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Cartilla Pedagogía 2024
Cartilla Pedagogía 2024
PEDAGOGÍA
(…) “La educación ha de concebirse como el movimiento por el
cual los hombres permiten a sus hijos vivir en el mundo y decidir su
suerte en él. Es un movimiento, un acompañar, un “acto” nunca
acabado que consiste en hacer sitio al que llega y ofrecerle los medios
para ocuparlo” (…) (F. Meirieu; 1998; pág. 81)
Profesoras:
Acuña Carolina
Palomino Cecilia
Rivero Paula
Rodriguez Claudia
Instituto de la Motricidad y el Deporte Nº 8185
Profesorado de Educación Física
Todos nos educamos; a todos nos enseñaron cosas, dentro de la escuela y fuera de ella.
Hay educación cuando una madre enseña a su hijo a hablar, cuando el maestro enseña a escribir
y cuando un amigo indica qué ropa usar en una determinada ocasión. Desde esta perspectiva,
todos sabemos de educación, porque todos vivimos la educación.
Tal sería la variedad de las respuestas —y todas ellas verdaderas, por lo menos, en cierta
medida— que se generaría la sensación de que el concepto educación significa algo más
abarcador que cada una de esas respuestas en particular. En este primer capítulo, nos
proponemos, entonces, presentar algunos aspectos básicos para comprender el fenómeno
educativo, y revisar algunas definiciones y cuestiones que se han escrito sobre el tema.
Si bien, por razones éticas, no se realizan experimentos sobre los efectos de la carencia
de educación en un individuo, a lo largo de la historia, entre los siglos XIV y XIX, se conocieron
más de cincuenta casos de niños que vivían completamente aislados de la sociedad, niños
abandonados en selvas que lograron sobrevivir a las inclemencias de la naturaleza, llamados
niños lobos. A partir de ellos, fue posible observar algunas consecuencias de la falta de
educación.
Por ejemplo, en 1799, en los bosques del sur de Francia, a orillas del río Aude, se
encontró a un niño de 11 ó 12 años completamente desnudo, que buscaba raíces para
alimentarse. Tres cazadores lo atraparon en el momento en que se trepaba a un árbol para
escapar de sus captores. Este niño fue llevado a un hogar, al cuidado de una viuda. Se escapó,
fue recapturado y conducido a París, a la Escuela Central del Departamento de l'Aveyron para
ser estudiado; por eso, se lo conoce como el salvaje de Aveyron. Los primeros informes
indicaban que este niño se encontraba en un estado muy inferior al de algunos de los animales
domésticos de la época. El médico francés, Jean Marc Gaspard Itard, realizó el siguiente
diagnóstico:
Sus ojos sin fijeza, sin expresión, erraban vagamente de un objeto a otro sin detenerse nunca
en ninguno, tan poco instruidos por otra parte, y tan poco ejercitados en el tacto, que no
distinguían un objeto en relieve de un cuerpo dibujado; el órgano del oído, insensible a los ruidos
más fuertes como a la música más conmovedora; el de la voz, reducido a un estado completo de
mudez y dejando solamente escapar un sonido gutural y uniforme; el olfato, tan poco cultivado,
que recibía con la misma indiferencia el aroma de los perfumes y la exhalación fétida de los
desechos que llenaban su cama; por último, el órgano del tacto, restringido a las funciones
mecánicas de la aprehensión de los cuerpos (Merani, 1972: 94)
• (...) esta superioridad moral, que se dice es natural del hombre, sólo es el resultado de la
civilización que lo eleva por encima de los demás animales con un gran y poderoso móvil. Este
móvil es la sensibilidad predominante de su especie (Merani, 1972: 139).
Las reflexiones de Itard muestran que el ser humano no posee una genética que lo
diferencie del resto del mundo animal. De hecho, el ser humano, alejado de la influencia de sus
congéneres, vive muy cercanamente al mundo animal. Los niños lobos no sabían hablar, apenas
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emitían algún sonido, pues el lenguaje, es decir, el reconocimiento verbal de los objetos
culturales, es una construcción histórico-social. El lenguaje es histórico, porque se hace, se
mejora, se perfecciona y cambia a lo largo del tiempo, y a través de generaciones y generaciones
de seres humanos que se suceden. Es social, porque sólo se construye en el contacto con otras
personas.
Es posible afirmar, entonces, que la educación es un fenómeno necesario y que posibilita tanto
el crecimiento individual, como la reproducción social y cultural. Si bien la educación no es el
único proceso que permite la supervivencia en los seres humanos es uno de los más
importantes. Lo que caracteriza a la especie humana se basa en su aprendizaje social, y no en la
transmisión genética, la que sí ocupa un lugar destacado en el mundo animal.
Ahora bien, la educación sola tampoco alcanza. Una sociedad y sus miembros, para su
supervivencia, necesitan de tres tipos de reproducción:
serán diferentes, porque habrán variado algunas condiciones histórico-sociales (por ejemplo,
ciertas leyes). Además, existen distorsiones en la comunicación, que transforman los mensajes
del progenitor a su hijo.
Esas distorsiones son involuntarias en ciertos aspectos, y voluntarias en otros. Por una
parte, se produce una distorsión inherente a la transmisión de un sujeto a otro: un mensaje, a
medida que pasa de boca en boca, cambia su significado. Por otra parte, hay una distorsión
voluntaria, que depende del consenso que suscite el mensaje. Puede ocurrir que quien lo envía
le haga cambios, porque, por ejemplo, no está de acuerdo con el mensaje original. También
puede suceder que quien lo reciba lo altere por otras tantas razones. La generación de nuevas
conductas y de nuevos saberes tiene varios orígenes: la imposibilidad de una reproducción total
por la propia naturaleza del aprendizaje social; los deseos de introducir innovaciones; las
variaciones en las condiciones sociales, históricas, geográficas, etc., que favorecen la producción
de nuevas prácticas.
Desde esta perspectiva, la educación no sólo se relaciona con el poder, sino que ella es
poder, en la medida en que incide y, en muchos casos, determina el hacer de un otro alguien
social e individual. Educar es incidir en los pensamientos y en las conductas, de distintos modos.
Es posible educar privilegiando la violencia o haciendo prevalecer el consenso, de modos más
democráticos o, en cambio, mediante formas más autoritarias. Pero, en la educación, el poder
siempre se ejerce. Por cierto, cuando se realiza este ejercicio democráticamente, entonces, es
deseable.
Durante mucho tiempo, la palabra poder fue un tabú. Tenía una connotación negativa
de la que todos querían escapar. En la escuela, poder era casi una mala palabra, porque, además,
estaba asociado a la capacidad de manipular a un otro, de ejercer sobre este la violencia física o
la amenaza. Poder era un término asociado a la policía, al ejército o a los políticos. Desde esta
concepción, los profesores, que trabajaban para modificar conductas en sus alumnos, no
asumían estar ejerciendo el poder. Que Juan no molestara en el aula o que Pedro se lavara los
dientes no eran consideradas formas de ejercicio del poder.
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Las actuales perspectivas teóricas acerca de estas temáticas advierten que el poder se
ejerce no sólo en lugares específicos, sino en el mundo cotidiano, en la vida diaria. La diversidad
en las relaciones de poder permite establecer dos categorías: la de macropoderes y la de
micropoderes. En el nivel macro-, ejercen el poder los políticos, los grandes empresarios, los
medios de comunicación o la gente en una manifestación. El poder en el nivel micro- es, por
ejemplo, el de una madre al establecer un límite a sus hijos, el de un supervisor frente al
directivo, el de un director frente al maestro, el de un profesor frente a su alumno; pero también,
un hijo, un docente o un alumno ejercen el micropoder.
Para construir una democracia, tanto en la sociedad general como en una institución
escolar, es preciso considerar los problemas del poder. La democracia no se construye ocultando
la realidad de los vínculos, sino poniendo en evidencia que las relaciones sociales son
necesariamente relaciones de poder, que este no implica algo malo y temible, sino una cuestión
con la que convivimos; y respecto de la cual, hay que hablar. De hecho, hablamos del poder
cotidianamente, aunque no lo hagamos de una manera explícita.
Por ejemplo, en la vida diaria de las instituciones escolares, ¿de qué hablamos cuando
nos referimos a los Consejos de Convivencia?, ¿qué nos preocupa cuando revisamos el sistema
de amonestaciones? Hablamos de poder, discutimos acerca de cómo debe ser este en la escuela,
consideramos si tiene que ser democrático, es decir, si tiene que estar repartido entre todos, o
si, por el contrario, debe ejercerlo una minoría de profesores y directivos. Nos preguntamos si
los adolescentes tienen derecho a influir en las decisiones disciplinarias de una institución; es
decir, si hay que darles poder a los jóvenes, si deben tener representantes y cuántos. Discutimos
si el número de estudiantes del Consejo tiene que ser menor o igual al número de profesores; y
todo ello, porque nos importa el poder. Pero también, porque valoramos unas formas de poder
por sobre otras: las democráticas por sobre las autoritarias, las consensuadas por sobre las
impuestas. En las instituciones, siempre habrá conflictos; el problema es reconocerlos,
aceptarlos como una parte constitutiva y encontrar las formas legitimadas para resolverlos.
Pero ¿y esto?, se podrá preguntar el lector, ¿qué tiene que ver esto con el saber? Esto
es el saber. El saber no es sólo información, pues él incluye el saber actuar de una manera eficaz;
por lo tanto, el saber es también una conducta. Cuando las instituciones educativas promueven,
a partir de su ejercicio, formas de gobierno democráticas, están poniendo en práctica y
enseñando a ejercer el poder de una determinada manera. Cuando se promueve que los
alumnos tengan ciertas conductas y no otras, cuando se transmiten ciertos saberes y no otros,
cuando se selecciona una población para el aprendizaje de ciertos contenidos, se toman
decisiones de poder. La institución escolar en particular y la educación en general no son
ingenuas, no son neutras; aunque ninguna de ellas decida por sí sola el destino de la humanidad,
ejercen poder.
Asumir esta definición del poder implica considerar que los dispositivos institucionales
intervienen en el modelado de las conductas, de las formas en que nos acercamos a conocer,
comprender y actuar en el mundo. Pero dado que estos dispositivos se sustentan sobre
principios acerca del orden, de lo válido y de lo legítimo, y de quién es el dueño de ese orden,
esos principios también contienen oposiciones y contradicciones. Cuando un individuo atraviesa
el proceso de socializarse en el marco de esos dispositivos, es socializado dentro de un orden, y
también un desorden: esa persona vive inmersa en todas las contradicciones, divisiones y
dilemas del poder y, por tanto, ella es un potencial agente de cambios.
En este sentido, la educación consiste en una práctica social de reproducción de los estados
culturales conseguidos por una sociedad en un momento determinado y, a la vez, supone un
proceso de producción e innovación cultural, tanto desde el plano individual como desde el social.
Si educar supone potenciar el desarrollo de los hombres y de la cultura, entonces el proceso
educativo debe ser pensado en su doble acepción productiva y reproductiva, aceptando que, en
el acto de reproducción, se sientan las bases de la transformación y la innovación. Esa capacidad
de provocar el advenimiento de nuevas realidades debe gobernar la práctica y reflexión en torno
a la educación.
Los jóvenes y el saber: los límites de concebir la educación como un fenómeno entre
generaciones –
Durante mucho tiempo y aún en la actualidad, hay autores que definen la educación,
exclusivamente, como una acción ejercida por las generaciones adultas sobre las generaciones
jóvenes para que estas últimas incorporen o asimilen el patrimonio cultural.
De igual modo, Mariano Fernández Enguita, ya a fines del siglo XX, sintetiza la idea de
este modo: "La socialización de la generación joven por la generación adulta es lo que llamamos
educación, lo que no implica necesariamente la presencia de escuelas..." (1990: 20).
A la luz del comienzo del siglo XXI, nos proponemos revisar cuán necesario es que se
encuentren una generación adulta y una generación joven para que se produzca un acto
educativo. Si bien muchos, tal vez la mayoría, de los procesos educativos se originan a partir del
par adulto niño o adulto-joven, sería completamente reduccionista considerar que no existen
otros procesos educativos entre pares, es decir, procesos en los que los jóvenes enseñan a los
jóvenes, o en los que los niños enseñan a los niños, o incluso, procesos educativos en que los
adultos enseñan a otros adultos. Podríamos avanzar más en esta dirección y observar cómo, en
la actualidad, se generan procesos educativos en los que los niños enseñan a los adultos. ¿Será
esto posible?
Desde tiempos remotos, el adulto siempre ha ocupado el lugar del saber; y el niño, el de
la ignorancia o el del no-saber. Todavía hoy, esta creencia es compartida por el común de la
gente. Sin embargo, este nuevo siglo nos invita a repensar estas categorías y a observar procesos
educativos actuales en los que los niños son los poseedores del saber; y los adultos son quienes
deben ser enseñados. En el caso de la tecnología de los electrodomésticos, por ejemplo, suelen
ser las generaciones jóvenes las que enseñan a las generaciones adultas. Pues, aquellas suelen
tener mayor dominio de esta tecnología; mientras que el conocimiento de los adultos, en esta
área, suele ser limitado. No es una situación infrecuente que la abuela llame al nieto o a la nieta
para, que le programen la videocasetera. Ni que hablar cuando se trata de la computadora y del
acceso a Internet...
Por todo lo expuesto hasta aquí, la definición de educación que nosotros presentamos
no se reduce a quién enseña a quién. Lejos de considerar este aspecto como definitorio de lo
educativo, lo concebimos como un aspecto complementario que varía histórica y culturalmente.
Pigmalión es una obra de la literatura anglosajona escrita por George Bernard Shaw y
fue llevada al cine con el título de Mi bella dama. Su trama cuenta la historia de Elisa Doolittle,
una muchacha de los barrios bajos, por la que ciertos caballeros hacen una apuesta. Unos dicen
que una buena educación podría cambiarle la tosquedad de sus modales y de su habla, pues
creen que una buena educación podría volverla más culta. Otros sostienen que esto es una
empresa imposible, pues, para ellos, la falta de cultura y la tosquedad de los modales dependen
de la naturaleza propia de la protagonista; y ninguna educación podría modificar esa condición.
Estos hombres creen en las palabras de aquel refrán: "Lo que natura no da, Salamanca no
presta".
Mas allá de la anécdota de Elisa Doolittle, la pregunta sobre cómo influye la naturaleza
o el medio social y cultural en los procesos educativos desveló a muchos educadores. ¿Es la
educación un proceso que convierte en acto las potencialidades no desarrolladas de los seres
humanos? ¿Existen las vocaciones innatas? La educación, ¿sólo tiene a su cargo guiar el
desarrollo de las potencialidades genéticas o, por el contrario, es el ser humano un producto de
su ambiente? Lo que un hombre llega a ser, ¿está determinado por su medio social y cultural?
El término educación tiene una doble etimología, que señala dos posibles respuestas
diferentes a estos interrogantes. La primera etimología señala que el verbo en latín educere
significa 'hacer salir, extraer, dar a luz, conducir desde dentro hacia fuera'. Desde esta
perspectiva, la educación implica el proceso educativo de convertir en acto lo que existe sólo en
potencia. Es decir, la educación, a través de mecanismos específicos, desarrolla las
potencialidades humanas para que la persona se desenvuelva en toda su plenitud. Siguiendo
esta definición, una metáfora muy conocida y difundida propone que los alumnos serían plantas
a las que el maestro riega, como un jardinero. El maestro favorecería así el desarrollo de algo
que ya está en germen. Pero lo que no existe en germen sería imposible de ser desarrollado.
Este es el supuesto que sostenían los caballeros que pensaban que Elisa Doolittle, en Pigmalión,
nunca cambiaría, aunque recibiera mucha educación. La condición tosca de esta muchacha era,
para estos caballeros, parte de la naturaleza innata de Elisa. Esta concepción se corresponde con
el mencionado primer origen etimológico del término educación e implica límites muy acotados.
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La segunda acepción etimológica vincula el verbo educar con el verbo latino educare,
que significa 'conducir, guiar, alimentar'. Desde esta perspectiva, la educación está abierta a
mayores posibilidades. Con una guía adecuada, las posibilidades del hombre serían casi
ilimitadas. Dentro de esta concepción, se encuentran quienes creían posible cambiar a Elisa
Doolittle. Se encuentran influenciadas por esta concepción, también, muchas personalidades de
la historia de la pedagogía en América Latina, en especial, aquellos que establecieron los
fundamentos para crear los sistemas educativos a fines del siglo XIX, como es el caso del
argentino Domingo Faustino Sarmiento. Estos pensadores consideraban que la educación, más
específicamente la escuela, permitiría el pasaje de los pueblos de América desde la barbarie
hasta la civilización. Para ellos, la escuela era un nuevo templo para redimir a la humanidad; y
los maestros, los sacerdotes que permitirían tal redención. Con una buena educación, todo era
posible. Desde esta perspectiva, el sujeto, al momento de nacer, es como una tabla rasa. Sobre
ella, el medio donde ese sujeto vive y la educación que su medio le brinda van inscribiendo y
determinando su existencia.
¿Cuál de estas dos posturas es la más acertada? ¿Qué se privilegia en la conformación del ser
humano: lo hereditario o lo adquirido? ¿Se trata de desarrollar lo que el hombre trae en potencia
desde su nacimiento, o el hombre es una tabla rasa? ¿Cuál es la proporción, en la importancia,
de lo innato y de lo adquirido: cincuenta y cincuenta, treinta y setenta, cien y cero?
Aquí creemos que cada una de estas dos posturas resulta un poco radicalizada.Por un
lado, sería necio negar que existen ciertas condiciones materiales, genéticas y congénitas que le
permiten al hombre aprender. Como señala Gordon Childe:
Al igual que en los demás animales, en el equipo del hombre hay, desde luego, una base
corporal, fisiológica, que puede describirse en dos palabras: manos y cerebro. Aliviadas del peso
que significaba cargar con el cuerpo, nuestras extremidades anteriores se han desarrollado
hasta el punto de ser instrumentos delicados, capaces de una asombrosa variedad de
movimientos sutiles y exactos. A fin de dirigirlos y ligarlos con las impresiones exteriores
recibidas por los ojos y otros órganos de los sentidos, hemos llegado a poseer un sistema
nervioso peculiarmente intrincado y un cerebro grande y complejo. El carácter separable y
extracorporal del resto del equipo humano reporta ventajas evidentes. Es más frondoso y más
adaptable que el de otros animales (1981: 20).
sino que ofrece varias direcciones posibles. El uso del concepto de potencialidad ha llevado, en
algunos casos, a generar situaciones discriminatorias que valoran una única direccionalidad en
el ser humano y que niegan la diversidad. Sobre la base del concepto de potencialidad, se
escuchan, en el hablar cotidiano, frases como "el chico se desvió" o "el chico se corrió del camino
recto".
Ahora bien, por otro lado, el hombre, además de su equipo corporal de condiciones
materiales, genéticas y congénitas, cuenta con un equipo extracorporal. Son herramientas,
socialmente construidas, que le permiten adaptarse a una gran diversidad de ambientes. Ellas
pueden ser materiales (como las armas para cazar, los platos o demás utensilios de cocina) o
simbólicas (como el lenguaje).
—Te exigirán aprender muchas cosas —explicó con paciencia Franchiel— que no podrías
comprender si te las enseño en paonés.
—Porque estamos hablando de ideas muy generales. Un lenguaje es una herramienta especial,
con unas posibilidades particulares. Es más que un medio de comunicación, es un método de
pensamiento. ¿Me comprendes?
(Franchiel obtuvo la respuesta en la expresión del niño). Imagina el idioma como el contorno de
un cauce fluvial. Impide el flujo de agua en ciertas direcciones, lo canaliza en otras. El idioma
controla el mecanismo de tu mente.
Cuando las personas hablan lenguajes distintos, sus mentes actúan en forma distinta, y las
personas actúan de forma distinta (Vance, 1987: 74).
Frente a esta distinción, los pedagogos han señalado dos tipos de educación. La
educación en un sentido amplio entiende que todo fenómeno social siempre es educativo y
forma parte de la socialización. La educación en un sentido estricto considera que un fenómeno
es educativo sólo cuando la socialización es intencional y consciente.
No hay período en la vida social; no hay, por decirlo así, ningún momento en el día en
que las generaciones jóvenes no estén en contacto con sus mayores, y en que, por consiguiente,
no reciban este influjo educador. Porque este influjo no se hace sentir solamente en los
instantes, muy cortos, en que los padres o los maestros comunican conscientemente, y por
medio de una enseñanza propiamente dicha, los resultados de su experiencia a aquellos que
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vienen detrás de ellos. Hay una educación inconsciente que no cesa jamás. Con nuestro ejemplo,
con las palabras que pronunciamos, con los actos que realizamos, se moldea de una manera
continua el alma de nuestros niños (1991: 100).
determinados lugares sociales, como son el rol del maestro, del médico o del alumno. Sostienen
Berger y Luckman:
Una segunda distinción, que trata frecuentemente la literatura sobre los temas
educativos, es aquella que se refiere a las diferencias entre la educación formal y la educación
no formal. El concepto de educación formal se entiende como todos aquellos procesos
educativos que tienen lugar en la institución escolar, sea esta inicial, educación primaria,
secundaria básica, polimodal, terciana y/o cuaternaria (posgrados). El concepto de educación
no formal es residual, en tanto abarca y se ocupa de todos aquellos procesos educacionales
sistemáticos que no suceden en la escuela. En este sentido, la denominación de no formal
engloba situaciones muy heterogéneas. Abarca las acciones de alfabetización que se dan fuera
de la institución escolar, como son, por ejemplo, los planes de alfabetización para llegar a
poblaciones que quedaron marginadas de la escuela. Las acciones de educación no formal se
proponen resolver situaciones que el sistema formal de educación no consigue solucionar, como
es erradicar el analfabetismo. Por eso, también, se incluyen dentro de la educación no formal la
educación de adultos y las acciones de capacitación profesional.
Educación permanente
Si bien el concepto de educación permanente no se menciona con mucha frecuencia entre los
pedagogos, es muy tenido en cuenta. Este concepto parece algo tan evidente, tan esencial que
es casi un sujeto tácito de la pedagogía: aun sin nombrarla, la educación permanente siempre
está presente, como un gran sobrentendido.
La educación permanente es una respuesta social a los continuos nuevos saberes que
se producen y a los profundos cambios que se viven día a día en relación con el mundo del
trabajo. La educación, en estos contextos de cambio continuo, no puede limitarse a unos pocos
años, como acontecía (y lo veremos en el capítulo siguiente) en siglos anteriores. El médico tiene
que estudiar en forma constante para estar actualizado, porque la medicina recibe tantos
avances que el profesional que no se pone al día a través del estudio personal, de la asistencia
a congresos y de la realización de seminarios, en pocos años, podría perder los códigos de
comunicación con sus colegas. Al docente, le sucede lo mismo. Los nuevos métodos de
enseñanza, las nuevas formas de gestión escolar y el avance del conocimiento académico lo
obligan a una permanente actualización. Así acontece con todos los trabajos y con todas las
profesiones. Pero también sucede fuera del ámbito laboral. Saber manejar el fax, la
computadora y todas las nuevas herramientas por venir exige de nosotros una actualización
continua, una educación permanente, que aceptamos de buen grado en la medida en que, se
supone, nos simplifique la vida.
Educación y escolarización
Si bien ya nos hemos referido al tema en anteriores apartados, resulta indispensable distinguir,
ahora desde otra perspectiva y empleando otro vocabulario, escolarización de educación. Por
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Los procesos de escolarización son muy particulares, que se diferencia de los procesos
educativos que acontecen fuera de la escuela. Por ello, aquellos merecen un análisis en detalle-
Rigurosas investigaciones mostraron que por ejemplo, enseñar a leer y escribir en la escuela o
fuera de ella produce resultados completamente diferentes. Estos trabajos realizados hace unas
décadas examinaron, a través de diversos test, los aprendizajes de poblaciones alfabetizadas en
la escuela y de poblaciones alfabetizadas informalmente con planes de alfabetización. Los
grupos alfabetizados a través de planes de alfabetización ligaban sus respuestas a su contexto
material más inmediato. Los grupos alfabetizados en la institución escolar, en cambio, daban
respuestas menos ligadas a su contexto material inmediato, eran respuestas de una mayor
abstracción.
Por ello, la escuela no sólo distribuye entre los alumnos los saberes provenientes de las
distintas disciplinas, tales como la Matemática, la Física o la Química. La escuela no sólo
simplifica los saberes complejos para hacerlos entendibles, sino que también produce saberes
diferentes de los encontrados fuera de la institución escolar. Por ejemplo, la Geografía, que es
hoy una disciplina universitaria y un campo de investigación en pleno desarrollo, surge
históricamente como asignatura escolar, vinculada a las necesidades prácitcas y luego, se
constituye en una disciplina. Un desarrollo profundo de estas investigaciones puede verse en
Gvirtz (1996)académica, derivada del estímulo y las demandas de la escuela (Goodson y
Dowbiggin, 1990). En cierta medida, puede decirse que la institución escolar produjo la
Geografía como una disciplina.
De allí que la escuela no sólo es receptora de la cultura externa, no es una caja negra,
sino que la escuela produce cultura en un juego de doble dirección. ―En efecto, forma no sólo
individuos, sino también una cultura, que penetra a su vez en la cultura de la sociedad,
modelándola y modificándola‖ (Chevel, 1991: 68-69).
No obstante, queda por responder una pregunta: ¿por qué algunos teóricos hablan de
educación formal; otros de escolarización; algunos, por el contrario, se refieren a la socialización
en la escuela? ¿Son estos conceptos intercambiables? ¿Da lo mismo utilizar educación formal
que escolarización? La respuesta es no.
capacitación laboral. Estos estudiosos consideran que estas alternativas son posibilidades
concretas para lograr una educación más justa y democrática, al menos, para algunos sectores
tradicionalmente marginados del sistema educativo formal. El bajo grado de formalización no
debe confundirse con una baja calidad o con el impacto de la oferta educativa. Se trata de
propuestas educativas que se estructuran atendiendo a particularidades, como pueden ser la de
los adultos que trabajan y que requieren, por tanto, de un tipo de organización que responda a
sus necesidades y disponibilidades y se adecue a ellas.
Con la Pedagogía, las cosas pasan muy diversamente (que con la educación). Esta
consiste, no en acciones, sino en teorías. Estas teorías son maneras de concebir la educación, no
maneras de practicarla. En ocasiones, distínguese de las prácticas al uso, hasta tal punto que
hasta se oponen a ellas. La Pedagogía de Rabelais, la de Rousseau o la de Pestalozzi están en
oposición con la educación de su tiempo. Así, la educación no es más que la materia de la
Pedagogía. Esta consiste en una cierta manera de considerar las cosas de la educación (1991:
100).
La Pedagogía es, a grandes rasgos, el campo del saber que se ocupa del estudio de los
fenómenos educativos. Es el paso del hecho educativo al de la reflexión y al del saber. Su campo
se conforma a partir de los diversos modos de entender la educación; de hecho, en cierta
manera, las reflexiones sobre el fenómeno educativo ya son pedagógicas. Para definir con
precisión: los estudios que versan sobre la producción, la distribución y la apropiación de los
saberes son estudios pedagógicos.
A menudo, los pedagogos hacen propuestas sobre los modos más convenientes para
intervenir en la vida educativa, pero sucede que sus propuestas no se llevan a la práctica.
También, critican los modos de educar de una sociedad en una época dada, hacen una
evaluación, analizan y elaboran proyectos. Pero la relación entre los hechos y las teorías es
compleja.
Cabe distinguir ahora que, si bien en un sentido amplio, suele englobarse bajo el nombre
de Pedagogía toda reflexión educativa, en un sentido estricto, no es lo mismo hablar de
Pedagogía que de Ciencias de la Educación. Las diferencias entre una y otra denominación no
son nominales, sino conceptuales.
trescientos años — entre el siglo XVII y el XX—, la Pedagogía se había caracterizado por ser una
disciplina básicamente normativa. Estaba constituida por teorías que cómo debía ser la
educación en general y la escuela en particular: qué había que enseñar, cómo había que
enseñarlo, a quién había que enseñar. Estos eran los principios rectores del quehacer
pedagógico de la Modernidad. La mirada pedagógica estaba centrada en los ideales y en las
utopías que guiaban los caminos que se debían seguir, sin considerar las evidencias empíricas
que señalaban que tal o cual camino no era conveniente o posible.
Todas estas miradas —la Sociología, la Psicología y los últimos aportes de la Historia, de
la Etnografía y de las Ciencias Políticas— son pedagógicas, en la medida en que atienden a la
elaboración de explicaciones acerca de las formas de la producción, distribución y el aprendizaje
(o apropiación) de los saberes. Pero, actualmente, la Pedagogía intenta recapturar esas miradas
a partir de un prisma propio y amplio, que incluya no sólo las explicaciones de la problemática
educativa, sino también, las propuestas para actuar sobre esa problemática. Como sostiene
Durkheim:
que la reflexión más metódica y mejor documentada posible, puesta al servicio de la práctica de
la enseñanza (1991: 8-9). En el presente, se le reconoce al Pedagogía una doble función. Por un
lado, presenta evidencias sobre el funcionamiento de la educación y, por otro, recupera la tarea
normativa de la vieja Pedagogía. La Pedagogía est una totalidad que construye conocimientos
para la práctica y brinda pautas para mejorar el funcionamiento de las instituciones
educacionales.
En síntesis, para producir cambios que mejoren la educación, son necesarios ciertos criterios,
fundamentados a partir de evidencias, y no sólo a partir de una voluntad personal y/o política.
El pedagogo, cuando prescribe, actúa como el médico clínico cuando receta. Ahora bien,
cuando el pedagogo indica cambios o modificaciones para el sistema educativo en general o
para el aula, debe conducirse como el médico cuando receta un antibiótico: debe hacerlo a partir
de un diagnóstico basado en evidencias. Entonces, la Pedagogía científica o la Ciencia de la
Educación ocupan un lugar irremplazable, pues son las responsables de ofrecer datos e
informaciones y, en muchos casos, también el diagnóstico para mejorar la educación. Estas
consideraciones recién expresadas ubican, en el eje del debate, la relación entre la teoría y la
práctica, y el lugar que ocupa el docente en esta relación. Sucede que, durante muchos años, el
rol del docente fue entendido como la simple aplicación de las recetas, los principios y las
normas elaborados por unos expertos.
“Para que mejore la educación hace falta una nueva ley y una reforma en los programas de
estudio”.
“Para ser maestra de primaria o secundaria hay que estudiar más que para ser maestra
jardinera”.
“El problema de la educación es que se han perdido los valores”.
“Los chicos, hoy en día, vienen cada vez más inteligentes”.
“Los chicos, hoy en día, vienen cada vez más irrespetuosos”.
“Antes, se respetaba más”.
“Antes, se estudiaba más”.
“Los castigos, están mal, pero a veces hace falta ser duro con los chicos”.
“Estudiar de memoria, no sirve”.
“El problema de la educación es que…”
Siguiendo estas pistas, desde la Pedagogía se podría esbozar una respuesta a esa
pregunta inicial sobre el “aprender de memoria” (y decimos una respuesta y no la respuesta,
porque las interpretaciones pedagógicas nunca son únicas). Tal respuesta podría ser la siguiente:
estos saberes que se “imponen” a todos los niños del país (y tal vez del mundo), y que son
determinados esencialmente por el Estado, sirven para que existan puntos de encuentro,
experiencias comunes, formas de vida y símbolos compartidos entre todas las personas. Sirven
para que, cuando salimos a la calle y caminamos entre gente extraña, haya algo en común con los
demás. La existencia de contenidos obligatorios da cuenta de un corpus de experiencias que las
escuelas deben considerar relevantes para ofrecer a los alumnos, y es una idea política, no
didáctica. La asociación entre estos valores fundamentales y la didáctica memorística es una
relación que las culturas escolares han instalado, y que puede pensarse en términos
metodológicos, didácticos, curriculares, políticos, etc.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek (2004), cuenta en uno de sus libros una pequeña historia
que muestra un ejemplo de este “punto de encuentro” que brindan las experiencias comunes de la
escuela obligatoria:
―Durante una de las manifestaciones anti—apartheid en la vieja Sudáfrica, cuando una tropa
de policías blancos estaba dispersando y persiguiendo a manifestantes negros, un policía corría
detrás de una señora negra, bastón de goma en mano. Inesperadamente, la señora perdió uno de
sus zapatos; obedeciendo automáticamente sus ―buenos modales‖, el policía recogió el zapato y
se lo alcanzó; en ese momento, ambos intercambiaron sus miradas y se dieron cuenta de la
inanidad de la situación – después de semejante gesto de cortesía, es decir, después de haberle
entregado el zapato perdido y haber esperado a que ella se lo ponga, era simplemente imposible
para el policía continuar persiguiéndola para golpearla con su bastón; de manera que, después de
saludarla con una inclinación de su cabeza, el policía dio la vuelta y se alejó…‖ (3)
Podríamos decir que en esa escena mínima que hizo que se tocaran los universos de estas
dos personas, está la mano de la educación escolar: en algún punto de su historia, ambos tenían
algo en común. La asociación entre esta idea “acumulativa” de lo común como contenidos
obligatorios a ser aprendidos y la idea más general de la convivencia ciudadana es menos nítida,
por supuesto, y para completar el análisis es necesario pensar la cuestión desde la perspectiva de
los métodos de enseñanza.
Volviendo al tema de “estudiar de memoria”, esta oposición entre memorizar y comprender
forma parte de otro gran conjunto de oposiciones, como por ejemplo: Autoridad del docente VS.
Autonomía del alumno; curriculum centrado en los contenidos VS. Currículum centrado en el niño,
entre otras; y tiene que ver además con las fuertes influencias del pensamiento psicológico en la
educación, ya que para suponer que los chicos “aprenden repitiendo”, o “aprenden razonando”,
hace falta analizar algunos argumentos desde la psicología, que es la ciencia que se ocupa con
mejores herramientas de entender el aprendizaje. Pero a la vez, la psicología es poco sensible al
sentido social de las prácticas educativas. Y hay toda una discusión acerca de si lo que pasa en
las escuelas se debe pensar desde la psicología o no, y en todo caso, desde qué psicología. Fin
del ejemplo.
Pero aunque nos detengamos aquí, esto apenas empieza. Podríamos seguir largamente
analizando la cuestión. Nos quedamos aquí, porque esto es sólo un ejemplo. ¿Un ejemplo de
qué? Un ejemplo de cómo la Pedagogía desarrolla y profundiza las ideas sencillas (como aquella
de “estudiar de memoria, no sirve”) convirtiéndolas en asuntos más complejos, atravesados de
historia, ideología, política, problemas sociales, epistémicos y filosóficos.
La pedagogía nos ofrece un vocabulario
La pedagogía, además, nos ofrece un vocabulario. Hay una serie de cosas que nosotros
sabemos, pensamos, sentimos, intuimos, deseamos, acerca de la educación. Y no somos los
primeros ni los únicos en pensar, saber o sentir estas cosas. A lo largo de los últimos siglos
muchas personas que sintieron fuertemente estas energías fueron haciendo un gran esfuerzo en
ponerles nombres que sirvieran para nombrarlas mejor, con detalles, con más ideas y mejor
ordenadas. Estudiar pedagogía, entonces, es también aprender ese vocabulario amplio y
cambiante. Siempre llegaremos al punto en que necesitaremos discutirlo y cuestionarlo, pero para
eso es necesario tener un primer contacto con esas palabras, con el esfuerzo que otros hicieron
por ordenar las ideas educativas. Antes de cuestionarlas debemos empezar a usarlas, a
balbucearlas, a medirlas, a probarlas para ver si sirven como manera de expresar nuestras
propias ideas.
Por supuesto, cada uno tiene sus propias maneras de decir las cosas, porque cada
experiencia de conocimiento es única e irrepetible. La finalidad de aprender este vocabulario no es
anular o reprimir nuestras formas espontáneas de hablar, sino brindarle a estas formas
espontáneas la posibilidad de enriquecerse y crecer. Reformular el vocabulario, es decir,
cuestionarnos con qué palabras hablamos de la educación no es una mera cuestión de léxico. El
ejercicio de repensar los conceptos es, de hecho, uno de los ejes centrales de la pedagogía,
porque las palabras tienen un poderoso efecto sobre el mundo, y su uso abre o cierra caminos
para las políticas, las prácticas escolares y los deseos de las comunidades de construir proyectos.
El vocabulario de la pedagogía, al pulirse y reformularse continuamente, se va volviendo
cada vez más complejo. Los textos clásicos de autores como Comenius (siglo XVII) o Rousseau
(siglo XVIII) son mucho más simples y “fáciles de leer” que los textos de la Pedagogía
contemporánea. Cuando leemos un texto y nos parece que es “difícil” y que se hace necesario
leer dos, tres y hasta cuatro veces cada párrafo para comprenderlo, lo que produce esta
sensación es en general el hecho que el texto emplea un vocabulario específico. Por eso, recorrer
estas palabras, analizarlas, usarlas y tratar de comprender por qué alguien las eligió como
“buenas palabras” para hablar de educación, es una tarea que nos resultará útil luego para poder
leer cualquier texto científico del campo de la educación, o de otros campos relacionados. Con el
tiempo, las iremos problematizando y las comenzaremos a elegir con mayor sensibilidad y
cuidado, las interrogaremos, las cuestionaremos. Pero para eso, hace falta en primer lugar leer,
comprender, conocer y sensibilizarse con diferentes miradas sobre las mismas preguntas.
A modo de ejemplo de este vocabulario, me gustaría mostrar dos pistas. La primera es, por
qué no, una definición de educación. La otra, una lista de palabras (y de ideas) que atraviesan
esta aproximación a la Pedagogía.
En cuanto a la definición de educación, ofrezco la que escribió Estanislao Antelo (2005),
dialogando a su vez con otros autores. Dice:
―Llamo educación, o campo problemático de la educación, al conjunto que se reúne
alrededor de las operaciones históricas tendientes a la acogida, cuidado, formación y modelado
del cachorro humano a partir de la transmisión más o menos programada de un fondo cultural
común de conocimientos. Entiendo por conocimiento al significado social de símbolos construidos
por los hombres, en una época dada, que tienen como característica relevante ser
intercambiables, adquiridos de otros mayores mediante aprendizajes y que proporcionan medios
de orientación humanos‖.
La escuela moderna y los sistemas educativos modernos se han constituido en base a una
idea de igualdad que hoy ha entrado en crisis. La suposición de que una enseñanza homogénea
ofrece iguales oportunidades de formación (y consecuente movilidad social) a los alumnos es
falsa, porque ignora que, en tanto institución normalizadora, la escuela actúa reproduciendo las
diferencias de origen. Las pedagogías críticas han nacido para revisar estos fundamentos y
promover una visión del mundo escolar que permita verlo no ya como una maquinaria
transparente que distribuye conocimientos, sino como sistemas políticos en los que se dirimen
cuestiones sociales.
Apenas tres observaciones acerca de esta frase, una por cada oración del párrafo. En
primer lugar, en ella se emplean algunas palabras que tienen sentido dentro de teorías y debates
más amplios, que hace falta conocer y comprender previamente para darles sentido. Comienza
hablando de la escuela moderna y los sistemas educativos modernos. ¿Qué es eso? No se
refiere, claro, a las escuelas que se fundaron más recientemente ni a las que están equipadas con
computadoras, sino a las que surgieron en la llamada Era Moderna, con las ideas de la ilustración,
la revolución francesa y los ideales de la ciencia positivista. Por eso habla en pasado (dice: “se
han constituido”) y opone esa escuela a un “hoy” donde esa forma de pensar la escuela estaría en
crisis.
En segundo lugar, utiliza algunas palabras propias del lenguaje de la justicia educativa:
igualdad, homogénea, oportunidades, normalización, reproducción, diferencias de origen. Cada
una de estas palabras tiene sentido dentro de las teorías que las produjeron. La palabra
“reproducción”, por ejemplo, está tan utilizada y discutida en la Pedagogía que hasta existe una
corriente de investigaciones que se denomina “teorías de la reproducción”, basadas originalmente
en las ideas de Karl Marx y en las de un sociólogo francés que tradujo muchas ideas marxistas a
la educación: Pierre Bourdieu, autor del libro La Reproducción, junto con J.C.Passeron. En la
segunda oración del párrafo se plantea una tesis fundamental de la pedagogía crítica de las
últimas décadas del siglo XX: aunque no lo parezca, la escuela es esencialmente injusta y
colabora a que los ricos sigan siendo ricos y los pobres, pobres.
Finalmente, la tercera oración de la cita habla específicamente de las llamadas pedagogías
críticas. Y aunque en el lenguaje cotidiano la “crítica” se refiere a señalar las debilidades o
defectos de algo o alguien, en este caso significa otra cosa. Una pedagogía (o un pensamiento, o
una teoría) es crítica cuando promueve explicaciones diferentes de las que suelen aceptarse, y
especialmente cuando señala en los asuntos que estudia problemas que tienen que ver con las
relaciones de poder.
Como puede verse, el vocabulario de la pedagogía tiene sus vuelos, sus profundidades y
sus complejidades. Aprenderlo es un desafío a varios niveles. Inicialmente, y esto no es tan difícil
ni tan arduo, se trata de comenzar a balbucear un manojo de palabras que ayudan a no
amedrentarse ante un texto que parece difícil, y que inmediatamente, en los apartados que le
quedan a este texto, comenzaremos a estudiar. A un nivel más complejo, este acercamiento al
vocabulario de la Pedagogía – y de la educación en general – es un modo de explorar los propios
problemas educativos ya que, retomando una idea de M. Foucault, el discurso talla y da forma a
los objetos que nombra.
Este texto presentará, en lo que resta, tres grandes conjuntos de ideas. En primer lugar, una
serie de preguntas esenciales que la pedagogía formula y desde las que se pueden pensar los
principales problemas de la educación. En segundo lugar presentaré tres racionalidades o
modos de pensar que, según la opinión de muchos autores, fueron las principales maneras de
pensar la educación en los últimos 200 años. Esto va a resultar útil porque cada vez que nos
encontremos con ideas acerca de la educación podremos reconocer las influencias que reciben de
cada una de estas formas de pensar. Finalmente presentaré un comentario acerca de la historia
de la educación que consiste en definir algunos momentos históricos importantes,
especialmente alrededor de los cambios sociales de lo que suele llamarse la ilustración o la
modernidad. La historia puede contarse de muchas maneras, claro, pero en general todos
coinciden en reconocer ciertas grandes etapas. Y conocerlas, nos servirá para entender a qué se
refieren a veces los textos cuando dicen “en el surgimiento de los sistemas educativos”, por
ejemplo, o a qué se refieren las personas en la calle cuando dicen “antes” y “hoy en día”.
Las escuelas
¿Qué es una escuela? ¿Porque las escuelas son como son (es decir: separan a los niños
por edades, funcionan dentro de un determinado calendario y horario, enseñan lo que enseñan y
no otras cosas, tienen pupitres y pizarrones y tizas y cuadernos y libros, y no otros objetos o
modos de comunicar)? ¿Cómo llegó la escuela a convertirse en lo que es? ¿Seguirá siendo
siempre así, o irá cambiando? ¿Cómo cambia la escuela, y por qué? ¿La escuela es un lugar de
armonía y entendimiento, o un lugar de luchas y conflictos? ¿O ambas cosas? ¿Puede educarse
sin escuela?
El sentido de educar
¿Para qué existen las escuelas? ¿Para qué una sociedad necesita escuelas y educación
obligatoria? ¿Es cierto, como dicen algunos políticos, algunos próceres, algunos parientes
mientras hacen el asado, que ―la educación hace un país mejor‖? ¿Es cierto que mejora la vida de
los que se educan? ¿Por qué? ¿Cómo han ido modificándose los fines de la escuela a lo largo de
la historia? ¿A qué distintos intereses ha respondido la institución escolar? ¿Qué significa la
experiencia escolar para los estados, las culturas, las comunidades, las familias, los individuos?
La justicia educativa
¿Es justa la escuela? ¿Les da a todos los chicos las mismas oportunidades de aprender y
de educarse? ¿Cómo hace un maestro, una escuela, un Estado, para distribuir la educación con
justicia, en forma equitativa? ¿Cómo se piensa la idea de ―ser justos‖ en la escuela desde la
perspectiva del estado? ¿Y cómo se la piensa desde la perspectiva del maestro? ¿Es posible
educar con igualdad, cuando las personas son tan diferentes entre sí? ¿Cómo puede pensarse
una educación que sea, a la vez, igualitaria y respetuosa de las diferencias?
La relación adulto-niño
¿Qué significa ―ser niño‖? ¿Cómo es el ―reglamento implícito‖ para ser un niño y para ser un
adulto? ¿Cuáles son las reglas tácitas para que niños y adultos se relacionen? ¿Cómo llegaron a
establecerse estas ―reglas‖? ¿Qué hace falta para ser maestro? ¿Cualquiera puede serlo? ¿Por
qué en general las maestras son mujeres? ¿El maestro tiene ―autoridad‖? ¿Qué significa esto?
Como puede verse, y como habíamos anticipado, se trata de preguntas bastante sencillas.
Son preguntas que invitan, más que a ofrecer respuestas inmediatas, a pensar y a disponer de
mayores elementos para pensar lo que cada día hacemos con nuestros alumnos, colegas,
familias. La Pedagogía asume este esfuerzo de pensamiento y análisis, como su tarea principal.
Orden fundante
Al primero de estos movimientos lo llamaremos “orden fundante”, ya que la energía que lo
sustenta se expresa muy bien en ese propósito: crear un sistema ordenado que sirva para
entender la educación, llevarla a cabo, predecirla. Tiene su origen en las ideas iluministas y de la
modernidad, que le daban al pensamiento científico una importancia inmensa. “Fundar un orden”
significa establecer unas reglas para que las cosas funcionen de una determinada manera,
confiando en que será una forma lo más cercana a la perfección posible, para cumplir los objetivos
de la educación. “Fundar un orden” es encontrar, en un contexto dado, el mejor método posible
para educar a los niños, la mejor forma de organizar el trabajo de los maestros en las escuelas,
las mejores leyes para gobernar los sistemas educativos. Fundar un orden es, además, aspirar a
que esos métodos, esas formas de organización y estas leyes le sirvan a todos los alumnos del
sistema educativo. La idea de un orden fundante es, en definitiva, la idea de un sistema que
funcione bien para todos. Como veremos unas páginas más adelante, esta idea surgió con mucha
fuerza en el período histórico conocido como la Ilustración. El “padre de la Pedagogía”, Jan Amos
Comenius, sostenía una serie de principios pedagógicos basados en la idea de que había que
“enseñar todo a todos” (el principio de la pansofía). Imaginemos cuánto sistema hace falta para
eso, cuántos detalles hay que prever, y en qué medida resulta necesario “fundar un orden”.
Sirva de ejemplo de este modo de pensar en los sistemas educativos una frase de un
pedagogo del siglo XVII llamado Julien de Paris. Él escribió:
―Sólo la educación puede ejercer a la larga una influencia decisiva y radical sobre la
regeneración del hombre, la mejora de las sociedades, la verdadera civilización y la prosperidad
de los estados. Cada generación, si se confiase a maestros dignos de su misión, debería ser la
continuación perfeccionada de la generación a la que sustituye. De esta forma la especie humana
progresaría firme y seguramente en el amplio camino del progreso en el que la organización
social, prudente y firmemente constituida, no correría el peligro de funestos trastornos, crisis
periódicas y espantosas catástrofes que con demasiada frecuencia la envían a caminos
retrógrados‖ (3).
Pueden observarse algunos pasajes interesantes en la cita, como por ejemplo la referencia
a la regeneración del hombre y la mejora de las sociedades. Y es que fundar un orden supone
también decidir de antemano cómo debe ser regida la vida de las personas y qué significa una
“verdadera civilización”. Y escribo “verdadera civilización” entre comillas porque, obviamente, es
difícil (y también bastante peligroso) decidir cuál es la “verdadera” civilización, el “verdadero” modo
de vida, los “verdaderos” valores, que deben regir la vida en común. ¿A quién le tocará ser
“verdadero”? ¿A quién le tocará ser “normal”? ¿A quién le tocará, una vez fundado un orden, ser
considerado un “camino retrógrado”? Por otro lado, como señala Beech, esta frase revela una
notable confianza en el progreso de la especie humana a través de la educación. Esa confianza,
diríamos, descansa en el poder de un orden que ha sido instaurado, fundado, establecido.
Pero la energía del orden fundante no está sólo en los viejos años de la modernidad. Cada
vez que los maestros nos encontramos en una reunión de personal y necesitamos acordar los
modos de planificar la enseñanza, de organizar los momentos de la jornada escolar, de gestionar
los problemas y desafíos de la vida cotidiana, esta energía surge, imprescindible, como un
espacio instituyente que es un arma poderosa para que le demos a nuestra vida en común una
forma lo más parecida posible a nuestros deseos y utopías. Por eso no me gusta llamar a esta
racionalidad “tradicional”: porque no es algo superado que haya quedado atrás, sino una forma de
pensar el mundo que no atraviesa profundamente y son la cual careceríamos de herramientas
para moldear la experiencia de la vida en común.
La idea de fundar un orden, sin embargo, aunque sea absolutamente necesaria y esté
vigente en nuestros días, es una idea problemática que en el pensamiento pedagógico ha
generado otras dos grandes racionalidades o modos de pensar, que describiré a continuación.
El ideario del orden fundante tal como se ha concretado en los sistemas educativos ha sido
criticado, y mucho. Las otras dos racionalidades surgen como críticas al orden fundante, y
consisten en distintas maneras de ver los grandes problemas que genera la intención de fundar un
orden. Porque, claro, cuando se pretende crear un “reglamento” general, siempre habrá
singularidades y perspectivas que resulten vulneradas, subordinadas, acalladas o invisibilizadas.
Un conjunto de críticas tiene que ver con la mirada sociopolítica, y el otro con la mirada cultural o
subjetiva. Vayamos por partes.
Observemos la siguiente fotografía de una formación de alumnos a mediados del siglo XX,
en la ciudad de Buenos Aires.
La imagen muestra, en principio, un cuadro ordenado. No sólo porque los cuerpos de todos
estos niños están en filas muy prolijas y bien calculadas, sino porque detrás de ese ordenamiento
de los cuerpos hay un conjunto enorme de reglas, hábitos adquiridos, normas de conducta y
mecanismos de toma de decisiones. En algún lado (tal vez en un reglamento, un diseño curricular,
un manual, un libro de texto) se ha escrito que todos deben vestirse, pararse y moverse de esa
manera; y esa decisión reposa (igual que la enseñanza de las tablas de multiplicar, los ríos y las
montañas de las que hablábamos hace un rato) en la idea de que todos deben tener algo en
común para poder conformarse como una sociedad de iguales. El orden fundante surge de la
necesidad de entender a la educación como un gran sistema. No hace falta demasiado orden para
enseñarle algo a un niño. Hace falta orden, diríamos parafraseando a la generación de Sarmiento,
para sentar las bases que permitan, mediante la educación, imaginar un futuro para todo un
pueblo.
Crítica socio-política: pedagogía crítica y nueva sociología de la educación
Sin embargo, también hay quienes miran esa foto y reconocen en ella algunos rasgos
violentos. Y se preguntan si vale la pena homogeneizar a todos los alumnos bajo el “disfraz de
igualdad” del delantal blanco. Se preguntan asimismo (y dudan) si es verdad que al enseñarles a
todos lo mismo y al mismo tiempo, se garantiza la igualdad.
Si un niño llega a la escuela después de haber pasado por una serie de experiencias
culturales, acercamientos al lenguaje, lecturas y estímulos ofrecidos en su entorno familiar,
seguramente se encontrará receptivo a las enseñanzas de la escuela, que le resultarán familiares
y parecidas a las experiencias que se le venían ofreciendo en el hogar. Otro niño, cuyos padres no
habían concurrido a la escuela, o que por sus condicionantes socioeconómicos carecen del
tiempo y los recursos para brindar ese entorno culturizante, recibe las mismas enseñanzas de sus
maestros, pero obtiene peores calificaciones. Cuando la escuela le pone una buena nota al
primero y una mala nota al segundo – afirman los críticos a esta racionalidad del orden fundante –
lo que está haciendo es “castigar al pobre por ser pobre” y “premiar al rico por ser rico”. Porque en
general, y no casualmente, la relación de las personas con la cultura está bastante asociada a su
nivel socioeconómico.
De esta manera, la escuela “igual para todos” es en realidad injusta, porque culpa a los
propios alumnos de su fracaso, por ser pobres. En palabras de uno de los más importantes
referentes de esta corriente, Pierre Bourdieu, lo que la escuela hace es reproducir las
desigualdades de origen de los estudiantes. Esto significa que, responsabilizando a los propios
alumnos de su éxito o fracaso, se oculta el hecho de que ya desde el comienzo algunos tenían
mejores posibilidades que otros para ser exitosos, pues la escuela está hecha “a la medida de los
ricos”. La desigualdad que existe en la sociedad, entonces, se reproduce en la escuela.
Los representantes de este tipo de crítica suelen reconocerse bajo el título de pedagogía
crítica y nueva sociología de la educación. También existen algunas conexiones entre este modo
de ver la escuela y las propuestas didácticas de la llamada Escuela Nueva. La pedagogía crítica
analiza lo que pasa en la escuela más allá de la necesidad de que el sistema de enseñanza sea
eficaz. Se pregunta ¿eficaz para qué? ¿Eficaz para reforzar los intereses de qué sectores sociales
y económicos? A una pedagogía crítica le interesa destacar los problemas políticos y sociales que
permanecen ocultos detrás de los asuntos “técnicos”. Ese orden, dirán, tiene grietas. Grietas de
injusticia social, de paradojas éticas, de ocultamiento de las relaciones de poder.
Retomemos la observación respecto del uso de la palabra “crítica”, que aparece en
expresiones como “pedagogía crítica”, “pensamiento crítico”, etc. Lo normal al emplear el término
“crítica” es que se use esta palabra para referirse al acto de señalar y poner de relieve los
defectos o debilidades de las cosas. En la ciencia social, sin embargo, significa otra cosa. Usamos
la palabra “crítica” para anticipar que vamos a pensar los problemas de un modo riguroso y
metódico, como lo hace la ciencia, pero además prestándole mucha atención a las consecuencias
políticas de esos problemas, eludiendo reduccionismos y lugares comunes. En otras palabras:
mirar la educación críticamente es mirarla sospechando de lo que habitualmente se dice sobre las
cosas de la educación, tratando de descubrir a quiénes les conviene que se digan esas cosas,
buscando interpretaciones alternativas y haciendo todo lo posible por construir una mirada que
favorezca a los que, por lo general, aparecen menos favorecidos.
La crítica consiste básicamente en una lectura plena y soberana de la realidad. Lo contrario
de ser crítico, entonces, no es “estar de acuerdo” o “que no te importe”, sino adherir, sin pensarlo
demasiado, a las opiniones y creencias que se consideran por lo general “correctas”. Lo contrario
de la crítica es la reiteración automática de fórmulas interpretativas seguras y consolidadas.
Crítica cultural-subjetiva
Un segundo conjunto de críticas al orden fundante tiene que ver con otro efecto de la
homogeneidad que este orden promueve. Esta homogeneidad, afirman, ignora no sólo las
diferencias de origen “injustas” (ser rico, ser pobre) y las relaciones de poder que existen dentro
de la escuela, sino también algunas diferencias que existen entre los alumnos y que son valiosas
e importantes para ellos. El orden fundante, en su afán de “igualar”, homogeneiza. O sea:
considera y fuerza a ser iguales a todas las personas, aún cuando no lo sean tanto, ni en todos los
aspectos. Porque obviamente todos sienten distinto, creen distinto y viven su vida de acuerdo a
valores diferentes. Y no se trata de una homogeneidad ingenua, porque decide de antemano cual
es la “verdadera civilización” y cuáles los “funestos trastornos”, retomando las palabras de Julien
de París que citamos antes.
La crítica cultural-subjetiva denuncia esta falta de consideración de lo singular, y apunta a
mostrar que, en general, la cultura a la que la educación escolar llama “verdadera”, es la cultura
del hombre blanco, occidental, inspirada en los valores europeos y asociada a la estética y la
cultura de la clase media urbana. Privilegia, digamos, unos modos de vida por sobre otros,
omitiendo la importancia de las distintas identidades que conviven en la escuela. Dictamina una
normalidad arbitraria y somete a maestros y alumnos a su silenciosa hegemonía, para juzgar a
todo aquél que no encaje en esa norma. Hay personas de distintas creencias religiosas, de
diversas culturas de origen, nacionalidades, cosmovisiones éticas, orientaciones sexuales, o
simplemente con distintas experiencias de vida. Pero el que no se ajusta a ese modo de vida
hegemónico, podría ser injustamente discriminado o estigmatizado como “el diferente”. Esta es
esencialmente la crítica al orden fundante que se propone desde esta visión cultural-subjetiva.
Estas críticas suelen sostenerse desde los llamados estudios culturales, desde la teoría de
género, los movimientos que estudian la multiculturalidad y también de algún modo desde
el psicoanálisis. De lo que se trata es de recuperar la identidad, la singularidad, la diferencia:
salvarla del efecto “normalizador” de la escuela. Una crítica parecida podría hacérsele a la
industria de la moda, que promueve que todas las personas se vistan del mismo modo, por
ejemplo.
En el orden fundante había un intento de búsqueda de lo común, que la crítica socio-política
cuestionaba por “falsamente igualitaria”, por no ser lo suficientemente igualadora y por no lograr
realmente repartir bien “lo común”. Esta nueva crítica a la que llamamos crítica cultural
subjetiva cuestiona otra cosa, relacionada con lo anterior, pero distinta. Sostiene que al buscar lo
común a toda costa, se pierde – y muchas veces se aniquila – lo singular. Se pierde la
oportunidad de que el encuentro educativo sea ese acontecimiento único, irrepetible y sublime en
el que se construye una búsqueda ética, una curiosidad, una épica, una verdadera conversación.
Nancy Fraser (2001) ilustra bien la diferencia entre ambas críticas, cuando habla de distintas
reivindicaciones en busca de una mayor justicia social, y diferencia entre las demandas
de redistribución y de reconocimiento. Ambas críticas se oponen a la idea de una igualdad falsa y
forzada, pero mientras que una mira la diferencia como algo negativo e injusto (la diferencia entre
ricos y pobres, paradigmáticamente), la otra se enfoca en diferencias ligadas a la experiencia, y
que las personas viven como parte de su identidad (la diferencia entre ser varón y ser mujer, por
ejemplo).
Un término que se ha comenzado a utilizar en el marco de estas ideas es el de “diversidad”.
Allí donde la palabra “desigualdad” hablaba de unas diferencias injustas que debían ser
equilibradas y compensadas, la diversidad se refiere a unas diferencias culturales, religiosas,
raciales, sexuales, que ameritarían ser reconocidas e incluidas. Hay, sin embargo, toda una serie
de críticas al concepto de diversidad. Las críticas señalan que al usarlo, se tiende a producir el
mismo efecto que se critica: los “diversos” que el concepto pretende defender terminan siendo los
estigmatizados, y los que reconocen y respetan la diversidad, los “normales”. Carlos Skliar,
referente de esta corriente, afirma en un artículo sugestivamente titulado “La diversidad bajo
sospecha” (2000), que hay una serie de “retóricas de moda, como las que reivindican el
multiculturalismo o la tolerancia, [que] están anunciando pensamientos de ruptura respecto de las
tradicionales formas de nominación de la alteridad”. Discute entonces las versiones sobre la
diversidad que ven “al otro como fuente de todo mal”, “al otro como sujeto pleno de un grupo
cultural” y “al otro como alguien a ser tolerado” y analiza las implicancias de cada una de ellas en
el lenguaje escolar. Dicen estos autores:
Los programas de educación multicultural operan siempre a partir de un doble mecanismo:
la idea de “respeto” hacia la cultura de origen, en una suerte de marca de fatalidad y la de
“integración” en la cultura huésped. Es en esa duplicidad donde ocurren los conflictos
permanentes entre mayoría y minoría, lengua oficial y lengua del alumno, “alta” y “baja” cultura.
¿Será que la educación multicultural es sólo una enunciación del conflicto? ¿O un intento por
encontrar en las descripciones conservadoras las soluciones a los conflictos? ¿Se trata de agotar
la descripción de la diversidad en la visibilidad del diferente dentro del aula? ¿Un aula
políticamente correcta, con algún negro, algún deficiente, algún gitano?
En los discursos que buscan incluir a la diversidad, entonces, hay también un trasfondo
político que demanda ser deshilvanado, toda vez que la relación entre “incluidores” y “diversos”
es, finalmente, reflejo de las mismas formas de discriminación que pretende denunciar.
A grandes rasgos quedan entonces definidos estos tres movimientos de pensamiento o
racionalidades: el orden fundante y las revisiones críticas socio-políticas y culturales-subjetivas
que apuntan a cuestionar los efectos de todo orden fundado y establecido (4).
Bibliografía
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Atuel.
(1) Pedagogo, formador de docentes, profesor investigador de Flacso / Argentina y del ISPEI Sara
Eccleston.
Website: https://sites.google.com/view/dbrailovsky/
(2) Un libro reciente de Grimson y Fanfani (Mitomanías de la educación argentina: crítica de las frases
hechas, las medias verdades y las soluciones mágicas, Siglo XXI, 2014) profundiza en el análisis crítico de
estas supuestas “verdades” superficiales en lo referido a la educación. Allí afirman que “Este libro fue
construido contra esas frases y para deshacerlas. Buscamos arrancar las simplificaciones de raíz, porque
pensar los problemas y enfrentar los desafíos exige reponer la complejidad propia de un fenómeno que nos
interpela cotidianamente y merece ser analizado en múltiples dimensiones: histórica, política, económica, y
hasta afectiva y simbólica” (p. 17).
(3) Tomado de: Beech, J. “El malestar en la docencia: lidiando con los nuevos discursos acerca de la
identidad nacional, en Brailovsky, D. (comp.): Sentidos perdidos de la experiencia escolar. Angustia,
desazón, reflexiones, Buenos Aires: Novedades Educativas, col. Ensayos y Experiencias, 2008. Una versión
digital puede hallarse en: http://www.igualdadycalidadcba.gov.ar/SIPEC-
CBA/publicaciones/documentos/Jason_Beech-El_malestar_en_la_docencia.pdf o en http://goo.gl/zS2yvV
(4) Un trabajo reciente de Jan Masschelein y Maarten Simons (Defensa de la escuela, Buenos Aires:
Miño y Dávila, 2014) retoma las críticas construidas hacia los sistemas escolares tradicionales y ensaya una
defensa de lo escolar desde una visión sensible a esas críticas, resignificando los fundamentos de la
institución escolar no ya como fundación de un orden, sino como habilitación de un espacio de
posibilidades.
1
El presente trabajo es una I ¿Por qué triunfó la escuela? 1
reescritura del artículo “La
o la modernidad dijo:“Esto es educación”,
escuela en el paisaje moder-
no. Consideraciones sobre el y la escuela respondió:“Yo me ocupo”
proceso de escolarización”
presentado en el Seminario
“Historia de la Educación en Pablo Pineau
Debate” y organizado por el
equipo de Historia Social de
la Educación del Departa- Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no
mento de Educación de la
Universidad Nacional de hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad
Luján entre el 11 y el 13 de del Alcorán bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe.
noviembre de 1993, y publi-
cado en Héctor Rubén Cucuz- J. L. BORGES,“Discusión”
za (comp.): Historia de la edu-
cación en debate, Buenos
Aires, Miño y Dávila, 1996. A Un profundo cambio pedagógico y social acompañó el pasaje del
su vez, recoge algunas hipó- siglo XIX al XX: la expansión de la escuela como forma educativa hegemó-
tesis desarrolladas en “Premi-
sas básicas de la escolariza- nica en todo el globo. En ese entonces la mayoría de las naciones del
ción como empresa moderna mundo legisló su educación básica y la volvió obligatoria, lo que dio como
constructora de modernidad”,
Revista de Estudios del Currícu- resultado una notable explosión matricular. La condición de no escolariza-
lum (versión española del do dejó de ser un atributo bastante común entre la población, al punto de
Journal of Curriculum Studies).
n° 4, Madrid, Pomares-Corre- que muchas veces ni siquiera se lo consignaba, para convertirse en una
dor, 1999. estigma degradante. La modernidad occidental avanzaba, y a su paso iba
dejando escuelas. De París a Timbuctú, de Filadelfia a Buenos Aires, la
escuela se convirtió en un innegable símbolo de los tiempos, en una metá-
fora del progreso, en una de las mayores construcciones de la modernidad.
A partir de entonces, todos los hechos sociales fueron explicados como
sus triunfos o fracasos: los desarrollos nacionales, las guerras —su declara-
ción, triunfo o derrota—, la aceptación de determinados sistemas o prácti-
cas políticas se debían fundamentalmente a los efectos en la edad adulta
de lo que la escuela había hecho con esas mismas poblaciones cuando le
habían sido encomendadas durante su infancia y juventud.
Una buena cantidad de análisis se han preocupado por explicar este
fenómeno, desde aquellos que consideran la escuela como un resultado
lógico del desarrollo educativo evolutivo y lineal de la humanidad, hasta
2
La extensión de este trabajo
los que han buscado problematizar la cuestión.2 ¡Si bien consideramos
no nos permite referirnos par-
ticularmente a ellos. Remiti- que muchos de estos últimos tienen un alto poder explicativo, ninguno de
mos al lector a la bibliografía
ellos logra dar cuenta abarcadora del motivo del triunfo. La escuela es un
presentada al final de este
escrito. epifenómeno de la escritura —como plantean algunas lecturas derivadas
Y compárese ese párrafo con el que abre el trabajo de Jones (1994: 57):
No es poca cosa lograr que una joven se pare frente a una galería
de 55 niños mal nutridos y los conduzca a través de una serie de
ejercicios mecánicos. [...] ¿Con qué estrategias e imágenes, a veces
distorsionadas y contradictorias, se reguló la figura del maestro
de escuela?
Nótese cómo, cien años más tarde, se vuelven a hacer, con fines de
análisis, las mismas preguntas que enfrentaron los constructores de los sis-
temas. Esto no hace más que volver a demostrarnos que su condición de
“naturalidad” es también una construcción históricamente determinada
que debe ser desarmada y desarticulada.
A partir de estas críticas, queremos ensayar en este trabajo otros abor-
dajes que permitan comprender ese “plus” de significación que encierra el
triunfo de la escuela y que escapa a la enumeración de sus finalidades.
Nótese las operaciones que el autor realiza aquí. En primer lugar, des-
pega la educación de cualquier definición trascendental, y la limita a la
esfera de lo social: la moral es la moral social, volviendo a coser, en clave
moderna, las distintas esferas. De fenómeno esencialmente humano en
Kant, la educación se vuelve un fenómeno esencialmente social en Dur-
kheim.
Por otra parte, determina muy fuertemente el “lugar” del educador (las 12
Reflexiones similares pue-
generaciones adultas) y del educando (quien no está todavía maduro para den hacerse sobre otros gru-
pos “educables”. Véase, para
la vida social). Estos lugares son prioritariamente tomados por los adultos sumar otros casos, las consi-
y los infantes respectivamente. Continuando los planteos de Kant, la edu- deraciones sobre las similitu-
des en los planteos históricos
cación es un proceso de “completud” del infante como sujeto inacabado, al de los niños respecto a las
que Durkheim sumó su comprensión como sujeto social.12 Más adelante mujeres, los esclavos, el prole-
tariado, los negros y los pue-
sostiene dicho autor: blos colonizados, en Snyders
(1982).
3. A modo de cierre,
o repensando la travesía
A fines del siglo XX vivimos una crisis —según algunos, terminal— de
la forma educativa escolar. Probablemente, arribar a una solución no será
fácil. Nuestro aporte en este trabajo ha sido pensar la escuela no como un
fenómeno natural y evolutivo, sino histórico y contradictorio, como una de
las tantas, y no la única, opción posible. Sin duda, en el contexto actual
tiene sentido continuar con algunas de estas viejas prácticas y conceptua-
lizaciones, pero no porque las entendemos como las únicas posibles —lec-
tura derivada de la naturalización de la escuela—, sino porque las segui-
mos considerando las más eficaces para lograr los fines propuestos. O, en
otras palabras, seguimos optando por el camello porque hasta ahora es el
mejor animal, y no el único, que nos permite atravesar el desierto.
Benavot, Aaron et al. (1990): “El conocimiento para las masas. Modelos
mundiales y curricula nacionales”, Revista de Educación, n° 297, Madrid,
Ministerio de Educación y Ciencia.
Dussel, Inés y Caruso, Marcelo (1999): La invención del aula. Una genealogía
de las formas de enseñar, Buenos Aires, Santillana.
Jones, David (1994):“La genealogía de maestro urbano”, en Ball (ed.), op. cit.
Morgade, Graciela (1997): “La docencia para las mujeres: una alternativa
contradictoria en el camino hacia los saberes ‘legítimos’”, en Morgade, Gra-
ciela (comp.), Mujeres en la educación. Género y docencia en la Argentina
(1870-1930), Buenos Aires, Miño y Dávila.
Introducción
El movimiento de renovación pedagógica, de reforma de la enseñanza, que nace y se desarrolla a finales del
XIX y comienzos de nuestro siglo —por más que sus orígenes sean muy anteriores— no se limita a ser un
simple movimiento de protesta y renovación, sino que por la coherencia de sus planteamientos, la solidez de
sus opciones y su prolongada extensión en el tiempo y el espacio, es, por derecho propio, una corriente
educativa. Efectivamente, si entendemos, con P. Rosselló, que una corriente educativa es un «conjunto
homogéneo de acontecimientos de carácter educativo cuya importancia, a través del tiempo y del espacio,
crece, se estabiliza, disminuye o desaparecen», 1 deberemos otorgar categoría de tal a este movimiento
renovador. Con la psicología del desarrollo infantil, que se elaboraba en aquellos comienzos de siglo, como
base, con una nueva filosofía de la educación como motor y con un número creciente de educadores adeptos y
convencidos 2 como medio de acción, los «nuevos pedagogos» enfrentaban, ilusionados y decididos, la
realización de lo que se ha podido denominar «la revolución copernicana en educación». La rápida
generalización del movimiento y el considerable número de trabajos y experiencias que suscito y aún suscita
nos hace interesarnos por las razones de su nacimiento y extensión por prácticamente toda Europa y Estados
Unidos, tanto más cuanto que el análisis de esos orígenes servirá para explicar, en algún grado, la dinámica de
su desarrollo.
Como Rosselló señala, cuando se analizan las corrientes educativas se descubre que «existe cierta correlación
con otras corrientes generales de orden político, social, económico, filosófico, etc. La corriente educativa
aparece como un aspecto, un reflejo, un afluente de una corriente mucho más amplias», 3 como la resultante
de un vasto conjunto de elementos que se refuerzan o neutralizan de manera unitaria.
Como es fácilmente constatable, las reformas generales coinciden con las grandes conmociones que
atraviesan un país o un conjunto de países, sean conmociones bélicas a revolucionarias. No debe, por tanto,
extrañar que, como veremos en seguida, el mayor número de reformas generales de la enseñanza en nuestro
siglo se haya producido, especialmente, en el transcurso de, o nada más acabar, las dos grandes
conflagraciones mundiales. En este sentido, es curioso comprobar cómo países como Bélgica a Italia, que
habían hecho el anuncio de grandes reformas escolares al acabar la guerra, han ido siendo tanto más incapaces
de llevarlas a cabo cuanto más se han ida alejando los efectos de la conflagración. 4
Por otra parte, la escuela ha sido siempre y es —como tendremos ocasión de ver— un reflejo de la sociedad
y por ello es siempre sensible a los problemas que en esta se plantean. En la enorme cantidad de criticas y
recriminaciones a que la escuela da lugar hay que ver, como lo hace G. Snyders, «el signo de una sociedad
en mutación que no reconoce ya sus valores y su estilo en lo que la escuela propone, y que está en vías de
elaboración de un nuevo sistema escolar, a la vez por las obras teóricas y por ensayos efectivos
indisolublemente unidos a ellas». 5 Cuando en una sociedad determinada persisten aún restos de una
educación concebida para un tipo de sociedad diferente, el conflicto es inevitable.
Estos dos factores determinantes, en abstracto, de cambios educaciónales, se dan, en concrete y junto con
otros en el caso de la corriente que nos ocupa. Si como hemos señalado, las guerras ocasionan siempre
periodos de gran interés educacional, la guerra de 1914 a 1918 produjo, sin duda, el mayor trastorno de los
últimos tiempos. Así expresaba su decepción en 1919 un maestro de una Public School británica: «la
matanza durante cuatro anos de aquellos chicos que habíamos ayudado a encaminarse hacia su muerte, me
convenció de dos cosas: primero, que la idea principal que respaldaba lo que intentábamos enseñarles era
1
P. ROSSELLÓ, Teoría de las corrientes educativas, Promoción Cultural, Barcelona, 1974, p. 20. Subrayado en el
original.
2
Téngase en cuenta que, como lo señala Coombs, centre otras cosas, el establecimiento de un nuevo conjunto de fines
educativos presupone un equipo de profesores decididos y competentes para perseguir esos nuevos fines.
(COOMBS, PH., La crisis mundial de la educación, Península, Barcelona, 1973, p. 146).
3
P. ROSSELLAS, op. cit., p. 23.
4
Ver también, a este respecto, ci análisis de ROSSELLÓ en op. cit., página 32.
5
G. SNYDERS, en DEBESSE, M., y MIALARET, G. (dir.), Historia de la Pedagogía,, Oikos-Tau, Barcelona, 1974,
tomo II, p. 49.
irracional, y segundo, que era inútil. Las causas de la guerra fueron el resultado inmediato de las ideas que se
habían inculcado en la juventud de cada país europeo durante generaciones. 6 Reforzados por un ardiente
deseo de paz, los pedagogos de la Escuela Nueva yen en la educación el medio más eficaz para asegurar una
comprensión mutua fraternal que permita solucionar de manera pacifica las diferencias entre las naciones.
Con la misma convicción con que se recriminaba a la educación tradicional estar en el origen de las
incomprensiones entre los hombres y las guerras entre las naciones, se aseguraba que la nueva educación
seria capaz de formar para la paz, la comprensión y el amor.
Pero las conflagraciones mundiales no fueron el origen, sine un estimulo importante para un movimiento que
ya había recorrido un camino considerable. El principio de ese camino quizá llevase, retrocediendo, a una
serie de transformaciones sociales, económicas y demográficas como son el auge del industrialismo, la
transformación de las estructuras rurales, la conversión de la familia patriarcal en nuclear, etcétera; llevaría
también a una serie de transformaciones políticas, caracterizadas por la aspiración democrática, por la lucha
por alcanzar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, por el deseo de remodelación del mundo;
transformaciones, en el otro extreme, caracterizadas por el progresivo auge del capitalismo y por la
segregación cada vez más acentuada de las capas sociales en las que éste apoyaba su expansión.
La educación nueva surge también como reacción a la actitud especulativa del idealismo y positivismo
filosóficos y sobre todo, como reacción a la educación tradicional. Según G. Snyders, «históricamente, la
educación nueva encuentra su punto de partida en las decepciones y las lagunas que aparecen como
características de la educación tradicional, 7 una educación que, tal y como J. Vial la caracteriza, «disloca lo
real, fragmenta el tiempo, precede por vía autoritaria, desconoce tanto la riqueza física, estética, caracterial
y social del educando como su singularidad», 8 una educación que desconoce las enseñanzas de la psicología
del desarrollo, que no establece nexos entre la motivación y el aprendizaje y cuya eficacia, por ser «magistro-
céntrica, descansa en «el poder de requerimiento del oficiante». Frente a esta pedagogía asentada en una
estructura piramidal, fundamentada en el formalismo y la memorización, en el didactismo y la competencia,
en el autoritarismo y la disciplina, la educación nueva se ve llevada a enfatizar la significación, valor y
dignidad de la infancia, a centrarse en los intereses espontáneos del niño, a potenciar su actividad, libertad y
autonomía. Frente a la retro-pedagogía de la concepción tradicional, la nueva pedagogía se «psicologiza»,
psicologizando los métodos y la adaptación de la escuela al niño. Los avances de la psicología evolutiva lo
permiten así. Los métodos tradicionales «son “pasivos” porque el alumno debe someterse a una sujeción
exterior, más a menos desagradable a agradable, que le obliga a aceptar un “saber prefabricado” del que no
comprende la necesidad, ni responde a un interés real, ni a la construcción mental en la que no participa
directamente». 9 ¿Cuál es la respuesta de la nueva pedagogía?
Desde su mismo nacimiento, el movimiento pedagógico progresivo es amplio y se encaminó por derroteros
no siempre uniformes. Aunque todos los autores parten de bases prácticamente idénticas, cada uno de ellos
experimenta en una dirección, lo que refuerza la diversidad aludida. Los sucesivos estatutos que iba
elaborando la Liga para la Educación Nueva son buena prueba del carácter evolutivo y no uniforme de sus
orientaciones. De esta forma, al periodo que se ha dado en llamar «individualista, idealista y lírico» le
corresponden posturas extremistas debidas a una radicalización de los principios y objetivos. La «era de los
sistemas», más sosegada y realista pero no exenta de caracteres individualistas, idealistas y románticos, pone
en marcha experiencias pedagógicas más meditadas y, sin lugar a dudas, más realistas. Posteriormente —y
de manera muy especial por la que a Francia se refiere— los planteamientos han ido alejándose
progresivamente de aquel individualismo, idealismo y lirismo y han cimentado su argumentación sobre la
dialéctica y, de manera ya definitiva, sobre la psicología genética.
6
Citado en SKISELSKY, R., La escuela progresiva, A. Redondo, Barcelona, 1972, p. 160.
7
G. SNYDERS, Pédagogie progressiste, PUP, París, 1973. p. 55.
8
J. VIAL, en DEBESSE, M. y MIALARET, G., op. cit., tomo II, p. 140.
9
CHENON-THIVET, en MIALARET, G., Educación nueva y mundo moderno, Vicens-Vives, Barcelona, 1968, p.
80.
A pesar de esta evidente diversidad, en los estatutos de la liga de 1921 se sintetiza en gran medida lo que fue y
es la orientación de la Escuela Nueva: «preparar al niño para el triunfo del espíritu sobre la materia, respetar
y desarrollar la personalidad del niño, formar el carácter y desarrollar los atractivos intelectuales, artísticos y
sociales propios del niño, en particular mediante el trabajo manual, y la organización de una disciplina
personal libremente aceptada y el desarrollo del espíritu de cooperación, la coeducación y la preparación del
futuro ciudadano, de un hombre consciente de la dignidad de todo ser humano». 10 Hay, como se ve, una
absoluta confianza en la naturaleza del niño, a la que se ha liberado ya del lastre del pecado original. Frente al
magistro-centrismo precedente, la vida que en la escuela se introduce, la actividad que los niños realizan, el
respeto a sus intereses, la preocupación por su libertad individual y todas las demás novedades que se hacen
entrar en las aulas, están al servicio de ese «rey de la escuela» en que el niño se convierte.
Obviamente, todo cambio en la concepción de la infancia y su educación, debe ser acompañado de unas
estrategias, de unas «técnicas» que mediaticen la nueva filosofía. Así es como plantea el problema R.
Skidelsky: «¿Qué buscaban los progresivos? La palabra “técnica” responde en parte a esta pregunta. Los
maestros progresivos se horrorizaban ante la ineficacia de los métodos tradicionales. Los antiguos educadores
querían que el niño aprendiera, pero al mismo tiempo producían una atmósfera de resentimiento contra el
aprender. Intentaban inculcar una moral descarnada pero con demasiada frecuencia sólo lograban producir
mentes “verdes” y personalidades pervertidas. Desatendían casi por completo campos enteros del potencial
humano: virtualmente ignoraban al chico normal (...). Los progresivos propusieron reemplazar las técnicas
coercitivas y “de coro” por otras que estimularían y aprovecharían los intereses y potencialidades inactivos.
Expresado de esta manera, el movimiento progresivo se convierte en gran parte en una revolución en la
técnica y comprensión, que proporcionarían métodos más eficaces para la obtención de los objetivos del
educador, fueran los que fueran. 11
Una última característica general de la nueva escuela es su condición elitista. Los contactos de los pedagogos
reformistas con los hijos de la clase obrera fueron muy escasos, por razones fácilmente comprensibles.
Excepto en algún caso concreto, los nuevos métodos no «bajaron» a las clases sociales menos favorecidas ni
llegaron a las poblaciones rurales. Es este un aspecto que tendremos ocasión de valorar en las partes finales
de nuestro trabajo.
Ya hemos hecho referencia de pasada, a algunos de los componentes de esta actitud. No debe olvidarse que
una de las cosas que la nueva pedagogía tenia a su favor era una teoría de la evolución infantil paulatinamente
más elaborada y científica.
El conocimiento del desarrollo del niño aportaba no solo datos cuantitativos a cualitativos, sino también una
nueva concepción de lo que es el niño y su desarrollo. Este aspecto «filosófico» derivado de las
investigaciones psicológicas y las prácticas pedagógicas, es de trascendental importancia en la relativo a la
acción educativa como Claparède asentase, «todo el sentido que se da a la educación depende del significado
que cada uno atribuya a la infancias». 12 La educación tradicional mira a la infancia como un estado de
imperfección, un estado incompleto; muchas de sus prácticas se basan en explicaciones francamente
pesimistas de la naturaleza humana. Para la nueva pedagogía, por el contrario, la infancia no es un estado
efímero y de preparación, sino una edad de la vida que tiene su funcionalidad y su finalidad en si misma y que
está regida por leyes propias y sometida a necesidades particulares. La educación debe orientarse no al
futuro, al presente, garantizando al niño la posibilidad de vivir su infancia y vivirla felizmente. La escuela no
debe ser una preparación para la vida, sino la vida misma de los niños.
Esta postura claramente a favor del niño se manifiesta manera directa cuando de planear su educación se trata,
la naturaleza infantil debe ser respetada, todo lo que sea actuar sin contar con ella tiene que ser evitado; de
aquí que se considere que no hay aprendizaje efectivo que no parta de alguna necesidad a interés del niño,
10
Citado por R. GAL, en MIALARET , G., op. cit., p. 33.
11
R. SKIDEISKY, op. cit., p. 159.
12
E. CLAPAREDE, L’éducation fonctionnelle, Delachaux-Niestlé, Neuchàtel-París, 1931, p. 100.
defendiéndose de manera explicita que ese interés es el punto de partida para la educación: así los niños no
inquieren él por qué de una razón, no existe la posibilidad de dar una respuesta». 13
La noción de libertad se desprende por sí sola de estas consideraciones. Dicho sencillamente los nuevos
pedagogos consideran que el niño es libre y debe vivir en un ambiente de libertad. No se podía de otra
manera ser consecuente con el principio de respeto a la naturaleza infantil. De hecho, defendida con más a
menos énfasis, practicada con más o menos limitaciones, no hay ideario de ningún autor de la Escuela Nueva
que no incluya entre sus nociones esta de la libertad. Si la pedagogía tradicional podría caracterizarse, como
G. Snyders la ha hecho, según hemos vista, como el camino del niño hacia unos «modelos» establecidos por
el adulto y a los que llega gracias a la guía y custodia de ese adulto, para la nueva pedagogía es esencial que el
niño pueda emprender sus búsquedas, sus investigaciones, con entera libertad.
Esta confianza, este respeto y esta libertad que se confieren al niño en particular, se extiende también a la
consideración del grupo-clase. Aunque, como en los demás aspectos, el grado de autonomía y autogobierno
que se permite a los escolares es variable según los autores, todos ellos defienden, como veremos en seguida,
la supresión de la autoridad adulta en el ámbito escolar (y en el extraescolar, por supuesto).
La que, en definitiva, la Escuela Nueva lleva a efecto es una traslación del eje educativo: del adulto al niño,
de la social a la individual. Así es como lo ve Trang-Thong: «la organización de la educación parte en
juega, por una parte, las necesidades de la sociedad y, por otra, las exigencias del niño y su desarrollo. La
relación entre estos dos términos es la que se materializa en las instituciones educativas. Sin embargo, hasta
una época reciente y posiblemente también hay en día, han predominado las necesidades de la sociedad,
habiendo sido descuidadas las exigencias del niño». 14 Responder a estas exigencias y darles un cauce es la
que se propuso la Liga Internacional para la Educación Nueva. El título del famoso libro de Ellen Key, una
de las más ardientes defensoras del individualismo pedagógico, es muy significativo de la nueva dirección
que habían tornado los problemas educativos: El siglo del niño (este libro tuvo sesenta y cuatro ediciones en
seis años, lo que seguramente es un síntoma de la sensibilidad ambienta en lo referente al mundo infantil).
Pocos pedagogos de la nueva corriente se negarían a firmar una transposición del principio decrolyano de la
escuela para la vida y por la vida: «la escuela para el niño y por el niño».
Como resultado directo de la libertad concedida a los niños, el maestro debe jugar un papel muy distinto en la
educación. Schmid indica con acierto que la nueva pedagogía «ha unido los esfuerzos, antaño separados, del
maestro y del alumno en un acto común de cooperación, emprendido habitualmente, aunque no de manera
exclusiva, baja la dirección del maestro». 15 De esta manera la relación poder-sumisión de la escuela
tradicional es sustituida por una relación de afecto y camaradería que incluso se prolonga más allá del horario
escolar. En estas circunstancias ya no hay lugar para el maestro como representante del mundo exterior y la
autoridad el papel del pedagogo no tiene razón de ser si no es como auxiliar del libre y espontáneo desarrollo
del niño. Como máximo, el maestro será el guía que va abriendo camino y mostrando posibilidades a los
niños, pero es muy del estilo de la Escuela Nueva dar la primacía al niño y negarse a guiarla de manera
puntual por un camino elegido de ante mano por el adulto de manera más a menos arbitraria. Como en los
demás aspectos, hay autores que enfatizan más otros esta difuminación del papel del maestro. Entre más han
intentado potenciar este aspecto están, sin lugar a dudas, los pedagogos «libertarios» de Hamburgo, cuya
práctica ha sido ampliamente discutida por J. R. Schmid. Según este autor, dos maestros de las comunidades
escolares evitaban toda intervención directa, ya fuera de aviso, de llamada al orden, como de castigo o
censura (...). De este modo, escolares aprendieron que no podían contar ya con sus maestros, sino que debían
de hacerlo con ellos mismos y que maestros no pensaban imponer jamás un orden, sino que lo esperaban de
los mismos niños. Solo les quedaba cargar con esta responsabilidad y así lo hicieron». 16 Debe, no obstante,
tenerse en cuenta que, según los mismos hamburgueses lo defendían, la eliminación del maestro y su
autoridad no significaba en la práctica la desaparición de su persona y su personalidad.
13
J. R. SCHMID, El maestro compañero y la pedagogía libertarla, Fontanella, Barcelona, 1973, p. 26.
14
TRANG-THONG, ¿Qué ha dicho verdaderamente Wallon?, Doncel, Madrid 1971, p. 142.
15
J. R. SCHMID, op. cit., p. 82.
16
J. R. SCHMID, op. cit., p. 30.
La nueva actitud comporta una sobre-valoración de la conducta en detrimento de la palabra del maestro. El
ejemplo vale más que la palabra porque, como decía Neill, otro decidido defensor de la «camaradería», «es
necesario darse cuenta de que hablando no se puede enseñar nada de valor». 17 La que forma e instruye a los
niños no es la que el maestro les dice, sino la que es.
Por donde quiera que se considere, la relación maestro-alumna se ve profundamente modificada y la nueva
dinámica que se establece entre los alumnos como consecuencia de esa modificación, caracteriza en gran
manera el espíritu de la nueva educación.
Para finalizar esta caracterización general de la Escuela Nueva, es necesario que nos refiramos a una de las
transformaciones más importantes aportadas por la nueva corriente, como es la que se refiere a los contenidos
de la enseñanza. A. N. Whitehead supo plantear con claridad el problema al escribir que «solo existe un
tema para la educación, a saber, la vida en todas sus manifestaciones. En lugar de esta unidad simple
ofrecemos a los niños: Álgebra que para nada sirve; Geometría, de la cual nada se saca; un par de idiomas
nunca dominados; y, finalmente, La más monótona de todas, la literatura, representada por obras de
Shakespeare, con notas filosóficas y cortes análisis de argumento y carácter. ¿Es posible afirmar que una
lista semejante representa la vida?». 18 Si los programas tradicionales estaban determinados no por requisitos
temporales o mundanos, sino por los temas eternos de la mente humana, los educadores progresivos estaban
convencidos de que las experiencias cotidianas de la vida eran mucho más capaces de despertar el interés y de
proporcionar temas para las «lecciones» mucho más instructivos que los proporcionados por los libros.
Buena parte de estos educadores creían que la más importante del aprendizaje tenía lugar fuera de las aulas
—«en la vida»—; si a esto se le une que se buscaban experiencias vividas y directas, que se anhelaba lo
imaginativo y lo intuitivo mucho más que la racional, se comprenderá perfectamente que muchos educadores
se vieran impulsados a salir de la escuela para buscar, en contacto con la naturaleza, nuevos contenidos para
la enseñanza. A muy pocos de los nuevos pedagogos les gustaba que sus alumnos aprendiesen en los libros;
en el mejor de los casos, los consideraban simplemente como suplemento de los demás modos de aprender.
La educación es entendida por el movimiento de la Escuela Nueva como un proceso para desarrollar
cualidades latentes en el niño y la misma naturaleza infantil más que para llenar su espíritu con otras
cualidades elegidas arbitrariamente por los adultos; por otra parte, para que pueda darse la educación es
imprescindible que el niño pueda asimilar de manera directa e inmediata aquello que le rodea, sin
imposiciones ni mediaciones propias de los adultos.
En lo relativo a los contenidos de la enseñanza, el giro que produce la nueva orientación es, también,
copernicano. A este cambio en los contenidos acompaña, como no podía ser menos, un cambio en la forma
de transmitirlos, o, para decirlo con una expresión más «nueva», de ponerlos a disposición de los alumnos.
Primeramente para los alumnos más pequeños y posteriormente para todos los demás, las autores de la nueva
pedagogía introdujeron modificaciones en los métodos de enseñanza, algunas de las cuales tendremos ocasión
de analizar más abajo.
Como se ve, no hay prácticamente campo alguno de la relación educativa en que no se introdujeran cambios
sustanciales. Vamos a ver en seguida como en cada uno de los autores en que nos vamos a centrar, la que se
17
A. S. NEILL, Maestros problema, Editores Mexicanos Unidos, México, 1975, p. 140.
18
Citado en SKIDELSKY, R., op. cit., p. 98.
esconde detrás de estas transformaciones no es sino una comprensión nueva de los problemas de la educación,
una nueva filosofía de la educación, en último termino. Quizá sea esta nueva comprensión de los problemas
educativos una de las más importantes deudas que la psicopedagogía y la historia de la pedagogía tienen con
relación a la Escuela Nueva. Después tendremos ocasión de entenderlo con mayor claridad.
V. Los autores
La larga historia y la extensión de la Escuela Nueva, a las que nos referimos al principio, hacen que este
movimiento tenga un importante elenco de autores entre los que existen diferencias que van desde detalles
anecdóticos hasta principios básicos sustanciales. Es habitual dividir la historia del movimiento progresivo
en las etapas siguientes: en primer lugar, la que ya hemos calificado como etapa individualista, idealista y
lírica, que es la etapa romántica de la Escuela Nueva; Rousseau, Pestalozzi, Fröebel, Tolstoy, Key, son
hombres que van asociados a esta primera oleada de reformadores. La segunda es la etapa de los grandes
sistemas, la que más autores, obras y experiencias proporciona al movimiento; Dewey, Claparède,
Montessori, Decroly, Kerschensteiner y Ferrière caracterizan esta fructífera etapa del movimiento. Puede
distinguirse un tercer momento —de hecho emparejado con el anterior— surgido sobre todo a raíz de la
guerra de 1914-1918, entre quienes se puede distinguir a los franceses Cousinet y Freinet, los ingleses Neill,
Reddie y Hahn, a los americanos que pusieron en marcha nuevos planes experimentales y a los alemanes que,
en las escuelas de Hamburgo, practicaron la «camaradería». Hay, a nuestro juicio, un momento de
madurez de la Escuela Nueva que es olvidado sistemáticamente y dejado de lado en las clasificaciones
habituales; esta etapa de madurez, cuya materialización podía ser el Plan Langevin. Wallon para la reforma
de la educación francesa tendría, sin lugar a dudas, en Henri Wallon su más eximio representante.
Puesto que aquí no podemos —ni estamos interesados en— centrarnos en todos ellos, quizá sea necesario
justificar brevemente las elecciones que hemos hecho. La que menos necesita justificación de todas es la de
Rousseau; nadie duda que él está en el origen de los movimientos reformistas en educación y su inclusión
aquí era obligada; en las páginas que le dedicamos, nos ocuparemos solo de su obra pedagógica clásica: el
Emilio.
Como representante de los «clásicos» de la Escuela Nueva hemos elegido a Adolphe Ferrière y ella por una
razón fundamental: agente activo en La coordinación y desarrollo internacional del movimiento de la Escuela
Nueva, según la expresión de Skidelsky, los escritos de Ferrière no se limitan solo a exponer sus personales
puntos de vista, sino que recogen los de los demás autores a los que hemos incluido en la etapa de lo grandes
sistemas. Libros como La práctica de la escuela activa y Transformemos la escuela, recogen el espíritu y
los detalles del trabajo de Montessori, Decroly, Claparède, Dewey, los maestros de Hamburgo, etc. En
general, este criterio parece acertado y coincide, de hecho, con el de otros autores; así, G. Piatón,
refiriéndose a otro de los libros de Ferrière, La escuela activa, escribe que, además de presentar a otros
innovadores, «sintetiza corrientes pedagógicas distintas en sus manifestaciones, pero unidas en la
preocupación por colocar al niño en el centro de las perspectivas educativas». 19 Es evidente que autores
como J. Dewey merecerían, por la originalidad de sus planteamientos y por su notable influencia, desarrollo
especial; sin embargo, no nos ha parecido oportuna su inclusión en un apartado propio a fin de evitar
repeticiones innecesarias y de no alargar excesivamente el capítulo. No significa esto que creamos que la
figura de Ferrière en el seno de la Escuela Nueva es más importante que la de Dewey; creemos tan solo que
el primero representa mejor que el segundo un momento muy determinado de la actitud reformista y ella
debido fundamentalmente a la labor de síntesis buscada y realizada por Ferrière.
La inclusión de Jean Piaget en nuestro recorrido está plenamente justificada. pues servirá para poner de
manifestó la interrelación entre psicología genética y nueva pedagogía, además de ser un exponente
virtualmente ideal de lo que era el espíritu del ambiente del Instituto Jean-Jacques Rousseau, que Piaget
dirigió, y de la Ginebra psicopedagógica de los años veinte.
Célestin Freinet caracteriza toda otra etapa del movimiento de la Escuela Nueva. Si hemos dicho antes que
con Wallon ésta llegaba al punto culminante de su desarrollo, estarnos igualmente convencidos de que la
figura de Freinet, así como su práctica pedagógica, señala un punto de madurez para nosotros indiscutible.
19
G. PIATON, El pensamiento pedagógico de Célestin Freinet, Marsiega. Madrid, 1975, p. 79.
Por su obra y por la del movimiento a que dio lugar, por la riqueza y abundancia de sus escritos, por sus
caracteres y aportaciones originales, el estudio de Freinet es insoslayable. Hemos renunciado, sin embargo, a
analizar los grupos freinetianos franceses e italianos por considerar que era suficiente con estudiar a Freinet y
que los materiales de que disponemos de estos grupos no nos permitirían una elaboración en profundidad. El
grupo Freinet itallano (Movimiento de Cooperación Educativa), una de las alternativas actuales más
vigorosas en materia de educación, no se limita a repetir o a adaptar para Italia las ideas de Freinet, sino que
presenta caracteres muy originales y divergencias importantes con respecto a su inspirador: el libro de
Fiorenzo Alfieri El oficio de maestro, los de Mario Ladi, y otros (B. Ciari, F. Tonucci) que citamos en la
bibliografía correspondiente al apartado de Freinet, serán sin duda muy útiles a quienes estén interesados en
hacerse una idea del Movimiento de Cooperación Educativa. Respecto al grupo Freinet francés, en el
apartado dedicado a la pedagogía institucional (cap. 2) analizaremos a algunos de sus componentes.
Si consideramos que con Henri Wallon la Escuela Nueva llega a su madurez, sobra cualquier otra
justificación. Aunque algunos de sus artículos —nunca escribió Wallon un libro sobre el tema— nos han
sido inaccesibles, los publicados en la revista Enhance, los recogidos por algunos de sus discípulos y sus
intérpretes y, especialmente, el Plan de reforma del que fue informante, aportan un material precioso y unos
análisis cuya penetración y profundidad no son habituales. Podríamos haber incluido a Wallon en el capítulo
que dedicamos a los marxistas; preferimos, no obstante, analizarlo aquí para mostrar como la evolución de la
Escuela Nueva acabó, como no podía ser menos, por plantearse perspectivas más amplias tanto en lo relativo
al análisis de la escuela, como en lo referente al papel social que realiza y está llamada a realizar.
Bibliografía
PAULO FREIRE
Y LA PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
Recepción 5/10/2007
Evaluación 3/12/2007
Aceptación 17/01/2008
RESUMEN
Este estudio es una visión sobre las ideas del educador brasileño PAULO
FREIRE (1921-1997), uno de los grandes educadores latinoamericanos del
siglo XX. Su objetivo es señalar el ideario de Freire sobre el carácter político
del problema educativo y la necesidad de crear una escuela popular en el
ámbito latinoamericano. Planteó un movimiento de educación de base, que se
ha llamado «Método Freire» de la pedagogía liberadora, que centralizó sus
ideas educativas en su obra la «Pedagogía del Oprimido».A través de la
alfabetización y la educación popular, el pedagogo brasileño señaló la
importancia de crear una conciencia colectiva en las masas populares sobre su
realidad y sobre la necesidad de una pedagogía de la liberación para llegar a la
justicia social.
Fotografía
Paulo Freire
63
Paulo Freire señala que la liberación para los oprimidos tendrá un parto
muy doloroso. Cuando el oprimido alcance su liberación, será un «Hombre
nuevo», y lo deseable es que alcance a una sociedad de armonía en la justicia
social, y en donde el bienestar de las gentes no esté basado en la dominación
y explotación que hacen unos hombres sobre otros6.
3
Véase la obra de TORRES, Carlos Alberto. (comp).( 2001): Paulo Freire y la agenda
educativa latinoamericana en el siglo XXI. Buenos Aires, CLACSO.
4
FREIRE, Paulo. (1970):Op. Cit, pág. 36.
5
Ibídem, pág. 36.
6
Ibídem, pág.39.
64
En su obra «Pedagogía del oprimido», el educador Freire dice que las masas
oprimidas deben tener conciencia de su realidad y deben comprometerse, en
la praxis, para su transformación. En ello tiene gran solución la educación,
pues la pedagogía del oprimido busca crear conciencia en las masas oprimidas
para su liberación. La alfabetización del oprimido debe servir para enseñarle,
no solamente las letras, las palabras y las frases, sino lo más importante, «la
transmisión de su realidad y la creación de una conciencia de liberación para
su transformación en un hombre nuevo».
Paulo Freire recalca en su obra Pedagogía del oprimido, sus ideas por los
opresores, para quienes, «el valor máximo radica en el tener más y cada vez
más, a costa, inclusive del hecho de tener menos, o simplemente no tener
nada de los oprimidos. Ser, para ellos, es equivalente a tener y tener como
clase poseedora»7.
8
Ibídem, pág. 178-179.
9
Ibídem, pág.73.
66
Cada vez nos convencemos más de la necesidad de que los verdaderos revolucionarios
reconozcan en la revolución un acto de amor, en tanto es un acto creador y humanizador.
Para nosotros, la revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por tanto sin
conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor. Por el contrario, la revolución que
es hecha por los hombres es hecha en nombre de su humanización11.
Este diálogo con el pueblo no debe ser con lenguaje demasiado intelectual,
sino muy popular para que llegue verdaderamente a las masas populares. Un
lenguaje muy académico crea una barrera lingüística entre el líder y el pueblo.
Por ello, el lenguaje debe ser muy sencillo y muy apropiado para hablar con el
pueblo. No se puede permitir que el líder popular en la pedagogía de la
liberación, transmita e imponga sus ideas a las masas populares, para que éstas
10
Ibídem, pág. 91.
11
Ibídem, pág.102.
12
Ibídem, pág.111.
67
13
Véase la obra de FREIRE, Paulo. (1993): Pedagogía de la esperanza: un encuentro con
pedagogía del oprimido. México, Siglo XXI.
68
14
FREIRE, Paulo. (1976): Educación y cambio, Buenos Aires, Comisión
Ecuménica Latinoamericana de Educación (Celadec).
69
Una vez que se tienen las palabras generadoras o claves, éstas se someten
al proceso de reflexión en búsqueda de una mayor objetividad. Se aplica la
semántica entre la palabra y el objeto, y se van señalando las familias fonéticas
y las nuevas palabras que reflejan los problemas y la situación real que vive la
15
Véase la obra de FREIRE, Paulo. (1968): La alfabetización funcional en Chile.UNESCO.
70
BIBLIOGRAFÍA
BARRETO, Vera. (1998): Paulo Freire para educadores. San Pablo, Arte &
Ciencia.