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Cultura: ¿más de lo mismo?

Alfonso Chase | Abril 24, 2006


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El Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes es la cenicienta presupuestaria de
Costa Rica, y su radio de acción está constreñido al área central del país, aunque en
teoría sigue siendo de expansión nacional. Políticamente se ha ido convirtiendo en
una institución debilitada en el empuje cultural de la nación, porque no se inscribe
en un Proyecto Histórico Nacional de Desarrollo, que busque promocionar y fijar la
memoria social del país y pueda establecer receptividad para lo nuevo, que muchas
veces se hace al margen de las políticas institucionales, cuando ellas existen,
desligadas de los programas políticos de campaña, que son hechos por muchas
personas, honorables y de buenas intenciones, que siempre prometen avanzar más
allá de donde dejaron la institución los del período anterior. En el caso concreto del
Ministerio de Cultura se da que quienes elaboran los programas de campaña, casi
siempre quedan fuera de la institución, debido a que en la historia reciente, el
antiguo PLUSC tiene que recurrir a jerarcas prestados, en la endogamia cultural que
vive el país y la inmovilidad interna del Ministerio, que tiene funcionarios capaces, y
de acción, y también burócratas enquistados, cuya razón administrativa de
existencia no sufre cambios con la alternancia política o de nombres, que se repiten
como nuevos, cada cuatro años. Las ocho áreas de trabajo son impecablemente
claras y responden a las ideas surgidas en las llamadas entidades adscritas,
incluyendo el área de bibliotecas públicas y el sector de juventud, tan escondido a
veces.
Los objetivos de las diferentes administraciones, en los últimos 16 años, sufren
cosméticos cambios cada “renovación” de Gobierno, pero habría que preguntarse si
el Ministerio de Cultura y Juventud está a la altura del siglo XXI y en el desarrollo
de sus políticas, cuando las hay, participan los sectores interesados a todo dimana
del despacho, como le dicen, o de las no tan periódicas reuniones de los miembros
del Consejo Ministerial, si este aún existe, con cierta autonomía, para impulsar la
renovación o al intercambio real de ideas, que se determinan en las diferentes
regiones en que se ha dividido el país administrativamente.
El programa del Partido Liberación Nacional para esta campaña, en el sector
cultura, me parece el más claro y definido que he visto en los últimos años, sobre
todo en los aspectos que se relacionan con la promoción y difusión cultural, en sus
aspectos externos y endógenos, y la posibilidad de aumentar su presupuesto a un
límite decente y razonable y sus posibles lazos con el Ministerio de Educación
Pública, el Ministerio de Planificación y las buenas relaciones que deben existir con
las diferentes fracciones de los partidos políticos en la Asamblea Legislativa. Pero
todo eso podría ser solo una ilusión, que se presenta en campaña en términos de
propaganda, debido a que los creadores orgánicos de la cultura nacional no
pertenecen ya a los partidos tradicionales y el dúo PLUSC parece que se ha
esfumado en las pasadas elecciones. Con esto quiero decir que de seguro el
próximo jerarca del área de cultura saldrá del limbo de los intereses inmediatos y
no de la comisión, exigua ahora, del Partido Liberación Nacional en el sector del
arte y la cultura.
Lo importante es que la cultura actual, y esto es un logro, vive más activa en los
sectores independientes, los relacionados con las universidades, públicas y
privadas, y muchas de las actividades oficiales caen en el vacío donde el discurso
retórico, cursi y obsesivo, sólo sirve para exiguas notas de prensa o absurdas
polémicas, que no se refieren a la existencia propia del Ministerio de Cultura y
Juventud y a su posible transformación en una institución activa, con ideas claras y
una proyección acorde con los tiempos y el intercambio global de ideas entre los
diversos países del mundo.
En cultura se hace necesaria una agenda complementaria para enfrentar los retos
de la globalización y los tratados de comercio obligado entre nuestro país y las
grandes potencias. La seudo cultura de masas, impuesta por las transnacionales de
la información y la vulgaridad de las criollas, amenazan destruir los pocos rescoldos
de la identidad nacional. Somos un pueblo pluricultural en la realidad de la vida
cotidiana, con sectores y nichos de consumidores de cultura, que van a las
personas mayores a los niños. Nuestro país no es una tarjeta postal con sólo
espectáculos de color local en los auditorios de los grandes hoteles o venta
descarada de tiliches pasados como objetos de artesanía popular, todo esto
sazonado con mascaradas de dudoso gusto, para estar a tono con la vulgaridad
ambiente que nos rodea, en la vida local del fútbol, guaro, seudo política y sectas,
que promueven la vida eterna a ritmo de reguetón.
No existiendo un Consejo Nacional de Cultura, ni Comités Regionales, o Cantonales
de Cultura, integrados por los ciudadanos, la cultura se rige por el valor absoluto de
su representación endogámica, amistosa o filial, y no por su inserción política y
social en el desarrollo histórico del país. El trabajo de quienes dirigen las áreas de
funcionamiento, o instituciones adscritas, debe apoyarse porque muchas veces
laboran con escasos fondos, o les son cercenados para ser traspasados a otras
áreas del interés momentáneo de los jerarcas de turno.
La cultura, como tal en nuestro país, es un sistema que abarca 81 cantones, donde
viven, trabajan y esperan los artistas del presente y del futuro. Recoger y valorar
sus iniciativas sería una posición sabia, política y de afirmación del
pluriculturalismo. Eso, más el respeto y la libertad por todo tipo de creación, sería
ya un paso adelante hacia el siglo XXI.

(La Prensa Libre)


Tribuna Democrática

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