de poder divino es lo que necesitarán para vivir para Dios en un mundo lleno
de pecado.

Pablo se dirige solemnemente al Padre (3:14–15)


Pablo repite la apertura de 3:1, donde originalmente tenía la intención de comenzar su
oración. “Por esta razón” ahora se remonta especialmente a 3:2–13 y su explicación del
papel de la iglesia en el misterio divino que se ha revelado: la realidad de los judíos y los
gentiles en un pueblo nuevo y unido, la iglesia. Esta notable realidad ha sido posible gracias
a la obra reconciliadora de Cristo en la cruz (2:1–10). Esta realidad también fue el tema de
2:11–22, por lo que este pasaje es una oración para que la iglesia encuentre la fuerza de
Dios para completar la misión al mundo que se describe en los capítulos 1–3.
Para proporcionar la fuerza necesaria para un llamado tan alto, Pablo llama al Padre de
toda la creación. Comienza con “me arrodillo” o “doblo mi rodilla”, mostrando su humildad
y completa dependencia del Dios altísimo y santo. En ocasiones, la gente judía en la oración
se paraba con las manos extendidas, a veces se arrodillaba y en otras se postraba ante Dios.
Arrodillarse demostró sumisión total a Dios y reverencia ante él. Pablo aquí se dirige a Dios
como Padre, probablemente con énfasis en Dios como Abba (término arameo para “padre”;
Mr 14:36; Ro 8:15; Gá 4:6), reflejando su amor íntimo y su cuidado por sus hijos.
Esto se convierte en una invocación solemne cuando Pablo se dirige al Padre como
Aquel de quien toda familia en el cielo y en la tierra deriva su nombre (3:15). Hay un juego
de palabras entre “padre” (patēr) y “familia” (patria); de la misma manera que los padres
tienen autoridad sobre su familia, el Padre celestial tiene soberanía y poder sobre cada
aspecto de la creación. El hecho de que Adán nombrara a los animales en el jardín del Edén
(Gn 2:19–20) significaba su autoridad sobre el mundo animal y su responsabilidad de
cuidarlos. Dios como el Creador, tiene la supremacía sobre su creación. El Dios que contesta
la oración no es solo el Padre compasivo sino también el Dios Creador:
Alcen los ojos y miren a los cielos:
¿Quién ha creado todo esto?
El que ordena la multitud de estrellas una por una,
y llama a cada una por su nombre.
¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza,
que no falta ninguna de ellas! (Isaías 40:26)
¿Cuál es la “familia en el cielo” a la que se refiere Pablo? Existe un acuerdo general de
que aquí se refiere a los ángeles. La Biblia no nos dice mucho sobre la jerarquía y las
clasificaciones de los ángeles. Los arcángeles parecen ser el orden más alto, pero no
sabemos mucho sobre los querubines que custodiaban el jardín en Génesis 3:24 y sostenían
el trono de Dios sobre el arca en Éxodo 25:18–22 o sobre los serafines sobre el trono de
Dios en Isaías 6:2, 6. Estos términos parecen significar poderosos tipos de ángeles que son
asistentes de la corte celestial. También parece haber un concilio celestial de ángeles que
tienen algunas funciones judiciales (Job 1–2; Ap 4:4). En cualquier caso, el punto aquí es que
Dios ha nombrado a todas las criaturas y sigue siendo soberano sobre su creación.

Pablo ora por los cristianos en Éfeso (3:16–19)


Esto se basa en la oración de 1:17–19, en la que Pablo le pidió a Dios que le diera a los
efesios sabiduría para comprender su gran poder. Ahora Pablo le pide a Dios que los
fortalezca al derramar su poder en ellos. Tanto el conocimiento como el poder les llegarían
a través del Espíritu (1:17; 3:16). Esta fuerza proviene de “sus gloriosas riquezas”, o quizás
mejor “las riquezas de su gloria”. La gloria de Dios es un aspecto primario de su ser,
refiriéndose a su esplendor celestial, su omnipotencia y las riquezas del cielo que tiene a su
disposición. Como el Dios Todopoderoso, proporciona a su gente recursos incalculables,
manteniéndolos “por el poder de Dios” (1 Pe 1:5). Dios les da en abundancia sus riquezas
(Ef 1:7–8). Esta oración es similar a la de Colosenses 1:11, donde Pablo pide que sus lectores
sean “fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder”.

Oración por la fuerza y la presencia permanente de Cristo (3:16–17)


La oración pide que Dios “los fortalezca con poder” [no en la NVI], usando dos términos que
significan que el poder de Dios se derramó sobre los creyentes en Éfeso. Este influjo de
poder les dará fuerza y coraje para enfrentar sus problemas cada vez mayores, como en
toda la Escritura (por ejemplo, Sal 105:4; 1 Co 16:13; Ef 6:10). Este don de la fuerza les llega
“por medio del Espíritu”, que es el canal del poder que llena a los creyentes. En el Nuevo
Testamento, el Espíritu es el agente de poder tanto para nosotros (Hch 1:8) como para la
exaltación de Jesús (Ro 1:4). Esta infusión de fuerza conduce a una poderosa predicación (1
Co 2:4), proclamación del evangelio (1 Tes 1:5), conocimiento más profundo (Ef 1:17–19) y
milagros (Ro 15:19). Aquí nos otorga poder para vivir la vida cristiana.
La esfera en la que opera este poder es el “íntimo del ser”, esto se refiere al
funcionamiento interno de la mente y el corazón. Esta realidad interna determina el curso
de nuestras vidas y nuestras acciones. Necesita una constante renovación y fortaleza del
Espíritu, como en 1:17, donde Pablo pide sabiduría “para conocerlo mejor”, y en 1:18,
donde pide iluminación interior para comprender la esperanza que nos guía. En 2 Corintios
4:16, Pablo contrasta el envejecimiento de nuestros cuerpos externos con esta renovación
interna de nuestros corazones (véase también Col 3:10; Ef 4:24). En un nivel externo nos
movemos irremediablemente hacia la decadencia y la muerte, pero internamente en el
Espíritu nos volvemos, por así decirlo, cada vez más jóvenes, cada vez más fuertes.
Hay dos interpretaciones diferentes de 3:17a. Algunas versiones hacen de esto una
parte de la oración misma (“los fortalezca con poder… Entonces Cristo habitará en el
corazón de ustedes” se ve esto en NTV). Sin embargo, dado que los infinitivos (literalmente,
“para habitar Cristo”) normalmente indican un propósito, la interpretación de la NVI es
mejor aquí. El propósito (v. 17a) es que “por fe Cristo habite en sus corazones”. El Espíritu
nos fortalece espiritualmente “para que” podamos experimentar la presencia interior de
Cristo. “En sus corazones” significa lo mismo que “en su ser interno” al final del versículo
16. Ambos se refieren a la vida espiritual interna del creyente.
A primera vista, el hecho de que Pablo le pida a Cristo que viva en los corazones de los
efesios puede parecer extraño, ya que Cristo entra en el corazón de cada creyente en la
conversión. La petición de Pablo aquí es similar a “sean llenos del Espíritu” en 5:18. ¿Cómo
puede Cristo establecerse y el Espíritu llenar a los cristianos cuando ya están “en Cristo” y
en el Espíritu? La clave es que Pablo se está refiriendo no a la morada inicial sino a la vida
cristiana continua. Pablo tiene en mente el proceso de crecimiento espiritual, por lo que su
oración aquí es que cada uno de los lectores pueda experimentar cada vez más la presencia
permanente de Cristo y el mayor poder que esto produce. Cuando nuestra vida de
pensamiento se fortalece continuamente con la presencia de Cristo y el Espíritu, el
crecimiento espiritual será el resultado natural.
Este crecimiento solo puede tener lugar “por medio de la fe”. La fe como la rendición al
Dios trino y una creciente dependencia de él son los resultados de la fe salvadora de 2:8–9,
como vimos anteriormente en 3:12 (“en él, mediante la fe disfrutamos de libertad y
confianza para acercarnos a Dios “). Es nuestra confianza continua en él lo que produce una
vida cristiana más fuerte. Una mayor fe en Dios y en Cristo conduce a un poder interno cada
vez mayor, y esto nos permite renovarnos continuamente y crecer día a día en el Espíritu.
La sintaxis de la siguiente cláusula, “arraigados y cimentados en amor”, es difícil. Viene
antes de la hina (“eso”) traducido en la NVI como “pido que”, por lo que está separado del
segundo pasaje de oración. Algunas traducciones (RV60, LBLA) lo toman como parte de esta
segunda declaración de oración; otros como una oración separada (“que Cristo viva en sus
corazones … que su vida sea fuerte”, sólo en la versión inglesa NCV); otros como parte del
primer deseo de oración (“para que Cristo habite … mientras tú estás enraizado”, NRSV); y
aún otros como una declaración separada e independiente (“Cristo habitará en el corazón
de ustedes … echarán raíces”, solo en la NTV).
El problema con la primera interpretación más común es que las cláusulas subordinadas
en los escritos de Pablo casi nunca llegan antes del “pido que”. Probablemente sea mejor
tomar esto como parte de la primera oración (la tercera opción), especificando el resultado
de Cristo morando en nosotros. La importancia del versículo 17 sería entonces: “para que
Cristo pueda morar en sus corazones a través de la fe, con el resultado de que está arraigado
y cimentado en el amor” [ninguna traducción al español menciona esto].
Algunos se preguntan si Pablo puede estar pensando específicamente en Dios o en
Cristo como Aquel cuyo amor nos arraiga y establece. Esa es una falsa dicotomía. La Trinidad
de Dios está presente en la mente de Pablo; los tres miembros de la Trinidad están
realizando la acción aquí. El tiempo perfecto de los verbos enfatiza que nuestras raíces y
cimientos en tierra son el resultado de nuestra dependencia en la Divinidad. Pablo combina
aquí metáforas agrícolas (enraizadas) y arquitectónicas (cimentadas) para enfatizar la
misma idea.
Esto proporciona una imagen general que hace que este pasaje sea memorable: la
iglesia consiste en una familia (el pueblo de Dios) que vive en una estructura sagrada (la
iglesia como una casa y un templo) donde Cristo habita en y con nosotros. En nuestra casa
tenemos un patio ajardinado (enraizado) y una casa firmemente anclada (cimentada en la
tierra). El amor que nos arraiga y fundamenta es el amor de la Trinidad más que el amor
unos por los otros de los miembros de la iglesia. Es el amor divino que nos ancla en la iglesia.
Todo esto nos recuerda la breve pero maravillosa parábola de Cristo sobre el hombre sabio
que construyó su casa con “sus cimientos sobre la roca” (Mateo 7:24–27).

Oración por una comprensión más profunda del poder y el amor de Dios
(3:18–19a)
En la primera parte de su oración, Pablo le pidió a Dios que fortaleciera a los efesios a través
de Cristo y el Espíritu que mora en ellos. En esta segunda parte, especifica el propósito de
esa fuerza divina, para que puedan comprender “junto con todos los santos, cuán ancho y
largo, alto y profundo es el amor de Cristo”. La solicitud de los versículos 16–17 se refería al
poder de actuar; ahora Pablo recurre al poder de comprender la verdad. Pide que Dios
capacite a sus lectores para comprender las realidades espirituales, específicamente la
increíble profundidad del amor de Cristo.
El verbo “comprender” (katalambanō) es un término militar utilizado para alcanzar y
capturar una meta. Se refiere al complejo proceso de superar obstáculos para alcanzar un
objetivo y lograr la victoria. Hay un objetivo de 4 dimensiones que Pablo quiere que los
efesios capten. Estas funcionan juntas para describir un único atributo de Dios que es
bastante ambiguo. Podrían referirse a: (1) el increíble poder de Dios, que estaría en relación
con 1:18–20, así como este contexto; (2) la sabiduría multifacética de Dios (3:10), tan
enfatizada en Efesios y Colosenses y la fuente de la revelación de los misterios; (3) el amor
de Cristo (y de Dios), como en Romanos 8:39 (“ni lo alto ni lo profundo … podrán separarnos
del amor de Dios que es en Cristo”); y/o (4) el misterio como el plan de salvación de Dios,
que encajaría en el énfasis en 3:2, 9 refiriéndose a la administración de Pablo del misterio
del plan de Dios.
Todas estas explicaciones son viables, pero ninguna es finalmente verificable. El texto
menciona el amor divino, como en la opción tres, pero Pablo en realidad separa las cuatro
dimensiones del amor como dos puntos separados. En el griego hay dos conceptos que
comprender, no uno (como en la NVI). Este versículo literalmente dice “comprender… cuál
sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo”.
Quizás sea mejor ver las cuatro dimensiones como un resumen de este capítulo. Si este
es el caso, se puede decir que se refieren a una combinación de las últimas tres
posibilidades: la revelación del misterio como resultado del amor y la sabiduría de Dios.
Luego, Pablo está pidiendo que el plan multidimensional de Dios se desarrolle en la iglesia
y en el mundo, manifestando la sabiduría de Dios y el amor de Cristo cuando una persona
tras otra se convierte a Cristo. Mediante el desarrollo de este plan, los creyentes llegan a
“conocer el amor de Cristo” tal como se manifiesta en la obra victoriosa de la iglesia. El
punto de Pablo es que los creyentes necesitan lograr un reconocimiento más profundo y
completo de todo lo que la Trinidad ha hecho por nosotros. Este conocimiento produce una
conciencia sobre Dios que resulta en un caminar cristiano renovado. Conocer el amor de
Cristo significa que somos cada vez más conscientes de sus maravillosas profundidades,
reconociéndolo y apreciándolo como el amor que lo llevó a encarnar y morir en la cruz para
que nuestros pecados pudieran ser perdonados y pudiéramos convertirnos en hijos de Dios
y coherederos con él. Ese nivel de amor multidimensional es más de lo que podemos
comprender: ¡pasaríamos toda nuestra vida explorando esas profundidades! Pablo agrega
que estos creyentes deberían explorar las profundidades de ese amor sin límites “junto con
todos los santos”. Pablo quiere que estos cristianos en la provincia romana de Asia se den
cuenta de que son parte de la iglesia universal. Estas verdades son difíciles de entender, y
Pablo quiere que nos demos cuenta de la naturaleza colectiva de todo esto: nuestra
necesidad de discutir entre nosotros el significado de estas verdades profundas y
recordarnos su importancia.
Esto lleva a Pablo a agregar otro matiz: “que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro
conocimiento (3:19a). Esta aparente contradicción no implica que no podamos conocer el
amor de Cristo, sino solo que nunca podemos comprenderlo completamente. Tan pronto
como comenzamos a contemplar el amor de Cristo, descubrimos que es demasiado
profundo para que nuestras mentes humanas se envuelvan. El amor divino (1:4; 2:4; 5:2,
25; 6:23) es demasiado grande, demasiado “ancho, largo, alto y profundo” para que nuestro
conocimiento finito comience a apreciarlo. El punto de Pablo es que debemos continuar
expandiendo nuestro entendimiento y nuestra experiencia (el verdadero conocimiento
incluye la experiencia) para que podamos vivir más profundamente ese amor cada día de
nuestra existencia terrenal. El amor de la Dios nunca nos abandonará (Ro 8:35–39), y esto
nos permite probarlo cada vez más a medida que crecemos en él. Su profundidad infinita
siempre nos asombrará, ¡pero nunca dejaremos de crecer a medida que lo exploremos más
y más profundamente!

Oración para que podamos ser llenos de la plenitud de Dios (3:19b)


Esta tercera petición, “para que seáis llenos a la medida de toda la plenitud de Dios”, resume
a los demás en esta oración, porque la plenitud de Dios incluye la infusión tanto del poder
divino como del amor divino. Esta petición en realidad abarca todo el capítulo 3, incluido el
plan de Dios y la revelación del misterio. Pablo exploró esta plenitud en Colosenses 1:19;
2:9 (toda la plenitud de Dios que habita en Cristo); allí se refiere a la “totalidad” de Dios en
su esplendor y riqueza trinitarios, a todo lo que Dios es, Cristo es y el Espíritu es. La plenitud
de Dios se hizo visible en Cristo. Moisés no podía mirar el rostro de Dios y vivir, pero los
discípulos contemplaron el semblante de Dios en Cristo y disfrutaron de su gloria.
En un sentido muy real, estar lleno de la plenitud de Dios es una referencia a nuestro
ser habitado por el Espíritu Santo, quien es la presencia de Dios viviendo con nosotros y
dentro de nosotros (Juan 14:17). Además, dado que experimentamos esta plenitud “en
Cristo” (Col 2:10), este deseo de oración nos es mediado por la Trinidad divina. La plenitud
de Dios nos llena tanto por medio del Espíritu que reside en nosotros como por Cristo
mismo que mora en nosotros (Jn 14:23; Ef 3:17). Este es el significado del crecimiento
espiritual: es un proceso por el cual la plenitud de la Deidad se profundiza más y más en
nuestras vidas a medida que nos rendimos cada vez más a su presencia y poder.

Pablo concluye esta oración con una doxología (3:20–21)


Pablo concluye no solo su oración sino la primera mitad de la carta con esta magnífica
doxología. Culmina los capítulos 1–3, celebrando al Dios que nos ha amado lo suficiente
como para enviar a su Hijo como sacrificio por el pecado para que los pecados puedan ser
perdonados y los pecadores ser salvados. No solo ha traído la redención, sino que también
ha unido a una humanidad fracturada. Él ha derribado los muros de la enemistad entre
judíos y gentiles y ha creado una nueva humanidad en Cristo (2:14, 15). Esta es una prueba
positiva de que adoramos a un Dios que “es capaz de hacer inconmensurablemente más de
lo que pedimos o imaginamos”.

Alabar al Dios que hace más de lo que podemos imaginar (3:20)


Esta doxología también culmina 3:14–19, ya que se centra en el poder de Dios para lograr
cosas milagrosas. El verbo traducido “es capaz” es dynamai, que a menudo significa
simplemente “puede hacer” algo, pero aquí tiene el sentido de “tiene el poder” y celebra el
poderoso trabajo de Dios en nuestras vidas (como en los versículos 16, 18). La adición de
“por el poder que obra” más adelante en este versículo, muestra que este es el tema clave
de la doxología. El significado no es “Él puede hacer lo que sea, si lo desea”, sino más bien,
“nuestro Dios omnipotente tiene el poder de hacer cosas asombrosas por nosotros”. No
hay límite para lo que el Dios Todopoderoso puede lograr. Pablo no puede encontrar las
palabras para describir todo lo que Dios está haciendo por su pueblo y solo puede agregar
“más de lo que pedimos o imaginamos”. Es imposible que la mente humana piense lo
suficiente como para abarcar la realidad de todo lo que Dios puede hacer.
A menudo he dicho lo siguiente en las discusiones sobre el cielo: “Toma todos los
retratos bíblicos, usa tu imaginación para pensar en la mejor situación que puedas imaginar,
luego multiplícala un millón de veces; y eso todavía es inadecuado para describir cuán
maravilloso será”. Eso es lo que Pablo está diciendo aquí. El pensamiento humano no puede
comprender el alcance del poder de Dios, el mismo poder poderoso que nos mantiene (1
Pe 1:5).
El término detrás de “muchísimo más” (hyperekperissou) es una palabra rara compuesta
con dos prefijos preposicionales (hiper, “arriba” y ek, “fuera de”). Estas preposiciones tienen
una fuerza perfecta, lo que significa un énfasis superlativo (“lo más”). Esta fuerza le da a
esta palabra el sentido de “excesivamente más allá de la mayor abundancia” o, como otros
han traducido, “mucho más allá de toda medida”. No hay tarea demasiado grande para
Dios, pero subestimamos regularmente lo que él puede lograr en nuestras vidas. El título
de la obra clásica de J. B. Phillips es cierto para todos nosotros: Tu Dios es demasiado
pequeño (Your God Is Too Small).
La base de la acción omnipotente de Dios es “el poder que obra eficazmente en
nosotros”. Hay dos términos para la fuerza de Dios aquí, y juntos podrían traducirse “su
poder que funciona poderosamente”. El verbo es energeō, y el equivalente en español es
adecuado: “el Dios que es la verdadera energía”. Esta poderosa obra, se mostró en la
resurrección de Jesús de entre los muertos (1:19–20), potenciando la misión de la iglesia al
mundo, proclamando la obra reconciliadora de Jesús (2:16), y unir a los pueblos hostiles
para producir una nueva humanidad que nunca se creyó posible (vv. 13–15). Este mismo
poder que cambia el mundo ahora está trabajando dentro de nosotros.

Alabar al Dios que merece la gloria eterna (3:21)


El Dios que ejerce su fuerza omnipotente para fortalecernos en nuestro espíritu y vida
merece toda la alabanza que podamos darle. Meditar sobre esto es el corazón de la
adoración, por lo que podemos ver el versículo 21 como la respuesta natural al versículo
20. Al pueblo de Dios se le han dado generosos regalos de Dios (1:3, 8), a cambio, es natural
que nosotros le demos gloria a Dios. En otras doxologías del Nuevo Testamento, es Cristo
quien glorifica al Padre (Ro 16:27; 1 Pe 4:11), pero dado que la iglesia ha sido central en
Efesios 2 y 3, es apropiado que la iglesia se agregue aquí como un instrumento para glorificar
a Dios. Dios debe ser glorificado “en la iglesia y en Cristo Jesús”. “Gloria” aquí se refiere al
reconocimiento de la majestad, el esplendor y la dignidad de Dios para ser adorados por los
santos. No es que Dios nos necesite para glorificarlo; es que necesitamos
desesperadamente reconocer y celebrar su gloria. Somos la novia de Cristo, y no puede
haber un matrimonio verdadero sin que regularmente le digamos a nuestro cónyuge que
los amamos.
Esto no es simplemente decir que la iglesia y Cristo están alabando por separado a Dios.
Más bien, el pueblo de Dios puede glorificar a Dios al estar “en Cristo Jesús”. Hay dos esferas
de las cuales emana esta alabanza: la iglesia unida en Cristo proclama la “diversidad de la
sabiduría” de Dios a los poderes cósmicos (3:10) y en todo el mundo (v. 8), y la iglesia, que
es una “nueva creación” de Cristo, le da gloria a Dios (2:5–16). Esto tiene lugar tanto en la
proclamación del evangelio como en la adoración individual y colectiva, todo en una iglesia
que se incorpora a Cristo, usando las bendiciones espirituales que ha recibido “en Cristo”
(1:3) “para la alabanza de su gloria “(v. 12). Esta adoración será eterna, ¡“por todas las
generaciones, por los siglos de los siglos!”. Podríamos tomar esto como “por el resto de la
historia humana y por nuestro futuro eterno en el cielo”. “Por los siglos de los siglos” es la
forma más extensa de describir la eternidad en el Nuevo Testamento: Pablo enfatiza la
magnitud y duración de esta alabanza. La alabanza es tanto una característica definida de
nuestra propia vida futura con Dios, como también, es el aspecto de nuestro destino eterno
que se discute con mayor frecuencia en el Nuevo Testamento. Es natural que la novia de
Dios (Israel) y de Cristo (la iglesia) se llenen de alegría y gratitud y le devuelvan un poco del
amor que nos ha mostrado. El “Amén” que cierra esta doxología es tanto un deseo de
oración como una declaración solemne de acuerdo (“Que así sea”), usado para cerrar
secciones principales o libros de salmos y para concluir la adoración. 26 Así también aquí, ya
que se pide a todos los lectores que se unan al “Amén” que concluye esta oración y la
primera mitad de la carta.
En esta sección de Efesios hemos estado en el corazón de lo que significa ser cristiano.
La oración y la adoración están en la cúspide de la vida de cada creyente. Además, aquello
por lo que Pablo está orando en los versículos 17–19 —fuerza y plenitud de Dios a través
de la presencia permanente de Cristo— debe resumir todas nuestras esperanzas y deseos
mientras buscamos servir a la Trinidad. No podemos vivir la vida cristiana en un mundo
malvado con nuestras propias fuerzas. Sin embargo, como nos recuerda la doxología,
tenemos un Dios omnipotente que trabaja incansablemente y con mayor poder del que
podemos imaginar para llenarnos con la fuerza para vivir de manera victoriosa en este
mundo pecaminoso. No tenemos que hacerlo solos; todo lo que necesitamos hacer es
rendirnos y confiar completamente en él, y él nos infundirá con la fuerza que jamás hemos
imaginado.

UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA IGLESIA (4:1–6)

Ahora Pablo recurre a la exhortación ética de su carta. Esta sección comprende los
capítulos 4–6 e incluye una serie de desafíos para que sus lectores vivan la vida cristiana
como Dios quiere. Esta sección de apertura se concibe brillantemente, enfatizando primero
que la unidad de la iglesia refleja la unidad de la Deidad (4:1–6) y luego, que esta unidad
debe ser vivida en la diversidad, con cada miembro del cuerpo tomando su lugar y
trabajando juntos para permitir que la iglesia crezca (vv. 7–16). Como se afirma en Efesios
2:11–18, el conflicto entre culturas en la iglesia es insuficiente para fracturarlo, ya que cada
creyente está unido con Cristo, también están unidos entre sí. La reconciliación de Cristo a
través de la cruz ha roto las divisiones raciales y étnicas, y todos los diferentes pueblos
forman una nueva humanidad en Cristo.

La base del desafío es una vida digna del llamado (4:1)


Pablo comienza esta segunda mitad de la carta con oun (“entonces” o “por eso”), volviendo
a la primera mitad. Sobre la base de las grandes verdades cristianas sobre el pecado y la
salvación, así como sobre el misterio de la unidad de judíos y gentiles en la iglesia, Pablo
ahora está sacando conclusiones sobre el tipo de vida que Dios quiere que viva su nueva
gente. El Capítulo 4 comienza con un lenguaje similar al que Pablo usó en 3:1, en efecto,
diciendo “yo, que estoy preso por la causa del Señor les ruego”. En el pasaje anterior, Pablo
se llamó a sí mismo “el prisionero de Cristo Jesús”, mientras que aquí “preso por causa del
Señor” (algunas traducciones “en”), haciendo hincapié en su unidad con Cristo. Casi
podríamos definir a Efesios como la carta “en Cristo”, ya que esta frase aparece
frecuentemente. Como en 3:1, el mensaje básico es que, si bien Pablo puede ser
encarcelado por Roma, en realidad ha sido preso por el Señor. Cristo, no Roma, está
verdaderamente a cargo, y Pablo le pertenece y ha sido incorporado a él. También está
enfatizando el costo del discipulado, usando sus propias pruebas (juego de palabras) como
modelo.
El verbo en este versículo define esta sección, que consiste en una serie de
exhortaciones éticas y espirituales. Varias versiones lo expresan como “ruego” o
“apelación”, pero Pablo no está suplicando a sus lectores. Más bien, los está exhortando a
un caminar cristiano más profundo. En general, Pablo tiende a usar el lenguaje de la
exhortación en lugar de la orden. Su propósito es instruir y desarrollar a sus lectores en
lugar de exigir obediencia ciega (2 Co 10:8).
Pablo aquí exhorta a los efesios a vivir “de una manera digna del llamamiento que han
recibido”. La creencia cristiana es anterior a la vida cristiana. La mentalidad debe cambiarse
antes de que la conducta de uno pueda seguir su ejemplo. Muchas de las cartas de Pablo
tienen un formato similar, con una creencia correcta (Ro 1–11; Col 1–2; Ef 1–3) produciendo
una vida correcta (Ro 12–16; Col 3–4; Ef 4–6). “Vivir una vida digna” es literalmente
“caminar dignamente”, lo que resume todos los aspectos del comportamiento cristiano.
“Vivir” se usa en todo el Antiguo y Nuevo Testamento para describir la conducta del pueblo
de Dios, y es prácticamente el título de toda esta sección (4:1–5:20). La ética del Nuevo
Testamento se centra en vivir una vida digna ante Dios.
En Apocalipsis 4:11 y 5:12 se dice que Dios y Cristo son dignos de ser adorados (a
diferencia de César, que no lo es). Aquí Pablo nos ordena que imitemos a la Deidad y
vivamos una vida que merezca no solo a Dios y a Cristo, de quienes somos hijos, sino
también del llamado que hemos recibido de ellos. El griego dice “el llamado al que fuiste
llamado”, enfatizando la naturaleza crítica de nuestro llamado. En las cartas de Pablo el
llamado es a la salvación; Pablo toma prestado el concepto de predestinación y elección
enfatizado en Efesios 1:4–6, 11. El llamado proviene del “sabueso del cielo” representado
en el famoso poema de Francis Thompson, el que te ha llamado “de la oscuridad a su luz
maravillosa” (1 Pe 2:9). Como resultado, hemos sido adoptados en la familia de Dios y
hechos ciudadanos del cielo. A la luz de esta nueva realidad increíble, debemos vivir vidas
apropiadas para nuestro nuevo llamado.

Cuatro conjuntos de cualidades producen unidad (4:2–3)


Estos dos versículos se expanden en el versículo 1, diciéndonos cómo vivir una vida digna
del llamado de Dios. El énfasis está en aquellos atributos cristianos que ayudan a la
comunidad. Efesios es el primer documento del Nuevo Testamento que trata sobre la
eclesiología (la doctrina de la iglesia), por lo que es apropiado que las cualidades en estos
versículos sean de naturaleza colectiva, es decir, las relaciones dentro de la iglesia. Hay poco
lugar en la Biblia para el individualismo que tan a menudo se marca en nuestra cultura. Cada
creyente es un miembro del cuerpo, la iglesia, y estamos destinados a vivir en comunidad
como una familia. Las primeras tres cualidades que Pablo enumera (humilde, amable y
paciente) aparecen en el mismo orden en Colosenses 3:12, donde cumplen el mismo
propósito de mejorar la vida corporativa de la iglesia. Pablo quiere cuatro conjuntos de
cualidades para definir la vida comunitaria en la iglesia:
1. Humildad y amabilidad. No hay lugar entre los seguidores de Cristo para el orgullo.
Cristo ejemplificó el liderazgo de servicio, exigiendo lo mismo de sus seguidores
(Marcos 9:35; 10:41–45). Pablo enfatiza la importancia de este llamado al afirmar
que los efesios deben ser “humildes y amables”, haciendo de esto un mandato
supremo y conectando las dos palabras en una sola idea. Esto iba en contra de las
prácticas grecorromanas de la época, que ejemplificaban la creencia de que “la
mansedumbre es debilidad” y que las cualidades más altas se prueban mediante el
éxito egoísta (al igual que en “en nuestra sociedad”). Jesús revirtió por completo
esta práctica pagana, haciendo de la humildad una de las virtudes más importantes
a los ojos de Dios. Para ser honesto, he sido testigo de una falta de humildad en
demasiados líderes cristianos. Debemos darnos cuenta de que el orgullo es uno de
los pecados verdaderamente mortales a los ojos de Dios; es solo cuando
reconocemos esto que podemos ser honestos con nosotros mismos con respecto al
verdadero nivel de nuestra humildad.
La Biblia regularmente castiga la arrogancia y el egocentrismo. Quizás la
expresión más clara de esto es Filipenses 2:3–4: “No hagan nada por egoísmo o
vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a
ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino
también por los intereses de los demás”. La humildad exige una vida dirigida
hacia los demás en lugar de hacia el engrandecimiento personal. La otra palabra
que Pablo usa, “amabilidad”, describe la forma en que una vida de humildad
trata a los demás: con bondad y preocupación. Esta cualidad también es muy
apreciada en las Escrituras. La palabra griega praütēs aquí a menudo se traduce
“humilde” o incluso “los pobres” (que tuvieron que ponerse bajo el cuidado de
Dios). Y la mansedumbre, un “fruto del Espíritu” (Gá 5:22–23), es sin duda una
actitud primordial que debemos adoptar al amonestar a otra persona (Gá 6:1; 2
Ti 2:25).
2. Paciencia. El término griego (makrothymia) literalmente significa “mucho tiempo
antes de que uno se enoje”. Connota a una persona con una mecha larga, a menudo
se traduce como “soportar” y describe la manera en que Dios soporta a la
humanidad pecadora. De hecho, se lo describe como “lento para la ira” (Éx 34:6;
Neh 9:17; Sal 145:8; Jl 2:13; Stg 1:19) y “paciente” (Ro 2:4; 2 Pe 3:9). En el Nuevo
Testamento, la necesidad de paciencia en las relaciones de la iglesia se discute con
frecuencia como una virtud clave (2 Co 6:6; Col 3:12). Pablo les dice a los
tesalonicenses que “sean pacientes con todos” (1 Ts 5:14) y define esta cualidad
como un aspecto central del amor (1 Co 13:4).
3. Tolerantes unos con otros. En cierto sentido, esto define aún más la paciencia,
describiendo cómo funciona la paciencia en nuestras interacciones sociales dentro
de la iglesia. En otro sentido, define cómo debemos “caminar dignamente” ante Dios
al extender y combinar todos los atributos discutidos hasta ahora y, por lo tanto, se
convierte en una categoría separada. Las personas de Dios ejercen humildad,
amabilidad y paciencia al tolerarse el uno con el otro. El concepto está relacionado
con la resistencia, específicamente con la forma en que debemos soportar las
debilidades y pecados del otro. Por ejemplo, Jesús, en su frustración por la
incapacidad de los discípulos para expulsar a un demonio, exclamó: “¿Hasta cuándo
tendré que aguantarlos?” (Marcos 9:19). Y Bernabé en Hechos 15:37–39 no solo
soportó la rebelión juvenil (probable) de Marcos, sino que se separó de Pablo para
llevar a Marcos de regreso a Chipre y darle un discipulado para que se convirtiera en
el gran líder cristiano que más tarde demostraría ser.
Implícito en esta tolerancia está el perdón, como en 4:32: “sean bondadosos
y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los
perdonó a ustedes en Cristo”. Nosotros como seres humanos siempre
enfrentaremos conflictos en las relaciones. Esto requerirá que seamos abiertos
de mente para respetar e incluso agradecer las diferencias entre nosotros y los
demás. Eso a menudo significa pasar por alto esas diferencias, mientras que en
otras ocasiones exigirá que perdonemos las críticas que se nos han dirigido
(véase Col 3:13). Debemos hacer esto “en amor”. Nuestra experiencia del amor
divino proporciona la base y el modelo, el resultado es nuestro amor mutuo.
Pedro identifica el amor como un propósito definido de nuestra salvación.
Debemos ejercerlo profundamente, con toda la energía que poseemos (1 Pe
1:22). Pablo hace eco de la importancia del amor: no puede haber una relación
o paz en una iglesia sin un amor recíproco y mutuo.
4. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Ahora
llegamos al punto central, aquí se nos proporciona la idea de conexión entre el
énfasis en la unidad de judíos y gentiles en Cristo de 2:11–22 y el de la unidad y la
diversidad dentro de la iglesia en 4:1–16. Pablo comienza con una fuerte
exhortación: “Esfuércense”, lo que significa que los creyentes en Éfeso deben
trabajar muy duro, ejerciendo diligencia para cumplir la tarea. Esto es tan
importante que requerirá todo lo que tienen.
La idea de “mantener” implica guardar y preservar algo. Los lectores de Pablo deben
mantener la unidad y la paz en sus iglesias a toda costa. A través de la frase “unidad del
Espíritu”, Pablo identifica al Espíritu como la fuente creativa; es él quien ha producido esta
unidad. En 2:18, Pablo declaró que Cristo hizo posible el acceso a Dios “por un solo Espíritu”,
y aquí retoma esa idea. La unidad es un regalo trinitario para el pueblo de Dios. La unidad
de los santos es importante para el plan de Dios y existe como resultado principal de la obra
de reconciliación de Cristo en la cruz (Ef 2:11–22). Cuando cada uno de nosotros se
reconcilia con Dios a través de Cristo, necesariamente también nos reconciliamos el uno
con el otro. El punto de Pablo aquí es que tenemos que resolver eso en nuestras relaciones
diarias y mediante un espíritu cooperativo dentro de la iglesia.
Podemos lograr esta unidad “mediante el vínculo de la paz”. Quizás mejor que
“mediante de” aquí estaría “dentro”, con la paz como el ámbito más que como el medio
para lograr la unidad. La paz proporciona la matriz para lograr la unidad en la iglesia. Fue
central en 2:14–15, donde Cristo, “quién es nuestra paz”, creó “una nueva humanidad al
hacer la paz”. La secuencia comienza en paz con Dios; solo cuando eso esté vigente
podemos encontrar paz en el cuerpo de Cristo. La nueva humanidad, el nuevo Israel, es una
nueva comunidad en la que la paz ha reemplazado el conflicto y las relaciones fracturadas.
La palabra “vínculo” (syndesmos) recuerda la descripción que hace Pablo de sí mismo como
“prisionero” (desmios) en 4:1. En el Espíritu, los santos están unidos entre sí con cadenas
de amor y paz.

La meta es la unidad de la iglesia (4:4–6)


Esta sección es trinitaria porque contiene tres tríadas, cada una con un miembro diferente
de la Trinidad. La tercera y última tríada comienza con la séptima instancia en los versículos
4–6 de “un”, esta vez refiriéndose a Dios (siete en la Biblia es el número perfecto, aquí
refleja el plan perfecto de Dios). Este orden muestra la importancia de la unidad dentro de
la iglesia. No logramos tal acuerdo fácilmente, pero tampoco lo hacemos solos. La Trinidad
divina nos permite encontrar la fuerza para producir paz entre nosotros. Aunque no es una
confesión formal como un credo, esta sección tiene el estilo de un credo, y sigue un ritmo
poético. Estos versículos se basan en el versículo 3 (“mantener la unidad del Espíritu”),
transmitiendo que la iglesia debe reflejar la perfecta unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu.

El Espíritu: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza (4:4)


El primer ítem se enfoca en la iglesia como un todo. El “cuerpo único” se refiere a la unidad
de la iglesia, el cuerpo de Cristo, ciertamente uno de los principales énfasis de esta carta
(junto con la cristología exaltada de Pablo). La iglesia como entidad local es en realidad
parte de “una nueva humanidad “Que se identifica además como” un cuerpo “(2:15–16). La
novedad de la iglesia se define a través de su unidad, en cierto sentido una inversión de
Babel en la nueva creación de Cristo. Cada creyente como miembro del cuerpo debe usar
todos sus dones al servicio del cuerpo, como veremos en 4:15–16, a continuación.
Esta unidad tiene lugar debido a la obra del “único Espíritu”. En Efesios 2:18 se nos dice
que el acceso al Padre se ha logrado por “un solo Espíritu”, y allí note la declaración de
fondo de Pablo en 1 Corintios 12:13: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para
formar un solo cuerpo”. Tanto en Corintios como aquí, el único Espíritu se identifica como
la base y el fundamento para la unidad de la única iglesia. Como la Trinidad divina es una,
la iglesia debe caracterizarse por la unidad.
Pablo culmina la primera tríada con: “como también fueron llamados a una sola
esperanza”. La esperanza es el subproducto del poder capacitador del Espíritu, al traer
unidad a la iglesia. Como el Espíritu es la base de nuestra unidad, nuestro llamado en Cristo
es la base de nuestra esperanza. Con frecuencia en Efesios (por ejemplo, 1:4–5, 11; 4:1),
Pablo ha enfatizado nuestra naturaleza y vocación elegidas. No elegimos a Dios; nos eligió
y nos hizo sus hijos, dándonos el Espíritu Santo como garantía de nuestra futura herencia
(1:13–14) y la base de nuestra esperanza viva (1 Pe 1:3–4). El griego se refiere a “la única
esperanza de su llamado”, lo que significa que nuestra esperanza es el resultado de que
Dios nos llama para sí mismo (véase también Ef 1:18). Es “una esperanza” porque todos
compartimos la misma esperanza y estamos destinados a celebrarla juntos en unidad.
Nuestra esperanza futura, es una herencia final en el cielo que está anclada en la realidad
actual de nuestro llamado e inclusión en el único cuerpo de Cristo.

El Señor: un Señor, una fe, un bautismo (4:5)


Pablo enfatiza fuertemente en Efesios el señorío de Cristo (mencionándolo más de veinte
veces), y esto toca cada tema de la carta. El énfasis en “un solo Señor” nos recuerda la
Shemá (en hebreo, “escucha”) en Deuteronomio 6:4: “Escucha, Israel, el Señor nuestro
Dios, el Señor uno es”. En todo el Antiguo Testamento “Señor” (a menudo traducido en
minúsculas) es el título que traduce el nombre del pacto de Dios, Yahvé. En el Nuevo
Testamento, Jesús es el Señor o “Yo soy” (véase Éx 3:14; Jn 8:58). Así que, en primer lugar,
esta es una declaración de su naturaleza exaltada como Señor del universo; también es un
reconocimiento implícito de su deidad. En Efesios, el Señor es la fuente de todas las
bendiciones (1:3), el objeto de nuestra fe (v. 15), la base de nuestra unidad y adoración
(2:21; 5:19–20), el contenido del plan eterno de Dios (3:11), la esencia de la voluntad de
Dios (5:10, 17) y la base de todas nuestras relaciones (vv. 21, 22; 6:1, 4, 8).
Mientras que algunos intérpretes piensan que “una sola fe” es subjetiva, refiriéndose a
nuestra confianza personal en Dios y Cristo, es mucho mejor estar con la mayoría y ver esto
como objetivo, refiriéndose a la fe cristiana como un conjunto confeso de creencias y
doctrinas (ver también Ef 4:13; Col 1:23; Gá 1:23; 1 Ti 3:9). Dado que la iglesia primitiva a
menudo tenía que tratar con falsos maestros, el desarrollo de los credos tradicionales y un
cuerpo de doctrinas verdaderas fue esencial aquí; de lo contrario, los creyentes habrían sido
víctimas de todo tipo de mentiras. Esto es de vital importancia en nuestros días; hay muchas
más herejías descontroladas en nuestro mundo de lo que los cristianos del primer siglo
podrían haber soñado. La iglesia primitiva estaba unida por su núcleo común de doctrinas,
y aún hoy, aunque hay muchas denominaciones y grupos diferentes, a menudo separados
por teologías diferentes, aquellos con un núcleo de doctrinas centrales como la Trinidad, la
deidad de Cristo, la expiación sustitutiva y otras, encuentran un mayor grado de unidad en
Cristo. Pueden diferir en los asuntos secundarios (por ejemplo, la predestinación, los dones
carismáticos, el rapto y el modo de bautismo), pero siguen estando unidos en los principios
centrales de la fe.
“Un solo bautismo” probablemente se refiere al bautismo en agua, aunque podría
incluir la idea de Pablo de ser “bautizado en Cristo” en Gálatas 3:27–28. Aunque ambos
están incluidos aquí, el énfasis no está tanto en el rito del bautismo como en su significado
teológico, sino que simboliza la unión con Cristo en su muerte y resurrección (Ro 6:1–3) y la
verdadera unión de ser “bautizado por un Espíritu para formar un cuerpo” (1 Cor 12:13).
Todos los santos están unidos por su experiencia común del bautismo y la incorporación al
cuerpo de Cristo, esto significa que han sido hechos uno con Cristo y, a través de él, el uno
con el otro.

El Padre: de todos, sobre todos, en todos (4:6)


El versículo 6 suena muy parecido a un credo formal, comenzando como lo hace con “un
solo Dios y Padre de todos”. Se piensa comúnmente que este versículo, junto con 1 Corintios
8:6, representa una nueva Shemá cristiana moldeada después de Deuteronomio 6:4 (véase
arriba). Es probable, de hecho, que Pablo estuviera pensando en la Shemá cuando escribió
este versículo en Efesios. El saludo en 1:2 viene “de Dios nuestro Padre”, y la paternidad de
Dios se menciona ocho veces en esta carta. Ver a Dios como Padre enfatiza su cuidado
amoroso, pero también su autoridad soberana.
El término central es “todos”, que ocurre cuatro veces solo en este versículo. Se debate
si la palabra es masculina, refiriéndose a la autoridad y la compasión de Dios por todos los
creyentes, o neutra, refiriéndose a su señorío cósmico sobre toda la creación. Algunos
manuscritos antiguos incluso han agregado “nosotros” o “usted” para hacerlo
explícitamente masculino (reflejado solamente en traducciones al inglés como la KJV, NKJV).
Sin embargo, últimamente existe un acuerdo general de que debe tomarse como neutro,
refiriéndose al señorío cósmico, así como a la preocupación por el pueblo de Dios. El énfasis
en Efesios en la “unidad de todas las cosas” (1:10), el liderazgo de Cristo sobre todas las
cosas (vv. 22, 23), y que Dios haya creado todas las cosas (3:9) respalda este punto de vista.
Las tres frases preposicionales aquí son similares a la enseñanza en Romanos 11:36:
“Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él”. Allí Dios es visto como la
fuente, el instrumento y la meta de toda la creación. Este versículo es similar, y considera a
Dios el Padre como el Señor supremo, el instrumento y la esfera dentro de la cual existe
todo su orden creado. Él es el Creador que ha nombrado y es totalmente soberano sobre
“toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3:15); esto afirma su trascendencia (“sobre
todos”), su omnipotencia (“por medio de todos”) y su omnipresencia (“en todos”) tanto en
el cielo como en la tierra.
Los primeros seis versículos del capítulo 4 constituyen un párrafo muy importante ya
que sirve como transición entre las dos partes de esta carta. Resumen el tema de la unidad
de los capítulos 2–3 y al mismo tiempo proporcionan la perspectiva para el tema del cuidado
colectivo dentro del cuerpo de Cristo en los capítulos que siguen. La unidad de la iglesia aquí
es una consecuencia de la unidad de la Deidad (como en Juan 17:20–23). Si el Padre, el Hijo
y el Espíritu son uno, la iglesia como el cuerpo de Cristo también debe mostrar la unidad. Si
bien el ímpetu es vertical, proveniente de la Divinidad unida, debe ser resuelto
horizontalmente en la vida de la iglesia. Este trabajo exige vidas de humildad y paciencia.
Este es un punto increíblemente importante para nuestro día. La iglesia de hoy está
dividida en puntos de vista denominacionales, étnicos e incluso de adoración. Somos
desobedientes a Dios y perjudicamos la evangelización del mundo debido a nuestra
desunión, y debemos hacer todo lo posible para romper estas barreras no bíblicas y
aprender a apreciar nuestras diferencias y forjar una unidad más profunda para que
podamos cumplir nuestro propósito en este mundo. La simple verdad es que nos
necesitamos de una manera mutua e individualmente tenemos mucho que ofrecer para
edificarnos unos a otros. Debemos encontrar esa unidad de la que Pablo está hablando aquí.
UNIDAD A TRAVÉS DE LA DIVERSIDAD (4:7–16)

Todos los pasajes de Pablo que tratan con los dones espirituales y el cuerpo de Cristo (por
ejemplo, Ro 12:4–8; 1 Co 12:12–31) enfatizan la diversidad de la iglesia en medio de su
unidad como un solo cuerpo. El cuerpo consta de muchos miembros, todos los cuales deben
funcionar juntos para que el cuerpo crezca. Cada miembro descubre su papel en el cuerpo
tomando los dones de gracia que Cristo les ha dado, usándolos para el beneficio del cuerpo.
Los dones otorgados en 4:7–8 permiten que el cuerpo crezca (vv. 15–16). Curiosamente, los
dones mencionados en 4:8 no son ministerios cristianos, como en 1 Corintios 12, sino
líderes cristianos (v. 11) que guían a la iglesia y la ayudan a madurar.

La gracia de Cristo se da a cada miembro (4:7–10)


El don de gracia de Cristo basado en el Salmo 68:18 (4:7–8)
Una verdad importante implícita en el versículo 7 es que Dios no da regalos en función de
la raza o el estatus social. Se distribuyen equitativamente a “cada uno de nosotros”, y la
base es “en la medida en que Cristo ha repartido los dones” (literalmente, “la medida del
don de Cristo”). En otras palabras, la diversidad se basa en la unidad, ya que todo el cuerpo
está involucrado. En 1 Corintios 12:11 es el Espíritu “quien reparte a cada uno según él lo
determina”. Mientras que aquí es Cristo quien tiene el control soberano de los dones. Pablo
los describe como dones de gracia; el mismo término para don espiritual que es charisma
(Ro 12:6; 1 Co 12:4), que significa “gracia dada” a una persona.
El énfasis aquí está en la fuente de la gracia: Cristo. No hay distribución aleatoria o al
azar de estos dones. Cada don es cuidadosamente elegido y distribuido de acuerdo con la
voluntad soberana de Dios. En nuestro mundo narcisista, con demasiada frecuencia
estamos descontentos con lo que Cristo nos ha dado y queremos más. Eso es negar la gracia
y la voluntad de Dios por sí mismo. Dios nos da exactamente lo que quiere que tengamos y
lo que es mejor para nosotros. Es nuestro privilegio aceptar y utilizar sin dudar sus
bondadosos dones. El ministerio conjunto que tenemos en la iglesia es el resultado de los
dones particulares que cada uno de nosotros hemos recibido.
El énfasis en “cada uno” es importante, ya que esto significa que nadie está exento de
contribuir a la iglesia. Dado que en la iglesia promedio solo un tercio de la mitad de los
miembros están realmente involucrados, esto significa que la mayoría son desobedientes
al Señor. Esto es en parte culpa de todos los que somos líderes, ya que con demasiada
frecuencia fallamos en desafiar a nuestros miembros lo suficiente y estamos dispuestos a
cargar demasiado todo el peso. La delegación del ministerio es esencial para una iglesia en
crecimiento.
La doctrina de los dones espirituales es de suma importancia para la iglesia de hoy.
Como el cuerpo de Cristo, está compuesto por muchos miembros diversos, y la Trinidad
(Dios en Ro 12:3, el Espíritu en 1 Co 12:11 y Cristo aquí) ha dado soberanamente a cada
miembro los dones espirituales apropiados. Cada creyente debe aceptar y estar satisfecho
con sus dones de gracia particulares, desarrollarlos y usarlos para mejorar la iglesia y
edificar a quienes los rodean. Debemos usar nuestros dones de gracia para servir, no para
ser servidos (Mr 10:45) o para mejorar nuestro estado en la iglesia y la sociedad. Todos
estamos llamados al servicio, y la iglesia crece cuando todos sus miembros usan sus dones
dados por Dios para la gloria de Dios, el ministerio de la iglesia y el bienestar mutuo.
Pablo ahora ancla esta promesa de dones de gracia (4:8) en una cita del Salmo 68:18.
Las citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento a menudo incluyen el contexto
del pasaje del Antiguo Testamento, y ese es ciertamente el caso aquí. El Salmo 68
representa a Yahvé como un Guerrero Divino que desciende del Monte Sinaí, cruza la tierra
obteniendo victoria tras victoria para su pueblo, y luego asciende al Monte Sión rodeado de
un séquito de la corte celestial para establecer su trono (templo) allí. Es la oración del salmo
que este poder de Dios se ejerza una vez más para liberar a su pueblo.
La primera línea del Salmo 68:18 representa al Guerrero Divino que asciende a las
alturas del Monte Sión. Ha ganado la victoria y ahora asciende a su trono recién establecido
en Sión para recibir los elogios de su pueblo agradecido. La segunda línea resume los
triunfos del Guerrero Divino sobre los enemigos de Israel (Sal 68:1–2, 6, 12–14, 23, 30–31)
cuando se llevó “consigo a los cautivos” de los ejércitos enemigos. Estos ejércitos
capturados se muestran atados y marchando detrás del carro de la victoria de Yahvé a
medida que avanza por el Monte Sión. La tercera línea muestra al Señor conquistador
“recibiendo regalos” de un Israel agradecido. En este salmo, David ofrece una vista
panorámica de toda la historia de Israel desde el éxodo hasta el establecimiento del templo
en el Monte Sión. Dios el Guerrero Divino es el Salvador y redentor de su pueblo, el único
digno de adoración.
Todos estos temas en el salmo original son parte del mensaje de Pablo aquí en Efesios
4:8, con Cristo como el Guerrero Divino ganando la victoria y regresando a su pueblo
agradecido, el nuevo Israel, para establecer su trono entre ellos. La primera línea representa
a Cristo ascendiendo a lo alto después de ganar su gran batalla en la cruz para tomar su
lugar a la diestra de Dios (Sal 110:1 en Efesios 1:20–21) en su trono celestial. La segunda
línea representa la gran victoria de Cristo sobre la muerte y los poderes malvados y alude a
Colosenses 2:15: “Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los
humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal”. Esa imagen encaja perfecto aquí,
como Cristo “tomó muchos cautivos” (las fuerzas demoníacas) en su ascensión. Esta
“atadura de Satanás” (véase Marcos 3:27) visualiza los poderes del mal atados y marchando
en derrota detrás del carro de la victoria de Cristo en su ascensión.
Pero la imagen del Salmo 68:18 se ha cambiado aquí a la de Cristo que dio “dones a los
hombres”. ¿Por qué ha alterado Pablo la descripción del salmo, y cuál es su mensaje? Varios
eruditos creen que está siguiendo una tradición targúmica judía. Los Tárgums eran
paráfrasis judías del Antiguo Testamento en arameo, el lenguaje de la gente común, para
que pudieran entender el Antiguo Testamento hebreo. Tárgums en el Salmo 68:18 lee esto
mientras Moisés ascendía del Sinaí al cielo para recibir la Torá. Lo que Moisés tomó cautivo
fue la Torá, y luego regresó a la tierra para dársela al pueblo judío. De acuerdo con este
entendimiento, Pablo vería a Cristo como un superior Moisés que da dones al nuevo Israel,
tanto en términos del Espíritu Santo en Pentecostés como de los dones espirituales aquí. La
dificultad con esta interpretación es que los Tárgums se escribieron después que esto (siglo
IV d.C.). Incluso si esa tradición se remontara a la época de Pablo, es una tradición aramea
con poca evidencia de haber sido conocida en el mundo judío helenístico. Entonces, si bien
es interesante, esta no es la explicación probable aquí.
Es más probable que el mismo Pablo haya hecho el cambio de redacción de “tributo de
los hombres” a “dones a los hombres”. Esto encaja con el movimiento en su pensamiento
de “gracia dada” en el versículo 7 a “él mismo dio” en el versículo 11. En Salmo 68 es Yahvé
quien asciende a su trono recién establecido en el Monte Sión para recibir regalos de su
pueblo y sus enemigos derrotados. Aquí es Cristo el Guerrero Divino quien asciende al cielo
después de derrotar a los enemigos cósmicos y luego distribuye sus dones a sus seguidores.
La derrota de los poderes malvados es fundamental para Efesios (1:20–22; 3:10; 6:10–20)
es parte del ejemplo aquí. El cambio a “dio dones” no es un cambio casual. Pablo está
leyendo el Salmo 68:18 a la luz de todo el salmo, que detalla las victorias que Dios le dio a
Israel. Utilizando la exégesis judía, Pablo está llevando los dones de Yahvé al pueblo de Israel
en el salmo y aplicándolo a los dones del Cristo ascendido al nuevo Israel.

El don de gracia de Cristo basado en su exaltación como Señor de todos


(4:9–10)
Pablo ahora ofrece comentarios sobre el significado de que Cristo “ascendió” en su cita del
salmo, mirando la cronología de los eventos que llevaron a la exaltación de Cristo. Comienza
con “¿Qué quiere decir eso de que «ascendió», sino que también descendió a las partes
bajas, o sea, a la tierra?”. La última parte del versículo dice literalmente: “descendió a las
partes más bajas de la tierra”. Esto ha llevado a una serie de interpretaciones:
1. Las partes más bajas son el inframundo, y esto describe descensus ad inferos, o el
“descenso al Hades” de Jesús en su muerte. Esto es paralelo a interpretaciones
similares de Romanos 10:6–7 (“descender a las profundidades”) y 1 Pedro 3:19
(Cristo predicando a los espíritus encarcelados) y ha sido durante mucho tiempo un
punto de vista popular; se remonta a Tertuliano y Jerónimo y se encuentra en el
Credo de los Apóstoles. Este punto de vista es realmente viable, porque estos
cristianos gentiles habrían crecido con historias sobre el inframundo. Si entendemos
que el Hades es el cementerio, esto entonces se refiere de manera conmovedora a
la muerte de Cristo. Sin embargo, parece ser una forma extraña de hablar de la
muerte y sepultura de Jesús.
2. Esto se refiere a la encarnación de Jesús, vista como el descenso a este mundo del
Dios-hombre preexistente. Las “partes más bajas” se refieren a la parte inferior del
cosmos de Dios, la tierra. Esto encajaría con el Salmo 68, donde Yahvé descendió del
Sinaí para liberar a su pueblo y luego ascendió a Sión para gobernar a la nación
redimida. Juan 3:13 proporciona un paralelo cercano: “Nadie ha subido jamás al
cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre”. Esto sería una referencia
al Cristo glorificado como el que descendió a la tierra en su encarnación y luego
ascendió al cielo en su resurrección. Esto es similar a la imagen en Apocalipsis 12:4–
5, donde la mujer dio a luz a “un niño varón” (encarnación), que luego es arrebatado
al cielo (exaltación), derrotando así al dragón. Pero como la primera opción, “partes
más bajas” parece una forma extraña de hablar de la tierra.
3. Esto se refiere a Jesús después de su muerte regresando a la tierra a través del
Espíritu Santo en Pentecostés, lo que encajaría con la entrega de los dones a la
iglesia. Esto sería paralelo al entendimiento targúmico del Salmo 68 mencionado
anteriormente: Moisés ascendió al cielo, recibió la ley y luego descendió a la tierra
para dársela a Israel. Las obras de Cristo son comparables en términos de su
recepción y distribución de los dones de gracia. Sin embargo, esta opción está más
lejos de las imágenes del texto que las dos anteriores, ya que el Espíritu y
Pentecostés no se encuentran en el contexto. Si bien es una posibilidad interesante,
esta interpretación no es tan probable.
Decidir entre los dos primeros es difícil, ya que ambos dan sentido al pasaje y provienen
de un uso viable del trasfondo judío. Cuando todo está dicho y hecho, el punto de vista de
la encarnación (opción dos) tiene el mejor sentido sobre este pasaje. El descenso a las
“partes más bajas, es decir, la tierra” es un lenguaje apocalíptico perfectamente apropiado
que transmite la importante verdad de que el Cristo, el Guerrero Divino preexistente,
descendió a la tierra en su encarnación y luego ascendió al cielo, primero venciendo a los
poderes cósmicos y luego dando dones a la iglesia que es el tributo de su triunfo, los dones
de gracia de Dios.
Sin embargo, independientemente de cómo se entiendan las “partes más bajas”, el
énfasis en estos versículos está en la ascensión o exaltación de Cristo. Él ascendió “por
encima de todos los cielos” refiriéndose a la imagen judía de tres, o en ocasiones de siete,
cielos (2 Co 12:2). Cristo es supremo sobre toda la creación, teniendo “el nombre que está
sobre todo nombre” (Fil 2:9). Con toda la plenitud de Dios morando en él, todas las cosas
se han reconciliado con él (Col 1:19–20), y se ha sentado “muy por encima de todo gobierno
y autoridad” (Ef 1:21). Toda la creación, incluidos los poderes demoníacos, está sujeto a su
dominio.
El propósito de la exaltación de Cristo fue: “a fin de llenar la totalidad del universo con
su presencia” [NTV], basándose en 1:23, donde la iglesia se llama “la plenitud de aquel que
lo llena todo por completo”. Esto no es inmanencia, Cristo llena el mundo con su presencia,
pero trascendencia, Cristo ejerce su dominio y poder sobre todas las cosas. En esta época,
el gobierno de Cristo se extiende a través de la proclamación del evangelio y la conversión
de las naciones. En el eschaton (escatón, el final) será reconocido abiertamente como
cabeza sobre cada aspecto de su creación a medida que reine por los siglos de los siglos.

Dios da líderes de la iglesia que la ayudan a crecer (4:11–16)


El versículo 7 discute la doctrina de los dones espirituales en general. Aquí, Pablo lo reduce
a un don de gracia en particular: Dios provee líderes que permitirán que la iglesia crezca.
Aquí y en 1 Corintios 12:28 son los únicos lugares en el Nuevo Testamento donde el
charisma designa a personas en lugar de las cualidades o ministerios espirituales (Corintios
usa ambos), y proporciona una perspectiva importante para nuestros días. Los líderes
talentosos no solo son contratados o nombrados, sino que se otorgan soberanamente, y la
iglesia debe considerar que su personal y líderes voluntarios son regalos de Dios. Su
propósito no es solo hacer la obra del Señor, sino entrenar e involucrar a cada miembro en
ese trabajo. En otras palabras, los líderes talentosos ayudan a todos los miembros a
desarrollar y usar sus dones.
Después de ascender al cielo más alto y derrotar a los poderes cósmicos, el Guerrero
Divino llena de dones a su pueblo redimido, distribuyéndoles líderes talentosos que pueden
entrenarlos adecuadamente en la guerra espiritual. Hay cinco categorías (como
argumentaré): apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. La lista no es
exhaustiva, no se mencionan diáconos, compañeros de trabajo y quizás
ancianos/supervisores (a menudo sinónimos de pastores). Posiblemente, estos líderes en
particular reciben mención aquí porque todos están conectados con la proclamación de la
Palabra y la capacitación de los cristianos para el servicio.

Los dones dados: los líderes de la iglesia (4:11)


Las dos primeras categorías de líderes, apóstoles y profetas son parte de la lista de dones
en 1 Corintios 12:28 y designan los dos oficios principales de la iglesia del primer siglo. En
Efesios 1:1 Pablo se llamó a sí mismo “apóstol de Cristo Jesús”, y en 2:20 los apóstoles y los
profetas (del Nuevo Testamento) fueron etiquetados como el “fundamento” de la iglesia,
aquellos que habían guiado a la iglesia desde el principio. En Efesios 3:5, los apóstoles y
profetas se presentan como canales a través de los cuales el “misterio” había sido revelado
a la iglesia. Todavía funcionaban de esa manera en la cuarta década (los años 60) de la era
de la iglesia. Es posible que la categoría de “apóstoles” aquí vaya más allá del núcleo de los
Doce, junto con Pablo, Bernabé y Apolos, para designar a otros líderes eclesiásticos dotados
a quienes Cristo había “enviado” (el significado de “apóstol”) para dirigir la iglesia. Los
profetas eran aquellos como Agabo (Hch 11:27–28; 21:10) y otros (Hch 13:1; 15:32; 21:9)
que habían sido llamados a ser receptores de mensajes importantes de Dios para su pueblo.
La profecía trata no solo con predicciones futuras sino también con mensajes (quizás más
importantes) u órdenes para la iglesia. Pablo fue a la vez apóstol y profeta.
A menudo se ha argumentado que estos dos oficios cesaron en el primer siglo y desde
entonces han sido reemplazados por los otros de esta lista. No hay evidencia del cese de
estos oficios en el Nuevo Testamento. Algunos han interpretado 1 Corintios 13:10 (“pero
cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá”) de esta manera, pero eso es una
mala interpretación. Lo “perfecto” es la era final después de que Cristo regrese, no el cierre
del canon o la era apostólica. Hay una amplia evidencia de que la profecía y los milagros
han continuado desde la era de la iglesia hasta nuestros días, como lo demuestran, por
ejemplo, los eventos milagrosos que tuvieron lugar en los primeros siglos en la difusión
misionera del evangelio (como en los tiempos de Ireneo y Tertuliano y Joaquín de Fiore). Si
bien el oficio apostólico de los Doce y Pablo no continuó, los “apóstoles” continuaron tanto
en el primer siglo como después, refiriéndose a los “enviados” para establecer iglesias y
proclamar el evangelio. En el documento del siglo II, la Didache (también llamada la
Enseñanza de los Doce Apóstoles), los profetas eran los líderes principales de la iglesia, y los
“apóstoles” eran los misioneros enviados a tierras lejanas. Los “evangelistas” eran aquellos
dotados específicamente con la habilidad de difundir el evangelio. Felipe es llamado “el
evangelista” en Hechos 21:8, y en 2 Timoteo 4:5 Pablo desafía a Timoteo diciéndole:
“dedícate a la evangelización”, a predicar las buenas nuevas y ganar conversos para Cristo.
Es interesante que Pablo vea esto como un oficio de la iglesia en particular. Esto no significa
que solo ciertas personas se encargaron del evangelismo; se espera que todos los cristianos
evangelicen. Esto puede referirse especialmente a aquellos que supervisaron ese aspecto
del ministerio de la iglesia o a los misioneros que deambulaban en todas partes que, como
Pablo, llevaron el evangelio a nuevas tierras. Su papel era distinto al de los apóstoles,
aunque trabajaban juntos.
Existe un debate considerable con respecto a los dos cargos finales. Pablo dice
literalmente: “Y dio algunos apóstoles, algunos profetas, algunos evangelistas y algunos
pastores y maestros”. La pregunta que surge aquí es si Pablo se estaba refiriendo a un solo
oficio de “pastor-maestro” o a dos oficios, los de “Pastor” y “maestro”, respectivamente.
Durante mucho tiempo pensé que se trataba de un solo oficio, pero muchos, en especial
recientemente, ven aquí dos categorías separadas. La gramática sugiere una estrecha
relación entre el pastorear y enseñar, y al menos se enfatiza que los pastores también deben
ser maestros (véase 1 Ti 3:2, “capaz de enseñar”). Este es un consejo necesario tanto en
nuestros días como en los de Pablo, ya que muchos pastores tienen ministerios de
enseñanza poco profundos. Lo más probable es que esto hable de dos oficios, aunque Pablo
los vio superpuestos, con pastores obligados a enseñar bien y maestros desempeñando un
papel pastoral en la iglesia.
El término “pastor” proviene de la metáfora del pastor como líder, usado en el Antiguo
Testamento para los “pastores de Israel” (Sal 80:1), aquellos a quienes Dios eligió para
dirigir su rebaño. También está relacionado con Jesús como “el buen pastor” (Jn 10:11).
Jesús usó este concepto más tarde para exigir a sus discípulos (a través de Pedro) que
cuidaran y alimentaran las ovejas de Dios (Jn 21:15–17). En este sentido, los pastores
continúan el ministerio de Jesús a su iglesia (1 Pe 5:2). En el Nuevo Testamento, los pastores
también son llamados “ancianos” y “supervisores” (Hch 20:28). Son creyentes maduros
llenos de sabiduría que vigilan al pueblo de Dios y supervisan su trabajo entre ellos. Los
“maestros” son aquellos que explican las verdades de Cristo a las personas y los guían a las
cosas profundas de Dios y su palabra. Su función autoritaria se destaca especialmente en
las cartas pastorales, donde son representados como aquellos que transmiten “sana
doctrina” (1 Ti 1:10; 2 Ti 4:3) y transmiten la tradición de los apóstoles a la iglesia (2 Ti 2:2).
No hay excusa para una enseñanza débil en la iglesia, como Pablo señaló a Timoteo (2 Ti
1:6–7; 2:15; 4:2).

El propósito y la meta de la iglesia (4:12–13)


El triple propósito de los líderes en el versículo 12 se centra en la tarea de ayudar a la iglesia
a crecer, con referencia especialmente al crecimiento espiritual interno de cada miembro.
Los oficiales de la iglesia tienen la tarea de involucrar a sus miembros para que se sirvan
unos a otros y se ayuden mutuamente en la forma de vida cristiana.
Existe un debate significativo sobre si las tres frases juntas en este versículo describen
los deberes de los líderes del versículo 11 o si las dos siguientes describen las
responsabilidades de los santos después de que hayan sido entrenados por los líderes. La
distinción es crítica, ya que la primera lectura contiene una fuerte presentación de la
autoridad pastoral, mientras que la segunda enfatiza el papel de los laicos en el ministerio
de la iglesia.
La segunda opción es probablemente mejor, ya que Pablo cambia su preposición pros
en el primero a eis en las dos siguientes. Si bien estos son sinónimos (ambos significan
“para” o “a fin de”), Pablo probablemente sea intencional al subordinar la segunda y tercera
a la primera, lo que nos lleva a la siguiente disposición:
Para capacitar al pueblo de Dios
Para la obra de servicio
Para edificar el cuerpo de Cristo
En este escenario, los pastores y maestros son responsables de capacitar a los miembros
del cuerpo para que a su vez puedan ministrarse unos a otros y construir el cuerpo de la
iglesia. Esto tiene el mejor sentido de este versículo en el contexto de 4:11–16.
Los líderes de la iglesia son los principales responsables de “equipar a los santos” (NVI
“al pueblo de Dios”) para el servicio. El verbo significa entrenar o preparar personas.
También es un término médico para el establecimiento de huesos rotos y, por lo tanto,
puede entenderse que restaura a las personas a su tarea dada por Dios en el cuerpo de
Cristo. El significado “equipar” es particularmente apropiado a la luz de la discusión
posterior de Pablo sobre la armadura de Dios (6:10–20); transmite la imagen de entrenar al
pueblo de Dios en el uso de la armadura de Dios. También existe la idea de hacer que una
persona esté completamente capacitada y calificada para una tarea, como en Lucas 6:40 y
2 Timoteo 3:17. No es suficiente que los líderes de la iglesia realicen sus deberes pastorales;
son responsables ante el Señor para que los laicos participen en ese trabajo. Solo lo pueden
hacer cuando se les enseña cómo ministrarse unos a otros de manera efectiva.
Los santos totalmente equipados son responsables de hacer “la obra de servicio”. Cada
miembro es responsable de trabajar en su caminar cristiano, y aquí esa vida productiva se
define como “servicio/ministerio”. Para el resto de la carta, la responsabilidad de “cada
uno” de los miembros es central (véase 4:7, 16, 25; 5:33; 6:8), así como el énfasis en el
ministerio de “unos a otros” (4:2, 25, 32; 5:21). Nadie está exento. Esta es una característica
que define la enseñanza sobre los dones espirituales (Ro 12:4–5; 1 Co 12:7, 11) y una
característica esencial del crecimiento de la iglesia. A cada hijo de Dios se le dan esos dones
ministeriales que le permitirán, como Dios quiere, tomar su lugar en la vida de la iglesia.
El siguiente propósito también es el resultado de la capacitación de los líderes y el
servicio de los miembros. El cuerpo de Cristo será “edificado”, una metáfora de la
construcción que representa a la iglesia como el templo de Dios (2:21) construyéndose
piedra por piedra. Esta es una imagen adecuada de esta palabra a la luz del hecho de que
el templo de Herodes todavía estaba en proceso de construcción en el momento en que
Pablo estaba escribiendo. Un buen paralelo es 1 Pedro 2:5, con los santos vistos como
“piedras vivas” construidas en la “Piedra viva” (Cristo) y creciendo en “una casa espiritual”.
Pablo extiende esta imagen en 4:15–16, donde escribe que el cuerpo “crece y se edifica en
amor… según la actividad propia de cada miembro”.
Pablo pasa del triple propósito de los dones de Cristo en el versículo 12 al triple objetivo
de la iglesia en el versículo 13. Los objetivos están definidos por tres frases eis (“a”), todas
las cuales se derivan de la cláusula principal, “De este modo, todos llegaremos” (o
“alcanzaremos”). El verbo significa cumplir una meta o llegar a un destino, enfatizando el
final de un viaje. En los tres objetivos, la idea principal es crecer para alcanzar la madurez,
como un niño que alcanza la edad adulta. La imagen es la de todos los miembros del cuerpo
que crecen juntos y se permiten madurar entre sí. Ningún creyente puede hacer esto por sí
mismo; todos deben fortalecerse mutuamente para alcanzar la meta. En un cuerpo
humano, ¿qué significaría que los brazos crecieran mientras que las piernas no? El cuerpo
estaría lisiado. El punto es que aquellos miembros que no crecen y usan sus dones están
obstaculizando la iglesia.
El primer objetivo es una misma visión de fe y conocimiento. La unidad fue el tema
principal del capítulo 2 y de 4:1–6, aquí la fe y el conocimiento son las dos esferas en las
que funciona esta unidad. La “fe” una vez más (véase 4:5) no se refiere al aspecto espiritual
de confiar en Cristo sino al aspecto dogmático de la doctrina de la iglesia. Los cristianos
están unidos en que todos tienen las mismas verdades bíblicas que definen la fe cristiana.
El brazo de enseñanza de la iglesia (v. 11) tiene la tarea de entrenar a los fieles en estas
doctrinas centrales. La parte específica de esta fe enfatizada aquí es “conocimiento del Hijo
de Dios”. En Efesios 1:17–18, Pablo oró para que Dios les diera a los efesios “el Espíritu de
sabiduría y revelación” para “conocerlo mejor” y ser iluminados. Aquí él enfatiza la
comprensión específicamente del “Hijo de Dios”. Este es el único lugar en las cartas de la
prisión donde Pablo usa ese título. Tiene una alta visión de Cristo que se centra en la
adopción y la deidad de Jesús. Esto está de acuerdo con su señorío, que es un tema
importante en la carta. Él es el Hijo exaltado que ha traído la unidad y la paz al mundo.
El segundo objetivo es la madurez, literalmente, “un hombre perfecto” (andra teleion).
El uso de “hombre” es similar al de “nueva humanidad” de 2:15; El término se refiere al
cuerpo de creyentes que constituye la iglesia. Junto con el término anterior “alcanzar”, esto
representa a los hijos de Dios creciendo hasta la madurez (véase Col 1:28). El sustantivo
también puede significar “perfecto”, recordando Mateo 5:48: “Por tanto, sean perfectos,
así como su Padre celestial es perfecto”. Sin embargo, principalmente, la idea es la madurez
cristiana en contraste con el estado de los niños espirituales del versículo 14.
El tercer objetivo revela aún más la idea de madurar hasta la edad adulta, “a la medida
de la estatura de la plenitud de Cristo” (mi traducción). Esta colorida representación de la
semejanza de Cristo representa al hijo de Dios que quiere crecer y alcanzar la estatura de
un hermano mayor. Cuando estaba en sexto grado era terriblemente flaco pero el niño más
alto de mi clase (1.62 mt). Puse una marca en la pared de mi habitación con el objetivo de
alcanzar la estatura de 2 metros. Lo perdí por 8 cm. La marca en mi muro espiritual es la
“plena estatura de Cristo”. En Efesios 1:23, la iglesia se define como “la plenitud del que
llena todo en todos los sentidos”, y en 3:19 Pablo oró para que sus miembros pudieran estar
“llenos de la plenitud de Dios”. Esto culmina esos desafíos. La meta de Dios para nosotros
es el crecimiento espiritual, no solo hacia la madurez espiritual sino hacia la plena
semejanza de Cristo. En cada área de nuestra vida debemos buscar ser más como Cristo.

El peligro de los falsos maestros (4:14)


Este versículo proporciona tres imágenes de cristianos débiles y dos de las formas
engañosas de falsos maestros. Estos son opuestos a los maduros, porque son “infantes”.
Pablo tiene en cuenta no necesariamente a cristianos jóvenes sino a aquellos que nunca
han crecido en su fe. Los líderes de la iglesia los han alimentado y cuidado, pero nunca han
respondido, prefiriendo permanecer débiles y desnutridos. Para hacer explícita la imagen
de la impotencia, Pablo agrega otras dos imágenes: las de un pequeño bote a merced del
mar sacudido por la tormenta y la de un pequeño pájaro a merced de un huracán. Tampoco
tiene la fuerza o madurez para permitirle hacer frente a estas fuerzas insuperables. Las
fuertes olas y los vientos aulladores los han vuelto inestables. Como en Santiago 1:6, son
“agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento”. En la parábola del sembrador de Jesús,
las fuerzas que causan desorden y fracaso espiritual son la adversidad y los deseos
mundanos (Mr 4:17, 19); aquí están los vientos de la falsa enseñanza. Como resultado, estos
cristianos débiles se irán hacia las rocas (Heb 2:1).
Pablo retrata gráficamente la falsa enseñanza, mencionando los falsos “vientos de
doctrina/enseñanza” solo aquí en Efesios.
No lo describe, pero puede haber tenido en cuenta las falsas ideas sobre las que escribe
en Colosenses o en las cartas pastorales. Tal vez esas herejías aún no habían llegado a Éfeso,
por lo que Pablo solo proporciona esta advertencia de las tormentas por venir. Esta
enseñanza era claramente peligrosa y destruiría la iglesia si se le permitía avanzar sin
control. Él ya ha alentado a estos creyentes a permanecer firmes en la fe (4:5, 13) y ahora
advierte contra lo contrario: una fe débil.
Para ilustrar este peligro, Pablo usa la metáfora hacer trampa en un juego de cartas
usando dados alterados (“artimañas engañosas”). Los herejes que describe eran realmente
astutos e ingeniosos, no simplemente engañados por la ignorancia, sino que
deliberadamente convirtieron las verdades de Dios en mentiras. Habían planeado su
estrategia con cuidado y habían convertido la religión en un esquema de hacer dinero,
atrayendo a los débiles a su trampa y robando sus vidas para su beneficio personal. En otra
parte, Pablo acusa a los falsos maestros de estar satánicamente inspirados y controlados (2
Co 11:13–15; 1 Ti 4:1), y eso probablemente también esté implicado aquí a la luz de Efesios
3:10; 6:10–12. Aún hoy, es raro que los falsos maestros simplemente sean engañados; la
mayoría sigue una estrategia deliberada de engaño inspirada en poderes demoníacos.

La fórmula para producir iglesias maduras (4:15–16)


Mientras los herejes intentan derribar la iglesia y reemplazarla con su propio reino, Pablo
proporciona un antídoto. En lugar de difundir mentiras en la codicia egoísta para obtener
ganancias, el pueblo de Dios debe “vivir la verdad con amor” [hablar en otras versiones]. La
mentira maliciosa es contrarrestada por la verdad amorosa. Varios han sugerido que el
verbo “vivir” (alētheuontes) connota no solo difundir la verdad sino también practicarla
(RV60, “siguiendo la verdad”). Si bien ambas ideas pueden estar presentes, el énfasis aquí
está en el ministerio de enseñanza de la iglesia.
En Efesios 1:17–19, Pablo ora por una enseñanza inspirada por el Espíritu que conduzca
a la sabiduría y la comprensión. En Efesios 3:3–6 su énfasis está en llegar a comprender los
misterios divinos y en 4:13 en el conocimiento de la iglesia de la verdad, como la base para
la unidad en el cuerpo. Una iglesia amorosa es una iglesia que confiesa, y el amor es la
atmósfera dentro de la cual debe tener lugar esta confesión y enseñanza. De hecho, el amor
enmarca este pasaje, ya que las verdades se proclaman “en el amor” (v. 15a) y la iglesia “se
edifica en el amor” (v. 16c). Este énfasis es muy importante, ya que muchos apologistas de
la fe carecen de amor, yendo por la yugular cada vez que ven la más mínima desviación en
contra de su interpretación de la teología. La clave es ser firme en las doctrinas centrales
(como la deidad de Cristo, la salvación por gracia a través de la fe, etc.) pero tolerante en
los asuntos secundarios (como la seguridad eterna y los dones carismáticos).
Cuando el amor y la verdad caracterizan a la iglesia, “crecerá en él en todos los aspectos”
(mi traducción). Aquí Pablo nuevamente enfatiza el crecimiento espiritual del cuerpo como
un todo. Esto repite el énfasis de los versículos 12–13, donde la enseñanza de la iglesia
capacita a los hijos de Dios para que puedan madurar. Como en el versículo 13c, Pablo
define esa madurez como la semejanza de Cristo (“en él”), que está relacionada con el
énfasis central a lo largo de la carta sobre estar “en Cristo”. Esto se suma al material anterior
al mencionar que los creyentes de Éfeso deben crecer “en todo”, en cada parte de la vida
cristiana, especialmente en las áreas en las que se enfoca en esta carta: sabiduría,
conocimiento, unidad, misión al mundo, buenas obras, fe y amor.
Pablo ahora cambia de su metáfora de un niño que crece hasta la madurez a otra
imagen, la de la cabeza y el cuerpo, definiendo a Cristo una vez más como la cabeza. En
Efesios 1:22–23, haciendo eco de Colosenses 1:18, Pablo declara que Cristo ha sido
designado por su Padre para ser “Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia”. En la creencia
médica grecorromana, la cabeza no era solo la que dirigía y controlaba el cuerpo, sino
también la fuente de alimento que proporcionaba al cuerpo un sustento vital. El Cristo
exaltado tiene el control soberano sobre su cuerpo, le da vida y lo guía para que crezca en
él.
Pablo continúa su metáfora al desarrollar la imagen del cuerpo “sostenido y ajustado
por todos los ligamentos”. El cuerpo colectivo de Cristo ahora se ve unido y sostenido en él.
Para los médicos del primer siglo, el cuerpo se mantenía unido de dos maneras: la fuerza
vital era suministrada por la cabeza, y las articulaciones y los ligamentos mantenían los
huesos en su lugar y les daban apoyo. Pablo incluye ambos en su imagen aquí. La Trinidad
toma a los diversos miembros del cuerpo y los une para formar la iglesia como el cuerpo de
Cristo.
Pablo expande la metáfora para incluir dones espirituales cuando nos dice cómo
sucederá esto en la vida de la iglesia: “por todos los ligamentos” o “articulaciones”. La
cabeza ahora usa a los miembros para moldear la iglesia en un cuerpo completo. Hay
desacuerdo sobre si aphē aquí debiera traducirse como “ligamiento” (NVI) o “coyuntura”
(RV60, RVC, NBLA). Los ligamentos indicarían ampliamente los músculos y los tendones,
mientras que las coyunturas designarían los lugares donde los huesos se unen. Ambas
representaciones son viables, pero dado que el énfasis general está en las partes del cuerpo
que se unen, “coyuntura” parece ser una alternativa ligeramente mejor.
Tenga en cuenta el énfasis una vez más en “todos”. Cada miembro del cuerpo debe
hacer su parte en el suministro de los nutrientes espirituales necesarios para su
crecimiento. Dios ha dotado a cada miembro de alguna manera para servir al todo. Como
he dicho anteriormente, sin la participación de todos, ciertas partes del cuerpo se
marchitarán y morirán. Aquellos miembros que se rehúsan a ejercer sus dones están
paralizando el cuerpo de maneras muy específicas, ya que el ministerio queda incompleto
y los creyentes que necesitan ayuda son descuidados.
El lado positivo se ve en la conclusión “según la actividad propia de cada miembro”.
Todas las partes son esenciales, ya que distribuyen el alimento de la cabeza entre sí a
medida que participan en la vida del cuerpo. Dos fuentes proporcionan a los miembros lo
que garantiza la vida y el crecimiento: Cristo, la cabeza y los miembros individuales unidos
entre sí. En el versículo 7, Cristo reparte dones de gracia a cada miembro, junto con la fuerza
para usar esos dones para el bien de todo el cuerpo (véase también 1:19). En pocas
palabras, nos necesitamos unos a otros y estamos incompletos sin el aporte de todos
nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
A menudo he llamado a la sección 4:7–16 “el kit perfecto para el desarrollo del cuerpo”.
Aquí tenemos todo lo que necesitamos para tener una iglesia saludable, en crecimiento y
para el beneficio eterno de cada miembro. El Cristo exaltado está a la cabeza como
soberano y Señor. Pero a diferencia de los gobernantes terrenales que permanecen
distantes, él está totalmente enfocado en sus seguidores que funcionan como su cuerpo.
Como cabeza, él los nutre y les da poder, dándoles a los miembros del cuerpo los dones de
gracia que les permiten mantener su conexión y así crecer hasta la madurez. Juntos
desarrollan la unidad que Dios quiere para su pueblo, pero lo hacen a través de la diversidad
de dones y ministerios, de acuerdo con la voluntad de Cristo. Los líderes están dotados de
una manera especial, pero su propósito es entrenar y equipar a los santos, no llevar a cabo
todas las funciones del ministerio. Más bien, brindan orientación a todos los miembros del
cuerpo para la mutua edificación y enseñanza entre ellos (2 Ti 2:2). Se podría decir que su
tarea es delegar y desahogarse del trabajo mientras transmiten lo que Dios les ha dado para
que todos los demás miembros puedan funcionar como componentes vitales de un cuerpo
sano y en crecimiento.

VIVIR LA NUEVA VIDA EN CRISTO (4:17–24)

Pablo ahora se traslada al corazón de la ética cristiana, detallando cómo Dios espera que
nos comportemos como parte de la nueva humanidad que Cristo ha creado en esta nueva
era. Toda esta sección (4:17–5:21) es una expansión al estilo midrash de 4:1 (“vive una vida
digna del llamado que has recibido”), que detalla lo que Dios espera de tal vida. Vivir esta
nueva vida significa darle la espalda a nuestra antigua vida de pecado (vv. 17–19, 22) y
abrazar el nuevo yo que nos ha hecho parte de la nueva creación de Cristo (v. 24). Los
mandatos éticos que siguen comunican la forma en que podemos alcanzar esta elevada
meta y ser dignos de todo lo que la Trinidad divina ha hecho por nosotros. Estamos tratando
con la conducta cristiana, el trabajo práctico en nuestras acciones diarias de la nueva vida
que Dios nos ha dado.

Pablo critica el camino pagano de la vida (4:17–19)


Mandato para rechazar la conducta inútil de los gentiles (4:17)
Pablo regresa al tema sobre la vida pecaminosa pasada de los efesios, que primero discutió
en 2:1–3. Aquí agrega un punto importante sobre la inutilidad y el vacío de esa forma de
vida. Comienza con “así que”, basándose en todo lo que ha dicho en 2:1–4:16. Cristo en su
misericordia y gracia ha traído redención y perdón. Ha hecho de los efesios parte de una
nueva humanidad, dándoles esperanza y haciéndolos miembros de su cuerpo. Con toda esa
novedad, ¿por qué volver a las prácticas antiguas, obsoletas y condenadas del mundo? El
lenguaje de Pablo es bastante fuerte, no solo “digo” sino “digo y les insisto en el Señor”,
convirtiendo esto en un imperativo divino respaldado por la plena autoridad del Señor de
todos. Claramente, esta no es una mera sugerencia u opción para que la consideren, sino
un mandato de Cristo al que deben prestar atención. Este mandato es de vital importancia
para que lo escuchemos hoy, cuando tantos cristianos llevan unas vidas dobles, una parte
para Cristo, pero la mayoría siguen los caminos de la sociedad secular que los rodea.
No hay absolutamente ningún lugar para la mundanalidad en la vida cristiana. Los santos
no deben vivir “más con pensamientos frívolos como los paganos”. Si realmente son santos,
han sido apartados (el significado de hoi hagioi, “personas santas [o apartadas]) del mundo
que los rodea y para Dios. En esencia, ya no pertenecen a ese mundo, y deberían dejar de
actuar como si lo hicieran. En el pasado, los cristianos de Éfeso habían sido gentiles viviendo
vidas paganas, pero ese ya no era el caso y ya no debían permanecer en el pasado. Las
personas que han crecido en circunstancias adversas nunca quieren volver a la vieja y triste
vida que han dejado atrás, y eso debería ser aún más cierto para los cristianos que han
dejado atrás la oscuridad por la luz. Cuando uno está sentado con Dios en los reinos
celestiales en Cristo (2:6), ¿por qué volver a merodear por las antiguas guaridas?
Esto es aún más cierto a la luz de la “inutilidad” del pensamiento del mundo. El término
mataiotēs significa “sin sentido” o “vacío”, desprovisto de cualquier cosa que valga la pena
y completamente producto de una mente vana. Si aplicamos esto a nuestra propia
situación, podemos ver que la forma actual de hedonismo narcisista no tiene ningún valor
redentor y es un completo desperdicio. El producto final es un vació, la ausencia total de
una verdadera satisfacción y un estilo de vida que nunca puede producir beneficios. La única
reacción cristiana viable, es la negativa a participar en tales pensamientos y acciones
errantes. Nuestra mentalidad determina nuestras acciones, por lo que, si nuestro
pensamiento está vacío, nuestras vidas también lo estarán.

El terrible estilo de vida del mundo pagano (4:18–19)


Pablo continúa enumerando ocho descripciones de la terrible condición de aquellos que
están atrapados en la vida del pecado:
1. Están oscurecidos en el entendimiento. Las dos primeras descripciones identifican
su estado de ser, el resultado de su depravación. En Romanos 1:21, parte de la
famosa descripción de Pablo de la depravación de los gentiles (Ro 1:18–32), declaró
que “a pesar de haber conocido a Dios [por medio de su revelación de sí mismo en
la creación] … se les oscureció su insensato corazón”. Pablo está haciendo hincapié
en su elección deliberada de rechazar a Dios y sus caminos. En cierto sentido, el
pecado les ha hecho perder la cabeza. Su proceso de pensamiento ha sido
contaminado por las fuerzas oscuras del mal, llamadas “potestades que dominan
este mundo de tinieblas” en Efesios 6:12 (véase también 2:2). Aquí el énfasis está
en las decisiones carnales; los pecadores prefieren deliberadamente la oscuridad en
lugar de la luz. El proceso racional que debería llevarlos a darse cuenta de las
verdades de Dios se pierde en las sombras del pecado, y prevalece la oscuridad.
2. Están separados de la vida de Dios. Para un Dios santo, el pecado es detestable,
resumido por la palabra del Antiguo Testamento “abominación” (véase, por
ejemplo, Isaías 66:3). Los perdidos en el pecado están separados para siempre de él.
Cuando Jesús se hizo pecado por nosotros en la cruz, Dios tuvo que apartarse, lo que
provocó que Jesús gritara las palabras del Salmo 22:1: “Dios mío, Dios, ¿por qué me
has abandonado?” Esta es la peor de las siete descripciones de los horrores del
pecado, y será la terrible realidad de aquellos que pasan la eternidad en el lago de
fuego. A veces nos decimos unos a otros “consíguete una vida”; bueno, no hay vida
aparte de Dios. Como se afirma en Efesios 2:1, 12, los incrédulos están muertos en
su pecado y separados de Cristo (aquí de Dios).
3. Son ignorantes. Este es el resultado de la primera descripción: dado que su
comprensión se ha oscurecido, están llenos de ignorancia. Esta es una ignorancia
peligrosa, porque es el resultado no de una falta de conocimiento sino de una
negación deliberada del conocimiento que Dios les ha dado. En Romanos 1:19–20,
Dios dejó en claro su “poder eterno y naturaleza divina”, pero debido a su
comprensión oscura, la humanidad depravada rechazó ese conocimiento y eligió la
ignorancia. Aunque el mundo fue creado por Cristo, el mundo se negó a conocerlo
(Jn 1:10). Es posible adquirir un doctorado y ser un neófito en cualquier otra área de
la vida, un ejemplo adecuado son los muchos intelectuales que actualmente son
controlados por lo políticamente correcto (esas creencias que demanda la llamada
intelectualidad) antes que la verdad. De hecho, incluso la posibilidad de la verdad a
menudo es rechazada. ¡En este caso la ignorancia no es felicidad!
4. Tienen corazones duros. Esta es la razón por la cual el mundo está lleno de
ignorancia. Una vez más, esto describe un proceso deliberado con un ciclo distinto:
el mundo del pecado oscurece la mente, conduce a un corazón calcificado que es
insensible a las verdades de Dios y produce un rechazo obstinado (el significado de
“dureza”) y una ignorancia que permanece cerrado a Dios y separado de él. Esto
oscurece aún más su comprensión, y el ciclo se repite una y otra vez, lo que lleva a
una dureza cada vez mayor. Aparte de Cristo, no hay esperanza de salir de esta
espiral descendente.
5. Han perdido toda vergüenza (4:19). La ignorancia conduce a la dureza, que a su vez
conduce a la vergüenza, la incapacidad de sentir dolor; aquí se refiere a la
incapacidad de sentir vergüenza o culpa en presencia del mal permanente. La
repetición ancla una práctica en la memoria muscular de uno. Los grandes atletas
tienen el toque porque han practicado movimientos miles de veces. De manera
similar, cuando pecamos repetidamente, el músculo de nuestra mente aprende a
practicar el mal con un sentido de impunidad. Esa es la definición de un psicópata:
alguien que no siente remordimiento por sus terribles males. En cierto sentido,
podemos convertirnos en pecadores psicópatas. 1 Pedro 4:4 lo dice bien: el mundo
espera que “nos unamos a ellos en su vida imprudente y salvaje” [no en la NVI]
(literalmente, “sumergirnos con ellos en una inundación de pecado salvaje”). Un
ejemplo sería saltar con ellos en su pecado a las Cataratas del Niágara. Tal acción
sería perjudicial más allá de toda medida, pero voluntariamente hacemos el
equivalente cuando hemos perdido por completo nuestra brújula moral.
6. Se han entregado a la inmoralidad. La “inmoralidad” (aselgeia) se refiere en general
a un estilo de vida narcisista y específicamente a una vida de promiscuidad. Tanto
los aspectos generales como los específicos están destinados aquí. Estas personas
viven para sí mismas por el principio del placer, especialmente en las perversiones
sexuales. En Romanos 1:24, 26, 28, Pablo declara que debido a que los seres
humanos han abrazado el pecado, Dios los “entregará” o los “dejará” a una vida de
libertinaje. Aquí se hacen esto a sí mismos, entregándose por completo a las malas
prácticas que Dios detesta. No hay restricciones ni límites a los excesos que
persiguen. Rechazando el camino de Dios, voluntariamente se arrojan a este pozo
de corrupción del cual es tan difícil escapar. Los estudios han demostrado que la
adicción al sexo es tan fuerte y difícil de superar como la adicción a la heroína o al
crack. Ese es el objetivo de Pablo aquí.
7. Se entregan a todo tipo de impurezas [No en la NVI]. La impureza y la
autocomplacencia son descripciones adecuadas de la forma de vida estadounidense
prevaleciente en nuestros días. Es impactante ver alusiones al sexo en casi todo tipo
de publicidad; esto está llegando al punto en que deberíamos etiquetarlo como
“porno suave”. Según la ley del Antiguo Testamento, “impureza” describía algo
inmundo, esas cosas (animales como cerdos o perros, junto con objetos o
condiciones como cadáveres o lepra) que contaminaron personas y los hizo no aptos
para estar delante de Dios. Aquí indica prácticas malignas que separan a la persona
de Dios (el segundo descriptor, arriba).
8. No se sacian de cometer toda clase de actos indecentes. Pablo describe a personas
que nunca están satisfechas, que piensan que deben tener cada vez más, que viven
según el viejo adagio “cuando las cosas se ponen difíciles, los difíciles van de
compras”. En Colosenses 3:5, Pablo habla de “codicia, que es idolatría “(véase
también Ef 5:5), y eso describe el problema perfectamente. Esta es otra
representación clave de la cultura actual. Incluso en el caso de muchos cristianos,
sus posesiones en lugar de Dios están realmente en el trono de sus vidas. Se
comportan día a día, siempre en busca de una casa más lujosa o un automóvil más
grande, y son insaciables en su constante demanda de indulgencias cada vez
mayores. Como Jesús advirtió: “¡Tengan cuidado!… Absténganse de toda avaricia; la
vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes” (Lc 12:15). ¡Ojalá
pudiéramos darnos cuenta de esto!

El camino cristiano reemplaza al antiguo (4:20–24)


La nueva verdad en Jesús (4:20–21)
Pablo deja de dirigirse a la antigua mentalidad pagana de los efesios y ahora se centra en la
diferencia que hace encontrar a Cristo. El antídoto para una vida de libertinaje y exceso es
rechazar las viejas mentiras de los caminos de este mundo y abrazar las verdades eternas
de Cristo. La respuesta solo se puede encontrar en Cristo. Los efesios lo saben, porque la
descripción de los versículos 17–19 “No fue esta la enseñanza que ustedes recibieron acerca
de Cristo, si de veras se les habló y enseñó de Jesús según la verdad que está en él”. Pablo
ha descrito una nueva forma basada en nuevas verdades, pero esa forma es nueva no en
términos de tiempo (porque estas son las verdades eternas de Dios) sino que es así a los
que se han acostumbrado a este mundo depravado. La vieja forma de conducta heredada
de su pasado pagano ya no puede ser suficiente, porque esas prácticas en conjunto
constituyen la antítesis absoluta de lo que han aprendido de Cristo a través de la enseñanza
del apóstol.
Pablo observa dos aspectos aquí. Ellos han “oído hablar de Cristo” [no en la NVI] en su
conversión (2:8–9), y se les “enseñó de Jesús” a través del ministerio de enseñanza de la
iglesia (vv. 11–12). En realidad, el griego tiene “si de verdad escuchaste a Cristo”. En un
sentido real, han sido educados en Cristo, que es el punto central de su educación (1 Cor
1:23; Fil 1:15; Col 2:6, 7), y se han empapado en su enseñanza. Este es un desafío, porque
si realmente hubieran entrado en la nueva vida de Cristo, estarían viviendo de manera
diferente. De hecho, han encontrado a Cristo; ahora deben demostrar esto en un estilo de
vida transformado. La creencia cristiana incluye la ética cristiana, ya que toda la vida se
resume “en él”.
La enseñanza es el corazón de la vida de la iglesia, y este es un texto de prueba para la
educación cristiana. En los “pilares de la iglesia” enumerados en Hechos 2:42 (enseñanza
apostólica, comunión, partición del pan y oración), la enseñanza aparece primero debido a
su importancia para la vida cristiana. Hoy esto se descuida en demasiadas iglesias, cuyos
líderes parecen pensar que un sermón el domingo por la mañana es suficiente para educar
a su gente. Veo signos de mejora, porque parece haber más predicación centrada en la
Biblia. Pero demasiadas iglesias han eliminado las clases de estudio bíblico para adultos, y
las que las ofrecen, a menudo atraen solo al 10 por ciento de los adultos. Demasiados
cristianos son lamentables e incluso voluntariamente ignorantes de las doctrinas de la fe.
¡No es de extrañar que florezca el secularismo!
La nueva vida se conduce “según la verdad que está en él” (literalmente, “la verdad que
hay en Jesús”). En Efesios 1:13, Pablo les recordó a los efesios que su conversión había
tenido lugar de acuerdo con el mensaje de verdad que habían escuchado acerca de Jesús, y
en 4:15 él presenta el antídoto contra la influencia de los falsos maestros al decir la verdad
en amor. La vida cristiana es la única vida que vale la pena vivir porque es la única vida
verdadera. En un mundo donde la verdad se sacrifica en el altar de la relatividad, debemos
darnos cuenta de que toda la verdad es coherente en Jesús, comenzando y terminando con
él. Los efesios han encontrado esta verdad; ahora deben vivirla.

La nueva forma: quitarse el ropaje de la vieja naturaleza (4:22)


En el nuevo ambiente cristiano de los efesios, han recibido instrucciones cuidadosas sobre
su nueva vida en Cristo. Sin embargo, no pueden comenzar a vivir esa nueva vida hasta que
se hayan ocupado de la “vida que antes llevaban” ese estilo de vida descrito en 2:1–3 y
4:17–19. Se les ha enseñado que no pueden ser cristianos bipolares, viviendo en el mundo
y en Cristo al mismo tiempo. Tienen que elegir morar en la verdad. Esto significa, y Pablo
insiste, que deben “quitarse el ropaje de la vieja naturaleza” y decirle “¡Buen viaje!” Una
vez que reconocemos el vacío y la desesperanza de las viejas formas de vivir (como se ve en
los vv. 17–19), nosotros deberíamos estar llenos de horror ante nuestras terribles
elecciones y aventarlas muy lejos.
En Efesios 4:22–24, Pablo les recuerda a sus lectores tres pasos éticos clave que se les
ha enseñado a los creyentes efesios. Deben realizarse en este orden: quitar el viejo ropaje,
ser renovados en la mente y ponerse el nuevo ropaje. Hasta que hayamos cumplido con
todo esto, no podemos pretender estar viviendo la vida de Dios. El primero y el tercero se
basan en una antigua metáfora ética muy común: quitarse la ropa vieja y sucia y ponerse
una prenda nueva y limpia. Los pueblos antiguos no tenían la variedad de ropas que
tenemos, y los pobres apenas tenían acceso a un cambio de ropa, pero la imagen es
universal. El Antiguo Testamento frecuentemente usa la metáfora de vestirse con justicia
(Sal 132:9) o alabanza (Is 61:3), o la de Dios vestido de majestad (Sal 104:1). Y Pablo habla
en otra parte de estar vestidos con Cristo (Ro 13:14; Gá 3:27).
Aquí desarrolla aún más la idea para describir la nueva vida que Cristo ha producido
(véase 2:10). Para ser parte de la nueva humanidad que ha creado (2:15) primero debemos
deshacernos de la vieja vida como si fuera un conjunto de ropa sucia. Raramente se tiraría
la ropa a menos que se hubiera vuelto virtualmente inservible, y esa es la imagen aquí. El
viejo ropaje está tan dañado que solo puede tirarse a la basura. La frase que Pablo usa es
“el ropaje de la vieja naturaleza” (ton palaion anthrōpon, literalmente, “el viejo hombre”),
que también usa en Romanos 6:6 y Colosenses 3:9. A menudo pensamos que esta metáfora
describe al cristiano individual que muere para sí mismo y comienza la vida de nuevo, pero
el consenso ahora es que es una imagen colectiva que representa la humanidad “en Adán”,
bajo el poder del pecado, viviendo una vida carente de Dios.
La razón por la que el viejo ropaje de la vieja naturaleza debe ser desechado es porque
“está corrompida por los deseos engañosos”. En los pasajes de Romanos y Colosenses, el
viejo yo se representa como existiendo solo en el pasado, pero aquí todavía está vivo,
corrompiendo y engañando a sus esclavizados cautivos. Podemos ser seguidores de Cristo
y aun así, estar abrumados por la vieja naturaleza. Hemos sido redimidos y hechos parte del
cuerpo de Cristo, pero el proceso aún no está completo. Lo viejo ha sido anulado y dejado
sin poder, ha sido “crucificado con Cristo” (Ro 6:6), pero, aunque ya no es una fuerza interna
que nos controla, sigue siendo una fuerza externa que nos tienta y engaña. Opera a través
de la carne, la naturaleza del pecado que todavía es parte de nosotros. Ha sido derrotado,
pero no destruido, expulsado de nuestro nuevo ser, pero aún opera como una fuerza
exterior amenazante. La batalla aún continúa, y nuestra victoria debe comenzar con un
repudio constante de la vieja naturaleza y sus costumbres.
La corrupción es un proceso, una descomposición de los sentidos que ocurre en etapas
cuando el pecado no se controla. El pecado es una enfermedad gangrenosa que nos atrofia
y luego se come las extremidades, y solo se puede detener cortando la carne dañada. No se
puede jugar ni tolerar, sino que debe retirarse y eliminarse. El proceso de la tentación se
lleva a cabo a través de nuestros “deseos engañosos”, esos impulsos egocéntricos que
parecen tan buenos al principio pero que en realidad son un paquete de mentiras que nos
destruyen. Esto abarca todos los aspectos, desde la codiciosa por la acumulación de
posesiones hasta los deseos sexuales y el deseo de poder y estatus sobre los demás.
Ninguno de estos nos llenará realmente, pero nos tientan porque parecen tan correctos,
tan deseables, tan llenos de placer.

Reemplace lo viejo con ropa nueva (4:23–24)


Después de que los creyentes efesios se hayan librado del poder del “viejo hombre”, su
mentalidad debe ser “renovada”. El griego literalmente menciona “renovados en el espíritu
de su mente”, y hay un debate sobre si la frase debe leerse “en el espíritu” (el espíritu o
actitud humana, NVI, LBLA, RV60) o “por el Espíritu” (el Espíritu Santo, entonces NTV). Si
bien es cierto que la palabra pneuma en Efesios y Colosenses se usa regularmente para
hablar del Espíritu Santo, la dificultad es en la adición de “su mente”, que sería una forma
extraña para hablar de la obra del Espíritu. Lo más probable es que describa al ser interior.
Aun así, dado que es Dios quien transforma la mentalidad, la actividad del Espíritu está
implícita.
Nuestras decisiones se toman mentalmente, y la batalla para controlar esas decisiones
es mental. Así, nuestros procesos de pensamiento deben ser renovados por Dios. Hasta que
esto suceda, no podemos abrazar verdaderamente el “ropaje de la nueva naturaleza” del
versículo 24. Por supuesto, este proceso nunca se completará en esta vida. A lo largo de
nuestras vidas lucharemos con la carne y con el pecado. Sin embargo, como en las imágenes
de crecer hasta la madurez en 4:13, 15, podemos día a día ganar más control sobre nuestra
vida mental. Romanos 12:2 habla de ser “transformados por la renovación de la mente”, lo
que claramente insinúa que el poder transformador es solamente por el Espíritu Santo,
quién nos convierte en heraldos del nuevo ser que será nuestro para toda la eternidad. Este
es un proceso de por vida en el que el Espíritu nos permite obtener el control de nuestros
pensamientos y actitudes, lo que nos permite dar pasos de crecimiento en la dirección de
frenar nuestro deseo de buscar placeres terrenales y volvernos más y más a Dios. Es en la
mente que ocurre el crecimiento espiritual, y debemos abrazar la mentalidad cristiana.
Después de que las viejas y sucias prendas han sido desechadas, es hora de que nos
vistamos con “el ropaje de la nueva naturaleza” (4:24), esto sucede cuando tomamos
nuestro lugar en la nueva humanidad hecha posible por la nueva creación de Cristo (2:10,
15). Cuando la vieja naturaleza ha sido crucificada con Cristo y nuestras mentes han sido
renovadas, nos convertimos en una nueva criatura (2 Co 5:17), un milagro realizado solo
por Dios, a través de Cristo. Como el viejo yo está en Adán, el nuevo yo está en Cristo (véase
Ro 5:12–21 para el tema “viejo Adán”/“nuevo Adán”). Tenemos una nueva identidad, pero
más que eso tenemos una nueva naturaleza. Nuestros cuerpos físicos permanecen, pero
Dios ha creado una nueva persona en nuestro interior (véase el “íntimo del ser” en Ro 7:22;
2 Co 4:16). Al igual que con el viejo hombre, esta es principalmente una dimensión colectiva:
como el viejo hombre estaba en Adán, la humanidad pecadora, ahora el nuevo hombre está
“en Cristo”, la humanidad regenerada.
El ropaje de la nueva naturaleza está “creada a imagen de Dios”. Esto nos recuerda a
Romanos 8:29, donde Pablo dice que Dios nos predestinó para “ser transformados según la
imagen de su Hijo” y de Efesios 4:13, donde se nos dice que debemos crecer “a la unidad
de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”. La semejanza de Dios y la semejanza de Cristo
son los verdaderos objetivos del crecimiento espiritual y, por lo tanto, de la nueva
naturaleza. Esta semejanza de Dios será visible en las áreas relacionadas con la “justicia y
santidad”. El Nuevo Testamento identifica tres etapas de justicia. Dios nos ha declarado
justos con él, sobre la base del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz (la justificación de
Ro 3:24), después nos ha hecho rectos (el proceso de santificación como resultado del
nuevo yo) y como resultado, vivimos rectamente según su voluntad. Este tercer paso es el
énfasis aquí. La santidad es la característica que define a Dios y, por lo tanto, a nosotros
también, como en el código de santidad según Levítico: “sean santos, porque yo soy santo”
(Lv 11:44–45; 19:2; 20:7, 26). Por esto nos llaman “santos”/“santificados”. La santidad es
también el significado de la santificación, el proceso de ser justificado por el Espíritu.
Este pasaje resume la doctrina completa del pecado y la salvación. Como no creyentes,
estábamos bajo el poder del pecado y la muerte, esclavizados por nuestros deseos y
condenados a la eternidad. No había esperanza para nosotros. Entonces Dios intervino y
envió a su Hijo a morir en la cruz para traer redención y perdón. Entramos en ese bendito
estado de redención a través de las tres etapas que Pablo enumera aquí. Primero nos
deshacemos de nuestra vieja naturaleza al convertirnos y abrazar a Cristo, luego Cristo nos
hace parte de su nueva creación y nos da una nueva mentalidad, y finalmente nos vestimos
con esa nueva naturaleza y vivimos una vida de crecimiento en un comportamiento justo y
apartado. Las pulseras WWJD [por sus siglas en inglés] que eran populares en la década de
1990 lo decían bien: “¿Qué haría Jesús?” Dios nos creó para ser sus hijos, y los hijos de
buenos padres siempre quieren ser como ellos.

DEFECTOS Y VIRTUDES EN LA NUEVA COMUNIDAD (4:25–


5:2)

Pablo acaba de establecer la forma en que la nueva comunidad corporal de Cristo se


convierte en parte de la nueva creación de Dios, continua el desafío que les dio a los efesios
en 4:1 para caminar de manera digna de su llamado. Ahora presenta consejos éticos
específicos sobre cómo deben pasar del “viejo Adán”/“viejo yo” al “nuevo Adán”/“nuevo
yo”. Este es el comportamiento cristiano en esencia, presentando defectos concretos a
evitar y virtudes para emular. Obviamente, esta lista no es exhaustiva, solo es una
representación de las formas en que forjamos relaciones adecuadas dentro de la nueva
comunidad, tanto con Dios como con nuestros compañeros santos. El patrón de los
versículos 25–30 es parenético (exhortación ética) en el núcleo, y proporciona tres aspectos
de cada defecto: la prohibición contra la práctica peligrosa (mentiras, enojo, robo,
conversaciones obscenas) seguida de una virtud correspondiente que negará este defecto
y una cláusula de motivación que nos dice por qué debemos seguir esta exhortación. Este
pasaje continúa con una lista de cinco defectos que deben evitarse y tres virtudes a seguir
(4:31–32) antes de concluir con una discusión sobre la virtud principal, el amor, a través del
cual imitamos a Dios, con Cristo como modelo (5:1–2)

Pablo proporciona exhortaciones prácticas sobre lo viejo y lo


nuevo (4:25–30)
Los problemas de la verdad y la falsedad fueron centrales en 4:14–15 con respecto al peligro
que representan los falsos maestros, y ahora Pablo presenta el problema en general para
todos los cristianos, exhortándonos a hablar con sinceridad en todo momento. La apertura
“por lo tanto” muestra que Pablo está construyendo conscientemente sobre su enseñanza
previa sobre la unidad dentro de la nueva comunidad, el cuerpo de Cristo. Los cuatro
pecados que enumera fragmentan la unidad que Dios ha construido en la iglesia. Caminar
en Cristo como parte de su nueva creación, conducirnos como parte de su nueva
humanidad, exige honestidad y franqueza en lugar de engaño e hipocresía.

Deja de mentir y di la verdad (4:25)


La primera prohibición se centra en la mentira o la falsedad, usando el mismo mandato que
se encuentra a menudo en el Nuevo Testamento con respecto a los pecados: “deshacerse”
o “despojarse” (Ro 13:12; Col 3:8; Stg 1:21). Esta terminología se usa en 4:22 para eliminar
el viejo yo. Romanos 1:25 declara que la humanidad pecadora “ha cambiado la verdad sobre
Dios por una mentira”; ciertamente, la mentira central de todas es fingir que no
necesitamos a Dios. Aquí Pablo aborda el resultado de esa mentira central, un patrón de
falsedad que define nuestra vida. Una vez escuché una entrevista con un autor que había
escrito un libro sobre mentiras, y afirmó que el ser humano promedio dice hasta mil
mentiras por día. Estas abarcan desde falsedades menores, como decir “estoy muy bien”
cuando realmente no lo estamos, hasta prácticas comerciales engañosas o engañar a
nuestro cónyuge. Satanás es “el padre de la mentira” (Juan 8:44), y caer en tales patrones
es convertirse en un hijo del diablo.
La contra parte positiva es “hable cada uno a su prójimo con la verdad”. La terminología
proviene de Zacarías 8:16: “Lo que ustedes deben hacer es decirse la verdad,”, donde se
presenta como uno de los cambios que el pueblo de Dios debe hacer para evitar el juicio
divino sobre su nación. Allí Dios estaba prometiendo una Jerusalén restaurada para el
remanente justo, y Pablo probablemente también está captando ese pensamiento. La
iglesia es la nueva Jerusalén, restaurada por Cristo para convertirse en la comunidad de Dios
(Ap 21:2), y el “prójimo” son los creyentes. Como la nueva comunidad, el pueblo de Dios
debe relacionarse entre sí con honestidad y verdad. La motivación está de acuerdo con este
énfasis en la comunidad de la nueva creación, “porque todos somos miembros de un mismo
cuerpo”. La responsabilidad de esta relación verdadera recae no solo en la iglesia como un
conjunto sino en todos y cada uno de los miembros. El tema “un cuerpo” (4:4) se remonta
a la teología de los dones espirituales de 4:15–16, que detalla la participación de cada
miembro con todos los demás y la necesidad de “decir la verdad en amor”. Tales relaciones
íntimas exigen franqueza, y la misma vida del cuerpo depende de ello.

Deja de estar enojado y ten autocontrol (4:26–27)


Pablo se da cuenta de que en un mundo caído siempre habrá ira. Hay momentos en que la
ira es necesaria; la ira de Dios contra el pecado es un tema constante en toda la Escritura, y
Jesús sintió enojo por los corazones tercos de los líderes (Mr 3:5). Hay una necesidad de
justa indignación de nuestra parte también cuando experimentamos la depravación
humana, pero debemos obtener el control de esta y usarla de manera redentora en
situaciones que lo requieran. Manejar bien la ira es tan crítico que Pablo volverá a tratar el
tema en el versículo 31, más adelante. Ahí está uno de los seis pecados (con los otros
relacionados con él) de los cuales debemos quitar de nuestras vidas si queremos seguir al
Señor. Aquí presenta el tema citando el Salmo 4:4. El siguiente versículo del salmo continúa
hablando sobre los “sacrificios de los justos”, describiendo cómo los siervos de Dios deben
actuar cuando confían en Yahvé. El significado es claro: no se debe permitir que la ira
permanezca y nos infecte, ya que puede convertirse en resentimiento y luego en amargura.
El griego tiene dos imperativos: “estar enojado” y “no pecar”, pero Pablo no está
enfadado. En griego, el primero de estos dos imperativos a menudo conlleva una fuerza
condicional: “si/se enojan”. Ese es el caso aquí. La ira en sí misma no es pecado cuando hay
una razón válida para ello, como cuando vemos a una persona maltratada o a un ser querido
involucrado en un comportamiento incorrecto y autodestructivo. Pero la ira sin control es
peligrosa y puede perturbar seriamente la paz y la armonía de la familia y la iglesia.
La clave para no dejar que la ira nos conduzca al pecado es negarse a permitir que nos
controle. Ese es el próximo mandato de Pablo: “No permitan que el enojo les dure hasta la
puesta del sol”. La puesta de sol era una antigua metáfora que indicaba que había pasado
un tiempo suficiente. El anochecer era el momento en que se pagaban los salarios o cuando
se realizaba la reconciliación. El punto de Pablo es que nuestra ira debe ser controlada, y
también que debe ser temporal en lugar de continua. Incluso en nuestra ira debemos
trabajar por la paz y la armonía.
La motivación para controlar la ira es que no demos “cabida al diablo” (4:27). Satanás
usará la ira en una comunidad para destruir su unidad. Cuando la ira se convierte en
amargura, le estamos dando a Satanás la oportunidad de vencernos espiritualmente y de
decidir sobre nuestra familia o nuestra iglesia. El término topos (“punto de apoyo”) significa
“lugar”, y la imagen es dejar al diablo entrar a nuestra casa y permitirle que viva en una
habitación. Un término similar se usa en Romanos 7:8 para hablar del pecado como un
ejército invasor que aprovecha la oportunidad (aphormē) de establecerse en nuestras vidas.
Aphormē es un término militar para una base de operaciones desde la cual se pueden enviar
incursiones para atacar al enemigo. Esta metáfora tiene la misma fuerza. No queremos
permitirle a Satanás la oportunidad de usar nuestra ira para ganar control sobre nosotros.
Más bien, debemos ganar control sobre nuestro temperamento.
Esto está estrechamente relacionado con la guerra espiritual de Efesios 6:10–18.
Estamos comprometidos en una guerra contra los poderes cósmicos, y no nos atrevemos a
relajar la guardia para no ser abrumados. La ira sin control es un arma importante que los
poderes demoníacos usarán contra nosotros, por lo que debemos en todo momento
“ponernos la armadura completa de Dios” y negarnos a permitir que gane poder sobre
nosotros. Les digo a mis estudiantes en el seminario que si están lidiando con problemas de
ira, no deben entrar al ministerio hasta que lo resuelvan.

Deja de robar y trabaja duro para ayudar a otros (4:28)


La prohibición de Pablo de robar reitera el octavo mandamiento: “No robarás” (Éx 20:15).
Los ladrones fueron fuertemente castigados en todo el Antiguo Testamento porque el robo
era una amenaza para la economía general de la época (Lev 19:11; Jer 7:9; Os 4:2). Los
pobres podrían verse tentados a ganarse la vida robando, y alguien más que les robe podría
ser suficiente para llevarlos al límite. En 1 Corintios 6:10 se nos dice que los ladrones, junto
con los codiciosos y los calumniadores, “no heredarán el reino de Dios”. Hoy parece que
cada dos semanas escuchamos sobre un esquema Ponzi o algún fraude similar que haya
tenido como objetivo los débiles o crédulos y les quitaron millones. En todo caso,
actualmente el robo es más común que antes.
La solución es “trabajar honradamente”. Pablo enfatiza el beneficio para la comunidad,
ya que “honradamente” implica trabajar para la gloria de Dios y el beneficio de la iglesia. El
término que Pablo usa para “trabajo” (kopiaō) es fuerte, lo que indica un trabajo extenuante
hasta el agotamiento. Pablo pudo haber tenido en mente a los ociosos de 2 Tesalonicenses
3:11–13, quienes, creyendo que el Señor regresaría de inmediato, habían dejado de trabajar
y esperaban que sus amigos “menos espirituales” en la iglesia, los cuidaran. En contraste,
Pablo señaló: “Nosotros no vivimos como ociosos entre ustedes, ni comimos el pan de nadie
sin pagarlo. Al contrario, día y noche trabajamos arduamente y sin descanso para no ser
una carga a ninguno de ustedes” (2 Ts 3:7–8). Estos ociosos en realidad estaban robando al
hacer que otros los cuiden cuando deberían haber estado trabajando para cuidarse a sí
mismos. Tenemos que aplicar este principio con cuidado en nuestro tiempo. Las familias de
hoy que no pueden encontrar trabajo deberían recibir ayuda; las palabras de Pablo son
aplicables para aquellos pocos que prefieren no trabajar y vivir de los demás.
La motivación para trabajar está completamente orientada hacia la vida comunitaria,
“para tener qué compartir con los necesitados”. En efecto, esto define el contenido de las
“buenas obras” para las que fuimos creados (Ef 2:10; véase también 2 Co 9:8; Gá 6:10; Col
1:10). Hay dos razones para trabajar duro. La primera, que no hace falta decir, es cuidarse
a sí mismo y a su familia. Pablo está enfatizando el segundo propósito: poder ayudar a los
menos afortunados. La obediencia de la iglesia a este mandato lo ha definido desde el
principio. En Hechos 2:44–45, el principio que gobernaba a la comunidad era “tener todo
en común” en la medida en que los creyentes “compartían sus bienes entre sí según la
necesidad de cada uno”. Esto se explica con más detalle en Hechos 4:32–34: “compartieron
todo lo que tenían”, con el objetivo deseado “de que [no habría] personas necesitadas entre
ellos”. Cuando se produce ese nivel de participación, toda la iglesia se motiva y queremos
contárselo a todo el mundo, en función de nuestras acciones, que los cristianos realmente
son una raza diferente y han descubierto de qué se trata la vida.

Detener la conversación obscena y edificar a otros (4:29–30)


Santiago 3 se centra en los pecados de la lengua, el peligro de usar el poder de nuestras
palabras para lastimar a otros en lugar de alentarlos y consolarlos. Aquí, “conversación
obscena” toma significado de la palabra sapros, que indica algo sucio o podrido; el término
se usa tres veces en Mateo para referirse a una fruta mala o podrida (7:16–20; 12:33) o al
pescado (13:48). Muchos lo traducen como “charla sucia”, pero la categoría es más amplia
que las conversaciones sucias. Sí incluye esa dimensión, pero Pablo tiene en mente
principalmente la calumnia y la murmuración, usando nuestra lengua para abusar y humillar
a los demás. Pablo se está imaginando personas desagradables, y también muchas de ellas
existen hoy.
La respuesta es que, en su lugar, pronunciemos “lo necesario para la edificación otros”.
Pablo está usando el mismo término que en 4:12, donde el propósito del ministerio es “que
el cuerpo de Cristo pueda ser edificado” esto es un llamado a la edificación espiritual como
el corazón de la iglesia. “Necesaria” aquí es en realidad “bueno” (agathos); la imagen es la
de ejercer todos nuestros dones, incluido el don de lenguas, para el bien de la iglesia y su
pueblo.
Cuando pienso en este versículo, a menudo pienso en los padres que fácilmente
desprecian a sus hijos en lugar de animarlos. Muchos de nosotros tenemos complejos de
inferioridad, con demasiada frecuencia es el resultado de padres que expresaron su
descontento más de lo que expresaron su amor. Tanto en la familia como en la iglesia
necesitamos personas que se animen y se fortalezcan mutuamente, como en Colosenses
4:6: “Que su conversación siempre esté llena de gracia, sazonada con sal”.
El objetivo de todo esto es ser de “bendición para quienes escuchan”, literalmente, “dar
gracia a los que escuchan”. El discurso amable siempre se centrará en el bienestar de
aquellos con quienes hablamos o de quienes estamos hablando. Esto no significa que nunca
confrontaremos a las personas, sino que lo haremos para apoyarlas, no para lastimarlas,
como en Hebreos 3:13: “amonestarse unos a otros diariamente … para que ninguno de
ustedes pueda sé endurecido por el engaño del pecado”. La gracia de Dios condujo a nuestra
salvación (Ef 2:8–9), y debemos emular la gracia de Dios en nuestra generosa preocupación
por los demás. Todo lo que se dice sobre los dones espirituales se aplica al don de lenguas.
Debemos usar nuestro discurso para el beneficio y el crecimiento de quienes nos rodean.
Debemos pensar en nuestra lengua como un canal de la gracia de Dios para animar a los
demás.

Conclusión: no agraviar al Espíritu Santo (4:30)


Todos estos son pecados y son detestables para Dios, por lo que Pablo concluye su lista de
impulsos pecaminosos de la carne al advertir que aquellos que se rindan a ellos
experimentarán el desagrado de Dios. Es común interpretar “agraviar” aquí como lastimar
al Espíritu o traerle dolor. Esa imagen es cierta, ya que el término lypeō en su núcleo connota
tristeza, dolor y pena. Pero el punto de Pablo es mucho más profundo que eso. La justicia y
la ira de Dios también están presentes.
La razón de esto es que cuando Pablo habla de afligir al Espíritu, se está refiriendo a
Isaías 63:9–10, que habla de Dios redimiendo y levantando a su pueblo (haciendo memoria
del éxodo), solo para verlos rebelarse contra su amoroso cuidado. Dios estaba angustiado,
y su rebelión “afligió a su santo Espíritu”. Lo que sigue es importante: “Por eso se convirtió
en su enemigo, y luchó él mismo contra ellos”. El contexto del texto del Antiguo Testamento
es intrínseco al significado de Pablo aquí. La obra redentora de Dios en el éxodo fue
recreada y profundizada por la obra redentora de Cristo en la cruz. Sin embargo, su pueblo
todavía tiende a rebelarse y a fallarle, haciendo que el Espíritu se aflija por estos pecados y
trayendo la ira de Dios sobre sus cabezas.
El dolor divino es el punto de partida de la ira divina. Los pecados de Israel trajeron dolor
a Yahvé, y esto precipitó su ira. Este es un caso aún más fuerte aquí, porque la obra salvífica
de Dios se ha intensificado en Cristo, y somos aún más responsables de vivir para él, que las
personas del Antiguo Testamento. La santidad de Dios no tolerará el pecado. La justicia
divina es ante todo un daño terrible y llena de ira, esta conduce al juicio divino. Los cuatro
pecados que Pablo ha enumerado (y otros) no solo harán que el Espíritu se entristezca, sino
que traerá la retribución divina sobre los no arrepentidos.
Pablo declara firmemente la cláusula de motivación: “con el cual fueron sellados para
el día de la redención”. Esto se remonta a 1:13–14, donde les dijo a los efesios: “cuando
oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron
marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido”. Luego, en 1:18, Pablo identificó
al Espíritu como el medio de acceso a Dios, y en 2:22 explicó que Dios habita dentro de
nosotros “por su Espíritu”. El Espíritu de Dios en nuestros corazones proporciona una
garantía de nuestra salvación presente y futura. Aquí el énfasis está en la salvación futura,
ya que el día de la redención señala nuestra redención final cuando lleguemos al cielo. El
Espíritu es una garantía presente en nuestras vidas, anclando la promesa del momento de
nuestra salvación final y entrada a la vida eterna. Sin embargo, aquí también hay un doble
significado, ya que el día de la redención también indica el día del juicio, cuando cada
persona —y eso incluye a los santos (2 Ti 2:15; Heb 13:17; Ap 22:12)— dará cuentas a Dios.
Pablo advierte a los que han caído en los pecados que describe aquí que tendrán que
responder ante Dios por lo que han hecho.

Pablo proporciona un catálogo de debilidades y virtudes (4:31–32)


Lo negativo: cinco vicios que involucran ira (4:31)
Aquí Pablo enumera cinco debilidades que se derivan de la ira y deben ser eliminadas de la
vida del pueblo de Dios. Sigue el mismo patrón que usó en las cuatro anteriores: una
advertencia negativa (v. 31) seguida de su contraparte positiva (v. 32a) y luego una cláusula
de motivación (v. 32b). Aparentemente, Pablo creía que la ira, el tema de su exhortación en
el versículo 26, era un problema particularmente peligroso en la comunidad, por lo que aquí
explica el tema. Afirma que debe ser “abandonada”, es decir, eliminada de la comunidad.
¡Es más fácil decirlo que hacerlo! He observado el poder destructivo de la ira en las familias,
así como en las iglesias. La amargura sin control ha fracturado las relaciones y destruido las
iglesias, y el problema rara vez se maneja bien. El conflicto entre Evodia y Síntique en
Filipenses 4:2–3 proporciona un caso puntual. Su enemistad era un cáncer en su iglesia, y
Pablo tuvo que rogar a los líderes que se involucraran. No sabemos si alguna vez hubo
reconciliación.
El orden de estas cinco debilidades aumenta en intensidad, desde la amargura hasta la
ira y la lucha contra la calumnia, todas ellas alimentadas por el mal. El descenso en el
torbellino del odio comienza con “amargura”, un término que denota un resentimiento
creciente a medida que nuestro dolor se endurece en una enemistad establecida y dirigida
a otra persona. Esto es seguido por “ira y enojo”, dos términos (thymos kai orgē) que
generalmente son sinónimos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Su
presencia juntos aquí, enfatizan la ira profunda que resulta cuando damos rienda suelta a
nuestro dolor y permitimos que se infecte. Por esto Pablo aconsejó en el versículo 26: “No
permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol”.
La amargura y la ira (actitudes internas) dan paso a “gritos” o “peleas”
(comportamientos externos); el último término sugiere gritar y hacer berrinche a alguien o
algo que ha provocado una erupción de nuestro temperamento. En medio de este conflicto
entre nosotros y las personas que hemos llegado a odiar, nuestros problemas de gritos
llegan a la “calumnia” (literalmente, “blasfemia”). Transmitimos nuestra ira, utilizando muy
a menudo rumores infundados y maliciosos, para volver a los demás contra los objetos de
nuestra ira. La base de todas estas acciones es “toda forma de malicia”. Cada una de las
cinco formas de ira ha sido el resultado de una malicia estudiada que no se preocupa por la
verdad de la situación, sino que solo quiere vengarse. El deseo de lastimar al otro ha
eliminado de nuestra consideración toda razón o lógica. No hay deseo de reconciliación sino
solo de venganza.

Lo positivo: tres virtudes derivadas del amor (4:32)


Dado que estas debilidades del versículo 31 se centran en la ira, ahora las tres virtudes
representan lo opuesto, la plena realización del amor dentro de la comunidad. Aquí también
hay una progresión, ya que un corazón amable conduce a la compasión y luego al perdón.
Una lista similar se encuentra en Colosenses 3:12–13; consiste en cinco virtudes:
compasión, amabilidad, humildad, gentileza y paciencia. Ambas listas están destinadas a
producir armonía en la iglesia. Un corazón amable o tierno no puede ceder ante la ira,
porque siempre está pensando en lo bueno de los demás y, cuando está herido, buscará la
reconciliación en lugar de la venganza. A lo largo de la Escritura, este derramamiento de
amor refleja un atributo de Dios, quien por su bondad perdona el pecado, impulsa el
arrepentimiento (Jer 33:11; Ro 2:4) y muestra misericordia a los que acuden a él (Ro 11:22)
Debemos imitar esto en nuestras relaciones dentro de la iglesia.
Luego, la compasión procede de un corazón tierno. Pablo define la humildad como
“cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de
los demás” (Fil 2:4). Esa es también una buena definición de compasión; en lugar de
desarrollar una fijación egocéntrica sobre cómo nos están tratando los demás, debemos
estar totalmente preocupados por cómo los estamos tratando. Como Dios y Cristo nos han
tratado con una compasión increíble e inmerecida (Mt 14:14; Lc 10:33), debemos hacer lo
mismo con los demás.
Cuando reinan la bondad y la compasión, esto resultará en perdón en lugar de un
resentimiento. Es importante notar que la única parte de la Oración del Señor sobre la cual
Jesús elaboró fue la sección de perdón: si perdonamos a otros, Dios nos perdonará. Si no lo
hacemos, Dios tampoco nos perdonará (Mt 6:14–15). Jesús le indicó a Pedro que perdonara
no solo una vez sino setenta y siete veces (Mt 18:22), un modismo para “tantas veces como
sea necesario”.
La cláusula de motivación está en consonancia con “así como Dios los perdonó a ustedes
en Cristo”. Nunca tendremos que perdonar tanto ni tan a menudo como Dios lo ha hecho
con nosotros. Perdonamos un pecado a la vez, pero Dios perdona nuestras vidas de pecado.
Cuando hemos experimentado la increíble misericordia y gracia de Dios y nos damos cuenta
de que Jesús tomó nuestro lugar en la cruz para perdonar nuestros pecados, debería ser
fácil para nosotros perdonar a los demás. Nunca pueden lastimarnos tanto como nosotros
lastimamos a Dios.

Pablo presenta la virtud suprema: amor (5:1–2)


Imitando a nuestro Dios amoroso (5:1)
En el versículo anterior, Pablo enfatizó a Dios en Cristo como el modelo para el amor y el
perdón; ahora concluye la sección con “sean imitadores de Dios” (NVI “imiten a Dios”) El
amor indescriptible de Dios es la base de todo lo que Pablo dice en esta carta. Podemos
amarnos unos a otros a pesar de nuestras propias naturalezas finitas e indignas solo porque
hemos experimentado el amor genuino de Dios y de Cristo. En nuestras relaciones
mostramos amor imitando el amor de Dios. Podemos ser amables y perdonadores al imitar
la bondad y el perdón que Dios nos ha mostrado.
En los escritos de Pablo, la imitación está en el corazón del discipulado. En Filipenses
3:17 les pide a sus lectores que lo imiten tal como él imita a Cristo (también 1 Ts 1:6; 2 Ts
3:7–9). Cuando seguimos este mandato, nos convertimos en modelos concretos de
semejantes con Cristo y mostramos a otras personas cómo hacerlo. La imitación ocurre
especialmente cuando los niños pequeños copian a sus padres, así nosotros imitamos a Dios
como sus hijos amados. Como hijos adoptivos de Dios (Ro 8:14–17), somos objetos del
profundo amor de nuestro Padre, por lo que es completamente natural que queramos ser
como él.

Cristo como modelo (5:2)


Todas las exhortaciones de esta sección se resumen en “lleven una vida de amor”. Los
incrédulos caminan en pecado (4:17), pero los santos caminan en amor y obediencia. Este
es el camino a Sión, el camino hacia Cristo, y se define por el amor de Dios y a Jesús, vivido
en todas nuestras relaciones. “caminar dignamente” (4:1) es caminar en amor.
La base que define lo que esto significa es “así como Cristo nos amó y se entregó por
nosotros” (compárese con Gá 2:20). Este es el amor sacrificial, y fue “por nosotros”, lo que
demuestra que éramos el centro de su acto redentor. Esto se ve también en Marcos 10:45:
Cristo vino “no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
Romanos 5:8 dice: “en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Ese es el epítome del amor: un sacrificio no para amigos o seres queridos, sino para aquellos
que lo han rechazado toda su vida.
Este sacrificio se describe además como “ofrenda y sacrificio fragante para Dios”. La idea
de un aroma fragante (NTV “aroma agradable”) enfatiza la aceptabilidad de un sacrificio a
Dios, esta idea se deriva del templo del Antiguo Testamento como la casa de Dios, traer un
sacrificio era en efecto ofrecer una comida a Dios; la idea es un aroma delicioso que se
desprende de una ofrenda quemada (piense en la cocción de una carne jugosa). A Dios le
agradaron tales ofrendas y todas las ofrendas de su pueblo a lo largo de la historia, pero
estaba muy complacido con el sacrificio expiatorio de Cristo. Esto demuestra el alcance del
patrón que Cristo ha establecido para nosotros. No es solo el amor sino el amor sacrificial
lo que es aceptable y agradable a Dios.
Hay dos temas principales que se resaltan en Efesios: el Cristo exaltado, que es el Señor
de todos, y la unidad de la iglesia como una nueva creación en Cristo. Esta sección se
relaciona con la segunda. En él, Pablo nos dice cómo mantener la armonía y la unidad del
pueblo de Dios en las relaciones diarias dentro del cuerpo de Cristo. Las debilidades
fracturan las relaciones y dañan a la iglesia, mientras que las virtudes mantienen la paz y
unen a las personas como la familia de Dios. En cada área buscamos la semejanza de Cristo,
imitando la gracia y el amor de Dios y de Cristo en nuestras interacciones entre nosotros.

EL CAMBIO DE LA OSCURIDAD A LA LUZ (5:3–14)

Esta sección continúa con uno de los temas principales en Efesios, aquí se contrasta el viejo
yo con el nuevo yo (véase especialmente 4:22–24). En Efesios 4:25–5:2, Pablo comparó las
debilidades (características de la vieja humanidad) con las virtudes (características de la
nueva humanidad); ahora dibuja una antítesis entre la gente de la oscuridad y la gente de
la luz. Como parte de la nueva humanidad (2:15), los creyentes son hijos de luz y ya no
pueden tener nada que ver con la oscuridad. Por lo tanto, nuestro estilo de vida debe
cambiar para reflejar los valores del reino. Aquí hay dos subsecciones principales: una
descripción y una exhortación sobre los actos de oscuridad (5:3–7) y un llamado a ser hijos
de luz (vv. 8–14).

Pablo exhorta sobre las obras de la oscuridad (5:3–7)


Exhortación sobre mantenerse alejado de los pecados vergonzosos (5:3–4)
Pablo comienza con dos ejemplos principales de excesos vergonzosos y el principio del
placer: la inmoralidad sexual y la codicia, las cuales aborda con frecuencia en esta carta (2:3;
3:19; 5:5, 12). Las películas sobre temas históricos no siempre son precisas, pero sobre la
decadencia de Roma son completamente correctas. Murales en casas romanas, como los
que se encuentran en las ruinas de Pompeya, a menudo representaban escenas
pornográficas, y se esperaba un libertinaje sexual entre los hombres romanos. El Nuevo
Testamento con frecuencia condena la inmoralidad, que puede definirse como actividad
sexual de cualquier tipo fuera de los límites del matrimonio (la misma palabra griega,
porneia, se usa en Mt 5:32; 15:19; 1 Co 6:18; Col 3:5).
Pablo expone el tema con fuerza aquí: “ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad
sexual” entre los creyentes. Tal conducta es incompatible con el mandato de “andar en
amor” (5:2), por lo tanto, el cristiano no debe tener nada que ver con eso. 1 Tesalonicenses
4:3–8 es un buen ejemplo de cómo Pablo trata este tema. Señalando que la santificación y
la inmoralidad sexual no pueden coexistir en la vida de nadie, les ordena a los tesalonicenses
que obtengan el control de sus cuerpos, que eviten la “lujuria apasionada”. Luego les
advierte del juicio divino sobre aquellos que viven vidas inmorales en lugar de santas. Este
fue un problema tan grave en la iglesia primitiva como lo es hoy. Durante toda su vida, estos
gentiles habían asumido que la vida en libertinaje no solo era aceptable sino también
normativa. Después de todo, los dioses romanos andaban en orgías casi continuas. ¿Por
qué no debería la gente también hacer esto? Les tomó un tiempo a los nuevos cristianos de
este tiempo hacer frente a las demandas de Dios con respecto al comportamiento sexual.
Sin embargo, la enseñanza de la iglesia es clara y definitiva: el pecado sexual no puede tener
lugar en la vida cristiana.
Los siguientes dos pecados que menciona Pablo, la impureza y la avaricia, ambos
pecados en exceso, están estrechamente relacionados. La “impureza” se relaciona
principalmente con la inmoralidad sexual, usando la imagen del Antiguo Testamento de lo
que es inmundo o sucio a los ojos de Dios. Tenga en cuenta que el mandato de Pablo es
contra “todas” o “cualquier tipo de” [no en la NVI] impureza; él enfáticamente etiqueta
toda actividad sexual fuera del vínculo matrimonial como incorrecta.
Esta es la segunda vez que Pablo combina la avaricia con la impureza (véase también
4:19). La “avaricia”, a menudo traducida como “codicia”, se refiere al deseo de lo que
justamente le pertenece a otro. Muchos han asumido que la codicia en este contexto se
refiere específicamente a su manifestación sexual en un deseo insaciable de prácticas
impías. Eso es posible pero poco probable, ya que la codicia a lo largo de la enseñanza de
Pablo (compárese con el pasaje de la hermana en Col 3:5) se refiere a demandas
materialistas más que sexuales. Sin embargo, cuando el décimo mandamiento condena la
codicia, la mención de “la esposa de su prójimo” indica que puede haber una conexión entre
la codicia y la inmoralidad sexual (Éx 20:17; Dt 5:21). En ese tiempo, como ahora, la riqueza,
el estatus y las posesiones estaban realmente en el trono de la vida de las personas. El
verdadero dios de nuestro tiempo es la acumulación de bienes, y todos estamos infectados
con el virus de la “avaricia” (avaricia como enfermedad). Pablo volverá a esto en el versículo
5.
Pablo se siente tan comprometido con este tema que dice: “ni si quiera debe
mencionarse” estas cosas entre los efesios. El griego dice literalmente que estos pecados
“ni siquiera deberían ser nombrados”. Esto significa más que “no hablen de eso entre
ustedes”; exige que los creyentes no tengan absolutamente nada que ver con tales
prácticas. Nadie que observe sus vidas debería poder imponer tal acusación contra ellos, ni
siquiera por medio de la intimidad. Pablo se enfoca aquí en sus acciones más que en sus
palabras. Dichas prácticas impuras no son “propias del pueblo santo de Dios”. La santidad
significa ser apartado del mundo, y el libertinaje es una de las prácticas principales que debe
ser totalmente erradicada de la vida cristiana. Como los creyentes son los “santos”, deben
vivir separados de las malas acciones del mundo pagano. El comportamiento adecuado no
puede tener nada que ver con tales cosas.
El versículo 4 explica el significado de “ninguna clase de impureza” que Pablo menciona
en el versículo 3, señalando tres tipos de comportamiento sensual pecaminoso. Basándose
en el “ni si quiera” en el versículo 3, Pablo aquí ordena que no debería haber tales prácticas
en la iglesia. “Palabras indecentes” se refiere a hechos vergonzosos y a menudo se traduce
como “inmundicia”, como el “lenguaje obsceno” de Colosenses 3:8. Estas son las acciones
antinaturales de las tinieblas que no tienen lugar entre el pueblo de Dios (Ro 13:12; Ef 5:11).
Pasando de una conducta continua lasciva, Pablo continúa abordando los temas
relacionados “conversaciones necias” y “chistes groseros”. El primero es un término
general, el último es específico. La conversación necia es un discurso que no edifica ni tiene
nada de valor real. Es vacía o aburrida, sin valor para el oyente. Los chistes groseros se
refieren a una conversación que es tosca o utiliza insinuaciones groseras. Los que traducen
esto como “necedades” o “conversación vulgar” no están lejos de la realidad. Es probable
que ambos términos pretendan describir discusiones de naturaleza sexual.
En lugar de una plática tan inapropiada, nuestra conversación debe caracterizarse por
una “acción de gracias”, reemplazando una mentalidad sucia y mundana con una mente
llena de gratitud hacia Dios. Los pensamientos egocéntricos del incrédulo deben ser
reemplazados por el agradecimiento. Necesitamos vivir en todo lo que Dios ha hecho por
nosotros en lugar de en los placeres terrenales que podemos disfrutar. En Colosenses 2:7,
Pablo describe esto como estar “llenos de gratitud”. Dado que Dios ha derramado
abundantemente sus riquezas sobre nosotros (Ef 1:7–8), debemos centrarnos en la riqueza
celestial que ya es nuestra, en lugar de la riqueza terrenal y los placeres que aún tenemos
que acumular.

Resultado: pérdida de herencia e ira divina (5:5–6)


La exhortación de Pablo en estos versículos es importante para nosotros hoy. Comúnmente
pensamos que podemos darle a Dios solo una parte de nuestra vida, vivir más en el mundo
que en la iglesia y aun así podemos llegar al cielo. Después de todo, continúa el
pensamiento, lo único que debemos hacer para ganar la vida eterna es creer en Cristo, y el
estilo de vida no es parte de esto. Es posible que perdamos parte de nuestra recompensa
eterna, pero aun así la tendremos. Pablo responde a este tipo de pensamiento con un “¡un
momento!” No podemos creer verdaderamente y aún vivir una vida mundana. Aquellos que
son inmorales y están llenos de avaricia no perderán simplemente puntos de la
recompensa. No tendrán herencia en absoluto en el cielo y enfrentarán la ira de Dios, ya
que están siendo desobedientes a las demandas del estilo de vida que agrada a Dios.
Para llamar la atención de sus lectores, Pablo comienza esta exhortación con
“¡Asegúrense de esto!” Lo que sigue está garantizado, es la verdad. Aquellos que caen en
las prácticas que se han enumerado en el versículo 3 (inmoralidad, impureza y avaricia)
están excluidos del pueblo y el reino de Dios. Además, llama a los codiciosos como idólatras,
como lo hizo en Colosenses 3:5. Como el hogar del templo de Artemisa, una de las siete
maravillas del mundo antiguo, Éfeso era famoso como centro religioso, e innumerables
ídolos e imágenes estaban presentes en todas partes. Pablo dice que cuando somos
codiciosos tenemos otro dios en nuestra vida: la riqueza o las posesiones. Hoy en día,
muchos de nosotros tenemos un estante de Dios en nuestros hogares, que contiene nuestra
chequera o tarjetas de crédito, junto con una lista de nuestras acumulaciones. Millones de
personas adoran a los ídolos de la riqueza y las posesiones en templos dedicados al
propósito, ya sea en ubicaciones físicas como el centro comercial o en los templos digitales
de las compras por Internet. Jesús dejó en claro que no podemos servir a dos amos, o es a
Dios o a “mamón” o el dinero (Mt 6:24), aunque muchos de nosotros tratamos de hacer
exactamente eso.
Pablo advierte aquí que quienes tratan de vivir en ambos mundos son cristianos
bipolares. No tendrán lugar en el reino de Dios, ni herencia eterna. 1 Corintios 6:9–10 dice
lo mismo: ninguna persona inmoral o codiciosa “heredará el reino de Dios”; esta es otra
forma de hablar sobre la vida eterna, y es difícil saber hasta dónde abarca esta declaración
de Pablo. Difícilmente puede decir que cualquiera que cae en pecado es apóstata, porque
en ese caso ninguno de nosotros llegaría al cielo. Tampoco está interesado en cuánto
margen Dios nos permitirá seguir actuando de esta manera. Esta terminología es similar a
la de 1 Juan 3:6: “Nadie que vive en él sigue pecando”. Una cosa es caer en pecado, pero
otra muy distinta es participar en un patrón continuo de pecado.
Sin embargo, incluso aquí debemos reconocer una advertencia. La mayoría de nosotros
luchamos de una forma u otra con el “pecado prevaleciente”. Un pecado prevaleciente es
aquel que nos conquista, uno que parece que no podemos vencer sin importar cuánto lo
intentemos. La clave es que no debemos persistir en el pecado, no nos rendimos ni
permitimos que nos controle. Un ejemplo moderno de un pecado que demasiados
cristianos han permitido que los controle es la pornografía en Internet. Si somos adictos a
tal pecado, debemos buscar ayuda. Continuar participando en tal actividad nos pone en
grave peligro, y no podemos vencer tal deseo por nuestra cuenta.
La mayoría de las declaraciones con respecto a la herencia, como la de 1 Corintios 6:9,
están en tiempo futuro, pero aquí está en presente: tal persona, en este momento, “no
tiene herencia”. Es una realidad presente que no tiene parte en el reino de Dios Esos
miembros de la iglesia que toman una actitud arrogante hacia el pecado están jugando con
su destino eterno, y todo por un momento de placer.
Este versículo representa la única instancia neotestamentaria del “reino de Cristo y de
Dios”, en oposición al “reino de Dios” que es más común. Algunos suponen que esta
expresión enfatiza la unidad de Dios y Cristo y, por lo tanto, implícitamente enseña la deidad
de Cristo. Si bien es cierto que Pablo cree en la unidad de la Deidad y la deidad de Cristo,
ese no es su punto aquí. Más bien, esta expresión enfatiza los aspectos presentes (de Cristo)
y futuros (de Dios) del reino: el reino de Cristo en este mundo y el reino de Dios en el
próximo. Con la venida de Cristo, el reino llegó a este mundo, y ahora somos personas del
reino. Al mismo tiempo, ese reino también está en proceso de venir nuevamente; llegará
con firmeza en la segunda venida de Cristo. Ahora nos damos cuenta de nuestra herencia
en términos del poder del Espíritu y la autoridad sobre los poderes del mal (3:10; 6:10–12),
pero aún no hemos recibido nuestra herencia final. Pablo está diciendo que aquellos que
viven en pecado están privados de las manifestaciones presentes y futuras del reino.
En ese tiempo, como ahora, algunos dentro de la comunidad cristiana buscaron
racionalizar la inmoralidad y la codicia (5:6). Escuchaban a los incrédulos que disfrutaban
sus placeres y creían que tenían la libertad de vivir como querían. Pablo advierte a los
efesios que no se dejen engañar por tales intentos de justificar el comportamiento
pecaminoso. Las obras de la oscuridad nunca serán luz, ni Dios mirará para otro lado. En
Colosenses 2:4, 8, aunque se dice que esta falsedad está vestida de “argumentos
capciosos”, en realidad es “hueca y engañosa”, y su verdadera fuente es demoníaca. Tal
enseñanza no son más que “palabras vanas”, desprovistas de toda verdad. Los que caen en
la trampa son niños indefensos que son presa de mentirosos astutos y hábiles que ocupan
“artimañas engañosas” (4:14).
El destino final de tales mentiras es realmente aterrador. Aquellos que ceden a los
halagos de tales maestros mundanos se enfrentarán a un Dios santo cuya ira viene “sobre
los que viven en la desobediencia”. Como dice Pablo en 2:3, aquellos que “satisfacen los
deseos de la carne” son “merecedores de la ira”, esto también incluye a los cristianos que
caen en actividades tan carnales. Hay un aspecto de “ya”/“todavía no” en la ira de Dios. El
pecado tiene consecuencias inmediatas al enojar a Dios, pero en el juicio final Dios juzgará
a cada persona “según lo que había hecho” (Ap 20:13). El énfasis aquí está en la naturaleza
deliberada de estos actos malvados; estas personas son “hijos de desobediencia”. En la
Biblia, el lenguaje “hijos de” usualmente significa que la característica es una cualidad bien
definida de su vida. Entonces, como en Romanos 1:18–19, deliberadamente “suprimen la
verdad” que Dios les ha dejado en claro. No caen inadvertidamente en pecado. Saben lo
que están haciendo y eligen rechazar la verdad de Dios y vivir una mentira. Su culpa es clara
y su juicio seguro.

Advertencia adicional: no se hagan cómplices de ellos (5:7)


Ceder ante el falso razonamiento de estos acérrimos secularistas es extremadamente
peligroso, porque seguir su razonamiento es participar en sus pecados. “Cómplices de ellos”
significa compartir en todo lo que hacen. Hay tres etapas para tal asociación: escuchar y
estar de acuerdo con su falsa lógica, participar en su estilo de vida pecaminoso y enfrentar
la ira de Dios junto con ellos. En Efesios 3:6, la misma palabra griega describe a los cristianos
gentiles como “beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y
participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús”, que connota la plena participación
en una empresa o asociación. Ser cómplice en los pecados de estos malhechores es
participar plenamente en su juicio. ¿Cómo puede un individuo pensante querer eso? Pablo
les ordena a estos cristianos que se nieguen a participar en el razonamiento o las acciones
de los necios hedonistas. Los peligros son demasiado grandes.

Pablo alienta a los efesios a vivir como hijos de luz (5:8–14)


Comportarse como luz (5:8–10)
Una razón para no tener nada que ver con las prácticas malvadas de este mundo es el
peligro eterno que traen, pero Pablo tiene una motivación mayor en mente para evitarlo.
Una vez que hemos pasado de la oscuridad a la luz, ¿por qué desearíamos volver a la
oscuridad? Como en Efesios 2:1–3, 11–13, coloca esto en el marco de las realidades pasadas
(una vez) y presentes (ahora) de la vida de los creyentes. Los efesios han entrado en una
nueva vida rica y gratificante y se han convertido en parte de un nuevo pueblo y un nuevo
reino, caracterizado por la luz. Anhelar volver a la vida vacía y decepcionante que una vez
llevaron, sería una locura. Nunca deben dejarse tentar por el placer temporal, que, como
ya saben muy bien, es satisfactorio por un corto tiempo, pero en última instancia destruye.
En la superficie, este retroceso puede parecer atractivo, pero Pablo está pidiendo a sus
lectores que piensen más profundamente.

Vivan como hijos de luz (5:8)


Pablo comienza recordando a sus lectores los viejos tiempos y lo que realmente significaba
su situación pasada: “eran oscuridad”. La vida anterior tenía una pretensión de ser luz,
como Las Vegas y su gran decoración neón, pero esto era un completo invento. Es solo
oscuridad, ese reino donde Satanás y “los poderes de este mundo oscuro” (6:12) gobiernan.
Los que somos luz hemos sido “rescatados del dominio de la oscuridad” y se nos ha dado
poder sobre ella (Col 1:13; véase también Mr 3:15; 6:7). El reino de la oscuridad es una
realidad pasada para nosotros como santos, y no hay razón para volver a eso.
La luz versus la oscuridad es un motivo principal en los escritos de Juan. Su evangelio
comienza con la nueva creación; él declara desde el principio que Cristo creó una nueva vida
que constituye la “luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas
no han podido extinguirla” (Jn 1:4–5). A través de Cristo, la luz de Dios ilumina y condena a
toda persona que haya nacido (Jn 1:7, 9). Sin embargo, trágicamente, debido a que las
personas de este mundo prefieren la oscuridad, “pues todo el que hace lo malo aborrece la
luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto” (Jn 3:20).
Con la conversión, el nuevo creyente ingresa al reino de la luz y se convierte en una
nueva criatura, parte de una nueva humanidad (Ef. 2:15), por lo que el regreso al viejo reino
de la oscuridad no debería tener ningún atractivo. Como ahora son “luz en el Señor”, los
creyentes deben vivir de manera diferente. Pablo no dice que una vez vivieron en la
oscuridad y ahora viven en la luz. Él está hablando ontológicamente, sobre su propio ser:
eran oscuridad, y ahora son luz. Son un pueblo diferente, somos los hijos de Dios que “es
luz y en él no hay ninguna oscuridad “(1 Jn 1:5). Somos una nueva creación, concebida como
luz y ahora habitando la luz. Esto tiene lugar “en el Señor”, lo que significa que Cristo es
ahora la esfera en la que vivimos y el universo en el que habitamos.
Por lo tanto, dado que somos luz, debemos “vivir como hijos de la luz”. En mi comentario
sobre el capítulo 5 versículo 6, noté que llamar a las personas “hijos de” identifica una
característica principal de esa persona. Aquí los creyentes no solo pertenecen a la luz; son
luz y deben comportarse como tales. Su caminar debe ser “en el Señor” y debe demostrar
la luz que Cristo ha traído a este mundo. El mundo debe ver la luz de Dios en la forma en
que los cristianos se comportan, en sus decisiones diarias y en la forma en que se relacionan
con quienes los rodean. Las personas de luz reconocen la desesperación y la muerte lenta
que viene con la oscuridad, por lo tanto, no deberían desear regresar a esos actos oscuros.

El fruto de la luz (5:9)


La discusión de Pablo sobre los vicios y las virtudes en los versículos anteriores se ha
centrado en el estilo de vida que Dios espera de su nueva comunidad. Si los creyentes son
en verdad hijos de Dios, parte de su familia, debemos manifestar el “fruto del Espíritu” (Gá
5:22–23), un término sinónimo de las virtudes cristianas que Pablo ha mostrado. El fruto
denota cosecha, por lo que estos son los resultados naturales del trabajo del Dios Trino en
nuestras vidas. Así como la luz es un ingrediente necesario en el crecimiento de las plantas,
la luz de Dios nos permite crecer en estos atributos. La presencia del Espíritu Santo en
nuestras vidas debe producir cierto fruto, que es el resultado natural de la vida en el
Espíritu. Al igual que Jesús (Jn 1:7, 9), el Espíritu es luz, así que el fruto del Espíritu es el fruto
de luz. Esta es la antítesis de las “obras infructuosas de la oscuridad” en el versículo 11. La
luz no tiene nada que ver con la oscuridad, que no puede dar frutos aceptables para Dios.
Este fruto producido con la luz del Espíritu consiste en “bondad, justicia y verdad”. Tenga
en cuenta que “toda” modifica cada uno de los tres. La “bondad” aquí nos recuerda las
buenas obras para las cuales Cristo nos ha creado (2:10). La bondad aquí es la mentalidad
que naturalmente produce buenas obras. Miqueas 6:8 define la bondad de esta manera:
“actuar con justicia y amar la misericordia y caminar humildemente con su Dios”. Las buenas
obras son el tema de la sección central de 1 Pedro, en donde ordena a sus lectores que
“mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de
hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la
salvación” (1 Pe 2:12). 1 Pedro 3:13 reitera el tema con una pregunta retórica: “¿quién les
va a hacer daño si se esfuerzan por hacer el bien?”
La “justicia” puede definirse como hacer lo que es correcto a los ojos de Dios. Es el
resultado natural de la justificación, la final de las tres etapas de la salvación: (1) somos
declarados justos con Dios sobre la base del sacrificio expiatorio de Cristo (justificación), (2)
somos rectos a medida que crecemos en él (santificación), y (3) vivimos justamente delante
de él (justicia). Nuestro Dios santo se define como justo (Sal 7:10; Is 45:21), y dado que su
pueblo debe reflejar su imagen, ellos también deben ser justos y vivir con rectitud.
La “verdad” es una cualidad clave de Dios y de Cristo, como en Juan 14:6 (“Yo soy el
camino, la verdad y la vida”) y 1 Tesalonicenses 1:9 (“el Dios vivo y verdadero”). La verdad
también debe caracterizar a su pueblo, en contraste con el engaño que caracteriza al mundo
y a los falsos maestros (Ef 4:14, 22; 5:6). La hipocresía con demasiada frecuencia caracteriza
las relaciones cristianas, y eso debe acabar. La verdad está en el corazón del evangelio vivido
en la comunidad cristiana, y la honestidad y la franqueza deben estar en el corazón de las
relaciones cristianas (1:13; 4:21, 24–25).

El resultado: agradar al Señor (5:10)


Cuando nuestras vidas muestran el fruto que proviene de la luz, “comprobamos lo que
agrada al Señor”; esto tiene un significado similar a “entender cuál es la voluntad del Señor”
en 5:17. El criterio clave para los sacrificios aceptables del Antiguo Testamento era que
complacieran al Señor. Ese concepto impregna prácticamente todas las páginas de las
Escrituras y es particularmente importante en pasajes éticos como Romanos 14:18; 2
Corintios 5:9 y Filipenses 4:18. Quizás el pasaje más conocido es Romanos 12:1–2, donde
Pablo usa imágenes sacrificiales para desafiar a los creyentes a ofrecer “su cuerpo como
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”. El objetivo es “comprobar cuál es la voluntad de
Dios, buena, agradable y perfecta”. Al interpretar a Pablo aquí, el versículo 1 se centra en
nuestro Dios que se agrada y el versículo 2 en la voluntad de Dios que es agradable.
Así como los niños fundamentados en el amor tratan de descubrir qué agrada a sus
padres y luego hacen esas cosas, nosotros, como hijos de Dios, buscamos descubrir qué
agrada a nuestro Padre celestial. El verbo “comprobar” indica una búsqueda estudiada, y la
progresión que Pablo tiene en mente implica el examen, la reflexión y la acción que resultan
de esa búsqueda. Debemos estudiar la palabra de Dios y determinar a partir de ella lo que
es aceptable para Dios, pensando mucho en cómo podemos alterar nuestras acciones para
darle placer.

Exponer los hechos de la oscuridad (5:11–12)


Pablo les dice a los efesios que pertenecen y que en realidad se han convertido en luz (v. 8);
por esta razón, no deben tener nada con la oscuridad. Para descubrir cómo pueden agradar
al Señor (v. 10), primero tienen que lidiar con la oscuridad que alguna vez los caracterizó,
así como con los actos de oscuridad que aún a veces controlan sus vidas. Esta es una
responsabilidad colectiva, no simplemente individual. No es suficiente deshacerse de estos
malos comportamientos de nuestras vidas; sino también, debemos ayudar a otros en la
iglesia a derrotar estas tendencias pecaminosas en sus vidas, “anímense unos a otros cada
día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado” (Heb 3:13).
Los creyentes, como he señalado, no deben tener “nada que ver con los actos
infructuosos de la oscuridad”. Esta es una orden radical, lo que significa que deben evitar y
rechazar estas prácticas malvadas. El griego dice, literalmente, “no tengan comunión con”,
una poderosa metáfora que establece un contraste directo entre la comunión con los
santos/luz y la comunión con el pecado/oscuridad.
Esto no significa que los creyentes deben evitar la comunión con los no creyentes. Las
Escrituras son claras en cuanto a que debemos vivir entre ellos y hacernos amigos de ellos
(Mt 5:43–47; Ro 12:14–21). Más bien, significa que debemos negarnos a tener algo que ver
con sus actos pecaminosos. Según 1 Pedro 4:4, los incrédulos quedarán desconcertados
cuando vean que “ustedes ya no corran con ellos en ese mismo desbordamiento de
inmoralidad, y por eso los insultan” (véase también 2 Cor 6:14). Sus obras son infructuosas,
que es el opuesto directo del “fruto del Espíritu” en el versículo 9. No hay otro resultado ya
que sus obras se hacen en la oscuridad. El concepto está bien declarado por Pablo en
Romanos 13:12: “La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por eso, dejemos a un
lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz”. Pablo vincula esa idea
aquí con la armadura de Dios en 6:10–17.
En lugar de participar en esas obras infructuosas oscuras, los cristianos están llamados
a “denunciarlas” para sacarlas a la luz. La oscuridad odia la luz y se esconde de ella (Jn 3:19–
20). Los pecados se hacen en secreto, y sus infractores quieren que permanezcan en
secreto, como en dicho “Lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas”. Sin embargo,
como en Juan 1:5, cuando la luz brilla en la oscuridad “la oscuridad no puede vencer” la luz
no solo expone la oscuridad, sino que también la obliga a retroceder. Algunos han tomado
esto como una referencia a la exposición de prácticas no cristianas, pero el contexto de
Pablo favorece un entorno dentro de la comunidad cristiana. Nosotros también
racionalizamos fácilmente nuestros pecados y nos negamos a enfrentarlos. Por eso nos
necesitamos unos a otros; los santos amorosos se obligan mutuamente a reexaminar sus
obras y a ser más honestos consigo mismos. La exhortación amorosa no es crítica, ya que
confronta para ayudar al individuo a vencer el pecado prevaleciente. El proceso es redentor,
se restauran en lugar de juzgarlos.
Cuando las obras infructuosas se hacen en secreto (5:12) casi siempre se acumulan. Hay
una intensidad progresiva para pecar, ya que nuestra creciente capacidad de racionalizar
nuestras acciones permite un comportamiento peor y más malvado. El secreto nos impide
tener que enfrentar nuestra necedad, y a medida que nuestra conciencia se vuelve más y
más entenebrecida, nos resulta cada vez más fácil pecar. Al final se vuelve “vergonzoso
incluso mencionar” lo que hacen en secreto. Son demasiado terribles incluso para hablar
de ellas; nos sentimos demasiado sucios para mencionarlas.
Cuando Pablo dice que tales hechos son “vergonzosos”, no solo habla desde una
perspectiva cristiana. El mundo también los considera vergonzosos. Los escritores romanos
usaron el mismo término para describir actos inmorales; este lenguaje es universalmente
reconocido. Pablo pudo haber tenido en mente especialmente los pecados sexuales de 5:3–
4, pero ciertamente se incluyen muchos otros tipos de comportamiento hedonista.

El poder iluminador de la luz (5:13)


Este versículo hace explícito lo que estaba implícito en el mandato de Pablo del versículo 11
para “denunciar” las obras oscuras. Cuando la luz de Dios entra en una situación, la
oscuridad se puede ver por lo que es. Dado que estos santos son luz y, por su conducta,
ejemplifican la luz, la oscuridad a su alrededor ya no puede pretender ser luz. Los hechos
oscuros, en contraste, se vuelven “visibles”. En las palabras de Romanos 12:20, la luz de
Cristo en nosotros “amontona carbones de fuego ardiente” [no en la NVI] sobre las cabezas
de los que están en la oscuridad. Esta imagen se refiere a la convicción del Espíritu Santo,
cuya presencia puede provocar su conversión para que ellos también puedan “glorificar a
Dios en el día de salvación” (1 Pe 2:12).
La última cláusula de este versículo es debatida. Si tomamos “se hace visible” como un
verbo en voz media, significará que “la luz hace que todo sea visible” (NVI, NTV, LBLA),
enfatizando el poder de condenar por parte de la luz. 36 Pero si se entiende como pasivo, la
cláusula se leerá “Pero todas las cosas se hacen visibles cuando son expuestas por la luz,
pues todo lo que se hace visible es luz” (RV60), enfatizando el poder de la luz para convertir
a los perdidos. La primera representación es viable pero redundante. El punto de que la luz
hace visibles todas las cosas ya se ha hecho en los versículos 8–13a. Tendría sentido que el
versículo 13b muestre los efectos de la luz del Señor como la transformación de la
oscuridad.
Existe otro debate sobre si esta transformación habla de la conversión de los no
creyentes o de la restauración de los creyentes que han caído en pecado. No puedo evitar
pensar que la respuesta correcta son ambas, y no una u otra. La luz brilla en la vida de los
no salvos y de los salvos, transformando al primero en cristiano y al segundo en cristiano
victorioso. En ambos casos, la luz de Dios expone el pecado y transforma a la persona en un
verdadero hijo de Dios, es decir, en luz.

Desafío para estar alerta (5:14)


Este versículo culmina esta sección sobre la derrota de la oscuridad por parte de la luz y lo
aplica a los lectores, diciendo en efecto: “¡Despiértate, tú que duermes!” Un seguidor de
Cristo no puede vivir en pecado. Curiosamente, Pablo presenta este pasaje de la misma
manera que lo hizo el Salmo 68:18 en Efesios 4:8: “Por lo cual dice” (“por esto dice” NVI).
La cita de Pablo no es de la Escritura, sino un credo, posiblemente era un himno cristiano
temprano que quizás se basa en Isaías 26:19 (“Pero tus muertos vivirán, Señor; sus cuerpos
se levantarán”); 60:1 (“Levántate, resplandece, porque tu luz ha venido, y la gloria del Señor
se levanta sobre ti”); y Jonás 1:6 (“¿Cómo puedes dormir? ¡Levántate y llama a tu dios!”).
Algunos creen que este himno fue originalmente parte de una liturgia de bautismo, pero en
última instancia es imposible determinar si este es el caso. Es mejor pensarlo de manera
más general como un himno a la conversión.
La persona a la que se dirige se le llama “durmiente” y se le ordena “despertarse”.
Dormir en el mundo antiguo era un eufemismo para la muerte, pero la palabra también se
usaba para los que están espiritualmente muertos (1 Ts 4:13; 5:6–10) La gran mayoría de
los intérpretes entienden que aquí el término se refiere a los no cristianos. Las imágenes
describirían a los incrédulos dormidos en la oscuridad del pecado. La luz de la verdad del
evangelio brilla sobre ellos, y están llamados a “despertar” de su estado espiritualmente
muerto y “resucitar de los muertos” mediante la conversión. Los efesios fueron “una vez
oscuridad, pero ahora son luz en el Señor” (5:8). Esto haría que las palabras de Pablo sean
un llamado para aquellos que no han respondido a volverse al Señor mientras todavía hay
tiempo.
Sin embargo, prefiero leer esto como una descripción de los cristianos que han caído en
pecado. Las imágenes serían paralelas a las palabras de Jesús en Getsemaní cuando
encontró a los discípulos dormidos: “¿estás dormido? ¿No pudiste mantenerte despierto ni
una hora… El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil” (Mr 14:37–38). Pablo recoge
esta imagen en Romanos 13:11 (“Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra
salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos”) y 1 Tesalonicenses 5:6
(“No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro
sano juicio”). Estos son cristianos débiles (Ef 4:14) que en un nivel espiritual están
virtualmente muertos y necesitan despertarse. Satanás los derrotó y los condujo
nuevamente a la oscuridad del pecado, y apenas se aferran a su vitalidad espiritual. La luz
de Cristo está sobre ellos, pero su letargo es tan fuerte que no se dan cuenta. Necesitan
despertar y levantarse; solo entonces será cierto para ellos que “Cristo brillará sobre ti”.
Solo así podrán vivir en la luz de Cristo como cristianos victoriosos.
El dualismo luz/oscuridad es una de las principales formas en que las Escrituras retratan
la guerra entre el bien y el mal. Pablo usa la analogía en esta sección para mencionar que la
guerra ha terminado efectivamente: en Cristo la luz ha conquistado la oscuridad. Sin
embargo, las batallas continúan, y el creyente debe habitar consciente y fervorosamente
en la luz para que no regrese a la oscuridad que una vez lo consumió. Los que están
dormidos o espiritualmente muertos necesitan venir a la luz y apartarse de sus obras
oscuras para encontrar a Cristo. Los cristianos débiles y derrotados necesitan despertarse y
comenzar a vivir en la luz de Cristo.

VIVIR EN EL ESPÍRITU (5:15–21)

Pablo comenzó su ensayo sobre la vida cristiana (4:17–5:21) mostrando cómo la nueva
vida en Cristo ha anulado y reemplazado las viejas costumbres (4:17–24). Luego detalló las
debilidades que deben eliminarse de la vida de las personas (4:25–31) y las virtudes que
deben imitarse en la nueva comunidad (4:31–5:2). Luego, profundizó esta comprensión al
usar el dualismo luz/oscuridad para mostrar cómo la luz expone los actos de oscuridad y
permite al creyente caminar en el fruto de la luz y agradar al Señor (5:3–14). Ahora él lleva
esta sección ética a un clímax al describir el “vivir” de los hijos de luz. Expresa el significado
de la luz en el Señor en términos de sabiduría divina re expresada en el caminar cristiano
(vv. 15–17), así como la vida en el Espíritu que hace posible esta sabiduría (vv. 18–21). La
sabiduría y el Espíritu de Dios guiarán al cristiano, permitiendo que los santos caminen
dignamente (4:1), para vivir una vida agradable al Señor (5:10).

El cristiano no debe caminar de manera necia y en ignorancia


(5:15–17)
No necios sino sabios, aprovechando todas las oportunidades (5:15–16)
La vigilancia espiritual (“miren atentamente” es más preciso que la NIV “tengan cuidado”)
es necesaria para que los santos superen la oscuridad y vivan como luz. Muchos de los
efesios se habían quedado dormidos espiritualmente (v. 14) y necesitaban despertarse y
estar alertas. Algunos manuscritos antiguos, incorporados a la RV60, cambian el orden de
las palabras aquí para leer “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis”, pero los mejores
manuscritos respaldan la lectura natural aquí. “Cuidado” connota atención cercana,
detallada y con escrutinio. Todo creyente necesita la vigilancia amorosa y cuidadosa de
quienes lo rodean. Esto tomará la forma de dar ánimo o exhortación, según lo que se
necesite en un momento dado. Hoy en día, es popular reemplazar el contacto personal con
las redes sociales en internet, pero pasar por alto la interacción cara a cara puede ser
peligroso. El tipo de atención cercana que necesitamos no se puede lograr a través de
Facebook o Twitter.
La vigilancia continua es obligatoria si queremos vivir una vida agradable al Señor en un
mundo dedicado a los caminos oscuros del pecado. Cualquier decisión descuidada o
pensamiento egoísta puede seducirnos a tomar el camino equivocado y caer en la derrota
espiritual. Nuestra vigilancia debe ser colectiva y no solo individual. No podemos llevar esta
carga por nosotros mismos, ya que las presiones de la secularidad y las tentaciones de vivir
según el principio del placer son demasiado grandes. Necesitamos ayuda, tanto
verticalmente, por el Espíritu, como horizontalmente, de nuestros hermanos y hermanas
en Cristo. Sin los ojos amorosos de quienes nos rodean, con demasiada frecuencia nos
engañaremos a nosotros mismos.
Pablo ordena a los efesios que vivan “no como necios sino como sabios”. Esto es cierto
tanto en los niveles individuales como colectivos. En Efesios 1:17, Pablo oró para que Dios
les diera “el Espíritu de sabiduría y revelación”. Los creyentes necesitan la sabiduría divina
(1:8) a través del Espíritu para tener éxito en sus decisiones. Ser imprudente es fracasar
tanto en comprender los caminos de Dios como en vivir dentro del plan de Dios, que se
reveló a través de la “sabiduría e entendimiento” (1:8–9) que se dio a conocer en toda su
diversidad a los poderes cósmicos a través de la iglesia. (3:10) Ahora es tiempo de que
usemos esa sabiduría para vivir correctamente delante de Dios (Col 4:5, “caminar en
sabiduría”). Proverbios llama al fracaso de hacer esto “tontería” (Pr 1:7; 10:14, 23; 17:21–
25; 18:6–7; 23:9). La persona que desprecia a Dios es realmente un tonto, tanto vacío como
inútil. Los sabios, por otro lado, se caracterizan por una conciencia de Dios y un deseo de
vivir esa conciencia en su conducta diaria.
Los sabios no desperdiciarán sus vidas en actividades terrenales, sino que aprovecharán
“al máximo cada momento oportuno” (5:16; literalmente, “redimiendo el tiempo”). El
verbo es una metáfora comercial que se usa para comprar una mercancía, e implica un
período de comercio vigoroso mientras hay ganancias por obtener. Lo mismo es cierto en
el caminar cristiano. Como Pablo nos exhorta en 2 Timoteo 2:15, “esfuérzate por
presentarte a Dios aprobado” aquí la intención es que usemos nuestro tiempo sabiamente,
haciendo que cada oportunidad cuente. Mientras escribo esto, tengo 73 años y he llegado
a reconocer lo corta que es realmente la vida. Tenemos pocas oportunidades de hacer que
nuestras vidas importen, y queremos evitar desperdiciar nuestras limitadas oportunidades
y recursos.
La razón que da Pablo para prestar tanta atención al uso racional de cada oportunidad
es que “los días son malos”. Si los santos no son extremadamente cuidadosos para controlar
su tiempo, el mal puede insertarse y tomar el control. La mayoría de los intérpretes
entienden las palabras de Pablo aquí para reflejar la perspectiva judía de las dos eras: la era
actual, caracterizada como malvada, y la era venidera, cuando el Mesías volverá y Dios
redimirá a su pueblo. Pablo puede estar pensando especialmente en las enseñanzas de
Daniel sobre las fuerzas malignas que se organizan contra el pueblo de Dios. Dado que el
mal está en control de nuestro mundo, los santos deben estar alertas en todo momento y
trabajar cuidadosamente para asegurar que el evangelio triunfe y la iglesia permanezca
fuerte. En Efesios 2:2 se muestra que los “caminos de este mundo” están alineados con “el
que gobierna las tinieblas”, y en 6:12 con “potestades que dominan este mundo de
tinieblas”. Nosotros, como la iglesia de Cristo, debemos hacer seguro de no dejar espacio
en los días que se nos ha asignado para que Satanás y el mal se hagan cargo.

No insensatos sino entendiendo la voluntad del Señor (5:17)


Como se indicó anteriormente, Proverbios llama a la falta de sabiduría tontería, lo que
puede definirse como el desprecio por Dios en nuestras vidas. El verdadero tonto es la
persona secular que a través del triunfo del narcisismo se ha convertido en su propio dios.
“Por tanto”, literalmente, “debido a esto”, vuelve a la cláusula anterior. La implicación sería:
“porque los días son malos, no seas tonto”. Cuando participamos libremente en actividades
pecaminosas e ignoramos los caminos de Dios, somos tontos. Pero las palabras de Pablo
también se basan en el conjunto de los versículos 15–16 y, por lo tanto, pueden
parafrasearse: “Debido a que estamos llamados a la sabiduría divina y al uso sabio de
nuestro tiempo, no nos permitiremos convertirnos en tontos y caer en las malas prácticas
de esta era”.
En lugar de seguir los caminos insensatos de los incrédulos, el sabio seguidor de Dios
entenderá “cuál es la voluntad del Señor”. El cristiano diligente, siempre desea buscar la
palabra de Dios y seguir la guía del Espíritu, para permitir que el Señor determine el actuar
apropiado. Aquí, como en Efesios 1:8, la sabiduría y el entendimiento están vinculados. Una
vez más, Pablo está pensando en Proverbios, que dice: “El temor del Señores el principio
del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina” (1:7) y “¿Hasta cuándo,
ustedes los necios, aborrecerán el conocimiento?” (1:22) El Salmo 11:7 lo expresa de esta
manera: “El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría, y todos los que siguen sus
preceptos tienen un buen entendimiento” (véase también Pr 9:10). Tenga en cuenta los
contrastes: el sabio versus el tonto y la comprensión y la sabiduría versus la ignorancia. Es
un entendimiento práctico, el discernir la voluntad del Señor en las decisiones concretas de
la vida.
“La voluntad del Señor” aquí significa la voluntad de Cristo, ya que “Señor” se refiere a
través de Efesios al señorío de Cristo. Si bien no hay una gran diferencia aquí, ya que la
voluntad de Cristo es ciertamente la voluntad de Dios, la sección es cristológica en su
núcleo. Todo lo que tenemos, incluida la vida en los reinos celestiales (Ef 1:3, 20; 2:6), lo
tenemos en Cristo. La voluntad de Dios/Cristo en el Nuevo Testamento se refiere a su guía
y demandas para la vida cristiana. Romanos 12:2 nos llama a “comprobar” la voluntad de
Dios, para demostrar a todos a nuestro alrededor que la voluntad de Dios funciona, que es
“buena, agradable y perfecta” para nosotros. 1 Pedro 4:2 nos reta a “vivir el resto de
nuestras vidas” intencionalmente de acuerdo con la voluntad de Dios. Cristo ha traído
nuestra salvación y nos ha hecho parte de su nueva creación y nueva comunidad. Ahora
quiere que vivamos como parte de su cuerpo y que sigamos su plan. Esa es su voluntad.

El cristiano debe caminar en el espíritu (5:18–21)


Este mandato concluye la sección ética de la carta en 4:17–5:21, explicando cómo podemos
caminar de manera digna de nuestro llamado y vivir como parte de la nueva humanidad.
No podemos hacer esto con nuestra propia fuerza o con nuestro propio esfuerzo; debemos
estar “llenos del Espíritu”. También mira hacia adelante a los códigos sociales que siguen.
Es el Espíritu quien transforma nuestras relaciones y nuestras actitudes dentro de esas
relaciones. Esto no implica que en la conversión solo una parte del Espíritu haya entrado en
el nuevo creyente y que solo ahora el Espíritu la llenará por completo (véase Ro 8:14–17).
Más bien, significa que el Espíritu ahora llena cada parte del creyente. Piensa en ti mismo
como el hogar en el que el Espíritu mora. Anteriormente le permitías habitar una habitación
de arriba pero no toda la casa. Ahora el Espíritu los llena todos.

La clave: llenos del espíritu (5:18)


El primer mandato, “No se emborrachen con vino”, parece fuera de lugar en los versículos
15–21. Ha habido varias explicaciones. Algunos creen que esto se relaciona con el mundo
pagano de los días de Pablo, en el que las personas participaban en orgías y borracheras
como parte de la adoración al dios griego Dioniso. O tal vez las palabras de Pablo reflejan
un problema en la celebración eucarística similar a la que se describe en 1 Corintios 11:20–
22, o con la fiesta del ágape, similar a las discusiones de 2 Pedro 2:22 y Judas 12. El problema
con todas estas sugerencias es la falta de evidencia en el texto de cualquier problema
específico. Es más probable que Pablo esté abordando un problema general, similar a sus
exhortaciones contra el libertinaje sexual, la codicia, etc. en esta sección. La embriaguez era
un problema tan grande en el mundo antiguo como lo es hoy, y los Proverbios abordaron
el problema con frecuencia (Pr 20:1; 21:17; 23:30, 31; 31:4). Además, emborracharse
condujo a la caída de las inhibiciones, lo que a su vez a menudo condujo al libertinaje de
todo tipo y a una vida vacía y desperdiciada.
Aun así, habría sido inusual que Pablo señalara este problema específico con una
prohibición como esta. Ciertamente, el tema de la embriaguez dentro de la iglesia habría
sido motivo suficiente para su preocupación, pero creo que hay más. En Pentecostés,
algunos de los espectadores supusieron que la emoción y la alegría aparentemente
excesivas de los discípulos llenos del Espíritu, fue el resultado de “estar borrachos” (Hch
2:13). En este caso, Pablo podría estar usando el ejemplo de Pentecostés, para decir, en
efecto: cuando estés lleno de alegría y canto (como en 5:19, más abajo), puede ser que sea
el Espíritu —y no los espíritus— ¡obrando!
“Estar lleno del Espíritu” es un imperativo en tiempo presente, que exige un relleno
continuo en lugar de una sola experiencia de crisis, por así decirlo. Existe una considerable
diferencia de opinión sobre si la frase en pneumati debe entenderse como contenido (lleno
con el Espíritu) o medio (lleno por el Espíritu). Ambos son viables, pero en generalmente no
se utiliza para expresar contenido, por lo que probablemente sea mejor entender esto como
el medio o la esfera por la cual se llena. El contenido implícito de este relleno
probablemente sería la Trinidad, la “plenitud” de Dios y Cristo (Ef 1:23; 3:19; 4:13). La
imagen es la de los creyentes que están “abundantemente llenos” con la presencia y el
poder de la Trinidad.
El hecho de haber sido “sellados” con el Espíritu (1:13; 4:30) da como resultado que
seamos llenos del Espíritu. Es el Espíritu quien nos da la fuerza para decir no a las
tentaciones de la carne (las debilidades de esta sección) y vivir la vida cristiana (las virtudes
de esta sección). Es la presencia y el poder de la Divinidad dentro de nosotros lo que nos
lleva a la victoria en la guerra santa contra los poderes cósmicos (3:10; 6:10–17).

Las características de la vida en el espíritu (5:19–21)


La embriaguez conduce al libertinaje, pero la vida llena del Espíritu conduce a la alegría y la
adoración. El mandato básico para ser lleno en el Espíritu es seguido por cinco participios
en tiempo presente que describen el trabajo práctico continuo de este proceso de ser lleno
en la iglesia y la vida de sus miembros (animar, alabar, hacer música, dar gracias,
someterse). Los primeros tres se centran en una nueva profundidad de adoración. En Juan
4:21–24, Jesús le dijo a la mujer samaritana que el tiempo era inminente para una nueva
adoración “en Espíritu y en la verdad”, y este pasaje le dice cómo se ve esa nueva adoración.
En esta era del Espíritu habrá una nueva profunda alegría y alabanza ante Dios.

Una nueva adoración llena de alegría (5:19)


Si bien se puede ver que estos participios dicen los medios por los cuales ocurre la acción
(“llenos para animar”) o la forma en que se lleva a cabo (“llenos de cantos”), la mayoría está
de acuerdo en que hablan del resultado (“llenos, para cantar y alabar”). Cuando el Espíritu
nos llena con la presencia de la Deidad, la alegría y el canto son el subproducto natural. El
versículo 19 se divide naturalmente en dos cláusulas, la primera describe la adoración
colectiva y la segunda la adoración individual.
1. En la adoración colectiva, el pueblo de Dios se “animan unos a otros con salmos,
himnos y canciones espirituales. Cantan y alaban al Señor con el corazón”. Pablo
está recapitulando lo que también había dicho a los cristianos colosenses,
pidiéndoles que se instruyan y se animen unos a otros “con toda sabiduría; canten
salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón” (Col 3:16).
Los himnos en la iglesia primitiva se usaban para enseñar teología a los creyentes.
Las letras fueron elegidas no por su valor artístico sino por su verdad y profundidad
de contenido. Ese es el énfasis aquí. Tanto la predicación como la adoración
desempeñaron una función de enseñanza al anclar a las personas en las verdades
de Dios y Cristo. Observe el énfasis en “unos a otros”. La adoración es vertical y
dirigida por Dios, mientras que la enseñanza es horizontal y dirigida a los fieles. Los
himnos de la iglesia primitiva cumplieron ambas funciones.
Si bien muchos piensan que los términos aquí son sinónimos y juntos se refieren
a himnos de alabanza, la mayoría está de acuerdo en que hay matices de diferencia,
señalando formas de canto algo distintas. El término “salmos” proviene del libro de
los Salmos y se refiere a canciones formales de alabanza construidas sobre los
salmos del Antiguo Testamento. Los “himnos” habrían sido menos formales, a lo
mejor escritos más recientes, y cantados regularmente en los servicios. Estas dos
primeras designaciones son bastante similares, mientras que la última categoría, las
“canciones espirituales [pneumatikais]” probablemente se refieren al canto
espontáneo y carismático que surgió de la dirección del Espíritu. Varios creen que
“espirituales” modifica los tres términos y enfatiza que la adoración de la iglesia
primitiva en su conjunto fue inspirada por el Espíritu. En cualquier caso, el propósito
de Pablo no era identificar los tres tipos específicos de canciones de adoración
desarrolladas tempranamente, sino enfatizar la variedad y el poder infundido por el
Espíritu en la adoración temprana.
2. Cada uno de los santos experimenta de forma personal la alegría de literalmente
“cantar y hacer música desde el corazón hasta el Señor”. El versículo 19 representa
primero la poderosa dimensión de adoración colectiva dentro de la nueva
comunidad (v. 19a), avanzando desde allí, para representar el continuo regocijo y el
canto al Señor por parte de los adoradores individuales que realizan sus rutinas
diarias (v. 19b). El canto del corazón representa a una persona que derrama su
adoración gozosa, sin retener nada. El centro de esta alegría es “el Señor”: Jesús, el
Señor de todos. En cierto sentido, toda esta carta es un ejemplo de lo que Pablo está
hablando aquí. En cada sección celebra el señorío de Cristo, lo que ha hecho por la
iglesia y cómo la iglesia debe responder a su señorío. La vida llena del Espíritu es una
vida marcada por la alabanza y el gozo.

Dar siempre gracias (5:20)


El cuarto mandato de Pablo se refiere a la acción de gracias. Este es un tema paulino
importante (veinticuatro de las treinta y ocho apariciones del término en el Nuevo
Testamento aparecen en los escritos de Pablo); menciona el día de acción de gracias dos
veces en Efesios (aquí y en 1:16) y tres veces en Colosenses (1:3, 12; 3:17). Para Pablo, la
acción de gracias debe ser una característica definida de la vida cristiana, infundir cada
experiencia (tanto buena como mala) y convertirse en un enfoque continuo (2 Co 1:11; Col
3:17; Ef 5:20). El Padre, por medio del Espíritu, es soberano sobre todo lo que ocurre y
garantiza que “todas las cosas funcionan juntas para bien” porque “el Espíritu intercede por
el pueblo de Dios de acuerdo con la voluntad de Dios” (Ro 8:27–28). El resultado: “Si Dios
está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?”. Representamos al único
grupo en la tierra que no necesita dejar que las preocupaciones nos consuman, y por eso
debemos estar agradecidos en todo momento. Esta carta comenzó con una enumeración
de las bendiciones por las cuales debemos alabar a Dios (Ef 1:3–14), y no podemos hacer
nada mejor que postrarnos en alabanza y gratitud por las “riquezas de la gracia de Dios que
ha derramado abundantemente en nosotros” (1:7–8).
Hay cuatro modificadores en este versículo, cada uno de los cuales describe un aspecto
crítico de nuestra vida de gratitud hacia Dios:
1. La acción de gracias debería estar “siempre” presente, lo que significa que debe ser
una faceta constante o regular de nuestra vida de oración. Esto se destaca en la
sección de acción de gracias al comienzo de muchas de las cartas de Pablo (véase 1
Cor 1:4; Fil 1:4; Col 1:3; 1 Ts 1:2), y con frecuencia lo ordena (Col 3:17; 1 Ts 5:16–18;
véase también Fil 4:4). A medida que pasamos por las pruebas dolorosas de la vida
(Heb 12:11), reconocer que el Dios soberano está supervisando cada parte de ese
momento difícil, debería resultar en una gratitud constante por su cuidado amoroso
(1 Pe 5:7).
2. Debemos ofrecer gracias a Dios “por todo”, por su continua bendición a través de
los tiempos difíciles, así como de los buenos. La presencia y el poder de Dios son aún
más preciosos cuando pasamos por “valles tenebrosos” (Sal 23:4). Cuando estoy en
la desesperación más profunda, puedo saber que incluso en ese momento sombrío
no estoy solo, porque el Espíritu está de pie junto a mí intercediendo (Ro 8:26–27).
Incluso cuando estoy gimiendo en la agonía de mi alma, el Espíritu está gimiendo
más fuerte que yo para mi favor, ¡y esa intercesión está de acuerdo con la voluntad
de Dios! Nuestras vidas están completamente seguras en él, y nuestra acción de
gracias debe abarcar todos sus aspectos.
3. Debemos derramar nuestro agradecimiento a “Dios Padre” (literalmente, “nuestro
Dios y Padre”). Esto no significa que debemos orar solo al Padre y no a los otros
miembros de la Trinidad. Toda oración es principalmente al Padre, sin embargo,
implícitamente incluye al Hijo y al Espíritu. Como Jesús aclaró en su discurso de
despedida de Juan 13–17, el Padre es quien recibe y responde a la oración (Jn 15:16;
16:23, 24). La clave es el tema Abba reflejado en “Padre”. Abba era el término
arameo más íntimo para padre, y cada oración de Jesús, aparte de su grito de
abandono en Marcos 14:34 y sus paralelos, estaba dirigida a su Abba. Pablo enfatiza
que tenemos un Padre que nos ama profundamente, nos envuelve en sus brazos y
nos cuida.
4. Debemos dar gracias “en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, quien es el
mediador y la fuente de todas nuestras bendiciones. En Juan 14:13–14, Jesús dice
dos veces: “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré”. Esto no
significa que el nombre de Jesús sea una fórmula mágica que garantice que podamos
obtener todo lo que queramos. Más bien, orar “en el nombre de Jesús” significa orar
en unión con él. Toda oración verdadera y toda acción de gracias se pronuncia como
un reflejo de nuestra unidad con Cristo. Trato de no terminar las oraciones “en el
nombre de Jesús” todo el tiempo para recordarme que esto no es una fórmula para
terminar las oraciones, sino una perspectiva desde la cual orar. Damos gracias
porque nuestro Señor Jesucristo ha hecho todo posible para nosotros y con su
Espíritu está guiando y cuidando cada detalle de nuestras vidas.

Sumisión mutua (5:21)


Este participio final que modifica a “sean llenos del Espíritu” (v. 18) tiene una doble función:
es el resultado final de la vida llena del Espíritu, pero también sirve como título y base de la
relación esposo-esposa que sigue en 5:22–33. Las ramificaciones del imperativo de Pablo
“sean llenos del Espíritu” conducen naturalmente a cambios en las actitudes que afectan
nuestras relaciones con los demás. Cuando el Espíritu mora en el pueblo de Dios,
naturalmente dejan de pensar solo en sí mismos, y se anima a que los santos en unidad, se
“sometan unos l otros”. La sección ética de esta carta se enmarca en este tema, ya que al
principio Pablo ordenó a los efesios que “sean completamente humildes y gentiles” unos
con otros (4:2). Una iglesia que se caracteriza por “la unidad del Espíritu” (v. 3) debe estar
liderada por cristianos humildes que se dediquen a los intereses de los demás y que
“consideren a los demás como superiores” a ellos (Fil 2:3–4).
El verbo hypotassomai significa colocarse voluntariamente bajo la autoridad de una
persona o entidad (como un gobierno). Entre los cristianos (como esposo y esposa en esta
sección) debe haber un acuerdo recíproco por el cual ambos sean considerados y vivan para
satisfacer las necesidades del otro. Aquí hay un enfoque distinto tanto de autoridad como
de sumisión a esa autoridad, sin implicación de inferioridad o subyugación. Aquí cada
miembro del cuerpo de Cristo por su propia voluntad acepta un papel subordinado en
relación con todos los demás. El resultado es una disminución de los roles jerárquicos entre
los miembros de la comunidad.
Se debate el sentido de las palabras de Pablo, varios intérpretes argumentan que esto
no es en realidad una sumisión mutua, sino más bien la sumisión de los creyentes a aquellos
a quienes Dios ha puesto en autoridad sobre ellos, como las esposas de los maridos, los
hijos de los padres, o esclavos de amos. Creen que el verbo mismo transmite sumisión a la
autoridad y debe entenderse en un sentido jerárquico, en lugar de recíproco. Desde esta
perspectiva, la frase “unos a otros” no transmite que todo es mutuo, sino que toda la iglesia
está involucrada en la sumisión a la autoridad. Para estos intérpretes, la unidad de la iglesia
refleja la unidad de la Deidad, en la cual el Hijo está subordinado al Padre. Para ellos existe
un orden jerárquico dentro del cual funciona la sumisión.
Estos son argumentos viables, y nadie duda de que hay líderes elegidos que guían y
vigilan la iglesia. Sin embargo, todo el contexto de los versículos 18–21 (la llenura del
Espíritu y sus resultados) concierne a toda la iglesia por igual, lo que implica que tanto los
líderes como los seguidores están involucrados en el versículo 21. En otras palabras, los
líderes, como parte del “unos a otros”, también deben someterse. Esta posición no tiene la
intención de apoyar la anarquía en la iglesia, ni el mandato de someterse sugiere que los
pastores y líderes nunca deben mandar a otros. Más bien, ejercen autoridad no basada en
una superioridad inherente sino porque Dios los ha colocado en esta posición. Además, lo
hacen como servidores de la congregación en lugar de como dictadores que exigen respeto
(Mr 9:35; 10:41–45). No hay lugar en la iglesia para “dominar” sobre otros (Mr 10:42–43; 1
Pe 5:3). La estructura de la iglesia ordenada por Dios, con sus dirigentes, funciona dentro
del edificio más grande de sumisión mutua guiada por el Espíritu dentro del cuerpo. El
liderazgo de servicio es el patrón bíblico (1 Pe 5:2–4), y cada líder cristiano debe ser guiado
por la humildad y una posición de servicio en relación con las personas a quienes Dios les
ha enviado.
El motivo subyacente a las interrelaciones caracterizadas por la sumisión y la
servidumbre es “por reverencia a Cristo”, siendo Cristo el objeto en el sentido de que
“tememos a Cristo”. Muchas versiones traducen esto “por reverencia a Cristo” (NVI, NTV,
PDT), pero creo que es demasiado débil. La reverencia es parte de la ecuación, pero el griego
en phobō Christou no transmite que debemos estar aterrorizados por el juicio que Cristo
nos tiene reservado si fallamos; más bien, la implicación es que debemos tener miedo de
fallarle al Señor. En cierto sentido, phobos es el miedo engendrado por la realidad misma
del increíble amor que Cristo nos ha mostrado. Este “miedo” produce un sentido solemne
de responsabilidad: nos ha amado totalmente y queremos expresárselo de la mejor forma
en nuestras propias relaciones. Sí, tenemos un sentido de asombro y reverencia por todo lo
que Cristo ha hecho por nosotros, pero el punto de Pablo aquí es más profundo.
Esta sección unifica y culmina la discusión de la ética en esta parte central de la carta
(4:17–5:21). La mentalidad del creyente es mostrar la sabiduría y el entendimiento;
debemos discernir la voluntad del Señor en las decisiones diarias de nuestra vida. Tal vida
está llena del Espíritu. Como en otras partes de la carta, esta sección es fundamental en su
núcleo. Estamos capacitados para descubrir la voluntad de Dios solo cuando Cristo se
convierte en el Señor de nuestras vidas y el Espíritu nos llene por completo. El resultado es
una nueva alegría y actitud de adoración en el Espíritu, esto en el plano vertical, y una
sumisión mutua en el horizontal.

SUMISIÓN EN LAS RELACIONES DEL HOGAR, PARTE 1


(5:21–33)
Esposo y esposa

La sección anterior (4:17–5:21) trató sobre las relaciones en el cuerpo de Cristo como un
todo, y aquí se reduce el enfoque al hogar. Aquí Pablo presenta lo que los eruditos han
llamado Haustafeln (“mesa de la casa” en español), es un código social que se refiere a las
relaciones dentro del hogar cristiano (para otros ejemplos en el Nuevo Testamento, véase
Col 3:18–4:1; 1 Ti 2:8–15; 5:1–6:2; Tit 2:2–10; 1 Pe 2:18–3:7). Este probablemente se deriva
en gran manera de los antecedentes helenísticos, y específicamente de los escritores
helenísticos judíos (Filón y Josefo tienen discusiones similares). Las versiones judías de los
códigos domésticos agregan un énfasis en los derechos de los que están más abajo en la
escala social (esposas, hijos, esclavos) y la importancia de la reciprocidad (preocupación de
cada uno por el otro) en las relaciones. La iglesia primitiva agregó el punto más importante:
la soberanía de Dios y de Cristo sobre todas las relaciones.
En el judaísmo, las mujeres y las esposas no tenían presencia pública, sino que estaban
obligadas a cumplir con los deberes del hogar y la familia. Las muchachas tendían a casarse
bastante jóvenes en matrimonios arreglados; como ejemplo, María probablemente tenía
entre doce y catorce años cuando dio a luz a Jesús. Tenían una educación limitada, con
entrenamiento realizado por sus madres. Hubo un debate considerable en los días de Pablo
sobre si a las niñas se les debería permitir aprender la Torá; la mayoría dijo que no. Aun así,
había una libertad general de movimiento, especialmente en Galilea, donde el pueblo judío
era menos conservador que los de Judea y no restringía a las mujeres al hogar. Su situación
era mejor que la de las mujeres en tierras paganas, y disfrutaban de mayor honor y estatus
que las mujeres gentiles (véase Pr 31). Se les permitió adorar en el templo y la sinagoga, y
hay algunas pruebas de que incluso se les permitía leer la Torá, en su mayoría en áreas
alejadas de Judea. Hubo incluso libertad limitada a veces para trabajar, tal vez para vender
productos o telas o para ayudar en los campos. En las ciudades, las mujeres y las niñas
estaban más aisladas y se quedaban en los hogares.
Fuera del judaísmo había alguna diferencia entre las formas griegas y romanas de tratar
a las mujeres. Los griegos eran misóginos, y las mujeres generalmente estaban recluidas. Se
pensaba que eran de bajo carácter moral, aunque la realidad era todo lo contrario. Hubo
una alta mortalidad infantil en la cultura griega, en parte porque los bebés no deseados (en
su mayoría niñas) a menudo estaban expuestos a los elementos y se les permitía morir.
Había dos roles designados para las mujeres en la sociedad griega: tener hijos o ser
cortesanas. Esparta fue la única excepción; allí las mujeres eran valoradas e incluso se les
permitía servir como guerreras.
Las mujeres romanas eran más estimadas y permitían la libertad, pero todavía estaban
bajo la protección y el control de los hombres. Los matrimonios se arreglaron, pero esto
sucedió más tarde que en las comunidades judías (generalmente en los primeros años de la
mujer joven). La regla general era que las esposas no podían tener más de tres hijos para
no diluir la herencia de la fortuna familiar y disminuir el estatus de la familia en la sociedad.
En la cultura romana del siglo primero en el momento en que Pablo escribía, se estaba
produciendo una revolución en la cual las mujeres de la clase alta estaban ganando más y
más libertad. A las mujeres, especialmente a las viudas, se les permitía participar en el
negocio familiar e incluso, como Lidia de Hechos 16, llegar a ser bastante influyentes,
algunas ocupaban cargos gubernamentales. El poder de las matronas (esposas de hombres
influyentes) fue impresionante. Las mujeres de clase alta era común que no trabajaran y
generalmente vivían vidas vacías y disolutas, pero bastante extravagantes, aunque esto
estaba cambiando. Solo alrededor del diez por ciento de las mujeres eran de clase alta, y el
resto eran bastante pobres, ya que no había clase media.

Pablo presenta la actitud clave: sumisión mutua (5:21)


Ya en el último capítulo discutí el significado de este versículo, pero también necesitamos
ver su significado para esta sección. El versículo cumple una doble función, delineando el
último de los cinco aspectos de la vida llena del Espíritu en 5:18–21 y sirviendo como guía
para el código del hogar en este punto. De hecho, proporciona los parámetros básicos para
el comportamiento de los tres pares (esposo-esposa, padres-hijos y amo-esclavo) que Pablo
aborda en 5:22–6:9. Era importante que la figura de autoridad en cada relación no solo
fuera consciente de las necesidades de los que estaban bajo su jurisdicción, sino que tuviera
una actitud de servicio al ejercer su liderazgo. La sumisión mutua, demostrada en el amor
sacrificial, caracterizaría cada relación entre los miembros del cuerpo de Cristo. No hay
verbo en el versículo 22 (el griego dice literalmente, “esposas de sus propios maridos”). El
mandato para someterse se toma prestado del versículo 21, donde el llamado a “someterse
unos a otros” muestra que la relación esposa-esposo es un excelente ejemplo de sumisión
mutua.

Pablo enseña sobre la sumisión de la esposa (5:22–24)


Su deber de someterse al Señor (5:22)
Es importante afirmar desde el principio que la sumisión no equivale a una servidumbre
absoluta ni implica inferioridad. Es la decisión voluntaria de un igual (la redacción de 1 Pedro
3:7, “ambos son herederos del grato don de la vida” es útil aquí) colocarse bajo la autoridad
de otro. Esto se ve en la voz media del verbo, lo que significa, en efecto, “sométanse”. Si
bien el verbo está prestado del versículo 21, todavía es un imperativo, al ordenar esta
“decisión”: Dios espera que las esposas se sometan a sus maridos. Tenga en cuenta que el
énfasis restringe este mandamiento a “sus propios” maridos. Pablo no está hablando de los
roles masculino-femenino en general, sino solo de aquellos en las relaciones matrimoniales.
Dentro del matrimonio, las esposas deben colocarse bajo el liderazgo (véase más abajo) de
sus propios esposos y deben respetarlos y seguir su liderazgo dentro de la familia. Exploraré
las implicaciones a lo largo de esta sección.
Existe una diferencia de opinión sobre si esto debe entenderse desde una perspectiva
igualitaria (abogando por la igualdad completa del esposo y la esposa) o complementaria
(cada uno acepta su papel dado por Dios, con el esposo como la cabeza de la familia). Los
igualitarios creen que el mandato de someterse aquí debe entenderse dentro del marco
más amplio de Gálatas 3:28, donde “no hay hombre ni mujer”. Dado que Cristo eliminó los
efectos de la caída, los hombres y las mujeres son completamente iguales, tanto ante Dios
como dentro del matrimonio. Algunos van tan lejos como para afirmar que Pablo estaba
reflejando antiguas costumbres sobre el dominio patriarcal que ya no se ajustaban a las
circunstancias y que, como en sus días, las costumbres actuales sobre justicia e igualdad
entre los sexos exigían una comprensión más tolerante. Esta vista es incorrecta, como
veremos.
El punto de vista igualitario es atractivo, y me atrae, pero mi problema es que Efesios
4:22–24 y Colosenses 3:18 fueron escritos diez años después de la carta a los Gálatas. Está
claro que Pablo no creía que la sumisión de la esposa al esposo ya no fuera obligatoria.
Además, la igualdad y la unidad fueron parte de las enseñanzas tanto de Cristo como de
Pablo. Creo que la esposa sí se debe someter, pero que al mismo tiempo el esposo debe
ejercer su liderazgo a través del amor sacrificial (veremos más a continuación). En efecto,
aunque existe una atmósfera virtual igualitaria en las relaciones de esposo y mujer, el
marido sigue siendo la cabeza de la esposa.
La esposa debe someterse a su esposo “como al Señor”. Esto significa no solo que debe
someterse a él de la misma manera que lo hace al Señor, sino que su sumisión a su esposo
es parte de su sumisión al Señor. Como en toda la carta, “Señor” se refiere aquí al señorío
de Cristo, por lo que una negativa a aceptar esto, constituye una rebelión contra él. Cristo
no solo proporciona el modelo para la sumisión, sino que es quien lo manda. En otras
palabras, al someterse voluntariamente las esposas al esposo, están aceptando la relación
que el Señor les asignó, y cuando se someten, en realidad se someten a Cristo. Existe una
relación recíproca de sumisión mutua, pero dentro de eso la esposa acepta su rol de
sumisión de la misma manera que el esposo acepta su rol de amor sacrificial. En estas
esferas relacionales, cada uno sirve al otro.

La razón de su sumisión (5:23–24)


El esposo como cabeza (5:23a)
La razón declarada por Pablo para la sumisión es que Cristo ha designado al esposo para ser
la “cabeza de la esposa”. Él deduce esto de la relación entre la iglesia y Cristo, habiendo
declarado anteriormente, tanto en 1:22 como en 4:15, que Cristo es el cabeza del cuerpo,
todas las relaciones cristianas se derivan del concepto de la nueva creación y la nueva
humanidad que Cristo ha instituido en este mundo (véase 2:14–18). Sin embargo, el
significado de ser cabeza está en disputa. Varios han argumentado que el concepto no
conlleva connotaciones de autoridad, sino que significa “fuente”, como en el nacimiento o
la fuente de un río. Esto significaría que el esposo es la fuente (o recurso) de la esposa. Sin
embargo, es muy raro que kephalē signifique “fuente”, por lo que antes de optar por esa
conclusión, debemos exigir pruebas contundentes del contexto. Esa evidencia falta aquí.
Entonces, aunque creo que tal explicación es una posibilidad, la autoridad del esposo tiene
mucho sentido y, por lo tanto, en mi opinión, es el entendimiento preferido. Como Cristo
tiene autoridad sobre la iglesia, así el esposo tiene autoridad sobre la esposa. Todo lector
contemporáneo de Pablo, judío o griego hubiera entendido el liderazgo en términos de
autoridad.
Pero la visión de Cristo de ser cabeza siempre es mucho más amplia que la mera
autoridad. En su propio servicio como cabeza del cuerpo, la iglesia, él fortalece, construye,
vigila, mantiene y, en todo sentido, funciona para su bien. La Escritura requiere que los
esposos sirvan a sus esposas con una actitud sincera con amor sacrificial, de modo que no
se atrevan a hacer mal uso de su autoridad. Esto significa que la esposa no debe mostrar
sumisión ciega ni obedecer indiscriminadamente cualquier cosa que su marido caprichoso
pueda ordenar. Esta es un área en la que la analogía de la jefatura de Cristo se rompe un
poco. Cuando un esposo abusa de su esposa o exige actitudes que van en contra de la
voluntad de Dios, la esposa no debe someterse. La cabeza de Cristo sigue siendo el modelo
para que el esposo sea cabeza, siempre que actúe constantemente por el bien de su esposa.

El modelo de Cristo como cabeza (5:23b–24a)


Pablo define del esposo usando la analogía “como Cristo es cabeza y Salvador de la iglesia,
la cual es su cuerpo”. En Efesios, el énfasis no ha estado tanto en el control soberano de
Cristo como cabeza, sino en su sacrificio expiatorio como cabeza, para que los miembros
del cuerpo puedan ser redimidos por Dios. El énfasis está en el servicio, en lo que Cristo ha
hecho por la iglesia más que en lo que la iglesia puede hacer por él, como quedará claro en
la discusión de los versículos 26–27, a continuación. El núcleo del liderazgo es, de hecho, la
autoridad, pero es una autoridad que se centra en servir en lugar de menospreciar o abusar.
El trabajo de la cabeza suprema, Cristo, se define por su estado como Salvador del
cuerpo. Se ha convertido en cabeza con el expreso propósito de llevar la salvación a la
humanidad: fue precisamente esto lo que demandó la cruz. Algunos han tomado esto para
definir el papel del esposo como cabeza espiritual y protector de la familia. Eso apenas se
ajusta a este contexto. El propósito de Pablo aquí es presentar el amor sacrificial de Cristo
que será central en los versículos 25–27. Este amor define el liderazgo de Cristo, como lo
verifica su papel al mediar la salvación de Dios para la humanidad caída y hacer posible que
los pecadores sean redimidos y se unan a su cuerpo, la iglesia.
El resultado de la obra salvadora de Cristo es que la iglesia, como su cuerpo, “se somete
a Cristo” (v. 24a). El tiempo presente destaca la sumisión continua del pueblo de Dios a su
Salvador y Señor. En todos los sentidos y en todo momento por el resto de sus vidas, los
creyentes deben seguir y someterse a Cristo. Cristo proporciona alimento y crecimiento
para el cuerpo, y lo mantiene intacto y lo guía en todo momento. Entonces la iglesia se
somete a su fuerza vital y fuente de fortaleza. Como Cristo es el modelo y la fuerza original
del liderazgo del esposo, la iglesia (la esposa de Cristo) es el modelo y la fuerza original de
la esposa. Cuando pensamos en la iglesia como una familia, está claro que la familia nuclear
es su verdadero enfoque. Tenga en cuenta, sin embargo, que la familia nuclear incluye a
personas individuales que aún son, junto con sus padres y hermanos, una parte de su familia
de origen. Hacemos bien en tener en cuenta que esta imagen es utilizada por Pablo, una
sola persona que se consideraba parte de la familia nuclear de la iglesia. Dado que el esposo
y la esposa son el pilar de la iglesia y sus relaciones, la cabeza que es el esposo y la sumisión
de la esposa forman el núcleo de todas las relaciones de la iglesia.

Conclusión: sumisión en todo (5:24b)


A primera vista, la orientación de Pablo hacia las esposas en someterse “en todo” parece
ser una exageración. Recuerdo que una pareja una vez me informó que el suyo era un
matrimonio bíblico en el sentido de que la esposa obedecía cada orden que le daba el
esposo. Sin embargo, observe que Pablo le ordena a la esposa que no “obedezca en todo”
sino que “se someta en todo”. Un matrimonio cristiano no debe ser comparado como
“General Husband” [un general de Pearl Harbor] y “Buck Private Wife” [un musical militar].
En 1 Pedro 3:7, los cónyuges se identifican como “coherederos” en su relación con Dios, son
iguales ante sus ojos. Además, es un pecado tan grave para los esposos hacer un mal uso
de su liderazgo como lo es para las esposas negarse a aceptar un liderazgo piadoso.
Pablo ordena a la esposa que “se someta en todo” porque no quiere que las esposas
piensen que pueden elegir las áreas en las que desean hacerlo. La sumisión no debe ser
ocasional o parcial, sino que debe reflejarse en todas las áreas del matrimonio. En cada
esfera de su vida juntos, una esposa respeta y cede ante el liderazgo amoroso de su esposo
(véase la discusión de 5:33 a continuación). Dentro de la unidad general de la iglesia, la
pareja esposo-esposa comprende la unión más intensa y vital de todas, ya que se dice que
los dos constituyen “una sola carne”. Su unión es la base y el hilo conductor que garantiza
la unidad de la iglesia como un todo. Como son, en su unidad uno con Cristo, se vuelven
uno con el otro, tanto en amor como en sumisión mutua, ella se somete a su liderazgo y él
muestra su amor sacrificial hacia ella. Para ambos, la unión es “en todo”, no solo en aquellas
áreas en las que se sienten cómodos.
Naturalmente, necesitamos entender cómo funcionará esto en un nivel práctico. En
cada matrimonio, el esposo y la esposa ejercen hegemonía en ciertas áreas de común
acuerdo. Lo importante a recordar, es que la responsabilidad de cada uno no está
condicionada a que el otro cumpla adecuadamente su papel. Una esposa no tiene derecho
a dejar de someterse si su esposo no funciona bien, ni el esposo es libre de dejar de amar a
su esposa si no es lo suficientemente sumisa. Ambos en sus roles son responsables ante el
Señor, no simplemente entre sí. Sin embargo, es precisamente porque la responsabilidad
primordial es con el Señor que puede haber ocasiones en que una esposa no pueda, en
buena conciencia, hacer lo que su esposo le pide. Al igual que con la sumisión al gobierno,
a la luz de Hechos 5:29: “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!”, las
esposas no deben someterse en situaciones en donde los esposos les pidan hacer alfo qué
es lo contrario a la voluntad de Dios. En general, sin embargo, la esposa es sumisa en todo
porque este es un aspecto crítico de su caminar con Cristo, aunque su esposo merezca o no
su cumplimiento en cada situación.

Pablo enseña sobre el amor sacrificial del esposo como cabeza


(5:25–27)
El mandato de amar (5:25a)
Pablo dedica el doble de espacio a la obligación de amar por parte del esposo que a la
obligación de la esposa de someterse. Esto puede deberse a que para muchos esposos es
más difícil superar sus tendencias egocéntricas que para sus esposas. En cualquier caso,
tienen una mayor obligación y se convierten en el foco del resto de la discusión de Pablo. El
imperativo para ellos de “amar” significa que esta postura amorosa es caracterizar al esposo
en todo momento. La sumisión de la esposa se lleva a cabo dentro de la esfera del amor
incondicional de su esposo, y él debe amarla independientemente de lo bien que se someta.
Como señalará Pablo en la segunda mitad de este versículo, el amor de Cristo no depende
en modo alguno del andar del creyente. De la misma manera, el esposo está llamado a amar
a su esposa pase lo que pase.
Si bien la sumisión de la esposa estaba de acuerdo con la norma cultural del primer siglo,
el amor del esposo estaba fuera de sintonía con el estándar normativo, que siempre
enfatizaba el poder del patriarca para controlar a su esposa en el matrimonio. En ninguna
parte de los textos helenísticos se pide a los esposos que amen a sus esposas. El trabajo y
el lugar central de Cristo dentro del matrimonio ha revertido completamente los patrones
culturales, y su amor sacrificial transforma el papel del esposo.

El modelo para el amor: Cristo y la iglesia (5:25b–27)


La realidad de su amor sacrificial (5:25b)
La profundidad con la que los esposos deben amar a sus esposas se ve en el patrón dado
por el Señor: “como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella”. Cristo no amaba solo
cuando las personas lo merecían o se habían ganado ese amor. Tampoco el alcance de su
amor estaba condicionado a la calidad de vida de las personas: “cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5:8). Pablo repite aquí su declaración de Efesios
5:2, también un modelo para nuestro caminar en el amor: “como Cristo nos amó y se
entregó a sí mismo por nosotros”. Lo que se les pide a los esposos que hagan no es diferente
de lo que todos los creyentes deben hacer en sus relaciones unos con otros. El contexto
marital es simplemente el ejemplo más intenso y exigente de ese requisito.
Cristo proporciona el modelo no solo con respecto a la profundidad del amor de un
esposo sino también a su desarrollo práctico. El elemento sacrificial, “se entregó”, señala la
cruz y el sacrificio expiatorio de Cristo por el pecado. El alcance del amor de Cristo se ve en
su disposición a morir, pero no como cualquier muerte. ¿Quién de nosotros no estaría
dispuesto a saltar a un lago para salvar a nuestro hijo que se está ahogando o arrojarnos
frente a un automóvil a toda velocidad para salvar a nuestra esposa? Pero Jesús se dejó
colgar de una cruz y morir la muerte más insoportable y humillante posible para salvarnos
de la condenación eterna. Además, hizo esto mientras aún éramos sus enemigos, de
ninguna manera diferenciados del resto de la humanidad pecadora. En esto, proporciona
un modelo increíble para los maridos.

Los tres propósitos u objetivos del amor de Cristo por la iglesia (5:26–27)
En un nivel, los tres elementos listados en estos versículos se refieren exclusivamente a la
salvación, describiendo los efectos de la cruz en la vida de los creyentes. Por otro lado, sin
embargo, también podrían ser parte del modelo de Cristo para la relación esposo-esposa.
Esto está en disputa, y la mayoría de los intérpretes creen que el segundo nivel nunca fue
la intención de Pablo. No estoy tan seguro, ya que todo el pasaje tiene relevancia para
definir el papel del esposo en el matrimonio, como creo que tiene este matiz. Veamos cómo
funciona esto.
1. Cristo se entregó en la cruz “para hacerla santa [su novia]. Él la purificó, lavándola
con agua mediante la palabra” (v. 26). Esto habla del proceso de santificación, en el
cual el creyente es santificado o apartado para Dios. Ser santificado significa estar
limpio o purificado del pecado. Cuando crecemos en santidad, crecemos en la fuerza
para vencer el pecado en nuestras vidas. El poder para hacerlo no es inherente a
nosotros mismos, sino que nos lo da el Cristo exaltado. Esta es la obra del Espíritu
Santo, a quien recibimos en la conversión (Ro 8:14–17) y que nos da poder, guía y
nos enseña todo lo que necesitamos para vivir verdaderamente para Dios (Jn 14:26–
27; 16:13–15). Cuando Dios nos justifica, nos declara “rectos” consigo mismo sobre
la base de la sangre expiatoria de Cristo. En ese momento comenzamos el proceso
de santificación, en el cual Dios el Espíritu nos hace santos y nos lanza al crecimiento
espiritual.
En este versículo es la iglesia, como el cuerpo colectivo de Cristo, la que se aparta
para ser como él y servirle; esto incluye a cada miembro individual de la iglesia como
el objeto de la obra santificadora del Espíritu. Así que estamos “santificados en
Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo” (1 Co 1:2) mediante el proceso de ser
lavados, santificados y justificados en el nombre de Cristo (1 Co 6:11). En Efesios,
Pablo declara que el Espíritu nos sella (Ef 1:13–14; 4:30), nos da sabiduría y
entendimiento (1:17), nos proporciona acceso al Padre (2:18), media la presencia de
Dios en nosotros (v. 22), revela el misterio de Dios (3:5), nos fortalece (v. 16), hace
posible la unidad dentro de la iglesia (4:3, 4), nos llena (5:18) y nos permite usar la
armadura de Dios con oración (6:17, 18). Todo esto define la forma en que nos
santifica.
“Él la purificó, lavándola con agua” es una imagen que connota la limpieza ritual.
En el mundo judío, la limpieza ritual se realizaba en los hogares antes de las comidas,
una medida preventiva en caso de que alguien hubiera tocado algo impuro (Mr 7:3–
4). Había varios estanques en Jerusalén, llamados miqvōt (miqvah singular), que se
usaban para la limpieza ceremonial antes de subir al templo. El probable trasfondo
del Antiguo Testamento para la imagen de Pablo aquí es Ezequiel 16:8–14, parte de
la metáfora de Dios perdonando a su esposa adúltera, Jerusalén, al entrar en un
pacto (de matrimonio) con ella, la limpia y lava por último la perdona y la restaura
como su esposa. En Ezequiel 36:25–27, la metáfora se extendió para representar
una limpieza futura que involucraría la aspersión de agua pura, seguida de la infusión
de un “corazón nuevo” y un “espíritu nuevo”. Si a esto le sumamos la boda judía
ritual en donde la novia en la noche de bodas toma un baño ritual, purificándose
para la ceremonia de la boda, es viable pensar que Pablo también podría estar
pensando en el esposo en esta imagen. Mientras su novia se purifica en la noche de
bodas, es el privilegio y la responsabilidad del esposo convertirse en un agente
purificador en su vida, la persona que buscará perpetuamente acercarla más al
Señor en su relación. Así como Cristo presenta a su novia para si de manera santa y
radiante (5:27), así el esposo presenta para sí a su novia y se convierte en una
presencia santificadora en su vida.
Para la iglesia primitiva, la limpieza era interna más que externa, y tenía lugar en
rēmati: “por la palabra”. En Tito 3:5, Pablo habla de “el lavamiento de la
regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo”. Muchos han sugerido que el
apóstol en esta sección de Efesios podría estar hablando del bautismo cristiano y
tiene en mente un lavado literal con agua, en lugar de uno espiritual (como en 1 Co
6:11; 12:13). Si bien es posible, eso es poco probable, porque 1 Corintios 6:11 es
probablemente una metáfora, y 1 Corintios 12:13 usa la palabra “bautizar” (no
“lavar con agua”, como aquí). La única mención del bautismo en Efesios ocurre en
4:5 (“un bautismo”), por lo que esa explicación parece improbable.
Pablo se refiere aquí a la limpieza interna del Espíritu en el proceso de
santificación. El agua pura es la palabra de Dios que limpia en la conversión y purifica
durante el proceso de santificación. A medida que los creyentes están inmersos
(juego de palabras) en la palabra de Dios, sus vidas cambian. Aquí hay dos
elementos: la proclamación del evangelio y la enseñanza de la iglesia. Esto último
está especialmente en mente como la base para el crecimiento cristiano. Cuando
Pablo habló de los pastores y maestros que entrenaban a los santos para el
ministerio (Ef 4:11–12), este ministerio en la palabra era el medio previsto para ese
entrenamiento (véase también Hch 2:42). En Efesios 6:17, la palabra de Dios se llama
“la espada del Espíritu”, la principal arma ofensiva de la iglesia dedicada para la
guerra espiritual (todas las otras piezas de la armadura en 6:13–17 son para
defensa).
2. Cristo murió “para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante” (5:27a). La
imagen es la de una novia que luce radiante el día de su boda mientras va en
procesión para encontrarse con su novio. Esto me recuerda a Cantares 1:15: “¡Cuán
bella eres, amada mía!¡Cuán bella eres!” (véase también Ef 4:7). Cristo es el novio,
la iglesia su novia, y él no solo la ha purificado, sino que también la ha hecho radiante
y atractiva. Como anteriormente, el contexto de esto es Ezequiel 16:10–14, donde
después de que Dios había limpiado a Jerusalén, su novia, la adornó con magníficas
prendas y joyas para que ella fuera “muy hermosa; ¡te sobraban cualidades para ser
reina!”, era reconocida en todo el reino por su belleza. “Tan perfecta era tu belleza
que tu fama se extendió por todas las naciones, pues yo te adorné con mi esplendor”
(Ezequiel 16:13, 14). Estas imágenes clásicas de la novia, limpiada y adornada con
hermosas prendas continuaron en la época de Pablo.
La progresión en Ezequiel refleja la naturaleza “ya y todavía no” de la escatología
de Pablo (doctrina de las últimas cosas). Como resultado de la muerte de Jesús en la
cruz, tuvo lugar la limpieza del pecado y los pecadores arrepentidos fueron
perdonados y se les dio una parte en la novia de Cristo. El “ya” se refiere a la belleza
y al esplendor actual de la iglesia, ya que el Espíritu la santifica día a día. Sin embargo,
este pasaje tiene especialmente en mente el “todavía no” de la presentación final
de los últimos tiempos, cuando Cristo lleve a su novia al cielo para disfrutar del
resplandor eterno de su gloria. Tanto el presente como el futuro están en mente
aquí, pero especialmente el futuro, cuando la iglesia se volverá radiante (endoxos:
“glorioso, lleno de esplendor”).
3. Cristo se entregó a sí mismo para que su esposa fuera pura, “sin mancha ni arruga
ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable” (5:27b). La novia no solo será
hermosa sino también perfecta. En cierto sentido, el amor de su novio la transforma
a una perfección que de otro modo no podría haber alcanzado. Es obvio que solo
Cristo realmente pudo lograr esto, pero este sigue siendo el objetivo final de cada
esposo creyente mientras tenga a su esposa. Como en 1 Pedro 3:7, el esposo debe
tratarla “con respeto” debido a que es su esposa. La imagen tiene la connotación de
apreciarla, de considerarla perfecta ante sus ojos.
El objetivo es que ella sea “santa y sin mancha”, recuerde 1:4, donde Pablo
declaró que Cristo “nos eligió en él antes de la creación del mundo para que seamos
santos y sin mancha delante de él”. Aquí volvemos al proceso de santificación, el
Espíritu nos aparta para ser como Cristo. En las imágenes de Ezequiel 16, Jerusalén,
como nosotros, estaba terriblemente manchada, hasta el punto de llegar a la
prostitución. Pero Dios en su amor, la limpió y restauró su belleza a un nivel glorioso
y perfecto que ella nunca podría haber alcanzado por sí misma. Eso es lo que Cristo
y el Espíritu han hecho por nosotros. Hemos sido transformados de nuestros
terribles y rebeldes viejos yo y ahora somos elevados a un nivel de belleza y
esplendor que antes era inimaginable para nosotros. Esto se debe enteramente a la
obra de Cristo y al Espíritu que mora en nosotros.

Pablo culmina su énfasis con razones para el amor del esposo


(5:28–30)
Ama a tu esposa como a tu propio cuerpo (5:28)
En el versículo 22, Pablo habla de la esposa que se somete “al Señor”, lo que significa que
su sumisión a su esposo es parte de su fiel sumisión a Cristo. La misma idea se aplica al amor
del esposo. Él la ama por dos razones: primero por su propio amor por Cristo, ya que ella
como su novia es parte de su pacto con Cristo (vv. 26–27). Segundo, la ama porque los dos
se han convertido en una sola carne (v. 31) y, por lo tanto, ella es parte de su propio cuerpo.
Al amarla, también se ama a sí mismo de una manera nueva y más completa. Esta es una
extensión de Levítico 19:18: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si este es un caso de amor
al prójimo, es doblemente deseable el amor en la relación humana más increíble de todas.
Cuando Pablo dice que los esposos “deben” hacer esto, quiere decir que le deben
cumplir a Cristo y a ellos mismos, con su responsabilidad de amar a sus esposas. Existe la
obligación espiritual de ser fiel en el matrimonio. La metáfora que Pablo elige aquí es la de
un hombre que trabaja y entrena para mantener su fuerza y apariencia. El mismo cuidado,
esfuerzo y consideración deben extenderse al cuidado de su esposa. Lo contrario también
es cierto. Un esposo que no cuida a su esposa demuestra que él realmente no se preocupa
por sí mismo, ya que ignora “la mejor mitad” de su propio ser.

La necesidad de alimentar y cuidar su propio cuerpo, su esposa (5:29)


Pablo y los efesios saben que las personas se cuidan porque no odian sus propios cuerpos.
En mi etapa de la vida, mi cuerpo se ha vuelto contra mí (camino con un bastón), y no puedo
decir que estoy enamorado de él. Pero al mismo tiempo, hago ejercicio varias veces a la
semana y trato de mantenerme por el tiempo que me queda. Así que este principio sigue
siendo cierto para mí, y estoy seguro de que también lo es para usted. No hace falta decir
que los esposos deben extender el mismo grado de preocupación a sus esposas, quienes en
un sentido real constituyen sus propios cuerpos (v. 28).
Los esposos trabajan duro para “alimentar y cuidar” sus cuerpos, y están obligados a
hacer lo mismo por sus esposas. Dos áreas de la vida que tienden a recibir nuestra atención
solidaria son nuestra dieta y nuestra apariencia, y Pablo nos llama implícitamente como
esposos a extender la misma preocupación amorosa a nuestras esposas, haciendo todo lo
posible por satisfacer sus necesidades físicas, emocionales y espirituales. El problema aquí
no tiene nada que ver con la apariencia externa de que sean “esposas trofeo”. Los esposos
cristianos deberían querer que sus esposas se sientan bien consigo mismas, no solo que
luzcan bien con los demás para mejorar el ego del esposo. Quiero hacer un énfasis con la
traducción “sustenta y cuida” (RV60, NBLA) con respecto al cuerpo; la connotación
inmediata es de amor, cuidado tierno.
Somos miembros de su cuerpo (5:30)
El cuidado atento del esposo por su esposa es individual; Pablo se centra en el amor y la
preocupación de las personas por sus propios cuerpos. Pero también es colectivo,
enfocándose en el hecho de que el esposo y la esposa son igualmente “miembros de su
cuerpo” (v. 30). Dado que Cristo es la cabeza del esposo y la esposa y se preocupa por ambos
por igual, el esposo, como el medio para el cuidado amoroso de Cristo por su esposa, está
obligado a abrazar su privilegio y deber.
La enseñanza sobre Cristo y la iglesia es más que solo un modelo para las relaciones de
esposo y esposa. Ahora vemos esta área de la vida cristiana como la esfera dentro de la cual
se desarrolla y crece la relación matrimonial. Todo lo que los esposos y las esposas son y
hacen está definido por la realidad de que son parte de una nueva humanidad como
miembros del cuerpo de Cristo. El hombre es al mismo tiempo esposo de su esposa y parte
o miembro de la novia de Cristo. Esas dos realidades definen no solo quién es él sino
también las decisiones que toma.
El esposo se relaciona con su esposa dentro de las nuevas relaciones comunitarias que
gobiernan cada acción que tome. Primeramente son miembros del cuerpo de Cristo y luego
están casados entre sí. Se aman sobre la base del increíble amor de Cristo por ellos, y se
cuidan el uno al otro como Cristo se ha preocupado por ellos. Es por eso por lo que el esposo
exhibe sumisión junto con su esposa. Su amor sacrificial, modelado y vinculado al amor que
Cristo tiene por los dos, se manifiesta a través de una serie continua de actos de sumisión.

Pablo concluye con la naturaleza de la relación esposo-esposa


(5:31–33)
La base: los dos constituyen un solo cuerpo (5:31)
Todos los argumentos de Pablo han surgido de la realidad de la relación esposo-esposa
como parte del nuevo pacto de matrimonio, esto es nuevo en el sentido de que los cónyuges
ahora están incorporados al cuerpo de Cristo. La realidad básica se deriva de Génesis 2:24:
“Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden
en un solo ser”. La forma en que Pablo cita este pasaje, tejiendo la cita en el texto sin la
fórmula introductoria (como “está escrito”) es inusual para él. Volviendo al relato del
Génesis, Dios creó a la primera mujer de la costilla del hombre (Gn 2:21–22). A partir de ese
momento, tomaría a una mujer de su familia y la uniría a un hombre en el pacto del
matrimonio. La esposa se convertiría en parte de la familia del esposo. En ambos casos, los
dos se convierten en una sola carne.
En Efesios, la unidad entre el esposo y su esposa refleja la de la iglesia (véase Ef 2:14–
18; 4:4–6). La unidad es la norma: unidad uno con el otro, unidad con la iglesia y unidad con
Cristo. Aquí tenemos una doble unión, cada cónyuge está unido a Cristo y al mismo tiempo
unido al otro. De esta manera, el esposo y la esposa son una sola carne y se convierten en
la figura clave en la unidad más grande de la iglesia. En el Antiguo Testamento, la familia
era el corazón del clan, los clanes formaban las tribus y las tribus constituían la nación de
Israel. El mismo tipo de progresión es cierto en la iglesia. Todo comienza con la familia,
comenzando con el esposo y la esposa, quienes en un sentido real, juntos constituyen un
miembro dentro de la familia de Dios. Los solteros, que también son una parte intrínseca
de la familia de la iglesia, nunca deben sentirse excluidos. Es de vital importancia que las
iglesias integren a todos dentro de la familia.
De hecho, Pablo dice en los versículos 31–32 que la unidad del esposo y la esposa hace
más que solo reflejar la unidad de la iglesia. En Génesis 2:24 Dios estableció esta coherencia
en el matrimonio como una promesa que anticipaba la unidad de Cristo y la iglesia. La
relación entre los dos es tipológica, lo que significa que existe un patrón de cumplimiento
de promesa entre un evento o persona del Antiguo Testamento (el “tipo” o promesa) y un
evento o persona del Nuevo Testamento (el “antitipo” o cumplimiento) En este caso, el
matrimonio es la promesa del antiguo pacto y la unión de la iglesia con Cristo es el
cumplimiento del nuevo pacto. Pablo dice que Dios dio esta unión que las parejas
encuentran en el matrimonio para prefigurar la unión más grande que es la de Cristo con
su iglesia. Veremos más sobre esto en la siguiente sección.

El gran misterio del matrimonio (5:32–33)


El misterio: Cristo y la iglesia (5:32)
Ha habido un amplio debate sobre el significado de “esto un misterio profundo” (en griego,
“este misterio grandioso”). Los católicos han creído durante mucho tiempo que “misterio”
aquí se refiere a una visión sacramental del matrimonio en donde se derrama la gracia de
Dios y el misterio se convierte en el matrimonio mismo. El problema es que ningún texto
del Nuevo Testamento comprende el misterio o el matrimonio de esta manera, por lo que
esta es una interpretación posterior interpolada entre el hecho y este texto.
La cuestión aquí es si el “misterio” es la unión matrimonial (v. 31) o la unión de la iglesia
de Cristo (v. 32b). El problema con sugerir que el término se refiere al matrimonio es que
Génesis 2:24 no implica un misterio. La institución del matrimonio no se ha ocultado y no
se revela aquí en Efesios de una manera nueva. Los otros pasajes de esta carta que hablan
de un misterio (Ef 1:9; 3:3, 4, 9; 6:19) claramente tienen en cuenta la unión de judíos y
gentiles en Cristo, ¡una historia “completamente nueva”!
El problema con inferir una referencia a la unión de la iglesia de Cristo es menos
evidente. Ciertamente, la unión entre Cristo y la iglesia es una nueva verdad que se había
ocultado de la realidad en antiguo pacto y está interconectada con la unión de judíos y
gentiles en Cristo. Sin embargo, el uso de Pablo de “esto”, cayendo como lo hace
inmediatamente después de la cita del Génesis, parece recordarlo. Entonces, la inferencia
de que el misterio se refiere a la unión de la iglesia de Cristo, aunque es más probable,
todavía parece inadecuada.
Lo más probable es que el misterio sea la conexión tipológica entre la fusión marido-
esposa de Génesis 2:24 y la unión de la iglesia con Cristo a la que Pablo se refiere
inmediatamente después de la declaración “Esto”. Como he dicho, parece natural
interpretar el misterio como una referencia a la unión conyugal de la cláusula anterior, y
probablemente por eso Pablo agrega “yo me refiero a …”, como si se hubiera adelantado y
necesitaba aclarar su punto. Evidentemente, Pablo dice que el lugar de la novia en el
matrimonio se cumple y se completa con el lugar de la novia de Cristo, la iglesia, en la nueva
unión con Cristo. El esposo y la esposa se convierten en una sola carne y toman su lugar
como el núcleo del pueblo, la iglesia. La unidad es el gran misterio. La humanidad,
fracturada y astillada por el pecado, se une para formar la nueva humanidad como Dios
pretendía. La creación original se renueva y se completa en la nueva creación en Cristo.

El corazón del asunto: el amor al esposo, el respeto a la esposa (5:33)


Pablo regresa de la unión de la iglesia de Cristo a la del esposa- esposa resumiendo su
enseñanza en esta sección. Él enfatiza nuevamente la responsabilidad de ambos cónyuges:
el esposo debe amar sacrificialmente a su esposa, y la esposa debe respetar a su esposo.
Tenga en cuenta el énfasis en cada creyente casado: “cada uno de ustedes”. Esto demuestra
la importancia de este principio: cada esposo en la iglesia debe cumplir con estas
instrucciones. Su privilegio es amar a su esposa incondicionalmente, y su alegría es aceptar
y corresponder ese amor.
Pablo invierte el orden de su discusión anterior, mencionando primero el requisito para
los esposos. En los versículos 28–31 enfatizó que los dos son una sola carne y que la esposa
se convierte así en parte del propio cuerpo del esposo. El énfasis aquí está en que el esposo
debe amar a su esposa “como a sí mismo”, como parte de su propio ser. Él la ama no solo
“como se ama a sí mismo” (NTV) sino como parte de sí mismo. El ser humano
implícitamente tiene un amor natural hacia uno mismo, y dado que la esposa completa al
ser del esposo, su amor se completa en ella.
El siguiente mandato a la esposa es difícil de interpretar, ya que la llaman phobeomai,
un término que connota miedo, respeto o reverencia, según el contexto. Literalmente, ella
está llamada a “temerle a su esposo”. Esto no significa que deba tenerle miedo. Pablo está
construyendo un inclusio con “someterse unos a otros por temor a Cristo” en 5:21. Por lo
tanto, los versículos 21–33 se enmarcan con pasajes de “miedo a”, aquí el temor de la
esposa está en paralelo con nuestro temor a Cristo en el versículo 21. Ambas ideas se
relacionan con un sentido de responsabilidad, un temor de no cumplir con nuestra
obligación hacia el Señor. Aun así, hay un doble significado, ya que esa responsabilidad está
vinculada a la idea de “respetar” a su esposo como su cabeza. Su respeto por su esposo es
parte de su obligación de obedecer a Cristo. Como he señalado anteriormente, la autoridad
es vertical, es decir, refleja la autoridad de Cristo tanto para el esposo como para la esposa.
La autoridad del esposo en la familia se la otorga Cristo, no la tiene el esposo en sí mismo.
Entonces el “miedo” de la esposa refleja su responsabilidad hacia Cristo en el matrimonio,
y su sumisión y respeto son parte de su caminar con Cristo.
Esta sección pasa de lo general (los miembros del cuerpo de Cristo que viven vidas
dignas) a lo específico (las relaciones entre los grupos sociales que juntos forman el hogar
cristiano), comenzando con las esposas y los esposos. Instruir a la esposa a someterse a la
autoridad de su esposo como parte de su caminar cristiano no habría sonado inusual en el
entorno del primer siglo. Sin embargo, las responsabilidades del esposo habrían sido
sorprendentes y nuevas para el primer siglo. El esposo está dirigido a amar a su esposa con
sacrificio y a usar su autoridad para su bienestar en lugar de la suya. La razón de esto es que
la relación matrimonial no solo se modela sino que está anclada en la unidad de la iglesia
de Cristo. El amor de Cristo transformando ambos lados de la relación matrimonial lo
convierte en un excelente ejemplo de sumisión mutua dentro de la iglesia. La esposa se
somete voluntaria y amorosamente, incluso cuando el esposo no ejerce su liderazgo para
magnificar y glorificar a su esposa. El mensaje de esta discusión extendida es tan fresco e
importante para nuestro día como lo fue para el tiempo de Pablo. Los matrimonios nunca
han estado tan amenazados, y Satanás está trabajando horas extras para desintegrar a la
familia cristiana. Nunca ha habido un momento en que la familia fuera más importante: en
nuestra era de individualismo rudo y el sentido de derecho narcisista que impulsa a la
mayoría de las personas, el amor sacrificial y el corazón servidor de la familia cristiana son
esenciales. Sin estas salvaguardas, nuestro estilo de vida correría el riesgo de seguir el
camino del Imperio Romano: abandono egoísta.

SUMISIÓN EN LAS RELACIONES DEL HOGAR, PARTE 2 (6:1–


9)
Padres-hijos y amo-esclavo

Es natural que después de tratar con el esposo y la esposa, Pablo dirija su atención a los
padres y a los hijos (vv. 1–4) y luego al esclavo y al amo (vv. 5–9). En las tres secciones, Pablo
habla primero al miembro sumiso (esposa, hijo, esclavo), siguiendo la práctica
convencional. Sin embargo, la mayor responsabilidad recae en la figura de autoridad, ya
que cada uno es responsable ante el Señor de amar a su compañero subordinado en Cristo
(implícito) y ser considerado de sus necesidades (explícito). Por lo tanto, los tres caen bajo
el mandato de sumisión mutua de 5:21, y ninguno de estos mandatos puede cumplirse
adecuadamente hasta que todos los miembros hayan sido llenos del Espíritu (v. 18). De
hecho, todas las virtudes requeridas como parte de la nueva humanidad en 4:17–5:21 son
necesarias para vivir estos requisitos relacionales.

Pablo les da instrucciones a los padres e hijos (6:1–4)


Instrucciones para los hijos (6:1–3)
Obedece a tus padres (6:1)
Pablo aquí instruye a los hijos a obedecer a aquellos a quienes Dios ha puesto como
autoridad sobre ellos. Los hijos a los que se dirige son lo suficientemente mayores como
para tomar decisiones mientras que todavía son lo suficientemente jóvenes como para
permanecer en el hogar. En el mundo judío del primer siglo, un niño era considerado un
hombre a la edad de trece años, momento en el cual fue llamado bar mitzvah o “hijo del
mandamiento”, un término aplicado solo desde la Edad Media a la ceremonia de iniciación
por el mismo nombre. Cuando el niño alcanzaba la mayoría de edad, asumía el rol de
aprendiz, comenzando su carrera. Con respecto a los judíos, entonces, la orden de Pablo
especialmente iba dirigida a los hijos hasta la edad de trece años, aunque en el mundo
helenístico gentil sus palabras podrían haberse aplicado a los hijos adolescentes. A veces
había hijos adultos que vivían en un hogar que también habrían sido objeto de esta orden
judicial, aunque en menor grado.
Las esposas debían ofrecer a sus esposos sumisión voluntaria, pero Pablo les dio a los
hijos una exhortación más fuerte, manteniéndolos en un estándar de obediencia
inquebrantable. Esto se deriva de los mandatos de la Torá contra el hijo desobediente,
enfatizado en todo el Antiguo Testamento (por ejemplo, Dt 21:18; Pr 1:8; Is 30:3). El pasaje
gemelo en Colosenses 3:20 ordena a los hijos e hijas menores que obedezcan “en todo”, y
eso está implícito aquí. Tanto los escritores judíos como los romanos abordaron situaciones
en las que podría exigirse la desobediencia, como cuando los mandatos de los padres iban
en contra de la voluntad de Dios (véase Hch 5:29). Pero la regla general se establece aquí.
Esta obediencia a los padres debía hacerse “en el Señor”, lo que significaba que debía
ser parte del andar del joven con Dios. Al igual que con la sumisión de las esposas (Ef 5:22),
la negativa de los hijos a prestar atención a las reglas y límites de los padres constituye
entonces una rebelión contra Dios, no solo contra los padres. La palabra de Dios advierte
repetidamente que tal desprecio por la autoridad parental traerá ira divina sobre los
responsables. La obediencia de un hijo es importante no solo porque es un aspecto crítico
de su relación con Cristo, sino porque es “justo”, adecuado y apropiado para un seguidor
de Cristo. Para un decoro adecuado en cualquier hogar, ya sea cristiano, judío o pagano, se
esperaba el respeto de los hijos hacia sus padres. Aun así, para Pablo, la regulación de la
Torá era lo más importante (como en el siguiente versículo). La obediencia de los hijos a los
padres es justa porque lo ordena Dios mismo en su ley.

Honra a tus padres (6:2–3)


Pablo cita el quinto mandamiento de Éxodo 20:12 (de la Septuaginta, la traducción griega
del Antiguo Testamento; véase también Dt 5:16). El hecho de que este sea el primer
mandamiento de la segunda tabla del Decálogo (que trata sobre la ética interpersonal)
muestra la importancia de la familia y de los hijos obedientes en el mundo judío. De hecho,
la falta de respeto y la desobediencia podrían considerarse delitos capitales que podrían
conducir incluso a la muerte del niño (Lv 20:9). Este mandato vinculaba los mandamientos
verticales con respecto a las relaciones con Dios con los mandamientos horizontales con
respecto a las relaciones entre las personas, ya que la vida de las personas y su relación con
Yahvé dependían de la armonía en sus familias.
La orden de honrar a los padres, como hemos visto, abarca tanto a los hijos adultos
como a los hijos pequeños. Los hijos más pequeños deben obedecer, y los hijos mayores
deben respetar y cuidar a sus padres mayores. Se ha dicho mucho sobre el último aspecto
en los escritos judíos. Pablo mismo declara en 1 Timoteo 5:8 que aquellos hijos adultos que
no han podido mantener a sus padres han “negado la fe y es peor que un incrédulo”.
Claramente, el requisito de honrar a los padres es de por vida, pero se expresará de manera
diferente en diferentes etapas de la vida. De hecho, hay un cambio: los padres cuidan a la
niña cuando ella es joven, pero el niño a los padres cuando son viejos. ¡Este mandamiento
a menudo es ignorado incluso por las familias cristianas!
Pablo agrega que este “es el primer mandamiento con promesa”. A primera vista, esto
parece incorrecto, ya que el segundo mandamiento, contra la idolatría, también incluye una
promesa (Dios muestra amor al obediente; véase Éx 20:6; Dt 5:10). Pero en el segundo
mandamiento, la declaración del amor divino no es estrictamente una promesa, sino una
representación del favor y la misericordia de Dios hacia su pueblo obediente. Entonces, el
quinto es el primer (y único) mandamiento vinculado a una promesa real. El propósito de
Pablo era demostrar la importancia primordial de que los hijos obedecieran a sus padres. Él
vio esto, de hecho, como el aspecto más importante de las relaciones humanas, y el que
proporciona la base para todos los demás.
Hay dos partes en la promesa divina en Efesios 6:3: bendiciones divinas y una larga vida.
En la Torá, la promesa de bienestar se centró en la tierra prometida, pero aquí, en cierto
sentido, se cristianiza y se extiende para abarcar todas las áreas de la vida. Esto no es
principalmente una promesa de prosperidad material. Si bien eso está incluido, la promesa
se ocupa no solo de los beneficios materiales sino también de cualquier otra área de la vida,
como el bienestar físico, social y religioso. En la literatura sapiencial del Antiguo
Testamento, esta promesa de prosperidad también se relacionó con el consejo de los
padres con respecto a los problemas de la vida, ya que los hijos que escucharon ese consejo
probablemente mejorarían en la vida. Si bien ese aspecto puede incluirse aquí, el objetivo
principal de Pablo son las bendiciones de Dios derramadas sobre sus hijos obedientes (y la
de los padres).
La bendición de una vida larga a veces se ha entendido en términos de vida eterna, pero
tanto en Éxodo como aquí el contexto favorece una larga existencia terrenal. Después de
todo, estos son los hijos de padres terrenales, y su obediencia resultará naturalmente en
una vida más larga en la tierra. Al escuchar a sus padres y, por lo tanto, aprender los errores
que deben evitar, tendrán muchas más posibilidades, en términos de consecuencias
naturales, de disfrutar de una vida más plena y larga. Además, Dios honrará su respeto y
obediencia a sus padres otorgándoles una vida más larga.

Instrucciones para los padres: no provoquen, sino que desarrollen a sus


hijos (6:4)
Los niños deben obedecer, pero a los padres también se les ordena usar su autoridad para
criar en lugar de enojar a sus hijos. Existe una línea clara de autoridad de Dios para con los
padres y los hijos, pero todos los miembros de la familia son responsables de reconocer que
Dios es soberano sobre ellos y les exige que sean fieles. Tanto en el mundo romano como
en el judío, los padres ejercían una autoridad ilimitada, incluso poder de vida o muerte,
sobre sus hijos. Si bien los códigos sociales romanos se centraron en ese aspecto del poder
patriarcal sobre los niños, Pablo invierte la norma y se centra en la obligación de los padres
de gobernar con amor y criar a sus hijos en lugar de vencerlos.
Pablo ha discutido anteriormente el tema de la ira (4:26–27, 31). Aquí él aplica esto a
los padres, instruyéndolos a no provocar a sus hijos a ira. Nuevamente, esto revierte la
norma, ya que en el mundo antiguo se les decía a los niños que no enojaran a sus padres
por la desobediencia. Sin embargo, este mandato que no era común y dirigido a los padres
tenía mucho sentido en la iglesia primitiva, ya que enfatizaba la responsabilidad de aquellos
en autoridad de usar su poder sabiamente y mejorar las vidas de aquellos bajo su cuidado.
Aún hoy, los padres deben asegurarse de que el resultado de su disciplina en el hogar tenga
un sentido más fuerte de autoestima y valor personal por parte de sus hijos. No deben
marginar y hacer menos a sus hijos ni amargarlos o hacerlos enojar por el maltrato,
insensibilidad o demandas poco realistas. En mis años de ministerio, he observado que
muchas personas luchan con la ira debido a problemas derivados de la forma en que fueron
criados. La iglesia debe desafiar a los padres a ser más positivos en sus hogares.
La clave, dice Pablo, es criarlos “según la disciplina e instrucción del Señor”. Pablo tiene
la intención de que esto se aplique en dos niveles: entrenamiento en las disciplinas prácticas
que sean necesarias para la vida cotidiana e instrucción en la fe cristiana. Pablo usó
ektrephete, el verbo aquí es traducido “críenlos”, en 5:29 el esposo “alimenta” o “cuida” a
su esposa como su propio cuerpo; esa misma calidad de atención se extenderá a los hijos
que dependen de ellos. La tarea de los padres (aquí principalmente el padre) es educar a
los niños para que sean adultos responsables, tanto en las cosas de la vida como en las cosas
del Señor.
Los dos sustantivos presentados aquí como “disciplina” e “instrucción”, tienen
aplicación tanto para las lecciones de la vida diaria como para la educación religiosa. La
primera es la palabra griega básica para disciplina o educación (paideia), de la cual se deriva
la palabra en español “pedagogo”. Por lo tanto, se refiere a todo el proceso de formación
de un niño, desde la infancia hasta la madurez, incluida la disciplina. El segundo tiene una
connotación algo negativa en el griego, que habla de una advertencia o exhortación para
ayudar al niño a evitar malas decisiones que lo llevarán a un daño. Juntos connotan el
entrenamiento total del niño. Existe una diferencia de opinión con respecto a la
interpretación de la frase “del Señor”. Podría referirse a mirar al Señor (1) como Aquel que
está haciendo el entrenamiento real a través de los padres, (2) como la fuente del
entrenamiento, o (3) como la esfera y el contenido de la formación. Una combinación de
los dos primeros tiene más sentido. Al final, toda la verdadera preparación para la vida
proviene del Señor, y es él quien guía y capacita a los padres para que hagan bien su trabajo.

Pablo instruye a los esclavos y a los amos (6:5–9)


Instrucciones para los esclavos (6:5–8)
La institución de la esclavitud era intrínseca al mundo antiguo desde una edad muy
temprana, como se ve en el hecho de que Agar, la madre de Ismael, era una esclava egipcia
que pertenecía a Sara y Abraham (Gn 16:1). Se ha estimado que en el siglo I d.C. hasta un
tercio de las personas en el Imperio Romano en cualquier momento eran esclavos, y más
de la mitad fueron esclavos en algún momento. La esclavitud en el primer siglo fue similar
en varios detalles a la esclavitud siglos más tarde en las Américas. Los esclavos fueron
comprados y vendidos como ganado y tenían pocos derechos. Sus amos podían castigarlos
impunemente y obligarlos a hacer lo que quisieran. Si bien hubo una variedad de
tratamientos, y algunos amos fueron bastante humanos e incluso afectuosos, existen
numerosos registros de graves abusos.
Sin embargo, existen diferencias significativas entre la esclavitud romana del siglo
primero y su contraparte en América en los siglos XVIII y XIX. La esclavitud en el Imperio
Romano nunca estuvo relacionada con ninguna raza o grupo de personas en particular. Los
esclavos eran producto del cautiverio militar o de la deuda (siendo este último la fuente
principal de esclavos en el primer siglo, ya que hubo pocas guerras). Además, a los esclavos
a menudo se les daba alguna forma de remuneración por los servicios y, en algunos casos,
incluso podían obtener su libertad, con frecuencia cuando tenían treinta años.
Había cuatro tipos de esclavos: trabajadores agrícolas de campo; esclavos domésticos o
del hogar; aquellos que trabajaban en el negocio de su amo; y esclavos que estaban
entrenados y especializados como médicos, maestros o escribas. Muchos esclavos fueron
apreciados por su educación, a menudo sirviendo con alta capacidad en los negocios y
haciendo una gran cantidad de dinero para sus amos. Muchos de estos esclavos de alto
perfil recibieron mejores recompensas por su servicio y, por lo tanto, eran elegibles para
comprar su libertad a una edad más temprana. Algunos se convirtieron en esclavos sin
atadura; el término se aplicaba a aquellos a quienes se les ofrecía libertad pero preferían
permanecer como esclavos debido a sus situaciones propicias.
A menudo se consideraba que los esclavos formaban parte de la familia u hogar de sus
dueños, y en la adoración cristiana los esclavos domésticos se sentaban al lado de sus amos
y servían a la iglesia cuando sus dueños lo permitían. Fueron bienvenidos como miembros
plenos de la iglesia. No hay evidencia que indique que Pablo buscó terminar con la
institución de la esclavitud, aunque él y los otros escritores del Nuevo Testamento
transformaron la institución, ya que el amo y el esclavo eran considerados hermanos en la
iglesia e igualmente esclavos o siervos de Cristo. Se esperaba que los esclavos aceptaran su
suerte y obedecieran a sus amos, pero a los amos también se les ordenó respetar a sus
esclavos y tratarlos con amabilidad y equidad. Dios es Amo sobre ambos, y finalmente
ambos deben obedecerlo.

Obedecer con respeto y reconocer la responsabilidad hacia Cristo (6:5)


El mandato de Pablo a los esclavos se asemeja a sus mandatos para esposas e hijos. Como
hijos, debían obedecer a sus amos, y como las esposas debían respetarlos. Si bien
pertenecían a sus dueños en un nivel terrenal, pertenecían a Cristo en el plano celestial, y
esta última dimensión fue la base de todo lo que Pablo les pidió que hicieran. Pablo enfatiza
que, durante la existencia terrenal de los esclavos, la relación amo/esclavo es enteramente
kata sarka, “según la carne”. Se dirige a ellos aquí no principalmente como esclavos sino,
más importante, como creyentes que han sido comprados por un poder infinitamente
superior: la sangre de Cristo. Por lo tanto, su obediencia a su amo terrenal, aunque es muy
real, tiene una prioridad menor que su obediencia a Cristo, quien es el amo tanto del dueño
como del esclavo.
Pablo primero ordena a estos esclavos cristianos que obedezcan “con respeto y temor”
(literalmente, “con temor y temblor”, como en RV60, LBLA, NBLA). En un contexto pagano,
esto habría sido asumido e interpretado de una sola manera: el terror al castigo severo. En
la superficie, Pablo se refiere al respeto que merece su amo y al temor de caer bajo su ira,
pero en el nivel más profundo tiene en mente el miedo de fallarle a Dios en su
responsabilidad, como en Filipenses 2:12: “lleven a cabo su salvación con temor y temblor”
(véase también 1 Co 2:3; 2 Co 7:15). Ciertamente, ambos énfasis están presentes aquí, pero
el significado principal se deriva del pasaje que rige en 5:21: “por reverencia [temor] a
Cristo”. Si no les dan a sus amos el debido respeto, se enfrentarán no solo a la ira de sus
amos terrenales sino, más temiblemente, a la ira de Dios.
A continuación, los esclavos deben obedecer “con integridad de corazón”; Colosenses
3:22 agrega “y reverencia”. Esto no solo se refiere a la obediencia sincera, sino que
representa a una persona decidida, centrada en sus deberes y que los lleva a cabo con una
integridad profundamente arraigada. La sinceridad se refiere a una ausencia total de
engaño o traición, junto con la atención al cumplimiento de todas las obligaciones. Tal
persona era muy apreciada tanto en los círculos helenísticos como en los judíos. Los
esclavos debían, entonces, cumplir con sus responsabilidades “como servirían a Cristo”
[NTV] (literalmente, “como a Cristo”). Como hemos visto en otros lugares (5:22; también
Ro 13:1, 2), esto tiene un doble significado. Los esclavos debían obedecer a sus amos como
ellos obedecerían a Cristo y también debían obedecerlos porque esto era parte de obedecer
a Cristo. Su principal deber era con Cristo, y obedecer a su amo terrenal equivalía a
obedecer a Jesús. Además, debían obedecer de la misma manera y con el mismo respeto
que le estaban mostrando a Cristo.

Obedecer como esclavos de Cristo (6:6)


Pablo presenta primero negativamente y luego positivamente el tipo de obediencia que los
esclavos debían ofrecer. Negativamente, no debían obedecer para ganarse el favor de sus
amos “No lo hagan solo cuando los estén mirando”. En la NVI “no lo hagan solo” es
probablemente una mejor traducción, porque el punto de Pablo es que debían obedecer
“no principalmente” para complacer a sus amos, sino principalmente para agradar al Señor,
reconociendo que ambos lados fueron parte de la motivación. La opthalmodoulia es una
palabra griega se compone de otras dos que juntas significan literalmente “servicio al ojo”.
El término no se encuentra en ninguna otra parte de los escritos helenísticos, por lo que
Pablo probablemente lo acuñó para adaptarlo a los esclavos que servían solo para ganarse
el favor.
Los esclavos debían servir no como “personas complacientes” (griego
anthrōpopareskoi; en la NVI “ganarse el favor”) sino positivamente, como “esclavos de
Cristo”, reconociendo a su verdadero Amo que espera que lo glorifiquen incluso en su difícil
situación humana. En última instancia, sirven a Cristo, una figura mucho más exaltada que
su amo terrenal, por lo que al obedecer a su señor terrenal, en realidad están sirviendo a su
Señor celestial. Pueden ser maltratados por su amo terrenal, pero serán exaltados por el
Cristo exaltado, y eso traerá gloria y honor eternos que compensarán con creces su
deshonra terrenal.
En su situación terrenal temporal, deben hacer “de todo corazón la voluntad de Dios”,
refiriéndose a la centralidad de la guía divina y la voluntad en todos los asuntos humanos.
En Romanos 12:2, la vida transformada se define por el mandato de “comprobar cuál es la
voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”. Además, en 1 Pedro 4:2 el propósito de los
creyentes se define como “vivir el resto de su vida terrenal… cumpliendo la voluntad de
Dios”. Los esclavos también debían darle el lugar supremo de autoridad a los mandamientos
de Dios, y esto también implicaba servir y obedecer a sus amos terrenales. Además, debían
hacerlo “de todo corazón”, a menudo traducido “de corazón” (RV60) o “con todo el
corazón” (NTV). No debían servir a regañadientes ni enojados ni con rencor. Al obedecer a
su amo, en realidad estaban sirviendo a Dios, y eso les dio la fuerza para ser amables e
incluso estar gozosos en su servicio.

Sirvan al Señor: él los recompensará (6:7–8)


El griego al comienzo de este versículo, met eunoias, significa “con una buena actitud” o “de
buena gana” y connota una disposición positiva y un sentido de buena voluntad con el que
se realiza una acción. Una actitud amigable y útil fue la base del servicio de los esclavos. No
hace falta decir que tal actitud los habría hecho sentir fuertemente ante sus dueños. Esta
disposición habría sido muy difícil de mantener cuando los amos eran crueles o dominantes,
por lo que Pablo agrega que su motivación debe ser “como quien sirve al Señor y no a los
hombres”, lo cual, por supuesto, era exactamente el caso. Su obediencia tenía que ser
mayor con su Amo superior que con su amo terrenal. Estaban sirviendo a Dios al servir a su
dueño terrenal, de modo que cuando ese dueño era injusto, el esclavo cristiano pudo
mantener su ecuanimidad y mantener su actitud pura al enfocarse en Dios como el
verdadero receptor de su servicio. Puede existir poca o ninguna recompensa en esta vida,
pero Dios lo compensará con una recompensa eterna.
Esto se explica con mayor detalle en el versículo 8. Pablo apela a la doctrina de las
recompensas, señalando que los esclavos podrían servir incluso a los amos injustos con
buena voluntad porque saben “que el Señor recompensará a cada uno por el bien que haya
hecho, sea esclavo o sea libre”. Puede que no esperen una recompensa, especialmente de
los malos amos, pero de Dios podrían estar seguros de que toda buena acción será
recompensada. Esta es una enseñanza frecuente en las Escrituras, como en Proverbios
24:12- “¡Él le paga a cada uno según sus acciones! (Véase también 2 Cr 6:23; Sal 28:4) o
Apocalipsis 2:23- “a cada uno de ustedes lo trataré de acuerdo con sus obras.” (también 1
Pe 1:17; Ap 22:12).
En el tribunal de Cristo todos daremos cuenta de nuestras vidas (Ro 14:12; 2 Co 5:10;
Heb 13:17) y recibiremos lo que nos corresponde según la forma en que hemos vivido. Nos
arrepentiremos y recibiremos el perdón por nuestros errores y también recibiremos una
recompensa por todo lo que hemos hecho para Dios, la iglesia y otros. Pablo está aplicando
esta verdad a los esclavos, recordándoles que su Amo eterno, en el cielo pagará el bien que
han logrado en sus actitudes y en su servicio. Dios siempre está mirando y conoce cada
pensamiento y obra, y Pablo promete una recompensa por cada bien. Es posible que los
esclavos nunca reciban su recompensa durante esta vida, y la injusticia puede ser su caso
siempre. Cuando eso suceda, debían recordar que en realidad estaban sirviendo a un Amo
mucho más alto, y que la recompensa de él sería eterna y no temporal y terrenal.

Instrucciones a los amos: trátenlos justamente (6:9)


Así como los esclavos son responsables de respetar y servir a sus amos con buena voluntad
y alegría, Pablo les ordena a los amos que demuestren la misma actitud y buenas acciones
en la forma en que tratan a sus esclavos. Como se indicó anteriormente, este era un
material completamente nuevo para un antiguo tratado sobre relaciones amo-esclavo. La
diferencia radical proviene del versículo 8, donde la recompensa divina se promete tanto a
los esclavos como a los libres. Los amos tienen la misma responsabilidad y se les promete
la misma recompensa que a los esclavos, porque responden al mismo Dios tanto por sus
actitudes como por sus acciones. Todos los creyentes, incluidos los amos y esclavos, han
sido liberados de la esclavitud del pecado para convertirse en esclavos de Dios (Ro 6:22).
Ambos sirven al mismo Amo celestial, y ambos son responsables de vivir dentro de los
límites de sus circunstancias sociales de una manera que agrade a Dios. Los amos pueden
recibir cierto tipo de recompensa temporal por el mal uso de sus esclavos, pero finalmente
enfrentarán el desagrado y el juicio de Dios. ¡Cuánto mejor recibir una recompensa eterna
por hacer lo correcto!
Obviamente, esto no era una completa igualdad, ya que los esclavos debían obedecer a
sus amos voluntaria y alegremente, pero sí significaba que los amos estaban obligados a
tratar a sus esclavos con la misma consideración que los esclavos les mostraban. No debían
“amenazarlos” con castigo por una infracción; tales amenazas eran la norma en el control
de esclavos, pero como la violencia de muchos dueños de esclavos romanos era
ampliamente conocida, los esclavos estaban justificadamente asustados por cualquier
amenaza. Los propietarios tenían la libertad de usar cualquier castigo que se les ocurriera,
desde palizas o azotes hasta la crucifixión, y los esclavos no tenían derechos ni recurso de
apelación contra el maltrato. El punto de Pablo era que los amos cristianos debían tratar a
los esclavos con amor y lealtad más que con intimidación, un concepto radical para el primer
siglo.
La razón para abstenerse de amenazar a los esclavos era que los amos cristianos
también tenían un Amo celestial cuya autoridad venció a cualquier otra en Roma. Y a
diferencia de los amos terrenales y pecaminosos, “con él no hay favoritismos”. La
recompensa será tanto para el libre como para el esclavo por igual (6:8), pero también lo
hace el juicio, como en 1 Pedro 1:17: “Ya que invocan como Padre al que juzga con
imparcialidad las obras de cada uno, vivan con temor reverente”. El estatus social de un
amo rico no obtiene ningún favoritismo con Dios, desde cuyo punto de vista celestial una
hormiga diminuta no es diferente de otra. El esclavo y el amo disfrutaban del mismo estatus
ante Dios, y los multimillonarios terrenales con sus cientos de esclavos (como fue el caso de
algunos romanos muy ricos) no recibirían un trato preferencial. Los amos necesitaban
entender que mientras que Roma les permitió seguir con el maltrato de los esclavos, Dios
no lo haría, y pagarían por sus pecados.
Existe una relación jerárquica tanto con el padre-hijo como con el amo-esclavo, ya que
el hijo y el esclavo deben obedecer a quienes Dios y la sociedad han puesto sobre ellos. Los
dueños de hijos y esclavos son responsables ante Dios de cuidar amorosamente a los que
están dentro de su jurisdicción y de sacrificar su posición de poder para servirlos y
fortalecerlos. Por lo tanto, como es el caso de las esposas y los esposos, estas dos relaciones
caen bajo la rúbrica universal de “sumisión mutua” derivada de 5:21. Además, los padres y
los dueños de esclavos son esclavos de Cristo, y su responsabilidad hacia sus cargos deriva
en última instancia del Señor. Hay un componente vertical y uno horizontal subyacente a
su deber de usar su autoridad sabiamente para edificar a quienes están bajo su cuidado.
En mi comentario sobre Colosenses en esta serie, apliqué este principio a las relaciones
entre empleadores y empleados (Col 3:22–4:1). Algunos piensan que esto es trivial, pero la
inclusión encaja bien. No hace falta decir que hay muchas diferencias entre las épocas
antiguas y modernas. Los esclavos no podían dejar al amo, y el amo tenía poder de vida o
muerte sobre ellos. También hay muchas más leyes que protegen a los empleados en
nuestros días, así como una gran cantidad de poder en las manos de los empleados para
efectuar el cambio.
Aun así, las similitudes son reales y vale la pena explorarlas. La verdad es que en
demasiados negocios prevalece una relación negativa entre empleadores y empleados.
Trabajé en una fábrica durante la universidad, y los sindicatos esperaban que los
trabajadores vieran a la gerencia como el enemigo. Es un triste caso de las cosas. Cristo y
Pablo exigen que los trabajadores y los jefes, se vean como colegas con el objetivo común
de hacer que la empresa sea exitosa y compartir los beneficios. De esto se trata el llamado
sueño americano.

PONERSE TODA LA ARMADURA DE DIOS (6:10–24)

Este pasaje concluye la sección de la carta sobre la vida cristiana justa (4:1–6:20). Al mismo
tiempo, concluye la carta en su totalidad, termina tanto la sección doctrinal como la práctica
en esta sección sobre la guerra espiritual y la necesidad de aprender a usar cada arma en el
repertorio de Dios. El énfasis en la batalla contra los poderes cósmicos se encuentra en toda
la carta (1:21; 2:2; 3:10; 4:27, compárese con 4:13). Satanás, furioso y frustrado (Ap 12:12)
ha ido a la guerra contra el pueblo de Dios y quiere destruirlos espiritualmente. Él y sus
ángeles caídos usan la tentación y los malos pensamientos para desviar a los santos en un
esfuerzo por ganar más y más control sobre sus vidas. Las fuentes de estas tentaciones se
encuentran en las listas de debilidades en esta carta (4:17–19, 25–30, 31; 5:3–7, 11–12), y
a través de ellas los poderes malvados mantienen a los creyentes esclavizados al mundo y
espiritualmente derrotados. Los creyentes necesitan fuerza espiritual, que les llega tanto
verticalmente del Señor como horizontalmente de los miembros del cuerpo de Cristo. La
superación del muro divisorio (2:14) y la unidad del pueblo de Dios en la nueva creación de
Cristo (v. 15) no puede tener lugar hasta que las fuerzas demoníacas sean derrotadas, y eso
solo puede suceder “en el Señor”. Las estrategias del diablo no pueden superarse sin la
ayuda divina. Las piezas de la armadura del creyente provienen de la propia armadura de
Dios en Isaías 59:17. El pueblo de Dios debe emplear todas las facetas de la fuerza que Dios
da para derrotar a su gran enemigo: Satanás y sus secuaces.

Pablo da una exhortación de apertura para ser fuerte en el Señor


(6:10)
“Por último” es la traducción de una frase inusual (tou loipou) que no solo indica el
comienzo de la sección final, sino que también significa “de ahora en adelante”. Pablo dice
que la batalla que está comenzando ahora continuará hasta que el Señor regrese. Toda la
carta, con su énfasis en la batalla contra los principados y poderes que está en el corazón
de la iglesia y su trabajo en el mundo, ha estado conduciendo a esta advertencia final. La
clave para la victoria en la batalla cósmica es la fuerza espiritual, y la razón de los muchos
problemas en la iglesia es la tendencia de los seres finitos y débiles que componen la iglesia
a atacar al enemigo con su propia fuerza inadecuada. Deben volverse a Dios y ser llenos por
el Espíritu para que se fortalezcan “con el gran poder del Señor”. El verbo “fortalecer” es un
imperativo pasivo presente, lo que significa que Dios debe ser la fuente y el apoyo
constante. Si queremos salir victoriosos en nuestro andar, no debemos atrevernos a dejar
de confiar en él y recibir su poderoso poder. Satanás nunca descansa, así que no debemos
flaquear en nuestra dependencia de la presencia poderosa de Dios en nuestras vidas.
“Del Señor” significa que Cristo es la esfera dentro de la cual encontramos la fuerza
interior para andar dignamente (4:1). No hay un poder adecuado con el que podamos
defendernos de los ataques de las hordas demoníacas, sino solo el poder del Señor y el
Espíritu. 1 Corintios 10:13 expresa esto perfectamente:
“Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano.
Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan
aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin
de que puedan resistir”.
La Trinidad de Dios está involucrada en nuestras vidas, proporcionando la fuerza que
nos falta para vivir vidas victoriosas en un mundo pecador lleno de peligros.
Experimentamos este poder por medio de la unidad entre nosotros y Cristo. En unión con
él nos convertimos en “más que vencedores” (Ro 8:37).
La esfera particular dentro de la cual logramos esta victoria espiritual es “su gran poder”,
esto hace hincapié en la grandeza de lo que Cristo ha puesto a disposición de sus seguidores.
Pablo enfatiza el alcance de la fortaleza de Dios en Efesios 1:19–20, donde se nos dice que
“su incomparable gran poder” nos fue dado. Este es el mismo poder que Dios usó para
levantar a Cristo de entre los muertos y exaltarlo a su diestra. Pablo está haciendo todo lo
posible para ayudar a sus lectores a comprender la fuerza maravillosa que Dios les ha
brindado.
Por los poderes malvados, Pablo subraya la necesidad de
fortalecernos (6:11–13)
¿Cómo usamos completamente el poder divino con el que Dios nos llena? Pablo recurre a
una poderosa metáfora (juego de palabras) extraída de las legiones romanas. Efesios es una
de las cartas de la prisión, y mientras Pablo escribe, está mirando a los miembros de la
guardia pretoriana (los guardias de élite del palacio y el aparato gubernamental en Roma)
a quienes está encadenado en su departamento en Roma (véase Fil 1:13). Usan su extensa
armadura solo cuando entran en batalla, pero su presencia lleva a Pablo a elegir
cuidadosamente los artículos apropiados para describir la armadura espiritual que Dios ha
puesto a nuestra disposición. Como se señaló anteriormente, esto se basa en Isaías 59:17,
donde Dios, el Guerrero Divino, se pone su armadura para liberar a Israel y derrotar a sus
enemigos.

El peligro: las artimañas del diablo (6:11)


Pablo comienza con una orden “pónganse toda la armadura de Dios”, enfatizando la
necesidad de cada pieza individual en medio de la batalla e incluyendo cada elemento del
conjunto completo usado por los soldados de infantería cuando iban a la guerra. Si un
soldado olvidara incluso un solo elemento, estaría en grave peligro, ya que en la batalla
antigua los golpes de espadas y lanzas podrían provenir de cualquier ángulo concebible, y
cualquier defecto en la armadura podría resultar fatal. Los creyentes deben ponerse esta
armadura como un nuevo ropaje (Ro 13:12; Ef 4:24; Col 3:10), obteniendo así la fuerza y la
protección que asegurarán la victoria. “De Dios” aquí podría indicar posesión (la armadura
que es de Dios) o fuente (la armadura que proviene de Dios). Un número creciente de
eruditos prefieren lo último, como una designación que la misma armadura que Dios usó
en Isaías 59 ahora se la da a su pueblo.
Esto es similar a Efesios 4:8, 11, donde Cristo es representado como el Guerrero Divino
que derrota los poderes cósmicos y luego entrega el botín de la victoria a su pueblo, la
iglesia. Además, en 2 Corintios 10:3–5, Pablo les dice a los creyentes que no “hacemos la
guerra como lo hace el mundo”, sino que usamos un conjunto diferente de armas que nos
equipan para “derribar fortalezas”, las enseñanzas egoístas del mundo. Estas son las armas
del Guerrero Divino. Al igual que Timoteo, debemos pelear “la buena batalla” (1 Ti 1:18) y
nos negamos a enredarnos “en cuestiones civiles”, sino más bien, “queremos agradar a
nuestro superior” (2 Ti 2:4).
El propósito de vestirnos con la armadura de Dios que nos permite “hacer frente a las
artimañas del diablo”. Las hordas de Satanás son el ejército adversario en esta guerra santa,
y Satanás es un general brillante con un conjunto de estrategias increíblemente bien
planeadas que pueden conducir fácilmente a nuestra derrota y destrucción. Además, no
lucha según las reglas del marqués de Queensberry o los Convenios de Ginebra. Él lucha
sucio y usa todos los trucos viles para obtener la victoria sobre nosotros. El término
“puedan” (dynasthai) significa más que simplemente poder; connota tener el poder (de
Dios) para hacer algo. Dios hace más que simplemente luchar junto a nosotros. Nos llena
de su poder mientras luchamos. Esto es paralelo a Isaías 40:28–31, en el que Yahvé, que
nunca se cansa, llena a su gente con fuerza cuando están a punto de colapsar. Su trabajo es
poner su “esperanza en el Señor” para que cuando estén a punto de tropezar, “encuentren
una nueva fuerza” y Dios les permita “volar como las águilas”.
La clave para la victoria en las antiguas guerras era permanecer en pie en todas las
situaciones de batalla que uno enfrentaba. Los que caían morirían, porque estarían
indefensos contra las espadas que se blandían contra ellos desde todas las direcciones.
Cuatro veces en los versículos 11–14, Pablo cita la imagen de estar de pie para mostrar la
victoria final. Su referencia es a las tácticas defensivas en los versículos 11, 13a, 14 (pararse
contra Satanás) y a la estrategia ofensiva en el versículo 13b (“puedan resistir hasta el fin
con firmeza”). Debemos soportar la acción de los demonios contra nosotros, al mismo
tiempo que les hacemos frente y los derrotamos.
Sobre todo, debemos mantener nuestra posición “contra las artimañas del diablo”.
Prefiero las “estrategias” como una traducción de la palabra griega methodeia, ya que hace
que las imágenes militares sean más específicas. Pablo usó el mismo término cuando habló
de los falsos maestros con sus “intrigas engañosas”, refiriéndose a los planes engañosos de
los herejes (y aquí la fuente de sus planes es Satanás) para atrapar a los miembros de la
iglesia desprevenidos (Ef 4:14). El diablo es el general que dirige a los ejércitos contrarios y
desarrolla una brillante estrategia militar para rodear y destruir al pueblo de Dios (1 Co 7:5;
2 Co 2:11; 4:4; 2 Ts 2:9–10). Planea llevar a los miembros más débiles a una trampa,
golpearlos por todos lados y derrotarlos. Sus armas son bien conocidas, y se especializa en
tentar a las personas a través de tentaciones mundanas, placeres carnales y lujos materiales
para olvidar a Dios y vivir egoístamente (Ef 2:2; 4:27).

Los adversarios en la guerra (6:12)


Aquí Pablo entra en más detalles sobre los oponentes que llevan a cabo la guerra sucia
contra el pueblo de Dios. Dios debe fortalecernos con armas sobrehumanas porque hay
fuerzas sobrehumanas dispuestas a luchar contra nosotros en una guerra incansable. La
nuestra es una “lucha” contra probabilidades abrumadoras, porque estamos luchando no
solo contra oponentes de “carne y hueso” sino contra los poderes mismos de la oscuridad.
¡Ni todas las películas de terror del mundo en su conjunto podrían comenzar a acercarse a
la realidad que enfrentamos, porque estos son los poderes malvados detrás de cada terror
que este mundo haya conocido!
¡Ojalá solo fueran las legiones romanas a las que nos enfrentamos en la batalla! (¿Se ha
dicho eso alguna vez? Lo ha hecho ahora). No es de extrañar que nuestra resistencia
espiritual constituya una lucha. Imagine, si lo desea, un combate de lucha libre entre un
peso súper pesado (el diablo) y un peso pluma (nuestro yo). Las probabilidades parecerían
inútiles si no fuera por un hecho crítico: Dios está luchando de nuestro lado. Tanto en la
antigua lucha libre como en la antigua guerra, el combate cuerpo a cuerpo determinó el
resultado. No cedían nada. La pelea era hasta el final: victoria o muerte. Esto se vuelve
especialmente cierto cuando nos damos cuenta de que la fuerza enemiga que enfrentamos
consiste en “poderes”, “autoridades” y “potestades que dominan este mundo de tinieblas”.
Esto es lo que más se cerca la Biblia para describir el orden militar demoniaco. ¿Qué
oportunidad, podríamos preguntar consternados, tenemos contra tales poderes cósmicos?
Con frecuencia, Pablo usa los primeros dos términos (poderes y autoridades) para
representar el reino demoníaco (Ef 1:21; 3:10). El tercero es literalmente “poderes
mundiales de esta oscuridad”, que describe su función gobernante y su poder en el mundo
del mal. Si bien estos seres fueron arrojados del cielo a este mundo y ahora están
encarcelados en él, constituyen los dioses de este mundo y sus gobernantes bajo su líder,
Satanás (Jn 12:31; 14:30; 16:11; 2 Cr 4:4; 2 Pe 2:4; Jud 6; Ap 12:7–9). En el mundo romano,
el término “potencias mundiales” (kosmokratores) hablaba del poder absoluto de las
deidades romanas; aquí denota las “deidades” malvadas sobre el mundo espiritual de
oscuridad y maldad.
Los primeros tres términos se resumen en la cuarta descripción, “fuerzas espirituales
malignas en las regiones celestiales”. Este es un término general que abarca a todos los
ángeles caídos. Son fuerzas espirituales que están en contra de Dios y su pueblo, y ambas
constituyen y están completamente del lado del mal en todas sus formas. Vivimos y
funcionamos “en los reinos celestiales” (2:6) y recibimos bendiciones espirituales (1:3), así
como luchamos contra los poderes del mal (3:10; 6:12). La nuestra es una batalla espiritual
en un reino espiritual. Pero el Cristo exaltado también está obrando allí (1:20), y en él
nuestra victoria es segura.

Toda la armadura: mantenerse firme en la batalla (6:13)


En este versículo, Pablo repite el tema principal de la sección que es ponerse “toda la
armadura de Dios”, pero aquí también usa la imagen para presentar la lista de los elementos
de la armadura en los versículos 14–17. “Debido a esto” (NVI “por lo tanto”) señala lo que
Pablo acaba de decir: que estamos involucrados en una guerra en donde aparentemente
no hay esperanza, contra fuerzas hostiles malignas que son demasiado grandes para que
podamos soportarlas con nuestras propias fuerzas, y que necesitamos una gran ayuda.
Nuestra única esperanza es la intervención de Dios y del Cristo exaltado. Al mismo tiempo,
debemos seguir siendo conscientes del implacable enemigo que está contra nosotros y
aprovechar la ayuda que Dios nos brinda.
La batalla ha comenzado, y las fuerzas del enemigo están en modo de ataque, viniendo
hacia nosotros muy rápidos y furiosos. Pablo cambia su imperativo de “ponerse” (imágenes
de ropa) a “tomar” (imágenes de armas) [no en la NVI]. Este es un verbo más fuerte, de uso
frecuente en un entorno militar, que habla de una situación de emergencia en una batalla
que ya está iniciada. Los soldados se están armando de una pieza a la vez, pero tienen prisa
por temor a que las fuerzas hostiles invasoras los atrapen sin preparación.
La lista de Pablo comienza con los aspectos defensivos de la batalla. El “día malo” ha
llegado, y debemos “resistir hasta el fin con firmeza” los ataques del enemigo. Imagine la
escena de la película Braveheart (Corazón Valiente) en donde las fuerzas escocesas en el
valle están esperando que el ejército británico llegue a las colinas que los rodean. El “día
malo” se ha entendido de diversas maneras como una referencia general a las dificultades
que experimentamos en la era actual (los “días malos” de 5:16), períodos específicos de
persecución y pruebas serias, o los problemas de los últimos días centrados en el “hombre
sin ley” o el anticristo de 2 Tesalonicenses 2:3–12 y 1 Juan 2:18. Probablemente Pablo tiene
en mente todo esto y se está refiriendo a las batallas espirituales de la era actual que
culminarán al final de la era. Como nos recuerda Hebreos 12:11, todas estas dificultades
son dolorosas y desalentadoras, pero Dios nos viste con su armadura y se asegura de que
finalmente produzca “una cosecha de justicia y paz”.
Al final del día, nuestro objetivo es claro, “resistir hasta el fin con firmeza” en el campo
de batalla para tener la victoria. La palabra “acabado todo” [no en la NVI] (katergasamenoi)
puede traducirse como “preparación”. Se refiere a nuestra preparación exhaustiva para la
batalla, incluidas las instrucciones sobre cómo usar cada armadura de manera efectiva y
bien. Eso incluye un conocimiento profundo de la palabra de Dios y de las verdades
teológicas, conocimiento a nuestra disposición para usar contra Satanás (como lo hizo Jesús
en Mt 4:1–11).

Pablo describe las piezas de armadura (6:14–17)


Muchos comentaristas creen que no hay una conexión estrecha entre los artículos
individuales de la armadura y las cualidades espirituales que Pablo enumera. No estoy de
acuerdo con esto, como demostraré en mi discusión a continuación. Creo que Pablo,
siguiendo Isaías 59:17, pensó cuidadosamente qué cualidades se adaptarían mejor al
cinturón, a la coraza, etc. Como se indicó con anterioridad en 6:11, continuamente tenía en
su visión de forma directa una guardia romana y sin duda pensaba profundamente en el
vínculo con la armadura espiritual de Dios.

El cinturón de la verdad (6:14a)


Todas las piezas de la armadura están conectadas con la frase inicial “manténganse firmes”,
representando al soldado de infantería de pie mientras cada pieza se sujeta a su cuerpo,
proporcionando a la fuerza que le permitirá mantenerse firme en la batalla. El cinturón que
estaba “ceñido” o “atado” alrededor de la cintura mantenía la armadura en su lugar y
permitía al soldado luchar sin preocuparse de enredarse en sus prendas o armaduras. La
espada estaba sujeta a ella y la túnica y la coraza se mantenían en su lugar. Para un soldado,
esto habría sido un cinturón de cuero resistente que habría mantenido todas estas piezas
en su lugar (similar al cinturón de Elías en 2 Re 1:8). Pablo está aquí aludiendo a Isaías 11:5,
que dice que el retoño mesiánico usará la justicia como “el cinto de sus lomo y la fidelidad
el ceñidor de su cintura” (también NTV).
La pieza fundamental de la armadura cristiana es la “verdad”, y Pablo pretende usar el
término tanto objetiva como subjetivamente. En el lado objetivo, se refiere a la verdad
cristiana revelada: la verdad del evangelio junto con las doctrinas establecidas de la iglesia
y las enseñanzas de la palabra de Dios (Ef 1:13; 4:21). En el lado subjetivo se refiere a la vida
cristiana correcta (4:24, 25; 5:9; véase las listas de virtudes de 4:25–30, 32; 5:1–2, 8–9, 18–
21) y a una vida de sinceridad y honestidad, verdaderamente dedicada a Dios y a Cristo.

La coraza de justicia (6:14b)


Nuevamente basándose en Isaías 59:17 (“Él se pondrá la justicia como coraza”), Pablo ahora
menciona esta pieza protectora que es la más importante de la armadura. La coraza cubría
el pecho, los costados y la espalda. Para los ricos estaba hecho de bronce u otro metal
fuerte, mientras que para los pobres a menudo era una pieza gruesa de cuero diseñada para
cubrir el torso superior. Dado que los golpes de espada en la batalla podían venir desde
cualquier ángulo, era esencial que todos los órganos vitales estuvieran protegidos. Lo coraza
encajaría sobre la cabeza y se articularía a los lados con correas de cuero y barras de metal
y luego se abrocharía a la cintura, a menudo con un delantal de cuero o metal para proteger
la región de la ingle.
El concepto de justicia como una pieza protectora de la armadura espiritual es también
objetivo y subjetivo. Objetivamente, se relaciona con nuestra justificación por la sangre de
Cristo (Ro 3:21–26), señalando el sacrificio expiatorio de Cristo, quien se convirtió en el pago
del rescate por nuestro pecado, conduciendo a nuestra redención o compra para Dios. Dios,
el juez de todos, nos declaró justos e inocentes delante de él, conduciendo a nuestra
salvación. Subjetivamente, la justicia resulta en nuestra santificación; a través de él somos
rectos por el poder del Espíritu y estamos habilitados para vivir adecuadamente para él.
Esta vida justa le permite al creyente confrontar y exponer el mal, triunfando sobre los
poderes del mal por medio de Cristo.

El calzado: el evangelio de la paz (6:15)


Pablo alude aquí a Isaías 52:7: “¡Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae
buenas nuevas; del que proclama la paz, del que anuncia buenas noticias, del que proclama
la salvación”. El calzado militar romano fue un invento increíble que dio a las tropas una
gran ventaja sobre los ejércitos enemigos. Estas botas estaban hechas de un cuero flexible
y atado a la pierna. En las suelas había tachuelas de metal que brindaban estabilidad para
largas marchas y agarres, lo que garantizaba un punto de apoyo firme en la batalla. El
ejército romano marchó dos veces más rápido que otros ejércitos, y sus enemigos a menudo
se sorprendieron de la velocidad con la que llegaron los soldados, listos para la batalla.
El calzado espiritual se define como “la disposición de proclamar el evangelio de la paz”.
El sustantivo hetoimasia ha sido entendido por algunos como “firmeza”, una “posición
firme” en medio de la batalla. Eso tendría sentido aquí, pero el sustantivo y el verbo tanto
en el Antiguo Testamento (como se traduce al griego en la Septuaginta) como en el Nuevo
Testamento generalmente significa “preparación, disposición”, y eso es más probable lo
que Pablo tiene en mente aquí. Entonces la metáfora habla de la disposición para la batalla
y la preparación que resulta. La palabra de Dios nos prepara para enfrentar a los poderes
cósmicos en la guerra espiritual.
Siguen dos genitivos: “el evangelio” y “de la paz”. El primero podría referirse al evangelio
como la fuente o los medios por los cuales estamos preparados para enfrentar al enemigo.
Sin embargo, es más probable que apunte a la meta u objeto de la acción: estamos listos
para proclamar las buenas nuevas (como en Is 52:7). Aquí Pablo no enfatiza el lado
defensivo, como lo hizo con las dos primeras piezas de la armadura, sino que pasa a la
dimensión ofensiva de la guerra. Armados con el evangelio, estamos llevando la lucha al
enemigo. Como en 2 Corintios 10:4–5, estamos luchando no con “las armas del mundo”
sino con las armas de Dios, que “tienen el poder divino para derribar fortalezas”.
Marchamos a la batalla calzados con la disposición para manejar el poder del evangelio, la
palabra de Dios (así también en Ro 10:15, que cita Is 52:7).
Pablo llama a esta arma ofensiva “el evangelio de la paz”, que a primera vista parece
incongruente en una sección sobre la guerra. Pero Isaías 52:7 afirma que el mensajero
divino “proclama la paz”, y tres veces en Efesios 2:14–18 Pablo señala que la ruptura del
muro de hostilidad trae paz y permite al pueblo de Dios encontrar la unidad como la nueva
creación de Cristo. Cristo mismo lo declaró memorablemente en Juan 14:27: “La paz les
dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo”. La paz de Cristo es
tanto una paz con Dios como una paz entre los seres humanos caóticos. Satanás trae
conflicto y división, por lo que proclamar y traer paz constituye una victoria distintiva sobre
los poderes del mal. Cuando un soldado está convencido de que no puede perder y entra
en batalla en paz consigo mismo y con sus compañeros soldados, es mucho menos
vulnerable de lo que podría ser.

El escudo de la fe (6:16)
La RV60 interpreta la apertura de este versículo como “sobre todo”, aparentemente
identificando el escudo como la pieza de la armadura que es más importante. Sin embargo,
eso es poco probable, y tal vez la mejor traducción sea “además de todo esto” (NVI),
mirando a la fe como el cuarto elemento de la armadura cristiana. La palabra griega para
“escudo” aquí es thyreon, vinculada a la palabra para “puerta” (thyra). Pablo tiene en mente
no un escudo pequeño sino el “gran escudo” romano, que era casi del tamaño de una puerta
y a menudo estaba cubierto por una piel de ternero. Los soldados usarían tales escudos
para cubrir una compañía de hombres y protegerlos de las flechas del enemigo, que con
frecuencia se sumergían en brea y se incendiaban. Tal escudo detendría y apagaría la flecha.
Esta imagen es ideal para el ejemplo de las flechas ardientes de Satanás en la segunda mitad
de este versículo.
Al igual que con las cualidades espirituales anteriores, hay un lado objetivo y un lado
subjetivo de la fe. Objetivamente, es la fe cristiana, como la “unidad de la fe” en Efesios
4:13, la que nos protege de las mentiras de Satanás y los engaños sobre los falsos maestros
(v. 14).
Allí, “fe” se refiere a la colección central de doctrinas a las que la iglesia verdadera se
mantiene unánimemente. Subjetivamente, se refiere a nuestra confianza activa y
dependencia de Cristo, como se enfatiza en 1:15, 19; 3:12, 16–17; 6:23. Es nuestra fe
dinámica la que nos permite vestirnos y usar efectivamente la armadura completa de Dios
mientras luchamos en un mundo malvado para permanecer fieles a él. La fe hace que
nuestros corazones y nuestras mentes dejen de depender de sí mismos para rendirse por
completo y confiar continuamente en él.
A través de esta doble fe, encontraremos la fuerza en cada batalla para “extinguir todas
las flechas ardientes del maligno”. Satanás, como león rugiente, quiere devorarnos (1 Pe
5:8). Pablo refuerza su punto con otra imagen, la de una cosechador destructivo que quiere
“zarandearlos… como si fueran trigo” (Lc 22:31). La metáfora de las flechas en llamas ilustra
el terrible peligro que representan las tentaciones, las pruebas y los malos pensamientos
(de hecho, todos las debilidades mencionadas en esta carta) enviados por Satanás para
demoler los bastiones espirituales de los fieles. Las pieles o pelajes eran colocados en los
escudos y apagaban las flechas ardientes, la fe hace lo mismo contra los planes del diablo.
Las maquinaciones malvadas del maligno son asfixiadas por una fe activa.

El casco de la salvación (6:17a)


El casco es otra de las piezas básicas de la armadura, está destinada a proteger la cabeza de
lesiones. Los soldados ricos tenían cascos de bronce, mientras que los soldados más pobres
usaban cascos de cuero. Esta es otra alusión directa a Isaías 59:17, donde el Guerrero Divino
“se puso … el casco de la salvación” y salió a liberar a su pueblo y pagar según sus obras a
sus enemigos, incluidos los infieles en Israel.
El énfasis en la salvación no se trata tanto de la salvación final como de la experiencia
actual de la salvación, esto ayuda a los lectores a comprender el poder divino y la liberación
que ya han recibido en Cristo. En Efesios 1:3 ya han recibido las bendiciones espirituales de
Dios (enumeradas en 1:3–14), y en 2:6–7 ya están sentados con Dios en Cristo en el reino
celestial. Son una nueva humanidad y parte de la nueva creación de Cristo (2:14–15), y han
sido salvados por gracia y resucitados de la muerte espiritual (1:18–20; 2:8–9). Ahora es
tiempo de que pongan esta salvación presente a trabajar en su diario vivir.

La espada del espíritu: la palabra de Dios (6:17b)


La última armadura es el arma ofensiva principal en el arsenal de creyentes. Anteriormente,
Pablo eligió el gran escudo en lugar del escudo más pequeño comúnmente utilizado en la
lucha. Aquí Pablo invierte esa elección, refiriéndose no a la gran espada ancha sino a la
espada corta del soldado de infantería. Este fue otro invento importante que fue clave para
el poder de Roma, ya que era muy afilada en ambos lados y era muy penetrante, en
contraste con las espadas de los enemigos de Roma, que eran afiladas solo en un lado.
Cuando el ejército romano avanzaba, los exploradores del campamento enemigo iban de
aldea en aldea gritando: “¡Vienen las espadas cortas! ¡Se acercan las espadas cortas!
Pablo recurrió a Isaías 11:5 en el versículo 14, y ahora se basa en Isaías 11:4: “Destruirá
la tierra con la vara de su boca; matará al malvado con el aliento de sus labios”. El Guerrero
Divino hará que nadie se le escape y destruirá los poderes del mal, y sus seguidores tomarán
parte en su gran victoria a través del Espíritu. Esta espada es empuñada y puesta a
disposición por el Espíritu, y su diseño es invencible porque el Espíritu la ha creado y la ha
convertido en una fuerza imparable para llevar la batalla contra el enemigo. La espada del
Espíritu es la palabra de Dios. Como se nos recuerda en Hebreos 4:12, es “viva y poderosa,
y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma
y del espíritu… y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”.
Indudablemente, Pablo se refiere tanto a la proclamación del evangelio como a la
enseñanza de la palabra. A medida que se proclama y enseña la palabra de Dios, los poderes
cósmicos se retiran y se escabullen en la derrota. Hoy, lamentablemente, es algo raro ver la
palabra que se enseña en profundidad en las iglesias. Parece que hay cada vez menos clases
de estudio bíblico para adultos, aunque en todas partes donde voy me encuentro con
personas que desean que se les enseñe y tienen hambre de más estudios, y grupos como
Bible Study Fellowship parecen estar floreciendo. Demasiadas iglesias parecen no reconocer
el hambre de la gente por la verdad bíblica. Oro para que este interés produzca un
avivamiento del estudio bíblico serio.
La situación, sin embargo, no está llena de malas noticias. El ministerio evangelístico
está creciendo, y en todo el mundo se está proclamando el evangelio con un poder cada
vez mayor. Cuando eso sucede, Satanás y sus ángeles caídos se ven obligados a retirarse y
las vidas cambian. Es emocionante observar a las iglesias locales uniéndose a organizaciones
como InterVarsity y Cru (anteriormente conocido como Campus Crusade for Christ) para
alcanzar a los perdidos.

Pablo habla de la oración como la fuerza que une la armadura


(6:18–20)
El énfasis de Pablo aquí está en la importancia de la oración, que está íntimamente
relacionado con el pasaje de la armadura de Dios que lo precede. Las cinco armas no pueden
ser efectivas sin la oración, que las une en un conjunto completo o en una armadura (una
“armadura completa”). La oración no es la sexta pieza de la armadura, sino la fuerza que
nos habilita y gobierna la efectividad de todo el conjunto. La armadura está limpiada y
consagrada por la oración y extrae su poder de ella. El término clave es “todo”, que Pablo
usa cuatro veces para enfatizar la naturaleza y la fuerza de la oración que lo abarca todo. La
oración es un fundamento para toda actividad cristiana, y especialmente para la guerra
santa contra los poderes del mal. La oración se convierte en un canal mediante el cual se
invita a la presencia de Dios a una determinada situación, esta mejora por el poder
todopoderoso de Dios que se encuentra detrás de las piezas individuales de la armadura
mientras se maneja en la batalla espiritual.

Orando en el Espíritu (6:18)


Pablo exhorta a los creyentes a “orar en el Espíritu”, a buscar la presencia poderosa del
Espíritu que sustenta nuestra oración y a sumergirnos en él, así le permitiremos guiarnos y
fortalecernos mientras “peleamos la buena batalla” (1 Ti 6:12; 2 Ti 4:7). Puede haber un
doble significado aquí, ya que oramos tanto “en” como “por” el Espíritu. Algunos
interpretan esto como una referencia a la oración en lenguas, pero Pablo generalmente es
más explícito cuando pretende ese significado. Esto puede incluir ese aspecto de la oración
pero no puede restringirse a él.
La oración es esencial, y debe tener lugar “en todas las ocasiones” (literalmente, “en
todo momento”); compare el llamado de Pablo para que los cristianos “oren sin cesar” en
1 Tesalonicenses 5:17. En cada tipo de situación y en todo lo que hacemos, necesitamos de
la oración. Satanás nunca toma un descanso en su guerra contra nosotros, por lo que nunca
debemos cansarnos de cubrir todas nuestras actividades con oración. Además, debemos
acercarnos a Dios “con peticiones y ruegos”. Pablo puede tener en mente oraciones
colectivas e individuales, pero “todo tipo de oración” también podría ser una referencia a
diferentes categorías de oración, similar a lo que vemos en los diversos tipos de salmos, por
ejemplo, canciones de alabanza, canciones de adoración, salmos de lamento, salmos de
acción de gracias y salmos imprecatorios. En todas las ocasiones y con todo tipo de oración,
estamos llamados a enfocarnos y depender por completo de nuestro Padre celestial.
Pablo continúa alentando a sus lectores a “mantenerse alerta y perseverando en
oración”, una repetición para enfatizar el “en todo momento” previo y agregando la
dimensión de alerta o vigilancia en la oración. El verbo (agrypnountes), que significa “estar
alerta”, hace eco de las palabras de Jesús a sus discípulos en Getsemaní (“Vigilen y oren
para que no caigan en tentación”, Mr 14:38), o en el Discurso de los Olivos (“¡Estén alertas!
¡Vigilen! Porque no saben cuándo llegará ese momento”, Mr 13:33; véase también Lc
21:36). Y el verbo detrás de “seguir orando” (proskarterēsei), significa “dedicarse a” o
“persistir” en algo, habla de un celo por la oración que conduce a una intercesión ferviente.
Finalmente, esta oración perseverante debe ser pronunciada “por todos los santos”. La
oración verdadera es integral, envolverá a toda la iglesia e incluirá todas las necesidades.
Por supuesto, esto fue más fácil en la iglesia primitiva, con cuarenta o cincuenta
personas, que en iglesias modernas con cientos o incluso miles de congregantes. Aun así, la
implicación es que los santos deben estar profundamente preocupados el uno por el otro y
deben desear participar en la vida del otro, y esto incluye interceder por las necesidades
personales de quienes nos rodean. Una iglesia caracterizada por la unidad es una iglesia de
oración. Crecemos espiritualmente tanto por la participación vertical del Espíritu en
nuestras vidas como por la participación horizontal de nuestros hermanos y hermanas en
Cristo, alentándonos y apoyándonos en la oración.

Las peticiones personales de oración de Pablo (6:19–20)


En el versículo 19, Pablo concluye la oración que comenzó en el versículo 18, diciendo en
efecto: “Y oren en el Espíritu … y oren también por mí”. En Efesios 3:12 habló de acercarse
a Dios con “libertad y confianza”, y aquí usa la misma terminología para referirse a la
valentía al proclamar el evangelio. El uno lleva al otro. “Me dé” (dothē) es un significado
pasivo divino “que Dios me puede dar”. Pablo no solo está pidiendo confianza personal
mientras predica, sino una infusión divina de fortaleza y coraje para hacer que las buenas
nuevas sean claras y poderosas en cualquier circunstancia. La mayoría está de acuerdo en
que Pablo no está hablando en general de oportunidades para testificar, sino que tiene en
mente su situación como prisionero en Roma. Como ciudadano romano involucrado en un
juicio capital, tenía derecho a defenderse ante Nerón y las más altas autoridades romanas.
Por lo tanto, Pablo quería que el Espíritu le diera una confianza audaz, no solo para defender
su inocencia sino para que la verdad del evangelio fuera absolutamente clara para las más
altas autoridades de la tierra.
Con frecuencia, Pablo pedía oración, tanto para sí mismo como para su proclamación
del evangelio (Ro 15:30–32; 2 Co 1:11; Fil 1:19; Col 4:3–4; 2 Ts 3:1). Esta intercesión fue
especialmente necesaria ya que estaba siendo juzgado por su vida, con repercusiones
obvias para los cristianos en general, ya que la decisión de Nerón establecería un
precedente para el tratamiento de todos los cristianos dentro del Imperio Romano. En su
juicio ante Festo y Agripa en Hechos 26:24–29, aprovechó la ocasión para proclamar las
verdades del evangelio y buscó persuadir a Agripa y “convertirlo en cristiano”. Aquí pide
valentía para hacer lo mismo con Nerón. Pablo no quiere ceder a la presión de su
circunstancia y no puede dar testimonio del evangelio por temor a su vida.
En efecto, Pablo quiere que su audiencia ponga en práctica la orden de Jesús en Mateo
10:19–20: “Pero, cuando los arresten, no se preocupen por lo que van a decir o cómo van a
decirlo. En ese momento se les dará lo que han de decir”. Filipenses 1:12–14 proporciona
un ejemplo de cuán decisivamente funciona este principio: leemos que “toda la guardia del
palacio” fue evangelizada y los cristianos en todas partes se volvieron más audaces al
proclamar el evangelio. En cierto sentido, Pablo estaba avergonzado por ser prisionero,
pero finalmente estaba funcionando como el embajador oficial de Dios en Roma.
Específicamente, Pablo quiere “dar a conocer con valor el misterio del evangelio”. No
quiere guardarse nada, quiere hablar abierta y claramente, sin miedo sobre los misterios de
Dios. Pablo ha hablado sobre el misterio a menudo en esta carta (1:9; 3:3, 4, 9; 5:32),
refiriéndose a la revelación de esos secretos divinos escondidos en el pasado pero ahora
revelados a través del evangelio. Aquí aplica el término especialmente a la salvación que se
encuentra en Cristo y a la unión forjada entre judíos y gentiles por la ruptura del muro de
enemistad entre los dos (2:14–18). A primera vista, puede resultar extraño que Pablo
mencione este misterio aquí. Sin embargo, vale la pena señalar que Pablo estaba
escribiendo durante un tiempo de persecución y hostilidad contra los cristianos. Todas las
diferencias se resuelven mediante la salvación que Cristo trae, y el evangelio es el misterio
que borra todo el odio y la enemistad entre judíos y gentiles, romanos y cristianos.
Pablo no es simplemente otro ciudadano romano parado frente a su emperador
defendiendo su inocencia. Él es “un embajador en cadenas” (6:20), una metáfora
conmovedora que implica que Dios lo ha enviado oficialmente como representante especial
del cielo a los romanos y ha elegido hacer esto a través de la no común calle de la esclavitud
y prisión. Ser un embajador encadenado habría sido la última desgracia para un funcionario
romano. El mismo Nerón en el año 68 eligió el suicidio sobre el exilio. Sin embargo, Dios
seleccionó las cadenas de Pablo para permitirle proclamar el evangelio al sistema
gubernamental en Roma. La mayoría de los embajadores entraron a la ciudad en un cortejo
especial de funcionarios y lujosos carruajes, pero Pablo había llegado en un barco de la
prisión rodeado por muchos guardias romanos. Aun así, Pablo era el representante oficial,
enviado a una misión tal como Jesús envió a sus discípulos en Juan 20:21–23.
Pablo quiere la llenura y el fortalecimiento del Espíritu para esta tarea. Al final del
versículo, repite su deseo de oración para que “proclame valerosamente, como debo
hacerlo”. Está bajo una seria obligación de parte de Dios para cumplir con su deber de
embajador en Roma, y necesita una gran cantidad de oración para que pueda hacerlo
audazmente.

Pablo concluye su carta (6:21–24)


Las cartas griegas siempre incluyeron este tipo de saludo de cierre. Los versículos 21–22 son
una copia cercana de Colosenses 4:7–8, lo que demuestra una vez más que se tratan de
cartas gemelas, tal vez incluso enviadas con Tíquico al mismo tiempo. Al igual que con las
otras cartas de Pablo, sus comentarios recomiendan al que iba a llevar a carta, explicando
por qué está siendo enviado, y luego cierra la carta con un deseo de oración y una bendición
final. Sin embargo, a diferencia de sus otras cartas, no incluye saludos e instrucciones,
posiblemente porque había pasado mucho tiempo con los efesios en el tercer viaje
misionero (Hch 19) y ahora dependía de Tíquico para transmitir esos saludos.

El envío de Tíquico (6:21–22)


Tíquico era de la provincia de Asia, donde se encontraba Éfeso, y se había convertido en un
colaborador de confianza al final del tercer viaje misionero de Pablo. Había estado entre los
siete (Hch 20:4) representando a las iglesias paulinas en la ofrenda para los pobres en
Jerusalén. Como enviado personal de Pablo, llevó la carta a Colosas y a Éfeso, tal vez al
mismo tiempo, y actualizó a ambas iglesias sobre la situación de Pablo. Más tarde sería
enviado a Creta (Tit 3:12), y luego a Éfeso, posiblemente con la segunda carta a Timoteo (2
Ti 4:12), escrita poco antes de la muerte de Pablo. Así que parece haber estado con Pablo
durante los últimos años de su vida y se desempeñó como el representante personal de
Pablo en las iglesias.
Pablo elogia a Tíquico como un “querido hermano… fiel siervo en el Señor”. El término
“querido” es en realidad “amado hermano” y enfatiza su relación extremadamente cercana
con Pablo como su compañero de trabajo y amigo. Lo más probable es que viajara con
Onésimo, el esclavo que escapó de Filemón, a quien Pablo también llamó “un querido
hermano” en Colosenses 4:9 y Filemón 16. Si es así, los dos, que se habían convertido en
colaboradores de confianza, personalmente llevaron las tres cartas de regreso a la provincia
de Asia. Pablo quería que actualizaran a estas iglesias sobre sus “circunstancias” (NVI
“todo”), que resumió como “para que también ustedes sepan cómo me va y qué estoy
haciendo”, especificando su situación y el estado de su ministerio en Roma.
Pablo reitera esto en el versículo 22, en el que explica el verdadero propósito de Tíquico.
Pablo estaba enviando a Tíquico y a Onésimo no solo como los mensajeros de las cartas,
sino para transmitir personalmente su conocimiento de primera mano de Pablo y su equipo
en Roma y para “alentar” a los cristianos de Éfeso con el triunfo del evangelio en Roma
(véase Fil 1:12–14). Al ver el poder del evangelio manifestado a través del “embajador en
cadenas” y aprender cómo continuó creciendo en todo el mundo conocido, los alentaría a
darse cuenta nuevamente, del poder de Dios y la victoria de los santos de quienes ellos
forman parte.

La bendición final y el deseo de oración (6:23–24)


Pablo ha pedido oración por todos los santos (v. 18) y luego por sí mismo (vv. 19–20) y ahora
cierra su carta con dos oraciones por los efesios (vv. 23–24). La paz ha sido uno de los temas
de esta carta, permitiendo a estos creyentes desunidos superar su enemistad entre ellos
(2:11–13) y así, encontrar la unidad y la paz en Cristo (vv. 14–18) centrándose en la realidad
de que Cristo “es nuestra paz” (v. 14). En Efesios 6:15, Pablo identifica una de las piezas de
la armadura del cristiano como “el evangelio de la paz”, como nos ha recordado en esta
carta, traer la unidad y la paz a la humanidad en guerra, es una gran victoria sobre Satanás.
A través de Cristo, las divisiones raciales se anulan y las personas pueden superar su fracaso
más profundo y enderezarse tanto con Dios como con sus semejantes.
La paz produce “amor y fe”. Por lo general, la fe, la esperanza y el amor forman la tríada
cristiana (como en 1 Co 13:13; Gá 5:5, 6), pero aquí Pablo enfatiza la paz basada en la
centralidad del tema de la unidad en esta carta. El amor (el amor de Cristo) es fundamental
para la oración de Efesios 3:18–19 y para el mandato ético de 5:1–2 (el amor de Cristo que
produce amor dentro de la comunidad). El amor divino (1:4; 2:4) siempre debe ser vivido
en amor entre los santos (1:15; 4:2, 15–16).
Para ser verdaderamente efectivo, el amor debe combinarse con la fe. La fe nos lleva a
la salvación (1:13; 2:8) y define nuestro crecimiento espiritual (1:19; 3:12, 15, 17), y el
“escudo de la fe” (6:16) proporciona una protección mayor contra los poderes malvados. Es
esta mezcla de amor y fe la que da poder a la victoria cristiana y define nuestra madurez.
La fuente es “Dios el Padre y el Señor Jesucristo”. Sin embargo, el amor y la fe son dones
trinitarios, y Pablo en otra parte los identifica como el fruto del Espíritu, como vemos en
Gálatas 5:22–23. El amor compasivo de nuestro Padre y la gracia soberana de nuestro Señor
hacen posible nuestra posesión de estos dos rasgos cristianos clave.
Finalmente, Pablo proporciona el típico deseo de oración (6:24) con el que cierra la
mayoría de sus cartas (1 Co 16:23–24; 2 Co 13:14; Gá 6:18; Fil 4:23 y otros). Pablo comenzó
esta carta con su acostumbrada “gracia y paz a ustedes”, y ahora la cierra con “la gracia sea
con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo”. La carta está enmarcada, entonces,
por la gracia inmerecida de Dios y Cristo. Para Pablo, es la gracia divina la que ha traído la
salvación de Dios a la humanidad y nos ha permitido heredar la vida eterna.
“Con amor inalterable” (NVI “con amor imperecedero”) es la frase final de la carta, y su
significado está en disputa. Dependiendo del término que se modifique, la frase podría
traducirse “el Señor inmortal Jesús” o “con amor eterno [o incorruptible]” (la mayoría de
las versiones) o “que la gracia se experimente por toda la eternidad”. Ya que el deseo de
oración se centra en el don de la gracia de Dios, la tercera opción es preferible, como lo
reconocen varios intérpretes recientes. Pablo quería que sus lectores entendieran que la
gracia de Dios no es algo que hayan experimentado solo en la conversión, como si ya no
fuera vital en sus vidas; la realidad significa que conocerán la gracia de la Trinidad por toda
la eternidad. A través de las eras interminables nunca agotaremos los recursos ilimitados
de su gracia. Esto se hace aún más precioso por la relación de amor que compartimos con
Jesús.
En esta sección final de Efesios nos damos cuenta nuevamente, de la importancia de la
vida cristiana. Están en juego la paz presente y la alegría eterna. Satanás y los ángeles caídos
saben que tienen una última oportunidad para causar estragos en los planes de Dios y
derrotar a sus seguidores, y parece que actualmente están librando una guerra contra
nosotros como nunca. No tenemos absolutamente ninguna posibilidad de lograr la victoria
a menos que dependamos completamente del poder divino al entrar en la batalla. Sin
embargo, ha hecho que ese poder esté disponible y nos ha vestido con “toda la armadura”
para equiparnos para llevar a cabo la tarea. Cuando aprovechamos todo lo que Dios ha
puesto a nuestra disposición, no podemos perder; de hecho, somos “más que vencedores”
(Ro 8:37) cuando el Guerrero Divino va a la guerra con nosotros y nos infunde su fuerza.
Nuestra tarea es tanto vertical (a través de la oración) como horizontal (a través de la fe y
el amor de los santos) así, ponemos la fuerza de la Divinidad a trabajar a favor nuestro.
GLOSARIO
Apocaliptico: se refiere a las verdades sobre la venida en los últimos tiempos, en donde
Dios las ocultó a las generaciones pasadas y ahora las está revelando a su comunidad
mesiánica.
Cristológico (adj.), cristología (s.): se refiere a la presentación del Nuevo Testamento de la
persona y obra de Cristo, especialmente su identidad como Mesías.
Escatológico (adj.), escatología (s.): se refiere a las últimas cosas o al final de los tiempos.
Dentro de esta amplia categoría, los eruditos bíblicos y los teólogos han identificado
conceptos más específicos. Por ejemplo, la “escatología realizada” enfatiza la obra actual
de Cristo en el mundo mientras se prepara para el fin de la historia. En la “escatología
inaugurada”, los últimos días ya han comenzado, pero aún no se han consumado hasta el
regreso de Cristo.
Eschaton: griego para “fin” o “último”, refiriéndose al regreso de Cristo y al final de la
historia.
Haustafeln: palabra alemana para “mesa de la casa”. Es un código social que proporciona
instrucciones para las relaciones dentro del hogar.
Helenismo (s.), helenístico (adj.): se relaciona con la difusión de la cultura griega en el
mundo mediterráneo después de las conquistas de Alejandro Magno (356–323 a. C.).
Código Santo: Un nombre común para las leyes contenidas en Levítico 17–26.
Inclusio: un recurso de marco en el que la misma palabra o frase ocurre al principio y al final
de una sección de texto.
Septuaginta: una traducción griega antigua del Antiguo Testamento que fue usada
ampliamente en la iglesia primitiva.
Shekinah: una palabra derivada del hebreo shakan (“habitar”), utilizada para describir la
presencia personal de Dios en forma de nube, a menudo en el contexto del tabernáculo o
templo (por ejemplo, Éxodo 40:38; Núm. 9:15; 1 Reyes 8:10–11).

BIBLIOGRAFÍA
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