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QUIÉN ES TU PAPI ALFA

STASIA BLACK
Copyright © 2023 by Stasia Black

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No se permite la reproducción, distribución ni transmisión en cualquier forma ni por cualquier medio,
sea este por fotocopia, por grabación o por otros métodos electrónicos o mecánicos, sin el permiso
previo y por escrito de la titular de los derechos de autor, salvo en el caso de citas breves plasmadas
en reseñas y ciertos usos sin fines comerciales autorizados por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido a personas, lugares o eventos reales es puramente
coincidencia.

Traducido por Rosmary Figueroa.

Creado con Vellum


Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Epílogo

También por Stasia Black


Boletín Digital
Acerca de Stasia Black
Capítulo 1

HOPE

—¿Y te fuiste así sin más? —Makayla, quien una vez fue mi cliente y ahora
es mi mejor amiga en todo el mundo, me miraba boquiabierta mientras
estiraba las manos una vez más hacia mi vientre. Estábamos de pie en el
vestíbulo de su costosa suite de hotel en Milán. Se detuvo a pocos
centímetros y levantó las cejas como pidiéndome permiso.

Suspiré y me reí con tono cansado, tras lo cual le agarré las manos y las
puse en mi vientre.

—Sí. Me fui. Bueno, primero tiré mi móvil. Después de todo lo que sé de


ellos, no me extrañaría que le hubieran puesto una aplicación de rastreo. El
viaje en tren fue bastante aburrido. ¿Ya puedo entrar?

—Claro, pero… —Frunció el ceño, con las palmas de las manos todavía en
mi vientre—. Esperaba sentir algo. Cuando mi prima estaba embarazada,
podía sentir los movimientos del bebé como si tuviese un extraterrestre
miniatura dentro.

La abracé mientras me tocaba el vientre, buscando a mi extraterrestre.


—Dios mío, te he echado de menos.

Cuando por fin me separé, suspiré y dejé caer mi bolsa al suelo.

—Dime que tienes… Mierda, iba a decir vodka. —Me llevé las palmas de
las manos a mis ojos cansados. Sentía como si me hubieran dado una paliza
—. ¡Es un crimen no permitirle a las embarazadas tomar alcohol ni cafeína!

—Todavía no puedo creer que vayas a tener gemelos. —Makayla no había


dejado de mirar fijamente mi vientre desde que abrió la puerta.

—Sí. —Metí la mano en el bolso y saqué acetaminofén. Últimamente lo


llevaba a todas partes para mis dolores y molestias.

Era mi bolsa de siempre, pero siempre traía de todo cual Mary Poppins.
Podía sacar cualquier cosa de un momento a otro. Había empezado a pensar
que estaba llena de ladrillos desde hace unas ocho calles.

Maldita Italia y su cultura de ir a pie a todas partes. Quedaba claro que no


habían pensado en las mujeres embarazadas cuando diseñaron esta
endemoniada ciudad. Sí en cuanto a la comida, pero Dios santo, si nos
quedábamos por más tiempo iba a necesitar una de esas pequeñas y
atractivas motos con las que vi a gente paseando.

Y esa era la gran pregunta, ¿no? ¿Me iba a quedar o me iba para siempre?

—¿Me dejas entrar ya en la suite? —Me reí con cansancio, empujando a


Makayla.

Ella me había escrito la semana pasada diciendo que estaría en Milán, en un


desfile de moda. En ese momento le dije que esperaba poder venir a verla.
Qué casualidad. Sobre todo porque no se lo comenté a ninguno de los
chicos. Tenía la intención de hacerlo, pero se me olvidó.

Y ahora ella era mi refugio.


—Ay, está bien. Entra, mami. Cuéntamelo todo. Tengo gelato.

Y así, sin más, empecé a sollozar y a contarle toda la historia mientras me


llevaba al sofá y volvía de inmediato con helado, tal y como había
prometido; de chocolate, mi favorito.

—Esa vaca maléfica —dijo cuando llegué a la parte de Lena.

Asentí, limpiándome la cara con la manga de la blusa.

—Lo sé, ¿verdad? ¿Podríamos pegar una foto suya y lanzarle dardos?

Makayla asintió.

—Buscaremos las más feas en TMZ y las imprimiremos.

—Yupi. —Aplaudí entre lágrimas.

Me dio un abrazo de medio lado.

—Parece que han sido muchas cosas.

Asentí, apoyando mi cabeza en su hombro y hundiéndome allí.

—¿Sabes lo que necesitas?

Sacudí la cabeza, con los ojos húmedos.

—¡Todas las mamás y futuras mamás se merecen mimos! Parece que estos
idiotas te han hecho polvo. ¿Te has tomado un tiempo para ti?

Me sorbí los mocos y traté de pensar.

—Leander se fracturó la pierna y necesita mucha ayuda. También está toda


la publicidad, y todo ha sido tan ajetreado…

—¡No sigas! —Makayla hizo un movimiento para acallarme—. Todo lo


que escucho son excusas para no cuidarte. Estás formando a una persona
dentro de ti. ¡Podrías estar tumbada en un sofá todo el día y ser la persona
más productiva que conozco! Sé que esto suena loquísimo para alguien
como tú, pero se llama tomarse un día libre.

Intenté sacudir la cabeza.

—Estoy en Italia. Toda mi vida es un día libre.

—Patrañas. Todo lo que me has descrito suena muy estresante. Por Dios.
Me escuchaste cuando te conté sobre todas las terapias a las que tuve que
acudir. Que incluso cuando suceden cosas buenas, o cosas que deberían ser
buenas, no significa que no puedas tener muchos sentimientos encontrados
distintos por dentro.

Me aparté de ella y me le quedé mirando.

—Diablos. ¿Cuándo creciste? ¿Dónde está la niña con retenedores?

—Dios santo, si alguna vez se te ocurre contar eso, te demandaré por


incumplimiento de tu acuerdo de confidencialidad —dijo con una expresión
seria, de la forma en que solo una reina del drama podría hacerlo.

Le di un golpecito en el costado.

—Eres una perra.

Dejó de fingir y me sonrió, abrazándome de nuevo y llevándome a ella.

—Y así me quieres. Ahora vamos a darnos masajes para que te relajes de


una puta vez.

—Durmamos primero —grité—. Pasé más de tres horas en tren. Y después


de lo de hoy… —Sacudí la cabeza. Dios, nunca había tenido un día lleno de
tantos altibajos. Estaba agotada y no podía imaginar cómo había podido
aguantar tanto tiempo sin desmayarme en alguna parte. Me imaginé que el
cordón umbilical en mi vientre era un cable de alimentación enchufado a mi
sistema que succionaba toda la energía que tuviera.

Justo entonces sonó el móvil de Makayla. Se lo sacó del bolsillo de los


leotardos y miró la pantalla antes de que encontrarse con mis ojos.

—Eres tú. —Me lo pasó y vi mi número y mi nombre en la pantalla.

Tragué saliva.

—Tienen que ser ellos. Encontraron mi móvil y deben estar llamando a


todos mis contactos para encontrarme.

—¿Quieres que conteste?

Mi corazón se aceleró y negué con la cabeza, presa del pánico. No. Sabía
que en algún momento iba a tener que lidiar con ellos. Pero cerré los ojos.
Tal vez no era justo. Llevaba a sus bebés. ¿Estaba bien desaparecer porque
estaba desorientada y no estaba segura de lo que quería en ese momento?
No creía tener la fuerza suficiente como para lidiar con sus
racionalizaciones y explicaciones en este momento.

Necesitaba algo que no me creía capaz de pedirles: tiempo. Tiempo sin


ellos. Unas vacaciones. Tiempo para descansar y ordenar mis pensamientos.

—Envíales un mensaje de texto —le dije a Makayla impulsivamente—.


Diles que estoy bien pero que necesito un par de semanas para mí y que me
pondré en contacto con ellos pronto.

Makayla me miró con los ojos abiertos, sin tocar aún la pantalla del móvil.

—¿Estás segura?

Respiré profundo.

—Sí.
Luego me fui a acostar en su suntuosa cama de hotel.

Solo para que me despertaran unos estruendosos golpes a la puerta varias


horas después.

Me desperté con el ruido de la sonora voz de uno de los gemelos desde la


puerta de la sala de estar. Exigía verme.
Capítulo 2

JANUS

HABÍA PREPARADO mil discursos en el viaje de tres horas en tren a Milán


para recuperar a Hope. Nos había escrito desde el móvil de su amiga
Makayla, así que no fue muy difícil saber dónde estaba. En especial, gracias
a la investigación de Milo por Internet. Makayla había publicado en su
Instagram fotografías sobre sus vacaciones en Milán hace un par de días.

Leander no estaba en condiciones de recorrer Italia y, teniendo en cuenta las


mentiras que Lena había dicho sobre mí que desencadenaron todo esto,
sentía que tenía que ser yo.

Y, por primera vez, no me necesitaban para las escenas que se rodaban esta
noche ni para las de mañana por la mañana. Pronto empezaríamos a rodar
de noche y nos daban un par de días para acostumbrarnos al nuevo horario
mientras se preparaban todos los platós.

Pensé en que iría por mi mujer y volvería justo a tiempo.

Solo había un pequeño inconveniente. En este momento estaba mirando a


una superestrella muy enfadada que no me dejaba entrar a ver a Hope.
—Fuera. —Makayla bloqueó la puerta de su apartamento con su cuerpo,
sosteniéndola con la mano y la pierna—. No quiere verte.

Nunca había visto a Makayla, pero su rostro me resultaba familiar.


Seguramente el mío también se lo parecía. Es una extraña peculiaridad de
los famosos.

—Mira, solo necesito hablar con ella. Me puede echar después. Pero no me
iré hasta que la vea.

Makayla entrecerró los ojos.

—Los de tu clase son los que menos soporto. No significa no y si no puedes


entender eso… —Empezó a cerrar la puerta en mi cara al mismo tiempo
que exclamó—: ¡Estaré encantada de darte tu primera lección!

Mierda. Lo estaba haciendo todo mal.

—¡No, espera! Te lo pido, necesito…

Justo antes de que la puerta estuviera a punto de cerrarse en mi cara, en el


resquicio que aún podía ver del apartamento, vi a mi hermosa mujer salir de
una habitación. Hope se veía preciosa y estaba desarreglada por haberse
levantado de la cama.

—Está bien, Kayla —dijo Hope en tono suave por el sueño.

Me quedé observando su vientre. La había visto antes, pero me parecía que


últimamente había dado por sentado todo lo que implicaba.

Nuestros hijos. Llevaba a nuestros gemelos. Fue un milagro que llegara a


nuestras vidas, y se nos podía escapar de las manos igual de fácil si no
teníamos cuidado.

Makayla se giró para mirar a Hope.


—¿Cómo? ¿Estás segura? Porque puedo mandar a la mierda a este imbécil.
No me importa cuál sea.

Eso hizo que Hope esbozara una pequeña sonrisa.

—Es Janus.

Makayla se volvió una vez más para mirarme y entrecerró los ojos.

—Ja. ¿Y cómo sabes?

—No te preocupes por eso —dijo Hope al acercarse. Llevaba puesto uno de
esos vestidos veraniegos de estilo corto y con vuelos que le había dado por
vestir en casa últimamente. Aparte de tenerla desnuda, eran de lo más
sensual que le había visto a una mujer. Resaltaban su abultado vientre por
nuestros mellizos, pero le llegaba a mitad de muslo, así que lo único en lo
que podías pensar cada segundo que se movía de aquí allá era en levantarle
esa faldita y…

—¿Janus?

—¿Eh? —Aparté la mirada de sus rodillas para mirarla a la cara.

—Te he hecho una pregunta.

—Vuelve a preguntar. Te extrañé tanto, amor.

Puso los ojos en blanco.

—Pero si me viste hoy.

Me reí. ¿Creía que eso era suficiente? Últimamente estaba hambriento por
ella. Estar constantemente en el plató y no con ella era como una tortura.
Estaba persiguiendo un sueño, pero me separaba de otro. ¿O es que era
como todos y pensaba que todo el tiempo que pasaba con Leander contaba
como tiempo conmigo? Pensé que ella, más que nadie, veía más allá; que
sabía que nuestras similitudes se limitaban a lo físico.

Hope se acercó a la puerta y se quedó parada donde antes estaba Makayla.

Pero todavía no me invitaba a pasar.

—Hope. —Me incliné con la frente apoyada en la pequeña grieta en la


puerta que las dos mujeres me habían permitido y pregunté con mis ojos y
con mi voz—. ¿Me dejas entrar?

Por un segundo sus ojos se ablandaron, y parecía que estaba a punto de


abrirme y dejarme entrar. Pero justo antes de hacerlo su mandíbula se tensó
de nuevo.

—¿Para qué? ¿Para seguir mintiéndome?

—Yo nunca te he mentido.

Si fui rotundo, fue solo porque estaba furioso por el hecho de que Lena
hubiese logrado que Hope dudara de mí.

—No me dijiste que habías ido al reformatorio en lugar de Leander.

Bajé la mirada.

—No fui al reformatorio. Así fue como lo pintó nuestro publicista. Me


acusaron como adulto. Para el juez tenía que aprender una lección.

Escuché el jadeo de Hope.

—¡Pero si eras solo un niño!

Bufé. Todavía no perdonaba a ese juez de mierda. A pesar de que


comprendía que sí, que era un privilegiado y que fácilmente pudo haber
sido peor.
—Entonces, ¿por qué demonios hiciste eso? Aunque fuese por tu hermano.
¿Cuántos meses pasaste donde sea que te hayan encerrado?

—Siete meses en la prisión estatal de California. —Escuché la dureza en mi


voz. Esto era lo más que había dicho en muchos años, y podía sentir el
rechinar de mis dientes y las uñas clavándose en la palma de mi mano de lo
fuerte que estaba apretando los puños.

—¿Por qué? —gritó Hope cruzándose de brazos y ocultando su vientre—.


Dime por qué.

Pero yo estaba negando con la cabeza.

—No me corresponde a mí contarlo.

—¿Qué carajo significa eso? —Los brazos de Hope cayeron a sus costados
y pude notar que estaba pasando de sentir simpatía a enojo.

—Voy a tener estos bebés. —Sostuvo su vientre como si fuera un globo


terráqueo pegado a ella y me miró fijamente—. Y quienquiera que sea su
padre ni siquiera tiene una puta pizca de honestidad conmigo. Te dije que
no quiero más secretos. ¿Cómo voy a criar a mis hijos contigo, y mucho
menos con un hombre que permite que su propio hermano vaya a la cárcel
en su lugar para poder jugar a la celebridad?

—No. —Negué con la cabeza rápidamente—. No fue así. Ya lo habían


arrestado un par de veces y ese hubiera sido el tercero…

—Excelente, entonces no enfrenta las consecuencias de una noche de


borrachera cuando se estrelló con la casa de una mujer donde tuvo mucha
suerte de que no muriera nadie. Pero Dios no quiera que no protejamos a
Leander de las consecuencias de sus propios actos —se burló Hope.

—¡No fue así! —dije, con un poco más dolido de lo que pretendía.
Hope dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza.

—¿No puedes confiar en que yo no habría hecho algo tan drástico sin una
buena razón?

Se detuvo donde estaba, me miró a los ojos y me di cuenta de que estaba


considerando lo que le estaba preguntando.

Así que me atreví a cruzar la puerta y a entrar al apartamento. Makayla se


había ido a otro lugar de la suite, así que al menos ahora solo me enfrentaba
a una mujer hostil, y la única que me importaba.

—¿Te arrepientes? —me preguntó.

Cerré los ojos. No tenía ni idea de lo que me estaba preguntando. Pero esa
era la cuestión. No se lo iba a decir. Aun así, negué con la cabeza, aunque le
respondiera con la voz ronca:

—No.

Me miró fijamente, desconcertada, cuando me atreví a acercarme. No se


inmutó cuando le sujeté la cara con las manos. Por primera vez desde que
me enteré de la intromisión de Lena, mi corazón se calmó.

Tener a Hope en mis brazos lo significaba todo. Olía a lilas. Era femenina y
suave, y cuando me dejó acercarme tanto que nuestras frentes se tocaron,
también pude sentir su firme vientre contra el mío.

Cuatro latidos entre todos nosotros.

Dios, amaba a esta mujer.

—Demonios —susurró, recorriendo mi cintura con las manos—. Por eso


intenté alejarte. Confundes mis sentidos cuando te veo y te toco. —Negó
con la cabeza y se apartó todavía con los brazos en mi cintura—. No sé qué
creer. Me confundes mucho.
Me agaché y la besé.

—Te extrañé.

Gimió en mi boca con ese sonido familiar, aunque lleno de un poco de


dolor.

—Dios, quiero sentir tus manos ahora mismo.

—Yo quiero lo mismo. Si no confías en mí, bien. Confía en lo que tu cuerpo


quiere.

Volvió a gemir.

—¡Eso fue lo que nos metió en este lío!

Me reí al bajar las manos a su culo y apretarlo. Pero luego me puse serio.

—Amor, eres el mejor lío de mi vida.

Y entonces la besé como si mi vida dependiera de ello. Porque a lo mejor


ella no lo creía, pero ella era el aire que yo respiraba, así que, para mí, así
era.
Capítulo 3

HOPE

DEJÉ que se quedara muy en contra de lo que indicaba mi juicio. Tiré el


juicio por la ventana en el momento en que le dejé hablar del otro lado de la
puerta, aunque no respondiera ninguna de mis preguntas.

Pero me besó como si fuera el aire que respiraba. ¿Cómo no iba a


embriagarme de él?

Janus siempre había tenido la capacidad de sacarme de mi propia vida.


Desde el principio cuando me perseguía… Me gustaba pensar que sabía
distinguir una persecución espeluznante de una romántica después de haber
lidiado con los locos que acechaban a Makayla y Destiny.

Janus siempre era muy auténtico. No fingió para luego convertirse en


alguien que no conocía en el momento en que me enamoré de él. Más bien
se había vuelto más atento en cuanto supimos lo del bebé. Solamente las
circunstancias lo habían alejado recientemente…

O todo esto era una tontería que me decía a mí misma porque sus labios
eran tan exquisitos cuando me besaban mientras me arrastraba al sofá.
—Janus —murmuré.

Quería decir más, que deberíamos ir más despacio, que todavía había
mucho que conversar, que este nunca había sido nuestro problema. Janus y
yo nunca habíamos tenido dificultades para comunicarnos con nuestros
cuerpos.

El problema eran nuestras bocas.

Y entonces, como para demostrarme que estaba equivocada, empezó a


besarme de nuevo.

No tenía mucha experiencia con los besos, pero la forma en que Janus me
besaba, Dios santo… Unía sus carnosos labios con los míos. Era tan suave
al principio. Una vez. Luego otra vez. Luego con una presión creciente
hasta que sentía una necesidad inexplicable por él.

Y solo entonces su lengua franqueó mis labios, cuando yo estaba deseosa y


jadeante.

Rozó el borde de mis labios, como si supiera dónde estaba cada punto de
presión placentero; como si me hubiera estudiado para saber dónde estaban
mis zonas erógenas. Y era un excelente estudiante que memorizaba cada
punto que encontraba.

Por ejemplo, cuando la punta de su lengua, una pequeña punta muy


perversa, exploró un lugar sensible detrás del centro de mi labio superior,
sentí una ola de placer.

Lo rodeé con los brazos y las piernas y me retorcí. Era un beso. Era solo un
beso, pero…

Acarició con la lengua rítmicamente esa zona de placer en ese punto a lo


largo de mi labio superior interno y, maldición…
Gracias al cielo que estaba duro debajo de los vaqueros, entre mis muslos,
porque lo rocé con deseo. Tuvo que estirarse para rodear mi vientre. Siguió
besando y chupando intensamente ese punto de mi labio superior. Sabía lo
que tenía y no iba a parar.

Gemí entre espasmos y me retorcí y me agarré a sus caderas y me entregué


a él mientras me hacía llegar al orgasmo tan exquisito nada más con un puto
beso.

Los dos nos quedamos tumbados en el sofá sin aliento, enredados el uno en
el otro. Creo que los dos estábamos sorprendidos por lo rápido que pasó
todo.

Y yo, una mujer embarazada extremadamente cachonda, había olvidado


rápidamente todas las conversaciones adultas que intentaba tener. Agarré a
Janus por el cuello de su camisa. Al parecer, pudo ver la necesidad apenas
saciada en mis ojos. Últimamente, con mi desenfrenada libido del segundo
trimestre, un orgasmo nunca era suficiente.

—¿Cuál es tu habitación? —preguntó, parpadeando rápidamente, como si


intentara caer en cuenta del lugar dónde estaba. Date prisa, amigo. El
cerebro se apagó y el cuerpo manda.

Lo empujé y él se paró de un salto, mirando a los lados con torpeza y


acomodándose su obviamente enorme erección. Makayla había tenido la
amabilidad de irse. No era ninguna tonta.

Janus me ayudó a ponerme en pie y nos fuimos juntos a la habitación donde


había estado durmiendo.

No me importó que la puerta se cerrara de golpe, así le advertíamos a


Makayla que no entrase.
Capítulo 4

HOPE

ERA medianoche y me encontraba recostada en el cuerpo de Janus. Estaba


tibio, se sentía tan real a mi lado, y entre nosotros, en mi vientre, estaban los
bebés.

Imaginé una vida así, durmiendo a su lado, mientras sus hermanos se


acurrucaban en el otro. Pero pensar en ellos, en las mentiras y en la
complicidad que tenían para no contarme las cosas… hizo que las lágrimas
rodaran por mis mejillas hasta caer sobre la almohada.

Amaba a Janus. Amaba su cuerpo. Amaba cómo me hacía sentir a veces.


Era como si yo fuera su mundo, lo que había estado esperando toda su vida
y el aire que estaba desesperado por respirar para seguir viviendo.
¿Entonces por qué sentía ese profundo dolor en el corazón que me gritaba
muy en el fondo que no podía volver a estar con él?

«Aún no confías en él».

No sabía bien si la que me hablaba era una voz de sabiduría o de miedo.


Todo estaba patas arriba. Todo había sucedido tan rápido.
«Y los bebés…»

¿Y si ahora tomaba la decisión equivocada? ¿Y si elegía al hombre


equivocado, como lo había hecho mi madre? ¿De verdad podía correr a sus
brazos teniendo tantas dudas?

¿Qué iba a pasar si nacían los bebés y yo me quedaba atrapada, sin trabajo,
sin salida? Los pequeños, indefensos, y yo quedaríamos atrapados en la
trampa de estas poderosas celebridades sin nadie a nuestro lado. Presa del
pánico, me levanté de la cama. Janus seguía durmiendo. Siempre tenía el
sueño pesado, hasta en una noche como esta, en la que mi asustadizo
corazón latía tan deprisa que me daba miedo que afectara mi presión
arterial.

Me llevé la mano al corazón y salí corriendo hacia el salón. El pánico me


cegaba. No podía respirar bien. Sujeté el pomo de la puerta y cuando la abrí
de un tirón —por suerte, el hotel era tan caro que las bisagras estaban bien
engrasadas y no hacían ruido— volví a mirar a Janus, que seguía
profundamente dormido. Se veía guapísimo con su marcada mandíbula
masculina y sus enormes músculos. Parecía un ángel bíblico de esos que
pueden acabar contigo con un solo soplido.

Podría destruirme con tanta facilidad.

Quería que fuera el hombre que yo creía que era. Necesitaba que lo fuera
por el bien de estos bebés y porque lo necesitaba tanto…

Me aferré a mi pecho, clavándome las uñas.

Se me hacía tan fácil engañarme a mí misma viendo lo que no era verdad.

Los gemelos se movieron en mi vientre. Eran como unos pececillos


resbaladizos dando vueltas y estirándose; alguna pierna o brazo o cabeza
me presionó la vejiga. Los amaba ya con tanta fuerza como jamás pensé.
No era justo que me destrozaran así; que me dieran todo lo que siempre
había soñado, amor y una familia, para luego saber que podría ser un
espejismo en el desierto. No eran más que alcohol para mis heridas.

Si volvía corriendo a la cama, le sacudiría los hombros y le suplicaría que


me dijera la verdad. ¿Podría confiar en lo que saliera de su boca de
imitador? Era tan buen actor. Era injusto para él echárselo en cara.

¿Qué iba a decidir entonces? ¿Lo que era injusto para él o lo que era injusto
para mí? Me quedé en el umbral de la puerta con el corazón latiéndome tan
rápido que casi me mareaba por el miedo y la indecisión. Yo… No podía…

Hasta que otra fuerte patada de los bebés me hizo salir de la sala.
Capítulo 5

LEANDER

HACÍA un mes que no veía a Hope. Cuatro tortuosas semanas sin ver su
rostro en mi vida.

Janus juró haber hecho todo lo posible el día que fue a verla. Pensar aquello
me enojaba y me hacía rechinar los dientes por el dolor de la pierna cuando
cruzaba la plaza en muletas.

La pierna estaba sanando y estaba decidido a recuperar la movilidad. Había


ido al fisioterapeuta cada dos días. A otros pacientes había que engatusarlos
para que se movieran, pero mi fisioterapeuta, Edoardo, siempre me pedía ir
más despacio y que no me esforzara tanto. Le decía que tenía muchas cosas
que hacer y gente con la que quedar, porque necesitaba ver a Hope por mí
mismo, cara a cara.

No me había creído el cuento de Janus. Si él hubiera hecho todo bien, como


decía, ella no habría huido de su cama aquella noche. Janus insistía en que
ella necesitaba tiempo y espacio; que era como un pájaro o algo así, y que
cuanto más intentáramos ponerle las manos encima, más rápido se nos
escaparía de las manos. No sabía en qué momento mi hermano se había
vuelto tan poético y metafórico.

Me sentía como un cavernícola cada día que pasaba sin verla a la cara. Ella
llevaba a mis bebés dentro. La quería en mi puta cueva. Quería cazar
cualquier cosa, matarla y envolverla en sus pieles. Haber estado los últimos
dos meses atrapado en el apartamento por culpa de mi lesión en la pierna…

Clavé las muletas en los adoquines y avancé cojeando más rápido. Estar
atrapado hace que te replantees las cosas. Muchas cosas. Mierda, qué
estúpido fui por haber llevado las cosas así, tanto con Hope como con toda
mi puñetera vida. Hope no confiaba en nosotros porque creía que le
habíamos mentido sobre el pasado, y supongo que así había sido, al menos
por omisión. Dejamos que creyera lo que todo el mundo creía; la imagen
que habíamos proyectado y protegido con tanto cuidado: que yo no era una
gran cagada.

Fui… débil al dejar que mi hermano cargara con toda la culpa, que era mía,
hace tantos años. Él juró que no serían más que unas pocas semanas en el
reformatorio y que el juez sería benévolo con él. Y yo había estado en mal
estado. Sentí como si me estuviera salvando la vida en ese momento. Me
encontró en ese puente y me hizo prometer… Si le dejaba hacer este último
por mí, algo que los hermanos hacían el uno por el otro. Que tenía que
comprometerme a poner mi vida en orden mientras él estuviera dentro, y así
hice.

He estado bien desde entonces. O algo así. Me alejé de las drogas y ahora
solo bebo en eventos sociales. Fui a un terapeuta varios años atrás para
superar algunas cosas. Pero después de lo que Janus pasó, las cosas nunca
fueron las mismas entre nosotros. Nos hice daño. Sé que fue así.

Hay cosas de las que no te puedes recuperar. Así que tal vez estoy
recibiendo lo que siempre merecí. La parte de mí que fue a terapia decía
que éramos muy jóvenes y que nunca merecimos toda la mierda que nos
pasó sin estar preparados. Y esa misma parte de mí reconocía que eso
influyó en todo lo que vino después.

Conocer a Hope y las emociones tan fuertes que evocó en todos nosotros
volvió a removerlo todo. Ella sacó a la superficie todos los viejos
resentimientos, rivalidades y mucha mierda que ni siquiera entendía
todavía. Solo sabía que la necesitaba y que me estaba ahogando sin ella.

Yo también podría ser el hombre que necesitaba que fuera. Daría un paso
adelante. Le he estado dando el espacio que Janus dijo que necesitaba,
aunque me estuviera matando. Porque, aunque aún no era un buen hombre,
podría serlo. Podría serlo para ella. Nunca antes había encontrado una razón
que fuera tan convincente.

El móvil que tenía en el bolsillo empezó a sonar y pensé en dejar que la


llamada se fuera al buzón de voz, pues ya casi había llegado a la fuente
donde podía sentarme y quitarme un peso de encima, pero algo —tal vez mi
humor— me hizo detenerme en seco, posarme en el centro de la plaza con
las muletas incrustadas en la esquina de varios adoquines y contestar el
móvil.

—¿Qué? —solté tras aceptar la llamada.

—¿Habla Leander? ¿Leander Mavros?

Fruncí el ceño al escuchar la voz y ver el número desconocido. ¿Era un


admirador u otro maldito periodista?

—¿Quién es? ¿Cómo has conseguido este número?

—Es Hope. No se encuentra bien.

Mierda. Inmediatamente entré en modo alerta.


—¿Dónde está? —pregunté—. ¿Qué ha pasado?

—Se cayó. Le han estado dando muchos mareos. Le he dicho cientos de


veces que teníamos que ir al médico…

Sufrí una descarga de adrenalina.

—¿Dónde está? Mierda, dime que sigue en Italia. ¿En qué hospital está?

Estaba cerca de una parada de taxis, pero no lo suficiente. Empecé a


dirigirme en ese sentido con torpeza y el móvil en altavoz.

—Hospital San Raffaele. Sí, seguimos en Milán. Está despierta y alerta y


ahora está con el médico. Pero cuando se desmayó, cayó hacia delante…

—¡Mierda! ¿Se desmayó? —grité, pero intenté conservar un tono de voz


calmado para continuar—. Bien. Voy para allá. Llegaré en…

Hice señas a un taxi que se detuvo, empujé a un joven con aspecto de turista
y tiré las muletas detrás de mí.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a Milán? —le pregunté al conductor


indicándole el hospital, él mencionó una tarifa escandalosa y asentí,
impaciente—. Vamos.

Entonces transmití la información sobre el tiempo que me tomaría llegar


por el móvil. Supuse que hablaba con la amiga de Hope, Makayla, pero no
me importaba en ese momento.

—Estaré allí en dos horas. ¿Prometes llamarme si hay alguna novedad?

Un suspiro fuerte se oyó al otro lado de la línea. No la estaba tratando con


mucha amabilidad, pero respondió:

—Lo prometo. Volveré a llamarte si el médico me dice algo más.

—Bien —dije, cortante—. Estaré allá en cuanto pueda.


Hubo una pausa al otro lado de la línea y pensé que tal vez había colgado.
Hasta que la voz sonó por última vez:

—No hagas que me arrepienta, Mavros.

Y entonces escuché el tono del fin de la llamada.

No lo haría. Por una vez en mi vida, no iba a arruinar las cosas. Empezaría a
ser un buen hombre hoy mismo.
Capítulo 6

HOPE

LOS OJOS me ardían por contener las lágrimas desde que me desmayé y
desperté en el suelo.

—¿Y los bebés? ¿Están bien? —le pregunté a la doctora por enésima vez—.
¿Segura?

La doctora de urgencias, una mujer joven de unos treinta años con rizos
negros y piel aceitunada, me sonrió con amabilidad.

—Todo parece estar bien. Los latidos de ambos son fuertes, no parece que
estén en peligro. Ahora que han pasado quince minutos desde que te
tomaste las pastillas de hierro, deberías empezar a sentirte mejor.

—Pero no sentí a los bebés moverse después de la caída. Normalmente los


siento moverse…

—Pero los has sentido moverse desde entonces. Sentimos juntas el piecito
que me pateó la mano durante el examen, ¿cierto? Escuchamos sus latidos
fuertes. ¿Lo recuerdas?
Parpadeé rápidamente, todavía intentando calmar mis latidos.

—Ahora respira profundo. Voy a darte el número de nuestra unidad de


obstetricia, allí tenemos médicos de guardia las veinticuatro horas del día.

Asentí y moví las rodillas rápidamente arriba y abajo. No podía dejar de


temblar. Nunca había tenido tanto miedo.

—Ahora, respecto a los mareos que has estado teniendo, en unas horas nos
llegarán tus análisis de sangre. Dijiste que has estado tomándote el ácido
fólico, ¿cierto?

—Sí —dije rápidamente—. Todos los días.

—Bien. También te recetaré suplementos de hierro para que te los lleves a


casa. Sospecho que esa puede ser la causa, aunque necesitaré los análisis de
sangre para confirmarlo. Dijiste que tenías antojo de dulces pero que no
comías mucha carne roja, ¿verdad?

Asentí. Ahora que lo mencionaba, últimamente no había comido mucha


carne, además de los ingredientes ocasionales de la pizza. La mayoría de las
veces servían la pizza solo con queso y tomate, y eso me encantaba. Con
eso me bastaba. Mi cuerpo parecía ansiarla en el tercer trimestre.
Sospechaba que se debía al sabor salado del queso, aunque mis tobillos
hinchados no me lo agradecían.

Aun así, volvía todos los días a la tienda de Giuseppe a comprar mi porción
diaria. Era gregario y, a estas alturas, ya conocía toda la historia de mi vida.
A él le encantaba alimentar a una estadounidense embarazada. Estaba
particularmente emocionado porque tendría gemelos. Siempre decía que yo
«no tenía la panza tan grande como debía», y que tendría que «encargarse
de ello».
Creo que le gustaba practicar su inglés todos los días y tener a alguien que
no fuera su guapa mujer de dientes separados con quien coquetear todo el
día. Era una de las razones por las que pasaba las tardes en su tienda.
Giuseppe y su mujer rondaban los sesenta años y llevaban casados casi
cincuenta. Se hicieron pareja cuando ambos tenían diecisiete años.

—Fue el primer panecillo que metí al horno —bromeó Giuseppe, a lo que


Marta lo persiguió con la escoba.

Se me estrujó el corazón al pensar en cómo se amaban después de tantos


años. Sus ocho hijos y un montón de nietos también iban y venían a
menudo, ayudando y visitando la tienda.

—Hope, ¿me has oído? —me preguntó la doctora y volví a centrarme en


ella. Era como si, ya convencida de que los bebés se encontraban bien
después de tantas horas de pánico, hubiera necesitado comprobarlo con lo
más agradable que mi cerebro pudiera encontrar. O tal vez este susto con
los bebés me había hecho echar de menos a sus padres…

Aunque Makayla había estado a mi lado en todo momento hasta llegar al


hospital y estaba en la sala de espera porque le había pedido que se quedara,
seguía sintiéndome sola, lo cual no era un comentario sobre el estado de
nuestra amistad. Se trataba más de quién estaba presente y de quién no. Los
echaba de menos. Echaba de menos a mis hombres. Cada día que me
despertaba sola y con frío en la cama, me preguntaba si había sido
demasiado dura y brusca al marcharme.

Debería haberles dado más oportunidades de explicarse. Janus seguía


diciendo que a él no le correspondía contar esa historia, así que tal vez debí
haber buscado a Leander y sentarme en su cara si nada más funcionaba.
Sonreí al pensarlo mientras el médico me entregaba un diminuto frasco de
pastillas e instrucciones de la farmacia donde podría conseguir más.
Asentí distraídamente. Cuanto más pensaba en la idea de sentarme en su
cara, más mérito le encontraba. Imaginé una conversación con Leander:

¿No quieres hablarme del pasado? Perfecto. Entonces cómeme hasta que
estés dispuesto a hacerlo.

Así, al menos, yo sentiría placer y él sería el torturado durante un rato al


olerme y saborearme sin poder hacer nada más que olerme y saborearme
más. Lo dejaría en libertad solamente cuando estuviera dispuesto a
contármelo todo. Y me refiero a TODO.

Me aferré al frasco de pastillas que tenía en la mano junto con la receta y


una lista de instrucciones e información sobre la anemia relacionada con el
embarazo tanto en italiano como en inglés. Luego salí de la consulta y volví
por el pasillo hacia la sala de espera. Anemia. Dios mío, Makayla tenía
razón. Debí haber ido al médico en cuanto empecé a sentir mareos hace una
semana. ¿Por qué hacía siempre lo mismo? ¿Por qué siempre me ponía en
último lugar?

—¡Hope! —Levanté la vista al oír la voz de Makayla—. ¿Qué ha dicho el


médico? ¿Los bebés están bien?

Levanté la vista para mirarla y empecé a contarle todo lo que me había


dicho la doctora. Todavía estaba un poco ida, pero, de repente, unos gritos
llamaron mi atención.

—Te he dicho que mis hijos están en peligro y tienes que dejarme pasar.
¿Tienes idea de quién soy? Más bien mi hermano. ¿Sabes quién es mi
hermano?

¿Qué?

Leander Mavros, con su imponente metro ochenta, estaba en el extremo


opuesto de la sala de espera, en la zona donde todo el mundo esperaba antes
de que los pacientes fueran procesados y trasladados a esta sala de espera
más interna y tranquila donde solo se permitía el paso a un familiar.
Habíamos mentido y dicho que Makayla era mi hermana, con diferentes
apellidos de casadas, obviamente.

Makayla giró la cabeza en la misma dirección y frunció el ceño.

—Mierda.

—¡Lo has llamado! —siseé, sin saber si estaba furiosa o abrumada después
de todo lo que ya había pasado.

—¡Estabas en el suelo gritándome que llamara a una ambulancia! —dijo


Makayla—. Estás tan grande que pareces un elefante con esos bebés. Lo
siento, pero no me arrepiento. Sí, pedí refuerzos para que me ayudaran.
Estaba aterrada.

Exhalé un largo suspiro a través de mis dientes, luego extendí la mano hacia
su brazo.

—La doctora me ha dicho que tenga a alguien a mi lado las próximas


veinticuatro horas hasta que esté segura de que las pastillas de hierro hacen
efecto, por si vuelvo a marearme. Me ofreció unas pastillas de disolución
rápida, pero igual.

—Más vale prevenir que lamentar —dijo Makayla, y asentí con la cabeza.

—Exacto.

Makayla sacudió la cabeza hacia Leander, que había comenzado a hablar


más alto ahora que me tenía delante. Nos hacía gestos frenéticos a Makayla
y a mí. Imaginé que los asistentes le estaban explicando que sólo un
miembro de la familia podía estar aquí a la vez y estaban perdiendo la
paciencia con él. Además, era obvio para cualquiera que tuviera ojos que yo
ya estaba bien. Aun así, me compadecí de él. Si seguía así, llamarían a
seguridad.

—Vamos —le dije con desgano.

Esperaba que Leander se volviera hacia mí en cuanto me acercara. Ya había


arremetido contra mí de forma infantil por cosas que no eran mi culpa. Sin
embargo, luego de atravesar la barrera, se abalanzó sobre mí y… me
abrazó, dejando caer las muletas al suelo.

—Gracias a Dios que estás bien. —Luego se echó hacia atrás,


balanceándose sobre su pierna sana. Parpadeé, sorprendida, tanto por su
mayor movilidad como por la emoción en su rostro—. Estás bien, ¿verdad?
Y… —Sus ojos se posaron en mi vientre.

—Sí —me apresuré a decirle—. Todos estamos bien.

Volvió a darme un abrazo de oso.

—Gracias a Dios.

Eso era todo lo que aparentemente podía decir. Una y otra vez. Sus dedos
empezaron a peinarme y, finalmente, todas las lágrimas que había estado
conteniendo con tanto coraje estallaron. Sollocé en su pecho y él me abrazó,
murmurando:

—Shhh, shhhh —me tranquilizó frotándome la espalda.

Y ese, aparentemente, fue mi punto de quiebre.

Había mantenido la compostura durante todo el día. Aunque sí, le había


gritado a Makayla para que llamara a una ambulancia, pero no había llorado
ni una sola vez. Había entrado en estado de emergencia, algo que había
perfeccionado durante mis años como la publicista de Makayla y Destiny.
Nunca lo había pensado antes, pero supongo que ser publicista y confidente
de dos niñas preadolescentes y luego adolescentes me había dado un curso
intensivo de cómo ser madre. Salvo que las conocí cuando tenían doce
años, al menos.

Nunca me había sentido más desamparada que con estos pequeños seres
que ni siquiera habían tomado su primera bocanada de aire. Por fin habían
superado las treinta semanas y eran teóricamente lo bastante grandes como
para sobrevivir fuera del útero —en una UCI, claro—. Estaban indefensos y
eran completamente dependientes de que no metiera la pata en cosas como
no tener hierro en el cuerpo. Entonces vengo y me desmayo y lo echo todo
al abismo.

Está bien, no había estado cerca de un abismo, pero ya te harás la idea.

Pero que Leander fuese dulce cuando esperaba que se comportara como un
imbécil… Cuando esperaba que me gritara por no tener cuidado con sus
hijos…

No.

No, no, no.

Empecé a sollozar tan fuerte que apenas podía mantenerme en pie y,


francamente, Leander no era de mucha ayuda para eso, porque me había
estado usando como muletas para mantenerse en pie.

—¡Cielos, chicos! —dijo Makayla, pasándole las muletas a Leander cuando


nos vio tambalearnos—. ¡Siéntense de una buena vez antes de que
tengamos que dar la vuelta y volver a entrar!

Leander agarró una muleta para estabilizarse, pero no me soltó.

—Si me lo permites, nunca te soltaré.


Capítulo 7

HOPE

SENTÍA DEMASIADAS EMOCIONES cuando tomamos un taxi para


volver a casa. Makayla iba adelante con el conductor porque Leander se
negaba a separarse de mí. También nos siguió hasta el apartamento,
supongo que era obvio. Después de todo el espacio que había puesto entre
nosotros para intentar descifrar los pensamientos de mi cabeza, parecía que
se me había acabado el tiempo. Leander no hizo más que confirmar mis
sospechas cuando traspasó el umbral del apartamento, echó un vistazo a su
alrededor y sus pesados e intensos ojos grises se posaron en mí.

—Me quedaré aquí mientras recoges tus cosas.

Hice un ruido exasperado.

—¿Crees que puedes venir aquí a…?

La mirada de Leander se endureció.

—Sí creo. Porque te desmayaste y caíste de bruces. Estás loca si crees que
te perderé de vista. Volverás conmigo donde Milo y yo podamos vigilarte
durante el resto del embarazo.

Cada palabra que salía de su boca encendía mi mecha. Había dicho todas
las palabras correctas en el hospital, pero era yo la que alucinaba otra vez.
Aparté la mano con la que me sujetaba la cintura. Era impresionante que
hubiese podido mantenerme agarrada, teniendo en cuenta que seguía
usando las muletas, y podía notar que le dolía la pierna. Eso hizo aún más
evidente que no podía manipularme. Ja.

Me llevé las manos a las caderas.

—Ya no puedes darme órdenes. ¿No has aprendido nada? Creía que estabas
cambiando, pero veo que eres el mismo de siempre, ¿no?

Leander apretó los dientes y me di cuenta de que estaba conteniendo las


palabras.

—No, adelante. Dímelo. Dime cuáles son tus verdaderos sentimientos, no


intentes maquillarlos y mentirme.

—Cielos, mujer, ¿por qué tienes que complicarlo todo? —estalló.

Di un paso para alejarme de él, pero se limitó a pasearse de un lado a otro


delante de la puerta, lo que parecía aún más dramático porque tenía que
usar las muletas. Clavaba las muletas en el suelo de madera y se balanceaba
dramáticamente con cada paso.

Me fulminó con la mirada mientras se iba.

—Aprendí ciertas cosas durante el tiempo en que no estuviste. Aprendí que


me enloquece quedarme quieto si estás aquí y yo no puedo saber cómo
demonios están los bebés y tú. Aprendí que mi corazón se detuvo y sentí
que me iba a morir si algo malo te sucedía cuando Makayla llamó. —
Finalmente, dio un paso hacia mí, pero se detuvo antes de invadir mi
espacio—. Y sé que, si no vienes conmigo ahora, donde pueda vigilarte y
pueda hacer que mi médico especialista observe tu estado en lugar de
dejarte a merced de los caprichos de la unidad de obstetricia de urgencias en
algún hospital del que no sé nada, entonces bien, tienes razón, no he
aprendido nada. No he cambiado. —Me fulminó con la mirada—. Ahora ve
a empacar tus cosas.

Mierda. Este debía ser mi fin, porque todo lo que acababa de decir me
parecía… excitante y reconfortante.

Hoy también había pasado un susto de muerte. ¿Y si se me pasaba por alto


otra cosa que acabara perjudicando a los bebés? Tampoco necesitaba a unos
señores que vigilaran cada uno de mis pasos, pero no sería lo peor del
mundo tener algunas manos extra ayudando.

Además, mi querida amiga Makayla tenía su vida y ya había prolongado su


estancia de vacaciones durante un par de semanas. Pero no podía quedarse
aquí para siempre, tenía una vida y una carrera muy ocupada. Sé que había
estado pensando en rechazar un papel porque creía que yo iba a necesitar
ayuda después de la llegada de los bebés. Volver con Leander era la
decisión correcta por ahora.

Había venido para redescubrir mi fuerza, y así había sido, ¿verdad? Me


había reencontrado con mi yo adolescente, una joven fuerte que había
abandonado su casa y su insalubre comunidad y que huyó a la gran ciudad.
Era una mujer inteligente y poderosa que podía hacer grandes cosas, pero
eso no significaba que no pudiera pedir ayuda de vez en cuando.

Le devolví la mirada a Leander y le señalé la cara con el índice.

—Hay cosas de tu pasado que tienes que explicarme.

La cara de Leander estaba algo roja por todas sus pataletas, pero al oírme,
sus mejillas palidecieron. Aún tenía los dientes apretados, pero asintió.
—De acuerdo.

Respiré hondo y dejé salir lentamente:

—Bien. Iré a empacar.


Capítulo 8

HOPE

LEANDER METIÓ mi equipaje en el maletero y nos subimos al taxi que


nos llevaría de vuelta a Padua.

—De acuerdo. —Miré fijamente a Leander a través del asiento trasero con
expectación y crucé los brazos sobre el pecho—. Hablemos. Tienes un
pasado y quiero que me hables de eso.

—¿De verdad quieres hablar de esa mierda ahora? —preguntó Leander con
las cejas arqueadas—. ¿Ahora?

—Sí. Si no es ahora, ¿cuándo?

—Pronto —dijo, y pude ver la irritación en su rostro. Si solo se tratara de


irritación, habría presionado un poco más, pero había algo más. Dirigió la
mirada al conductor y supe que no quería sacar los trapos sucios frente a un
desconocido.

Además, estaba cansado, eso también podía verlo con claridad. Agotado, de
hecho, a juzgar por sus ojeras. Ni siquiera después de su accidente lo había
visto tan cansado. Tal vez fuera la fisioterapia que había estado haciendo,
que obviamente lo había estado presionando.

Probablemente una estúpida parte sentimental dentro de mí esperaba que


fuera mi ausencia lo que lo tenía tan agotado. Quería deshacerme de esa
falsa idea y pensar que solo le preocupaban los bebés…, pero la forma en
que me sujetó de la mano mientras se quedaba dormido en el largo viaje de
vuelta a Padua decía lo contrario.

Murmuró mi nombre en sueños, y una expresión de dolor cruzó sus cejas.


Se me encogió el corazón y aparté la mirada de él para contemplar el
paisaje. ¿Qué significaba todo aquello?, ¿que realmente me había echado de
menos a mí y no solo lo que representaba para él como madre de sus
gemelos? ¿Era el tipo de hombre que yo quería como padre para mis hijos?
¿Un hombre capaz de abandonar a su propio hermano y permitirle cumplir
la pena de cárcel que debería haber sido suya? Aquello era propio de un
cobarde, y él seguía negándose a dar explicaciones o a rendir cuentas.
Desde que me enteré de los hechos, Janus y él no hacían más que promesas
vacías de respuestas. Siempre me decían: «Pronto, pronto», como una
táctica dilatoria para aplazarme mientras me llevaban a donde querían.

El problema para mí era que estaba exactamente donde yo también quería


estar. Porque la deprimente verdad que había aprendido durante este mes
lejos de los chicos era que los había echado de menos con desesperación. A
los gemelos, y sí, a Milo también, con sus cotilleos y voyerismo. Era como
el pegamento que mantenía unida a nuestra tripulación. No podía
imaginarnos de otro modo, por más que Janus coqueteara de vez en cuando
con la idea de que nos fuéramos los dos solos. Ni siquiera sabíamos si Janus
era el padre de los bebés. Podía ser su tío. No quería ni pensar en la
complicada batalla legal que podría surgir si Leander insistiera en el asunto.
Sería una pesadilla para las relaciones públicas y no creía que el ADN
pudiera dar una respuesta definitiva en el caso de gemelos.
Así que, por más que todos quisiéramos negar la realidad en aras de una
salida fácil… todos nos habíamos metido por voluntad propia en esto. Y
podíamos comportarnos como adultos o…

Leander se despertó de nuevo cuando estábamos a las afueras de Padua, con


el sol poniéndose. Empezó a acariciarme la pierna como si nunca
hubiéramos estado separados, con el muslo pegado al mío. Su voz sonó
tranquila y segura en mi oído.

—Escucha, te contaré todo lo que quieras saber. Pero, sea lo que sea que te
vaya a decir, no te irás.

Me volví hacia él, acalorada y molesta por varias razones, dispuesta a


decirle lo que pensaba, pero su sonrisa era pura coquetería cuando se
inclinó hacia mí. Su aliento se sintió cálido en mi oído.

—Escucharás todo lo que tenemos que decir. Si no te gusta, puedes


ignorarnos, pero te quedarás aquí hasta que nazcan los niños.

Empecé a asentir, pero él continuó:

—O siempre puedo atarte a la cama.

Se me cortó la respiración.

—O podría seguir mi primera opción y secuestrarte en una isla exótica que


yo elija. No te preocupes, haré que vaya un médico a examinarte y a atender
el parto.

Me quedé boquiabierta y lo miré con odio.

Seguía sonriendo coquetamente, así que no sabía si hablaba en serio o en


broma. Para ser sincera, pensé que probablemente era una mezcla de ambas
cosas. Así que sí, estaba tratando con un ser súper racional, por así decirlo.
Y tal vez me estaba pasando de la raya, porque, aunque normalmente
semejante posesividad me habría dado que pensar o me habría hecho huir
en otra dirección, o al menos si Makayla o Destiny hubieran descrito así a
algún chico que las rondara… Bueno, cuando se dirigía a mí con dos bebés
casi a término en mi vientre, me pareció asquerosamente novelesco.

El hecho de que volviera a hablar de atarme a la cama hizo que mi libido se


disparara imaginando todas las cosas que quería que él… o que ellos me
hicieran una vez que las esposas se cerraran. Sí, papis. Así que bajé los ojos
de una forma que sabía que lo volvía loco porque me hacía batir las
pestañas.

—Está bien, papi —dije finalmente, inclinándome sobre el asiento central


vacío del taxi que habíamos cogido para volver a Padua—. Pero solo si
prometes darme unos azotes cuando me tengas atada.
Capítulo 9

JANUS

Subí corriendo las escaleras. Había vuelto, a menos que Leander me


estuviera haciendo una broma muy cruel. Últimamente no había sido tan
idiota, pero tampoco habíamos hablado mucho. El horario de mis rodajes
nocturnos me obligaba a dormir durante el día mientras él estaba despierto,
así que apenas nos veíamos, cosa que le venía de maravillas a nuestra
relación.

Metí la llave en la puerta, la giré y cuando la empujé… allí estaba ella, en el


centro de la habitación. Mi mujer. Mi futura esposa. La que próximamente
lo sería. Estaba más hermosa que nunca. Aquellos pechos. Aquel vientre tan
abultado como jamás me imaginé que se pondría en tan solo un mes.
Leander estaba por delante de ella y Milo detrás, sosteniéndola sin apretar.

Una especie de ruido gutural salió de lo más profundo de mi garganta en


cuanto corrí hacia ella.

—Hope —jadeé, intentando no ser brusco mientras me abría paso en el


círculo para poder tocarla.
Por una vez, Leander me cedió el paso. Aferré la delicada forma de su
cráneo mientras acercaba su rostro al mío. Dios, la había echado tanto de
menos. Respiré su olor, desesperado y rebosante de alegría, sintiendo
demasiadas emociones. Sacudí la cabeza, no quería sentir tantas cosas a la
vez. Ahora no. Apreté la frente en la suya y me aparté para mirarla a los
ojos.

—Cariño —dije, y mi voz sonó ronca cuando mi intención era ser amable
—. Estás en casa.

Mil palabras más se me atascaron en la garganta. Todas las cosas que quería
decirle. Todas las conversaciones que había tenido con ella en mi cabeza
cuando no estuvo. Todos los juegos de las veinte preguntas a los que había
jugado solo, imaginando sus respuestas y devolviéndole las mías,
abriéndome como ella siempre había querido. Pero nada de eso salió.
Alcancé a decirle entre jadeos:

—Estás en casa.

Ella asintió, con lágrimas brillando en sus ojos y luego se lamió los labios.
Eso fue todo. La besé, y mis grandes dedos se colaron entre las ondas
brillantes de su pelo para poder acariciarle el cráneo justo en el cuero
cabelludo. Necesitaba saber que era real y necesitaba acercarla a mí todo lo
que pudiera.

Cuando me abrió su dulce y suave boca, no dudé. Saboreé lo que mi alma


había echado de menos: a ella. Lamí el paladar suave y sensible del interior
de su labio superior, donde los nervios parecían unirse. Se estremeció entre
nuestros brazos.

—Basta —dijo Leander—. Ha sido un largo viaje. Llevémosla a la


habitación.

—Sí —dijo Hope en mi boca.


Mierda, ardía en mis manos. Le pasé la palma de la mano por la nuca hasta
sus hombros mientras los chicos empezaban a ayudarla a llegar a la
habitación.

—Al sofá —me apresuré a decir.

Me sorprendió que aún estuviera vestida cuando entré. No sabía cómo mis
hermanos no la habían desnudado ya. Ella y Leander debían de haber vuelto
unos segundos antes de que yo llegara. Mis manos se posaron en el
dobladillo de su camisa, chocando con las de Milo mientras juntos
maniobrábamos para levantarla. Ella levantó los brazos para ayudarnos. Mis
dedos rozaron su vientre. Qué barbaridad. Estaba embarazada de nuestros
bebés.

Milo terminó de quitarle la camisa mientras mis manos le acariciaban el


vientre con reverencia. No podía dejar de admirar su vientre y sus ojos. Las
lágrimas que tenía acumuladas se derramaron cuando nuestras miradas se
cruzaron. Leander le desabrochó el sujetador con una sola mano y luego la
abrazó por detrás. Su brazo la rodeó de modo que su mano se unió a la mía
sobre su enorme y redondeado vientre.

Unas líneas rosas pálidas, como telas de araña, estaban pintadas en su pelvis
y me arrodillé. La mirada de Hope seguía clavada en la mía cuando empecé
a besar una de sus líneas. Tenía la respiración acelerada, nuestras miradas
desprendían electricidad mientras yo le bajaba sus pantalones de
maternidad, sin dejar de besarla.

—Janus —susurró.

Incliné la cabeza hacia su sexo y le acaricié el culo con las manos. Su


vientre se curvó sobre mi cara y me sentí como Atlas con el mundo en
manos. Con nuestros hijos. Nuestro futuro descansando en mi cabeza. Mi
mundo.
Milo y Leander la llevaron hacia atrás para que aterrizara suavemente en el
sofá. Me arrastré hacia delante y no me detuve hasta inhalar sus rizos dulces
y perfumados. Respiré profundamente y sus muslos se cerraron en torno a
mis hombros como si estuviera avergonzada.

—Hoy no me he duchado —susurró.

Pues mucho mejor.

Leander y Milo, como si leyeran mis pensamientos, agarraron un muslo a


cada lado y le abrieron completamente las piernas.

—Di mi nombre —le dije.

Metí la nariz entre las dos suaves rodajas de limón que eran su feminidad.
Luego saqué la lengua y le lamí la abertura lentamente. Gruñí. Dios, había
echado de menos el sabor de esta mujer. Mi mujer. Mi pene, aún duro, no
paraba de hincharse. Bajé una mano para desabrocharme los vaqueros y me
los quité de un tirón para liberar la presión. Luego me incliné con fuerza,
husmeando y presionando profundamente la boca en el ápice de su monte
de venus.

No iba a contener el deseo ahora que había recuperado a mi mujer. El


animal que vivía en mí quería liberarse. Necesitaba saciarme. Abrí bien la
boca y me aferré a ella. La parte más dulce de una mujer era ese botón de
carne de dos centímetros y medio que incluye el clítoris y todo el camino
hasta su abertura. Con Hope sabía, por experiencia, que, si concentraba mi
lengua no solo en su clítoris, sino también en…

Alcé la mano con el dedo medio listo para…

Mi amor chilló como yo quería cuando empecé a frotar la firme cresta en la


abertura de su sexo con mi grueso dedo medio. Al mismo tiempo, le chupé
el clítoris.
Me despegué de ella justo en el tiempo suficiente para exigirle, con la
barbilla empapada de sus jugos:

—Di mi nombre.

—¡Janus! —gritó mientras yo volvía a bajar a chupar con todas mis fuerzas
y la llevaba a su primer orgasmo estremecedor de la noche, porque sabía
que, con mis hermanos erectos a cada lado de mí, iba a tener muchos más.
Capítulo 10

LEANDER

¿VEN CUÁNTO HE CRECIDO ÚLTIMAMENTE?

Dejé que mi hermano tomara su turno para reencontrarse primero y darle a


nuestra mujer su primer orgasmo estremecedor, pero al pasarle la mano por
sus suaves piernas que aún temblaban, ya estaba sacando mi pene. Era el
último hermano en hacerlo. Las pelotas me iban a estallar. Así habían
estado durante las dos horas y media de camino a casa.

—Acomódenla para que esté de rodillas en el sofá —les ordené a mis


hermanos—. Ahora yo tengo el control.

Pensé que Janus me mandaría a la mierda, pero por una vez no fue así. Su
pene estaba duro y pendía de sus piernas. Ayudó a Milo, quien estaba en
una situación similar, mientras ayudábamos a nuestra mujer a ponerse en
cuatro. Le di unos golpecitos en el culo para que se arrastrara hasta el borde
del sofá y, con mis muletas, me moví para que mi pesado pene quedara
frente a su cara.
Me miró, la imagen más dulce de inocencia, mientras su vientre —la prueba
de lo bien que la habíamos follado— estaba apoyado en el sofá con nuestros
futuros hijos dentro.

Mi voz salió oscura y calmada cuando le ordené:

—Di mi nombre.

Tragó saliva y me dispuse a follarla más duro a sabiendas de que pronto


aquella delicada garganta se ahogaría con mi pene.

—Leand…

Empezó, pero no terminó porque le metí el pene en la boca ya sin poder


esperar ni un segundo más y ella empezó a chuparme de inmediato.

—Azota a tu prometida —ordené a Janus—. La quiero babeando como una


perra en celo, ahogándose con mi pene. La quiero incontrolable.

Le saqué el pene de la boca hasta que la cabeza, goteando saliva, salió


sonoramente. Y luego se lo volví a meter.

—Hoy es nuestra perra y la follaremos como tal para que sepa exactamente
cuál es su sitio. La impregnaremos de nuestros fluidos.

Volví a sacar el pene, me incliné torpemente a pesar del dolor que me


causaba en la pierna y la besé torpemente con fuerza. Ella me devolvió el
beso furiosamente y usé los dientes para morderle el labio inferior antes de
volver a ponerme en pie.

—Di mi nombre.

—Leander —jadeó, y entonces atiborré su boca y garganta con mi pene.


Tenía los ojos desorbitados.
—Chupa —le exigí, sacándolo de nuevo justo cuando empezaba a
chuparme en serio. Estaba babeando, y su saliva era como un puente entre
su boca y la cabeza brillante de mi pene, duro como una roca.

—Quiero ver más saliva —le dije—. Escúpele.

Volvió a abrir los ojos de par en par como buena chica y solo dudó un
momento antes de hacer lo que le decía: escupió. Cielos, qué excitante fue.
Volví a meterlo entre sus labios húmedos. Con la mano, moví la gorda
cabeza de mi pene por el interior de su boca. Su pequeña lengua lamía
furiosamente la punta, volviéndome loco.

Volví a metérselo en la garganta y tuvo una arcada.

—Te dije que la azotaras. —Miré fijamente a mi hermano.

Lo observaba todo como si estuviera midiendo las cosas por sí mismo.


Como si no confiara en que tuviera la situación bajo control. Pero antes de
que me enojara con él, hizo lo que le pedí. Mirando el meneo de su culo
como si anhelara tener un pene dentro, me enfureció que tardara tanto en
darle a nuestra chica lo que necesitaba. Pero, en cuestión de segundos, sonó
un sonoro azote en todo el salón y ella gimió sobre mi pene.

—Joder, sí, nena. Así. Así le gusta a papi.

Janus la azotó de nuevo y vi que todo su cuerpo se estremecía.

—Fóllala ahora —le dije—. Está tan lista que, si no lo haces, se va a correr
nada más que con mi pene en la boca. Se siente delicioso sentir su cuerpo
apretándote, eres un idiota de mierda si no…

Janus la embistió y sonreí.

—Ahora estás entre nosotros, nena —dije, poniéndole una mano en la nuca
a Hope.
A diferencia de Janus, no le cogí la cabeza con suavidad. Tiré de su pelo
hasta que arqueó la espalda y los ojos se le pusieron en blanco. Empezó a
temblar. Saqué mi pene de su garganta para darle un respiro; sabía que la
estaba forzando, pero todos lo necesitábamos.

Empezó a sacudirse en el sofá mientras Janus la follaba.

—Milo, es tu turno —dije, y me aparté para darle lugar a mi otro hermano.

Milo parecía sorprendido, pero se dio prisa para ocupar el lugar que yo
acababa de dejar libre.

—Hope —susurró—. Eres tan preciosa.

—Métele el pene en la boca —le ordené—. La cursilería para más tarde,


ella ahora es nuestra perra.

La halé por el pelo mientras Milo le metía el pene entre sus labios. Luego
me agaché y le susurré al oído mientras mis hermanos la follaban:

—No te contengas. Libérate. Fóllatelos como sabes que quieres que te


follen. Nada puede retenerte. Eres nuestra niña buena. Nuestra putita sucia
y preciosa. Entrégate a nosotros.

Gritó con el pene de Milo dentro y extendió una mano hacia mí. La sujeté y
estrujé con fuerza, mientras que, con la otra mano, me froté con furia el
pene.

—Nada puede detenernos cuando estamos juntos —le dije mientras sus
uñas se clavaban en mi piel—. Ahora suéltate, nena. No intentes
controlarlo. No lo pienses demasiado. Eres solo una perra a la que follan.

Gritó más fuerte y tuvo un espasmo.

Janus le azotaba el culo mientras seguía entrando y saliendo con la cara


perdida de placer. Ver a mis hermanos hacerla nuestra era la escena más
espectacularmente sucia y ardiente…

—Te daré un regalo especial, nena. Sigue follando y chupando como una
niña buena.

Le solté la mano para poder incorporarme, sujetándome a la pared en lugar


de a mi muleta de pie al lado de Milo. Y entonces descargué todo el semen
que había estado guardando y que estaba desesperado por sacar de mis
pelotas mientras sentía electricidad en mi espina dorsal. Me acaricié el pene
con fuerza, y luego aún más hasta que… El semen salió disparado de mi
erecto pene sobre el de Milo, que entraba y salía furiosamente de su boca.

Él no se detuvo, y supe que ella estaba saboreando mi salado semen en su


pene. Era la mierda más sexy…

Mi semen le goteaba por el cuello: era el regalo que le había prometido.


Capítulo 11

MILO

DESPUÉS DE QUE Janus se retirara, me quedé contemplando a la criatura


más atractiva del mundo. Hope me parpadeó con el semen de Leander
todavía goteándole de la barbilla y mi pene llenándole la boca. Cielos, me
encantaba. Juré que nunca amaría a alguien de esa forma. Que nunca me
abriría para que me hirieran, que nunca expondría mis partes más débiles
para que me apuñalaran. Juré…

Pero aquí estaba ella, hermosa y redonda…

—Por favor… —le dije sacándole el pene de la boca y disfrutando de que


siguiera chupándomelo tan fuerte que podía oírlo.

Pero ahora estaba en la posición incorrecta, porque la primera vez que… la


primera vez quería que estuviéramos frente a frente.

—Gírate hacia mí. —La ayudé a darse la vuelta en el sofá, con una mano
hacia abajo para sostener su vientre mientras se daba la vuelta torpemente.
Una vez que estuvo boca arriba, limpiándose el semen de Leander de la
barbilla con la muñeca, no pude esperar más.

—Por favor —repetí, y esperé a que Hope por fin se fijara en mí. Lo hizo, y
atesoré la mirada de sus ojos lujuriosos mirándome. Solo cuando tuve su
atención, le pedí—: Di mi nombre.

Bajó las manos hasta mi cara y me dedicó una sonrisa. Compartir este
momento solos significó todo para mí.

Pero yo no era Janus. Yo no acariciaba frentes y tampoco me parecía en


nada al hombre que sabía que aparentaba ser. Porque por dentro, no solo era
un cabrón de mente sucia, sino que no era un buen hombre como lo eran
mis hermanos.

Hope odiaba a los mentirosos y yo era el peor, pero ella solo sonrió más
cuando agarré su cadera con tanta fuerza que mis dedos se clavaron en su
carne suave. Mi pene no era tan grande como el de los gemelos, ni tan
grueso, pero era un muy buen observador y había pasado muchas horas
explorando a Hope con mis manos mientras los otros la follaban.

Así que sabía exactamente dónde tocar para darle placer cuando moví las
caderas y mi pene entró en contacto con su sexo, que estaba empapado con
sus propios fluidos y el semen de mi hermano… Entonces la penetré, y la
presión de su coño fue perfecta. Era mejor que todos mis sueños, y había
fantaseado tanto con este momento.

Cielos, no podía creer que por fin estaba follando el sexo de Hope. Me
costó mucho no correrme en ese mismo momento. Solté su cadera y, con
una mano, apreté el borde del cojín del sofá. Casi me muerdo la lengua por
el esfuerzo de no correrme mientras salía y luego volvía a introducirme en
su apretada cueva.

—Di mi nombre —gruñí con los dientes apretados.


—Milo —jadeó Hope, con los ojos desorbitados mientras me rodeaba la
espalda con los brazos.

—Sí.

El cielo me envolvía. Su cuerpo exuberante me amortiguaba mientras yo


retrocedía y luego la penetraba, mientras su glorioso vientre se elevaba
entre nosotros… Esperar a que estuviera preñada hacía que follarla tuviera
una ventaja inesperada, porque era lo más excitante que…

«Maldita sea, aguanta, aguanta».

Apreté los músculos del vientre y del culo todo lo que pude para contener la
marea a punto de desbordarse del placer. Giré las caderas para que mi ingle
rozara su clítoris cada vez que la penetraba. No iba a dejar a mi diosa sin
placer la primera vez que la follaba, robando lo que no era mío, aunque ella
nunca tenía que saber nada.

Nadie tenía que saber nada. Un secreto seguiría siendo un secreto mientras
que nunca se compartiera. Mi madre me había enseñado eso.

Empecé a follar a Hope con más fuerza. No la penetré más hondo; no quería
molestar a los niños, después de todo. La follaba y chocaba contra su pelvis
para que tener muchísima fricción a medida que entraba y salía de ella. Y
eso significaba que también estaba apretando su clítoris, lo que…

—¡Ah, sí! —gritó, arañándome la espalda con sus uñas, que se sentían
como garras.

Mierda, sí.

—¡DI MI NOMBRE! —le grité.

—¡Milo!
Subí una de mis manos a la parte superior del sofá para equilibrarme allí y
poder inclinarme a chupar uno de sus enormes senos mientras la hacía mí.
Era difícil, teniendo en cuenta su abultado vientre, pero me las arreglé para
hacerlo. Cielos, sus pechos eran una locura. Esas dulces y gordas tetas
estaban a punto de henchirse de leche… Y me imaginé chupándola mientras
me la follaba, con su leche derramándose sobre mis labios… Era la cosa
más sucia y jodidamente obscena que jamás había…

El semen empezó a salir a chorros de mí. Le mordí el pezón como sabía que
le gustaba. Ella aulló y clavó las uñas en mi culo. Me ordeñó. La penetré y
me vacié por completo dentro de mi diosa.

—Di mi nombre —jadeé por última vez; era jadeo de un moribundo feliz.

—Milo —chilló con tono agudo mientras se estremecía debajo de mí y las


piernas le temblaban sin control.

Me desplomé sobre ella, un poco a la izquierda para no aplastar a los niños.

—Así es, soy Milo —susurré.

No, ella nunca tendría que saber nada. Podíamos ser así de perfectos para
siempre.
Capítulo 12

JANUS

ES el último mes de rodaje y estoy actuando mejor que nunca. Puedo decir
que estoy dándolo todo en las actuaciones a pesar de que no estoy
durmiendo bien por las noches.

Nuestra mujer está en casa, y no estoy seguro de si todos los problemas que
antes alejaron a Hope han desaparecido, o si los ha puesto en pausa o qué.
Pero la vida es más simple que nunca.

Trabajar se siente… auténtico. Pongo todo mi corazón en ello y luego llego


a casa y todos follamos como animales en su nido. Nuestra mujer, ancha y
embarazada, parece como si estuviera en celo. No se cansa de nosotros y
nunca había estado tan hambriento por una mujer en mi vida.

Cuando llego a casa esta noche, ya tiene semen seco en el pecho y semen
húmedo escurriéndose por la cara interna de su muslo mientras está
acomodada entre Milo y Leander en la cama de atrás. A diferencia de antes,
no me molesta que me dejen de lado. Me hace sonreír. Son mi familia.
Ella tenía necesidades y mis hermanos se ocupaban de ellas. Perderla,
aunque solo hubiese sido por un mes, me hizo ver las cosas con perspectiva,
y cuando me devuelve la sonrisa, es como si saliera el sol, aunque eso no
ocurrirá hasta dentro de media hora. Ella es mi sol y mi luna, y estoy
perdido por ella.

Parpadea en cuando entro.

—Janus —susurra, contenta.

—Hola, nena —le digo sentándome en el pie de la cama—. ¿Sigues


cansada o quieres venir a ducharte conmigo?

En el rostro se le dibuja una sonrisa.

—Me encantaría limpiarme.

Le tiendo una mano y ella la acepta. Intento memorizar la imagen en mi


mente. Mi mujer, hinchada por mis bebés, tendiéndome la mano mientras le
brillan los ojos. Estoy atónito —como si fuese una sensación física— de
gratitud. Es un regalo para nosotros. Siempre lo ha sido.

Milo se mueve cuando ella lo hace. Presta mucha más atención a sus
movimientos desde que su embarazo avanzó más.

Mira a su alrededor, confuso, mientras se despierta, pero entonces me ve e


inmediatamente empieza a ayudar a Hope, quien se levanta con torpeza de
la cama. Leander sigue roncando. Imbécil. Bueno, él ya tuvo lo suyo.

Cuando solo somos Milo y yo, podemos concentrarnos mejor en Hope y


nos queda espacio en la ducha. Hope se ve radiante, aunque tenga que
fruncir el ceño y sujetarse la espalda con una mano y la panza con otra. Los
bebés han crecido tanto que sé que es un esfuerzo constante para su cuerpo.
Al menos ahora se toma las vitaminas adecuadas para no desmayarse. Me
enfadé mucho cuando Leander me lo contó. Es tácito, pero sé que ninguno
de nosotros está interesado en perderla de vista de nuevo. Y no, no va a
pasar.

Me acerco a su otro lado y empiezo a masajearle los hombros mientras Milo


la coge del brazo para guiarla desde nuestra oscura habitación. Noto cómo
pone los ojos en blanco; cree que la mimamos demasiado. Pero si una mujer
a punto de dar a luz a dos bebés no se lo merece, no sé quién más lo haga.

HOPE

PARPADEÉ AL DESPERTARME en mi lado de la cama. En medio de la


oscuridad, sentí un cuerpo cálido delante de mí y otro detrás. Estaba
mojada. Una mano me acariciaba la cadera desnuda. Cielos. Era Milo. Lo
sabía porque era a él a quien le gustaba provocarme de esa manera y
encontrar zonas placenteras por mi pierna. Especialmente en la parte
exterior de la rodilla…

Chillé por lo bajo. Dios, no sabía que tantos lugares de mi cuerpo estuvieran
conectados directamente a mi… Arqueé la espalda de placer, apoyé el
vientre contra el hombre que tenía delante —en la oscuridad no podía
discernir quién era—, y moví el culo hacia atrás, hacia la erección que
estaba a punto de envestirme.

—Eso es, nena —gruñó una voz grave detrás de mi oreja mientras un
segundo par de manos me sujetaba por las caderas. Era Janus. Janus estaba
detrás de mí, y Milo delante.

Respiré entrecortadamente mientras me retorcía entre ellos, con la frente


sudorosa.

—Sí —gemí.
Dios mío, nunca había estado tan... tan endemoniadamente excitada en mi
vida como en la última semana desde que había vuelto. Si no estaba
durmiendo o comiendo, y a veces incluso durante esto último, nos
estábamos poniendo las manos encima. Había decidido ceder a lo que mi
cuerpo obviamente quería. ¿No era eso lo que decían siempre los libros de
autoayuda? ¿Escucha a tu instinto? Bueno, en ese momento mi instinto
quería que me follaran. Y... demasiado.

Janus clavó los dedos en mi muslo mientras su pene hacía presión contra mi
culo. Estaba húmedo, lo que significaba que ya se había lubricado. Mierda,
eso era muy sensual. ¿Por qué me parecía tan sensual? Dios mío, ahora
estaba penetrándome...

—Milo —llamó la voz de Leander desde la oscuridad mientras me sujetaba


el pie y empezaba a masajearlo—. Prepárala para que la penetres mientras
Janus juega.

Maullé y flexioné los dedos de los pies, a los que Leander sujetaba con sus
firmes manos. Los dedos fuertes y delgados de Milo empezaron a separar
mis pliegues húmedos.

—Cielos, está mojada para nosotros —siseó—. ¿Ya puedo penetrarla,


Leander?

—Aún no —ladró Leander—. Primero métele los dedos. No la quiero un


poco mojada, la quiero chorreando.

Gruñí, pero el sonido salió agudo al mismo tiempo. Arqueé la espalda


bruscamente de nuevo mientras Milo acariciaba suavemente mi clítoris con
los dedos para que se engrosara aún más. Me tocaba con las palmas de las
manos, mientras acariciaba la entrada de mi sexo con tres dedos. Se quedó
allí, presionándome con la palma de la mano en el clítoris mientras sus
dedos recorrían todo el círculo alrededor de mi entrada. Dejaba la mano y
hacía presión en cualquier zona que me provocara pequeños espasmos.

Maldito sea este hombre y su atención a los detalles. Pero, al mismo


tiempo…

—¡Joder! —grité cuando Janus me penetró por detrás.

Gracias a Dios que tenía lubricante, porque penetró el anillo de músculo,


siguió avanzando y ay, por Dios, ay…

Mis hombros empezaron a temblar y puse los ojos en blanco ante la intensa
plenitud a mi espalda mientras Milo jugaba así con mi sexo.

—Ahora —dijo Leander.

—Por fin —gimió Milo.

Y, en lugar de la tortura de sus provocaciones, recibí el pene firme de Milo.


Vi estrellas cuando me penetró. Su ingle chocaba aún más fuerte contra la
mía debido a la presión de mi vientre y nuestra posición en la cama.

Estaba atrapada entre dos penes que llenaban mis dos orificios. La piel que
los separaba era tan fina que, durante ese breve instante en que ambos
entraron de una forma tan hermosa, casi se besaron dentro de mí…

Y entonces Milo se apartó, seguido por Janus. Sufrí un espasmo y se me


saltaron las lágrimas. La pierna que hasta ahora me daba cuenta que había
estado flexionada contra mi costado la acerqué al culo de Milo para atraerlo
de nuevo hacia mí.

Pero eso fue todo en lo que pude pensar; una reacción instintiva porque
necesitaba más. Las manos de Leander desaparecieron momentáneamente
de mis pies y luego se oyó música. Era una canción sensual y oscura, una
mujer cantaba guturalmente y el bajo retumbaba como el latido de un
corazón. Un hombre comenzó a cantar con armonía y…

Janus me cogió del cabello y me echó la cabeza hacia atrás mientras Milo
volvía a penetrarme. Sentí los labios de Milo cerrarse en mi pezón. Estaba
loco por mis senos desde que volví. Siempre se había portado como un
adolescente cachondo, pero ahora estaba adorablemente obsesionado. Y,
cielos, cuando me chupaba así, con sus dientes rozando ligeramente mi duro
pezón...

Me corrí y él me folló con más fuerza y rapidez, mientras Janus volvía a


penetrarme lentamente por detrás. Lo hacía lento, como si realmente
quisiera que sintiera cada centímetro suyo invadiéndome y no quisiera que
me olvidara de él ni un endemoniado instante. Lo apreté, seguramente
demasiado fuerte para impedir que se moviera. Pero se corrió y, Dios mío,
sentir su presión ahí detrás fue tan… indecente…

Cuando Janus llegó hasta el fondo, Milo me penetró unas cuantas veces y…

Ah…

Se…

Sentía…

Tan…

Bien…

Que…

Ni…

Siquiera…

Podía…
Un profundo orgasmo comenzó a formarse dentro de mí cuando Milo
presionó mi punto G muy rápido, como si fuera un puto vibrador, al tiempo
que insistía, como siempre, en chupar mi pezón…

Janus estaba saliendo de nuevo…

Grité mientras me corría y fue entonces cuando Leander ordenó:

—Cambiemos.
Capítulo 13

LEANDER

—CAMBIEMOS —dije justo cuando notaba a Milo a punto de correrse.

Rodeé la cama y empujé la cabeza de Milo para que se moviera más rápido.
El muy cabrón estaba tan obsesionado con las tetas de Hope que se quedaría
allí para siempre si no le ayudaba a moverse. Quizá si se portaba bien le
dejaría correrse en ellas.

—Cómetela como si fuera tu última puta comida —le ordené.

Los ojos de Hope por fin se habían adaptado a la oscuridad porque sonrió
cuando me acerqué a su cara y, como podía ver, abrió la boca
obedientemente. Cielos, no me merecía a esta mujer. Tragué con fuerza. No
podía creer que hubiera estado tan cerca de perderla y aún podría estarlo si
la volvía a cagar.

Bajé hasta el nivel de la cama. Ella pareció sorprendida cuando mis labios
se encontraron con los suyos, lo que me hizo sentir todas las cosas posibles.
Necesitaba saborearla. Lamí su carnoso labio inferior y mi pene palpitó con
fuerza. Bajé la mano para tocarla.
Janus volvió a halarle el pelo para que su cuello quedara a mi vista. Miré a
Milo comiéndosela. Sus enormes senos chocaban con mi pecho mientras
ella se estremecía de placer. Conocía su cuerpo tan bien como para saber
que después de que la hiciéramos llegar al clímax, podríamos extender su
placer durante un buen rato. El embarazo había causado un desenfreno en
ella que la hacía tener orgasmos más intensos y largos de lo que sabía que
una mujer podía tener.

Me agaché y empecé a chuparle el pulso en el cuello, mas no


delicadamente. Quería volverla loca desde todas las zonas de contacto
posibles. Y por la forma en que empezó a gemir y sus dedos rozaron mi
bíceps, diría que encontré una nueva zona para ello. Chupé con más fuerza,
sin importarme si dejaba un chupetón, o hasta queriendo dejárselo. Marcar a
mi mujer me la ponía aún más dura. Lamiendo el pequeño círculo de piel,
chupé como una aspiradora para que la zona se tiñera de oscuro.

Ella chilló, se revolvió y me clavó las uñas en los músculos.

Chupé con más fuerza y ella gimió tan fuerte que podría despertar a todo el
barrio. Apreté mi pene enérgicamente; moví las caderas hacia delante y
hacia atrás mientras la follaba. Temía hacerle daño si se lo hacía con tanta
fuerza como deseaba en este momento.

Seguí chupándola, pero me di la vuelta para apoyarme sobre mi codo. Mi


puño estaba justo por encima del colchón. Tuve que empujarlo sobre el
colchón blando e imaginarme que era su garganta.

Ella se revolvió.

Milo hundió la cara en ella y supe que le estaba lamiendo y chupando el


clítoris, básicamente comiéndole todo el coño a la vez con la boca abierta.
Luego, con la mano, separó las nalgas que Janus estaba llenando con su
pene, que era idéntico al mío.
Clavé el puño contra el colchón con más fuerza hasta que lo hice temblar
junto con el puto marco de la cama. No era suficiente. Ni de cerca.
Necesitaba su carne.

Por fin me solté, pues estaba a punto de estallar.

—Cambiemos —grité con la garganta tan seca que mi voz salió áspera.

Milo me miró y levanté el pulgar. Se posicionó al pie de la cama mientras


besaba a Hope por última vez. La miré a los ojos; unos orbes grises
fulgiendo en la oscuridad.

—Te quiero —susurré antes de bajar por la cama y arrodillarme junto a su


sexo—. Ayúdame a moverla —ordené.

Luego la cogí por las piernas y Milo le sujetó el vientre.

Janus empezó a sacárselo, pero lo detuve.

—No, quédate así. La pondremos sobre ti.

Mi gemelo soltó un involuntario gruñido de placer. Sí. Le gustaba esta idea.


Juntos la cambiamos de sitio hasta que quedó sentada en posición vertical y
el pene de Janus la empalaba por detrás.

—Ahora inclínate hacia atrás, cielo —le dije, y Milo y yo la ayudamos a


moverse hacia atrás hasta que quedó tumbada sobre el ancho pecho de
Janus.

—¿Te estoy aplastando? —preguntó, parpadeando rápidamente en la


oscuridad.

—No, cariño —sonó la voz de mi hermano, quien le rodeó la cintura con


los brazos tanto como pudo—. Me encanta cómo me presionas mientras
estoy en tu culo. Me estás apretando tan fuerte que siento que podría morir.
Este es el apretón más fuerte que he…
Un sonoro azote resonó en el aire mientras él le azotaba el culo. Ella se
revolvió encima de él. Era hora de mi entrada. Le sujeté uno de sus tobillos
y la abrí para mí.

—Milo, sus tetas son todas tuyas.

Me zambullí en su sexo mojado. Janus estaba enterrado en su culo. Milo


hizo un túnel con sus pechos y todos follamos a nuestra mujer al mismo
tiempo, con nuestros hijos entre nosotros.

Éramos una familia locamente feliz.

Mi semen salió con tanta potencia y fuerza que tuve que doblarme hacia
adelante y mis pelotas le golpearon el culo a Hope. Y me quedaba más. Lo
saqué y la penetré de nuevo, embistiendo su sexo hinchado hasta que ella se
estremeció con un último orgasmo.

El culo de Milo se sacudía por encima de mi cabeza y supe que se corría


entre sus deliciosos pechos. Janus gimió, idéntico como un eco al mío
mientras ambos nos vaciábamos en lo más profundo de nuestra mujer. La
habíamos marcado por dentro y por fuera.
Capítulo 14

HOPE

—VAMOS —dijo Milo—. Dense prisa. El auto está abajo esperándonos.

Levanté la vista del equipaje que estaba terminando de hacer y el corazón se


me contrajo un poco. No podía creer que por fin llegara el momento de
despedirme de este apartamento. Los últimos meses aquí habían sido…
Sacudí la cabeza. Habían sido un oasis y un campo de batalla a la vez.

Aún no había obtenido las respuestas que buscaba. En parte por cobardía,
porque temía que no me gustaran las respuestas estando los chicos tan
reacios a contarme la verdad sobre su pasado, y en parte porque estaba a
punto de estallar. Las últimas semanas desde que había vuelto de Milán… A
veces me sentaba bien desconectarme de la vida real y entregarme a ellos en
cuerpo y alma. Cuidaban muy bien de mí.

Estar tan cerca del final del embarazo se sentía como estar llegando a la
cima de una aterradora montaña rusa de la que no podía bajarme. Quería
levantar la mano y decir: «Perdón, ¿puedo bajarme ya de esta puta
atracción? No quiero enfrentarme al bucle infinito que hay más adelante.
Me aterra».

Se me cortaba la respiración con solo pensar en el nacimiento. Los dos


bebés que daban patadas dentro de mí querían salir. Sí, aún faltaban tres
semanas para mi fecha de parto, pero ¿acaso no acababa de ver lo rápido
que podían pasar tres semanas?

—Déjamela a mí —dijo Leander, quitándome la maleta de las manos—.


¿Quieres ir al baño antes de que nos vayamos?

Puse los ojos en blanco. Obviamente solo había una respuesta. El mero
hecho de que lo mencionara me hizo tener ganas de hacer pis. Pero
últimamente todo me daba ganas. No bromeaban con eso de que las
embarazadas necesitaban usar el baño cada dos segundos; al contrario, era
muy verídico. Y casi no llegaba al baño a tiempo.

Cuando me lavé las manos y volví a salir, Leander y Milo estaban en la


puerta con todas nuestras cosas. Bueno, lo que quedaba de ellas. Milo
llevaba diez minutos subiendo y bajando el equipaje. Los gemelos no
viajaban con poco equipaje, pero yo sí. Ya no me quedaba nada de la ropa
que me había traído. Tenía un armario completamente nuevo, pero la
mayoría eran vestidos italianos muy finos que al doblarse casi no ocupaban
espacio.

Janus rodaba hoy, así que nos habíamos despedido antes. Se quedaría dos
semanas más para terminar el rodaje y luego se reuniría con nosotros en
Florencia. Me di la vuelta por última vez y me despedí del apartamento que
había sido nuestro refugio mientras estos bebés en mi vientre crecían. Y
mientras los chicos cargaban con las últimas maletas, yo me agarraba a la
barandilla con una mano y a mi enorme vientre con la otra para bajar las
escaleras.
Estaba cansada y me dolían los pies cuando Leander y Milo me ayudaron a
subir al asiento trasero de la enorme furgoneta de lujo que nos esperaba. Por
dentro, estaba dispuesta como una limusina, con los dos bancos traseros
posicionados frente al otro y un montón de espacio para las piernas. Había
un pequeño bar debajo de las ventanas oscurecidas. Podíamos ver hacia
fuera, pero nadie podía ver hacia dentro.

—Hola, Giancarlo —dijo Leander al conductor después de abrocharme el


cinturón—. Estamos listos para irnos. Si nos necesitas, revisa primero las
comunicaciones.

El conductor lo miró por el retrovisor y asintió. Y entonces una mampara se


deslizó entre él y nosotros, de modo que nos quedamos solos en el asiento
trasero. Suspiré, aliviada. Siempre me sentía tensa cuando me miraba
alguien de fuera. Sí, estaba con Leander, que ahora tenía la pierna
escayolada y, para el mundo exterior, eso seguía significando que era Janus.
Y Janus era con quien yo estaba comprometida, a los ojos del mundo. Así
que no sería raro que le mostrara afecto públicamente, pero aun así…

Teniendo en cuenta lo complicado que era todo, prefería no revelar nada


cuando estábamos cerca de otras personas. Como si percibiera mi tensión,
Leander me cogió de la mano y la estrujó. Se sentó a mi lado mientras Milo
ocupaba el banco de enfrente.

—No pasa nada. Tenemos privacidad aquí. Nadie puede vernos ni oírnos.

Volví a respirar hondo.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a Florencia?

En Florencia estaba uno de los mejores hospitales del país, así que allí fue
donde Leander y Janus habían decidido que diera a luz. A Leander no le
habían impresionado los médicos de Padua desde que no pasaron por alto
que iba a tener gemelos en la primera ecografía. Por más que intentara
debatir que no había sido necesario utilizar un equipo de imagen más
grande, ya que los latidos —o los latidos sincronizados, como descubrimos
después— eran muy constantes.

Puesto que, evidentemente, estaba demasiado embarazada para coger un


avión a otro sitio y Roma estaba demasiado lejos para ir en auto, Florencia
era la única opción.

—Te ves cansada —dijo Leander, preocupado, apartándome el pelo de la


cara.

—Bueno, Janus la mantuvo despierta media noche —sonrió Milo.

Leander puso los ojos en blanco.

—Si no recuerdo mal, tú también estabas allí.

Milo se limitó a sonreír. Ah, sí, había sido un participante muy activo
anoche.

—Ven, túmbate —Leander se acercó al banco y me empujó contra su


pecho.

Y me sentí muy bien contra él.

ME DESPERTÉ con un grito ahogado y moví las manos frenéticamente.


Unas manos me sujetaban el vientre y casi lloro de alivio al sentir que mis
bebés seguían dentro de mí.

—¿Qué sucede? —preguntó Leander.

Notaba su preocupación, pero yo seguía en el mundo de los sueños del que


acababa de escapar.
«Son míos. No puedes quedártelos».

Pero los hombres vestidos con trajes negros no me escucharon. Se limitaron


a ponerme documentos en la cara mientras otros hombres me sostenían, y se
llevaron a mis bebés llorando. Uno en cada hombro de dos hombres de
negro, indiferentes y sin rostro. Me erguí en el asiento, con las manos aún
en el vientre. Debí de moverme demasiado deprisa, porque un calambre me
retorció el estómago e hice una mueca de dolor.

—¿Qué pasa? ¿Son los bebés?

Oí la preocupación en la voz de Leander, pero el terror del sueño seguía


siendo real. Me volví hacia él y le agarré la manga desesperadamente.

—¡Prométeme que no me quitarás a los niños! Pase lo que pase. Júramelo.

Leander se limitó a negar con la cabeza, confundido.

—¿Qué estás diciendo? Yo nunca…

—Entonces dime la verdad —le exigí—. Ahora mismo. No lo pospongas


más. ¿Por qué hiciste que tu hermano fuera a la cárcel por ti? ¿Qué hiciste?
¿Lo manipulaste o…?

—No —dijo Leander con dureza, pasándose una mano por el pelo y
mirando por la ventana mientras se apartaba de mí—. Maldición, ¿eso es lo
que piensas?

—¡No sé qué pensar! —grité—. Sólo sé que hay algo que me estás
ocultando y temo que una vez que me lo digas te odiaré.

Leander exhaló con dureza y Milo intervino.

—No, no es eso. No es nada de eso.

Miré a ambos hombres, uno tras otro.


—Entonces dímelo. Que alguien me lo diga ahora mismo o le diré al chófer
que pare este auto.

La forma en que la cara de Leander se ensombreció me dijo que no le


gustaba nada mi amenaza.

—Como ahora mismo llevas a mis hijos en tu vientre, lo dejaré pasar, pero
no hay tiempo para que te comportes como una niña.

Resoplé con furia, queriendo darle un puñetazo con mis enclenques puños.

—¡Entonces dime lo que necesito saber!

—Yo no obligué a Janus a hacer nada. Él se ofreció a hacerlo para


protegerme.

—¿Y dejaste que lo hiciera? ¿Por qué demonios hiciste eso?

Leander volvió a pasarse la mano por el pelo.

—Si me das un segundo, te lo diré.

Exhalé, dedicándole una mirada mordaz que indicaba que estaba esperando.

—No estaba en un buen momento. Janus decidió que yo no podía ir al


reformatorio por mi… estado.

—¿Qué demonios significa eso? —pregunté, cada vez más alterada—. ¿Por
qué no me cuentas directamente lo que pasó?

—Eso intento —gritó.

Todavía tenía lágrimas en las mejillas por el sueño y estaba tan furiosa…

—Milo —ordenó Leander—, ponte de rodillas y cómetela para que se


calme.

Milo asintió, obediente.


Yo estaba a punto de proferir insultos, pero Leander se limitó a sostenerme
de una de las rodillas mientras Milo se desabrochaba el cinturón y se
arrodillaba frente a mí.

—¿De verdad te parece apropiado en estos momentos? —le dije a Leander


mientras me separaba aún más las rodillas y Milo me levantaba la falda del
vestido.

Leander desvió la mirada hacia abajo y una sonrisa oscura hizo que las
comisuras de sus labios se curvaran hacia arriba.

—No llevas puestas bragas. Buena chica. Ahora escucha.

Leander se desabrochó el cinturón y se cernió sobre mí. Milo apoyó las


manos en el interior de mis muslos y se inclinó. No pude evitar jadear al
sentir su boca húmeda en mi sexo.

—No… es… justo… —jadeé mientras mi sexo empezaba a humedecerse e


hincharse bajo las atenciones de Milo.

—Quieres que diga toda la verdad, pero lo haremos a mi manera —dijo


Leander.

Y entonces me cogió de la garganta. No presionó ni apretó. Fue más una


demostración de poder con la que me quiso decir que, aunque me despertara
y empezara a exigirle respuestas, él iba a demostrarme, incluso ahora, en mi
embarazo, que siempre era él quien mandaba.

—Hubo un tiempo en mi vida en el que no tenía el control —dijo Leander


entre dientes apretados mientras Milo se aferraba a mi clítoris, luego
empezó a jugar llevando sus dedos a mi orificio vaginal.

Empecé a burlarme, incluso mientras me retorcía y estremecía por la espiral


de placer.
—No me lo creo ni por un segundo.

—Haz que se corra —ordenó Leander.

Milo hizo eso que se le daba tan bien con los dedos, encontrar las zonas
más sensibles de mi interior y masajear, tirando de mi carne desde dentro
para acercarla a sus labios…

No pude evitarlo. Tuve un espasmo y moví las caderas hacia adelante y


hacia atrás. Sin vergüenza, le follé la cara. Esto era lo que los dos me
hacían. Maldito Leander. Intentaba molestarme.

—Cuéntame —grité, con el placer recorriéndome la nuca y


cosquilleándome las yemas de los dedos.

—Se aprovecharon de mí —gruñó Leander—, cuando era demasiado joven


y estúpido para saberlo. —Clavó su mirada en la mía—. Creía que lo sabía
todo, que era muy sabio para mi edad —gruñó—. Que estaba viviendo una
fantasía.

Espera, ¿qué...?

—¿Qué quieres decir? —Me estremecí cuando un segundo dedo de Milo le


hizo compañía al primero que estaba dentro de mí—. ¿Tomaste drogas?

—Haz que se corra otra vez —ordenó Leander.

Y Milo lo hizo. Dios… Excepto que un milisegundo después de que un


espasmo de placer atravesara mi cuerpo, volví a gritar. Y esta vez no de
placer.

Un repentino chorro de agua se vertió en la cara de Milo. Y grité mientras


el dolor me recorría el vientre. Cielos. Acababa de romper aguas. Estaba de
parto. Milo retrocedió, con la parte delantera de su camisa empapada.

—¿Qué tan lejos de Florencia estamos? —grité.


Leander ya estaba hablando por móvil mientras yo me hundía en el asiento
mojado y miraba por la ventanilla. Había una densa campiña a ambos lados
de la pequeña carretera por la que circulábamos.

—¿Dónde demonios estamos? —grité.

—Ni cerca de donde tenemos que estar —dijo Leander—. ¡Mierda!


Capítulo 15

HOPE

—ES PRONTO. —Era todo lo que podía decir—. Es demasiado pronto.

—Bueno, ya están en camino —dijo Milo. Se había quitado la camisa


mojada y estaba de nuevo de rodillas entre mis piernas—. Y no es pronto.
El libro dice que estás oficialmente a término a las 37 semanas.

Me quedé mirándolo con los ojos llorosos antes de que me diera otra
contracción y ya no pudiera pensar en nada más que en el dolor.

—Vale —le dijo Milo a Leander—. ¿Qué dice el cronómetro? ¿Cuántos


minutos de diferencia hay entre cada una?

—¡Mierda! —dijo Leander, evidentemente consternado.

No era exactamente el ambiente que necesitaba en ese momento, pero


estaba demasiado ocupada aferrándome al puto asiento de cuero como para
preocuparme mucho por eso. Leander dejó caer su móvil, pero finalmente
pudo decir:

—¡Mierda! Solo hay dos minutos entre cada contracción. Eso es malo, ¿no?
—¿Por qué no leíste el libro? —preguntó Milo—. ¿Acaso soy el único que
leyó el libro?

—Me asusté cuando leí lo de que te haces caca en la mesa de partos y lo


dejé —grité, con las mejillas llenas de lágrimas—. Íbamos a tomar las
clases de Lamaze en Florencia con el programa del hospital.

—¿Qué mie…? —Leander volvió a maldecir, miró el móvil y se pasó una


mano por el pelo. Luego pulsó el botón para comunicarse con el conductor
—. ¿A qué distancia estamos del hospital más cercano?

La voz de Giancarlo sonaba preocupada, impregnada de pánico, y la


furgoneta cayó en un bache que me hizo gritar.

—Lo siento, signore, estamos a treinta minutos. Aquí nada más hay
pueblos.

Cielos.

Le agarré el brazo a Leander.

—¿Por qué coño te ha parecido buena idea dar un largo paseo en auto por la
puta nada cuando estoy a término? —le grité, pero me interrumpió otra
contracción que me hizo retorcerme en el asiento. Sudaba en el vestido que
llevaba puesto y, aunque sabía que el aire acondicionado estaba a tope,
hacía demasiado calor—. No puedo respirar —jadeé en cuanto pasó la
contracción y pude volver a recuperar el aliento. Era horrible, porque sabía
que el dolor punzante estaba a punto de regresar.

—Se están acortando —dijo Milo, y me abrió las piernas.

Las volví a cerrar de un tirón y le miré fijamente.

—Solo intento ver lo cerca que están de coronar —dijo Milo con una mano
tranquilizadora en mi pierna.
—No están ni cerca de salir —grité, jadeando con fuerza. Solamente había
leído cómo respirar cuando duele y había visto algunos videos en YouTube.
Todo eran tonterías. Este dolor era peor de lo que jamás pensé. Quería la
epidural. Todo el mundo decía que con gemelos seguro que me pondrían la
epidural, si es que no me hacían una cesárea.

¡No se suponía que tenía que ponerme de parto en medio de una pequeña
carretera italiana!

¿Qué demonios estaba pasando ahora? Milo me separó las piernas cuando
sentí la próxima contracción en mi vientre. Intenté prepararme, agarré
frenéticamente cualquier sitio del que pudiera agarrarme, pero, mierda,
nada era suficiente para prepararme para…

—¡MADRE MÍA! —grité con todas mis fuerzas y la furgoneta dio un giro
brusco.

Milo casi se cae de rodillas y su hombro choca contra la pared de la


furgoneta.

—Demonios, ¿puedes decirle que pare? —gritó.

—Ni de chiste —dijo Leander, con las manos ahora permanentemente en su


pelo—. Tenemos que llegar a un hospital.

—No creo que haya tiempo —espetó Milo, mirando a su hermano—. Está
coronando y no puede dar a luz mientras ese maldito loco conduce por la
carretera de esta manera.

—¡Noooooooooo! —grité mientras Leander empezaba a maldecir


profusamente.

Pero Milo apretó con fuerza el botón de comunicación y lo rompió.

—Detente. Ahora.
Y, al parecer, el conductor lo hizo encantado. Nos detuvimos en seco. El
cinturón de seguridad seguía aferrado a mi vientre, apretado y palpitante,
socavándome. Mierda, ¿les haría daño a los bebés? Maldita sea, Milo
podría tener razón. Este loco viaje a través de un campo incierto no era
seguro para ninguno de nosotros.

—Llama a una ambulancia entonces —gritó Leander.

Milo lo miró desde entre mis piernas como si fuera idiota.

—Está bien —se las arregló Leander—. Llamaré a una ambulancia.

Me sentí débil cuando pasó la contracción. Leander conectó en la llamada y


le oí discutir impacientemente para conseguir a alguien que hablara nuestro
idioma. Por lo visto, no conseguía nada, porque al final golpeó el botón
para bajar la mampara y le lanzó el aparato a Giancarlo.

Giancarlo me miró por encima del hombro y el desastre que había hecho en
su lujoso asiento trasero. Obviamente, no se había dado cuenta de que las
cosas habían ido tan lejos. Abrió los ojos como platos y miró
acusadoramente a Leander, que se limitó a arrojarle el móvil a la cara.

—Dile a la ambulancia dónde estamos.

Giancarlo cogió el móvil y empezó a escupir una sarta de italiano por el


auricular, llevándose la mano a la frente como si estuviera abrumado.
Debería probar a quedarse atascado en una carretera rural italiana con dos
bebés amenazando con salir. Hablando de eso, mierda, llegó otra
contracción. Envolví la mano en el cinturón de seguridad desabrochado,
buscando algo —lo que fuera— que me sostuviera mientras el dolor
empezaba a abrasarme. Leander debió desabrocharme el cinturón cuando
nos detuvimos.
—¡Uno está coronando! —gritó Milo desde abajo, entre mis piernas,
mientras el italiano del asiento delantero hablaba más alto y rápido—. No
creo que estos bebés vayan a esperar.

Grité de dolor y pánico a la vez. ¡Tenían que esperar! Intenté cerrar los
muslos como si eso fuera a contenerlos, pero el dolor en aumento me
impedía hacer otra cosa que gritar y agarrarme con todas mis fuerzas al
cinturón de seguridad de un lado y…

Leander me agarró por fin la otra mano con fuerza. Había dejado de
asustarse, al parecer. Bueno, cuando me quedé sin fuerzas por la
contracción y lo miré, sus ojos parecían un poco desesperados… o bastante.
Pero me sujetó con firmeza.

—Puedes hacerlo. Podemos hacerlo. —Me miró a mí y luego a Milo—.


Échate alcohol en las manos.

Empecé a sacudir la cabeza.

—No, no, no —murmuré, con lágrimas saliéndome de los ojos. Esto no iba
a ocurrir aquí.

Pero Milo se limitó a abrirme las piernas mientras Leander abría una botella
de vodka del bar y la derramaba profusamente sobre las manos de Milo. Y
entonces Milo volvió a ponerse entre mis piernas, tenía la cabeza aún más
fría que Leander mientras evaluaba qué demonios estaba pasando ahí abajo.

—Puedo ver la coronilla de una cabeza, nena —dijo, poniendo una mano en
mi rodilla—. Creo que has dilatado por completo.

—¿Cómo? —grité—. ¡Es imposible!

—Es posible —dijo Milo—, porque lo estoy viendo.


Apenas tuve tiempo de recuperar el aliento antes de que el dolor comenzara
de nuevo.

—Está bien —gritó Milo—. Aprieta esta vez. Puja.

Y lo hice. Dios mío. Empecé a pujar.


Capítulo 16

LEANDER

TENÍA a mi bebita en brazos mientras Milo cargaba a mi hijo. Hope dormía


en la cama del hospital, a unos metros de distancia.

No era la lujosa suite del hospital de Florencia que había reservado. No,
estábamos en un pequeño y modesto hospital que fue lo más cercano que
encontramos después de que mis hijos nacieran en la parte trasera de una
furgoneta en el arcén de una carretera. La ambulancia llegó diez minutos
después de que Milo asistiera el parto de mi hija. Nos ayudaron con la
placenta y luego vinimos todos. Hope se durmió casi inmediatamente
después de que las enfermeras la ayudaran a intentar alimentar a los bebés
limpios. Y ahora aquí estábamos.

Se me saltaron las lágrimas de los ojos tanto al recordar el parto como al ver
a la pequeña fuente de perfección descansando en mis brazos. Janus venía
hacia aquí ahora mismo. Le habíamos llamado, por supuesto, y vendría,
aunque tendría que dar media vuelta y volver a conducir dos horas para el
rodaje después de una breve visita. Los grandes presupuestos de producción
no esperaban a ningún hombre. O bebé. Sobre todo, cuando se suponía que
era Leander y nadie sabía que esos bebés podían ser tanto su hijo y su hija
como míos.

Las lágrimas se me acumularon y bajaron por mis mejillas. Nunca me había


alegrado tanto no ser la estrella de cine. La pequeña bebé en mis brazos se
movió y su manita se abrió antes de cerrarla alrededor de mi grueso dedo.
Cielos, eso me inundaba el pecho de alegría. ¿Cómo podían ser tan
pequeños los huesos de sus dedos? Era un milagro. Estos dos bebés
parecían un milagro.

Esto no era nada de lo que había pensado que quería. Los niños siempre
habían sido un tema vetado para mí. Punto. Sobre todo, después de mi
infancia y adolescencia… Dios. De ninguna manera quería ver a ningún
hijo mío pasar por eso.

«Tal vez no sean tuyos. Tal vez son de Janus».

No sabía si esperaba que lo fueran o no. Aunque, considerando que éramos


idénticos, no me importaba tanto en ese momento. Porque cuando miré a la
niña que tenía en mis brazos, sus sonrojadas mejillas perfectas, su boquita
de capullo de rosa, sus párpados de ángel tan increíblemente finos… Era
mía y lo sería para siempre. Lo mismo me ocurrió con el niño que Milo
sostenía sentado en la silla del rincón. Estaba mirando al bebé.

Milo había traído a mis hijos a este mundo con mano firme y, aunque lo era
ya antes, eso lo consolidaba como mi hermano de por vida. Ahora éramos
una familia inquebrantable.

Milo me pilló mirándole y su sonrisa se transformó en un ceño fruncido. Se


levantó de repente y se dirigió hacia mí.

—No quiero que cambiemos de bebés —susurré—. Están todos durmiendo.


—Señalé con la cabeza a los niños que teníamos en brazos y luego a Hope.
No sabía mucho de bebés —vale, no sabía una mierda de niños, ni siquiera
cómo cambiar un maldito pañal—, pero sabía que no había que despertarlos
cuando estaban dormidos.

Pero Milo se limitó a negar con la cabeza.

—No es eso —susurró, rebotando un poco cuando el niño se revolvió en


sus brazos. Mi hijo. Clavé la vista en el niño, hipnotizado.

Él también era perfecto. Y tan inocente.

Mierda, ¿cómo iba a protegerlos de este puto mundo cruel?

—Mira, hay algo que tengo que decirte —dijo Milo susurrando.

Alcé las cejas. ¿En qué podría estar pensando en un momento así?

—Fui yo —dijo a modo de desahogo, de confesión.

—¿Tú qué? —pregunté, sin entender.

Se quedó mirando al suelo durante un largo momento, todavía meciendo a


mi hijo.

—Fui yo quien cambió los anticonceptivos por pastillas de azúcar. Sabía


que necesitábamos algo que nos uniera como familia. Sabía que Janus y tú
necesitaban…

Me ahogué y me aparté de él. ¿Que había hecho qué? Justo en ese


momento, la puerta se abrió de golpe y Janus entró en la habitación
diciendo:

—¡Ya llegué! ¡Ya llegué! —gritó, tan alto que los dos bebés se despertaron
y empezaron a llorar.
Capítulo 17

LEANDER

—DEPRISA —dijo Hope, agarrándome la muñeca con una mano, la de


Janus con la otra, y haciéndole un gesto a Janus con la cabeza—. Se han
dormido los dos a la vez. Rápido, antes de que uno se despierte. Si no lo
hacemos ahora, nunca sucederá.

Ella agarró el dobladillo de la camisa de Milo cuando él no se movió lo


bastante rápido.

—¡Arriba! —Acababa de servirse un tazón de cereales, pero se levantó de


un salto y la siguió. Lo mismo hice yo, junto con Janus, mientras nos
apresurábamos a ir hacia el ala de la casa opuesta a la habitación de los
bebés. ¿Hacia el teatro, quizá? ¿O hacia el estudio?

Estábamos de vuelta en Los Ángeles. Habían pasado seis semanas locas de


haber aterrizado en Estados Unidos después de estar en Italia. Los gemelos
tenían ocho semanas.

Milo y yo intercambiamos una rápida mirada antes de seguir a Hope. Janus


soltó un resoplido de emoción detrás de nosotros. Todos sabíamos que no
debíamos hacer ruido. Que los dos bebés durmieran a la vez era casi un
milagro, y así había sido desde que nacieron.

Diana era un encanto, pero Paul era un diablillo. Nunca estaba contento. Le
llamaba por su apodo porque me negaba por principio a ir por ahí
diciéndole Apolo a un bebé pequeño. Sin importarme cuánto argumentara
Janus que un par de gemelos nacidos donde nacieron, niña y niño, tenían
que llamarse Diana y Apolo.

Milo apartó la mirada tan rápido como nuestros ojos se encontraron. Me


sentía culpable. Mierda, odiaba que me hubiera desvelado su secreto. ¿Qué
demonios se suponía que debía hacer con eso? Era un cabrón por haberlo
hecho. Sobre todo, porque ahora no podía hacer nada al respecto.

Hope juró que no confiaría en ninguna ayuda externa con los bebés. Dijo
que había manos de sobra con ella, Milo y conmigo, sobre todo después de
que Janus terminara de rodar y todos tuviéramos un pequeño paréntesis
antes de que empezara a rodarse la siguiente temporada de Géminiss.

Quería que Milo les contara a Hope y a Janus lo que me había contado a mí.
De verdad. Lo intenté un montón de veces. Pero cielos, ¡tenía que cuidar a
los bebés! Nunca había cuidado a un bebé en mi vida. ¿Cómo podían
darnos el alta en el hospital con estos dos pequeños seres humanos? ¿En
qué demonios estaban pensando? ¿Solo lo hacían los hospitales italianos?

Ya en Estados Unidos no hubo ningún adulto que nos diera un certificado


para ver si estábamos cualificados para esta mierda. ¡Yo ni siquiera sabía
cambiar un pañal! Por favor, necesitaba una licencia para conducir un
vehículo pesado, pero ¿dejaban que cualquier idiota se llevara un bebé a
casa? Hope ni siquiera sabía dar el pecho cuando salimos del hospital en
Italia. Y luego, cuando llegamos a casa, todo empeoró.
En Italia, aquellas primeras semanas, cuando Paul tuvo problemas con la
alimentación, Milo era el único que tenía la paciencia de abrazarlo durante
horas hasta que el bebé dejaba de quejarse, eructaba y se calmaba. Y a pesar
de lo buena que era Diana en comparación con su hermano, ella sola no
daba abasto. Traer un bebé a casa era una locura, pero ¿DOS?

Y Hope… Cuando volvimos a Estados Unidos, esa primera semana la vi


riendo y cantando María tenía un corderito mientras le daba de comer a
Diana, cargándola como si fuera un balón de fútbol. En cuanto levantó la
vista y me vio, Hope rompió a llorar. Intenté preguntarle qué le pasaba, pero
ella se limitó a negar con la cabeza y a sollozar aún más. Luego se quitó el
bebé del pecho —lo que hizo que Diana empezara a sollozar— y me dejó
con la niña llorando mientras ella se iba a duchar.

Mientras tanto, me quedé solo con una bebé de tres semanas a la que intenté
mantener con vida durante los siguientes veinte minutos mientras Hope se
duchaba. No la dejé caer. ¿Eso contaba como una victoria de la paternidad?
Era una mierda total en esto. Así que no era como si pudiera contarle a
Hope en ese momento la bomba que Milo me había soltado. Ni el día
siguiente. Ni la semana siguiente.

Y ahora aquí estaba, ocho semanas después de que Milo me lo contara por
primera vez y estos bebés hubieran venido al mundo. Parecía que había
pasado un día o un año. El tiempo había entrado en un extraño túnel en los
últimos dos meses. La mitad del tiempo apenas distinguía el arriba del
abajo. O estaba haciendo eructar a un bebé, cambiando un pañal, intentando
calmar a un bebé inquieto, lavando a un bebé, lavando ropa de bebé,
ayudando a Hope con algo o durmiendo unas horas hasta que el siguiente
bebé empezara a llorar.

Janus había llevado hoy a Hope al médico y, al parecer, por fin le habían
dado el visto bueno para... Hope se dio la vuelta, con el rostro radiante a
pesar de las bolsas bajo los ojos.

—Será mejor que me hagan sentir como una mujer y no como una madre
durante los próximos quince minutos. Milo, ¿tienes el monitor del bebé?

—Lo tengo —sonrió Milo.

Le miré fijamente. Había sido mi familia desde que era solo un niño y había
perdido a mis padres. Aparte de Janus, era la única otra persona en mi vida.
Ni siquiera podía enfadarme con él por lo que había hecho. ¿Cómo podría?
Su acción imprudente y tortuosa fue… una traición a Hope y a todos
nosotros, pero al mismo tiempo me había dado a mi hijo y a mi hija.

Estaba tan cansado. Tan exhausto. Tan... realizado. Y de nuevo, dejé de


pensar en lo que parecía un rompecabezas demasiado grande para resolver
mientras Hope nos llevaba a todos al teatro. Nos hizo señas para que
entráramos, le dio una palmada en el culo a Janus con una sonrisa y cerró la
puerta insonorizada tras nosotros. Luego se quitó la camisa y dejó al
descubierto sus senos grandes y cargados de leche materna. Con la misma
rapidez, se bajó los pantalones del pijama, la ropa interior, los calcetines,
todo.

En unos instantes, estaba desnuda ante nosotros. Era casi asombroso verla
tan desnuda y suculenta ante nosotros. Durante tanto tiempo solo habíamos
sido... cuidadores. No éramos más que un montón de brazos, manos, piernas
y, en el caso de Hope, pechos, al servicio de esos dos bebés en la otra ala de
la casa. Pero ahora, con solo mirarla, mi pene se endureció de una forma
que casi había olvidado que podía hacerlo.

Me arrodillé frente a ella. Le besé las rodillas una a una. Qué preciosa
carne. Luego subí por sus muslos. A cada lado, mis hermanos se unieron a
mí. Estaba furioso con Milo, pero no le rechacé cuando se arrodilló a mi
derecha mientras Janus se posicionaba a mi izquierda.
Janus acarició el culo de Hope y ella le miró. Un poco desesperada. Casi
salvaje. Se agachó y agarró el pelo de Janus con fuerza, y luego le suplicó:

—Por favor, papi.

Al parecer, su mensaje fue recibido alto y claro, porque mientras ella seguía
agarrada a su pelo, Janus alzó la mano y le azotó el culo. Por el ruido
erótico y agudo que emitió, cualquiera diría que uno de nosotros le estaba
chupando el clítoris.

—Sí, papi. ¿Puedes azotarme otra vez?

Janus abrió las fosas nasales y nos miró brevemente a Milo y a mí, antes de
sonreírle de nuevo a Hope.

—Sí, nena. Siempre que lo pidas con tanta amabilidad, te daré diez. Pero
solo si me suplicas por cada uno. Inclínate sobre el sofá para que pueda ver
ese culo rosado con las huellas de mis manos.

Mi familia, la alegría y la promesa de un futuro.


Capítulo 18

JANUS

SABÍA que mis hermanos estaban agotados y que Leander estaba


graciosamente abrumado por los bebés. No eran más que pequeños seres
humanos con necesidades básicas, así que no fue tan difícil. A ver, Paul era
un poco quisquilloso, pero no era para tanto.

Estaba viviendo mi mejor vida. Después de dar lo mejor de mí en la


película, esforzarme al máximo para cuidar de dos bebés, mis hijos, era un
honor. Y me sentía mejor. Esto no requería que fuera una estrella.

Cuidar bebés era el trabajo más libre de ego del planeta. No les importaba
mi fama ni la falta de ella. No les importaba una mierda si era yo o Leander
o Milo quien acababa limpiando la mierda que depositaban en su pañal y
que se había deslizado por sus espaldas arruinando otro conjunto. Todavía
no podía comprender cómo sus pequeños cuerpos eran capaces de producir
tanta mierda. Eran como pequeñas fábricas que trabajaban sin parar.

Nadie me había preparado para eso. En cuanto les cambié los pañales una
vez más y logré que ambos se durmieran a la vez, podrías apostar a que fui
a lavarme las manos y los antebrazos.

Sonreí al ver el culo saltarín de Hope en mi cara. Sus ojos se habían


iluminado en cuanto el médico respondió a la pregunta de si estaba
preparada para tener actividad sexual. Un parto natural de gemelos no era
ninguna broma. En la revisión de las seis semanas, el médico se había
mostrado inseguro acerca de la actividad sexual y yo me oponía a hacerlo,
prefería esperar hasta que fuera seguro.

Así que hoy ha sido ella la que me ha arrastrado por el pasillo y se ha


quitado las bragas para subirse a la silla de exploración. Ni siquiera creía
que estuviera tan excitada. Ahora que movía el culo delante de mí y que de
su garganta salían ruiditos suplicantes, empezaba a entender que necesitaba
mucho más del sexo que los orgasmos. Aunque los últimos no caían mal.
Todo esto le aportaba libertad además de placer. Sobre todo, después de la
intensidad que habíamos vivido las últimas ocho semanas y todo el estrés
de cuidar a los bebés, que en gran parte recaía sobre ella como fuente de
alimento…

Retiré la mano y le di otra nalgada. Sentí que la calma y el alivio se


apoderaban de mi cuerpo cuando la sacudida no solo se extendió por sus
nalgas, sino por todos sus muslos carnosos hasta llegar a su suave vientre.
Está bien, no era solo ella quien lo necesitaba.

—Sí —gimió en susurros—. Que sean dos. Por favor, papi, ¿me puedes dar
otra?

Mierda. Mi pene se endureció en mis pantalones. Froté con una mano su


cálido culo, sonrojado por la sangre que se había precipitado a la superficie.
Luego bajé la mano y liberé el botón para desabrocharme los vaqueros y
liberar la presión sobre mi pene.
—Muy bien —dije con la voz entrecortada—. Lo has hecho muy bien. —Y
volví a azotarla.

Contó como la buena niña que era y me emocionó el contraste de su versión


de madre, de sumisa inclinada tan obedientemente hacia mí y, siempre, de
buena chica. Pude ver que seguía tensa, que necesitaba liberarse.

Miré a Leander y él lo entendió sin necesidad de que se lo dijera. Metió la


mano entre sus piernas a tientas, pero sin demasiada delicadeza. Movió la
cabeza contra los cojines del sofá y su culo se contoneó aún más. Le colocó
la mano en el sexo y me hizo un gesto con la cabeza. Volví a azotarla,
dándole fuertes nalgadas para captar su atención. Luego Leander la
acarició, ella empezó a gemir y lo comprendí. Necesitaba liberarse. Ella me
necesitaba. Nos necesitaba a los tres. Posé una mano en la base de su
columna.

—Así, amor. Déjate llevar. Libérate. No tienes que preocuparte por nada.
Deja que tus papis se hagan cargo.

Ella asintió en las almohadas del sofá. Le froté la base de la columna para
reconfortarla un poco más y luego la agarré del pelo. Se había soltado las
trenzas con las que solía andar estos días, justo después de cerrar la puerta.

Dejó escapar un chillido al oír el ruido y luego emitió un gemido erótico.


Qué bueno. Quería asegurarme de que seguía con nosotros. Y entonces
terminé de azotarla, cada vez con más fuerza, hasta que gritó entre
lágrimas:

—¡Diez! Gracias, papi.

Las pelotas se me iban a reventar.

Miré a Leander, esperando que me pidiera hacerme a un lado para ser el


primero en follarse a la madre de nuestros gemelos. Todavía había una parte
de mí que sentía que la había defraudado al no estar presente en el parto por
haber estado en el puto trabajo cuando más me necesitaba en lugar de él o
Milo. Milo había sido el verdadero héroe del momento, cogiendo a nuestros
bebés en brazos cuando llegaron a este mundo.

Pero para mi sorpresa, Leander, que normalmente estaba tan dispuesto a


reclamar cualquier ventaja que pudiera, tenía los ojos clavados en el suelo.
Cuando por fin levantó la vista hacia mí, su rostro estaba lleno de un
conflicto que no entendía.

—Tú —me dijo.

Fruncí el ceño sin entender. Miré a Milo para comprobarlo, pero el cabrón
tenía los ojos clavados en las tetas de Hope, como siempre. Estaban
colgando justo debajo del borde del sofá y, con toda su excitación, habían
empezado a soltar leche. En menos de un segundo Milo estaría inclinado
lamiéndola. Nunca le bastaba. «Sucio cabrón», dije entre risas para mis
adentros.

Bueno, no iba a desperdiciar el subidón de Hope por los azotes, así que, con
cuidado, cogí las caderas de mi mujer, alineé mi pene y, lentamente, tan
lentamente para asegurarme de que no le estaba haciendo daño, me abrí
paso en el hogar de seda que era su sexo.
Capítulo 19

HOPE

ESTO SÍ QUE era el paraíso. Estando de rodillas, con los codos apoyados
en el borde del sofá y el pene de Janus entrando en mí… Dios mío, gracias.

No sabía cómo me iba a sentir después. Una pequeña, bueno, gran parte de
mí temía que no fuera lo mismo después de los bebés. Pensé que sería
diferente. Pero mientras mi cuerpo se aferraba al pene de Janus, se me
llenaron de lágrimas los ojos. Janus empujó hasta el fondo y se sintió
extraordinario. Todo volvió.

Y, gracias a Dios, también volvía a ser yo. No era una madre, tampoco un
par de tetas que tenían que alimentar a dos bebés hambrientos. No estaba
preocupada porque sabía que, aunque se oyera un quejido en el monitor de
bebés, otra persona iría a atenderlo y yo podría seguir… Janus salió de mí y
volvió a penetrarme. Sí. Un impulso recorrió nuestros cuerpos mientras
Janus se inclinaba sobre mi espalda. Su corazón y el mío latían al unísono
mientras Leander se acercaba a nosotros.
—No hay más mundo que este —me susurró Leander al oído—. Ahora eres
nuestra perra. Solo estás aquí para que te follen, cariño.

Maldita sea, a veces Leander podía ser tan despistado, pero otras veces,
como ahora, sabía exactamente lo que necesitaba. Gemí y me sujeté de los
cojines del sofá.

—Hemos echado tanto de menos este coño —continuó Leander, con su


aliento caliente en mi oreja—. No sé cuánto tiempo más voy a poder
aguantar viendo cómo te folla mi hermano.

Mi vientre sufrió un espasmo de placer. Arqueé la espalda para que mi culo


empujara contra Janus, que me agarró las caderas con sus grandes manos.

—¿Puedo tener un poco ahora? —preguntó Milo.

—Sí —dije, apretándole el pene a Janus.

Milo se posicionó, ansioso, a mi otro lado, agachándose y luego


volteándose para quedar boca arriba. Me había estado deseando desde que
empecé a amamantar, y por mucho que se me agrietaran los pezones, no
podía negarle el gusto porque, al fin y al cabo, su suave lengua me
recordaba que no era solo una mamá, sino también una mujer. Era lo más
sucio y lo más sensual que había visto en mi vida. Y desde luego nunca
imaginé que lo sería. Me levanté del sofá solo un poco para mirarle.

El rostro de Milo mostraba reverencia mientras se inclinaba sobre los codos


con el pecho desnudo. No sabía cuándo se había quitado la camiseta, pero
me alegraba del espectáculo. Últimamente había estado ejercitándose con
sus hermanos.

Mis tetas pendían mientras me inclinaba sobre el sofá, y entonces su tierna


lengua lamió suavemente mis pezones sacando leche de ellos. Bajó una
mano para jugar con mi clítoris mientras Janus me follaba. Milo jugaba con
mi coño, frotando mi carne hinchada contra el pene de su hermano. Agarré
una de las almohadas del sofá, me la metí entre los dientes y solté los
gemidos más agudos cuando sentí que llegaba el orgasmo. Me sentía como
en una montaña rusa a punto de llegar a su cúspide. Cielos, estaba tan
preparada para hacerlo. Preparada para el subidón y la caída libre en el
placer. Mi cuerpo empezó a temblar de anticipación.

Milo llevó su boca a mi pezón y me chupó. Sentí que salía leche, pero no
era nada comparado… Leander se inclinó desde el otro lado.

—Todos nos vamos a alimentar de ti. —Me mordisqueó la nuca y luego


chupó.

Me estremecí y extendí una mano hacia él a ciegas. Solo conseguí agarrarle


el bíceps.

—Se siente tan bien movernos todo juntos así —dijo Leander, y por la
tensión de su voz me di cuenta de que se estaba tocando. Imaginé su mano,
con sus venas fuertes, acariciándose el miembro. Idéntico al que tenía
dentro de mí. Leander siempre se tocaba lenta y constantemente. En
cambio, Milo era tan rápido que era como un staccato veloz mientras subía
y bajaba la piel por el tronco con brusquedad, mientras la parte inferior del
puño chocaba con fuerza contra sus testículos cada vez que tiraba hacia
abajo.

Janus giró las caderas y lo sentí dentro. Por todas partes.

—Es el turno de Leander —dijo Janus.

Y entonces Janus me lo sacó, pero solo brevemente, porque su pene ni


siquiera tuvo tiempo de descansar antes de comenzar a hacer presión en mi
otro orificio. Leander estaba alineado a su lado, tan cerca que uno estaba
casi encima del otro. Un pene me presionaba el culo, y cuando Leander
subió sobre una pierna y se alineó… Cielos, había otro en mi sexo.
Mi orgasmo se había esfumado justo antes de alcanzarlo cuando cambiaron
de posición, pero cuando los dos empezaron a penetrarme a la vez… Ah…

Milo se movió hacia mi otro pecho y me agarré al borde del sofá cuando los
gemelos empezaron a penetrarme juntos. Janus no tenía piedad con mi culo.
Aunque no habíamos practicado ningún tipo de sexo, excepto el oral, hasta
que el médico lo autorizó, Janus había disfrutado mucho jugando con sus
dedos en mi culo en las últimas ocho semanas. Quería «mantenerlo
dilatado», según sus propias palabras. Era un sucio fascinado por mi culo.

Me abrieron las nalgas para que los gemelos tuvieran mejor acceso. No
sabía si era un solo hermano, o si cada uno de ellos tiraba de una nalga a la
vez, pero me estiraban. Desde fuera, y dentro de mi culo, el pene de Janus,
ah, cielos, mientras el de Leander me penetraba también desde delante…

Por un momento todo lo que pude hacer fue parpadear en estado de shock
ante la plenitud. Temía… Quizá fuera una tontería, pero temía que, después
de los bebés, sobre todo dos bebés, no volviera a estar cerrada. Pero no, sus
penes se sentían tan apretados como siempre. Casi lloro de la plenitud. Se
sentía muy bien, así que me deleité y los apreté con todos mis músculos.

Milo empezó a acariciarme de nuevo el clítoris, rítmicamente, mientras lo


acercaba al miembro de Leander. Ya de por sí, este estaba tocando mis
zonas de placer, especialmente cuando se presionó contra el pene de Janus
en mi culo...

Me invadió de la nada. Después de tardar tanto en llegar, de repente fue


como un maremoto. Me iba a correr… Golpeé las malditas almohadas del
sofá. Qué exquisito era. ¡Demasiado exquisito! Solté la almohada que había
estado mordiendo y grité:

—¡Sí, papis! ¡Dénmelo todo, papis! —grité mientras el orgasmo casi me


cegaba.
Casi al mismo tiempo se oyeron algunos quejidos en el monitor de los
bebés, pero no me importó. En realidad, sí, o al menos en un rato. Lo
juraba. Podían esperar otros treinta segundos mientras mamá terminaba de
recuperar el aliento.
Capítulo 20

MILO

TODO ERA PERFECTO. Era lo más perfecto que había vivido en toda mi
asquerosa vida.

Caminaba con el pequeño Apolo en el hombro, acariciándole la espalda. Sin


embargo, él no quería nada de eso: seguía gritándome al oído. Estaba bien,
no me importaba. Su mamá estaba ocupada dándole de comer a su hermana.
Hope había intentado darles de comer a los dos a la vez, y aunque a veces lo
conseguía, Apolo solía ser demasiado quisquilloso con la comida y no
quería comer.

—Que seas el más ruidoso no significa que siempre tengas que ir primero,
colega —le dije con voz tranquilizadora mientras seguía acariciando su
pequeña espalda—. Tienes que aprender a compartir.

Al otro lado de la habitación, Leander me miró con enfado y frustración.


Una ridiculez, ya que yo era el único al que no le importaba coger a Apolo
cuando estaba así. Leander enloquecía cuando alguno de los bebés lloraba.
No debí contarle mi secreto. Me había arrepentido todos los días desde
entonces. Quería que se lo contara a Hope, lo cual era una idea terrible.

¿Acaso no veía lo perfecto que era todo tal y como estaba? Y yo era quien
lo había conseguido. Sin mí, estas criaturitas perfectas no estarían aquí,
pensé mientras acurruqué más a Apolo. No tendríamos la increíble pequeña
familia que teníamos. Yo nos había salvado. Ciertamente había salvado a
Leander y a Janus de sí mismos.

Nos había dado a Hope; un futuro, un legado.

Besé la cabeza perfumada de Apolo mientras seguía lloriqueando.

—Todo estará bien, colega. Pronto llegará tu turno. Sé que no es fácil la


espera.

Todos habíamos esperado tanto por esto. Incluso si los gemelos no se


habían dado cuenta, esto era lo que habíamos necesitado todo el tiempo.
Algo que nos uniera más que nuestra infancia retorcida. Algo mejor que un
trauma compartido y una madre narcisista. Había hecho lo correcto, lo
sabía. Leander también lo sabía en el fondo, aunque su estúpida moralidad
no le permitiera admitirlo. Era egoísta de su parte ponerlo todo en riesgo.

—De acuerdo —dijo Janus, sacando a una Diana feliz y saciada de la


habitación de los gemelos, donde a Hope le gustaba darles de comer.
Llevaba una pequeña manta para sacarle los gases en el hombro y le
acariciaba suavemente la espalda—. Siguiente monstruo hambriento.

—¿Ves? Qué bien te has portado esperando tu turno —le dije a Apolo, que
seguía gritándome al oído, sin inmutarse. Le sonreí y lo llevé junto a su
madre.

Hope brillaba desde donde estaba, sentada en el sofá-cama que habíamos


instalado junto a la cuna para darle de comer cómodamente. Había poca luz
y sonaba Bach de fondo. Una pequeña guarida de alimentación.

Tenía que admitir que estaba un poco celoso. Me fijé en los prominentes
pechos de Hope, que tenían una gota de leche materna en la punta que
Diana había dejado. Tuve la tentación de agacharme y lamerla. Suspiré
resignado mientras le entregaba a Apolo. Supongo que sería egoísta
robarles a los bebés. Siempre era consciente de no tomar mucho durante
nuestros juegos; solo unas dulces gotas para saciar mi sucia adicción.
Cielos, quería seguir alimentándome de Hope para siempre, porque beber
de ella era oficialmente la perversión más deliciosa que había descubierto.

Estaba erecto en cuanto terminé de entregarle a Apolo en sus brazos. Hope


se dio cuenta, naturalmente, y soltó una risita mientras me hacía señas con
un brazo para que me fuera mientras con el otro acomodaba a Apolo para
que se alimentara. Aunque sin duda, habíamos saciado su cuerpo antes en el
teatro, ahora lucía más fresca y menos cansada. Al parecer, a una mamá le
sentaba bien que la follaran.

—Sal de aquí, cerdo —me siseó, con una sonrisa burlona en los labios
mientras me miraba descaradamente la entrepierna.

Mierda, eso me puso aún más duro. Los quejidos de Apolo finalmente se
interrumpieron cuando encontró su pezón y empezó a comer. Hope se
estremeció cuando la mordió. Esos niños eran implacables con ella. Me
agaché y la besé en la frente.

—Lo estás haciendo muy bien, mamá.

—Gracias, Mi.

Se me cerraron los ojos y me detuve un momento a inhalar su calor y la


perfección del momento. Sentí tanto amor aquí. Tanta plenitud. Y luego una
punzada al saber que podría haberlo estropeado todo. Un pensamiento al
que siguió la confusión porque, ¿cómo podría haberlo hecho? Lo que había
hecho había hecho posible todo esto. Mi conciencia no sabía lo que estaba
bien o mal. Tal vez ya no la tenía. Tal vez había ido demasiado lejos.

—Dejaré que tengan su tiempo —dije, apartándome bruscamente de ella y


saliendo de la habitación.
Capítulo 21

JANUS

—¿REPETIR las tomas? —pregunté por móvil mientras nuestro agente me


hablaba animadamente un par de meses después. Miré a Milo, quien sacaba
los gases de Apolo. Tarareaba al oído del bebé y lo mecía de arriba abajo
junto a la ventana trasera de la cocina mientras Hope daba de comer a
Diana en la habitación—. La pierna de Leander está mejor, ¿lo sabías? —le
dije a Víctor. Leander estaba en la sala de pesas, en la cinta de correr.

—¿Y tú sabías que el rodaje de Géminis empieza mañana? Pero el estudio


te necesita a ti, Janus, en el lote de Universal como ayer para los repetir las
tomas. Los escenógrafos han recreado el café de Venecia y necesitan a un
Leander Mavros maquillado mañana a las cuatro de la mañana. Y,
francamente, es contigo con quien han trabajado toda la película y no
quieren que nada se perciba diferente a estas alturas. Te quieren a ti.

Miré al suelo.

En cualquier otro momento de mi vida, habría matado por oír esto. ¿Que
alguien me quería a mí, a mi verdadero yo, en vez de a mi hermano? No me
importaba lo que pusiera en el cartel. Era mi cara la que iba a estar en
pantalla. Mi talento. Leander siempre fue el preferido y yo el de repuesto.

Apolo soltó un lloriqueo y le miré. Milo intentaba darle su chupete, pero no


lo conseguía. No pude evitar sonreír a mi hijo. Ese niño. Sabía que iba a ser
un diablillo testarudo y obstinado, aunque solo tuviera cuatro meses. Era
maravilloso.

—¿Janus?

Suspiré y volví a mi llamada telefónica.

—¿Cómo exactamente piensas explicar que Leander esté en dos sitios a la


vez? —Caminé un poco por el pasillo para que no me oyeran.

—¿Explicar a quién? No es que los productores de Géminis estén en el


mismo Discord que los de la película. No pasará nada. Además,
mantendremos tu nombre al margen.

—¿Cómo? Nuestra agente de publicidad estará de baja por maternidad otros


dos meses.

—Sabes que mi agencia se encargará de todo mientras tu prometida se


recupera. Nunca defraudaría a mis mejores chicos.

Me reí de eso.

—Ahora te alegras de sacarnos el doble de comisión.

Ty era el tipo de persona que tenía una respuesta lista para todo.

—La mayor parte de la película está en postproducción y, por lo que he


escuchado, los ejecutivos están muy contentos con tu actuación. Creen que
podría ser otro éxito de taquilla, los has dejado boquiabiertos. ¿No es bueno
saber que todavía tienes tanto talento? ¡Y quieren más para estas últimas
tomas!
Puse los ojos en blanco. Había oído a Ty darle a Leander este tipo de
sermón de mierda para conseguir que hiciera lo que quería durante toda su
carrera. Así que no sabía si sentirme insultado u honrado de que ahora me
diera a mí el mismo trato de estrella. Por lo general, Ty apenas me dedicaba
tiempo. Aun así, lo dudé. ¿Realmente quería ir a esos nuevos rodajes? Claro
que sí. Pero tampoco quería dejar a Hope y Milo solos con los niños, justo
cuando Leander se iba a Vancouver para empezar a rodar Géminis de
nuevo.

Su vuelo despegaba en seis horas. Dejaría a Milo y a Hope en aprietos. Por


otra parte, normalmente solo había dos padres cerca cuando la gente normal
traía a casa a un bebé —o bebés, en nuestro caso— del hospital. Y de los
cuatro, Hope y Milo eran los más preparados. Milo tenía una paciencia
infinita con los pequeños. Yo estaba mejor que Leander, pero la privación
de sueño también empezaba a afectarme. Hope era una máquina, nunca
parecía demasiado cansada para hacer lo que había que hacer. No dejaba de
sorprenderme. Para mí era una supermujer.

Me sentía como un idiota por tener que irme para poder jugar a ser el héroe
de una película de acción durante un rato mientras ellos estaban en casa,
pero…

—Realmente te necesitamos, Janus. Vamos, tenemos que terminar la


película si queremos mantener el calendario de estrenos que queremos.
¿Qué dices? —La voz de Ty seguía en el móvil—. ¿Puedo decirles que
estarás allí mañana temprano?

—Por Dios, viejo, dame un segundo —siseé en el móvil.

—Bueno, necesitan una respuesta. Y yo necesito un gemelo Mavros.


Leander está contratado para todos y cada una de las retomas. ¡Así que
decídete!
La línea se cortó. Sí, este era el Ty con el que estaba familiarizado. Cuando
los halagos no funcionaban, entonces salían las amenazas. Mierda. Qué
cabrón. Me quité el móvil de la oreja y me quedé mirándolo, frustrado. Iba
a tener una conversación con Leander. Era hora de buscar un nuevo agente.
Sobre todo, teniendo en cuenta todo lo que había planeado para nuestra
carrera. Necesitábamos gente que trabajara de nuestro lado, no en contra
nuestra.

Además, fueron las conexiones de Leander las que le habían conseguido la


audición para la última película, nada que ver con Ty. La forma en la que
tratabas a la gente importaba. Tal vez ni siquiera me había dado cuenta de
eso antes de conocer a Hope. Porque nunca había sabido que pudiera existir
una persona tan buena. Pero ahora que lo sabía, cielos, tenía que ser mejor,
y también se lo exigiría a la gente con la que trabajaba.

Me acerqué a donde estaba Milo con Apolo en brazos, que seguía


quejándose.

—Ven, yo me encargo —dije, y Milo me lo dio.

—Ay, ¿qué pasa, pequeño? —le dije en su cara roja y cubierta de lágrimas.

—Lo agarraste justo a tiempo —me sonrió Milo—. Estoy seguro de que
acaba de dejar un regalo en ese pañal.

Definitivamente. Podía olerlo.

—¿Te has hecho encima, amiguito? ¿Te has hecho caca encima? —Bailé
con él alrededor de la cocina. Luego volví a mirar a Milo—. ¿Crees que a
Hope le importará que entre a cambiarlo mientras ella da de comer?

Milo negó con la cabeza.

—Diana es imperturbable cuando está alimentándose.


—Cierto —dije, sujetando a Apolo por debajo de las axilas mientras nos
dirigíamos a la habitación de los gemelos—. Solo el príncipe Apolo es tan
quisquilloso si hay alguien cerca cuando está con mami, ¿no? ¿Verdad que
sí, amigo?

Lo acaricié en la barriga, lo que le hizo dejar por un momento de llorar y


sonreír, que fue casi una carcajada. Pero luego volvió a llorar.

—Qué malhumorado.

—Bueno, está hecho mierda —dijo Milo.

—Es entendible.

Le di a Apolo otra caricia en la barriga. Hizo la misma pausa del llanto y


luego lo metí en la habitación y me acerqué al cambiador. Hope miró
brevemente desde donde estaba tumbada en la cama dándole de comer a
Diana.

—¿Es el señor caca? —preguntó.

Le sonreí y asentí con la cabeza. Luego procedí a ocuparme del torbellino


que era mi hijo. Después de quitarle el pañal y darme cuenta de que había
que quitarle toda la ropa, empecé a pasarle toallitas húmedas.

—¿Cómo? ¿Cómo, hijo? —pregunté, limpiando mierda de lugares donde


nunca debería haber mierda en un cuerpo humano—. ¿Cómo logras hacer
eso siempre?

Por fin se había calmado y sujetaba alegremente uno de sus animalitos de


peluche. Soltó las risitas más adorables que hicieron que mi duro corazón se
derritiera, y entonces, antes de que pudiera ponerle el pañal limpio del todo,
su salchichita se levantó y soltó un chorro de pis que me cayó directamente
en la barbilla. Hope se echó a reír y yo me limité a negar con la cabeza
mirando a mi hijo.
—Qué bonito. —Fue todo lo que pude decir—. Muy muy bonito, amigo.
Parece que vas a terminar pagándote tú la universidad, ¿eh?
Capítulo 22

LEANDER

SALÍ TROTANDO de la sala de pesas, con ganas de ver a Hope y a los


niños, aunque tenía que ir a recoger mis cosas. Había recibido los primeros
guiones de esta temporada de Géminis y eran mejores que nunca. Creo que
los guionistas se habían tomado la victoria del año pasado en los Emmy
como un reto para hacerlo igual de bien o mejor esta temporada y por el
material que estaba leyendo, lo estaban logrando.

Así que debería estar eufórico por irme a Vancouver. Mi carrera iba viento
en popa. Mi pierna por fin estaba mejor y, cuando acabé de trotar en la
cinta, no sentí ni una punzada. Tal y como habían dicho los médicos, las
fracturas se habían curado y estaba como nuevo; pero los bebés acababan
de empezar a levantar la cabecita por sí solos y ayer Diana se dio la vuelta.
Ella solita. La pusimos boca abajo y empezó a contonearse como si nada y,
de repente, ¡se dio la vuelta ella sola!

¿Qué cosas geniales me iba a perder durante estos meses de rodaje? Ya


habían empezado a sonreír y a reírse de nosotros. Estaban aprendiendo,
creciendo y asimilando el mundo que les rodeaba tan rápidamente. Era
fenomenal. Cielos, la idea de estar lejos de ellos me destrozaba.

Eché un vistazo a la cocina, el centro neurálgico donde todos parecían


reunirse, pero estaba vacía, así que me dirigí a la pequeña guarida donde los
poníamos boca abajo y teníamos los columpios para bebés. También estaba
vacío. Entonces miré el reloj. Ah, sí, supongo que había hecho ejercicio
hasta la hora de la siesta. Maldición, debería haber acortado mi carrera y así
tendría un par de horas con ellos antes de tomar mi vuelo.

—Qué bueno, estaba buscándote.

Levanté la vista hacia Janus cuando entró en la habitación.

—¿Los niños están durmiendo? —pregunté, esperando no parecer tan


cabizbajo como me sentía.

—Milo y Hope los están preparando.

Asentí y me tumbé en el sofá, abatido.

—Eh, quieren que vaya al estudio mañana para volver a rodar y yo…

—¿Qué? —Me enderecé—. No, no puedes.

—Mira, sé que será raro, pero nadie se dará cuenta de que estás en dos
sitios a la vez…

—No, no es eso. —Negué con la cabeza.

Janus se me quedó mirando.

—¿A qué te refieres entonces? Todo irá bien.

Mierda. Me pasé una mano por el pelo. Esto era lo último que necesitaba.
—No lo entiendes —exhalé con fuerza. A la mierda. Estaba cansado de
guardarme esto, de todas formas—. No confío en que él esté a solas con ella
y los niños.

Janus se sentó a mi lado, mirándome como si me hubiera vuelto loco.

—¿Quién?

—¿Quién más? Milo.

Se echó a reír. Luego me dio un puñetazo en el hombro con fuerza.

—No me jodas.

Le devolví el empujón y siseé:

—Lo digo en serio.

Luego me levanté y fui a mirar a la vuelta de la esquina para asegurarme de


que Milo y Hope siguieran en la habitación del bebé. Me parecía bien
mientras ella estuviera con él, pero ¿dejarlos solos sin que Janus o yo
estuviéramos en casa? ¿Y si Hope se echaba la siesta y Milo se quedaba
solo con mis hijos? Sacudí la cabeza. Ni en broma. Janus también se
levantó, por fin se dio cuenta de que hablaba en serio.

—¿De qué coño estás hablando? Milo es nuestro hermano. Y ha sido tan
padre de ellos como tú o yo.

Pero negué con la cabeza.

—No, joder, no lo ha sido. No es de fiar.

Janus abrió mucho los ojos.

—¿Qué coño significa eso?


Le agarré del codo y tiré de él hacia la ventana, donde podía vigilar la
puerta de la habitación del bebé para ver si se abría. Janus me miraba como
si estuviera loco.

—Mira, justo después de que nacieran los bebés, literalmente en la puta


habitación del hospital, me dijo que había cambiado las píldoras
anticonceptivas de Hope y que siempre había querido que fuéramos una
familia, así que fue él quien…

Janus me apartó el brazo de su codo.

—Deja de tomarme el pelo.

—¡No lo hago! —Lo fulminé con la mirada.

Él me devolvió la mirada. Era como mirarse en un espejo mientras ambos


permanecíamos en silencio.

—No estás bromeando. —Y entonces se separó y se pasó las manos por el


pelo—. ¡Cielos!

Exhalé y se me hundieron los hombros.

—Exacto.

Se giró hacia mí.

—¿Por qué coño no me lo has dicho antes?

—¿Estás contento de saberlo ahora?

Me fulminó con la mirada. Luego se volvió para mirar hacia la habitación


del bebé y volvió a mirarme.

—Eso la destruirá.

—Exacto.
—Más ahora que si se lo hubiéramos dicho al principio, idiota.

Levanté las manos.

—Acababa de tener dos bebés a un lado de la carretera, si te acuerdas.


¡Había dado a luz! ¿Qué coño se suponía que hiciera?

Janus volvió a pasarse ambas manos por el pelo.

—¡Mierda!

Justo después, se abrió la puerta de la habitación del bebé. Hope salió


primero, con una sonrisa radiante en la cara. Llevaba a Milo de la mano,
casi arrastrándolo con ella. Nos saludó entusiasmada mientras Milo cerraba
la puerta con cuidado.

—Vamos —susurró—. Los niños están abajo. Despidamos a Leander como


es debido.

Su sonrisa era la luz de mi vida y me sentía como el mayor pedazo de


mierda por haberle ocultado este secreto.

Soltó la mano de Milo y se abalanzó hacia mí.

—¿Dónde me quieres? —Y luego, con los ojos juguetonamente


encapuchados, me echó los brazos al cuello mientras se ponía de puntillas y
me susurraba al oído—. O tal vez debería preguntarte, ¿cómo me quieres,
papi?
Capítulo 23

HOPE

ESPERABA que Leander me rodeara con sus brazos. Iba a estar unos meses
fuera y esta era nuestra última oportunidad. Pero en lugar de eso, me cogió
suavemente de los brazos y se los quitó del cuello. ¿Qué estaba…?

Me miró severamente a los ojos.

—Milo tiene algo que decirte.

Me volví hacia Milo, confundida.

—¿Qué está pasando?

No me gustaba el tono de voz de Leander ni el repentino pavor que me


golpeaba en las entrañas. No lo había notado cuando entré, pero ahora lo
sentía: el ambiente tenso entre Leander y Janus. Y cuando miré a Milo en
busca de una explicación, se había quedado inmóvil en una postura
desafiante.

—En serio, chicos —dije mirando a los tres—. Que alguien me diga qué
está pasando ahora mismo.
—Milo —dijo Janus—. Se lo dices tú o se lo digo yo.

El pavor en mis entrañas tocó fondo y me volví hacia Milo.

—¿Decirme qué?

Milo se quedó en silencio otro largo rato, mirando a sus hermanos antes de
mirarme por fin. Su rostro se suavizó con una expresión suplicante que no
me gustó. No, no me gustaba nada de esto. En absoluto.

—Solo vi el final desde el principio, eso es todo —dijo Milo, avanzando


hacia mí, y Janus hizo un ruido de burla a mis espaldas.

Levanté una mano.

—¿Y eso qué significa?

—Sabía que esto es lo que siempre debimos ser: una familia.

Parpadeé.

—Vale… ¿Y eso qué significa?

—Siempre te he querido —dijo Milo como si empezara de nuevo—. Y


tenía que arreglarnos. —Señaló a sus hermanos—. Estábamos rotos y tú
eras la única forma de arreglarnos.

¿Qué demonios significaba eso?

—Deja de justificarte y díselo —exigió Janus.

Milo lo miró por encima del hombro.

—Tomé la difícil decisión que sabía que no iban a poder tomar. No es una
justificación. Es la verdad.

—¿Qué decisión? —pregunté, dando un paso adelante.


Los ojos de Milo volvieron a mí.

—Nos di a Diana y a Paul.

¿Qué…?

—Por Dios —dijo Janus desde detrás de mí—. Te cambió las pastillas
anticonceptivas por pastillas de azúcar.

Me quedé con la boca abierta del susto y me entraron ganas de reír.

—¿Ese plan absurdo de Lena que…? —me detuve.

Milo negó con la cabeza y agitó una mano.

—Antes de eso.

—¿Cuándo? —le pregunté—. ¿Cuándo empezaste a hacerlo?

Milo bajó la mirada.

—Desde el principio. La píldora del día después y todas las que vinieron
después.

Tropecé un paso hacia atrás, hacia el pecho de Leander. Sentía la mente


acelerada y vacía al mismo tiempo. Lo único que pude decir fue:

—Confié en ti.

Y entonces giré sobre Leander.

—¿Desde cuándo lo sabes?

La cara de Leander se volvió de repente cautelosa, sabía que no me gustaría


su respuesta. Me aparté de él cuando las palabras empezaron a salir de su
boca.
—Me lo dijo en el hospital, después de que nacieran los bebés. Te juro que
antes no lo sabía. Y luego necesitábamos tanta ayuda con los niños y él era
tan bueno con ellos que…

—¿Que me mentiste?

Le di un fuerte empujón a Leander en el pecho. Y luego me volví para


mirar a Janus.

—¿Y tú? —pregunté con tono acusador.

Él levantó las manos.

—Acabo de enterarme ahora mismo, lo juro —dijo Janus—. Y supe que


teníamos que decírtelo enseguida.

Solo llevaba puesta una bata para dar de comer a los bebés y había salido
con ella abierta. Pero ahora me la até bien y me acerqué a la ventana. Tenía
que alejarme de todos por un segundo y respirar. Por fin estaba más fresco y
la ventana del estudio daba a un precioso patio trasero. Nuestra casa estaba
en las colinas de West Hollywood, pero había estado tan ocupada con los
gemelos que casi no había podido apreciar la belleza de la casa.

Había llegado muy lejos. De niña tenía un patio sucio y siempre nos
rebuscábamos unos centavos para llegar a fin de mes. No porque papá no
ganara lo suficiente, sino porque lo gastaba como si fuera agua y luego nos
gritaba a mamá y a mí por no ser lo suficientemente frugales con la compra,
porque ese era el problema.

Papá era un mentiroso y un tramposo en su vida secreta, a pesar de ser un


piadoso hombre de iglesia. Los secretos y la doble moral fueron parte de mi
vida mientras crecía y todo aquello de lo que juré escapar. ¿Realmente era
mucho pedir honestidad?
Me froté los brazos de arriba abajo, pero no fue suficiente. Sentía como si
hubiera hormigas arrastrándose bajo mi piel. Tenía que salir de aquí.
Ignorando a los chicos y las miradas de preocupación que intercambiaban,
me dirigí hacia la puerta del garaje.

—¡Espera, Hope! —dijo Milo.

—¿Adónde vas? —gritó Leander.

Tomé las llaves del estante y atravesé la puerta del garaje. Luego me subí al
auto y cerré la puerta tras de mí. Giré la llave lo justo para encender el
equipo de música sin que el motor se pusiera en marcha y lo puse a todo
volumen, entonces dejé salir el grito que retenía dentro de mi pecho. Como
un alma en pena, grité y grité y grité. Golpeé el volante del auto y grité,
hasta que la puerta del conductor se abrió de un tirón y Leander intentó
sacarme en brazos. Luché contra él y les grité a todos ellos, que me habían
seguido hasta el garaje:

—¡Me mintieron!

Y a Milo:

—¡Me hiciste creer que estaba loca por creerle a esa zorra de Lena por un
segundo cuando cuestionó exactamente esto! ¿Cómo te atreves? ¿Cómo se
atreven? —Milo bajó la cabeza, pero ya estaba harta de que estos hombres
creyeran que ponerse cabizbajos y soltar una disculpa calmarían mi ira. Ni
siquiera me había pedido una disculpa—. ¿Al menos lo lamentas?

Los ojos de Milo se dirigieron a los míos.

—¿Que si lo lamento? Tenemos a Diana y a Paul gracias a mí.

—¡Esa no es la cuestión! —Mi voz subió una octava—. Claro que no los
cambiaría por nada del mundo. ¡Pero traicionaste mi confianza! Merecía
poder elegir. Esto es exactamente lo que habría hecho mi padre: decidir él,
que la mujercita tenía que estar preñada y metida en la cocina con bebés en
los brazos.

Me giré, con la furia acumulada en la garganta. Cuando por fin pude volver
a hablar, no pude mirar a Milo.

—Lárgate —le dije señalando a la puerta.

Sonaba confuso cuando dijo:

—Pero los bebés se despertarán pronto.

Me volví para mirarlo, llena de rabia por su falta de remordimiento.

—¿Así que sigues sin respetar mi derecho a elegir? He dicho que salgas de
mi vista. ¡Fuera de mi casa! ¡Ya! ¡No soporto mirarte!

Y entonces la emoción que ya no podía contener estalló y las hormonas


confusas convirtieron la rabia en sollozos. Janus me estrechó contra su
pecho; él era el único en quien podía confiar.

A lo lejos, escuché el eco de los pasos de Milo sobre el cemento cuando por
fin se marchó.
Capítulo 24

MILO

SALÍ DANDO tumbos por la puerta principal. No tenía ni la más mínima


idea de adónde ir. Si Hope no quería verme, pues debía alejarme de ella
cuanto antes, lo antes posible. La había traicionado y le había mentido a la
cara, yo era la reencarnación de su padre y como alguien con un padre que
me había roto, sabía que no había vuelta atrás. Habría cogido un auto…,
pero no tenía ninguno.

Realmente nada en esa casa era mío. Era la verdad. Todo el dinero que tenía
les pertenecía a los gemelos. Los llamaba mis hermanos, pero todos
sabíamos que eso era una mentira más. Este día siempre iba a llegar.
Cuando alguien por fin se diera cuenta de que yo era nada más que… el hijo
de mi madre. El vacío me invadió al darme cuenta de que siempre lo supe.
En el fondo, yo también era un monstruo.

Bajar la colina mientras el viento empezaba a soplar me pareció un buen y


acertado castigo. Había raras nubes oscuras en lo alto debido a una tormenta
tropical que había conseguido llegar por este lado de la costa. Me merecía
un castigo y hasta el cielo lo sabía. Quizá me partiera un rayo. Extendí los
brazos mientras bajaba la larga colina hacia el centro de Los Ángeles. Había
estado esperándolo, tentando a Dios por todos mis pecados.

Me había portado mal. Muy mal, y ahora lo veía. La devastación en la cara


de Hope cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Aun así, era tan malo
que sabía que nunca me arrepentiría de lo que había hecho por Diana y
Paul, pero al menos podía arrepentirme de haber herido así a Hope. Sin
embargo, no creí que un lamento a medias contara para Dios.

Me iba a ir al infierno. Especialmente sabiendo que la había hecho sentir


como si estuviera de vuelta en casa de su padre, despojada de todo poder.
Eso me revolvía el estómago. Era imperdonable, porque yo entendía ese
tipo de dolor. Algunas heridas eran demasiado profundas. Demasiado
profundas incluso para expresarlas con palabras.

Tropecé con algo. Mierda. Extendí las manos, pero apenas pude amortiguar
la dura caída. Debido a la empinada la colina, acabé rodando varios metros
antes de detenerme por fin. Entonces me quedé mirando al cielo. Las
primeras gotas de lluvia cayeron sobre mi cara ensangrentada. No había
nada que hacer salvo gemir, levantarme y seguir caminando. Me desvié por
caminos secundarios para bajar serpenteando en lugar de continuar por la
empinada cuesta.

Todos con los que me cruzaba apenas me miraban. Sucio por la caída y con
una manga ensangrentada de limpiarme la sangre de la frente, quizá parecía
un vagabundo más. O tal vez intuían que ya era un fantasma. Tal vez había
muerto allí, no mentía.

Yo era Adán, que había sido expulsado del paraíso. Aunque al menos había
tenido a Eva a su lado ese afortunado infeliz. Pero nunca volvería a tener a
nadie, había arruinado la única oportunidad que tenía de tener una familia.
Todo lo que podía hacer ahora era dar un paso tras otro.
Perdí la noción de todo lo que me rodeaba, del espacio y del tiempo. Solo
caminaba una calle tras otra. El cielo se oscureció y las luces brillaron a mi
alrededor. Estaba en el centro de la ciudad.

Seguí caminando. Mi mente era como una tormenta mientras la gente huía
de la lluvia que pasó a convertirse en un diluvio. Estaba calado hasta los
huesos y mis zapatos parecían balsas inundadas.

Seguí caminando, deteniéndome solo cuando alguien se paró frente a mí


gritando para que se le oyera por encima de la lluvia:

—Dame la billetera, idiota.

Levanté la vista por primera vez en quién sabía cuánto tiempo. Las luces
del centro habían desaparecido y estaba en un lugar oscuro rodeado por tres
hombres grandes, todos con cuchillos.
Capítulo 25

JANUS

APRETÉ a Hope contra mi pecho mirando a Leander por encima de su


cabeza. Alguien tenía que ir tras nuestro hermano. Milo la había cagado y
mucho, y si Hope no podía perdonarlo, yo lo entendería. Lo que había
hecho era imperdonable.

Pero después de todo lo que habíamos pasado, seguía siendo de la familia.


Puede que necesitara alejarse por un tiempo, tal vez para siempre, pero eso
no significaba que dejara de ser mi familia y de Leander.

—Es hora de contar todos los secretos —dijo Leander—. Siempre has
querido saber sobre nuestro pasado. Lo que pasó con el accidente de auto.
—Se acercó—. Necesitas saberlo todo.

Hope se rodeó la cintura mientras nos miraba con inseguridad. Odiaba que
tuviera motivos para sentir que no podía confiar en nosotros, y por un
segundo odié a mi hermano por no habérselo dicho antes. Después me odié
a mí mismo por pensarlo.
Toda esta mierda del pasado siempre me revolvía las entrañas. Tampoco es
que me gustara despertar a esos putos fantasmas. Las cosas se habían puesto
tan mal en aquel entonces… Hope asintió y todos volvimos al salón. Se
sentó en el centro del sofá junto a la larga ventana y señaló las tumbonas de
los lados.

—Habla —susurró—. En voz baja, para no despertar a los bebés.

—Siempre me has preguntado por qué acepté ir a prisión en lugar de


Leander —le dije mientras me sentaba a su derecha. Entonces ambos
miramos hacia Leander.

Leander respiró hondo y se acercó sin tomar asiento.

—Había una productora en una de esas tontas películas para adolescentes


que hice cuando intentaban averiguar cómo pasar de actor infantil a
rompecorazones adolescente. Era una gran productora, que hacía la película
como un favor a un amigo de la escuela de cine. Mamá se entusiasmó con
ella porque estaba segura de que podría hacer muchas cosas por mi carrera a
largo plazo. Había ayudado a otros jóvenes actores a triunfar en Hollywood.

El cuerpo de Hope ya se había enderezado y su rostro estaba mortalmente


pálido.

—¿Cómo se llama? —preguntó.

Leander se limitó a mirar al suelo.

—¿Quieres que cuente la historia o no?

—Vale —exhaló Hope con fuerza.

—Hacia la mitad del rodaje de la película, se me acercó y me dijo que tenía


mucho talento. —Las palabras ardían al pronunciarlas—. Y que podía hacer
grandes cosas por mi carrera. Así que, por qué no me pasaba por su oficina
para lo que ella llamaba «clases particulares de actuación».

La cara de Hope se retorció de horror y empatía. También parecía enfadada.


Sabía que estaba muy familiarizada con el tema, ya que había pasado gran
parte de su carrera rodeada de estrellas infantiles.

—Intenté fingir que tenía el control —continuó Leander, con la voz tensa
—. Que estaba viviendo la fantasía de todo hombre: follarme a una mujer
mayor. Iba a fiestas y consumía coca. Salía como nunca antes en mi vida.

—Sabía que algo andaba mal, pero él no me decía qué —dije—. Conseguía
más trabajos como actor y pensé que quizá la fama se le estaba subiendo a
la cabeza y se estaba convirtiendo en un idiota. No sabía cómo eso podía
hacer que no fuera el hermano que había conocido y querido toda mi vida,
especialmente cuando se ponía furioso de repente, como cuando explotaba
y destrozaba una caravana, se comportaba como un cabrón con los amigos
que habíamos tenido toda la vida. Ese tipo de cosas.

—¿Cuántos años tenías? —Hope se levantó y se acercó a Leander—.


¿Cuántos cuando empezó?

Él la miró, pero luego se fijó en el suelo y ella le agarró las manos. Su voz
era tranquila cuando finalmente respondió:

—Catorce.

Ella le echó los brazos al cuello. Inmediatamente, él volvió a rodearla por la


cintura. Vi cómo él le devolvía el abrazo, aferrándose a ella como si fuera
un puto salvavidas. Y por primera vez en mucho tiempo —y eso después de
toda una vida de celos alentados por todos los que nos rodeaban, desde
nuestra madre adoptiva hasta nuestros agentes y admiradores— no sentí
celos.
Hope nos dejó a los dos ser nosotros mismos. Por completo. Sacó a relucir
tanta mierda, hurgando en cada vieja herida y sacándola a la superficie.
Pero tal vez algunas heridas no podían sanar y cicatrizar hasta que las
limpiaras primero. Era la primera vez que Leander y yo hablábamos de ello
desde que me ofrecí por voluntad propia a pasar ingenuamente siete meses
en el infierno. Al menos ahora recordaba por qué lo había hecho. Recordaba
lo joven que parecía Leander cuando yo había llegado al lugar primero…
Aquella zorra me había llamado antes de llamar a la policía. Y Leander
parecía tan pequeño. En aquel momento ella se inclinó y lo besó. Él seguía
drogado, fuera de sí por toda la mierda que le había dado, y allí estaba ella,
besándole y diciéndole que lo mejoraría todo. Me pareció un buitre, posada
sobre él de esa manera, aunque por supuesto, eso era exactamente lo que
era.

Luego me llevó a la policía, les dijo que yo había sido el conductor y que
podían llevarme a la comisaría para que me tomaran las huellas.

—Fue Milo quien me ayudó a alejarlo de ella —continué.

Hope volvió a mirarme.

—Después del accidente, la señora…

—Janus —advirtió Leander.

Puse los ojos en blanco.

—Esa mujer fue quien hizo el cambio, así que fui yo quien cayó en la
trampa. Utilicé mi única llamada telefónica con Milo. Volvió y me dijo que
había jurado que, si lo hacía, si cumplía la condena por Leander, alejaría a
Leander de ella y lo metería en rehabilitación. Que le pediría a mamá la
custodia de nosotros durante nuestro último año de instituto hasta que
tuviéramos la mayoría de edad.
—Todavía no sé cómo consiguió que mamá accediera a eso —dijo Leander.

Sabiendo todo lo que se había revelado ahora, sacudí la cabeza.

—Creo que Milo siempre ha sido más astuto de lo que creíamos.

—Sí, supongo que tenía que serlo si creció con ella —dijo Leander. Y
luego, en voz más baja—: Creo que ni siquiera tenemos idea de lo mal que
lo pasó. ¿Cuántas veces llegamos a casa del trabajo cuando éramos niños y
nos lo encontramos encerrado en el armario? Era mayor que nosotros, pero
a veces lo encontrábamos temblando tanto que apenas podía beber agua
cuando lo dejábamos salir. A veces llorabas porque tenías miedo de que
mamá te encerrara en el armario a ti también.

—¿Hacía eso? —pregunté, sorprendido. No lo recordaba—. Supongo que


todos nos cuidábamos los unos a los otros. Después de que Milo y yo
habláramos, y de que comprendiera plenamente por lo que Leander había
estado pasando durante años a esas alturas —y cómo me había pasado por
alto todas las señales obvias—, bueno, ir a encerrarse en su lugar no sonaba
como un gran castigo.

—Excepto que yo no lo hice —dijo Leander—. Nadie te protegió en la


cárcel. Ni siquiera debiste estar allí.

—¿Janus? —Los ojos de Hope se dirigieron preocupados hacia mí y yo


levanté las manos.

—No fue tan malo siendo Leander. Simplemente me volví mucho mejor
con los puños de lo que quería.

—Te pegaron todos los días durante meses —dijo Leander, burlándose—.
Yo solo tuve mucho sexo.

—¡Pueden parar los dos! —gritó Hope—. ¡Dejen de restar importancia al


trauma por el que pasaron! Fue real y válido y horroroso. Y siento mucho,
mucho, que esas cosas les hayan sucedido.

Bajó dos brazos para ayudarme a levantarme del sofá. Luego, sin soltarme
la mano, me haló para poder abrazarnos a Leander y a mí al mismo tiempo.
Se giró para quedar frente a mí. Murmuró:

—Gracias por salvar a tu hermano.

Y luego me besó lenta y prolongadamente. Leander se puso rápidamente


detrás de ella y la besó con voracidad en la nuca. Actuó con rapidez y le
abrió la bata. Sus grandes senos se abrieron paso contra mi pecho.
Retrocedió solo un momento para quitarle la prenda de los hombros y
dejarla caer a sus pies. Su cuerpo dulce y curvilíneo estaba entre los
nuestros. Cielos. Posé una mano en su cadera y mis dedos se hundieron en
su piel. La sujeté con fuerza y un pequeño gemido escapó de mi dulce miel.
Era evidente que Leander estuviera relajado después de lo que había
confesado —algo que nunca le había oído decir en voz alta a nadie, nunca.

La necesitaba.

¿Qué le habíamos ocultado a Hope? Después de que yo saliera y Leander


estuviera sobrio, solo follaba con mujeres cuando yo estaba presente. No
confiaba en su propio juicio después de la innombrable. No confiaba en
estar a solas con mujeres. Tenía miedo y punto. En cuanto a mí… Bueno, le
había mentido sobre todo lo que me había pasado en la cárcel. No sabía si
mi hermano sería capaz de soportar una culpa equivocada si le contaba lo
que realmente había sucedido el par de veces que perdí las peleas en las que
me metía casi a diario. Al menos después de que me llevaran del calabozo
del condado a la penitenciaría estatal cuando un juez decidió que quería
darle una lección a la celebridad playboy. Pero algunas podían permanecer
bien adentro si se enterraban lo bastante hondo, ¿no?
Leander giró a Hope hacia él y yo le separé las nalgas. Escupí en mis dedos
e inmediatamente los introduje en ella, estirándola para lo que yo necesitaba
tanto como mi hermano. Primero la penetró delante, levantándole las
piernas alrededor de la cintura. Le di un azote en el culo, rápido y fuerte
para que no hiciera mucho ruido, sin perder el impacto que quería. Luego
ayudé a levantarla junto a mi hermano.

Con la otra mano me bajé los pantalones lo suficiente para liberar mi


miembro, que rápidamente se endureció como un misil apuntando hacia la
oscura promesa de su culo que apenas acababa de estirar.

Volví a escupir y lo froté en mi pene, entonces empecé a empujar hacia su


oscura cueva trasera. El pecho de mi hermano ofrecía resistencia mientras
la penetraba desde atrás, por no hablar de su miembro en su sexo. Podía
sentir la presión mientras la punta de mi miembro penetraba su culo. Cielos,
me encantaba esta parte, este momento antes de que su cuerpo se entregara
a mí. Cuando estaba tan cerca de liberar su cuerpo hacia nosotros…

—Déjame entrar —le exigí—. Relájate y deja que el pene grande de papi
penetre este dulce culito.

Se estremeció entre nosotros. Y su ano se relajó conmigo dentro. Tomé lo


que me dieron y la embestí. Los tres estábamos más unidos de lo que tres
personas podrían estar jamás. Dos penes rellenando a nuestra mujer hasta el
fondo y ella atrapada como la mariposa más preciosa entre nosotros. Se
revolvía mientras pequeñas descargas de placer la recorrían. Leander movía
las caderas para que su entrepierna chocara rítmicamente contra su clítoris
antes de volver a sacarlo.

Saqué el pene junto a él y, sincronizados, la penetramos al mismo tiempo.


Nuestros pechos se juntaron con el movimiento: tres corazones latiendo al
unísono, palpitando. Leander volvió a follar a Hope con un movimiento de
caderas, ella empezó a soltar pequeños jadeos agudos y a agarrarse a su
pelo mientras se volvía loca al ser atravesada por nuestros penes.

Le apreté el culo para inmovilizarla y empecé a follarla de verdad. Le di por


el culo de verdad. Su pequeño orificio se aferraba a mí con tanta fuerza y
dulzura con cada embestida… Ay, por Dios. Sentí placer naciendo de la
parte inferior de mi columna vertebral y seguidamente por todo mi cuerpo.
La embestí hacia delante exactamente al mismo tiempo que Leander,
nuestros gemidos idénticos salieron de nuestras gargantas al unísono
mientras llenábamos a nuestra mujer de semen. Por delante y por detrás.

Solo una hora más tarde, cuando nos despertamos de la sesión de cariño en
el suelo por el lloriqueo que provenía del monitor del bebé, Hope se
incorporó y miró a su alrededor.

—¿Dónde está Milo? —Y entonces buscó su bata—. Ah, claro. Bueno,


supongo que es hora de llamarlo y decirle que su tiempo fuera ha
terminado. Por supuesto que lo perdonaré.

Pero cuando cogí mi móvil e intenté marcarle, todos nos miramos. Porque
oímos un timbre procedente de la otra habitación. Milo no estaba aquí, pero
su móvil sí, junto con todas las llaves de los autos. Y todo el dinero en
efectivo.

Salimos y miramos a nuestro alrededor. No estaba en ninguna parte, llovía y


el sol había empezado a ponerse.
Capítulo 26

HOPE

DOS MESES después

ME DESPERTÉ sobresaltada en la cama y enseguida miré al monitor.


Estaba oscuro, pero, por una vez, estaba en silencio. En la pantalla de la
cámara de visión nocturna podía ver sus dos cuerpecitos acurrucados
durmiendo profundamente. Janus se despertó a mi lado y se apoyó en un
codo.

—¿Cariño?

—Estoy bien —dije, con el corazón latiéndome aún demasiado deprisa—.


Vuelve a dormirte.

Me pasé los dedos por el pelo y Janus se sentó a mi lado.

—Últimamente no duermes bien.

Sacudí la cabeza en su dirección.


—¿Cómo voy a poder? Ni siquiera sabemos dónde está Milo en estos
momentos, si tiene un techo donde dormir o si está bien…

El temor que siempre estaba acechándome se enroscó alrededor de mi


corazón y me apretó. Janus me rodeó con un brazo y me atrajo hacia su
pecho grande y cálido.

—Shhh, shhh. Milo estará bien. Es un luchador. Probablemente solo


necesitaba perderse un rato. Volverá cuando esté preparado.

Me aparté de Janus. No merecía que me consolara.

—Nunca debí decir…

Janus se limitó a sacudir la cabeza con firmeza.

—Tenías todo el derecho a decir lo que dijiste. Fue él quien se pasó de la


raya. Siempre tienes derecho a tener sentimientos, sobre todo después de
que te mintiera de esa manera.

Negué con la cabeza.

—¡Pero fui demasiado dura! Debí haber…

Janus me rodeó obstinadamente con los brazos y volvió a halarme hacia él.

—No hagas eso. No se puede viajar en el tiempo. No puedes volver atrás y


cambiar las cosas. Te estás torturando sin motivo. Lo hecho, hecho está.
Tomó sus decisiones y ahora vive con ellas.

—Pero él… —empecé.

Janus me apretó con más fuerza.

—Lo sé.

—Y yo…
—Lo sé.

Con la cabeza apoyada así contra su pecho, su voz grave resonaba


doblemente profunda. Habíamos hecho todo lo humanamente posible para
encontrar a Milo, lo sabía. Recorrimos las calles buscándolo esa primera
noche. Luego denunciamos su desaparición a la policía cuando nos lo
permitieron, tres tortuosos días después. Nada. Ni siquiera nos tomaron en
serio. El policía que tomaba nota de la información me miró como si
estuviera loca.

«¿Le dijiste que se largara y lo hizo?».

Dejó el bolígrafo y parecía que quería acabar con nosotros en ese mismo
momento. Gracias a Dios que Janus había intervenido.

«Pero no tiene su móvil y tampoco se llevó el auto. Se fue a pie y nunca


volvió. ¿Puede al menos ver si usó alguna de las tarjetas?».

Pero nunca recibimos ningún informe.

Todos los días jugaba con los niños en la habitación delantera desde donde
tenía una ventana que daba al jardín de modo que, si volvía, podía salir
corriendo a su encuentro. Porque tenía que volver. Tenía que saber que solo
me había enfadado. ¡No quería decir que literalmente no quería volver a
verlo! ¡Estaba hormonal! Nada de lo que dije debería ser usado en mi contra
en un tribunal. Ni en el amor. Me dolía echarle de menos.

Leander tuvo que irse a Vancouver la semana siguiente para empezar a


rodar Géminis porque no podía retrasar más a los productores, así que nos
quedamos solos Janus y yo en esta casa grande y solitaria, con la única
compañía de los niños. Pasar de cuatro adultos a dos, sobre todo cuando a
los bebés les empezaron a salir los dientes… Bastaba decir que estaba
agotada de tanto correr de un lado para otro cuidando de los dos como para
preocuparme por Milo tanto como lo habría hecho en otras circunstancias.
Pero seguía siendo difícil. Sobre todo, por la noche, durante las pocas horas
de sueño que nos dejaban los bebés.

—Volvamos a acostarnos —murmuró Janus, ayudándome a acomodarme de


nuevo en la cama.

—Es inútil —gimoteé, sintiéndome agotada, pero al mismo tiempo


demasiado ansiosa para dormir—. ¿Y si está herido o…?

—Shhh —dijo Janus—. Quiero que despejes tu mente.

Nos giró para que su cuerpo quedara encima del mío, cubriéndome los ojos
con sus grandes y cálidas manos.

—Por una vez, deja que esa mente tuya tan ocupada que quiere ocuparse de
todo el mundo vaya más despacio y haga una pausa. —Sus palabras eran un
lento susurro—. No hay nada en el mundo ahora excepto el sonido de mi
voz —entonó.

A pesar de lo que sentía, exhalé todo el estrés que se escapaba de mi cuerpo


ante sus órdenes.

—Buena chica —murmuró—. Sigue escuchando mi voz. No hay nada más


en el mundo que mi voz y lo que hago sentir a tu cuerpo. Asiente si me
entiendes.

Asentí con la cabeza y entonces sus labios se posaron en los míos, grandes
y suaves. Una ligera presión antes de bajar a mi barbilla. Luego a mi
garganta. Me abrió las piernas con una mano y allí estaba, duro y palpitante
en mis muslos.

—Relájate y déjame entrar —susurró, y luego me lamió la vena palpitante


del cuello hasta la clavícula.
Solté un suspiro agudo, otro nivel de relajación me inundó mientras me
despojaba de otra capa de estrés. Estaba mojada por él. Lo había estado
desde que se puso encima de mí. Mi cuerpo se había acostumbrado tanto a
sus caricias, a todas ellas. El pensamiento me produjo una punzada de dolor
porque extrañaba a Milo, pero entonces, el pene de Janus estaba allí,
penetrándome y borrando todo excepto a él, como me había ordenado.

—Cielos, qué estrecha estás. Solo unos días sin follarte y vuelves a
apretarte como un melocotón que apenas madura.

Me pasó una mano por la parte exterior del muslo y tiró de mi rodilla hacia
arriba para que quedara junto a su hombro, abriéndome de par en par para él
mientras me penetraba aún más. Su gemido de placer fue mi recompensa.

—No hay nada mejor a que mi chica se abra tanto para mí.

Me mordisqueó la garganta y mi estómago sufrió un pequeño espasmo. Al


mismo tiempo, mi sexo se aferró con avidez a su pene. Me soltó la pierna y
me dio un azote fuerte y ruidoso en el culo. Una y otra vez. Y una tercera
vez más. Los ojos se me pusieron en blanco. No me lo estaba poniendo fácil
porque sabía exactamente lo que necesitaba.

—Por favor, papi —le supliqué de todos modos. Me azotó de nuevo y me


corrí alrededor de su pene, retorciéndome necesitada debajo de él—. Por
favor, papi, otra vez. —Enterré la cara en el hueco entre su cuello y su
hombro mientras me daba exactamente lo que le pedía.

Me azotó con fuerza mientras me follaba profundamente. Hacía que mi


sexo se estremeciera con cada contacto. Grité en su cuello, amortiguando
mis gritos en su piel.

—Ya está. Ahora —gruñó, sacando su pene—, a cuatro patas. Quiero ver
mi pene perderse entre tus bonitas nalgas.
Sí. Me contraje, ya echaba de menos su duro pene. En cuanto se separó de
mí, me apresuré a darme la vuelta hasta quedar de rodillas sobre la cama y
entonces su pene estaba allí, en mi culo.

No sabía qué agujero elegiría. Le gustaban ambos desde esta posición.


Quizá estaba impaciente por volver a estar dentro de mí, porque volvió a
penetrarme. Posó la palma de la mano en la parte superior de mi columna y
empujó mi cabeza hacia el colchón. Me apreté contra su miembro. Me
encantaba cuando hacía ese movimiento.

Quizá estaba mal que me gustara ser dominada y que, cuanto más rudo,
mejor. No sabía por qué me gustaba tanto. Pero mi cuerpo respondió y
volvió a subir como un cohete hasta la cima en la que acababa de dejarme.
Me estremecí cuando me puso boca abajo sobre el colchón y empezó a
follarme como si fuera su muñeca favorita. Mi clítoris estaba hinchado, y
cada impacto de sus caderas lo hacía rozar el colchón y su largo miembro
que entraba y salía… Hundí la cara en la cama cuando empecé a correrme.
Janus arremetió sin piedad mientras empezaba a gritar y llegar a su propio
orgasmo.

Cuando se echó a un lado, por fin pude dormir. Un buen sueño tras una
buena follada.

Su miembro aún estaba parcialmente dentro de mí cuando recibimos la


llamada una hora más tarde. Solo lo supe porque tardé en despertarme al oír
sonar el móvil. Justo a tiempo para sentir cómo Janus salía de mí mientras
lo cogía. Somnolienta y saciada, me quedé con los ojos cerrados y disfruté
de la parte del cuerpo de Janus que aún tocaba el mío… Al menos hasta que
sentí que todos sus músculos se ponían en alerta. Y las siguientes palabras
que salieron de su boca fueron:

—¿Quiere que identifique…? ¿Han encontrado un cadáver?


Capítulo 27

JANUS

HOPE SE AFERRÓ a mí como a un salvavidas. No le dije que mi brazo


alrededor de sus hombros era tanto para mi beneficio como para el suyo. No
podía ser Milo. No podía ser… Mi cerebro rechazó la idea en cuanto se me
pasó por la cabeza. No puede ser. Imposible. Y, sin embargo, aquí
estábamos, entrando en una oficina forense con olor antiséptico en el sótano
del hospital. ¿Por qué tenían que ponerlo en el sótano?

Le había pedido a Hope que se quedara en casa con los bebés, que no hacía
falta que viniera. Pero me miró como si estuviera loco, lo cual era justo.
Habíamos llamado a la niñera que, por suerte, había podido venir
enseguida. Y ahora aquí estábamos, dando pasos fuertes mientras
seguíamos al forense de rostro serio. Cielos, suponía que nos llevaba a la
morgue. Aferré a Hope con más fuerza mientras abría una puerta.

Si pensaba que el olor del pasillo había sido desagradable, esto era peor…
Se me revolvió el estómago y vi a Hope llevarse una mano a la nariz. El
forense consultó algo en su tablet, luego asintió y nos condujo a una de las
muchas ranuras refrigeradas de la pared.
Detuve a Hope.

—Cariño, en serio. Espera afuera. Yo puedo hacer esta parte.

Me fulminó con la mirada.

—Tengo que verlo.

Se me hundió el pecho, pero dejé de rodearle el hombro para agarrarle la


mano.

—Se encontró la identificación junto al cuerpo —dijo el forense, con rostro


impasible—. Pero como verán, la descomposición dificulta la identificación
facial. ¿Les ha dicho policía que lo encontraron en el lago fuera del estadio
SoFi? Aún no he determinado cuánto tiempo llevaba fallecido. ¿Tenía algún
tatuaje u otras marcas de nacimiento distintivas?

Se me revolvió el estómago otra vez, sobre todo cuando el forense sacó el


cadáver como si fuera el último cadáver de La ley y el orden.

Al menos había una sábana cubriéndolo.

—¿Está seguro de que era la licencia de conducir de Milo? —pregunté, sin


querer acercarme más.

—Su tarjeta del seguro también estaba en la cartera. Así es como dimos con
usted, pues figura como su contacto de emergencia.

Cielos.

—¿Cómo murió?

—Una herida punzante. Se desangró. Pensé que la policía había hablado de


esto con usted por llamada.

Lo habían hecho. Estaba dando rodeos, pero tenía que terminar con esto.
Arrancar la tirita de una vez, por así decirlo. Pero Hope se me adelantó,
corrió hacia delante y se inclinó cuando el forense bajó la sábana.

—¡No es él! —declaró con un gran alivio en la voz.

—¿Qué? —Me acerqué corriendo. Quería creerle, pero no estaba seguro de


que no fuera simplemente su esperanza interponiéndose en su juicio. Hacía
apenas un año que conocía a Milo, pero él era mi hermano desde que tenía
memoria.

—Mira —señaló—. Su pelo.

Me alegré de apartar la mirada de la cara hinchada y descolorida que, de


hecho, era difícil de distinguir de un modo u otro. Pero pude ver lo que
Hope decía. El pelo no era suyo. Sentí un gran alivio por dentro y de
repente se me entrecortó la voz cuando confirmé:

—Tiene razón. No es él.

—¿Seguros? —nos miró el forense a los dos. El tipo parecía carecer de un


chip de empatía, porque se mostró bastante despiadado mientras proseguía
—. En la mayoría de los casos, el tipo es quien dice en su cartera. Sé que
puede ser duro ver a un familiar en este estado.

—No es él —insistió Hope con voz dura, dando un paso atrás—. ¿Cree que
no podríamos reconocer a nuestro…?

Se interrumpió por falta de palabras y yo intervine.

—Es mi hermano y esa no es la textura de su pelo. Además, los hombros de


Milo son más anchos.

El forense parecía decepcionado.

—Qué problema. Tendré que volver a llamar a los agentes y quién sabe
cuándo podré deshacerme de él ahora. Casi no tengo espacio.
Hope se quedó boquiabierta por su insensibilidad. Al menos tuvo la
decencia de volver a cubrir el cuerpo con la sábana. No sabía quién era el
hombre de la mesa, pero desde luego estaba deseando saber cómo había
conseguido la cartera de Milo y qué demonios hacía Milo ahora sin ella.
¿La había tirado? ¿Se había deshecho de ella en un gesto de abandono de su
antigua vida? Cogí a Hope de la mano y tiré de ella para sacarla del
despacho y llevarla al pasillo, donde al menos se podía respirar mejor.
Respiró hondo en cuanto cerramos la puerta. Sus ojos se dirigieron
preocupados a los míos.

—Bueno, ¿qué hacemos ahora?

—Primero llamaré a Leander y le contaré lo que está pasando.

Pensé que no tenía sentido alarmarle mientras estaba en el estudio en


Vancouver hasta que supiera con seguridad si era Milo o no. Al menos
podría evitarle el pánico que Hope y yo habíamos sentido durante las
últimas dos horas desde que recibimos la llamada. Luego, llamaría al
investigador privado que habíamos contratado y vería si podía utilizar esta
nueva información para averiguar dónde demonios estaba nuestro hermano
y en qué lío se había metido.
Capítulo 28

HOPE

DOS AÑOS DESPUÉS.

LLEGO PRONTO al centro con mis pequeños gemelos para el estreno de


la película. Estamos en un parque, pero dentro de una hora enviaré a los
niños con la niñera para que pueda concertar mi cita en la peluquería.

Por fin llega a los cines La misión italiana y esta noche es el gran estreno
en Los Ángeles. Janus interpretará el papel de Leander en el estreno, pero
de un modo extraño también se interpretará a sí mismo, ya que esta vez es
él quien está en la película.

Me sorprende que hayamos conseguido mantener un secreto en Hollywood.


Por otra parte, los únicos que lo saben son los ejecutivos al mando, cuyo
mayor interés es mantener todo su dinero en la opción segura, que es el
nombre de Leander Mavros en las carteleras. Incluso la bruja de Lena cerró
el pico. Seguramente porque encontró a otro actor prometedor al que
enredar entre sus tentáculos, dejándonos por fin en paz a nosotros y al daño
que ya había hecho a su propia imagen en Hollywood acosando a Leander
en el plató.

Me senté en un banco y vi a Diana y a Apolo acercándose al parque infantil


con alegría. Les encantaba estar al aire libre bajo el sol. Al menos a Diana
le encantaba, y cuando Diana está contenta y se ríe, Paul se las arregla para
salir del humor en el que se encuentre y animarse. Son el yin y el yang, pero
como pareja, funcionan.

No puedo imaginar el tipo de vínculo que están forjando como gemelos. O


lo que podría haber sido tener una hermana gemela. Incluso después de todo
este tiempo, se me retuerce el estómago al pensar en Milo.

—Cuidado —le digo a Paul mientras intenta arrastrarse tenazmente hasta


una pequeña plataforma, aunque ya se ha caído dos veces sobre los blandos
guijarros. Diana saltó a la plataforma, apoyó su panza en ella, balanceó las
piernas y se puso de pie. Pero Apolo intenta agarrarse a los peldaños de los
lados y hacerlo como ha visto que lo hacen los niños más grandes. Lo
consigue al tercer intento.

Se me estruja el corazón al verle. Y por quien me falta, sobre todo hoy.


Cada vez que pienso en Italia, ¿cómo no voy a echar de menos a Milo? Es
como si hubiese perdido una de mis propias extremidades.

Después de que Apolo conquistó el andén, este ya no le interesa y ahora


quiere ir a explorar. Diana, naturalmente, va detrás de él.

Me pongo de pie. Estos dos nunca me dejan descansar mucho tiempo.


Apolo parece tener una misión, vaya donde vaya. Dios mío, ¡cuánto nos
habíamos emocionado cuando dieron sus primeros pasos! Ahora lo
lamento, porque significa que mamá no puede apartar los ojos de la pelota o
estarán a medio camino de Texas antes de que me dé cuenta de lo que ha
pasado.
—¡Apolo! —le llamo, pero tiene la magnífica costumbre de no escucharme
cuando no quiere. Y Diana le sigue la corriente como si fuera su príncipe
azul. Nunca cuestiona nada de lo que hace.

Gracias a Dios que tengo a los padres de ambos para que me ayuden a
vigilarlos, porque decir que son inquietos es quedarse corto, y todavía no
tienen ni tres años. Corro para alcanzarlos, pero al menos puedo ver por
dónde van. Es un parque bastante abierto. Se dirigen directamente hacia la
torre del reloj, y entiendo por qué.

Las cuatro patas anchas de la torre son gruesas y están cubiertas de


mosaicos con azulejos brillantes. Algunas de las piezas de mosaico son
espejos y trozos brillantes que reflejan la luz del día de finales de verano. Es
el sueño de todo niño en una instalación artística.

—¿Ves todos esos colores? —le pregunto, agachándome y a punto de


explorar con él las diferentes piezas de mosaico, cuando me doy cuenta de
que, mientras Paul está embelesado con la pared, Diana está mirando otra
cosa. Algo detrás de la ancha columna.

—¿Diana? —pregunto, poniéndome de pie y caminando para ver qué está


mirando.

Y me sobresalto inmediatamente cuando veo que es un vagabundo. Agarro


la camiseta de mi hija y tiro de él instintivamente para esconderlo detrás de
mis piernas. El hombre que tengo a mis pies, apenas apoyado en el otro
lado de la columna que mira Paul, está mugriento y demacrado. Tiene la
barba corta, nudosa de tierra y ramas, y el pelo igual. Casi no puedo
distinguir su rostro, salvo los blancos orbes de sus ojos cuando me mira.

—¿Mamá? —pregunta Diana desde detrás de mí, y estoy a dos segundos de


cogerla en brazos, luego recoger a Paul para llevármelos a los dos lo más
lejos posible de aquí. ¡Se supone que esto es un parque familiar! Y la
policía permite que un hombre como este merodee donde cualquier niño
podría…

—¿Hope? —Me quedo paralizada, un escalofrío me recorre la espalda


mientras me doy la vuelta, protegiendo con cuidado a los dos niños a mis
espaldas—. Hope, ¿eres tú? —El enfermizo vagabundo intenta apoyarse
sobre un codo y luego vuelve a caer al suelo exhausto.

Todo mi cuerpo empieza a temblar.

—¿Milo? —consigo apenas decir.

Pero consigue levantar la cabeza lo suficiente para asentir. Y ahí, justo ahí,
bajo los huesos prominentes y la mata de pelo desaliñado, puedo ver al
hombre que una vez fue.

—Llamaré a la policía —digo sacando el móvil—. Nos ayudarán…

—Nada de policías —dice, con la mayor energía que le he oído hasta ahora.
Luego se desploma en el suelo.

Me parto por la mitad, quiero correr hacia él, pero no puedo dejar a mis
hijos en su sitio. Desesperada, llamo al único número que se me ocurre.

—Nia, cariño, odio hacerte esto. Sé que te dijimos que no te necesitaríamos


hasta más tarde. Pero ¿existe la posibilidad de que te pases por el parque
Grant Hope y recojas a los niños temprano?

Me dice que claro, que está cerca, incluso, tomándose un café. No aparto
los ojos de Milo (cielos… Milo) mientras espero a que Nia venga a buscar a
los niños al parque infantil. Mientras tanto, envío mensajes de texto a
Leander y Janus. Pero no tengo tiempo de mirar los mensajes que empiezan
a aparecer en mi móvil como respuesta. En cuanto los niños están con Nia,
vuelvo al lugar sombreado bajo la torre del reloj.
Casi espero que no esté allí. Que todo se trate de un espejismo que había
invocado simplemente porque había estado pensando mucho en él
últimamente. Pero no, ni en mis sueños ni en mis pesadillas había tenido tan
mal aspecto. Está exactamente donde lo dejé. Quizá ya no pueda moverse.
Me agacho a su lado y le cojo la mano. Agarra la mía con fuerza por un
momento antes de aflojar el apretón.

—Milo, cariño —le digo apartándole el pelo enmarañado de la frente. Los


rizos están tan enmarañados que creo que tendremos que cortárselo casi
todo y empezar de cero—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Abre los ojos y me mira.

—¿Eres un ángel? He venido aquí a morir.

Aprieto más fuerte su mano.

—No. No morirás, ni morirás de hambre. Estoy aquí contigo.

Y así, mirando a mi alrededor y viendo que no haya nadie cerca a estas


horas, me abro el sujetador de lactancia. Recientemente dejé de amamantar
a los niños; sí, un poco tarde, pero no me importa que me juzguen. Sin
embargo, aún no se me ha secado la leche, así que cuando atraigo a Milo
hacia mí y le acerco el pecho todavía lleno a la boca…
Capítulo 29

MILO

ELLA ES MI ÁNGEL. ¿Estamos en la tierra o en el cielo? No puedo


distinguir si se ha cumplido mi deseo y he muerto, porque no puedo
imaginar una mejor bienvenida al cielo que volver a mamar del pecho de
Hope.

Su leche caliente cae a chorros en mi lengua. Leche que da vida. Ella me da


la bienvenida, me acuna contra su pecho con la misma suavidad que con sus
bebés, me sostiene de la cabeza y me introduce el pezón en la boca.
Succiono. Es la primera acción que hago en días, aparte de encontrarme en
el parque Hope Park. Un buen lugar para morir, fue todo lo que pude pensar
en ese momento cuando vi el cartel.

Durante dos años luché por seguir vivo. Fueron años duros, llenos de días
imposibles. Aquella noche, cuando esos hombres me asaltaron a punta de
cuchillo, entregué inmediatamente mi cartera. De todos modos, me patearon
y me dieron una paliza. Me dejaron confuso durante varios días, y la
tormenta me había empapado. No pude conseguir trabajo por el estado de
mi ropa. Ya no tenía un hogar al que volver, ni dinero. No era nada. Nadie.
Así que encontré las sobras que pude y me escondí en lugares oscuros, lo
más parecido a armarios que pude encontrar. Mamá me había preparado
bien para una vida así. Esperando. Desvaneciéndome. Sin ser nadie
mientras todos los demás corrían y tenían vidas.

Podría estar callado. Podría portarme bien. Por fin. Le mostraría a mamá
que podría ser invisible. Bueno, para todos menos para la policía, que me
veía de vez en cuando y me echaba de la guarida que había encontrado.
Solo me encerraron unas pocas noches, generalmente me echaban por la
mañana con el resto de los borrachos habituales. No sé cuánto tiempo
llevaba con esta pequeña rutina antes de sentir que la vida se me escapaba.
Pasó una estación lluviosa y luego el verano y luego otra estación fría y
lluviosa a la que apenas sobreviví. Y luego este último verano. La lluvia
volvía y mis huesos podían sentirla. No estaba seguro de poder aguantar
otra. En cuanto empezaban a caerse las hojas, mi ánimo decaía.

Hace unos días, cuando salió el sol, pensé: «Se acabó. Se acabó. Se acabó
lo de esperar en la parte trasera de los restaurantes para buscar restos de
comida en la basura. Se acabó esperar a que las fuentes de agua de los
parques vuelvan a estar abiertas para poder beber algo». Estaba listo para
volver a la Tierra y dejar que la versión reencarnada que esperaba que
viniera después pagara mejor por los pecados que me habían hecho caer tan
bajo.

Pero… pero ahora Hope mueve tiernamente mi cuerpo de piel y huesos


para que pueda sentir su otro dulce pezón.

—Bebe lo que necesites —susurra suavemente—. Los niños ya no la


necesitan. Es toda tuya.

¿Toda para mí? Mi mano inestable se acerca para sujetar el pecho que me
ofrece, pero me detengo antes de tocarlo. Mis manos están sucias y su piel
es tan tersa. La profanaré. Probablemente mi boca en su piel sea…
Pero no puedo renunciar a la deliciosa leche que brota en mi lengua, que va
al fondo de mi garganta. Así que suelto la mano, pero sigo chupando.

Mi estómago, que por tanto tiempo permaneció vacío, se cubre de su cálido


alimento, de su cuerpo entregado libremente al mío. Mis lágrimas, que creía
secas, empiezan a fluir. Como un bebé, lloro y mamo mientras ella me
devuelve la vida.
Capítulo 30

JANUS

NO PUEDO CREERLO cuando Hope me llama y me dice que, después de


todos estos años, ha encontrado a Milo en un parque, sin hogar. A mi
hermano. Estoy en la peluquería con Leander y le doy un tirón a un lado.

—Lo encontró. Ha encontrado a Milo.

Leander abre mucho los ojos y se quita de un tirón la bata que lleva al
cuello, pero yo levanto una mano.

—No puedes ir. Hay un estreno esta noche. Quédate aquí. Yo iré.

Abre la boca y veo que está a punto de decirlo. Está en la punta de la lengua
decir: «no, quédate y haz el estreno. Yo me voy». Pero le fulmino con la
mirada.

—No te atrevas. —Me lo debe, pero dejo esa parte sin decir.

Es una señal de cómo ha crecido en los últimos años que asienta con la
cabeza, aunque sus hombros se desinflan un poco por un momento.
—Está bien.

Le agarro el hombro con fuerza.

—Gracias, hermano. Te mandaré un mensaje y te mantendré informado.

—Más te vale. Dale un abrazo de mi parte.

—Lo haré.

Y entonces me voy, corriendo tan rápido como puedo sin atraer miradas
para llegar a mi BMW. Y luego pincho la ubicación de Hope y lucho contra
el tráfico para llegar tan rápido como pueda.

NO PUEDO CREER lo que ven mis ojos cuando por fin encuentro a Milo
y Hope debajo de la torre del reloj. Sobre todo, cuando veo que un policía
se les acerca y les dice que tienen que irse.

—Aquí no se permiten vagabundos.

—No es un vagabundo —replica Hope—. ¿Acaso no ve que apenas puede


mantenerse en pie?

El policía coge su radio.

—Entonces tendré que hacer que lo vengan a buscar.

—¡Le he dicho que es mi cuñado! —Hope parece dispuesta a atacar al


policía, así que corro hacia delante.

—Lo siento mucho, cariño —digo, casi corriendo los últimos metros—.
Siento haber tardado tanto.

El policía me mira de arriba abajo.


—¿Lo conozco?

Mierda. Lo último que necesito es que este tipo diga por ahí que Leander
Mavros tiene un hermano vagabundo.

—Es que tengo una cara común —me apresuro a decir. Luego miro a Milo.
A quien apenas reconozco. Pero cuando levanta la vista hacia mí… mierda.
Es él. ¿Por qué no me tendió la mano? ¿De verdad creía que no…? Me
agacho y lo cojo en brazos. Joder, pesa muy poco bajo los restos de ropa
que lleva—. Ya me encargo yo, oficial. Le pedimos disculpas por haberle
hecho perder el tiempo. Vamos, cariño —le digo a Hope—. El auto está por
aquí.

Oigo los pasos de Hope tras de mí.

Metemos a Milo en el asiento trasero y Hope se acomoda detrás de él. Milo


parece un poco aturdido y como si no estuviera seguro de lo que está
pasando.

—¿Tenemos que llevarlo al hospital? —le pregunto a Hope, mirándola por


el retrovisor mientras compruebo los retrovisores antes de incorporarme al
tráfico.

—Nada de hospitales —dice Milo, con voz grave y ronca—. Llévenme… a


casa. Si me aceptan.

Hope lanza un pequeño grito ahogado.

—Siempre fuiste bienvenido a casa, cariño. Solo estaba enfadada aquel día.
No quería decir que te fueras para siempre. Solo necesitaba un minuto para
pensar. Nunca quise… Dios, nunca quise esto.

Ella se echa a llorar y Milo empieza a sacudir la cabeza.

—No llores. Mi Hope nunca debería llorar.


Alarga la mano para secarle las lágrimas, pero sus manos están tan sucias
que solo le deja una mancha oscura en la cara. Retira la mano cuando ve lo
que ha hecho.

—Llegaremos a casa enseguida y te asearemos. Volverás a ser el de antes


—le digo.

Pero entonces los ojos de Milo se cruzan con los míos en el espejo, y hay
algo en su mirada vacía que niega mis palabras. Vuelvo los ojos a la
carretera y, por una vez, el tráfico de Los Ángeles es amable y llegamos a
casa en tiempo récord. Ayuda el hecho de que sea sábado. En cuanto
aparco, salto del auto y abro la puerta de Milo.

Hope está a mi lado casi en el mismo momento. Los dos ayudamos a Milo a
ponerse en pie. Cada uno cogido de un hombro, le ayudamos a entrar en
casa. Mientras entramos, cojo la bolsa de la compra que he pedido antes y
nos dirigimos directamente al baño. Dejo un par de bolsas de basura en el
suelo y una silla sobre ellas.

—¿Te importa desvestirte? —pregunto—. Luego quiero cortarte y peinarte


el pelo, ¿vale, colega?

Milo asiente con los ojos apagados. Se siente como una marioneta sin vida
a la que estamos guiando. Se queda quieto mientras lo desnudamos en
medio de nuestro enorme y opulento baño principal.

Miro a Hope.

—Probablemente tú también deberías deshacerte de lo que llevas puesto.

Ella asiente en señal de comprensión tácita y se desnuda también. Se queda


así, creo que con la esperanza de que su desnudez ayude a Milo a sentirse
menos incómodo con la suya. Yo también me quito la camisa y la meto en
una bolsa de basura que Hope abre para toda nuestra ropa. Luego, pongo un
protector de una pulgada en nuestras tijeras y, sin molestarme en intentar
pasar un peine por los mechones enmarañados, simplemente empiezo a
cortarlo. El pelo sucio cae al suelo cubierto de plástico.

Hope se sube a la encimera para estar en el campo visual de Milo. Parece


que eso le reconforta. Porque cuando no tiene los ojos cerrados para evitar
el pelo que vuela, sus ojos están fijos en los muslos de ella. Le corto el pelo
bastante rápido y luego le aplico el champú de olor nocivo que tiene que
reposar unos quince minutos y lo afeito mientras hace su trabajo. Y ahí está:
mi hermano Milo reaparece lentamente. Demacrado. Mucho más delgado
que nunca, pero mucho más reconocible. El temporizador suena para el
champú no mucho después.

—Hora de ducharte.

Milo mira a Hope.

—¿Vendrás también?

Inmediatamente ella salta de la encimera.

—Por supuesto.

Sus hombros se relajan mientras le ayudamos a levantarse y a maniobrar


entre la mata de pelo. Mientras Hope pone la ducha a la temperatura
adecuada, yo recojo los bordes del plástico y los tiro, junto con la ropa, a la
bolsa de basura con el pelo y la ato fuerte. Luego salgo corriendo y la tiro a
la basura. Cuando vuelvo, Milo está bajo el chorro de la ducha y el agua se
va por el desagüe. Hope está a un lado, enjabonándose las manos,
obviamente preparándose para cuando el primer chorro haga su trabajo. Me
quito los pantalones y los calcetines y entro con ellos.
Capítulo 31

HOPE

MILO agacha la cabeza mientras se enjuaga la primera aplicación de


champú, pero yo ya estoy lista. Cuando Janus entra en la ducha detrás de
nosotros, avanzo y meto las manos cubiertas de champú en el pelo de Milo.
Su cabeza se levanta al contacto. Obviamente, sabe que he sido yo. Mis
tetas chocan contra su pecho y él respira entrecortadamente. Con cada capa
de suciedad que el agua lava, mi Milo se revela más y más ante mí. Tiene
los ojos cerrados porque, mientras le enjabono el pelo, le entra agua en los
ojos. Pero eso no le impide hablar.

—No debes querer tocarme —susurra—. Estoy sucio.

Ay, cariño. Aprieto más mi cuerpo en el suyo sin importarme que la


suciedad siga cayendo. Janus vierte un montón de jabón corporal en un
estropajo y empieza a lavar la espalda de su hermano mientras yo me
deleito, pasando mucho más tiempo del necesario masajeándole el cuero
cabelludo con los dedos. De vez en cuando, Milo suelta un gemido
involuntario de placer.
Cada vez me rompe un poco más el corazón. Lleva tanto tiempo solo. ¿Qué
había imaginado? ¿Que nos habíamos olvidado de él? ¿Que no le
queríamos? Atraigo su cabeza hacia mi pecho y la humedezco para quitarle
el champú. Janus se mueve con nosotros. Entonces Milo rompe en llanto y
empieza a temblar.

—Shhh —le tranquilizo, pasándole los dedos por el pelo ya limpio—. Shhh,
ya está. Has vuelto a casa. Has vuelto a casa, donde perteneces, cariño.

Nos quedamos así mucho tiempo. Esta casa sigue siendo una novedad para
mí, con su suministro inagotable de agua caliente, después de haber crecido
como lo hice. Pero nunca estoy más agradecida por ello que en este
momento.

Es cuando su llanto se ha calmado un poco que vuelvo a levantarlo. Con


cuidado, le lavo la cara con un limpiador facial suave. Y entonces le sonrío
al ver la cara de mi Milo, limpia, aunque un poco quemada por el sol,
brillando. Abre los ojos a pesar del spray, ahora que ya no tiene jabón en el
pelo, como si no se cansara de ver dónde está y necesitara mantener los ojos
abiertos para creérselo.

Sigo enjabonándome las manos y lavándole todo el cuerpo. Uno a uno,


levanto sus brazos y coloco las palmas, primero una en la pared, luego la
otra en la puerta de cristal. Le lavo desde los bíceps hasta los antebrazos,
frotando cuando es necesario. Espuma de delicioso olor baña su cuerpo
mientras Janus y yo lo recorremos. Pero no uso estropajo. Quiero sentir mis
manos sobre él, piel con piel. Y me doy cuenta de que él también lo
agradece.

Sobre todo cuando llego a su ingle y veo su pene erecto y apuntando hacia
mí. Le sonrío y lo veo un poco avergonzado. Pero me enjabono y me tomo
mi tiempo con caricias largas y firmes, lo que le hace poner los ojos en
blanco.
Pero no es hasta que me agacho para frotarle bien y agarrarle las bolas que
reacciona de verdad. Empieza a gruñir de necesidad.

—Pídeme lo que necesitas —le digo con urgencia—. Dime cómo hacerte
sentir bien.

—Más fuerte —jadea, con los ojos fijos en mí—. Más fuerte. No seas
cuidadosa.

Así que lo toco más fuerte y le halo las pelotas con fuerza.

Se muerde el labio inferior y se agita furiosamente hacia mi mano, que


sigue agarrándole el pene.

—Usa las uñas. Haz que me duela —grita.

Temía hacerle daño, pero quería darle todo lo que necesitaba, así que lo
hice. Usé mis uñas, lo apreté y arañé, con miedo de hacerle daño. Pero eso
fue lo que hizo falta, porque en cuestión de segundos hizo un ruido animal y
me rodeó con los brazos, con el pene como hierro contra mi vientre
mientras se corre con furia. Casi le atravieso la piel con las uñas.
Capítulo 32

LEANDER

PITO, pero no sirve de nada. Puto tráfico de Los Ángeles.

Golpeo el volante y vuelvo a pitar. Lo único que consigo es que el sujeto


que tengo delante me pite un par de veces. Exhalo y trato de
recomponerme. Pero Milo está en casa después de dos años y Janus me ha
llamado para contarme en qué putas condiciones lo han encontrado.
Mientras tanto, yo estaba atrapado en ese estreno con lo más insípido de la
élite de Hollywood. Todos ellos elogiándome por una película en la que no
estaba, diciéndome cómo mi actuación era mejor que nunca. Cómo tenía
una ventaja fresca que nunca habían visto en mí antes.

Es comprensible, porque en realidad era mi hermano quien había estado en


la pantalla mientras yo estaba fuera de servicio con una pierna fracturada.
Años atrás, habría sentido sus palabras como una lanza que me atravesaba
el abdomen, una mezcla de celos y ansiedad que me carcomía mientras la
voz de nuestra madre adoptiva volvía a resonar en mi cabeza. Nunca dejaba
de compararnos. No paraba de ver cintas de nuestra comedia semanal con
cada uno de nosotros cuando éramos niños. «Janus te está sacando ventaja
otra vez. Recuerda que solo uno de ustedes podrá triunfar en la industria.
¿No quieres ser tú?».

Me acerqué sigilosamente a la puerta un día que ella estaba con él viendo su


cinta. Le dijo exactamente lo mismo. Así que nunca supe cuál de los dos
creía que tenía más talento. No me di cuenta hasta décadas después de que
no importaba. A ella nunca le importó. Solo nos enfrentaba para duplicar
sus posibilidades de ganar fama y fortuna. Por eso se alegró de echarme a
los lobos cuando solo tenía catorce años. Había rumores sobre esa
productora y su afición por los actores jóvenes. Pero bueno, cualquier cosa
con tal de tener una ventaja en el negocio.

Ahora, todo eso parecía tan… frívolo. No había nada por lo que valiera la
pena destruir la vida de tres niños. Y estar esta noche con toda esta gente
estirada con sus elogios vacíos. Todos tan aterrorizados de sentir algo real.
Mañana se olvidarían de mí y se irían a adular a otro. O, si volara
demasiado alto, se deleitarían haciéndome trizas y comiendo los pedazos.

Todo lo que es real en mi vida está en mi casa. Miro el GPS de mi móvil.


Seis kilómetros bien podrían ser seis mil con este tráfico de mierda. Mi auto
se mueve unos cinco centímetros y me veo obligado a parar de nuevo. Son
las nueve de un puto jueves. ¿Qué diablos hacen todos estos autos
aparcados en la 101 ahora mismo? Ah, cierto, es LA.

Estoy a punto de volver a pitar cuando los autos de delante avanzan por fin.
Atasco mi pie en el pedal solo para que el idiota del carril de la izquierda
salga disparado hacia el pequeño espacio que se abre entre el auto que me
precede y yo.

—¡Hijo de puta! —grito haciendo un eco inútil en mi auto vacío. Golpeo el


volante.
Dejo caer la cabeza contra el espaldar mirando fijamente el tráfico que
vuelve a estar inmóvil. Los dos últimos años han sido un infierno sin Milo.
Sobre todo porque ha sido culpa mía. Si hubiera hecho que Milo se lo
contara antes a Hope, podría haber controlado la situación. Es mi hermano.
Lo conocía. Sabía que no podía tomar bien el rechazo, no cuando sentía que
estaba siendo expulsado del único lugar que consideraba su hogar. Después
de quererlo toda su vida. ¿Estaba un poco mal de la cabeza? Claro. Todos lo
estábamos. Pero que él pensara que lo echaríamos así…

Se me revuelven las tripas. Debí seguirlo de inmediato. Debí saber que


haría algo imprudente. «Ahora ha vuelto», intento tranquilizarme. Pero
Janus y yo sabemos mejor que nadie que las cosas malas… dejan cicatrices,
si no heridas abiertas y supurantes. Fue una pesadilla vivir conmigo durante
gran parte de los últimos dos años. Todos estábamos sufriendo, pero yo era
quien no podía manejar su mierda. Hope finalmente me hizo volver a
terapia. Fui pateando y gritando, pero fui porque podía ver que le estaba
haciendo daño a ella y a Janus. Y había que pensar en los niños. ¿Quería
que crecieran conociendo solo a este huraño y malhumorado hombre como
padre?

A mi terapeuta, un viejo hippie con una paciencia que enloquecería hasta a


una monja, no le impresionaría mi actual furia al volante. Vuelvo a golpear
el volante solo porque nadie me ve y porque sí. A mi terapeuta le gusta
decir que necesito practicar el no tener el control de cada cosa en mi vida.
Me gusta recordarle que controlo su sueldo. A lo que él simplemente sonríe
y dice que soy libre de ir con cualquier otro y que el poder del dinero es una
ilusión. A lo que yo replico que su lujoso despacho en este alto edificio del
centro es bastante corpóreo. Dijo que yo tenía problemas de control porque
me habían hecho crecer demasiado joven y nunca me habían dejado ser un
niño. Le dije que se fuera a la mierda y me respondió que me vería la
semana que viene.
Me acomodo en el asiento y espero a que se mueva el tráfico sobre el que
no tengo ningún control.

TARDO OTRA HORA en llegar a casa, y espero con impaciencia a que se


abra la puerta del garaje para aparcar el Lexus y entrar en la endiablada
casa. Me apresuro en entrar —silenciosamente, por costumbre, porque no
quiero despertar a los gemelos si están tomando la siesta— y encuentro el
lugar silencioso.

Me apresuro a recorrer todas las habitaciones y me doy cuenta de que he


sido un tonto por no comprobar primero la habitación de atrás. Empujo la
puerta apenas un poco, solo para encontrar a mi familia. Por fin estamos
todos juntos de nuevo, sanos y salvos. Como en los viejos tiempos, en la
cama están Janus, Hope y Milo, abrazados. Cuerpos desnudos con una
sábana suelta metida por la cintura. Dormidos profundamente.

La nostalgia de nuestros momentos en Italia me invade con tanto ímpetu


que casi me hace perder el equilibrio. O quizá sea gratitud, o alivio, no sé
diferenciarlo. Me da igual. Solo sé que son lágrimas de felicidad las que
golpean mis conductos lagrimales mientras me quito la elegante chaqueta
de esmoquin y los zapatos ajustados.

Una tenue luz nocturna proyecta un suave resplandor sobre el trío, e incluso
desde la puerta puedo ver lo demacrado que está Milo. Así que me meto en
la cama detrás de él, como solíamos hacer las noches en que mamá se ponía
a llorar. Mis dos hermanos y yo acurrucados incluso en las calurosas noches
de California. Dándonos consuelo el uno al otro. Excepto que ahora
también está Hope. Los rodeo a todos con mis brazos. Por fin tengo a mi
familia en casa sin mover un dedo. Todo fuera de mi control. Cierro los ojos
y las lágrimas caen por mis mejillas.
Capítulo 33

MILO

ME HE MUERTO. Por supuesto, debo estar muerto, porque cuando me


despierto entre cuerpos cálidos a mi alrededor, ¿qué otra cosa podría ser
sino el cielo? La cabeza me da vueltas, veo luces y sombras de izquierda a
derecha. ¿Quién sabe? La vida en la tierra nunca fue así, salvo esos diez
meses que pasé con ella y mis hermanos cuando tuve por fin una familia.

Pero ahora siento su suavidad en mi frente, mientras sus grandes e


hinchados senos gotean dulce leche sobre los vellos de mi pecho. Estoy
limpio. Los ángeles me dieron la bienvenida más allá de las puertas, me
afeitaron y me bañaron para que pudiera renacer aquí. Así que, bueno, si
este era el cielo, beberé de la ambrosia celestial en mis labios.

Me inclino y, con sumo cuidado, cojo el pecho de mi amada con la mano y


succiono su pezón con los labios. Al mamarla, su leche vivificante salpica
mi lengua y me sorprendo al estar erecto en el cielo. Las sábanas de seda se
sienten tan suaves contra mi pene.
Realmente hay un cielo para todos. Incluso para enfermos retorcidos como
yo. Mi Hope se revuelve mientras la mamo, y lleva la mano a mi pelo. Me
clava las uñas en el cuero cabelludo y mi erección se desplaza para
presionarme contra la santidad de su muslo.

—Milo —exhala, y a la luz matutina de la hueste celestial, sus ojos color


avellana brillan con mil matices.

Suelto su pezón y me queda leche en el labio inferior, que lamo enseguida.


No puedo desperdiciar ni una gota. Es luminiscente. Siempre lo ha sido. Y
eso es antes de que me sonría y casi me explote el corazón. Me rompo en
pedazos ante ella. ¿Me perdona esta sombra celestial?

Pero, si no es perdón, no sé de qué otra forma llamarlo cuando se agacha y


me sujeta el miembro. Sin embargo, me abraza con demasiada suavidad,
como el ángel querúbico que es. Pero hay otros ángeles, como los de la
clase vengadora, porque no merezco esta bondad.

Nunca debí haber terminado en el cielo. Me merecía el otro lugar. Empiezo


a negar con la cabeza y ella frunce el ceño, retirando la mano, pero no
puedo soportarlo, así que bajo la mano para agarrarle la muñeca.

—Más fuerte —siseo, al contrario—. Haz que me duela.

No sé diferenciar qué veo en sus ojos, pero he aprendido lo poca cosa que
soy en los últimos dos años. No me queda orgullo y no estoy para hacerme
rogar.

—Por favor.

Una arruga se forma en su ceño.

—¿Cómo? Enséñame.
Respiro hondo. Hope siempre fue perfecta. Incluso cuando se enfadó
conmigo el último día. Era justa. Así que ahora confío en esta aparición
porque siento que, de alguna manera, es ella. Mi cerebro está confundido.

—Deja que te follen —digo—. Mientras me halas las pelotas con fuerza.
Muy fuerte. Usa las uñas. Abofetéame el pene. Dime que me he portado
mal.

Dos cuerpos se mueven a nuestro alrededor. Son mis hermanos. Janus


masajea sus hombros desde atrás; Leander, detrás de mí, se baja de la cama
y se posiciona entre sus piernas para tirar de la sábana hacia abajo. Le besa
los tobillos y le da la adoración que se merece.

Me mira con compasión en los ojos y vuelve a agarrarme el pene. Con más
fuerza. Deja que las puntas de sus uñas se claven. Jadeo de placer. Leander
abre las piernas, sujeta el interior de sus muslos y mete la cabeza entre
ellos. Comienza el festín del desayuno.

Es un comedor ruidoso y hace que Hope también se vuelva ruidosa.


Gemidos jadeantes llenan el aire. Ella resopla. Sigue tocándome con
firmeza y arrastra la mano arriba y abajo. Sus uñas no se clavan mientras
me sujeta, pero cuando tira bruscamente hacia abajo, se asegura de
golpearme las bolas. Entonces su boca angelical dice:

—Milo, cariño, fóllame la cara. Usaré los dientes, lo prometo.

Muevo las caderas al oír esas palabras, pero no rechazaré lo que el cielo me
ofrece. Leander la tira de la cama por los muslos para hacerme sitio. Janus
me ayuda a mantenerme firme mientras me arrastro y me coloco con las
rodillas sobre sus hombros y el pene en su cara.

—Voy a follarle las tetas mientras tú le follas la boca, hermano —me


susurra Janus al oído—. Sé lo mucho que te gusta eso. Leander follará su
dulce sexo. —Me da una palmada en la espalda—. Qué bien se siente
tenerte en casa, estar todos juntos de nuevo, como una familia.

Hope sonríe y abre mucho la boca. Pero a diferencia de lo que suele hacer
con mis hermanos, no se tapa los dientes con los labios. Le meto el pene
despacio. Placer y dolor en mi cerebro.

Un hormigueo me recorre la espalda y me tiemblan los dedos de los pies


mientras se me tensa el abdomen de lo increíblemente bueno…

—Más —jadeo—. Rózame con los dientes a lo largo…

Ella lo hace. Son demasiadas sensaciones.

A mis espaldas, oigo a Janus escupir sobre su pene y miro por encima de mi
hombro mientras ella cubre su circunferencia con sus senos. Al mismo
tiempo, Leander se coloca y se hunde en su sexo. Somos tres hermanos,
unidos de nuevo. Por fin.

Exhalo con tanto alivio y… cielos, ¿esto es alegría? Hope cierra la boca
alrededor de la cabeza de mi miembro. Con los dientes roza mi cresta.
Cielos. Me agarro a la cabecera. No duraré mucho. He pasado demasiado
tiempo sin estar en el paraíso.

—Agárrame las pelotas y hálalas fuerte. Más fuerte de lo que puedas.

La manita de Hope se interpone entre nosotros. Levanto mi pierna izquierda


para que pueda llegar a mis bolas. Como un perro. Soy un perro y ella es mi
entrenadora.

Entréname. Disciplíname. Rómpeme. Vuelve a unir mis pedazos y luego


vuélveme a romper, cariño.

Me tira de las bolas. Sus dientes presionan y sueltan contra la cresta y


raspan mi cabeza. Al mismo tiempo, su lengua perversa me lame la rajita.
Placer-dolor, toma mi locura.

—Hálalas —grito en cuanto siento que sus dedos tocan por fin mis bolas—.
¡He dicho que las hales, maldita sea! —Tengo lágrimas en los ojos. Nunca
he sentido nada tan delicioso. Necesito el dolor para contrarrestar. Necesito
el dolor para que la locura regrese a…

Ella tira con fuerza. Es mi ángel despiadado. Me clava las uñas y hace
presión con los dientes. Me lame con su pequeña lengua. Me chupa
haciendo succión. Grito y gimo como la hora en que nací. Hasta que no
puedo respirar. Y entonces me corro y me corro y me corro. Ella engulle
todo y, cuando abro los ojos, aún sin aliento, todos seguimos aquí.

No es un sueño, y si es el cielo, me alegro de que sea para siempre. Porque


nunca más me iré.
Capítulo 34

HOPE

LE PEDIMOS a la niñera que se quede con los niños otra noche y, cuando
los chicos y yo nos despertamos después de nuestra sesión mañanera, me
alegra haberlo hecho. Por supuesto que quiero que Milo conozca a los
bebés. Ahora que son más mayores, son tan adorables y curiosos. Pero soy
egoísta y quiero darle un poco más de tiempo para volver a aclimatarse a
nosotros antes de echar dos criaturitas revoltosas en la mezcla. Pero
recuerdo lo bueno que era con ellos así que, más que nada, es puro egoísmo.

El mero hecho de sentir su cuerpo huesudo a mi lado me alivia y me libera


de dos años de ansiedad constante que ni siquiera sabía que llevaba dentro.
Porque ahora me siento tan… suelta. Quiero decir, me acaban de follar bien.
Pero… me mordí el labio. Tener sexo con los gemelos los últimos dos años
nunca había sido tan ardiente como cuando habíamos tenido a Milo con
nosotros. Su ausencia hacía que todo empalideciera. Era la sombra de la
ausencia. Una pieza faltante del rompecabezas que nos impedía estar
completos.
Pero ahora que está en casa... De repente mi libido se siente como no se
sentía desde... bueno, desde que estaba embarazada. Solía decirme a mí
misma que había sido por las hormonas del embarazo, pero a medida que la
lujuria me invade, me doy cuenta de la verdad.

Milo se remueve en la cama a mi lado. Le pongo la mano en el hombro y


empiezo a masajearlo. Sus músculos se tensan inmediatamente bajo mi
contacto y luego se relajan. Pero incluso relajados, noto tensión. No me
sorprende para nada. No puedo ni imaginarme cómo ha sido su vida estos
dos últimos años. ¿Qué voy a saber yo?

Pasaré el resto de mi vida haciéndole sentir seguro y parte de esta familia.


Le acaricio el bíceps con la mano. Su piel sigue suave aquí —su piel
siempre ha sido tan suave—, aunque en la ducha anoche y esta mañana noté
lo ásperas que se habían vuelto sus manos. Aprieto la frente entre sus
omóplatos. Si le proyecto mi curación, ¿lo sentirá? Me muevo para acercar
mis labios a su oreja.

—¿Estás despierto? —me muerdo el labio y termino sin aliento—, ¿papi?

Vuelve la mejilla contra mí mientras se gira. Me acaricia tan dulcemente


que estoy a punto de morir. He sentido esto desde que volvió. Milo siempre
había sido un poco distante antes. Solo durante el sexo soltaba ese férreo
control que mantenía sobre sí mismo y dejaba que su máscara cayera por fin
un poco. Claro, la parte que revelaba entonces era un poco desviada y
retorcida, pero considerando lo que yo pensaba mientras se volvía hacia
mí… no era él el único.

Acurruca su cara en mi cuello y exhala suavemente. A esto me refería. El


Milo de antes nunca habría permitido una intimidad tan desprevenida entre
nosotros. Era Milo, el mejor amigo del grupo. Milo al que le gustaba mirar.
Sí, al final le convencimos para que participara, pero incluso entonces,
mientras se tomaba la libertad de tener sexo con nosotros, el resto del
tiempo se encerraba en sí mismo.

Pero mientras me inhala, recorriendo con su nariz toda mi clavícula, con


una mano agarrada a mi cadera, mi corazón, que ya estaba roto, se vuelve
añicos por este chico desesperado. Le paso los dedos por el pelo,
suavemente al principio y luego le rasco el cuero cabelludo con las uñas. Él
gime y aprieta aún más su cara en mi cuello.

—Te he echado tanto de menos —susurra.

Siento la humedad a lo largo de mi cuello mientras él presiona hacia delante


con sus caderas. Llora y se agarra a mí. Me necesita. Inclino la cabeza sobre
él, acunándola con la mía.

—Papi, he estado esperando para probar algo. —Su cabeza se inclina


mientras olfatea. Su pene palpita contra mi muslo—. Verás —susurré—.
Siempre he querido saber qué se sentiría… —Me muerdo el labio inferior.
Y entonces me atrevo a decirlo—. Ser penetrada dos veces.

Como no dice nada, aclaro:

—Tener dos penes adentro de…

Exhala como un caballo resoplando:

—Ah, ya sé a qué te refieres.

Su boca se aferra a mi garganta. Y siento sus dientes rozar mi vena


palpitante. Mi sexo se estremece con un deseo tan intenso como nunca antes
lo había sentido.

—¿Es eso lo que quieres? —gruñe por lo bajo, con voz áspera—. ¿Eso es lo
que quiere mi chica sucia y traviesa?

—Sí, papi. Eso es lo que quiero. —La humedad me moja las piernas.
Capítulo 35

JANUS

CASI NO DOY crédito a lo que acabo de escucharle decir a Hope. Sin


embargo, lo entiendo pronto, y me acomodo delante de Leander por si se le
ocurre tomar las riendas.

—Sí —contesto—, hagámoslo.

Pongo una mano en el hombro de Milo con firmeza y le clavo la mirada.


Parece un poco vacilante, inseguro. Sé que no es porque no lo desee, ya que
por la lujuria en su mirada y lo erecto que está su miembro expectante sobre
el muslo de Hope, puedo atestiguar que sí lo desea.

Solo que no está convencido de merecerlo, o de si puede confiar en que


estemos tan dispuestos a invitarlo a entrar en nuestro círculo de nuevo, y me
refiero a dejar que entre con todo.

—Hermano —inicio apretando su hombro—, esto es nuevo para ella.


Guiémosla juntos.
Los ojos de Milo se abren como platos y sus aletas nasales se agitan
conmocionadas.

Hope se levanta y le besa el cuello. Milo voltea los ojos cuando su lengua
recorre las sensuales venas de su cuello.

Mientras tanto, miro de reojo a Leander detrás de él.

—Ayúdame a moverla.

Leander asiente y me deja dirigir el acto. Ha mejorado mucho en ese


aspecto recientemente: comparte el protagonismo conmigo, me deja ser el
alfa a veces. Tampoco es un papel que yo quiera todo el tiempo, pero es
importante que no me esté pisando los talones cuando sí lo quiero y lo
necesito.

Leander se arrastra hasta el pie de la cama y tira de la sábana. Adoro cómo


ese detalle nos presenta a nuestra voluptuosa mujer. Se podría decir que
hemos tenido un compromiso muy largo, ya que ninguno estaba muy de
humor para fiestas con Milo desaparecido los dos últimos años.

Pero tal vez ahora…

Leander la toma por las pantorrillas y yo asimilo la indirecta,


apresurándome a ayudar agarrándola por las caderas. Juntos, la movemos
por la cama. Hope emite un gemido, provocando en mis hermanos y en mí
sonrisas simultáneas. Tras ello, Leander le abre las piernas y le sube las
rodillas a la altura de los hombros, encargándome una pierna a mí y otra a
Milo.

Tomo la pierna de Hope entre mis manos, acariciándola mientras la levanto


y la flexiono. Se afeitó hace poco, quizá ayer. Noto que los vellos empiezan
a emerger de nuevo y eso me excita tanto…
Se pasa el día correteando detrás de esos dos niños y me encanta cada
aspecto de su feminidad. Hablando de eso…

—Hace demasiado tiempo que no saboreas su feminidad, hermano —


declaro señalando su vagina, que se extiende como un ramo de flores entre
sus piernas abiertas.

No es que necesite señalarla: la mirada de Milo ya está fija en aquel dulce


lugar empapado que nos llama guiñando un ojo.

Sacude rápidamente la cabeza.

—Mejor no. Acabaré demasiado rápido.

Comprensible.

—Entonces ten su pierna quieta mientras yo… —No hace falta que termine
la frase.

No vacilo. Me agacho, deteniéndome como siempre para inhalar


profundamente el perfume de mi Diosa. La dulce vagina de mi mujer.

Ese aroma almizclado, cálido, que me da la bienvenida a casa, donde


siempre debí estar.

Aunque su clítoris sigue viéndose regular en lugar de grande e hinchado


como lo quiero. En serio quiero sentir nuestros penes juntándose cuando la
embistamos en unos minutos. Porque conozco a mi chica, y hace tiempo
que no la veía con tantas ganas.

La cantidad de líquido que está lubricando es colosal desde ya. Esto se


pondrá bueno, para todos.

Paso mi lengua por su sexo. Es tan sensual que me empape la lengua


mientras continúo lamiendo y chupando. No soy cuidadoso. Paseo mi
lengua alrededor del clítoris, que se ingurgita apenas empiezo a chuparlo. A
mis costados, sus muslos tiemblan.

Es cierto, cuando mi amorcito está muy excitada, se vuelve explosiva, y me


encanta percibir esas ansias borboteando bajo su piel.

Muerdo su clítoris, que está cada vez más grueso. Suave, al principio, más
duro luego.

Milo está batallando para sujetarle la pierna mientras Hope tiene un


orgasmo. Leander le agarra el otro muslo, manteniendo sus piernas abiertas
aun cuando el instinto de ella la lleva a enganchar esos muslos alrededor de
mi cabeza mientras sigo dándole placer.

Apenas empieza a recuperarse cuando me alejo. Quiero dejarla con ganas


de más.

Esto es solo el principio de lo que le haremos.

—Leander, sujétale las muñecas —Empieza a obedecer, así que agrego otra
orden—. Hazlo con tus rodillas. Vamos a dejar a nuestra esposa repleta de
gozo, follándola todos a la vez.

El cuerpo de Milo se estremece, arrodillado al lado de Hope. Le agrada ese


pensamiento, por lo que prosigo.

—Nuestros penes estarán dentro de ella, los tres. Milo y yo penetrando su


vagina juntos; los dos penes estirando esa vagina que tiene tiempo sin
trabajar duro. Vamos a tener sexo sucio y a recordarle lo que significa tener
tantos esposos hambrientos de sexo.

—Tú primero, Milo. Empieza a calentarla para nosotros.

Milo se mueve ansiosamente. Por primera vez desde que volvió, no parece
un zombi drogado. Se asemeja tanto a su antiguo yo —si bien demasiado
delgado y con ojeras—, que se me revuelve el estómago. Pero antes
prefiero morir que perderme este momento con él, con Hope, con todos
nosotros juntos de nuevo.

Milo no se agita, sin embargo, mientras se acomoda para quedar entre las
piernas de Hope mientras ella está de espaldas. Ya no tiene la energía de un
adolescente ansioso.

Es lento, cuidadoso, meticuloso.

Como si temiera que Hope fuera de cristal… o un espejismo en el desierto.

Le tiembla la mano cuando la extiende para alcanzar su piel, y la


contracción en su cara cuando la recorre con la palma de la mano es la de
un hombre que acaba de beber el primer trago de agua del oasis al descubrir
que es real y no solo su mente jugándole una broma.

Milo mira con adoración el exuberante cuerpo de Hope, y como si fuera una
ocurrencia tardía, toma su pene, aunque manteniendo esa mirada suplicante,
como si estuviera en el altar mientras se prepara para su entrada.

Luego se muerde el labio y echa la cabeza hacia atrás cuando la punta de su


pene entra en contacto con sus fluidos…

Aquello es… demasiado excitante.

Es como si pudiera sentir el placer de mi hermano y de Hope, porque esta


abre aún más las piernas y sus muslos empiezan a temblar de nuevo cuando
él empieza a penetrarla despacio, muy despacio, como si estuviera
atesorando cada pequeño centímetro de su sexo.
Capítulo 36

MILO

EL SEXO DE HOPE.

Diablos, no puedo creer que vuelva a estar dentro de ella. Creo… rayos…
creo que en verdad está pasando. No es un sueño, no estoy en el paraíso
eterno después de todo.

Estoy en el paraíso en la tierra, con mis hermanos y con nuestra mujer, con
las piernas abiertas y dispuesta para nosotros.

Entregándose a sí misma para que podamos compartirla juntos.

Su interior se siente como seda pura alrededor de mi miembro. Los últimos


dos años transcurrieron solo con mi mano callosa en la oscuridad, si es que
podía encontrar un lugar donde estar realmente solo —generalmente un
baño, cuando podía procurármelo—, y siempre era algo furtivo, fugaz…

Puedes estar seguro de que me tomaría mi tiempo para penetrarla. Aunque


también soy impaciente. Nunca me han gustado los polvos suaves.
No cuando aún puedo sentir su aliento caliente en mi cuello y sus palabras
susurradas resonando en mis oídos: «Siempre he querido… dos penes
adentro…»

Cielos, nunca había hecho algo así en mi vida. ¿Dos a la vez en el mismo
agujero? Mis hermanos tampoco lo han hecho. Hay ciertas líneas que ellos
nunca han cruzado, aun siendo gemelos. Sus herramientas no se tocan de
esa manera. Para ellos hay una política de un orificio a la vez.

A pesar de ello, habiéndoselo metido hasta el fondo, suelto un gruñido,


porque ya no puedo negárselo. El dulce sexo de Hope me tiene bien
enganchado. Es entonces que me incorporo, poniéndome en cuclillas como
un cácher esperando por un lanzamiento, sin dejar de penetrarla.

Así, me agacho y aparto mis bolas, haciendo lugar para Janus. Le echo una
mirada, sintiendo un poco de ansiedad. ¿Aún querrá hacer esto conmigo? Es
decir, sé que ha mencionado que somos íntimos, pero hay niveles de
intimidad y luego está… frotarse los penes mientras se follan a su mujer por
el mismo agujero.

La idea de que su pene rozara el mío, que hubiese fricción mientras


penetramos a nuestra mujer… Maldita sea, se me pone más duro y grande
que nunca. Leander hizo lo que Janus le indicó. Subió a horcajadas sobre la
cara de Hope, con su trasero pálido cerniéndose sobre su pecho y apretando
sus pechos enormes hacia abajo.

Y, con las rodillas flexionadas, abre aún más sus piernas para Janus y para
mí, tan ágil como una animadora. Aquel movimiento hace que se retuerza
debajo de mí, y termina abriéndola un poco más.

Janus expulsa una gran bocanada de aire y se acerca, pasando una rodilla
junto a la mía entre los muslos abiertos de Hope.

—¿Estás lista? —pregunta Janus.


—Sí —decimos Hope y yo al unísono.

La respuesta de Hope se ve interrumpida por el sonido húmedo del


miembro de Leander llenándole la boca.

Ahora Janus inclina su cadera hacia delante. Hago un espacio, echándome


encima de Hope y hacia la izquierda, con Janus a la derecha, empuñando su
pene. Lo encaja bajo el mío y presiona la punta rosada contra su agujero.
Nunca antes otro pene había tocado el mío. Es más excitante de lo que
esperaba, sobre todo esta presión que siento cuando Janus arremete para
entrar en el estrecho agujero de Hope.

Sé que tuvo gemelos, y eso fue hace dos años. El cuerpo femenino es
bastante increíble, porque ahora se siente tan apretado…

El miembro de Janus no tiene un camino fácil en su suave embestida. Fue


más como una provocación al principio, insinuándose en la apertura de su
sexo. Suplicando por entrar y empapando la punta de su pene con sus
fluidos sensuales.

Noto que flexiona su vientre y me echo hacia delante, dirigiéndome a uno


de sus pechos, que veo empezar a dar leche. Cuando empezó a amamantar,
eso solía pasarle a veces, si se excitaba mucho. Vaya, si estos últimos dos
días han sido reales y no un sueño…

Continúo embistiéndola al tiempo que me echo hacia delante para engullir


su pecho desbordante. La leche materna estalla en mi boca mientras el pene
de Janus presiona al mío con aún más fuerza. Ahora sí que lo está metiendo.

Las manos de Hope se abalanzan a palmear el culo de Leander, y sé que es


porque le gusta que me beba su leche. Todo su ser está ahora cremoso para
nosotros.
No solo en sus pechos, sino en su entrepierna también, dando suficiente
lubricación como para que el glande gigantesco de Janus se deslice en su
interior, abriéndose paso por debajo de la mía. Un agudo gemido de placer
se escapa de la garganta de Hope y sus dedos rozan el culo musculoso de
Leander. Ahora, Janus empieza a embestirla, y debo decir que la fricción de
su pene frotándose contra el mío cuando ya estoy tan dentro de Hope…
Abandono el pezón y me cae leche por la barbilla, pero tengo que mirar,
tengo que ver a nuestros penes perforando su dulce y diminuto coño al
mismo tiempo.

Por eso contemplo nuestros cuerpos, y ahí estamos: Mi largo pene hundido
en lo más profundo de ella, y debajo, el pene de Janus, más grueso,
perforando el camino hacia su interior inexorablemente. Diablos, ya puedo
sentir el placer ardiendo en mi espinazo.

Tengo que empezar a moverme. Tengo que sentir más de esta fricción, por
Dios.

Así que empiezo a sacarlo mientras Janus lo va metiendo, y eso hace que mi
hermano emita un gruñido grave.

Él también se está excitando mucho con esto.

—Fóllale la boca, Leander —demanda Janus con la respiración


entrecortada—. Todos a la vez, hermanos. Juntos.

Oigo a Hope gorgotear y tener arcadas mientras Leander sigue las


instrucciones de Janus. Luego ruidos de sorbos. Así está mejor.

Nos la estamos follando todos a la vez. Se lo saco con calma y delicadeza


mientras Janus se adentra en su sexo. No quiero perder el contacto con su
carne, ni la de Janus. Rayos, sentir su pene y el sexo de Hope al mismo
tiempo…
No puedo describirlo, es algo fuera de este mundo.

Esto me tiene remontando por las nubes, algo que ninguna droga podría
lograr. Estoy más excitado que cualquier polvo que haya echado u
observado antes.

Saco mi pene unos centímetros para volverlo a meter, y si pensaba que


Hope estaba apretadita antes… ¡Vaya!

No tenía ni puta idea. Entre su vagina y el pene de Janus, que lo tenía


enterrado ya a medio camino… me apretó como un tornillo bien enroscado.
Tan bien atornillado que duele, y duele que da gusto. Quiero más, lo
necesito, demonios.

Sus tetas enormes quedan oprimidas bajo el culo de Leander. Yo me echo


hacia atrás, con la parte superior de mi cabeza presionado contra las nalgas
de Leander mientras el muslo de Janus se opone al mío.

Juntos, los cuatro follamos.

Nos follamos entre nosotros.

Juntos, hacemos el amor.

Hope es nuestro recipiente, y todos somos tejido conectivo pulsante de


placer. El clítoris de Hope está tan hinchado, pulsando en la parte superior
de mi pene cuando me aferro a su otro pecho repleto y lo acaricio con la
boca. La leche me cae a chorros por la garganta, al igual que el semen de
Leander pronto se derramará por la suya. Me agacho un poco para
apretarme las bolas, y mi mano roza el pene de Janus y, vaya, me gusta. Me
gusta que estemos todos así, juntos.

Creo que esto es algo que podría empezar a desear.


Puedo turnarme con Janus y Leander para penetrar así a Hope. Siempre que
le apetezca, la dejáremos satisfecha. Muevo las caderas, haciéndolas chocar
contra su clítoris hinchado.

Y obtengo exactamente la respuesta que esperaba.

Exhala con graves gruñidos de placer gutural mientras la embiste el grueso


pene de Leander. Dios, se lo está metiendo hasta el fondo de la garganta.

Sus uñas se clavan en sus glúteos. Si no tiene cuidado, lo arañará hasta


sacarle sangre.

No parece que esté teniendo cuidado. Me encanta cómo se han intensificado


las cosas en mi ausencia. Cuanto más sucio, oscuro e inmoral…

Me halo fuerte las pelotas cuando Janus empieza a aumentar el ritmo de sus
arremetidas.

Abro los ojos mientras succiono la nutritiva fuente del dulce y rico pecho de
Hope. Mirando hacia el valle entre sus pechos, puedo vislumbrar la cara de
Janus tensa, con la vena en su frente a punto de estallar.

—No puedo aguantarme más —dice con voz entrecortada—. Hope, nunca
he… —Entonces me descubre mirándolo—. Milo… —empieza a decir,
pero es entonces cuando pierde el control.

Esta es la parte que siempre me ha gustado: ver a los gemelos teniendo


sexo. Este momento de total vulnerabilidad, cuando todo el asunto de los
galanes famosos se desvanece y se convierten en humanos, abandonados al
placer que los invade.

Me acomodo entre nuestros cuerpos y froto enérgicamente el clítoris de


Hope con la mano que no estoy usando para acariciarme las pelotas,
provocando que mis dedos rocen la parte del pene de Janus que permanece
expuesta.
A Hope le empiezan a temblar las piernas como cuando va alcanzar el
clímax.

Y, únicamente después de comprobar que todos los demás estaban en


éxtasis, me libero yo también. Dejo ir ese férreo control sobre mí mismo
que he desarrollado estos últimos dos años.

Pellizco el clítoris de Hope, lo que la hace mover las caderas en dirección a


mi mano. Entonces, suelto mis pelotas y me agacho a estrujar las de Janus.

Las agarro con fuerza. Mi semen sale disparado de mi pene al notar que su
escroto se torna firme y repleto cuando aprieto, antes de que se abra paso a
través de su virilidad para vaciarse en lo profundo de Hope.

Nuestro semen se mezcla en su interior, lo que hace que nuestros penes


estén más lubricados. Sin llegar a estar flácidos, perdurando la
reminiscencia de esos intensos pulsos de gozo, aprieto las pelotas de Janus
y terminamos de eyacular en la vagina de nuestra mujer.

Hasta que la última maldita gota de semen se escurra de nuestro cuerpo.

Y me deleito con el tacto del húmedo y aterciopelado clítoris de mi dulce


amor, sin soltar las ya no tan firmes pelotas de Janus, que se sienten suaves
como cuero en la palma de mi mano.
Capítulo 37

LEANDER

LA VIDA me ha parecido surreal desde que Milo volvió a casa. Estoy


sentado en el sofá, observándolo en el suelo mientras juega con nuestros
hijos; a este hermano mío al que nunca le dediqué tanto tiempo como debía.

Diana se encariñó enseguida, pero Paul se mostró más reacio cuando los
volvimos a presentar ayer, después de que la niñera trajera a los niños a
casa.

Paul se escondió detrás de las piernas de Hope, pero la pequeña y


despeinada Diana, siempre tan afectuosa con todo el mundo, corrió
directamente hacia Milo y lo cogió de la mano. Tras eso, lo llevó hacia su
gran caja de juguetes y en pocos minutos lo tenía jugando a los bloques con
ella.

Es capaz de hacer milagros como ese. Al final, después de ver a su hermana


jugar con su nuevo amigo durante varios minutos, Paul olvidó su timidez y
corrió hacia él. Incluso fue más ruidoso que su hermana. Ninguno de los
dos habla mucho todavía, pero a Paul le encanta hacerse oír, si bien aún son,
en su mayoría, balbuceos que únicamente tienen sentido para él y su
hermana. A veces Hope está convencida de que los dos tienen un lenguaje
secreto que solo ellos entienden.

Sin embargo, mi corazón se enternece al contemplar a Milo con ellos. Tiene


una expresión radiante de alegría en su cara cuando Paul corre en su
dirección y él se tumba, fingiendo que Paul es realmente un feroz león.
Cosa que produce un deleite celestial en Paul, por supuesto.

Después de toda una vida huyendo de la intimidad, no me parece justo que


se me haya concedido todo esto. Por eso me pongo en pie cuando Janus
vuelve de la cocina con Hope. Habían estado preparando bocadillos para los
niños.

Me acerco a Hope:

—¿Te importa si te quito a Janus un momento? Necesito hablar con él de


algo.

Hope nos mira preocupada.

—No es nada malo —le aseguro.

—Entonces, ¿por qué no lo hablas delante de mí? —cuestiona.

Teniendo en cuenta nuestra historia, supongo que es lógico que le preocupe


todo lo que huela a secreto, más ahora que las cosas apenas empiezan a
arreglarse.

—Solo quiero hablar primero con él un momento y te prometo que después


lo hablaremos contigo —Como aún parece ansiosa, doy un paso adelante y
le acaricio las mejillas—. Sé que va a ser difícil para ti teniendo en cuenta
todo, cariño, pero quiero que empieces a confiar en mí. Ahora somos una
familia, y eso no va a cambiar. A veces necesitaré hablar con Janus sobre
ciertas cosas, pero eso no significa que te excluyamos. Solo significa que
necesito conversarlo mientras intento tomar algunas decisiones.

—Quiero ayudarte a tomar esas decisiones —replica Hope, obstinada—.


Debes dejar de decidir cosas y luego hacerme lidiar con las consecuencias.

La beso y luego tomo sus manos y las pongo entre las mías.

—Estaremos fuera diez minutos y luego vendremos a hablar contigo.


¿Puedes confiar en mí por diez minutos?

Parece como si quisiera oponerse, pero exhala y asiente.

—Sí, por supuesto. Claro que confío en ti.

Janus se le acerca por detrás y la abraza por la cintura. Ambos la abrazamos


rápidamente.

—Estaremos afuera, luego volveremos a entrar. ¿Estarás bien aquí con Milo
y los niños?

—Por supuesto —dice con rapidez mirando a Milo, quien sin duda ha
notado nuestro abrazo. Probablemente piensa que estamos hablando de él.
Sé que a Hope le preocupa que él piense lo mismo, porque sale de nuestro
abrazo y se sienta en el suelo junto a él y los niños.

—Vamos —le digo a Janus, poniéndole una mano en el hombro.

Me mira con recelo. Cielos, ¿es que nadie en esta familia confía en mí?
Quizá no quiera saber la respuesta. Llevo años dándolo todo para
demostrarles que quiero ser la clase de hombre del que esos niños se sientan
orgullosos de tener como padre, y parece no ser suficiente.

Exactamente por eso quiero tener esta conversación con mi hermano.


Apenas salimos al porche trasero que comunica con nuestro exuberante
jardín, me dirijo a él.
—Quiero retirarme, y si aceptas, quisiera que te hagas cargo de lo
relacionado al nombre de Leander Mavros. O bien puedes usar el tuyo
propio, obviamente eso depende de ti. Por mucho que haya trabajado, sé
que tú has estado ahí en cada paso del camino construyendo la marca que es
Leander Mavros, sin tener los beneficios. Así que, si lo quieres, todo puede
ser tuyo, de verdad. No solo por un verano, en el set de una película.

Janus se queda atónito. Se pasa la mano por el pelo al tiempo que se vuelve
para echar un vistazo a la puerta de la casa y luego vuelve a mirarme.

—¿Es este alguno de tus retorcidos juegos de mierda?

—¿Qué? —¿Eso es lo que piensa de mí?—. Dios, no. Solo estoy cansado, y
en estos dos años, mientras más lo he pensado, me di cuenta de que ni
siquiera estoy seguro de que esa sea la vida que elegí para mí. Era
simplemente lo que mamá quería y lo que me hizo creer que yo deseaba,
pero el último par de años… me ha hecho cuestionar todo lo que creía
saber.

—¿Y crees que yo no me lo cuestiono también? —pregunta Janus—. No


eres el único que perdió a Milo ese día.

—No, no pretendía decir… —Rayos, esto está saliendo mal—. Mira, por
fin me senté a ver La misión italiana el otro día. Estuviste… tal vez suene
bastante tonto, pero fuiste hecho para el papel. Lo hiciste mejor de lo que
yo hubiera podido. Odio ser el centro de atención y fingir…

—Ah, entonces soy bueno fingiendo… —resopla Janus.

—Eso no es lo que estoy diciendo —gruño—. Deja de poner palabras en mi


boca que yo no he dicho. ¿Por qué siempre estás tan empeñado en verme
como una basura?

Deja escapar un largo suspiro y vuelve a pasarse las manos por el pelo.
—¿Por qué haces esto?

—Tú sabes por qué —le digo—. Lo sabes. Igual que sabes que estoy
agotado y que no me ha gustado para nada este estilo de vida desde hace
demasiado tiempo, si es que alguna vez me gustó. Nada más intentaba
enorgullecer a una mujer que no soporto.

Siento asco de mí mismo al escuchar mis palabras, aun sabiendo que es


verdad, y reconociendo por fin cuánto me he aborrecido a lo largo de los
años por ese simple hecho.

—Y si crees que no entiendo lo detestable que suena eso, te equivocas.

—Pero has llegado tan lejos —protesta Janus—. Has volado tan alto. Nadie
renuncia al tipo de fama que tienes, ¡absolutamente nadie…!

Eso me enfada, así que me le enfrento cara a cara.

—No vengas a explicarme a cuáles cosas tengo derecho y a cuáles no.


Suenas exactamente como ella, nuestra madre. Mira, no tienes por qué
tomar mi lugar como Leander Mavros. Solo pensé contártelo primero y
darte la oportunidad, ya que has trabajado duro todos estos años para
convertirla en lo que es, pero tanto si la aceptas como si no, me retiro. Lo
que quiero decir, hermano, es que somos libres de esa mujer. Por fin y por
siempre, y estoy reclamando mi libertad.
Capítulo 38

JANUS

ME DESCONCIERTA la decisión de mi hermano mientras volvemos a


entrar. Ahora que por fin nuestra familia es perfecta, ¿Leander está
intentando separarme de ella? ¿Quiere hacer que me vaya, que sea yo quien
se quede por fuera para que él pueda disfrutar de nuestra familia mientras
yo estoy lejos ganando dinero y manteniéndolos a todos?

El sol se está poniendo, lo que significa que casi es hora de que los niños se
acuesten. Hope nos mira a ambos mientras sube a Paul a su trona, que está
sujeta a la mesa, para que coma la cena. Diana levanta los brazos hacia
Milo y utiliza una de las pocas palabras que podemos entenderle.

—¡Arriba! ¡Arriba!

Veo cómo Milo resplandece por la facilidad de que ella lo acepte de nuevo
en su vida. Se pone colorado mientras levanta su cuerpecito. La pequeña
patalea de placer y su risita llena la habitación. Paul la observa y balbucea.

Es entonces que mi corazón desconfiado se abre de par en par. ¿Y si


Leander estaba siendo sincero? ¿Y si no estaba intentando tenderme una
trampa maquiavélica, sino que me estaba diciendo la verdad?

Y a mí me ha atormentado nuestra madre tanto como a él… —Me fijo en


Milo—, bueno, en todos nosotros en realidad, porque durante toda mi vida
siempre ha existido una lucha entre Leander y yo. Siempre ha intentado
superarme y robarme protagonismo, o al menos esa era la narrativa en mi
subconsciente, porque fui condicionado a pensar así. Por ella, nuestra
propia madre.

Incluso cuando por fuera luchábamos y tratábamos de aferrarnos el uno al


otro, ahí seguía su vocecita creando discordia entre nosotros. Me siento
como un tonto.

Todos permitimos que nos hiciera miserables, desconfiados, y nos arruinó,


¿y para qué?

Solo era una mujer inútil y retorcida que tuvo la desgracia de ser nuestra
cuidadora durante quince años. Quizá va siendo hora de reclamar nuestras
vidas personales y la familia que formamos aquí no por ella, sino a pesar de
ella.

—¡Num, num, num, num, aquí vienen los guisantes ricos, ricos! —dice
Hope con voz exaltada intentando engañar a Paul para que se coma los
guisantes.

Paul, como era de esperar, tiene la boca abierta para recibir la cuchara justo
hasta que ésta está a unos seis centímetros. Entonces huele o ve la sustancia
viscosa verde y cierra la boca, haciendo que la cucharada de guisantes le
manche toda la barbilla.

—¡Apolo Mavros! —exclama Hope sin poder evitar reírse, lo que hace que
Paul esboce una sonrisa. Y Hope, con astucia, aprovecha la oportunidad
para meterle algunos guisantes en la boca.
Arruga la cara al principio, pero luego se golpea la boca y se lo traga.

—¡Qué buen niño, mira cómo se come los guisantes!

—¿Otra vez le estás hablando a nuestro bebé como si fuera un perro, amor?
—increpa Leander.

Hope se limita a mirarlo dulcemente desde el otro lado de la mesa.

—¿Quieres que te eche guisantes en la cara, corazón?

Leander se ríe.

—Inténtalo, amada mía. Luego le pediré a Janus que se desquite cuando


te…

—¡Leander! —Hope se sonroja tanto que me alegro de que la mesa oculte


mi regazo.

POR FIN los niños están dormidos. En cuanto Hope sale de la habitación
con Milo, la arrincono contra la pared del pasillo. Parece sorprendida, pero
no descontenta con la situación.

—¿Qué estás…?

La beso. La última hora y media ha sido una tortura intentando mantener mi


erección bajo control, y esto aquí, mientras la aprieto contra la pared, me
parece el mayor de los lujos. Se rinde, deja que todo su cuerpo se derrita
sobre el mío solo por un instante.

Luego se echa hacia atrás, empujando mi pecho. Se lo permito, aunque lo


único que quiero es devorarla.

—Dime de qué hablaban Leander y tú.


Leander susurra:

—Aquí no. No queremos despertarlos ahora que por fin logramos que se
durmieran. —Asiento y tomo a Hope de la mano, casi arrastrándola hasta
nuestra habitación. En cuanto estamos dentro, cierro la puerta y pongo a
Hope contra la misma. Mis hermanos se amontonan a ambos lados mientras
aprieto su espalda contra la madera maciza—. Leander se va a retirar —
digo antes de presionar mi boca contra su cuello. Vaya, hacía mucho tiempo
que no me sentía tan voraz. Esta semana ha sido una vuelta a la vida para
todos nosotros, como despertar después de un largo sueño.

—¿Qué? —jadea. Y entonces enreda sus manos en mi cabello. Me aparto


un poco, sin dejar de chuparle el cuello, para que Milo pueda desabrocharle
la camiseta que lleva puesta.

—Me ofreció el nombre de Leander Mavros para que lo tome si quiero, o


puedo seguir por mi cuenta. Aún no he decidido si lo quiero.

Vuelvo a bajar hasta su boca, moviéndome un poco hacia un lado mientras


Milo se lleva a los labios su pecho cargado de leche. El tipo parece un
maníaco por la forma en que le lame el pezón endurecido, la mira a la cara
una última vez y luego empieza a chupar su pezón.

Las caderas de Hope se agitan en mi entrepierna.

—Quiero su culo esta noche —gruñe Leander.

Me parece justo. Ya le está bajando sus sexis pantalones Capri.

Esta noche va a ser sexo rápido y sucio, ya me doy cuenta. Tener a los niños
en casa todo el día significa que hemos tenido que comportarnos, así que
todos hemos estado al límite desde las cuatro de la tarde.

Leander le baja las bragas junto con los pantalones y Hope se las quita de
un salto, impaciente.
—Lo quiero ahora mismo, aquí —dice Leander en voz susurrante mientras
agarra una nalga y desliza una mano entre nosotros para empezar a frotarle
el clítoris—. Diablos, ya está mojada.

Claro, por supuesto que sí. Dudo que hayamos sido los únicos esperando
esto. ¿Leander no conoce a nuestra mujer? ¿O los últimos dos años lo han
puesto en duda? Cuando las condiciones son adecuadas, Hope es tan
lujuriosa como nosotros.

Es una mujer que no necesita más que todo esté en orden con su familia
para que su cuerpo responda plenamente, y con Milo ahora en casa, volvió a
estar al ciento diez por ciento.

—Dios, está tan lubricada —informa Leander.

Me aparto del punto de su cuello que la tiene retorciéndose entre mis brazos
para ocupar mis manos en desabrocharme y bajarme la cremallera lo
suficiente como para que bajaran mis pantalones y sacar mi pene.

—Levántenla. Vamos a penetrarla teniéndola en brazos —ordeno.

Mis hermanos están sincronizados conmigo, porque todos bajamos las


manos. Cada uno le agarra un segmento de los glúteos, muslos, y nuestros
dedos le recorren la vulva empapada mientras la levantamos y la ayudamos
a acomodarse sobre mi pene que apunta hacia arriba y la aguarda.

Diablos, adoro la tensión en mis músculos levantándola y bajándola sobre


mi pene. Está tan resbaladiza cuando mi glande entra en contacto con su
sexo húmedo.

Leander la toma desde atrás, rodeando su trasero con sus brazos, mientras
Milo lo ayuda desde la izquierda.

—Milo, agáchate y escupe mi pene —ordena Leander—. Después empieza


a jugar con su trasero.
Milo se muerde el labio excitado y se arrodilla para cumplir lo que se le
pidió.

Lo oigo escupir y lo imagino esparciendo ese lubricante a lo largo del pene


de Leander.

Puedo ver la tensa expresión de satisfacción en la cara de Leander cuando


Milo empieza a introducir su pene en el estrecho ano de Hope.

Vaya que sé cuán apretado es ese dulce espacio. Es tan estrecho, oscuro y
cálido.

Mi miembro palpita en su sexo lubricado, y entonces palpo a mi hermano a


través del fino margen del cuerpo de ella. Puedo sentirlo mientras la
penetra. Mis brazos se tensan, mientras lo saco y vuelvo a penetrarla.

—Dios —No puedo evitar sisear.

Me siento tan bien. El sexo con mi mujer, con mis hermanos aquí alrededor,
también participando… Nunca habría imaginado que este sueño podría
hacerse realidad.

Siento el aumento de presión dentro de ella al tiempo que Leander continúa


penetrándola sin piedad.

Me empieza a hormiguear la maldita frente.

Entonces siento la mano de Milo interponiéndose entre el cuerpo de Hope y


el mío para poder frotarle el clítoris. Pone la mano plana al principio y
ejerce una suave presión contra su botón de carne sensible. Debe de estar ya
hinchado, porque Hope empieza a estremecerse. Sin embargo, eso no es
suficiente para nuestro hermano, porque, aunque la presión dentro de ella ya
es inmensa, de repente se hace aún más grande.

¿Qué demonios…?
Miro hacia abajo y ahí está la cabellera oscura de Milo. Ni siquiera se ha
sacado el pene todavía, pero tiene una sonrisa perversa clavada sobre Hope
y yo. Está metiendo su grueso dedo dentro de ella junto a mi pene. Siento la
fricción de su tacto mientras avanza en su interior, y seguro que ella lo
siente también.

Sé lo que está haciendo, está buscando su punto G. Yo puedo alcanzarlo con


mi pene, pero Milo siempre ha sido excelente dedeándola. Sabe cómo llegar
justo al lugar adecuado de su feminidad y tocarla como se debe en un
movimiento repetitivo.

Y los dos juntos, él estimulándola desde dentro mientras yo muevo las


caderas para montarla…

Maldición, qué delicioso. Me pongo a gemir de lo bien que se siente.

Hope aprieta todos sus músculos. Empieza a temblar como lo hace justo
antes de…

Me entierra la cara en el cuello y grita mientras acaba.

Leander aprovecha ese momento de éxtasis para metérsela hasta lo más


profundo de su ano. Siento la presión de su interior y, cielos… Aprieto la
parte inferior de sus muslos, justo en la coyuntura entre sus piernas y sus
glúteos. Mis músculos se contorsionan y la transpiración me recorre la
frente mientras meneo mis caderas para penetrarla, y mis hermanos hacen
igual.

No puedo contenerme y ellos tampoco.

Joder, qué bien se siente. Tiene un orgasmo y luego este se convierte en un


segundo orgasmo más intenso, si es que el volumen de sus alaridos sirve
como indicador.
Se siente exquisito cómo su sexo me contrae con su estrechez, estando su
cuerpo tan colmado de nosotros. Entonces estallo, mientras mis caderas
empujan hacia delante, al unísono con las de Leander. Milo usa su mano
como un vibrador, frotándola por dentro y por fuera hasta que nuestro
semen se derrama por entre sus muslos.

Siento como si me acabaran de exprimir el cerebro por mi miembro, y


nunca me había sentido más enamorado o más a gusto con mi familia.
Capítulo 39

HOPE

UN GRITO me arrebata el sueño.

—¿Qué…? —balbuceo sobresaltado antes de incorporarme. Se enciende


una luz, y ahí Leander, Janus y yo aparecemos sentados en nuestra cama
mirando a Milo. Se retuerce entre las sábanas, con los ojos cerrados y la
cara aterrorizada. Suelta otro aullido breve y vuelve a temblar. Leander lo
agarra de los hombros para sacudirlo.

—¡Milo! Milo, despierta.

Milo chilla de nuevo y se sobresalta al despertarse. Respira agitadamente y


tiene sudor en la frente. Mira a su alrededor rápidamente, con sacudidas
bruscas de la cabeza.

—¡Milo! —exclamo rodeándolo con mis brazos—. No pasa nada. Ya estás


a salvo.

Tiembla como una hoja entre mis brazos, y no se relaja; al contrario, está
muy rígido. Me echo hacia atrás y lo sostengo del rostro para darle un beso,
pero cuando lo intento, se aparta.

—¿Milo? —Su mirada se enfrenta con la mía. Es una tortura.

—Por favor —suplica entre sus dientes temblorosos—. Por favor, no seas
delicada. Necesito que me castiguen. Por favor.

Me quedo boquiabierto y miro por encima de su hombro a Leander, detrás


de él en la cama. Janus está detrás de mí y me apoya una mano en la cadera,
cosa que agradezco.

La mirada de Leander está posada más allá de mí y noto que él y Janus


están practicando esa comunicación silenciosa entre gemelos. Agradezco su
presencia, la de ambos, porque no sé cómo ayudar a Milo. Quiero tomarlo
entre mis brazos como hago con mis bebés cuando se lastiman las rodillas,
pero me pidió que no fuera amable… ¿Qué demonios se supone que debo
hacer?

Milo extiende la mano para aferrarse a mi muñeca y, cuando bajo la mirada


hacia él, veo desesperación en su expresión.

—Por favor —suplica de nuevo—. Por favor, castígame.

¿Castigarlo? Quiero darle todo lo que necesite, pero no sabría ni por dónde
empezar.

—Está bien —acepta Leander, haciendo que le mire rápidamente. Parece


tranquilo y nada asustado. ¿Qué demonios quiere decir con eso?

—Espera un momento aquí, enseguida vuelvo. Tendremos que


arreglárnoslas con lo que tenemos a mano, pero haré que alguien venga a
finales de esta semana y podremos equiparnos adecuadamente.

Milo no responde. Leander baja de la cama y sale de la habitación. Milo se


queda mirando la pared y me agarra la muñeca con desespero. Intento
acariciarle el pelo, pero vuelve a apartarse. Su contacto con mi muñeca es lo
único que permite.

Miro a Janus, que está detrás de mí, para discernir si entiende mejor que yo
lo que está ocurriendo. ¿Adónde va Leander? ¿A qué se refería cuando dijo
que vendría alguien esta semana? No tengo que esperar mucho por la
respuesta, porque pronto Leander vuelve trayendo de la cocina uno de mis
grandes cuencos de plástico. ¿Qué demonios…?

No aclara mucho las cosas al dejarlo sobre la cama, revelando que lo ha


utilizado como una especie de recipiente para transportar varios objetos más
pequeños. La voz de Leander resuena con firmeza.

—Arriba, de rodillas. Hope te dará tu castigo. No tendrás permitido


eyacular hasta que lo aprobemos.

Las cejas se me erizan, pero Milo reacciona rápidamente, se acomoda en el


centro de la cama y se baja la ropa interior enseñando el culo.

Luego Leander me pasa una cuchara de cocina de madera con mango largo
de entre el montón que trae en el cuenco rojo de plástico.

De nuevo, me quedo anonadada.

Digo, entiendo la idea. Claro, se supone que tengo que azotar a Milo con
esto para castigarle. Pero, ¿castigarle por qué? No ha hecho nada malo.
¡Solo tuvo una pesadilla!

Por otra parte, en mi caso, no siempre tengo que haber hecho algo malo
para querer que me azoten, ¿verdad?

Y esto se trata más de lo que Milo necesita que de mi aprensión personal


por hacerlo, así que cojo la cuchara… o debería decir la paleta, en verdad.
Milo menea el culo. Es la primera señal de vida que le veo dar desde que
despertó gritando.

Bueno, allá vamos.

Sujeto la cuchara con una mano, retrocedo y dejo que haga impacto contra
su culo terso y pálido.

Choca con fuerza, y Milo gime de placer.

—Eso es —dice Leander, autoritario y en voz baja—. Ahora desnúdate,


Hope. Esto lo tendremos que hacer todos juntos.
Capítulo 40

HOPE

ME ARRASTRO por la parte inferior de la cama, moviéndome de forma


que quedo perpendicular a donde está Milo, agachado a cuatro patas en el
centro del colchón. Los dos estamos encima del edredón, y probablemente
sea lo mejor, teniendo en cuenta que la funda se puede quitar y lavar sin
problemas. Las cosas con mis hombres tienden a volverse… desastrosas.

A medida que avanzo, Janus tiene la amabilidad de ayudar a quitarme los


jeggings negros que llevo. Me he dado cuenta de que me encantan estos
momentos cotidianos de cuando el sexo apenas empieza, el poner todo en
orden y la logística del asunto. Ahora nos sentimos muy cómodos entre
todos, y tener a Milo de vuelta se me hace de lo más natural.

Me encuentro impaciente por azotar a Milo con la paleta de madera. Sus


nalgas firmes y redondas se contraen y mueve las caderas cuando lo hago.

Vaya, debo tomar un respiro. No hay nada como lanzarse a lo más hondo.
Janus me baja los jeggings hasta los tobillos, y por la brisa que noto de
repente, sé que me quitó las bragas de un tirón.
Entonces, una boca se cierra sobre los dedos de mis pies. Ah, cielos. Puto
Leander. Debería haber sospechado que estaba a punto de hacer algo así,
considerando la atención que le prestó a mis pies en la ducha anoche.

A continuación, Janus me acaricia el trasero. A eso le llamo yo sobrecarga


de sensaciones. También sé que esto significa que está a punto de…

Chillo un poco al percibir el roce ardiente de la palma de su mano chocando


contra mi trasero. Cierro los ojos lentamente ante el gozo de esta repentina
liberación de tensión. Una tensión de la que ni siquiera sabía que tenía. De
repente, todo se desvanece en un pálpito bajo el delicioso ritmo de la mano
de Janus.

Y, en cuanto termino de exhalar profundo, por primera vez en mucho


tiempo… me doy cuenta de que eso es lo que puedo ofrecerle a Milo
también.

Dejo caer la paleta a la cama por ahora, porque quiero sentir su piel rozando
la palma de mi mano. Quiero saber qué se siente, con uno de mis hombres
dispuesto… no, necesitando… que lo intente.

Retiro un poco la mano y poso la palma en la curva prominente y firme de


la nalga de Milo que está más cercana a mí.

Tampoco retiro la mano de inmediato. Veo cómo su pene se magnifica,


colgando entre sus piernas.

Retrocedo y vuelvo a azotarlo.

—Chico malo. Chico malo, muy malo. No te atrevas a correrte sin que yo te
lo ordene.

Esta vez le propina un azote tremendo.


Y a cambio recibo una fuerte nalgada de parte de Janus. Los dientes de
Leander se cierran un poco sobre mis dedos del pie y muerdo mis labios
para contener un gemido que quiere escaparse de mi garganta.

Me invade otra oleada de relajación y confianza. Por supuesto que puedo


darle a Milo lo que requiere, es simplemente otra faceta de mí que nunca
antes me había permitido explorar. Pero eso no significa que no pueda…

—Te has portado mal, ¿verdad? Necesitas un castigo.

—¡Sí! —dice Milo.

Miro por encima del hombro a Leander, que se saca mis dedos de los pies
de la boca con un único movimiento. Él asiente en respuesta a mi pregunta
silenciosa, confirmándome que está bien proseguir. Cuento con que conozca
mejor a su hermano que yo.

Aun así, pongo una mano en la cadera de Milo y espero a que me mire por
encima del hombro. Nuestras miradas convergen y puedo comprobar que es
él, mi Milo, mientras repite:

—Sí.

Después, le sonrío maliciosamente y cojo tanto impulso como puedo.

—Será mejor que reces porque mami te tenga piedad pronto, cariño, porque
estás por recibir la reprimenda más fuerte de toda tu vida.
Capítulo 41

LEANDER

EMPIEZO A MASAJEAR las pantorrillas de Hope mientras ella estruja los


testículos de Milo y los hala con fuerza. Milo gruñe, inclinándose hacia ella
y buscando contacto entre su muslo y el brazo de él. Hope también hace eso
a veces cuando el sexo se pone duro.

Sin dejar de agarrarle las bolas, Hope le pasa la mano por la columna hasta
el culo y murmura en voz baja.

Estoy siendo testigo de una comunión que quizá solo pueda darse entre
ellos dos. Hope es lo que Milo siempre necesitó, quizá por eso nos la trajo
hace tantos años, para empezar. Fue para nosotros también, porque esa es la
clase de hermano que él es, pero en lo más profundo, debía saber que ella
era exactamente lo que él necesitaba también.

Siempre cuidó de esas otras celebridades como una segunda madre al ser su
publicista, incluso antes de venir a nosotros, ¿no? Siempre supo ser
maternal y protectora. Es nuestra pareja perfecta en todos los sentidos,
porque somos hombres, pero al mismo tiempo somos unos niños perdidos.
—Te voy a dar lo que necesitas —declara Hope con voz entrecortada, y mi
erección crece aún más. Masajeo sus pantorrillas con mayor intensidad, con
la necesidad imperiosa de ponerle las manos encima. Masajeo sus
músculos, deseando darle todo el placer que desee. Quiero idolatrar su
cuerpo mientras ella se entrega a mi hermano. Estar todos nosotros
conectados así es alucinante.

De pie junto al borde de la cama, frente a mí, Janus le vuelve a dar una
nalgada haciendo que suspire de placer. Entonces, veo la mano de Janus
entre sus piernas. Su fragancia me impregna mientras él roza sus dedos por
la superficie empapada entre sus piernas y la esparce allí. Seguro que está
rojito. Sí, me encanta cómo su clítoris se hincha y vuelve a tornarse flácido
ante nosotros.

Me fijo en todos y veo las caderas de Milo embistiendo, follando la nada.


Ese movimiento me resulta familiar. Mi hermano es tan sensible que a
veces ni siquiera necesita fricción para correrse.

—No, no, no —digo con voz de advertencia—. Date la vuelta, Milo, y


túmbate boca arriba. No te atrevas a tocarte. Hope, dales otro buen tirón a
esas bolas y recuérdale quién manda.

—Con mucho gusto —dice Hope en tono sombrío, tirando tan fuerte que
Milo grita, haciendo que su pene se agite y se tense más fuerte de lo que la
he visto antes. El semen se asoma, brillante, en la punta, por lo que sé que
intervine justo a tiempo.

Hope le vuelve a azotar el culo con fuerza y se agacha para que Milo se
tumbe boca arriba en medio de la cama. Respira con dificultad y tiene una
ligera capa de sudor en la frente. Su pene está bien erecto y muy duro.

—Vamos con el siguiente utensilio. Nuestro hermano va a recibir una


sesión completa con todo nuestro set de cocina pervertida.
Hope sonríe, siendo que probablemente nunca antes había oído ese término.
Señalo algunos objetos en el cuenco de plástico y ella arquea las cejas.

—Alinéalos como si fueran soldaditos —le indico.

Si antes había arqueado las cejas, ahora su expresión es más exagerada.

—Puede soportarlo —le aseguro—. Tiene que sentir de verdad que está
siendo castigado, y tenemos que retrasar su orgasmo.

Hope inspira profundo y luego exhala. Recoge el primer gancho de ropa y


lo mueve frente a la cara de Milo.

—A los chicos que se portan mal no los dejamos eyacular, ¿verdad?

Los ojos de Milo se abren de par en par cuando ve lo que tiene en la mano.
Brillan con emoción.

—No —logra emitir—. No lo merecen.

—Exactamente. En vez de eso, se les castiga, y en verdad quiero que sufras


el escarmiento —sisea Hope.

Sus dedos suben por su muslo, lo que hace que su pene se contonee aún
más en el aire.

Cuando por fin se lo agarra, pareciera que mi hermano se desmayará allí


mismo, pero Hope es rápida; sujeta nada más la punta de su glande con el
extremo del gancho de ropa, pellizcándolo.

Milo suelta una bocanada de aire, pero la dureza de su pene no disminuye


en lo más mínimo.

—Otra —jadea entre dientes.

—¡Silencio! —lo reprende Hope—. Los chicos malos no pueden exigir


nada. Haré lo que me plazca y ya.
Hope agarra otro par de ganchos de ropa y, en lugar de seguir pinzándole el
pene, se arrastra por la cama y le pellizca el pezón, pinzando primero el
derecho y luego el izquierdo.

Un ruido agudo sale de la boca de Milo.

Para ser justos, Hope sabe exactamente lo que se siente, dado que Janus y
yo le hemos hecho lo mismo algunas veces. Solo cuando Milo se queda en
silencio, con los ojos casi en blanco en una especie de éxtasis, Hope vuelve
a prestarle atención a su tieso pene.

Una a una, con paciencia, metódicamente, le aplica los ganchos en el pene


como si fuera una especie de piercing genital, solo que pellizcando en lugar
de perforar.

Cuando termina, se ha formado una hilera de pequeñas torres alineadas en


la cara superior de su pene, que está firme como una roca.

Hope mira hacia abajo y sonríe al ver su trabajo.

—Qué buen chico —canturrea.

Luego mete la mano entre las piernas abiertas de Milo y empieza a jugar
con sus pelotas.

—Ahora podemos divertirnos de verdad, cariño. Porque hay algo que


siempre he querido probar…
Capítulo 42

MILO

HAY algo tan increíble en el poder de la conexión humana. Es intensa e


indescriptible la sensación cuando hago lo que dice Hope. Me dejo llevar,
dejo de lado las expectativas y el control, y los últimos dos años. Todo se
me escurre de la cabeza, por un rato solo hay… silencio allá arriba.
Hermoso, hermoso silencio.

El caos habitual desaparece cuando permito que ella y mis hermanos


muevan mi cuerpo maleable hacia atrás para ponerme de rodillas otra vez.

El agudo y perenne dolor que causan las pinzas en mi férreo pene es


suficiente para satisfacer esa necesidad primitiva de ser castigado, y si
alguna vez mi mente intenta volver a entrar en ese bucle en el que estaba, es
como si Hope estuviera en perfecta sintonía con mi cuerpo, porque vuelve a
tirar con fuerza de mis pelotas haciendo que mi cerebro se desconecte.

El dolor es tan liberador. Así, justo cuando el dolor se adormece un poco y


empiezo a recuperarme, algo frío se cierne alrededor de mis bolas. De
vuelta en cuatro patas, miro hacia abajo para encontrarme a la creativa
Hope estrujándome las bolas con un… mierda… es un cascanueces.

Suelto una carcajada, pues es lo único que soy capaz de hacer mientras me
las aprieta. La presión es tan deliciosamente intensa que mi mente se libera
de nuevo. De hecho, mi mente por fin se vuelve borrosa de la pura felicidad
y dolor. Es como si este cálido zumbido embriagador se instalara en mi
cráneo mientras me dejo caer en lo más profundo de mi ser.

—Así me gusta —murmura Hope, acariciándome el culo suavemente con


una mano.

Por primera vez en toda mi maldita vida, no puedo hacer otra cosa que
creérmelo. Ha traspasado todas mis barreras.

—Ahora vas a tomar todo lo que te dé —me ordena.

Asiento. Sí. Es evidente. Mi cuerpo está a sus órdenes.

Cuando siento dos de sus deditos sondeando mi ano, mi primer instinto es


apretar. Ella se retira y me azota, lo cual hace vibrar los alfileres a lo largo
de mi pene y mis bolas, que aún son presas del utensilio.

—Ábrelo para mí.

Exhalo y mi ano se relaja al instante. Por instinto, mi cuerpo sigue sus


órdenes. Cuando sus dos dedos regresan, ya no encuentran resistencia. Se
me abre la boca cuando empieza a frotar rítmicamente mi orificio. Sus
dedos lo masajean con confianza y cariño. Me relaja y me hace aflojar
mientras desliza sus dedos hacia adentro y, Dios mío…

Respiro aceleradamente, porque enseguida noto adónde quiere llegar.


Aunque nadie me lo había hecho antes, claro que había escuchado hablar
del masaje prostático, pero no sabía…
Gimo inconscientemente. Hope ha accedido a la bestia más vulnerable que
hay en mi interior.

Hay una razón por la que solo observé desde mi burbuja durante mucho
tiempo. Abriéndome así… permitiéndome sentir la vulnerabilidad del
contacto humano…

Ella encuentra ese punto dentro de mí, y no se lo toma a la ligera. Masajea


con más intensidad y vuelvo a gemir, con un ruido que va de un tono bajo a
alto.

Qué bien, qué delicioso es.

—No termines, todavía no —ordena—. No hasta que yo lo diga.

Su otra mano está operando el cascanueces, apretándome más fuerte. Mis


brazos empiezan a temblar, aunque el dolor no es nada, la tortura es intentar
no acabar. Estoy tan fascinado por ella que no hay forma de que me lo
permita. He sido un cobarde gran parte de mi vida, pero estoy decidido a ser
un hombre mejor por ella, y por mí mismo.

Una nueva vida es posible. Todo es posible de repente.

Mi diosa es misericordiosa, no me hace esperar mucho.

—Libera su pene —dice—. Uno por uno. Despacio.

Tengo los ojos cerrados, perdido en otra dimensión, así que solo puedo
suponer que es uno de mis hermanos el que sigue sus indicaciones. Siento
que los ganchos empiezan a soltar mi pene.

Vuelvo a sentir en la zona y jadeo, mi cuerpo se sacude mientras me las


quitan, una a una. Cuando las quitan todas, mi pene se balancea con furia
entre mis piernas.
Por fin, Hope libera mis bolas del cascanueces y estas se tensan con fuerza,
repletas de semen.

Sigo conteniéndome, tensando mi cuello. Hope me acaricia la espalda.

—Qué buen chico —murmura.

Luego mete la mano entre mis piernas y agarra mi grueso pene.

—Ahora me toca a mí ordeñarte. Puedes terminar cuando plazcas, pero


recuerda que cuanto antes acabas, antes acabará todo esto.

Gimo ante sus palabras. Mi antiguo yo habría tenido un orgasmo al instante,


pero sus palabras hacen que quiera aguantar aún más, aunque sea unos
instantes. Sobre todo, cuando sus dedos frotan con fuerza ese punto de mi
ano que ha aprendido a manejar. Y vaya que se siente muy bien.

En particular con su otra mano, que obviamente ya lubricó, subiendo y


bajando suave pero firmemente a lo largo de mi pene.

Teniéndola a ella así detrás de mí, Dios, realmente es como si me estuviera


ordeñando. Como si fuera una bestia en un establo y sus dedos estuvieran
en mi trasero solo para sacarme la mayor cantidad de leche posible…

—¡Ah, maldición! —grito, y entonces expulso semen, que sale disparado


como una fuente feroz, lo que la hace ser más despiadada con mi próstata y,
por Dios, me provoca espasmos en la espalda mientras tengo el orgasmo
más potente de toda mi puta vida.

Sigo masturbándome con su mano resbaladiza mucho después de haberme


terminado.

Y me siento renacido.
Capítulo 43

JANUS

HOY BRILLA EL sol en el parque. El sol se refleja en la larga melena


castaña de Hope, pero es su sonrisa la que está radiante mientras persigue a
los niños.

Paul chilla y persigue a Diana, que se ríe y se esconde detrás de una de las
gruesas columnas de la estructura de juego. Hay una del tamaño de un niño
pequeño a un lado, pero a los niños nunca parece interesarles. A Paul
siempre le gusta jugar a perseguir en el juego más grande.

Sus piernitas se mueven muy deprisa. De vez en cuando, uno de ellos acaba
de bruces en la suave superficie mullida. Paul siempre llama a mamá a
gritos cuando eso ocurre. Diana levanta su culete para ponerse de pie y
sigue corriendo, riéndose todo el rato.

Paul corre alrededor de la columna tras la que ella estaba escondida y se


persiguen una y otra vez hasta que él le hala el abrigo y los dos caen dando
vueltas.
Me levanto del banco cercano, pero Hope ya está allí, ayudándoles a
levantarse. Paul llora un poco, pero ya he aprendido a identificar sus llantos.
Estas son sus lágrimas de cocodrilo, cuando siente que debería llorar porque
se cayó. Diana lo rodea con su bracito y le balbucea en su lengua gemelar.
Paul la mira, con las facciones aún retorcidas por el llanto.

Diana vuelve a ponerse en marcha hacia uno de los caballitos saltarines. Le


encantan, y la cosa funciona, porque Paul se olvida inmediatamente de su
lloriqueo y corre a subirse al caballito contiguo.

Ambos necesitan un poco de ayuda para subirse, y Hope la proporciona.

—Agárrense fuerte —les recuerda.

Paul sonríe como un pequeño diablillo mientras empieza a balancear su


cuerpo de un lado a otro para hacer que el caballito se mueva.

—¡Arre! —Otra de sus palabras identificables.

Me levanto para acercarme a Hope. La rodeo con mi brazo mientras Diana


se agarra a las pequeñas barras del juguete y suelta una risita cuando su
caballito empieza a moverse también, aunque no tan estruendosa como la
de su hermano.

—Creo que los estamos criando bien —Se voltea para sonreírme con esa
sonrisa que me estremece el corazón.

Asiento.

—¿Sí?

Le aprieto el hombro y se lo froto.

—Sí.

—¿Cómo crees que les va a los chicos? —pregunta.


Leander llevó a Milo de compras para que consiguiera ropa nueva. Nos
quedamos con toda su ropa vieja, por supuesto, pero ha perdido tanto peso
que le cuelga. Además, ha cambiado. Parece que no se pone nunca las
prendas que aún le quedan bien. Sigue diciendo que son demasiado rígidas
e incómodas y en su lugar, toma prestada la ropa de los chicos. Así que
Leander decidió que era hora de comprarle algo nuevo.

—Creo que Milo probablemente está muy incómodo con todos los lugares a
los que Leander lo lleva.

Hope se ríe con ganas.

—Bueno, todo saldrá bien al final.

—¡Abajo! —exige Paul de repente.

Hope se acerca de nuevo y lo levanta del caballito. Entonces Paul se pone


delante de Diana, que sigue saltando alegremente.

—¡Abajo! —vuelve a exigir, señalando el suelo a su lado.

—Cariño, si tu hermana todavía quiere montar… —empieza a decir Hope,


pero Diana extiende un brazo hacia Hope mientras sigue balanceándose,
con una mano todavía agarrada a la barra del caballo.

Hope se limita a sacudir la cabeza y voltear los ojos, pero levanta a Diana
igual. Luego Paul agarra a su hermana de la mano y los dos salen corriendo
juntos.

Mi pecho se estremece al ver la escena. Esto para mí es el material del que


están hechos los sueños. Lo que siempre quise.

¿Qué voy a hacer con la propuesta de Leander de hacerme cargo de la


actuación?
Géminis terminó la temporada pasada, al menos, y se fue por todo lo alto.
Ganó el Emmy a la mejor serie dramática. El nombre de Leander Mavros
está más de moda que nunca, nos envían libretos todos los días, y todo es
mío si lo acepto.

Así que, ¿por qué titubeo?

—¡Mami! —llama Paul, señalando el tobogán para niños grandes.

Sonrío. Ese niño. Siempre quiere subir a la montaña más alta que encuentra,
aunque apenas puede andar y hablar.

Me apresuro a acercarme. Nos hemos convertido en un buen dúo. Lo


levanto del suelo. Todavía parece que no pesa nada, es más el peso de la
chaqueta abultada que otra cosa. Sus piernitas patalean alegremente en el
aire antes de que por fin lo coloque en lo alto del tobogán.

Hope se coloca abajo para atajarlo.

—¿Listo? —pregunto.

Una pregunta tonta, claro.

—¡Ya! —grita Paul.

Lo suelto y se impulsa con las manos por la superficie lisa del tobogán.
Chilla durante todo el trayecto mientras el viento le levanta el pelo.

Cuando Hope lo agarra abajo, los ojos le brillan muchísimo y casi no le


cabe la sonrisa en la cara.

—¡Otra vez!
Capítulo 44

LEANDER

LA VENDEDORA privada que concerté llega exactamente a la hora


señalada, pero no esperaba menos. Quinn es una persona no binaria discreta
que trabaja como vendedora en mi juguetería de adultos favorita de la
ciudad. Es la preferida de los famosos de mi círculo.

Me manda un mensaje cuando llega y le dejo entrar por la puerta de atrás.


Lleva el pelo muy corto, un poco más largo por arriba, y trae dos maletas
grandes, una en cada mano. Sonrío a modo de saludo, abro la puerta de par
en par y le hago un gesto para que pase.

—Por favor —invito.

Entra con su elegante traje negro y unas botas Doc Martens negras
relucientes que chirrían en el suelo de mármol. Aparte de eso, no emite ni
un sonido. Le advertí de antemano que aquí habría niños pequeños
durmiendo.

Le conduzco por el pasillo hasta el salón de la parte trasera de la casa, que


está más alejado de donde duermen los niños.
Pasamos junto a Janus, que nos saluda con un gesto. Se queda vigilando a
los niños. Lo último que necesitamos es que Paul entre dando tumbos y
agarre un consolador rosa para declararlo su nuevo juguete favorito cuando
todos gritemos e intentemos quitárselo.

Suspiro, añorando los días en que sus cunas lograban contenerlos, pero ya
Paul es todo un monito y ahora escala por los lados de su cuna cuando
quiere salir.

Intentamos ponerles cunas separadas al año y medio, pero cada vez que
entrábamos por la mañana ya estaba acurrucado con su hermana. Al final
nos dimos por vencidos y empezamos a poner almohadas blandas en el
suelo por si se caía durante una de sus hazañas escapistas.

Oigo la risa de Hope antes de doblar la esquina que da al salón trasero. Allí
nos esperan ella y Milo, sentados juntos en el gran sofá de cuero acolchado.

Milo por fin empieza a sentirse cómodo. Nuestro experimento con los
utensilios pareció ayudar, además de la ropa que conseguimos, con la que
parece sentirse más a gusto.

El cambio en él ha sido muy notable. No estoy seguro de cómo tomarlo, la


verdad. Es nuestro hermano mayor, pero también el más inmaduro. Excepto
cuando nos salvó el pellejo después de que Janus se metiera en problemas
por mí, interviniendo y enfrentándose a su madre. Pero después de eso, fue
como si hubiera retrocedido.

Ahora, sin embargo, es como un viejo monje zen o algo así, escondido en el
cuerpo de Milo. Hay ciertos momentos que me hacen saber que sigue
siendo él, pero hay una expresión en sus ojos que te dice que ahora ha
evolucionado.

Y supongo que, teniendo en cuenta por lo que ha pasado, ¿cómo podría no


hacerlo? Sin embargo, me motiva aún más a tomarme las cosas con calma
para asegurarme de que él, Hope y toda mi familia no tengan más que
momentos fáciles y placenteros a partir de ahora.

Por ello me alegra indicarle a Quinn que abra las maletas en la mesita
central, delante de Hope y Milo.

Previamente le enseñé el catálogo a Janus, que me ayudó a elegir qué cosas


debía traer Quinn. Además, siempre trae artículos extra porque le gusta que
los clientes vean bien lo que van a comprar.

Abre el pestillo y descubre las maletas.

Están llenas, de arriba a abajo, de todo tipo de artilugios de silicona,


cuentas, consoladores y otros objetos diversos.

Hope extiende una mano vacilante y luego la retira como si fueran a


morderla.

—No, por favor —insiste Quinn—. Toca lo que quieras. Agárralo todo. Se
supone que esto sea una experiencia sensorial. ¿Qué te llama la atención?
¿Qué te invita a tocar?

Hope se ríe nerviosamente y vuelve a extender la mano. Me alegro de llevar


pantalones holgados, porque mi miembro se endurece al verla extender la
mano y rozar gentilmente la mordaza de bola con la punta de los dedos.

—Creo… yo… creo que esto podría gustarme.

Quinn asiente, con una sonrisa amistosa en la cara.

—Es la preferida de muchos clientes.

Libera la mordaza de bola de su estuche de fieltro y se la entrega a Hope.

—Puedo ayudarle a ponérsela o… —me dirige una mirada y asiento,


moviéndome para sentarme al lado de Hope.
Nuestras miradas se entrelazan, al tiempo que sonríe cohibida y me entrega
la mordaza.

—¿Podrías, por favor?

Abre la boca y se gira un poco para que se la ajuste en la nuca.

Dios, cómo adoro a esta mujer.


Capítulo 45

HOPE

CUARENTA y cinco minutos después y tras una compra de una bolsa entera
de juguetes, nos despedimos de Quinn.

Estoy un poco nerviosa y entusiasmada. Ese es un sentimiento que no tenía


sobre el sexo desde los primeros días. Leander acompaña a Quinn a la
salida, mientras Janus entra en el salón, cierra la puerta y pone algo de jazz
vintage. Me tiende la mano mientras la sensual voz de Ella canta Dream a
Little Dream. Sonrío y me levanto del sofá. Con ternura, Janus me hace
girar y me atrae hacia su pecho, haciéndome reír mientras aterrizo sobre él.

—Habilidoso —Sacudo la cabeza, sonriendo. Dios, es tan guapo. Me guiña


un ojo, con ese toque extra de malicia y picardía que lo caracteriza tanto.

—Te amo —declaro inundada de felicidad.

Siento calidez en la espalda y apoyo la cabeza en el pecho de Milo, que se


paró detrás de mí.

—Y a ti.
—Lo sé —Milo me besa la nuca—. Nosotros también te amamos.

Luego bailamos los tres juntos mientras termina la canción y a continuación


Louis Armstrong canta La Vie en Rose. Janus balancea mis caderas sin
esfuerzo, íntimamente. Me toma de la mano, con los codos pegados al
cuerpo. Me acaricia la cara con su barba.

—Dios, siempre hueles tan bien —declara.

—Tan, tan bien —agrega Milo hundido en mi pelo. Inhala profundamente.

Me siento tan querida por ellos. Es el baile perfecto.

—Todos se ven preciosos —irrumpe Leander desde la puerta cuando la


canción llega a su fin—. Pero si vamos a jugar hoy, tengo en mente otro
tipo de música.

Suelto una risita.

—Por supuesto —echo un vistazo a Janus—. Creo que esto era solo para
seducirme.

—Me conoces muy bien —dice Janus mientras vuelve a acariciarme la


mejilla—. Hace demasiado tiempo que no bailamos.

Estos hombres me derriten el corazón. Inclino la cabeza contra su pecho


mientras Leander cambia la música.

Esta vez no reconozco la tonada, pero Leander siempre sabe cómo crear la
atmósfera adecuada. Se deja oír una melodía oscura y grave. Cuando una
voz femenina comienza a cantar, acompañada en armonía por la voz
carrasposa de un hombre, se me eriza el vello del brazo. La forma en que
sus voces convergen y se enredan entre sí es una promesa de lo que está por
venir.
Leander camina detrás de mí y, unos instantes después, vuelve a meterme
en la boca la mordaza de bola que elegí antes. Una oleada de liberación me
recorre el cuerpo, como ocurre cada vez que él toma el control.

No me había dado cuenta de cuánto lo necesitaba hasta ese momento, y


gracias a Dios por ello.

Pude darle a Milo lo que necesitaba la otra noche y fue divertido, pero… las
cosas no han sido fáciles últimamente. Aparte de tener que estar siempre
pendiente de los niños, balanceando tantas cosas al mismo tiempo, sin
querer descuidar ninguna…

Dios mío, si tan solo por una noche pudiera desligarme de todo. No tener
que ser responsable por todo, o de nada…

—Desnúdala. —La voz firme y dominante de Leander me da permiso para


continuar liberándome.

Y me dejo caer en sus brazos mientras tres pares de manos empiezan a


desnudarme. En realidad, no seré pasiva, esta noche participaré
activamente. Pero mi mente si puede por fin estar tranquila, ser libre. Es el
mejor regalo que una persona puede hacerle a otra, y requiere confianza
absoluta. Yo confío en mis hombres, absolutamente.

Estoy a salvo. Estoy en casa.

Amordazada, a punto de ser tomada de más formas de las que puedo


imaginar, considerando algunos de los juguetes que acabamos de
comprar…

Cuando mi sostén cae al suelo y quedo desnuda en el centro de la


habitación, me siento libre.

—Ayúdala a ponerse las bragas succionadoras de clítoris, pero no las


enciendas todavía —ordena Leander—, va a ser nuestra bella esclava esta
noche.

Milo se agacha y levanta mi pierna derecha para meter el pie por uno de los
agujeros de las bragas de encaje, y luego procede con la otra pierna. Las
yemas de sus dedos rozan mis pantorrillas y muslos mientras lo hace.

Me estremezco un poco, tanto por la expectativa como por el frío. El duro


artilugio de silicona se ajusta perfectamente a mi clítoris y la tanga se
desliza por la hendidura de mi trasero.

Naturalmente, Janus me ayuda a colocarla en su sitio, separándome las


nalgas y pasando su índice desde el ano hasta arriba para ayudarme a que
quede bien acomodada. Vuelvo a estremecerme y mi culo se mueve cuando
me toca.

—Esta noche vamos a darle con todo —dice Leander desde mi izquierda.
¿Desde cuándo está ahí?

Tira de la correa de mi mordaza.

—Queremos que grites de impotencia por todo lo que te hacemos. Tu clave


será: chasquear los dedos. Porque ahora te voy a vendar los ojos, y no
sabrás de quién son las manos que te tocan. Quiero que te pierdas en las
oscuras sombras del placer, te quiero tan metida en el tu fantasía de
sumisión que ya ni sepas qué agujero te están follando.

Ay, Dios, eso quiero.

—Pero antes —dice en tono sombrío—, quería que vieras el accesorio


adicional que tenemos para la mordaza.

Y entonces, delante de mis ojos, levanta un aro oral de cuero. Se me abren


los ojos de par en par, sorprendida y exaltada.
—Así, cuando hayas gritado con todas tus fuerzas con la mordaza puesta, te
la cambiaré por esto para que te atragantes con un grueso pene mientras te
penetramos por todos tus agujeros a la vez.

Arqueo la espalda y me humedezco, humedeciendo el dispositivo del


clítoris que Janus aprieta cada vez más al levantar el hilo dental de mi culo
a nivel de la cintura. Suelto un grito agudo que se ahoga en la mordaza.

—Así es, gatita —dice Leander—. No vamos a ser indulgentes contigo,


pero puedes soportarlo.

Sí. Quiero que usen mi cuerpo, que me lleven hasta el límite para que
puedan llevarme a lo más profundo. Tan, tan profundo. Necesito esta
liberación.

Leander me pasa los dedos por el pelo y me lo recoge en una coleta baja.
Cuando termina, me tira de la cabeza hacia atrás y, doblada hacia atrás en
una postura incómoda, Janus me aplica una venda en los ojos.

El salón desaparece y solo me sostienen mis hombres y mis piernas


temblorosas. La voz de Janus se oye un poco ahogada.

—Dios, pásame el lubricante. Estoy excitadísimo y necesito follarla ya


mismo.

—No, no, no —prohíbe Leander—. Aún no le hemos puesto estas bonitas


pinzas nuevas para los pezones…
Capítulo 46

HOPE

LA PALETA me golpea fuerte en el culo, mucho más de lo que la mano de


Janus es capaz. Confío ya que es la de cuero duro que compramos, y sé que
sabe lo que hace con ella. No me hará daño.

Así que me entrego a la punzada. Al dolor. Papi sabe azotarme muy bien el
trasero.

Me da otro golpe, justo en la parte más gruesa de la nalga, la que está antes
de que se junte con los muslos. Mi carne se sacude reverberando por toda
mi vagina, estremeciéndose sobre el dispositivo que tengo en mi clítoris.
Todavía no lo han encendido y probablemente sea lo mejor, teniendo en
cuenta que ya estoy sobrecogida de sensaciones.

Noto un cuerpo cálido entre mis piernas, y no sé si es Milo o Leander.


Probablemente sea Leander, ya que Milo rara vez llega a penetrarme.

Cuando siento una mano fuerte preparando un pene para introducirlo dentro
de mí, me parece la mano de Leander. También parece por su pene, que es
grande y grueso. Sí, tiene que ser Leander.
Aparta el cordoncito de la tanga para poder introducir su pene en mi vagina.
Los gruesos dedos de Leander masajean mis labios mientras lo hace y
gimo…

Lo que me hace ganarme otro azote con la paleta. ¡Au! Esa sí que dolió.
Muerdo con los dientes la pelota de goma para ahogar mis alaridos mientras
Leander vuelve a colocar el succionador de clítoris en su sitio y su pene
empieza a penetrarme.

Alguien enciende el succionador de clítoris, lo que me hace impulsarme


hacia delante, llevando su pene aún más adentro. Dios mío. Mi cuerpo se
estremece de inmediato. El succionador de clítoris es intenso. Lo recuerdo
lejanamente de la única otra ocasión en que usaron uno conmigo, pero eso
fue hace mucho, mucho tiempo, y ahora es… Parpadeo y las lágrimas
corren de mis ojos a la venda. No siento dolor, es solo algo intenso. Están
pasando tantas cosas a la vez.

Leander empieza a penetrarme despacio, mueve las caderas hacia arriba


mientras lo hace, y entonces siento el pene lubricado de Janus haciéndose
paso entre mis nalgas. Apoya la rodilla en el sofá, entre mis piernas y las de
su hermano, y es cuando empieza a embestirme. Mientras tanto, el
dispositivo en mi clítoris succiona como una boca, pero con un poder más
intenso y concentrado.

Alguien acciona las pinzas de mis pezones y grito ahogadamente hacia la


mordaza cuando estalla un orgasmo que me sacude todo el cuerpo.

Janus me penetra, hasta lo más profundo, y no es delicado al hacerlo.

Eso hace que mi orgasmo se multiplique. El placer arde como un petardo


encendido de repente por todo mi cuerpo, a través de mi pecho, por las
puntas de mis dedos de las manos y de los pies. Hasta el cuero cabelludo.
Apenas acaba de pasar, cuando unos dedos gruesos me sacan la bola de la
boca. Mi vientre se estremece con un cosquilleo placentero. Mis dedos se
flexionan y se extienden sin parar.

—Abre bien la boca —exige Leander, y su voz no proviene de donde la


espero. Mierda, ¿es Milo el que me está follando? Pero si se siente enorme.

Cuando él y Janus me lo meten a la vez, es difícil no hacer ruido. De


cualquier modo, Leander me está metiendo un gran aro metálico en la boca,
así que tengo que abrirla al máximo para que quepa. Es difícil concentrarse
mientras me penetran a tal profundidad, pero los dedos de Leander son
ágiles.

Antes de que me pueda dar cuenta, ha puesto el aro en la boca y lo ha


conectado a la estructura que tengo amarrada en mi cabeza. Leander se
asegura de que me resulte cómodo.

—Lo que pasará es que vamos a hacértelo todos a la vez, gatita. Nos vas a
satisfacer hasta que te acabemos en todos lados.

Los músculos de m vagina se contraen, penetrada por Milo y Janus. Como


resultado, Milo produce un clamor ahogado, amortiguado, como si
estuviera amordazado como yo estaba hace un momento. Lo imagino así
bajo la oscuridad de mis ojos vendados.

Suelto un chillido con el aro ya en mi boca, presionando el pene de Janus


con aún más fuerza en mi vagina.

Al principio me resultaba extraño sentir un pene en mi ano, pero tras dos


años me he vuelto adicta a la sensación de plenitud allí. Y teniendo a Milo
penetrándome también se siente como si se besaran dentro de mí, estando
separados solo por una fina pared…
Antes de que pueda gozar verdaderamente de esa sensación, siento la punta
del miembro de Leander pasando a través del anillo que abre mi boca tan
ampliamente.

Con razón tuvo que usar un anillo tan ancho, ninguno más pequeño hubiera
servido con su grueso pene. Su mano enorme me agarra por la nuca,
envolviendo mi diminuta cabeza. Me veo obligada a ladear la cabeza ya que
lo está metiendo diagonalmente, pero esto no me lastima el cuello.

No, lo único que me podría lastimar sería lo duro que me lo va a meter por
la boca. Empiezo a lamerle la punta mientras empieza a meterlo. Es el único
atisbo de poder que me queda antes de que me domine por completo, por lo
que lo atesoro a pesar de estar ansiosa por ser sometida. Sigo pasando la
lengua de un lado a otro, una y otra vez…

Hasta que emite un gruñido y arremete con su pene a través del anillo y
hacia mi garganta.

Todos ellos están poseyéndome por completo.

Tomando todos mis agujeros a la vez.

No puedo hacer otra cosa que dejarme ir por completo. Mis ojos se ponen
en blanco cuando Leander exige:

—Córrete otra vez.

Me dejo caer en el abismo de la libertad aun cuando mi cuerpo empieza a


temblar con todos sus penes penetrándome.
Capítulo 47

LEANDER

LAS PINZAS de los pezones son de esas que parecen lágrimas muy
pequeñas, con una piedra preciosa colgante para añadirle un tironcito al
pellizco.

Teniendo a Hope vendada, ni siquiera se da cuenta. Puedo notar la mirada


de Milo clavada en las pinzas, siguiendo atento cada uno de mis
movimientos. Siempre está tan obsesionado con sus pechos, están pesados y
llenos, pero ya se sacó leche hace un par de horas. Aunque ya no amamanta
a los gemelos, a veces mezclamos la leche materna con la fórmula para
añadir nutrientes. Dos años de lactancia también significan que sus pezones
están más duros que cuando la conocimos.

Así que ajusté la tensión de las pinzas al máximo porque quería que de
verdad las sintiera. Le advertí que no tendría clemencia con ella, así que no
puede esperar menos.

Sus pezones ya están erectos y crispados. Lo que significa que está


excitada. Así que preparo una pinza y se la pongo en el pezón derecho.
Emite un ruido agudo de sorpresa ahogado por la bola de la mordaza,
haciéndome sonreír ¿Por qué rayos no habíamos llamado a Quinn antes?

Entonces miro a Milo y lo sé. Antes no estábamos completos, y todo iba


mal entre nosotros, pero ahora podemos volver a ser totalmente libres. Y es
hora de soltarnos.

Aunque su otro pezón ya está erecto, como sabe lo que le espera, se lo


pellizco con los dedos varias veces. Vaya, me encanta ver sus reacciones.

Janus le enrolla la coleta del cabello en la mano y le arrastra la cabeza hacia


él.

—No te muevas, gatita. Sino papi te castigará.

¿Me hace caso? Por supuesto que no. Levanta sus nalguitas hacia la tiesa
erección en su entrepierna.

Él le da una fuerte nalgada. Es entonces que le coloco las duras pinzas en el


pezón y le doy un golpecito a la pequeña gema colgante. Todo su cuerpo se
estremece.

Le hago señas a Milo para que se acerque.

—Diviértete con ella como quieras, hermano.

Se quita los pantalones y se acerca con el pene duro como piedra. Suena
uno de mis temas favoritos, en el que una mujer susurra por encima de una
música oscura: «Tócate. Mastúrbate».

Milo obedece. Siempre se le ha dado bien seguir instrucciones. Sin


embargo, no lo hace frenéticamente. Se limita a rozar la mano suavemente
por su pene, preparándola. Los tres rodeamos a nuestra mujer, con un
ambiente cada vez más erótico.
Janus le acaricia la espalda, apretándole el culo con fruición cuando lo
alcanza. Milo se encarga de agitar las pequeñas gemas que cuelgan de sus
pezones, pareciendo fascinado por la forma en que la hace sacudirse y
retorcerse cada vez, gritando de vez en cuando. Sus pechos siempre han
sido muy sensibles.

—Creo que es hora de empezar. Milo, ¿quieres ponerte el juguetito que te


compramos?

La respiración de Milo se entrecorta, pero asiente. No se mueve de


inmediato, no sin antes darle unas últimas sacudidas a las pinzas de los
pezones y observar con asombro lo que provocan en Hope.

Por fin la rodea y se acerca a la mesita de café que hay frente al gran sofá y
toma el único objeto que hizo que se le iluminaran los ojos cuando Quinn le
explicó lo que hacía.

Me da un poco de lástima que Hope tenga los ojos vendados porque no


puede ver cómo se lo pone… pero entonces decido que puedo narrárselo yo.

Así que me inclino hacia su oído mientras recorro sus brazos con las yemas
de los dedos.

—Milo se está poniendo su juguete —susurro, con mis labios rozando el


lóbulo de su oreja—. Ya sabes a cuál me refiero. Ahora mismo está
deslizando el anillo de silicona por su pene rígido. Y por la expresión de su
cara, incluso haciendo eso se siente bien, pero ambos sabemos que tiene
mucho que ofrecerle, ¿verdad?

Hope gime tras la mordaza, por lo que continúo.

—Ah, ahora puso el anillo para pene en el glande y está levantando una
pierna en el sofá, como Quinn le indicó. Ahí va. Se está poniendo un poco
de lubricante y ahora se está metiendo el estimulador de próstata en el culo.
Ah, bien. Parece que le ajusta perfecto. No ha encendido la parte del
vibrador. No creo que quiera terminar demasiado rápido. Quiere estar
profundo dentro de ti antes de encenderlo.

Hope gime tan fuerte que comprendo que es el momento, por lo que la tomo
por las caderas y la ayudo a acercarse al amplio sofá donde Milo se recostó,
con un destello brillante y ansioso en su mirada. Está más que preparado.
Janus la toma de la mano con dulzura.

Somos tan caballerosos antes de follárnosla como si fuera de nuestra


propiedad, ¿verdad?

El pene de Milo parece más duro y más grande de lo que he visto nunca. El
anillo para el pene realmente ayuda, ¿no? Vaya, me alegro de que tengamos
extras: otro para mí y otro para Janus. Vamos a tener que etiquetar las
malditas cosas, porque tengo la sensación de que van a tener mucho uso.

—¿Ya estás mojadita para papá? —Le susurro a Hope al oído.

Ella asiente y Janus vuelve a agarrarle la coleta justo en la base del cuello.

—Bien. Eso es genial, nena —dice Janus—, porque ahora tienes que hacer
exactamente lo que te digamos, eso es todo. Vas a levantar la pierna y te
acomodaremos exactamente como necesitemos. Te voy a azotar con una
paleta mientras montas a tu papi.

Ella resopla, tanto como puede con el artilugio en su boca.

—Ah, eso te gusta —dice Janus con una sonrisa—. Igual que te van a
gustar todas las cosas que te hagamos esta noche.

La sujetamos mientras la ayudo a levantar la pierna sobre las caderas de


Milo. Mientras sube por encima de él, su muslo choca contra el pene
endurecido y ella suelta un gritito de sorpresa.
—Con eso te va a hacer suya —dice Janus—. Y más te vale estar lo
bastante mojada para aguantarlo. ¿Vas a estar mojadita, nena?

Suelta otro ruido.

—Basta de charla.

Mientras ella sigue de rodillas, intentando ponerse en el sofá sobre Milo,


que aún no la penetra, Janus toma la paleta —otro accesorio de Quinn— y
la azota.

La mordaza ahoga otro alarido de placer.

Sonrío al ver lo hermosa que es, amordazada y con los ojos vendados, a
punto de ser follada por mi hermano, mientras mi otro hermano se echa
hacia atrás para darle otro azote en el culo. Cuando lo hace, no puedo evitar
meterme la mano en los pantalones y sacarme el pene.

Milo mete la mano en la bolsa de juguetes y saca el objeto que escogió justo
al final. Una segunda mordaza para silenciarse a sí mismo. Se la coloca
sobre la boca.

Sonrío mientras me agarro el pene con fuerza.

Vaya que papi va a pasar una noche muy, muy buena.


Capítulo 48

LEANDER

HOPE ESTÁ FUERA DE SÍ. Quería llevarla al punto máximo de placer y


ahora está ahí. La sostengo de la cabeza, que está casi inerte en mi mano,
mientras se estremece de placer absoluto. Es nuestra en todos los sentidos.

Le saco el pene de la garganta y le digo:

—Respira.

Por si está tan ida que no recuerda respirar.

Obedece jadeando, pero eso es todo lo que le permito, y vuelvo a metérselo


por el anillo hasta la garganta.

Me lastima el pene en la base, pero rayos, eso también se siente bien.

—Traga —le exijo, y lo hace. Es mi muñequita perfecta, con los ojos


vendados.

Clavo mis dedos en su pelo y arrastro su cabeza hacia arriba y hacia abajo
por mi pene mientras ella contrae los músculos de su garganta. Dios, es el
mejor sexo oral que he tenido en mi vida.

La saco, pero no del todo, solo lo suficiente para pedirle que respire; la veo
jadear y luego arrastro su cabeza hacia delante y vuelvo a meterme en su
pequeña garganta. Veo cómo se le abulta la garganta desde afuera, como si
se hubiera tragado una anaconda.

MIERDA. Es lo más excitante que he visto en mi vida.

Más aún cuando bajo la mirada y veo a mis dos hermanos follándola con
ganas.

Janus no se lo está tomando con calma. Está moviendo sus caderas con
fuerza mientras le folla el culo. Sus bolas rebotan aparatosamente mientras
lo hace. Gruñe cada vez que llega a lo más profundo.

Sé, por estar al otro lado cuando hace eso, que está moviendo el cuerpo de
Hope arriba y abajo en el miembro de Milo. Por la expresión de éxtasis
tremendo en la cara de Milo… Sí, ese parece ser el caso.

—Respira —gruño entre dientes, sacando el pene de su precioso sexo y


viendo cómo mi hermosa mujer jadea y luego me engulle de nuevo cuando
vuelvo a metérsela hasta el fondo. Le salen babas de la boca por el borde
del aro, y eso es demasiado hermoso.

Somos como animales follando a nuestra mujer sin piedad. Elevándola a


ese placer al que rara vez se aproxima. Quiero mantenerla allí todo el
tiempo que podamos.

Con mi control remoto había apagado brevemente su succionador de


clítoris, pero ahora lo vuelvo a encender, junto al artefacto de Milo.

Inmediatamente compruebo la reacción de ambos.


El zumbido de los dispositivos apenas se oye, pero Milo abre los ojos y
extiende las manos para agarrar las caderas de Hope, y ya no se limita a
permitir que las embestidas de Janus sean las que impulsan a Hope arriba y
abajo en su pene. No, empieza a embestirla él mismo como si su vida
dependiera de ello.

—Respira —le exijo, agarrando coleta de Hope mientras abandono su


garganta. Ella jadea y yo vuelvo a penetrarla, moviendo las caderas y
follándole la garganta. Dentro y fuera—. Respira cuando puedas, cielo —
gruño.

Me fijo en mi enorme miembro haciéndole el amor a su cara con los ojos


vendados y también en mis dos hermanos follándosela salvajemente por
debajo.

Me imagino lo que siente Milo con el estimulador de próstata en su recto.


Está haciendo un trabajo admirable aguantándose.

Pero no quiero solo imaginarlo. Rayos, yo también quiero sentirlo. Así que
saco mi pene de la boca de Hope, aunque a estas alturas me cuesta hacerlo.
Quiero seguir dándole, dándole y dándole hasta eyacular en su garganta.

Esta escena es demasiado buena, y quiero saber qué está experimentando


mi hermano. Así que tomo uno de los estimuladores de próstata de la bolsa
y, tan rápido como puedo, subo el anillo de silicona por mi pene. Levanto el
pie en el sofá junto a la cabeza de Milo después de que el anillo esté en su
sitio para poder encajar el pequeño dispositivo de silicona en mi trasero.
Luego vuelvo a ponerme erguido.

Agarro el control remoto y vuelvo a la boca de Hope. Ahora se siente un


poco más apretado el aro que le abre la boca, a pesar de que conseguimos el
más grande. Mi miembro está apretadísimo por el anillo; apenas puedo
hacer que pase por el aro. Pero se siente tan bien, y esto es antes de…
No estoy preparado por completo cuando pulso el botón del control remoto
para encender el estimulador de próstata. Inmediatamente agarro la coleta
de Hope y la envuelvo con la mano, aunque solo sea para estabilizarme.
Mierda, esto es intenso…

—Respira ahora, nena, porque estoy a punto de follarte con fuerza —


consigo decirle dándole la oportunidad de aspirar una enorme bocanada de
aire, porque al segundo siguiente tengo que volver a meter mi pene en su
apretada garganta.

Muevo las caderas y mi columna se enciende en llamas.

Milo está enloqueciendo debajo de ella. Sube y baja las caderas


salvajemente y entiendo por qué… vaya que lo entiendo.

El placer me recorre la espina dorsal cada vez que el zumbido en mi trasero


presiona ese punto que ni siquiera sabía que podía…

—Eres nuestra y nunca te dejaremos —rujo—. Te follaremos así todas las


malditas noches. Cada momento que podamos tenerte. Todos tus malditos
agujeros estarán llenos de nuestro semen. Dios te hizo con tres agujeros
solo para nosotros, nena. Solo para nosotros. Solo para esto…

Se lo meto lo más profundo que puedo en la garganta, y se atraganta con mi


pene de una forma tan hermosa. La saliva le sale por los lados de la boca.
Se lo saco lo suficiente para que jadee y vuelvo a meterlo. Yo también
respiro entrecortadamente mientras intento contener la respiración.

Pero se siente tan bien. Tan genial… que no puedo…

No, cielos, tengo que…

No puedo terminar todavía. Es lo mejor que he sentido en la vida. Madre


mía, esa presión en mi culo, su garganta alrededor de mi glande,
sorbiéndome y chupándome…
Janus le da palmadas en el culo mientras se lo saca y luego vuelve a
metérselo, aprisionándola entre él y Milo, follándola con desenfreno.
¿Cómo demonios Milo no ha acabado dentro de ella con estos estímulos…?

Diablos, un ardor me recorre la columna.

—Respira, demonios —jadeo, tirando una última y desesperada vez,


perdiéndome. Dios, me estoy volviendo loco.

Espero que haya respirado porque tengo que seguir, tengo que penetrar esa
dulce garganta. Tengo que poseerla. Tengo que follármela…

Milo ruge en su mordaza, los ojos se le salen de las órbitas y aquello me


vuelve loco.

El semen sale disparado por su garganta.

Hope se atraganta y traga medio ahogada.

—Eso es. Trágate todo lo que papi tiene para darte —gimo, tirándole del
pelo mientras se lo saco, y luego vuelvo a empujar, aún más semen cayendo
a chorros por su garganta y por los bordes del aro, porque es demasiado.
Muchísimo.

Milo se desploma agotado.

—Súbela, hermano —le pido a Janus.

Todavía hay más dentro de mí y quiero follarle la vagina ahora. Quiero


follármela por todas partes. El zumbido sigue palpitando en mi recto y solo
sé que necesito seguir. Dios, nunca he necesitado follar tanto en mi vida.

Janus la agarra por la cintura y ayuda a levantarla del sofá, que es lo


bastante largo como para que Milo siga tumbado boca arriba. Parece
agotado, con el pene apuntando al cielo, chorreando semen mientras me
dispongo a sentarme. Nunca he visto mi pene más erecto que ahora.
Inmediatamente, Janus ayuda a colocar a Hope encima de mí. Sus piernas
se doblan y me cabalga. Por fin, diablos, ya no estoy limitado por ese
pequeño oral. Puedo poseerla sin restricciones.

El estimulador de próstata sigue funcionando, incluso con más presión


ahora que estoy sentado.

—Janus —gimo, a punto de llorar—. Ponte el tuyo, vamos. Luego vuelve


aquí.

Sigue las instrucciones, obviamente viendo cómo nos tiene a mí y a Milo.


Intento quedarme quieto hasta que vuelve. Mi pene palpita dentro de ella.
No puedo creer que me quede semen, pero puedo sentirlo, aflorando de
nuevo en mis bolas.

Ella tiene espasmos encima de mí. Nunca apagué el succionador de clítoris,


y sé que en raras ocasiones mi mujer puede subirse al tren de los orgasmos
múltiples. Por la forma en que su pecho se sacude encima de mí, sé que eso
es lo que está pasando.

Me muerdo el labio, levanto la mano y aflojo una de las pinzas de los


pezones.

Le meto el pulgar en la boca para amortiguar su grito cuando vuelve a


venirse, esta vez más fuerte, tanto que todos sus músculos se tensan en
torno a mi pene. Y aunque no me muevo en absoluto, es muy difícil no
acabar y dejar el resto de mi semen dentro de ella.

Empieza el zumbido del aparato estimulador de próstata de Janus, que se


acerca de nuevo hacia el trasero de Hope.

Y empezamos a embestirla juntos.

—Ay, Dios… Así… Eso… —dice una octava más alto de lo normal.
—Lo sé, vaya —coincido, explorando el interior de la boca de Hope con mi
pulgar.

Me lame el pulgar con la lengua. Mi bella gatita sexy. Aparto su lengua y


empiezo a follarla. Una mano agarra su cadera para que mis dedos se claven
en su carne, la otra agarra su barbilla, con el pulgar en su boca.

Mientras, Janus empieza a experimentar lo que Milo y yo acabamos de


pasar. No tiene la cabeza más fría que yo.

—Nunca dejaré de follarte después de esto —jura, embistiendo su trasero


despiadadamente—. No pararé. Nunca pararé. Nunca.

Inclina la cabeza hacia su espalda mientras se agacha y la folla más duro,


haciéndola rebotar y aferrarse a mí mientras se retuerce sin parar.

Intento aguantar todo lo que puedo, pero cuando Janus empieza a aullar me
vuelvo loco, y mi nena ya está tan lubricada y sucia, con mi semen
goteando desde su labio a su pecho…

Suelto la última pinza del pezón, que sé que… Así es, hace que se
estremezca mientras Janus hace el ruido que solo le he oído emitir unas
pocas veces en su vida. Excepto que normalmente lo hace tras meses sin
eyacular, y solo en los orgasmos más intensos y placenteros.

Y yo me dispongo a embestir la vagina húmeda de mi mujer mientras ella


se estremece para nosotros. Para mi sorpresa, Milo se levanta y la penetra a
través del aro. El estimulador de próstata es realmente mágico, porque los
dos acabamos de nuevo mientras Janus aúlla y libera lo que solo puedo
imaginar es un torrente de semen en el culo de Hope.

Cuando por fin acabamos, no la suelto. La mantengo sentada encima de mí,


con el pene aun mágicamente duro a causa del anillo y el estimulador
insertado en lo más profundo.
Es un hermoso desastre, decorada con nuestro semen.
Capítulo 49

HOPE

AHORA QUE MILO ha vuelto a casa, me encantaría decir que la vida es


más fácil, pero es mentira. La vida ahora es siempre un caos. Gestionar la
publicidad de los chicos para todo lo de Leander Mavros es una tarea
interminable por sí sola.

Me encanta mi trabajo, y me encanta ser una de las mejores de mi campo,


pero es demasiado. Sobre todo, porque trabajo desde casa y siempre hay
dos niños cerca que saben que mamá está detrás de la puerta, aunque esté
cerrada.

Los gemelos y Milo han empezado a llevar a los niños al gimnasio infantil
que hay cerca para que yo pueda estar tranquila durante unas horas y
trabajar sin interrupciones durante el día, pero cuando llegan a casa, Apolo
siempre encuentra la manera de escapárseles y correr a mi puerta, a la que
llama incesantemente exigiendo a su mamá.

A veces pienso en alquilar una oficina fuera de casa, pero enseguida me


siento culpable. No quiero dejar a mis pequeños. Seguro que es cuestión de
la edad y de encontrar un equilibrio.

Además, ahora que la serie de Leander terminó y no tiene más proyectos en


la mira, la avalancha habitual de solicitudes de entrevistas y apariciones en
televisión ha mermado. Aun así, hay que gestionar las cuentas de las redes
sociales y estar al tanto de los rumores, sobre todo teniendo en cuenta
nuestra inusual situación doméstica. Es algo que me preocupa todo el
tiempo. Sé que no es asunto de nadie sino nuestro, pero eso no significa que
el mundo no quiera saber lo que ocurre tras los altos muros de la propiedad
donde viven Leander y sus hermanos… junto con la prometida de uno de
ellos…

Me muerdo el labio mientras ojeo un artículo de una popular columna de


chismes.

¿Un cuarteto?: La vida secreta de Leander Mavros, reza el titular.

No tengo que leer mucho más para enterarme de lo esencial. El hermano


perdido de los Mavros ya ha sido encontrado, y el tenerlos a los tres
viviendo bajo el mismo techo junto a la prometida de Janus está llamando la
atención. Además, una «fuente interna»… Volteo los ojos. Sé lo poco fiable
que es la información de estos periodicuchos y también sé lo cuidadosos
que hemos sido. La supuesta fuente interna dice que nos vio a todos
besándonos en un exclusivo club nocturno al que nunca he ido. Una mentira
evidente, pero bastaba para conmocionar a una audiencia curiosa.

Cierro de golpe el computador.

Y luego salgo furiosa de mi oficina, abriendo la puerta justo para


encontrarme a Apolo caminando hacia ella.

—¡Mamá! —declara triunfante, justo cuando Janus sube las escaleras tras él
a toda velocidad.
—Pequeño diablillo escurridizo —bromea Janus, cargándolo en sus brazos.

—¡Mamá! —grita Paul insistente.

Me río y sacudo la cabeza, acercándome para recoger a Paul. Después miro


a Janus.

—Tenemos que hablar —Respiro hondo—. Todos.

Sintiendo mi seriedad, Janus se limita a asentir. Vuelve a cargar a Apolo a


pesar de sus lloriqueos mientras bajamos las escaleras, lo cual agradezco.
Aunque Apolo no se dé cuenta, ya está creciendo y cargarlo a todas partes
empieza a lastimarme la espalda.

Me siento en el sofá del estudio, donde Diana juega alegremente con sus
bloques. Ahora que estoy en el mismo espacio, Apolo parece conformarse y
se zafa de los brazos de Janus para ir a jugar con su hermana.

Leander habla por móvil y Milo está leyendo un libro. Lo cual me sigue
pareciendo tan gracioso, porque hace dos años, la escena habría sido a la
inversa. No podrías arrancarle el móvil de las manos a Milo, y sin embargo
aquí está ahora, tan tranquilo leyendo.

—Hope tiene algo que necesita hablar con nosotros.

Eso hace que todos dejen lo que están haciendo para mirarme.

—¿Qué pasa? —pregunta Leander inmediatamente parece consternado.

—Nada malo —digo para tranquilizarlo—. Es que otra vez hay


especulaciones en Internet.

Leander pone los ojos en blanco.

—Los imbéciles entrometidos pueden irse a la mierda.

Sacudo la cabeza.
—Los rumores despiertan la curiosidad de la gente, y esa curiosidad es
mala para nosotros.

Ahora que todo está tranquilo… Bueno, tan tranquilo como puede estar
para nosotros. Quiero… no, necesito que se mantenga así.

Los miro a todos individualmente, fijándome de último en Janus.

—Es hora de que Janus y yo nos casemos.


Capítulo 50

JANUS

DESDE LUEGO ASÍ NO ES COMO imaginaba el día de mi boda. No es


que me imaginara casándome, pero igual…

Otro helicóptero pasa zumbando encima de nosotros

—Buitres —dice Milo, mirando por la ventana.

—Es lo que queremos —contesta Leander mientras me ata la corbata de


moño—. Yo mismo filtré el rumor de la ubicación.

Milo voltea los ojos.

—Ya sé, pero sigue siendo tan… —Se aparta de la ventana y sacude la
cabeza—. ¿A quién le importa con quién se case Janus? Es un tipo
cualquiera, ¿no? Digo, los dos sabemos que no es así, pero en teoría eres tú
la estrella de cine.

Leander se ríe mientras me acomoda la corbata al terminar el nudo.

—Llevas demasiado tiempo en esta industria como para ser tan ingenuo.
Milo toma una botella de agua de una bandeja y bebe un largo trago.

—Si tú lo dices.

Tuvimos suerte de conseguir este lugar apartado, y solo porque Leander


movió algunos hilos y se valió de su fama. Bueno, y porque la otra pareja
programada para casarse aquí este fin de semana canceló después de que el
novio la engañara con una dama de honor. Tuvimos suerte, supongo.

Me miro en el espejo, con el reflejo idéntico de mi hermano detrás de mí.


Excepto que mi esmoquin es blanco y el suyo negro. No queríamos que nos
confundieran en las fotos que sacarán. Para eso es todo esto, ¿no?
Espectáculo. Solo otra actuación para las cámaras. Tal vez por eso no estoy
tan emocionado como debería de casarme hoy con la mujer de mis sueños.
Digo, es conmigo con quién se va a desposar, y sin embargo no siento ese
cosquilleo triunfal o la competitividad que sentí hace tantos años cuando me
adelanté a mi hermano, que por aquel entonces estaba siendo un tonto, y le
pedí primero a Hope que se casara conmigo.

Sé que las leyes son como son, pero ella no me pertenece solo a mí. Ella
es… nuestra. Nosotros somos suyos. Como si leyese en mi cara lo que
estoy pensando, tan molesto como suele ser mi gemelo, Leander me da una
palmada en el hombro.

—Lo arreglaremos.

Me miro en el espejo y luego a él, y asiento.

—Bien.

—Ahora anímate, imbécil. Estamos a punto de ver a nuestra preciosa mujer


de blanco, caminando hacia el altar. Vamos a darle un día que valga la pena.
LEANDER

LA MÚSICA suena tan alto que casi se escucha a pesar de los helicópteros.
Escapamos de Los Ángeles para venir a una vinería en el área de la bahía,
en lo alto de una montaña, en busca de intimidad. O de un lugar en el que al
menos pudiéramos aparentarla.

El lugar es precioso. El antiguo edificio detrás de nosotros es de piedra, con


un letrero que anuncia que se estableció en la década de 1870. Hay viñedos
a lo lejos, con vides que relucen mientras el sol empieza a ponerse. Se ha
extendido una alfombra roja para crear un pasillo entre los exclusivos
asientos. Cada silla está envuelta en organza blanca con rosas acomodadas
en el respaldo, y hay un arco lleno de flores tanto delante como detrás del
pasillo.

Quienquiera que decorara el lugar sabía lo que hacía.

Es solo que… todas esas sillas están llenas de un montón de idiotas que no
me importan, los típicos «más selectos» de la industria. Se sentirán
agradecidos por la invitación y en secreto tratarán de sacar fotos y contar
historias sobre cómo estuvieron los platillos a los periodicuchos de chismes
durante las próximas semanas.

Los padres de Hope también están aquí. Ya los conocí una vez, cuando por
fin decidieron venir a conocer a los bebés. Eran tan desagradables como
Hope siempre describía y, al final, su padre me llevó aparte y me pidió un
«donativo» para dar a su iglesia. Le dije rotundamente que no y no
volvimos a saber nada de ellos.

Pero Hope pensó que, como la boda sería tan pública, debíamos invitarlos y,
para mi sorpresa, vinieron. Están sentados rígidamente en primera fila, tanto
la madre como el padre vestidos de negro, como si estuvieran en un funeral.
En realidad, me importaba una mierda todo el mundo excepto Hope, sobre
todo cuando empieza a caminar hacia el altar. Ambos decidimos que su
padre no la entregaría en el altar. En su lugar, Milo la lleva del brazo hasta
Janus, y yo soy su padrino.

Intento no mirarla atónito. Quiero decir, soy un buen actor y es importante


que no muestre mis sentimientos… Pero se ve espectacular con su suelto
vestido blanco y con el delicado corpiño de encaje en V que cubre sus
pechos, siempre exuberantes.

Lleva el pelo largo rizado y recogido como una corona, con mechones
escapándosele alrededor de la cara. Luce radiante mientras sostiene el ramo
y mantiene la mirada fija en Janus. Milo permanece a su lado mientras la
escolta hacia el altar.

Solo me duele un poco que sus ojos no se dirijan hacia mí mientras camina
al altar en medio de este escenario de cuento de hadas, excepto por el
helicóptero que sobrevuela.

Vuelvo a enfadarme por esta vida que elegí para mí… o en la que me dejé
enjaular. Aún no estoy seguro de cómo fue, era tan joven. Pero estoy
eligiendo ahora, evolucionando. Aun así, debido a las elecciones que he
hecho, es mi hermano quien toma de la mano a Hope delante de toda esta
gente hoy, delante del ministro que sostiene la biblia, y tendré que soportar
el dolor celoso de no ser yo quien esté a su lado.

No siempre puedes ser tú.

Es una verdad dura de asimilar, pero necesaria. Janus parpadea, mirándome


solo por un instante antes de volver a fijarse en Hope mientras el ministro
inicia la ceremonia que la convertirá en su esposa.

Me avergüenzo de mis sentimientos, pues sé que debería ser más generoso.


No le envidiaré nada a mi hermano este día. Es una decisión que hago para
no seguir compitiendo. Una decisión que honraré. Aun así, tengo que
esforzarme con todas mis fuerzas para no apartar la mirada de la radiante
pareja, que se ve tan perfecta. Como un adorno de pastel de bodas.

Me están observando. Hay tantos ojos puestos en esta actuación. Así que
mantengo mi sonrisa amplia y feliz mientras observo y solo puedo esperar
que mi corazón no me traicione.

MILO

LA CEREMONIA ES BONITA, con todas estas flores alrededor y la


orquesta tocando… Pero es aburridísima. ¿Por qué leen la biblia en estas
cosas? Nosotros nunca vamos a la iglesia. ¿Qué nos importa lo que hay en
ese libro?

A mitad de la ceremonia soy honesto conmigo mismo. Odio las bodas.


Siempre las he odiado. Tal vez la mía me parecería interesante, pero esto de
estar al lado de Leander como padrino en un esmoquin rígido y almidonado
mientras Janus se casa con quien ya considero mi esposa…

Pues es una mierda. Aunque Leander fue muy enfático en que teníamos que
hacer que se viera todo bien. Repaso las estadísticas de béisbol en mi
cabeza como solía hacer cuando intentaba no eyacular rápido, sin embargo,
me aburro de eso bastante pronto también. El ministro es un tipo viejo y su
voz no se detiene para nada. Dios, ¿de dónde sacaron a este tipo?

Echo un vistazo a la multitud y veo que algunas mujeres están llorando.


¿Me estoy perdiendo algo?
¿Se supone que esta ceremonia es romántica? Es todo tan formal, con todo
el asunto de «repite después de mí». Si fuera por mí, todos hablaríamos
desde el corazón, diciendo lo que realmente queremos decir, no repitiendo
palabras de otras personas escritas en un libro de hace miles y miles de
años. Ese es el libreto de alguien más.

Eso me da una idea…

Tan pronto como el ministro finalmente anuncia: «Y los declaro marido y


mujer. Puedes besar a la novia», me tomo un momento para ver a Janus
darle un gran beso a Hope. Siempre he sido voyeur y me gusta cómo la
agarra por la cintura y la besa como si fuera una promesa de que luego la
hará suya.

Hay risas apagadas y carcajadas entre la multitud, pues él la besa durante un


buen rato. Cuando por fin la suelta, tiene las mejillas rojas y los ojos
enrojecidos y brillantes. Tengo que apartar la mirada para no excitarme en
público, pero eso no hace más que consolidar mi idea previa. Me inclino
hacia Leander.

—Propongo un secuestro, y luego hacemos esto de la boda como es debido.

Por la forma en que me mira y sonríe, sé que estamos de acuerdo.


Capítulo 51

HOPE

EN EL ÁREA DE RECEPCIÓN, cerca del arco enrejado en la parte de


atrás, junto al pasillo, Janus y yo le estrechamos la mano a todo el mundo,
asegurándonos de sonreírle cordialmente a las cámaras que toman
fotografías.

Algunos están muy entusiasmados por estar allí, sobre todo aquellos cuyas
caras reconozco menos. Supongo que les emociona estar tan cerca de una
celebridad. Leander está cerca de la mesa donde aguarda el pastel y
pareciera que en cuanto todos terminan de estrecharnos la mano a Janus y a
mí, hacen una fila para acercarse al grupo que lo rodea.

El agente de los chicos, Ty, está allí formando una burbuja alrededor de
Leander, guiando hábilmente todas las conversaciones. Sin duda agrupando
a todos los que considera más importantes hacia el frente y dirigiendo las
preguntas hacia ellos.

Leander ya le comunicó a Ty que va a dejar el negocio, pero le parece que


Ty no le cree o sigue confiando en que podrá convencerle de que no lo
haga, lo cual es hilarante teniendo en cuenta que cualquiera que conozca a
Leander sabe que una vez que ese hombre toma una decisión, mover una
montaña es más fácil que hacerlo cambiar de parecer.

Los últimos en la fila de la recepción son mis padres. Ambos rígidamente


vestidos con sus trajes negros de luto. Se me eriza la espalda cuando mi
padre se acerca.

Pero, para mi sorpresa, mi padre me toma de la mano y me dice:

—Lo has hecho bien. Estoy orgulloso de ti.

No se detiene, sino que se dispone a estrechar la mano de Janus.

Me quedo en shock, y aunque probablemente debería sentirme feliz de que


haya sido amable por una vez en su vida, estoy un poco desconcertada… y
un poco enojada, si he de ser sincera. Ha sido un ser humano terrible a
puerta cerrada toda mi vida, ¿y ahora va a intentar comportarse con
decencia delante de todo el mundo? ¿Se trata esto de su actuación de
siempre o simplemente se está suavizando con la vejez? Tengo ganas de
perseguirlo y darle un puñetazo en la cara por todo lo que me ha hecho
pasar.

Pero entonces llega mi madre.

—Eres una novia preciosa —me dice, acercándose a mí y abrazándome—.


Me alegro mucho por ti, y tus hijos son preciosos. Son una bendición del
Señor.

Se le llenan los ojos de lágrimas cuando se retira.

Asiento y, de repente, se me hace un nudo en la garganta.

—Me alegro de que hayas venido, mamá. —Me sorprende, pero lo digo en
serio.
Con toda esta gente que ni conozco, me alegro de que ella, Destiny y
Makayla estén aquí. Puede que mi padre sea un cabrón, pero mamá también
debió ser una joven con sueños en algún momento. En realidad, aunque se
suponía que este día era solo para aparentar, está siendo una montaña rusa
de emociones.

Al menos cuando lanzo el ramo más tarde, me río cuando Destiny lo atrapa
y pone cara de horror. Lo vuelve a arrojar a Makayla como si fuera una
patata caliente, y ella niega con la cabeza e inmediatamente se lo devuelve.

Luego nos disponemos a cortar el pastel, pero por fin, por fin, después de
comer y sobrevivir al resto de la recepción, puedo volver a la zona de
montaje dentro de la antigua bodega. Gracias a Dios.

Yo solía ser una experta en estos eventos de la industria, pero debo estar
perdiendo mi toque porque estoy agotada. Es cierto que nunca había estado
en un evento que también fuera mi boda, donde sentía que cada uno de mis
movimientos estaba siendo vigilado. Me siento bien al desabrochar por fin
mi vestido de novia, hermosísimo, pero también bastante pesado, y dejar
que caiga al suelo en el camerino.

Estiro los hombros. Luego me dirijo a mis maletas para ponerme el vestido
de fiesta para la siguiente parte de la recepción, mucho más larga y con
baile, ya que está a punto de empezar…

Pero de repente, oigo un ruido en la puerta, y antes de que pueda girarme


para ver quién es, las luces se apagan. La oscuridad es total porque estoy en
una sala interna de la bodega, sin ventanas al exterior.

—¿Hola? —Llamo, y enseguida acerco la mano a la pared. ¿Se fue la


electricidad o entró alguien y apagó las luces? Necesito llegar a la mesa
donde está mi móvil para encender la linterna—. ¿Hay alguien ahí?
Y de repente, desde atrás, alguien me pone una mordaza en la boca, justo
antes de sujetarme los brazos a la espalda. Una voz seca declara:

—Me temo que la novia no va a poder llegar al resto de la recepción. Surgió


un cambio de planes muy urgente.

Me ponen bolsa de tela en la cabeza y me arrastran hacia atrás.

A través de la tela, la voz áspera de un hombre me dice al oído:

—No te resistas, bombón, o esto podría resultar… peligroso para ti.


Capítulo 52

HOPE

MIS DOS SECUESTRADORES me arrastran hacia atrás por el pasillo por


el que acabo de entrar, luego suben unas escaleras y salen al exterior. Grito
inútilmente, pero la mordaza es bastante eficaz para amortiguar el ruido.

¿Qué pensará Janus cuando no vuelva a la recepción? ¿Cómo se explicará


todo esto?

«Nunca se saldrán con la suya», es un grito ahogado por la mordaza, pero


no se oye más que un balbuceo confuso. Mi secuestrador se ríe por lo bajo y
susurra a su compañero.

—Ah, está intentando negociar con nosotros. ¿No es adorable? Como si


tuviera algo que quisiéramos, aparte de ese culito.

Y entonces lo oigo: el zumbido de las aspas de un helicóptero. Dios, ni


siquiera sabía que había un espacio lo suficientemente grande en esta
montaña como para que aterrizara uno. El viento generado por las aspas me
azota el pelo, arrancándolo de las horquillas meticulosamente colocadas que
lo sujetan en su peinado.
Son al menos dos, porque me pasan de uno a otro y me empujan hacia
delante desde ambos costados. Por poco me arrastran cuando les parece que
no me muevo lo bastante rápido. Estoy segura de que alguien nos verá y no
puedo creer que sean tan audaces como para hacer esto aquí y en este día…

A continuación, me levantan por los pies y me suben al helicóptero. Me


entregan como si fuera un saco de carne. Dios santo, secuestrada en mi
propia boda.

Las aspas del helicóptero hacen tanto ruido que no oigo nada. Aunque
gritara, nadie me oiría.

¿Era este uno de los helicópteros que sobrevolaban y que asumimos eran de
otro medio de comunicación? ¿Cuánto tiempo llevaban planeando esto?

En cuanto me suben al helicóptero, incapaz de ver nada más que pequeños


destellos de luz que se abren paso a través de la oscura tela que cubría mi
cabeza, unas manos fuertes me empujan hacia un asiento.

Pero no es un asiento cualquiera, es el regazo de un hombre. Un hombre


con una erección.

Y no pierde el tiempo. Apenas tengo puesto un slip y mi ropa interior, así


que no hay mucho que él, o ellos, puedan quitarme. Mi slip de seda se hace
jirones cuando lo rasgan por la mitad, y lo mismo ocurre con las bragas.
Grito. Me las arrancó, literalmente.

Tras eso, siento un pene duro rozándome el culo.

Oigo que gritan algo entre el ruido del helicóptero, justo cuando despega.
Creo que dijo: «Ponla en posición».

Sus manos se acercan a mis muslos, y me levantan ligeramente para


ponerme sobre un pene untado de lubricante. Intento luchar, pero los otros
hombres me sujetan firmemente. No hay escapatoria… Así, empiezan a
penetrarme.

Grito, lucho, pero son demasiado fuertes, y hay demasiado ruido como para
que alguien me oiga, ni siquiera el piloto del helicóptero, al parecer.

Mientras mi secuestrador empieza a penetrarme, su mano serpentea por mi


cuerpo para frotar con destreza mi clítoris. Mi mezcla de emociones de
antes se dispara al máximo. Estoy furiosa, abrumada y avergonzada, pero
también algo excitada, y cuando esos dedos que me conocen tan bien tocan
todos mis zonas erógenas y frota con fuerza mi sexo hinchado contra su
duro pene…

Una posición tan sencilla pero tan eficaz.

Me penetra hasta el fondo, y con su acceso total para usarme como quiere…
no puedo moverme. Unas manos fuertes me sujetan los brazos y los pies
como si fueran grilletes. No puedo hacer otra cosa que sentarme sobre él,
retorcerme, gritar inútilmente si quiero y aguantar. Todo esto mientras
estamos volando por el cielo.

Y vaya que lo está metiendo con fuerza.

Tal vez es porque me convertí en la esposa de otro hoy, porque es como si


estuviera decidido a follarme tan duro que me olvidara de que alguna vez
hubo alguien excepto él dentro de mí. Entonces, tan rápido como
despegamos, parece que volvemos a aterrizar.

No he acabado, gracias a Dios, pero ha estado muy cerca. Espero


encontrarme con sirenas al aterrizar. Acaban de secuestrarme en mi boda,
uno de los acontecimientos más comentados y mejor cubiertos por la prensa
esta temporada. Nos aseguramos de que fuera bien cubierto.
Pero todo está sereno y en silencio en este lugar que encontraron para
sacarnos de la zona de San Francisco y la bahía. Unos brazos fuertes me
levantan y me bajan del helicóptero, y me pasan a otras manos fuertes, con
las aspas del helicóptero tan ruidosas como siempre y el viento agitado
azotándome de nuevo el pelo.

No se molestan en cubrirme con nada.

Todo lo que intentamos hacer para protegernos en la boda y ahora resulta


que mis secuestradores me pasan de mano en mano casi desnuda, al aire
libre…

Me estremezco cuando uno de ellos me toma en brazos y me carga un


trecho corto. Es impresionante, nunca he sido una chica pequeña.

Me deja de nuevo en el suelo y dos hombres me suben por otra escalera a


un avión. Se me corta la respiración.

«Nunca dejes que te lleven a otro lugar», es una de las primeras cosas que
te enseñan en cualquier clase de defensa personal, y, sin embargo, aquí
estoy, viéndome ser arrastrada a Dios sabe dónde, donde sin duda me harán
solo Dios sabe qué.

Me estremezco, pero para entonces ya estoy en el avión, porque por


supuesto me trasladan de un helicóptero a un avión. Dios, ¿adónde me
llevan? Oigo la puerta cerrarse detrás de nosotros.

Mientras que en el helicóptero no había más que ruido, en el avión reina un


silencio espeluznante; solo existe el suave murmullo del aire circulando,
pero es lo único que se oye. Oigo todo casi a la perfección mientras me
mueven de un lado a otro y el jefe da órdenes en voz baja.

—Allí, boca abajo sobre sus rodillas. Átala.


Se me eriza el vello de la nuca y recuerdo lo que el tipo me dijo antes.
«Como si tuviera algo que quisiéramos, aparte de ese culito».

Empiezo a luchar entonces.

Es inútil, pues son muy fuertes. Me someten en segundos, su fuerza no tiene


comparación, aunque no soy enclenque. Son tres, ahora lo sé con certeza.

Me llevan hasta el suelo del avión, que tiene una alfombra mucho mejor
que la de cualquier avión de pasajeros. Pero claro, es un avión privado.

Aquí quieren hacerme cosas privadas.

Oigo una hebilla desabrocharse y una cremallera bajarse. Mientras uno se


prepara para follarme, los otros dos me inclinan sobre un lujoso asiento de
butaca, y luego proceden a utilizar los cinturones de seguridad para atarme
boca abajo al asiento, primero cada una de mis muñecas, y luego hacia
delante y hacia atrás por todo mi cuerpo, con el trasero al aire. Se necesitan
dos cinturones para completar el trabajo.

—Ahora vamos a desquitarnos contigo, encanto —dice el líder—. Te vamos


a desnudar y te va a encantar que te llenemos de semen. Si no te corres,
seguiremos follándote hasta que lo hagas.

Alguien me da una fuerte nalgada que me hace saltar… bueno, tanto como
puedo estando tan bien atada.

—Ahora, vamos a divertirnos un poco y ponernos salvajes con ella. Es hora


de follar a la novia en su noche de bodas.

El avión empieza a andar y a acelerar mientras se prepara para despegar. Al


mismo tiempo oigo un cinturón deslizándose fuera de sus trabillas. Mierda,
me temo que sé lo que significa. Aún no estoy preparada, cuando ya el
cuero grueso me impacta con un fuerte escozor en mi trasero.
Es tan repentino y agudo que se me salen las lágrimas. Sigo sin ver nada y
me cuesta respirar con la bolsa de tela, pero sé que no me la van a quitar, ni
tampoco la mordaza.

Así que grito tan fuerte como puedo cuando recibo el segundo impacto
ardiente del cinturón, y el tercero, el cuarto y el quinto.

Estoy esperando el sexto, por lo que me quedo totalmente desconcertada


cuando, en su lugar, una boca caliente se introduce entre mis piernas. Otras
manos separan más mis muslos para que quien quiera que esté allí tenga
más acceso y... Dios, qué bien se siente. Todo esto está mal, pero hacen que
me sienta tan bien. Tal vez porque está mal es que se siente aún mejor.

Resulta ser que… soy el tipo de chica a la que le encantan las situaciones un
tanto peligrosas. Cuanto más difícil es la situación... cuanto más prohibido
sea, más me excita.

Pero esto… No, no puedo… Intento explicármelo a misma: «No sabes ni


siquiera dónde estás, ni a dónde te llevan. Esto es mucho más peligroso de
lo que tenías en mente, y sé que no tenías elección, pero…»

Su boca es descuidada mientras lame alrededor de mi clítoris, después lo


succiona y mis ojos se abren de par en par cuando una oleada de
sensaciones sacude mi vientre.

Mis muslos se estremecen a mi pesar.

—Mira lo excitada que está, su vagina está babeándose por tu pene. Espera
a que llegue el turno de probar la mía y la abriré de par en par cuando me
folle su dulce bizcocho.

Labios húmedos en mi húmeda vagina.

Entonces, mientras sigue devorándome, me da otro azote con el cinturón.


Yo nunca... Oh Dios, había sentido esta sensación, una punzada de dolor al
mismo tiempo que mi clítoris es saboreado por sus labios, mordisqueado
incluso...

El cinturón vuelve a azotarme con más fuerza.

Y entonces siento como algunos dedos se escurren en mi interior además de


su lengua. Tanteando dentro de mí donde al menos una de sus vergas ya ha
estado.

Primero son solo dos dedos, gruesos y varoniles. Pero casi de inmediato, un
tercero. Me estrujan sin piedad al tiempo que me azotan nuevamente con el
cinturón de cuero.

Y entonces siento como el hombre que está con la cabeza entre mis piernas
es empujado hacia atrás por otro.

—Tengo que follármela ya. Puedo oír lo mojada que la has puesto. Está
completamente húmeda, y las vaginas húmedas se las follan, con fuerza.

—Pensé que irías de último —susurra otro de ellos.

—Seré el primero y el último —dice el hombre, y entonces siento como su


miembro me atraviesa.

Es bastante obvio decirlo, pero no ha sido nada gentil. Aunque, nada en esta
experiencia será gentil.

Así que me agarra de la cintura y me penetra una y otra vez la vagina. Lo


hace con fuerza, pero no tanto como esperaba. Ni siquiera termina. Apenas
nos habíamos equilibrado cuando dice:

—Cambio.

Y entonces otro hombre con un pene de grosor ligeramente diferente al


anterior está detrás de mí, introduciendo su miembro en mi vagina ya
dilatada, y entonces comienza a follarme.
Este parece decidido a tocar el fondo de mi vagina cada vez que me penetra.
Siento su pecho contra mi espalda y sus brazos a ambos lados de los míos.

Y luego, siento como si se trepara a medias sobre mí cada vez que empuja
su cadera contra la mía, como si no pudiera penetrarme todo lo que quisiera,
aunque...

Con cada sacudida, abro más y más los ojos... está llegando muy lejos. La
punta de su pene golpea mi cuello uterino con cada sacudida. Pero entonces
empiezo a parpadear rápidamente. Porque no me está golpeando el cuello
del útero, sino un poco más allá.

Y aunque nunca me había dado cuenta de que esa era una zona erógena...
Dios mío, empiezo a jadear cuando me penetra y mi cuerpo empieza a
excitarse con cada penetración. Me siento casi tan bien como en el punto G,
tan bien, que empiezo a gemir.

Empieza a ponerse aún más frenético, como si estuviera a punto de


correrse, cuando el líder vuelve a anunciar:

—Cambio.

El hombre con el pene enterrado en mi vagina se queja, pero obedece y se


retira.

—No se lo pongas fácil —dice el líder mientras otro hombre se coloca


detrás de mí. Su pene es mucho más grueso y más largo que el que estaba
dentro de mí, pero es más estrecho que el del primer hombre.

—¿Te gusta que te follen así? —me gruñe al oído al tiempo que se inclina
sobre mi espalda y me embiste—. ¿Te gusta que ser penetrada por
desconocidos que van a follarte de todas las formas que se les ocurran? Eres
nuestro juguete. Te quedarás atada mientras nos turnamos para follar ese
dulce y húmedo orificio.
Saca su pene y lo vuelve a meter sin piedad, con sus testículos
golpeándome la vagina.

—Métete ahí —ordena—. Chúpale el clítoris mientras yo la destrozo. Haz


que se corra para nosotros mientras tomamos lo que solo debería ser de su
marido.

Y luego alguien se pone entre mis rodillas y, sirviéndose de sus hombros,


las separan aún más. Lo siguiente que sé es que unos labios carnosos y
ardientes me vuelven a besar y chupar en ese punto, justo encima de donde
me penetran por detrás al tiempo que me siguen follando.

Intento mover mi trasero para quitármelos de encima, pero es inútil. Todos


me agarran de las caderas para sujetarme.

Y sin piedad uno me hace sexo oral mientras el otro me folla. Me lo hacen
con tanta fuerza que se siente tan despiadado, tan apasionado, como si fuera
algo salido de una auténtica fantasía sexual.

Pero, sobre todo, se siente tan, pero tan mal.

Empiezo a correrme, y entonces me siento tan avergonzada y complacida al


mismo tiempo por ceder a lo que mi cuerpo ya no podía negar. Me están
exprimiendo el placer, con pericia, todos a la vez.

Tan pronto como mi cuerpo empieza a temblar, el líder tira de la bolsa de


tela que tengo en la cara hasta la nariz y me quita la mordaza. Pero antes de
que pueda decir algo o gritar, aunque eso no importaría en este avión
privado a diez mil metros de altura, introduce su enorme pene en mi boca y
su mano me agarra sin piedad del cabello y tira de él hacia delante y hacia
atrás mientras me folla la boca.

Y yo me corro, me corro y me corro.

Quizá más fuerte de lo que me he corrido en toda mi vida.


Solo después, cuando uno se corre en mi sexo y el que me chupa el clítoris
vuelve a follarme y me folla hasta correrse, el que me folla la boca se retira
sin piedad y vuelve para terminar, como había prometido.

También se toma su tiempo, me toma con suavidad para luego acercarse y


frotarme el clítoris con rudeza y sin piedad.

A estas alturas, ni siquiera me molesto en oponer resistencia. Me cabalga


con fuerza hasta alcanzar el clímax y yo me quedo allí, con las piernas
temblorosas mientras el éxtasis del orgasmo me recorre desde la cabeza
hasta los pies.

El esperma de los tres hombres se escurre por mis muslos cuando el último
hombre se corre.

Solo entonces me quitan la funda de la cabeza y contemplo con satisfacción


a los tres hombres.

Leander, Milo y Janus me rodean, están desnudos y completamente


exhaustos.

Esta era la única fantasía que siempre había tenido y, que Leander y Janus
nunca parecían llegar a cumplir. Pero habíamos hablado mucho de ello y
prometieron que algún día, mucho después de que me hubiera olvidado de
la petición, cumplirían la más oscura de mis fantasías.

—Te diremos bombón —había dicho Leander entonces, cuando lo


habíamos hablado—, para que sepas que somos nosotros, pero esa es toda
la advertencia que te daremos.

Me estremezco, todavía percibiendo la sensación del orgasmo, mientras


estoy recostada sobre el pecho de Milo y Janus se acerca para acariciarme
perezosamente el cabello.

Leander se acerca lentamente y me besa profundamente.


—Nuestra linda y perfecta prisionera.

—No puedo creer que me secuestraran en mi propia boda. ¿A dónde


vamos?

Leander sonríe perversamente.

—Ay, todavía no hemos terminado contigo, dulce noviecita.


Capítulo 53

LEANDER

—BIENVENIDA AL PARAÍSO, preciosa —dice Janus cuando el avión


aterriza varias horas después.

Todos dormimos un rato, acurrucados en el suelo. El secuestro fue más


emocionante de lo que incluso yo podría haber imaginado.

Caminar por aquella delgada y excitante línea entre el peligro y la pasión


fue… increíble. Hicimos falta los tres y nuestro equipo de seguridad para
asegurarnos de que el camino hasta el helicóptero fuera seguro.
Naturalmente, nuestros guardias tampoco podían ver lo que estábamos
haciendo. Los teníamos vigilando a los invitados y asegurándose de que
nadie se colara en la zona privada del edificio del viñedo o detrás de él.

Tuvimos incluso que tomar un camino distinto, completamente cubierto de


árboles hasta el helicóptero para que ninguno de los fotógrafos aéreos
pudiera alcanzarnos.

Janus, el más precavido de todos nosotros, tuvo la idea de filtrar a la prensa


que yo me había escapado antes de tiempo para que los fotógrafos
estuvieran ocupados intentando perseguirme «a mí» por la carretera de la
montaña para hacer fotos de la fiesta a la que me escapaba en lugar de ir a
la recepción de la boda de mi propio hermano.

Así que pudimos escaparnos y continuar con el desenfreno a nuestro antojo.

El piloto del helicóptero era un amigo que también vive el mismo estilo de
vida liberal. No nos delatará y estuvo encantado de participar en nuestra
pequeña aventura.

Y ahora estamos aquí. Sonrío mientras veo a Janus y Milo ayudar a Hope a
ponerse la ropa, tiene las mejillas sonrojadas y aún parece un poco atontada
por el secuestro y la orgía.

La limpieza posterior al sexo fue muy dulce, usamos su ropa interior para
limpiar con delicadeza el semen que se había escurrido entre sus muslos.
Pero no fue suficiente, así que usé su vestido de gala para limpiar el resto.

Habíamos preparado sus maletas para la luna de miel para después subirlas
al avión, mientras que los chicos la ayudaban a ponerse un vestido nuevo,
sin ropa interior.

El vestido no es blanco, sino caléndula, el color de la esperanza y la


renovación. Y no se parece en nada a ese llamativo vestido de novia con
todo ese tul y encaje que usó para esos farsantes en esa ridícula ceremonia.

No, es de lino suave, con un profundo corte en V casi hasta la cintura que
revela sus curvas en las partes más adecuadas. También aprovecho el
tiempo para vestirme. Mi atuendo también es de lino: pantalones y una
camisa ligera con sandalias. Después de ayudar a Hope, mis hermanos
hacen lo mismo.

Y entonces bajamos las escaleras del avión hasta la pequeña pista de


aterrizaje de tierra, y desde allí, solo hay unos cuantos pasos hasta la playa.
Hemos llegado cerca de la puesta de sol. Esperaba que el momento fuera
así, pero hay tan pocas cosas en la vida que salen como uno quiere, que ni
siquiera contaba con ello.

Pero el universo fue bondadoso y todo salió a la perfección.

—Es una isla privada, la playa es toda nuestra —le explico—. Sin miradas
indiscretas. Me alegro de que hayas podido celebrar tu primera boda ante el
mundo. —Esa parte sale de mala gana—. Pero esta boda es solo para
nosotros.

La cabeza de Hope se aparta de las olas y vuelve a mí.

—¿Qué? ¿De verdad? —Inmediatamente se le llenan los ojos de lágrimas,


corre unos pasos hacia delante y me abraza.

Solo es un apretón rápido y luego se vuelve hacia Milo y lo abraza también.


Luego coge a Janus y tira de él mientras abraza a Milo. Yo también me
acerco, hasta que los tres la rodeamos, abrazándola.

—Siempre tendrás todo lo que quieras —le susurro desde atrás en su


cabello perfumado—. A partir de ahora, nuestro trabajo será hacer realidad
todos tus sueños.

Gira abrazada a mí y se pone de puntillas para besarme, pero me retiro con


una sonrisa pícara.

—No, no, no, esa parte viene después, aún no he dicho que puedas besar al
novio.

Se ríe encantada y vuelve a apoyar suavemente los talones sobre la arena.

Y entonces formamos un pequeño círculo.

—Todos hemos escrito nuestros votos —explico.


Por las mejillas de Hope corren lágrimas de felicidad mientras Janus saca
del bolsillo de su pantalón un papel doblado con precisión, y mientras él
habla, los demás nos tomamos de la mano.

—Mi querida Hope —empieza Janus—. Eres la mujer más hermosa que he
conocido, por dentro y por fuera. Desde el momento en que te conocí supe
lo especial que eres. Brillas como una estrella entre todas las demás
personas cuando estás presente.

Levanta la vista del papel y la mira a los ojos mientras dice el resto.

—Tenía que tenerte en nuestras vidas. Me siento el hombre más afortunado


del mundo de que hayas venido a nuestras vidas a conquistarnos. Prometo
cuidarte, darte todos los azotes que desees —lo que provoca una risita en
Hope—, darte todo lo que quieras o necesites y amarte desde lo más
profundo de mi corazón y de mi alma durante toda mi vida.

Hope le devuelve la mirada y mueve los labios diciendo «gracias, te amo».

Entonces Milo saca un papel arrugado de su bolsillo. Lo mira fijamente,


con una expresión profunda al leerlo:

—Hope, antes de que llegaras a nosotros nuestras vidas eran frías y vacías,
vivíamos en un eterno invierno y no sabíamos cómo salir de él. Soñábamos
con la calidez de un hogar y con descansar junto a la chimenea, pero no
sabíamos cómo. Hicimos tristes intentos de tener un hogar y una familia,
pero fuimos incapaces de encontrar nuestro centro. Pero te encontramos y te
convertiste en nuestro centro. Tú eres nuestro hogar. Por eso y mucho más,
quiero que sepas que te amaremos por siempre y para siempre.

Las lágrimas recorren las mejillas de Hope y estruja la mano de Milo, solo
al final la mira a los ojos y puedo notar en su mirada lo mucho que la ama.
Sus palabras son perfectas; estoy enamorado de este momento, en el que
todos expresamos por fin a nuestra manera lo mucho que significa para
nosotros y le juramos fidelidad por siempre.

Ahora es mi turno.

—La verdad es que, querida Hope, no creía que pudiera existir una persona
como tú. —Tengo que aclararme la garganta, la emoción me ahoga más de
lo que esperaba. Pero, como siempre, Hope me hace sentir lo inesperado.

—Antes de conocerte, todo en mi vida me había enseñado que alguien


como tú era imposible. Alguien amable, generosa, encantadora y además
hermosa. No pude confiar durante tanto tiempo porque parecías demasiado
buena para ser verdad. Primero amabas y después pensabas en ti, dabas
segundas y hasta terceras oportunidades. —Sacudo la cabeza, todavía
maravillado por su capacidad de amar. Soy un hombre despiadado, mientras
que ella está llena de piedad.

—Así que ahora juro que es mi trabajo, nuestro trabajo pensar primero en ti
y cuidar de todas tus necesidades y deseos. Estoy seguro de que fallaremos,
y solo puedo esperar que, a tu amable manera, sigas enseñándonos el
camino del amor que nos ha sido ajeno toda la vida. Eres verdaderamente lo
más hermoso que tenemos. Juro amarte, protegerte, honrarte, cuidarte y
adorarte todos los días de mi vida, hasta la eternidad.

Hope llora con más fuerza, y Janus, afortunadamente, saca unos de sus
pañuelos. Por supuesto que sabía cómo iba a acabar esto. Milo también
llora, mientras yo sigo tragando saliva para contener mis propios
sentimientos.

—Ni siquiera me dieron tiempo para prepararme, no tengo nada preparado.


—Hope traga saliva.

—Solo di lo que sientas —dice Janus—. Será perfecto.


Mientras el sol se pone detrás de ella en un resplandor naranja, rosa y
morado, Hope habla desde su corazón.

—Esto no se parece en nada a la vida que imaginé para mí. Cuando hui de
casa de mis padres, aquella casa fría y sin amor, solo deseaba una cosa:
escapar. Tenía tanto amor para dar, pero no estaba segura de con quien
compartirlo... Francamente, me aterrorizaban los hombres, pensaba que
todos serían como mi padre.

Se seca las lágrimas de las mejillas mientras nos dedica una mirada a todos.

—Así que les di mi amor y mi cariño a todos aquellos a los que era seguro
dárselos. Chicas jóvenes de la industria a las que quería proteger, que
necesitaban amor al igual que yo cuando era pequeña. Podía intentar
protegerlas y colmarlas de amor, pero al final crecieron, y yo también.

Sonríe nuevamente entre lágrimas.

—Y entonces, un día, mi amigo Milo me presentó al hombre más aterrador


que jamás había conocido.

Agacho la cabeza un poco avergonzado, sé que fui un cabrón aquel primer


día que nos conocimos, pero también estoy fascinado por oír lo que tiene
para decir mientras continúa.

—Pero también fue emocionante, y las semanas que siguieron,


conociéndolos a todos, fueron las más emocionantes de mi vida.
Enamorarme de los tres me pareció la cosa más natural que había hecho
jamás, pero también lo más valiente. Incluso cuando todos luchábamos por
averiguar qué demonios estábamos haciendo, no me habría quedado si no
hubieran sido los hombres que son.

Diablos, sus palabras me conmovieron. No creo que siempre haya sido el


tipo de hombre que ella describe, pero que ella lo diga me hace querer serlo,
de aquí en adelante.

Ella continúa:

—Ustedes son hombres fuertes y buenos, y los respeto por eso. Tal vez eso
no parezca mucho, pero mis expectativas para el tipo de hombre al que
respetaré y, más que eso, en el que confiaré, son en realidad bastante altas.
Así que les agradezco desde el fondo de mi corazón por ser la clase de
hombres que puedo respetar. Y por ser dignos de mi confianza, le digo que,
los amo y los amaré por siempre. Al final, es así de simple, pero les doy las
gracias por ser la clase de hombres a los que me encantará amar, sin sentir
dolor.

Juro que eso me destroza.

El sol se pone detrás de ella, enviando un resplandor de luz, y juro que


nunca he estado tan enamorado como en este momento.

—Entonces, por el poder que me ha sido conferido, por la consagración que


obtuve de la Iglesia Universal de la Lujuria por la Vida en línea —digo, lo
que hace que Hope suelte otra risita—, ahora nos declaro marido, marido,
marido y mujer. Podemos besar a la novia.

Besamos a nuestra mujer por todos los sitios que podemos, eventualmente
cada uno de nosotros consigue un turno en su boca. Sellada con un beso,
ahora es nuestra para siempre.
Capítulo 54

JANUS

—NIÑA CODICIOSA —dice Leander mientras lleva a Hope a la imponente


casa en lo alto del arrecife.

Es la única residencia de la isla, con otras chozas destinadas para el


personal de servicio si uno organiza ese tipo de fiesta, que naturalmente no
es el caso. Está a un tramo de escaleras de la playa, y nos quedaremos aquí
una semana, aislados, sin que nadie nos vigile.

Cuando Leander me contó su plan de alquilar toda la isla durante una


semana, pensé que estaba loco.

Pero fue entonces cuando me dijo que había invertido todo el dinero de su
última película de éxito, incluyendo las bonificaciones por los Emmy
ganados en las dos últimas temporadas de Géminis. Como protagonista, al
final cobró más de un millón por episodio, incluso más en derechos
residuales de streaming.

Y el hijo de puta lo invirtió sabiamente, tan sabiamente que podríamos vivir


de los beneficios el resto de nuestras vidas si fuéramos inteligentes.
Así que incluso este lujoso viaje a duras penas le restará dinero.

Hope rodea a Milo con los brazos y lo besa mientras atrae a Leander hacia
sí. Va y viene como si no pudiera decidir a quién quiere besar más, como si
lamentara tener una sola boca.

Sonrío mientras cierro la enorme puerta de cristal tras nosotros.

Cielos, cuánto lujo. Los ventanales son tan grandes que dejan entrar todo el
paisaje de la isla, y a lo lejos se puede captar a la perfección el momento en
el que océano se fusiona con la luz menguante del atardecer. Por una vez en
nuestras malditas vidas, no tenemos que preocuparnos de que alguien nos
espíe, y mucho menos preocuparnos por ser el objetivo del lente de una
cámara.

Nadie en el mundo, aparte de nuestros dos pilotos, sabe dónde estamos. Ni


siquiera nuestro agente, y trajimos a nuestra sexy publicista con nosotros,
obviamente.

Hope levanta las manos al aire y hace un pequeño baile, girando entre los
brazos de Milo y Leander.

—¡Nunca había sido tan feliz!

Su rostro está iluminado, y maldita sea, aunque sea lo último que haga, voy
a mantener esa alegría ahí. Después de trabajar desde los cuatro años... me
doy cuenta de que este es el único trabajo que quiero, hacerla feliz.

Y si realmente Leander se ha encargado de las finanzas para que yo no


sienta que defraudo a la familia si no me pongo en su lugar… Doy un paso
al frente para unirme al grupo y poder tenderle la mano a nuestra nueva
novia. Deslizo la mano por debajo de su sedoso cabello despeinado por el
viento y le acaricio la nuca.
—Eres nuestra, cariño —le digo en tono sombrío—. Y esta semana
planeamos adorarte como la diosa que eres.

—Pero llevas demasiada ropa —dice Leander desde el otro lado de ella, su
tono coincide con el mío.

—¿Dónde está el maldito dormitorio en este lugar? —pregunta Milo con


impaciencia—. Espero que la cama sea lo suficientemente grande para
todos nosotros.

—¿Crees que no me aseguré de que el alojamiento fuera perfecto? —le dice


Leander con un gruñido. Me agacho para agarrar el dobladillo del vestido
de novia color caléndula de Hope y, con un solo movimiento, se lo quito
por encima de la cabeza.

Suspira y luego suelta una risita. Instintivamente, levanta los brazos para
cubrirse los pechos. Su primer instinto de pudor sigue siendo adorable,
sobre todo porque la dulce hendidura de su vagina está expuesta a todos
nosotros. Nunca le dejamos volver a ponerse la ropa interior después del
avión.

Y por la expresión de las caras de mis hermanos, sé que todos somos unos
lobos voraces preparándonos para la caza. Queremos probar el sabor de
aquella que acabamos de reclamar para nosotros ante Dios y los demás
como testigos.

Obviamente, Leander no está dispuesto a perder más tiempo, se agacha un


poco y la levanta sobre sus hombros.

Ella suelta un chillido y le da un golpecito en el hombro.

—¡No! Leander, soy demasiado pesada.

Pone los ojos en blanco, al igual que Milo y yo. Después de tanto tiempo,
¿cree que no sabemos exactamente cómo tratarla?
Ay, pequeña, es hora de que tus papis te den una lección, y se rindan a tus
pies.
Capítulo 55

MILO

LEANDER DEPOSITA a Hope suavemente sobre la cama, y los tres nos


subimos después. Mi hermano lo hizo bien, es una cama bastante grande,
eso me agrada.

No quiero restringirme, tengo hambre de su cuerpo. Y ahora que es mi


mujer tengo curiosidad por saber cómo se sentirá follar con ella. Leander
pone una lista de reproducción de su móvil, esa es una de las cosas que
siempre he apreciado de él: su capacidad para transmitir buenas vibras,
tanto musical como emocionalmente. Cuando no está ocupado siendo un
idiota, puede llegar a ser incluso el alma de la fiesta.

Y estoy bastante seguro de que todos nos sentimos raros o diferentes de


alguna forma esta noche. Hay algo acerca de estar aquí, lejos de todo el
mundo, que nos hace sentir finalmente libres.

Trepo hacia mi mujer desde el fondo de la cama, y los gemelos se colocan a


los lados. Ella es como el manjar más exquisito que todos devoraremos esta
noche, pero lentamente, según creo.
Estas últimas semanas, estar cerca de mi familia me ha ido devolviendo
poco a poco a mí mismo o quizás trayendo de vuelta al yo que era incluso
antes del que era antes… Volví a ser la persona que fui hace mucho tiempo,
antes de que todo cayera en picada. Volví a ser la persona que podría haber
sido sin todo el trauma, sin mi jodida madre infligiéndome sus traumas de
mierda. Ahora veo que era una persona abusiva.

Ver a los gemelos fue lo que me hizo darme cuenta. Son tan inocentes, solo
son niños.

Y mi madre era un monstruo por hacerme lo que me hizo.

No fue culpa mía.

Ya sé que esas son la clase de estupideces que se dicen en las terapias, en


las películas y en todas partes, pero ¿permitir que ese sufrimiento llegue a
lo más profundo de mi ser? Al niño que hay en mí cuya madre le decía
todos los días que no valía nada, que servía y que era un inútil que nunca
podría hacer nada bien.

Una mujer que no puede amar a su propio hijo es antinatural.

Eso no fue mi puta CULPA.

Veo a Hope con nuestros hijos y puedo ver cómo es que debe ser una
madre.

Así que cuando me deslizo entre las piernas de Hope, agacho la cabeza,
inhalo su esencia y, con libertad, curiosidad y adoración, lamo su glorioso
sexo.

Me encanta lo turgentes que están sus labios vaginales, y me encanta aún


más que, cuando los recorro con la lengua, de arriba abajo, ella se
estremezca y sus muslos tiemblen un poco.
Me encanta el jadeo que emite su respiración y la humedad que se filtra de
entre sus pliegues. Su sabor, es jodidamente glorioso.

Me encanta excitarla, y no es solo algo que puedan hacer mis hermanos, soy
yo, porque soy digno, soy lo suficientemente bueno.

Y esta noche la haré gritar de placer, y follaremos todos de la forma más


sucia, a gusto, en libertad y celebración.

Meto un dedo para sentirla, no hay forma de poder evitarlo, necesito más de
ella. Aunque he explorado su carne cien veces, necesito cien más, mil más,
una infinidad de veces más para explorar su cuerpo. Observar su respiración
entrecortada mientras introduzco un dedo en su interior y lo hago girar en
sus fluidos vaginales.

Mientras tanto, Leander y Janus se turnan para besarla y acariciar su piel


desnuda. Janus se agacha y me ayuda a abrirle el muslo para que pueda
acceder a ella aún mejor.

Introduzco un segundo dedo.

Despacio, muy despacio, para sentir cómo se aprieta y se estremece a mí


alrededor. Abro más su dulce y ardiente bizcocho mientras introduzco los
dedos.

Y entonces hago un gancho con las yemas de los dedos, palpando a lo largo
de su interior hasta llegar al punto que la vuelve loca, y tiro hacia mi boca
cuando finalmente, empiezo a succionar su clítoris.

Mi pene se pone duro y pesado entre mis piernas cuando ella empieza a
temblar con su primer orgasmo.

Está indefensa ante mis caricias. Mi boca caliente succiona su punto más
sensible, mientras mis dedos masajean su punto G.
Mueve las manos en busca de mis hermanos, pero cada uno de ellos, en
sincronía, agarra sus muñecas y las sujeta firmemente contra la cama.

Inmovilizándola mientras me la devoro como si fuera mi última cena.

Y cariño, he de decirte que, esto es solo el principio.


Capítulo 56

LEANDER

MILO ES un experto en el sexo oral. Hace que Hope se retuerza como un


gatito mientras Janus y yo besamos, lamemos y mordemos su dulce piel.

Tenemos todo el tiempo del mundo, así que vamos despacio.

Esta noche será otra clase de tortura. No lo hemos hablado de antemano,


pero sé que todos estamos de acuerdo.

En un mundo en el que estamos siempre tan ocupados y con prisas, esta


noche nos tomaremos nuestro puto tiempo.

Janus roza con los dientes su duro pezón y yo asiento para que Milo sea el
primero en follársela.

Nunca pensé que pudiera disfrutar tanto como voyeur, ni que llegaría a un
punto en mi vida en el que los celos fueran cosa del pasado.

Pero francamente me fascina ver a mi hermano meterse entre las piernas de


nuestra mujer y deslizar su gran virilidad dentro de ella.
Donde sé que todos tendremos un turno esta noche. Esta es la consolidación
de nuestra unión.

Y aunque esta semana habrá turnos para todo tipo de juegos, esta noche
será tradicional... aunque no siempre en misionero.

Milo pone los puños en la cama mientras mueve las caderas hacia delante y
hacia atrás, y Janus se vuelve más agresivo con sus pezones. Janus los
muerde hasta que la leche empieza a brotar de ellos, la cual lame enseguida.
Mierda, ¿ahora tendremos a dos fetichistas de la lactancia?

Pero entonces Janus se echa hacia atrás, coge un pecho entre sus dos palmas
y se lo apunta a Milo mientras se la está follando.

Y entonces Janus lo aprieta. Eso hace que la leche salpique hacia Milo, la
cual cae sobre su abdomen y se desliza hacia su miembro, con el que la
embiste una y otra vez…

Entonces hago lo mismo con su otro pecho.

Sus senos arrojan la leche hacia el pene de Milo, lo que hace que Milo
maldiga y pierda completamente la concentración.

—Mierda, malditos pervertidos…

Y entonces él la penetra hasta el fondo, se deja caer sobre sus pechos y los
chupa mientras gime y acaba. Sigue bebiendo de su leche fresca, que gotea
de sus labios mientras sigue eyaculando hasta lo último de su esperma.

Mientras tanto, Hope gime en éxtasis animal, retorciéndose en la cama. Me


cuesta un gran esfuerzo seguir sujetando su muñeca por mi lado.

En cuanto Milo se baja y se deja caer a un lado de la cama, me tumbo de


espaldas al lado de Hope y la giramos para que se ponga encima de mí.

Justo encima de mi pene duro y pulsátil.


Está tan resbaladiza y lubricada por el semen de Milo que se desliza por el
interior de sus muslos. Rayos, jamás pensé que pudiese ser tan ardiente.

Muevo mis caderas hacia arriba, a través de la resbaladiza combinación que


forman los fluidos orgásmicos de mi hermano y Hope hasta que estoy
follando a fondo aprovechando su calentura.

Sus músculos se contraen alrededor de mí pene inmediatamente. Se sujeta a


mí con fuerza y yo la tomo por su cintura, disfrutando de la suntuosidad de
su cuerpo, el cual está hecho del mismo material que el de las diosas.

Presiono mi mano contra su vientre hasta que siento mi erección dentro de


ella, sé que eso presiona sus centros de placer. Por la forma en que gime con
las piernas alrededor de mis caderas y los pechos balanceándose sobre mí,
sé que esta noche está cumpliendo su cometido.

—Ah, has estado esperando para subirte sobre tu papi, ¿verdad? —gruño.

—¡Sí, papi! —exclama guturalmente mientras nuestras entrepiernas se


cruzan y mi pene se funde en su interior. La humedad se agolpa entre
nuestros cuerpos cuando acabamos juntos.

Janus se ha situado detrás de ella y sé que le está mordiendo los glúteos. Mi


hermano está obsesionado con su enorme trasero. Milo se acerca y empieza
a acariciarle las piernas y a masajearle los pies.

La rodeamos mientras me monta como si fuera su jodido semental.

Las ventanas se convierten en espejos oscuros que reflejan nuestra escena, y


es la cosa más sensual y jodidamente sexy que he visto en mi vida.

Me meto el dedo índice en la boca mientras Hope se retuerce encima de mí,


luego me estiro y empiezo a jugar con su ano. Lo conseguiremos esta
noche, lo sé, eventualmente penetrare su esfínter anal después de follar tan
bien ese precioso bizcocho.
No es que no entienda la fascinación de mi hermano por ella.

Mientras rozo con mi dedo índice la estrecha circunferencia de su pequeño


templo oscuro, oigo su respiración agitada y entrecortada.

Y es entonces cuando Janus la empuja encima de mí para que tenga mejor


acceso para jugar con su ano mientras la follo hasta el fondo.

Le introduzco un nudillo y le agarro el trasero con las manos mientras la


muevo arriba y abajo por mi pene.

Empieza a hacer ruidos que nunca le había oído antes. Siempre se ha


limitado, me doy cuenta de ello, siempre estamos en la ciudad, o los niños
no están lo suficientemente lejos, o hay alguna otra razón para cohibirse.

Pero al final se deja llevar por los gemidos mientras la hago mía.

Y la follo hasta quedarme sin aliento.

—Esto es lo que siempre has querido, ¿verdad? —Rujo—. Quieres que te lo


hagan sucio, quieres que te follen por detrás. Janus, no me importa que
hayamos dicho que primero la haríamos nuestra por la vagina, métesela por
detrás, porque nuestra sucia zorrita necesita que se la follen sin control esta
noche. Puedes ir a lavarte después para que puedas hacerte con este dulce
bizcocho cuando te recuperes.

Janus no necesita que se lo digan dos veces.

—Escúpeme el pene, Milo —dice, moviendo su pene duro como el hierro


frente a la cara de nuestro otro hermano.

Hope se voltea para ver, y sé que por eso Janus preguntó. No hay reglas esta
noche, nada está fuera de los límites. No hay nada que nos mantenga bajo
control, somos exactamente quienes queramos ser esta noche. Es una de las
cosas que más me gustan de nuestra vida sexual: el desenfreno y la total
libertad para entregarnos a ella.

Así que Milo se agacha y escupe sobre el pene de Janus para lubricarlo.

Y entonces saco mi dedo del ano de nuestra mujer justo a tiempo para que
mi gemelo lo atraviese con su miembro.

Ella grita de éxtasis y de dolor, porque no la he dilatado lo suficiente.

Y es agradable, tan endemoniadamente agradable tener la presión extra del


pene de Janus en su culo mientras la follo, pero aún no es suficiente.

No es la única codiciosa esta noche.

Así que bramo:

—Milo, ponte un puto anillo en el pene, porque vamos a hacerle una doble
penetración mientras follo a esta puta tan voraz. Si no estás listo para
ponértela dura de nuevo será mejor que te prepares.

Mi hermano siempre fue bueno escuchando instrucciones, porque cruza


rápidamente la habitación y tira lejos el resto de su ropa que nunca llegó a
quitarse del todo antes.

Solo es un poco incómodo tener que levantar a Hope lo suficiente como


para dejar espacio para que Milo se tumbe de lado y dirija su miembro, que
se endurece rápidamente, hacia el agujero ya dilatado de Hope.

El anillo ayuda, y Milo siempre ha sido un puto pervertido.

En poco tiempo, conseguimos lo que nunca me atreví a soñar. La punta del


pene de Milo presiona contra el mío, y tiene que empujar con mucha fuerza
mientras luchamos por entrar los dos en el estrecho canal vaginal de Hope
al mismo tiempo.
Especialmente mientras Janus la está penetrando por detrás.

Pero Milo es un cabrón persistente, y yo también. Quiero ver si podemos


hacerlo, tanto por razones pervertidas como ceremoniales.

Quiero reclamar a nuestra esposa, todos nosotros a la vez.

Queremos eyacular todos juntos en nuestra esposa a la vez, y ver cómo


nuestro semen se derrama de su interior. Ver la consumación de nuestra
boda marcando su cuerpo mientras se estremece en la conmoción de su
propio orgasmo.

La forma en que el pene de Milo está entrando en diagonal desde el lado y


un poco por encima, inclino mi cabeza para poder ver nuestros penes
finalmente logrando entrar en su vagina a la vez.

Al principio solo el glande del pene de Milo entra, y luego un poco más, y
finalmente es capaz de empujar toda la cabeza dentro junto con la mía...

Y maldición, aquí estamos...

Atiborrando a nuestra mujer con nuestros tres miembros a la vez.

Tres glandes hinchados apretándose como tres pitones en un tubo de


succión, y sabiendo que es el pene de mi hermano adoptivo el que me
proporciona tanto placer, el que me frota mientras se lo hacemos a nuestra
mujer.

Mi cuerpo se enciende de placer, pero estoy decidido a contenerlo, porque


se siente demasiado bien como para detenerse ahora.
Capítulo 57

HOPE

A VECES ES difícil explicar lo bueno que es el sexo entre nosotros.

Creciendo como crecí, nunca pensé que esta podría ser mi vida, nunca
pensé que podría tener algo tan bueno… El sexo en sí era un concepto tabú,
en especial lo que me está pasando ahora.

Pero todo lo que he elegido para mí en esta vida me ha dado la libertad de


rechazar la toxicidad de los mensajes que recibí mientras crecía. Decían que
no tenía derechos sobre mi propio cuerpo, no, a la mierda con eso.

Este es mi cuerpo y le gusta el placer, le encanta que lo lleven al lleven al


límite.

Maldita sea, me encanta el placer.

Algo que mis chicos están haciendo muy, muy bien ahora mismo.

Nunca me hubiera imaginado lo bien que se sentiría que me penetraran el


culo tan a fondo. Siempre me ha sorprendido que mi culo, al igual que mi
vagina, vuelva a encogerse después, así que, cada vez, Janus tiene que
volver a dilatarme cuando me penetra. Pero eso forma parte de la diversión,
y cuando entra, me siento bien, todo se siente tan bien.

Con Leander follándome por delante, y el estímulo adicional del glande del
pene de Milo presionando para entrar...

—Deja que entren para nosotros, preciosa —dice Leander—. Sabes que
puedes con todos nosotros. El pene de Milo quiere entrar tanto como el mío,
sabes que a papi le encanta follarte desvergonzadamente, cielo.

Me estremezco con sus palabras, Leander nunca me decepciona, además de


la sensación, el lenguaje sucio siempre me excita más.

—Hora de cambiar posiciones —dice Leander—. Todo el mundo fuera.

Janus se queja, pero hace lo que dice su hermano. Mi vientre se contrae al


perder la sensación de tenerlo atravesado en mi esfínter anal. Pero luego mi
vagina también se siente vacía, después de tanta plenitud.

Pero Leander se mueve y ordena a sus hermanos que me lleven a mí


también. Veo que nos trasladamos al sofá bajo del rincón, cuyos asientos
son de felpa y el respaldo y las patas son de madera tallada.

Leander se sienta como si de un rey se tratase, en este trono, con el pene


apuntando hacia arriba para mí.

—Inclínate con una pierna levantada y sujétate del respaldo.

Veo lo que quiere que haga, y aunque no lo viera, sus dos hermanos están
ahí para ayudarme, y me facilitan la tarea de levantar una pierna.

Janus no pierde la oportunidad de azotarme el trasero, que sin duda ya está


rosado, bueno, lo cierto es que en realidad está al rojo vivo.

—Me encanta cómo se mueve —murmura Janus para sí.


—De acuerdo, Milo, vuelve a entrar por un lado —ordena Leander.

Milo lo hace, por el lado donde tengo la pierna levantada sobre el banco.
Milo me ayuda a colocar las manos en el respaldo del robusto sofá con
respaldo de madera tallada, y luego introduce su pene erecto y empieza a
penetrarme de nuevo.

Mientras tanto, Janus me agarra bruscamente por las caderas, escupe sobre
su pene y vuelve a penetrarme.

Expulso todo el aliento que llevo dentro.

Me siento tan bien, tan salvaje, y tan húmeda con mis propios fluidos.

—Quiero sentir cómo te corres sobre nosotros —dice Leander, y yo


parpadeo, solo lo he hecho un par de veces y nunca a petición.

—No vamos a parar de follarte hasta que te corras, concéntrate solo en tu


propio placer, contrayendo los músculos y ejerciendo presión ahí abajo,
muñeca.

Así que, perdida como siempre ante Leander cuando está en este modo tan
dominante, hago lo que me dice.

La isla en la que estamos desaparece, al igual que la habitación y cualquier


otra cosa tangible.

Solo estoy yo y mis tres esposos follándome, todos comiéndonos como


animales.

No somos el tipo de gente destinada a una dulce consumación en el lecho


matrimonial.

Uno de los atractivos de estar juntos es que podemos romper todas las
reglas, que podemos follar salvajemente, y que Leander puede ordenarme
que me corra...
Cierro los ojos y me concentro en las sensaciones. Siento tres pares de
manos sobre mi piel, pero no puedo distinguir de quienes son, me aprietan,
me pellizcan y me azotan.

El placer sube como la espuma. Amo el placer que vive al borde del dolor,
mi clítoris se agita bruscamente contra sobre los miembros de Leander y
Milo mientras me follan. Se deslizan hacia delante y hacia atrás con una
presión inmensa, tremenda.

Me rindo, y por fin dejo de luchar contra todo.

Solo existen ellos.

Solo existo yo.

Solo existe este momento.

El placer aumenta. Ya he tenido varios orgasmos, pero parece como si todos


hubieran conducido a este, a este enorme clímax que finalmente me saciará.

Si tan solo pudiera ir más allá de la cima.

Muevo las caderas hacia delante y hacia atrás para encontrarme con sus
ingles mientras entran y salen de mí a la vez.

Nos follamos unos a otros mientras mi mente se suelta y se libera como un


espiral.

Solo son mi cuerpo y lo que él quiere. El clímax está tan cerca, pero aún
fuera de mi alcance.

—¡Más fuerte! —grito por fin, ahora suplicante.

Janus me da un azote que hace que todo me tiemble.

—Mójanos ahora, empapa nuestros penes hasta que nos corramos contigo.
Grito mientras remonto la última montaña hacia el clímax, y mi visión se
nubla.

Y esto nunca iba a ser un clímax rápido y breve. Mi vientre se contrae y se


suelta, luego mis piernas comienzan a temblar y mi cuerpo se estremece de
pies a cabeza mientras el placer sigue y sigue y sigue...

Uno de ellos se corre dentro de mí, no estoy segura de quién. Entonces


Janus eyacula en mi ano, pero la humedad añadida y el saber que he hecho
que papi se corra solo hacen que me vuelva más ávida y me corra con más
éxtasis.

Debe de haber sido Milo el que se ha corrido en mí, porque Leander


empieza a moverse con más fuerza y a follarme con más intensidad que
nunca, con un brazo alrededor de Milo para inmovilizarlo, todavía duro
dentro de mí, lo que probablemente solo sea posible gracias al anillo.

Y Leander me folla, penetrándome con su pene junto al de Milo, que


también sigue ahí, y ay, ay, AY, DIOS... Eso no ha sido el punto álgido, o al
menos no el más alto…

Grito más fuerte, incluso más alto, hasta que el ruido desaparece y me
desplomo sobre todos ellos porque mi pierna ya no puede sostenerme.

Me sujetan y Leander sigue follándome hasta que, por fin, por fin, siento su
eyaculación, como una manguera que intenta apagar el fuego dentro de mí.

Y me corro y me corro y me corro.

Dura tanto que estoy llorando de la alegría y el placer, y todos nos


desplomamos uno encima del otro entre muchas sonrisas, entre
estremecimientos y fluidos compartidos.
Epílogo

MILO

DOS MESES después

ESTOY SENTADO en el porche viendo jugar a los niños.

El sol brilla en lo alto del cielo, y el jardín privado tiene mucha hierba verde
y un gran parque infantil que instalamos hace seis meses para los niños.

Diana se ríe mientras persigue a Paul a su alrededor, lo que hace que él se


muera de risa.

¿Quién iba a decir que la vida podía ser tan dulce?

Yo no, eso es seguro. Pero mírame, finalmente aquí, viviendo una buena
vida. Incluso para alguien como yo, que siempre creyó que en el fondo era
un pedazo de basura sin valor.

Pero al parecer, me lo merezca o no, el universo ha decidido regalarme la


felicidad y, por fin, una familia. Quizá no se trate de lo que realmente
merecemos o no. Quizá solo se trate de cómo tratamos a los que queremos
el día de hoy. Y si tenemos suerte y nos aferramos a aquellos que son
preciados para nosotros, con cariño, bondad y protección... los milagros son
posibles después de todo.

Oigo ruido detrás de mí en la casa y entonces se abre la puerta trasera.


Leander, Janus y Hope salen a la terraza trasera hablando animadamente.

El pequeño Paul viene corriendo hacia ellos.

—¡Mami, mami!

La única persona a la que ese niño adora tanto como a su hermana gemela
en todo este mundo es a su mamá.

Quiero decir, lo entiendo, yo también soy el niño de mami. Disimulo una


sonrisa mientras me pongo de pie y abrazo a Hope justo cuando Paul sube
las escaleras y le rodea las piernas con sus bracitos.

—¿Qué tal el médico, cariño? —le pregunto al oído.

—¡Cárgame! ¡Cárgame! —exige Paul.

Hope sonríe mientras se aparta de mí. Leander levanta a Paul en el aire y lo


sujeta al revés, de modo que mira hacia fuera, patalea y comienza a agitar
los brazos para alcanzar a Hope.

—¡Mamá!

Ella sacude la cabeza, se ríe y coge a Paul, que solo se alegra cuando está
en sus brazos.

—Vas a tener que madurar. —Leander se dirige a su hijo solemnemente—.


Mami va a tener las manos llenas pronto.

Luego se le escapa una sonrisa de oreja a oreja.


—Porque vas a ser hermano mayor.

—¿Qué? —Toso, sorprendido, y mis ojos se disparan hacia Hope.

Ella asiente, con una sonrisa de felicidad en el rostro.

—Es verdad. —Entonces se ríe, haciendo rebotar a Paul y balanceándolo


mientras baila en un pequeño círculo—. Por el tiempo que tiene, parece que
han embarazo a su esposa en la luna de miel.

Su mirada se fija en la mía y oigo lo que me dice.

Existe la posibilidad de que esta vez sea mío.

Parpadeo, doy un par de pasos hacia atrás y me siento con fuerza. Santo
cielos, no me malinterpreten. Los gemelos son increíbles, y son mis hijos
tanto como los de Leander y Janus, es solo que… bueno, se parecen a ellos,
tienen su ADN y sus gestos.

Saber que hay un treinta por ciento de posibilidades de que este bebé tenga
los míos… Bueno, no soy avaricioso y me siento agradecido incluso por la
oportunidad.

Me vuelvo a poner en pie inmediatamente y camino hacia Hope,


atrayéndola a mi pecho. Paul está un poco apretado entre nosotros y se ríe,
pensando que es un juego.

—¡Abrazo oso! —grita. Cada día tiene un vocabulario más amplio.

Con cuidado, le doy otro apretón y empiezo a hacerle cosquillas a Paul,


quien se ríe a carcajadas. Diana ya se ha acercado para ver de qué va todo
este alboroto.

Leander y Janus se sientan a tomar el té con Diana, que tiene su tetera fuera,
en la mesa, junto a nosotros. Me inclino para hacerle una pedorreta a Paul
en la panza, y se ríe como un loco.
Hope me frota la espalda cuando me levanto y no puedo resistirme a darle
un beso en los labios.

Y soy tan feliz rodeado de mi familia, lleno de alegría y con la promesa de


un futuro.
También por Stasia Black

R OMANCES DE HARÉN INVERSO

M ATRIMONIOS S ORTEADOS
Unidos para protegerla
Unidos para complacerla
Unidos para desposarla
Unidos para desafiarla
Unidos para rescatarla

Q UIÉN ES TU PAPI

Quién es tu papi
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Luna De Miel

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Acerca de Stasia Black

STASIA BLACK creció en Texas y recientemente pasó por un período de cinco años de muy bajas
temperaturas en Minnesota, y ahora vive felizmente en la soleada California, de la que nunca, nunca
se irá.

Le encanta escribir, leer, escuchar podcasts, y recientemente ha comenzado a andar en bicicleta


después de un descanso de veinte años (y tiene los golpes y moretones que lo prueban).

A Stasia le atraen las historias románticas que no toman la salida fácil. Quiere ver bajo la fachada de
las personas y hurgar en sus lugares oscuros, sus motivos retorcidos y sus más profundos deseos.
Básicamente, quiere crear personajes que por un momento hagan reír a los lectores y que después los
tengan derramando lágrimas, que quieran lanzar sus kindles a través de la habitación, y que luego
declaren que tienen un nuevo NLS (Novio de Libro por Siempre; o por sus siglas en inglés FBB
Forever Book Boyfriend).

Website: stasiablack.com

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