| El Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes es la cenicienta presupuestaria de Costa Rica, y su radio de acción está constreñido al área central del país, aunque en teoría sigue siendo de expansión nacional. Políticamente se ha ido convirtiendo en una institución debilitada en el empuje cultural de la nación, porque no se inscribe en un Proyecto Histórico Nacional de Desarrollo, que busque promocionar y fijar la memoria social del país y pueda establecer receptividad para lo nuevo, que muchas veces se hace al margen de las políticas institucionales, cuando ellas existen, desligadas de los programas políticos de campaña, que son hechos por muchas personas, honorables y de buenas intenciones, que siempre prometen avanzar más allá de donde dejaron la institución los del período anterior. En el caso concreto del Ministerio de Cultura se da que quienes elaboran los programas de campaña, casi siempre quedan fuera de la institución, debido a que en la historia reciente, el antiguo PLUSC tiene que recurrir a jerarcas prestados, en la endogamia cultural que vive el país y la inmovilidad interna del Ministerio, que tiene funcionarios capaces, y de acción, y también burócratas enquistados, cuya razón administrativa de existencia no sufre cambios con la alternancia política o de nombres, que se repiten como nuevos, cada cuatro años. Las ocho áreas de trabajo son impecablemente claras y responden a las ideas surgidas en las llamadas entidades adscritas, incluyendo el área de bibliotecas públicas y el sector de juventud, tan escondido a veces. Los objetivos de las diferentes administraciones, en los últimos 16 años, sufren cosméticos cambios cada “renovación” de Gobierno, pero habría que preguntarse si el Ministerio de Cultura y Juventud está a la altura del siglo XXI y en el desarrollo de sus políticas, cuando las hay, participan los sectores interesados a todo dimana del despacho, como le dicen, o de las no tan periódicas reuniones de los miembros del Consejo Ministerial, si este aún existe, con cierta autonomía, para impulsar la renovación o al intercambio real de ideas, que se determinan en las diferentes regiones en que se ha dividido el país administrativamente. El programa del Partido Liberación Nacional para esta campaña, en el sector cultura, me parece el más claro y definido que he visto en los últimos años, sobre todo en los aspectos que se relacionan con la promoción y difusión cultural, en sus aspectos externos y endógenos, y la posibilidad de aumentar su presupuesto a un límite decente y razonable y sus posibles lazos con el Ministerio de Educación Pública, el Ministerio de Planificación y las buenas relaciones que deben existir con las diferentes fracciones de los partidos políticos en la Asamblea Legislativa. Pero todo eso podría ser solo una ilusión, que se presenta en campaña en términos de propaganda, debido a que los creadores orgánicos de la cultura nacional no pertenecen ya a los partidos tradicionales y el dúo PLUSC parece que se ha esfumado en las pasadas elecciones. Con esto quiero decir que de seguro el próximo jerarca del área de cultura saldrá del limbo de los intereses inmediatos y no de la comisión, exigua ahora, del Partido Liberación Nacional en el sector del arte y la cultura. Lo importante es que la cultura actual, y esto es un logro, vive más activa en los sectores independientes, los relacionados con las universidades, públicas y privadas, y muchas de las actividades oficiales caen en el vacío donde el discurso retórico, cursi y obsesivo, sólo sirve para exiguas notas de prensa o absurdas polémicas, que no se refieren a la existencia propia del Ministerio de Cultura y Juventud y a su posible transformación en una institución activa, con ideas claras y una proyección acorde con los tiempos y el intercambio global de ideas entre los diversos países del mundo. En cultura se hace necesaria una agenda complementaria para enfrentar los retos de la globalización y los tratados de comercio obligado entre nuestro país y las grandes potencias. La seudo cultura de masas, impuesta por las transnacionales de la información y la vulgaridad de las criollas, amenazan destruir los pocos rescoldos de la identidad nacional. Somos un pueblo pluricultural en la realidad de la vida cotidiana, con sectores y nichos de consumidores de cultura, que van a las personas mayores a los niños. Nuestro país no es una tarjeta postal con sólo espectáculos de color local en los auditorios de los grandes hoteles o venta descarada de tiliches pasados como objetos de artesanía popular, todo esto sazonado con mascaradas de dudoso gusto, para estar a tono con la vulgaridad ambiente que nos rodea, en la vida local del fútbol, guaro, seudo política y sectas, que promueven la vida eterna a ritmo de reguetón. No existiendo un Consejo Nacional de Cultura, ni Comités Regionales, o Cantonales de Cultura, integrados por los ciudadanos, la cultura se rige por el valor absoluto de su representación endogámica, amistosa o filial, y no por su inserción política y social en el desarrollo histórico del país. El trabajo de quienes dirigen las áreas de funcionamiento, o instituciones adscritas, debe apoyarse porque muchas veces laboran con escasos fondos, o les son cercenados para ser traspasados a otras áreas del interés momentáneo de los jerarcas de turno. La cultura, como tal en nuestro país, es un sistema que abarca 81 cantones, donde viven, trabajan y esperan los artistas del presente y del futuro. Recoger y valorar sus iniciativas sería una posición sabia, política y de afirmación del pluriculturalismo. Eso, más el respeto y la libertad por todo tipo de creación, sería ya un paso adelante hacia el siglo XXI.
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