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___REVISTA DE ESTUDIOS TRASANDINOS N° 4___

Parlamento Cultural del Mercosur (PARCUM)


V Encuentro - Isla Negra, Chile, 18, 19 y 20 de abril de 1999

LA ENTENTE POLÍTICO-CULTURAL POR LA INTEGRACIÓN

Pablo Lacoste1.

Los aspectos culturales del0 Mercosur nos dan abundantes razones para
destacar un pasado común, más un presente y un futuro cada vez más próximo. Muy
legítimo sería desarrollar este enfoque. Porque sin lugar a dudas, se ha logrado
bastante y ello merece ser reconocido y festejado.
Pero una vez ganadas esas batallas, prefiero plantear otras nuevas, para
seguir avanzando. Con este objetivo, esta ponencia plantea básicamente dos
propuestas:
1-Examinar los aspectos positivos del potencial cultural funcional a la integración,
que todavía no hemos realizado.
2-Detectar y remover los elementos culturales que están actuando en forma negativa
y se erigen en barreras culturales entre nuestros pueblos.

1. Vecinos extraños

No nos conocemos. La élite se interesa más en viajar al primer mundo que


en recorrer las entrañas del Mercosur. La mayoría de nuestros intelectuales, cuando
van a estudiar a universidades extranjeras, optan por las de Europa o EEUU. En las
cada vez más numerosas y concurridas salas cinematográficas, se nos satura de
escenas de yates y mansiones lujosas del norte, pero poco nos llega de la realidad
cultural de nuestros países vecinos. Con la música sucede lo mismo. Igual pasa con
la historia y la geografía. Nuestros hijos saben más de Egipto, los persas, los griegos
y romanos, de los reyes medievales y los nazis, que de nuestros propios pueblos
vecinos.
¿Qué se puede hacer al respecto? Evidentemente, no hay respuestas
mágicas que resuelvan el problema en forma instantánea. Pero sin lugar a dudas, se
puede aportar bastante. Es falso que no tengamos buena cinematografía o buena
literatura. El problema es que no llega. Falta la voluntad política para ello. Así
como en el centro se arbitran medidas proteccionistas para determinados bienes,
necesitamos aquí hacer lo mismo.

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El autor es doctor en Historia (Universidad de Buenos Aires), doctorando en Estudios Americanos,
mención Relaciones Internacionales (Universidad de Santiago de Chile), investigador científico
del CONICET, profesor titular de Historia Argentina II en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, y vicepresidente de la Asociación Argentino
Chilena de Estudios Históricos. Dirección electrónica: pablolacoste@mixmail.com
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a. Conocer el Mercosur a través de la imagen del Cine y la TV

No podemos prohibir la proyección de las películas de Hollywood. Pero


¿no es posible que en una de las diez salas que suelen tener juntas las nuevas cadenas
en los Centros Comerciales, se proyecte una película del Mercosur, a precios
reducidos? ¿Cuánto ganaremos en conocimiento mutuo, a partir de nuestra propia
producción cinematográfica? ¿Cuánto avanzaremos en conocimientos de historia,
geografía, sociología y demás aspectos culturales de nuestros pueblos? Pensemos por
ejemplo, en todo lo que se aprende de Brasil, Chile y Argentina con Estación
Central, El Entusiasmo o Tango, por citar sólo las del último año.
La consigna de hoy es conocernos. Y necesitamos políticas de estado, que
reciclen los actuales marcos regulatorios en materia de medios masivos de
comunicación social. Además del cine, necesitamos presencia del Mercosur en los
canales de TV por cable. Y ello también se puede conseguir mediante una política
arancelaria de carácter integracionista. Tenemos canales de Alemania, España, Italia
y sobre todo, de EEUU. Pero muy poco llega de Brasil, Uruguay, Bolivia o
Paraguay. Podemos fomentar la incorporación de canales de estos países, o bien,
ensayar una idea tal vez más fácil y menos costosa: dentro de las señales que
actualmente existen, incorporar películas cortas, documentales o de dibujos
amimados, referidos a los grandes hombres, mujeres y acontecimientos históricos de
América Latina: Lautaro, Tupac Amaru, Simón Bolívar, Bernardo y Ambrosio
O'Higgins, San Martín, Artigas, Felipe Herrera, Gabriela Mistral, Rodó y tantos
hombres y mujeres de las letras, las artes y la ciencia. Pueden ser películas de uno,
dos o cinco minutos, con bajos costos, que permitirían una enorme difusión cultural y
aportarían al conocimiento mutuo.

b. Programa de denominaciones mercosureñas para los espacios públicos

Otra campo adecuado para la circulación de la cultura mercosureña, se


encuentra en los espacios públicos. Las calles, plazas y escuelas, a través de sus
nombres, constituyen un gigantesco aparato de irradiación cultural. Se trata, en
suma, de una maquinaria ya montada, lista para hacerla funcionar a costos bajísimos,
que puede resultar de enorme utilidad para alcanzar objetivos culturales.
La selección de los nombres de ámbitos públicos es una tarea delicada, a la
cual las autoridades de nuestras jóvenes democracias todavía no le han dado la
importancia estratégica que corresponde. Podemos pensar, por ejemplo, en el
significado del nombre de una escuela: los niños aprenden la biografía de su patrono,
se empapan de sus virtudes, conocen su obra y establecen algún lazo afectivo con él
y su cultura.
A lo largo de la historia, estos espacios se usaron con distintos fines. En un
tiempo, se emplearon para legitimar las nacientes repúblicas, mediante la imposición
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de denominaciones que evocaran las guerras de la independencia y los primeros


presidentes. Más tarde, las calles y escuelas se manipularon para legitimar bloques
de poder ilegítimos, ya por su origen fraudulento, ya por su ejercicio autoritario y
cruento, ya por ambos.
¿Por qué no revertir la situación, y redireccionar el poder simbólico de estos
espacios para ponerlos al servicio de la noble causa de la integración
latinoamericana? Es tiempo de realizar el valor simbólico de las denominaciones de
las calles, plazas y escuelas, para irradiar desde ellos, la historia y la cultura de
nuestros países. Bueno sería tener una calle "Bandeirante" en Chillán; una avenida
"Pablo Neruda" en Asunción del Paraguay, una plaza "Sucre" en Córdoba, una
escuela "Abate Molina" en Montevideo.
En algunas ciudades se pueden detectar denominaciones de espacios
públicos de carácter latinoamericano. Pero se trata en general, de casos aislados.
Notablemente mayor sería el efecto de una política cuidadosamente planificada,
organizada y ejecutada, simultáneamente en los seis países.

Algunos podrán objetar este proyecto alegando que los nombres ya están
puestos y que no se puede hacer nada. Falso. Tenemos muchos nombres que en
lugar de rendir homenaje a valores positivos, están legitimando contra-valores. Hay
calles que consagran la fecha de un golpe de Estado, o al dictador de un gobierno de
facto. Tenemos el caso de la escuela "Gustavo Martínez Zuviría", que perpetua la
memoria de un escritor racista de corte antisemita.
Ante esta situación, ¿no sería posible lanzar un programa general, de
jerarquización de denominaciones públicas, para dejar sin efecto aquellas que atentan
contra los valores de la democracia, la justicia social y la paz, para avanzar en su
lugar, con la consagración de la ciencia, las artes y la creación en general, con un
enfoque integracionista? ¿Por qué no podemos sustituir el nombre de la escuela
"General Pedro Eugenio Aramburu" por el del patólogo e higienista brasileño Carlos
Riveiro Das Chagas (1879-1934)? ¿Cómo ayudamos mejor al maestro en su tarea
docente: obligando a sus alumnos a llevar flores a un dictador argentino que derramó
sangre de sus compatriotas, o más bien, destacando a un investigador brasileño que
puso su inteligencia al servicio de la ciencia para salvar vidas de hombres y niños de
humilde condición?
Esta propuesta tiene la doble ventaja de permitir un alto impacto, con bajos
costos.

c. Renovar planes de estudio en nivel primario, medio y universitario

Necesitamos profundos cambios en el sistema escolar. Ya no se puede


postergar más la enseñanza de la Historia, la Geografía y la cultura de los seis países

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del Mercosur en nuestras escuelas. Como materias obligatorias, al menos una vez en
el nivel primario, o básico, y una vez en el nivel medio o secundario.
Esta propuesta puede tener dos obstáculos. El primero es la falta de
profesores y bibliografía capacitada para ello. Pues entonces tendremos que
establecer contacto con nuestras universidades y con los organismos de ciencia y
técnica, para promover la investigación y los cursos de grado y posgrado sobre temas
latinoamericanos en general, y mercosureños en particular. En este sentido, mucho
aportaría el Parcum fijando posición en el sentido de brindar su respaldo moral a los
programas de maestrías y doctorados orientados a un mejor conocimiento del
Mercosur en su conjunto.
Otro obstáculo para incorporar materias como Geografía e Historia de los
países del Mercosur a la escuela primaria y secundaria, podría ser la falta de espacio
dentro de los currículos vigentes. Falso. Todavía figuran en nuestros planes de
estudios ramos obsoletos, como “Estenografía”, que responden a currículos de hace
60 años. Y podríamos dar muchos otros ejemplos.
En esto no hace falta mucha elaboración teórica. Alcanza con aplicar el
sentido común para advertir que existen en nuestras escuelas, abundantes contenidos
que son importantes, pero en un grado muy inferior a lo que supondría un
conocimiento claro y distinto de la realidad social, geográfica e histórica de los seis
países del Mercosur.

2. Remover los obstáculos culturales a la integración

La actual situación del Mercosur se va a revertir, en parte, con la realización


del potencial positivo de la cultura, con propuestas como las señaladas. Pero a ello
hay que añadir otro paso más: hay que remover los obstáculos culturales del
Mercosur.
Es urgente detectarlos para luego aislarlos y combatirlos.
Nos referimos fundamentalmente a aquellos elementos que, a partir de
prejuicios, influyen en la construcción de imágenes distorionadas de los países
vecinos, a partir de lo cual se alientan recelos, desconfianza y xenofobia. Y en este
papel de construcción de imágenes y xenofobia, un papel central cabe a los
historiadores.

a. Superar la hipertrofia de las cuestiones limítrofes

En determinadas capas de la sociedad, existe todavía la idea generalizada


que el país vecino "nos ha robado territorio", o bien "nos ha despojado de lo que era
nuestro". En otras palabras, el país de al lado es visualizado muchas veces como
"expansionista", atento siempre a aprovecharse de nuestra ingenuidad y nuestra
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buena fe, para avanzar en detrimento de nuestros propios intereses nacionales.


Lógicamente, estos prejuicios se realizan en actitudes de desconfianza, que luego se
materializan en el retraso para la construcción de carreteras y ferrocarriles
internacionales, inversiones en zonas de frontera y demás elementos propios de la
integración física.
Estas imágenes no surgen por azar. Son el resultado de una acción lenta y
constante, originada en usinas de ideología, reproducida y difundida a través de
universidades y medios masivos de comunicación social. En este circuito, mucho
tienen que ver los historiadores, los geógrafos y la prensa.
Con frecuencia se detectan mapas del propio país, en el cual se incluyen las
fronteras actuales y junto a ellas, las que le correspondían según legítimo derecho,
pero que se perdieron para la "Patria". Como explicación, los historiadores y
geógrafos, empapados en un mal entendido nacionalismo, se refieren a un presunto
expansionismo de los países vecinos, y a una claudicante diplomacia del propio.
Del lado argentino, es usual que se muestre un mapa presuntamente de fines
del siglo XVIII, en el cual se muestra como "Virreinato del Río de la Plata" un
extenso territorio que habría abarcado los actuales territorios de Argentina, Uruguay,
Paraguay, Bolivia, parte de Brasil (cercana a Misiones) y todo el norte y sur de Chile.
Este mapa se ha difundido ampliamente en las escuelas y medios de prensa de la
República Argentina, sobre todo desde la década de 1960 hasta 1983. Gran énfasis
en él se puso durante el conflicto de 1978. Los sectores nacionalista impulsaba la
publicación de este mapa en medios gráficos, con leyendas al estilo de "Historia del
Expansionismo chileno". Se argumentaba que, de acuerdo al tratado de Uti
Possidetis Iuris, firmado por Argentina y Chile, cada país retenía para si todo el
territorio que controlaba la autoridad colonial en 1810. Por ende, si el virreinato del
Río de la Plata abarcaba todo el norte y el sur actual de Chile, la explicación es muy
clara: el resultado histórico, a la vuelta de los años, marcaría una fuerte expansión de
Chile en detrimento de las tierras que le correspondían por derecho a la Argentina.
Con estos mapas, docentes, militares y periodistas contribuían a consolidar la imagen
del país vecino como intrínsecamente expansionista.
Después de la Guerra de las Malvinas, con el declinar de los grupos más
nacionalistas, este tipo de mapas comenzó a perder vigencia, junto con el discurso
agresivo hacia el país vecino. No obstante, cada tanto aparece el rebrote de estos
enfoques. Recientemente, en 1999, la influyente editorial Ciudad Argentina ha
publicado el libro Intendencias y provincias en la Historia Argentina, firmado por
Laura San Martino. En la tapa de este libro aparece, una vez más, el mapa con el
norte y sur de Chile como parte del territorio del Virreinato del Río de la Plata.
Del otro lado de la cordillera sucede algo muy parecido. Un ejemplo
concreto puede ser el Atlas de Historia de Chile, publicado en 1996 por Editorial
Universitaria. En la página 109 aparece un mapa del Cono Sur, donde se distingue
Chile Antiguo, entre la cordillera y el Pacífico, del Chile Moderno, ubicado de la
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Cordillera al Atlántico. Este presunto "Chile Moderno" abarcaría toda la actual


patagonia Argentina, todo Cuyo, parte de La Rioja, Catamarca y Tucumán.
En las referencias, se explica que varios de estos territorios eran chilenos,
pero este país los cedió a la Argentina. No se explica que eran territorios en litigio,
en los cuales los indígenas vivían desde hacía miles de años. No se distingue entre
los territorios que pertenecieron efectivamente a la Capitanía General de Chile hasta
1776 (Cuyo), para ser traspadados a partir de entonces al Virreinato del Río de la
Plata, de aquellos que nunca fueron real y efectivamente ocupados ni por españoles
ni por chilenos ni por argentinos hasta fines del siglo XIX (como la Patagonia).
En esos mapas hay a la vez falsedades históricas y fuente de resentimiento y
prejuicio, que resultan totalmente contrarios a los necesarios procesos de integración
regional.
Son históricamente falsos, porque de acuerdo a las investigaciones del
historiador Leonardo León Solís, hasta 1872 la Patagonia no era de Argentina ni de
Chile: pertenecía a los indígenas, que ejercían la soberanía real y efectiva sobre ella.
Algunos se pueden escandalizar con esta posición. Pero es muy evidente.
Tengamos en cuenta que en esos años, al sur de la línea de frontera, la población
argentina y chilena era muy escasa. Entre Bahía Blanca, Carmen de Patagones, la
colonia galesa de Rawson, las dos casitas de Piedra Buena en el río Santa Cruz y en
la isla de los Estados, más Punta Arenas, había menos de 1.000 pobladores para un
territorio superior a 1.000.000 de kilómetros cuadrados. En cambio los indios que
vivían allí eran casi 1.000.000.
Por ello, los alegatos jurídicos de uno y otro país, han sido poco menos que
chicanas diplomáticas. Ni Argentina despojó a Chile, ni Chile despojó a Argentina.
En todo caso, los Estados nacionales de ambos países se pusieron de acuerdo y en
conjunto, despojaron de sus tierras, en y muchos casos de sus vidas, a los indígenas
que vivían en esa región desde hacía miles de años. O bien, la acción conjunta de
ambos estados permitió aventar la amenaza de la conquista de estos territorios por
parte de franceses e ingleses, como estaba planeado y se había empezado a ejecutar
(basta señalar que la colonización del Chubut y Usuahia
Algo parecido podemos decir del Chaco, lugar donde vivían importantes
culturas indígenas, pero luego fue conquistado y ocupado por la fuerza por
Argentina, Paraguay y Bolivia. Ninguno de estos tres países despojó a uno de sus
vecinos. En todo caso, los tres avanzaron sobre tierras de los indios. El más cruel
ocupó más territorio en guerras sin héroes, como la que actualmente libran los pilotos
de la OTAN en sofisticados aparatos ante un país desgarrado.
Estas guerras contra los indios fueron deformadas por muchos historiadores
y hacedores de mapas, que las transformaron en expansiones a costa del territorio de
países vecinos. Ha sido esta una falsedad enorme, que durante un tiempo resultó
funcional al proceso de afirmación de la unidad nacional, pues la presencia de un
adversario cerca, real o imaginario, siempre sirve para cerrar filas, afirmar el frente
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interno y consolidar el bloque de poder. Pero ya ha pasado el tiempo de las historias


subordinadas a los intereses de un estado o de un gobierno. Es preciso emancipar a
los historiadores de la tutela ideológica de cualquier tipo, para avanzar en el
reconocimiento de lo que realmente sucedió.
¿Qué se puede hacer desde un foro como el Parcum para revertir esta
situación? ¿En qué medida pueden los hombres de Estado influir en la producción y
elaboración de mapas históricos?
Mucho. Y con costos bajísimos. El primer punto sería efectuar un
relevamiento de este tipo de publicaciones. Y luego, avanzar en la revocación de las
autorizaciones oficiales otorgadas a estos mapas para su edición y circulación dentro
del territorio nacional.
Pues bien, a pesar de esos errores, el libro mencionado, con el mapa aquí
expuesto, cuentan con todas las aprobaciones oficiales necesarias para el
reconocimiento como material didáctico para la escuela. Tanto el Ministerio de
Educación como el Ministerio de Relaciones Exteriores, con sendas Resoluciones,
han formalizado y legitimado la línea de interpretación de este Atlas. Textos
similares pueden verse en Argentina y en los demás países del Mercosur.
El resultado está a la vista. Es frecuente escuchar bromas de carácter
xenófobo con relación a los países vecinos. Por ejemplo, en Argentina, cuando
alguien realiza un acto temerario, se le suele espetar que es más peligroso que
"chileno haciendo mapas". O bien, en Chile, se puede escuchar que, dada la
tendencia expansionista de la Argentina, "dentro de poco Boca Juniors va a jugar de
local en Rancagua".
Poco, muy poco aporta este tipo de historiografía a la integración cultural
entre nuestros pueblos. Y tampoco aporta a la ciencia, pues está viciado de
inexactitudes. Este tipo de trabajos son como bacterias nocivas en el cuerpo cultural
del Mercosur. Y es urgente detectarlas, aislarlas y neutralizar su acción patológica.

b. Desnacionalizar la persepción de los conflictos regionales

En su afán de construir la unidad y la identidad nacional, fuertemente


influidos por el romanticismo, muchos historiadores avanzaron en el proceso de
nacionalización de la historia. Detectaron un temprano nacer de la "nación", como
sujeto histórico, e inmediatamente le atribuyen una serie de acciones, modelándola
según la imagen preconcebida que ellos mismos tenían de un tipo ideal.
Esto pudo ser funcional a aquella etapa de configuración decimonónica,
pero fue una falsificación histórica, y como toda falsificación, dejaría después sus
secuelas.
Estas corrientes confundieron al país, al pueblo, con el gobierno.
Atribuyeron a Argentina o a Chile, las decisión de un reducido número de personas,

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que circunstancialmente controlaban los resortes del poder, sin preguntarse siquiera
por su legitimidad o su representatividad.
Es preciso distinguir actores nacionales de actores estatales. Es un error
afirmar que "Argentina y Brasil realizaron una matanza en el pueblo Paraguayo". En
todo caso, lo correcto sería señalar que las fuerzas brasileñas actuaron por decisión
de un emperador autocrático. Y del lado argentino, la maquinaria bélica actuó por
órdenes de un gobierno controlado por una oligarquía, mientras que amplias capas
del pueblo argentino se resistieron a esta guerra, llegando incluso a sublevarse contra
las autoridades constituidas. Es más, apenas llegaron al poder presidentes electos por
el pueblo, Argentina procuró reparar, al menos en parte, el daño causado: Hipólito
Yrigoyen condonó al Paraguay la deuda de guerra, y Juan Perón le devolvió los
trofeos.
En el fondo, tenemos que dejar de plantear el conflicto de 1865-1870 como
guerra internacional, para empezar a reconocerla como guerra civil, tal como ha
propuesto Helio Vera, Premio Nacional de Literatura del Paraguay. Este enfoque no
es una ocurrencia caprichosa. En Europa ya se ha avanzado bastante en esta
dirección, con notable éxito. Como ejemplo, basta señalar la obra de Ernst Nolte, "La
guerra civil europea, 1917-1945", donde se desnacionaliza el sentido de las dos
guerras mundiales, y se abre camino a un nuevo enfoque, que empieza por proveer
una bocanada de alivio para los antiguos prejuicios nacionalistas. El célebre
historiador plantea los conflictos como enfrentamiento entre sistemas ideológicos
antes que entre naciones.
Estos enfoques podrían ayudarnos a resolver muchos temas en nuestra
región. Por ejemplo, para reinterpretar la actitud de los dictadores en los últimos
años y su efecto en la imagen xenófoba dentro del país vecino. Decisiones claves de
Jorge Videla, al rechazar el laudo arbitral en 1978, o de Augusto Pinochet, al
respaldar a las fuerzas británicas en 1982, permiten este doble enfoque. Si el laudo lo
rechazó Argentina, este país es perjuro y traidor, al desconocer que se había
comprometido a aceptar en forma obligatoria e inapelable el resultado del arbitraje.
Lo mismo valdría para Chile en la guerra de las Malvinas.
Pero ambas afirmaciones son falsas. Esas decisiones no las tomó el pueblo
ni de Argentina ni de Chile, que no participó en ellas ni en forma directa ni a través
de sus representantes. Simplemente, fueron medidas tomadas por militares que
tomaron el poder por la fuerza. En todo caso, la contradicción no sería Argentina
contra Chile, sino entre pueblos y usurpadores. En todo caso, si el pueblo pudo
participar en estos temas fue en el plebiscito de 1984, en el cual se votó en el sentido
exactamente inverso al que plantearon los militares argentinos en 1978 en forma
inconsulta y unilateral.
No obstante ello, la insólita decisión de Videla contribuyó en forma decisiva
a crear, en vastos sectores de la opinión pública chilena, una imagen distorsionada de
la Argentina. Así se reflejó en 1998. Un periodista del diario chileno La Tercera
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efectuó un reportaje al embajador de Chile en la Argentina, en torno al tema del


Tratado de los Hielos Continentales o Campo de Hielo. Entre las posibilidades para
resolver la cuestión, se mencionó la figura del arbitraje. El periodista dijo entonces
que "los argentinos aceptan los arbitrajes cuando les conviene".
Aquí el periodista reflejó la imagen que tiene del país vecino por
nacionalizar la decisión de un gobierno de facto.

c. De la historia político-militar, a la historia social

Si la imagen del país vecino tiene que ver con la Historia, y ésta se centra en
los temas políticos (el Estado y sus rivales) y militar (las guerras, batallas y
expansión, propia y extraña), se genera una jaula de hierro de la cual, a pesar de los
esfuerzos que se puedan realizar en su regulación, será muy difícil salir.
El gran cambio se producirá cuando superemos las historias político-
militares, para avanzar en el terreno de los social y lo cultural.
Es preciso superar la etapa original, donde los libros de historia nacional,
solo mencionaban los países vecinos para dar cuenta de guerras o peligros de guerras.
Poco, muy poco se incluye de los aspectos positivos, incluyendo lo social, lo cultural,
lo económico y lo político. Temas clave para el desarrollo del propio país a partir del
aporte del vecino, como las corrientes migratorias, los circuitos comerciales y la
cooperación transfronteriza, están ausentes de estas historias nacionales. Otro tanto
podemos decir de los lazos familiares, los fecundos intercambios intelectuales,
literarios, educativos y científicos.
Por lo general, nuestras historias nacionales son pobres y tendenciosas con
respecto a las relaciones con los países vecinos. Es como si para ser historiador,
hubiese sido necesario realizar juramentos de nacionalismo trasnochado.

3. Hacia una entente político-cultural

Conforme a lo expuesto, es mucho lo que queda por hacer. Por fortuna, los
cambios necesarios para avanzar en la integración cultural mercosureña, no tienen
costos altos, como sucedería en el terreno de las grandes obras públicas, por ejemplo.
Por el contrario, para facilitar la cicatrización de las heridas culturales construidas
por los nacionalismos mal entendidos, el principal requisito es de estudio y de
gestión: hay que estudiar las dificultades, elaborar propuestas culturales superadoras
y realizarlas a partir del poder político.
Para alcanzar estos objetivos, el elemento fundamental radica en la alianza
político-cultural, entre los gobernantes comprometidos con la causa de la integración,
y las organizaciones civiles de carácter cultural, abarcando tanto entidades de
historiadores y escritores como de cineastas y educadores.

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A partir de esta entente integracionista, será posible avanzar con pasos


concretos, precisos y de gran proyección sobre los pueblos mercosureños que siguen
aguardando a la clase dirigente que realice la propuesta de Bolívar y Felipe Herrera.

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