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Principio y Fin de La Guerra de - Luis Moreno
Principio y Fin de La Guerra de - Luis Moreno
CONTRAS
LA GUERRA CIVIL EN NICARAGUA Y LA ÚLTIMA
BATALLA DE LA GUERRA FRÍA
Luis Moreno - Mike Lima
Cubierta frontal
Arriba- Tropas del CR Diriangén en emboscada en el sector de San Rafael
del Norte, 1985.
Abajo- Cmdt. Mike Lima y Cmdt. 380 durante planeamiento de operaciones
militares en el Comando Estratégico, 1987.
Cubierta posterior
Cmdt. Mike Lima explorando el área fronteriza, 1986.
Fotos cortesía del Cmdt. Tomás.
Prólogo
1. Comienza la Guerra
La Legión, los MILPAS y los Demás Grupos
Las Últimas Horas en la Guardia Nacional
Aeropuerto de Toncontín
Ex-Guardias Nacionales
La FDN
La Lodosa
Explorando la Zona Fronteriza
El Tigrillo
Comandante
2. Mi Primera Misión
Amenaza
Mack
Las Vegas
Infiltración en Banco Grande
Saliendo a la Civilización
Con los Correos
La Picada
Caño Daka
En Ruta al Área de Descanso
La Primer Emboscada
Nuevos Voluntarios
3. Bocas de Ayapal
Buscando a Dimas
El Segundo del Ariel
4. Estado de Fuerza - Diciembre 1982
Wamblán
La 35ª Promoción Se Subleva
La Infiltración Continúa
Santa Cruz
Bocas de Golondrina
5. El Ariel
La Iguana
Reencuentro Familiar
Buscando Logística
La DGSE - Dirección General de la Seguridad del Estado
Concentración en El Chamarro
Rio Gusanera
Planes de Vilán
El Chile
Cruzando el Coco
El BON de Monseñor Lezcano
El Comando Cachorro
Las TPU del MINT
6. Pantasma
Ataca el BLI Simón Bolívar
Valle de Los Condegas
Golpe de Estado
Una Granada Estalla - El Accidente
El Plan de Campaña 1984
El Señor «Maronne»
El Comando Estratégico
La Diriangén
Los Infiltrados
7. 1984
El Día Más Largo
La Fiebre y la Gangrena Gaseosa
Los Años Secos
Jefe de Operaciones del Comando Estratégico
Los Aliados y el FDN
Dimas Negro
Los Calero
9. La Trinidad y Cuapa
Cuapa
Santo Domingo, Chontales
San Pedro de Lóvago
Los Colaboradores
Yamales
El Ataque al CIM
Epílogo
Apéndice
Organización del FDN, después Ejército de la Resistencia Nicaragüense
Comandantes Regionales
Armamento
PREFACIO
Escrito por Luis Moreno (conocido como Mike Lima a largo de la
década del conflicto). El autor analiza en su libro Principio y Fin de
La Guerra de Los Contras la lucha armada y la estrategia que costó
la vida de más de 6,000 combatientes Contras y un total de unos
15,000 colaboradores anti-sandinistas y de sus familiares dentro y
fuera de Nicaragua. El conflicto armado tuvo lugar entre los
miembros de la Resistencia Nicaragüense (los Contras) y las fuerzas
de seguridad del Frente Sandinista (más de 100,000) que ayudaron
a gobernar Nicaragua en los años ochenta.
Moreno proporciona una perspectiva desde adentro sobre la
manera en que los Contras se desarrollaron desde una pequeña
fuerza de menos de 1,000 miembros a principios de la década de
1980 a más de 20,000 que se desmovilizaron después de la elección
del gobierno de Violeta Chamorro, a principios de 1990.
Un importante estudio realizado por Moreno, que debe leerse junto
con los libros de Stephen Kinzer —Blood of Brothers, Christopher
Dickey —With the Contras, Glenn Garvin —Everybody Had His Own
Gringo, Sam Dillion —Commandos, Timothy Brown —The Real
Contra War, y otras publicaciones que tratan de explicar la
Resistencia Nicaragüense y la medida en que fue visto como un
fracaso o un éxito de la política de la nación nicaragüense y la
política exterior de los Estados Unidos.
Lo que hace a este estudio importante y distinto es que Moreno
proporciona una información detallada sobre la creación de la
Resistencia por el plegado de dos grandes fuerzas: los MILPAS
(agricultores y campesinos anti-sandinista) exinsurgentes
Sandinistas y remanentes del ejército y de la EBBI de Somoza
supervivientes de la lucha contra los insurgentes Sandinistas en
1979. Tanto como comandante de tropas dentro de Nicaragua y
miembro del Comando Estratégico, después de perder trágicamente
parte de su brazo y mano derecha en un accidente de
entrenamiento, Moreno es capaz de hablar de personalidades de la
Resistencia, el pensamiento dentro de la Resistencia, y las decisiones
que la Resistencia enfrentó.
Además, Moreno, el «Jefe de Operaciones» de la Resistencia en el
Comando Estratégico analiza la estrategia, los planes y las relaciones
institucionales de la Resistencia, especialmente con los hondureños y
norteamericanos.
¿Por qué leer este libro? Por la imagen detallada de las zonas
rurales del conflicto en Nicaragua; cómo se organiza un movimiento
insurgente; la importancia del apoyo de la población rural a la
Resistencia.
Caesar D. Sereseres
Profesor de Ciencia Política y Estudios Internacionales
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de California, Irvine
PRÓLOGO
La historia de Nicaragua está caracterizada por conflictos políticos
que persiguen el poder y todo lo que éste provee. Varios de estos
conflictos culminaron en guerras civiles que, después de estancar el
desarrollo de la nación y debilitar el vigor y la voluntad de la misma,
terminaron en acuerdos políticos que satisficieron tanto al ganador
como al perdedor. De estos conflictos, el más grande ha sido el
causado por la intrusión internacionalista del Bloque Soviético para
derrocar la dictadura somocista y usurpar el poder a través de sus
serviles criollos, los sandinistas. El propósito era establecer un
bastión soviético en Nicaragua desde el cual propagarían
movimientos revolucionarios como fuego por El Salvador, Guatemala
y Honduras; después Costa Rica caería cómodamente.
Gracias al aislamiento internacional de Nicaragua promovido por la
administración Carter, los sandinistas lograron socavar al régimen
somocista y levantar al pueblo en su contra, prometiéndole libertad,
justicia e igualdad para todos. El dictador huyó como todo cobarde y
abandonó sus fuerzas a la inclemencia de un pueblo enfurecido pero
engañado por los aprendices-a-dictadores que pocos meses después
terminarían intentando subyugarlos. Parecía mentira, pero el pueblo,
deseoso de librarse de un dictador, apoyaba a sus próximos
verdugos, quienes disfrazados de nobleza y bondad prometían todo
lo bueno para todos. Aunque hubo voces de aviso que alertaban
acerca del fondo soviético y terrorista de los sandinistas, todas
fueron ignoradas.
Algunos oficiales y soldados de la Guardia Nacional, evadieron los
lazos sandinistas y lograron salir del país, la mayoría no pudo. Gran
parte de los que no pudieron fueron apresados y condenados a
calabozos de tortura, dolor y angustia prolongada, otros fueron
asesinados de inmediato, otros lentamente. Conforme al guion
soviético, los sandinistas empezaron a desenmascarar su intención,
comenzaron a desmantelar la Junta Nacional para substituirla con su
Dirección Nacional —constituida por nueve aprendices; empezaron a
exterminar —absorbidos con euforia paranoica y ciega— todo asomo
de oposición, tildándola de contrarrevolución, reaccionaria o
burguesa.
En su afán enfermizo, los sandino-comunistas provocaron que la
población, incluso muchos de sus adeptos, repudiara y rechazara el
trato que le brindaban a los ciudadanos que no comulgaban con su
doctrina comunista y totalitaria, leal al nuevo amo soviético, y
sembrada por medio de los propagadores castristas y los anfitriones
vende patria. El antifaz patriótico y noble que usaban no pudo tapar
el hedor fétido a obediencia o muerte que ahora proponían. Se les
olvidó que Nicaragua no era una isla y que sus hijos son y serán
valientes y no permitirían semejante abuso y deshonra. Los
traidores, aunque protegidos por sus patrones soviéticos y dirigidos
por los esbirros castristas, no conseguirían su propósito.
Varios elementos de los miembros de la Guardia Nacional como de
los exsandinistas tuvieron el valor de enfrentar al proyecto
avasallador comunista por la vía armada, fueron impulsados por el
amor a Dios y a su patria, por la cual ya habían luchado. De estos
dos gérmenes valientes brotaron independientemente los grupos
armados que pronto se fusionarían en una sola organización para
luchar en contra del sistema ateo y brutal que deseaban establecer
los soviéticos en Nicaragua. Hombres y mujeres valientes que
entregaron todo con amor y valor, para librar al país de la detestable
farsa comunista.
En este libro, el Comandante Mike Lima, nos relata y describe con
testimonio vivo y con datos veraces, la historia de la lucha armada
vista desde la perspectiva de un líder combatiente de muy alto
rango, cuyo acceso a este nivel de información era compartido con el
Comandante General 380 y algunos miembros del Directorio Político
de la Resistencia Nicaragüense, pero además tenía acceso a
información más sensible y reveladora que compartía con el
Comandante General 380, con dirigentes aliados como el Coronel
Villegas y los Generales Álvarez y John Galvin, con miembros de la
Agencia Central de Inteligencia y del Departamento de Estado y con
algunos Congresistas. En cierta ocasión intercambió opiniones con
Christopher Dodd, exsenador del Congreso de los Estados Unidos y
férreo defensor de los sandinistas.
Es pues la historia dura y cruda, pero cierta, de la Fuerza
Democrática Nicaragüense (FDN) —que después se llamaría Ejército
de la Resistencia Nicaragüense (ERN)— concebida con sudor, sangre
y fuego, por hermanos nicaragüenses que rehusaron negar a Dios y
al derecho de vivir libre para forjar su propio destino, labrar su dicha
y la de su patria, de acuerdo a su criterio particular y a la capacidad
de sus habilidades.
Los sandino-comunistas nos llamaban despectivamente Contras,
pero la firmeza y el valor de nuestra tenaz tropa conquistó tanto la
simpatía de los nicaragüenses nobles y valientes que el peyorativo se
transformó en elogio y quedó impregnado entrañablemente en sus
corazones para siempre; pues a pesar de superarnos en números 9 a
1 y de tener un aparato militar de varios miles de millones de
dólares, sin riendas morales que los frenaran, no nos detuvieron,
teníamos a Dios y la voluntad de luchar, ellos no.
Roberto Robelo - Centauro
1. COMIENZA LA GUERRA
LA LEGIÓN, LOS MILPAS Y LOS DEMÁS GRUPOS
En este relato trataré de dar forma a algo que siempre deseé
hacer, dar a conocer a mucha gente lo vivido en las montañas de
Nicaragua por miles de hombres que compusieron un ejército de
combatientes que sería ejemplo para muchos. Quiénes componían la
FDN, un grupo de hombres definidos por el Cmdt. Bermúdez como
cinco idealistas, cuatro profesionales y los DF —desheredados de
fortuna. Quiero narrar esa parte de la historia que muchos no saben
y otros pronto olvidarán ya que con el tiempo se perderán los miles
de días que pasamos peleando contra toda esperanza, nosotros, los
que creímos que aun con su ventaja numérica, su artillería pesada y
todas las armas, más la bestial imposición de sus reglas, los sandino-
comunistas no eran invencibles.
Después de la Guerra de 1979 —en mis días en la Guardia Nacional
(GN), pasé al exilio en Costa Rica, Panamá y Guatemala. Durante mi
estadía en Guatemala en octubre de 1981, apareció mi amigo el
Coronel Gómez y me dijo:
—Moreno, ¿estás dispuesto a pelear por Nicaragua? Y si vas, ¿qué
necesitas?
—Primero va ir usted Coronel.
—Claro que sí, cuando lleguen los aviones me voy a pilotear.
—Bueno, me avisa, yo estoy listo —el Cnel. Gómez seria el
Comandante de la Fuerza Aérea de FDN.
Como siempre había sido un joven impulsivo, arriesgado y
dispuesto a emprender grandes empresas, con una mezcla de
profesionalismo, venganza y patriotismo, yo estaba dispuesto a dar
incluso lo único que tenía, mi vida, por regresar a mi tierra, de la
que había sido expulsado por los sandino-comunistas que, como el
cáncer, consumía mi país. Yo creo que las empresas militares
siempre han sido emprendidas por hombres especiales que tienen
un motor diferente a aquellos que se contentan con ver como las
cosas las hacen otros, pero después de haber leído tantas historias y
de conocer que gracias a Dios mi país estaba en suelo continental de
América, nosotros los nicaragüenses seríamos apoyados por nuestro
vecino, los Estados Unidos, debido a sus intereses sería nuestro
aliado con sus buenas y malas, pero era su guerra. La Guerra Fría,
que entre rusos y gringos habían luchado desde la Segunda Guerra
Mundial, cuando un país se volvía comunista los Estados Unidos
ganaban un enemigo y perdían un probable aliado.
Yo creía firmemente que no había mejor lugar en el mundo para
los militares de profesión que el de luchar por la causa de los de
abajo y yo era de abajo. Sabía lo que harían los comunistas,
exterminar a sus opositores como lo hicieron en la Rusia de los
Zares, Vietnam, Polonia y todos los países que cayeron en su órbita
como Cuba. Al igual que en todas partes del mundo, en Nicaragua
muchos lucharían hasta morir antes que dejarse esclavizar por ellos.
Como un joven graduado a la cabeza de mi clase en la Academia
Militar, podría fácilmente haber establecido una vida nueva en el
exilio. En su lugar, sin embargo, pasé de Costa Rica a Panamá,
Guatemala y Honduras buscando una manera de luchar contra los
sandinistas. Como la mayoría de los guardias nacionales que se
unieron a FDN en ese entonces, mi motivación ideológica incluía una
mezcla de aspectos, profesionales y personales. Como casi todos los
guardias, yo era un anticomunista feroz. Al final de la guerra, estaría
orgullo al ver que Nicaragua estaba montada sobre los rieles de la
democracia. Con la derrota del comunismo en las elecciones de 1990
tras los tratados de Esquipulas y Sapoá, un nuevo gobierno
reemplazaría a los sandinistas.
Yo también conocía las historias de las montañas de Nicaragua que
dieron albergue al Gral. Sandino con sus tropas durante muchos
años. El día 22 de noviembre de 1981 me comprometo con el Cnel.
Gómez a participar en la lucha como un voluntario más, dispuesto a
aportar mi contribución al esfuerzo que comenzamos a realizar un
puñado pequeño de hombres que haríamos cambiar el destino de
Nicaragua. Muchos de ellos pagarían con su vida esa decisión, miles
quedarían lisiados y algunos sobreviviríamos la guerra y
conquistaríamos la paz. Nadie ganaría más que la satisfacción de ver
nuestra patria libre de ese terrible sistema Comunista, esclavista,
que al igual que el general Somoza, los Ortega Saavedra nos
llevarían a una sangrienta confrontación donde el mayor ganador y
perdedor serían los desheredados de fortuna, o sea, los de abajo.
Pero para mí ¿qué me preparaba el destino? ¿Qué papel podría
jugar Luisito, hijo de Toño Moreno, un humilde campesino del Barrio
de Los Payanes, El Crucero? Tal vez el de morir en el primer choque,
como mi mejor amigo el Subteniente Santiago Vargas, que murió en
junio 22, 1979 en una emboscada en Palo Alto, León al ser abatido
en el primer Jeep con sus tres alistados, acribillados por una lluvia
de balas en un convoy de diez vehículos que trataban de quitar
presión del Fortín de Acosaco —cuartel de la Guardia Nacional en la
ciudad de León— que estaba rodeado por los insurgentes, o el
sobrevivir, como miles que han ido a las devastadoras guerras
mundiales, solo el tiempo daría la repuesta.
LAS ÚLTIMAS HORAS EN LA GUARDIA NACIONAL
Mis acciones relevantes en la GN no fueron memorables, sin
embargo, las lecciones que me dio ese mes de servicio sí lo fueron.
La primera la recibí cuando cinco de nosotros, Buitrago, Sánchez,
Gato Rivera, Sosa y yo fuimos voluntarios al Batallón de Combate.
En la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), el Tte.
Vargas nos advirtió de «no seguir órdenes ciegamente»; después el
Capitán Muñoz nos seleccionó a los 5 de 23 cadetes de 1ª Clase
graduados con el grado de Subteniente, con uniformes verde olivo
de cadete. A cada uno se nos asignó 30 milicianos, o reservistas,
traídos desde Somoto y entrenados en el auditorio de la EEBI en una
hora, Por ser yo el más antiguo recibí el Comando de los 150
hombres y nos enviaron sobre la Avenida Roosevelt a tendernos en
emboscada… era el 17 de junio de 1979.
Recuerdo que a finales de junio de 1979 me envían, con mis 27
reservistas, al Centro Comercial Managua cerca de la Centro América
en donde encuentro al «Pofi» Argüello herido en un pie. Él me
platica cómo su grupo, los «Papas», había sido casi exterminado y
me describe la actitud de su comandante —otra historia. Después
me envían al área de la Pista Larreynaga, zona caliente, a relevar a
un teniente que había venido de cursar estudios en Colombia y había
sido enviado al Frente Sur donde después lo matarían. Allí, a mi
derecha estaba mi antiguo Pedro Gutiérrez y otros. Por radio nos
comunicamos cuando matan al Subteniente Víctor Salazar, y soy
enviado, con mis auxiliares, a relevar a los «Cascabeles» enfrente
del Puente El Edén. Recibo la orden de avanzar sobre el Puente El
Edén y tomo control del mismo. En uno de los túneles capturamos a
un muchacho con un balazo en una rodilla. Inmediatamente informo
a mi capitán que avanza desde la Pista Larreynaga en un tanque
Sherman. Al llegar a mi posición le entrego al prisionero al cual le
dice:
—Chavalo, chavalo… ¡chavalo hijuelgranp…! —y dirigiéndose al
sargento ordena— Llevate a este chavalo a la Cruz Roja. No pongás
informes y decí que salió herido en fuego cruzado.
Julio 17 de 1979, en la última semana estoy de patrulla en el área
de los barrios orientales. Nuestro comandante, Capitán Ursus,
desapareció con la huida de Somoza al igual que todos los oficiales
que conocemos. El Capitán Ursus desapareció del Puesto de
Comando ubicado en el cine de Ciudad Jardín. Allí estaba el
Subteniente Aguilar, un sargento me había advertido que
estuviéramos chiva porque algo estaba pasando y pasó el 17 de
julio, desapareció Ursus. Entonces yo me fui al Puesto de Comando
con Aguilar, todo estaba pasando a un ritmo demasiado rápido.
Fuimos juntos a la Fuerza Aérea Nicaragüense (FAN) y nos
encontramos con la multitud desorientada de guardias y familiares.
En esa confusión veo varias «chatas» (Dodge M37 B1) de las
móviles con ametralladoras calibre .50 abandonadas por los que
habían huido —años después vi en fotos al Capitán Sampson
ayudando a subir al Subteniente José Lanuza, mi promoción, que
había sido herido por una granada de FAL en ambas piernas. Ellos y
otros están secuestrando a punta de pistola un DC-6 entonces me
voy a quitar una de las cal .50 para montarla a mi Unimog que tiene
el afuste, pero aparece un soldado de la EEBI muy disgustado por
haber sido abandonado por sus oficiales y me apunta con su Galil.
Me mantengo sereno y le digo que esa calibre .50 está mejor con mi
unidad de 26 reservistas, entonces un soldado EEBI —a quién le
decían el Burro— asignado a mi unidad que sabía manejar la calibre
.50 interviene y lo reconoce, el soldado me maldice:
—¡Estos hp oficiales! —pero me deja llevarme la calibre .50.
A las 2.00 PM del 18 de julio cito a todos los oficiales, subtenientes
y sargentos con quienes había establecido comunicación por radio a
encontrarnos enfrente de la EEBI. Una vez reunidos decidimos
buscar a Justiniano. Llegamos 17 jefes de patrulla, entre ellos los
Subtenientes Landeros, Aguilar, Denis Pineda Cárcamo, mis promos
Sánchez, Sosa, Urbina e Illescas, no recuerdo a los otros, algunos
eran sargentos abandonados por sus comandantes. Entonces
buscamos a Justiniano, pero los puestos, como fieles soldados, no
dejan entrar ni salir a nadie. Entonces impongo mi autoridad y un
sargento nos abre el paso, en eso viene Justiniano de la gasolinera
del gobierno y en la entrada de la EEBI me le cuadro:
—Capitán, somos los jefes de patrullas que estamos afuera y
queremos instrucciones, los oficiales se desertaron.
Justiniano me dice —por primera vez hablaba con él:
—Hagan lo que quieran. La Guardia desapareció. Estamos
hablando con los sandinistas a ver si nos perdonan la vida. Van a
entrar al día siguiente y les daremos la ciudad.
Lo saludé —no muy contento— y le dije a los demás:
—Llenemos los vehículos y pasemos a llevarnos de la academia a
los cadetes que se quieran ir con nosotros al Norte para tratar de
salir de Managua que está casi cercada.
Según me habían comentado, los sandinistas estaban fuertes en
Masaya y El Crucero, también en León habían derrotado a las tropas
en La Paz Centro; a mí me contaron los cadetes en la Academia que
varios de mis compañeros, Carvajal y el «Chele» Icaza —este último
iba herido en un brazo— pasaron velozmente en ruta al aeropuerto
diciendo «esto está perdido».
Al llegar a la Academia Militar nos encontramos con el Cnel.
Manzano que nos convence que patrullemos por que el General
Mejía —que huyó esa noche— estaba negociando una salida
decorosa para la Guardia Nacional y si nos íbamos sería un desastre.
Así que, por todas esas palabras patria, honor y disciplina nos
comprometimos y nos pusimos todos de acuerdo en juntarnos el 19
por la mañana en la FAN y preparar una retirada hacia la frontera
hondureña. Intentaríamos evadir a un enemigo que, hasta ese
momento, había torturado y asesinado a todos los guardias
capturados. La hostilidad en esta Guerra Civil entre los guardias
nacionales y los sandinistas fue inhumana.
A mis compañeros oficiales jefes de patrullas que me habían
acompañado Subtenientes Sosa, Illescas, mi Neutral Landeros,
Aguilar, Denis Pineda y Urbina les pido me acompañen a despedirme
de mi familia —a la cual tal vez nunca más vería para evitar
represalias contra ellos— que estaban refugiados en la casa de mi
abuelita Chepita, en el barrio Altagracia. Llegamos y comienzo a
despedirme de mi madre que está muy angustiada, en eso aparece
mi padre y me agarra llorando —por primera vez veía llorar a Toño
Moreno— y me dice:
—¡Ay hijo! Gracias a Dios estás vivo. Ahí por el cine Managua están
quemando vivo a un guardia, yo no me quise acercar porque creía
que era a vos.
—Aquí estoy papa, no te preocupes, nada me va pasar.
Les digo que nos veremos pronto y sin decir más le digo a mis
promos «vámonos» y ellos me entienden. Hacemos un arranque
veloz, los siete camiones y tropas, a toda velocidad. Por radio les
digo:
—Vamos a rescatar al guardia.
—Acelerá todo lo que podás. Te seguimos.
Bajamos hacia el lado de El Arbolito y doblamos hacia el cine
Managua. Le digo al Burro:
—Preparate para que volés v…
Él carga la calibre .50 y comenzamos a ver la multitud de gente. Al
acercarnos noto que nadie dispara y que la multitud que está
asesinando al guardia está compuesta por mujeres, niños, personas
civiles y un enorme grupo de jóvenes. En ese momento le levanto el
cañón de la calibre .50 al Burro y las balas salen hacia arriba y le
ordeno:
—¡Alto al fuego!
Estamos entrando entre la multitud que se dispersa, corren como
locos, mis hombres acorralan a unos 40 jóvenes en un billar. Yo veo
a unos hombres de la Cruz Roja que levantan el cadáver del joven
guardia y logro distinguir —aunque solo parcialmente— su bota de
jungla… Dios… Dios… Dios, ¡qué acto más cruel! Me voy al billar y
agarro a uno que parece líder y le pregunto:
—¿Quién mató al guardia?
—Yo no sé —contesta desafiante.
Lo agarro y lo pongo contra una pared, Mientras me retiro, le
apunto con mi fusil M16, le disparo a una pulgada arriba de la
cabeza y le vuelvo a preguntar:
—¿Quién mato al guardia? Si no me contestás con un nombre, el
próximo tiro te lo pongo en la frente.
—Yo no sé —contesta igual de altanero— ya te dije.
Estoy en una encrucijada, no sé qué hacer… De repente aparece
Illescas llorando y me baja el fusil:
—Moreno, ¿qué vas a hacer? No le hagás nada a estos, el guardia
está muerto. Landeros hirió a tres muchachos que trataron de huir,
los guardias están enfurecidos golpeando a la gente. Para esto no
vale la pena matar a nadie más.
Me retengo para no perder el control y salgo corriendo ordenando
a toda la tropa abordar los camiones:
—¡Síganme!
Arranque y conduje hasta que me detuve frente a la Iglesia de
Santa Ana en donde nos reunimos por última vez. Luego nos fuimos
a nuestras base-patrullas para reunirnos en la FAN al día siguiente.
Managua, esa tarde alrededor de las 5:00 PM estoy con Aguilar,
casi 50 reservistas, 3 soldados EEBI y 4 cadetes: Caballero Cadete
(CC) Dino Sandoval, CC Sánchez, CC Mauricio Escorcia, alias el
Abusivo, y CC López —hijo del «Policía López»— y dos Unimog con
la calibre .50 que había conseguido en la FAN. Entonces llega un
colaborador de la Guardia Nacional a Cuidad Jardín y nos dice que
los sandinistas se están tomando la colonia Centro América y nos
suplica que tratemos de detenerlos. Le digo a Aguilar:
—Vamos.
—Vamos —asintió.
Al aproximarnos al área del Auto Cinema por la carretera a Masaya
nos lanzan varias bombas de contacto y se arma la «turqueadera».
Pero es imposible, habíamos combatido desde las 6:00 hasta las
9:00 PM logrando desalojarlos de tres barricadas, pero habían más,
nos disparaban de todos lados y decidimos retirarnos. Durante la
retirada —enfrente de donde hoy está ubicado El Quetzal— yo voy
manejando el primer Unimog y me asusto al ver de repente que
estaban comenzando a levantar una barricada, entonces le digo al
Burro:
—¡Aquí están!…
Una ráfaga destruye los vidrios delanteros del Unimog, salto del
camión y trato de disparar, pero un jodido me pega en la espalda y
comienzo a sentir lo caliente de mi sangre y mi desesperación. Al
tocarme me lleno de sangre la mano… le digo a Aguilar:
—Me pegaron.
Dos de los cadetes me ayudan a retirarme y Aguilar logra romper
la emboscada. Llegan unos guardias en dos carros de la Oficina de
Seguridad Nacional (OSN) y nos ayudan, le ofrecen a Aguilar
llevarme al Hospital Militar, pero Aguilar les contesta:
—No, yo lo llevo.
Aguilar me llevó al Hospital Militar, en la puerta estaba el Sgto.
Cuerpo Hospitalario (CH) Reyes a quién antes había visto
uniformado como sargento, pero ahora vestía con ropa de la Cruz
Roja. El Sgto. CH Reyes prestaría servicio como voluntario en la
Resistencia Nicaragüense. Eran las 10:00 PM y me dicen que solo
pueden recibirme sin equipo porque desde ese día el hospital
pertenece a la Cruz Roja Internacional para así proteger a los
miembros heridos de la GN. Aguilar me deja, pero antes promete
llegar a traerme en la mañana… nunca volvió. Aguilar y los cuatro
cadetes, con toda la patrulla cayeron, la mayoría en combate y los
que se rindieron fueron fusilados en Ciudad Darío por los sandinistas
«generoso en la victoria».
AEROPUERTO DE TONCONTÍN
Después de recibir mi pasaje de avión y 100 dólares del Sr. Pepe
Chemás, un empresario nicaragüense exiliado en Guatemala, hago
mi reservación para viajar a Honduras e integrarme a la lucha en la
recién formada FDN, dirigida por un Cnel. Bermúdez al que nunca
había visto, y otros de los cuales jamás había conocido en mi fugaz
carrera de militar en la fenecida GN. La llegada a Honduras no fue la
más cordial, muchos hondureños pagados por los sandinistas y
oficiales hondureños me harían recordar que ser guerrillero, aun en
un país democrático, no iba a ser fácil; al llegar fui detenido y se
preparaban para deportarme porque mi documento de viaje,
extendido por Costa Rica, país que me otorgo asilo, no era válido
para entrar a Honduras, en otras palabras, los GN no podíamos
llegar a Honduras porque algunos hondureños eran pro sandinistas.
Fui llevado a un cuarto y en un descuido de un agente de
migración que me vigilaba le hablé a un sargento de la Fuerza de
Seguridad Pública (FUSEP), le di un papelito con instrucciones que
había escrito en el avión por si algo pasaba y 10 dólares que el
sargento agarró y con guiño de ojo me dio a entender que estaba de
acuerdo. Una hora después apareció el Cnel. Lau a sacarme de la
cárcel, favor que devolvería años después al regresarle una pistola
nueve milímetros que para muchos le debí confiscar por haber
vendido información a los sandinistas para asesinar a mi Cmdt.
Aureliano. Pero yo agradezco siempre a quienes me ayudan. Lau me
explicó que la deportación lo hacían gente pagada por los
sandinistas y que el ejército de Honduras estaba dividido, unos a
favor y otros en contra de ayudar a la Contrarrevolución, pero que el
Gral. Álvarez Martínez, Comandante del Ejército de Honduras, era
compañero de Academia de nuestro jefe de estado mayor, Cnel.
Emilio Echeverri, Fierro - Jefe de Estado Mayor FDN, que estábamos
ganando adeptos y que la guerra iba a cualquier precio.
La realidad era que estábamos recibiendo un apoyo todavía escaso
de los Estados Unidos. Al llegar a la casa de seguridad del Estado
Mayor me encontré con unos 17 hombres. Para mi persona
totalmente desconocidos y en su mayoría, personajes criollos, muy
desconfiados. Los 10 soldados ex-GN fueron los que mejor me
trataron y demostraron afecto al saber de mi último grado. Los
buenos recuerdos que tenían de sus oficiales jóvenes, recién
graduados de la Academia Militar, que habían dejado un buen
recuerdo gracias a su nobleza, liderazgo y empeño puesto,
dirigiendo con ejemplo propio sus tropas en combates contra las
unidades guerrilleras sandinistas. Ahora alegres de jugar en papeles
invertidos nos tocaría a nosotros escoger el terreno de combate y
escoger las mejores condiciones a nuestro favor, para los que habían
peleado en la guerra anterior, sin importar en qué bando, ahora nos
tocaría enseñar a miles de nuevos combatientes la destreza y el
valor necesario para derrotar al enemigo ideológico, que batallaría
tan duro como la tradición nica de ser buenos combatientes dictara;
en los años que se nos avecinaban derramaríamos la sangre de
miles de jóvenes nicas en ambos bandos,, como mencionaría en su
el libro Adolfo Calero Orozco… «Sangre Santa de hombres del mismo
país».
Desde el principio mi introducción fue agresiva muchas veces con
mis compañeros oficiales de la GN que estaban en aquella casa. Casi
nadie sabía cómo hacer este tipo de guerra; yo tenía una idea clara
desde el principio, había estudiado a los sandinistas y fui testigo de
cómo tomaron control de mi barrio —San Judas— en frente de la
GN, usando un arma que nosotros usaríamos también para
conquistar nuestras Áreas de Operación, el terror contra nuestro
enemigo; algunos de mis compañeros como el viejo Renato (QEPD)
lo diría claro:
—Yo le dejé a mis hombres utilizar toda la fuerza necesaria para
enseñarle a los milicianos que nosotros no andábamos jugando a la
guerra.
Mis compañeros GN, como varios capitanes y tenientes de la GN,
tenían fama de ser buenos combatientes, pero jamás hicieron nada
fuera de lo común en FDN. Muchos famosos y valientes oficiales GN
no serían lo que fueron, pocos serían capaces de adaptarse a la
nueva forma de operar en esta guerra, pero muchos aportarían
mucha capacidad de organizar, de entrenar, de crear infraestructura
militar, organización, logística y comunicaciones, cosas básicas para
una guerra con armas modernas y de tecnología avanzada para los
centroamericanos.
EX-GUARDIAS NACIONALES
La primera guerra fue durante mis tres meses de servicio militar
como cadete de la Academia Militar de Nicaragua (AMN) y un mes
como Subteniente de la Guardia Nacional (GN). Mis experiencias de
guerra habían sido muy intensas, había sido herido en combate,
capturado por el despiadado enemigo sandinista y logrado salirme
un día antes de ser tomado prisionero en la Zona Franca gracias a la
ayuda de mi madre y una prima que trabajaba en la embajada de
España. Había visto el desplome de un gobierno, el triunfo de una
revolución. Todo esto, agregado al conocimiento académico
adquirido gracias a mi voraz apetito por conocimiento, había influido
en mi completa y absoluta decisión de no irme de Centro América
para ir trabajar como muchos otros de espalda mojada a Estados
Unidos. Para un joven exmilitar, entrenado para la guerra, ésta era
una oportunidad de hacer pagar caro a los sandinistas por haberme
afectado en lo personal, quitándome el derecho como ciudadano
nicaragüense de vivir o visitar mi tierra querida; el haber tomado el
poder en territorio firme de América y los años que vendrían, me
darían la razón.
«Nadie puede mandar a morir a nadie sino está dispuesto al último
sacrificio». Frases como la anterior fueron aprendidas de algunas de
las 127 biografías que leí en la Escuela Nacional de Comercio, de
una serie llamada Cadete Juvenil. Yo me sentía un veterano, había
logrado superar la crisis de terror y de pavor que le da al
combatiente novato al ser herido por primera vez y sentir lo caliente
de la sangre sobre la piel junto con la incertidumbre de no saber si
sobrevivirá, se tiene que preparar para morir sin perder el control
frente a sus subalternos. «Los Comandantes no lloran». La
Academia me había enseñado a ser un guerrero y me molestó
muchos cuando las unidades de GN se desbandaron. El deshonor de
sus oficiales huyendo me enseñó a no respetar a los hombres sin
palabra, el himno de la Academia decía «es mejor morir que
desertar». Mi patriotismo decía: mi país pago por mi preparación y
yo voy a regresar ese pago, si es necesario, con mi vida. Yo no creía
que derrotar a los sandinistas era imposible, ellos me habían
enseñado, con sus acciones de guerrilla, que era posible derrotar a
un ejército regular. Basaba también mis conjeturas en las ideas
maoístas de crear un ejército en las montañas que derrote al ejército
en las ciudades. La guerrilla era una táctica ancestral que yo vi usar
por los sandinistas en contra de los Guardias Nacionales y ahora la
usaríamos contra ellos.
En casa del Estado Mayor me presentaron al Cmdt. 380, me
impresionó verlo, era lo que yo siempre imaginé, un oficial perfecto,
un hombre de buena estatura, en sus cuarentas, cordial, de buenas
maneras y caballeroso, decidido, siempre dispuesto a dialogar e
intercambiar impresiones e ideas con una objetividad única, a éste
hombre yo llegaría a admirar y compartiría con él muchas decisiones
y situaciones en el futuro, pero en este momento éramos dos
desconocidos, sin confianza mutua. Era, para mí, un Coronel
malandrín, como los que nos mandaron como carne de cañón en la
Guardia Nacional, talvez igual a los que se desbandaron y
abandonaron sus tropas, dejándolas al mando de subtenientes y
sargentos para que les cubriéramos su retirada, aunque esto nos
costara la vida, la cual, según ellos, no era tan importante como las
suyas.
Yo era un exsubteniente, ellos hablaban mucho y yo pensaba que
talvez se correrían como otros lo harían. Estos y otros argumentos
los menciono tratando de esbozar un poco lo difícil que sería juntar a
un puñado de hombres bajo una sola bandera, o ideal, y hacerlos
una fuerza de combate, una unidad perfecta, como debe ser una
tropa de combate pequeña o grande, deben ser obedientes, no
deliberantes y estar dispuestos a respetar a sus superiores. De este
grupo, primero debo recordar a un médico, mi amigo querido el
Doctor y Cmdt. Aureliano. Aureliano era un médico y excadete de la
AMN que deseaba igual que todos dar a nuestro país un sistema
democrático y que se entregó al igual que muchos en esa larga
lucha, que para los nicaragüenses fue enorme, debido al número de
bajas y a lo moderno del armamento que se usaría.
Otro digno de mencionar era un medio vago y exburgués que se
llamaba León Girón que, al igual que todos los nicaragüenses,
andaba buscando culpables por la situación de Nicaragua. Yo era
unos de los pocos que al igual que mi Cmdt. Bermúdez pensábamos
que era el tiempo de hacer y no criticar. La aportación más grande
en todo aspecto la harían los miles de campesinos, pero como
grupo, la GN con alrededor de 427 miembros —de los 6,000
Guardias Nacionales de Nicaragua— y unos 44 oficiales —de los casi
1,200 oficiales que tuvo la GN— serían los encargados de entrenar y
liderar a los miles de campesinos. Al final, más de 367 morirían y de
los pocos sobrevivientes, la mayoría quedaría con problemas físicos
permanentes y múltiples heridas.
Al arribar a la organización antisandinista más exitosa militarmente
en el futuro cercano a la guerra civil de Nicaragua, los que
integraban FDN el 3 de marzo de 1982 eran 241 hombres. Estaba
estructurada en cinco Bases Operacionales abastecidas por los 17
oficiales argentinos que administraban dinero norteamericano. Uno
de los más cercanos a nosotros, los combatientes, sería un agrio
Coronel Villegas que, al igual que todos ellos, nos miraban como
gente de segunda y cada vez que hablaban era para darnos una
estúpida lección sacada de un manual militar hecho con poca
capacidad táctica-militar, eso sí, en lo que se refiere a preparación
técnica, ellos eran expertos en explosivos. Un pequeño ejemplo, el
Cnel. Villegas decía:
—Miren muchachos, ustedes deben de ser inteligentes para usar la
munición, con seis tiros ustedes pueden acabar con una compañía
sandinista. Se ponen seis hombres junto a un barranco, esperan un
convoy del ejército y les disparan a los seis choferes de los
camiones. Los camiones se van al guindo y ustedes, ¿qué tienen?
Una compañía muerta.
Yo, que tenía experiencia en combate y que había visto como se
lucha en un combate a muerte, me ponía a reír. Esto no es película
—me decía. Contra todas estas dificultades nos enfrentaríamos en
los próximos años. Lo primero que me preguntaba era, ¿cómo
conseguiríamos más voluntarios? El tiempo contestaría mi pregunta.
Los primeros días los pase en la casa de Estado Mayor haciendo
funciones de guardia interior como Oficial del Día.
Alternando con Aureliano y el pelón Girón, que jodía, y la tenía
contra los oficiales de la GN —por ende, contra mí— me puso a lavar
inodoros y a lampacear; cosas que vi como tontas y este era uno los
buenos con relación a los que iría encontrando en mi camino hacia la
formación de la organización que sería una verdadera fuerza de
combate. Visité las bases en misiones de Inteligencia y Logística y
me encontré en la Pino I con su comandante, el Cmdt. Suicida,
quien siempre se portó muy bien conmigo. Este exsargento de la GN
pronto llegaría a saborear las «glorias» de la propaganda y sufriría
un castigo cruel de acuerdo a las cosas que el futuro permitiría y él
cometería contra la población civil y contra aquellos comandantes
que no habían sido miembros de la GN. En nuestra lucha, él sería el
prototipo de lo desenfrenado que puede llegar a ser un humano, sin
preparación, cuando se le da el comando de una unidad armada y
bien abastecida para combatir una causa justa —como creíamos los
que sabíamos lo que era el Comunismo.
El Suicida compartió sus recuerdos del tiempo de la guerra contra
las guerrillas sandinistas, cuando diezmaron a su grupo de combate
casi en un 85%, el grupo Los Cascabeles —a quienes relevé con mi
pelotón de mal entrenados reservistas para que descansaran antes
de ser enviados al Frente Sur, a pelear contra las tropas de Pastora.
Uno de sus últimos comandantes, el Subteniente Víctor Salazar,
murió valientemente en combate en el Puente El Edén, Managua.
Ahora en esta nueva guerra, el Suicida tenia años de vivir haciendo
incursiones en Nicaragua, muchos decían que eran «operaciones
cacho» —robo de ganado— disfrazada de lucha antisandinista, pero
una cosa que se podía decir era «que en esta guerra estaba
bienvenido todos los buenos y también los malos» porque la muerte
era cosa segura para muchos de nosotros los combatientes de
primera línea, en una guerra civil encarnizada que comenzaba a
gestarse. Los sandinistas no eran torpes y estaban apoyados por una
potencia mundial deseosa de dominar al mundo y nosotros, a esta
altura, teníamos como aliados seguros a nuestro Señor Jesús, a las
oraciones de nuestras madres y al General Álvarez de las Fuerzas
Armadas de Honduras, éste último era un hombre claro de visión,
los sandinistas eran un peligro para él y para su país. Sin olvidar a
los argentinos, que estaban administrando el poco dinero americano
—17 millones de dólares en 500 hombres— cuyo plan consistía en
asustar a los sandinistas para que dejaran de enviar pertrechos a la
guerrilla en El Salvador, país que ardía en una guerra civil con ideas
comunistas como las de sus «compas» de Nicaragua —una locura
gestada en la mente de un burócrata gringo en Washington.
Cosa estúpida, ¿quién, por sueldo, se pondría a luchar y exponer
su vida para hacer realidad los sueños trasnochados de un burócrata
de Washington? Por lo menos eso pensaba yo y el tiempo me daría
la razón. Los otros Comandantes de Base eran más militarizados,
mandando a pelear en pequeñas incursiones cercanas a la frontera a
las unidades de comandos compuestas por ex Guardias Nacionales y
campesinos molestos por las arbitrariedades de los «nuevos amos»
de Nicaragua, los piricuacos. No se necesitaba valor para eso y
después se verían los cambios.
En el mes de marzo comenzamos a hablar sobre las armas y el
equipo necesario para la guerra, todos acordamos solicitar a los
aliados el mejor rifle para este tipo de guerra, el FN FAL, por su
potencia y por el efecto desmoralizador que producía en el hombre
bajo su fuego —todos habíamos oído disparar ese poderoso fusil y
estábamos de acuerdo. La organización que se utilizaría sería la
Fuerza de Tarea. Esta sería un pequeño batallón de cuatro Grupos.
Cada Grupo tendría tres Destacamentos. Cada Destacamento estaría
formado por dos Equipos provistos de un mortero de 60mm, una
ametralladora M60 cada equipo, un lanzagranadas M79 y un
francotirador por Destacamento. Esta organización se debía a un
brillante ex-Capitán. de la GN, Segundo Jefe de la EEBI, Justiniano
Pérez, que la obtuvo del manual táctico de las Fuerzas de Defensa
de Israel. Según todos los presentes —que analizábamos el libro «El
Legionario», una copia de organización táctica israelí— Fellonis,
Sargento Bravo Benito, Mayor Hernández la Mota, Capitán Gato
Rivera, Subteniente Atila, Cnel. Echeverri, el Cmdt. 380 y yo. Con el
tiempo iba descubriendo que todo en el mundo ya está hecho, es
difícil crear algo nuevo, lo único que falta es aplicar conceptos y
ponerlos en práctica, pero he ahí el problema. Hay gente que recibió
todo el respaldo económico y no paso de nada, como el caso del
Frente Sur de Pastora, jamás pudo organizar una fuerza combativa
de envergadura que hiciera daño a los sandinistas, era su
incapacidad o su deseo.
LA FDN
La Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN) contaría con una
ventaja, un santuario como Honduras y su ejército. Pero lo más
importante, un líder como Enrique Bermúdez, siempre dispuesto a
escuchar, rodeándose de personas capaces y de buenos asesores, y
de delegar responsabilidades en todos para crear una organización
seria, la garantía de nuestro éxito. Su característica principal era su
liderazgo.
Los primeros meses los pase en servicio de guardia interior,
después jefe de una casa de seguridad en la Torocagua, un pequeño
barrio pobre de Tegucigalpa, Honduras, donde recibía dinero para
dar alimento a los comandos que se hospedaban allí. Algunos de
ellos eran misquitos, cuyo jefe era Steadman Fagoth. Todos creíamos
que serían un posible semillero para crear un ejército
contrarrevolucionario enorme, pero nos equivocamos, los misquitos
no eran buenos para seguir órdenes como los del Pacifico, para
comenzar no hablaban bien español y su cultura no se adapta a
seguir patrones de conducta, por esa razón los sandinistas los
intentaban «reeducar» y destruir, pero gracias a esa rebeldía del
momento, muchos decían que le habían abierto los ojos al
Presidente Reagan en contra de los sandinistas.
Para nosotros, militares que habíamos pasado escuela, eran un
montón de gente inservibles para tropas, con el tiempo Fagoth
consiguió unos oficiales ex-GN, entre ellos Tino Pérez, y logró
hacerlos pelear bajo la organización MISURASATA. Pero en abril de
1982 los campamentos de refugiados misquitos tenían 25,000
personas y 5,000 eran jóvenes capaces de ser voluntarios para
guerrear, nosotros con cinco bases apenas éramos 243. Eso no nos
importaba, avanzaremos —como decíamos— y cada acción nos
acercara a la derrota sandinista. Nosotros estábamos claros, las
guerrillas no derrotan a los ejércitos, pero crea las condiciones para
un cambio de gobierno.
LA LODOSA
En mayo soy enviado junto con el Fellonis, el 42, 03, Mack y Atila
en una camioneta llena de equipo militar —10 fusiles Mini-14— para
formar la Base Nicarao en la zona de La Lodosa, en el departamento
de El Paraíso, Honduras. Pregunté a Fellonis, cómo íbamos a
conseguir hombres y me contestó que ya tenía unos contactos y que
los están reclutando. Después con el tiempo me di cuenta que en las
ciudades fronterizas con Honduras había una serie enorme de
nicaragüenses resentidos, por diferentes razones, con el régimen
sandino-comunista y sus «pequeños» errores.
Los comunistas nicaragüenses no tenían ni idea de la enorme
cantidad de gente que había sido mal tratada ni les importaba, ellos
sabían que su sistema policivo era casi perfecto para controlar y
manipular a los nicaragüenses que, como mansas palomas, se
trataban de ajustar a una situación totalmente desconocida en este
hemisferio. Poco a poco comenzaron a llegar los nuevos voluntarios,
en su mayoría eran hijos de campesinos que estaban siendo
afectados por las arbitrariedades del nuevo gobierno, se sentían tan
ofendidos que preferían luchar o morir, pero no ser esclavos de ese
sistema. Tres días después de haber abierto la base, un colaborador,
el Turco Abub, nos llevó 10 jóvenes de la ciudad de El Paraíso, todos
alegres y dispuestos a luchar contra los sandinistas, casi todos
morirían en los próximos años. Entre ellos recuerdo a un joven
blanco colorado, al que le decíamos Tomate a la Bibiana, era un ex-
GN que llegaría a ser jefe de una Compañía y moriría en 1984 cerca
de Ocotal. En un mes teníamos 117 hombres, el presupuesto de
comida era solo para 60 hombres.
La Lodosa seria famosa durante todo el resto de la guerra, sería
uno de los puntos de incursión de mayor rapidez para adentrarse a
los departamentos del centro del país como Estelí, Madriz y Nueva
Segovia. Yo me sentí muy contento al ver que no era tan difícil
reclutar voluntarios para la lucha, miles serian después los hombres
que se unirían. Después de llegar y empezar la tarea de construir
una base militar en una hacienda cafetalera, propiedad de un
diputado hondureño que no creía en un arreglo pacífico con los
Comandantes de Nicaragua. Después de construir la pista de
obstáculos y el área de entrenamiento para los comandos que
reunimos, comenzamos la organización a la usanza militar, una Plana
Mayor de Base y las diferentes labores militares.
Fellonis era el comandante, Mack era el Segundo, 42 estaba a
cargo de S-1 —Personal, 03 y yo estábamos encargados de S-2 —
Inteligencia, Leo (ex-Sargento GN) se encargaba de S-3 —
Operaciones, Nelson de S-4 —Logística, y Atila de S-5 —Operaciones
Sicológicas. Inmediatamente comienzo a incursionar en el
departamento de Nueva Segovia en marchas nocturnas y comienzo
mi trabajo de ubicar los puestos de las Tropas Guarda Frontera
(TGF) y observar por días y días a nuestros futuros blancos. Los
movimientos de las patrullas de los puestos de El Ural, Las Camelias,
La Explosión y los pueblos de San Fernando, Santa Clara, Ciudad
Antigua, Las Jumuycas y toda la zona aledaña. Comencé a darme
cuenta que los sandinistas no eran invulnerables y que la gente les
odiaba tanto que mis incursiones no eran del conocimiento de ellos.
No había variación ni refuerzos en los puestos. El eslogan de «no
pasarán» que emanaba de la Radio Sandino, no era más que otra
mentira que los muy mentirosos se la creían ellos mismo.
EXPLORANDO LA ZONA FRONTERIZA
Mi trabajo de exploración fue arduo y constante, yo estaba
empeñado en aprovechar estos primeros días —que podía
incursionar sin mucho problema— para conocer muy bien las zonas
de nuestras futuras operaciones militares. Porque yo sabía que
cuando comenzáramos a operar en Guerra de Guerrillas las cosas no
serían tan suaves, aunque incursionar con cinco hombres nunca era
suave, las caminatas eran largas y la seguridad de avanzar en
territorio que uno no conoce hacía las cosas un poco tediosas, pero
ahora ponía en práctica los conocimientos adquiridos en los cursos
de contrainsurgencia de la Academia Militar. Para muchos que fueron
militares, no importa en qué tipo de doctrina, la milicia es igual en
sus conceptos básicos «atacar y destruir al enemigo mediante el
fuego, maniobra, y combate cuerpo a cuerpo». Tanto la doctrina
soviética como la occidental enseñaban a cumplir la misión, destruir
al enemigo, y eso yo lo vería en los años siguientes.
Los primeros roces con los campesinos fueron de manera fortuita,
algunas veces mi introducción fue no declarar qué hacíamos, era el
comienzo de unas relaciones que se estrecharían con el transcurso
del tiempo. Comencé por saber exactamente quién vivía en cada uno
de los caseríos y averiguar hasta los más pequeños detalles para
saber su confiabilidad. De los poblados hondureños, donde vivían
muchos nicaragüenses de estas zonas fronterizas, conseguía
información sobre quién era quién en cada pueblo. Visité San
Fernando en una incursión y hablé con varias personas, me di
cuenta que el patrullaje militar era en la propia frontera y que San
Fernando, a tan sólo 17 km, únicamente tenía 3 hombres que
trabajaban para la Seguridad del Estado y que estaban mal armados,
tenían sub-ametralladoras M3, del tiempo de la GN. San Fernando
jugaría un papel en este comienzo, cienes de muchachos jóvenes se
unirían a nuestras fuerzas, muchos de nuestros comandantes y
comandos tendrían el apellido Ortez. Debido a sus características
físicas, estos pobladores de la Segovia parecerían ser gringos.
Todos estos detalles los escucharían los del EM por vía de Mack,
quien ahora comandaba la Nicarao porque Fellonis fue relevado o
cambiado. Mack era un ex sargento mayor de la EEBI con mucha
capacidad de impartir instrucción militar pero no lo suficientemente
joven, ni arriesgado, para pelear una guerra tan dinámica como sería
esta. Mack, después que me pedía el informe sobre lo que había
hecho después de cada incursión, se lo llevaba al Estado Mayor,
luego me llamaban a mí porque al Cmdt. Bermúdez le gustaba oír
todo de primera mano, recuerdo cómo se quedaba callado
escuchando los más mínimos detalles de cada operación y después
me hacía preguntas sobre futuros blancos y la formas de
conseguirlos. Mi relación con Mack fue muy buena, de respeto y de
mucha confianza, él había sido el Sargento Mayor en la EEBI y yo
había estado de servicio y entrenamiento en la EEBI por casi 4
meses.
En la Base Nicarao se entrenaban los primeros 117 hombres, que
eran una mezcla de 21 ex-GN, 44 ex guerrilleros sandinistas y 7 ex
sargentos y suboficiales del EPS, los demás eran campesinos, cada
uno con su propia motivación para odiar y pelear contra los
sandinistas. Recuerdo que uno de ellos odiaba a los cubanos
comunistas porque su mujer lo traicionó con un profesor cubano.
La guerra organizada había comenzado la primera acción había
sido la voladura del puente del Guasaule y el daño parcial al puente
de Ocotal el día 14 de marzo de 1982, todas las bases habían sido
ordenadas a comenzar a operar en sus zonas fronterizas asignadas.
Los primeros objetivos militares fueron los cuarteles de las Tropas
Guarda Frontera del Ministerio del Interior (TGF del MINT) entre los
ataques principales estaban el de los cuarteles de Zacatera, Zacatón,
las Pampas, cerro la Yegua, San Francisco del Norte, y otros que no
recuerdo. Los Comandantes Suicida, Richard, L-26, El Fifí y Mack de
las Bases Pino I, Ariel, Cebra, Sagitario y Nicarao cumplieron la
orden de generalizar su hostigamiento y la destrucción de blancos de
oportunidad. Se podía oír en las radios emisoras de los sandinistas
hablar sobre la «invasión imperialista» y la «condena» a los
supuestos «ataques a la población civil» vestida de verde y
«chocolita» con sus utensilios de trabajo, fusiles AK-47 y Vz 52.
EL TIGRILLO
Dentro del grupo que entrenábamos en la Nicarao estaba el grupo
del Tigrillo, un campesino astuto que se había levantado en armas
hacía más de un año y que decía que podíamos levantar un ejército
de campesinos porque todos los campesinos del Norte esperaban
ayuda del exterior para deshacerse de los terribles ladrones
sandinistas. Yo creí en el Tigrillo porque era normal que los
campesinos, hombres libres, no estuvieran de acuerdo con un
sistema que esclaviza pero que daba mejores y más fáciles
resultados en las ciudades, porque el hombre de la ciudad es más
dominable que el del campo. Ya había ocurrido antes como en el
Escambray, Cuba, y en otras partes del mundo. En el caso de
Escambray los militares comunistas cubanos habían utilizado
técnicas de combate y contrainsurgencia de manera salvaje y cruel
como se utilizó en los años 1981 y 1982 por las tropas sandinistas
de Lucha Contra Bandas Somocistas (LCBS) asesoradas por un
general cubano que participó en El Escambray. La ayuda militar
cubana llegó a estar compuesta por más de 3,000 asesores militares
que incluso dirigían las tropas del EPS en el teatro de guerra. Gracias
a ésta represión el número de Contras aumentó exponencialmente
de 241 —a finales de 1981— a 8,000 —a finales de 1,983. Según el
libro de Roger Miranda Bengoechea, el Análisis de Inteligencia del
EPS de mediados de 1983 reconoció el gran error táctico de las LCBS
de haber aislado a la población civil del EPS con semejante maltrato
y represión, convirtiendo al EPS en un gigante loco y ciego tirando
golpes al aire sin acertar ninguno de importancia.
Sin embargo, dudaba de la capacidad para combatir del Tigrillo, yo
venía de una guerra, como soldado enfrentando guerrillas, y sabía
cómo se siente un hombre bajo fuego y lo terrible que es controlar
las tropas en combate. Yo había estudiado milicia y, con mi
experiencia, estaba seguro de manejar una compañía, o sea unos
150 hombres, pero con comunicación, armas de apoyo y personal
médico y logístico, como es normal en un ejército. Recordaba la
frase de Napoleón «las masas no ganan guerras» y no me tragaba el
cuento sandinista de que el pueblo derrotó a la GN. A la GN la
derrotaron los millones de dólares de Carlos Andrés Pérez y de Omar
Torrijos, el FMLN con sus préstamos de más de 15 millones de
dólares y las armas provenientes de Cuba y de la Unión Soviética,
con los 56 aviones —según el primer jefe de la Fuerza Aérea
Sandinista (FAS)— y con las tropas élites prestadas por la Guardia
Nacional de Panamá, quienes eran los que operaban las piezas de
artillería en el Frente Sur. Todo eso, más el bloqueo de armas y
político impuesto por el poco entendido en asuntos internacionales
Presidente de EE.UU. Jimmy Carter, quien no sabía mucho de
historia, nos condenó a una segunda guerra civil inevitable. El
Tigrillo hablaba mucho, y el que mucho habla mucho se equivoca.
Además, con un machete y un rifle nadie iba a saber cómo manejar
una situación militar tan compleja con las técnicas modernas, el
tiempo me iba a dar la razón.
Después de 45 días de entrenamiento nuestra meta era comenzar
a operar igual que las otras bases. Todos estábamos recibiendo
equipo para 120 hombres, dos Grupos de nuestra organización
táctica, con todos sus equipos que incluía dos radios PRC-25. La
Nicarao iba a proporcionar todo el equipo necesario para que el
Tigrillo regresara a la montaña e hiciera una incursión de
reclutamiento y combate al interior del país. Yo le comenté a Mack
que era mucho riesgo poner al frente de esa misión a alguien que ni
siquiera podía ubicar donde estaba Managua en un mapa, porque
simplemente Encarnación Valdivia no sabía leer. Sugerí que uno de
los cinco miembros de la Plana de la base debería de ir en la misión.
El día 23 de junio escuché por primera vez un helicóptero de los
Verdes —ejército de Honduras— aproximándose. Yo, al igual que
todos, estamos extasiados al ver venir nuestro Cmdt. 380, el Cnel.
Villegas, Mike «el gringo» y otros, venían a la graduación del Primer
Contingente Militar de la nueva Base Nicarao. Cuando me acerco al
helipuerto se acercan a mí felicitándome, entonces pregunto:
—¿Por qué?
—Por tu decisión de comandar el Primer Grupo de Combate de
Largo Alcance.
—¡Hey! Ustedes tienen un error, si usted me ordena yo voy, pero
yo solo sugerí que alguien mejor preparado debería ir.
—No hay problema todos estamos de acuerdo con eso, prepárate,
ya le dije a Mack que te de todo el apoyo y también a los ex-GN que
tengan ganas de ir para que te sientas seguro.
Yo había trabajado duro en mis tiempos de clases con todos los
miembros de este contingente, algunos de los Jefes de Escuadra
como Tiro al Blanco, Jaguar Kilambé, Dimas Tigrillo, Alacrán, el ex-
Sargento Beltrán habían participado en una incursión de compra y
traslado de tres vacas en Nicaragua para mejoramiento de la comida
de la tropa y aprendí que eran nobles y buenas personas, sin malicia
ni resentimientos. Dispuestos a llevar adelante el reto que teníamos
de frente. Para no molestar a nadie me pusieron un nombre político
«Coordinador del Grupo» o sea Comandante del Grupo con un
nombre diferente, como todo en esta guerra seria con nombres y
cosas sensibles para no molestar a nadie. Era la práctica militar
férrea que necesita una organización político militar como ésta que
estábamos creando. Aquí viene «la guerra es la política por otros
medios» según Carl Von Clausewitz. Los amigos de Nicaragua están
cansados de su historia llena de caudillos, en la FDN no se quería
crear caudillos ni Generales ni Comandantes Supremos, como era la
tendencia humana típica de los nicaragüenses, a esta enfermedad
padecida por nuestra gente en armas le llamamos «comandantitis»
aguda.
COMANDANTE
Me dice Mack:
—Vas a ser el Comandante Miki.
Como todo el militar entrenado para comandar a mí me gustaba el
mando, pero era realista, iba a mandar a matar y morir gente.
Nunca me llegaría a gustar, a diferencia de algunos de nosotros y de
los sandinistas, que parecían chacales que asesinaban a cualquier
persona sin el más mínimo remordimiento. Por mi parte yo trataría
de hacer mínimo uso de mi poder de decisión de vida o muerte que
venía con el cargo y jugaba un papel en la toma decisiones del
Comandante Guerrillero. Las leyes militares y el Código de
Enjuiciamiento Militar (CEM) que aprendí en mi Alma Mater serían
las bases jurídicas de mis decisiones futuras. Inmediatamente mi
posición cambia de un seguidor de instrucciones a un comandante
de una patrulla de 59 hombres 14 ex-GN, entre ellos el que llegaría
a ser unos de los mejores combatientes de esta guerra el Cmdt.
Ramiro —cuya muerte fue trágica, al final de la guerra, en la
desmovilización. Según muchos seria eliminado por Franklin para
poder desmovilizar al Ejercito de la Resistencia y ganar los favores
de Humberto Ortega, 44 Tigrillos exsandinistas y campesinos. Entre
los sandinistas sobresalía el ex-Sargento Primero del EPS el Duende.
La mayoría eran jóvenes campesinos.
Yo también era joven, con 23 años de edad y un fuerte carácter
adquirido en peleas callejeras del barrio San Judas, donde si no te
dabas a respetar y te defendías como hombre, sin asco, listo a
patearle el trasero a quien se te pusiera en medio, me hubieran
hecho la vida imposible; yo sobreviví bien. Luego una vida militar
entre mis compañeros de la Academia donde aprendí a ser el líder
de mi clase por haber obtenido siempre mejores calificaciones que
los otros de mi clase. Siempre impuse respeto a mis compañeros,
algunas veces como superior o físicamente, todo dependía de la
situación. Luisito, como me llamaban mis familiares, había aprendido
Karate Coreano Taekwondo, nunca perdí un Kumite o combate
cuerpo a cuerpo en las competencias intercolegiales y con los
universitarios de la UNAM, que usaban cintas blancas o amarrillas,
pero peleaban como cintas negras mientras nosotros usábamos
legalmente nuestras cintas sin esa malicia típica nicaragüense.
Inmediatamente me hago cargo de la preparación logística de cada
hombre, le pregunté a Bermúdez sobre quién me proveería
medicinas y OPR —dinero a la usanza de los GN:
—No te preocupés, Mack se hará cargo.
2. MI PRIMERA MISIÓN
Mi primera misión tenía el objetivo de explorar la capacidad de los
sandinistas. Para enfrentar una operación de este tipo y el cambio
radical a la fase de guerra de incursión que se iba a gestar con el
concepto de que no entrar a lo profundo y aprender cómo mantener
nuestra presencia en el interior del país, nuestro movimiento estaría
relegado a una situación de futuro incierto, dependiendo del
santuario en el territorio hondureño y sin ninguna capacidad de
poder tener siquiera la posibilidad de ganar credibilidad en el
exterior e interior del país. Basado en todos estos hechos, hablando
con todos los que comenzamos a gestar este movimiento militar, con
todas las limitaciones de una guerrilla que es su poco
abastecimiento, pero dispuesto a probar si era verdad que el pueblo
campesino apoyaría de manera abierta a un levantamiento en
armas, una guerra civil que estremecería de violencia nuestras
montañas y que luego llorarían a miles de sus hijos que caerían por
el deseo de una Nicaragua democrática libre de marxismo
sandinismo.
Yo tenía que estar claro de un probable fracaso, era una
probabilidad muy alta. Había visto a los sandinistas derrotados y
exterminados por la GN en Pancasán en 1967 y recuerdo su
infructuosa penetración a Nueva Guinea 1977, que terminó con la
muerte en combate de unos 157 hombres y volvería a verlo en el
exterminio de los Cinchoneros en 1983, en Honduras, a una
incursión del Dr. Mata y sus hombres, 109 o más muertos y
exterminados por las tropas especiales del ejército de Honduras y el
apoyo de varias unidades de FDN que descubrieron su punto de
infiltración y comenzaron su persecución hasta llevarlos a Piedras
Azules, río Patuca, al cerco militar de los «Verdes». Pero
históricamente yo iba hacia el santuario del Gral. Sandino y sus
tropas en su loca guerra que todavía no logro entender pero que
dejó una historia marcada con sangre en Nicaragua. Yo iba a
comenzar una historia que marcaría con la sangre de cientos de
muchachos y parte de la mía también en 2,820 días de lucha que se
avecinaban y que como todos creímos necesaria, pero con el
corazón puesto en Dios y mi patria iríamos hasta lograr los deseos
de nuestro pueblo o de la mayoría de él, peleando una guerra dentro
de la Guerra Fría, URSS contra US.
La URSS invertiría en la Nicaragua Revolucionaria 3.5 mil millones
de dólares contra los Estados Unidos, que nos darían 300 millones
de dólares que se usarían para comprar los medios para efectuar y
vivir los momentos de historia que nos esperaban con mil
limitaciones, por supuesto, había veces que nos hacían dudar y
pensar quien era mejor aliado, los rusos o estos gringos. Ahora,
regresando a los hechos, la alegría entre todos los que íbamos a
participar fue grande, al saber que yo iba, todos los 117 hombres se
ofrecieron como voluntarios, pero Mack me dijo que necesitaba
operar su base, así que me dejaba 14 ex-GN, que los escogiera. Yo
pedí voluntarios, pero al ser demasiados, escogí los más claves: dos
Jefes de Equipo, Ramiro —quien llegaría a ser unos de los
Comandantes de Fuerza de Tarea del Comando Regional Jorge
Salazar y moriría al final de la guerra— y el Sargento Beltrán. Los 44
Tigrillos eran unánimes y parte integral del grupo porque, según
ellos…
—Conocían el terreno como la palma de su mano, tenían
controlada y organizada toda la montaña para una lucha
antisandinista —palabras un poco exageradas, pero así decían.
AMENAZA
Un voluntario no deseado por mí era hasta ese momento mi
ayudante el Sargento ex-GN Luis Araica, alias Amenaza, yo había
conocido a su esposa, ella vivía en El Paraíso con sus dos niñas —yo
no quería junto a mí hombres con familia, pero él me dijo que él iba
donde yo fuera. La salida se planificó para el 27 de junio de 1982,
Amenaza me pidió permiso para visitar y despedirse de su familia el
22 de junio a lo cual accedí. Debido a una enorme lluvia que corto
parte del camino a 5 kilómetros antes de llegar a la base, Mack y yo
decidimos movilizarnos de inmediato. Comenzamos los preparativos
y el 25 de junio estamos abordando los camiones prestados por don
Higinio, un nicaragüense de Wiwilí y por otro señor de Nicaragua de
apellido Gurdián, dos camiones y la camioneta de la base Nicarao. El
grupo avanzó a pie los cinco kilómetros hasta llegar a los camiones.
Estamos abordando los camiones cuando de una camioneta civil de
recorrido rural apareció Amenaza y me dice:
—Jefe, casi me deja.
—Hombre, pues te vas tener que quedar porque no trajimos tu
equipo.
Pero Mack replica:
—Lo sabía, siempre hay un gallina que olvida algo. Aquí en la
camioneta ando uno extra.
—Bueno, aquí está, —le dije— vamos de viaje.
La primera guerra me había enseñado una dura lección, había
aprendido a sobrellevar las bajas, en ella perdí a mis mejores
amigos, tanto de la Academia como los de mi barrio, unos muertos
por los sandinistas y otros por la GN.
MACK
Ahora, ¿qué me esperaba? Pronto lo sabría. Mack organiza todo
hasta ponerme en La Fortuna. Después de casi 10 horas por
aquellos caminos, llenos de atascaderos y problemas, llegamos al
destino final, donde terminaba la carretera de tercera y comenzaba
la trocha de verano de la zona de El Paraíso, Honduras, que al igual
que Nueva Segovia, Nicaragua, eran áreas abiertas sin mucha
vegetación y llenas de pinares sobre enormes elevaciones, era parte
de la Cordillera de Dipilto y Jalapa. Luego, el panorama cambia y
comienza la densa montaña, con su clima lluvioso casi 11 meses al
año y su densa vegetación, que después admiraría y veneraría por
las ventajas que ofrecía a una fuerza irregular pequeña luchando
contra uno máquina militar dotada de un abastecimiento inagotable
de municiones de todo tipo y que no escatimaba en usar contra sus
detractores. Al llegar Mack me dice:
—Oye Miki de aquí en adelante vos la andás, yo te deseo suerte y
estamos al habla.
—Oye, un momento —le digo— ¿dónde están la medicina, el
dinero para comer y las raciones frías para la marcha?
—No te preocupés Miki, el Tigrillo dice que no se necesita nada
porque hasta barriga te va hacer falta para comer, las medicinas las
vamos a comprar, unas aspirinas en una venta, unas libritas de
queso y te voy a dar 5,000.00 córdobas para que te comprés unas
gallinas y te alimentés bien porque, tú vas de exploración Miki.
Mi semblante cambió para Mack:
—Me parece que esto no está bien, mi viejo amigo, esta es una
unidad de combate y no nos están esperando para hacernos una
fiesta.
—No seas tan preocupado Miki, nos vemos —y se fue en la
camioneta.
Llamé a reunión a los Jefes de Equipo y comencé a organizar mi
unidad. La organicé en 5 pequeños destacamentos bajo los mandos
de Franklin —Israel Galeano, Jaguar Kilambé, Dimas Tigrillo, Tiro al
Blanco y del Sargento Beltrán. El Sargento Beltrán era un buen
hombre, de unos cincuenta años, respetuoso, muy profesional,
animoso y valiente, mi mano derecha a partir de ese momento hasta
su muerte, mis respetos. El Tigrillo quedaba conmigo como segundo
al mando, creé una cadena de mando para que la misión siguiera
adelante, aunque cayera el comandante, o sea yo. Por primera vez
en mi vida sentía un escalofrío al conocer lo inminente de una
operación militar, las bajas.
Junto con Tigrillo planificamos como conseguir comida pagándola
con una sábana extra que nos habían dado pero que yo consideraba
no necesaria para los comandos. Todos los comandos eran
voluntariosos, llenos de vitalidad y deseosos de colaborar. Nadie
objetó la entrega de su sábana excepto un bandido exguardia, el
Conejo, bueno siempre hay un pelo en la sopa. Tuve que confiscarle
la sábana al bendito Conejo con mi autoridad y recordarle que en
una unidad militar las ordenes se cumplen, no se discuten. Yo
recordare con cariño a los hondureños de la frontera, eran leales a
todo lo que fuera en contra de los sandinistas, por culpa de estos
había una separación en la frontera que nunca hubo antes con los
demás gobiernos nicaragüenses. Ese día, un señor hondureño nos
obsequió un ternero y comimos holgadamente y aun nos sobró algo
para el camino. A la mañana siguiente comenzamos nuestra
caminata por una trocha que nos llevaría hasta Las Vegas, una
hacienda del señor cafetalero llamado Aníbal Chacón.
LAS VEGAS
Aníbal Chacón, dueño de esta hacienda, nos recibió muy bien y nos
dio de comer con mucho orgullo y nos dijo que en lo que él pudiera,
contáramos con él. La hacienda Las Vegas vendría a ser nuestra
base estrella, desde entonces hasta el fin de la guerra. Don Aníbal
nos la dio para uso completo, un hondureño como ninguno. Dejamos
Las Vegas, nos movimos a Españolito por un abra real y luego
llegamos al encuentro del río Yamales, donde Ismael. El avance era
lento, las abras reales estaban lodosas, pero en cada paso había un
precioso pasaje natural de montaña que me dejaba extasiado, aun a
pesar de las más de 100 libras de peso en mi mochila debido a la
munición y unas baterías para el radio Southcom Base Patrulla que
llevaba mi inseparable Comando Amenaza. Yo daba el ejemplo de
llevar un poco más de carga que los demás para que supieran que
no había preferencia en nada.
Después llegamos a El Chilamate, donde Toño Reyes, quien nos
informó que los sandinistas estaban bien activos en la frontera y
habían quitado todos los pimpantes, o canoas, usadas en los ríos
nicas y catrachos y los habían llevado al puesto TGF de Somotine. En
esta área los hondureños no tenían presencia militar y los civiles
hondureños eran tratados de la misma forma bestial por los oficiales
sandinistas acantonados en la frontera, cuya misión era impedir que
los MILPAS atravesaran el río Coco. Durante nuestro cuarto día de
caminata llegamos a Banco Grande donde vivía una pareja mixta,
don Julio de nacionalidad hondureña y doña Goya, nicaragüense.
Estos señores nos dijeron que ellos habían escondido un pimpante
pequeño y que nos lo daban, además nos dieron un chancho que
nos haría reponer nuestras energías perdidas. Doña Goya me
manifestó cuán ofendida se sentía por los abusivos sandinistas,
siempre que paraban en su casa, en territorio hondureño, era para
demandar cosas, que nunca pagaban y que eran tan prepotentes
que ella no los podía ni ver, añoraba los tiempos de la GN porque
nunca habían robado ni molestado a ningún habitante de las riberas
del río.
De la misma manera, todos los hondureños de la frontera
apoyaban una guerra abierta contra estos malditos piricuacos, a los
que les atribuían asesinatos y violaciones e irrespeto. Ante aquel
panorama mis creencias sobre lo que estábamos haciendo en contra
de la joven revolución se acrecentaban y me hacían olvidar las
amenazas del Cmdt. Tomás Borge, del Ministerio del Interior, de ser
implacables contra los Contrarrevolucionarios, enemigos de la
«Revolución». Además de ser Contra, yo había sido Guardia
Nacional, sabía que mi posibilidad de sobrevivencia en manos de
ellos era inexistente, pero yo ya los conocía y había visto cómo
asesinaron a tanta gente durante la revolución. Yo pensaba que la
mejor defensa es el ataque y yo iba en ofensiva total.
Descansamos todo aquel día, como un joven sin experiencia en
guerra ni en caminatas de montaña, me sentí molesto porque yo creí
que debíamos haber seguido nuestro avance, pero los veteranos
como Tigrillo y Amenaza me explicaron que las patrullas en la
montaña debían de avanzar tres días y descansar un día, después
aprendería el porqué. Ese día en Banco Grande, en medio de la
montaña, comencé a escuchar y observar los movimientos casi
incomprensibles de un país militarizado, cada 5 kilómetros había un
puesto de Guarda Frontera que hacía una patrulla por bote y por
tierra apoyados con dos vuelos de avión, uno a las diez de la
mañana y otro a las tres de la tarde.
INFILTRACIÓN EN BANCO GRANDE
Entrar a Nicaragua era un reto y un gran riesgo, pero la suerte
estaba echada. Nos acostamos temprano y nos preparamos para
comenzar el cruce a las 2:00 AM, para tratar de pasar el último
hombre antes de las 6:00 AM. La patrulla sandinista pasaría por
Banco Grande de Somotine a Par Par a las 7:00 AM y descubriría
nuestras huellas. A la 1:00 AM nos levantamos, el primer equipo de
tres hombres abordó el pimpante manejado por Tiro al Blanco y otro
marinero. El equipo compuesto por el Sgto. Beltrán, el Duende y
Alacrán tenía como misión detener a un campesino que vivía a un
kilómetro río arriba para evitar que alertara a los sandinistas de
Somotine y así tener una hora de camino y recabar información del
área antes de ser descubiertos.
El río rugía con su corriente poderosa, nos recordaba que el que
cayera al agua con todo el equipo militar en su espalda era hombre
muerto. En cada cruce pasaban tres hombres al otro lado, éste
procedió hasta las 6:45 AM cuando pasó el último equipo. Yo crucé a
las 3:00 AM, momentos después llegué hasta donde mis comandos
traían al señor campesino, de unos 54 años de edad, estaba
temeroso al ver los fusiles FAL y todo el equipo militar que nos hacía
lucir como tropas convencionales de un país constituido, no como
una guerrilla. Esto era debido a nuestras circunstancias dentro de un
estado policivo —como el sandinista— que controlaba el diario vivir
de sus ciudadanos, ninguno de nosotros podía mezclarse con la
gente normal, hubiéramos sido delatados y ejecutados o
encarcelados por la Dirección General de la Seguridad del Estado
(DGSE). Lo único diferente era que nuestros uniformes eran azules y
las botas civiles, amarillas —usar botas civiles era una cosa estúpida,
no tenían agarres para el lodo de montaña.
Yo le preguntaba al señor muchas cosas sobre el terreno, posibles
rutas y como patrullaban los sandinistas. Me dijo que pasaba una
patrulla de 10 hombres con un perro todos los días por un camino
de montaña en el borde de la fila, eso yo lo había observado. Me
preguntó qué les decía a los sandinistas, yo le dije que dijera todo lo
que vio, pero yo no dejé que el viera cuántos éramos. Nos consiguió
dos cabezas de banano, sería nuestra comida para el día. Le pedí
que se fuera hasta que terminamos el cruce y así lo hizo.
Desde el principio puse varios hombres al mando de Lobo a hacer
una picada —caminito de montaña— hacia la fila que teníamos
enfrente, serviría para defendernos mejor si chocábamos.
Comenzando a abandonar el río escuché el motor de los piris —corto
de piricuaco, término «cariñoso» con el que nos referíamos a los
sandinistas— que avanzaba río abajo, no hubo tiempo para esconder
el pimpante de doña Goya, lo abandonamos, sería encontrado
después por los TGF que harían pasar un mal momento a doña
Goya, quien me lo relataría tiempo después. Todo avanzaba bien,
aunque fuera de fase, pero avanzaba. Casi llegando a la fila donde
me esperaba todo el grupo de combate y exploración escuché, con
un poco de temor, por primera vez en mi vida el replicar de los AK
disparados por los TGF que en ese momento descubrían las huellas
por donde habíamos cruzado.
Inmediatamente ordeno el avance hacia el área supuestamente
controlada y organizada de correos y apoyo del Tigrillo que según él
conocían como la palma de su mano. Pensando que parte de lo
dicho era verdad avanzamos por aquella montaña cerrada por
enormes árboles que muchas veces hacía imposible ver a más allá
de 10 o 15 metros. Después de 8 horas de marcha en aquella
espesura cerrada de enormes árboles y avanzando de tercero en la
columna de infantería después de Lobo y Alacrán, veo al Lobo —que
se detiene asustado— revisando las huellas encontradas. Le
pregunto:
—¿Qué?
—Mire.
Entonces me enseña nuestras huellas combinadas con un número
indeterminado de TGF que iban en persecución y destrucción de mi
unidad. Lo que yo temí todo el tiempo, campesino es campesino,
soldado es soldado, zapatero a tu zapato. Inmediatamente llamo al
Tigrillo y a todos los Jefes de Escuadra, les digo:
—Miren donde estamos, nadie sabe, pero ahora tenemos
sandinistas y una muralla de agua, el enorme río Coco crecido,
detrás de nosotros y quien sabe qué más en nuestros talones. Yo no
quiero volver a escuchar a nadie hablar algo si no está seguro. De
aquí en adelante asumo la ruta hacia el Sur, a donde salgamos,
olvidémonos de abras y caminos, avanzaremos por ruta con mi
brújula y mis mapas. Yo sabía que nadie puede conocer la montaña,
pueden conocer sectores, pero nunca todo.
Mandé a callar a todos los que quisieron hablar, no había excusa, la
supervivencia de todos estaba amenazada y en la retaguardia
teníamos un río Coco lleno de sandinistas dispuestos a cazarnos y
usarnos como trofeo para ahuyentar el grito de cualquier patriota
que se quisiera levantar contra ellos como habían hecho en el
pasado. Tome la vanguardia con el Duende y Ramiro, y avanzamos
hasta que no se podía ver. Dormimos en plena montaña, en un área
donde posiblemente nunca antes había pisado un ser humano.
Al amanecer nos pusimos en marcha, el avance en estas montañas
de Jinotega era difícil, bajamos y subíamos cerros llenos de
pequeños riachuelos siguiendo las agujas de mi inseparable brújula.
Yo me quedaba atónito de la forma como mis comanditos seguían
avanzando, sin comer y con aquella pesada mochila a la espalda,
recordando que en camino largo hasta el sombrero pesa. Yo ya
había tirado mis calzoncillos de repuesto y cada quien tiraba todo lo
que podía y venía a ser menos indispensable. Debido a las botas, me
caía a cada paso, tuve que tomar lecciones de cómo acomodar los
pies antes de dar un paso hacia adelante, caminar aquí es una
odisea —me decía a mí mismo.
Después de tres días continuos enmontañados y sin nada de
comer, me comencé a preocupar por lo que nos esperaba más
adentro. Comencé a escuchar el familiar ruido de los helicópteros
que, según mis ideas, transportaba tropas para esperarnos adelante
con un bien montado cerco militar. Creo que fue al amanecer del
quinto día cuando me alegre al escuchar cantar a un gallo a lo lejos,
eso significaba algo bueno pero malo al mismo tiempo, gente. Lo
bueno, comida e información, lo malo, ser detectados por los piris y
probable aniquilamiento.
Comenzamos a avanzar con las primeras luces del sol, una
caminata de más de doce horas diarias sin comer, solo mantenidos
con agua que conseguíamos en cada riachuelo que atravesábamos.
De repente, a eso de las 11:00 AM, la montaña se nos abrió y
entramos de a un área de «guatal», o sea área labrada con
anterioridad. Hablando con los guías, esto significaba gente viviendo
en los alrededores. Seguimos avanzando rumbo al Sur y en 30
minutos encontramos una milpa de maíz y casi como locos, nos
lanzamos a arrancar las mazorcas y comerlas crudas.
SALIENDO A LA CIVILIZACIÓN
Yo sentía aquel maíz duro como gloria, lo trituraba con mis dientes
y lo comía despacio para evitar un problema estomacal después de
varios días sin comer. Al terminar de comer una mazorca volví a la
realidad, la guerra. Inmediatamente mandé a explorar y buscar un
sendero. Mis hombres eran rápidos e inmediatamente, hablando por
señas, lo hallaron, entonces avanzamos hacia una casa como a 800
metros de la milpa. Mandé a rodear la casa que estaba ubicada
junto al abra real —camino de montaña. Al tener el área
perimétricamente asegurada, avance a la casa con tres hombres.
Encontré un campesino, de unos 30 años, cortando leña en el patio
de una casita campestre, de tabla, que jovialmente nos dio la
bienvenida a su casa y la casi infaltable invitación a un café. Acepté
y le expuse mi situación y le comenté que necesitaba comida,
entonces mandó a su mujer a prepararnos unas cuatro gallinas y un
rollo de tortillas. Yo le di unas cuatro cobijas y él las aceptó de buen
gusto; también me dijo que nos estaba esperando porque se decía
que venían tropas de Honduras, que los sandinistas tenían más de
dos días movilizando tropas y nos esperaban adelante. Luego me
indicó que podíamos avanzar por las abras reales hasta la cabecera
del río Par Par, porque el cerco militar estaba en La Colonia.
Después de comer descansamos una hora y empezamos a caminar
hacia una casa ubicada a cuatro horas de distancia. Llegamos al
anochecer. Al momento de nuestra llegada, la seguridad perimétrica
captura a un hombre que trataba de abandonar la casa en lo que él
nos mira, sin saber que el área ya estaba rodeada antes de que
apareciera a la vista el primer comando. Al preguntar al hombre de
la casa quien era el sujeto, me dice que era alguien que había
llegado a buscar unos huevos. El Tigrillo me dice ese es seguro
sandinista buscándonos de civil, nadie sale a comprar huevos por la
tarde en la montaña. Llamo a solas al dueño de la casa y nos dice,
casi llorando, a mí y al Tigrillo que por favor no le hagamos nada a
Juan piricuaco porque después lo matan a él y su familia. Al
amanecer comenzamos el lento avance hacia el ruido distante de los
helicópteros, rodeados de peligros acechantes por todos lados. La
situación real hasta ese momento era que nosotros estábamos
agotados y hambrientos, en más de catorce días de camino agreste
y lodoso con lluvias diarias, las botas de la mitad de la tropa y las
mías se habían roto, habíamos avanzado casi sin descanso, los pies
los teníamos podridos por la mazamorra y la constante humedad
que destruye la piel, y para colmo no tenía ninguna información real
sobre el enemigo, yo suponía que nos estaba persiguiendo. En estas
circunstancias nuestra destrucción era cosa casi segura.
CON LOS CORREOS
De repente, cambio de situación. Al llegar a otra casa un
campesino nos dijo que Pantera Negra, un jefe de correos, armado
con seis hombres nos tenía a una hora de camino y que en una casa
en un bordo nos tenían una vaca, que allí podíamos descansar
porque estaba fuera del abra real y que solo había un camino para
llegar a ella. Aunque agotados, ordené continuar avanzando y envié
a un correo de los cuatro que llegaron, a avisar a toda la zona que
habíamos llegado de Honduras y que vigilaran los movimientos de
las tropas piris. Al atardecer de ese día, sesto de nuestra incursión,
llegamos al sector aledaño a La Colonia. Al llegar a una casa de
campesinos, que nos recibieron con una enorme alegría, nos dijeron
que ellos estaban organizados por Nicaragüita uno de los jefes de
correos de la zona que apoyaban a los Tigrillos, aquello me alegró
mucho, no tenía ni idea de cómo trabajaban, pero por primera vez
me comencé a sentir seguro en aquella alejada montaña. Este era el
inicio de mi larga trayectoria al lado de mis compatriotas, henchidos
del inalienable deseo de ser libres. De ellos brotarían miles de
nuevos voluntarios a lo largo de la guerra.
Llegamos donde Pantera casi anocheciendo, inmediatamente
matamos la vaca que nos tenían y comenzamos a hablar, cuando en
ese momento llega un correo casi corriendo y agitado a informarnos
que a la casa que habíamos dejado acababa de llegar una patrulla
de 60 EPS con dos oficiales cubanos y dos perros y venían sobre
nuestra huella. Mi presentimiento había sido correcto, los sandinistas
nos perseguían a dos horas de camino atrás, un descanso hubiera
sido fatal. Bueno era de noche y en la espesa montana nadie puede
operar de noche —como lo vería durante toda la guerra. Pantera
había sido organizado por el Tigrillo y era verdad, había un completo
apoyo a una insurrección en contra de los sandinistas en muchas
áreas de Nicaragua. Pantera era un hombre alto, en sus 40 años,
con 5 hombres entre los cuales andaba su hijo, Polvorita, que tenía
15 años. Estaban armados con un AK-47, 2 M1, dos FAL y una
escopeta. Todos se sumaron al grupo como miembros activos. La
situación era que había más de 600 hombres en cerco militar desde
La Colonia hasta Tunawalán, casi 15 kilómetros, además de los
helicópteros que movilizaban las tropas. Para salir de esa trampa
planeamos que dos correos nos iban a hacer dos picadas en la
montaña para atravesar el abra real sin dejar huellas y nos
dividiríamos en dos unidades una bajo mi mando y la otra bajo el
mando de Franklin, luego trataríamos juntar al otro lado del río
Bocay donde había más chances de evadirlos y al mismo tiempo
contraatacar alguna persecución.
Uno de mis hombres enfermó de malaria, entonces recordé no con
mucho cariño a Mack, el muy ignorante debió haber sabido que toda
patrulla de GN en la montaña camina medicina contra la malaria, la
cloroquina. Yo también comenzaba a sufrir los efectos del clima de
montaña, esas terribles fiebres, pero gracias a mi juventud y
fortaleza física mantuve la capacidad de tomar decisiones claras ante
tanta adversidad. Dejamos la casa a las nueve de la mañana al igual
que el Ejército Popular Sandinista (EPS), según nuestro correo que
les vigilaba. Comenzamos a avanzar por ruta, ahora guiados por un
correo de casi 30 hombres que habían llegado durante la noche a
admirar nuestro equipo y armamento, contentos de que ahora si era
verdad, íbamos a joder a los sandinistas. Yo estaba completamente
anonadado al ver la disponibilidad de aquella gente, anteriormente
olvidados a su suerte por otros gobiernos, pero libres, y que ahora
querían vengar el mal trato de los opresores comunistas que querían
imponerles un régimen de control absoluto sobre sus vidas. Me
decían:
—Con Somoza nadie nos dijo nada, teníamos solo el derecho de
berrear, pero estos mal nacidos hasta ese derecho nos quieren
quitar. Estamos cansados de que venga alguien y nos ordene ir a
una reunión aquí o adonde se les antoje, y si no vamos somos
Contrarrevolucionarios, nos roban nuestras cosechas y nos las pagan
cuando ellos quieren y al precio que ellos dicen, ¡esto es
insoportable!
En pocas palabras esta era una de las razones por las que estos
hombres pobres, de estas agrestes montañas, estuvieran dispuestos
a dar hasta el máximo sacrificio, todo por su libertad,
repentinamente amenazada por cuatro locos comunistas.
LA PICADA
El avance por la picada fue tenso sabíamos que el abra real era
patrullada y habían embocadas por todas partes, pero no había otra
alternativa más que internarnos dentro del país y dejar atrás con
maniobras evasivas al EPS. Los «primos» estaban dispuestos a
destruirnos y nosotros a no dejarlos, ahora, apoyados por toda esta
noble gente, recordaba que la guerrilla es como el pez en el agua
apoyado por la población, y aquí estaba al mando de un grupo de
hombres apoyados por el pueblo de esta área, me dio confianza y
esperanza de triunfo, o sea luz al final de un oscuro túnel. Casi al
llegar al abra desplazo a tres hombres hacía cada lado a cubrir el
paso de la tropa; como les había instruido, se desplazaron sin dejar
huella sobre el abra real y nos juntaríamos de nuevo al otro lado de
la picada creada por aquellos correos para agilizar nuestro avance
hasta cerro Gacho.
En cerro Gacho descansamos por primera vez en casi 15 días,
comimos un poco, la información era que los sandinistas que venían
detrás de nosotros nos perdieron en la picada, pero que las tropas
sandinistas movieron el cerco más adelante, al cerro Las Nubes. La
única salida sería buscar Alatí y pasar por la comunidad de sumos de
don Cándido, jefe de la comunidad, quien jugaría otros papeles en el
futuro de la guerra. Nuestra ruta más segura era buscar Zelaya
Norte. En el área de Tunawalán tuvimos que pasar de arrastras
frente a una compañía piri, a 40 metros de distancia del puesto…
pero a las 12:00 del día, luego continuamos la tensa caminata hasta
que llegamos al río Bocay, al caserío de los sumos en Alatí.
Estábamos en la frontera de la zona de muerte que nos habían
puesto los sandinistas. Según los correos, el área al otro lado de río
Bocay estaba limpia, o sea sin actividad de tropas enemigas. Al
pasar el río en dos pimpantes de los sumos, uno de ellos se dio
vuelta y casi pierdo a 5 hombres, pero los sumos —expertos
nadadores— los recataron; después, por casi una hora, bucearon los
fusiles hasta que los rescataron. Por primera vez había visto con
asombro lo que era esta gente tan adaptada al agua, pude apreciar
su destreza en la montaña y la sobrevivencia de manera natural, que
nos seria de mucha utilidad en el futuro cercano.
Después de cruzar el río avanzamos dos horas hasta la casita de
un campesino, allí descansamos la tarde y pasamos la noche felices
de haber sobrevivido la tensión de haber estado tantos días en las
tapas de la fiera rojinegra. Individualmente comenzamos a curarnos
los efectos de la caminata, la tropa completa estaba sin zapatos y
con los pies destruidos por el agua. Yo me di un baño, después de
quince días sin bañarme ya sentía un olor a diablo indescriptible de
las impurezas del cuerpo. Recuerdo haber pasado con los pies en el
sol toda la tarde platicando y chisteando sobre lo ocurrido. Hacía
chistes de los que parecieron nerviosos, de los que cometieron
errores, de las culebras encontradas y de todo lo cosas comunes y
tontas que pasamos, Dios mío, aún vivos.
Al llegar el día siguiente comenzamos nuestra caminata aun en
contra de algunos despistados que querían más descanso, yo les
explique que había que poner más distancia entre el EPS y nosotros,
así estaríamos más seguros de una aniquilación segura. A las 8:00
AM iniciamos una larga caminata hacia la boca de Daka, o sea el
encuentro de caño Daka con el río Wina, allí estaba la casa de
Marcelino Montenegro, el único lugar en la proximidad donde había
comida. Llegamos a casa de Marcelino al mediodía. Allí pasamos
platicando con la señora de él, nos vendió —o regaló— comida,
cuajadas, tortillas y frijoles. Pasamos de lo más bien. Nos
despedimos de ella a la 1:00 PM porque yo consideraba el área
peligrosa, muy poco defendible si éramos atacados y además quería
poner más tierra de por medio entre la concentración de tropas
enemigas y nosotros. Avanzamos cuatro horas bordeando el río Wina
hasta la casa de don Alberto Molina, un buen colaborador que, por
haber sido Juez de Mesta —un tipo de organización en tiempos de
Somoza— había tenido que huir de Plan de Grama y refugiarse en
esta montaña con sus dos pequeñas hijas y su esposa, acarreando
unas cuarenta cabezas de ganado.
CAÑO DAKA
Para nuestra sorpresa, al acercarnos a la casa, vemos hombres
armados. Inmediatamente detenemos a un hombre que venía de la
casa, casi se muere de susto al verme, pero reconoce a algunos de
mis hombres y me dice que el que está en la casa es Franklin, que
también acaba de arrimar. Le envío adelante para que Franklin no se
asuste y supiera que éramos nosotros. La reunión fue alegre,
Amenaza me trajo de comer de la vaca que nos había regalado don
Alberto Molina, todos nos sentimos muy contentos. Franklin me
platicó cómo trató de salir hacia el Sur pero que, al igual que a
nosotros, lo único que le quedó fue buscar el Este y pasó con su
unidad por Turuwas. Fue una noche de alegría, Amenaza y yo
platicamos mucho, él me hablaba de sus hijas, de días de desgracia
al salir huyendo de la revancha de los sandinistas contra los ex-GN
en Somoto y otras cosas. Yo era joven y soltero, de verdad no me
caía bien la idea que anduvieran peleando tantos hombres que
tenían hijos pequeños, pero lamentablemente no se les podía
rechazar. Me comuniqué por primera vez —en 16 días— con el
Estado Mayor. Se oía una gran alegría de saber de nosotros, querían
que supiera que ellos me apoyaban —sicológicamente, realmente
nadie podía hacer algo por nosotros más que rezar para que el EPS
no nos derrotara y destruyera. Dormí tranquilo.
EN RUTA AL ÁREA DE DESCANSO
Con el Estado Mayor quedé en repórtame cada semana o cuando
pasara algo importante porque el radio consumía batería
vorazmente. Prometí a la tropa que tomaríamos un descanso de tres
días en esta área para reponer el agotamiento y la salud, todos
teníamos los pies infectados de mazamorra y casi no caminábamos,
nos arrastrábamos; las botas estaban casi destruidas en un sesenta
por ciento. Me levanté temprano y me di cuenta que era 19 de julio,
los sandinistas iban a celebrar en Masaya el aniversario. A mí ese día
solo malos recuerdos me traía, así que dispuse distribuir las seis
escuadras —Pantera había sido anexado independientemente— en
las casas de la zona para comer mejor y descansar para continuar
con la Misión de Exploración Y Combate en cuatro zonas geográficas
que estaba planeando hacer. El objetivo sería reclutar más hombres
para formar lo que yo creía era necesario, un ejército que derrotara
al Ejército Sandinista o creara las condiciones para cambiar el
sistema de gobierno. A las 8:30 AM estaba hablando con el Tigrillo,
solo habíamos quedado quince hombres en la casa de Alberto
Molina, cuando de pronto llegan dos correos, uno de cada abra real,
con la misma noticia, las tropas del EPS avanzan hacia esta posición,
vienen para acá.
El correo que venía de la casa de Aníbal Montenegro me dice que
la señora lo había mandado porque ayer a las tres de la tarde llegó
una patrulla de 40 piris y que venían a darnos caza a donde
fuéramos, por el otro lado había otra patrulla de 40 detrás de
Franklin y que estaban para caer aquí mismo, en una hora más o
menos. Aquí me alegré mucho de haber sido alertado, porque de
otra manera, a los que estábamos descansando, nos hubiera ido
muy mal. Inmediatamente veo la oportunidad de una pequeña
victoria, necesaria para demostrar a los sandinistas que aquí no
andábamos jugando. Para mí fue un mal cálculo enviar tan pocos
hombres contra una agrupación tan bien equipada como la nuestra,
a estos soldados les haría pagar ese error.
Cada pelotón sandinista estaba compuesto de 40 hombres y ahora
iban a chocar contra 65, juntos y esperándoles. Envío hombres a
seguir mis patrullas y regresarlos a paso doble. Los campesinos del
área me señalan un área de despale como de una manzana que
estaba junto al abra real. Como no tengo tiempo escojo esa área
como la zona de muerte de la emboscada y la ribera del Wina, frente
a la casa, como la zona de muerte de la otra patrulla. Mando al
Tigrillo con Tiro al Blanco, Jaguar y Pantera en frente del río Wina y
a Franklin, Dimas Tigrillo y el Sargento Beltrán con todos los ex-GN a
la zona de despale. El movimiento es rápido. Ordeno hasta el último
hombre armado a una posición de combate. La situación era tensa,
al fin probaríamos nuestra capacidad de combate y la del enemigo.
Según la información que tenía, las patrullas del EPS son de 40
hombres cada una y si era así estábamos a mano, la única diferencia
era su capacidad de refuerzo y técnica activa y los helicópteros CH-
58 heredados de la GN, que podían transportar hasta 20 hombres y
la munición en emergencia.
LA PRIMER EMBOSCADA
A cada hombre le indiqué que teníamos que derrotarlos en una
hora para poder retirarnos al centro de la montaña de caño Daka sin
una persecución feroz como la que nos habían hecho por 16 largos y
angustiosos días. De repente, en menos de 30 minutos, sobre el
abra real apareció el primer soldado perteneciente al PTN de
exploración del BON 6009 al mando del Subteniente Fidel Tinoco
Zeledón. Detrás de él venía una columna de hombres bien
entrenados y bien equipados militarmente, con fusiles AK-47. Los
tres exploradores venían atentos, pero avanzaban confiados por
tantos días en que creían que nos corríamos, pero al llegar al final
del despale algo vieron o sospecharon, echaron sus rifles a posición
de combate. En esos mismos momentos, viendo la situación desde
mi posición encubierta detrás de unos arbustos, ordeno:
—¡Fuego!
El Sargento Beltrán salta de su escondite, es el primero en
dispararle al primer explorador que es lanzado hacia atrás por las
balas de FAL e inmediatamente comienza una lluvia de balas que
destroza a los primeros 9 hombres, incluyendo a Fidel Tinoco que,
como todo buen oficial, avanzaba de cuarto en la patrulla. Años
después conocí a sus hermanos, a su padre y a su madre en El
Jiquelite; sus dos hermanos menores se unirían a mi unidad y
estarían bajo mi mando en la compañía de Cinco Pinos. En media
hora de combate intenso, ya que un grupo de soldados se logra
atrincherar en unos palos, me hacen la primera baja al herir
mortalmente al Sargento Araica ex-GN, Amenaza, quien moriría
después de una angustiosa noche de dolor y sin casi ninguna
atención médica.
No estábamos preparados todavía y parecía que a los jefes
nuestros se les olvidaba que en la guerra hay muertos y heridos.
Organizamos un asalto frontal y desalojamos a los atrincherados,
estos huyen desbandados dejando 9 cadáveres, 17 mochilas y 11
AK-47, incluyendo la 1633 perteneciente a Fidel Tinoco Zeledón.
Nuestra victoria era agridulce, teníamos que retirarnos a lo más
profundo de la montaña a lamer nuestras heridas y esperar, y ver la
angustiosa muerte del Comando Amenaza, mi amigo. Las repuestas
hasta la fecha a mis preguntas eran positivas. Los sandinistas podían
ser derrotados, había condiciones creadas para una guerra civil. Los
campesinos eran buenos combatientes y podían organizarse de
manera eficiente para la larga guerra recién comenzada.
Continúe la marcha, ocho horas después llegamos a un centro de
montaña en Daka Arriba y descansamos un día. Al día siguiente
envié a cuatro patrullas de largo alcance. Yo avance hasta el
Naranjo, cerca de Waslala, el área del río Iyas, y después hacia el río
Kum. Otra patrulla hacia Jinotega central, al mando de Juan Castro
Castro, Jaguar Kilambé. Franklin fue hacia el área de Matagalpa. La
cuarta patrulla se dirigió hacia Wiwilí, ésta al mando de Tiro al
Blanco. Después de patrullar cerca de Zapote Kum, donde
quemamos el cuartel de milicias y otras áreas, regresé a Wina y me
contaron los campesinos acerca del despliegue que hicieron los
sandinistas en toda el área después de la emboscada y que llegaron
cuatro helicópteros a sacar sus bajas. Se nos junta la patrulla de
Franklin, entre los dos habíamos juntado a 170 civiles voluntarios y a
40 comandos equipados con armas de guerra, entre ellos el
Comandante ex-Capitán EPS Irene Calderón, y el ex-GN Cuervo,
quien caería en combate en la hacienda Santa Elena, Matagalpa, en
el futuro. Estos eran jefes de pequeños grupos de guerrillas
antisandinistas, dotados con armas de la GN y otras de cacería.
Decidimos regresar con los civiles a Honduras para entrenarlos y
después regresar a la larga Guerra de Guerrillas que se prolongaría
por muchos días y años más.
NUEVOS VOLUNTARIOS
De nuevo me comunico con el Cmdt. 380 para solicitar permiso de
regresar al santuario, él me dice que no puedo regresar con esa
cantidad de gente. Yo lo mando a la m… no voy a morir como tonto
en una estúpida guerra sin sueldo para detener las armas a El
Salvador, como decían que la CIA quería, en ese momento lo
amenacé con abandonar el FDN. Nos comenzamos a preparar,
matamos dos vacas regaladas por don Alberto Molina.
Después de caminar seis días, a eso de las 8:00 AM en la primera
semana de agosto de 1982, llegamos a la boca del río Par Par, a su
desembocadura al río Coco, en lo que estamos preparándonos para
hacer balsas de chagüite y majagua, los comandos armados se
comenzaban a desplegar para darnos seguridad debido a que
estamos entre dos puestos de las TGF Plis y Somotine. Se escucha el
rugir de unos motores de pangas en el río Coco, tomo mi carabina
Mini 14 y salgo a la ribera del rio, cuando aparece una panga con
bandera sandinista y cuatro hombres, dos con uniformes verde olivo
portando fusiles AK, les doy el Alto y, en vez de detenerse, el
motorista acelera, entonces le disparo cuatro veces, uno de los
militares cae fuera del bote y es alcanzado por las balas de los
comandos, los otros se rinden. Uno de mis comandos nada hacia el
bote y es abordado por un equipo de combate que le sigue.
Comenzamos a capturar unas seis pangas con motor, llenas de
comida y pertrechos para abastecer a las TGF. Se oyen disparos de
varias partes, parece que de un bote saltaron algunos soldados y la
situación se torna algo confusa, pero la controlamos. Los soldados
de las TGF se corren y quedamos con casi 23 personas entre
sandinistas que tiraron sus uniformes y civiles que viajaban al
«ride». Los que manejan los botes me piden que les de uno para
salir de la montaña. Uno de ellos me dice quejándose:
—A mí me pegaron un tiro en la mano.
—¡Yo te pegué en la mano! Pero te apunté a la cabeza, ¡cabrón!
¿Por qué aceleraste el bote cuando te di el Alto? ¡Mejor callate!
Les concedo el bote, pero antes selecciono los cuatro mejores
botes con sus motores y mando a ocultarlos en la montaña para
futuras operaciones. Dejo a cargo de casi 70 hombres armados al
Dimas Tigrillo quién, más tarde, me daría una lección por lo ladino y
mentiroso que mostró ser, que jamás olvidaría. Con él se queda el
Sargento Beltrán, Franklin y todos los cuadros de mando, entre ellos
Ramiro, Tiro al Blanco y Jaguar Kilambé, su misión era continuar el
reclutamiento para formar un ejército capaz de derrotar a los
comunistas de Managua, yo sabía que no iba a ser fácil, pues los
había visto entrar triunfantes con miles de jóvenes idealistas que
darían su sangre por una revolución cuya visión no era la misma a la
de los campesinos. Tenía conmigo una agrupación de 180
voluntarios, entre ellos venia Irene Calderón, el Cuervo con sus 60
hombres y otros.
Me adelanto para coordinar con Fierro el pago del abastecimiento,
transporte y entrenamiento de esta nueva unidad. Después de casi
dos meses y medio de incursión y guerra en aquellas montañas, sin
rozar civilización, ni disfrutar de una gaseosa, vieran qué alegría más
grande sentí al comprar, en la primera venta de una comarca
hondureña, una Coca-Cola, y otra, y otra, y otra, parecía un niño
hambriento tomándome cuatro Coca-Colas con pan dulce. Cansado,
con los nervios maltratados, me preguntaba otra vez, qué hijuep…
hacía en esta jodida guerra, con la muerte en las pestañas todos los
días. Venía con el Tigrillo, llegamos a paso ligero hasta Las Trojes,
luego los civiles hondureños nos ayudaron a llegar hasta la Base
Ariel donde nos recibió el Cmdt. Richard —ex-Teniente Sandino. Este
nos transportó a Tegucigalpa donde fuimos recibidos como héroes
por los miembros del Estado Mayor. El Cmdt. 380 comenzó a
escuchar cada detalle de la incursión, entonces le pregunté
—¡Ideay! ¿Qué pasó, no era que no debíamos traer a los
voluntarios?
—Hemos analizado la situación con los amigos y llegamos a la
conclusión que la agenda americana y la nuestra pueden ser
diferentes, así que vamos a montarles a los sandinistas una guerra
total, hasta LA VICTORIA, no una guerra de presión como quieren
los gringos.
Me alegre mucho. Me presentó a Aristides Sánchez, a un Mendoza
y al chicano Cardenal. Las nuevas tropas iban a entrenamiento en
una base en Guaimaca, a cargo del ex-Capitán Rudo Espinales y mi
viejo amigo e instructor en la Academia, Walter Calderón, ahora
Comandante Toño. Después de unas cinco semanas de
entrenamiento intenso, pasamos preparando lo mejor posible a
aquellos campesinos que se forjaban en Comandos y, a la vez,
preparábamos hasta los mal últimos detalles —basados en la
experiencia anterior— de esta nueva unidad de combate. Ahí es
cuando llega el Quiché, que es parte de los instructores, y se ofrece
para comandar uno de los tres grupos de combate que estábamos
preparando.
Los grupos estarían al mando del Tigrillo, Quiché y mío y la misión
sería incursionar al centro de Jinotega. Yo había dado instrucciones a
Franklin de ir a Matagalpa para incrementar el área de acción, ya
que yo sabía que una guerrilla que no creciera estaría condenada al
fracaso. Pasando largas noches con Toño y Quiché, platicamos de las
importantes tareas de reclutamiento y combate que nos esperaban,
Toño siempre era optimista. En esos días llegó el ex-Coronel
Matamoros, el último Jefe del Hospital Militar y un hombre
admirable. Él se haría cargo de formar, lo que todos sabíamos muy
necesario en una guerra, un Cuerpo Médico para tratar a aquellos
comandos que iban a resultar heridos en esta cruel guerra civil. El
entrenamiento comenzó en agosto y termino casi en octubre de
1982.
3. BOCAS DE AYAPAL
Nos movilizábamos de nuevo hacia una segunda incursión, esta
vez mejor equipados con armas de apoyo, los morteros de 60mm,
uno por destacamento, un lanzagranadas M79 por destacamento y
una ametralladora M60 cada destacamento. Me avisan que los
sandinistas están lanzando una ofensiva contra el poco inteligente
Dimas Tigrillo, a quien se le ocurrió crear una base en Wina, en
contra de mis órdenes de enviar a 250 nuevos voluntarios a entrenar
en la Base Escuela de FDN. Los campesinos se reclutaban por
cientos, era algo inimaginable para el Cmdt. Bermúdez que me dijo:
—Mike Lima, si nos hemos atrasado un año esto no hubiera sido
posible, aquí los comunistas aún no han emplazado su sistema
policivo. Vamos a cambiar Nicaragua hacia la democracia, estamos
viviendo momentos de historia.
Nos movilizamos en camiones desde Guaimaca hasta Las Trojes.
De Las Trojes a La Fortuna a pie y con ayuda de un «chapulín», o
tractor, prestado por unos cubanos dueños de una tabacalera en Las
Trojes. El conductor era un jefe de grupo de la Base Ariel, Salvador
Pérez, el Sherman, que caería en combate en La Palanca, cerca de
Quilalí. Eran unos lodazales terribles, llovía todos los días. La misión
mía era ayudar a salir a los civiles reclutados y socorrer al Cmdt.
Dimas Tigrillo que estaba provocando una tormenta en el Norte de
Jinotega, además de una represión a niveles incalculables y continua
en contra de nuestras acciones guerrillas, como el reclutamiento y
dar golpes, o sea propaganda armada, al gobierno de los nueve. El
EPS estaba lanzando una ofensiva militar de gran magnitud. Ante la
situación tan complicada, yo decido enviar al grupo del Tigrillo por
Banco Grande y mi grupo, junto al del Quiché, por Bolinkey para
caer atrás del área de ofensiva del EPS. Yo me quedo con 4
morteros 60mm y 120 granadas. Cruzamos el río Coco en las pangas
a motor de Mamerto Herrera que me dice que había pasado al
Tigrillo cerca del Chilamate, le agradezco y no me acepta pago.
Esta vez vengo mejor preparado, conseguí que me dieran dinero
para comprar comida, traemos medicina y un par de radios de
comunicación, uno por grupo lo cual mejoraba un poco el mando y
control. Después de varios días de camino bajo lluvias y lodazales
llegamos a Kantayawás, de allí envío a Quiché hacia el área de
Planes de Vilán con unos voluntarios entre los que estaba Jimmy
Leo, Jovany Chele y otros que afirmaban poder sacar hasta 500
hombres de esa zona. Yo lanzaría un ataque comando a la base de
comando sandinista ubicada en Bocas de Ayapal. Al salir Quiché, me
quedo con 55 hombres, en eso llega Jaguar Kilambé con 19 hombres
los cuales conocen mejor la situación y me comienzan a contar las
cosas que habían pasado durante mi ausencia. Dimas había hecho
caso omiso de mis órdenes de enviar los 250 voluntarios a
Honduras, él esperaba que le lleváramos el abastecimiento a Wina
donde él estaba formando el «ejército» del Tigrillo. Habían pasado
cosas horribles para mis estándares, habían mandado al Duende a
La Colonia a capturar, unas detenciones y otras cosas arbitrarias,
algo muy mal para comenzar a ganar el apoyo de un pueblo.
Después me cuentan que había fusilado a unos 17 hombres,
acusados de infiltrados, por órdenes de Dimas. Luego el EPS había
montado una ofensiva enorme y en uno de los choques habían
matado al Sargento Beltrán y varios comandos más.
La montaña ardía en choques y emboscadas según todos los
correos, los sandinistas habían capturado a un montón de personas,
acusados de colaborar con nosotros. Habían matado a varios entre
ellos estaban los hermanos Barrera, de Wina. Los correos de toda la
zona nos guían hasta el cerro Las Nubes, cerca de Bocas de Ayapal.
Con 75 hombres y unos 20 correos me lanzo a una Operación
Comando para destruir la Base de Comando y Control del EPS que
estaba bien protegida por 4 compañías. Los correos hacen una
picada de montaña alrededor durante el día y el día 19 de octubre
de 1982 nos lanzamos a una larga caminata de casi 8 horas para
pasar entre las tropas sandinistas y llegar hasta la base principal que
está protegida por una avanzada de 40 hombres en un lado de río
Bocay, en una casa hacienda de dos pisos.
A las 12 de la noche, arrimamos al portón de la hacienda donde
creíamos iba a haber un puesto que debía ser eliminado
silenciosamente. Jaguar y yo avanzamos hasta el portón. Había una
llovizna, la luz de luna de repente alumbraba todo, pero luego la
noche se tornaba oscura debido a las nubes. Avanzamos
sigilosamente y de repente, el puesto encendió un cigarro y nos
dimos cuenta que estaba bajo el porche de la hacienda,
protegiéndose del agua, esto facilito la incursión. inmediatamente
comenzamos el desplazamiento. Yo con 15 hombres, me desplazo a
una colinita que me deja ver toda el área de acción, llevamos 4
morteros de 60mm y 120 granadas. Veinte comandos, al mando de
Naval y Wilfredo, ambos ex-GN, se ponen frente la puerta de acceso
principal de la hacienda, luego eliminarían con dos ametralladoras
M60, a los 40 hombres que dormían confiados en la casa hacienda
mientras Jaguar Kilambé y 50 comandos lanzarían una andanada
mortal sobre la base principal con 6 lanza granadas M79, cohetes
LAW y la fusilería.
La base es una conglomeración de champas alrededor de unas
casas de una hacienda. Al llegar, escucho donde están torturando a
unos campesinos, se oían los lamentos y quejidos de varios hombres
hasta las 2:00 AM. Tienen unos enormes reflectores que chequean
alrededor, una planta eléctrica grande se escucha y se siente las
ondas del poderoso radio base patrulla. Yo estoy sorprendido de
aquella maquinaria militar en movimiento. A las 3:00 AM apagan las
luces, todo queda en silencio, solo se escucha a un soldado de
rondín con una linterna que de vez en cuando enciende. Así
estuvimos bajo aquella llovizna hasta el amanecer. De pronto veo
salir de la casa a un soldado con un AK-47 cruzada en los hombros y
con un perro. Inmediatamente despierto a mis artilleros que tienen
las granadas calibradas para alcanzar todos los contornos de la base.
El perro hace un ruido, el soldado agarra su AK-47 y en ese
momento se para Naval y le dispara con su FAL.
De inmediato rompen fuego desde la base y nos lanzan una
andanada infernal de balas y granadas que alumbra con trazadoras
toda el área alrededor de nosotros. Escucho como los soldados
tratan de salir de la casa hacienda y son cortados, literalmente, por
las M60, yo rompo fuego con los cuatro morteros de 60mm y en
minutos acabamos con las 6 ametralladoras emplazadas alrededor
de la base. Les metemos una lluvia de fuego que suprime
completamente el poderoso fuego del EPS. Una ametralladora que
todavía disparaba es blanco para mis morteros. Hemos visto pasar
varias bolas de fuego, provenientes de un obús de 122 o 155mm,
que volaban sobre nuestras cabezas y se estrellaban en los
alrededores. Con el demoledor fuego de nuestras armas, en menos
de 15 minutos, habíamos neutralizado la base completa, era una
victoria sin paralelos. Inmediatamente ordeno la retirada. Me
encuentro con Naval y Wilfredo viendo los cadáveres de los soldados
en frente de la casa hacienda y me preguntan:
—Comandante, ¿recuperamos el equipo?
—No tenemos tiempo, hay que retirarnos antes que las COI que
están atrás nos corten la retirada.
Nos retiramos y dividimos en destacamentos de 20 hombres para
evadir el contraataque y continuar la Guerra de Guerrillas. Yo
continúo hasta el área de Macizos de Peñas Blancas, paso la
Comarca El Sarayal en Exploración y Combate para dar paso a que el
EPS asimile semejante derrota que les dimos y afloje el cerco a
Dimas y sus hombres. Las consecuencias fueron terribles. Los
comunistas piricuacos hicieron tierra arrasada a toda la montaña
obligando a miles campesinos a abandonar sus casas y sus
pertenencias, era una muestra de lo terrible que iba a ser esta
guerra, lo cruel que eran los sandino-comunistas y su forma
despiadada de imponer su ideología. Asesinaron a los que se
resistieron y quemaron las casas y las cosechas de aquella gente
humilde para quitarnos la capacidad de abastecernos de comida en
toda el área Norte de Jinotega y la RAAN.
Continúo hacia el Sur, paso Kininowás, Aguasuas y Santa Teresa de
Kilambé. En el Caño de la Cruz me encuentro con un grupo de 40
comandos al mando de Mackenzie, ex-GN —en 1984 sería asesinado
por Iván Verdugo en la Base Las Vegas, no sé porque— de la Base
Nicarao, lo enviaron a Matagalpa con un Comandante Emiliano, pero
se le insubordinaron y estaban al garete. Llego donde ellos, me dan
sus razones entonces llamo a Mack y les ordena quedar bajo mi
mando.
La patrulla es ahora de 64 comandos. Estamos acampando en casa
de Eva García, en Caño de La Cruz. A las 6:30 AM se escuchan unos
vehículos, el hombre de la Eva me dice que pueden ser la Policía
Sandinista que lo quieren detener no recuerdo por qué. Mackenzie
tiene un comando con fiebre y esperamos que se recupere para
marchar hacia el Sur, a la Pita del Carmen, los puestos están alerta.
Entonces aparece un comando y me dice:
—¡Los piris!
—¿Dónde?
Corro hacia el puesto y veo alrededor de 10 soldados del EPS y
policías sandinistas que corren empujándose unos a otros.
Inmediatamente le quito un M79 a un comando y les disparo dos
granadas. Resulta que los sandinistas habían llegado al puesto, le
preguntaron:
—¿Quién sos vos?
El comando salió corriendo a decirme:
—¡Los piris!
El piri gritó:
—¡Los Contras!
Y también salió corriendo, pero en dirección opuesta.
Inmediatamente ordeno que nos retiremos hacia unas colinas atrás
y hacia el Sur de la casa.
Comienzan los intercambios de balas entre ellos y nosotros. Yo me
quedo cubriendo la retirada con el Gato Biónico y dos comandos
más. Cuando nos retiramos para alcanzar la segunda colina, unos
tres soldados se toman la colina que habíamos dejado y comienzan
un fuego nutrido sobre los comandos. Yo no tengo tiempo de subir y
me tiendo en el zacatal, observo a los tres soldados que disparan
sobre mis hombres, tengo que eliminar a los dos primeros con un
solo tiro a cada uno… lo consigo, los veo desaparecer, entonces le
tiro al tercero y también lo desaparezco. Logro subir hasta donde
Mackenzie, lo puteo por no haberme cubierto y le digo que para que
jodido anda el rifle.
Organizo una defensa y contraatacamos a los sandinistas que salen
con 3 muertos y 7 heridos según me dirían meses después en esta
zona. Después de este encuentro fortuito me dirijo al Sur pasando
La Pita del Carmen. Después llegamos a la hacienda La Flor — aquí
moriría mi promoción, Félix Guillén, de Somoto, bajo el mando del
ex-Tte. Vázquez cuando éste último perdería su Fuerza de Tarea— y
continuamos hacia La Pavona, luego hacia El Sarayal y los Macizos
de Peñas Blancas en Exploración y Combate. Después de dos días en
la Comarca El Sarayal salimos a un área cerca de El Cuá donde, al
llegar a explorar a una casa, dejando mi unidad sobre el abra real,
estoy hablando amenamente con el hombre de la casa quien nos dio
una taza de café a mí y al comando que me acompañaba, de
repente volteo a ver hacia otra abra que venía de dirección opuesta
y veo a dos milicianos armados con Vz 52 que me estaban
observando.
Viendo mi situación complicada les digo:
—Avancen compañeros, soy el Teniente Moreno del BON 6009 de
Jinotega.
Los milicianos se quedan mirándome mientras yo le digo a mi
comando:
—Sargento, somos los mismos.
Le cierro el ojo para que no se chivee, en eso los milicianos se
acercan y, para mi sorpresa, los cuatro milicianos se forman delante
de mí y su jefe, Jefe de Milicia de El Cuá, me saluda y orgulloso me
dice:
—Soy el Jefe de Milicia de El Cuá, ando recogiendo a mis milicias
porque dicen que por aquí andan los perros.
—¡Qué bueno! —le contesto y le digo al comando— Sargento,
llame a la tropa.
Me doy vuelta rápido y encañono a los milicianos con mi FAL y les
ordeno:
—¡Boten los rifles o los mato! Yo no sé quiénes son ustedes,
pueden ser los perros que nos mandaron a buscar.
Disgustados tiran los rifles, les mando dos pasos atrás y mi
comando recoge los rifles. Una vez desarmados, me acerco al Jefe
de Milicia —un hombre en sus cuarentas, alto y fornido— y
tocándolo con la punta del cañón de mi rifle le digo:
—Somos los perros que buscabas cabrón.
Inmediatamente agarra el rifle y con ayuda de otro miliciano trata
de desarmarme, lo único que logra es una apaliada y tumbo a los
dos. Entonces les digo:
—Firmaron su sentencia de muerte, tontos.
Haberme intentado matar les costó la vida, el Comando Cacique
ejecutó la orden en la Cuesta del Muerto.
Allí mismo pusimos una emboscada el 22 noviembre de 1982,
quémanos 4 camiones del gobierno y una camioneta Toyota Land
Cruiser de tina del Banco Nacional. Nos retiramos de la Cuesta del
Muerto y bajamos hacia La Pita del Carmen, cruzamos la carretera y
unos soldados sandinistas, que van en un camión hacia El Cuá, ven
cruzar a los últimos comandos y a mí y nos dicen adiós, yo les
contesto y entro en la casa hacienda de un señor Rizo, la hija de él
comienza a despotricar contra los perros que quemaron los
camiones, deseándoles una vía directa al infierno. Después de su
alocución le dejo saber que nosotros quemamos los camiones. Se
puso verde, cambio de colores y no pudo hablar más debido al
pánico que le dio. Le dije a Rizo:
—Dame los frijoles y todas las tortillas para mi tropa que no hemos
comido.
Él me dice que son para sus peones, entonces le recuerdo:
—Mira todo lo que dijo tu hija y no me he enojado aun… pero
puedo enojarme. Vos mandas.
Él me entendió e inmediatamente le dio de comer a mis
hambrientos comandos. Luego le solicito que me saque hacia el río
Gusanera y me dirijo hacia el cerro Las Torres. En Las Torres dejo a
todos los hombres haciendo presencia y Guerra de Guerrillas y me
regreso solo con 12 comandos hacia la montaña. Me entero que,
bajo una persecución enorme, Quiché con los comandos habían
sacado a más de 300 civiles de toda aquella área, aún con choques
con tropas del EPS y que se batieron en combate cuerpo a cuerpo
en el área del Cumbo, Valle de Los Condegas. Quiché había logrado
zafarse del asedio, pero había dejado voluntarios desbandados por
todos lados, a estos los recupere con ayuda de los correos de toda
esta área, organizada desde 1981. Después de juntarlos tenía 40
hombres y unas 3 muchachas detrás de mí y mis 12 comandos.
BUSCANDO A DIMAS
Me muevo hacia la montaña y al llegar a Kininowás decido enviar a
los comandos junto con los civiles a Honduras. Me quedo con un
comando para buscar a Dimas Tigrillo y los comandos. Avanzado por
el Bocay los encuentro, 170 comandos y más de 200 voluntarios. Allí
se montan sobre la columna dos helicópteros, les rompemos fuego.
Uno cae como a un kilómetro de distancia y el otro a unos tres
kilómetros, cerca de Los Calichones, según los correos hay tres
tripulantes heridos. Ordeno continuar la marcha buscando Runflín.
Allí mando a comprar un par de vacas para que todos coman. Noto
que Dimas está disgustado o huraño conmigo. Me discute cada
orden que doy. Yo estoy muy molesto por todas las decisiones que
tomó y las barbaridades que hizo antes. Avanzamos cerca de La
Colonia y le digo que vamos a Honduras, el me discute y me dice
que va para donde el Tigrillo. En un momento agarra su rifle y dice:
—Síganme mis comandos.
En ese mismo momento arrebato el FAL de las manos de Franklin y
encañono a Dimas:
—En el ejército las ordenes se cumplen y no se discuten. Esto es el
FDN y yo estoy a cargo. Quienes no sean FDN se ponen con Dimas y
los que son FDN se quedan allí.
Nadie se movió. Entonces le ordeno tirar el rifle y lo tira el muy
cobarde. En eso estoy cuando aparece el Tigrillo con más hombres y
yo le digo lo que pasa, él me abraza y en lo que yo confío en él, de
repente me apunta con su AR-15. Veo en sus ojos un brillo de furia y
comienza a insultarme. Yo evaluó mis opciones, mi pistola —una
Makarov— está sucia, así que no confío lograr salir victorioso en un
enfrentamiento contra el Tigrillo y su AR-15, mi única salida es
hacerme humilde y le digo:
—¿Qué, vas a matarme? ¿Cómo le vas a explicar al Estado Mayor
mi muerte? Y vos, ¿vas a salir vivo?
Entonces él mira mis 10 ex-GN desplazados y con sus fusiles listos.
Le digo:
—No creo.
En lo que se voltea a ver, y mira a un lado, le agarro el rifle y al
mismo tiempo le digo:
—A mí no me gusta que me apunten —se lo quito.
Tiro el rifle a un lado y le doy un abrazo diciéndole:
—Hay mejores formas de arreglar las cosas. Me voy con mis 10
hombres, te alisto la logística en Honduras y nos vemos allá.
—Claro Mike Lima, perdóname, es que me han dicho tantas cosas.
—No hay problema Tigrillito. Nos vemos.
Me enrumbo hacia la frontera donde me topo con una unidad de
TGF con dos perros cerca de Somotine y nos hacen unos tiros, los
evadimos y nos cruzamos el Coco a nado, pero se me cae una bota
de hule en la corriente del río. Al día siguiente tengo que caminar
con un pie descalzo hasta que llegué a El Chilamate, allí conseguí un
pedazo de bota para llegar hasta la Base de Las Vegas donde se
encontraba la Base Ariel, en la hacienda de don Aníbal Chacón. Al
llegar, Richard me recibe muy bien, entonces me voy al Estado
Mayor para decirles que traemos casi 250 voluntarios además de los
450 que ya habían llegado, entonces me dicen que la nueva Base
Escuela está a cargo de Toño.
EL SEGUNDO DEL ARIEL
Durante el viaje a Tegucigalpa Richard me ofrece ser su Segundo a
lo que digo que voy a pensarlo. Me voy a ver a Fierro y al Cmdt. 380
los cuales me piden un reporte completo de todas mis acciones y me
platican que han tenido que dar de baja algunos comandantes de
base por no querer infiltrarse, solo quieren estar en la frontera. Me
voy a recibir a mis voluntarios con Toño, con Tigrillo casi tengo 700
voluntarios más los comandos regulares. Toño me ofrece el plan de
infiltrarnos con Renato hasta Boaco y ser su Segundo, yo le digo que
no. Yo ya había explorado Jinotega, Nueva Segovia y Madriz y
pensaba operar en esa zona y controlarla. Es vital para un
comandante guerrillero conocer su Área de Operación, así como ya
casi lo había logrado. Pasaría a operar con el Ariel, la mejor unidad
de combate que tenía el FDN, no por su comandante; la mayoría de
sus integrantes eran exguerrilleros sandinistas que lucharon bajo el
mando de Germán Pomares, pero poco tiempo después de su éxito,
desencantados y hastiados por la disposición cruel e inhumana de
los nueve serviles comunistas para subyugar a toda la población bajo
un régimen totalitario por el cual nunca lucharon, prefirieron
continuar su lucha por la libertad. La base Ariel, que después se
convertiría en el Comando Regional (CR) Diriangén, fue el semillero
de Líderes Guerrilleros de Los Contras. Consideraba que Richard ya
había alcanzado un alto grado de incapacidad, estaba casado y con
hijos, eso no era una buena mezcla para un comandante guerrillero
que necesita concentrar toda su energía en obtener metas a largo y
corto plazo, sin miramientos o arraigos familiares. Yo creía en una
guerra total y me entregaba a ella de manera total, dispuesto hasta
el máximo sacrificio —mi vida— si era necesario. Recordaba la
propaganda sandinista: «Yo voy hacia la libertad o hacia la muerte y
si muero otros me seguirán».
«El comando de pocos o muchos es igual, todo es organización».
—Sun Tzu.
Aquí yo estoy, totalmente abrumado y voy al Cmdt. Bermúdez con
una pregunta:
—Yo había aprendido a manejar una compañía y hoy tenía más de
800 hombres, ¿cómo hago para desarrollar mi capacidad de mando?
—Ya sabía que ibas a venir con esa pregunta.
Toma de su escritorio un libro y me lo da. El Arte De La Guerra por
Sun Tzu. Lo leo ávidamente y esta frase resalta «El comando de
pocos o muchos es igual, todo es organización». Durante el
entrenamiento de tropas y por las noches leo otros libros sugeridos
por Bermúdez, al General Giap y Mao Tze Tung. Comienzo a
entender mejor la necesidad de crear un ejército en las montañas
que triunfe en las ciudades. Me doy cuenta que las guerrillas tienen
que tener planes más flexibles que los ejércitos y que pocos pueden
derrotar a muchos con velocidad y sorpresa, Todas mis interrogantes
son contestadas leyendo estos libros.
Pero al mismo tiempo, evaluando el año 1982, habíamos
comenzado con muchas interrogantes y pocas repuestas de un
proyecto gringo de 500 hombres para presionar a los comunistas de
Managua para que dejaran de enviar armas a El salvador. Habíamos
entrado en una etapa de guerrillera avanzada al abandonar la guerra
de frontera para comenzar a reclutar y dañar la economía del país
que iba a ser clave para que Nicaragua se volviese ingobernable
para los comunistas, cosa que los llevaría a una derrota inminente.
No nos hacíamos ilusiones, pero de 240 hombres al principio de
1982, teníamos 1,100 en las tropas bajo mi mando y con Tigrillo —al
cual estábamos llegando a una separación necesaria— teníamos 700
voluntarios, pero no teníamos cuadros de mando, eso equivalía a
nada con capacidad operativa. Tomo la decisión de darle a Toño 500
hombres para formar su tropa ya que él tiene 17 cuadros de mando,
incluyendo a Quiché, Rigoberto, Naval, Wilfredo y otros; también
entrego 100 voluntarios a Renato para aumentar su unidad a 200
hombres que, junto con los Cebras iban a formar la San Jacinto.
4. ESTADO DE FUERZA - DICIEMBRE 1982
· Mike Lima y Tigrillo, 1,199
· Pino I —Suicida, 925
· Ariel —Richard, 407
· Nicarao, 265
· Sagitario —Venado, 289
· Cebra —Renato, 201
· Administración y Cuerpo Médico, 250
Pasamos preparándonos en entrenamiento y esperando los
abastecimientos. Toño llegó a decirme contento que el Cmdt. 380
había aprobado su plan de incursión con Renato, lo único que le
pidieron es que la Fuerza de Tarea se llamara Jorge Salazar,
entonces le pregunto:
—¿Quién es ese señor?
—No sé, y no me importa. Solo sé que lo vamos a hacer famoso.
Renato llegó con sus tropas al área de La Fortuna, no conocía bien
al viejo pelón, pero Toño me decía:
—Este maje es una fiera, vas a ver lo que vamos a hacer en
Matagalpa y Boaco.
—Yo voy ser lo propio en Jinotega, nos vemos adelante Toño —le
contesté.
El Tigrillo agarró, con su hermano Dimas, una Fuerza de Tarea, la
Rafaela Herrera, y continuamos luchando contra el mismo enemigo,
no contra los soldados sandinistas, sino contra el sistema que
querían implantar los rusos y los cubanos. El soldado simplemente
es eso, la parte sacrificable de una guerra, perder soldados es
normal, perder los jefes es menos aceptable. Yo acepto ser el
Ejecutivo de Richard —que iba a operar la zona de Jinotega Central;
el Ariel dejaba de ser Base para formar la Fuerza de Tarea Diriangén.
Todas las Bases se estaban convirtiendo en unidades de combate,
debían abandonar Honduras y dominar la Zona de Operaciones
asignada a cada Comandante, aquí es cuando son corridos algunos
comandantes por no abandonar la comodidad del santuario.
WAMBLÁN
«Lo menos doloroso de una derrota es una victoria». —Duque de
Wellington.
Comenzamos el nuevo año. El Suicida comienza a hacer noticias
con continuos combates en el área fronteriza. Comenzamos a
prepáranos con 180 hombres del Ariel para incursionar por el área
de Las Piedras y subir en el río Wamblán. El maestro de esta idea
fue Richard, a la buena usanza GN, calladito, secretísimo, solo habla
con Omaro. A mí me da un destacamento de 32 hombres y paso a
ser un Jefe de Destacamento, del Destacamento 1332. Omaro y
Richard comienzan a ser la más desastrosa incursión jamás vista.
Eran un par de novatos dirigiendo una operación militar. El primer
error que hacen es que envían una exploración de 10 comandos y
ponen a la cabeza a un jovencito con un lanzagranadas M79. Como
arma de apoyo los M79 son muy buenos, pero para arma de
combate individual no es aceptable frente a un fusil por la velocidad
de disparo.
Casi llegando el medio día, avanzábamos en la fila cerca de Las
Piedras. El pobre comando se topa de frente con una Tropa Guarda
Frontera (TGF) quien lo cose a balazos y aunque dispara la granada,
ésta estalla sin ninguna consecuencia para los TGF. Hemos perdido
el factor sorpresa, de aquí en adelante todo comienza a ponerse feo.
Avanzamos todo el día. Los ineptos jefes nos hicieron caminar hasta
la 1:00 AM y dormimos en un acantilado, sostenidos de los árboles.
Comenzamos caminar con los primeros rayos del sol, yo sabía que
nos iban a montar plomo pronto. Nos paramos a las 10:00 AM en
una casa buscando comida, un puesto observa soldados moviéndose
en una colina cercana, fue rápido, pero yo sabía lo que venía.
Richard me manda a una colina y nos preparamos para la defensa.
La unidad era mixta, se suponía que el Pájaro —ahora ex-Segundo
de Richard— iba a agarrar el mando de 160 hombres del Ariel no sé
porque ni para qué. Yo quería tener una unidad grande y entrenada
para pegar duro, mientras que Richard quería deshacerse de ellas
para no pelear y hacer nada. Puntos de vistas diferentes y futuros
diferentes.
De repente, somos atacados por dos flancos, yo quedo con mi
destacamento en medio. Se arma una trifulca o, en buen nica, una
«turquiadera» de madre. Oigo el llanto de soldados heridos revuelto
con el llanto de los perros de los TGF que trágicamente eran
abatidos junto con sus amos. Con mis 32 comandos retornamos el
fuego. Entonces un oficial TGF grita:
—¡Alto al fuego!
Todos los Jefes de Destacamento gritamos casi al unísono:
—¡Alto al fuego!
De manera natural, necesitábamos evacuar las bajas de la primera
línea. Tenía que evacuar un comando herido en el abdomen, y le
digo:
—Tratá de caminar.
Pero me dice:
—Comandante, me duele mucho. Déjeme aquí con una granada,
yo me mato con ellos, pero no me haga caminar.
—¡No! Vas a caminar.
Ordeno a tres comandos que lo carguen y rápidamente nos
reorganizamos. El ataque se reanuda con mayor intensidad. Siento
que estoy rodeado y me van exterminar, oigo soldados moviéndose
alrededor y llamo a Richard:
—Oye Richard, dame la orden de retirarme, me están anillando,
solo me quedan unos cinco metros en el lado del cafetal para
retirarme. de lo contrario olvídate de mi tropa, nos van a exterminar.
Con calma, pero seguro de mi suerte —y de mi deber como
Comando de dar mi vida si era necesario— mis hombres me
miraban. Yo, inmutable, me mantenía sereno. Pasamos más de
media hora bajo aquella lluvia de balas, gritos y granadas. Mi
posición defensiva era buena, pero una vez anillado no habría salida.
De pronto Richard me dice:
—Retírate y agarra la posición adelante de Omaro. Estoy enviando
un destacamento a cubrirte en el cafetal.
—OK, cambio y fuera.
Ordeno a mis jefes de equipo una retirada escalonada a sombrero
quitado. Sentía el alivio de mis comandos. Me retiro de último, pero
siento que los TGF se acercan agresivamente detrás de mi espalda.
Al deslizarme literalmente por el cafetal y caminando unos veinte
metros encuentro a un equipo de cinco comandos, al mando del
Muquito, que tienen una ametralladora M60. Le toco la boina y le
digo:
—Prepárate Muquito que vienen mordiéndome la mochila.
El me asienta con la cara tensa. Llamo a Richard:
—Oye Richard, ¿mandaste cinco hombres? A estos se los van
comer de un bocado. ¿No ves que a los treinta y dos nos tenían a
monte?
—No te preocupés porque van veinte más.
Efectivamente, en eso me encuentro con los veinte y le paso la voz
al jefe del destacamento, Chacal, que traten de llegar pronto hasta
donde el Muquito.
Fue entonces cuando se escuchó el poderoso fuego de fusiles y
granadas, el Muquito y sus cuatro hombres fueron aniquilados, el
destacamento de refuerzo no llegó a tiempo. Ellos se fajaron en el
cafetal en un choque brutal. Yo llegué donde Richard y me dice:
—Muévete y busca la retirada con Omaro para retirar las tropas
por aquella colina.
Yo avancé, encontré un comando herido, su cara estaba pálida, era
un jovencito, de unos 18 años. Ordené a mis hombres que lo
evacuaran hasta la colina. Encontré al Omaro y juntos nos lanzamos
con mi destacamento sobre la colina y la ocupamos para que toda la
unidad se retirara dejando los cadáveres de los cinco valientes
comandos que me cubrieron la retirada, no sé cuántos más
quedarían a la clemencia enemiga, inexistente en los piris.
Avanzamos todo el día por el río Wamblán. Todavía no entiendo
como Richard iba a esconderse con casi 200 hombres, como si era
un destacamento o una pequeña unidad, pero el jefe es jefe, si se
equivoca vuelve a mandar. Al día siguiente, al medio día, llegamos a
una finca con ganado. Compramos una res y comenzamos a cocinar.
No había terminado de asar la carne cuando de todos lados nos
rompen fuego. Otro ataque, más bajas. Me muevo a donde está
Richard y le pregunto:
—¿Qué hacemos?
—Buscá a Danilo, él tiene las instrucciones.
Avanzo con mi destacamento y me despido de Richard y de
Wamblán —el Comando enviado a explorar— a quien no vería nunca
más, unos minutos después moriría de un balazo en la cabeza que le
sacaría la masa encefálica —según nos relató otro comando. Avanzo
despacio, en un río es difícil caminar… las piedras, el agua… el
avance es lento. Llego a donde Danilo y le preguntó:
—¿Cuáles son las órdenes?
—Richard dice que avancemos sobre río arriba.
Eran las 5:00 PM, solo quedaba una hora y media de luz. Le digo a
Danilo:
—Mirá, esto está mal. Desde la frontera nos están montando
plomo por cinco días continuos. Todos los días perdemos hombres.
Nos van a exterminar y Richard no tiene idea de lo que hace. Los
sandinistas nos están esperando en la próxima casa que busquemos
comida. Es tu problema, yo no voy a dejarme matar por las órdenes
de Richard. Todos los que quieran seguirme que me sigan, pero yo
voy a tomar el abra real para adelantármeles a los piris que ya nos
tienen emboscado este rio. Nos vemos.
Tomo colina arriba y, como sabia, siempre había un abra real
paralela al río. Comienzo a caminar lo más rápido posible con dos
exploradores. Todos los hombres me siguen, incluyendo a Richard y
al Pájaro —par de novatos, para cualquier aprendiz a soldado o
comandante, habían hecho las cosas más predecibles del mundo
para ser exterminados. Mi avance es rápido, estaba seguro que no
habían patrullas porque ellos nos esperaban en el río. Llego hasta
cerca de un cruce de abras reales, habíamos recorrido más de 3
kilómetros hasta el cruce de doña Pura —según la gente del lugar,
un muchacho me ayuda y me guía. Yo quiero llegar antes que los
sandinistas lleguen al cruce de abras —caminos de montaña. El
muchacho me dice que todo está bien, él acaba de venir de allí y me
guía, toma mi mochila y ofrece encaminarme, yo acepto. Ya está
oscuro, son casi las 6:30 PM, a unos 200 metros antes del cruce yo
detengo la unidad y le digo a Omaro y a don Chuno Rayte que se
detengan. Oigo perros ladrar y yo creo que los piris están llegando.
El muchacho me dice que pueden ser gente comprando en la
pequeña venta de doña Pura. Les digo que me esperen. Agarro un
comando voluntario y me voy a explorar. Comenzamos a caminar, el
muchacho va adelante. Nos metemos en una palizada de árboles de
naranja, percibo el olor, entonces siento algo cerca y me quedo
paralizado, el muchacho me dice que siga, que es solo una vaca. De
repente un soldado exclama:
—¡Alto! ¿Quién vive?
En el acto salto hacia un lado para esquivar los balazos —casi a
quemarropa— y nos rompemos fuego. Mi M16 dispara solo 8 tiros y
uno de ellos le da en la cara. Inmediatamente los sandinistas
rompen fuego desde varios lados. Me tiro de espalda y me retiro con
el comando, el muchacho civil se me pierde en la noche con mi
mochila, mis mapas y mis cosas personales, entre ellos un pedazo
de carne asada que iba ser mi comida de ese día. Logro retirarme y
llego donde Omaro y don Chuno, están con mis comandos que en
ese momento los mandaba mi Segundo, Jovany Negro, y me dicen
que todo mundo me daba por muerto, que les entró pánico y
huyeron. Los hombres, mal alimentados y bajo presión, son como
una manada de vacas.
Nosotros nos quedamos quietos y nos alejamos del abra unos 100
metros dentro de la montaña para dormir tranquilos. Toda lo noche
escuchamos los ruidos de soldados caminando. No fue nada
agradable, sin comida, desorientados y yo enturcado con mi rifle
M16 que lo reemplacé con un AK-47 de uno de mis comandos
caídos. Muy de mañana comenzamos a caminar, a las 12:00 M
llegamos a una casita. Un campesino nos dice que hay tropas por
todos lados y que al soldado que chocó conmigo se lo habían llevado
muerto a Wamblán, tenía un balazo en la cara y que le decían Gato
Negro (QEPD). Que logré esquivar sus balas era una alegría para mí.
En la casita nos dieron de comer y uno de sus habitantes nos guio
hacia un área cercana a un cruce de abras reales para poder
retirarnos hacia la montaña. Adelante, en la caminata, encontramos
las áreas batidas de lodo donde se habían movilizado muchos
soldados que andaban detrás de nosotros con el deseo de hacernos
trofeos de caza en sus cuarteles y para su revolución.
A eso de las 5:00 PM alcanzamos al Pájaro, ahora entre los dos
teníamos 97 hombres, entre ellos Efrén, Boanerges, La Carlota —el
comandante del destacamento Tigre— y los Tigres, un
destacamento compuesto de comandos muy jóvenes, casi niños. Al
llegar, el Pájaro me dice que Richard pasó a sombrero quitado por
esa abra hacia La Colonia, entonces le dije al Pájaro que nosotros
íbamos a agarrar hacia el Este por ruta, o como sea, para salir a un
área controlada por nosotros, él aceptó; para comenzar andaba con
una «liga» —una mujercita bonita de Quilalí, que después sería su
esposa. No lo miraba muy conocedor de lo que andaba haciendo,
entrar a una Guerra de Guerrillas así no me parecía apropiado. Al
señor de la casa lo miraba preocupado y con razón, estábamos cerca
de un cruce de abras reales, en guerra y con tropas enemigas por
todos lados, era una receta para un desastre en su casa. De repente
el puesto da la alerta:
—¡Enemigos enfrente!
Omaro, Carlota, yo y otros dos comandos más nos ofrecemos
voluntarios para cubrir la retirada. Vemos a unos tres soldados
alejándose de nuestra vista. La tropa se retira como a dos horas de
camino, a una casa como a 5 kilómetros del abra real. Nos tendemos
en posición de combate, pero no pasa nada. A las 7:00 PM nos
regresamos a la casa. Parece que fue una exploración, yo solo vi un
soldado por unos segundos y a otros tres que se retiraban en
sentido contrario a la dirección que llevaba el Pájaro. Nosotros
agarramos los tres chompipes que dejaron abandonados en la
apresurada retirada del «Pajarraco», yo lo percibía nervioso.
Dormimos en una colinita viendo la casa y el señor nos enseñó por
donde irnos en la mañana. Nos ponemos en marcha con las
primeras luces. Como a las 8:30 AM nos encontramos con el puesto
que estaba avanzado, a unos 50 metros de una casa, lo vi nervioso y
le digo:
—Cálmate y prepárate, no hay más nadie de los nuestros atrás.
Sigo y encuentro al nervioso Pájaro, quien me dice:
—Es mejor que nos retiremos de aquí.
—¡Hombre! Pero comámonos los chompipes. Aquí tenemos una
posición defensiva.
Me dice que sí, aunque no muy convencido.
Trato de levantar la moral a los hombres, entre ellos estaba
Marlon, hermano de Rubén. Comenzamos a cocer los chompipes
cuando oímos disparos, luego silencio, habían eliminado al puesto.
Yo estoy con el Pájaro cuando escucho:
¡Patria libre... o morir!
Un montón de piris se nos vienen encima. Salgo y paso casi
arrastrándome junto a los chompipes en el patio de la casita
campesina bajo una lluvia de balas y granadas de mano. Detenemos
a balazo limpio el primer asalto. Después de unos minutos de calma,
de repente otro grito:
—¡Patria libre!
Y los soldados gritaban:
—¡O morir!
Lo mismo, lluvia de granadas y balas. Yo les gritaba a los
comandos:
—No nos corremos, echemos v… a estos hijos de p…
De nuevo la calma, y de nuevo otro asalto. De repente una
granada cae en los chompipes, entonces Pájaro agarra a su «liga» y
sale despavorido por una quebrada. Yo no conozco la distribución de
la tropa y oigo a la Carlota:
—¡Síganme los tigres!
Y sale corriendo detrás del comandante con sus tigres que
parecían gatos con el pelo parado huyendo. Miro a Efrén y le digo:
—Detengamos este asalto y nos retiramos.
Así fue, nos retiramos. Yo sigo al Capitán después de repulsar el
tercer asalto y nos retiramos en una poco gloriosa retirada a
«sombrero quitado». Nos habían desalojado y quitado nuestros
chompipes. Alcanzamos al Pájaro como unas tres horas después.
Después llega Efrén haciéndole burla porque se había corrido:
—Es este HP del Pájaro, el peor Comandante que he visto.
LA 35ª PROMOCIÓN SE SUBLEVA
Wamblán había sido un desastre para nuestro comandante, había
tomado malas decisiones. Me demostró lo que todos sabíamos, no
todos los que estaban aquí y habían tenido buena actuación en la
Guardia Nacional, tenían idea de cómo se mandaba una unidad de
infantería en combate en una Guerra de Guerrillas. Nos salvamos de
una exterminación segura, gracias a mi visión de no respetar rangos
ni gente sin méritos que gozaban de autoridad, pero no tenían
capacidad de comando. Yo había escuchado que Richard no se
acercó al puente de Ocotal durante su voladura, y sabía que fue
valiente en la GN, pero esto era otro tipo de guerra.
Aprendí a ser rebelde desde que había sido acusado, encarcelado y
casi fusilado por mi mejor, y más admirado instructor, el Teniente
Cristóbal Medrano, en el Tamarindo, en 1979. Si yo no hubiera
logrado dar aviso a mis promociones, probablemente estaría muerto.
Fui acusado de ser sandinista por el Sargento Cárdenas y capturado
después del toque de silencio por el Subteniente Cardoza, alias
Mama Lola. Después de una interrogación, fui enviado a la celda
donde metían a los «gueicos» o sospechosos de ser sandinistas.
Mama Lola me dejó la puerta sin llave y puso soldados de la
compañía que yo mandaba de puestos para cuidarme. Eso facilitó
que yo mandara a avisar con un soldado a mi promoción, Caballero
Cadete Eddy Sánchez, que fungía como Oficial del Día. Sánchez, en
vez de ir a verme, despertó a toda la promoción, se equiparon y se
desplegaron en acción de combate y de sublevación contra un oficial
—al que yo considero traumado por la guerra— que ya no le
importaba matar a nadie, de todas maneras, casi todos estábamos
condenados a morir en aquella guerra salvaje que consumía
hombres todos los días. Eso me enseñó a no creer en mandos, ni en
respetos no merecidos, yo no iba a aceptar estar bajo el mando de
unos «famosos» del pasado. La guerra es el único lugar donde los
de abajo podemos salir de nuestro anonimato sin tener que aceptar
las cadenas sociales de nuestra sociedad poco ecuánime. Los
méritos se compran con sangre propia y la de los jóvenes idealistas
que te sigan. Al Teniente Medrano lo mataron siete días después de
haberme encarcelado, pero su última lección me siguió toda la vida.
LA INFILTRACIÓN CONTINÚA
Nos comenzamos a internar por la montaña. Durante cinco días no
vemos a nadie, no conseguimos comida. El Pájaro y su «liga» van
nerviosos diciendo que es mejor no comer con tal de no acercarse a
las casas para evitar más ataques, yo los veo mal. Al mediodía del
quinto día yo, que voy a la exploración, encuentro un abra real y me
digo a mi mismo:
—Igual a gente, igual a comida y probable información.
Para al Pájaro —que se queda atrás con la tropa— era:
—Igual a piris, o piris y más piris.
Me burlo de él y me voy explorar. Encuentro a un campesino que
me dice que nos estaban esperando. Había escuchado de los
combates en Wamblán y que él es Jefe de los Correos de la zona de
El Jilguero, al Norte de Plan de Grama. Muy contento nos provee de
comida. Por fin descansamos y comemos, luego nos bañamos en
una quebrada y comenzamos a bromear sobre todas las cosas que
pasamos. Al día siguiente, guiados por los correos, marchamos hacia
San Antonio de Kininowás, allí acampamos para esperar a Richard;
estábamos a mediados de febrero de 1983. Al mediodía llega un
correo a avisarnos que Toño y Renato vienen por el abra real con
800 comandos. A eso de las 3:00 PM aparece la avanzada de los
Salazares. Estoy sorprendido, Toño iba a salir una semana después
de nosotros y estaba aquí como hecho. A la hora aparece el gran
Toño, como siempre, rimbombante y alegre con el «peluche» Renato
«Chiboludo» Ruiz. Toño se burla de mí y me dice que él conocía el
plan de Richard y, que mientras los piris nos pateaban el culo, él se
vino sobre la carretera, solamente una camioneta de piris le salió,
pero los comandos casi se matan con una ametralladora porque el
ametrallador casi se ahorca con la cinta de la M60. Además, los
comandos con los M79 tiraron granadas que parecieron pedradas,
estaban tan cerca que las granadas no se armaron y por ende no
explotaron. Fue una locura. Le platico que todo fue una m…, Richard
y el Pájaro no servían para ni m… Él me dice:
—Eso yo lo sabía. Aquí éstos creen estar en la GN y solo quieren
las prebendas de ser comandante, las camionetas y el manejo de la
logística. Tenemos que hacer esta guerra y no vamos a ninguna
parte con estos tontos. Vos debes agarrar el mando, mientras más
empujemos esta carreta será mejor para todos.
Richard apareció dos días después, con 49 hombres y 96 de
nosotros, habíamos perdido unos 40 hombres en Wamblán, un
recuento amargo. Toño partió hacia Matagalpa y Boaco con aquella
enorme tropa de novatos, hacia una de las mejores operaciones de
infiltración profunda, con la visión de crear un área nueva de
operaciones en el centro de Nicaragua.
Avanzamos hacia Aguasuas y después hacia Santa Teresa de
Kilambé, andaba con nosotros don Chuno Rayte, un hacendado
robado por sus hijos sandinistas, allí Richard hace un alto para darle
la noticia a Chuno Rayte que sus dos hijos habían sido eliminados
por comandos que iban para Matagalpa, ellos recibieron la orden del
G-2 del EM de eliminar a los Raytes y lo habían hecho. Chuno
rompió en llantos:
—Yo jamás creí que eso iba a pasar.
Don Chuno nos decía:
—«Si pasan por Santa Teresa de Kilambé, maten a esos hijos de
p.... hijos míos, piricuacos».
Le pregunté:
—¿Cómo se siente don Chuno?
—Muy mal.
—Pero si usted decía que matáramos a esos hijos de p…
—Sí Comandante, pero eran mis hijos a pesar de todo.
Richard y yo compartimos esos días, avanzamos hasta donde
estaba Rubén, en Sompopera, allí me quedé esperando a varias
unidades de la Diriangén que recibían dinero y algún abastecimiento
de Richard, como relojes y otras cosas pequeñas. En esos días
Richard, triste, me dijo que para él era muy difícil andar en guerra
porque estaba enamorado de su esposa y adoraba a sus hijos. Yo lo
entendía, yo creía que los hombres casados no deberían andar en
guerra, mucho menos en ésta que era tan complicada y
demandante, estábamos forjando un ejército de hombres dispuestos
a dar todo, incluso sus vidas, en contra de un sistema totalitario
enfrascado a mantenerse en el poder, aun a costa del sacrificio de
miles de jóvenes revolucionarios idealistas. Se estaban metiendo
dentro del concepto de la Guerra Fría, contra un presidente
norteamericano, Ronald Reagan, dispuesto a cambiar el rumbo
político de Nicaragua y Centro América, a cualquier precio.
SANTA CRUZ
Richard me dejo a cargo del Ariel y se regresó a la base, a seguir
dirigiendo la guerra desde allá, donde las balas no se oían, y a vivir
la «dolce vita» de Comandante de Base. De inmediato saco una
apreciación de la situación, paso a reconocer el Área de Operación.
Con Rubén damos una gira de unas semanas alrededor de El
Jiquelite, Santa Elena, cerro Blanco y regresamos por El Portillón, El
Bramadero, cerro Helado, cerro Blanco y cerro El Guapinol. Nos
damos cuenta que el EPS lanza una Operación de Destrucción y
Aniquilamiento contra la zona al Norte de Yalí, cerro Helado, La
Estrella. La información que obtuvimos de todos los civiles era que
pasaron 100 camiones de tropas por Jinotega, el convoy se había
dividido, 60 camiones por Yalí y San Rafael de Norte, los otros 40
hacia Pantasma y Santa Cruz. Las tropas de Cinco Pinos y del Pájaro
se las ven bien mal para salir del área, con algunos choques y pocas
bajas. Para ayudar, juntamos 120 comandos y ponemos una
emboscada a 150 metros de un cuartel del EPS y Milicias en Santa
Cruz y otra en el empalme de la carretera Pantasma-Wiwilí.
Pasamos todo el día hasta las cinco de la tarde, entonces un
camión IFA se moviliza del cuartel hacia el empalme, es impactado
por un RPG-7 y 25 comandos logran destruirlo junto con todos sus
ocupantes. Las tropas del cuartel del EPS se lanzan en Rescate y
Contraataque. Los comandos, al mando de Jimmy (QEPD), se retiran
y los soldados se lanzan en ataque contra la colina en que me
encuentro con dos ametralladoras M60 y unos 40 comandos. Nos
trabamos en choque. Pateamos y hacemos correr a los soldados y
milicianos con las dos poderosas ametrallados M60 que vomitaron
fuego sobre los valientes soldados del EPS que, definitivamente
estaban en desventaja, atacaron cuesta arriba. No sé cuántas bajas
les ocasionamos porque después de suprimir el volumen de fuego de
ellos, se retiran desordenadamente, nosotros también. Nos dividimos
en destacamentos de 20 para luego reunirnos en una semana para
la próxima misión.
Yo trataba de mantener todas las unidades activas y ordeno una
Acción de Combate y Emboscada cada 15 días. A cada Comandante
de Grupo les advertía que las guerras se ganan peleando y las armas
no eran para exhibición, de lo contrario los relevaba del mando y
ponía otros a cargo. Después de la emboscada me reuní de nuevo
con los Jefes de Grupo y decidí explorar, de nuevo, hasta cerro
Helado y La Estrella. Las unidades estaban cortas de abastecimiento,
por lo cual, la misión principal fue Reclutamiento y Exploración.
BOCAS DE GOLONDRINA
Al ver que Richard no nos enviaba munición y tenía unos 80
voluntarios, decido regresar a la base con los voluntarios y 14
comandos armados. Me despido de Rubén en Sompopera. Voy
regresando casi al mismo tiempo que Toño y Renato, ellos venían de
regreso de la incursión más profunda de toda la guerra hasta ese
momento. Me voy por la montaña, cuando estoy en Los Calichones
escucho el feroz combate en Bocas de Golondrina —después me
daría cuenta de los por menores de aquella acción. Bocas de
Golondrina, 1983, el cerco a Toño y Renato es uno de los episodios
más conocidos. Toño era el dirigente y Renato su punta de lanza.
Hicieron un equipo demoledor. Los dos, que eran promociones,
lanzaron la operación más atrevida de la historia de FDN. Penetraron
hasta Boaco y destruyeron cantidad de cuarteles de Milicias y tropas
del EPS, como el ubicado en San José de las Mulas.
Después de casi tres meses de operaciones y con un asedio
enorme del EPS, realizado por el Batallón de Lucha Irregular (BLI)
Coro de Ángeles y otra cantidad de Unidades Permanentes, habían
casi acabado las municiones. Comienzan a retornar para
reabastecerse dejando unidades completas dentro de Nicaragua al
mando de Franklin y Emiliano. La mayor parte de los que se
retiraban a reabastecerse eran unos 100 de los 500 Salazares —que
traían a más de 500 voluntarios— y los 180 hombres de Renato. El
EPS lanza constantes ataques, los más fuertes fueron en Santa
Elena, Rancho Grande, Matagalpa y los logra rodear en el río Bocay,
en la Comarca La Golondrina, cerca de San José de Bocay. Después
que Quiché y Tiro al Blanco con 60 Salazares pasan el Bocay a
sangre y fuego, el EPS logra cerrar el cerco. Toño pierde los nervios
y tiene un desequilibrio nervioso por la presión de tantos meses y la
persecución constante, lo hacen trastabillar y sus comandos llaman a
Renato. Renato llega con el Comandante Chaco —ex-Subteniente
Martínez— y su plana, entonces le dice a Toño:
—¿Qué te pasa «Tapas de Mula»?
—Nos van a matar a todos —balbuceó Toño.
—Te van a matar a vos caballo, a mí no —respondió Renato y le
dice a Chaco:
—Buscá seis ametralladoras M60, todos los M79, los morteros
60mm y toda la munición disponible. Vamos a ver si estos hijos de
p… nos aguantan a nosotros.
Chaco y Renato a la cabeza, con 60 comandos de la San Jacinto,
destruyeron el cerco lográndolo atravesar con todas las tropas.
Quince días después llegaron a la base de Las Vegas en el santuario,
con algunas bajas, pero sin ninguna complicación grave.
5. EL ARIEL
Regreso a la base Ariel para darme cuenta de lo mismo, Richard
pasaba casi todo su tiempo en Tegucigalpa con su esposa. En la
base, don Byron el Pelón y otros comandos se mantenían enviando
los nuevos voluntarios a la Base Escuela en Las Vegas al mando del
ex-Mayor Germán Guzmán. En eso llega Toño y nos vamos juntos al
Estado Mayor a demandar cambios de mando a Bermúdez y al Jefe
del Estado Mayor, también quería decirles la verdad sobre la
incursión de Wamblán. Con el apoyo de Toño logramos un cambio.
Bermúdez —como siempre paternalista— y Fierro le argumentaban a
Toño que yo era muy joven, esto me saco de mis casillas:
—Miren, no jodan. Estoy mandado tropas y combatiendo desde
hace más de un año, pero no me quieren dar el mando solo porque
soy joven para mandar y comandar una Fuerza de Tarea, pero no
importa que sea joven y el más efectivo combatiendo que todos
estos, ya desgastados y poco productivos, exoficiales, que se corren
en combate, como el Pájaro. Yo quiero el mando del Ariel y de la
unidad del Pájaro juntas, dividir en estos momentos es un error, de
otra forma estudiaría mi retiro.
Toño me apoya y les dice:
—Yo también, aquí vamos a pelear todos, o nos vamos a lavar
platos a Miami. Que estaremos mejor que aquí, donde no hemos
dejados los vicios de la Guardia Nacional que nos llevaron al fracaso.
Ante este argumento Fierro y Bermúdez inmediatamente firmaron
mi nombramiento y ordenaron a Richard a entregarme el mando de
las tropas y equipos de la base, incluyendo el vehículo asignado a la
misma. Richard, al saber esto, se retiró del FDN y se fue muy
disgustado con Toño y conmigo.
Yo regreso a la base donde se me unen 114 hombres del Indio,
Pastor Palacios, que se transfiere disgustado de las tropas de
Suicida. Después se me une una unidad de 123 hombres de los
Tigrillos al mando de Duende. También llega Douglas y el Coral,
también provenientes de la Pino I del Suicida, con 90 hombres más.
En menos de una semana tengo casi 300 más y desde ese momento
paso de ser de una Base a una Unidad o Fuerza de Tarea con una
región a cargo. Escojo el nombre con algunos comandantes y
pasamos a ser la Fuerza de Tarea Diriangén. La misión principal este
año es la destrucción de las Unidades de Producción Estatal (UPE),
para nosotros haciendas «robadas» por los sandinistas como
Samarcanda —de los Delgado, Galilea y San José —de David
Zamora. Eran objetivos fáciles de importancia económica. La idea
argentina en 1982 era no destruir nada. Enfrentar al EPS en Guerra
de Guerrillas, no enfrentamientos frontales. Este año, gracias a la
injerencia de los gringos y de los hondureños —parte de los amigos
que participaban en esta guerra donde como parte de un equipo se
hablaba en consenso la estrategia a seguir— se llegó a la conclusión
de que teníamos que destruir la economía para poder destruir el
sistema feroz de los sandinistas comunistas que gozaban del apoyo
poderoso de los soviéticos. Mis planes inmediatos son infiltrarme con
mis con 320 hombres y enviar a Douglas a hacer emboscadas y
quemar UPE al lado de Condega, la hacienda Dairali, al área de San
Juan del Rio Coco, Samarcanda y otras que no recuerdo. Al Coral lo
envío hacia la zona de San Rafael del Norte para que lo tome —
según él, San Rafael del Norte era fácil si le daba 170 hombres. Le di
el comando de 170 hombres, entre ellos el grupo al mando de
Juvenal para el primer intento de ocupar San Rafael del Norte en
julio de 1983.
LA IGUANA
En mayo de 1983 comencé la misión con 340 hombres. Douglas
me dijo que la Iguana era el mejor explorador y comenzamos la
misión de infiltración por el Rosario, Nueva Segovia. La misión se
comprometió cuando una compañía sandinista TGF avanzaba hacia
la frontera. Tuvimos que replegarnos poco hacia la derecha sobre
una fila alta y nos enfrentamos con los sandinistas en un tiroteo que
duró unos 30 minutos mientras el resto de las tropas de la Fuerza de
Tarea Diriangén nos movilizamos evadiendo el combate frontal. Nos
dirigimos hacia el área del bosque, cruzando la trocha que viene de
Murra. Al cruzar la trocha chocamos con los sandinistas nuevamente.
La Iguana fue el primero en detectar a los sandinistas y el primero
en salir huyendo hacia la retaguardia de la tropa.
Nos reorganizamos y volvimos a atravesar la trocha un kilómetro
más hacia Murra. Continuamos la marcha avanzamos por el lado del
cerro Chachagua. Avanzamos en columna hasta subir el cerro
Ventillas —por primera vez subía por las laderas de aquel cerro tan
alto, nos tocó casi doce horas de marcha para subirlo. Un día de
marcha sobre el cerro para después bajamos a la carretera entre
Quilalí y Wiwilí, por El Jobo. Luego avanzamos hacia La Vigía y
después a El Jiquelite, allí nos dividinos. Tomo marcha con Douglas
hacia cerro Blanco y continuamos a cumplir las misiones
preestablecidas. El Coral iba a tomar San Rafael del Norte y Douglas
iba a avanzar hacia el área de Condega con las órdenes de destruir y
emboscar tropas del ejército y destruir las UPE, entre ellas Dairali.
REENCUENTRO FAMILIAR
Me dirigí hacia el área de San Juan del Río Coco con el Comando
Peligro; él conocía a mi tía Eva y me guiaría para infiltrarme hasta su
finca. De allí mandé a traer a mi mamá para verla. Tenía tres años
de no saber nada de mi familia. Quedé con sólo 20 hombres y mi
Segundo al Mando que había conseguido en esos días en Honduras,
el Comandante Benny, ex-Teniente Denis Pineda Cárcamo, un buen
oficial, graduado de la AMN y más antiguo que yo en la Academia.
Mandé uno de mis primos —a los que después les llamarían «los
políticos»— a Managua y regresó un día después con mi mamá.
Haber incursionado a la finca de mi tía Eva, enfrente de la
carretera que va a Samarcanda, fue algo atrevido por lo que,
después de haber hablado con mi mamá durante parte de la noche,
me marché lo más rápido que pude hacia el área de cerro Blanco, a
continuar la Guerra de Guerrillas que yo estaba dispuesto a hacer
contra el sistema comunista de los sandinistas. Revisé y platiqué con
la mayor parte de los comandos que estaban en el área de El
Jiquilete. Estuve hablando con Cinco Pinos y recomendándole las
misiones de Guerra de Guerrillas y de evitar un enfrentamiento
frontal con un ejército tan poderoso con doctrina soviética. Le
indiqué que las tropas nuestras deberían dar la batalla destruyendo
equipo, cualquiera que sea, camiones, equipo de construcción,
haciendas estatales UPE y otros que causaran daños a la economía
del sistema. Una de las misiones más importante de todas las
unidades era la de mantenerse activos y controlando, a través del
Sistema de Correos, toda nuestra Zona de Operación, que
comprendía desde el río Gusanera hasta Las Mesas de Moropotente
y la carretera Panamericana, cerca de Estelí.
BUSCANDO LOGÍSTICA
Después de haber dado instrucciones a todas las tropas, que ya
sumaban más de 1,000 hombres, regresé a Honduras a hablar con
el Estado Mayor referente al dinero de mis tropas. Tenía tres meses
de no recibir la asignación para comida, era un dólar por día por
hombre. Para hacer una rápida salida me crucé por Nueva Segovia,
en el área de San Fernando y Santa Clara. Llegué a La Lodosa
después de haber atravesado un campo minado, una experiencia
extremadamente peligrosa y asfixiante ya que uno de los hombres,
un jefe de compañía de la Nicarao, había muerto un día antes en esa
misma zona. Ninguno de mis cuadros, ni siquiera Benny, fue capaz
de avanzar sobre el área cercana a la frontera debido al terror a las
minas terrestres, por esto tuve que avanzar a la vanguardia. Avance
en angustiosa marcha entre minas.
Había regresado con 25 comandos y 40 voluntarios, parte de ellos
iba a regresar con equipos nuevos. La recepción que tuve por el Jefe
de Estado Mayor no fue nada cordial, ni aceptable, ya que me trató
de hacer entender que yo no debía de cruzar la frontera porque yo
iba recibir abastecimiento por medio de los nuevos aviones y equipo
aéreo compuesto por unos estúpidos aviones C-47 que les costaría la
vida a casi todos los pilotos que se atrevieron a volar en territorio
nicaragüense. Cuando me contesta de una manera altanera e
irresponsable, le mando a comer m... y le digo que en ese preciso
momento me estoy dando de baja y que me voy adonde pueda
hacer una vida nueva, que no iba a continuar con una manada de
imbéciles como ellos, que no tenían idea de lo que estaba pasando
en esta guerra. Tomo mi pistola y se la estrello en el escritorio y le
digo que busque otro imbécil para que comande a los más de 1,000
hombres que tengo en Nicaragua porque yo no vuelvo más a
arriesgar mi vida. Cuando estoy acercándome a la puerta
desesperadamente me alcanza y me dice que por favor no haga eso.
Me da el dinero para comprar la comida y me autoriza el equipo para
los hombres que tengo en La Lodosa.
Regresaría a mantener la Guerra de Guerrillas en el área con la
esperanza de ser reabastecido por aire para impulsar la guerra de
manera más eficiente. Me avisan que más o menos en un mes me
prepare para recibir abastecimiento aéreo. De La Lodosa retorno con
mis hombres hacia mi Zona de Operación y paso en el área de San
Juan, quemo dos camionetas Toyota del Instituto Nicaragüense de la
Reforma Agraria (INRA) y cuatro pequeñas UPE —haciendas
confiscadas— que salen como blancos de oportunidad en ruta a
cerro Blanco. Los comunistas usan la estrategia de robar al que tiene
propiedades, empresas y capital para repartir el botín entre sus
adeptos. Afectan a unos cuantos encajándoles un nombre que
justifique su asesinato y robo para congraciarse con su hombre-
masa-obediente. Reparten lo ajeno como si fuera de ellos, tal y
como lo hicieron los nazis de Hitler con la población judía en
Alemania para adueñarse de sus posesiones culpándoles —
injustamente— de ser la causa de la crisis económica que agobiaba
ese país.
Después me dirijo a Santa Elena, Jinotega con una turba de tropas
de Somoto que habían intentado cercarme, otra vez había visto la
columna de camiones militares desplegando por las carreteras cerca
del Centro Familiar de Educación Rural (CEFER), en el departamento
de Madriz.
LA DGSE - DIRECCIÓN GENERAL DE LA SEGURIDAD
DEL ESTADO
Después me preparo para recibir un abastecimiento aéreo en el
área de Las Torres, Jinotega. Me ordenan que marque una zona para
un entrenamiento de abastecimiento con 60 comandos y envío las
coordenadas para el supuesto abastecimiento aéreo en el área del
cerro Las Torres, cerca del río Gusanera. Estando con mis tropas en
varias colinas, aparece una compañía de tropas sandinistas que se
lanzan encima de nosotros, parecía no importarles nuestra capacidad
de combate. Se desplegaron en una huerta preparada para siembra,
se desplazaron en una enorme línea de tiradores y, al grito de ¡patria
libre o morir! se nos lanzan encima, parecía una película. Yo ordeno
a los hombres replegarnos. Uno de mis Jefes de Destacamento,
Carlos, les dice a sus hombres que soy un cobarde. Él no puede
entender que, si esta compañía se estaba lanzando tan furiosamente
enfrente de nosotros en una manzana de área abierta, era porque
alrededor tendríamos tropas que nos destruirían.
Me retiro después de una enorme persecución de tres días durante
las cuales tenemos que pasar dentro de un charco —donde incluso
había una culebra muerta— tomando agua sucia para escapar de las
tropas enemigas. En mi retirada de esa zona con este destacamento
de 30 comandos me dirijo hacia el Plátano de Vilán donde pasamos
cerca de la casa de uno de mis comandos, hijo de don Agustín
González. Don Agustín envía comida a su hijo con su hijo menor,
Martín González. Después de darnos la comida, Martín regresa a su
casa y es encontrado con las viandas vacías por el «Venado»,
Segundo Jefe de la Seguridad del Estado en Pantasma, y Juan
«Coyunda», de la Seguridad del Estado también, con más de 100
soldados los cuales al verle salir del monte lo capturan y lo acusan
de Contrarrevolucionario, le meten un palo entre sus brazos y le
meten un bayonetazo en cada seno dejándole morir frente a su casa
por un lapso de dos días. Los vecinos, el hermano de él y todos mis
comandos, escuchamos lo gritos de dolor de aquel joven muchacho
de 16 años.
Varios comandos me pedían que tratáramos de rescatarlos y si no,
que les diera permiso para intentarlo junto con el hermano de este
infortunado muchacho —sería uno de los más de 200 colaborados
eliminados por órdenes de Carlos Barquero, Jefe Zonal del FSLN en
Pantasma— yo les dije que era imposible, lo único que podemos
conseguir era que nos masacraran a nosotros también. Éste es uno
de los momentos más amargos que tuve que vivir. Ordeno movernos
hacia otra zona, al área de El Jiquelite.
CONCENTRACIÓN EN EL CHAMARRO
Una semana después comencé a llamar a las unidades activas que
tenía en toda la Zona de Operación, debido a la acción de las tropas,
tuve que enviar 700 hombres a Honduras en busca de
abastecimiento. Logro reunir 410 hombres en el área de El
Chamarro, cerca de Sompopera, para ser abastecidos, entre ellos
están los que participaron en la incursión a San Rafael del Norte, la
cual fue difícil debido a que las tropas atacaron divididas. Se dieron
casos muy difíciles, uno de los jefes de grupo tuvo que ayudar a
morir a uno de sus hombres herido para evitar caer en manos de un
enemigo que no tenía clemencia para sus opositores armados.
Comenzamos a reconcentrarnos el 10 de septiembre de 1983 en el
área de El Chamarro. Cinco Pinos llega con 100 hombres, Rubén con
170, el Coral 17, Douglas con 60 y un número de voluntarios de casi
100 hombres que recibirían fusiles del supuesto abastecimiento
aéreo. Yo sabía que íbamos a ser detectados por el EPS, pero no
tenía otra alternativa más que confiar en las promesas del Estado
Mayor. Reunidos en el área de El Chamarro fuimos detectados por
las tropas sandinistas. Se lanzaron al ataque con dos agrupaciones
de milicias por ambos flancos. El flanco de Sompopera, defendida
por 80 hombres de la unidad de Rubén, derrota a la unidad de
milicia y les hacen correr hacia la carretera Pantasma-Wiwilí.
Mientras que unos 60 milicianos se toma el cerro El Chamarro, pero
es expulsada y derrotada por un ataque frontal del Coral y Cinco
Pinos.
Al día siguiente, tras subir a la colina me encuentro y veo los
cadáveres de 5 milicianos, eran campesinos que estaban bien
armados con fusiles AK-47 y una ametralladora RPK, vestidos de
ropa tan humilde que hasta daba vergüenza haberles quitado la
vida. ¡Qué tristeza! Yo solo tuve un muerto y un herido, un comando
de seudónimo La Gallina, que había sido guerrillero sandinista con
Germán Pomares, como casi todos mis Cuadros de Mando. Debido a
que me sentí descubierto, movilizo mis hombres hacia el sector de
Las Torres, o sea el cerro Las Torres. Allí comenzamos a esperar el
abastecimiento. El día 17 de septiembre de 1983 se monta sobre
nosotros un helicóptero Allouette —de fabricación francesa— e
inmediatamente ordeno desde mi caballo:
—¡Abran fuego!
El helicóptero recibe el fuego de más de 300 hombres y se
desploma, cae cerca de Maleconcito según nos informaron los
civiles. Me confirman que el abastecimiento va a venir al día
siguiente. Efectivamente aparece un C-47, como piloto, el ex-Capitán
Amador, el cual me lanza el abastecimiento tan necesitado por mis
tropas. Le doy las gracias y me pregunta:
—¿Qué son las chispas que veo?
—¡Váyase lo más pronto que pueda!
Le habían disparado desde la carretera y desde el cerro al frente
de La Pita del Carmen. En la misma noche pensamos avanzar hacia
el río Gusanera, pienso que es más práctico movilizarnos fuera del
área de abastecimiento. Estoy tenso, sé que los sandinistas están
pendientes de todo lo que hemos hecho y que pronto van a darnos
una sorpresa.
RIO GUSANERA
Amanecía el día 19 de septiembre de 1983. A las cuatro de la
mañana ordeno la movilización de la unidad al mando del Coral y las
otras tres unidades bajo el mando de Rubén, Douglas y Cinco Pinos.
Coral moviliza su unidad, pero al tratar de cruzar el río Gusanera
choca con la Primera Compañía del Batallón 6011. El fuego es
infernal, las tropas sandinistas disparan sobre la casa donde yo me
encuentro y tengo que salir sin mochila. Caigo encima de otro de
mis comandos en el riachuelo detrás de la casa. Movilizo una
compañía hacia una colina para dar fuego de apoyo al Coral que se
bate con los sandinistas en la ribera del río.
El combate es infernal, dilata hasta las 8:30 AM. Gracias al fuego
nutrido de las dos unidades, los sandinistas comienzan a aflojar. De
nuevo maniobro hacia el cerro Las Torres y comienzo un movimiento
evasivo hacia El Chamarro y los Planes de Vilán. En el trayecto tengo
que dejar escondidos, cerca de Planes de Vilán, a cuatro de mis
hombres heridos en las acciones anteriores. Sólo he tenido un
muerto, el Segundo Jefe de Destacamento de Vladimir, había
recibido un balazo en la frente en El Chamarro. Allí también tengo la
deserción de un muchacho de 16 años que se va con su FAL —que
tan importante que era cada equipo en este momento. Según las
leyes militares, a un desertor en combate se le debe aplicar la pena
capital. Semanas después me encuentro con Kalimán «Mancuncho»
—jefe de grupo de las tropas del Tigrillo— en Santa Teresa de
Kilambé que me dice:
—En mi unidad anda uno de los suyos que se desertó de su unidad
y se quiere pasar a la mía y anda un fusil FAL con su equipo
completo. Por favor Comandante, ¿me puedo quedar con él y su
equipo?
—Quedate con el equipo y el FAL y mandámelo inmediatamente.
Era el desertor y le daría un castigo por su cobardía al abandonar a
su tropa en pleno combate. Mandé mi tropa de 700 comandos a
formar y delante de ellos le dije:
—Mirá muchachito, lo que vos hiciste merece la pena capital… pero
vos sos joven y podés llegar a ser hombre. Te voy a dar la
oportunidad de hacerte hombre.
Fue disciplinado delante de toda mi tropa —el ejemplo era
necesario— y él lo soportó; fue reintegrado a su unidad; de ahí en
adelante se comportó como debía y después me agradeció por
haberlo perdonado y disciplinado. Él llegaría a ser uno de mis
mejores comandantes de tropas.
El avance hacia los Planes de Vilán es bajo el acoso en retaguardia
por tropas del EPS. Avanzamos hacia un lugar que llaman La
Balastera. El orden de avance es, al frente, la compañía de Douglas,
un Grupo comandado por Medina y otro por Vladimir. Segunda en
avance, la unidad de Rubén, van con Jimmy Leo como Ejecutivo en
el flanco derecho y le sigue la unidad de Coral. Cinco Pinos, en la
retaguardia, es atacado por una agrupación sandinista. Ordeno a
Douglas, que avanza en la vanguardia, que tome dos colinas que
están enfrente de una trocha. Es la 1:30 PM, el combate entra en lo
fino en la retaguardia cuando de repente el Grupo de Medina va
avanzando y aparecen por la trocha un grupo de jóvenes soldados
gritando ¡patria libre o morir! Lanzaron unas granadas y cohetes
RPG-7 sobre mis hombres y cortan por la mitad la compañía de
Douglas.
PLANES DE VILÁN
A medida que avanzan y me hacen desmontar mi mula, La Reina,
la situación se vuelve complicada. Llamo a Coral para que traiga su
compañía y ataque las tropas sandinistas —que es la Cuarta
Compañía del Batallón 6011, con 117 hombres— las cuales rodean
completamente el destacamento de Vladimir. Se arma una lucha de
vida o muerte entre los 20 hombres y los sandinistas. Coral llega
media hora después, sólo con 20 hombres porque la compañía se
perdió y agarró un camino equivocado; para mí un irresponsable —
como siempre— el bendito Coral. La compañía de Rubén combate
con tropas en el flanco derecho. Doy la orden a Cinco Pinos que
movilice la mitad de su compañía y deje combatiendo al Grupo del
Caracol, porque las compañías de Rubén y Douglas están
empeñadas, pero al mismo tiempo la compañía de Rubén avanza
con el grupo de Jimmy Leo, a la cabeza, hacia el cuartel de Planes
de Vilán. La compañía de Cinco Pinos se parte en dos grupos. El
grupo de Caracol mantiene el choque con los sandinistas cubriendo
la retaguardia, entonces aparece Cinco Pinos con 44 hombres,
inmediatamente recibe las instrucciones de lanzarse en un asalto
frontal sobre los sandinistas que están enfrente de una casa en la
trocha y están recibiendo fuego de los destacamentos del Gorgojo,
Vladimir y Medina. Con Douglas, que estaba junto a mí con un
destacamento de comandos con un par de ametralladoras M60
comenzamos el fuego de apoyo contra la compañía sandinista
mientras las tropas de Cinco Pinos se ubican al borde de la colina.
Cuando las tropas de Cinco Pinos se ubican en posición de asalto,
suprimimos el fuego de apoyo e inmediatamente los hombres de
Cinco Pinos lanzan una lluvia de granadas de mano y hace estallar
toda el área alrededor de la pequeña casa.
La casa está junto a la trocha, se escucha un fuerte estruendo,
enorme. Inmediatamente las tropas de Cinco Pinos se lanzan en
combate cuerpo a cuerpo y desalojan la mitad de la colina. Avanzo
detrás de ellos, viendo los estragos del combate. Encuentro 17
jóvenes soldados muertos, del BIR 6011. ¡Dios mío! es una escena
dantesca. Todos los muchachos muertos están mutilados, no
tuvieron chance de crecer, la mayor parte de ellos era de 17 a 20
años. Avanzo hacia la casa y establezco mi Puesto de Mando (PM) y
comienzo a recibir las 83 mochilas capturadas, un mortero de 82mm,
unas 14 granadas, 4 ametralladoras M60 y 27 fusiles AK-47. Las
mochilas son un banquete, todas están llenas de municiones,
uniformes, galletas Nabisco, pinolillo y cartas. Medina choca con los
piris en un cafetal y Allan, uno de los jefes de destacamento del
grupo de Medina, mata a tres soldados, entre ellos un sargento. Yo
comienzo a leer las cartas de madres a sus hijos, novias a sus novios
y de esposas a sus esposos. Una experiencia cruel. Muchos de ellos
estaban muertos. La mayor parte eran de la cuidad de Jinotega.
Debido a una falta de respeto por parte del Jefe de Compañía, Cmdt.
Coral, que como siempre trataba de tomar ventaja del equipo
capturado —el hecho que me disgusto y le llamo irresponsable es
porque su compañía no estaba donde debía estar— le digo:
—Te voy a enseñar que yo también sé asaltar como todos ustedes.
En la mañana voy al tomar la mitad de la colina que tienen los
sandinistas. Te voy a enseñar que las ametralladoras tampoco tienen
problemas de ninguna especie. Aquí hay que aprender a obedecer y
el que no pueda obedecer no va a estar en esta unidad.
Los comandantes de las compañías Cinco Pinos, Rubén y Douglas
apoyaron mi posición. Coral tenía la costumbre de siempre
contradecir las órdenes mías, en situaciones de dificultad eso no era
aceptable. Le advierto que mantenga su disciplina o lo relevo del
mando. Pero por el momento hay que quitarle la mitad de la colina a
los sandinistas. Toda la noche pasamos bajo algunos tiroteos entre
los comandos y los sandinistas. Ordeno a Medina avanzar en la
noche para golpear el flanco de los sandinistas que estaban
atrincherados en la colina, en unas piedras y en un cafetal.
En la mañana quería encontrarlos ablandados. Medina avanza y me
dice que hay sandinistas por todo el cafetal. Los hombres de Medina
avanzan. Allan, era un joven moreno alto de complexión fuerte, el
Jefe del Primer Destacamento, se encuentra en la oscuridad con un
sargento que le pregunta:
—¿De qué pelotón son ustedes?
Allan se quedó callado, pero el sargento le toca el FAL y grita:
—¡Dios mío! ¡Los Contras! ¡Son los Contras!
Allan rompe fuego y logra matar al sargento —un hombre alto,
blanco, con bigote— y a tres soldados, cuyos cadáveres vería al día
siguiente, uno sobre de otro. Me costó dormir por la tensión de los
combates, pero me dije a mí mismo, tengo que dormir, mañana
necesito hasta la última gota de energía para lo que se nos venía
encima. La noche pasó rápida, antes de dormirme pensaba en las
cartas abandonadas en aquellas mochilas. Saber la difícil situación
de entender que algunos de mis muchachos no regresarían a su
casa, así como a estos soldados, porque, podían recibir un balazo, o
un fragmento —o «charnel»— de granada en los próximos días.
Allan moriría junto a mí durante un combate en cerro Blanco contra
las Tropas Pablo Úbeda (TPU) del Ministerio del Interior. Un soldado
de las TPU le daría un balazo en la frente, parte de su cerebro caería
sobré mi camisa. La mujer de Vladimir había sido herida en el
hombro, y Cinco Pinos recibió un «charnel» en los dientes.
La batalla iba a comenzar al amanecer. Antes de las cuatro de la
mañana ordeno al destacamento de Rebelde revisar sus armas y
prepararse para asaltar la colina. Ordeno a Rubén que prepare un
grupo de 70 hombres y que avance detrás para retener el terreno
ganado. La tropa se forma y los 20 comandos se alinean en línea de
tiradores. Me pongo al frente y ordeno avance. Inmediatamente al
cruzar las primeras piedras comenzamos el choque. Lanzamos
granadas de mano que desalojan a unos 20 soldados, les
ocasionamos unos siete muertos, rodeamos a un grupo de 7,
entonces ordeno al Rebelde, con 10 hombres, avanzar. Logro
conectarme con Vladimir quien se muestra agradecido y contento de
vernos.
Otra vez, los estragos del combate se podían observar en la colina.
Noto cómo cerca de 20 cohetes de RPG-7 del BON 6011 quedaron
ensartados como flechas en la ladera que daba protección a los
hombres de Vladimir, esto se debía a lo cerca que fue la lucha, las
granadas no se armaron y se clavaron en la ladera de la colina.
Rebelde continúa el avance, yo tengo que regresar hasta la
retaguardia para ordenar y poder mover a 70 hombres para
asegurar el avance con el refuerzo de estos comandos. Tenemos
rodeados a unos soldados y les ordeno que se rindan. El primero se
rinde y le ordeno llamar a sus compañeros. Se rinde Benito
Chavarría, un jovencito de 17 años, le pregunto:
—¿Qué pasa con los otros?
—El Sargento no permite que se rindan.
Otro soldado se rinde y nadie más sale, ni contestan mi llamado a
rendirse. Trato de hacer que se rindan más soldados. De acuerdo al
Zurdo estaban petrificados por el miedo al sargento y no se rinden.
Al no rendirse yo no tengo tiempo de esperar o negociar, ya Jimmy
Leo está atacando el cuartel improvisado del EPS en la escuela de
Planes de Vilán. Yo no puedo dejar focos de resistencia. Ordeno tirar
sobre de ellos granadas de mano y ordeno a un destacamento de 20
hombres, al mando del Gigante, lanzar un asalto que acaba con la
vida del grupo. Era importante para mi avanzar, no podía
mantenerme esperando por horas ya que las tropas comenzaban a
avanzar sobre el cuartel de Planes de Vilán y toda la Diriangén tenía
que llegar al área para asegurar completamente la derrota de las
tropas del EPS en esa zona.
Llegamos a la escuela de Vilán donde estaba ubicado el cuartel y
ya estaba en manos de Jimmy Leo que, con su grupo, los había
derrotado, exterminando a los que trataron de resistir, unos 14
soldados EPS. Capturó 17 AK-47, más de 100 granadas de 82mm
para morteros, tiros para AK-47 y otros pertrechos muy necesarios
para mantener a la Diriangén lista para otro combate; también había
capturado tres soldados más. La gente de los Planes de Vilán era
amiga, conocí a la familia Montenegro y a los familiares de muchos
de mis comandos. Por la tarde empezó el contraataque. Apareció
una columna de tropas sandinistas proveniente de El Guapinol. Se
nos lanzaron en asalto. Las tropas sandinistas eran observadas por
mis exploradores desde el cerro Chinchivi. Con las 114 granadas de
82mm capturadas en el cuartel, lanzamos una cortina de fuego
contra las tropas sandinistas que se retiraron en desbandada,
dejando más de 25 hombres muertos en unas dos horas de
choques. Dormimos en el área. Al amanecer ordeno avanzar hacia
cerro El Chile, sobre la carretera de Pantasma a Wiwilí.
EL CHILE
A El Chile llegamos casi a las cinco de la tarde, al momento
oportuno para emboscar a ocho camiones cargados de trabajadores
de la construcción y milicianos, un total de casi 250 hombres, ocho
de ellos tenían fusiles AK-47 pero se rindieron sin disparar un solo
tiro. Ordené a los civiles que dejarán de trabajar en el área de la
carretera porque estábamos en una zona de guerra y alerté que si
alguien disparaba iba a haber muertos. Quemamos los camiones y
nos movilizamos hacia la zona de El Portillón y El Bramadero. En esta
zona, por la tarde, la unidad al mando de Coral —que va a la
vanguardia— se detiene. Sin órdenes ni plan, mis 400 hombres
quedan detenidos, sin explicación. El Cmdt. Coral no comunicó nada
a nadie. Llego a toda velocidad en mi mula y le pregunto al Jefe de
Grupo y Segundo al Mando, Nolvin:
—¿Qué pasa? ¿Dónde está el Coral?
—Se robó una muchacha de un comando que andaba con su hija.
Jovencita y bonita, por cierto.
Reorganizo la unidad. Doy órdenes de acuerdo a la situación a
cada una de mis unidades y reemplazo al vago, inepto e
irresponsable de Coral con Jimmy Leo. De ahí en adelante las cuatro
unidades quedan al mando de Rubén, Douglas, Cinco Pinos y Jimmy
Leo. Seguimos la marcha a El Jiquelite donde nos ataca la Primera
COI del Primer BLI Batallón Destino Múltiple (BDM) Simón Bolívar,
comandado por El Subcomandante Mario Lanuza —según Barricada,
contaba con 1,200 soldados regulares y oficiales que iban a
conformar los nuevos Batallón de Lucha Irregular (BLI) que
reemplazarían a los desgastados e inoperantes Batallón de Infantería
de Reserva (BIR) derrotados en todas las aéreas de combate— con
7 COI y aquí tenía una, la Primera COI. Los contraatacamos y
derrotamos rápidamente. La unidad de Cinco Pinos les lanza un
asalto y les recupera una PKM y 10 AK-47, los saca desbandados con
3 muertos y 33 heridos, datos confirmados por un capitán capturado
en el cerro Kilambé un mes después.
Avanzamos hacia Santa Elena, teníamos información de que siete
batallones andaban persiguiéndonos por toda el área que habíamos
dejado. En Santa Elena somos atacados desde larga distancia con
morteros y me causan 15 heridos. Es un dolor ser atacado sin poder
defenderse, pero mis tropas eran unidades irregulares y no teníamos
armas de largo alcance. ¿Por qué hacíamos esto? Sencillo,
necesitábamos tomar la iniciativa táctica y, al mismo tiempo,
demostrar a los sandinistas que cada día nosotros dominábamos
mejor la situación y hacíamos el país más ingobernable. Al mismo
tiempo trataba de cumplir con las órdenes poco educadas del Estado
Mayor FDN —compuestos por exoficiales GN sin ninguna experiencia
militar en este tipo de guerra. Además de aprovechar el momento, el
EPS estaba metiéndole una enorme ofensiva a Renato que había
incursionado en Matagalpa y era perseguido por la mayor parte de
las COI del recién estrenado BLI Simón Bolívar —según los datos
leídos en Barricada.
Por otro lado, en septiembre se había desarrollado un intento de
toma de Ocotal dirigido por el rimbombante Cmdt. Fierro y Mack. Yo
había visto a esos locos que se estaban preparando de manera
abierta usando la vida de casi tres mil comandos voluntarios,
incluyendo 700 de mis hombres al mando de Denis, Juvenal, Isaías y
otros de mis comandantes; sin un plan coherente, siguiendo a
«Comandantes de Escritorio» como Fierro y Mack. Mack era muy
bueno como instructor, pero sin capacidad operativa ni
conocimientos de táctica y estrategia. Recibieron una paliza de parte
del EPS, pero en la guerra unas veces se gana, en otras se pierde.
Yo tenía experiencia y sabía que enfrentar de manera frontal al EPS
era locura. Yo había vivido horas angustiantes en Managua y sabía
que la revolución contaba con miles de simpatizantes y el sistema
comunista es muy hábil para movilizar masas que, si te descuidas un
minuto, te quitan la vida y la de tu unidad completa. Después de
Santa Elena trato de evadir las tropas de la Sexta Región y me cruzo
por Santa Rita hacia Nueva Segovia, haciéndoles creer que voy hacia
Honduras a reabastecerme. Mis tropas están con la moral alta, pero
he tenido casi 35 heridos y unos 8 muertos en el último mes,
estamos desgastados de munición y el Jefe de Estado Mayor no me
envió el dinero para comida en el avión.
Todo el EM era inoperante, eran una manada de engreídos, con un
enorme ego ganado a pulso en la mejor Academia, según ellos, del
mundo, con «Máster en Prepotencia», como somos todos los
militares. Yo siempre luché por ser más persona, menos soldado.
Esto me llevó a tener problemas que casi me cuestan la vida en El
Tamarindo, cuando el Tte. Cristóbal Medrano me mandó a la
bartolina donde enviaba a los sandinistas capturados y luego los
enviaba a fusilar por la madruga. Yo pienso que quería fusilarme. Por
errores de apreciación y otras cosas era difícil para mí ser oficial y no
pensar. Mi problema era que yo pensaba, no podía ser robot,
máquina de pelear, como muchos en todos los ejércitos. Los
pensantes somos escasos y eso me ponía en una minoría. Eso me
hacia una persona diferente y tal vez un buen Comandante de
Tropas de Guerrilla, donde la iniciativa es vital y el sentido común,
necesario.
CRUZANDO EL COCO
De regreso a mi situación. La marcha se me complica porque una
unidad del EPS entabla combate con mis tropas cerca del río Coco.
El río está crecido, el único bote, o panga, disponible cruza a Cinco
Pinos con 60 comandos, pero se hunde con dos comandos. Tenemos
que esperar que baje la corriente, yo cruzo en una pequeña balsa y
me voy a ver la situación. En Santa Rita hay una COI de un BON del
barrio Monseñor Lezcano —donde yo nací— combinados con
milicianos del colectivo Los Placeres del Coco, cerca de La Vigía.
Aparentemente no se han dado cuenta que estamos pasando el río.
Los comandos que están en el lado de Jinotega comienzan a
ponerse nerviosos y regreso para poner al grupo de Orlando en su
lugar, diciéndoles:
—El que se corra se la ve conmigo.
Los calmo y a las cinco de larde, el gigantón de la unidad,
Comando Chiricano, logra cruzar a pie. De inmediato ordeno el cruce
de todos mis hombres en columna, agarrados unos de los otros. En
el cruce se han ahogado 3 comandos, una M60 y 7 fusiles, pero
cruzamos todos con las casi 30 bestias de carga y montura que
andábamos. Yo montaba a La Reina, una linda mula roma que
habíamos recuperado a un sandinista de Estancia Cora, una
hacienda de ganado robada a alguien, o Unidad de Producción
Estatal (UPE) sandinista que era el cuartel del BON 3644 de
Pantasma. Al llegar la mañana avanzamos unas dos horas hacia
donde estaban los piris. Mis unidades están desgastadas y cansadas,
pero yo les ordeno maniobrar y atacar al enemigo que está cerca,
hay que atacarlo antes que reciba refuerzos o se entere de nuestra
presencia.
EL BON DE MONSEÑOR LEZCANO
En Santa Rita me está bloqueando la pasada una compañía de un
BON de Monseñor Lezcano. Preparo el ataque. Un grupo de 60
hombres al mando de Medina por la derecha, un destacamento al
mando de Estrella por el centro, y 44 hombres incluyendo a mí
Destacamento Comando por la izquierda. Yo voy a abrir fuego con
un RPG-7 y todo el mundo al frente, no podemos evadirlos, somos
casi 300 hombres. Tenemos que pasarles encima, no hay otro curso
de acción. Agarro un RPG-7 y me adelanto a mis hombres por la
trocha que va a cerro Blanco. Avanzo sigiloso y veo a un grupo de
soldados en una colina junto a la trocha. Arrastrándome, me acerco
a un árbol y comienzo a mover el RPG-7 despacio para evitar ser
detectado. Los soldados son unos 10, están a unos 80 metros.
Apunto al centro y disparo… ¡Plá!
Me dejan venir una lluvia de balas y retrocedo lo más rápido que
puedo de arrastras, en eso siento un dolor terrible en mi cabeza,
creía que me habían pegado. Me asusto y me quedo quieto, agarro
aire y me lleno de valor para tratar de evaluar el daño. Entonces
siento que el dolor era nada más y nada menos que una p… avispa,
la agarro y la destruyo con una furia y alegría enorme y continúo
retrocediendo en arrastre bajo, aun con balas por encima de mi
cabeza, hasta que llego a doblar un terraplén donde están mi mula y
mis tropas. Veo las tropas de Medina cargado sobre una colina en
zafarrancho de combate y oigo las tropas por la izquierda e
inmediatamente Estrella se lanza en avance por la trocha. Se oye el
rugir de los fusiles y granadas, yo avanzo casi detrás, tratando de
hacer que la unidad de Douglas llegue hasta donde estoy, pero como
siempre, lo mismo, están atrasados porque estaban comiendo.
Douglas era valiente pero siempre caminaba despacio y sin prisa,
nadie es perfecto. Las otras unidades siguen detrás de Douglas. La
realidad es, como siempre, yo urgiéndoles avanzar por medio de los
radios de comunicación Walkie Talkie Icom y PRC-25 militares que
siempre tenía uno de cada uno cerca. Los sandinistas comienzan a
recibir apoyo con morteros 82mm desde una colina lejana, pero
estos caen cortos, a unos 40 metros de nosotros. De repente veo
venir corriendo asustado a Estrella:
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Me pegaron —me dice ensenándome los tiros que pasaron la
ropa, la bota y unos rasguños y siguió corriendo.
Inmediatamente espoleo mi mula y me lanzo al galope para llegar
al lugar del choque y evitar una desbandada de los comandos del
aterrerado Estrella. Al dar la vuelta en una curva, me encuentro en
medio de una lucha desesperadora entre unos diez soldados
sandinistas y unos 8 comandos, cuerpo a cuerpo. Veo a un sargento
sandinista tratar de disparar con un M16 a unos comandos que
vienen frente a él, pero se le acaban los tiros. Observo que Medina
viene saliendo del monte enfrente de él, entonces el sargento trata
de cargar el rifle y yo salto de la mula y trato de disparar contra él,
pero al otro lado, saliendo del monte, viene Ben Hur, entonces salto
rápido sobre el sargento, lo derribo de un culatazo y lo elimino con
una ráfaga de mi AR-15, luego me volteo desesperado, tratando de
doblegar y eliminar a todos los soldados sandinistas que se
enfrentaban a mis hombres, sin retroceder, hasta que matamos al
último que era un soldado grande que luchaba por quitarle el rifle a
un joven comando pequeño, yo ordené a otro comando caerle,
entonces lo golpeó con la culata, lo mató en el suelo. La adrenalina
corría por todo mi cuerpo, sudado y gritando a los comandos a
continuar sobre la otra posición enemiga que teníamos enfrente.
Avanzamos y los derrotamos en todos los flancos, menos el de
Rebelde.
EL COMANDO CACHORRO
El grupo del Rebelde fue rechazado con bajas. Santa Rita continúa
hasta las cinco de la tarde, el flanco izquierdo fue rechazado.
Rebelde pierde cuatro hombres y tiene 6 heridos, entre ellos está mi
ayudante, un comando jovencito, de 16 años, al que llamaba El
Cachorro. El balazo del Cachorro era fatal, le había atravesado el
abdomen y se le miraba la membrana peritoneal, sólo me quedaba
esperar para verlo morir con grandes dolores. Logramos llegar junto
con las tropas de Douglas hasta donde estaba el Puesto de Mando
sandinista. Un comando dice:
—Es el puesto de mando en la hacienda, voy a lanzar un RPG-7.
Le digo:
No. Vamos a usar un lanzagranadas M79, allí vive gente y tienen
niños.
Douglas también dispara el lanzagranadas M79, la granada cae
sobre la casa hacienda y oigo el llanto de los niños dentro de la
casa. Avanzamos desplegados, tratando de tomar la casa y
encontramos a los dueños de la casa asustados. Efectivamente los
sandinistas habían salido corriendo cuando nos vieron avanzar.
Abandonaron equipo y municiones, incluyendo la pistola 9mm y
varios pertrechos capturados al Coral que después de haberse
presentado ante mí, le di de baja de mi unidad y le di una custodia
de cuatro hombres para que se fuera a Honduras a esperarme en la
base. Él había sido sorprendido por estas tropas que le habían
quitado la pistola, dos mochilas y varios pertrechos. La familia en la
casa hacienda estaba bien asustada por el gran tiroteo, gracias a
Dios no hubo muertos civiles. Amanecimos en esa hacienda,
dormimos con los puestos en alerta, pero toda la compañía enemiga
había sido destruida, muchos de ellos habían huido abandonando los
cadáveres de 17 soldados y 23 AK-47 con 27 mochilas. Al amanecer
continuamos avanzando hacia cerro Blanco.
En cerro Blanco una parte de nosotros nos quedamos en una casa
desierta. La compañía de Jimmy Leo fue atacada por una unidad de
las TPU. Jimmy Leo mantiene la posición durante un día mientras
nosotros descansamos y esperamos que El Cachorro muriera. La
situación con el Comando Cachorro se volvió complicada y debido a
la situación que estábamos viviendo y la tensión de estar siendo
atacados no lo podíamos seguir evacuando, él estaba tan débil, que
le tuvimos que ayudar a morir. Fue la decisión más dura que había
tenido que tomar hasta ese momento, los cuatro Jefes de Compañía
y yo estuvimos de acuerdo, entonces procedimos de la manera más
humana posible.
LAS TPU DEL MINT
La situación era complicada, estábamos sobre una carretera, no
sabíamos si seriamos atacados. De repente comenzaron los choques
con nuevas tropas en cerro Blanco Arriba. Llegamos a la hacienda de
los Meneses y conseguimos comida para las tropas mientras Jimmy
Leo retenía, por más de un día, los ataques de las TPU del MINT.
Estamos cerca de San Juan del Río Coco —uno de los pueblos que
yo quería tomar, tenía un banco y necesitaba dinero para comprar
comida. Continuamos la marcha hacia el área de San Antonio de
cerro Blanco, al pasar un trecho de carretera defendido por las
tropas de Medina, los sandinistas de las TPU tenían casi tomada la
cima de la colina adyacente a la carretera. Viendo a los sandinistas a
15 metros de la colina le digo al destacamento que está más cerca
que mueva sus hombres y contraataque a los sandinistas. En lo que
Allan, que manaba el destacamento, se pone de pie y estamos
viendo, aparece un soldado de las TPU y nos apunta escogiendo
como blanco a Allan. Le da un balazo en la frente, parte de sus
sesos caen sobre mí. ¡Dios mío, qué terrible situación! Trato de
mantener la compostura. Aparece Medina y me dice:
—Continúe Comandante, yo me hago cargo de la situación.
Él reorganizó los comandos mientras algunos de nosotros,
incluyéndome a mí, cargamos a Allan hasta llevarlo a un lugar cerca
de la carretera donde lo pudimos enterrar con el dolor de ver a sus
hombres que no lo querían abandonar. Tuvo que intervenir Douglas
para que lo dejaran. Allan, a pesar de tener desbaratada la cabeza,
seguía respirando, realmente estaba muerto y no lo querían
abandonar bajo ninguna circunstancia. Ordeno darles tiempo para
que esperen que muera, pero ya va morir y efectivamente murió. Se
quedaron con Douglas esperando a que él dejara de respirar, yo
tenía la cara y la camisa manchada de sangre y con pedazos de
masa encefálica de Allan. Las tropas que van a la vanguardia habían
avanzado, habían chocado junto a la quebrada de San Juan con una
unidad de las TPU, que había logrado detener nuestro avance por
casi cuatro horas.
Llego disgustado y trato de avanzar por la carretera, pero soy
recibido por una lluvia de balas que me hacen tenderme y me
mantiene inmovilizado por casi una hora hasta que el Comandante
Capulina, con algunos de sus hombres, lograron quitarme de encima
a los dos sandinistas que estaban disparando sobre mí. Al llegar a
ver a Capulina encuentro que la situación es bien dificultosa, en
cuanto trato de preguntarle «¿qué pasa aquí?» soy recibido por una
granada de mano que me hace saltar a mí, y a los que estamos
juntándonos, hacia atrás. Les digo:
—Aquí no se puede hablar, vámonos al cafetal.
En el cafetal, un comando se me acerca y dice:
—Comandante, mire su pierna.
Entonces veo mi pantalón empapado de sangre y le respondo:
—Estos hijos de p… me jodieron mi pantalón nuevo.
Me reviso rápidamente y noto que había sido alcanzado por un
«charnel» en el glúteo izquierdo, no me afectó pues la herida era
leve y continué a reunirme con Capulina; él me explica que todas las
granadas que su unidad ha tirado se las habían regresado. Yo le digo
que será fácil de resolver, aunque con mucho riesgo. Le pido a la
compañía que está detrás de Capulina que nos den 25 granadas de
mano, agarro 25 comandos de los más veteranos y les doy a cada
uno una granada de mano y les digo que vamos a lanzar la granada
con dos segundos, en otras palabras, vamos a activar la granada en
la mano de cada uno de nosotros, contar hasta 2 y lanzar las 25
granadas. De esa manera logramos desalojar totalmente a la unidad
de las TPU que nos bloqueaba. Fue un estruendo enorme, pero
logramos acabar con 17 soldados y abrir la brecha. Nos pusimos en
marcha a la una de la tarde y avanzamos colina arriba buscando el
área de El Ojoche. Llegamos a El Ojoche al día siguiente y
comenzamos a descansar un poco. A las 11:00 AM la compañía de
Cinco Pinos —que estaba cubriendo la retaguardia— es atacada por
una agrupación sandinista y comenzamos a recibir fuego de
morteros. De inmediato movilizo todas las tropas y comenzamos a
movernos en ruta hacia Jinotega para tratar de ver si podemos
atacar Yalí o Pantasma, en estos pueblos hay banco. En lo que voy
caminando, una granada cae sobre una compañía y hiere a cuatro
de mis hombres, uno de ellos, un jovencito de unos 16 años, me
grita:
—¡Mónteme en caballo! ¿No ve que estoy herido?
Me dio un dolor grande verlo disgustado. Este comandito no podía
entender que yo estaba tratando de mantener vivos a los casi 400
hombres; en ese momento estaban llegando 170 al mando de
Juvenal que habían participado, por órdenes de Fierro, en la fallida
Operación Maratón, las otras tropas venían por la montaña, habían
incursionado por El Rosario, Nueva Segovia. A estos comandos los
integré en las cuatro unidades que habían sufrido más de 100 bajas
en el último mes, aunque solo 8 fueron fatales, después de haber
dejado a éste y otros comandos heridos con un grupo como de 20
comandos que iba a cuidar de ellos incluyendo al jovencito que dejó
mi montura llena de sangre.
Entré al río Coco a lavar la montura y mi caballo blanco que tenía
los ijares heridos por mi espuela que, en el afán de mantenerlo
calmo bajo la lluvia de morteros y balas —normal en combates, lo
hería sin darme cuenta. Movilicé inmediatamente todas mis unidades
sobre una trocha que iba hacia Yalí. Dormimos junto al río, comimos
y descansamos un poco después de semejantes días, tan fatigados.
Al amanecer comenzamos el avance hacia el CEFER de Las Colinas,
por la trocha que va a Yalí, pero en esos momentos dos de los cinco
sandinistas que habían sido capturados en Planes de Vilán y habían
sido integrados de forma voluntaria en el destacamento del Gigante,
se desertan, matan a un comando y se roban tres fusiles. Fue una
situación agridulce, la tropa quería linchar a los otros tres, pero yo lo
evité imponiendo mi autoridad, no quería perder más hombres; nada
fácil de ver que estos soldados tuvieron chance de haberse ido sin
habernos hecho daño, pero era irrelevante, ya se habían ido y el
comando estaba muerto.
Muchos comandos estaban disgustados, pero era irrelevante,
tenemos que continuar. Los sandinistas se alertaron con estos
exprisioneros y se prepararon para hacernos frente en Yalí. Según
nos estábamos dando cuenta a través del Sistema de Rastreo que
estaba comenzando a funcionar con don Tango Segundo, que me
mantenía informado de cada una de las cosas que sucedían en mi
zona y me servía mucho para poder saber los movimientos
enemigos.
6. PANTASMA
Estábamos a mediados de octubre de 1983, la Fuerza de Tarea
estaba compuesta por 426 comandos. Habíamos dado una vuelta
completa en la Primera Región Militar cerca de San Juan del Río
Coco, fuera de la Sexta Región Militar que era nuestra Área de
Operación asignada. La situación militar en Jinotega cambia de una
persecución total y movilización de tropas contra mi unidad a una de
aparente tranquilidad. Las tropas del Ejército Popular Sandinista
(EPS) que nos habían atacado y contra quienes habíamos combatido
ya no están aquí. Avanzamos hacia el cerro Estrella y cerro Helado.
La Estrella estaba equidistante entre Yalí y Pantasma. Aparece una
agrupación del EPS, bajo el mando de un oficial identificado como
Capitán Agurcia, en frente del Estrella. Mi radio operador establece
comunicación con ellos, entonces inicio una plática con el jefe de la
agrupación. El oficial me dice que debemos deponer las armas ya
que ellos —el EPS— son la única fuerza armada en el país. Le
contesto que es él quien debe deponer las armas porque yo no
reconozco al EPS como el ejército de Nicaragua, también le digo que
no me viniera a dar clases de constitución, que ellos habían
destruido a la fuerza al gobierno anterior y a la Guardia Nacional;
además, yo tenía mis tropas listas para el combate y… no más qué
hablar, o se rendía o yo le pasaba encima a su agrupación. Estando
en esa situación, aparece un campesino y me dice:
—Hola Comandante Mike Lima, veo que anda mucha tropa. Yo
vengo de Pantasma y dice Carlos Barquero, el Zonal del Frente
Sandinista, que usted ya se fue asustado hacia Honduras después de
la gran apaleada que le dio el EPS.
—¿Eso dice?
—Sí, y dice que va a hacer lo mismo que hizo al Norte de
Pantasma hacia el Sur, o sea va a matarnos a todos nosotros, igual
que hizo con todos los colaboradores de la Contra en el Norte de
Pantasma. Voy a decirle a mi mujer que se prepare porque éstos
pronto vienen y me matan por haberles ayudado a ustedes. Así que
en sus manos queda el destino de nosotros. No hay tropas de aquí
hasta Pantasma, es su oportunidad si quiere darles una lección.
—Claro, así lo voy a hacer mi amigo, de verdad. Voy a enseñarle a
los sandinistas y a Carlos Barquero con cuántas papas se hace un
guiso.
Inmediatamente llamo a todos mis comandantes, incluyendo a
Cinco Pinos a quien había enviado hacia la zona de cerro Helado
para hacer una emboscada. Nos reunimos para preparar una
operación completa contra el Batallón 3644 en Pantasma y Carlos
Barquero, el Zonal del Frente Sandinista. Todos los comandantes
están de acuerdo, nos vamos a reunir en una hacienda cerca del
Charcón y comenzaríamos a avanzar. Selecciono a 25 de los mejores
comandos, todos vestidos con uniformes del EPS. Me coloco a la
vanguardia para personalmente liderar el avance de la tropa a toda
velocidad; el Capitán Agurcia quedaría esperando el ataque que
jamás llegaría. No encontramos enemigos en la trocha, los únicos
que encontramos armados fueron cinco comandos que casi nos
disparan confundiéndonos por sandinistas. El comando se asustó
cuando le dije que no disparara, que éramos los mismos. Logré
detenerlo antes de que nos disparara, me había reconocido.
Avanzamos la marcha a toda la velocidad posible. A las diez de la
noche, las cuatro compañías, compuesta por 426 comandos, nos
juntamos. Montado en mi caballo blanco, me paseo frente a los
comandos diciéndoles:
—Sé que todos estamos cansados. Sé que todos estamos rendidos,
pero para poder ganar las batallas tenemos que sacrificarnos a
cualquier precio. Nadie va a dormir. Nadie va descansar. Vamos a
avanzar y vamos a caerles a los sandinistas al amanecer. Vamos a
ganar a cualquier precio… ¡Dios, patria o muerte!
Mis hombres estaban cansados, pero con ganas de atacar. La
situación es difícil, lo sabían. Muchos de los campesinos asesinados
eran parientes de ellos. Pantasma estaba en una carretera principal
y podía ser reforzado entre dos y tres horas desde la Base de
Apanás, cercana a Jinotega, o desde Wiwilí, base de la 363 Brigada
de Infantería. Estas eran Las bases más grandes que tenía el EPS en
el área de Jinotega.
Cada uno de nosotros habíamos preparado el plan de combate.
Jimmy Leo iba a atacar a los 60 milicianos que defendían el colectivo
del Charcón con su compañía compuesta por 80 comandos, tenía
que vencer lo más rápido posible para avanzar hasta el centro de
Pantasma y reforzarme. Cinco Pinos, con su compañía compuesta
por 75 hombres, iba a poner una emboscada en la carretera a
Jinotega e iba a tomar la parte central de Pantasma donde estaban
el banco, el BIMEDA —educación de adultos, la oficina de la UNAG y
otras oficinas del gobierno como ENABAS. 44 comandos al mando de
Hugo iban a atacar a la Estación de Policía defendida por 24 policías
que estaba frente al aserradero de Manuel Morales. 60 hombres de
la compañía de Rubén, al mando de Medina, junto con los 17
hombres del Equipo Comando iban a entrar al centro, donde estaba
la escuela, el comisariato, otras oficinas de ENABAS y el Zonal del
FSLN, despacho de Carlos Barquero, nuestro objetivo principal.
Después avanzaría sobre el colectivo El Coco —defendido por unos
40 milicianos— y vamos a agarrar a todos los hombres y a catear
todas las casas. Douglas y Juvenal, con 170 hombres, iban a avanzar
sobre Estancia Cora, cuartel del Batallón 3644 y destruirlo; por
último, atacarían el plantel de carreteras del Ministerio de la
Construcción (MICON) en el cual se encuentran alrededor de 200
milicianos armados con fusiles Vz 52, estos son los mismos
milicianos que capturé y dejé ir el mes anterior. Todos los planes
parecían simples y sencillos.
A las cinco de la mañana rompimos fuego. Jimmy Leo venció a los
sandinistas en el segundo asalto dejando muertos a 22 milicianos,
los demás se corrieron. Cinco Pinos tomó el área de las oficinas, la
única defensa que encontró fue a los profesores del BIMEDA, a
quienes se les ofreció la oportunidad de rendirse. Su respuesta:
—Vayan a comer m… guardias hijos de p… Nosotros somos
sandinistas, no milicias.
Las tropas de Cinco Pinos contestaron y le dispararon cohetes RPG-
7 que incendiaron completamente el BIMEDA y eliminaron a los
valientes sandinistas que, infructuosamente, dieron un ejemplo de
valor con poco sentido común. En el centro de Pantasma
comenzamos la tarea de catear todas las casas y mandamos al
centro, en el área de la escuela, a más de 600 campesinos, entre los
cuales estaban algunos oficiales y soldados sandinistas que fueron
entregados a nosotros por los muchachos de la población. El odio
contra estos oficiales reflejaba el rencor que se habían forjado
debido a su feroz comportamiento al aplicar, sin escrúpulos, su
doctrina totalitaria.
En los primeros momentos, Cinco Pinos capturó a 12 milicianos en
el área mía. Habíamos capturado, en total, a 25 armados, entre
milicianos, soldados y oficiales del EPS y del MINT, entre ellos al
tenebroso Venado, Segundo Jefe de la Seguridad del Estado, el
responsable de la muerte de muchos campesinos en la zona de
Jinotega y en los alrededores de Pantasma. Medina, que continuaba
avanzando hacia el colectivo, recibió fuego desde ENABAS que
devolvió matando a dos milicianos. Las tropas de Medina, después
de que yo me quede con unos 17 hombres, continuaron avanzando
y luchando casa por casa en el colectivo, éste estaba entre el centro
de Pantasma y Estancia Cora. En el centro de salud, se rindió un
doctor con cuatro enfermeras, entre ellas una europea
internacionalista. Nos entregaron 4 fusiles AK-47. El doctor me
pregunta:
—Nosotros qué, ¿vamos a ser prisioneros?
—No Doctor. Oye, el valle entero está en combates y pronto
llegarán los heridos, así que busque una casa aquí mismo para que
trabaje con sus enfermeras. Para comenzar dele a mis paramédicos
toda la medicina que sea para uso nuestro.
El doctor sería de mucha utilidad para mis bajas ese día, al igual
que sus enfermeras. Camino hacia donde está Medina y veo que
están peleando, pero de repente Medina jala a una miliciana y la va
a matar, entonces noto que es una niña, de unos 15 años, que
peleaba desde dentro de su casa en la cual su papá, teniente de
milicia, había muerto por balazos de Medina. Inmediatamente pongo
mi cuerpo entre ella y Medina y logro controlar a Medina y a ella,
que estaba disgustada, yo trataba de detener a Medina para que no
la matara, trataba de controlar a los dos. Medina me decía:
—¡Déjeme matar esa hija de p…, casi me mata!
—Es una niña. Nosotros no andamos matando niños. Avanzá y
dejá a esta niña aquí.
La chavala le grita:
—¡Matame pues!
Me saco el cinturón y le pego un par de fajazos. Le ordeno
sentarse en el suelo y callarse para calmarla y dejarla sentada
mientras se controlaba. Mientras tanto ordenaba a Medina a
continuar el avance y a tratar de abrir camino hasta las tropas de
Douglas. Regreso al centro con mi prisionera y la entrego al
Comando Levis, mi ayudante. Hablo a los 600 campesinos
congregados en frente de la escuela y les pido que me entreguen a
todos los sandinistas que están entre ellos. De repente un muchacho
me dice:
—Estos son sandinistas.
Y me entrega al Jefe de Plana del Batallón 3644, un teniente
efectivo y uno de mis comandos reconoce al tenebroso Venado,
asesino de muchos campesinos, entre ellos el joven de 16 años
Martin González y Gabrielito Blandón, que dejó a 9 niños huérfanos.
Reúno a todos los prisioneros, 25 en total. Trato de obtener
información de combate de estos prisioneros. Un sargento de la
policía, alto y fuerte, me da la información táctica sobre los policías,
me dice:
—Sólo están 17 hombres. Somos 24, pero siete estábamos de
permiso. ¿Eso es lo que querés saber?
—¿Dónde están? Vamos hacer el croquis de cómo está dislocada la
disposición combativa de la unidad.
Se puso a hacer el croquis con Levis. Armado con información,
consigo un bus que estaba parqueado por allí. Busco el chofer y
dueño, le pido que nos lleve hacia dónde está la policía. En lo que
vamos llegando somos recibidos a balazos por los policías que se
están defendiendo desde diferentes puntos del área. Salto fuera de
bus con mi Segundo, Benny, Rubén y mis 4 comandos escoltas.
Encuentro al Jefe del Grupo de ataque, Hugo Chele, que va enterrar
a un comando muerto. Le digo:
—Óyeme, los muertos se entierran después del combate, aquí
primero hay que tomarse el comando y después nos hacemos cargo
de las bajas. —entonces le digo a Benny:
—Hacete cargo, yo regreso al Puesto de Mando.
Benny y Rubén, que van conmigo, se hacen cargo de los hombres
que están atacando a la policía. Yo agarro el bus y me retiro al
Puesto de Mando con el comando baquiano en la puerta, no sin
antes disparar dos granadas M79 sobre la posición desde donde nos
estaban disparando. Manejo el bus y retorno hacia el centro del
pueblo donde tenía mis radios de comunicación. Establezco
comunicación con todos los comandantes de compañía que todavía
estaban peleando en diferentes puntos del área, sobre todo con los
que estaban recibiendo fuego pesado desde un torreón que estaba
ubicado en Estancia Cora, cuartel del BON 3644. Desde ese torreón
ya nos habían causado las primeras bajas. La policía cae en un
asalto frontal de mis comandos que saltan a los fosos de tiradores y
eliminan, en combate cuerpo a cuerpo, a todos los policías.
Cinco Pinos había logrado los objetivos, Jimmy Leo también.
Ambas compañías se movilizaban hacia el centro. La primera en
llegar al área es la tropa de Jimmy Leo ya entrado el mediodía,
después la de Cinco Pinos como a eso de las dos de la tarde. Le digo
a Jimmy Leo que movilice su compañía hacia una hacienda cercana.
El me pide que los deje comerse un chancho y yo le digo que sí.
Hasta las dos de la tarde logramos tomar el cuartel de Estancia Cora
—PM del BON 3644, después de haber disparado cohetes contra el
abasto, las municiones del batallón estallaron y ocasionaron una
enorme explosión que se sintió en todo el pueblo, ésta hizo que los
soldados sandinistas y mis tropas se corrieran al mismo tiempo para
salvar sus vidas.
Douglas llegó en una camioneta a buscar qué podía darle de comer
a sus tropas mientras se preparaban para lanzarse a destruir los
camiones, tractores y al plantel completo del MICON, el cual estaba
defendido por milicianos que nos hicieron combatir hasta la dos de la
mañana. El fragor de los combates había rugido durante todo la
mañana y toda la tarde debido a que Jimmy Leo aún no había
movilizado su compañía —me había pedido permiso para comerse
aquel chancho, dos compañías se habían concentrado en frente del
colegio. Estaba hablando con Douglas sobre lo que había pasado en
el cuartel y le indicaba que tenía que avanzar sobre el plantel de
carretera, cuando de repente un comando grita:
—¡Los refuerzos sandinistas en camiones!
Salgo corriendo y veo aparecer un camión sandinista que se
detiene bruscamente y escucho como otro camión se estrella en la
parte trasera del primero. Veo a soldados saltar de los camiones.
Calculo unos 50 que se dejan venir en línea de tiradores hacia
nosotros. Las tropas se movilizan rápidamente, todos los
destacamentos se alinean en líneas de tiradores a una velocidad
increíble. Veo que lo que se avecina va ser una masacre, más de 250
fusiles van a dispararle a una unidad en plena área abierta frente al
aserrío de Manuel Morales que arde debido al combate con los
policías en la mañana. Tomo un mortero de 60mm y cuatro
granadas. Me preparo a lanzar las granadas contra los camiones y
ordeno no disparar hasta que yo abra fuego. Los soldados
sandinistas, pertenecientes al BLI Simón Bolívar, vienen avanzando
en perfecto orden hacia su trágica muerte. Yo les debo dejar avanzar
hasta que estén a 120 metros de distancia, de esa manera me
aseguro de que mis armas sean completamente efectivas sobre
ellos. Ordeno romper fuego.
De acuerdo a un Capitán, capturado unos días después, la
descarga ocasionó 27 muertos y 17 heridos. Los soldados fueron
arrasados totalmente por los disparos de los 250 comandos,
desaparecieron. Lo que pude ver después de la descarga, fue a
algunos soldados jalar a sus compañeros quitándolos de la carretera.
Fue algo terrible para esos soldados del BLI Simón Bolívar. No era la
intención matar gente, sencillamente era parte de la guerra contra el
sistema al cual nosotros queríamos destruir. Inmediatamente ordeno
a mis tropas retirarse hacia la hacienda bajo una lluvia de balas
disparada desde lejos por los refuerzos que no se atrevían a avanzar,
no se daban cuenta que nosotros estábamos al borde, sin munición
y cansados sin dormir por días. Los comandos de las unidades de
Cinco Pinos y Jimmy Leo avanzan casi arrastrando los rifles,
impregnados de cansancio, sudor y sangre de ese día. Voy
cabalgando en mi caballo entre ellos, entonces escucho a un
comando diciéndole a otro:
—Oye, ¿viste a Pedro? Al pobrecito le dieron un balazo en la
cabeza, pobrecito.
—Pobrecito nosotros que vamos bajo de esta lluvia de balas. Pedro
ya está descansando —le contesta el otro.
Llevamos con nosotros a ocho comandos en camillas, uno de los
cuales, según el doctor, tenía pocas horas de vida. Se trataba del
Norteño, un muchacho alto, joven, de unos 20 años, había recibido
un balazo en la nuca que le ocasionaría la muerte. Es algo muy
difícil, pero en las guerras los hombres mueren. Yo me daría cuenta
de lo difícil que es ser «el comandante», tienes que tener energía
para todo, antes, durante y después del combate, porque después
del combate nadie desea hacer nada por nadie, solo descansar,
comer —si hay que comer— y contar sus hazañas un poco
exageradas. A los heridos nos tocaba acompañarlos, darles valor
para que recibieran el sueño eterno de la muerte, continuación de la
vida para los creyentes.
Llegamos a la hacienda al anochecer. Yo estaba tan cansado que
pedí a Benny venir a estar pendiente de la comunicación con
Douglas. Caí casi desmayado por 15 minutos; los sentí como una
eternidad, me sentía recuperado de los casi dos días de marcha sin
dormir. Todo triunfo tiene su precio, 10 de mis comandos muertos y
25 heridos, 8 de ellos de gravedad o quebrados que necesitan
camillas para evacuarlos. Douglas me comunicó que había destruido
totalmente el plantel, hasta el último camión, a eso de las dos de la
mañana del 19 de octubre de 1983. Miraba las enormes llamas de
fuego y escuchaba el estallido de los camiones que saltaban en el
aire. Habíamos combatido por casi 21 horas y recordaba las palabras
de Bermúdez:
—Para acabar a los sandino-comunistas tenemos que destruir la
economía.
Tristemente estábamos haciendo lo que ellos le habían hecho a
Somoza, destruir la economía y a las tropas de la Guardia Nacional
juntos, pero mi misión había sido la de detener la masacre hecha
por la Seguridad del Estado contra los campesinos de la zona y darle
una lección al sandinismo comunista que eran vulnerables y este
sería un ejemplo de hombres valientes y temerarios, íbamos a
cambiar su sistema inoperante y salvaje, lo hicimos por Martin
González, Miguelito Blandón, que dejó a su humilde esposa con 9
hijos, y por los casi 200 otros —según informes de los Derechos
Humanos de la época— que desaparecieron en esa zona en los años
1982 y 1983.
Las secuelas de Pantasma: quemamos 25 volquetes e inutilizamos
seis motoniveladoras pesadas del gobierno, destruimos 13 vehículos
del INRA —entre camionetas y jeeps— y 3 camiones IFA del EPS.
Dejamos atrás los cuerpos de casi 110 soldados, policías y milicianos
muertos entre los escombros de todas las instalaciones
gubernamentales del pueblo. El gobierno estimó los daños en tres
millones de dólares solamente en el equipo de carretera. Pantasma
fue una clásica toma de pueblo. Capturamos 114 fusiles AK-47, 10
ametralladoras M60, 1 ametralladora RPK, 10 RPG-7 y 700 fusiles Vz
52—500 de ellos nuevos y en sus cajas. Capturamos a 35 soldados,
policías y milicianos. 300 residentes de Pantasma se unieron a mi
unidad como voluntarios. Mis pérdidas fueron mínimas, 10 bajas
mortales y 25 heridos. Destruimos las tropas EPS de refuerzo del BLI
Simón Bolívar y prevalecimos sobre el Batallón 3644. Los sandinistas
llevaron a 100 periodistas en buses para mostrar la destrucción
completa que habíamos hecho. También les fue imposible ocultar las
atrocidades cometidas por Carlos Barquero. Carlos Barquero fue
enjuiciado tratando de silenciar la voz de la gente de Pantasma y sus
alrededores. Los sandinistas aprendieron la lección, su poder estaba
en peligro. Ya no pueden seguir ocultando nuestra revuelta
campesina.
Después de dormir un poco, continuamos la marcha hacia El
Guapinol. Mi unidad había crecido, de Pantasma se habían unido a
nosotros 300 voluntarios, los equipé con las armas recuperadas: 114
fusiles AK-47, 10 ametralladoras M60 y una ametralladora RPK.
Douglas recuperó más de 700 rifles Vz 52 —500 de ellos nuevos y
en sus cajas— de una bodega del MICON, pero los quemó debido a
que no los podían cargar. Ahora tengo una Fuerza de Tarea de 700
hombres, pero corto de munición y armas de apoyo. Avanzamos
todo el día hasta llegar al caserío El Guapinol. Esa noche celebramos
en casa de unos familiares de unos comandos, logramos olvidar un
poco la guerra, como bien lo merecíamos todos. Al día siguiente
continuamos la marcha solicitando al Estado Mayor abastecimiento.
Ellos lo prometieron, pero nada, estos imbéciles no se daban cuenta
de la enorme necesidad de abastecimientos que se requería para
mantener en combate a una unidad militar como ésta. La Diriangén,
bajo mi mando, había sido capaz de reabastecerse por la captura de
rifles, municiones, granadas, uniformes y otros equipos militares
recuperándolos del enemigo hasta el momento, pero ahora estaba
escaso de todo; no hay baterías para mi equipo de
radiocomunicación, estamos cortos de medicina y de todas las otras
cosas. Cada día estaba cerca de ser exterminado por fuerzas
superiores y mejor equipadas. En el mes anterior había tenido
combates frecuentes que consumían cantidades de munición.
Del banco de Pantasma sacamos unos 830,000 córdobas que había
pagado el comisariato de la Sra. Núñez, hermana de Daniel Núñez,
jefe de la UNAG, una organización sandinista. Casi 300,000 córdobas
en todo lo que mis hombres compraron para vestirse, botas, camisas
y pantalones… casi barrimos el comisariato —muchos de ellos
andaban casi desnudos y descalzos. Pero no era nada para tantos
hombres. Llegamos a la hacienda Galilea que era una Unidad de
Producción Estatal (UPE). Esta hacienda perteneció a una familia de
apellido Zamora. Yo hablaría después con su dueño y me contaría
que el esfuerzo de su familia en los últimos 200 años fue destruido
por mis tropas al igual que la UPE San José, también de ellos. En
una reunión en Miami con el sector empresarial nicaragüense en el
exilio, alguien me dice:
—Alguien te quiere conocer.
—¿Quién?
—David Zamora.
—Don David… ¿Galilea y San José?
—Sí Comandante.
—Lo siento, sé que destruí las propiedades que fueron suyas, pero
en ese momento eran UPE sandinistas.
—No hay nada por qué disculparse. Supe que usted estaría en esta
reunión y quise venir para agradecerle, pues prefiero verlas hechas
cenizas que en manos de esas ratas sucias y apestosas que me las
robaron sin ninguna justificación. Estas haciendas significaban el
esfuerzo de mi familia por 200 años.
Galilea era enorme, tenía camarotes para 1,000 trabajadores en
tiempos de recolección de café; ese día toda la Diriangén duerme en
camarotes. Yo me quedo en la casa de unos Rivera donde sucede
algo terrible que ilustra la situación de esta guerra. Como a las siete
de la noche aparecen dos campesinos y dicen:
—Buenas noches compas.
En eso salta el Gorgojo y le mete 30 balazos de AK-47 a uno de
ellos. Yo llego y desarmo al Gorgojo. Le siento que esta fuera de sí,
digo a unos de sus comandos que se lo lleven y que se me presente
a las cinco de la mañana, antes le señalo:
—Esto es inaceptable, es asesinato y yo no quiero asesinos en mi
unidad.
Él no responde y se lo llevan. Comienzo a indagar y me entero que
el ahora muerto era un miliciano sandinista que, hacía unos meses,
había golpeado salvajemente al papá de Gorgojo. Al otro miliciano lo
detuve y lo dejé ir después de investigarlo y advertirle a no meterse
en esta guerra.
Muy de mañana se presentó Gorgojo, le entregué su AK-47 pero le
advertí que no toleraría vendettas personales en mi unidad y le
ordené que regresara a su destacamento. ¿Cómo podía hacer otra
cosa? Si lo más seguro era que en guerra los hombres mueren
inevitablemente. Nos movilizamos hacia el Plátano de Vilán, ya me
habían informado que 60 hombres del BLI Simón Bolívar venían
siguiendo nuestra huella y que detrás se movilizaba una caravana de
casi 100 camiones y vehículos con tropas élite, cuyas órdenes eran
hacernos picadillo —popularmente hablando. Yo escuchaba las
noticias de las radioemisoras sandinistas todos los días. Escuché las
promesas hechas por Humberto Ortega a la Dirección Nacional de
fusilar a todos los comandos de la Diriangén. Yo solo hallaba un
pequeño problema, nosotros andábamos armados y no les haríamos
el trabajo fácil.
Había aprendido a escuchar la propaganda de los piricuacos, era
muy buena, lástima que era solo eso. Me imaginaba a los oficiales
cubanos y criollos pensando cómo aniquilarnos, como lo habían
hecho en Cuba, pero Nicaragua no era Cuba. Mientras tuviéramos
santuario en Honduras y Costa Rica, con una frontera tan extensa,
nosotros les haríamos la vida de cuadritos. En el Plátano de Vilán
dejo visible una unidad mientras retrocedo hacia Las Torres, simulo
que voy defenderme allí y veo como cientos de soldados se
desplazaban en zafarrancho de combate, pero mis unidades se les
desaparecían, dejándolos como perros latiendo tronco. Avanzo hacia
el Norte, hacia el Kilambé. Les he hecho creer que voy a pelear tres
veces para atraerlos confiados a donde yo quiero, el cerro El Cumbo.
Desde arriba se ve muy bien, pero desde abajo no se ve nada hacia
arriba, ahí me les paro con mis 700 comandos. Como era de
esperarse, las tropas del Simón Bolívar muerden el anzuelo y atacan
ferozmente. En mi sector, estoy con Rubén y su unidad, todos los
comandantes nos reuníamos a las cinco de la mañana para planear
el día y este día planeamos defendernos y pegar una apaleada a
estos jodidos. A las cinco de la mañana empezó el ataque con
artillería y morteros sobre toda mi línea de defensa, las granadas
estallaban en las copas de los altos árboles y no nos hacían daño.
Esto era una realidad, la vegetación de estas montañas
nicaragüenses volvían inefectiva a la artillería y a la aviación
proporcionando una protección formidable a la unidad que se
defiende. Ahora me daba cuenta de lo difícil que es combatir en las
montañas de Nicaragua, la ventaja es para el que se defiende.
ATACA EL BLI SIMÓN BOLÍVAR
Las tropas se preparaban bien atrincheradas en las piedras de
cerro el Cumbo. Como a las nueve de la mañana, aparece en frente
de nosotros la Cuarta COI del BLI Simón Bolívar, al mando de un
capitán cuyo nombre no recuerdo, solo recuerdo que tenía acento
tico. Al ver a los soldados llamo a todos los comandantes de mis
cuatro compañías para que observen sus frentes y si alguien tiene
movimiento. Les digo:
—Hay tropas en frente.
Y todos me responden:
—Aquí también.
Estamos siendo atacados en toda la línea de defensa desde las
cinco de la mañana. Nos atacaban con artillería que no nos hace
ningún daño debido a lo alto de los árboles en las zonas
montañosas. Ahora me daba cuenta de lo difícil que es combatir en
las montañas de Nicaragua. La ventaja es para el que se defiende.
De repente enfrente de mi unidad apareció una compañía de
soldados que avanzaba sigilosamente hacia nosotros. Llamo por
radio a los comandantes de unidades y les ordeno proceder de
acuerdo a lo planeado en la mañana. La mitad de cada compañía iba
a ser frente mientras la otra mitad maniobraba para golpear al
enemigo por un flanco. Agarré una ametralladora M60 y salí
corriendo al patio de la casa en que estaba el Puesto de Mando. Me
preparé para dejar entrar al patio a unos 15 soldados y rompí fuego
sobre ellos, es difícil calcular cuántos hombres cayeron porque,
cuando disparo sobre aquellos infortunados soldados, solo
transcurren unos segundos para que regresen el fuego.
Comenzamos entonces la larga jornada de choques de ataque y
contraataques. Ellos se lanzaban sobre nosotros y escasamente, por
márgenes pequeños, los hacíamos retroceder. Pasamos casi dos
horas en choques continuos hasta que la mitad de la compañía —en
este caso era el Rebelde con 60 hombres— chocó con la Cuarta
Compañía del Simón Bolívar por un flanco causando una desbandada
absoluta. Inmediatamente comenzamos a tratar de recuperar el
equipo de los soldados que habían quedado muertos en el patio,
eran nueve. La situación es igual en las cuatro compañías, habíamos
vencido. Estoy hablando con Medina por radio, le digo que recupere,
pero me dice que no puede porque hay un soldado sandinista herido
y está diciendo que no se rinde a nadie que no sea Mike Lima, que
él es importante. Pregunto a Medina porque no lo mata y me
responde:
—No tengo tiros en mi unidad. Algunos comandos están solo con 6
a 10 cartuchos por rifle.
Ante esta situación me voy hacia el lugar donde me dicen que esta
el tal soldado y lo encuentro. Se trata de un joven soldado que tiene
una granada de mano en su mano diciendo:
—Si alguien se acerca lo mato, sólo me puedo rendir a Mike Lima
porque yo soy importante.
—Tenés que rendirte ya —le contesto— porque si no te rendís te
voy a echar un asalto de…
—Es que yo quiero hablar con el comandante.
—¡Yo soy el comandante!
—¿Vos sos Mike Lima?
—Yo soy el comandante y entrégate inmediatamente o te mato yo
personalmente con mi pistola. Esa m… no me va a asustar. Esa gran
p… granada no vas a poder utilizarla, antes de que la uses te mato
con mi pistola.
El soldado le pone la espoleta a la granada y se entrega. Llamo a
Cara de Malo —también conocido como el Chiricano— que era un
comando robusto y gigantón, para que lo cargue. Cuando lo va
cargando el soldado le muerde la espalda al Chiricano, quien lo
agarra y lo estrella contra el suelo. Yo intervengo, le digo:
—¡Óyeme! ¿Qué estás haciendo? Te pedí que lo cargaras, no que
lo mataras.
—Este hijo de p… me mordió.
—Hombre —le digo al soldado, que portaba uniforme e insignias
de Capitán— cálmate, tranquilo, sé que te duelen tus heridas —
ambas piernas estaban casi destruidas por las balas— pero
contrólate.
—Esto es una cuestión militar y necesito información de este oficial
—le explico a Chiricano.
Acercándonos al área de retaguardia, empiezo a hacerle
preguntas:
—¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu rango? Y, ¿a qué batallón
pertenecés?
Él comienza a hacerse el simpático, repitiendo que le duele:
—¡Ayayay! Me duele, me duele…
Sin mediar palabra y mirándole fijo saco la pistola…
—Mira muchacho, yo no estoy jugando. ¡Paramédico! Pasame una
morfina.
Le enseño la pistola y le digo:
—Si vos repetís que te duele y no me contestás correctamente te
pego un tiro. Cuando termines de contestarme todas las preguntas
te pongo la morfina. Claro, sé que te duele, pero yo no estoy
jugando. Tu nombre, rango y unidad a la que pertenecés.
—Capitán. Jefe de Plana. Batallón Simón Bolívar. Mandando la
Cuarta Compañía el día de hoy.
—¿Cuántos hombres atacaron?
—Unos 1,300 del Batallón Simón Bolívar y de otras unidades
permanentes.
—¿Quién manda el ataque del batallón?
—El Subcomandante Óscar Lanuza.
—¿Qué pasó con la compañía con la que chocamos en El Jiquelite?
—Perdió tres soldados muertos y treinta y tres heridos.
—¿Qué pasó con las tropas que llegaron de refuerzo a Pantasma?
—Eran del Simón Bolívar también y tuvieron 27 muertos y 17
heridos. Después de Pantasma les comenzamos a perseguir a
ustedes hasta que logramos chocarlos hoy.
—Bueno creo que eso era lo que yo quería saber, gracias.
Le digo al paramédico que le ponga inmediatamente la morfina. Yo
trato de ordenar un ataque general a los derrotados remanentes de
las tropas que van en retirada, pero me doy cuenta que mis
compañías no tiene munición, en eso me llama 380 y le comento mi
terrible situación: sin municiones, sin baterías de radio, voy casi
incomunicado con mis tropas y todo porque creí en sus promesas —
de ellos, los del Estado Mayor— de abastecernos. En tres meses solo
he recibido un abastecimiento y tengo un enemigo feroz
persiguiendo a mi unidad a un segundo del desastre o
aniquilamiento.
Después del interrogatorio, el capitán del Simón Bolívar pasó toda
la noche con ciertos dolores, pero tranquilo, incluso les daba órdenes
a mis hombres. Fue una experiencia dura ya que este joven capitán
tenía la misma edad que yo, 24 años. Me dijo que era de un barrio
de Managua y que había vivido en Costa Rica, por eso tenía acento
tico. Él estaba muy herido, tenía ambas piernas dañadas por bala de
FAL y ametralladora, no estaba seguro de que sobreviviera, pero yo
le suministré toda la atención médica posible y decidí por lo mejor. Al
amanecer llame a un campesino y le dije que fuera donde los
sandinistas a avisarles que él iba a quedar allí —mi unidad se estaba
retirando hacia el Valle de Los Condegas. Yo fui el último en salir de
la casa, le dije que le deseaba la mejor suerte y que Dios lo
acompañara. Le dejé un pichel con agua que me había solicitado. Me
retiré dándole una palmada en la espalda, esperando que pudieran
salvarle. Nunca supe de su destino, espero que haya sobrevivido.
Hay quienes me dicen que murió, yo no sé, yo sólo sé que hice lo
mejor que pude por su salud, éramos nicaragüenses, hablábamos el
mismo idioma y nos estábamos matando en esta estúpida guerra
que yo no sé, ni podía entender por qué, pero mi deber era seguir
luchando. ¿Qué más se puede hacer? Nosotros vamos pelear cuando
ellos quieran pelear, esto es guerra.
VALLE DE LOS CONDEGAS
Las Fuerzas Democráticas Nicaragüenses queríamos la libertad de
Nicaragua, de eso no me cabía la menor duda. Continuamos el
avance cuando de repente escucho una enorme descarga en el área
de la compañía de Cinco Pinos, Santiago Meza —uno de los mejores
Comandantes que tenía en Diriangén. Le pregunto:
—¿Qué pasa?
—Es que mandé a Hugo con un destacamento de 27 hombres a
rescatar un FAL que quedó abandonado con un comando caído ayer.
—¿Cómo Pino te atreviste a mover a alguien sin hablar conmigo?
Desde las cinco de la mañana te estoy llamando.
—Perdone mi comandante que no pude contestar.
—No vamos a detenernos todo mundo, continuá marchando en tu
posición de marcha, en la tercera, así hay que mantener el paso con
las tropas, vamos avanzando, no podemos detenernos por Hugo,
que Dios los acompañe y a lo que pase. No podemos detenernos, yo
tengo que ver por 700 hombres, no sólo por 27, avancemos.
Estas son las decisiones militares que se tienen que tomar. Mi
unidad estaba completamente sin capacidad de combate, casi sin
municiones y sin capacidad de maniobra debido a la escasez de
baterías para los radios. Mi única alternativa era la de tratar de
sobrevivir a la persecución enemiga. La suerte de los hombres de
Hugo fue difícil, cayeron en una emboscada, los estaban esperando,
según nos relatara Hugo cuando fue rescatado meses después.
Perdió más de la mitad del destacamento, nunca supe cuántos
hombres, al menos 11 salieron ilesos. Llegamos al Valle de Los
Condegas y nos detuvimos para tratar de recibir un abastecimiento
de emergencia. Este lo iba a hacer un avión pequeño, yo di mis
coordenadas, mi necesidad de baterías, medicina y dinero era
enorme. Nos preparamos para recibir el abastecimiento. A las diez
de la mañana escucho el ruido de los motores del avión y hablo con
el Coronel Gómez. Le digo que estoy enfrente de él y le pregunto si
me mira. En lo que trata de dar la vuelta de casi 360° le disparan
una lluvia de balas que yo calculé provenía de entre 3,000 a 5,000
soldados que le estaban disparando al mismo tiempo. El Coronel
Gómez me recordó a mi mamá y se fue lo más rápido que pudo,
llevaba 157 impactos de bala. Meses después, en Honduras, me
llevó a enseñar el avión, todavía estaba en reparaciones para otro
glorioso día.
Me di cuenta que estaba casi rodeado. Movilizo dos grupos para
que retengan los últimos 100 metros que faltan para tenernos
completamente anillados. Para mí, el Coronel Gómez con su avión,
logró salvar mi unidad en ese momento, o me hizo conocer la
capacidad tan grande de maniobra del EPS que jamás en mi vida
pensé verlo. Esta fue, hasta ese momento, una de las mejores
demostraciones de fuerza y capacidad ofensiva que mire en mi vida.
Logré evitar el aniquilamiento de mis unidades, todas logran salir del
cerco antes de cerrarse. El último grupo, al mando de Medina, tiene
que batirse con fuerza para romper el anillo. Seguimos avanzando
hacia el Norte en busca del área donde puedan abastecernos.
Caminamos por cuatro días hasta que llegamos a Boca de
Golondrina, allí recibo 170 hombres más que venían de Honduras al
mando de Isaías. Estamos en la hacienda de los Villagra, tengo una
posición avanzada de 20 hombres. De repente escuchamos un
tiroteo donde una agrupación del EPS avanza desde San José de
Bocay por una trocha que llega hasta Kantayawás. Inmediatamente
coloco en línea tiradores a los hombres de Isaías que están
completamente llenos de pertrechos y armas de apoyo con las que
nuestros amigos EPS se iban a dar batalla por primera vez en los
últimos días. Me siento confiado, al fin les puedo dar batalla. La
unidad del EPS choca. Después de 40 minutos, el EPS se desplaza
en línea tiradores y lanza asalto tras asalto sobre las colinas en
manos de mis hombres hasta que los 170 hombres de Isaías no son
suficientes y tengo que reforzarlos con un grupo de la compañía de
Cinco Pinos. Por primera vez escucho y recibo fuego de artillería de
las famosas «arañas» AGS-17 que hacen estallidos en todas las
líneas de mis comandos. Nos comenzamos a retirar sobre la trocha
que va para Ayapal en busca de un área segura donde poder
reabastecernos. Según el Estado Mayor lo van a hacer cuando
podamos asegurar una zona.
Las tropas de Isaías no logran avanzar y después de haber
combatido todo el día se repliegan detrás de nosotros y avanzamos
por tres días hasta que llegamos al sector de Kantayawás. Allí nos
encontramos con un retén de los hombres del Tigrillo al mando del
Yanqui — trágicamente después, el Yanqui moriría con 17 de sus
hombres por cazabobos— y después de una pequeña discusión con
los puestos —que nos creían sandinistas— nos abre el paso a mí y a
mis oficiales que venimos a caballo. Le advertimos que detrás de
nosotros vienen casi 1,000 hombres de la Fuerza de Tarea Diriangén,
que avanza victoriosa después de haber combatido por tantos días
en la aéreas abiertas del centro de Jinotega. Seguimos avanzando
hacia el Norte hasta que llegamos a la base del Tigrillo y Toño los
cuales tienen 300 voluntarios y también están esperando
abastecimientos. Pienso que aquí vamos a ser abastecidos y
podremos regresar a la zona de combate en los próximos tres días.
Comienzo a recibir abastecimientos de los se C-47. Los
abastecimientos, al igual que siempre, son totalmente deficientes.
Recibo 200 fusiles G-3 con 2 magazines y no me envían el dinero.
Después de casi cuatro meses de sufrir las consecuencias de toda la
inoperancia del Estado Mayor decido irme hacia Banco Grande para
hablar con el Comandante 380 y Fierro.
Pareciera que todo mundo en Tegucigalpa viene jugando y no se
dan cuenta de las grandes necesidades que estamos teniendo
dentro del área de combate con un enemigo tan fuerte, bien
entrenado y abastecido de armamento moderno. En lo que voy a
salir comienza un ataque aéreo feroz. Doce aparatos aéreos atacan,
distingo un avión bien alto que parece dirigir el fuego, cuatro Push
Pull, los T-33 que había dejado la Guardia y otros aparatos aéreos
que lanzan bombas sin dar en el blanco precisamente debido al
fuego intenso que reciben de casi 1,000 hombres. Uno de los
aviones pasa rasante y nos lanza una bomba incendiaria que hace
tomar fuego unas casas. Una bomba de 500 libras cae exactamente
en la poza donde se está bañando mi ayudante Dum Dum —un
muchachito de 15 años que me había presentado a sus padres cerca
de Santa Clara— y una pareja de ancianos —que venían a visitar a
sus familiares en las tropas— se lavan sus pies. Inmediatamente
después del bombazo buscamos y no encontramos nada más que la
mochila de Dum Dum, él fue completamente desintegrado por la
bomba y los cuerpos de los ancianos quedaron mutilados por la
enorme explosión. La guerra es una empresa dolorosa.
GOLPE DE ESTADO
Yo tomo mi caballo y cuatro hombres montados más para irme a
Banco Grande. Al día siguiente llegaron más aviones y hubo otro
bombardeo casi sin hacer ningún tipo de daño debido a lo grande de
los árboles y lo difícil de ver tropas de infantería en la montaña.
Camino casi por tres días a galope para llegar a Banco Grande. Allí
me encuentro con el Bisagge, Capitán Hugo Villagra, y comenzamos
a platicar durante la noche sobre las peripecias que nos están
haciendo pasar por la manada de malos oficiales que componen el
Estado Mayor. Después de platicar con el Coronel Raymond y otros
oficiales de la CIA tengo la agradable noticia de saber que se están
preparando para dar un Golpe de Estado y cambiar a los miembros
del Estado Mayor.
Existe una auditoría a Fierro por parte de la CIA, personalmente no
he recibido dinero para mantenimiento de mis tropas por los últimos
seis meses y de acuerdo a Raymond y a otros oficiales de la CIA, el
dinero se le estaba dando a Fierro mensualmente de acuerdo al
Estado de Fuerza. Le platico sobre la mala coordinación logística y
que todo lo que me mandaron fue incompleto, esto hacía a mi
unidad inoperativa. Ordeno a Rubén que movilice a toda la Diriangén
hacia Banco Grande. Yo tomo un helicóptero y voy hablar con el
Coronel Raymond que está a cargo de la logística, o ayuda militar.
Solicito cuatro morteros de 82mm, un número exacto de fusiles para
mis voluntarios, munición, algún armamento de apoyo más 25 radios
de comunicación y un sin número de equipo; los equipos militares
necesarios para la próxima misión.
Me encuentro con Fierro, ex-Coronel GN Echeverría, y me dice que
en este diciembre —de 1983—, tenemos que tomar un trozo de
terreno en Nicaragua para declarar territorio libre. Yo pienso que
está loco, no tiene ni idea de lo que es el EPS. Yo vengo de verme
las negras con ellos y sé que no hay ningún chance de quitarles un
territorio por 48 o 72 horas. Si Fierro hubiera leído a Sun Tzu,
hubiera obtenido una idea estratégica o conocimientos tácticos
reales, no estaría pensando —como imbécilmente pensaba— de esa
manera. Yo le dije que sí, pero desde el primer momento sabía que
no iba a cumplir la misión a la forma como él la quería. Yo atacaría
un blanco blando, no seguiría un plan descabellado, tramado en una
taberna de Tegucigalpa por un montón de trasnochados. Regresando
a Las Vegas me encuentro con mis tropas y les digo a todos mis
comandantes lo que se estaba planeando. Mi oficial ejecutivo —en
ese momento— era Rubén, Benny estaba en Nicaragua.
Estamos a mediados de noviembre de 1983. El abastecimiento
comienza a llegar a Las Trojes el día 21 de noviembre y el día 24 me
llegan, en cuatro helicópteros del Ejército Hondureño alquilados a la
CIA— cuatro morteros y 120 granadas de 82mm. Yo estoy contento
porque por primera vez voy a tener una respuesta al bombardeo a
larga distancia del que había sido víctima en los últimos combates. El
día 25 de noviembre pasa un helicóptero y me lleva a Banco Brande
donde yo firmo, con todos los Comandantes de Tropa, el Tigrillo,
Aureliano, Toño y otros, el «Documento de Banco Grande». En este
documento desconocemos a todo el Estado Mayor por su ineficiencia
e inoperancia. Yo no tengo interés en saber qué está pasando, lo
único que quiero es que mis tropas sean abastecidas y prepararme
para la campaña, a la que pienso darle mi propio giro.
Dolorosamente mi destino me conducía muy cerca de la muerte.
UNA GRANADA ESTALLA - EL ACCIDENTE
Regreso a Las Vegas al amanecer del día 27 de noviembre de
1983. Empiezo a probar —lo hago personalmente para dar ejemplo
como comandante, como hacía siempre— las piezas de mortero. Me
daba miedo porque miraba extrañas las granadas que me habían
traído. Ordeno a todos los comandos que se aparten, solo quedo con
el Comando Microbio y me preparo para dejar caer una granada. Le
quito todas las cargas, pero algo no me parecía bien. Cuando veo
que no funciona como debía, digo:
—Hasta aquí llegamos.
Entonces un comando me dice:
—Comandante. Pruebe esta de otra caja, tal vez éstas sí
funcionan.
Dejo ir la granada en el tubo y de repente me dormí, no supe de
mí. Casi despertándome oigo a lo lejos:
—¡Estalló la granada, aquí hay un muerto! ¡Aquí hay otro!
Me doy cuenta que algo pasó con la granada que estaba probando
y pienso…
—Una granada estalló. ¡Dios mío! ¿Qué pasó?
Despierto y comienzo a chequearme de pies a cabeza. En lo que
vengo pasando por mi mano veo que mi mano derecha está
colgada, completamente desbaratada. Al ver mi mano en ese estado
hago presión con la mano izquierda sobre lo que queda de mi brazo
derecho, respiro profundo y comienzo a caminar. En eso viene
caminando hacia mí el comando Levis y le pregunto:
—Levis, ¿cómo tengo la cara y la cabeza?
—Están bien comandante, todo está bien. Tiene dañada la mano.
Me detengo y comienzo a revisarme y miro que… ¡Dios mío! Tengo
desbaratada la pierna también.
Les digo:
—Cárguenme, no puedo caminar. Dios mío. Tengo todo mal. No sé,
me siento muy mal.
Estoy en una confusión. No entiendo qué pasó, ni cómo pasó, pero
tomo valor y pregunto si tengo desbaratada la mano y parte del
brazo. Le pregunto a Levis:
—¿Me desbarató la cabeza?
Trato de estabilizar mi mente. Veo que los comandos vienen
corriendo y me montan a una camilla. Entonces comienzo a pensar:
—¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué hago? ¿Maldigo? ¿Lloro? —yo quisiera
llorar, pero recuerdo… «los comandantes no lloran», así que no lloré.
Me acordaba de mis pobres comandos, cada vez que los vi en una
situación como en la que estaba yo y vi cómo valientemente se
debatían entre la vida y la muerte. Hoy era mi turno. De repente el
dolor era tan intenso, tan fuerte, que perdí el conocimiento. A partir
de ese momento me despertaba… me dormía… despertaba…
dormía. De pronto me despertaba y miraba al doctor y miraba los
que estaban sosteniéndome, alguien que me tenía la cabeza, otro
me tenía la mano, otro me tenía las piernas y me volví a dormir. De
repente escuché decir:
—El helicóptero está aterrizando.
Recuerdo al Coronel Calderine, del Ejército de Honduras, que llegó
y ordenó me trasladaran inmediatamente a la pista. Recuerdo las
voces y vi muchas mujeres y muchos de mis hombres llorando. Yo
les dije:
—No se preocupen, pronto regreso.
Las consecuencias. el Doctor Francisco me relata que, al escuchar
la gran explosión él corrió hacia la zona desde donde provino el
estruendo. Llevaba consigo unas pinzas hemostáticas en la mano,
listo para cuidar de las heridas y se encontró con los comandos que
me trasladaban inconsciente en la camilla. Entonces se detuvo y
colocó las pinzas en mi herida abierta para evitar una muerte segura
por desangramiento. El accidente les costó la vida a 4 comandos y
17 fuimos heridos. Yo continué mi lucha con la muerte.
Yo me dormía y me volvía despertar y volví a dormirme, escuchaba
el helicóptero. ¡Dios mío! pase dos días dormido. Cuando comienzo a
estabilizarme llega el Doctor Matamoros —un gran amigo y Jefe del
Cuerpo Médico— y me dice que necesita que tome una decisión, el
muñón de mi brazo está largo, pero ellos creen que debe ser cortado
más para evitar una gangrena que podría llevarme completamente
todo el brazo. Me dice que lo más práctico es cortar el muñón, pero
es mi decisión. Yo le digo que hagan lo que tengan que hacer, si
ellos creen que cortar es lo más práctico, que lo hagan. Esa misma
tarde pase de nuevo a cirugía. Desperté al día siguiente con el
muñón más corto. Llegó Bermúdez a hablar conmigo, me dijo que
sentía mucho lo que me había pasado pero que tenía que hablar
conmigo sobre lo que habíamos firmado en Banco Grande, me
preguntó si yo había firmado.
—Sí, yo firmé. No puedo ni ver a los del Estado Mayor por lo
inoperante que han sido.
Le hable de los seis meses sin logística para mis tropas...
—He pasado el mar en taburete gracias a ellos. La única persona
que yo considero que funciona dentro de todos ustedes, es usted.
Los otros miembros de Estado Mayor no sirven para nada.
Me dice:
—Mirá. Yo estoy revirtiendo el Golpe de Estado, yo voy a hacer los
cambios que haya que hacer. Quiero contar con tu apoyo.
—Claro Comandante, cuente siempre conmigo, pero hay que hacer
cambios.
Por sugerencia del Doctor Matamoros soy enviado a Miami donde
recibo cuidados y gracias a la intervención de los Doctores Alzugaray
y Quirantes —que me realizan las curaciones de la mejor manera
posible— en menos de mes y medio me ponen una prótesis para
poder funcionar con lo que quedó de mi antebrazo. Me preparo para
regresar a mi unidad. Aristides Sánchez me visita en el apartamento
y me lleva a una armería para comprar una pistola que pueda usar
con mi mano izquierda. Después de probar varias pistolas, determino
que la mejor pistola que puedo maniobrar es una Smith & Wesson
doble acción, 9mm. Después de recibir mi boleto de regreso, vuelo
con él a Tegucigalpa.
EL PLAN DE CAMPAÑA 1984
Había pasado solamente un mes y trece días, mi recuperación
había sido muy rápida. Mi deseo de continuar la lucha contra el
comunismo no paraba. Regresaba a la profesión que había escogido
y por la que había absorbido completamente desde mi juventud
como cadete. Al llegar me recibe el Chino, chofer del 380, en una
camioneta Toyota Hi-Lux y me dice que tiene órdenes de estar bajo
mis órdenes. Después de hacer algunas cosas personales y visitar al
Doctor Tomás en Támara, me dirijo a la Quinta Escuela, donde está
el Estado Mayor y el Comandante 380.
Me dan una bienvenida bien jovial. Muchas cosas han cambiado.
Fierro se porta muy contento y me entrega 13 millones de córdobas
que, de acuerdo a mi Estados de Fuerza mensuales, era lo que me
debía por casi siete meses de logística, o sea dinero para comprar
comida, era lo único que recibíamos, por cada comando un dólar
para un día de comida. La idea era comprar las vacas y la comida
para que los campesinos pudieran comprar más y mantenerse ellos y
nosotros. Las guerrillas pueden actuar de diferentes maneras, en
este caso una guerrilla democrática no podía darse el «lujo» de
andar robando. Después me reuní con el Comandante 380. Él me dio
a leer un plan de campaña para el año 1984 que le estaban
exigiendo los amigos —la CIA— y me dice:
—Quiero tu opinión.
Hacía tres meses el 380 había traído a cuatro exoficiales de la
Guardia Nacional, al Coronel Asencio, Coronel González, Mayor
Torres y otro cuyo nombre no recuerdo. Los tres, o los cuatro,
habían hecho todo lo humanamente posible para preparar un plan
de campaña que debería ser seguido por todas las unidades. Yo
agarro el plan que tenía unas 70 páginas bien escritas, con mapas y
otras parafernalias militares. Lo leo en menos de 30 minutos y le
digo al 380 que ya lo leí. Me dice que tengo que verlo y leerlo bien.
—Ya lo vi bien —le contesto.
—¿Cuál es tu opinión?
—Bueno, es un plan bien hecho, se ve que ellos saben y conocen
de milicia. Las misiones están bien definidas, de acuerdo a ellos.
Todo me parece muy bien, escrito de acuerdo a la capacidad de
ellos.
El 380 se levanta enojado y me dice:
—Mirá Mike Lima, dejá de jarabe de lengua. Decime qué opinión
tenés, y lo que pensás del plan.
—Bueno, yo lo que creo es esto —tomé el plan y lo lancé a un
cesto de basura.
380 dice, aparentemente muy molesto:
—¡Óyeme! Traje cuatro oficiales graduados con curso de Estado
Mayor para que hicieran ese plan y vos lo tiraste a la basura. Vos no
salís de aquí hasta que me entregués otro plan. Tienes comida,
tienes secretarios, tienes todo aquí. No me sales hasta que no me
entregues un plan perfecto para que yo pueda entregarlo a los
amigos, ya que sólo vos crees eso del plan que me hicieron.
Yo pienso que el Comandante Bermúdez sabía la respuesta que yo
daría. El plan en sí no servía para nosotros, era un plan convencional
donde se alineaban los 8,000 comandos de FDN en una línea
tiradores desde la frontera e iban a avanzar hacia el centro, a luchar
contra más de 100,000 hombres del EPS, era absurdo. Los
excoroneles de la Guardia no tenían ni idea de lo que era pelear una
Guerra de Guerrillas. Estoy seguro que 380 lo sabía y por eso me
buscó para ponerme a trabajar.
Yo conocía perfectamente la tesis de Guerra de Guerrillas, la
norteamericana, que se refiere a la Guerra de Guerrillas como
Conflicto de Baja Intensidad. Pero los expertos en Guerra de
Guerrillas eran los asiáticos que habían derrotado a los franceses y a
los americanos en Vietnam. Había leído a Sun Tzu, a Mao Zedong y
su Gran Marcha donde logró sobrevivir al ejército superior de Chiang
Kai-shek, y al mejor exponente de las técnicas militares —que sería
mi modelo siempre— sería el León del Asia, el General Vo Nguyen
Giap. El vencedor de Dien Bien Phu, coordinando uno de los
conceptos más moderno de Guerra de Guerrillas y tropas
convencionales: la Guerra Semiconvencional. La cual es la utilización
de unidades guerrilleras y unidades convencionales para destruir y
aniquilar al enemigo en el lugar más vulnerable, yo lo aplicaría
después en las minas en 1987, cuando con 7,000 hombres lanzamos
un ataque semiconvencional y destruimos 36 blancos estratégicos.
En la Guerra de Guerrillas se aprende que causar bajas al enemigo
no es lo más importante, se ocasionan bajas solo cuando es
necesario, porque el hombre es lo más barato y fácil de reemplazar
en un sistema. Generalmente, la guerrilla se basa en el ataque hacia
los objetivos militares de importancia estratégica, como munición,
medios de transporte y centros de comunicación y mando, y de
rehuir lo más posible la destrucción de soldados, los cuales son
fácilmente reemplazables. Un ejemplo, cada batallón que nosotros
destruiríamos en el terreno iba a ser reemplazado por nuevos
jóvenes que serían capturados por el sistema de servicio militar
obligatorio, el «Servicio Militar Patriótico». Un batallón destruido sólo
le costaba al EPS ir a barrios como San Judas, hacer una fiesta y
tenían 300 o 400 muchachos nuevos y listos para sacrificarlos en las
montañas, la triste realidad de todas las guerras. Para mí, desde que
comenzó la guerra, era más importante destruir un camión —habían
recibido de 3,000 a 7,000— o un helicóptero —porque sólo tenía
unos 70, de los cuales sólo 48 estuvieron operativos durante su
tiempo pico de poder aéreo, según los datos que conocíamos. Los
números son necesarios para ganar o tener resultados estratégicos.
No hay guerras sin números y la primera víctima en toda guerra es
la verdad. Cada bando se apropia de la verdad según ellos y sus
propósitos políticos. «La guerra es la política por otros medios y
cuando se acaba la guerra continúa la política» — Carl Von
Clausewitz. Cuando se cierran los espacios políticos va a continuar la
guerra.
Elaborar un plan de campaña no era difícil para mí, agarré al Pitufo
—una de las personas que tenía el Comandante como secretario— y
le comencé a dictar por dos horas sin parar sobre los objetivos, la
dislocación de las unidades, las zonas de operación y el tiempo a
realizar todos y cada uno de los blancos en cada zona. A diferencia
de nuestros amigos convencionales, que le habían hecho un plan
que contaba con artillería que no teníamos, una fuerza aérea que
jamás íbamos a tener y, encima de esto, soldados que no teníamos.
Los hombres voluntarios de la Fuerza Democrática Nicaragüense
eran campesinos sin entrenamiento militar regular de soldado. Más
importante todavía, la ventaja numérica no estaba a nuestro favor.
De acuerdo a las prácticas militares para atacar a un enemigo de
manera convencional se debe tener dos a uno y aquí estábamos uno
a diez. Era inaudito cómo estos coroneles, con tan poco cerebro,
habían hecho ese plan tan poco práctico.
El plan de campaña que yo entregué dos días después fue usado
desde 1984 hasta el final de la guerra en 1988, sólo se ajustaban las
Áreas de Operación donde cada Comando Regional tenía una zona
asignada. En ellas buscábamos y agregábamos todos los objetivos
económicos, militares y de infraestructura a ser destruidos. Yo no
había definido tiempo fijo. El concepto de Guerra Total no se podía
aplicar a las unidades guerrilleras.
FDN era una guerrilla de lujo. Teníamos un santuario como
Honduras con un comandante totalmente amigo como el General
Gustavo Álvarez Martínez que comandaba un ejército profesional y
competente, sobre todo su Fuerza Aérea que, la veríamos entrar en
acción en el futuro, y éramos de corte democrático. Teníamos un
aliado de primera como lo era el Presidente Ronald Reagan. La
ayuda de Argentina, con sus poco calificados oficiales de
Inteligencia, no todo podía ser perfecto. Todos eran acérrimos
anticomunistas y buenos amigos de nuestra causa. La guerra
comenzó como una forma de presión contra el abastecimiento
sandinista a la guerrilla del FMLN.
EL SEÑOR «MARONNE»
La CIA a través de su oficial a cargo, el señor Maronne, su
verdadero nombre es Duane Clarridge, comenzó a gestar la Guerra
de Los Contras. En noviembre de 1982 tuve una entrevista con él.
Debido a mi capacidad para desarrollar la Guerra de Guerrillas y el
reclutamiento, fui enviado a una casa de seguridad en donde se
encontraba un hombre vestido de blanco, para exponer mis
experiencias hasta ese momento. Nunca habló. Me habían dicho que
debía responder a las preguntas que me hiciera su intérprete. Las
preguntas fueron pocas, la respuesta dilató seis horas, así las quería
él, con detalles. Así es como yo siempre había querido hacerlo, me
gustaba enfatizar lo que había visto, tal y como se lo dije al
Comandante 380. Nosotros habíamos llegado a esta guerra en el
momento preciso, los comunistas no habían podido consolidar su
poder sobre el campesinado y sobre todo habíamos comenzado a
operar gracias a algunos exguardias, campesinos y gente resentida
del mismo sandinismo. Como fue el caso del ex Comandante
Guerrillero Pedro Joaquín González, Dimas —fundador de los MILPAS
antisandinistas, quién organizó la chispa que prendería esta guerra
al tomarse Quilalí con sus hombres. Esto despertó las ansias de
libertad de un pueblo campesino que decía:
—Con Somoza estábamos pobres, pero teníamos por lo menos
derecho a berrear y éstos comunistas nos quieren quitar hasta ese
derecho.
Pobres que querían que el gobierno permaneciera fuera de sus
vidas. Lucharon y murieron por las normas campesinas rurales, no
las leyes de la comunidad internacional, de la que poco sabían y
nunca entenderían.
Nunca en mi vida pensé que yo iba a entrar en una situación como
ésta. Yo nunca pensé ir a la guerra. Yo nunca pensé en luchar. Pensé
que mi vida iba ser suave, tranquila, como la de muchos oficiales,
que vivieron durante el tiempo de la Guardia Nacional y de Somoza.
Pero a mí y a mi promoción, la 35ª Promoción AMN, no nos tocó
eso, nos tocó enfrentarnos a un pueblo ardido y disgustado, o
manipulado por los comunistas. Según algunos oficiales del
Departamento de Estado la estrategia del Presidente Carter era
quitar a Somoza a cualquier precio para luego obligar a las 17
dictaduras militares en Latinoamérica a cambiar su modelo
dictatorial por un modelo democrático, única salida para detener al
comunismo que luchaba a través de sus satélites como Cuba para
capturar más países. En 1975 existían 19 movimientos de
«liberación» en Latinoamérica, incluyendo al Frente Sandinista.
Después de que Somoza fue finalmente derrocado, todas las
dictaduras latinoamericanas cambiaron a un sistema de gobierno
democrático.
Esta se llamaba la Teoría del Dominó. Todo esto lo tengo que decir
para que podamos entender que el Plan de Campaña de la
Contrarrevolución no estaba basado de forma convencional, por eso
muchos oficiales de la Guardia Nacional que llegaron a la
Contrarrevolución no se pudieron adaptar. La mayor parte de ellos lo
tomaron como unas vacaciones después de estar viviendo la dura
vida que se vive en los Estados Unidos, cuando no se tiene ni el
idioma ni la capacidad económica que habían disfrutado —en otros
tiempos— en Nicaragua. Los hombres se acostumbran fácilmente a
lo bueno y difícilmente a lo malo. La situación hizo que cierto
momento llegáramos a la conclusión con Bermúdez de que no valía
la pena seguir reclutando oficiales de Miami, ni de ningún otro lado,
ya que todos los que llegaban a hacer era vagar o crear problemas,
y a ponernos mal y disgustar a los hombres que sí estaban
dispuestos a luchar, como los campesinos, los pequeños
terratenientes, oficiales, cuadros y soldados del EPS —algunos
fueron capturados, otros que se unieron debido a su convicción
antisandinista o anticomunista. En una plática casi sentimental, 380
me dice:
—Mike Lima, no vamos a seguir gastando dinero por la manada de
vagos que fueron oficiales en la GN, que vienen aquí de paseo y no
se ajustan. Es imposible que quieran quedarse, ya saben que en
Estados Unidos pueden vivir sin riesgos y vivir a lo que asemeja una
clase media nica. En adelante vamos a crear nuestras propias
escuelas para capacitar líderes y cuadros de mando.
Y así lo hicimos. Una tarea en la cual uno de los más grandes
baluartes fue el ex-Sargento Benito Bravo, Mack. El precio de la
guerra iba a ser enorme, estábamos dispuestos a pagarlo y lo
pagamos. Cuando el Comandante recibió el Plan de Campaña lo
leyó, me llamó y me dijo:
—Te felicito. Gracias Mike Lima. Hiciste un buen trabajo.
EL COMANDO ESTRATÉGICO
El 380 me dijo:
—Quisiera que dejaras de comandar unidades y te quedaras
conmigo en el Comando Estratégico, me gustaría tenerte de
Ayudante, creo que deberías pensarlo, o de otra manera, como yo
estoy movilizando todo el Estado Mayor hacia Las Vegas, te voy a
necesitar nuevamente ya que estos oficiales no son, ni quieren ser
competentes. No me sirven.
Prometí ayudarlo, pero no abandonaría mi unidad. Entonces me fui
a Las Vegas, donde estaba comenzando la construcción de cinco
pequeñas casas que sería el albergue del Estado Mayor, ahora
Comando Estratégico. Desde ese momento yo era parte del
Comando Estratégico, como Asistente de Operaciones, pero al
mismo tiempo una especie de Jefe de Estado Mayor, ya que tenía
que coordinar a todos los miembros que, en algún momento, eran
ineficientes. Por ejemplo, el Asistente de Inteligencia era Zelayita,
este humilde señor había sido secretario del General Samuel Genie
Amaya, mi mentor para entrar a la Academia Militar de Nicaragua;
mi padre, Antonio Moreno, era chofer en las empresas de Somoza y
él lo conocía. Bermúdez lo había agarrado porque había sido el
secretario del Chino Lau, quien había sido retirado al igual que todos
los miembros del Estado Mayor como, el Diablo Morales, Edgar
Hernández, el Rudo Espinales, el Gato Rivera, el ex-Coronel
Echeverri —Fierro. Todos ellos habían sido dados de baja, removidos
de sus cargos, en la primera reunión del nuevo Comando
Estratégico.
En enero de 1984, Bermúdez se había trasladado a vivir con
nosotros en Las Vegas. La guerra tomó mejor dirección y nos
preparamos para continuar una lucha de años, más duros y difíciles
cada uno. Aunque todos los años fueron difíciles. La guerra no es un
juego de niños, deja muchas heridas, algunas de ellas muy ocultas
en cada uno de los que tenemos la buena o mala suerte de vivir
momentos de historia y guerra. Nosotros estamos viviendo
momentos de historia, cada uno de nosotros estaba luchando en
una guerra por causas consideradas justas, muy pocos soldados, en
su vida, tienen esa oportunidad. El primer día de la reunión le
pregunto a Zelayita:
—¿Cuál es la situación enemiga?
—Bueno, es confidencial y se la enseño en mi oficina. Pase por mi
oficina y yo se la enseño.
Después de la reunión le digo a Zelayita:
—Enséñame lo que tienes.
Llegamos a su oficina, muy bonita, llena de mapas, todos cubiertos
con enormes sábanas. Procede a levantar las sábanas de manera
curiosa y me enseña el montón de pelotitas rojas y azules que tenía.
Eso para mí no tenía ningún significado, él no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo. Entonces me explica:
—Estas son las unidades sandinistas, no todas. No le puedo decir
porque todavía estoy tratando de organizarme y algunas cosas son
muy secretas.
¿Muy secretas? ¿Tratando de organizar qué y para qué? No tenía
idea de lo que estaba haciendo y no sabía que nosotros estamos
necesitando urgentemente a alguien que hiciera un trabajo a priori,
todo en esta guerra era para ayer, no ahorita. Teníamos un enemigo
que luchaba y trataba de destruirnos todos los días y que tenía una
capacidad de infiltración y destrucción en la retaguardia que jamás
en la vida se iba a imaginar. Era uno de estos exoficiales de la
Guardia Nacional, carcomidos por el tiempo, que pasaron sin hacer
nada, más que recibiendo sueldo y viviendo una vida de tragos y
alegre en el casino de la Guardia Nacional. Todo esto lo traigo a
colación porque yo había sido guardia, pero nunca tuve ningún
privilegio, a mí sólo me tocó guerra y muerte. No me quejo, gracias
a ello yo estaba en ese momento donde estaba, comandando una
unidad militar de casi 2,000 hombres y fungiendo como el asistente
principal de Bermúdez. Él me había dado el título de Asistente de
Operaciones, pero en realidad era como un Jefe de Estado Mayor, a
mis 25 años y después de haber cursado solamente tres años de
academia. Me fui donde Bermúdez y le dije:
—Zelayita no tiene ni idea de lo que está haciendo. Debería de ir a
pelar plátanos a la cocina.
—Entonces envíalo a personal para que le envíe a la casual
mientras le consigo una posición y vos te haces cargo de Inteligencia
también. Organízala como decís que debe hacerse.
Inmediatamente voy y relevo a Zelayita y le digo que a partir de
este momento yo me hago cargo de la Oficina de Inteligencia y que
por favor me entregue todo lo que él recibió del Chino Lau y de
Abel.
LA DIRIANGÉN
De regreso en mi unidad —ya recuperado de mis heridas—
comienzo a recibir los reportes sobre el gran desastre en que habían
participado mis tropas en diciembre. Durante mi ausencia, el Estado
Mayor mandó a hacerse cargo de mi unidad al Comandante Toño.
Toño era un buen comandante, sabía dirigir, sabía comandar, pero no
conocía a la Diriangén y no conocía Jinotega. Tampoco tenía idea de
lo que el EPS era capaz en esa zona. Desde el principio de la
operación de diciembre Toño hizo una labor destacada, pero por
tratar de cumplir con los objetivos diseñados por el incompetente
Estado Mayor, mandó a mis hombres a una misión imposible que
costó 104 de mis mejores hombres y alrededor de 200 heridos.
Como siempre, en esta guerra la bajas serían reemplazados por
nuevos voluntarios. Todas las unidades regresaron con el mismo
número —o más— de hombres, debido a la gran cantidad de
campesinos voluntarios que se nos unían. Sin embargo, las pérdidas
humanas que había tenido eran graves. Yo siempre traté de tener
mis bajas al mínimo, mis comandos eran mis amigos. Siempre traté
de evitar nuestras bajas, jamás en la vida perdí tantos hombres
como los perdió Toño.
Toño trató de acercarse a los blancos designados a la Diriangén,
pero los sandinistas conocían perfectamente el plan del Estado
Mayor que, por su inoperancia se iban a beber licor y a platicar
sobre lo que estaban haciendo en los bares de Tegucigalpa, los
cuales también eran frecuentados por los oficiales de Inteligencia
sandinista. No tenían capacidad de mantener secretos. La apaleada
que le dieron a Toño en La Vigía fue grave y después de eso, la
apaleada que le dieron a Rubén en EL Cuá fue terrible, mi mejor
oficial de tropas, el «Tigre» Medina con su mejor destacamento,
perdió 17 hombres de 20 en la entrada de El Cuá. Medina recibió
nueve balazos en una pierna, esto lo dejó con una capacidad física
disminuida. Creo que no siempre había visto al Estado Mayor como
lo que eran, una manada de ineficientes o militares sin evolución. No
podían entender que el EPS era 10 veces más grande que nosotros.
El Comandante Operacional y supuesto nuevo Jefe de FDN, el ex-
Capitán Villagra, había sido apaleado en la zona de Wamblán por
tomar decisiones poco educadas para este tipo de guerra. A él lo
habían traído de una cárcel de El Salvador y lo habían puesto a
mandar tropas sin haber recibido entrenamiento o instrucciones
adecuadas. Llegó sólo para casi ser bautizado en un duro debacle y
sin conocer su nuevo enemigo. Sus tropas, que salieron en
desbandada, lo dejaron casi solo y al regresar a Tegucigalpa, se
entera que el Golpe de Estado de Banco Grande había sido revertido
por Calero y 380. Considero al Capitán Hugo Villagra como una gran
persona, pero… «buenos muchachos no ganan guerra» —William
Casey. Tal vez fue bueno en la guardia, donde recibían una tropa
entrenada, abastecida y, al principio, con superioridad. Al final
fuimos derrotados, igual que todos en la Base del Tamarindo. El
Golpe de Estado había fallado parcialmente, sólo sobrevivió el
Comandante Bermúdez quien siempre demostró más calidad
humana, hasta cierto punto paternalismo.
Mi unidad, la Diriangén, estaba con la moral alta al verme regresar
después de un mes y 13 días de ausencia. Inicié la reorganización de
tropas, había crecido demasiado, ya tenía bajo mi mando a casi
2,000 hombres y mi opinión era que las tropas deberían estar
empeñadas todo el tiempo en preparación y combate. Ordeno la
toma de San Rafael del Norte. Este objetivo sería llevado a cabo por
Benny al mando de 1,000 comandos. Ahora la Diriangén tenía 6
Fuerzas de Tarea y era un Comando Regional, de acuerdo al nuevo
Plan de Campaña. Esta vez haríamos bien el trabajo, antes mal
hecho por el Coral, que había sido completamente destruido y
desorganizado al haber atacado sin concentrar bien sus 170
hombres.
Dirigir tropas no es un trabajo fácil, generalmente se necesita
conocimiento básico de milicia. Denis Pineda, Benny, era un oficial
de primera clase. Había sido mi primera clase en la Academia Militar
y era de toda mi confianza. Integrarse a la Diriangén le fue un poco
complicado, todo el tiempo hubo celos de mando, Rubén, los
hermanos de Rubén, los Meza, todo mundo los tenía y creían poseer
el derecho de comandar… era una epidemia de «comandantitis
aguda», pero no influía en mis decisiones, realmente para mí como
soldado, sabía que dirigir tropas y tomar decisiones bajo presión no
era un trabajo para cualquiera. Con el tiempo lo comprobaríamos,
muchas tropas de FDN eran completamente inoperantes, como el
caso de las tropas bajo el mando de Dimas Tigrillo — principalmente
— y otros que hacían que los abastecimientos se diluyeran en gente
que no tenía capacidad operativa. Los sandinistas —según un libro—
les llamaban tropa de poca o ninguna capacidad ofensiva. Durante
todo el tiempo de guerra, los sandinistas habían logrado tener buena
información de Inteligencia a través de los grandes grupos de
infiltrados en nuestras unidades.
LOS INFILTRADOS
En una reunión que tuve con el «Ingeniero» en mayo de 1983 en
Los Planes de Vilán, Jinotega, aprendí un poco acerca de la
infiltración. El Ingeniero era un oficial de la Seguridad del Estado que
quería hablar conmigo acerca de trabajar para nosotros como Oficial
de Inteligencia. Yo le permitiría mantener su situación en su finca,
que quedaba en el área controlada por nosotros en Planes de Vilán
y, a la vez, aportar a la liberación de Nicaragua. Recuerdo que
realmente fue una gran ayuda. Era un hombre que tenía una
hacienda pequeña, o finca, y me proporcionó mucha ayuda para
comprar ganado, comida, botas y otras cosas.
Supongo que él obtenía alguna ganancia, pero esto a mí no me
molestaba pues me proporcionaba una base de apoyo logístico
dentro de Nicaragua. Cómo trabajaba para la Seguridad del Estado y
al mismo tiempo para nosotros… no sé cómo lo hacía, ni de qué lado
estaba su verdadera lealtad. La forma tan secreta como nos
reunimos —no quería hablar más que conmigo y con Rubén— me
puso un poco tenso. De todas maneras, me reuní con él. Comenzó a
platicar que los miembros de la Seguridad del Estado ingresaban a
nuestras tropas por cientos. Explicó que él nunca se dejaría ver por
mis hombres debido a que, si lo hacía, sería una sentencia de
muerte segura. En ese momento comencé a entender muchas de las
cosas que habían pasado durante mis tiempos de patrulla.
Por ejemplo, en 1982 antes de bajar al río y emboscar los botes,
tres jóvenes habían dejado sus rifles y se habían marchado. En
aquel momento creí que era gente regresando a su casa. Ahora
comprendía que eran miembros de la Seguridad del Estado que
llevaban información a sus jefes. Otro caso similar ocurrió cerca de
El Rosario cuando, a mediados de 1983, chocamos con las tropas
sandinistas, otros tres muchachos se desertaron sin ninguna
explicación lógica.
La infiltración a nuestras tropas era enorme, pasaban cosas que no
podíamos entender. Debido a esto y en aquel momento había
logrado tomar una posición de mando en el Comando Estratégico y
estaba enviando a Zelayita a su casa o adonde fuera. Otra de las
decisiones que tomé en ese mismo tiempo fue la creación de una
Policía Militar.
La naturaleza de la guerra y la concentración de tantos hombres en
la retaguardia y en las Áreas de Operación, habían derivado
agraviados y se empezaba a recibir quejas de maltrato a la población
civil y otras fallas delictivas de parte de nuestros comandos. Esto
hacía necesario la creación de una Policía Militar para mantener el
orden, aunque después muchos comandos se quejaban de que los
policías militares eran vagos que no querían pelear. ¿Qué hubiera
sido sin ellos?
Al mando de la Policía Militar se nombró al Comandante Leo, un
sargento de la Guardia Nacional. Leo desempeñó su labor de una
manera eficiente, incluso en los momentos de situaciones
complicadas. Tuvo que manejar un sistema completo de
mantenimiento del orden en un ejército que llegaría a tener, durante
su pico a finales de 1985, casi 18,700 hombres. Estoy hablando sólo
de FDN. Como decía un amigo:
—En todo gran familión… un vago y un ladrón.
En ese momento, con la múltiple labor de Oficial de Operaciones,
Inteligencia y Comandante de una de las unidades más grandes de
FDN, mi vida sea veía complicada, pero yo lo consideraba necesario.
Con la ayuda de otros miembros del Comando Estratégico como el
Policía López, el Venado —Tte. Pichardo— y Gustavo —o Guillén, me
empeñé en tratar de hacer un sistema funcional, conforme a las
exigencias de esta guerra. En la Oficina de Inteligencia comencé a
desarrollar la Contrainteligencia —en ese momento era parte de la
Inteligencia, me concentré en determinar qué entrenamiento tenían
y buscar gente que tuviera conocimientos sobre interrogación para
manejar una de las aéreas más sensitivas y más importantes para
detener la constante y masiva infiltración sandinista.
La primera de todas las acciones comenzó en esos precisos días,
cuando un comando se escapó de la Policía Militar. Era inaudito que
alguien quisiera escapar por sólo estar detenido por tres días. Aquí
había algo más. Los oficiales de Contrainteligencia comenzaron a
indagar alrededor del sujeto y descubrimos una célula de siete
oficiales y soldados sandinistas que tenía la misión de matar al
Comandante Bermúdez el día siguiente. Esta sería la primera vez en
que nos dimos cuenta del constante peligro que representaban los
infiltrados.
Después de haber organizado lo mejor que pude el Sistema de
Rastreo, la situación nuestra se acercaba más al entorno real,
entonces entrego la Oficina de Inteligencia a Z2, un sargento de la
Guardia Nacional que había trabajado en la Oficina de Inteligencia
llamada la «Biónica del Aire», él tendría a cargo la Inteligencia hasta
que llegara uno de los oficiales más capaces que tuvimos como
asistente y que sí desarrolló la Inteligencia a niveles muy
profesionales, el Comandante Invisible, Teniente Amplié. Con
Invisible a cargo, por primera vez tuvimos acceso a una situación
enemiga más al día, lo que fue un gran beneficio para todas las
tropas en el teatro de guerra. El Invisible, a través de cierta ayuda
de los «amigos» creó e integró operacionalmente el Sistema de
Rastreo a las comunicaciones enemigas. Mantenía los mapas
actualizados con toda la información de aplicación táctica
interceptaba. También designa a un comando a enviar al instante
ésta información —las decisiones y movimientos de tropas enemigas
— a cada una de nuestras tropas empeñadas en las Áreas de
Operación. Muchas unidades, como la mía cuando estuve
operacional, recibieron información de primera mano que nos ayudó
para responder a la situación táctica en el terreno. 1984 fue un año
que comenzó bien fuerte. Aumentó el número de los choques en las
áreas de combate de todas las unidades y éstos eran mejor
planificados.
Benny ocupó San Rafael del Norte el 24 de marzo y estábamos
ganado la iniciativa táctica en todas las Aéreas de Operación. La
guerra estaba tomando control de ella misma. En esos días
comenzaron las operaciones —de la CIA— de minado de los puertos.
La cual demostraría, por sí misma, un error terrible que costaría el
corte de la ayuda del gobierno de Estados Unidos de manera legal.
En 1984 nosotros teníamos la iniciativa táctica, los sandinistas
reaccionaban a nuestras acciones. Yo no estaba preparado todavía
para ser miembro del Estado Mayor de Bermúdez, aunque él me
pidió —casi de manera paternal— que no continuara mandando
tropas de combate, que no tenía que demostrar nada a nadie. Yo
creía estar destinado a ser combatiente de primera línea y
comandante de tropas gracias a mi experiencia y para dar ejemplo a
muchos que veía alcanzando su nivel máximo de inoperancia.
Decidí incursionar con mis tropas y al mismo tiempo pegarles lo
más duro que podía a los sandinistas. Ya había pasado la Operación
de San Rafael del Norte. Benny había sido reforzado por José Rivas
—Comandante José— y con 1,000 comandos de la Diriangén más
200 de la Segovia habían mantenido control absoluto del pequeño
pueblo por 24 horas, manteniendo a raya a los refuerzos del EPS.
Las unidades que habían participado con Benny eran las fuerzas de
tarea al mando de Cinco Pinos, Denis Meza, Sereno y Managua.
Después de haber sido tomada la pequeña ciudad de San Rafael del
Norte, las tropas se dispersaron, como solíamos hacer.
Dos fuerzas de tarea tomaron rumbo hacia el Norte, hacia el área
de San Juan del Río Coco, Cinco Pino y Sereno. Un Capitán que fue
capturado años después, nos dijo que él comandaba una escuela en
Apanás y que su unidad completa, de casi 300 hombres, fue
movilizada al área de Los Terreros en donde chocaron con las tropas
de Cinco Pino y Sereno. Su unidad, compuesta por oficiales en
entrenamiento, perdió 25 oficiales. En ese sector quedaron muertos
Cinco Pinos y Sereno. Sus cadáveres fueron rescatados por sus
hombres y enterrados en El Ojoche. Fue un duro golpe para mi
unidad. El año de 1984 comenzaba cobrándonos la vida de los
mejores comandantes de mi unidad.
En abril de ese año incursioné con la compañía al mando de
Medina y los Sagitarios, a quienes, desde el punto de vista
operacional no les miraba ningún éxito en el área de las minas de
Cacamullá, cerca de El Triunfo, Choluteca, frente a Somoto y Madriz,
ya que ni el área era buena para operar, era un desgaste
innecesario, habían perdido más del 50% de sus efectivos. Siempre,
en cada intento de incursionar les ocasionaban muchas bajas y en
15 días estaban de regreso. Yo tenía la impresión de que Dimas
Negro era un vago que gastaba la munición en los primeros días
para estar de regreso en Tegucigalpa, Honduras, vagando y viviendo
su vida de jolgorio. Lo llevé al área de Jinotega, si él era tan bueno
como decía, podía servir. Mis tropas eran buenas y yo pensaba
atacar donde me fuera más fácil, quería un blanco fácil. Tenía casi
2,000 hombres y la CIA había logrado mantener un flujo constante
de abastecimiento permitiendo que nuestras tropas se mantuvieran
en actividad permanente. Se escuchaban emboscadas y choques en
toda la zona de guerra.
1.- Bases y operaciones principales de la Resistencia Nicaragüense (FDN ERN).
2.- Dr. Adolfo Calero, Cmdt. 380 y Mack en el CIM 1985.
3.- De pie: Comandantes Campeón, Ocran, Wilmer, Dumas, Gral. John Galvin,
Medina, Daniel, Aureliano, Denis Meza y Dr. Byron. Abajo: Rolando, Mike Lima,
380, Leo y Gustavo. Yamales 1986
4.- Dr. Jacinto, Invisible y El Policía López L-26 en el CIM 1986.
9.- Restos del helicóptero MI-17 piloteado por Bryan. El helicóptero se calcinó
en minutos después del impacto. No hubo sobreviviente. 10 de mayo 1987.
10.- Uno de dos lanzacohetes coaxiales de 57mm del helicóptero MI-17
derribado por el Comando Cóndor. 10 de mayo 1987.
16.- Los Sagitarios. Rodilla en tierra al centro: Rudy, Orión, Ortiz, Mike Lima,
Indalecio Rodríguez, Dimas Negro y comando ametrallador El Indio. En ruta
hacia la operación en la que caigo herido. 1984.
17.- En la primera foto: Mi equipo comando, o sea mis operadores de radio,
paramédico, rastreadores y mi seguridad personal: Comandos Iguana, Alfredo
Herrera Comando Murriña y Solín. En la foto de abajo: El Comando
Paramédico Cobra —ex Sargento FFAAH— atendiendo mis heridas. Gracias a
su atención mi pierna no fue amputada. San Juan de Aguasuas, Jinotega.
1984.
18.- Comandantes L-26, Mike Lima, Tomás, 380, Gustavo y Toño. Yamales.
1986.
19.- Se pueden ver aviones DC-6, Push Pull, Cessna 402 y un helicóptero Bell
UH1H de la Resistencia Nicaragüense. Base Aérea El Aguacate.
20.- Comandos Radio Operadores recibiendo y descifrando mensajes cifrados
vía Radio Southcom (dentro de la mochila) y el Datatech —equipo de
criptografía simétrica— con su impresora. Montañas de Nicaragua, 1987.