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La lotería

JUAN CARLOS: …Se lo repito: No imagino un director mejor para esta empresa que
usted. Para mí, nada cambia. Qué pasa, los otros… no han sido tan amables…
(Mira por la ventana interior del despacho) Qué cambio. Natalia… pensaba que no
se hablaba con nadie y, mírela, no calla; Romero, que no sonríe nunca… vaya
carcajadas; y García, subido encima de la mesa, el tío… Y sólo hace una hora
estaban todos con la vista pegada al teclado, como siempre…
¿Por qué este cambio? (Piensa) No es el alcohol. Están brindando con sidra -sí, con
sidra, compré sidra, es lo único que había en la tienda-. Y se me hace que tampoco
es el premio. ¿Por qué este cambio, entonces? ¿O será que no han cambiado y
solo están exteriorizando lo que llevan dentro, lo que siempre han llevado dentro?
Es eso, sí… ¿Puedo hacerle una pregunta, señor -ya que parece que hoy todo el
mundo se sincera-? ¿Qué le duele más, las cosas que les está oyendo decir de
usted o que no le ofrecieran comprar ni un centavo de la lotería? No me conteste.
(Mira el reloj) Son las doce y aún no hemos hecho los pedidos de extranjero, ni las
entradas de almacén… No, no, no, no tranquilo, ya me ocupo yo, no se levante.
Nadie se va a ir de la empresa.
Verá como los convenzo. Parece que soy el único que sabe que no están
bebiendo champán. Y supongo que tendré que ser yo quien les diga que… no les
ha tocado la lotería. Qué despiste, verdad. ¿No lo sabía? No le miento, soy el
encargado de la lotería este mes. Y… se me olvidó ir a comprarla. En fin… que
nada cambia. Siempre he pensado que usted era un buen jefe, el mejor jefe
posible. ¿Quiere un poco de sidra, señor?

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