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Una guía bíblica para


manejar los conflictos
en su hogar

Ken Sande
con Tom Raabe

E)

PORTAVOZ
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de
calidad —con integridad y excelencia, desde una perspectiva bíblica y
confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: Peacemaking for Families O 2002 por Peacemaker Ministries
y publicado por Tyndale House Publishers, Carol Stream, Illinois 60188.
Traducido con permiso.
Edición en castellano: Paz en la familia O 2011 por Editorial Portavoz, filial
de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos
reservados.
Traducción: Rosa Pugliese
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser
reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos, o transmitida
en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la
excepción de citas breves o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas
de la versión Reina-Valera O 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; O
renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera
1960” es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada
solamente bajo licencia.

Los casos presentados en este libro no son reales. Se basan en la experiencia


del autor con sus clientes a través de los años. Cualquier parecido entre estos
personajes de ficción y personas reales es mera coincidencia.
EDITORA: PORTAVOZ
P.O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 USA
Visítenos en: www.portavoz.com

ISBN 978-0-8254-1840-2

120 o od LS ¿12h

Impreso en los Estados Unidos de América


Printed in the United States ofAmerica
CONTENIDO

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Parte 1: Las familias que pelean


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2 Tomo Mega a la raider cono oa Ad,
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Parte 2: El matrimonio pacificador


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Pa Oe e e 96

Parte 3: El conflicto en la familia


8 Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores ......... 115
O Cómo Dacer las paces con los AOS oo e a EST
10 Conflictos entre los miembros adultos de la familia ... 150

Parte 4: Cómo buscar ayuda


11. Ayuda para un matrimonio en conflicto. ............ 173
12. Pólizas de seguro para un matrimonio saludable...... 186

Apéndice A: Lista de verificación de un pacificador ............ 199


Apéndice B: Peacemaker Ministries: Historia y propósito. ....... 205
penales Larcrtizaila CAC e o to 207
MEE ES ARO A A E 216
O 219
PRÓLOGO

Mi familia ha demostrado ser el lugar perfecto que nos enseña a ser


pacificadores. Aunque nos amamos entrañablemente, nuestro contacto
diario crea el marco para el descontento y la irritación que, muchas
veces, da lugar a conflictos entre nosotros. De hecho, justo antes de
terminar este libro, mi hijo de ocho años me confrontó amorosamente
acerca de cómo estaba manejando un conflicto con mi esposa.
Igual que la mayoría de las personas, mi familia ha descubierto
que hay tres maneras de manejar los conflictos en la vida familiar nor-
mal. Podemos ser simuladores de la paz, y negar los problemas, tran-
sigir constantemente y volvernos distantes para con los miembros de
la familia. Podemos ser infractores de la paz, y valernos de la mani-
pulación, el sarcasmo o el enojo manifiesto para forzar a los demás a
ceder ante nuestros deseos. Ambos métodos pueden hacer estragos en
la familia, y rebajarla a una coexistencia superficial o a un campo de
batalla encarnizado.
Nuestra tercera opción es usar los conflictos de la vida familiar
para ser pacificadores, y recurrir a la gracia de Dios para practicar los
poderosos principios para la pacificación que Él nos ha dado en su Pala-
bra. Este método podría requerir mucho esfuerzo y cambio de nuestra
parte; pero es la forma más segura de preservar nuestro matrimonio y
ver a nuestra familia crecer en amor, carácter y testimonio cristiano.
Este libro tiene la misión de animarle y darle las herramientas para
que sea un pacificador en su familia. Como presidente de Peacemaker*
Ministries desde 1982, he puesto a prueba estos principios en cientos
de conflictos, que van desde familias aquejadas de problemas a divor-
cios llenos de resentimiento y pleitos judiciales multimillonarios. Más
importante aún, he tenido que practicar estos principios una y otra vez
en mi propia familia, que, como cualquier otra, lucha con el pecado y
los conflictos y está agradecida cada día por el poder de reconciliación
de Jesucristo.
Ya he descrito estos principios en mi libro, Pacificadores: Una guía
bíblica para la solución de los conflictos personales (Ediciones Las Amé-
ricas, edición 2007). Ese libro presenta un argumento comprensivo y
detallado de cómo resolver una amplia gama de conflictos, ya sea en la
familia, en el lugar de trabajo, en la iglesia o en la sala de un tribunal.
Y no obstante, es el manual principal de resolución de conflictos de
8 Prólogo

nuestro ministerio, que actualmente está capacitando a pacificadores,


reconciliadores y Conciliadores Certificados Cristianos'* alrededor del
mundo (véase Apéndice B).
En este libro, nos centraremos exclusiva y detalladamente en la
familia. Reflexionaremos en las promesas y mandatos de pacificación
de Dios para sobrellevar los conflictos que surgen entre esposos y espo-
sas, entre padres e hijos y entre familiares allegados.
En los capítulos 1-7, veremos maneras de resolver las disensiones
matrimoniales al identificar la raíz causante de nuestros conflictos y
ponerles fin mediante una confesión sincera, una confrontación amo-
rosa y un perdón genuino. En los capítulos 8-9 nos sumergiremos en
el maravilloso mundo de los conflictos con los hijos. Veremos métodos
creativos para resolver tensiones con y entre nuestros hijos, y también
estudiaremos la manera de usar los conflictos de la vida diaria como
oportunidades para enseñar a nuestros hijos a ser verdaderos pacifica-
dores con sus amistades, en su matrimonio y en su carrera profesional.
En el capítulo 10, ampliaremos nuestro enfoque y analizaremos los
retos y oportunidades de resolver los conflictos con los padres o her-
manos adultos. En el capítulo 11, veremos las ayudas disponibles para
un matrimonio aquejado de problemas. Finalmente, en el último capí-
tulo, identificaremos la manera de desarrollar escudos protectores en
nuestro matrimonio, que nos ayuden a prevenir o resolver conflictos
futuros que puedan destruir las relaciones más preciosas de nuestra
vida.
Como podrá ver, estos principios son notablemente simples y fáci-
les de comprender. ¡Otra cosa es ponerlos en práctica! Puede que nece-
sitemos bastante esfuerzo para dejar de lado nuestra manera antigua
de resolver los conflictos y adoptar la modalidad pacificadora de Dios.
Pero el esfuerzo, bien vale la pena. Cuando usted aprende a ser un paci-
ficador, puede proteger a su familia de los conflictos destructivos, pro-
fundizar su amor e intimidad con su cónyuge y brindar a sus hijos
un fundamento sólido para la vida. Más importante aún, puede ser un
testimonio vivo del poder de reconciliación de Jesucristo en el mundo.
Para la gloria de Dios y el bien de aquellos que usted ama, Tom y
yo esperamos, y oramos, que este libro le inspire y le enseñe a ser un
pacificador en su familia.
Ken Sande
Parte 1

LAS FAMILIAS
QUE PELEAN
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Matrimonio
implica
conflicto

Eran las siete y media de la tarde cuando Esteban abrió cuidadosa-


mente la puerta de su casa y entró sigilosamente. Se detuvo en el vestí-
bulo a la espera de señales de vida: su esposa, Julia, sentada en la sala
de estar leyendo o mirando TV, o sus hijos, Josué y Victoria, haciendo
la tarea escolar en la mesa del comedor. Al no ver a nadie, fue rápida-
mente hacia el pasillo que lo llevaba al refugio de la recámara principal.
Pero antes que terminara de escabullirse, Julia salió de la cocina, con
las manos en la cintura para impedirle el paso.
—;¡Por fin, llega a casa el señor! —dijo ella.
Esteban refunfuñó, y trató de desviarse para eludir a su esposa.
—Dijiste a las seis —dijo Julia mientras trataba de cerrarle el paso.
—Tuve un contratiempo.
—+Es la tercera vez en esta semana que tienes un contratiempo —dijo
ella con tono burlón y sarcástico.
—Llamaron de la compañía Hellman a las cinco y media. Son nues-
tros mejores clientes. ¿No esperarás que me fuera sin atenderlos, verdad?
—Tendrás que prepararte tu propia cena —dijo Julia rezongando.
—Me compré algo de camino a casa —dijo Esteban.
Esteban se hizo a un lado y pasó furtivamente junto a ella hacia la
recámara, mientras se aflojaba la corbata y caminaba con la esperanza
de que ella no lo siguiera. Si todo salía como él quería... o sea, si Julia no
12 Las familias que pelean

insistía en pasarle un informe detallado de las novedades del día acerca


de ella y de los niños, él se cambiaría de ropa rápidamente y entraría a
hurtadillas a su estudio para seguir trabajando. O se escaparía hasta el
garaje, donde, si no tenía nada que hacer, buscaría algo. Durante el mes
pasado había reorganizado el tablero de herramientas seis veces.
Cuando salió del vestidor, se estaba acomodando una camisa infor-
mal dentro de su pantalón vaquero. Julia estaba sentada en su tocador
frente a él.
—¿Adivinas qué pasó con tu hijo hoy? —dijo ella.
Él miró a Julia, que tenía los brazos cruzados de modo desafiante,
e hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Se sacó una calificación no muy buena en el examen de matemá-
ticas ayer.
—+¿Josué tuvo un examen de matemáticas ayer? —preguntó Este-
ban mientras se mostraba sorprendido.
—:¡Qué buen padre! —respondió Julia—. Hace tres días que viene
hablando de lo mismo.
—No me di cuenta —dijo Esteban.
Esteban se subió la cremallera, se abrochó el pantalón, y se sentó al
borde de la cama, una posición que indicaba interés de su parte, pero
también le permitía escabullirse de la escena tan pronto la conversa-
ción menguara.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Esteban.
—-En su cuarto. ¡Y más vale que esté estudiando matemáticas! —res-
pondió ella.
—¿No se esforzó para su examen? —preguntó Esteban.
—Evidentemente no. Nuestro hijo puede sacarse mejores califica-
ciones —respondió ella.
—Tal vez no entendió bien la lección —dijo él.
—Imposible. La estuvimos repasando juntos por dos horas ayer a
la noche —dijo ella.
—Bueno, tal vez, tuvo un mal día. Los niños también tienen días
malos, tú lo sabes. No puedes castigarlo por eso —dijo él.
—¿Por qué siempre te pones del lado de los niños en estas cuestio-
nes, Esteban? Ni siquiera sabías que Josué tenía un examen, ¿y ahora te
pones de su lado? —preguntó Julia.
En aras de la paz del hogar, Esteban no respondió nada.
—¿Y Victoria? —dijo él— ¿está en su cuarto también?
—Tú sabes que los jueves a la noche tiene clases de gimnasia —dijo
Julia ásperamente.
Matrimonio implica conflicto 13

—¡Ah! ¡Cierto! Los jueves a la noche tiene clases de gimnasia. A


veces me confundo —dijo él.
—Estaba de muy mal humor esta mañana cuando la llevé a la
escuela. Seguía malhumorada después de la escuela cuando la recogí
para llevarla a la clase de natación. Además se estuvo peleando con
Josué durante la cena. Y ni siquiera se despidió de mí cuando la señora
de López la pasó a buscar para ir a la clase de gimnasia.
Esteban se encogió de hombros en silenciosa impotencia.
—Estoy preocupada por ella —dijo Julia—. Ha estado muy hosca
últimamente.
—Bueno, a lo mejor está demasiado cansada. La tienes sobrecar-
gada con un montón de cosas.
—¡Ah! ¡Muy bien! —dijo Julia furiosamente—. Entonces, ¿ahora
soy yo la culpable? Solo estoy tratando de que desarrolle las habilidades
que Dios le ha dado en todas las actividades que pueda. Siempre pensé
que era algo bueno.
—Solo estoy diciendo que parece que todas las noches tiene una
actividad —dijo Esteban.
Julia se levantó y dijo:
—Y yo solo estoy diciendo que sería de gran ayuda si pudiera con-
tar con tu apoyo con los niños. O, al menos, que estuvieras cerca de vez
en cuando para hablar de la vida y la crianza de los niños.
—Tú sabes que últimamente he estado muy ocupado en el trabajo,
Julia —exclamó él.
—No puedo recordar un día que no estuvieras ocupado —dijo ella.
—Es que, ha sido una locura en el trabajo —dijo él.
—Dime una cosa, Esteban. Por favor, dime, ¿cuándo dejará de ser
una locura en el trabajo? ¿La semana que viene? ¿La próxima? ¿La
siguiente? ¿Cuándo? —preguntó ella.
Esteban no tenía respuesta.
—Siempre es una locura en el trabajo, Esteban. Tanta locura que
no tienes tiempo para tu familia. Llegas a casa a las siete y media de la
tarde... con suerte. Y cuando estás en casa, es como si no estuvieras.
Si tu mente no está en algún proyecto laboral, corres al estudio para
seguir trabajando apenas llegas a casa o te vas rápidamente al garaje
para hacer quién sabe qué. Tengo que acorralarte en el dormitorio para
poder hablar contigo.
Esteban hizo una pausa para reunir fuerzas. Cuando ella atacaba su
trabajo, lo atacaba a él, y él no lo toleraría... con paz o sin paz.
—Yo trabajo duro, Julia —dijo él, alzando la voz— porque eso es lo
14 Las familias que pelean

que Dios me ha llamado a hacer. Para ti es un delito que yo esté dedi-


cado a mi trabajo. Ambos deberíamos darle gracias al Señor que me
haya dado una profesión que sé desempeñar bien y disfruto.
—No, el delito es que ignores a tu esposa y a tus hijos. Dios no te
está pidiendo que estés tan absorto en el trabajo que ni siquiera nos
prestes atención a nosotros. Eso es un delito, Esteban —dijo ella.
Esteban se puso de pie bruscamente, apuntó a su esposa con el
dedo y le dijo:
—Bien, no escuché ninguna queja cuando te compré la minivan
nueva. Y el nuevo juego de sala... ¿de dónde crees que salieron los cua-
tro mil dólares para comprar eso?
—Todo lo que nosotros queremos es un poco de tu preciado tiempo,
Esteban. Tan solo una mínima parte de tu atención —dijo ella.
—Y también quieres los gastos de escolaridad de los niños. Y las
matrículas de todas esas cosas —Esteban por poco dice la palabra con
desdeño—, en las que los metiste. ¡Y la ropa! ¡Y el dinero para los gastos!
—¿Y quién crees tú que está criando a estos niños? ¿Y los lleva a
todas sus actividades? ¿Y se interesa en sus...
—¡Esa es la cuestión, Julia! —ahora Esteban estaba gritando—. Tú
no estarías haciendo todo eso sin mi sueldo.
—Bien, tal vez, deberíamos comenzar a ignorarte a ti también, así
como tú nos ignoras a nosotros —le contestó Julia gritando también.
—Si hicieras eso, sin duda sería más feliz —dijo él.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella.
—Me persigues todo el tiempo. ¡Me atosigas y me fastidias! —res-
pondió él.
—Bueno, todo lo que puedo decir es que como padre cristiano,
dejas mucho que desear —dijo ella.
Esteban se dirigió hacia la puerta del dormitorio.
—De hecho, voy a dejar que empieces a ignorarme ahora mismo
—le respondió él, y salió rápidamente por el pasillo.
—¿A dónde vas? —le preguntó Julia mientras iba detrás de él.
—Afuera —le respondió él.
—¿A dónde? —le preguntó ella.
—A cualquier lugar donde no estés tú —respondió Esteban mien-
tras cruzaba la puerta de casa.

Conflictos como éstos no eran lo que Esteban y Julia tenían en mente


cuando contrajeron matrimonio hace doce años. Ambos eran cristianos
Matrimonio implica conflicto 15

y consideraban que la vida matrimonial era una bendición de Dios para


la raza humana, y abrigaban la esperanza de tener un hogar en paz. Este-
ban había soñado con ser el principal sostén de la familia y un esposo
cariñoso, parte integral de una familia muy unida, que les brindara apoyo
a su esposa y sus hijos. Julia había imaginado que sería una esposa cari-
ñosa y comprensiva, que respaldaría a su esposo en su vocación y partici-
paría activamente —y significativamente— de la vida diaria de sus hijos.
Ellos eran como millones de parejas cristianas que se embarcan en
el compromiso matrimonial para toda la vida. Pero, como muchas otras
parejas, en algún punto de su vida matrimonial surge el conflicto que
empaña su perspectiva de un futuro feliz.
Al principio, sus conflictos eran medianamente insignificantes,
y podían perdonarse uno al otro, ya que contaban con la reserva de
buena disposición que Dios le da a la mayoría de los recién casados. Pero
cuando esa reserva se acabó, sus conflictos se volvieron más intensos
y el daño más difícil de reparar. A veces, terminaban en discusiones y
gritos, y se decían cosas que nunca hubieran imaginado poder decir, y se
causaban heridas que parecía que nunca podrían sanar. Otras veces, se
intercambiaban comentarios sarcásticos de una manera más moderada,
se evitaban uno al otro por el resto del día y, a la noche cuando se iban a
la cama, cada uno se giraba para su lado, en distanciamiento y silencio.
En ambos casos, cuando se despertaban a la mañana siguiente, sen-
tían que el conflicto de la noche anterior todavía seguía en el aire. Para
evitar la contaminación del ambiente, se mantenían distantes uno del
otro, y hablaban de asuntos inofensivos y temas triviales, y simulaban
que nada había pasado la noche anterior. Con el paso del tiempo, Julia
se fue llenando de temor y frustración, y Esteban raras veces hablaba
de sus sueños con su esposa. Ambos sabían que la intimidad que había
bendecido su matrimonio en un principio, se había esfumado.
Su matrimonio se había convertido en un auténtico infierno. A
veces estaba cargado de ira e intensidad; otras veces era relativamente
correcto, incluso extrañamente tranquilo (hay cierta tranquilidad en
la rutina y cuando se sabe qué esperar, aunque sea destructivo). No
obstante, era un infierno, y cada día se parecía menos al matrimonio de
sus sueños. Ninguno de ellos sabía cómo impedir que su matrimonio
se fuera cuesta abajo.

LA LOMA RESBALADIZA DEL CONFLICTO


Lamentablemente, las respuestas de Esteban y Julia al conflicto son
demasiado comunes entre las parejas de casados, incluso cristianas. A
16 Las familias que pelean

pesar de su fe, habían desarrollado el hábito de reaccionar al conflicto


de manera destructiva y poco bíblica.
El ser humano responde al conflicto de tres maneras básicas. Estas
respuestas podrían representarse con la figura de una curva o “loma
resbaladiza”, que se asemeja a una cuesta congelada con sus dos lados
en total declive. Del lado izquierdo de la cuesta se encuentran las res-
puestas de escape, del lado derecho se encuentran las respuestas de
ataque, y en lo alto se encuentran las respuestas de paz.'

Las respuestas de escape


Las respuestas de escape y ataque casi siempre son destructivas para la
relación. Las respuestas de escape frente al conflicto son las preferidas
de aquellos que están más interesados en evitar un conflicto que en
resolverlo. Las respuestas de escape generalmente son hacia adentro; a
menudo tienen que ver “con uno mismo”. Los que escapan, están bus-
cando lo fácil, conveniente o agradable para ellos mismos. A menudo
temen la confrontación. Por lo general, están más preocupados por las
apariencias que por la realidad, y se podría decir que son “simuladores
de la paz”.
Hay tres clases de respuestas de escape, cada una más grave que la
otra. Muchas personas son propensas a negar la realidad. Simplemente
simulan que no existe el problema, o se niegan a tratar de resolver el
problema debidamente. El alivio que la negación trae casi siempre es
temporal. Si los problemas no se resuelven debidamente, por lo general,
a la larga empeoran.
Cuando la negación no funciona, a menudo las personas deciden
huir. Se dan media vuelta y se evaden del conflicto; entonces, huyen a
un garaje, terminan con una amistad, renuncian a un trabajo, cambian
Matrimonio implica conflicto 17

de iglesia o, dentro del marco de la familia, piden el divorcio. Huir es


legítimo en situaciones extremas cuando se corre el grave peligro de
sufrir daños, tales como el abuso físico o sexual y, por el momento,
no se puede resolver constructivamente el problema. Sin embargo, en
la mayoría de los casos, huir solo pospone la solución adecuada del
problema.
Trágicamente, algunas personas pierden toda esperanza de resolver
un conflicto y buscan una forma de escape extrema: el suicidio. Sobra
decir que este método de resolver los conflictos nunca es el correcto.

Las respuestas de ataque


Del otro lado de la loma resbaladiza, encontramos las respuestas de
ataque al conflicto. Estas respuestas son las que emplean aquellos que
están más interesados en ganar una pelea que en preservar una rela-
ción. El conflicto para estos individuos es la oportunidad de defender
sus derechos, controlar a otros, o tomar ventaja de su situación. Es
interesante notar que no solo los individuos fuertes y seguros son los
que optan por este modo de “resolver” los conflictos, sino también los
débiles, inseguros y vulnerables. Los que atacan no se enfocan en “sí
mismos” como los que se escapan, sino en “el otro”, ya que culpan a su
cónyuge y esperan que él o ella resuelva el problema. Los que atacan a
menudo son los “infractores de la paz”, dispuestos a sacrificar la rela-
ción y la armonía del hogar para conseguir lo que desean.
Hay también tres clases de respuestas de ataque. La agresión, la
primera respuesta de ataque, por lo general, consta de ataques verbales
entre los que se incluyen: criticar despiadadamente, acosar o fastidiar,
denigrar, decir palabras duras o amenazadoras. Trágicamente, a veces
también llega a incluir agresividad física. Ya sean respuestas de ataque
verbal o físico, siempre empeoran el conflicto.
El litigio —llevar el asunto ante el tribunal— es otra respuesta de
ataque que los cristianos usan a menudo, si bien la Biblia prohíbe la
acción de demandarse judicialmente uno al otro (1 Co. 6:1-8). El litigio
puede implicar la batalla por la herencia de un padre, una demanda de
divorcio o una querella legal interminable por el régimen de visitas o
la custodia de un niño. El sistema legal puede causar estragos sobre las
relaciones personales, y los niños a menudo son los que más sufren.
El asesinato es la respuesta de ataque más extrema. Aunque la
mayoría de los cristianos no asesinaría a alguien físicamente, muchos
suelen cometer otra clase de asesinato. En Mateo 5:21-22, Jesús enseña
que si albergamos odio o rencor en nuestro corazón hacia otra persona,
18 Las familias que pelean

a los ojos de Dios, somos culpables de asesinato. En base a esta defini-


ción, muchos de los conflictos que'surgen en los hogares cristianos dan
lugar a repetidos asesinatos. Sin arrepentimiento, esta serie de “asesi-
natos” acaba muchas veces con un matrimonio.
En los conflictos prolongados, muchas personas vacilan y oscilan
entre respuestas de ataque y respuestas de escape. Puede que al princi-
pio busquen escaparse pero, cuando se sienten acorraladas o atacadas,
dan la vuelta a la situación y pasan a ocupar la zona de ataque. Puede
que otros, inicialmente, asuman la modalidad de ataque; pero cuando
se les provoca o contraataca, levantan las manos y se repliegan. Lamen-
tablemente, no es atípico ver en una pareja casada que vayan alter-
nando una y otra vez entre estas respuestas de ataque y escape, que dan
lugar a la danza angustiosa del conflicto destructivo.
En la ilustración anterior, Esteban podría llegar a tener una vaga
idea de que Julia y él están en problemas, pero para él es algo remoto.
Para Esteban es “ojos que no ven, corazón que no siente”. Cuando él
está en la oficina, el problema está a kilómetros de distancia, tanto física
como mentalmente. Regresar a casa del trabajo implica tener que volver
a pensar en el problema. Y cuando su esposa se lo echa en cara, él trata
de ignorarlo. Solo le contesta cuando pone en entredicho su trabajo.
Julia, por otro lado, asume fácilmente la modalidad de ataque, por-
que ella es la que está viviendo a diario con el conflicto. Toda su vida
gira alrededor de sus hijos, con quienes está constantemente, y cuando
se portan mal o no le hacen caso, ella reacciona de manera extrema y
precipitada. Y de ese modo adopta una postura agresiva para con su
esposo. Ella quiere que el conflicto se resuelva a su favor, o al menos
tener un alivio en medio de su caos diario. Solo cuando ve que la dis-
cusión no da fruto y que, en realidad, asume un patrón repetitivo —
Esteban no solo se niega a ceder, sino que además entra en pleito—,
entonces ella escapa.
Las parejas atrapadas en el ciclo de ataque y escape pagan un alto
precio. Pierden gran cantidad de tiempo y esfuerzo en sus peleas y,
debido a eso, terminan agotadas emocional y físicamente. No logran
encontrar soluciones duraderas a sus dificultades. Por lo general, hay
un daño “colateral” severo: a menudo, sus hijos, amigos cercanos y
familiares también sufren. Y el resultado final, cuando llega, es casi
siempre negativo. Al menos uno de los cónyuges, y muchas veces
ambos, descubren que la solución es insatisfactoria. En resumen, las
parejas que responden al conflicto con escape y ataque, por lo general,
pierden intimidad y se distancian cada vez más.
Matrimonio implica conflicto 19

Las respuestas de los pacificadores


La buena noticia es que hay una tercera manera de manejar el conflicto,
una manera mejor. Esta manera no tiene que ver con “uno mismo”,
como en el escape, ni con “el otro”, como en el ataque; sino con “ambos”.
En vez de ser “simuladores de la paz” o “infractores de la paz”, de esta
manera somos “pacificadores”. Y su resultado no es el fin de la relación,
sino la sanidad y el fortalecimiento de ésta. A continuación haré una pre-
sentación breve de estas respuestas, luego las veremos en más detalle en
los capítulos siguientes.
Regresando a nuestra ilustración de la loma resbaladiza, vemos que
de izquierda a derecha, en la cúspide de la loma, están las tres respues-
tas personales de los pacificadores. En la mayoría de las situaciones, las
parejas podrían tener estas respuestas de manera personal y privada,
sin la intervención de otros.
Primero, se podría resolver el conflicto de una manera simple y
consciente, al pasar por alto la ofensa y perdonar inmediatamente.
Muchas discusiones son tan insignificantes que deberían resolverse de
esta manera; una manera que la Biblia recomienda (véase Pr. 12:16;
17:14; 19:11).
Sin embargo, algunos conflictos son demasiado importantes para
pasarlos por alto. Cuando están en juego asuntos importantes, ya sean
personales o relacionales, deberíamos resolverlos mediante el diálogo,
es decir, una confesión o confrontación amorosa. Esto, a su vez, abre
la puerta para el perdón y la reconciliación. Jesús habla en repetidas
ocasiones de este método para resolver los problemas interpersonales
(véase Mt. 5:23-24; 7:3-5; 18:15).
Cuando una discusión tiene que ver con asuntos substanciales,
como los relacionados con el dinero, la propiedad u otros derechos,
entonces deberíamos incurrir en la negociación. Esto implica conversar
acerca de las inquietudes e intereses de cada parte, y trabajar juntos
para encontrar una solución mutuamente satisfactoria (véase Fil. 2:4).
Lamentablemente, no todas las discusiones pueden resolverse en
privado; algunas, después de reiterados esfuerzos infructuosos en pri-
vado, requieren la participación de otras personas de la iglesia o comuni-
dad. Hay tres maneras de conseguir ayuda para resolver las diferencias.
En primer lugar, podría buscar consejería individual de un conse-
jero espiritualmente maduro, que sea capaz de ayudarle a encontrar la
manera más eficaz de comunicarse con su cónyuge e incluso resolver
sus diferencias en privado (Pr. 13:10). Segundo, usted y su cónyuge
podrían buscar consejería o mediación conjunta, que implicaría reunirse
20 Las familias que pelean

juntos con uno o más consejeros, que les ayuden a comunicarse y


encontrar soluciones lógicas a susdiferencias (Mt. 18:16). Tercero, si su
cónyuge no responde a la consejería y persiste en un comportamiento
pecaminoso, que amenaza su matrimonio, podría apelar a su iglesia
para que ejerza una disciplina eclesiástica redentora que promueva el
arrepentimiento y restaure su relación (Mt. 18:17).
q ax

Como indican los versículos de las Escrituras anteriormente cita-


dos, el mandato de Dios es de no resolver nuestros conflictos por la vía
del escape o el ataque, que casi siempre dan lugar a relaciones heridas o
resquebrajadas. En cambio, en su misericordia, nos enseña respuestas
pacificadoras poderosas, que podemos usar para resolver los conflictos
cotidianos que surgen en nuestra familia.
Pero Dios hace más que tan solo establecer un proceso para resol-
ver los conflictos. Él se deleita en trabajar en nosotros y a través de
nosotros cuando confiamos en sus promesas y obedecemos su mandato
de ser pacificadores. Al mismo tiempo, está profundamente comprome-
tido en ayudarnos a entender la raíz causante de nuestros conflictos y
cambiar las actitudes y hábitos que amenazan nuestras relaciones. En
resumen, Dios está deseoso de manifestar las maravillas del evangelio
en medio de nuestros conflictos matrimoniales y familiares, de modo
que pueda revelar el poder transformador de su Hijo, Jesucristo.
En los capítulos siguientes, veremos maneras de depender de este
poder para poner en práctica los principios pacificadores de Dios, y así
resguardar nuestras preciadas relaciones familiares y dar gloria y honor
al Señor.

EVALUACIÓN PERSONAL
Si usted quiere crecer como pacificador, necesita pensar sinceramente
en su manera de responder naturalmente al conflicto. Puede comenzar
por reflexionar en las siguientes preguntas. Si quiere realizar una mejor
evaluación personal, comente sus respuestas con su cónyuge y pídale
que le exprese una opinión sincera al respecto. Esto podría suscitar
algunas revelaciones desagradables, pero también puede mostrarle en
qué ámbitos de su vida necesita crecer. Si usted responde a las opinio-
nes y sugerencias de su cónyuge con humildad, ella/él podría sentirse
inspirado a realizar un proceso similar de autoevaluación.
Matrimonio implica conflicto 21

Cuando usted era niño, ¿cómo acostumbraban a responder sus


padres a los conflictos? (Mencione específicamente una o más de
las respuestas representadas en la loma resbaladiza). ¿Cómo se ha
transmitido a su vida la manera en que sus padres respondían al
conflicto?
Si alguien le preguntara a su cónyuge cuál de las respuestas repre-
sentadas en la loma resbaladiza del conflicto usa usted normal-
mente, ¿qué diría? ¿Qué dirían sus hijos?
Piense en un conflicto reciente con su cónyuge o sus hijos, que no
manejó tan bien como hubiera deseado. Describa la progresión del
conflicto, según las respuestas específicas representadas en la loma
resbaladiza del conflicto. ¿Qué cree que sintieron su cónyuge o sus
hijos como resultado de sus diferentes respuestas? ¿Cómo reaccio-
naron ellos ante sus respuestas?
Cuando usted tiene un conflicto con personas que no forman parte
de su familia, ¿responde de manera diferente? Si es así, ¿por qué? Si
su familia nota una diferencia, ¿qué piensa que siente su familia?
Cuando sus hijos ven su ejemplo, ¿están aprendiendo a responder
al conflicto como pacificadores o como simuladores o infractores
de la paz? ¿Qué quiere hacer en el futuro, con la ayuda de Dios,
para ser un mejor ejemplo para ellos?
Cómo llegar a la
raíz del conflicto

Hace meses que la relación de Esteban y Julia está yendo cuesta abajo.
Cada vez que Esteban logra desconectarse del trabajo, trata de ser com-
prensivo con su esposa cuando ella se queja de su vida o de sus hijos. Pero
a menudo termina por excusar a los niños o por quejarse por la manera
que Julia los trata. Esto hace que Julia se ponga a la defensiva y se enoje.
¿Cómo puede ser tan comprensible con los niños y tan crítico con ella?
A veces, ella estalla en lágrimas y huye; pero, por lo general, se queda y
pelea, y saca a colación las fallas de Esteban como esposo y padre.
El primer paso para detener la caída cuesta abajo de su relación es
que reconozcan que están manejando el conflicto de manera destruc-
tiva. Esteban debe reconocer que tiene aversión por la confrontación,
motivo por el cual trata con frecuencia de evitar el conflicto y negar la
realidad. Julia debe enfrentar el hecho de que, si bien es más propensa
a hablar de los problemas con total franqueza, su sarcasmo a menudo
precipita una conversación tensa, incluso colérica. Y ambos deben reco-
nocer que una vez que dan rienda suelta a su enojo contra el otro, sue-
len dejar de buscar una solución y se escapan mutuamente mediante la
negación o la huida.
Sería maravilloso si tan solo pudieran renunciar a esos hábitos
y decidieran responder al conflicto de una manera tolerante y cons-
tructiva. Pero no es tan fácil. Para poder ser libre de ese patrón en el
que han caído, necesitan entender por qué reaccionan al conflicto de la
manera en que lo hacen.
Jesús nos da una palabra clara sobre este asunto. Durante su minis-
Cómo llegar a la raíz del conflicto 23

terio terrenal, un joven se acercó al Señor y le pidió que resolviera la


disputa de una herencia con su hermano. “Mas él le dijo: Hombre,
¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo:
Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no con-
siste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:13-15).
Este pasaje nos revela un patrón humano común. Cuando estamos
frente a un conflicto, tendemos a centrarnos fanáticamente en lo que
nuestro agresor ha hecho mal o lo que debería hacer para enmendar las
cosas. En cambio, Dios siempre nos llama a enfocarnos en lo que sucede
en nuestro propio corazón cuando tenemos diferencias con otros. ¿Por
qué? Porque nuestro corazón es la fuente de todos nuestros pensamien-
tos, nuestras palabras y nuestras acciones y, por consiguiente, la fuente
de nuestros conflictos. “Porque del corazón salen los malos pensamien-
tos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los fal-
sos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19).
El rol central del corazón en el conflicto se describe gráficamente
en Santiago 4:13. Si entiende este pasaje, encontrará la clave para pre-
venir y resolver los conflictos.

“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?


¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros
miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y
no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que
deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal,
para gastar en vuestros deleites”.

Este pasaje describe la raíz causante del conflicto destructivo. Los


conflictos surgen de los deseos no satisfechos de nuestro corazón.
Cuando sentimos que no podemos estar satisfechos a menos que ten-
gamos algo que deseamos o pensamos que necesitamos, el deseo se
convierte en una exigencia. Si alguien no suple ese deseo, lo condena-
mos en nuestro corazón y discutimos y peleamos para conseguir lo que
deseamos. En resumen: el conflicto surge cuando el deseo se convierte
en una exigencia y juzgamos y castigamos a aquellos que se interponen
en nuestro camino. Veamos esta progresión paso a paso.

LA PROGRESIÓN DE UN ÍDOLO'
Deseamos
El conflicto siempre comienza con algún tipo de deseo. Algunos deseos
son malos por naturaleza, como el caso de la venganza, la lascivia o la
24 Las familias que pelean

avaricia. Pero muchos deseos, en sí, no son malos. Por ejemplo, no hay
nada malo por naturaleza en desear cosas como la paz y la calma, un
hogar limpio, una computadora nueva, el éxito profesional, una rela-
ción íntima con su cónyuge o hijos respetuosos.
Si un buen deseo, como desear una relación íntima con su cónyuge,
no se cumple, es perfectamente legítimo hablar de ello con su cón-
yuge, como trataremos en el capítulo 5. Al hablar, podrían descubrir la
manera en que cada uno pueda cumplir los deseos del otro, y ambos se
beneficien mutuamente. De lo contrario, podría ser apropiado buscar
ayuda de su pastor o un consejero cristiano que les ayude a comprender
sus diferencias y fortalecer su matrimonio (ahondaré sobre esto en el
capítulo 11).
Pero ¿qué sucede si su cónyuge nunca cumple uno de sus deseos en
particular, y no está dispuesto a conversar de eso en detalle con usted
u otra persona? Aquí es donde se encuentra en una encrucijada. Por un
lado, puede confiar en Dios y buscar la satisfacción en Él (Sal. 73:25).
Usted puede pedirle que le ayude a seguir creciendo y madurando, sin
importar qué haga su cónyuge (Stg. 1:2-4). Y puede seguir amando a su
cónyuge y orar para que Dios lleve a cabo su obra de santificación en
la vida de él o ella (1 Jn. 4:19-21; Lc. 6:27-28). Si usted hace esto, Dios
promete bendecirlo y usar su situación difícil para conformarlo a la
imagen de Cristo (Ro. 8:28-29).
Por otro lado, puede pensar obsesivamente en su decepción y per-
mitir que ésta controle su vida. Al final, terminará sintiendo lástima de
sí mismo y amargura hacia su cónyuge. En el peor de los casos, puede
destruir su matrimonio. Veamos cómo evoluciona esta cuesta abajo.

Exigimos
Los deseos insatisfechos tienen el potencial de arraigarse cada vez más
en nuestro corazón. Esto sucede especialmente cuando llegamos a ver
un deseo como algo que necesitamos o merecemos, y por lo tanto, debe-
mos tenerlo para sentirnos felices o realizados. Hay muchas maneras de
justificar o legitimar un deseo.
E “Trabajo duro toda la semana. ¿Acaso no me merezco un poco de
paz y tranquilidad cuando llego a casa?”.
1 “Tengo dos trabajos para pagarte los estudios; me merezco tu
respeto y aprecio”.
“Paso horas y horas administrando el presupuesto de la familia;
realmente necesito una computadora nueva”.
y “La Biblia dice que deberíamos ahorrar para estar preparados
Cómo llegar a la raíz del conflicto 25

frente a los imprevistos; necesitamos ajustar nuestro presupuesto


para poder ahorrar más”.
Ñ “Dios me ha dado el don de hacer negocios, y Él me llama a
trabajar duro para sostener a nuestra familia. Me merezco más
apoyo de tu parte”.
1 “Las Escrituras dicen que un esposo y una esposa deberían estar
completamente unidos en amor. Necesito tener más intimidad
contigo”.
Ñ “Solo quiero lo que Dios ha ordenado: hijos que aprendan a
respetar a sus padres y usar al máximo los dones que Dios les ha
dado”.
Hay un elemento de legitimidad en cada una de estas declaracio-
nes. El problema es que si nuestro deseo no se cumple, estas actitudes
pueden llevarnos a entrar a un ciclo vicioso. Cuanto más queremos
algo, más pensamos en ello como algo que necesitamos y merecemos. Y
cuanto más pensamos que nos merecemos eso, más nos convencemos
de que no podemos ser felices y estar seguros sin eso.
Cuando vemos nuestro objeto del deseo como algo esencial para
nuestra satisfacción y bienestar, pasa de ser un deseo a una exigencia.
Entonces, “desearía poder tener esto” pasa a ser “¡debo tener esto!”.
Aquí es donde comienza el problema. Aunque el deseo inicial no fuera
malo por naturaleza, se ha hecho tan fuerte que comienza a controlar
nuestros pensamientos y nuestra conducta. En términos bíblicos, se ha
convertido en un “ídolo”.
La mayoría de nosotros piensa que un ídolo es una estatua de
madera, piedra o metal que los paganos adoran. Pero el concepto es
mucho más amplio y mucho más personal que eso. Un ídolo es cual-
quier cosa, que no sea Dios, de la cual depende nuestra felicidad, satis-
facción o seguridad. En términos bíblicos, es algo, fuera de Dios, que
anhelamos (Lc. 12:29), nos motiva (1 Co. 4:5), nos domina o nos con-
trola (Sal. 119:133; Ef. 5:5) o que tememos, servimos o en lo cual con-
fiamos (Is. 42:17; Mt. 6:24; Lc. 12:4-5). En resumen: es algo que amamos
y buscamos en lugar de Dios (Fil. 3:19).
Dado su efecto dominante en nuestra vida, un ídolo también puede
llamarse un “dios falso” o un “dios funcional”. Como escribió Martín
Lutero: “Un “dios” es todo aquello a lo cual acudimos para recibir algo
bueno o encontrar refugio en la necesidad. Tener un “dios' no es otra
cosa que confiar y creer en él de corazón... Todo aquello a lo cual le
entregamos el corazón y confiamos con todo nuestro ser, eso, digo yo,
es realmente nuestro dios”.?
26 Las familias que pelean

Hasta los mejores cristianos luchan con la idolatría. Podemos creer


en Dios y decir que queremos servirle solo a Él, pero en ocasiones per-
mitimos que otras influencias nos gobiernen. En este sentido, no nos
diferenciamos en nada de los antiguos israelitas: “Así temieron a Jehová
aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también
sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta
hoy” QR. 17:41).
Es importante resaltar el hecho de que los ídolos pueden surgir
tanto de los buenos deseos como de los malos deseos. A menudo el
problema no es lo que queremos, sino que lo queremos demasiado. Por
ejemplo, no es irrazonable que un hombre quiera tener una relación
sexual apasionada con su esposa o que una esposa quiera tener una
comunicación franca y sincera con su marido, o que ambos quieran
tener una cuenta de ahorros en continuo aumento. Estos son buenos
deseos; pero si se transforman en exigencias que deben cumplirse para
que cada uno de los cónyuges se sienta satisfecho y realizado, pueden
terminar por producir amargura, resentimiento o autocompasión, y
destruir el matrimonio.
¿Cómo podemos discernir cuándo un buen deseo podría estar con-
virtiéndose en una exigencia pecaminosa? Podríamos comenzar por
reflexionar en oración y hacernos preguntas que tengan la capacidad de
penetrar y revelar la verdadera condición de nuestro corazón:
E ¿Qué me preocupa? ¿Qué es lo primero que pienso por la mañana
y lo último que pienso por la noche?
E. ¿Cómo completaría el espacio en blanco: “Si tan solo
entonces me sentiría feliz, realizado y seguro”?
1 ¿Qué deseo preservar o evitar a toda costa?
1 ¿Dónde tengo puesta mi confianza?
1 ¿Qué temo?
¡ Cuando no se cumplen algunos de mis deseos, ¿siento frustración,
ansiedad, resentimiento, amargura, enojo o depresión?
E” ¿Hay algo que desee tanto que esté dispuesto a decepcionar o
lastimar a otros con el fin de obtenerlo?
Al escudriñar su corazón en busca de ídolos, encontrará con fre-
cuencia varias capas de ocultamiento, disimulo y justificación. Como
mencioné anteriormente, uno de los mecanismos de encubrimiento más
sutiles es argumentar que solo queremos lo que Dios mismo ordena.
Por ejemplo, una madre podría desear que sus hijos fueran res-
petuosos y obedientes con ella, buenos entre ellos y diligentes en el
desarrollo de sus dones y talentos. Y podría respaldar cada una de sus
Cómo llegar a la raíz del conflicto 27

aspiraciones con un versículo específico que muestre que el mismo


Dios desea tales comportamientos.
Cuando ellos no cumplen con sus aspiraciones, incluso después
de haberles repetido las palabras de incentivo o corrección, ella podría
sentirse frustrada, enojada o resentida. Entonces, necesita preguntarse:
¿Por qué me siento así? ¿Es justo que me enoje porque ellos no están
viviendo conforme a lo que Dios enseña? ¿O es egoísmo por mi parte
enojarme porque ellos no me permiten tener el día tranquilo, produc-
tivo y sin problemas, como yo quiero?
En la mayoría de los casos será una mezcla de ambos. Parte de ella
quiere realmente ver a sus hijos amar y obedecer a Dios de todas las
maneras posibles, tanto para la gloria de Dios como para el bien de
ellos. Pero otra parte de ella está motivada por el deseo de su propia
comodidad y conveniencia. ¿Qué deseo está realmente dominando su
corazón y sus reacciones?
Si lo que domina el corazón de la madre es un deseo que está cen-
trado en Dios, su respuesta a la desobediencia de sus hijos debería
caracterizarse por la disciplina de Dios hacia ella. “Misericordioso y
clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia” (Sal.
103:8). Al imitar a Dios, su respuesta se alineará con las pautas correc-
tivas que se encuentran en Gálatas 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sor-
prendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con
espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú
también seas tentado”. En otras palabras, aunque su disciplina podría
ser directa y firme, vendría acompañada de bondad y amor, y no dejaría
rastros de resentimiento o falta de perdón.
Por otro lado, si su deseo de comodidad y conveniencia se ha
convertido en un ídolo, su reacción a sus hijos será muy diferente. Se
caracterizará por un vivo enojo así como por palabras hirientes o una
disciplina innecesariamente dolorosa. Puede que sienta amargura o
resentimiento, por no poder ver sus deseos cumplidos. E incluso des-
pués de disciplinar a sus hijos, podría persistir en su frialdad hacia
ellos para extenderles su castigo, y advertirles que no la vuelvan a hacer
enojar. Si este último grupo de actitudes y acciones caracteriza siempre
sus respuestas, es una señal de que su deseo de tener hijos piadosos se
haya convertido, probablemente, en una exigencia idólatra.

Juzgamos
Otra señal de idolatría es la tendencia a juzgar a los demás. Cuando no
satisfacen nuestros deseos y no cumplen con nuestras expectativas, los
28 Las familias que pelean

criticamos y condenamos en nuestro corazón, si no con nuestras pala-


bras. Como escribe Dave Powlisen:

Juzgamos a otros —criticamos, le encontramos defecto a todo,


fastidiamos, atacamos, condenamos— porque jugamos, literal-
mente, a ser Dios. Esto es aborrecible. [La Biblia dice:] “Uno
solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú,
¿quién eres para que juzgues a otro?” Nada menos que un aspi-
rante a Dios. En esto nos volvemos como el mismo diablo (no
es extraño que el diablo se mencione en Santiago 3:15 y 4-7).
Actuamos exactamente como el adversario, que busca usurpar
el trono de Dios y que actúa como el acusador de los hermanos.
Cuando nos peleamos, nuestra mente se llena de acusaciones:
nos preocupan las ofensas de los demás y nuestros derechos.
Jugamos a ser el juez puritano en los mini-reinos que creamos.?

¡Esta perspectiva debería hacernos temblar de miedo! Cuando juz-


gamos a otros y los condenamos en nuestro corazón por no satisfacer
nuestros deseos, estamos imitando al diablo (véase Stg. 3:15; 4:7). De
modo que estamos duplicando nuestro problema de idolatría: No solo
hemos dejado que un deseo idólatra gobierne nuestro corazón, sino que
también nos hemos erigido como mini-dioses con poder para juzgar.
Esta es la fórmula para un conflicto insoportable.
No estoy diciendo que esté intrínsecamente mal evaluar o hasta
juzgar a otros dentro de ciertos límites. Como veremos en el capítulo
5, las Escrituras nos enseñan que debemos observar y evaluar el com-
portamiento de los demás para que podamos responder y ministrarles
de la manera adecuada, lo cual podría implicar incluso una amorosa
confrontación (véase Mt. 7:1-5; 18:15; Gá. 6:1).
Sin embargo, nos extralimitamos cuando comenzamos a juzgar
pecaminosamente a los demás, lo que se caracteriza por un sentimiento
de superioridad, indignación, condenación, amargura o resentimiento.
El papel de juez pecaminoso, a menudo involucra especular sobre las
motivaciones de los demás. Por encima de todo, revela la falta de amor
y preocupación genuinos hacia ellos. Cuando estas actitudes están pre-
sentes, nuestro papel de juez se ha extralimitado y estamos jugando a
ser Dios.
Cuanto más cerca estamos de los demás, más esperamos de ellos,
y es más probable que los juzguemos cuando no logran cumplir con
nuestras expectativas. Por ejemplo, podríamos mirar a nuestro cónyuge
Cómo llegar a la raíz del conflicto 29

y pensar: “Si realmente me amaras, tú, más que todos, me ayudarías a


satisfacer esta necesidad”. Pensamos en nuestros hijos y decimos: “Des-
pués de todo lo que he hecho por ustedes, deben hacer esto por mí”.
Podemos tener expectativas similares para con nuestros familiares,
amigos cercanos o miembros de nuestra iglesia. Las expectativas no son
malas en sí mismas. Es bueno esperar lo mejor de otros, y es razonable
esperar comprensión y apoyo de quienes están más cerca de nosotros.
Pero, si no tenemos cuidado, estas expectativas podrían convertirse
en condiciones y normas que usamos para juzgar a los demás. En vez
de darles espacio para la independencia, el desacuerdo o el fracaso, les
imponemos estrictamente nuestras expectativas. En realidad, espera-
mos que presten lealtad a nuestros ídolos. Cuando se niegan a hacerlo,
los condenamos en nuestro corazón y con nuestras palabras, y nuestros
conflictos con ellos se intensifican.

Castigamos
Los ídolos siempre exigen sacrificios. Cuando los demás no cumplen
con nuestras demandas y expectativas, nuestro ídolo exige que sufran.
Sea deliberada o inconscientemente, encontraremos formas de lastimar
o castigar a los demás para que cedan a nuestros deseos.
Este castigo puede asumir distintas formas. A veces reaccionamos
con evidente enojo, y arremetemos con palabras hirientes para infli-
gir dolor en quienes no cumplen con nuestras expectativas. Cuando lo
hacemos, básicamente, estamos colocando a los demás sobre el altar de
nuestro ídolo y los estamos sacrificando, no con un cuchillo pagano,
sino con el filo cortante de nuestra lengua. Solo cuando ceden a nues-
tros deseos y nos dan lo que queremos dejamos de infligirles dolor.
También castigamos de muchas otras maneras a quienes no se
inclinan ante nuestros ídolos. Nuestros hijos pueden hacer pucheros,
patalear o mirarnos mal para lastimarnos por no cumplir sus deseos.
Adultos y niños por igual pueden imponer culpa o vergúenza en otros
cuando se pasean con la cara larga para dar lástima. Y algunas personas
recurren a la violencia física o al abuso sexual para castigar y dominar
a Otros.
A medida que crecemos en nuestra fe y nuestra conciencia del
pecado, la mayoría de nosotros reconocemos y rechazamos formas
ostensibles y abiertamente pecaminosas de castigar a otros. Pero nues-
tros ídolos no renuncian a su influencia fácilmente, y a menudo desa-
rrollan medios más sutiles de castigar a quienes no los sirven.
Replegarse en una relación es una forma habitual de lastimar al
30 Las familias que pelean

otro. Esto puede incluir una sutil frialdad hacia la otra persona, refre-
nar el afecto o contacto físico, mestrarse triste o apesadumbrado, rehu-
sar mirar a la otra persona a los ojos, o incluso abandonar la relación
por completo.
Enviar indirectas sutiles y desagradables durante un largo período
de tiempo es un método antiquísimo de infligir castigo. Por ejemplo, un
amigo mío me comentó que su esposa no estaba contenta con el hecho
de que él le prestara demasiada atención a un ministerio en particular.
Y terminó diciendo: “Como todos sabemos, ¡cuando mamá no está con-
tenta, nadie está contento!”. Se rió cuando lo dijo, pero su comentario
me llevó a pensar en el proverbio: “Gotera continua en tiempo de lluvia
y la mujer rencillosa, son semejantes” (Pr. 27:15). Una mujer tiene la
capacidad única de crear la atmósfera del hogar. Si no tiene cuidado,
puede pervertir ese don y usarlo para crear un clima irritable, desagra-
dable e incómodo que le comunique a su familia: “O se ponen en línea
con lo que yo quiero o sufrirán”. Este tipo de comportamiento es un
acto de incredulidad. En vez de confiar en los medios de gracia de Dios
para santificar a su familia, depende de sus propias herramientas de
castigo para manipular a los demás para que cambien. Por supuesto, un
hombre puede hacer lo mismo. Si es constantemente crítico e infeliz,
también puede hacer que todos en la familia se sientan miserables hasta
que cedan a los ídolos de él. El resultado habitual de dicho comporta-
miento es una familia superficial y dividida.
Infligir dolor a otros es una de las señales más seguras de que hay
un ídolo que gobierna nuestro corazón (véase Stg. 4:1-3). Cuando cas-
tigamos a otros de cualquier manera, sea deliberada y abiertamente o
inconsciente y sutilmente, es una advertencia de que otro, aparte de
Dios, está gobernando nuestro corazón.

VOLVAMOS A VISITAR A ESTEBAN Y JULIA


Ahora que entendemos la progresión de un ídolo, podemos ver más
allá de los asuntos superficiales por los que Esteban y Julia han estado
peleando. Podemos ir a la raíz del conflicto.
El principal ídolo de Esteban era uno bastante popular: su trabajo. El
éxito en la oficina le demandaba muchas horas y pocas vacaciones, y él
lo aceptó con fervor. Estaba tan obsesionado con el trabajo, que incluso
cuando estaba con su familia, era distante y le ofrecía la mitad de su
mente, si acaso, y solo un oído para escuchar a su esposa y sus hijos.
La formación del ídolo de Esteban comenzó donde lo hacen todos
los pecados: en el ámbito del deseo. En su caso, era un buen deseo tener
Cómo llegar a la raíz del conflicto 31

éxito en su profesión. Esteban creía que ese éxito era esencial para su
felicidad y realización. Él consideraba que era algo que necesitaba (y
se merecía), y no tenía problemas en justificarlo; la Biblia dice mucho
acerca de las virtudes del trabajo duro y de proveer para la familia.
El deseo de Esteban del éxito profesional se intensificaba por el
efecto de otros deseos relacionados: su orgullo, el anhelo de aproba-
ción de sus padres y las ansias de seguridad económica. Juntos, estos
deseos evolucionaron hasta convertirse en una exigencia dominante;
por supuesto, no lo expresaba, pero lo manifestaba a través de cada
una de sus acciones para con su familia: “Para sentirme feliz y seguro,
y para que podamos funcionar como familia, mi trabajo tiene que tener
prioridad por encima de todo lo demás”. Si en ese momento, Esteban
hubiera examinado su corazón, y se hubiera hecho la pregunta que pre-
sentamos anteriormente en la página 26, hubiera reconocido que su
trabajo había llegado a convertirse en un ídolo, pues siempre estaba
ocupado pensando en su trabajo, y era donde tenía puesta toda su con-
fianza en recibir satisfacción y seguridad.
Dado que su trabajo era vitalmente importante para él, Esteban
esperaba que para Julia fuera también su máxima prioridad, que ella
misma se sometiera a las exigencias laborales de él y que se cuidara de
que los hijos no le molestaran. Pero ella no quería adorar el ídolo de él.
Ella estaba demasiado ocupada sirviendo a su propio ídolo, como ya
veremos más abajo. Como consecuencia, Esteban siempre la juzgaba
por sus “imperfecciones”, lo cual hacía que su matrimonio estuviera
siempre en constante e intolerable conflicto.
A veces le imponía el castigo en dosis de agresión: gritos y humilla-
ciones antes que él saliera precipitadamente de la casa. Pero la mayor
parte del tiempo, se lo administraba mediante un distanciamiento emo-
cional. Si Julia se negaba a postrarse ante el dios de él, entonces él le
arrebataría la intimidad que sabía que ella quería en el matrimonio.
Julia hacía lo mismo que él, pero desde otro ángulo. Ella estaba
resentida por la obsesión de Esteban por su trabajo, pero ella había caído
en su propia trampa. El mundo de Julia giraba alrededor de sus hijos,
sus tareas escolares, sus actividades extracurriculares y el desarrollo de
su fe. Ella veía a sus hijos como su jurisdicción —a pesar de que a veces
era a regañadientes— y se dedicaba totalmente a los éxitos y fracasos de
ellos. Si los niños tenían un buen día y cumplían sus expectativas, Julia
tenía un buen día. Si los niños tenían un mal día y tiraban abajo los sue-
ños que ella tenía para ellos o reñían entre ellos o no mostraban ningún
interés en el Señor, Julia se volvía aprensiva e irritable. Cuando Esteban
32 Las familias que pelean

volvía a casa, muchas veces ella descargaba sus temores y frustraciones


sobre él, y el ciclo del conflicto comenzaba otra vez.
Igual que Esteban, Julia había enarbolado sus buenos deseos hasta
transformarlos en exigencias pecaminosas. Nada de lo que ella quería
para sus hijos y para ella misma estaba mal en sí. Pero cuando ella per-
mitió que esos deseos la obsesionaran y la dominaran, se convirtieron
en sus dioses funcionales, las cosas que ella sentía que necesitaba a fin
de tener un matrimonio feliz y sentirse contenta y realizada en la vida.
Si Esteban no se sumaba al programa de ella de adorar a sus ídolos, ni
se esforzaba por conseguir la felicidad que ella quería, él se convertía
en el problema.
Ella lo juzgaba como un mal esposo y un pésimo padre, y se lo
hacía pagar al confrontarlo con sarcasmo y fastidiarlo constantemente.
Y cuando eso no lo forzaba a cambiar, ella se distanciaba de él y se
escondía detrás de una frialdad que desanimaba cualquier tipo de pro-
funda intimidad.
Una vez descubiertos sus ídolos, el conflicto entre Esteban y Julia
es entendible. Pero entender un problema no significa resolverlo. ¿Qué
pueden hacer estos dos cristianos para derrotar a sus ídolos y restaurar
la armonía matrimonial?

LA CURA PARA UN CORAZÓN IDÓLATRA


Como hemos visto, un ídolo es todo deseo que ha crecido hasta vol-
verse una exigencia absorbente que gobierna nuestro corazón; es algo
que pensamos que tenemos que tener para sentirnos felices, realizados
o seguros. En otras palabras, es algo que amamos, tememos o en lo cual
confiamos.
Amor, temor, confianza: ¡Estas son palabras de adoración! Jesús nos
ordena amar, temer y confiar solo en Dios (Mt. 22:37; Lc. 12:4-5; Jn.
14:1). Cada vez que anhelamos algo fuera de Dios, tememos a algo más
que a Dios, o confiamos en algo más que en Dios para sentirnos felices,
realizados o seguros, estamos adorando a un dios falso. Como resul-
tado, merecemos el juicio y la ira del Dios verdadero.

Cómo ser libre del juicio


Hay una sola forma de ser libre de esta esclavitud y juicio: Es mirar a
Dios mismo, que se complace en liberar a las personas de sus ídolos. “Yo
soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servi-
dumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:23).
Dios ha provisto una cura para nuestra idolatría al enviar a su
Cómo llegar a la raíz del conflicto 33

Hijo para que sufriera el castigo que merecíamos nosotros por nuestro
pecado. Por medio de Jesucristo, podemos ser justos a los ojos de Dios
y encontrar libertad del pecado y la idolatría. “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espí-
ritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte” (Ro. 8:1-2).
Para recibir este perdón y esta libertad, debemos reconocer nuestro
pecado, arrepentirnos de él y poner nuestra confianza en Jesucristo
(véanse Hch. 3:19; Sal. 32:5). Cuando lo hacemos, ya no estamos bajo
el juicio de Dios. En cambio, Él nos incorpora a su familia, nos hace
sus hijos y herederos, y nos permite vivir una vida piadosa (Gá. 4:4-7).
Esta es la buena nueva del evangelio: ¡perdón y vida eterna a través de
nuestro Señor Jesucristo!

Cómo ser libre de los ídolos específicos


Pero hay más buenas noticias. Dios quiere liberarnos no solo de nues-
tro problema general con el pecado y la idolatría, sino también de los
ídolos específicos y cotidianos que nos consumen, nos dominan y nos
causan conflicto con aquellos que nos rodean.
Esta libertad no se logra de un modo general, al eliminar a todos
“nuestros ídolos en una gran experiencia espiritual. En cambio, Dios
nos llama a identificar y confesar cada uno de nuestros ídolos y luego
cooperar con El mientras los va eliminando firme y gradualmente de
nuestro corazón.
Dios nos concede su gracia para ayudarnos en este proceso de iden-
tificación y liberación mediante tres instrumentos: su Biblia, su Espí-
ritu y su iglesia. La Biblia es “viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intencio-
nes del corazón” (He. 4:12). Al estudiar y meditar diligentemente en
la Biblia y escuchar una predicación constante y sólida, Dios usará su
Palabra como un reflector y un escalpelo en su corazón. Revelará sus
deseos idólatras y le mostrará cómo amar y adorar a Dios con todo su
corazón, toda su mente, todas sus fuerzas y toda su alma.
El Espíritu Santo nos ayuda a ser libres de nuestros ídolos al ayu-
darnos a entender la Biblia, identificar nuestro pecado y buscar una
vida piadosa (1 Co. 2:10-15; Fil. 2:13). Por lo tanto, debemos orar a
diario para que el Espíritu guíe, convenza y fortalezca nuestra vida
cristiana.
34 Las familias que pelean

Finalmente, Dios nos ha rodeado de hermanos y hermanas en Cristo


que pueden enseñarnos, confrontarnos amorosamente con respecto
a nuestros ídolos y brindarnos aliento y guía en nuestro crecimiento
espiritual (Gá. 6:1; Ro. 15:14). Esto requiere que nos comprometamos
a asistir regularmente a una iglesia sólida y bíblica, y que busquemos
la comunión regular con creyentes espiritualmente maduros ante los
cuales podamos rendir cuentas.
Mediante estos tres instrumentos de la gracia, Dios le ayudará a
examinar su vida para exponer progresivamente los ídolos que gobier-
nan su corazón y hacerlo libre de ellos. Este proceso milagroso consta
de varios pasos clave.
" Reflexione en oración y hágase las preguntas de evaluación
personal al final de este capítulo, para poder identificar los
deseos que han llegado a gobernar su corazón.
E Lleve un registro de sus descubrimientos en un diario para que
pueda identificar patrones y ser diligente en la búsqueda de
ídolos específicos.
Ñ Ore diariamente y pídale a Dios que elimine de su vida la
influencia de sus ídolos y que le haga sentir desdichado cada vez
que cede a ellos.
Ñ Cuéntele a su cónyuge o a un mentor espiritual cuáles son sus
ídolos, y pídales que oren por usted y lo confronten amorosamente
cuando vean señales de que el ídolo sigue controlando su vida.
Reconozca que los ídolos son expertos a la hora de cambiar
y disimular. Tan pronto consiga la victoria sobre un deseo
pecaminoso en particular, es posible que su ídolo reaparezca de
otra forma relacionada, con un deseo redirigido y una manera
más sutil de llamar su atención.
Si usted está tratando con un ídolo que es difícil de identificar
o conquistar, acérquese a su pastor o a algún otro consejero
espiritualmente maduro para pedirles consejo y apoyo.
Sobre todo, pida a Dios que reemplace sus ídolos con un amor
creciente por Él y un deseo ardiente de adorarlo sólo a Él (a
continuación veremos más al respecto).
Si alguien le dijera que tiene un cáncer mortal que terminará con su
vida si no sigue un tratamiento, probablemente no repararía en ningún
esfuerzo O gasto para seguir el tratamiento de la manera más rigurosa
posible. Precisamente, usted tiene cáncer, un cáncer del alma, que se
llama pecado e idolatría. Pero hay una cura. Es el evangelio de Jesu-
cristo, y se administra a través de la Palabra, el Espíritu y la iglesia.
Cómo llegar a la raíz del conflicto 35

Cuanto más rigurosamente se apropie de estos instrumentos de la gra-


cia, mayor efecto tendrán para hacerlo libre de los ídolos que asedian
su alma.

Reemplace la adoración a un ídolo por la adoración al Dios


verdadero
En su excelente libro, Gracia venidera, John Piper enseña que “pecar es
lo que hacemos cuando nuestro corazón no está totalmente satisfecho
con Dios”.* Lo mismo puede decirse acerca de la idolatría. En otras
palabras, si no nos sentimos realizados y seguros en Dios, será inevita-
ble que busquemos otras fuentes de felicidad y seguridad.
Por lo tanto, si usted quiere eliminar los ídolos de su corazón y no
dejar ningún espacio para que vuelvan, procure que su máxima prio-
ridad sea adorar apasionadamente al Dios vivo. Pídale que le enseñe
la manera de amarlo, temerlo y confiar en Él más que nada en este
mundo. Reemplazar la adoración a un ídolo por la adoración al Dios
vivo implica varios pasos.
1 Arrepentirse ante Dios. Cuando nos arrepentimos y confesamos
nuestros pecados y nuestros ídolos, creemos que recibimos el
perdón a través de Cristo y confesamos nuestra fe en Él. La
verdadera adoración es el arrepentimiento y la confesión de
nuestra fe en el único Dios (1 Jn. 1:8-10). “Los sacrificios de Dios
son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17; véase también Is. 66:2b).
Ñ Temer a Dios. Maravillémonos ante el Dios verdadero cuando nos
sintamos tentados a tener miedo de los demás o temamos perder
algo precioso. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”
(Pr. 1:7). “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma
no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el
alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). “JAH, si mirares a
los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay
perdón, para que seas reverenciado” (Sal. 130:3-4).
1. Amar a Dios. Anhelar a Aquel que nos perdona y nos brinda todo
lo que necesitamos, en vez de buscar otras cosas que no pueden
salvarnos. “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37).
“Los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien” (Sal.
34:10). “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). “A quién tengo
yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi
36 Las familias que pelean

carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi


porción es Dios para siempre” (Sal. 73:25-26).
Confiar en Dios. Confiemos en Aquel que sacrificó a su Hijo por
nosotros y ha demostrado ser completamente confiable en cada
situación. “Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre”
(Sal. 118:8). “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes
en tu propia prudencia” (Pr. 3:5). “Como todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su
divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a
ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”
Q P. 1:3-4).
Deleitarse en Dios. Que nuestro mayor gozo sea pensar en Dios,
meditar en sus obras, hablar a otros de Él, alabarlo y darle gracias.
“Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones
de tu corazón” (Sal. 37:4). “Sea llena mi boca de tu alabanza, de
tu gloria todo el día” (Sal. 71:8). “Regocijaos en el Señor siempre.
Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4). “Estad siempre gozosos.
Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad
de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:16-18).
Como indican estos pasajes, Dios ha diseñado un hermoso ciclo
para quienes quieren adorarlo por encima de todas las cosas. Cuando
usted ama, alaba, da gracias y se deleita en Dios, Él cumple sus deseos
con lo mejor de este mundo: ¡más de Él mismo! Y cuando usted aprende
a deleitarse más y más en Él, siente una menor necesidad de encontrar
felicidad, realización y seguridad en las cosas de este mundo. Por la
gracia de Dios, pueden disminuir constantemente la influencia de la
idolatría y el conflicto en su vida, y usted y su familia pueden disfru-
tar de la intimidad y la seguridad que vienen de adorar al único Dios
verdadero.

EVALUACIÓN PERSONAL
1. Cuando usted tiene un conflicto con un miembro de la familia,
¿qué deseos siente que no se están cumpliendo?
Cómo llegar a la raíz del conflicto 37

2. A fin de identificar los deseos que podrían haberse convertido en


exigencias, hágase estas preguntas:
ñ ¿Qué cosas absorben mis pensamientos? (¿Qué es lo primero
que pienso por la mañana y lo último que pienso por la noche?)
¿Cómo completaría esta declaración: “Sitansolo
entonces sería feliz y me sentiría realizado y seguro”?
¿Qué quiero preservar o evitar?
¿Dónde tengo puesta mi confianza?
¿A qué le temo?
==
me
Y
$ Cuando no consigo que se cumpla cierto deseo, ¿me siento
frustrado, ansioso, resentido, amargado, enojado o deprimido?
¿Hay algo que desee tanto que esté dispuesto a decepcionar o
herir a otros con el fin de obtenerlo?
3. ¿Cómo juzga a aquellos que no cumplen sus deseos? ¿Siente indig-
nación, condenación, amargura, resentimiento o enojo?

4. ¿De qué manera castiga a aquellos que no cumplen sus deseos?

5. ¿Cómo puede cultivar un amor más intenso por Dios y una mayor
adoración a Él?

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Para mayor orientación sobre cómo identificar y derrotar los deseos
idólatras que gobiernan nuestras vidas, véase:
3 Idols of the Heart [Los ídolos del corazón], de Elyse Fitzpatrick
(solo en inglés).
When People Are Big and God Is Small [Cuando la gente es grande
y Dios es pequeño], de Ed Welch (solo en inglés).
Addictions: A Banquet in the Grave [Adicciones: Un banquete en la
tumba], de Ed Welch (solo en inglés).
Gracia venidera, de John Piper. Publicado por Editorial Vida.
El sistema
bíblico para la
pacificación

El conflicto, sin lugar a dudas, no es algo nuevo. Se remonta a un pasado


muy lejano: al huerto del Edén. El primer conflicto de la historia, Adán
y Eva contra Dios, tuvo graves consecuencias. Lanzó a nuestros padres
originales, y a sus hijos, a una vida de conflictos unos con otros. Peor
aún, los separó de Dios, con quien, en un principio, habían disfrutado
una relación íntima y personal.
Lamentablemente, la corrupción de ellos es nuestra corrupción. El
pecado de Adán y Eva ha afectado a toda la raza humana. Sigue con
nosotros hasta el presente y se asoma como un fantasma en nuestra
vida diaria, desde nuestro primero aliento de vida en este planeta hasta
el último. Está en nuestra sangre, por decirlo de alguna manera; está en
nuestra naturaleza humana, somos totalmente pecadores. Es por ello
que el conflicto es inevitable, incluso en la vida de los hijos de Dios.
Pero Dios no nos ha abandonado en nuestros pecados y conflictos.
Debido a su amor por nosotros, envió a su Hijo a la tierra para hacernos
libres del pecado y salvarnos de sus consecuencias eternas (Jn. 3:16).
Jesús pagó por nuestras transgresiones y nos reconcilió con nuestro
Padre celestial (1 P. 3:18), al llevar nuestros pecados a la cruz. Es ver-
dad que seguimos siendo pecadores —los efectos del pecado original
siguen con nosotros—, pero los que confiamos en Cristo como nuestro
Salvador también somos santos (Col. 3:12).
El sistema bíblico para la pacificación 39

La muerte de Cristo en la cruz cambió drásticamente nuestro des-


tino eterno; mediante la fe en su obra completa, iremos al cielo, no al
infierno. Pero su sacrificio también nos preparó el camino para que
podamos resolver los problemas en la tierra de una manera diferente.
Por su gracia, podemos confesar nuestros pecados, acudir a Dios para
que nos ayude a restaurar relaciones deshechas, y pedirle que nos ayude
a cambiar actitudes y hábitos nocivos (1 Jn. 1:9). La gracia de Dios esti-
mula nuestra vida diaria. La gracia de Dios hace que una vida pueda
agradar a Dios (Fil. 2:13). Y la gracia de Dios nos permite resolver los
conflictos de manera que agrademos a Dios y preservemos nuestras
preciadas relaciones. Cuanto más confiamos en su gracia, más eficien-
tes podemos ser en vivir para la gloria de Dios como pecadores que
también son santos.
La gracia de Dios ofrece una esperanza inefable a aquellos que
están implicados en el conflicto. Una vez que confesamos nuestros
pecados pasados, estos se convierten tan solo en eso: algo del pasado.
Tenemos un Dios Redentor que quiere perdonar nuestros pecados, y
eso es precisamente lo que Él hace, “borrón y cuenta nueva”. Dios se
deleita en cambiar las cenizas en belleza y el conflicto en paz, y está
siempre dispuesto a ayudarnos a cambiar nuestra manera de vivir para
que podamos colaborar más con su diseño maravilloso para nuestra
vida (QP. 1:3-4).
Dios quiere que reflejemos su amor por nosotros, amándonos unos
a otros (Jn. 13:34-35). Por lo tanto, Él quiere que resolvamos nues-
tros conflictos interpersonales de una manera que bendiga a aquellos
que nos rodean y fortalezca nuestras relaciones (Jn. 17:23). Pero Él no
solo nos dijo que deberíamos hacer la paz unos con otros; sino que, en
su misericordia, también nos da instrucciones detalladas sobre cómo
resolver los conflictos. Además, promete guiarnos y sostenernos al
poner estos principios en práctica. Estos mandatos y promesas divinas
forman el fundamento del modelo de pacificación que estudiaremos a
lo largo de este libro.

EL CONFLICTO BRINDA OPORTUNIDADES


Para un cónyuge que prefiere escapar del conflicto, por lo general, el
conflicto no es más que una inconveniencia, algo de lo cual librarse.
Para el que está resuelto a atacar, es la ocasión de obtener una ventaja
egoísta. Pero para un cristiano que quiere resolver el conflicto como un
pacificador, el conflicto es mucho más. Es una oportunidad para hacer
notar la presencia y el poder de Dios.
40 Las familias que pelean

Esto es básicamente lo que el apóstol Pablo les dijo a los cristianos


conflictivos de Corinto, cuando discutían sobre asuntos religiosos, ali-
menticios, legales y familiares.

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para
la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni
a la iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas agrado
a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos,
para que sean salvos. Sed imitadores de mí, así como yo de
Eristor (1:Co 1051 MET)y

Como muestra este pasaje, Pablo veía el conflicto como una oportu-
nidad de glorificar a Dios, servir a otras personas y crecer a la semejanza
de Cristo. En el mundo de hoy, preocupado por sus propios intereses,
esta perspectiva parece radical o incluso ingenua y ridícula. Pero este
enfoque del conflicto puede ser altamente eficaz y, desde luego, agrada
a Dios.
Glorificar a Dios es el llamado supremo del cristiano. Cuando esta-
mos en medio del conflicto, tenemos la oportunidad de dar testimonio
de lo que Jesús ha hecho por nosotros, y de reflejar el amor y la bon-
dad de Cristo en nuestra manera de tratar a aquellos que nos ofenden.
Cuanto más se manifiesta en nosotros la gracia y el carácter de Jesús,
más honramos y glorificamos a Dios (1 P. 2:12).
El conflicto también nos da la oportunidad de servir a nuestro pró-
jimo. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, aun-
que nos decepcione o nos trate mal (Lc. 6:27-28). Esto es verdad sobre
todo con nuestro cónyuge o nuestros hijos. Cuando estamos en un
conflicto, podemos bendecirlos al llevar sus cargas, darles un ejemplo
positivo, confrontarlos de una manera tierna y constructiva y perdo-
narlos como Dios nos ha perdonado a nosotros (Ef. 4:32). Esta manera
de servir bendice a aquellos que nos rodean, y honra a Dios.
En lo que respecta a crecer a la semejanza de Cristo, el conflicto
es una de las diversas herramientas que Dios puede usar para hacer
que crezcamos a la semejanza de su Hijo (Ro. 8:28-29). Ya sea que nos
recuerde nuestra debilidad o nos permita practicar el amor y el perdón
frente a la provocación y la frustración, el conflicto nos ofrece una gran
oportunidad de fortalecer y pulir nuestro carácter.
Estas tres oportunidades dan lugar a un sistema de resolución de
conflictos compuesto por cuatro principios, que constituyen la trama
de todo este libro. A continuación, veremos un breve esquema de estos
El sistema bíblico para la pacificación 41

cuatro principios, y luego, en capítulos posteriores, abordaremos cada


uno de ellos en más detalle.

Glorificar a Dios
Nuestro Dios es grande y santo, y nuestro mayor privilegio en la vida
es glorificar su nombre. Una de las formas más significativas de hon-
rar y glorificar a Dios es recordar continuamente lo que Él hizo por
nosotros por medio de su Hijo Jesús. La muerte de Dios-hombre en la
cruz se erige por todos los tiempos como el epítome de la gracia y la
misericordia; es literalmente nuestra salvación del tormento eterno en
el infierno. Cuando hacemos de la obra de Cristo en la cruz el aspecto
central de nuestra vida, incluso en medio de algún conflicto, nuestra
vida se envuelve de una fragancia de olor grato para Dios.
Además de ser la clave de la vida cristiana, recordar nuestras raí-
ces en Cristo es también la clave para glorificar a Dios en medio del
conflicto. Recordar lo que Cristo ha hecho por nosotros nos inspira a
confiar en Dios y no en nosotros mismos, por el resultado de cualquier
conflicto que tengamos (2 P. 1:3-4). Nos motiva a obedecer sus manda-
mientos (Jn. 14:15). Y nos capacita para imitar el carácter de Cristo en
nuestras relaciones interpersonales (Ef. 5:1). Confiar, obedecer e imitar
a Cristo es esencial para responder al conflicto de manera que agrade
a Dios. Cuando vivimos así, glorificamos a nuestro Dios de amor y
misericordia.
Confiar, obedecer e imitar a Dios en medio del conflicto propor-
ciona otros beneficios también. En principio, fija nuestra mente en
cosas buenas. Cuando pensamos en nuestra relación con nuestro Padre
de amor, resulta más fácil resistir los impulsos pecaminosos (orgu-
llo, control, amargura, etc.) y responder en amor y obediencia a Dios.
Cuando nos centramos en confiar, obedecer e imitar a Dios, podemos
controlar más nuestras emociones —que a menudo pueden ser nuestro
peor enemigo— y estamos menos predispuestos a ceder ante ellas.
Segundo, dependemos menos de los resultados y de la conducta de
los demás. Aunque nuestro cónyuge pueda responder negativamente,
o ni siquiera responda a nuestros esfuerzos de pacificación, podemos
estar contentos y en paz al saber que confiamos y obedecemos a Dios,
de manera que podemos perseverar hasta en medio de las circunstan-
cias más difíciles.
Desde el punto de vista práctico, podemos fijar nuestros ojos en
Jesús y formularnos una pregunta esencial durante cualquier clase
de conflicto: ¿Cómo puedo agradar y honrar a Dios en medio de esta
42 Las familias que pelean

situación? Este fue el principal pensamiento en la mente de Jesús


durante su ministerio terrenal (Jn 5:30; 8:29), y debería ser el nuestro
también, especialmente cuando tenemos algún conflicto.

Sacar la viga de nuestro propio ojo


Raras veces, por no decir nunca, somos completamente inocentes en
cualquiera de nuestros conflictos. Por lo tanto, lo segundo que debe-
mos hacer, después de centrarnos en Dios, es enfocarnos en nosotros
mismos; no para justificar nuestras acciones o desarrollar un plan para
“ganar” el conflicto, sino para examinar y confesar nuestros propios
errores en la situación. Ésta no es una respuesta natural al conflicto.
Generalmente, atacamos al otro y nos enfocamos en sus errores. Pero
Jesús nos ordena tener un enfoque radicalmente diferente. En Mateo
7:5, El dice: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y enton-
ces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
Si enfrentamos el conflicto de esta manera, Dios en su misericordia
nos ayudará a reconocer nuestra debilidad y nos alentará a depender
más de su gracia, sabiduría y poder. Y además usará el conflicto para
exponer y cambiar hábitos y actitudes de pecado en nuestra vida. Entre
estos hábitos y actitudes, destacan nuestra tendencia a mantener las
apariencias, nuestro orgullo obstinado, nuestra falta de disposición a
perdonar y nuestra lengua crítica. El conflicto suele sacar estos pecados
a la superficie, y nos da la oportunidad de confesárselos a nuestro Dios
perdonador.
Al sacar la viga de nuestro propio ojo podemos también acelerar la
resolución de un conflicto. Primero, nos permite enfrentar más rápi-
damente nuestra contribución en la discusión. Si nosotros hemos ori-
ginado el conflicto, podemos hacer mucho para resolverlo si tan solo
confesamos nuestro rol y pedimos perdón.
Segundo, incluso en conflictos donde no creemos haber sido los
instigadores principales, es probable que hayamos desempeñado algún
rol en la exacerbación del problema. Será difícil, si no imposible, hacer
que nuestro cónyuge se haga cargo de su parte en el conflicto, a menos
que asumamos la responsabilidad de lo que hemos hecho.
Y tercero, confesar nuestros propios errores —y hacer esfuerzos
para corregir nuestra conducta posterior— podría tener un efecto cal-
mante en nuestro agresor. Podría alentar a nuestro cónyuge a escuchar-
nos más e incluso seguir nuestro ejemplo y hacerse cargo de su propia
contribución al problema.
Las vigas que necesitamos confesar (otras versiones de la Biblia las
El sistema bíblico para la pacificación 43

denominan “troncos”) son básicamente de tres tipos. La primera viga


está compuesta por nuestras palabras. Entre ellas hay palabras hirien-
tes que decimos sin pensar, que avivan el conflicto en vez de apagarlo;
sarcasmo, que tiene la intención de herir a otros; quejas o lamentos, que
irritan o deprimen a nuestro cónyuge; mentiras o exageraciones de la
verdad, que afirman nuestra posición; y murmuración.
Nuestras acciones también cumplen una función en la acentuación
del conflicto. Aquí se incluyen pecados de comisión u omisión: pereza
o negligencia con respecto a nuestras responsabilidades como cónyuge,
crítica dura, incumplimiento de los compromisos, desatención de los
buenos consejos o falta de misericordia y perdón.
La tercera viga tiene que ver con actitudes y motivaciones, especial-
mente aquellas que son críticas, negativas, egoístas o hipersensibles, las
cuales muchas veces avivan las llamas del conflicto.
Retirar estas vigas requiere más que una simple confesión (como
veremos en el capítulo 4). También debemos cambiar nuestra manera
de pensar. Una vez que nos damos cuenta de que nuestras acciones,
actitudes o palabras han sido equivocadas, debemos renunciar a nues-
tro pecado y volvernos a Dios. Contar con que Dios nos perdona y nos
cambia —recordar en todo momento la maravillosa obra de salvación
de Jesús en la cruz— nos inspirará y capacitará para cambiar las actitu-
des y hábitos que avivan el conflicto.
Esto es difícil, pero nos animamos en el hecho de que Dios no nos
ordena a hacer cosas que sean imposibles. En cambio, Él siempre nos
ofrece gracia y dirección para que hagamos lo que Él quiere. (Veremos
más al respecto en el capítulo siguiente).
Sacar la viga de nuestro propio ojo siempre nos acercará al Señor y
Salvador y nos hará instrumentos más útiles en sus manos (1 Jn. 1:9). Y
en muchos casos, también abrirá la puerta con nuestro cónyuge o nues-
tros hijos, permitiéndonos restaurar la paz y trabajar juntos para encon-
trar soluciones mutuamente satisfactorias para nuestras diferencias.

Hablar con nuestro hermano y mostrarle su falta


Después de sacar la viga de nuestro propio ojo, podríamos pasar al
siguiente paso en el proceso de pacificación: mostrarle la falta a nues-
tro hermano. La confrontación presenta reacciones diversas en nuestra
sociedad. A algunas personas les encanta la oportunidad de encarar al
agresor y hablar de las cosas que realmente les interesan: los defectos del
agresor. Otros se escabullen totalmente de la confrontación, ya sea por-
que le tienen miedo o porque han adoptado la perspectiva hedonista y
44 Las familias que pelean

relativista de nuestra sociedad, que valora que las personas hagan lo que
sienten, independientemente de cuán pecaminoso sea lo que “sienten”.
Ninguna de estas respuestas es adecuada, ni bíblica. La verdad es
que confrontar a nuestro hermano acerca de su pecado de una manera
amable y constructiva, nos da la oportunidad de servir de diversas
maneras.
En primer lugar, en ocasiones, Dios puede usarnos para ayudar a
nuestro cónyuge a encontrar una mejor manera de resolver un pro-
blema. De hecho, si podemos aprender a trabajar juntos, nuestros
esfuerzos conjuntos muchas veces podrían dar lugar a una solución
mucho mejor de la que hubiéramos alcanzado solos.
Segundo, si se acerca a su cónyuge con amor y misericordia, Dios
podría usarlo para identificar y levantar una carga en la vida de él o
ella. Muchas veces, en las familias y relaciones cercanas, los conflic-
tos no tienen tanto que ver con problemas reales, sino más bien con
problemas sin resolver en la vida del otro. Los reproches del otro son a
menudo un síntoma de problemas más agudos. En vez de confrontarlos
duramente —intercambiar exabrupto por exabrupto o ponernos a la
defensiva— podemos buscar la manera de ayudar a levantar la carga
que el otro no puede llevar solo.
Tercero, Dios puede usarnos para ayudar a otros a descubrir su
propia complicidad en un conflicto y cómo pueden cambiar para evitar
problemas similares en el futuro. Esto, a su vez, puede producir arre-
pentimiento en sus corazones y una vida más cerca del Señor. Tanto
Jesús como Pablo hablan de la importancia de este concepto (Mt. 18:15;
Gá. 6:1).
Finalmente, la confrontación en amor puede servir como un ejem-
plo positivo para otros. Tanto si se da cuenta como si no, las personas
están observando constantemente cómo enfrenta usted la adversidad
y trata con aquellos que le ofenden. Su comportamiento proporciona a
otros la oportunidad de burlarse de los cristianos y rechazar a Cristo,
o abrirse para escuchar el evangelio. Los cristianos que observan su
comportamiento, por otro lado, o se sentirán justificados para respon-
der incorrectamente al conflicto o se motivarán a honrar a Dios con sus
propias reacciones. Dado que la imitación es una forma de amor, este
último punto tiene un tremendo efecto secundario en los hijos. Los
niños estudian cómo reaccionan sus padres al conflicto, y a menudo los
imitan cuando surge un conflicto en sus vidas también.
Antes de confrontar a los demás, siempre deberíamos considerar
pasar por alto la ofensa (Pr. 19:11). La mayoría de los conflictos poten-
El sistema bíblico para la pacificación 45

ciales podrían sofocarse antes de encenderse, si tan solo cubriéramos


una ofensa con amor y la dejáramos pasar (1 P. 4:8). Por lo general, una
ofensa es suficientemente menor como para pasarla por alto, si no ha
deshonrado gravemente a Dios, no ha causado un daño permanente a
una relación, no ha herido a otras personas y no está lastimando al pro-
pio ofensor. Desde luego, es necesario ampliar este concepto, de modo
que veremos más al respecto en el capítulo 5.
Si una ofensa no cumple estos requisitos, entonces es demasiado
seria para pasarla por alto, y se le debe hacer frente. Una adecuada con-
frontación implica hablar sólo de manera constructiva. Las palabras son
armas extremadamente poderosas, y nuestra manera de usarlas podría
favorecer o desbaratar cualquier intento de resolver un conflicto.
Una buena predisposición a escuchar también es clave, tanto para
entender el problema a un nivel práctico, como para comunicar carac-
terísticas positivas a su pareja, tales como humildad, sinceridad y ver-
dadero amor y preocupación.
La tercera clave para una confrontación eficaz implica planificar el
encuentro entre usted y su cónyuge; es decir, los factores logísticos para
el enfrentamiento cara a cara real. Veremos más en detalle estos tres
componentes de una confrontación exitosa en el capítulo 5.
En ocasiones, el primer intento de una confrontación en privado no
- funciona, y, otras veces, repetidos y cuidadosos intentos de pacificación
personal, también fracasan. En estos casos, podría ser apropiado reunir
amigos, líderes de la iglesia y otras partes neutrales para participar de
la conversación, como veremos en el capítulo 11.

Reconciliarnos
Reconciliación es una de las palabras más reconfortantes de nuestro
vocabulario. No solo nos conmovemos al oír de una pareja divorciada o
separada que se vuelven a unir, o de un hijo adulto que se reencuentra
con sus padres de los que estaba distanciado hace mucho tiempo, sino
que la palabra tiene ramificaciones espirituales que, en un sentido bien
real, han transformado la muerte en vida para nosotros.
Por medio de la muerte de su Hijo, Dios nos ha reconciliado con Él
mismo. Ha mostrado su amor por su creación de la manera más tangi-
ble —y dolorosa—, y volverá a buscar a sus hijos extraviados para vivir
en gloria y dicha eterna. En resumen: Dios nos ha perdonado nuestros
pecados, a un precio más que incalculable.
¿Y cómo reaccionamos nosotros, sus hijos, a tanta gracia inmere-
cida? A menudo nos cuesta perdonar a otros, incluso a aquellos que
46 Las familias que pelean

decimos que amamos. Expresamos nuestro perdón con palabras tan


evasivas como: “Sí, te perdono, pero no quiero volver a estar cerca de ti”
o “por esta vez, te perdono”. ¡Gloria a Dios que Él no tuvo esa actitud
hacia nosotros!
Dios dejó en claro en su Palabra que hay una directa correlación
entre su perdón por nosotros y nuestro perdón por aquellos que nos ofen-
den. Jesús lo explica claramente en el Padrenuestro (Mt. 6:12; Lc. 11:4) y
la parábola del siervo infiel (Mt. 18:23-35; véase también Col. 3:13).
Pero el perdón no es un concepto impreciso y sentimental. No es
un sentimiento. Tampoco es olvidar; Dios no olvida nuestros pecados
de un modo pasivo; sino que, de un modo activo, decide no recordarlos.
Perdonar tampoco es excusar; el mismo hecho de que el perdón sea
necesario indica que alguien hizo algo malo e inexcusable. Y, desde
luego, el perdón no ofrece una remisión temporal, solo para guardar un
registro del pecado en nuestra memoria y luego recurrir a esa informa-
ción cuando la necesitemos más tarde. Antes bien, el perdón es un acto
de la voluntad, una decisión consciente de perdonar totalmente y sin
reservas a nuestro ofensor.
Cuando nos perdonamos uno al otro, derribamos la muralla que se
ha levantado entre nosotros y se abre el paso a una relación rejuvenecida.
Hacemos libres a nuestro esposo, esposa, hijo o hija, de la pena de estar
separados de nosotros. Este es un acto costoso de nuestra parte, pues
nuestra naturaleza humana disfruta cuando desenterramos los errores
del pasado y los arrojamos nuevamente a la cara de esa persona. Para
perdonar de verdad, tenemos que dejar atrás el incidente de la ofensa.
Aquí hay cuatro promesas concretas que debemos hacer para per-
donar verdaderamente:
E No volveré a pensar en este incidente.
1 No volveré a mencionar este incidente ni a usarlo en tu contra.
1 No hablaré de este incidente con otros.
No permitiré que este incidente interfiera entre nosotros o
Loa

estorbe nuestra relación personal.


En realidad, usted está prometiendo no seguir pensando en el
incidente, ni permitir que el asunto lo separe de su cónyuge. Dios es
el modelo ejemplar de esta clase de perdón, ¡alabado sea por ello! De
modo que no podemos hacer menos que responder a nuestro esposo o
a nuestra esposa de la misma manera.
Independientemente de cuán dolorosa sea la ofensa, al hacer estas
promesas —y al cumplirlas— podemos, con la ayuda de Dios, imitar el
perdón y la reconciliación que Dios nos ofrece en la cruz. Por la gracia
El sistema bíblico para la pacificación 47

de Dios —y solo por la gracia de Dios— podemos perdonar como Él


nos perdona.
301

Construir la paz en la familia puede ser un asunto dificultoso y com-


plicado; puede requerir muchos pasos y constar de una diversidad de
conceptos bíblicos. Pero los cuatro principios básicos descritos en este
capítulo, extraídos directamente de la Biblia, nos ofrecen un sistema de
pacificación simple, pero sumamente eficaz.
¿Qué pasaría si Esteban y Julia, nuestra pareja prototipo del capí-
tulo 1, usara esta metodología frente al conflicto? En vez de buscar la
manera de escapar del conflicto o demostrar que él tiene razón y que
Julia está equivocada, Esteban buscaría la manera de honrar a Dios y
servir a su esposa. El asumiría la responsabilidad de su contribución al
conflicto, y comunicaría su preocupación por las actitudes de Julia de
una manera amable y constructiva.
De modo similar, en vez de tratar de forzar a Esteban a cambiar
mediante una dura confrontación, Julia confiaría en Dios como el prin-
cipal agente de cambio de su esposo. Ella le pediría a Dios que le ayu-
dara a cambiar la manera de reaccionar con su esposo, y le transmitiría
a Esteban su preocupación acerca de las prioridades de él de un modo
más delicado y amable. Y ambos, Julia y Esteban, se deleitarían en la
oportunidad de perdonarse uno al otro de forma que honre a Dios y
brinde un modelo para que sus hijos tengan la bendición de imitarlo en
sus propios matrimonios.
Si ambos buscan la manera de glorificar a Dios, servirse uno al otro
y crecer más a la semejanza de Cristo, seguramente encontrarán solu-
ciones más rápidas y más agradables a sus diferencias. Además, expe-
rimentarán una confianza e intimidad creciente en su relación. Sobre
todo, tendrán la paz y el gozo que viene de entregarse a Dios y permi-
tirle demostrar su maravillosa gracia a través de sus vidas, incluso en
medio del conflicto.

EVALUACIÓN PERSONAL
l. ¿Cómo ve generalmente el conflicto? ¿Lo ve como un inconve-
niente, un peligro o una oportunidad de salirse con la suya? ¿De
qué manera su percepción del conflicto afecta a su respuesta al
conflicto?
48 Las familias que pelean

2. ¿Ha pensado alguna vez en el conflicto como una oportunidad? ¿De


qué manera afecta esta perspectiva del conflicto a su respuesta al
conflicto?
3. ¿Cómo puede glorificar a Dios a través del conflicto? Sea práctico y
específico.
4. ¿Cómo puede servir a su familia en medio del conflicto? Sea prác-
tico y específico.
5. ¿De qué manera puede crecer más a la semejanza de Cristo a través
del conflicto? Insisto, piense en pasos prácticos y concretos a dar.
6. Declare al Señor lo que usted piensa hacer escribiendo una oración
en base a los principios enseñados en este capítulo.

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Los capítulos 1-3 de Pacificadores: Una guía bíblica a la solución de con-
flictos personales ofrecen información más detallada sobre el desarrollo
del sistema bíblico para la solución de conflictos. Estos capítulos expli-
can por qué la paz es tan importante para nuestro testimonio cristiano,
cómo tratar con los pleitos legales entre cristianos, y por qué entender
la soberanía de Dios puede cambiar radicalmente nuestra manera de
responder al conflicto.
Parte 2

EL
MATRIMONIO
PACIFICADOR
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La confesión

—¿Sabes qué? —dijo Jaime mientras agarraba un paño de cocina con


inusual entusiasmo—. Te ayudaré a secar los platos, así después pode-
mos ir a ver algún programa de televisión.
Marta frunció el seño y colocó un plato en el escurridero.
— ¡Oye! —siguió diciendo Jaime—. Fue una gran idea mandar a
los niños a dormir a la casa de tu mamá. ¿Quieres ver la televisión des-
pués? —dijo Jaime mientras le daba un fugaz abrazo a su esposa.
Marta colocó otro plato en el escurridero.
—Marta, vamos. Te pedí perdón —dijo Jaime mientras sujetaba
fuertemente el hombro de Marta.
—;¡Ah! ¿Sí, de veras? —dijo Marta al tiempo que evadía su abrazo.
—Sí, perdón —dijo Jaime mientras asentía con la cabeza rápida-
mente para acentuar su sinceridad—. Entonces, ¿quieres que veamos
la televisión después?
—¿Por qué? —respondió Marta.
—Bueno, para relajarnos. Ambos tuvimos un día difícil. Será bueno
que...
—NO... te pregunto por qué me pides perdón —dijo Marta, a la vez
que interrumpía lo que él estaba diciendo.
—Bueno, tú sabes... por hacerte enojar —le contestó Jaime.
—Me pides perdón por hacerme enojar —dijo Marta.
—Exacto. Te pido perdón por eso... eso que te hizo enojar —afirmó
Jaime.
—¿Qué es “eso”? ¿Es una cosa que apareció así porque sí a la hora
de la cena? —le preguntó Marta.
—Vamos, cariño. Ya sabes de lo que estoy hablando —respondió
Jaime.
52 El matrimonio pacificador

—No, no lo sé... ¡Y no me digas, cariño! —dijo Marta, y después se


dio vuelta hacia el fregadero. —.
—Vamos, amor. Te pedí perdón. ¿Ahora podemos ir a ver la televi-
sión? —dijo él.
—No, no podemos ir a ver la televisión —dijo ella.
—¿Por qué no? —dijo él.
Ella arrojó el estropajo al agua y se giró hacia él otra vez.
—En primer lugar, porque no me estás pidiendo perdón en serio. ¡Y
en segundo lugar, porque no tienes ni idea de lo que hiciste! —dijo ella.
—Pero te dije que lo sentía —dijo él.
Ella agarró el estropajo otra vez y empezó a lavar enérgicamente la
parte interior de una taza de café.
—Perdón, ¿por qué? —preguntó ella.
—Está bien...perdón por lo que te dije —respondió él.
—¿Y qué dijiste? —preguntó Marta.
—Bueno, tú sabes, lo que dije del... —la voz de Jaime comenzó
a titubear— asado quemado. La verdad es que no estaba quemado.
Estaba en su punto. ¡La verdad es que estaba rico!
Marta volvió a arrojar el estropajo al agua. Y de nuevo la confron-
tación.
—i¡Lo sabía! No tienes idea de lo que dijiste y de cuánto me dolió.
No sabes por qué te estás disculpando —dijo ella.
—¿Qué quieres decir? —dijo él.
—Bueno, por supuesto que no estoy hablando del comentario sobre
el asado quemado —dijo ella.
—Entonces ¿por qué estás tan enojada? —preguntó Jaime.
Marta levantó las palmas de sus manos sobre sus hombros, haciendo
una mímica como si fuera una niña pequeña, y comenzó a hacerle burla
a Jaime con un tono cantarín.
—Claro, entiendo. Melisa sale a trabajar. Ella tiene cosas más
importantes de las cuales preocuparse, que unos pañales sucios y fre-
gaderos atascados —dijo ella.
—No, no, no. Yo no me refiero a eso, Marta. Tú lo sabes. Es estú-
pido enojarse por algo así —dijo él mientras sacaba un plato del escu-
rridero y lo secaba con el paño.
—¡Con que esas tenemos! No solo no pides perdón por eso, sino
que piensas que soy estúpida por enojarme. Bueno, mira, si tú quieres
una muchacha que trabaje fuera de la casa, y si los pañales sucios y los
fregaderos atascados te desencantan, ¡entonces, tal vez, tengamos que
reorganizar quién hace cada cosa en esta casa!
La confesión 53

Después de decir eso, Marta se volvió a girar hacia el fregadero.


Jaime dejó el paño sobre la encimera y abrazó cálidamente a su
esposa. Acercó su barbilla al cuello de Marta y le susurró suavemente:
—Marta, ahora me doy cuenta de que te ofendí y lo siento. Real-
mente lo siento. Te pido perdón. ¿Está bien? Vamos, cariño, quiero verte
sonreír. Tan solo una pequeña sonrisa. Por favor, por favor, ¿sí?
Marta nunca pudo resistirse a un hombre humillado, ni siquiera
figuradamente. Una sonrisa comenzó a notarse en el aspecto impasible
de su rostro.
Jaime notó la sonrisa.
—Muy bien —dijo él mientras echaba una mirada a su reloj—,
terminemos aquí y vayamos arriba. El partido de los Lakers comienza
en tres minutos.
Ella apartó bruscamente la barbilla de Jaime de su cuello como un
jugador que va a buscar un rebote.
—¡No puedo creerlo! —gritó ella.
Mientras, Jaime le extendía sus manos en la clásica pose de arre-
pentimiento y clamor.
—Por eso querías pedirme perdón —dijo Marta.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él.
—Tú querías tener todo arreglado antes del partido de básquet para
no tener interrupciones —contestó ella.
—No, —dijo él.
—Tú no estás arrepentido. Tú... no lo puedo creer —dijo Marta.
Jaime trató de hablarle para que razonaran juntos.
—Mira, toda esta conversación se está saliendo de sus límites. Está
bien, la familia Méndez vino a cenar a casa, ¿verdad? Está bien, pude
haber dicho algunos cosas que te molestaron. Pero te pedí perdón.
Ahora ¿podemos hacer como si no hubiera pasado nada? O sea, te pedí
perdón... ¿A dónde vas?
Marta lanzó el estropajo al fregadero como si fuera una pelota de
básquet, y salió enojada hacia las escaleras.
—Me voy a la cama —dijo ella.
—Pero... Marta, vamos. —dijo Jaime mientras iba tras ella—. ¿No
podemos hablar de esto? Por favor, Marta...
Luego musitó entre dientes: “Ahora, sí que no veré el partido de los
Lakers”.
54 El matrimonio pacificador

Aparte de las lecciones obvias que esta historia nos enseña acerca de
las tradicionales diferencias entre géneros —los varones siempre serán
un poco despistados, las mujeres un poco enigmáticas—, nos muestra
cuán difícil puede ser la confesión. Jaime sabía que, de alguna manera,
había ofendido a Marta en la conversación durante la cena con la fami-
lia Méndez. Pero en vez de corregir su error con cuidado y seriedad, él
quería hacer ver que no había pasado nada y, con una confesión super-
ficial, quería conseguir lo que realmente le importaba: ver el partido
de básquet en paz. Incluso cuando Marta lo confrontó con la verdad, él
siguió haciendo una falsa disculpa con palabras evasivas y poco con-
vincentes, al pensar que podía compensar con cantidad lo que su “dis-
culpa” carecía de calidad.
Mientras tanto, Marta quería tener la satisfacción de oír que su
esposo admitiera sinceramente la insensibilidad de sus palabras. Ella
quería una confesión específica, que reconociera exactamente en qué la
había ofendido. De más está decir que ninguno cumplió con sus obje-
tivos aquella noche, y la herida que se había abierto durante la cena
siguió supurando al menos otro día más.
Igual que Jaime en esta historia, a la mayoría de nosotros no nos
gusta admitir que hemos pecado. Va contra nuestra naturaleza humana.
Por lo tanto, tratamos de ocultar, negar o racionalizar nuestros peca-
dos. Si no es posible, intentamos minimizarlos y decir que son “errores”
o “apreciaciones erróneas”. Si todo esto fracasa, intentamos echarle la
culpa a otra persona o decir que otra persona es responsable de lo que
hicimos.
Otra táctica para escapar de la confesión es usar lo que yo llamo
la “norma 60/40”. Esto funciona así: yo admito ser imperfecto, y por
lo tanto, es probable que tenga al menos una parte de la culpa del pro-
blema. Digamos que el 40% del problema es por culpa mía. Esto signi-
fica que el 60% del problema es por culpa de mi pareja. De modo que en
base a estos números, ¿quién de nosotros debería confesarse primero?
Casi siempre, la otra persona.
Todas éstas son maneras necias de abordar la confesión. Ninguna
contaría con la aprobación de Dios. Él es explícito en su Palabra al
explicar que ninguno de nosotros está libre de pecado, y que cuando
afirmamos ser totalmente inocentes, nos estamos engañando a noso-
tros mismos (1 Jn. 1:8). No podemos negar, ocultar, excusar, racionali-
zar o minimizar nuestros pecados cuando nos acercamos a Dios. Pero
La confesión 55

gracias a Él, podemos tener la seguridad de que cuando confesamos


nuestros pecados delante de Él, Él promete perdonarnos. Como dice
Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el
que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Este principio, que nos muestra que la confesión nos conduce al
perdón, es el que gobierna todo el proceso de la pacificación. Desde
luego, es el principio operativo que restaura la paz entre nosotros y
Dios. Y en cuanto a los eficaces esfuerzos de pacificación aquí en la
Tierra, debería ser el primer mecanismo que motive la resolución de los
conflictos en la familia.

DOS NO SE PELEAN SI UNO NO QUIERE


Dado que vivimos en un mundo de egocentrismo, donde hacer valer
nuestros derechos es considerado uno de los aspectos más importantes
de nuestra vida, si no es el único, no es fácil confesar nuestra contri-
bución a un conflicto. Pero el hecho es que, frecuentemente contribui-
mos de alguna manera a los problemas relacionales. Ya sea mediante
nuestras palabras, nuestros pensamientos, nuestras motivaciones,
nuestras actitudes o nuestras acciones, la mayoría de las veces somos
culpables de comenzar o, al menos, agravar cualquiera de los conflic-
tos que tenemos.
Por consiguiente, el primer paso que hay que dar para hacer la
paz con nuestro cónyuge es casi siempre la confesión. Para confesar
nuestros pecados, debemos primero examinarnos a nosotros mismos
y evaluar cómo nuestro comportamiento y nuestros pensamientos han
contribuido al problema.
La mejor manera de comenzar el proceso de autoevaluación es pen-
sar en nuestras palabras. ¿Qué le hemos dicho a nuestro cónyuge o qué
hemos dicho de él o ella? Las palabras son instrumentos poderosos,
capaces de hacer un gran bien o un gran mal. Cuando las usamos des-
tructivamente, a menudo pueden ser la chispa que enciende el fuego
del conflicto.
¿Ha dicho alguna vez sin pensar palabras dañinas en medio de un
desacuerdo o una ofensa, que avivaron el conflicto en vez de apagarlo?
¿Suele refunfuñar o quejarse? Si es así, puede tener un profundo
efecto en su pareja. Cada día se produce una atmósfera negativa en la
vida de la familia y, además de irritar y deprimir a su cónyuge, puede
fomentar el refunfuño y la queja en él o ella.
¿Ha mentido alguna vez para afirmar su posición en el conflicto?
Estas “mentiras” no tienen por qué ser una total falsedad. Muchas
56 El matrimonio pacificador

veces decimos solo parte de la verdad, o exageramos o enfatizamos


únicamente los hechos que favorecen nuestro argumento, y así distor-
sionamos la verdad. Cada vez que distorsionamos la verdad, somos cul-
pables de mentir.
¿Y murmurar? Murmurar significa hablar de circunstancias perso-
nales de otros con alguien que no es parte del problema o la solución.
¿Ha traicionado la confianza matrimonial al hablar mal de su cónyuge
con otros? ¿Qué me dice de los compañeros de trabajo con los que se
reúne para tomar café? O peor aún: ¿Ha difamado a su cónyuge ya sea
para sentirse mejor usted mismo o para sacar una ventaja táctica del
conflicto? Las conversaciones falsas y maliciosas se prohíben reiterada-
mente en las Escrituras (véase, por ejemplo, Lv. 19:16; Tit. 2:3).
Si en su autoevaluación no encuentra ninguna palabra pecaminosa,
entonces examine sus acciones. ¿Ha cometido algún pecado de comisión
u omisión en el conflicto, de tal manera que lo empeoró en vez de mejo-
rarlo? ¿Pierde los estribos de vez en cuando? ¿Ha sido perezoso o negli-
gente en sus responsabilidades con la otra persona? ¿Ha resistido los
buenos consejos, o se ha negado a proceder con misericordia y perdón?
Tal vez, descuidar sus responsabilidades haya comenzado o contri-
buido al conflicto. ¿Ha hecho un compromiso que no cumplió? Gran
parte de los conflictos familiares vienen de cónyuges o hijos que no
cumplen una promesa o un compromiso.
La rebeldía contra la autoridad y el abuso de autoridad son tam-
bién algunas de las causas principales de conflicto, ya sea dentro o
fuera de la familia. ¿Ha abusado de su autoridad como esposo sobre su
familia, sin someterse a la autoridad de Cristo en todos los asuntos de
la familia? O a la inversa, ¿no se ha sujetado como esposa al Señor por
medio de la sujeción a su esposo? Debemos recordar que cuando nos
rebelamos contra la autoridad bien establecida, nos rebelamos contra el
mismo Dios (Ro. 13:2).
Una manera breve —e infaliblemente eficaz— de autoevaluarse, es
aplicar la Regla de Oro a sus acciones. ¿Cuán contento estaría usted si
su cónyuge lo tratara de la manera que usted lo trata a él, o la trata a
ella, en esta situación?
Esto nos lleva al tercer y principal aspecto de la autoevaluación:
nuestras actitudes y motivaciones. A menudo contribuimos al conflicto
con actitudes críticas, negativas y demasiado sensibles, que provocan
una ofensa innecesaria o agravan lo que, de otra manera, serían diferen-
cias manejables. En Filipenses 4:2-9, el apóstol Pablo nos presenta un
“chequeo de actitud”, que describe cómo deberían pensar los cristianos
La confesión 57

cuando tienen un conflicto. Meditar en este pasaje puede ayudarle aiden-


tificar actitudes que debería confesar y a las cuales tendría que renunciar.
Incluso más importante, es muy preciso que identifiquemos cual-
quier ídolo que pueda estar gobernando nuestras palabras y acciones.
Como vimos en el capítulo 2, estos deseos que se convirtieron en exi-
gencias pueden abarcar desde los obviamente negativos (ambición de
poder y dominio, avaricia, etc.) hasta los aparentemente positivos (tales
como el deseo de paz y tranquilidad, intimidad, éxito profesional o
hijos obedientes). Cualesquiera que sean estos deseos, pueden crecer
y ser tan fuertes que gobiernen nuestro corazón y nos lleven a juz-
gar y castigar a aquellos que nos niegan lo que deseamos. Para poder
recuperar la paz en nuestras relaciones debemos identificar, confesar y
renunciar a estos ídolos.

LOS SIETE ELEMENTOS DE LA CONFESIÓN


Después de evaluar nuestras palabras, acciones, actitudes y motiva-
ciones, debemos confesar sinceramente nuestros pecados. Pero como
Jaime ilustraba al comienzo de este capítulo, nuestras confesiones sue-
len resultar obsoletas, o peor aún, tienen un efecto contraproducente,
porque no sabemos cómo admitir adecuadamente nuestros errores
unos con otros. ¿Cuántas veces ha escuchado a alguien decir: “Si te
he ofendido, perdóname” o “mejor olvidemos lo que pasó” o “creo que
no fue totalmente culpa tuya”? Si usted es el receptor de “confesiones”
como éstas, puede que se tranquilice temporalmente, pero no podrá
disfrutar de una genuina satisfacción.
Gracias a Dios, la Biblia nos ofrece pautas claras y específicas para
una confesión eficaz. Yo lo denomino los siete elementos de la confesión.

1. Hablar con todas las personas afectadas


Dado que todos los pecados constituyen rebeldía contra Dios, debe-
ríamos comenzar la confesión con la entrega de nuestros pecados —y
nuestra vida— a los pies de Cristo. Esto es elemental en toda confesión
genuina. (De hecho, esta postura penitente delante de Dios y la actitud
humilde que ésta conlleva, también son clave para la vida cristiana). Solo
por medio de la reconciliación con Dios tenemos la predisposición —y
capacidad— de reconciliarnos con nuestro cónyuge o nuestros hijos.
Aunque todos nuestros pecados, incluso nuestros pensamientos,
requieren de arrepentimiento delante de Dios, no es necesario que con-
fesemos todos nuestros pecados a otras personas. Muchos pecados del
corazón, aquellos que tienen lugar solo en nuestros pensamientos, no
58 El matrimonio pacificador

afectan directamente a otros. De modo que, por lo general, necesitamos


confesárselos solo a Dios. (Sin embargo, si un pecado ha llegado a
dominar nuestro corazón, puede que sea necesario confesárselo a un
amigo maduro o consejero que pueda ayudarnos a encontrar la manera
de vencerlo).
El problema es que los pecados del corazón a menudo dan lugar
a pecados sociales, que afectan y ofenden a otros. Tal vez, el pecado
social sea una acción, como la murmuración, la calumnia o la men-
tira. O puede que sea algo que debería hacerse, pero no se hace, como
cuando ignora a su esposa, se muestra indiferente con su esposo, o no
perdona. Cualquiera que sea el caso, cuando sus palabras o acciones
hayan afectado a alguien, éstas deben confesarse a la persona a la que
usted ofendió (Stg. 5:16).
Si solo una persona quedó afectada, entonces debe confesarse solo
ante esa persona. Pero si su pecado afectó a más de una, debe confe-
sarse ante cada una de ellas. Lo más conveniente es que haga esto en
privado, ya que esto le permite obtener una respuesta de la otra per-
sona, y promueve la oportunidad para el perdón. Pero si se trata de un
grupo de personas, tales como toda su familia, puede que tenga que
confesarse ante todo el grupo a la vez.
Un amigo mío tuvo la oportunidad de practicar este principio
durante su primer mes como pastor. Durante el sermón, un domingo
por la mañana, Pablo comenzó a hablar de la importancia que tiene el
origen de nuestras creencias espirituales, de donde obtenemos nuestra
teología. En un momento determinado del sermón, le hizo una broma a
su esposa Ester, que estaba sentada en el primer banco. La miró directo
a los ojos y le dijo: “Algunas personas obtienen su teología de otras
personas tales como Oprah y Rosie O'Donnell [anfitriona y comediante
de la TV norteamericana respectivamente]”. Después sonrió, y la con-
gregación estalló en carcajadas.
Sin embargo, Ester se puso roja como un tomate. Ella estudiaba la
Biblia en serio, y leía libros teológicos para reforzar los fuertes conoci-
mientos de la Palabra de Dios que ya tenía. Por lo tanto, se sintió pro-
fundamente avergonzada por el comentario de su esposo.
Los dos tuvieron que volver a casa en automóviles separados, pero
en el instante que Pablo, con lágrimas en sus ojos, atravesó la puerta
de la casa corrió inmediatamente hasta donde estaba Ester. Después de
abrazarla, le hizo una confesión minuciosa y detallada de lo que había
hecho. El sabía que la había avergonzado y herido, de modo que le
expresó una genuina pena por sus palabras y le rogó que lo perdonara.
La confesión 59

Por supuesto que Ester lo perdonó, pues sabía que debía hacerlo.
Ella le expresó su perdón en palabras y se comprometió mentalmente
a mostrar esto en su vida diaria. Después de todo, Dios le había perdo-
nado todas sus faltas a ella, así que ella no podía hacer menos por su
esposo arrepentido. Se abrazaron y ella cerró mentalmente el libro de
aquel incidente.
No obstante, la herida de Ester seguía abierta. A ella le preocupaba
que muchos de los miembros de la congregación, que no la conocían
bien, creyeran que realmente se dejaba influenciar teológicamente por
la enseñanza superficial y falsa que planteaban los programas de deba-
tes frívolos de la televisión.
Aunque Pablo no se lo mencionó a Ester, él percibía lo que a ella
le preocupaba. De modo que el domingo siguiente, cuando subió a la
plataforma, colocó sus notas y la Biblia sobre el púlpito y le habló con
sinceridad a la congregación.
—Durante el sermón de la semana pasada —dijo él— le hice una
broma a mi esposa. La broma aludía a algo que no es verdad, y yo la
avergoncé y la herí. Ya le expresé mi pena a ella, y ella me perdonó. Sin
embargo, dado que mi ofensa fue pública, necesito confesarlo ante uste-
des también. Como pastor de ustedes, debo ser modelo de la manera
en que un esposo debe amar y honrar a su esposa. Yo no hice eso. No
usé el humor de una manera responsable. De ahora en adelante, me
propongo usar el humor sólo de manera apropiada. Por todo esto, les
pido que me perdonen.
La congregación nunca había escuchado a un pastor hacer una con-
fesión como esa. Los feligreses se sorprendieron tanto que permanecie-
ron en silencio por unos minutos. Luego algunas mujeres comenzaron
a llorar y otros comenzaron a asentir con sus cabezas o a sonreír para
mostrar que valoraban la confesión del pastor. Después del servicio,
varias personas se acercaron a Pablo para agradecerle por su ejemplo
y alentarle en su compromiso de ser un modelo y no simplemente un
expositor de lo que la Biblia enseña acerca de la pacificación.

2. Evitar el uso de las palabras si, pero y tal vez


Lo hemos visto más veces de las que quisiéramos: Un político se acerca
a un conjunto de micrófonos, tras haber sido encontrado en alguna
actividad sospechosa, y ofrece una confesión llena de si, pero, puede ser,
quizás y posiblemente.
Este tipo de “confesiones” engañosas, por lo general, no funcionan
con el público, y son absolutamente nulas como confesión en el matri-
60 El matrimonio pacificador

monio. Para empezar, la razón por la que se usan es para excusar la


participación del confesor en el incidente y culpar a otros del pecado o,
al menos, minimizar su culpa.
Por eso, en vez de decir: “Tal vez, estaba equivocado”, sea sincero
y evite decir “tal vez”. En lugar de decir: “Quizá, pude haberme esfor-
zado un poco más”, olvídese del “quizá”. En vez de decir: “Posiblemente,
debería haber esperado para escuchar tu lado de la historia”, añada
validez a su confesión y diga: “Me equivoqué, debí esperar para escu-
char tu lado de la historia”.
Las dos palabras pequeñas si y pero son muy fáciles de usar, y lo
más seguro es que malograrán toda confesión. Cuán molesto —y tam-
bién contraproducente — es escuchar a un cónyuge tratar de suavizar
un conflicto con “Perdóname si hice algo que te molestó”. Al agregar el
pequeño calificativo “si”, usted está insinuando que no está realmente
seguro de haber cometido la ofensa. No es de extrañarse que no haya
un perdón genuino en ese tipo de confesiones de “si”.
La palabra pero es aún más destructiva que la palabra si, por ejem-
plo, “No debí perder la paciencia, pero estaba cansado”; o peor aún: “No
debí haber perdido la paciencia, pero a veces realmente me frustras”.
Esos pequeños “peros” son palabras poderosas, que cancelan todo
aquello que los precede en estos enunciados. Cuando las personas lo
escuchan, sienten que usted cree más en las palabras que vienen des-
pués del “pero” que en las que lo preceden.
Palabras como estas, raras veces conducen a la reconciliación, de
hecho, la posponen. Básicamente transmiten que usted aún no ha asu-
mido la responsabilidad por sus acciones o palabras, y que es probable
que no cambie su conducta en el futuro. Lo único que usted quiere es
esconder el conflicto bajo la alfombra por ahora, pero es muy probable
que después vuelva a hacer lo mismo.
Por lo tanto, si usted desea hacer una confesión sincera, evite cons-
cientemente el uso de cualquier palabra que parezca minimizar su res-
ponsabilidad o transferir la culpa a otros. Si usted admite sus errores
francamente sin reservas, es más que probable que experimente perdón
y reconciliación.

3. Admitir la ofensa específicamente


Muy relacionadas a las palabras engañosas están las generalidades
imprecisas. Este fue el problema de Jaime en la ilustración del comienzo
de este capítulo. Él quería una respuesta positiva de Marta, para poder
ver el partido de básquet en paz, pero no fue directo y no le confesó a
La confesión 61

ella lo que él había hecho mal. El resultado fue que no hubo ni partido
de básquet ni paz.
Si usted quiere demostrar que su confesión es sincera, debería ser
tan preciso como sea posible. Al admitir específicamente lo que hizo
mal e incluso el mandato bíblico que transgredió, le está comunicando
a su cónyuge que está enfrentando con sinceridad el problema, lo cual
hace que resulte fácil para él o ella perdonarlo. Además, ser específico
le ayuda a identificar la conducta que debe cambiar.
Una confesión exitosa abordará no solo las acciones, sino también
las actitudes. Si usted puede identificar, específicamente, una actitud
que lo llevó a comportarse de esa manera —ya sea orgullo, egoísmo,
ingratitud, amargura o aires de superioridad— su pareja pensará que
su arrepentimiento es genuino. Usted le ha mostrado que ha ido hasta
el centro del problema y que está dispuesto a tomar cualquier medida
que sea necesaria para corregir su conducta.
Por ejemplo, en vez de decir: “Sé que he sido un pésimo esposo”,
podría decir:

He pecado contra Dios y contra ti. Él me ordena amarte a ti


como Cristo ama a su Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.
Yo no estoy siendo así contigo, en lo más mínimo. En lugar de
amarte, he buscado mis propios deseos incluso cuando sé que
eso los ha herido a ti y a los niños. He sido perezoso e indisci-
plinado, y he roto compromiso tras compromiso contigo. Me
sorprende que me hayas tolerado tanto tiempo.

Cuando una esposa escucha esta clase de confesión, sabe que está
sucediendo algo importante. Ella ve que usted está comenzando a
reconocer las raíces causantes de su comportamiento, y a identificar la
conducta que debe cambiar. Esta clase de confesión ayuda a crear espe-
ranza de que todo será realmente diferente si los dos trabajan juntos
para cambiar su matrimonio.

4. Disculparse
Otra manera de promover una respuesta positiva a su confesión es ase-
gurarse de que incluya una disculpa y que deje en claro su dolor por
herir los sentimientos o intereses de su cónyuge. Las disculpas más
eficaces son aquellas que comunican que usted entiende cómo se siente
él o ella debido a sus acciones o palabras. Por ejemplo:
62 El matrimonio pacificador

a “Puedo ver por qué estás enojado/a conmigo. Volví a faltar a


mi palabra, y sé que esta debe hacerte sentir como que no me
importan tus sentimientos. Lo siento mucho”.
Ñ “Mi comentario acerca de las madres que son amas de casa estuvo
mal, y sé que te hirió profundamente. Siento mucho haber dicho
esoñ
" “Lamento mucho haberte avergonzado por decirles a todos en
la oficina lo que sucedió ayer. Tú eres siempre muy considerada
con mis sentimientos, así que estoy seguro de que mi irreflexión
debió ser muy dolorosa”.
Describir una experiencia similar de su propia vida, y cómo se sin-
tió, es otra manera de hacer que una disculpa sea significativa. Por
ejemplo: “Recuerdo cuando mi papá no cumplió una promesa que me
hizo. Me dolió mucho que su trabajo fuera más importante que ir de
campamento juntos. Sé que debes sentirte igual, o peor aún, porque
dejé de cumplir más de un compromiso contigo”.
De cualquier manera, haga el esfuerzo consciente de recono-
cer específicamente que ha herido los sentimientos de su cónyuge, y
demuestre que está dolorido por ello. Puede que a su cónyuge le tome
un tiempo resolver sus sentimientos, pero su disculpa debería ayudarle
a acelerar el proceso.

5. Aceptar las consecuencias


Las acciones tienen consecuencias. Si al confesarse, usted acepta volun-
tariamente las consecuencias de sus errores, le está comunicando a su
cónyuge que su confesión es sincera. Usted no está simplemente inten-
tando suavizar las cosas y liberarse de sus responsabilidades.
Esto podría implicar el cumplimiento de una promesa olvidada o
acercarse a otros que participaron de su ofensa y aclarar el asunto. Por
ejemplo, si usted menospreció a su cónyuge en una cena con amigos,
podrá persuadir más a su cónyuge de que usted está realmente apenado
por su comportamiento, si va directamente a esas personas y pone las
cosas en su lugar.
Cuanto más comprometido esté en hacer restitución y reparar el
daño que ha causado, más probable será que su cónyuge tome con sin-
ceridad su confesión y se reconcilie con usted.

6. Cambiar de conducta
La Biblia dice que pongamos por obra nuestras palabras: “Hijitos míos,
no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn.
La confesión 63

3:18). Nada confiere más credibilidad a una confesión que un verdadero


cambio de conducta.
Al explicarle a su cónyuge que, con la ayuda de Dios, cambiará su
conducta en el futuro, le está demostrando que su arrepentimiento es
sincero. Puede que incluso sea beneficioso que le pida a su cónyuge
sugerencias para poder cambiar. Para reforzar su seriedad, podría escri-
bir esas sugerencias y revisarlas periódicamente con su cónyuge para
ver cómo ha progresado.
Cualquiera que sea la manera en que haya decidido cambiar, el
cambio de conducta es difícil. Pero tome aliento en el hecho de que los
mandatos de Dios no son imposibles. Él siempre nos concede la gra-
cia y la guía para que hagamos lo que Él quiere, y nos apropiemos de
la gracia al arrodillarnos delante de Él diariamente, confesar nuestros
pecados y pedirle la fortaleza para cambiar.
A través de la oración podemos pedirle a Dios que desarrolle en
nosotros lo que Pablo llama el “fruto del espíritu” (Gá. 5:22-23). Cuando
aprendemos a deleitarnos más profundamente en el Señor, podemos
reemplazar los ídolos que gobiernan nuestra vida por mayor amor y
devoción a Dios. Al estudiar diligentemente su Palabra, podemos iden-
tificar y protegernos de las motivaciones terrenales que dan alas a nues-
tra conducta destructiva, y podemos desarrollar y realzar los rasgos del
carácter que contribuyen a la paz. Y al usar las oportunidades que nos da
el conflicto de comportarnos como Dios quiere que lo hagamos, pode-
mos desarrollar aún más un carácter a la semejanza de Cristo (Ef. 4:24).

7. Pedir perdón y conceder tiempo


El último paso de una confesión es pedirle perdón a su cónyuge. Usted
no puede exigir o forzar el perdón. Cuando usted pide perdón, simple-
mente reconoce que la otra persona ahora tiene que tomar una decisión.
Las personas reaccionan a la confesión de manera diferente. Algu-
nos perdonan inmediatamente, mientras que otros necesitan más
tiempo. Si su cónyuge es de estos últimos, espere el tiempo que necesite
para analizar sus sentimientos.
Si la decisión de su cónyuge se demora demasiado tiempo, podría
volver atrás y evaluar si ha cumplido fielmente con los otros seis pasos
previos de la confesión. Si pasa esta “inspección”, puede que necesite
enfatizarle verbalmente a su cónyuge su sinceridad y disposición a
cambiar de conducta. También puede orar por —y con— su cónyuge,
para pedirle a Dios que le dé la gracia para poder perdonarlo.
Si pasa mucho tiempo y, a pesar de sus esfuerzos sinceros, no
64 El matrimonio pacificador

recibe el perdón de su cónyuge, podría acudir a su pastor o un amigo


de confianza que le ayude. Al hacer esto, su objetivo no debería ser
simplemente encontrar alivio para usted mismo, sino más bien ver los
aspectos de su vida donde todavía necesita cambiar y ayudar a su cón-
yuge a tratar con cualquier barrera que le impida experimentar la liber-
tad del perdón.
an

Antes de pasar al tema de la confrontación, deberíamos mencionar


dos puntos importantes sobre la confesión. Primero, no todos los siete
elementos son siempre necesarios. En particular, las ofensas menores
muchas veces se resuelven con una declaración bastante simple. En
cambio, para ofensas más graves, el cónyuge sabio hará una confesión
minuciosa que constará de los siete elementos de la confesión.
Y segundo, tenga cuidado de no usar estos siete elementos como
una fórmula ritualista, sino que se deben considerar siempre por su
objectivo: glorificar a Dios y servir a otros. No es una simple ceremo-
nia que cumplimos para quitarnos el peso de encima, de tal modo que
minimicemos la gravedad de nuestro pecado en el proceso.
Enfóquese en agradar a Dios y ministrar a su cónyuge. Esfuércese
sinceramente en reparar cualquier daño que haya causado, y cambiar
de conducta en el futuro. Si lo hace así, no pasará mucho tiempo hasta
que logre una genuina paz y reconciliación.

EVALUACIÓN PERSONAL
Si en este momento se encuentra en un conflicto, estas preguntas le
ayudarán a aplicar los principios presentados en este capítulo.

1. Al hablar con y acerca de otros en esta situación, ¿ha cometido el


error de hablar de cualquiera de las siguientes maneras? Si es así,
describa lo que dijo.
Palabras irreflexivas
Refunfuño y queja
Mentira
Murmuración
Calumnia
2 Palabras duras y abusivas
O
La confesión 65

g. Crítica perniciosa
h. Especulación sobre las motivaciones de su cónyuge

21 ¿Ha cometido alguno de los siguientes pecados en esta situación? Si


es así, describa qué hizo o no hizo.
Ira descontrolada
Amargura
Venganza
Malos pensamientos
Inmoralidad sexual
Abuso de sustancias
Pereza
Actitud defensiva
Autojustificación
Obstinación
Resistencia al buen consejo
Negación de la misericordia y el perdón
. Incumplimiento de su palabra
Abuso de autoridad
ota
Melo
oi
OS
o Rebeldía contra la autoridad
¿Qué ídolos han influenciado sus palabras y comportamiento en
esta situación? (Recuerde que estos deseos podrían ser pecamino-
sos por naturaleza, o podrían ser buenos deseos que han llegado a
ser exigencias que gobiernan su corazón).
Escriba un bosquejo de la confesión.
a. Incluya a todas las personas afectadas. ¿Con quién necesita con-
fesarse?
b. Evite las palabras: si, pero y tal vez. ¿Qué excusas o imputación
de culpa necesita evitar?
Admita la ofensa específicamente. ¿Qué pecados ha cometido?
¿Qué principios bíblicos ha transgredido?
Discúlpese. ¿Cómo podrían sentirse los demás como resultado
de su pecado?
Acepte las consecuencias. ¿Qué consecuencias necesita aceptar?
¿Cómo puede revertir el daño que ha causado?
Cambie de conducta. ¿Qué cambios piensa hacer, con la ayuda de
Dios, en su manera de pensar, hablar y comportarse?
Pida perdón y espere el tiempo que la otra persona necesite. ¿Cuál
puede ser la razón de que la persona a quien usted ofendió esté
66 El matrimonio pacificador

poco dispuesto a perdonarlo? ¿Qué podría hacer para que esa


persona pueda perdonarlo más fácilmente?

5. Declare al Señor lo que usted piensa hacer escribiendo una oración


en base a los principios enseñados en este capítulo.

De De EN

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Los capítulos 4-6 de Pacificadores: Una guía bíblica a la solución de con-
flictos personales ofrecen información más detallada sobre cómo sacar
la viga de nuestro propio ojo. Estos capítulos explican cómo vencer una
actitud crítica, cómo encontrar el equilibrio entre los derechos y las
responsabilidades, y cómo identificar y ser libre de la conducta y los
hábitos pecaminosos que provocan conflictos.
La confrontación

Luis estaba teniendo un día difícil en la oficina. La hoja de cálculo


trimestral, que habían colocado sobre su escritorio esa mañana, reve-
laba que su nuevo programa de ventas no estaba cumpliendo con los
objetivos. A las once de la mañana, su jefe fue a su oficina a exigirle
una explicación. Luis tuvo que trabajar durante su hora de almuerzo y
toda la tarde para revisar los números y motivar al equipo de ventas ya
sobrecargado de trabajo. Su regreso a casa fue en medio de un tráfico
pesado, que solo aumentó su frustración.
Al llegar a su casa, notó que su hijo había dejado la bicicleta otra
vez en la rampa de entrada de la casa. De modo que bajó del automóvil,
movió la bicicleta y estacionó el auto en el garaje; para este entonces, ya
tenía un nudo en el estómago.
Nadie estaba en la cocina cuando él entró. Dejó su maletín en el
piso y, de inmediato, se puso a revisar la correspondencia del día que
estaba en el mostrador de la cocina. Al ver la factura del gimnasio de su
esposa, la abrió y se preocupó al ver que le habían aumentado la cuota
otros $10.
Carolina, su esposa, que venía del comedor, sonrió y abrió sus bra-
zos para darle un abrazo.
—;¡Ah! ¡Ya llegaste! —dijo ella.
Luis no estaba de buen humor.
—¿Así que el gimnasio nos está estafando con diez pesos más de
cuota por mes? —preguntó él.
Carolina se quedó inmóvil y no pudo seguir avanzando. Se le des-
dibujó la sonrisa y se le cayeron los brazos a cada lado.
—Según recuerdo, Luis, fue idea tuya que me inscribiera en un
gimnasio —respondió ella.
68 El matrimonio pacificador

—Sí, estaba cansado de escucharte hablar todo el tiempo de tu


peso. Esperaba que al menos te, lo tomaras en serio y bajaras algunos
kilos. Pero a estos precios —dijo él arrojando la factura sobre la mesa
de la cocina— me pregunto si vale la pena, más que nada, porque pasas
el día comiendo a todas horas y nunca te privas de tu porción de postre.
Carolina tomó la factura para echarle un vistazo.
—Ya que te gusta hablar —dijo ella— al menos yo estoy tratando
de bajar de peso. Y no veo que las llantas de tu cintura hayan disminuido
últimamente. Tú ni siquiera caminas alrededor de la cuadra conmigo.
Luis hizo caso omiso de su comentario con un gesto de su mano, y
volvió a prestar atención al resto de la correspondencia.
—No son solo los $10 del gimnasio —siguió diciendo él mientras
abría la factura de una tienda por departamentos— es todo lo demás
que compras. Son tus gustos de Liz Claiborne y nuestro presupuesto
que no llega para eso. Mira esto —arrojó esa factura sobre la mesa—
doscientos setenta y cinco pesos de la tienda Nieman Marcus del mes
pasado. Hombre, voy a tener que buscar otro trabajo solo para seguirles
el ritmo a ti y a los niños.
Ahora era el turno de Carolina de arrojar la factura sobre la mesa.
—Si quieres hablar de dinero —dijo ella duramente— tal vez, debe-
ríamos comenzar a hablar de los palos de golf nuevos sin los cuales no
puedes vivir. Tan solo ese costosísimo driver financiaría las cuotas de
un año de mi gimnasio.
Después de eso, ambos se miraron por un momento y regresaron
a sus respectivos rincones: ella a su dormitorio, y él a ver la televisión.
Así terminó el primer asalto de otra noche “feliz” en la vida hogareña
de Luis y Carolina.
Bd ON A

Las parejas, incluso las parejas cristianas, se enfrentan a menudo a pro-


blemas reales en su vida matrimonial. Para Luis era la apariencia de su
esposa y su habilidad de manejar las finanzas de la familia: ambos eran
asuntos muy delicados en toda relación matrimonial. Pero en vez de
abordarlos con sensibilidad, dijo abruptamente lo que:le preocupaba,
y lo dijo incluso con más emoción debido al estrés de los problemas
laborales, que nada tenían que ver con el tema.
Los cónyuges tienen derecho a sacar a la luz asuntos importantes
y delicados. De hecho, la vida matrimonial se desarrolla mucho mejor
cuando las parejas pueden hablar de asuntos importantes y resolverlos
de una manera respetuosa que agrade a Dios. Felizmente, la Biblia nos
La confrontación 69

brinda numerosos principios para la comunicación, que pueden ayu-


darnos a hablar de asuntos delicados de una manera que fortalezca la
relación y promueva soluciones constructivas a nuestras diferencias.

PASE POR ALTO LO QUE PUEDA, CUANDO PUEDA


Antes de ahondar en los principios para la confrontación, vamos a hablar
de cuándo no es necesario hacer uso de los mismos. Los miembros de
cualquier familia normal se enojan y ofenden entre sí frecuentemente. Si
todos discutiéramos por pequeñeces, no estaríamos haciendo otra cosa
en la familia que confrontarnos unos a otros por pequeños agravios.
Una manera mucho mejor de abordar asuntos insignificantes es
imitar la manera en la que Dios trata con nosotros. Nosotros pecamos
contra Él constantemente, y, sin embargo, Él no trata duramente con
nosotros por cada ofensa que cometemos. “Misericordioso y clemente
es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia” (Sal. 103:8) “Sed,
pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”
(Lc. 6:36). Cuando pasamos por alto las ofensas que cometen contra
nosotros, estamos imitando el extraordinario perdón de Dios.
Lamentablemente, no podemos hacer una lista cabal de las accio-
nes o palabras que constituyen una ofensa “a pasar por alto”, porque
todos los seres humanos son diferentes, y lo que un cónyuge podría
considerar una ofensa menor, sin importancia, podría ofender profun-
damente al otro cónyuge.
Pero podemos ofrecer dos reglas generales. Primero, no debería
pasarse por alto algo que perjudique de forma duradera su relación con
su cónyuge. Si lo que su cónyuge hace o dice altera sus sentimientos,
pensamientos, palabras o acciones hacia él o ella por más de un breve
período de tiempo, usted debe confrontarlo.
La segunda regla general es un poco más compleja. Es la siguiente:
No se debería pasar por alto una ofensa que perjudique seriamente la
reputación de Dios, a otras personas o al ofensor. Por ejemplo, si su
esposo cristiano, está siempre hablando y actuando de un modo que
hace que usted y sus hijos piensen mal de Dios, de la iglesia o de la
Biblia, tendrá que hacerle frente a este problema. Es necesario confron-
tar los pecados que, de manera obvia y significativa, afectan el testimo-
nio cristiano de una persona.
De igual modo, es necesario hacer frente a toda ofensa que le
cause un daño significativo a usted o a otra persona. Por ejemplo, si su
esposa se enoja cuando está al volante, y con sus hábitos de conducción
impredecibles pone en peligro a sus hijos y a cualquier otra persona
70 El matrimonio pacificador

que esté en el auto, esto constituye un problema a confrontar. La misma


regla se aplica a un problema que.está afectando al propio ofensor. Espe-
cialmente si es parte de un patrón repetitivo. Un ejemplo obvio de esto
sería una persona que abusa del alcohol o los fármacos recetados. Pero
las ofensas que perjudican la relación del ofensor con Dios, también
deberían tratarse con seriedad. De hecho, aunque parezca contracul-
tural, usted le está haciendo un gran bien a esa persona al preocuparse
por su vida espiritual. Usted está realmente sirviendo a esa persona.
Si una ofensa no traspasa ninguno de estos límites, probablemente
debería pasarse por alto, y usted debería confiar en que Dios obrará
y producirá el cambio necesario en la vida de esa persona. Pero si la
ofensa es demasiado grande para pasar por alto, tendrá que llamarle la
atención a dicha persona con un espíritu de oración y de un modo que
la anime a arrepentirse y cambiar.

CONSTRUYA, NO DESTRUYA
Hemos hablado varias veces de la importancia de las palabras en cual-
quier conflicto. Aunque las acciones no verbales se expresan podero-
samente por sí mismas —cruzarse de brazos, fruncir el ceño, hacer un
gesto negativo con la cabeza—, las palabras que salen de su boca se
comunican con mucha más fuerza con la otra persona. Cuando hace-
mos un mal uso de las palabras, éstas pueden causar división entre el
esposo y la esposa, y separarlos cada vez más. Pero cuando se usan
adecuadamente, las palabras pueden promover el entendimiento entre
los cónyuges y motivarlos a un acuerdo. Como nos advierte Proverbios
12:18: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la
lengua de los sabios es medicina”.
Si usted quiere reducir la necesidad de confrontación en su matri-
monio, cultive el hábito de usar sus palabras para alentar y edificar a su
cónyuge. Sea diligente en agradecer a su cónyuge por lo que hace, reco-
nozca sus esfuerzos y elogie sus logros. Además de verbalizar su amor,
este hábito hace que la crítica se reciba con mayor facilidad. Si, por lo
general, usted es comprensivo y alentador, su cónyuge estará menos
predispuesto a decir: “Todo lo que haces es criticarme” o a dudar de
sus motivaciones cuando sienta la necesidad de plantear un problema.
No importa cuán positivo sea usted, puede que haya veces que
necesite confrontar a su pareja. Para tal fin, es esencial que le mues-
tre amor y humildad y le hable con paciencia y bondad. Si se acerca a
la otra persona de un modo cortés y le expresa su preocupación, ésta
estará más dispuesta a escuchar lo que usted tiene que decir.
La confrontación 71

Luis, en nuestra ilustración del comienzo del capítulo, hubiera obte-


nido un resultado mucho mejor si hubiera dicho algo como lo siguiente:
“Carolina, valoro y aprecio tu manera de administrar la economía fami-
liar, pero estoy preocupado por algunos de los gastos que están sur-
giendo estos días. Te amo y quiero proveer para ti, pero necesito que
me ayudes a vigilar nuestros gastos. ¿Podríamos sentarnos más tarde
y hablar de esto?”. Si hubiera planteado su preocupación con bondad
y humildad y se hubiera asegurado de expresar su amor por Carolina,
probablemente la hubiera alentado a responder de una manera similar.
Sin embargo, en ocasiones, cuando un acercamiento amable no logra
llamar la atención de su cónyuge, podría ser necesario confrontarlo/a
de una manera firme y directa. Pero incluso en estos casos, sigue siendo
recomendable, al menos, comenzar amablemente. Cuanto más fuertes
sean sus palabras, más probable será que su cónyuge responda a la
defensiva y con hostilidad. Y una vez que se ha establecido el tono de
una confrontación, es difícil cambiar a un tono más cordial.
La Biblia está llena de consejos prácticos para la comunicación.
Uno de los mejores lo encontramos en Efesios 4:29: “Ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la nece-
saria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Si usted usa este
versículo como un filtro constante para sus palabras, normalmente,
encontrará que su cónyuge estará más predispuesto a escuchar lo que
usted tiene que decirle.

PROCURE ESCUCHAR
Lo que sale de su boca es solo una parte de la confrontación exitosa. Lo
que entra a sus oídos y cómo lo recibe, es igual de importante, o acaso
más.
Lamentablemente, escuchar no es una habilidad que adquirimos de
forma natural, sobre todo en esta era visual; se requiere de una aten-
ción y práctica conscientes. Pero es absolutamente esencial para que la
confrontación sea exitosa. Sus beneficios son muchos. Tener una buena
capacidad para escuchar nos permite obtener información más exacta.
Envía señales positivas: que usted no tiene todas las respuestas y que
valora el punto de vista de su cónyuge. Manifiesta amor y preocupa-
ción, y muestra su sinceridad y buena fe. Y finalmente, crea una atmós-
fera de respeto mutuo; le muestra a su cónyuge que usted no es el único
que tiene el derecho de hablar.
Hay cinco técnicas para saber escuchar que son particularmente
útiles a la hora de resolver un conflicto.
72 El matrimonio pacificador

Espere
Se dice que a los que esperan les suceden cosas buenas, y esto se aplica
tanto para una confrontación exitosa como para otros aspectos de la
vida. Pero esperar no es algo que nos sale por naturaleza. Usted es el
que tiene un problema, el que tiene algo muy urgente que decir, ¿y
ahora tiene que guardar silencio?
Puede que sea difícil, pero es muy importante. Pues al esperar y
escuchar lo que su cónyuge está diciendo, usted se puede acercar a la
raíz del problema y, de igual importancia, puede evitar agregar leña al
fuego del conflicto con comentarios precipitados.
Usted puede mejorar su capacidad de esperar al enfocarse en tres
respuestas no verbales. Primero, aprenda a sentirse cómodo con el
silencio. Las personas son diferentes a la hora de expresarse; algunas
intercalan sus comentarios con períodos de silencio: piensan mientras
hablan, no antes. Respete este hábito y no se apresure a hablar. Si el
silencio se prolonga y usted no sabe cuándo hablar, diga algo como:
“¿Puedo responder a eso, o te gustaría decir algo más?”.
Segundo, no se apresure a sacar conclusiones. Aunque usted sepa a
dónde va su cónyuge con sus palabras, absténgase de llegar allí antes que
él o ella. Usted podría llegar a perderse lo que realmente está diciendo.
Y tercero, no interrumpa. Esto es especialmente difícil cuando
su cónyuge está diciendo algo con lo que usted está en completo des-
acuerdo, pero a su tiempo usted tendrá su oportunidad de hablar;
espere su turno. Esto también se puede aplicar a la hora de ofrecer
soluciones en medio de la conversación. Algunas personas no quieren
escuchar sus soluciones mientras le están manifestando sus inquietu-
des. Puede que algunos ya conozcan la solución a sus problemas. Lo que
estas personas quieren es su comprensión, su compasión, su ternura.
Al interrumpir con respuestas a cada problema que sale a la luz, usted
le está negando a su cónyuge estas importantes respuestas no verbales.

Preste atención
Nuestra mente piensa cuatro veces más rápido de lo que hablamos.
Mientras esto en general es bueno, hace que sea difícil escuchar. Para
nuestra mente, puede significar estar en funcionamiento todo el tiempo
en busca de algo en qué pensar, mientras debería estar enfocándose en
lo que nuestro cónyuge está diciendo, y como resultado, nos perdemos
mucho de lo que nuestro cónyuge está diciendo. Además, su cónyuge,
por lo general, puede darse cuenta cuando usted está ausente en la con-
versación, y esto sólo exacerba la confrontación.
La confrontación 73

De modo que es decisivo que usted preste atención a las palabras de


su cónyuge. Y para esto, se requiere esfuerzo, y una concentración deli-
berada y persistente en lo que él o ella está diciendo. No mire a través
de la ventana, no vea cómo están sus cutículas, no desarme su bolí-
grafo, tampoco se fije cómo está su lápiz labial en su espejo de bolsillo.
Pero aunque le dedique toda su concentración a su cónyuge, siem-
pre hay tentaciones. La primera es pensar qué decir después. Todos
hacemos esto de vez en cuando, y cuando lo hacemos, dejamos de escu-
char lo que realmente está diciendo nuestro cónyuge. Además, es exas-
perante. Invierta los roles por un segundo: ¿Suele usted darse cuenta
cuando su cónyuge se apresura demasiado a dar una respuesta? Bueno,
si usted puede darse cuenta, del mismo modo, se da cuenta su cónyuge
cuando usted hace lo mismo. Por lo tanto, esfuércese conscientemente
por evitar este hábito; preste absoluta y total atención a lo que su cón-
yuge está diciendo.
También es de ayuda demostrar que está prestando total atención
con señales visuales y verbales. Algunas señales visuales: mantenga un
continuo contacto visual; evite cruzarse de brazos, tamborilear con los
dedos, zapatear con los pies, o manifestar cualquier otro lenguaje cor-
poral negativo similar. Manténgase inclinado un poco hacia adelante
—esto demuestra interés— y manifieste expresiones faciales cálidas
y positivas; y asienta con su cabeza alguna que otra vez a manera de
corroboración. Este tipo de acciones podrían parecer triviales, pero los
expertos dicen que más de la mitad de lo que decimos lo comunicamos
por medio de expresiones no verbales como éstas.
En cuanto a expresiones verbales, ocasionales: “mmm...”, “ob”,
“ya veo” o “ajá” le indican a su cónyuge que usted está escuchando
sus palabras. Estas expresiones también alientan a su cónyuge a seguir
hablando.

Aclare el asunto
Es importante que usted entienda lo que su cónyuge está pensando, lo
que él o ella realmente quieren decir. Para esto, a menudo es necesario
hacer preguntas aclaratorias, o hacer declaraciones que indiquen que
está tratando de entender. Entre estas declaraciones, se incluyen:
Ú “¿Estás diciendo que...?”
Ú “Explícate un poco más”.
“¿Puedes darme un ejemplo?”
“Estoy confundido con...”
AR
PE
HE “¿Qué quieres decir con...?”
74 El matrimonio pacificador

Emplear adecuadamente estas técnicas para saber escuchar mos-


trará que está participando de la conversación; usted está escuchando
y quiere saber todo lo posible del lado de la historia de su cónyuge.
Esto, a su vez, favorecerá una mayor conversación, y el diálogo resul-
tante podría sacar a la luz inquietudes, motivaciones y sentimientos
subyacentes.
Enfóquese en quién, qué, cuándo, dónde y cómo, y evite las preguntas
que podrían descartarse con un simple sí o no. Recuerde también la
intención de estas preguntas; éstas son para aclarar el asunto, no para
avergonzar o asechar a su cónyuge.

Reflexione
Nuestra cuarta técnica para saber escuchar, conlleva el uso de frases
(interpretaciones) para la reflexión. Esto implica simplemente —y bre-
vemente— resumir lo que su cónyuge acaba de decir y devolvérselo en
un paquete verbal claro. Este paquete incluye tanto el contenido de lo
que su cónyuge ha dicho como sus aparentes sentimientos.
Estas interpretaciones deberían ser breves y directas, y no debe-
rían desviar la atención del que está hablando. Deberían decirse con un
tono de voz adecuado y acompañado de un lenguaje corporal adecuado.
Estos son algunos ejemplos:
1 “Tú crees que no he dedicado tiempo a escucharte”.
Ñ “Entonces, tu manera de verlo es...”
“Al parecer, crees que fui poco sincero (o duro, insensible, etc.)
acerca de...
1 “Tengo la impresión de que realmente te he decepcionado”.
1 “En verdad, te has sentido herida por mi comentario durante la
cena”.
Sin embargo, observe que usted no está necesariamente de acuerdo
con su cónyuge, sino simplemente confirmando sus percepciones.
Usted le está diciendo que ha escuchado sus percepciones y las ha com-
prendido. Después de todo, las percepciones no tienen que ser verdade-
ras para ser reales, y al tomar estas impresiones y reformularlas, usted
le está diciendo a su cónyuge que entiende cómo se siente. Esto es cru-
cial para una confrontación exitosa, porque una vez que su cónyuge
dice: “A ti ni siquiera te importa cómo me ha afectado esto”, aunque
diga: “Eso no es verdad” o “Sí, que me importa”, no hará cambiar la
manera de pensar de él o ella. Para tratar seriamente con el comporta-
miento que surge de las percepciones, usted debe tomar y entender las
percepciones en su sentido literal.
La confrontación 75

La reflexión sirve para una gran cantidad de propósitos positivos.


Demuestra que usted está prestando atención y disminuye la necesi-
dad de repetir y subir la voz para decir cómo son las cosas. Aclara las
afirmaciones de su cónyuge y concentra el diálogo en un solo tema,
en vez de ir de un tema a otro. Afloja el ritmo de la conversación; un
resultado adicional beneficioso en momentos en que las emociones son
intensas. Y al reflexionar seria y deliberadamente en lo que su cónyuge
está diciendo, usted fomenta una respuesta similar en futuras conver-
saciones.

Acepte lo que le dicen


Acepte lo que pueda de aquello que le diga su cónyuge, y esté de acuerdo
con él o ella cuantas más veces mejor. Desde luego que no se espera que
renuncie a sus creencias, simplemente acepte lo que pueda y cuando
pueda hacerlo; usted tendrá la oportunidad de disentir cuando le lle-
gue el turno de hablar. Esta quinta técnica para saber escuchar, con
frecuencia la más importante, alentará a su cónyuge a abrirse.
Una de las oportunidades más productivas de aceptar lo que le
dicen es cuando usted se da cuenta de que se ha equivocado. Un “tie-
nes razón; cometí un error al decir eso” o “sí, mucho de lo que dices es
verdad: tengo que tratar con mi temperamento (o actitud, manera de
hablar, etc.)” o “ahora entiendo por qué estás tan enojada conmigo por
llegar tarde otra vez”, que usted diga a tiempo, puede transformar una
discusión potencial en una discusión constructiva.
El problema es que estar de acuerdo con las personas que le están
señalando sus errores no es tarea fácil. ¿Cómo se hace? Resista el
impulso de defenderse, de culpar a los demás o de enfocarse en los
puntos en desacuerdo. Pregúntese: ¿Hay algo de verdad en lo que mi
cónyuge está diciendo? Aproveche cada oportunidad de asentir con él
o ella.
Si a usted, igual que a muchas otras personas, le preocupa que al
aceptar la culpa, está aceptando la responsabilidad de todo el problema,
entonces sea específico cuando le manifieste su aceptación. Dígale exac-
tamente en qué está de acuerdo —que no cumplió con un compromiso,
que a veces se sale de sus casillas o que a veces llega tarde a casa—,
pero también mencione que usted no cree que su comportamiento sea
la única razón del problema.
Al estar de acuerdo con su cónyuge en todo lo posible, es más pro-
bable que la conversación tome una dirección positiva y produzca una
atmósfera en la que ambos busquen entenderse y trabajar hacia una
76 El matrimonio pacificador

solución constructiva. Se requiere de trabajo y autodisciplina, pero es


una de las mejores maneras de resolver el conflicto y restaurar la paz.

LA SANIDAD LLEGA CON UNA SABIA


COMUNICACIÓN
Hemos visto el aspecto crucial de usar solo palabras que edifiquen a su
cónyuge en una confrontación, no que lo/a destruyan. También hemos
visto la importancia de emplear técnicas adecuadas para escuchar
durante la conversación. Ahora vamos a ver lo que es apropiado en una
confrontación. ¿Cuál debe ser el entorno y qué, exactamente, debe decir?

Cuestiones logísticas
Una situación y un momento inadecuados pueden arruinar el efecto de
las ocasiones importantes. Por ejemplo, lo más probable es que no le
haya propuesto matrimonio a su esposa en el medio tiempo de un par-
tido de fútbol, ¿verdad? Lo mismo sucede con la confrontación: Se trata
de una iniciativa seria en la que ha estado pensando mucho. Si usted
quiere que sea exitosa, necesita planificarla cuidadosamente.
Estas son algunas pautas. Primero, no inicie una conversación
seria con su cónyuge cuando uno de los dos esté cansado, de mal
humor o preocupado por otro asunto. Además, asegúrese de planificar
un momento que sea ilimitado; no quince minutos antes que su familia
tenga que salir para la iglesia, o diez minutos antes que su cónyuge
tenga que ir al trabajo. Los asuntos de importancia merecen todo el
tiempo que sea necesario. No los sujete a limitaciones de tiempo.
En cuanto al lugar para llevar a cabo la confrontación, elija un lugar
con pocas distracciones, sin otras personas ni ruidos fuertes. Apague
la televisión o la radio y cierre la puerta. Si es probable que su cónyuge
se ponga a la defensiva o desconfíe, elija un lugar en el cual él o ella se
sientan Seguros.
Además, traten de hablar a solas y cara a cara. Esto hará que su
cónyuge tenga la impresión de que se trata de un asunto de mucha
importancia para usted. Además, le permitirá interpretar las expresio-
nes faciales y el lenguaje corporal durante el curso de la'conversación,
y le permitirá aclarar los malos entendidos y obtener respuesta a lo que
usted está diciendo antes de pasar a otros asuntos.

Emplee palabras sabias


Tal vez la cuestión más importante en toda confrontación sea justa-
mente las palabras que se digan. Por lo tanto, es sabio sentarse de ante-
La confrontación 77

mano y planificar lo que va a decir, incluso anotar los pensamientos y


las palabras clave.
Su plan debería incluir estos detalles: los asuntos que usted cree
que necesitan abordarse; los asuntos que usted quiere evitar, ya sea
porque no vienen al caso con respecto a sus principales inquietudes, o
porque es probable que ofendan a su cónyuge; las palabras exactas que
describen sus sentimientos (preocupado, frustrado, confuso, decepcio-
nado, etc.); cómo le está afectando el problema; cómo preferiría que se
resolviera el problema; y la manera en que ambos se beneficiarán del
esfuerzo cooperativo de encontrar una solución. Usted debería plani-
ficar el uso de palabras comprensivas, claras y constructivas, y evitar
palabras que ofendan innecesariamente a su cónyuge o lo pongan a la
defensiva.
Aunque no puede escribir un guión de toda su conversación, puede
redactar lo que serán sus primeros comentarios. Asegúrese de que éstos
fijen el tono para que sea un encuentro positivo. Podría comenzar con
una disculpa por los comentarios precipitados e insensibles que con-
tribuyeron a la tensión entre ustedes —una confesión inicial a menudo
fija un tono positivo y pacífico—, o podría expresarle preocupación
acerca de un asunto que haya surgido entre ustedes. Comenzar con una
declaración humilde y comprensiva le dirá a su cónyuge que usted no
quiere discutir, sino que está buscando un diálogo positivo.
Además, trate de prever la reacción de su cónyuge a sus comen-
tarios, y planifique respuestas comprensivas. Aunque su cónyuge res-
ponda de manera diferente a lo que pensó, el solo hecho de considerar
sus reacciones de antemano, generalmente hará que sea más fácil res-
ponder de una manera constructiva. Prevea posibles reacciones de
enojo y comprométase a responderle con bondad. Transmítale con sus
palabras y acciones que usted toma en serio su enojo y que quiere llegar
a la raíz del problema que lo originó.
Expresar sus comentarios en “primera persona” es una de las téc-
nicas más útiles para aplacar las reacciones de enojo. En vez de usar
palabras provocadoras como “tú eres muy insensible” o “tú eres muy
inconsiderado”, invierta la afirmación, y hable de usted mismo en vez
de atacar a su cónyuge. Una fórmula típica es: “Me siento
curando ale MAA OpPOrquend OLan . Por eso
algunos ejemplos:
1 “Me siento herido cuando te burlas de mí en frente de otras
personas, porque me haces sentir ridículo y tonto. Por eso, me
he vuelto reacio a tener invitados a cenar a casa”.
78 El matrimonio pacificador

E “Me siento frustrada de que pases tanto tiempo en la oficina,


puesto que la responsabilidad principal de educar a los niños
recae sobre mí. Por eso, nuestros hijos no están siendo educados
como Dios quiere”.
E “Me confunde que me digas que nunca te escucho, porque la
semana pasada nos sentamos dos veces durante una hora para
que me contases lo que te preocupaba tanto. No sé qué más tengo
que hacer”.
¿Qué hacen las declaraciones en “primera persona”? Le indican a
su cónyuge cómo su comportamiento le está afectando a usted. Ponerse
usted mismo en la situación reduce la posibilidad de que su cónyuge
se ponga a la defensiva, y hace que le sea más difícil echar la culpa a
los demás. Además, identifican específicamente aquello que ha hecho
su cónyuge que a usted le preocupa; limitan el enfoque y le dicen a su
cónyuge que usted no tocará otros temas que no vengan al caso. Final-
mente, las declaraciones en “primera persona” explican por qué usted
siente que el asunto es importante, y por qué quiere discutirlo. Hay
probabilidades de que si su pareja entiende cómo se siente usted y el
efecto que está teniendo su comportamiento en usted, él o ella esté más
dispuesto a hablar del problema y a encargarse de él.
Un detalle final acerca de las palabras: evite las exageraciones.
En lugar de decirle a su cónyuge: “Siempre llegas tarde del trabajo”,
dígale: “Has llegado tarde del trabajo tres veces esta semana”. En vez de
decirle: “En esta familia ya nadie quiere volver a ir a ningún lado con-
tigo”, dígale: “He llegado al punto en el que preferiría no salir a cenar
contigo”. Las frases “tú siempre”, “tú nunca” y “cada vez” le expresan
a su cónyuge que usted no está siendo sincero con él o ella, y de esta
manera su cónyuge se desmotivará y no tomará en serio el resto de lo
que usted le diga.

MINISTRE CON EL EVANGELIO


Debido a nuestra naturaleza pecadora, muchos de nosotros tenemos la
fácil predisposición de señalar los errores de otros y de juzgarles por sus
fallos. Si nos dejamos llevar por esta inclinación cuando confrontamos a
otros, siempre dará lugar a una conversación estresante e improductiva.
Cuando confrontamos a nuestro cónyuge o nuestros hijos, debe-
mos recordar que “estamos en el mismo barco”. No solo los ofendemos
en diferentes ocasiones, sino que todos ofendemos a Dios con nuestros
pensamientos y hechos pecaminosos. Es como somos por naturaleza;
es un estigma que llevamos.
La confrontación 79

Sin duda alguna, Dios nos salvó de nuestro castigo eterno, que por
derecho nos merecíamos. Y Él quiere que su obra redentora fluya a través
de nosotros, en nuestras relaciones con otras personas. De modo que
cuando confrontamos a una persona, deberíamos resistir la tendencia de
sermonearla con sus defectos y una lista de mandamientos divinos. Antes
bien, siempre deberíamos buscar ministrar a esa persona con el evange-
lio, e insistir en la promesa de que Jesús murió para hacernos libres de
nuestros pecados, y que Él se deleita en bendecirnos con perdón y recon-
ciliación, tanto con Él como con cualquiera que hayamos ofendido.
Mi esposa me enseñó este principio en una ocasión en que estaba
confrontando a mi hija desconsideradamente. Me habían pedido que
enseñara acerca de la pacificación al profesorado de una escuela cristiana.
Dado que la conferencia se llevaría a cabo en un bello campamento de
montaña, le pedí a Corlette y a mis hijos que me acompañaran. El último
día de la conferencia, mi hija de ocho años, Megan, se puso a pelear con
la hija del administrador de la escuela. Puesto que yo era el presidente de
una organización llamada Ministerio de Pacificadores, y dado que todo
aquel fin de semana había estado usando ilustraciones de cómo mis hijos
practicaban la pacificación, me sentí abochornado y avergonzado de que
mi hija no estuviera manejando la situación adecuadamente.
Intervine de inmediato y comencé a presionar a Megan para que
confesara qué estaba haciendo mal.
— Vamos, Megan —le dije—, tú sabes qué debes hacer... Admite,
en qué te equivocaste, cariño... Saca la viga de tu propio ojo... Usa los
cinco elementos de la confesión (una versión abreviada de los siete ele-
mentos de la confesión). —Y finalmente le dije— ¡Hazlo ahora mismo!
Lamentablemente, Megan estaba en una etapa de la vida en la cual
se resistía a ese tipo de presión pública. Cuanto más la presionaba,
más persistía en su actitud. Varias personas estaban observando, y yo
me frustraba y me enojaba cada vez más. En mi orgullo y deseo de
impresionar a las personas con mi “experiencia” de pacificación en mi
familia, estuve a punto de hacer el ridículo.
Pero Dios tuvo misericordia de mí, y usó a mi esposa. Corlette se
acercó a mi lado y me susurró:
—¿Podría tratar de hablar con ella?
—-Claro que sí, adelante —le dije apresuradamente, dando un paso
atrás.
Corlette se arrodilló para poder mirar a Megan a los ojos. Luego, le
dio un cálido abrazo. Tomó sus manos como si le diera una ofrenda a
nuestra hija, y le dijo:
80 El matrimonio pacificador

—Megan, Dios te está ofreciendo la manera de salir de esta


situación. Tú sabes que estás en un lío, y que las cosas solo empeorarán
si juegas al juego de la culpa. Yo te entiendo, porque a veces he hecho lo
mismo. Pero de nada sirve quedarnos estancadas aquí, cariño. Jesús se
está ofreciendo a ayudarte, Megan. Él murió por tus pecados para que
puedas ser libre de ellos. Todo lo que necesitas hacer es pedirle a Jesús
que te ayude, y Él te perdonará y te ayudará a salir de esta situación.
Megan caviló por un momento, atrapada entre su obstinado orgullo
y las buenas nuevas que Corlette le había ofrecido. Después, estalló en
llanto y se arrojó a los brazos de su madre.
—¡Oh! Mami —dijo llorando—, estoy en un lío. Me porté mal con
Ana, y también hice quedar mal a papá. Por favor, ayúdame.
Desde luego, fue el propio orgullo de papá lo que lo hizo quedar
mal. Pero Dios, en su misericordia, liberó tanto al padre como a la hija
de su pecado, por medio de la confrontación considerada de Corlette.
Ella nos recordó bondadosamente a ambos que el evangelio es la pro-
mesa de Dios de liberarnos no solo de las consecuencias eternas de
nuestro pecado, sino también de los conflictos diarios en los que nos
enredamos. Una vez que ambos recordamos y aceptamos las buenas
nuevas, el conflicto entre las dos niñas se resolvió rápidamente.
La clave de una confrontación eficaz, especialmente con una per-
sona que profesa ser cristiana, no es persuadirla forzosamente con la
ley a que se someta. Más bien, hay que darle esperanza por medio del
evangelio, el cual Dios puede usar para ayudarnos a ver dónde nos
hemos desviado de sus caminos y alentarnos a alzar nuestros ojos a Él
para que nos ayude a volver a sus caminos.

CUÁNDO ES NECESARIO BUSCAR AYUDA


Aun cuando siga cada uno de los principios para la comunicación des-
critos anteriormente, puede que su cónyuge se niegue a escucharlo o a
cambiar los hábitos que están dañando su matrimonio. Si es así, usted
tiene varias maneras de proceder. Primero, puede simplemente hacer
un alto y orar para que Dios le de paciencia y continúe su obra de san-
tificación en su vida, independientemente de lo que su cónyuge haga.
Segundo, podría buscar consejo y aliento por parte de su pastor u
otro consejero cristiano que puede ayudarle a encontrar la manera de
poner en práctica estos principios de manera más eficaz (Pr. 13:10).
Tercero, si el problema es serio y usted no ve esperanza de progre-
sar con sus propios esfuerzos, podría pedirle a su cónyuge que acepte
buscar consejería juntos, o la mediación de alguien que podría ayu-
La confrontación 81

darles a entenderse uno al otro y encontrar la solución adecuada a sus


diferencias (véase Mt. 18:16; hablaremos más de esto en el capítulo 11).
Finalmente, si su cónyuge se niega a participar o responder favora-
blemente a la consejería y sigue menoscabando su matrimonio, puede
que quiera apelar a los líderes de su iglesia para que intervengan con-
forme a Mateo 18:17 y usen la disciplina eclesiástica redentora para
promover el arrepentimiento y preservar su matrimonio. Como mues-
tra la historia de las páginas 182-184 [véase capítulo 11], este no es un
proceso fácil o agradable, sino que cuando todo lo demás falla, consti-
tuye un paso legítimo a dar, en pro de la salvación de un matrimonio
en peligro.

od ss LS

EVALUACIÓN PERSONAL
Si en este momento se encuentra en un conflicto, estas preguntas le
ayudarán a poner en práctica los principios presentados en este capítulo.

1. ¿Cree usted que su cónyuge ha pecado contra usted en esta situa-


ción? Si es así, ¿es demasiado grave para dejarlo pasar? Más especí-
ficamente:
a. ¿Deshonra a Dios? ¿Cómo?
¿Perjudica su relación con su cónyuge? ¿Cómo?
¿Lastima a otros? ¿Cómo?
¿Lastima a su cónyuge? ¿Cómo?
TO: ¿Hace que su cónyuge sea menos útil para el Señor?
OPTA

2. ¿Hay algunos pecados que necesita confesar antes de confrontar a


su cónyuge?

3. ¿Qué puede hacer y decir que comunique claramente su amor y


preocupación por su cónyuge?

4. ¿Qué técnicas para saber escuchar le cuestan más: esperar, prestar


atención, aclarar el asunto, reflexionar, o aceptar lo que le dicen?
Escriba algunas cosas que hará o dirá para vencer estas debilidades.
5. ¿Cuál es el mejor momento y lugar para hablar con su cónyuge?
6. ¿Cómo puede demostrarle a su cónyuge que usted cree lo mejor de
él o de ella?
82 El matrimonio pacificador

7. Escriba un breve resumen de lo que usted necesita decirle o de lo


que quiere evitar decirle. Como por ejemplo:
a. Los asuntos que usted cree que deberían tratar.
b. Las palabras y temas a evitar.
c. Las palabras que describen sus sentimientos.
d. Una descripción del efecto que el desacuerdo está teniendo en
usted y en otros (declaraciones en “primera persona”).
Se Sus sugerencias y preferencias para una solución.
f. Los beneficios que obtendrán al cooperar para encontrar una
solución.
g. Sus primeras palabras a decir.

8. ¿Cómo puede ministrar el evangelio a su cónyuge específicamente


al hablar de esta situación?
9. Declare al Señor lo que usted piensa hacer escribiendo una oración
en base a los principios enseñados en este capítulo.

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


E Capítulos 7-9 de Pacificadores: Una guía bíblica a la solución de
conflictos personales brinda información más detallada sobre la
confrontación eficaz. Estos capítulos explican cómo decidir si una
ofensa es demasiado grave para pasar por alto, cómo confrontar a
los no cristianos o a las personas que están en autoridad, y cómo
acudir a otros cristianos e incluso a la disciplina eclesiástica para
promover los cambios necesarios en un matrimonio.
Ñ El libro de Paul Tripp The War of Words [La guerra de las palabras]
brinda conceptos clave sobre la confrontación, al explicar la
relación entre los ídolos de nuestro corazón y las palabras que
fluyen de nuestra boca. (Solo en inglés).
Ñ Las personas recibirán nuestra confrontación con una mejor
predisposición, si primero escuchamos lo que ellas tienen que
decir de nosotros. Para obtener pautas útiles de cómo mostrar
una respuesta humilde a la confrontación, véase el artículo de
Alfred Poirier en el Apéndice C, “La cruz y la crítica”.
El perdón

Juan tomó la mano de su esposa, Sara, y la miró a los ojos. Su rostro


denotaba tristeza y había remordimiento en sus ojos.
—Lo que dije la otra noche durante la cena, estuvo totalmente fuera
de lugar —dijo él—. Lamento haber dicho esas cosas de ti delante de
las familias Castro y Cortez. Me sentí fatal después y supe inmediata-
mente que no debí haber dicho eso.
Sara se apartó de él y le dijo:
— Está bien, tú eres así, Juan. Ya estoy acostumbrada a eso.
—No, no, Sara. Déjame terminar —le dijo él al tiempo que tomaba
tiernamente sus manos—. Hice algunos comentarios de ti que fueron
muy crueles. Comentarios acerca de tu forma de conducir, comentarios
acerca de tu manera de cocinar. Creo que quería llamar la atención. Tú
sabes, ser el hombre divertido y todo eso. Pero esos comentarios fueron
socarrones y falsos, y no debería haberlos dicho. Me di cuenta al ins-
tante que te habían avergonzado. Estoy muy arrepentido.
Juan hizo una pausa, y luego continuó:
—Te pido que me perdones, por favor.
—NOo hay problema. Yo ni siquiera lo noté —respondió ella.
—Es importante para mí que sepas que reconozco que estuve mal
—dijo él.
—Sí, desde luego que te perdono. Como ya te dije, no hay problema
—contestó Sara.
—Está bien. Eso significa mucho para mí —dijo Juan—. Gracias.
Un sábado, después de unos días, Sara entró a la cocina mientras
Juan estaba tomando su café y leyendo el diario.
84 El matrimonio pacificador

—Oh —dijo Juan, al levantar la vista—. Llegó la mujer que amo y


adoro. Ñ
Se levantó para abrazarla, pero ella solo tenía tiempo para un abrazo
apresurado, mientras se preparaba rápidamente para salir.
—ZLo siento, cariño. A Jennifer se le hace tarde para la exposición
de ciencia en la escuela. Me tengo que ir.
—¿La vas a llevar tú? —preguntó él.
Sara se detuvo y le respondió:
—Si no tienes ningún problema.
—No, ninguno —Juan sonrió cálidamente e hizo una pausa—.
Desde luego, no tengo ningún problema.
—¿No te vas a preocupar si cambio de carril, verdad? —dijo ella.
—¿Qué? —preguntó él.
Sara tenía una memoria de elefante, y repitió literalmente lo que
había dicho su esposo hacía un par de noches. “Cuando Sara pone las
luces para cambiar de carril —dijo ella imitando a Juan—, todos los
que van en el auto se fijan si viene un vehículo a través del punto ciego”.
—Ya te pedí perdón por eso —dijo Juan.
—Relájate. Es solo una broma —dijo Sara mientras se reía.
Juan sonrió a la fuerza.
—Bueno, me tengo que ir —dijo Sara mientras salía de casa.
El martes por la noche habían invitado a los padres de Sara a cenar.
En el menú había chuletas de cerdo.
—Estas chuletas están deliciosas, Sara —dijo Juan después de su
primer bocado. El resto de la mesa asintió con sus comentarios:
—¡Sí, geniales, mamá!
— ¡Tiernas y jugosas, Sara!
Sara pinchó su chuleta con un tenedor. Después levantó el plato y
fingió examinar la chuleta de cerca.
—No vamos a poder jugar Frisbee con esto, ¿no Juan? —dijo Sara.
Todos se rieron. Menos Juan. Probablemente, porque ya conocía la
broma; en realidad, él la había usado acerca de las chuletas que Sara
había preparado la semana anterior para las familias Castro y Cortez.
Aquella noche cuando se preparaban para ir a dormir, Juan dijo:
—La cena estuvo genial, cariño.
Ella estaba inclinada en el lavabo del baño mientras se lavaba la
cara.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Tú también dijiste algunas cosas graciosas —dijo él.
—Bueno, aprendí del maestro —continuó ella.
El perdón 85

—Aunque esa broma que hiciste sobre la chuleta de cerdo fue un


golpe bajo —afirmó Juan.
—¿Quieres decir que lo dije para ofenderte, Juan? —Sara se sonrió
y lo miró a través del espejo.
—En realidad, lo que quise decir es que creía que me habías perdo-
nado por ello —dijo él.
Ella cerró el grifo y comenzó a desplazarse hacia su lado de la cama.
—Era una broma, Juan. Será mejor que te relajes un poco —dijo
ella.
—Bueno, está bien, pero... —dijo él.
Ella se acostó, se tapó con la cobija y se giró hacia la pared.
Juan se sentó de su lado de la cama y dijo:
—Sara, parece como que las cosas no han estado bien entre noso-
tros últimamente.
No hubo respuesta.
—Desde que hice esos comentarios la semana pasada durante la
cena, parece que las cosas han estado un poco gélidas entre nosotros.
Sara se dio la vuelta y le dijo:
—Juan, ya lo he olvidado.
—No sé Sara, las cosas parecen ser diferentes —dijo Juan.
—Te estás imaginando cosas —contestó Sara.
—¿Podemos hablar un poco, cariño? Quiero estar seguro de que
todo esté bien entre nosotros —dijo Juan al acostarse y abrazar a su
esposa.
Sara se volvió a girar hacia la pared, y dijo:
—No hay nada de qué hablar, Juan. Todo está bien. Te perdono...
Ahora, estoy muy cansada, así que...
—¿Estás segura? —preguntó él.
Ella contestó con un gemido.
—¿Me perdonas y todo eso? —siguió preguntando él.
Otro gemido.
—Está bien —suspiró Juan y, por un momento, miró fijamente a su
esposa que estaba de espaldas. Luego, besó la cabellera de su esposa y
apagó la luz de su mesita de noche.
E 25%

Sara nos presenta la antítesis del perdón correcto. Ella pudo haber
dicho las palabras correctas, pero sus acciones revelaban lo que había
en su corazón. Las bromas de Juan, obviamente, la habían herido más
de lo que ella admitía. A pesar de su continua expresión de perdón, el
86 El matrimonio pacificador

hecho de que ella siguiera echándole en cara sus comentarios, demos-


traba que su perdón no era ni total, ni sincero. Ella no podía dejar atrás
el incidente. Y en eso, ella es como muchos de nosotros.
Debido a que los cristianos somos los que más hemos sido perdo-
nados en este mundo, también deberíamos ser los que más perdonen.
Al menos, esta es la teoría. Dios nos perdona perfecta y totalmente, y
Él nos llama a perdonar a nuestros hermanos y hermanas de la misma
manera. Pero, en la práctica, no es así. El perdón que ofrecemos a los
demás a menudo dista mucho de ser total, y tampoco se iguala en nada
al perdón maravilloso que Dios nos concede.
Dado que no somos Dios, no podemos perdonar exactamente
como Dios perdona. El perdón que ofrecemos a otros se queda corto
comparado con el perdón perfecto y puro de Dios hacia nosotros.
Siempre habrá un rasgo de falta de perdón en nosotros, una tenden-
cia pecadora a habitar en el pecado y de usarlo en contra de nuestros
hermanos.
Esto no es otra cosa que el legado que Adán y Eva nos dejaron en
el huerto del Edén. Pero cuando recordamos nuestra posición delante
de Dios, cuando adoptamos una actitud de continuo arrepentimiento
y agradecimiento por nuestra salvación, Dios nos ayuda, por obra
de su Espíritu Santo, a mejorar nuestra capacidad de perdonar a los
demás. Siempre que nos presentamos diariamente delante del Señor,
nos arrepentimos de nuestros pecados y buscamos el perdón de Dios y
la fortaleza del Espíritu Santo para perfección de nuestra vida, también
crecemos en nuestra capacidad de perdonar a los demás. De modo que
nuestro perdón será más sincero y más duradero cuanto más busque-
mos la gracia y la guía de Dios.
Esta es nuestra esperanza. Pensemos detenidamente en la manera
de poner en práctica el perdón cuando tenemos la oportunidad de per-
donar a alguien.

LAS CUATRO PROMESAS DEL PERDÓN


Antes de hablar de qué es el perdón, y cómo podemos perdonar total-
mente a nuestro cónyuge o a nuestros hijos, hablaremos de lo que no es.
En primer lugar, el perdón no es un sentimiento; no es como el amor, el
odio, los celos, la envidia o la lujuria. De hecho, deberíamos diferenciar
totalmente el perdón de nuestros sentimientos. Sin duda, finalmente, la
decisión de perdonar puede cambiar radicalmente nuestros sentimien-
tos; pero esto llega más tarde, después de tomar la decisión consciente
de perdonar.
El perdón 87

Segundo, perdonar no es olvidar. Dios no se olvida de nuestros


pecados cuando nos perdona. Él decide no recordarlos; además de no
volver a mencionarlos o pensar en ellos; Él no nos recriminará por nues-
tros pecados en el juicio final. De igual modo, cuando nosotros perdo-
namos, debemos tratar conscientemente de no pensar o hablar de lo
que otros han hecho y el dolor que nos han causado. Esto, desde luego,
no es tarea fácil, especialmente cuando la herida está fresca en nuestra
mente. Pero con la ayuda de Dios, acompañada por una continua cons-
ciencia de su inmenso perdón por nosotros, los recuerdos dolorosos de
las ofensas de otros, por lo general, se disipan con el tiempo.
Y tercero, el perdón no es excusar. Cuando perdonamos, no barre-
mos el comportamiento de nuestro cónyuge debajo de la alfombra
diciendo algo como: “En realidad no hiciste nada malo” o “no lo pudiste
evitar”. Por el contrario, el hecho de perdonar, indica que se cometió un
pecado. (Sin embargo, excusar y pasar por alto es lo correcto cuando
simplemente se ha cometido un error, tal como romper accidental-
mente un plato o dar un número de teléfono incorrecto por equivoca-
ción; siempre y cuando la acción no tenga ninguna implicación moral).
Esto es lo que no es el perdón. Ahora bien, ¿qué es? El perdón es
un acto de la voluntad, una decisión de no pensar o hablar de lo que
alguien ha hecho. Es un proceso activo que implica una decisión cons-
ciente y un modo de actuar deliberado. Es la cancelación de una deuda
en la que su cónyuge ha incurrido debido a una conducta o palabras
indebidas. Y así como el perdón de Dios derriba la pared que hemos
levantado entre Él y nosotros por nuestro pecado, perdonar a nuestro
cónyuge abre el camino hacia una renovada relación con él o ella. El
perdón nos vuelve a unir después que una ofensa nos ha separado.
Como vimos en el capítulo 3, una manera de poner estos conceptos
en acción es pensar en el perdón como un conjunto de cuatro promesas.
Cuando perdonamos a alguien, hacemos estos cuatro compromisos:
E No volveré a pensar en este incidente.
1. No volveré a mencionar este incidente ni a usarlo en tu contra.
1 No hablaré de este incidente con otros.
" No permitiré que este incidente interfiera entre nosotros o
estorbe nuestra relación personal.
En el libro para niños que escribió mi esposa, The Young Peace-
maker [El joven pacificador], Corlette ha resumido estas promesas en
un verso breve y memorable: “Prometo reflexionar, no te he de lastimar,
nunca murmurar, amigos por siempre jamás”. Independientemente de
88 El matrimonio pacificador

la forma que usted use, Dios nos llama a comprometernos a perdonar a


los demás de la manera que Él nos ha perdonado.
Sara, en nuestra ilustración del comienzo del capítulo, no guardó
ninguna de las cuatro promesas. Ella siguió pensando en los comen-
tarios que su esposo había hecho durante la cena. Sacó a colación su
ofensa varias veces y se la echó en cara, tanto en privado como frente a
otros. Y la frialdad que demostró cuando se fueron a dormir mostraba
que el incidente se había convertido en una barrera entre los dos.
¿Le resulta familiar, verdad? Todos sabemos cuán difícil es perdo-
nar a otros. En algunos casos es imposible tan solo pensar en hacer las
cuatro promesas mencionadas anteriormente, mucho menos cumplir-
las. Afortunadamente, Dios promete ayudarnos en esta tarea. Él nos
guía con su Palabra y nos fortalece con su Espíritu, para poder llevar a
la práctica el perdón que Él desea de nosotros. Y al apropiarnos de su
gracia y dirección, podemos superar algunos de los obstáculos comu-
nes que surgen en nuestro camino hacia el perdón.

CÓMO SUPERAR LA FALTA DE PERDÓN

Confirme su arrepentimiento
A veces, los problemas que impiden el perdón no están en aquel que
perdona, sino en el que ha ofendido. Muchos cristianos adoptan una
actitud superficial hacia el arrepentimiento, ya sea al no entender qué
implica el verdadero arrepentimiento, o al intentar desestimar sus
ofensas con palabras vanas y triviales.
Durante una conferencia a la que asistimos Corlette y yo, cometí la
imprudencia de criticarla delante de un grupo de personas. Más tarde,
ese día, cuando nos quedamos solos, Corlette me dijo que le había
molestado. Despreocupadamente, le contesté: “Lo siento. Fue un error.
¿Me perdonas?”. Ella dijo que por supuesto me perdonaba, pero algunas
horas más tarde era evidente que seguía pensando en el tema. Ella que-
ría seguir hablando de aquello; le estaba costando perdonarme.
Cuando accedí a hablar sobre el asunto, me dijo que pensaba que yo
no entendía cuánto la había lastimado con mis comentarios. Después,
me explicó cómo la había avergonzado. Y tenía razón. Yo no entendí
la totalidad del efecto de mis palabras en ella. Mi confesión había sido
bastante deficiente (había obviado cuatro de los siete elementos de la
confesión). Después de escucharla, me confesé más concienzudamente
y me comprometí, con la ayuda de Dios, a ser más sensible en el futuro.
Después de eso, a Corlette se le hizo más fácil perdonarme.
El perdón 89

La confesión es una parte que se enfatiza tanto en nuestra teología


y en el proceso de la pacificación, que su misma cotidianidad podría
llevarnos a minimizar su importancia. La confesión es la respuesta a
tantos problemas interpersonales que podríamos darla por descontada,
del mismo modo que muchas veces tomamos el perdón de Dios por
descontado. Debemos tomar el arrepentimiento seriamente cuando le
confesamos nuestros pecados a Dios, y nunca ignorarlos como si no
tuvieran ninguna importancia. Del mismo modo, el arrepentimiento
entre parejas casadas debería tomarse con idéntica seriedad. Si usted
está teniendo dificultades en perdonar a su cónyuge, puede que nece-
site dirigirse a él o ella, de la misma manera que Corlette lo hizo con-
migo. Cuando el arrepentimiento es sincero y total, debería costarle
menos perdonar y reconciliarse.
Pero ¿qué hace si su cónyuge se niega a arrepentirse de un pecado?
Si fue solo una ofensa menor, podría decidir perdonarlo incondicional-
mente y cumplir las cuatro promesas del perdón. Pero si la ofensa es
demasiado seria para pasarla por alto, puede que tenga que abordar el
perdón en etapas.
La primera etapa es comprometerse a mantener una actitud de
amor y misericordia hacia su cónyuge sin importar lo que haga él o ella
(véase Lc. 6:27-29). De este modo, usted está imitando la actitud miseri-
cordiosa de Dios hacia nosotros incluso antes de arrepentirnos de nues-
tros pecados (Lc. 23:34). Puede considerar esto como hacer la primera
promesa del perdón, lo cual significa que usted no seguirá pensando en
su dolor o deseo de venganza. En cambio, por la gracia de Dios, usted
se mantendrá en una “posición de perdón”, en la cual orará por su cón-
yuge, le mostrará bondad y amabilidad y estará listo para buscar una
reconciliación total tan pronto como él o ella se arrepienta. Esta actitud
mantiene la puerta abierta de par en par al perdón total, y además evita
que la amargura y el resentimiento consuman su vida.
Hasta que su cónyuge se arrepienta, usted debería pedirle a Dios
que le dé sabiduría para que pueda hacerle ver su error. Al menos, debe-
ría orar regularmente a Dios por su cónyuge, para pedirle que le abra
los ojos y el corazón. Esto podría implicar actos de bondad deliberados,
los cuales el Señor podría usar para ablandar el corazón de su cón-
yuge (Ro. 12:19-21). Pero puede que también implique la confrontación
amorosa planificada cuidadosamente y hecha en el momento oportuno,
como vimos en el capítulo 5 (véase Lc. 17:3; 2 Ti. 2:24-26).
Si la ofensa es grave y el arrepentimiento que se demora hará más
daño, puede que necesite pedirle a una pareja cristiana o a un líder de
90 El matrimonio pacificador

su iglesia que se reúna con usted y su cónyuge para que les ayuden
a terminar con el problema per completo (véase Mt. 18:16). Cuando
finalmente su cónyuge se arrepienta, usted tendrá el gozo de cumplir
las cuatro promesas del perdón y experimentar juntos el perdón que
Cristo hace posible.

Renuncie a las actitudes y expectativas pecaminosas


Otro obstáculo para el perdón son nuestras actitudes y expectativas
pecaminosas. Aunque Dios nos ha perdonado totalmente sin hacer
nada para merecerlo, a menudo no les concedemos la misma gracia
a aquellos que necesitan nuestro perdón. Nosotros no hicimos nada
para ganarnos nuestro perdón, pero ciertamente queremos que nuestro
cónyuge se gane su perdón. Los obstáculos relacionados con el perdón
podrían incluir el deseo de hacer que nuestro cónyuge sufra por sus
ofensas, o la expectativa tácita de que, de alguna manera, nos garantice
que nunca volverá a cometer esa ofensa de nuevo.

Recuerde el perdón de Dios


Dios no nos pone ese tipo de condiciones para concedernos su perdón.
Él no nos exige que nos ganemos el perdón, ni que le demos la garantía
de que no volveremos a pecar en el futuro (estaríamos en problemas,
si lo hiciera). En cambio, cada vez que confesamos nuestros pecados
“él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad” (1 Jn. 1:9).
La clave para superar los obstáculos al perdón es el propio ejemplo de
Dios. La dádiva gratis de su salvación es el fundamento de cómo nos rela-
cionamos con los demás, especialmente cuando nos han ofendido. Recor-
dar su amor y misericordia sin igual por nosotros, debería inspirarnos a
tratar a los demás de la misma manera. “Antes sed benignos unos con
otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también
os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). Por lo tanto, en respuesta al
amor de Dios, necesitamos renunciar a nuestras actitudes y expectativas
pecaminosas y pedirle a El que nos ayude a perdonar a otros.
La parábola de Jesús sobre el siervo infiel de Mateo 18 ilustra grá-
ficamente este principio. Un siervo le debía al rey una gran suma de
dinero, y cuando el rey amenazó con vender al hombre y su familia
como esclavos para pagar la deuda, el siervo se postró delante del rey
para pedir misericordia. Esto conmovió al rey, y “movido a misericor-
dia, le soltó y le perdonó la deuda” (v. 27).
Al poco tiempo, el siervo se encontró con un hombre que le debía
El perdón 91

algo de dinero; no tanto como lo que el siervo había debido al rey. Cuando
ese hombre le suplicó que le diera tiempo para pagar la deuda, el siervo
se negó y lo echó en la cárcel, hasta que le pagara la deuda (v. 30).
Al escuchar el rey acerca de esto, mandó llamar al siervo ante su
presencia. Luego, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te per-
doné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de
tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (vv. 32-33). Luego el rey
“le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía” (v. 34).
Esta parábola coloca nuestra negativa de perdonar a otros en una
perspectiva un poco diferente ¿verdad? Después de todo, nuestra deuda
para con Dios supera ampliamente cualquier cosa tan banal como el
dinero; se trata de nuestras propias vidas, tanto en esta tierra como
en la eternidad. Por lo tanto, si nos está costando perdonar a alguien,
deberíamos recordar el amor de Dios por nosotros y pedirle gracia para
imitar el perdón que Él nos ha dado por medio de su Hijo.

Ponga en práctica el principio de la sustitución


Otra manera práctica de vencer los obstáculos que nos impiden perdo-
nar es poner en práctica el “principio de la sustitución”. Como mencio-
namos anteriormente, deberíamos seguir el ejemplo del perdón de Dios
por nosotros en nuestra manera de perdonar a los demás. Él no saca a
colación nuestros pecados después que los hemos confesado; antes bien,
decide no volver a recordarlos. Esto no es algo tan fácil de imitar. Si
alguien nos ha herido profundamente, el recuerdo de esa ofensa podría
seguir dando vueltas en nuestra mente por algunos días o meses.
Aquí es donde entra el principio de la sustitución. Si no podemos
dejar de pensar en una ofensa cometida contra nosotros, deberíamos sus-
tituir conscientemente ese pensamiento negativo con uno positivo. Cada
vez que comenzamos a pensar en el incidente, deberíamos pedirle a Dios
que nos ayude, y orar deliberadamente por esa persona o pensar en algo
positivo acerca del ofensor. Como el apóstol Pablo escribió en Filipenses
4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nom-
bre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
El principio de la sustitución no se aplica solo a nuestros pensamien-
tos, sino también a nuestras palabras y acciones. Si usted quiere acelerar
el perdón, propóngase hablar bien de su cónyuge cuando surja el nombre
de él o ella en una conversación con otras personas. Exprese aprecio por
las cosas que él o ella ha hecho y enfóquese en sus cualidades buenas.
En cuanto a las acciones, C. S. Lewis las resume bien en su clásico
92 El matrimonio pacificador

libro, Mero cristianismo, al escribir: “Cuando usted actúa como si amara


a alguien, al poco tiempo llegará a amarlo”.' Podría parecer inverosímil,
incluso irracional, pero es verdad. He experimentado este proceso una
y otra vez.
En una ocasión, discutí con Corlette por un asunto trivial, y aún
no la había perdonado de corazón. Entonces, ella me pidió que le fuera
a hacer un mandado; algo que no me gusta hacer. Estaba empujando
mi carrito de compras por el supermercado, de mala gana y con cierto
resentimiento, cuando pasé por el pasillo del café y vi el café especial
que a Corlette le encanta. Pensé: Puesto que ella ha sido tan cruel con-
migo, no la voy a sorprender con un paquete de café.
Mientras pensaba esas palabras, otra parte de mí quería comprarle
el café. Agarré el paquete de café para ver el precio, y cuando lo tomé
en mis manos comencé a experimentar un cambio en mi corazón. Mi
resentimiento desapareció y sentí un florecimiento de amor por mi
esposa y el deseo de ver su rostro feliz cuando le diera el regalo. Lo
compré, y nos reconciliamos totalmente después que llegué a casa. Lo
sorprendente fue que en el proceso de hacerle un regalo, mi corazón
experimentó un cambio.

UNA HISTORIA DE PERDÓN


La historia de Sara y Juan del comienzo de este capítulo nos mostró
cómo no perdonar. Me gustaría terminar el capítulo con otra historia,
una que muestre cómo el amor y la gracia redentora de Dios le permi-
tieron a un hombre perdonar uno de los peores pecados que pueden
ocurrir en un matrimonio.
Cuando Ricardo vino a verme, hacía un mes que había descubierto
el adulterio de su esposa. Aunque Pamela había dado todas las eviden-
cias de arrepentimiento y le había rogado que la perdonara, Ricardo no
podía hacerlo.
Ricardo era cristiano, de modo que sabía que debía perdonar a
Pamela. Apaciguaba su conciencia diciendo: “Te perdono, pero nunca
podré volver a acercarme a ti”. Esto solo incrementó la desesperanza
de la situación, hasta que pronto ambos pensaron que el divorcio era la
única manera de terminar con su desdicha.
Pude notar que la amargura de Ricardo era uno de los factores prin-
cipales que contribuían a la destrucción de su matrimonio. Su “per-
dón” hueco no tenía poder para disipar el recuerdo de la infidelidad
de Pamela, que cubría como una nube oscura la relación. Para dejar el
pasado atrás tenía que perdonar de verdad, con el perdón abundante,
El perdón 93

redentor y completamente purificador, descrito en las Escrituras y


ejemplificado por Jesús.
Le dije:
—Ricardo, imagínate que acabas de confesarle un pecado grave a
Dios, y que El te responde audiblemente “Te perdono, Ricardo, pero
nunca podré volver a estar cerca de ti”. ¿Cómo te sentirías?
—Creo que sentiría que en realidad Dios no me perdonó —respon-
dió, después de una incómoda pausa.
—¿Y no es exactamente esa la manera en que estás perdonando a
Pamela? —le pregunté.
Ricardo bajó la vista, en su lucha por encontrar una respuesta.
Seguí hablando afablemente:
—Imagínate si en cambio Dios dijera: “Ricardo, te prometo que
nunca volveré a pensar, recordar o cavilar en tu pecado. Te prometo que
nunca lo sacaré a colación ni lo usaré en contra de ti. Te prometo no
hablar con otros de tu pecado, ni dejar que nos divida o estorbe nuestra
relación personal.
Después de un prolongado silencio, se le comenzaron a llenar los
ojos de lágrimas.
—Yo sabría que he sido totalmente perdonado... Pero no me merece-
ría esa clase de perdón después de la manera en que he tratado a Pamela.
¿Alguna vez te lo has merecido? —le pregunté—. El perdón de
Dios es una dádiva gratis, que Jesús compró en la cruz. Él no te per-
dona porque te lo merezcas. Él te perdona para mostrar su gloria y las
riquezas de su gracia. Cuando entiendas verdaderamente cuán precioso
e inmerecido es su perdón, perdonarás a Pamela de la misma manera
que Él te ha perdonado a ti.
—Sé que debería —respondió él— pero ¿cómo puedo guardar las
cuatro promesas que acabas de mencionar? ¡No puedo imaginarme que
pueda olvidar lo que hizo Pamela! Ni siento que podría volver a estar
junto a ella otra vez.
—¿Dónde dice la Biblia que perdonar es olvidar... o que depende de
los sentimientos? —le pregunté—. El perdón es un acto de la voluntad,
Ricardo, una decisión que tomas a pesar de tus sentimientos. Por
supuesto que es difícil, especialmente en un caso como este. Pero si tú
le pides a Dios que te ayude a hacerle estas cuatro promesas a Pamela,
Él te dará la gracia para cumplirlas.
Hablamos durante media hora más y luego oramos, y las dudas y
los temores de Ricardo se calmaron. Una hora más tarde se reunió con
Pamela para confesarle su pecado de amargura y falta de perdón.
94 El matrimonio pacificador

Cuando ella le repitió que estaba muy arrepentida, él dijo esto: “Sin-
ceramente, quiero perdonarte de la manera que Dios me ha perdonado.
Con su ayuda, te prometo no pensar en esto nunca más. Te prometo no
volver a sacarlo a colación y usarlo contra ti. Te prometo no hablarle a
otros de esto. Y te prometo no permitir que nos divida o que estorbe
nuestra relación”.
Pamela se arrojó a sus brazos con lágrimas en sus ojos. El com-
promiso de Ricardo de perdonarla marcó el comienzo de su proceso
de sanidad. Ellos siguieron teniendo varias horas de consejería para
abordar las raíces causantes de sus problemas matrimoniales, pero un
par de semanas más tarde Ricardo me dijo que las cuatro promesas ya
estaban funcionando.
—Después que prometí no volver a pensar en el pecado de Pamela
—dijo él —, me di cuenta de que la carga que tenía se había retirado.
Ahora, cuando me encuentro pensando en lo que ella hizo, le confieso
a Dios que estoy rompiendo mi promesa. Le pido que me ayude y luego
me concentro en la inmensidad de su perdón por mí o en las buenas
cualidades de Pamela. Alabo a Dios por su sanidad. ¡Los recuerdos
negativos han comenzado a disminuir, y estoy comenzando a amar a mi
esposa otra vez!
Es posible que pecados, incluso terriblemente dolorosos, sucedan
en la familia, donde nuestras relaciones son especialmente cercanas
y experimentamos un sentido de la traición particularmente intenso.
Pero, gracias a Dios, el perdón también sucede. Su amor es tan grande
que Él borra nuestros pecados de su libro, pues los ha clavado en la
cruz. Y Él nos da la gracia de imitar su amor cuando prometemos per-
donar a otros de la misma manera que Él nos ha perdonado. Cuando
recibimos de esa gracia y ponemos en práctica estas promesas, pode-
mos restaurar las relaciones preciosas y al mismo tiempo dar gloria y
honor a Aquel que hace posible nuestro perdón.

BONO

EVALUACIÓN PERSONAL
Si en este momento se encuentra en un conflicto, estas preguntas le
ayudarán a aplicar los principios presentados en este capítulo.

1. ¿De qué manera ha pecado su cónyuge contra usted?

2. ¿Cuáles de estos pecados ha confesado él o ella?


El perdón 95

3. Escriba las cuatro promesas que usted le hará a su cónyuge en este


momento para mostrarle su perdón.

4. ¿Cuáles de los pecados no confesados puede pasar por alto y per-


donar en este momento? (Aquellos que no pueden pasarse por
alto deberán abordarse conforme a los principios enseñados en el
capítulo 5).
5. Si le está costando perdonar a su cónyuge:
a. ¿Es porque no está seguro de si él o ella se ha arrepentido? Si
es así, ¿cómo podría alentar la confirmación de su arrepenti-
miento?
b. ¿Piensa que de alguna manera él o ella debe ganarse o merecer
su perdón? ¿Está tratando de castigar a su cónyuge al no perdo-
narlo? ¿Está esperando una garantía de que no volverá a cometer
una ofensa? Si tiene alguna de estas actitudes o expectativas,
¿qué debe hacer?
c. ¿Cómo contribuyeron los pecados de usted al conflicto? ¿Cómo
puede imitar el perdón de Dios?
d. Lea Mateo 18:21-35. ¿Qué significa este pasaje? ¿Cómo se aplica
a su vida?
6. ¿Cómo puede demostrar el perdón o promover la reconciliación?
a. ¿En pensamiento?
b. ¿En palabra?
c. ¿En obras?

7. Declare al Señor lo que usted piensa hacer escribiendo una oración


en base a los principios enseñados en este capítulo.

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


El capítulo 10 de Pacificadores: Una guía bíblica a la solución de conflictos
personales brinda información más detallada sobre el perdón, y explica
qué hacer si alguien se niega a arrepentirse, cuándo y cómo ejercer
efectos que produzcan un cambio, y cómo superar la falta de perdón y
promover una reconciliación genuina incluso cuando haya sucedido un
pecado terrible. El capítulo 12 explica cómo relacionarse con personas
que siguen haciendo mal, pese a que se han hecho todos los esfuerzos
para la reconciliación.
La
negociación

En capítulos anteriores nos hemos centrado en resolver los asuntos per-


sonales entre cónyuges. Estos asuntos incluyen los aspectos relaciona-
les de nuestro matrimonio: cómo nos tratamos y nos sentimos el uno
con el otro. Las relaciones que se han dañado a causa de palabras o
acciones pecaminosas necesitan los pasos detallados en los tres capítu-
los anteriores: la confesión, la confrontación y el perdón.
Los conflictos matrimoniales pueden también deberse a asuntos
sustanciales. Por ejemplo: ¿Dónde iremos de vacaciones? ¿A qué escuela
enviaremos a los niños? ¿Cuán a menudo iremos a comer fuera de casa?
¿Cómo disciplinaremos a nuestros hijos? ¿Debemos comprar un perro?
¿Quién escoge el automóvil nuevo?
Como todos hemos experimentado, los conflictos sustanciales
pueden fácilmente convertirse en conflictos personales imprevisibles.
El asunto original (tal como: “¿Dónde iremos de vacaciones?”) podría
distorsionarse totalmente por medio de palabras imprudentes, juicios
críticos, sentimientos heridos y una sensación persistente de amargura
y resentimiento. Cada vez que sucede esto, nos encontramos frente a un
conflicto sustancial y personal a la vez.
En este capítulo veremos un modelo de negociación que puede
reducir las tensiones y ofensas personales, y al mismo tiempo permitir-
nos encontrar un acuerdo mutuamente satisfactorio sobre los difíciles
asuntos sustanciales. Pero antes de ver el modelo en sí, deberíamos
hablar del espíritu con el cual deberíamos encarar la negociación.
La negociación 97

LA NEGOCIACIÓN COOPERATIVA
FRENTE A LA COMPETITIVA
Podría decirse que el empeño en ganar es una de las cosas que hace
grande a los Estados Unidos. La competencia es el fundamento de nues-
tro sistema económico y la base de casi todo deporte.
Sin embargo, la actitud competitiva raras veces es beneficiosa en
el matrimonio. Dios quiere que el marido y su mujer sean “una sola
carne”. Por consiguiente, deberíamos complementarnos y satisfacernos
uno al otro, no superarnos uno al otro para “salirnos con la nuestra”.
Cuando las parejas se entregan a una actitud competitiva, es impro-
bable que encuentren la mejor solución a un problema. Al actuar cada
uno en contra del otro y enfocarse en asuntos superficiales en vez de
prestar atención a las necesidades y deseos que realmente importan, a
menudo se obtienen soluciones superficiales.
La negociación competitiva puede también causar estragos en las
relaciones personales. Cuando insistimos en “salirnos con la nuestra”
con respecto a los asuntos sustanciales, podemos dar a entender que
no nos importa la necesidad o los sentimientos de nuestro cónyuge. Y
si nos esforzamos en ganar en los asuntos sustanciales, podemos herir
aun más los sentimientos con el uso de palabras insensibles o manipu-
ladoras o el juicio de las motivaciones y valores de nuestro cónyuge.
Estos peligros se pueden evitar mucho más fácilmente cuando usa-
mos el método de la negociación cooperativa. En vez de que cada uno
quiera “salirse con la suya”, se pueden buscar soluciones que sean bene-
ficiosas para ambos. Cuando se tienen en consideración las necesidades
e inquietudes principales de cada cónyuge, es más probable que forta-
lezcan su relación mientras que al mismo tiempo desarrollen solucio-
nes sabias y mutuamente beneficiosas.
No es una sorpresa que la Biblia recomiende reiteradas veces el
método de la negociación cooperativa. En Filipenses 2:3-4, el apóstol
Pablo nos exhorta: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes
bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores
a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual
también por lo de los otros”. Esta actitud de ocuparse no solo en los
propios intereses, sino en los intereses de los demás se ordena tam-
bién en otros pasajes, entre los que se incluyen Mateo 7:12 (“Todas las
cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos”), Mateo 22:39 (“Amarás a tu prójimo como a
ti mismo”) y 1 Corintios 13:5 (“El amor... no busca lo suyo”). Si estos
98 El matrimonio pacificador

pasajes se aplican en general a todas nuestras relaciones, ¡cuánto más


deberían aplicarse a nuestro matrimonio!
Estos pasajes no requieren que usted conceda automáticamente
cada deseo de su cónyuge. Observe que Filipenses 2:4 enseña que es
legítimo mirar cada uno por lo suyo propio, siempre y cuando también
se mire por los intereses de los demás. Pero cuando nos ocupamos en
nuestros propios intereses, no deberíamos hacerlo por “contienda o por
vanagloria”, sino con un espíritu humilde, que muestre respeto y consi-
deración por la perspectiva de nuestro cónyuge. En otras palabras, Dios
quiere que abordemos la negociación con amor y sabiduría. Con amor
por su cónyuge, debe reunir información importante sobre lo que está
en disputa y considerar opciones creativas, en busca de sabiduría para
encontrar una solución que honre a Dios y sea beneficiosa para ambos,
usted y su cónyuge. Este tipo de resolución surge de la cooperación, no
de la competencia.
Dado que he ayudado a negociar en cientos de conflictos de fami-
lias, iglesias, empresas y también conflictos legales; he descubierto
que la negociación cooperativa exitosa, por lo general, consta de cinco
pasos, los cuales resumo como el “Principio de la PAUSA”:
1 Prepararse
a Afianzar la relación
1 Ubicar los intereses
E Sacar a la luz soluciones creativas
1 Analizar las opciones de manera objetiva y razonable
Si usted sigue cuidadosamente cada uno de estos pasos, segura-
mente llegará a acuerdos mutuamente beneficiosos sobre los asuntos
sustantivos que surjan en su matrimonio. Veamos cómo una esposa
podría seguir este proceso al buscar resolver un importante conflicto
sustancial con su esposo.

CUANDO TENGA QUE NEGOCIAR,


UTILICE EL “PRINCIPIO DE LA PAUSA”
Gabriel y Alicia, como toda pareja cristiana, desean fomentar el aspecto
espiritual de la vida. Sin embargo, durante los últimos años, han expe-
rimentado tensión en su matrimonio por el asunto del liderazgo espiri-
tual. Alicia ha estado muy preocupada por la inconstancia de su esposo
en el liderazgo espiritual de la familia. Han hablado del asunto reitera-
das veces, pero el problema aún persiste.
Normalmente, Alicia plantea el problema cuando ha habido alguna
dificultad en la vida de la familia. Uno de sus hijos dice malas palabras;
La negociación 99

el otro tiene inconvenientes en la escuela por pelearse; ambos quieren


ver programas de TV que no son sanos; y ambos tratan de fingir alguna
enfermedad para no ir a la iglesia y a la escuela dominical. Turbada por
estos problemas, Alicia menciona el tema del liderazgo espiritual con
Gabriel, generalmente, de una manera crítica.
—Gabriel, tú sabes que esto no sucedería tan a menudo si nos sen-
táramos a estudiar la Biblia juntos, como se supone que una familia
debería... Nuestros hijos estarían mucho mejor si su padre asumiera
el lugar que le corresponde como líder espiritual de la familia —dice
Alicia.
Gabriel reacciona y se pone a la defensiva. Él no puede argumen-
tar que no le corresponde ser el líder espiritual de la familia, porque
conoce muy bien la Biblia para saber que ni siquiera es un tema debati-
ble. Su problema es el tiempo. O su trabajo. O cuán cansado está al final
del día. O cuán temprano tiene que estar en su lugar de trabajo por la
mañana. O sus viajes fuera de la ciudad. Él siempre tiene una excusa.
Incluso así, cada vez que Alicia lo confronta, él normalmente trata
de ser más constante en la dirección de los devocionales y en la oración
con los niños por la mañana. Pero lo hace sólo un par de días. Y al poco
tiempo, las cosas vuelven a estar como antes.
Esto finalmente precipita otra confrontación de Alicia, más excusas
de Gabriel, y devocionales familiares por un par de días más, y luego la
familia vuelve a la misma antigua rutina.
Veamos qué sucedió en esta situación cuando Alicia desistió de sus
intentos irreflexivos y puso en práctica cuidadosamente el “Principio
de la PAUSA”.

Prepararse
Alicia se preparó para hablar con Gabriel y pensó en cómo poner en
práctica los cuatro principios para la resolución de conflictos (véase
cap. 3) en su situación. Comenzó forumlando la pregunta fundamen-
tal: “¿Cómo puedo glorificar a Dios en esta situación?” (primer paso).
Ella se dio cuenta de que la mejor manera era mantener sus ojos fijos
en Jesús, y buscar la forma de tratar a Gabriel de la misma manera que
Dios la estaba tratando a ella, con amor y perdón desinteresado.
Ella le pidió a Dios que la ayudara a sacar la viga de su propio
ojo (segundo paso). Al orar, se dio cuenta de que había permitido que
un buen deseo (que Gabriel fuera un líder espiritual) se convirtiera en
una exigencia autoritaria. Además, se dio cuenta de que había conde-
nado a Gabriel en su corazón por su inconstancia en este ámbito, que le
100 El matrimonio pacificador

hablaba con enojo no con amor, y que había sido irrespetuosa para con
él delante de sus hijos. Ñ
Después, oró pidiendo sabiduría para poder hablar con Gabriel
acerca de la situación y buscar la reconciliación con él (tercer y cuarto
paso). Ella oró para que Dios le ayudara a entender las presiones que
Gabriel estaba experimentando y la razón de su dificultad en ser cons-
tante en su liderazgo. Además, trató de discernir la causa real de su
conflicto. Desde que Gabriel aceptó que debía ser el líder espiritual de
la familia, las verdaderas cuestiones parecían ser ¿Hasta qué punto debe-
ría él participar de la enseñanza bíblica? y ¿Cómo podemos trabajar juntos
para superar los obstáculos que limitan su participación?
Entonces, hizo una lista preliminar de varios intereses que Gabriel
probablemente tenía en esta situación, entre los cuales se incluía tener
una clara conciencia delante de Dios, la satisfacción de servir a su fami-
lia, la aprobación de ella, tiempo para hacer su trabajo y paz y quie-
tud en el hogar. Con estos intereses en mente, Alicia pensó en algunas
soluciones posibles. Habló con otras mujeres cristianas para ver cómo
habían tratado este asunto en sus familias. Incluso buscó algunos libros
y cintas que presentaban planes realistas para la edificación espiritual
del hogar.
Pensó en el momento y el lugar indicados para iniciar una conver-
sación con Gabriel. No quería repetir su error de hablar con él cuando
se sintiera exasperada o cuando él estuviera cansado y distraído. En
cambio, planificó un momento cuando ella estuviera en calma y cuando
Gabriel estuviera relajado y probablemente receptivo para mantener
una conversación.
Además, Alicia consideró muy bien las primeras palabras que le
diría a Gabriel, porque quería que la conversación tuviera un tono posi-
tivo y de respeto, y trató de anticiparse a la manera en que él reacciona-
ría para poder planificar una respuesta. Finalmente, cuando se sintió
realmente preparada, le entregó todo el proceso a Dios en el espíritu de
2 Timoteo 2:24-26, y le pidió que le ayudara a recordar que su único
deber era apelar ante su esposo de manera respetuosa, y que el resul-
tado final estaba en las manos del Señor.

Afianzar la relación
Alicia se dio cuenta de que cada vez que hablaba con Gabriel, hacía
tanto hincapié en el asunto del liderazgo espiritual que le estaba dando
el mensaje de que no le importaban los intereses, las limitaciones y los
sentimientos de Gabriel. ¡Con razón él estaba tan a la defensiva con
La negociación 101

respecto al tema! Para no volver a caer en este error, resolvió hacer el


esfuerzo deliberado de confirmar su amor, interés y respeto por Gabriel
en su próxima conversación.
Ella mostró respeto por Gabriel al pedirle, sin exigirle, que apartara
un tiempo para conversar acerca de su liderazgo espiritual en el hogar.
Y le pidió que él escogiera el momento y el lugar para hablar.
Cuando finalmente se sentaron a hablar, ella empezó así:
—Te amo, Gabriel. Uno de los mejores días de mi vida fue el día que
nos casamos. Valoro que sostengas a la familia y trabajes tantas horas
para asegurarte de que siempre tengamos todo lo que necesitamos, e
incluso más. Eres un gran esposo para mí y un gran padre para nues-
tros hijos, pues nos muestras tu amor de muchas maneras.
Luego continuó:
—Sé que hemos discutido sobre la vida espiritual de nuestros hijos
varias veces, y me avergúenzo al darme cuenta de que muchas veces te
he hablado con espíritu y corazón críticos. Te pido que me disculpes
y me perdones. Espero que hoy podamos volver a hablar de este tema,
pero esta vez quiero trabajar contigo para encontrar una solución que
sea justa delante de Dios y que te venga bien a ti. Pero sea lo que sea lo
que decidamos, quiero que sepas que reconozco y respeto tu rol de líder
espiritual de esta casa. Y me someto a tu liderazgo independientemente
de lo que decidamos.
Alicia confirmó su amor e interés por Gabriel a lo largo de su con-
versación en la cual mantuvo una postura afable, escuchó atentamente
sus palabras, le hizo preguntas sinceras para entender mejor lo que a
él le preocupaba y mostró respeto por su punto de vista, aunque no
estuviera de acuerdo en algunos detalles. Además le siguió expresando
genuino aprecio por todo lo que él estaba haciendo por tratar de com-
patibilizar las exigencias del trabajo y la familia.
Como era de esperar, Gabriel respondió favorablemente a la confir-
mación de Alicia. Él se abrió y le contó que se sentía culpable por no ser
un líder espiritual más constante, y estuvo menos a la defensiva cuando
Alicia le ofreció su punto de vista del problema y le hizo sugerencias
sobre cómo resolverlo. Como consecuencia, por primera vez, comenza-
ron a hacer un progreso real con respecto a este asunto.

Ubicar los intereses


Antes de ver cómo implementó Alicia el tercer paso del principio de
la pausa (ubicar los intereses), necesitamos hacer una distinción entre
tres palabras: asunto, postura e interés.
102 El matrimonio pacificador

Un asunto es algo concreto que es necesario abordar a fin de llegar a


un acuerdo. En el pasado, el asunto que dividía a Alicia y Gabriel era la
clase de liderazgo espiritual que Gabriel debería ejercer en su familia.
Una postura es el resultado o respuesta deseado al asunto. La pos-
tura de Alicia generalmente había sido: “Él debería conducir a la familia
en la oración de la mañana, los devocionales después de la cena y una
noche de estudio familiar cada semana”. La postura de Gabriel había
sido: “Trataré de ser el líder cuando pueda, pero todos tienen que enten-
der que algunos días se me hace tarde por la mañana para ir al trabajo,
o que simplemente estoy demasiado cansado para hacer algo cuando
llego a casa”. Como se ve en estas dos perspectivas, generalmente hay
dos posturas contradictorias que producen el conflicto. Cada persona
propone una solución diferente, y cuando la postura de ambos no coin-
cide, terminan en el juego del “tira y afloja” para ver quién de los dos
manipulará o doblegará al otro.
Si una pareja sigue enfocada en sus posturas rivales, generalmente
obtendrán menos progreso hacia una solución razonable. Lo que deben
hacer es dejar de mirar la postura de cada uno y examinar los intereses
de cada uno. Un interés podría ser una preocupación, deseo, necesidad,
limitación o algo que la persona valore o tema; es algo que motiva a una
persona. Para lograr una negociación exitosa es necesario que busque-
mos comprender los intereses subyacentes de cada uno y trabajemos
juntos para encontrar una forma mutuamente aceptable de poder velar
por los intereses de cada uno. Por este motivo Pablo dice: “no mirando
cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”
(Fil. 2:4).
La Biblia contiene un gran número de historias vívidas que mues-
tran la importancia de comprender los intereses de los demás. Una de
mis historias favoritas es la de Abigail, que se halla en 1 Samuel 25.
David había huido con un grupo de seguidores al desierto después
que el rey Saúl trató de quitarle la vida. Mientras estaban acampados
en el monte, los criados de David protegían a los granjeros del lugar de
los bandidos y ladrones. Uno de los granjeros era un hombre rico lla-
mado Nabal. Finalmente las provisiones de David se acabaron, y tuvo
que enviar una delegación a hablar con Nabal para pedirle alimentos
a cambio de la protección que David le había brindado. Nabal le negó
bruscamente la petición e insultó a David. Cuando David supo que lo
había insultado, llamó a cuatrocientos hombres armados y partió para
destruir a Nabal y a todos sus criados.
Mientras tanto, la esposa de Nabal, Abigail, supo lo que su esposo
La negociación 103

había hecho y se dio cuenta de que David probablemente sería injuriado.


Por temor a un ataque, salió para interceptar a David y a sus hombres y
buscar la paz. Cargó varios burros con alimentos (¡una buena manera
de prepararse y afianzar la relación!) y salió al encuentro de David
mientras él descendía del monte. Ella le habló con mucha humildad y
le confirmó claramente su preocupación y respeto por David.
En vez de confrontar a David con su propia postura (“no deberías
matar gente inocente”) o enfocarse en sus propios intereses (“si matas a
todos nuestros trabajadores, quedaremos indefensos y sin sostén”), ella
se enfocó totalmente en los intereses de David con respecto a ese asunto.
Ella sabía que su pasado limpio y su reputación honorable ante Dios y
el pueblo de Israel eran vitales para él, especialmente si lo comparaba
con el pasado sangriento del rey Saúl. Ella sabía que David se estaba
arriesgando a perder las bendiciones de Dios y el amor del pueblo si
manchaba sus manos con sangre inocente. Mediante una brillante ape-
lación, ella le recordó hábil y prudentemente a David estos intereses
(véase 1.S. 25:22-31).
Aunque David era respaldado por cuatrocientos hombres armados,
la apelación de Abigail lo paró en seco. Entonces, David bajó su espada
y le dijo a Abigail: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para
que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú,
que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por
mi propia mano... Y recibió David de su mano lo que le había traído, y
le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira que he oído tu voz, y te he tenido
respetoriKl S:25:32.338:95).
La apelación de Abigail es la ilustración perfecta de Eclesiastés 9:16:
“Mejor es la sabiduría que la fuerza”. También ilustra un principio clave
en la negociación cooperativa: Cuanto más comprenda los intereses de
su cónyuge, más persuasivo y eficaz será en negociar un acuerdo.
Si miramos de nuevo nuestro ejemplo moderno, ¿cómo pudo Alicia
implementar este principio al negociar con su esposo? Primero, trató de
comprender los diversos intereses que Gabriel intentaba sopesar entre
el servicio a su familia y a su empleador. En base a todo lo que ella sabía
de su esposo, hizo una lista provisional de sus posibles intereses, entre
los cuales se incluían:
a. Eldeseo de obedecer el mandato de Dios de ser un líder espiritual,
para ver a sus hijos madurar en su fe y estar preparados para la
vida.
Ñ El deseo de ser más disciplinado y tener una conciencia clara
delante del Señor al cumplir sus responsabilidades espirituales.
104 El matrimonio pacificador

Ñ El deseo de respeto y aprobación por parte de Alicia (y el temor


de sus críticas y juicio). *
u El deseo de tener suficiente tiempo, energía y flexibilidad para
tener éxito en su trabajo.
1 El deseo de tener algo de tiempo para descansar y relajarse.
Alicia se dio cuenta de que Gabriel sólo tenía una cantidad limitada
de horas al día y de energía física y mental para compartir con aquellos
que dependían de él. Además, pudo discernir que él estaba limitado por
una falta de autodisciplina y por el hecho de que encontraba más placer
en ver la televisión por la noche que en dirigir los devocionales fami-
liares. Ella debería tener en cuenta todos estos factores para ayudarlo
a encontrar una manera viable de ser el líder espiritual de la familia.
Cuando Alicia se sentó a hablar con Gabriel, ella no dio por sentado
que conocía todos los intereses de él. Antes bien, le hizo preguntas y
lo escuchó atentamente para discernir sus inquietudes y perspectivas
acerca de cómo cumplir con sus responsabilidades. Tan pronto Alicia
le demostró un interés genuino en lo que él pensaba y sentía, Gabriel se
sintió incluso más motivado a abrirle su corazón, y a tratar de entender
las inquietudes de su esposa también. Pronto descubrieron que tenían
inquietudes y metas similares en cuanto al desarrollo espiritual de la
familia. Ambos querían que sus hijos crecieran en su fe y creían que el
liderazgo de Gabriel era vital para ese proceso. La pregunta era, ¿cómo
podían trabajar juntos para que Gabriel venciera los hábitos y limitacio-
nes que le impedían cumplir su rol como líder espiritual de la familia?

Sacar a la luz soluciones creativas


Cuando usted comienza a identificar intereses similares o compatibles,
es hora de pasar al cuarto paso del “Principio de la PAUSA”: sacar a la
luz soluciones creativas. Este es el momento para orar por ideas crea-
tivas, O, como se conoce comúnmente, por una “lluvia de ideas”. Para
alentar la imaginación y la creatividad, ambos cónyuges deberían estar
de acuerdo en considerar cualquier idea que se les ocurriera. Ninguna
sugerencia está mal en esta etapa, y tampoco hay una sola respuesta al
problema. No se ponga a evaluar la eficacia de cada una de las ideas; eso
vendrá después. Durante esta etapa le conviene tener la mayor cantidad
posible de ideas sobre el tapete sin criticarlas.
Una “lluvia de ideas” también puede implicar hablar de los obstácu-
los que han contribuido al problema en el pasado. ¿Será que algunos de
nuestros hábitos diarios nos impiden resolver este problema? ¿Será que
la forma de dividir las responsabilidades entre nosotros es un factor
La negociación 105

que contribuye al problema? Poner estos factores sobre el tapete clari-


fica el diálogo y hace que sea más práctico.
Cuando Alicia y Gabriel llegaron a esta etapa de la negociación, Alicia
le pidió que hablaran de algunos de los obstáculos que habían impedido
el crecimiento espiritual de la familia en el pasado. Ambos plantearon
varias razones. Como en la mayoría de las familias, las mañanas antes
de ir a la escuela eran caóticas. Alicia ya tenía bastante con revisar que
sus hijos se hubieran vestido bien antes de salir de la casa, mucho menos
aquietarlos para tener un momento de oración. Para complicar el asunto,
tanto Alicia como Gabriel solían quedarse hasta tarde viendo la televi-
sión y, en consecuencia, se levantaban tarde a la mañana siguiente. Por
lo tanto, aunque hubieran planificado tener un momento de devocional
por la mañana, se perdía en toda esa confusión.
Después, estaba el horario de Gabriel. Muchas veces, se tenía que
quedar hasta tarde en el trabajo y no regresaba hasta las siete o siete y
media de la noche, mucho después de la cena de la familia. De modo
que no podían aprovechar el escenario natural de la hora de la cena
para los devocionales. Por otro lado, él siempre estaba cansado y nunca
estaba de ánimos para dirigir a la familia en los devocionales cuando
llegaba tarde del trabajo. Los días que salía a su hora del trabajo, tenía
tantas cosas que hacer en la casa —cosas para arreglar, encargarse de
las finanzas de la familia, etc.— que no era hasta última hora de la
noche, después que los niños estaban en la cama, que podía pensar en
los devocionales familiares. Más aún, por cuestiones laborales él tenía
que viajar frecuentemente fuera de la ciudad durante tres o cuatro días.
Después, estaban los niños. Una vez que ellos terminaban de cenar,
se contorsionaban en la silla, jugaban con los utensilios de la mesa
y rogaban que los dejaran ir a jugar. Eran tan expertos en esto, que
muchas veces Gabriel y Alicia cedían a la presión simplemente para
poder comer en paz. Tener el devocional después de la cena, en esa
atmósfera, quedaba descartado.
Al principio, estos problemas parecían insuperables. Pero Alicia
siguió hablando y ofreció algunas posibles soluciones. Le dijo que
podrían orar juntos por la mañana, si ambos dejaban de ver la tele-
visión hasta muy tarde. Gabriel dijo que sí, pero, ¿qué harían con el
caos que había en la casa cada mañana? Alicia prometió que levantaría
a los niños temprano y que estarían vestidos media hora antes que de
costumbre. Además, dijo que ella se encargaría de que estuvieran en la
sala, listos para orar, veinte minutos antes que Gabriel se fuera al tra-
bajo. Esto parecía ser factible.
106 El matrimonio pacificador

Pero ambos sabían que unos pocos minutos de oración a la mañana


no eran suficientes para proporcionar la dirección espiritual que sus
hijos necesitaban. ¿Cómo podían conseguir más tiempo por la noche?
Mientras seguían con su lluvia de ideas, Alicia tuvo una idea: ¿Qué tal
si ella se encargaba de las finanzas de la familia: pagar las cuentas y
cuadrar la chequera? Esto le ahorraría trabajo a Gabriel a la noche para
que pudiera hacerse cargo del aspecto espiritual de la familia.
Esto parecía bueno, pero después Gabriel notó otro obstáculo.
—Apenas podemos hacer que los niños se queden quietos durante
la cena —dijo él—. ¿Cómo vamos a lograr mantenerlos quietos en la
mesa por otros quince minutos? Aparte de que, de cualquier manera,
no escucharán. Ellos quieren ir a jugar.
Después de algunos momentos, Gabriel tuvo una idea:
—Tú sabes que no necesitamos tener el devocional después de la
cena —dijo él—. Podríamos tenerlo más tarde, entre las siete y media
y las ocho de la noche, o tal vez media hora antes de que los niños se
vayan a la cama. Y no necesitamos hacerlo en la mesa de la cocina.
Podríamos reunirnos en la sala, donde los niños puedan acurrucarse y
estar más cómodos.
Una a una, fueron apareciendo posibles soluciones. Ahora, estaban
listos para el paso final del proceso de la negociación.

Analizar las opciones de manera objetiva y razonable


El paso final del “Principio de la PAUSA” es tomar las ideas generadas
en la sesión de la “lluvia de ideas” y analizarlas. ¿Cuáles de estas ideas
son realistas? ¿Cuáles son probables que funcionen mejor? ¿Qué hará
falta para que funcionen? ¿Cómo podemos trabajar juntos para que esto
se lleve a cabo?
Aunque la conversación no haya tenido complicaciones hasta ese
momento, puede que encuentre dificultades cuando comiencen a eva-
luar las ideas y traten de estar de acuerdo en la mejor medida de acción
a tomar. Si la negociación se degenera y se transforma en una batalla
de voluntades, todo lo que han hecho hasta ese momento habrá sido en
vano. Es, pues, importante que no confíe en las opiniones personales al
analizar las opciones. En cambio, trate de usar criterios objetivos.
Para escoger las mejores soluciones, debe tratar de discernir e indi-
car cuáles son las medidas de acción que beneficiarán a su cónyuge, su
familia y demás personas de su vida. Si esos beneficios no son inme-
diatamente visibles, debería buscar la manera de poner a prueba esas
posibles soluciones para ver si en verdad son factibles y beneficiosas.
La negociación 107

El libro de Daniel contiene un gran ejemplo de un creyente que


confronta un problema, al parecer insuperable, y piensa en una posible
solución, en la cual pide que pongan a prueba dicha solución. Daniel y
sus amigos habían sido llevados cautivos a Babilonia. Mientras se prepa-
raban para servir al rey, les dijeron que debían comer ciertos alimentos,
que se consideraban impuros según las normas del Antiguo Testamento.
Al parecer, tenían dos opciones: comer esos alimentos y ofender a Dios,
o no comer esos alimentos y morir por desobedecer al rey.
Con la ayuda de Dios, Daniel discernió los intereses del rey y el
oficial. Es probable que el rey quisiera trabajadores saludables y pro-
ductivos, y que el oficial quisiera conservar su cabeza. En vez de con-
centrarse en sus propios intereses, Daniel buscó una solución que
velara tanto por sus propios intereses como por los de los babilonios.
Entonces le sugirió objetivamente al oficial que pusiera a prueba su
solución: “Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días,
y nos den legumbres a comer, y agua a beber. Compara luego nuestros
rostros con los rostros de los muchachos que comen de la ración de la
comida del rey, y haz después con tus siervos según veas” (Dn. 1:12-
13). Al final del período de prueba de 10 días, el oficial tuvo evidencias
concretas de que la dieta de Daniel era más saludable que la comida del
rey. “Así, pues, Melsar se llevaba la porción de la comida de ellos y el
vino que habían de beber, y les daba legumbres” (v. 16).
Además de analizar objetivamente las posibles soluciones, conti-
núe usando todas las técnicas de comunicación que hemos abordado
anteriormente en este libro. Escuche atentamente las sugerencias de su
cónyuge; haga preguntas aclaratorias; muestre respeto por los intereses
de él o ella. Trate de ver las cosas desde su perspectiva, y cuando le haga
una sugerencia, pregúntele a su cónyuge qué opina. Y si su cónyuge se
pone a la defensiva o se mantiene intransigente, vuelva a hablar de los
principios objetivos.
Este tipo de estrategia de evaluación demostró ser clave para que
Gabriel y Alicia llegaran a un acuerdo. Mientras conversaban, se les
ocurrieron algunas posibles maneras de tener más momentos de devo-
cional y oración familiar. Pero dado que Gabriel lo había intentado y
había fracasado tantas veces anteriormente, tenía dudas de volver a
embarcarse en un vergonzoso fracaso. Cuando Alicia vio que Gabriel
estaba por dejar de hacer el compromiso, le pidió a Dios que le ayudara
a sugerir una forma en que ellos pudieran poner a prueba sus ideas que
no amenazara a Gabriel. Por la gracia de Dios, ella se dio cuenta de que
108 El matrimonio pacificador

si buscaban hacer algo demasiado ambicioso, eso haría que Gabriel ni


siquiera quisiera intentarlo. Ñ
Por lo tanto, Alicia sugirió un período de prueba limitado para los
devocionales (así como Daniel hizo con los babilonios). Durante el mes
siguiente, tendrían un devocional de quince minutos por la noche solo
tres días a la semana (en vez de cada noche). Gabriel podría decidir qué
noches le convenían más, y Alicia y los niños se acomodarían a su hora-
rio. Después de un mes, se sentarían a evaluar el funcionamiento del
programa, perfeccionar sus esfuerzos, e incluso pensar en otra manera
posible de permitir que Gabriel asumiera su rol de líder espiritual de la
familia a la vez que equilibrara las otras presiones de su vida.
Las sugerencias de Alicia fueron tan razonables que Gabriel se sin-
tió confiado en hacer la prueba. Una vez que comenzaron, Alicia buscó
todas las oportunidades posibles de dar las gracias a Gabriel por sus
esfuerzos. Ella esperaba que este afianzamiento positivo lo estimulara
a tratar de cambiar sus antiguos hábitos.
Al usar el “Principio de la PAUSA”, Alicia y Gabriel transformaron
un conflicto permanente en la oportunidad de comprender y velar por
los intereses de cada uno, y ser ejemplo de una negociación cooperativa
para sus hijos. Y ¿qué pasó al final? Dios fue glorificado, se sirvieron
uno al otro y a sus hijos, y todos hicieron un pequeño avance en el pro-
ceso de conformase a la imagen de Cristo.
gSS OA
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EVALUACIÓN PERSONAL
Si en este momento se encuentra en un conflicto, estas preguntas le
ayudarán a aplicar los principios presentados en este capítulo.

l. ¿Cómo suele negociar: competitivamente (buscando principal-


mente salirse con la suya) o cooperativamente (velando por los
intereses del otro, así como por sus propios intereses)?

2. ¿Cómo puede prepararse para negociar un acuerdo razonable en su


situación presente?

3. ¿Cómo puede confirmar su preocupación y respeto por su cónyuge?

4. Busque comprender tanto sus intereses como los de su cónyuge al


responder estas preguntas:
a. ¿Qué asuntos necesitan resolverse a fin de solucionar este con-
La negociación 109

flicto? ¿Qué postura ya han tomado usted y su cónyuge sobre


estos asuntos?
b. ¿Cuáles son sus intereses en esta situación?
c. ¿Cuáles son los intereses de su cónyuge en esta situación?

5. ¿Cuáles son algunas soluciones u opciones creativas que podrían


satisfacer tantos intereses como sea posible?
6. ¿Cuáles son algunas maneras de analizar objetiva y razonablemente
estas opciones?

7. Declare al Señor lo que usted piensa hacer escribiendo una oración


en base a los principios enseñados en este capítulo.

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


El capítulo 11 de Pacificadores: Una guía bíblica para la solución de con-
flictos personales brinda una guía adicional y ejemplos prácticos sobre
cómo aplicar el “Principio de la PAUSA” en la negociación de asuntos
substantivos en su familia, iglesia y lugar de trabajo.
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Parte 3

EL CONFLICTO
EN LA
FAMILIA
Cómo enseñar
a los hijos a ser
pacificadores

Cuando sus mellizos de siete años, Andrea y Tomás, comenzaron a


interesarse en los juegos de mesa, Susana lo tomó como una gran ven-
taja para la armonía del hogar hasta tal punto que salió rápidamente a
comprar todos los juegos convencionales para niños: Monopoly, Ludo,
Batalla naval, Clue. Ella soñaba con que sus niñitos mimados pasaran
tardes enteras, cómodamente acurrucados en el piso de la sala, empu-
jando sus fichas alrededor del tablero de juego y que, de paso, le permi-
tieran hacer todas las tareas de la casa y, tal vez, dedicarse a la lectura.
Pero no fue así. Para jugar a los juegos de mesa, se necesitan dos.
Y sus hijos discutían cuando tenían que decidirse por un juego, quién
iba primero, de quién era el turno, quién estaba haciendo trampa y
quién guardaba el juego. Cada siete minutos y medio ella tenía que
pararse con las manos en la cintura y gritarles: “¡Niños!, ¿no pueden
jugar bien?”. Y eso si se trataba de un buen día.
Susana llegó a pensar que sería mejor si guardaba los juegos en
el estante superior de un armario, pero en realidad eso no resolvería
el problema. Si no eran los juegos de mesa, era la televisión; si no era
la televisión, eran los videos; si no eran los videos, eran los juegos de
computadora; si no eran los juegos de computadora, eran los juguetes.
Y parecía imposible que los mellizos estuvieran en paz aunque estuvie-
ran separados. Si Andrea estaba jugando con la computadora, Tomás de
114 El conflicto en la familia

repente tenía ganas de jugar con la computadora también — ¡justo en


ese momento!— y él quería jugar a los juegos de él, no a los de Andrea.
Y viceversa. Si había algo por lo cual pelear, los hijos de Susana encon-
traban la manera de hacerlo.
Se peleaban por quién ponía la mesa antes de la cena y quién secaba
y guardaba los platos después. Se peleaban por quién sacaba a caminar
al perro y quién alimentaba a los peces. Se peleaban a la hora de la cena,
siempre criticaban los modales del otro en la mesa, y ponían el grito
en el cielo si, por casualidad, la porción de postre de uno era apenas
un poco más grande que la del otro. Andrea usaba el patinete de Tomás
sin permiso, y Tomás armaba un escándalo; después él salía corriendo
con un par de CD de Andrea, también sin permiso. Era bastante difícil
para Susana conseguir que cada uno de los niños contara la verdad de
la historia, mucho menos resolver el conflicto.
Pero cuando Carlos regresaba del trabajo, ¡ah! entonces era una
historia diferente. Casi siempre, los niños dejaban de hacer lo que esta-
ban haciendo —y suspendían la pelea— para correr rápidamente a la
puerta de calle y prenderse frenéticamente de las piernas de su papá
para después rogarle que juegue con ellos. Y él siempre estaba listo para
hacerlo.
Y cuando Susana le contaba cómo se habían comportado los niños
ese día —“¡Hoy los niños se comportaron como unos absolutos mal-
criados!”— él no podía creerlo.
—+¿Estos niños? ¿Unos malcriados? —cuestionaba él.
A veces, Susana y Carlos hablaban de esto delante de los niños. Ella
le rogaba a su esposo que le ayudara a educar a los niños y le repro-
chaba que nunca se pusiera de su lado frente a los niños. Sin embargo,
él adoptaba la actitud de “si no lo veo, no lo creo”.
El resultado fue que nunca pudieron resolver nada, y algunos pro-
blemas incluso empeoraron. Para Susana, todos los días eran malos, y
algunos incluso peores.
RO NON

Cualquiera que haya sido el primero en decir que criar hijos es todo un
reto debería aparecer el Museo de la Fama por quedarse corto. Los hijos
dan continuas —y abundantes— bendiciones a sus padres, es verdad.
Pueden ser la imagen de la inocencia, pequeñas unidades de huma-
nidad con ojos alegres y brillantes, y emociones totalmente cándidas.
Y cuando se los educa para confiar y amar al Señor, alegran en gran
manera el corazón de los padres.
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 115

Pero ellos, como el resto de nosotros, nacieron en pecado. Y, como


pecadores, su mente y corazón están naturalmente inclinados a lo malo.
Esta tendencia al pecado se materializa en muchos aspectos de la vida
de los niños, pero uno de los más frecuentes es el que hemos presen-
tado en nuestra ilustración del comienzo del capítulo.
Andrea y Tomás estaban totalmente dominados por la rivalidad
entre hermanos. Su mayor fuente de contención era quién se “salía con
la suya”, quién controlaba al otro. Y eso no solo era un problema den-
tro de la casa, sino que su comportamiento llegaba también hasta el
vecindario. Por ejemplo, Andrea alejó a muchas de sus amigas porque
siempre quería imponerles su voluntad, y dominarlas.
Todo esto fue haciendo mella en Susana, porque era la que pasaba
la mayor parte del día tratando de manejar las peleas de sus hijos. No
solo estaba desesperada por la conducta actual de ellos, sino porque
Andrea, en particular, podría sufrir en el futuro. A ella le preocupaba
que, en un futuro, su hija no pudiera desarrollar o mantener relaciones,
y que terminara triste y sola.
Todos los días, Susana terminaba cansada, enojada, frustrada e
insegura. Muchas veces pensaba que era una pésima madre, porque
sus hijos no podían llevarse mejor entre ellos ni con los demás.

CÓMO FORMAR PEQUEÑOS PACIFICADORES


Jesús puso la conducta cristiana en la perspectiva correcta cuando
le pidieron que identificara el mandamiento más importante. Él dijo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento”. Pero
después agregó el segundo mandamiento importante: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39).
Podemos mostrar nuestro amor por Dios con nuestra adoración
pública, nuestros momentos diarios de oración y estudio de la Biblia y
nuestras ofrendas a ministerios para el avance de su reino. Pero tam-
bién nos llama a demostrar nuestro amor por Él con nuestro amor por el
prójimo de maneras concretas: “Y nosotros tenemos este mandamiento
de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:21). En un
mundo caído, tal amor por otros no viene de forma natural. Nadie nos
tiene que enseñar a querer “ser primeros”; no necesitamos instrucción
para aprender a ser egoístas. Y, si no lo sabía antes de tener hijos, sin
duda lo sabrá después: No hace falta que nadie les enseñe a los niños a
pelear.
El amor por otros seres humanos es una dádiva de Dios, que viene
116 El conflicto en la familia

principalmente de la gracia y la obra del Espíritu Santo, que cambia


nuestros corazones y nos da un'creciente deseo y capacidad de amar a
otros (véase Fil. 2:13). Pero Dios también ha escogido hacer partícipe a
las personas, especialmente a los padres, en este proceso educacional,
para que seamos ejemplo y enseñemos cómo amarnos unos a otros.
Este hecho tiene un profundo efecto en cómo criamos a nuestros
hijos. Pues la verdad es que, con la ayuda de Dios, debemos enseñar a
nuestros hijos a respetar, convivir y, más importante, amar al prójimo.
Para que puedan vivir una vida que agrade a Dios, necesitarán educa-
ción que les enseñe cómo llevarse bien con sus hermanos y amigos.
Y para esto, deben saber cómo resolver adecuadamente los conflictos
incluso entre ellos. En resumen, se les debe enseñar a ser pacificadores.
Y nosotros, como padres, debemos ser los maestros. Puede que
nuestras iglesias y escuelas contribuyan a conseguir esta meta, pero en
lo que respecta a enseñar a nuestros hijos a llevarse bien con el prójimo
y resolver los conflictos entre ellos, los padres deben asumir la respon-
sabilidad principal de ser ejemplo y enseñar cómo amarse unos a otros
como Dios manda (véase 1 Jn. 3:23; Dt. 6:6-7; Ef. 6:4).
Para cumplir esta importante responsabilidad, los padres deben
aprender a ver este asunto como Dios lo ve. A través de las Escrituras,
Dios nos enseña que las relaciones siempre implican conflicto. Tam-
bién nos enseña que deberíamos estar preparados para responder a
estos conflictos de diversas maneras constructivas.
Algunos conflictos requieren de una conversación amistosa, ense-
ñanza o un debate respetuoso (véase Jn. 3:1-21; 2 Ti. 2:24-26). En otras
situaciones deberíamos dejar pasar la ofensa, renunciar a nuestros
derechos y hacer el bien a aquellos que nos hacen mal (véase Lc. 6:27-
28; 9:51-56; Mt. 17:24-27). A veces el amor requiere de una amable con-
frontación o una firme reprensión (véase Jn. 4:1-42; Mt. 23:13-29). Por
encima de todo, necesitamos estar dispuestos a perdonar a otros así
como, en Cristo, Dios nos perdona (véase Lc. 23:34; Ef. 4:32).
Como indican estos pasajes, para llevarse bien con otras personas
hace falta un corazón amoroso y una gran capacidad de resolución. En
otras palabras, hace falta pacificación.

Cómo preparar a los hijos para enfrentar la vida


Dado que toda la vida está compuesta de relaciones, y todas las relacio-
nes tienden a originar conflictos, la pacificación es clave para el éxito
en la vida. Esto es una realidad tanto para nuestros hijos como para
nosotros. Por lo tanto, el primer requisito para enseñar a nuestros hijos
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 117

a ser pacificadores es mostrarles que es necesario desarrollar destrezas


de pacificación para tener éxito en la vida cristiana.
Las destrezas de pacificación son especialmente importantes para
cualquier cristiano que quiere ser fiel a Cristo en nuestra cultura cada
vez más impía. Considere a Daniel y Ester, que vivían en culturas com-
pletamente hostiles para con su fe. Aunque se enfrentaron a conflictos
de vida o muerte, nunca comprometieron su integridad o compromiso
espiritual con Dios. Ellos confiaron en Dios y practicaron algunas de
las soluciones más inteligentes al conflicto que se encuentran en las
Escrituras. Sorprendentemente, no solo sobrevivieron, sino que pros-
peraron, pues Dios bendijo sus esfuerzos y los colocó en una posición
sumamente influyente de la sociedad en la cual vivían. Si nuestros hijos
aprenden a desarrollar estas mismas destrezas a una edad temprana,
Dios podría usarlos a ellos también en lugares de ministerio o influen-
cia política o corporativa más allá de lo que podamos imaginar.
Los niños necesitan aprender que la pacificación es esencial para su
testimonio cristiano. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). Si nues-
tros hijos están peleados con aquellos que los rodean, sus intentos de
dar testimonio serán infructuosos. Pero si aprenden a amar y a reconci-
liarse con aquellos que les hacen mal, es más probable que las personas
les crean cuando hablen del amor y el perdón de Dios (Jn. 17:23).
La pacificación es también crucial para el éxito en la vida profesio-
nal y vocacional. He trabajado como ingeniero corporativo, abogado y
ministro ejecutivo. He contratado, promovido y despedido a personas.
Estas decisiones, raras veces se basaron principalmente en las destre-
zas técnicas de la persona. Lo que más he valorado en un empleado o
gerente es la capacidad de trabajar como parte de un equipo, mantener
relaciones fuertes y obtener consenso para que los dones y energía de
un grupo puedan enfocarse en el proyecto en cuestión. Estas son las
destrezas de un pacificador, y son las mismas destrezas que ayudarán
a sus hijos a tener éxito en la vocación a la cual Dios los ha llamado.
La pacificación es un ingrediente clave en un matrimonio pleno y
una familia feliz (y un agente protector contra el divorcio). El matrimo-
nio une a dos pecadores en estrecha cercanía, donde cada día sus deseos
egoístas rozan uno con el otro. ¡Y la fricción se incrementa cuando Dios
añade “pequeños pecadores” a la mezcla! Hay solo una manera de lidiar
con esta mezcla volátil: con confesión humilde, confrontación amorosa
y perdón genuino; tres herramientas básicas del pacificador bíblico.
118 El conflicto en la familia

En resumen, la pacificación prepara a los hijos para enfrentar la


vida. Si usted quiere que sus hijos glorifiquen a Dios, tengan un matri-
monio pleno y duradero, sean prósperos en su profesión y contribuyan
a su iglesia y a la edificación del reino de Dios, ¡enséñeles a ser paci-
ficadores!

La pacificación surge de la fe
Como hemos mencionado anteriormente, la pacificación no viene de
forma natural. Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, no ponemos
los intereses de nuestros oponentes al mismo nivel que los nuestros
y, naturalmente, tampoco resolvemos los conflictos de manera que
beneficie a ambas partes. Igual que Tomás y Andrea en la historia del
comienzo del capítulo, nuestros hijos tienen la tendencia a dejarse lle-
var por los deseos egoístas y pecaminosos de su corazón, que a menudo
provocan conflictos. Un diario bombardeo de los medios de comunica-
ción alimenta esta tendencia a querer “ser primero” y exalta el deseo de
hacer cualquier cosa para “salirse con la suya”, aunque esto implique
violencia o abandono de un compromiso relacional. ¿Cómo podemos
hacer frente a esta corriente y ayudar a nuestros hijos a desarrollar el
carácter de un pacificador?
En principio, debemos recordar que el requisito más importante de
la pacificación es entender quiénes somos en Cristo Jesús. Antes que el
apóstol Pablo dijera a los Colosenses lo que debían hacer, les recuerda
quiénes son: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de
entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedum-
bre, de paciencia” (Col. 3:12, cursivas añadidas).
Un verdadero pacificador es guiado, motivado y fortalecido por su
identidad en Cristo. Esta identidad está basada en la fe puesta en la pro-
mesa más maravillosa que jamás hemos escuchado: Dios nos ha perdo-
nado todos nuestros pecados y ha hecho la paz con nosotros por medio
de la muerte y resurrección de su Hijo (Ro. 6:23; 1 P. 3:18). Y Él nos ha
dado la libertad y el poder de dejar a un lado el pecado (y el conflicto),
para conformarnos a la semejanza de Cristo (Ef. 1:18-20; Gá. 5:22-23;
Ro. 8:28-29) y ser embajadores de su reconciliación (2'Co. 5:16-20).
La comprensión de quiénes somos en Cristo es lo que nos permite
llevar a cabo la obra antinatural de morir a nuestro yo, confesar el
pecado, confrontar con amor, renunciar a nuestros derechos y perdonar
las heridas profundas. Por lo tanto, cuando les enseñe a sus hijos a ser
pacificadores, recuérdeles continuamente a que se regocijen en quiénes
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 119

son en Cristo (¡perdonados y redimidos!) y en lo que Él ha hecho y ha


prometido hacer en y a través de ellos (véase Fil. 4:4; 1:6).

Ministre siempre al corazón de su hijo


El segundo requisito para enseñar a sus hijos a ser pacificadores es ayu-
darles a entender la raíz causante de los conflictos. Como hemos visto
en el capítulo 2, Santiago 4:1 nos da una herramienta de diagnóstico
vital: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No
es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?”.
Algunos de los deseos que alimentan los conflictos de nuestros
hijos son claramente pecaminosos, como el orgullo, el egoísmo, los
celos, la avaricia o la rivalidad entre hermanos. Sin embargo, muchos
de sus conflictos se generarán por los buenos deseos que han crecido
hasta convertirse en exigencias pecaminosas. Por ejemplo, no hay nada
inherentemente malo con querer una galletita o mirar un video o pasar
más tiempo con papá o sobresalir en una clase escolar o en el deporte.
Pero si un niño se enoja, se pone de malhumor y se llena de resen-
timiento cuando no obtiene lo que quiere, es evidente que un deseo
mundano ha tomado control de su corazón. Según la Biblia, el deseo ha
llegado a ser un dios o ídolo funcional que está gobernando temporal-
mente la vida del niño.
Por lo tanto, el conflicto llega a ser una radiografía del corazón de
nuestros hijos. Cuando otros les impiden obtener sus deseos y ellos dis-
cuten y pelean, sus deseos pecaminosos salen a la superficie. Esto nos
da como padres una excelente oportunidad de ayudar a nuestros hijos
a ser libres de los deseos mundanos.
Pero en vez de caer sobre ellos con condenación, deberíamos orar
por ellos y recurrir a preguntas, instrucción y confrontación en amor
para ayudarles a ver que algo aparte de Dios está controlando su vida y
corazón. Al mismo tiempo, deberíamos recordarles el perdón y la liber-
tad que Dios les ofrece mediante el evangelio.
En nuestra ilustración del comienzo del capítulo, Susana debe-
ría hablar con cada uno de sus hijos cuando surge un conflicto y, con
preguntas sutiles, ayudarles a examinar su corazón e identificar los
deseos que se han convertido en exigencias o ídolos. (Véase el capítulo
siguiente para obtener consejos de cómo lograrlo). Ella debería ayudar-
los a ver que están siendo gobernados por algo que no es Dios, lo cual
ofende a Dios y los hace infelices en la vida. La meta de esta parte de la
conversación es que el niño confiese y renuncie a su pecado.
120 El conflicto en la familia

Una vez que se ha producido la confesión, Susana debería poner


en práctica el evangelio y ministrar al corazón de su hijo al enfatizarle
que Jesús quiere perdonar ese pecado y ayudarle a llevarse bien con su
hermana o hermano. Jesús les ofrece el perdón de pecados y, a la vez, la
libertad de evitar las peleas en el futuro.
Este no será un proceso de una única vez. Los mismos deseos
dominantes atormentarán el corazón de nuestros hijos y provocarán
conflictos una y otra vez, como nos sucede a nosotros mismos. Pero si
seguimos orando por ellos y los guiamos en el proceso de examinar sus
corazones, renunciar al pecado y pedirle a Dios que los perdone y les dé
la gracia de cambiar, podrán experimentar una libertad del pecado y el
conflicto cada vez mayor (Ro. 7:24-25).

La instrucción para los pacificadores


El tercer requisito para aprender a ser un pacificador es la instrucción
sistemática y deliberada. Lamentablemente, pocos niños reciben la ins-
trucción adecuada que les enseñe a ser pacificadores. El mundo raras
veces enseña la pacificación. Cuando las escuelas intentan abordar el
tema, por lo general, olvidan los aspectos más importantes de la paci-
ficación, tales como tratar con el corazón. Y aunque nosotros como
padres instruyamos a nuestros hijos meticulosamente en los principios
generales de la fe cristiana, a menudo no nos concentramos específica-
mente en enseñarles a resolver los conflictos personales.
Por ejemplo, generalmente les decimos a nuestros hijos que debe-
rían confesar sus ofensas y perdonar al prójimo. Pero a menudo no
les enseñamos cómo hacerlo bíblicamente. Por consiguiente, lo que a
menudo escuchamos de ellos es un “perdón” de mala gana, o un “está
bien” superficial, y ninguno de los dos transmite un arrepentimiento
genuino ni da lugar a una reconciliación. Esta ignorancia se lleva con
frecuencia hasta la edad adulta, donde se manifiesta en matrimonios
tensos o destruidos, iglesias divididas y demandas legales innecesarias.
En Deuteronomio 6:7-9, Dios nos dice que combatamos la ignoran-
cia con diligencia en la instrucción: “y las repetirás a tus hijos, y habla-
rás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte,
y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán
como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y
en tus puertas”. Este pasaje indica que deberíamos dar una instrucción
espiritual, que incluya la pacificación en cada aspecto de la vida diaria.
Esto puede hacerse de tres maneras.
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 121

Su ejemplo es un gran maestro


Después de hablar a padres cristianos en una conferencia, se acercó a
mí una mujer que estaba desesperada en busca de ayuda para enseñar
a sus hijos a resolver los conflictos de una manera constructiva. Por
algunos minutos, describió muchos de los conflictos que sus cuatro
hijos en edad escolar tenían a diario. Luego preguntó qué podía hacer
para cambiar esos patrones. Entonces, le hice una pregunta que ella no
esperaba:
—¿Cómo manejan los conflictos usted y su esposo?
Sus ojos se llenaron de lágrimas y su rostro de vergúenza, y dijo:
—'¡Oh! Somos muy malos. Estamos siempre en la loma resbaladiza
del conflicto que usted describió. Siempre negamos los problemas hasta
que después las cosas explotan en una gran discusión. Hablamos y gri-
tamos, pero nunca llegamos a una solución real. Mi mayor temor es que
nuestros hijos crezcan y sean como nosotros.
Le recordé delicadamente un principio clave de la pacificación:
Nunca es demasiado tarde para empezar a hacer lo correcto. Después,
comencé a animarla y a explicarle que ella y su esposo podían trabajar
juntos para cambiar las cosas en su familia, en especial si procuraban
ser ellos mismos un mejor ejemplo como pacificadores.
Le recordé que enseñar con el ejemplo es uno de los métodos de
instrucción más eficaces y muy recomendados en las Escrituras (véase,
pra AS dolia iB02D: Independientemente dedo
que les diga a sus hijos, gran parte de lo que aprendan con respecto a
llevarse bien con los demás será el resultado de lo que vean en usted. Si
usted siempre niega el problema o escapa del conflicto, sus hijos apren-
derán a ser evasivos. Si usted increpa con palabras furiosas y culpa a los
demás por todo lo que le sale mal, ellos aprenderán a ser agresores. Y
si usted se niega a perdonar, ellos aprenderán a ser personas solitarias
y amargadas.
Lo contrario también es cierto. Si sus hijos ven que usted confiesa
humildemente sus pecados y busca cambiar con la ayuda de Dios,
ellos aprenderán a ser personas responsables en vías de crecimiento.
Si ven que usted confronta a otros con amor, ellos aprenderán a usar
sus palabras para edificar, no para destruir. Y si ven que usted perdona
a aquellos que le han hecho mucho daño, aprenderán a preservar las
relaciones y a ser ejemplo del evangelio de Jesucristo.
Si usted nunca ha aprendido a manejar el conflicto como enseña
la Biblia, no se desespere. Lo que le dije a la mujer de la conferencia
122 El conflicto en la familia

también es para usted: Nunca es demasiado tarde para empezar a hacer


lo correcto. Si usted recuerda lo que Cristo ha hecho por usted, confía
en sus promesas de pacificación y busca aprender y practicar los prin-
cipios bíblicos de la pacificación que hemos visto en este libro, sus hijos
podrán tener un ejemplo cada vez mejor de cómo ser pacificadores.
En el capítulo siguiente veremos cómo los padres pueden ser ejem-
plos como pacificadores y, al mismo tiempo, resolver los conflictos con
sus propios hijos.

Consejos prácticos sobre la instrucción


Igual que en cualquier destreza académica o artística, para aprender a
ser pacificadores hace falta una instrucción deliberada y sistemática; es
decir, se requiere presentar los mejores principios bíblicos para la resolu-
ción de los conflictos en un marco de trabajo detallado y bien organizado.
Uno de los medios más eficaces para lograr esto es The Young Pea-
cemaker [El joven pacificador], mencionado en el capítulo 6. Es un plan
de estudio de 200 páginas escrito por mi esposa, Corlette, que viene
acompañado de doce manuales de actividades para estudiantes. Este
material ampliamente ilustrado capta rápidamente el interés y la imagi-
nación de los niños, y les proporciona un proceso detallado, sistemático
y fácil de recordar para la resolución de conflictos.
Una manera excelente de enseñar este material es en los devociona-
les familiares. Yo animo especialmente a los padres a tomar la iniciativa
en la dirección de este estudio. Cada lección consta de la historia de un
conflicto real, la cual generalmente les encanta a los niños personificar.
(¡Cuanto más dramáticos sean sus hijos, más interesante será el debate!).
Después de realizar la personificación, usted puede leer y realizar
una aplicación práctica de los pasajes bíblicos para mostrar a sus hijos
cómo identificar los deseos pecaminosos que provocan los conflictos, y
resolver el problema de una manera que honre a Dios y restaure las rela-
ciones. Una de las mejores maneras de motivarlos a estudiar el material
intensivamente es permitir que los hijos mayores conduzcan el estudio
familiar de un capítulo o sección en particular. Permitirles que formu-
len preguntas y sugieran personificaciones, en las cuales mamá y papá
participen, les da tal sentido de la responsabilidad, que a menudo los
motiva a tomar el material aun más seriamente.

Use los conflictos de la vida diaria


La mayoría de las familias se ven inmersas en conflicto varias veces al
día. Los niños encuentran asuntos sobre los cuales pelear, ya sea quién
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 123

se come la última galletita o la tostada de quién tiene más manteca. Ade-


más son extremadamente creativos para encontrar maneras de evadir
las instrucciones de los padres e ignorar sus tareas domésticas o deberes
escolares. Esta es la mala noticia. La buena noticia es: Cada uno de estos
incidentes ofrece una gran oportunidad de ayudar a los hijos a enfrentar
sus deseos egoístas y practicar los principios básicos de la pacificación.
En esos días maravillosos (y poco frecuentes) en los cuales la fami-
lia vive en paz, es posible encontrar conflictos sobre los cuales debatir.
La mayoría de las historias y libros que sus hijos leen contienen conflic-
tos. Lo mismo sucede en cada programa y película de televisión que ven.
Mi esposa y yo usamos preguntas sencillas en el momento opor-
tuno para estimular el debate. “¿Está el personaje principal de este libro
usando una respuesta de escape o de ataque? ¿Está actuando sabia-
mente? ¿Qué deseos de su corazón se han convertido en ídolos? ¿Qué
consecuencias piensan que experimentará si él cede a esos deseos?” O
podría preguntar: “Si tú fueras el personaje femenino de esta película,
¿cómo le confesarías tus actos a tu madre? Si fueras la madre, ¿qué
dirías para mostrar que realmente la has perdonado?
Para reforzar sus instrucciones verbales, use ayudas visuales y
recordatorios como se enseña en Deuteronomio 6:8-9. Además, The
Young Peacemaker [El joven pacificador] presenta principios clave para
la pacificación mediante dibujos, símbolos y diagramas. El material
gráfico se puede copiar, y sus hijos pueden colorearlo y pegarlo en su
cuarto, en el refrigerador o en otros lugares prominentes de su casa O
sala de clase. Una mirada rápida a los diagramas de la “loma resbala-
diza del conflicto” o del “juego de la culpa” suelen ser suficientes para
recordarle a un niño un principio bíblico clave que puede evitar un
conflicto irreflexivo.

Póngalo en práctica todo el tiempo


El cuarto requisito para enseñar a sus hijos a ser pacificadores es brin-
darles la posibilidad de tener una variedad de interacciones sociales
adecuadas para que puedan practicar cómo llevarse bien con los demás
en medio de las dificultades y los conflictos (véase Stg. 1:3-4; Ro. 5:3-
4; Fil. 4:9; He. 5:14). Esto no significa que rodee constantemente a sus
hijos con multitudes de niños. De hecho, tanto las Escrituras como la
experiencia nos enseña que la interacción indiscriminada con otros,
especialmente a una edad temprana, tiende a agravar los malos hábitos,
prolonga la inmadurez y produce aflicción (véase Pr. 1:8-33; 5:1-14; 7:1-
2 1CO: 15:38):
124 El conflicto en la familia

Lo que significa es que usted debería tratar de que sus hijos inte-
ractúen con una variedad de niños de su misma edad y madurez, que
en ocasiones le brinden oportunidades de experimentar el conflicto y
poner en práctica la pacificación. Este es un paso esencial para llevar
a los hijos a la madurez. Si ellos enfrentan el pecado de sus corazones
y analizan el conflicto bajo la guía de sus padres, estarán mejor prepa-
rados para tratar responsablemente con los conflictos que inevitable-
mente tendrán que enfrentar cuando crezcan y se vayan del hogar.
Situaciones de este tipo abundan, especialmente si aprovechamos
las oportunidades para relacionarnos con personas de todas las edades
y etapas de la vida. La iglesia, los deportes y las actividades artísticas
ofrecen un buen punto de partida. Las actividades escolares, coope-
raciones educativas y excursiones ofrecen más oportunidades para la
interacción social.
Bendiciones incluso mayores podemos recibir cuando obedecemos
los mandatos bíblicos de practicar la hospitalidad y el evangelismo, y
servir a quienes están en necesidad. Esto puede implicar ministrar al
pobre o marginado, trabajar en pro de la reconciliación racial y ayudar
a las viudas, los ancianos o las familias de un solo progenitor y a sus
hijos. Para una mayor práctica en la interacción con otros (y resolución
de los conflictos), pídales a otras familias que se unan a usted en algu-
nos de estos proyectos. Cualquier familia que invita a otros a su mesa,
sirve a aquellos que están en necesidad y colabora con otras familias
creyentes, por lo general, enseñará muy bien a sus hijos a llevarse bien
con los demás.

¿CUÁNDO COMENZAR?
Suelo escuchar esta pregunta todo el tiempo. Y siempre doy la misma
respuesta: Comience a enseñar a sus hijos a ser pacificadores tan pronto
como empiecen a entrar en conflictos. Para algunos niños, ¡es bastante
temprano!
Corlette y yo comenzamos a enseñar a Megan y Jeff los principios
básicos de la pacificación, tan pronto como empezaron a hablar. Obvia-
mente, no podían seguir todos los pasos de los cinco 'elementos de la
confesión (una versión abreviada para niños de los siete elementos de la
confesión), pero nos sorprendimos al ver que desde pequeños estaban
siguiendo los pasos principales de la confesión.
Por ejemplo, cuando Jeff tenía apenas tres años, se peleaba con su
hermana por qué libro querían que Corlette les leyera. Y cuando Jeff no
se salía con la suya, perdía la calma y le pegaba a su hermana. Corlette
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 125

lo llevaba a otro cuarto y lo disciplinaba. Como primera medida, le


hacía algunas preguntas para ayudarle a entender qué había hecho mal.
El Señor rápidamente ablandaba su corazón, y Corlette se conmovía
tanto por la sinceridad de su confesión, que decidía ejercer misericor-
dia y no propinarle el castigo que ambos sabían que merecía.
Después de decirle eso, le pedía a él que orara al Señor por lo que
había hecho. Esto es lo que este pequeño niño de tres años oraba: “Jesús,
te pido que por favor me perdones porque soy egoísta y quisquilloso.
Ayúdame a leer el libro del conejo que Megan quiere. Y gracias, Jesús,
porque esta vez mamá no me castigó. En el nombre de Jesús, Amén”.
Aunque Jeff no cumplió con los cinco elementos de la confesión,
cubrió los puntos principales: Fue a la raíz del problema y admitió espe-
cíficamente la condición idólatra de su corazón, que lo había llevado a
pegarle a su hermana al no poder salirse con la suya. Dijo que necesi-
taba cambiar de conducta en el futuro. Y aceptó incondicionalmente las
consecuencias que se merecía por su pecado. ¡Si más adultos hicieran
esta clase de confesión, mi trabajo como conciliador profesional sería
mucho más fácil! |
Otra pregunta común con la que muchos padres luchan es sobre
si deberían pedirles a los niños que hagan una confesión aunque no
parezcan estar realmente arrepentidos. Las opiniones dibionen; pero le
daré a conocer lo que Corlette y yo hacíamos.
Tan pronto como nuestros hijos comenzaron a hablar, les pedía-
mos que hicieran una confesión cada vez que hacían algo malo. (En la
mayoría de los casos, primero hablábamos y orábamos con ellos para
ayudarles a entender que habían desobedecido los mandamientos de
Dios). Aunque algunas veces no eran sinceros, creíamos que era bueno
que desarrollaran el hábito de decir al menos las palabras correctas.
(Muchos adultos no tienen la mínima idea de cómo hacer una buena
confesión; ¡al menos nuestros hijos no podían alegar ignorancia!).
Un día, cuando Megan tenía más o menos cinco años, decidimos
que era tiempo de que cambiaran las normas básicas para ella. Ella y
su madre habían tenido un conflicto, y Corlette le estaba pidiendo a
Megan que admitiera que había hecho algo malo.
Al escuchar desde otra habitación, me preocupó que Megan pare-
ciera tan poco sincera. Entonces entré a la habitación e interrumpí su
confesión.
—Megan —le dije—, obviamente no hablas en serio. Pero ya eres
bastante grande y deberías hablar en serio. De lo contrario no estás
diciendo la verdad. Por favor, sube a tu cuarto y piensa y ora por lo que
126 El conflicto en la familia

ha sucedido, y no bajes hasta que puedas confesar sinceramente lo que


has hecho mal. .
Megan subió a su cuarto con enojo y resentimiento en su rostro, y
Corlette y yo nos quedamos en la cocina pensando si habíamos hecho lo
correcto. (La paternidad está llena de inseguridades, y agradezco a Dios
de tener una compañera con quien compartir estos momentos difíciles).
Nos sentamos allí y oramos para que Dios ablandara el corazón duro de
nuestra hija y le ayudara a ver cuán egoístamente había actuado.
Pasados unos diez minutos, escuchamos los pasos de Megan en la
escalera y nos dimos la vuelta para mirarla. Era evidente por el aspecto de
su rostro, que su corazón había cambiado. En lugar de su anterior mirada
fría y desafiante, ahora sus ojos estaban llenos de ternura mientras se
acercaba rápidamente a Corlette, abrazaba a su madre y hacía una sincera
confesión. Las dos se reconciliaron en medio de un mar de lágrimas.
Esto marcó una nueva etapa en la vida de Megan, a la cual también
Jeff entró un breve tiempo después. Una vez que llegamos a la conclu-
sión de que eran suficientemente maduros para entender y ser respon-
sables por sus acciones, hicimos todo lo que pudimos para alentarlos a
hacer una confesión sincera, aunque tuviéramos que mantener largas
conversaciones y orar juntos, o tuviéramos que hacer que se sentaran
solos a pensar en sus acciones.
Nuestra decisión de enseñar e instruir, y luego permitir que el Espí-
ritu Santo actúe, se fortaleció cuando leímos la instrucción de Pablo
en 2 Timoteo 2:24-25: “Porque el siervo del Señor no debe ser conten-
cioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con
mansedumbre corrija a los que se oponen [aquí es donde acaba nuestro
trabajo y empieza el de Dios], por si quizá Dios les conceda que se arre-
pientan para conocer la verdad”.
Sin duda, las confesiones de nuestros hijos no parecen nada since-
ras a veces (como las nuestras, lamento decirlo). Pero a medida que los
cuatro vamos adquiriendo un mayor entendimiento de la asombrosa
gracia y perdón de Dios por nosotros, hay una notable mejoría en nues-
tra capacidad de lamentarnos genuinamente por nuestros pecados,
confesar nuestras ofensas de corazón y regocijarnos con sinceridad en
la maravillosa dádiva reconciliadora de Dios.

NUNCA ES DEMASIADO TARDE


Muchos padres me preguntan cómo enseñar a ser pacificadores a nues-
tros hijos mayores, dado que han tenido muchos años para desarrollar
pésimas destrezas para la resolución de conflictos. A menudo, estos
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 127

hábitos están tan arraigados y las relaciones tan dañadas que la situa-
ción parece no tener esperanza. Pero recuerde lo que identificamos
anteriormente como un principio clave para la pacificación: Nunca es
demasiado tarde para empezar a hacer lo correcto.
Si usted no les ha enseñado a sus hijos a responder al conflicto de
manera bíblica (y especialmente si no ha sido ejemplo de estos princi-
pios), el punto de partida es confesarse con Dios y con ellos. Confiésele
su falta a Dios y pídale que lo perdone y derrame su sanidad y gracia
redentora sobre su vida. Luego congregue a su familia o reúnase en pri-
vado con cada uno de sus hijos, y confiéseles su falta a ellos sin olvidar
ninguno de los siete elementos de la confesión.
Admita específicamente su ignorancia, pereza o falta de fe o auto-
disciplina. Discúlpese por el efecto que su falta ha tenido en ellos. Saque
a relucir las consecuencias de su falta, y ayúdeles a ver las consecuen-
cias que ellos están experimentando al seguir los mismos patrones.
Luego explíqueles que usted le está pidiendo a Dios que cambie las
cosas, y comprométase a trabajar con ellos, por la gracia de Dios, para
desarrollar nuevos hábitos de resolución de conflictos en su familia.
Finalmente, adviértales que las cosas no cambiarán de la noche a la
mañana, pero que con la ayuda de Dios todos pueden cambiar esos
malos hábitos y aprender a ser pacificadores. (En el siguiente capítulo,
veremos varias maneras específicas para poder cumplir con este com-
promiso al poner en práctica la pacificación en los conflictos habituales
con sus hijos).
Si ellos responden bien a este acercamiento, usted puede comenzar
el proceso de enseñanza anteriormente mencionado. Si uno de sus hijos
no responde bien, es reacio, o no da muestras de arrepentimiento, usted
tendrá que superar barreras adicionales. Será esencial que sea ejem-
plo como pacificador y se arrepienta de sus propios errores una y otra
vez. Un niño reacio percibirá las faltas de usted más rápido que usted
mismo y las usará como base para acusarlo de hipócrita. La transfe-
rencia de la culpa o una postura defensiva por su parte no cambiará el
corazón de un niño. La única manera de tratar con sus propios errores
es por medio de la confesión y el arrepentimiento. Recuerde: “El que
encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia” (Pr. 28:13).
Con algunos niños puede que se necesite la ayuda de otro adulto de
su confianza para ayudarles a superar sus hábitos destructivos para la
resolución de conflictos. Este podría ser un anciano de la iglesia, pastor
de jóvenes, maestro, pariente, o amigo de la familia.
128 El conflicto en la familia

En la mayoría de los casos, para este proceso de aprendizaje serán


necesarios también repetidos esfuerzos para ayudar al niño a ver las
consecuencias de sus malas decisiones. Al hacer estos esfuerzos, asegú-
rese de mostrar mansedumbre y humildad. En lugar de recriminarle sus
errores, admita con delicadeza que en ocasiones las decisiones de usted
han creado consecuencias similares. (La idea es crear un ambiente en el
que, en lugar de tratar de ocultar sus problemas, el niño se siente seguro
y acude a usted para pedirle ayuda). En algunos casos, puede que usted
tenga que resistir la tentación de rescatar al niño de sus problemas y, en
su lugar, dejarlo experimentar las consecuencias naturales de sus deci-
siones insensatas. Como se promete en las Escrituras: “Los que pierden
los estribos con facilidad tendrán que sufrir las consecuencias. Si los
proteges de ellas una vez, tendrás que volver a hacerlo” (Pr. 19:19, ntv).
En la mayoría de los casos, este proceso de aprendizaje tomará
tiempo. Usted necesitará volver a hablar del mismo varias veces. Aquí
otra vez, es esencial la exhortación de Pablo a Timoteo: Su tarea es
enseñarle sutilmente y a la vez orar fervientemente para que el Espíritu
Santo produzca el arrepentimiento en su hijo.

VALE LA PENA EL ESFUERZO


Enseñar a los hijos a ser pacificadores es una de las responsabilidades
más retadoras como padres. Hace falta fe y confianza en Dios, ministrar
al corazón de nuestros hijos, una instrucción sistemática y una guía
cuidadosa de su interacción social.
Sin embargo, los resultados de esta labor bien valen el esfuerzo.
Al recordar continuamente a nuestros hijos quiénes somos en Cristo,
podemos inspirarlos a imitar el amor de Dios, renunciar a los deseos
pecaminosos y responder al conflicto de una manera que honre a Dios.
Esta fe y conducta puede ayudarlos a profundizar su testimonio cris-
tiano, preservar sus amistades, fortalecer sus matrimonios y darles
mayor éxito en el lugar de trabajo.
Cuando Dios transforma a nuestros hijos y ellos aprenden a amar
al prójimo como a ellos mismos, aun en medio del conflicto, desarro-
llarán el corazón adorador y manos para el servicio que Dios se deleita
en usar para edificar su reino.
¡Qué gran privilegio es que los padres participen de este proceso!
Que podamos ser fieles a este llamado y seamos constantes en la
enseñanza y el ejemplo de la pacificación bíblica en cada aspecto de
nuestras vidas y hogares.
Cómo enseñar a los hijos a ser pacificadores 129

EVALUACIÓN PERSONAL
1. La mejor manera de enseñar a sus hijos a ser pacificadores es con
su propio ejemplo. Si hasta ahora no ha dado un buen ejemplo,
confiéselo a sus hijos y dígales específicamente de qué manera no
ha sabido manejar los conflictos de una manera que honre a Dios.
Pídales a sus hijos que oren mientras usted procura crecer en ese
aspecto de ahora en adelante. Su ejemplo de humildad preparará el
camino para que ellos mismos sepan afrontar sus debilidades como
pacificadores.
2. Enseñar a los hijos a ser pacificadores requiere dedicación, pacien-
cia y perseverancia. Estos son los pasos clave que usted necesita dar
día a día mientras Dios trabaja en sus vidas.
a. Recuérdeles regularmente quiénes son en Cristo: ¡Perdonados y
redimidos!
b. Ministre a sus corazones y busque ayudarlos a identificar y
renunciar a sus ídolos (deseos que se convirtieron en exigen-
cias) que podrían estar gobernando sus corazones.
c. Proporcióneles una instrucción sistemática, principalmente con
su ejemplo, pero también con las enseñanzas de The Young Pea-
cemaker [El joven pacificador] cada uno o dos años, y con his-
torias, películas y los conflictos habituales de la vida familiar
como oportunidades para la enseñanza.
d. Ofrézcales a sus hijos oportunidades para la interacción social
donde puedan surgir conflictos y usted pueda ayudarlos a
practicar las destrezas de pacificación.
3. Si sus hijos son mayores y han desarrollado hábitos pecamino-
sos en la resolución de conflictos, no se rinda. ¡Nunca es dema-
siado tarde para empezar a hacer lo correcto! Confiéseles de qué
manera usted ha fallado en ejemplificar y enseñar la pacificación,
y explíqueles cómo piensa ayudar a toda la familia a crecer en este
aspecto. Comience a enseñar y hablar uno por uno de los principios
presentados en este capítulo, y reconozca que el cambio no será
fácil ni rápido. Si su hijo se niega a responder, busque ayuda de
otras familias o del pastor de jóvenes de su iglesia. Sobre todo, no
deje de orar y ¡recuerde la promesa de que Dios estará con usted y
sus hijos para siempre!
130 El conflicto en la familia

4 Bn

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Para una mayor guía sobre cómo llegar al corazón de sus hijos y ense-
ñarles a ser pacificadores, véase:
The Young Peacemaker [El joven pacificador] de Corlette Sande.
(Solo en inglés).
Cómo pastorear el corazón de sus hijos de Tedd Tripp. Publicado por
Editorial Eternidad.
Tener hijos no es para cobardes del Dr. James Dobson. Publicado por
Editorial Vida.
Cómo hacer las
paces con los hijos

El laboratorio de la vida diaria ofrecerá a sus hijos muchas —usted


podría pensar demasiadas— oportunidades de poner en práctica los
principios de pacificación que usted quiere inculcar en ellos. Los con-
flictos, igual que los problemas, son inevitables —“como las chispas se
levantan para volar por el aire”, según palabras de Job (Job 5:7)— y los
niños, por ser niños, discutirán y pelearán. Pero con la ayuda y direc-
ción de Dios, y la instrucción sistemática brindada por usted, podrán
aprender verdaderamente a resolver los conflictos por sí mismos de una
manera pacífica y que honre a Dios.
Pero ¿qué podemos decir de las discusiones que usted tiene con sus
hijos? Es inevitable que ellos traten de poner a prueba y quebrantar
los límites de la supervisión y dirección de usted como padre o madre.
En resumidas cuentas, son personas independientes con pensamientos
propios y voluntad propia y, en su lucha por la autonomía, a menudo
ponen a prueba su autoridad. Y esto da lugar a conflictos entre padres
e hijos.
Por ejemplo, tome el caso de Jésica, que tiene 14 años, es muy inde-
pendiente y, lo que sus padres llaman de manera muy diplomática, una
“muchacha de voluntad firme”. Un sábado, ella entra repentinamente a
la cocina moviéndose al son y letra de la reciente banda masculina que
bombardea sus oídos y se saca los auriculares tan solo para anunciar:
—Me voy al centro comercial.
La madre coloca la espátula de goma sobre el mostrador —el sábado
es día de hornear— y le da una mirada de inspección a su hija.
132 El conflicto en la familia

—¿Vas así vestida? —pregunta la madre.


—Bueno... sí —responde la adolescente.
—¿Por qué no te pones algunos de esos conjuntos que la tía Marta
te dio para Navidad, Jésica? El que tiene el cisne grabado —continúa
la madre.
—Maaami —Jésica se cruza de brazos.
—Tú sabes que a tu padre no le gusta que te vistas así —dice la
madre—. Es muy diminuto lo que tienes puesto.
—Melisa y Luz se visten así, y los padres no las están fastidiando
todo el tiempo —afirma Jésica.
—¿Vas a ir con Melisa y Luz? —pregunta la madre.
—Y Tomás —contesta la hija.
—¿Tomás también? —dice la madre.
— ¡Vamooos, mami! —Jésica mira el cielo raso—. Donde va Melisa,
va Tomás también.
Entra caminando el padre, con la sien empapada de sudor.
—Esa gente de Arizona sabe lo que hace —proclama—. Descargan
doce toneladas de piedras en el césped. Guardan la cortadora de césped
para... —se da vuelta y le pregunta a su esposa— ¿A dónde va?
—Al centro comercial —dice la madre mientras toma nuevamente
la espátula y comienza a emparejar el glaseado sobre los pasteles de
chocolate— con Tomás.
Jésica se descruza de brazos, sale enojada hacia el sofá, se sienta de
golpe en un rincón y se vuelve a cruzar de brazos.
—Yo sabía —dice ella—, yo sabía que iban a hacer un gran teatro.
—¿Para qué? —el padre le pregunta a la madre.
—Pregúntale a tu hija —dice ella señalando a Jésica con la espátula.
—«¿A qué vas? —el padre le pregunta a Jésica.
—A ver una película y comprar algún CD —responde Jésica.
—¿Qué película? ¿Qué CD? —el papá se sienta en el borde del
sillón, frente al sofá.
—No sé todavía. No lo sé —responde Jésica.
Mamá se acerca al sillón, y dice:
—Tomás las lleva a ver películas no aptas para menores.
— ¡Ni por asomo! —replica Jésica bufando.
—Jésica —dice el padre, a la vez que se inclina hacia adelante y
apoya sus codos sobre sus rodillas—, tú sabes que estamos preocupa-
dos por tus amigos y por lo que haces con ellos cuando van al centro
comercial.
Cómo hacer las paces con los hijos 133

—Bueno —dice Jésica haciendo una mueca irónica—. Otra vez con
lo mismo.
La madre se sienta en el brazo del sillón y dice:
—Es que muchas películas predican contra las virtudes cristianas.
Y la música que escuchas contiene gran cantidad de sexo y drogas.
—Casete número 72 —dice Jésica—. Amigos, películas, música.
Llame ya. 1-800-QUEJA-QUEJA. Los operadores esperan su llamada.
—Suficiente, señorita —interrumpe el papá.
—¿Puedo ir ahora? —pregunta la adolescente.
La madre, más razonable, continúa:
—Jésica, cariño, es que no queremos que te arruines la vida como...
como...
—¿Cómo Tomás?
—Como muchos chicos —mamá toma un respiro—. Nosotros que-
remos que crezcas en los caminos del Señor. Tú lo sabes.
—¿Puedo ir ahora? —pregunta Jésica.
—Me temo que no —dice el padre.
Jésica se puso de pie bruscamente.
— ¡Miren! —dice ella—. Les estoy diciendo a dónde voy, con quién
voy y qué voy a hacer. ¡Ustedes me vuelven loca, no son como los padres
de Melisa y Luz!
El papá ahora se pone de pie también. La señala con el dedo y le dice:
— ¡Dije que es suficiente!
—No puedo hacer nada en esta casa —dice Jésica levantando la voz.
— ¡No me levantes la voz!
—Estoy viviendo con Nazis —afirma Jésica, y se vuelve a sentar de
golpe en el sofá.
—¡Ah! ¿Así que estás viviendo con Nazis? —El padre ahora está
furioso y le habla cara a cara, casi encima del sofá—. Te damos de
comer. Te vestimos. Te compramos todo lo que quieres. ¿Y somos nazis?
—Cariño —aconseja la madre.
—Hasta que tengas 18 años, señorita, estás viviendo en nuestra
casa, y seguirás nuestras reglas.
— ¡Nazis!
—Podrías cambiar tu opinión de nosotros y dejar de pensar que
somos nazis una vez que entres al centro de detención juvenil.
—¡Ojalá cumpla los 18 rápido!
—Y si piensas que vas a sacar tu licencia de conducir cuando cum-
plas 16, mejor piénsalo otra vez.
134 El conflicto en la familia

Jésica salió disparada hacia las escaleras. A medio subirlas, se giró


para gritar: E | | |
—i¡Los odio! —subió hasta arriba y se volvió a girar gritando—
¡Los odio!

4003

Los años de la adolescencia son tiempos de cambios, retos y conflic-


tos. Pero los niños no se vuelven rebeldes instantáneamente cuando se
inclinan a soplar las trece velitas de su pastel de cumpleaños. Incluso
antes de caminar, los niños dan coces contra el aguijón de la autoridad
de los padres.
Y para nosotros, los padres, que ya hemos pasado por nuestras pro-
pias travesuras de la juventud y tenemos un elevado reconocimiento de
la fuerte disciplina y límites firmes de los padres, es fácil frustrarnos y
enojarnos con un niño rebelde.

CÓMO PONER EN PRÁCTICA LOS CUATRO


PRINCIPIOS PARA LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS
Gracias a Dios, las Escrituras ofrecen principios eficaces para la resolu-
ción de conflictos entre padres y adolescentes. Puede ser de ayuda, en
esta etapa llena de retos, poner en práctica los cuatro principios para la
resolución de conflictos en la relación con nuestros hijos.

Glorificar a Dios, no el comportamiento pecaminoso


Mucha de la frustración con nuestros hijos surge de una fuente no tan
noble: el efecto que el comportamiento de nuestros hijos tiene sobre
nuestra comodidad y conveniencia. Los actos pecaminosos de nuestros
hijos hacen que nuestra vida sea menos relajada, menos pacífica y más
ajetreada. O tal vez tomamos el mal comportamiento de manera per-
sonal. Nos hace quedar mal parados —tal vez, incluso incompetentes
como padres. Y ¡cielos!, no vamos a permitir que un simple niño, que
está bajo nuestra autoridad, haga eso. Nosotros controlamos al niño, no
el niño a nosotros.
Esta era la motivación de los padres de Jésica. Y el mal comporta-
miento de su hija se había repetido tanto que cada vez se enojaban y
resentían más con ella.
Si no tienen cuidado, comenzarán a “glorificar” el comportamiento
de Jésica; es decir que se dejarán consumir por los pensamientos de
cuán equivocada está y cuán injusto es que ella sea tan obstinada y
Cómo hacer las paces con los hijos 135

terca. Pero mientras sigan pensando en su comportamiento, es inevita-


ble que desvíen sus ojos del Señor. Como consecuencia, no glorifican a
Dios como deberían.
El hecho es que cada vez que tenemos un conflicto con nuestros
hijos, hemos de tomar una decisión: ¿Voy a darle más importancia al
pecado de mi hijo o a la gracia redentora de Dios? Es una cosa o la otra.
O “glorificaremos” a nuestros hijos o glorificaremos al Señor.
Cuanto más se enfoque en el comportamiento de su hijo, más pro-
bable será que usted se deje controlar por la amargura, el resentimiento
o el enojo. Cuanto más se enfoque en el amor y las promesas de Dios,
más probable será que usted se arrepienta, confiese sus pecados, per-
done y cambie.
Por consiguiente, cuando usted se encuentra en un conflicto con su
hijo, desarrolle el hábito de hacer una pausa antes de hablar. Reflexione
en quién es usted en Cristo —redimido y perdonado— y recuerde que
el pacto de Dios no es solo para usted, sino para su hijo también (Hch.
2:39). Sosegadamente, agradézcale a Dios por todo lo que Él ha hecho
por usted y su hijo, a través de Cristo, y por todo lo que Él está haciendo
actualmente en ambos a través del Espíritu Santo.
Es más, el principio de la sustitución, mencionado en el capítulo 6,
puede ser bastante útil aquí. Este ejercicio mental nos estimula a reem-
plazar los pensamientos negativos que abrigamos con respecto a nues-
tros hijos, por pensamientos positivos. Cuando nos obsesionamos con
el comportamiento de nuestros hijos, deberíamos pedirle a Dios que
nos ayude, y orar por nuestros hijos o pensar en algún aspecto de ellos
que sea, como el apóstol Pablo escribe, verdadero, respetable, justo,
puro, amable, digno, excelente y que merezca elogio (Fil. 4:8, nv1).
Por lo general, este tipo de pensamientos da lugar a un mejor sen-
tido del amor por Dios y una fe renovada de que Él siempre hará algo
bueno, incluso en medio del conflicto (véase Ro. 8:28-29). En resumen,
Dios dice que todas las cosas les ayudan a bien a quienes lo aman; y que
son para gloria de su nombre.
Como Jesús enseñó en Juan 14:15, cuanto más amemos a Dios, más
motivados estaremos para obedecer sus mandamientos, muchos de los
cuales se relacionan directamente con la pacificación: Su amabilidad
sea evidente a todos. Eviten toda conversación obscena. Vivan la verdad
en amor. Perdonen como Dios les ha perdonado.
Al mantener su corazón centrado en Dios, Él lo fortalecerá para
seguir los principios para la pacificación que ha establecido en su Pala-
136 El conflicto en la familia

bra. De este modo, será evidente para aquellos que lo rodean que algo
inusual está sucediendo. A pesarde la frustración y el enojo que podría
sentir hacia su hijo, usted está respondiendo de una manera que no es
natural. Esto demuestra que Cristo está trabajando en usted, para glo-
ria y honra de su nombre.

Sacar la viga de nuestro propio ojo


Mis hijos, Megan yJeff, habían estado peleando toda la semana. Esta-
ban constantemente tratando de dominarse uno al otro. “Ahora me toca
a mí”, “El último dónut es para mí”, “Yo quiero ver esta película, no
esa”, etc. Sus constantes peleas habían terminado por agotar a Corlette,
y estaba enojada con ellos y conmigo.
El domingo por la mañana, Corlette había ido a la iglesia más tem-
prano para ayudar con el coro. Cuando los niños salieron hacia el auto-
móvil un poco después, comenzaron a discutir por quién se sentaba en
el asiento delantero. Entonces, me harté de su comportamiento y perdí
la calma.
— ¡Cállense! —grité—. ¡Jeff, sube al asiento delantero, y Megan al
de atrás!
Pero dado que finalmente mi frustración había explotado en ira, eso
no terminó allí. Cuando entré al automóvil, ajusté el espejo retrovisor
para poder ver a Megan que estaba escondida en un rincón del asiento
trasero. Mientras conducía hacia la iglesia, les hablé fuertemente a los
dos. Les levanté la voz, aunque no era usual en mí, y les dije que estaba
muy enojado con ellos por cómo se habían estado comportando, y que
yo me iba a encargar de que se arrepintieran por el dolor que habían
estado causando toda la semana. Cuando hice una pausa para tomar un
respiro, Jeff tímidamente preguntó:
—¿Es tu enojo justo, papá?
Sus palabras se clavaron en mi corazón. El Espíritu Santo usó su
simple pregunta para revelar el enojo impío que había salido de mi
corazón mientras conducía hacia la iglesia. Yo había permitido que un
buen deseo se convirtiera en un ídolo dominante. Yo quería que mis
hijos se llevaran bien el uno con el otro. Aunque había tratado de con-
vencerme de que mi motivación era que ellos honraran a Dios con su
buen comportamiento, la ira que inundaba mi corazón mostró que mi
principal motivación era mucho más egoísta: Cuando ellos se llevan
bien, mi esposa está más feliz y mi vida es más tranquila, conveniente y
cómoda. Ellos no estaban cumpliendo mi deseo, de modo que yo había
Cómo hacer las paces con los hijos 137

usado mi lengua como un cuchillo, y los había herido para cumplir con
mi exigencia idólatra de una vida fácil y placentera.
Con profunda convicción, entré en un parque de estacionamiento
vacío y detuve el automóvil. Con lágrimas en los ojos, miré a mis hijos
y les confesé mi pecado.
—Lamento mucho por haberles hablado de esa manera. Permití
que un buen deseo se convirtiera en una exigencia monstruosa. Yo que-
ría que ustedes se llevaran bien, pero lo quería por la razón equivocada.
Lo quería para que mi vida fuera más fácil y cómoda y, como no lo
hicieron, me enfurecí con ustedes y los lastimé con mis palabras. No
está bien que los castigue por no servir a mis ídolos. Solo debo disci-
plinarlos para obedecer y honrar a Dios. Sé que los asusté y los lastimé
mucho a los dos, y estoy muy arrepentido. Con la ayuda de Dios, trataré
de no volver a permitir que mi deseo de paz y tranquilidad me haga
gritarles airado. ¿Me perdonan?
Mis dos hijos se pusieron a llorar. Me abrazaron y tiernamente me
dijeron: “Te perdonamos, papá”, y luego rápidamente me confesaron
su propio mal comportamiento el uno con el otro y hacia mí y Cor-
lette. Nos sentamos allí por otros diez minutos, nos abrazamos, llora-
mos y nos perdonamos uno al otro. Hablamos de los deseos idólatras
que habían estado controlando nuestro corazón, y cada uno oró y le
pidió a Dios que reemplazara esos deseos por un amor más grande
por Él.
Al conducir hacia la iglesia, cada uno de nosotros sintió una apa-
sionante sensación de paz y gozo. La gracia redentora de Dios nos había
ayudado a arrepentirnos de nuestros errores y experimentar una pro-
funda reconciliación. Llegamos a la iglesia unos minutos tarde, pero
pocas veces alabé a Dios con tanto gozo y agradecimiento.
Como ilustra esta historia, Santiago 4:1-2 a menudo es pertinente
para los conflictos entre padres e hijos: “¿De dónde vienen las guerras y
los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales com-
baten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de
envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que
deseáis, porque no pedís”.
Por lo general, es bastante fácil para los padres identificar los
deseos que gobiernan el corazón de sus hijos. Pero es más importante
identificar los ídolos que gobiernan nuestro propio corazón, los cuales
suelen incluir un intenso deseo de respeto, aprecio, control, comodi-
dad, conveniencia o, por decirlo claramente, paz y tranquilidad. Cada
vez que nos sentimos frustrados, amargados, resentidos o enojados con
138 El conflicto en la familia

nuestros hijos, hay una buena probabilidad de haber convertido un


deseo por algo bueno en una exigencia pecaminosa.
Por consiguiente, cada vez que usted se encuentra en un conflicto
con sus hijos y siente fuertes emociones negativas, deje de discutir
y tome un minuto para ir al Señor en oración. Pídale que le ayude a
discernir los deseos que gobiernan su corazón. Si usted identifica los
deseos específicos que se convirtieron en exigencias, confiéselos a Dios
y a sus hijos, y pídale al Señor que los reemplace con un fuerte amor por
Él y el interés de ver a sus hijos con una vida que honre a Dios.
Si usted se da cuenta de que su corazón se ha desbordado en pala-
bras o acciones pecaminosas, obedezca el mandamiento de Jesús de
sacar la viga de su propio ojo antes de tratar de remover la paja del ojo
de sus hijos. Use los siete elementos de la confesión (véase cap. 4) y
sea ejemplo para sus hijos de una detallada confesión de sus errores.
En muchos casos, su confesión cambiará el tono de su conversación, e
inspirará a sus hijos a reconocer su contribución al problema. Aunque
sus hijos no respondan de esa manera, al renunciar usted deliberada-
mente a los ídolos que gobiernan su corazón, al menos podrá ver más
claramente para sacar la paja del ojo de sus hijos.
En algunos casos, sus hijos tratarán de usar su pecado y confesión
como una manera de ocultar o justificar sus propios errores o la falta
de respeto por su autoridad. Si sucede esto, debe ayudar al niño a ver
que Dios lo está llamando a hacer lo que es correcto y a obedecer a sus
padres aunque ellos tampoco se comporten perfectamente bien. Explí-
quele que los mandamientos de Dios de honrar y obedecer a sus padres
no están condicionados por el comportamiento de los padres (véase Éx.
20:12; Ef. 6:1-3; cp. Mt. 23:1-3). Jesús manda a los hijos —y, en reali-
dad, a todos— a amar a sus enemigos, hacer el bien a aquellos que los
aborrecen, bendecir a aquellos que los maldicen y orar por aquellos que
los maltratan (Lc. 6:27). Si es así, cuánto más debería el niño respetar y
hacer bien a sus padres, aunque de alguna manera ellos mismos hayan
cometido un desliz.
Es importante recordar que la manera más eficaz de enseñar a
otros es con el ejemplo. Cuando los padres confiesan sus errores rápi-
damente, detalladamente y sin excusas, por lo general, sus hijos apren-
derán a hacer lo mismo. Esto no siempre sucede de manera rápida y
regular, pero si perseveramos en ser ejemplo de una confesión humilde
y bíblica, será normal ver una resolución más rápida de los conflictos y
que nuestros hijos están aprendiendo una habilidad que los beneficiará
a ellos y a quienes los rodean a lo largo de toda su vida.
Cómo hacer las paces con los hijos 139

Hablar con nuestro hermano y mostrarle su falta,


pero siempre con la ministración del evangelio
Durante mis primeros años como padre, me especialicé en “imponer la
ley”. Cuando mis hijos se portaban mal, los confrontaba, les explicaba
qué habían hecho mal, los disciplinaba y les decía cómo se debían por-
tar en adelante. Aunque, generalmente, terminaba la discusión con un
abrazo y oraba por ellos, el énfasis principal de mi corrección estaba
en lo que debían o no debían hacer. Yo estaba lleno de “deben” y “no
deben”. Como los israelitas de la antigúedad, mis hijos sabían lo que era
vivir “bajo la ley”.
Como lo revela la historia del final del capítulo 5, Dios usó a mi
esposa para abrir mis ojos a la necesidad de ministrar tanto la ley como
el evangelio a mis hijos cuando los confrontaba. La ley les muestra
a nuestros hijos lo que ellos deben hacer. El evangelio les recuerda lo
que Dios ha hecho y está haciendo. Enfocarse en la obra de Dios es una
parte vital de la confrontación, porque inyecta esperanza a la situación
y ayuda a motivar a nuestros hijos a colaborar con la obra de Dios en
sus vidas.
Por ejemplo, un día al confrontar a mi hija por su actitud irrespe-
tuosa para con su madre, me tomé el trabajo minucioso de explicarle
que estaba desobedeciendo el mandamiento de Dios de honrar a su
madre y estaba haciendo la vida desagradable para toda la familia. Pero
después me di cuenta de que la había acorralado sin darle una salida;
tal como había hecho en la conferencia del campamento en la montaña
mencionado en el capítulo 5. Seguí el maravilloso ejemplo de Corlette
en la conferencia y le extendí a Megan el evangelio.
—Cariño —le dije—. Hoy las cosas no han estado muy bien entre
tú y tu madre. Pero ahora las cosas pueden comenzar a mejorar. Jesús
murió por todos los pecados que tú cometiste hoy. Él los llevó sobre sus
hombros en la cruz, y pagó todo el castigo por ellos. Él lavó tu culpa
con su propia sangre. Y hoy sigue obrando en tu vida. Él quiere entrar
en tu corazón de una manera nueva para llevarse los deseos de egoísmo
y enojo que te han llevado a decir las cosas que le dijiste a tu mamá.
Ahuequé mis manos y las extendí hacia ella, y seguí hablando.
—Él te ofrece su perdón ahora mismo, y te dará el poder de alejar
de ti tu egoísmo, confesar tu pecado y reconciliarte con mamá. Es un
regalo que no tiene precio. Todo lo que tienes que hacer es recibirlo.
Al principio, Megan no me miraba a los ojos, y cuando extendí mis
manos hacia ella, miró hacia otro lado. Su corazón estaba duro, y me
di cuenta de que necesitaba tiempo para pensar en lo que yo le había
140 El conflicto en la familia

dicho. Antes de irme, le pedí suavemente que me mirara a los ojos.


Cuando lo hizo, le pregunté si podía ver el profundo amor que yo sentía
por ella. Me miró a los ojos por un momento e hizo un tentativo gesto
de afirmación con su cabeza. Le dije:
—Te amo mucho, mucho. Y Jesús te ama incluso más. Nada de lo
que hagas cambiará eso.
Cuando me fui de la habitación, le pedí que pensara en lo que le
había dicho, y le dije que volvería en algunos minutos.
Encontré a Corlette, y juntos oramos para que Dios, en su mise-
ricordia, ablandara el corazón duro de nuestra hija. Después de diez
minutos, regresé a la habitación de Megan. De alguna manera, su rostro
se había distendido, pero todavía no había salido completamente de su
caparazón. Ella me miró a los ojos para ver si la mirada de amor seguía
allí. Al sentir que todavía estaba titubeando entre la rebeldía y el arre-
pentimiento, le volví a asegurar que Jesús la amaba y yo también. Ella
luchó internamente por algunos minutos, y luego se rindió. Se puso
de pie rápidamente y corrió hacia mis brazos. Confesó su pecado, y
pasamos un largo rato hablando y orando por los ídolos que habían
estado controlando su corazón durante gran parte de la mañana. Ella
aceptó las consecuencias de su pecado y recibió mi perdón. Después, se
acercó a su mamá y las dos tuvieron un momento similar de confesión
y perdón.
Desde luego que no siempre vemos una respuesta tan rápida en
nuestros hijos. Algunos días se encierran en su propia terquedad y se
niegan a salir durante horas. Pero hemos visto que cuanto más cons-
tante y claramente ofrecemos el evangelio al confrontarlos, más proba-
ble es que dejen su orgullo y reciban el regalo del perdón.
Además de dar esperanza para la reconciliación, el evangelio es un
elemento esencial para llegar al corazón de nuestros hijos y ayudarlos
a entender y tratar con los deseos y motivaciones que dan origen a sus
acciones. Si todo lo que hablamos tiene que ver con la ley, con lo que
deben y no deben hacer, necesariamente limitaremos nuestra conversa-
ción a su comportamiento superficial, lo cual les enseñará a ser perso-
nas superficiales. Aprenderán a poner la cara o aparentar suponiendo
que esto nos calmará, pero su corazón seguirá dominado por los deseos
mundanos que los gobernarán cuando no están delante de nosotros. En
otras palabras, les enseñaremos a ser pequeños fariseos, que se ven bien
por fuera, pero “por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda
inmundicia” (Mt. 23:27).
Pero cuando traemos a escena el evangelio, podemos entrar a un
Cómo hacer las paces con los hijos 141

nivel más profundo de la conversación. Podemos recordarles que Jesús


vino a liberarnos no solo del castigo por el pecado, sino también de su
poder. El hace esto al cambiar progresivamente nuestro corazón para
que en vez de seguir constantemente nuestros deseos egoístas, desarro-
llemos un deseo creciente de amar y agradar a Dios.
Con esta promesa en mente, deberíamos ayudar a nuestros hijos a
discernir los deseos pecaminosos que gobiernan sus corazones. Entre
éstos se podrían incluir el egoísmo, el orgullo, el control, la pereza, la
codicia o la preocupación de controlar a otros o ganarnos su aproba-
ción. Cuando nuestros hijos logren ver que estos deseos convertidos en
exigencias han estado gobernando su corazón, tendrán la oportunidad
de confesar y renunciar a ellos, y pedirle a Dios que cambie su corazón
para que solo un deseo los gobierne: conocer el amor de Dios y respon-
der a Él con fe y obediencia.
Cuando confrontamos a nuestros hijos, deberíamos implementar
también el principio que hemos visto en el capítulo 5. Pasar por alto las
ofensas menores, escoger un momento y lugar adecuado para hablar,
escuchar y tratar de entender su perspectiva, interpretar y aclarar, esco-
ger cuidadosamente nuestras palabras a fin de edificar, no destruir;
todos son elementos clave para una confrontación eficaz. Cuanto más
usemos estos elementos, más probable será que nuestras conversacio-
nes sean constructivas y productivas.

Reconciliarse
Eran las vacaciones de Navidad, y una madre estaba teniendo un día
difícil con su hija de 10 años, Amalia. Primero, fue la Internet. Amalia
se había conectado a las 9:30 de la mañana para enviar algunos correos
electrónicos a sus amigas, y después salió de la casa a jugar; pero se
olvidó de desconectar la Internet y de dejar libre la línea telefónica.
Debido a esto, su mamá se perdió una importante llamada telefónica
que estaba esperando a las 10:00. De modo que salió a buscar a su hija
y la encontró en la casa de una vecina; entonces, la llamó a gritos y le
exigió una disculpa.
—Lo siento mamá —dijo Amalia con total naturalidad.
Más tarde aquella mañana, la mamá llevaba una brazada de ropa
limpia de la secadora hasta su cuarto y se tropezó con uno de los jugue-
tes de Amalia, se cayó y la ropa limpia terminó a lo largo del pasillo.
—;¡Amalia! —pegó un grito la madre.
La niña abrió un poco la puerta de su habitación y asomó la cabeza.
—-¡Te dije miles de veces que guardes tus juguetes!
142 El conflicto en la familia

—Está bien mamá —respondió la niña y volvió a encerrarse en su


cuarto. Al cerrar la puerta dijo la última palabra—, Perdón.
Después, hubo un conflicto por los platos del almuerzo. Amalia
comió su sándwich y volvió de prisa a su cuarto sin poner los platos en
el lavaplatos, que era la tarea que le había asignado su mamá después
del almuerzo.
— ¡Amalia! —la llamó la mamá—, te olvidaste de poner los platos
en el lavaplatos.
—Está bien, mamá —respondió Amalia.
Diez minutos más tarde los platos aún estaban sobre la mesa.
—¡Amalia! Ven aquí y encárgate de los platos.
Esta vez no hubo respuesta.
—¡Amalia! ¡Mejor que esta vez bajes y te encargues de los platos!
Esta vez Amalia bajó a la cocina a toda prisa. Y cuando entró, su
mamá le dio un sermón sobre obedecer las órdenes y cumplir con sus
tareas de la casa.
—Está bien —dijo Amalia—. ¡Está bien!
—Y quiero que te disculpes conmigo.
Amalia suspiró profundamente.
—Está bien mamá —dijo ella—. Lo siento.
Y salió rápidamente de la cocina.
El colmo llegó a media tarde, cuando Amalia estaba haciendo rebo-
tar su pelota de básquet por todo el cuarto del frente. Uno de los rebotes
fue tan fuerte, que la pelota fue a dar sobre el piano, donde golpeó el
preciado busto de Juan Sebastián Bach y lo hizo añicos por todo el piso.
La mamá vino corriendo de la sala.
—¡Oh! —dijo con un grito y se detuvo a inspeccionar el daño.
Amalia agarró su pelota y la sujetó con fuerza contra su pecho.
La mamá se puso roja de la ira.
—Tú sabes que no debes hacer rebotar la pelota dentro de la casa
—le gritó—. ¿No te lo había dicho?
Amalia hizo un solemne gesto de afirmación con su cabeza.
—Lo siento, mamá.
Luego se arrodilló y comenzó a recoger los pedazos del busto.
—Tal vez podamos pegarlos —dijo la niña.
— ¡Déjalo! —dijo la mamá mirando severamente a su hija—. Yo lo
haré. Mejor vete, ¿de acuerdo? '
—Lo siento mamá —dijo Amalia.
Su mamá le señaló con el dedo la escalera y le gritó:
— ¡Vete de una vez!
Cómo hacer las paces con los hijos 143

—Fue un accidente, mamá —dijo Amalia con gran sentimiento—.


No quise romperlo.
— ¡Vete ya!
Amalia hizo una pausa y dijo:
—¿Me perdonas mamá?
Su mamá siguió recogiendo los fragmentos rotos del busto.
—¿Mamá?
—SÍ, te perdono —dijo su mamá bruscamente, todavía concen-
trada en la evaluación de los daños.
—Pero no siento que realmente me hayas perdonado.
Hay veces en las que resulta difícil perdonar a nuestros hijos.
Cuando han herido a alguien, violado nuestra confianza, dañado una
posesión valiosa, agotado nuestras reservas de compasión debido a sus
repetidas faltas o cuando parecen poco sinceros en su confesión, es
demasiado fácil hacerles pagar por su error y retener nuestro perdón.
Pero como vimos en el capítulo 6, retener el perdón no es una
opción para el cristiano. En respuesta a la dádiva inmensamente pre-
ciada del perdón de Dios por nosotros, debemos ofrecer la misma clase
de perdón a aquellos que nos han hecho mal (véase Mt. 6:14-15; 18:21-
321Ef+4:32: Gol:,3:13):
Entonces, ¿cómo vencemos los obstáculos al perdón? Si su hijo (o
hija) aún no ha confesado su pecado, usted debe confrontarlo con amor,
como está descrito en la sección anterior y en el capítulo 5, y hacer
todos los esfuerzos para ayudar a su hijo a ver el error de sus acciones.
Si su hijo confiesa su error, pero no parece sincero, muchas veces
es mejor decírselo y explicarle por qué es difícil creer que realmente se
arrepiente de lo que ha hecho. En algunos casos, podría ser de ayuda
darle al niño un tiempo para pensar en lo que ha hecho, para que des-
pués pueda hacer una confesión más minuciosa.
Pero a veces, la falta de madurez espiritual impedirá que el niño
tenga la sinceridad que deseamos. En esos casos, necesitamos recordar
que nosotros mismos a menudo no nos arrepentimos con la profundi-
dad que nuestros pecados merecen; y, sin embargo, Dios es increíble-
mente compasivo y misericordioso con nosotros. Entender esto debería
llevarnos a tratar a nuestros hijos de la misma manera y concederles el
perdón, aunque la confesión no sea tan perfecta.
Cuando Dios me da gracia para perdonar a mis hijos, me propongo
asegurarme de tener su total atención. Los miro a los ojos y les digo:
“Los perdono, así como Dios me ha perdonado por medio de Jesús”.
Después abrazo a mis hijos y les susurro a sus oídos la versión para
144 El conflicto en la familia

niños de las cuatro promesas del perdón. “Prometo reflexionar, no los


he de lastimar, nunca murmurar, amigos por siempre jamás”. Les doy
un abrazo especial cuando pronuncio las últimas dos palabras.
Con estas señales verbales y físicas, trato de darles un mensaje claro
y repetido: si confiesan sus errores, encontrarán total perdón por parte
de su padre y una total restauración de nuestra relación. Quiero derri-
bar todo obstáculo que pueda sembrarles duda y que les impida venir
a mí cuando cometan un error en el futuro. Concederles totalmente
su perdón los alentará a confesar rápidamente los errores futuros, y
también ayudará a ejemplificarles la misericordia y el perdón inmensa-
mente incomparable que pueden esperar de su Padre celestial.
Perdón significa restaurar totalmente nuestra relación con nues-
tros hijos y no mantenernos distanciados ni castigarlos con una acti-
tud de indiferencia hacia ellos. Sin embargo, el perdón no implica que
necesariamente serán libres de las consecuencias naturales de sus erro-
res. Para las infracciones menores, a veces es conveniente ser miseri-
cordioso y no imponerles una disciplina. Pero cuando han cometido
un error mayor, a menudo es necesario ayudarles a crecer mediante
la experiencia de una disciplina justa y acorde (véase Pr. 19:19). Esto
podría implicar administrarles un castigo corporal, reparar o reempla-
zar la propiedad dañada (siempre y cuando el niño pueda hacerlo) o
la pérdida de sus privilegios. Sea cual sea la disciplina, nuestro obje-
tivo siempre debería ser ayudarles a asumir la responsabilidad por sus
acciones y no volver a comportarse de esa manera en el futuro.
No obstante, nuestro objetivo principal al concederles el perdón
debería ser dar honra y gloria a Dios al imitar el maravilloso perdón
que Él nos ha dado por medio de su Hijo. Cuando nuestros hijos y
aquellos que nos rodean son testigos constantes de este tipo de ejempli-
ficación, el evangelio es más creíble, y ellos se animarán a conceder el
mismo tipo de perdón a aquellos que los han ofendido.

NEGOCIADORES NATURALES
Una noche, una tormenta de viento quebró una gran rama de uno de
nuestros árboles, la cual cayó sobre el garaje de un vecino llevando
nuestro cable de alta tensión. Por temor a que el cable de alta tensión
se rompiera y originara un incendio, me apresuré a buscar una sierra y
una escalera para poder retirar cuanto antes la rama. Necesité alrede-
dor de treinta minutos para terminar aquella tarea.
Cuando entré a la casa, pasé por el cuarto de mi hijo y observé que
no estaba en la cama como debería estar. Me asomé y vi que Jeff estaba
Cómo hacer las paces con los hijos 145

parado sobre su baúl de juguetes mirando a través de la ventana trasera.


Obviamente, me había visto cortar y sacar la rama del árbol. Aunque
sabía que observar este tipo de trabajo era casi irresistible para un niño
de cuatro años, me enojó que hubiera desobedecido nuestra norma de
estar en la cama. Me acerqué de puntillas de pie por detrás de él y le
anuncié mi presencia con un fuerte:
—Jeffrey Charles Sande, ¿qué estás haciendo afuera de la cama?
Jeff giró rápidamente, miró mi figura que se avecinaba, entendió
que corría peligro y se dio cuenta en un instante que tenía que hacer
rápidamente algunas negociaciones. Las ruedas giraban a toda velo-
cidad en su pequeña mente mientras buscaba una manera de evitar
las consecuencias de su desobediencia. Él sabía instintivamente que,
si insistía en sus intereses, tenía poca esperanza de misericordia. Por lo
tanto, se abstuvo de decir: “Papi, no me gusta ir a la cama tan temprano,
y además quería mirar cómo cortabas la rama del árbol”.
En cambio, aunque nunca había estudiado Filipenses 2:4 ("no
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo
de los otros”), supo que su única esperanza era apelar a algo que yo
valoraba. En menos de tres segundos, sus ojos se iluminaron cuando
encontró la respuesta.
—Papi —dijo—. Estaba preocupado por ti, porque estabas en el
techo. Así que estuve orando para que Jesús te guardase de caerte.
Bingo.
Jeff sabía que su papá valora el amor y el interés de unos por otros,
así como orar a Jesús para pedirle protección. Aunque yo sabía que
probablemente esa no había sido la razón principal de que estuviera
parado en la ventana, mi corazón se ablandó y mi enojo se disipó. Dado
que recordé varios otros incidentes en los que se había preocupado pro-
fundamente por mi bienestar, decidí darle a Jeff el beneficio de la duda
y creer que había orado por mi seguridad. De este modo, el juicio cedió
el paso a la misericordia. Le di las gracias por su preocupación, lo llevé
a la cama y le di un abrazo, y le recordé que se quedara allí.
Al salir de la habitación, sonreí al darme cuenta de que los niños
son negociadores naturales. Dado que ellos están en una posición de
poder inferior a la de los padres y simplemente no pueden dictar los
sucesos, los niños aprenden que la mejor manera de obtener lo que
quieren (o evitar lo que no quieren) es apelar a un interés convincente
para los padres.
Sin embargo, como muestra esta ilustración a menudo hay una
línea fina entre la negociación y la manipulación. Como pecadores,
146 El conflicto en la familia

los hijos naturalmente intentarán usar sus poderes de persuasión de


manera tramposa y egoísta. Serán tentados a darnos una sonrisa espe-
cial antes de pedirnos un juguete nuevo, o nos dirán solo aquello que
queremos oír cuando están buscando permiso para pasar tiempo con
un amigo que cuestionamos.
Como padres, necesitamos pedirle a Dios que nos dé discerni-
miento y sabiduría para que nuestros hijos no nos puedan manipular.
Al mismo tiempo, necesitamos cooperar con la obra santificadora de
Dios en sus vidas, y pedirle a Él que nos use para ayudarles a desarro-
llar y emplear sus habilidades naturales para la negociación de manera
piadosa.
Corlette y yo, primero comenzamos a enseñar a nuestros hijos habi-
lidades para la negociación al enseñarles un simple método de apelar las
decisiones que hacíamos y que les afectaban a ellos. Como está explicado
en más detalle en el libro de Corlette The Young Peacemaker [El joven
pacificador], este método consta de dos pasos. Primero deben hacer una
respetuosa “declaración en primera persona”, y luego una pregunta. Por
ejemplo: “Sé que me pediste que vaciara el cesto de la basura, mami.
Pero papá se va a trabajar en pocos minutos, y me gustaría hablar con él
de mi fiesta de cumpleaños antes que se vaya. Por favor, ¿podría hablar
con él primero y después vaciar el cesto de la basura?”.
Cuando crecieron, les hicimos memorizar Filipenses 2:3-4: “Nada
hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, esti-
mando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando
cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”.
Entonces, tratamos de usar los conflictos de la vida diaria como opor-
tunidades para enseñarles el paso clave en el proceso de la negociación,
particularmente, entender y velar por los intereses de los demás.
Por ejemplo, cuando Jeff quería que Megan le prestara uno de sus
juguetes, lo animábamos a que, a cambio, él le ofreciera a ella uno de
sus juguetes. Cuando peleaban por cuál película ver, les decíamos
que no podían ver ninguna película hasta que los dos se pusieran de
acuerdo, lo cual les daba a cada uno el incentivo de buscar una película
que le gustara al otro. Y cuando uno de ellos quería ayuda con una de
sus tareas del hogar, lo instábamos a pensar en beneficios para ofrecerle
al otro a fin de motivar la cooperación.
A medida que nuestros hijos crecen, deberíamos seguir ayudándo-
los a desarrollar la capacidad de entender los intereses de los demás.
Una de las maneras de llevarlo a cabo es hacer que participen en el
Cómo hacer las paces con los hijos 147

proceso de tomar ciertas decisiones sustanciales que les afectan direc-


tamente. Esto podría incluir decidir qué juguetes les compraremos,
con qué amigos pasarán tiempo, cuánto tiempo estarán fuera de la
casa, qué ropa se pondrán y qué plan de diversión tendrá la familia
para el sábado.
En vez de simplemente imponerles nuestras órdenes sobre tales
asuntos, podemos animarlos a discernir los intereses que otros miem-
bros de la familia tienen en estas decisiones. Por ejemplo, papá pre-
fiere gastar dinero en juguetes resistentes que no se rompan en cinco
minutos. Mamá quiere que ellos tengan amigos que sean un ejemplo de
conducta respetuosa. Ambos padres quieren que ellos se vistan recata-
damente. Y toda la familia puede divertirse si vamos a la playa en vez de
ir a un partido de pelota donde solo disfrutan los varones.
Cuando hacemos participar a nuestros hijos en las decisiones de
este tipo de asuntos, deberíamos enseñarles a respetar nuestra respon-
sabilidad y autoridad para tomar la decisión final. Ya sea que les guste
o no la decisión, ellos deberían acatarla. Cuando nuestros hijos se que-
jan por nuestras decisiones, por lo general, les quitamos el privilegio
de apelar o participar del proceso de tomar las decisiones por algunos
días. Dado que tienen un gran interés en conservar estos privilegios,
han aprendido que es para beneficio de ellos aceptar alegremente nues-
tras decisiones, aunque no sean de su preferencia.
A medida que nuestros hijos crecen, podemos enseñarles a poner
en práctica el “Principio de la PAUSA” en el proceso de la negociación:
Prepararse, afianzar la relación, ubicar los intereses, sacar a luz solu-
ciones creativas, analizar las opciones de manera objetiva y razonable
(véase cap. 7). Cuando ellos desarrollan estas habilidades, la familia
puede trabajar junta, sin inconvenientes, para que cada uno busque los
intereses del otro en una amplia variedad de asuntos sustanciales. Al
mismo tiempo, estamos preparando a nuestros hijos para que más ade-
lante en la vida sean negociadores piadosos, ya sea en su propia familia,
iglesia o profesión.
a en

EVALUACIÓN PERSONAL
Cuando usted experimenta conflictos con sus hijos, tiene la oportuni-
dad de llevarlos a Dios, ayudarles a crecer y fortalecer su relación con
elios. Aquí hay algunas maneras de aprovechar estas oportunidades.
148 El conflicto en la familia

1. Glorificar a Dios, no el comportamiento pecaminoso. Es decir, en


vez de pensar todo el tiempo en aquello que su hijo hace mal y en
cómo su comportamiento hace que su vida sea difícil, concentre
sus pensamientos, oraciones y palabras en Dios: quién es Él, qué ha
hecho y qué promete hacer por aquellos a quienes ama.

2. Sacar la viga de nuestro propio ojo. Reconozca los ídolos que guían
su rol como padre o madre (comodidad, conveniencia, control, qué
tan bien quedamos parados ante los demás, etc.). Confiéselos a Dios
y pídale que lo haga libre de ellos. Y si recientemente lo han lle-
vado a pecar contra sus hijos, confiéseles el pecado a ellos y pídales
que lo perdonen. Su ejemplo en confesar y renunciar a su pecado
enseñará a sus hijos mucho más eficazmente que miles de mini-
sermones.
3. Hablar con su hermano y mostrarle su falta, pero siempre con la
ministración del evangelio. Cuando sus hijos están enredados en
conflicto o pecado, es natural que nosotros les señalemos todas las
cosas que han hecho mal. Pero si todo lo que hacemos es golpearlos
en la cabeza con la ley, los estaremos oprimiendo y desanimando.
Debemos también ministrarles el evangelio y recordarles que Jesús
vino a pagar por el pecado de ellos, ofrecerles el perdón y liberarlos
de los ídolos que están arruinando sus vidas.
4. Reconciliarse. Cuando sus hijos lo han herido profundamente, es
fácil castigarlos mediante la retención de su perdón, aun después
que ellos hayan confesado sus errores. Pero así no es como Dios nos
trata. ¡Él está muy deseoso de perdonarnos cuando acudimos a Él!
Pídale que le ayude a imitar su inmerecido amor y perdón con su
familia, para que a través de usted ellos tengan una percepción de
la maravillosa gracia de Dios.
5. Usar el conflicto para enseñar la manera correcta de negociar. Los
niños son negociadores natos; siempre están buscando la manera
de obtener lo que quieren o evitar lo que no quieren. Ayude a sus
hijos a usar esas habilidades para la negociación de la manera que
agrade a Dios; es decir, apelando respetuosamente y velando por los
intereses de los demás.
Cómo hacer las paces con los hijos 149

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Para mayor dirección sobre cómo resolver los conflictos con los niños,
véase:
1 The Young Peacemaker [El joven pacificador] por Corlette Sande.
(Solo en inglés).
1 Age of Opportunity [Edad de oportunidad] por Paul David Tripp.
(Solo en inglés).
1 Atrévete a disciplinar por Dr. James Dobson. Publicado por
Editorial Vida.
Conflictos entre
los miembros
adultos de la
familia

“Todas las familias felices se parecen”, opinaba el novelista ruso León


Tolstói en el siglo x1x; pero “cada familia infeliz lo es a su manera”.
Hasta cierto punto, es verdad. Pero así como casi todas las generaliza-
ciones escapan a la razón, ésta tiene su punto débil. Pues la infelicidad
dentro de las familias casi siempre tiene el mismo problema de raíz: los
conflictos no resueltos.
El hijo está en desacuerdo con el padre; la hija no se lleva bien con
la madre. O tal vez es el hijo contra la madre, o la hija contra el padre.
La hija y el hijo se pelean entre ellos. Los hijos colman la paciencia de
los padres durante los años de adolescencia. Después, cuando la hija y
el hijo escogen a sus propios cónyuges, añaden más personalidades a la
olla familiar: familiares políticos, hijos, tías y tíos. Más individuos se
añaden a la mezcla familiar, todos con sus propias personalidades, sus
propios intereses, sus propias prioridades. La olla de la sopa de tomate
que constituía el núcleo familiar del padre, la madre y los hijos puede
llegar a convertirse, con los ingredientes adicionales, en una olla de
chili bien picante.
Sea cual sea el problema que provocó el conflicto, los principios
para la pacificación que se encuentran en las Escrituras ofrecen a la
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 151

familia la mejor oportunidad de resolver sus dificultades de una manera


que beneficie a cada miembro de la familia y honre a Dios.
Tolstói no puso en práctica estos principios en sus familias de fic-
ción, y nosotros no tendríamos a Anna Karenina, novela de la cual se
tomó la cita del comienzo de este capítulo, si él lo hubiera hecho. Por
lo tanto, veamos cómo se materializan estos principios en las vidas de
otra familia de ficción, la familia Crespo.
Jorge Crespo era un militar de los pies a la cabeza. Incluso ahora
que está retirado, el ex coronel de las fuerzas aéreas mantiene una
figura imponente, especialmente cuando estira su estructura corporal
de 1,90 m de alto, como solía hacer cuando escuchaba una mala noticia.
—En resumen, papá —estaba escuchando por teléfono— Carla y
yo no vamos a pasar por Saint Louis. Así que no podemos ir a verlos a
mamá y a ti.
—Está justo de camino, Matías —le contestó Jorge—. Una ruta
directa. Indianápolis, Saint Louis, las montañas de Colorado. Todo el
camino por autopista. No podría ser más directo.
—Vamos a ir por el norte, papá.
—'¡Se están desviando del camino algunos cientos de kilómetros!
—Eso es justo lo que queremos hacer.
Jorge hizo una pausa y preguntó:
—¿Qué van a hacer con los mellizos?
—Se van a quedar con la familia Torres, una pareja de la iglesia.
—A ver si entendí bien —dijo Jorge enérgicamente—. ¿Tú y Carla
van a viajar desde Indianápolis a Colorado por una semana en las mon-
tañas, y en vez de dejar a los niños con nosotros, que estamos de paso
y le permitiría a tu madre verlos por una semana, se van a desviar una
enormidad para llegar hasta allí y van dejar a Timoteo y Tomás con
alguien de tu iglesia?
—SÍí, eso es exactamente lo que dije.
—¿Te importa tan poco tu madre, que hace bastante que está
enferma por si acaso lo has olvidado, que le niegas el placer de ver a su
hijo por uno o dos días y a sus nietos por una semana?
—Yo no dije eso.
—Pero, viene a ser lo mismo.
—Mira papá —dijo Matías—. Esto es lo que hemos decidido.
—Parece como si nos estuvieras evadiendo.
—Se los vamos a dejar en otra oportunidad.
—Eso es lo que dijiste en la Pascua.
—Estuvimos allí en Navidad.
152 El conflicto en la familia

Jorge hizo una pausa y después dijo:


—Pamela se quedó tres días cuando viajaron con Daniel a Nueva
Inglaterra en junio. Y además dejaron a Ester y Carolina aquí.
Matías suspiró y dijo:
—Lo que mi hermana haga con su vida y con sus hijas es asunto
suyo. |
—Tu hermana se preocupa tanto por tu madre que vino a verla y le
dejó a sus dos pequeñas criaturas por una semana.
—Ella puede hacer lo que quiera.
—Y ni siquiera le quedaba de paso.
— ¡Papá!
—Y Saint Louis no está de camino desde Minneapolis-Saint Paul
hasta Nueva Inglaterra.
—¿Vas a seguir con lo mismo?
Jorge suspiró y dijo:
—Me decepcionas, Matías.
—Vamos papá, no es así.
—No es por mí, sino por tu madre.
—No me digas eso, papá.
—Escúchame, Matías.
—Hace 26 años que te escucho, papá —dijo Matías subiendo el
tono de su voz—. Y estoy cansado de escucharte.
—Un poco de gratitud, es todo lo que puedo decir.
Matías recobró el control de sí mismo y dijo:
—Todo lo que estoy diciendo, papá, es que ahora soy un hom-
bre casado e independiente. Tengo una esposa y dos hijos, y estamos
tomando nuestras propias decisiones —Matías respiró hondo—. Y
nuestra decisión para el viaje a Colorado es ir hacia el norte y tomar la
carretera 1-80 de un lado al otro.
—Entonces ¿es tu palabra final?
Matías se estaba exasperando otra vez.
—Sí, es mi palabra final. También lo era hace diez minutos cuando
comenzamos a hablar. ¡Y sigue siendo mi decisión final!
—Ya veo —dijo Jorge e hizo una pausa—. Tengo que cortar ahora
para atender a tu madre.
— ¡Papá!
—¿Qué?
—No quiero que esta conversación termine así.
—Como tú has dicho, hijo, tú haces tus propios planes. Y el hecho
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 153

es que ahora que eres adulto, tu padre y tu madre enferma no figuran


mucho en esos planes.
— ¡Papá!
—Adiós, hijo —Matías escuchó el clic, pero mantuvo el receptor en
su oído por largo tiempo. Le invadió una extraña sensación de culpa y
euforia; culpa por decepcionar a su madre, y euforia por hacerle frente
a su padre.
Así terminó el último episodio de lo que se había convertido en una
serie de conversaciones tensas entre Matías y sus padres. En realidad,
había comenzado tiempo atrás en la escuela secundaria, cuando Matías
estaba a punto de alcanzar la mayoría de edad y había desarrollado
una tendencia independiente que no armonizaba mucho con su madre,
Nélida, ni con su padre; eso, cuando su padre estaba en casa.
¡Oh! Definitivamente, el papá era quien tomaba las decisiones. Pero
estaba más afuera que en la casa, debido a sus prolongados viajes en
servicio. Eso dejaba el régimen disciplinario en manos de Nélida, que
era sumamente leal a su esposo y no más clemente que él en la adminis-
tración de la disciplina. A ella no le gustaba que su hijo fuera un “cabe-
zón testarudo”, como ella lo llamaba, y a Jorge tampoco le gustaba.
Y cuando Matías y Carla se casaron, ambos a los diecinueve años de
edad, en vez de retrasar sus votos matrimoniales como Jorge y Nélida
les aconsejaron, Nélida se sintió profundamente herida mientras que su
esposo estaba que “echaba humo por la nariz”.
Carla tomó la desaprobación de ellos de manera personal. Y cuando
ella y Matías tuvieron a los mellizos, Timoteo y Tomás, les fastidiaba
las peticiones de sus suegros —“constantes demandas”, ella decía— de
pasar tiempo con los niños. Ella quería mantener una distancia respe-
tuosa entre su familia y sus suegros; es más, una “distancia respetuosa”
permanente. Ella incitaba a Matías a hacerle frente a su padre; y, no le
importaba si nunca volvía a ver a Sus suegros.
Su cuñada Pamela, con la cual no congeniaba, llamó diez minutos
más tarde. Pamela no anduvo con rodeos, sino que fue directo al asunto:
—Me llamó papá. ¿Qué es eso de que ustedes los están evadiendo?
—Nosotros no los estamos evadiendo —dijo Matías—. Solo que
esta vez no vamos a pasar por Saint Louis.
—Tú estás castigando a mamá. ¿Lo sabías?
—No, no la estamos castigando —dijo Matías—. Eso es ridículo.
—¿Qué tienes contra ella que no la visitas y le niegas a tus hijos?
—Yo no tengo nada contra ella.
154 El conflicto en la familia

—+Eso es lo que estás haciendo, ¿sabes? Le estás negando la posibi-


lidad de verte a ti y a tus hijos. Ella los ama mucho, como siempre nos
ha amado a ti y a mí.
—A ti, puede ser —dijo Matías, mostrando que también sabía
pelear.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¡Oh! Tú siempre fuiste su preferida.
—+Eso es una tontería.
—Y la preferida de papá, también.
Hubo un silencio, y luego Matías continuó hablando:
—Siempre era: “Pamela esto” y “Pamela aquello”. “Mira cómo
Pamela obedece las órdenes”. “Mira qué buenos son los amigos de
Pamela”.
—Eres peor de lo que pensaba.
—No fue Pamela la que sufrió cuando papá decidió que nos mudá-
bamos a Tampa durante mi penúltimo año de la escuela secundaria.
—Lo trasladaron, Matías.
—¡Él no tenía por qué aceptar ese traslado!
—¡Ah! Ahora entiendo. Papá debería haber pospuesto su carrera
militar para no estorbar la prometedora carrera futbolística de su hijo
en la escuela secundaria, en vez de enviarlo a una escuela grande donde
no pudiera seguir siendo una estrella como mariscal de campo.
—Podría haber esperado un año. Es todo lo que estoy diciendo.
—Todavía no los has perdonado por haber tenido el valor de cas-
tigarte por ser tan rebelde. Eras incontrolable en ese entonces y tú te
buscaste que te castigaran.
—Y tú eras un verdadero ángel, ¿no es cierto Pamela?
—Al menos, yo no escogí un cónyuge egoísta e insensible.
—¿Por qué metes a Carla en todo esto?
—Ella te puso todas estas cosas en la cabeza ¿no es cierto?
—¿Qué?
—No pasar por Saint Louis fue idea de ella ¿verdad?
—No. Decidimos que queríamos tomar un camino diferente. Eso
es todo.
—No te creo.
—Bueno, pero es la verdad.
—:¡Qué buena mujer! Matías. Evita que los abuelos vean a sus nietos.
—No voy a seguir escuchando que hables mal de Carla —dijo
Matías—. Adiós.
Y esta vez fue él quien cortó.
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 155

au 4

¡Qué familia! Año tras año luchaban contra los mismos patrones dolo-
rosos. Un padre, ex militar, que pone las leyes en la familia. Que quiere
que sus hijos —y todo el mundo— respeten su sabiduría y se sometan
a sus consejos. Que está totalmente dedicado a cuidar de su esposa
enferma.
Una madre que se sacrificó por su esposo durante toda su vida, al
implementar, en las frecuentes ausencias de su esposo, la disciplina que
recibía de arriba, y a quien siguió sin quejarse cuando desarraigaba a la
familia cada par de años para cumplir con una nueva posición en otra
ciudad. Que ahora está enferma; doce operaciones en diez años. Y que
ama a sus nietos y se alegra inmensamente cuando los ve.
Un hijo que se rebeló prematuramente y en repetidas ocasiones.
Que ha crecido emocionalmente y quiere dejar de estar bajo el control
de sus padres; sin embargo, también quiere que lo respeten como un
hombre independiente. No quiere que lo mangoneen, pero quiere man-
tener una relación amigable con ellos. Que tiene una esposa e hijos a
quienes ama con todo su corazón, pero una hermana con quien sigue
resentido por haber sido la preferida de sus padres cuando eran niños.
Una nuera que insta a su esposo a hacerles frente a sus padres y
vivir su propia vida. Que es protectora de sus hijos. Que ya ha tenido
suficiente con sus suegros hasta aquí, y que no desea volver a saber
nada de ellos.
Y una hija que no tiene reparos en ser leal a sus padres. Que defiende
a sus padres en las diferencias familiares. Que piensa que su hermano
se casó con una mujer egoísta e insensible. Y le encanta meterse en la
vida de los demás.

CÓMO PONER EN PRÁCTICA LOS CUATRO


PRINCIPIOS PARA LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS
La dinámica de la familia Crespo es compleja, pero, con la gracia de
Dios, se puede cambiar. Veamos cómo el uso de los cuatro principios
para la resolución de conflictos podría transformar estas tensas rela-
ciones.

Glorificar a Dios
Nadie tenía que decirle a ningún miembro de la familia Crespo que
eran pecadores. Nélida y sus hijos siempre lo tenían presente —Jorge
se aseguraba de ello— y Jorge no abrigaba ilusiones acerca de su propia
156 El conflicto en la familia

maldad delante de Dios. Pero sin duda podían beneficiarse de escuchar


—y aceptar internamente— que eran pecadores redimidos.
Un objetivo clave en cualquier conflicto familiar es dar testimo-
nio del poder redentor y transformador de Cristo; para recordar quié-
nes somos en nuestra propia carne primero, y luego quiénes somos en
Cristo. La muerte y resurrección de Jesús había transformado el des-
tino eterno de la familia Crespo, y el Espíritu Santo que moraba en
ellos podía guiar totalmente sus pasos a través de estas etapas de la
vida también. Cada miembro de la familia debe entender y creer verda-
deramente estas buenas nuevas, luego proclamarlas, tanto en palabras
como en hechos.
Por eso, la pregunta que cada miembro de la familia Crespo tenía
que responder era la siguiente: ¿Cómo puedo dar testimonio de lo que
Cristo ha hecho y está haciendo en mí? ¿De qué manera lo que digo
y hago, y cómo me relaciono con los demás miembros de la familia,
puede glorificar el nombre de Cristo?
Esto es clave para resolver cualquier conflicto familiar. Esto cam-
bia radicalmente la perspectiva de los miembros de la familia. Altera
drásticamente sus prioridades. Tener en cuenta que somos testigos de
Cristo nos ayuda a desviar nuestros ojos de nosotros mismos y de lo
que queremos, y a fijarlos en Dios y en sus propósitos.
Cada miembro de la familia Crespo necesita asimilar esta gracia
redentora. Deben siempre preguntarse: ¿Cómo puedo glorificar a Dios?,
cada vez que busquen resolver sus problemas familiares.

Sacar la viga de nuestro propio ojo


Al mismo tiempo, los Crespo deben sondear hasta llegar a la raíz del
conflicto. Estar buscando los defectos de todos no solo demora el pro-
greso de la resolución del conflicto, sino que también confunde las
cosas y siempre crea problemas adicionales, incluso más conflictos
potenciales.
En el fondo de este conflicto, como en tantos otros, están los deseos
que se han convertido en exigencias y están controlando los pensa-
mientos y las acciones de los miembros de la familia. Tales deseos no
son necesariamente malos. Cuando se mantienen en la perspectiva
correcta, a menudo son buenos. Pero cuando llegan a ser exigencias
contundentes, se convierten en ídolos, ídolos falsos que los miembros
de la familia buscan en detrimento de su relación con Dios y una rela-
ción amigable de unos con otros.
Cada miembro de la familia Crespo tenía al menos uno:
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 157

El deseo de Nélida de ver y disfrutar a sus nietos frecuentemente.


" El deseo de Jorge de que sus hijos sean comprensivos con los
problemas de salud de Nélida y que la traten respetuosamente.
" El deseo de Jorge de guiar a sus hijos y que ellos reconozcan la
sabiduría de sus ideas.
Ñ El deseo de Matías y Carla de no dejarse controlar o manipular.
1 El deseo de Matías y Carla de que no los fastidien con la visita.
El deseo de Matías de amor y aceptación de sus padres.
ee
Da El deseo de Matías de que sus padres compensaran, según él, la
desigualdad en el trato para con él comparado al de su hermana,
Pamela, cuando eran pequeños.
u El deseo de Carla de que Jorge y Nélida traten a Matías con
respeto.
" El deseo de Pamela de que se respeten los deseos de Jorge y
Nélida en toda discusión familiar.
Insisto, ninguno de estos deseos es malo en sí mismo. Solo cuando
ellos comienzan a carcomer a los miembros de la familia, y a gobernar
sus vidas, dañan las relaciones familiares.
El principio imperante en la resolución de los conflictos con otros
es que la confesión da origen al perdón. Este mismo principio es la clave
de nuestra relación con Dios, y es igualmente decisivo para la armonía
familiar.
Para que los Crespo puedan hacer un progreso hacia la paz en su
familia, tienen que presentar sus pecados y pedir perdón. Pero ¿quién
debe confesarse? ¿Jorge? ¿Nélida? ¿Matías? ¿Carla? ¿Pamela? Cada uno
de ellos tiene un deseo, que se ha convertido en exigencia, y ha pecado
contra otros. Sería ideal que cada uno de ellos lo confesara.
Entonces ¿cómo se inicia en una familia el proceso de la confesión y
el perdón? No vivimos en un mundo ideal. Si al menos un miembro de
la familia confesara sinceramente su pecado, ¡sería algo extraordinario!
Y en algunos casos, esa sola confesión podría inspirar a otros a admitir
su contribución al problema. Aunque algunos miembros de la fami-
lia no confiesen todos sus pecados, aquellos que lo hacen, al menos,
habrán vuelto a colocar a la familia en el camino de la reconciliación.
Como vimos en el capítulo 4, el proceso de la confesión comienza
con una persona que, en oración, examina su contribución al conflicto.
Este examen abordará tres ámbitos: las palabras, las acciones y las acti-
tudes y motivaciones.
Una vez que se han identificado los propios errores, cada miembro
de la familia podría acercarse individualmente a su Padre Celestial y
158 El conflicto en la familia

pedirle perdón. Luego, podría buscar a las partes ofendidas para hacer
una confesión cara a cara. Hacer esto en la presencia física del otro
es una señal fuerte y positiva. Muestra respeto por la otra persona;
muestra que le importa tanto el asunto, que no tiene reparos en hacerse
presente para solucionar las cosas.
Elegir el momento y el lugar adecuados también es decisivo para el
éxito. El mejor lugar es aquel en el que la parte ofendida se sienta cómoda
y relajada, un lugar en el que la atmósfera anime el diálogo abierto y
sincero. El momento oportuno debería ser un momento sin límites de
tiempo. Un momento en el que nadie se retrase por compromisos ante-
riores, ni se apresure por compromisos planificados para después.
Lamentablemente, la logística a menudo hace que este tipo de con-
fesión cara a cara sea poco viable. Este es el caso de la familia Crespo.
Los padres viven en Saint Louis; uno de sus hijos en Indianápolis; la
otra en Mineápolis. Para comenzar a resolver las diferencias, podrían
hablar por teléfono. Pero aun así, deberían llamar en un momento en el
que sepan que será conveniente para la otra parte, y desde luego debe-
rían preguntar si están llamando en un buen momento, sin ningún otro
compromiso que pueda interferir con su conversación. Incluso podrían
hacer una llamada para programar la siguiente llamada en que harán
la confesión. Esto tendría un efecto similar a una reunión cara a cara;
de este modo demostrarían que están bastante preocupados, al llamar
una vez para programar la confesión y otra vez para la confesión pro-
piamente dicha.
Los miembros de la familia deberían también planificar sus pala-
bras. Es cierto que, por su misma naturaleza, las conversaciones son
esfuerzos improvisados; comunicaciones orales de concesión mutua,
en las cuales ambas partes responden espontáneamente a lo que la otra
está diciendo. Pero las primeras palabras no deberían ser así. De modo
que el confesor, en cada caso, debería ser sabio y pensar exactamente
qué dirá al comienzo, y ponerlo por escrito. (Revise otra vez los siete
elementos de la confesión del capítulo 4 para asegurarse de abarcar
todos los aspectos pertinentes en su confesión).
En el caso de la familia Crespo, algunas de las primeras palabras de
la confesión podrían ser como estas:
¡ De Matías a Jorge: “Fui muy intransigente contigo y con mamá
en varias ocasiones durante los últimos años. He permitido
que el pecado de mi orgullo y deseo de independencia dicten
mis acciones para contigo y con mamá. Mi orgullo gobernó la
decisión que tomamos con Carla de no pasar por Saint Louis
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 159

de camino a Colorado. No había razón para tomar una ruta


alternativa, sino mi actitud egoísta. Me equivoqué al privar a los
mellizos del amor que tú y mamá sienten por ellos. Sé que esto ha
herido a ustedes dos profundamente. También sé que mi actitud
de orgullo y mis acciones pecaminosas son desagradables para
Dios. Lamento mucho ser tan egoísta y poco cariñoso contigo
y con mamá. Si la oferta sigue en pie, me gustaría dejarles a los
niños en Saint Louis de camino a Colorado”.
i De Jorge a Matías: “Hijo, sé que durante nuestra llamada
telefónica de la semana pasada te contrarié con mis palabras
y actitud. Fui manipulador y poco cariñoso e injusto tanto
contigo como con Carla. Sé cuánto me molestaba durante mis
días en las fuerzas armadas, cuando otros oficiales me hacían
lo mismo, y puedo imaginar la frustración y el dolor que debes
sentir cuando te lo hace tu propio padre. He pecado a causa de
mi gran orgullo. A menudo pienso que tengo razón y que todos
están equivocados. Y trato de controlar a los demás. Tú eres un
hombre grande, totalmente independiente y muchas veces te he
tratado como si todavía estuvieras viviendo bajo mi techo. Tu
decisión sobre dónde ir de vacaciones y qué ruta tomar es asunto
tuyo, y yo quise decidir por ti. Me haría muy feliz que pudieras
perdonar el pecado de mis acciones y palabras, e incluso de mis
pensamientos hacia ti y Carla”.
NE De Carla a Jorge: “Debes sentirte muy frustrado y dolorido porque
he sido muy distante contigo y con Nélida. También sé cuánto
aman a nuestros niños y disfrutan estar con ellos. Estuve mal en
privarles de ese placer. Lamento haberlos lastimado. Prometo en
el futuro tratar de ser más considerada contigo y con Nélida. ¿Me
podrías perdonar?”.
" De Pamela a Matías y Carla: “Matías, te dije cosas duras y falsas
por teléfono la semana pasada. Y también dije cosas malas acerca
de Carla. Para colmo, tengo el mal hábito de meter mis narices
en asuntos que no me incumben. Con la ayuda de Dios, prometo
dejar de hacerlo. ¿Me perdonan?”.
Insisto, es poco probable que todos reconozcan su propio pecado de
entrada, al principio de la conversación. Pero si solo uno o dos de ellos
pueden humillarse de esta manera, hará que la conversación comience
a moverse en la dirección correcta.
Al leer estas declaraciones, note la ausencia de modificadores: si,
pero, tal vez, y quizás. La confesión no es un momento para justificar
160 El conflicto en la familia

sus acciones o minimizar su culpa. No es momento para que Matías,


por ejemplo, diga: “No debí haberle privado a mamá del afecto de la
familia; pero tú sabes, papá, me pones muy mal cuando tratas de con-
trolarme todo el tiempo”. Una “confesión” como esa solo encendería
el fuego. Sea totalmente sincero de su parte en estas confesiones, y no
hable de las acciones de la otra persona de una manera que podría des-
viar la atención de sus propios errores.

Hablar con nuestro hermano y mostrarle su falta,


pero siempre con la ministración del evangelio
La confesión puede dejar la puerta abierta para el desarrollo de una
comunicación relajada. Cuando usted dice: “Estaba equivocado”, los
demás a menudo responderán amablemente y dirán: “Bueno, no fue del
todo culpa tuya...”
Pero las confesiones de la otra parte no suelen ser tan detalladas
como deberían ser. Por consiguiente, necesitamos saber cómo pasar de
la confesión a la confrontación en amor a los miembros de la familia
que no han reconocido totalmente su contribución al conflicto.
Esto puede ser una tarea intimidante; en realidad, a menudo dolo-
rosa, aun más porque estamos tratando con la familia. En el capítulo
5, vimos varios principios básicos para el éxito en la confrontación.
Entre los elementos clave se incluyen: pasar por alto las ofensas meno-
res; escoger el lugar y el momento adecuados para hablar; emplear las
cinco técnicas para saber escuchar (esperar, prestar atención, aclarar
el asunto, reflexionar y aceptar lo que le dicen); y edificar, no destruir
con sus palabras.
Quiero enfatizar nuevamente la importancia de ministrar siempre
el evangelio cuando confrontamos a los demás. Esta metodología no
desmerece la importancia del pecado de la otra persona; simplemente
lo pone en contexto. Y ese contexto son las maravillosas nuevas de que
aunque todos nos hemos alejado de Dios en la misma condición peca-
dora del corazón, el rescate está disponible por medio de las buenas
nuevas de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Al enfatizar de qué manera el amor de Dios puede cambiar el com-
portamiento y la actitud de otra persona, estamos creyendo lo mejor
acerca de dicha persona y ofreciéndole esperanza mediante las prome-
sas de Jesucristo. Esta esperanza está a nuestra disposición; es accesi-
ble; puede cambiar corazones y mentes. Sin duda, Dios puede usar la
situación familiar, aunque sea calamitosa, como una oportunidad para
que todos los miembros de la familia crezcan en el Señor.
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 161

Esta es la metodología que la familia Crespo podría emplear para


resolver sus diferencias. Quienquiera que esté dispuesto a dar el primer
paso podría seguir las sugerencias del capítulo 5 en cuanto a cómo expre-
sar lo que le preocupa: hablar en “primera persona”, y hacerlo con amor y
bondad. Jorge podría describir el dolor que siente porque Matías y Carla
parecen no mostrar interés por los problemas de salud de su esposa,
y no parecen respetar su sabiduría tanto como a él le gustaría. Nélida
podría explicar cuánto dolor siente cuando no puede ver a sus nietos con
tanta frecuencia como le gustaría. Matías podría explicar cómo se siente
cuando Jorge intenta controlar su vida. Las palabras de Carla podrían
dar a entender que se siente mangoneada y manipulada. Pamela podría
explicar que quiere ver que se respeten los deseos de sus padres.
Pero al confrontar al otro, cada uno podría también agregar algo
como esto: “Jesús murió por tus pecados así como por los míos. Él pagó
por todos nuestros pecados en la cruz. Él ha entrado a mi corazón y
me ha perdonado por mis deseos egoístas y orgullosos. Con su ayuda,
estoy determinado a cambiar mi actitud y comportamiento hacia ti y
hacia el resto de la familia. Y Él puede ayudarte a hacer lo mismo. Tú
puedes recibir este perdón igual que yo cuando confesé mis pecados
contra Dios y contra ti. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo. Espero
y oro para que lo hagas, porque realmente quiero que reconciliemos
nuestras diferencias y disfrutemos una amistad cercana en el futuro.
Estas son palabras poderosas que Dios podría usar para ablandar
el corazón de la otra parte. Cuando esto sucede, usted puede avanzar
hacia la reconciliación. Pero esto no siempre es así. Aun cuando con-
fesamos nuestros errores y confrontamos a otros con la mayor bondad
y cuidado posible, puede que la otra parte se niegue a perdonarnos o
reconocer sus errores. (En un caso tan intenso como el de la familia
Crespo, sería poco común que todos los miembros de la familia avan-
zaran hacia la reconciliación al mismo paso; aunque algunos confiesen
y perdonen rápidamente, a otros es probable que les tome meses poner
en orden sus sentimientos).
Si los problemas sin resolver levantan una evidente pared entre
usted y la otra parte, puede que necesite hacer partícipe a otra persona
que sirva como mediador y los ayude a resolver sus diferencias (Mt.
18:16). Esta persona podría ser un familiar o amigo de confianza, un
líder de su iglesia, un conciliador entrenado o un consejero profesional.
Obviamente, la persona seleccionada para mediar debe ser aceptada
por todos en la familia (véase Apéndice B para sugerencias sobre cómo
contactar a un conciliador entrenado de su iglesia o comunidad).
162 El conflicto en la familia

Si otros miembros de la familia aceptan la mediación, Dios podría


utilizar a esa persona para permitirle superar las ofensas que han divi-
dido a su familia durante años. Si ellos se resisten, Dios podrá bende-
cirlo igual, y usar la terquedad de ellos para pulir su carácter y ayudarle
a desarrollar la capacidad de amar a otros a la semejanza de Cristo,
aunque ellos no lo amen a usted (Lc. 6:27-28; Stg. 1:3-4; Ro. 12:14-21).'

Reconciliarse
El perdón puede ser especialmente difícil en los conflictos familiares,
principalmente porque las expectativas de cada uno son altas y el sen-
tido de la traición puede ser intenso. Y además hay una historia fami-
liar. Aunque queramos olvidar el pasado, los patrones anteriores del
comportamiento hiriente no se borran de nuestra memoria una vez que
se hace una nueva confesión. Podríamos decirle a la persona que nos
hirió que la perdonamos, pero las antiguas heridas a menudo rondan
en nuestra mente y opacan futuras interacciones.
Para retirar estas nubes de nuestras relaciones, necesitamos pedirle
a Dios que nos ayude a perdonar como Él nos ha perdonado. Como
hemos visto en el capítulo 6, una manera de hacer esto es compro-
meternos con las cuatro promesas del perdón: No volveré a pensar en
este incidente. No volveré a mencionar este incidente ni a usarlo en tu
contra. No hablaré de este incidente con otros. No permitiré que este
incidente interfiera entre nosotros o estorbe nuestra relación personal.
Jorge Crespo, por ejemplo, podría comprometerse a no pensar todo
el tiempo en la insensibilidad de su hijo para con Nélida. No debe-
ría guardarlo en su depósito de municiones para futuros ataques; una
táctica de argumentación sucia, pero demasiado común. No cedería al
deseo de Pamela de sacar los “trapos sucios” de Matías y Carla. Y debe-
ría dejar de ser distante con Matías y Carla cuando hable por teléfono.
Las promesas de Matías deberían seguir un curso similar. No debe-
ría pensar todo el tiempo en los intentos de su padre de controlar su
vida. No debería buscar en su memoria ejemplos del pasado en que
Jorge trató de controlar su vida, para así echárselo en cara a su padre.
No debería quejarse por su padre con ningún tercero, nisiquiera con su
esposa. Y no debería permitir que ningún desaire que sienta influencie
su próxima interacción con su padre.
Usted podría decir: es más fácil decirlo que hacerlo. Por supuesto,
así es. Solo Dios puede ofrecernos un perdón de esta calidad. Nues-
tro perdón, aunque intentemos seguir el ejemplo del perdón de Dios y
seamos inspirados por Él, es inferior. Carece de la calidad y duración
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 163

del perdón absoluto y sin precedentes de Dios, y podría estar siempre


contaminado con la tendencia a pensar todo el tiempo en el pecado y a
guardar rencor hacia el confesor.
Sin embargo, a veces, nosotros mismos creamos los obstáculos para
el perdón. Pero podemos hacer algo al respecto. En ocasiones, el tro-
piezo está en el confesor. Los pecados podrían confesarse de manera
superficial, casual, sin la sincera autoevaluación necesaria para llegar a
la raíz del pecado. En estos casos, se debería instar al confesor a regre-
sar a los siete elementos de la confesión.
En otros casos, nos dejamos llevar por la noción de que queremos
alguna clase de pago por parte del confesor. Queremos que él o ella
se ganen nuestro perdón o nos prometan que nunca más cometerán
ese pecado. Pero no podemos hacer esto. Dios nos perdona de manera
incondicional y total. De modo que nosotros debemos perdonar de
igual modo, aunque el confesor pueda cometer el mismo pecado poco
después de confesarlo. Nuestro perdón hacia los demás no puede ser
más condicional que el perdón de Dios hacia nosotros.
El principio de la sustitución es particularmente eficaz para con-
trarrestar los pensamientos negativos insistentes, demasiado comunes
en las relaciones familiares con largas historias detrás de ellos. Para
emplear este principio, la persona que no puede perdonar debería
reemplazar el pensamiento negativo por uno positivo (véase pp. 91-92
en el cap. 6).
Por ejemplo, cuando Matías Crespo comienza a pensar en todas las
maneras en que su padre ha tratado de controlar su vida adulta, él debe-
ría decidir conscientemente pensar en uno o más atributos positivos de
Jorge: su fe cristiana, su transmisión de la fe a su familia, su provisión
para la familia todos esos años, su inquebrantable amor por su esposa.
Cuando Nélida no puede dejar de pensar en cuán egoístas —según ella—
son Matías y Carla con sus hijos, debería reemplazar esos pensamientos
por unos positivos sobre Matías: su deseo de proveer para su familia, su
independencia y responsabilidad en su trabajo; y sobre Carla: su actitud
de amor hacia Matías y sus hijos. Cuando Carla comienza a pensar en su
familia política, en vez de ponerse nerviosa y arrojar los platos al lava-
platos, debería pensar en el amor de Jorge y Nélida por sus hijos, y en
el amor de Pamela por Jorge y Nélida. Y si no encontraran mucho para
elogiar en el otro, pueden fijar sus pensamientos en Dios y darle gracias
por todo lo que Él ha hecho en sus vidas a pesar de sus pecados.
Ambas partes en la controversia de la familia Crespo, podrían tam-
bién hacer esfuerzos concretos para ser más tratables con la otra parte.
164 El conflicto en la familia

Jorge y Nélida podrían dejar de insistir en las visitas y, en cambio, bus-


car la manera de hacer que las visitas sean más fáciles y convenien-
tes para sus hijos. Matías y Carla podrían buscar conscientemente la
manera de satisfacer los deseos de sus padres tanto como les sea posi-
ble.
No con un espíritu de competición, sino de cooperación, los miem-
bros de la familia podrían entonces ser libres para buscar soluciones
prácticas para el problema de las visitas. Una manera eficaz de llevar
a cabo esto es la negociación y la implementación del “Principio de la
PAUSA” descrito en el capítulo 7.
Como recordará, uno de los principales pasos en este principio es
ubicar los intereses del otro (el tercer paso). En base a conversacio-
nes y experiencias del pasado, los Crespo podrían orar e identificar
los deseos, temores e inquietudes que necesitan abordarse para llegar a
una solución mutuamente satisfactoria. Los intereses de Jorge yacen en
servir a su esposa y que sus hijos respeten su sabiduría; los de Nélida
yacen en disfrutar el amor de sus nietos; los de Matías en ser un hombre
independiente; los de Carla en que su familia no sea mangoneada; y los
de Pamela en hacer todo lo posible para que sus padres sean felices y
respetados.
Una vez que cada miembro de la familia descubre los intereses de
los otros, podrían considerar estos intereses al igual que los suyos, y
buscar una solución creativa al problema de las visitas. Matías podría
pensar en la manera de servir a los intereses de Jorge y Nélida; Jorge
podría pensar en la manera de servir a los intereses de Matías y Carla.
Esto evita que la discusión desarrolle su potencial competitivo, y pasa
de ser un asunto de “quién gana” a un esfuerzo de “cómo podemos
resolver esto”. Todos en la familia podrían estar buscando lo mismo: un
acuerdo amigable que sirva a los intereses de todos.
Después sigue el cuarto paso del “Principio de la PAUSA”: Sacar a
la luz soluciones creativas. Cuando los Crespo realizan una sesión de
lluvia de ideas, podrían trabajar juntos para identificar maneras crea-
tivas de servirse unos a los otros. Al combinar sus esfuerzos, en vez
de trabajar uno en contra de otros, tienen una mayor probabilidad de
descubrir la manera de reedificar las relaciones y encontrar la forma de
disfrutar verdaderamente el uno del otro.
Se podrían colocar sobre la mesa una variedad de soluciones crea-
tivas.
—¿Qué tal si vienes a Indianápolis de vez en cuando? —pregunta
Matías.
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 165

—Sí —responde Jorge—, eso podría funcionar.


Y al pensar en la posición de Carla en la familia o su deseo de no
tener la carga de estar con sus suegros una semana en su casa, Jorge
recuerda que unos amigos de ellos viven en un pequeño pueblo cerca
de Indianápolis. Él y Nélida podrían ir a visitarlos y quedarse con ellos
un día o dos. También podrían encontrarse a mitad de camino, sugiere
Matías. Jorge se ofrece a pagar la cuenta del hotel para favorecer esa
sugerencia. Pamela dice que podrían planificar reuniones familiares
anuales, una semana en algún lugar turístico equidistante a las tres
familias. Un campamento o un hospedaje en algún lado. Las tres fami-
lias estarían en cabañas o cuartos separados. A todos parece gustarles
esa idea.
En todo caso, la idea es que no se descarta ninguna sugerencia en
este debate. Ninguna pregunta es tonta. Todos ceden un poco, y ganan
un poco.
Cuando todas las opciones están sobre la mesa, la familia en su
conjunto las analiza de manera razonable y objetiva (el quinto paso
del “Principio de la PAUSA”). Los Crespo se preguntan uno al otro
qué problemas crearán cada una de las sugerencias y si esos proble-
mas podrían resolverse fácilmente; en conclusión, si las sugerencias
podrían funcionar.
Todos concuerdan en que sería factible realizar una reunión fami-
liar en un sitio “neutral”. Pamela se ofrece como voluntaria para ave-
riguar fechas y precios en varios campamentos y retiros en los estados
del medio oeste del país. Promete informarle a la familia cuando tenga
los resultados de la investigación, y todos aceptan planificar sus vidas
y acomodarse a esas fechas.
El hecho de que la familia hablara abiertamente del problema, con-
fesara sus actitudes y acciones hirientes, y se perdonaran el uno al otro,
hizo que todos fueran un poco más comprensivos de los intereses de los
otros miembros de la familia. Los sacó a todos de su pequeña burbuja,
con sus propias cuestiones y posiciones, y los colocó en la disposición
a pensar en los intereses de los demás. Matías y Carla fueron más com-
prensivos con respecto a compartir sus vidas y sus hijos con Jorge y
Nélida, y terminaron yendo a Saint Louis o pasando por allí con más
frecuencia. Jorge y Nélida fueron más conscientes de la necesidad de su
hijo y su nuera de vivir su propia vida, y renunciaron a su postura exi-
gente. Y Pamela comenzó a apreciar más la perspectiva de su hermano
también.
Dios puede sanar las relaciones familiares sin importar cuán
166 El conflicto en la familia

divisivas sean, y a su tiempo sanó la relación de la familia Crespo.


Jorge y Matías pudieron tener una relación más estrecha de lo que
alguna vez habían tenido, y resolvieron los asuntos profundamente
arraigados sobre los cuales ambos habían perdido las esperanzas de
solucionar. Carla comenzó a ver el lado de sus suegros cuando hicie-
ron el esfuerzo especial de congraciarse con ella e incluir sus deseos
en cada solución. Jorge y Nélida fortalecieron su relación, tan pronto
Jorge se dio cuenta del estrés que su esposa había experimentado a
causa del trabajo de él y sus muchas mudanzas en todos aquellos años.
Esto tuvo un efecto positivo incluso en la salud de Nélida. Y Pamela
llegó a apreciar a Carla, y viceversa. El hecho de que todos estuvieran
orando unos por otros fue decisivo para que se alcanzaran soluciones
prácticas a sus problemas, y cambiaran sus corazones hacia los demás
miembros de la familia.
La paz familiar no vino fácilmente ni de forma instantánea a la
vida de los Crespo, pero por la gracia de Dios, llegó en un período de
algunos meses. Y para las sucesivas tensiones que surgieran, tenían
el fundamento de la buena disposición sobre el cual trabajar, al poner
en práctica los mismos principios para la confesión y el perdón, para
poder hablar y escuchar, y para encontrar soluciones que todos pudie-
ran disfrutar.

¿QUÉ PASA SI ES PEOR QUE ESTO?


Aunque la situación de los Crespo era difícil, participé de otros con-
flictos mucho más complejos. Algunas familias tienen dificultades tan
solo por su gran número. Cuatro hermanos y hermanas con sus cuatro
esposas y esposos. Cada pareja tiene tres hijos o más, que a la vez son
primos y nietos, sobrinos y sobrinas. Hay más de doscientas relaciones
diferentes dentro de su círculo. Y cada relación genera la oportunidad
de malentendidos, competencia y conflictos.
Las familias compuestas, que se unen después que un divorcio
destruyera el hogar original de cada uno, deben luchar con una serie
adicional de presiones: disputas por las visitas y custodia de los hijos,
manutención de los menores, hijos que enfrentan a suspadres con sus
padrastros, hermanos resentidos y competitivos y, con demasiada fre-
cuencia, una nube de ofensas que nunca se resolvieron en el proceso
del divorcio atormenta a estas familias durante toda la vida.
Otras familias atraviesan un gran caos a causa del alcohol y las
drogas, los problemas mentales y el adulterio. La compulsión, la irra-
cionalidad y el intenso sentido de traición pueden robarles toda la
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 167

confianza, así como la capacidad de comunicarse razonable y cons-


tructivamente.
Y demasiadas familias, incluso cristianas, están lesionadas a causa
de una historia de abuso físico o sexual que nunca se ha reconocido
y confesado. Hay un serio problema que todos saben que existe, pero
del que nadie quiere hablar. Aunque algunos miembros de la familia
quieren mantener la relación, la negación del problema por parte de
los demás les impide derribar los muros y reconstruir la confianza. De
modo que su comunicación es cauta, tensa y escasa.
He visto que Dios efectúa una asombrosa reconciliación en estas
situaciones aparentemente imposibles. A veces, trabaja en uno o dos
miembros de la familia que humilde, paciente y persistentemente ponen
en práctica los principios para la pacificación que hemos presentado en
este libro. Muchas veces, Él envía al líder de una iglesia o a un conci-
liador externo, que tiene el don, la objetividad, el entrenamiento y la
experiencia necesarios para guiar a la familia a través de este extenso
proceso de arrepentimiento y restauración. (Aun cuando parezca que el
arrepentimiento es genuino, en algunas situaciones, tales como aque-
llas en que fueron partícipes de abuso sexual, tendrán que seguir man-
teniendo precauciones para evitar ofensas similares).
Pero muchos casos como estos nunca verán una total resolución en
esta vida. No importa cuánto intenten reconciliarse algunos miembros
de la familia, hay otros que endurecen su corazón y dan la espalda a su
propia familia.
Si usted es parte de una familia que aún tiene que reconciliarse,
necesita reconocer tanto sus responsabilidades como sus límites.
Cuando Dios le presente la oportunidad, puede intentar poner en
práctica lo que ha aprendido en este libro, no solo una vez, sino quizás
una y otra vez. Y aunque los demás se nieguen a hablarle, usted puede
seguir orando por ellos y buscar la manera de bendecirlos y minis-
trarles. Como Pablo enseñó a los perseguidos romanos: “Así que, si tu
enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber;
pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No
seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro. 12:20-21).
Pero hay límites a lo que usted puede y debería hacer. Usted puede
tratar de comunicarse amablemente con ellos, pero solo Dios puede lle-
varlos al arrepentimiento Q Ti. 2:24-26). Por lo tanto, si un miembro de
la familia persiste en su corazón endurecido, puede que tenga que man-
tener una relación limitada y cuidadosa, o puede que tenga que confor-
marse con no tener ninguna relación en absoluto; al menos por ahora.
168 El conflicto en la familia

Usted nunca sabe qué podría hacer Dios mañana. Puede seguir orando
y esperando pacientemente la posibilidad de que Dios les presente una
nueva vía de comunicación el próximo mes, o el próximo año.
Pase lo que pase, usted y su familia están en las tiernas manos de
Dios. Eso solo es suficiente para tener paz y esperanza.

EVALUACIÓN PERSONAL
No importa cuán mayores seamos, nunca perdemos nuestra capacidad
de discutir con nuestros padres o hermanos. Por lo tanto, necesitamos
mantener nuestras técnicas para la pacificación a punto y listas para
usar en cada etapa de la vida. Cuando nos encontramos en conflicto
con aquellos que amamos (o con los que por el momento estamos eno-
jados), siempre es sabio volver a los cuatro principios para la resolución
de conflictos.

1. Glorificar a Dios. Aunque puede que su familia lo esté haciendo


infeliz en la vida, mantenga su enfoque en Dios y en darle gloria, y
pregúntese constantemente: ¿Cómo puedo dar testimonio de lo que
Cristo ha hecho y está haciendo en mí? ¿De qué manera lo que digo
y hago, y cómo me relaciono con los demás miembros de la familia,
puede glorificar a Dios y manifestar las maravillas de su gracia?
2. Sacar la viga de nuestro propio ojo. Cuando usted discute con su
madre o hermano, puede sentirse tentado a enfocarse en lo que
ellos han hecho mal. Entonces, ellos pueden seguir su ejemplo y
señalar los pecados de usted, y el ciclo vicioso continúa. Rompa
este ciclo y obedezca el mandato de Jesús de sacar la viga de su pro-
pio ojo antes de enfocarse en la paja de los ojos de los demás. Con
la implementación de los siete elementos de la confesión (véase cap.
4), usted no solo afrontará sus propios pecados cuidadosamente,
sino que también dará un ejemplo que los demás podrían sentirse
inspirados a seguir.

3. Hablar con nuestro hermano y mostrarle su falta, pero siempre con


la ministración del evangelio. Si un miembro de la familia está ciego
a su pecado o no lo confiesa adecuadamente y es demasiado serio
para dejarlo pasar, lo mejor que puede hacer es confrontarlo con
amor y compasión para que él o ella pueda ver qué necesita cambiar.
Conflictos entre los miembros adultos de la familia 169

Sea específico, sea claro, escuche atentamente y, sobre todo, brín-


dele esperanza al hacer del evangelio el centro de su conversación.
Reconciliarse. Las familias son para toda la vida. El conflicto podría
herirnos y separarnos, pero Dios está siempre dispuesto a sanar las
heridas y restaurar nuestras relaciones. Pídale que se lleve su dolor,
enojo y amargura, y que lo fortalezca para hacer las cuatro pro-
mesas del perdón. Cuando usted hace y mantiene estas promesas
que imitan a Dios, los recuerdos dolorosos disminuyen, el dolor se
calma, y su familia puede volver a demostrar un amor y unidad que
honre el nombre de Dios.
Poner en práctica el “Principio de la PAUSA”. Los conflictos fami-
liares siempre ofrecen la oportunidad de velar por los intereses de
los demás así como por los suyos propios. Use los tiempos de con-
flictos para poner en práctica los cinco pasos del “Principio de la
PAUSA” de la negociación, que no solo pueden resolver el conflicto
presente, sino también profundizar el aprecio de unos por otros:
Prepararse. Afianzar la relación. Ubicar los intereses. Sacar a la luz
soluciones creativas. Analizar las opciones.
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Parte 4

CÓMO
BUSCAR
AYUDA
A
Ayuda para un
matrimonio en
conflicto

Cuando Javier y Claudia se unieron en matrimonio hace diez años, se


hicieron las más sinceras promesas de fidelidad eterna. Ambos querían
que su unión fuera duradera, y se casaron con la resuelta determinación
de hacer que así sucediera.
Pero tuvieron problemas desde el primer día de casados. Sus relo-
jes biológicos eran diferentes —él era una persona madrugadora, ella
era una persona trasnochadora— como lo eran sus gustos recreativos
y comportamientos afectivos. Al principio, pudieron sortear esas dife-
rencias — “Cada matrimonio tiene sus problemas”, se decían el uno al
otro— y siguieron adelante más o menos felices en el matrimonio.
Pero discutían por todo, por asuntos importantes o por nimiedades.
Estaban en desacuerdo por el automóvil que querían y por los muebles
que compraban; discutían por la dieta, por los hábitos personales y por
sus gustos musicales, cinematográficos y por todo lo demás; parecía como
si ninguna parte de sus vidas fuera inmune al reproche. Al comienzo de
su matrimonio no les daban tanta importancia a estas discusiones, y su
deseo de ser felices hacía que algunas veces Claudia hiciera las paces, y
otras veces Javier. Pero al poco tiempo, ambos llegaron a sentir que siem-
pre les tocaba ceder, y posteriormente optaron por mantenerse firmes.
Y con el paso del tiempo, comenzaron a distanciarse el uno del otro.
En vez de someterse a lo que él denominaba el “constante fastidio” de
Claudia, Javier se dedicó a practicar golf, y con pasión. Fue tan grande
174 Cómo buscar ayuda

su pasión por ese deporte —o por estar lejos de su esposa— que Claudia
lo amenazó con dejarlo. “Dado que ya soy una viuda del golf —le dijo
ella— podría hacerlo oficial e irme a vivir con mi hermana”. Esto llamó
la atención de Javier, y cambió durante un tiempo. En otra oportunidad,
fue Javier el que amenazó con marcharse. No podía seguir soportando la
costumbre de Claudia de analizar e interpretar cada una de sus palabras
o acciones; el “constante fastidio” que en un principio le había llevado a
practicar golf. En respuesta, Claudia fue más agradable por algunos meses.
Sin embargo, el sufrimiento causado por las sucesivas peleas y
“reconciliaciones” afectó al cariño, la intimidad e incluso el interés del
uno por el otro. Para su décimo aniversario, apenas se expresaban amor,
ni física ni verbalmente. Hablaban un poco durante la cena y frente a la
televisión; pero eran conversaciones superficiales e inofensivas, distaban
mucho de ser las conversaciones profundas que mantenían cuando eran
recién casados.
Luego, en una fiesta de Navidad de la compañía de Javier, sucedió
algo. Claudia notó que una compañera de trabajo de Javier, Mónica,
parecía demasiado amigable con él. Claudia también conocía a Mónica;
era una mujer soltera que asistía a su iglesia. Pero había algo en la
manera de actuar de su esposo, cuando estaba con Mónica, que moles-
taba a Claudia; él era el mismo hombre divertido, simpático y feliz que
la había seducido cuando se acababan de conocer. Hacía cinco años que
Claudia no veía a Javier así.
Ella le preguntó a Javier por Mónica, y él le dijo que Mónica era
comprensiva y amable con él. “Es una persona divertida”, le contestó él.
También le dijo que no habían llevado sus conversaciones insinuantes
al nivel físico, y se comprometió a no permitir que eso sucediera.
Pero para Claudia fue un llamado de alerta. Ella veía que su unión
con Javier estaba en serio peligro y se preguntaba qué debía hacer.
BNO

Los datos acerca del divorcio en nuestra sociedad no son alentadores.


Entre el 45 y el 50% de los matrimonios estadounidenses terminan en
divorcio, dicen los expertos. De hecho, se espera que uno decada seis esta-
dounidenses adultos experimente dos o más divorcios durante su vida.
Somos una sociedad que hemos llegado a ver el matrimonio como un tra-
bajo; prescindible cuando sentimos que necesitamos un cambio. Incluso
dentro del ámbito cristiano, el divorcio ha llegado a ser tan común, que
muchos pastores han optado por esta manera, que antes era inconcebible,
para resolver los problemas matrimoniales dentro de la iglesia.
Ayuda para un matrimonio en conflicto 175

Muchos de estos divorcios podrían evitarse si los cónyuges supie-


ran cómo averiguar cuáles son los aspectos problemáticos de su matri-
monio y qué hacer una vez que lo descubren. Este capítulo abordará
los “pasos reactivos” que una pareja puede dar cuando su matrimonio
está en conflicto, pero no han preparado el terreno para buscar ayuda.

CUÁNDO PEDIR AYUDA


El matrimonio, igual que la vida, a menudo tiene sus flujos y reflujos,
sus altos y bajos. Es natural que en una relación duradera, los cónyuges
se sientan más cerca el uno del otro en ciertas ocasiones, y no en otras.
Sin embargo, cuando las aguas de nuestra relación se agitan y no se cal-
man rápidamente, o cuando hace tiempo que la relación se está yendo
cuesta abajo y nos sentimos inquietos, deberíamos prestar atención.
Aquí hay algunas señales de advertencia a tener en cuenta:
l Siente una constante disminución de respeto, cariño o amor
hacia su cónyuge.
Sus conversaciones son cada vez más superficiales.
dESiente cada vez menos deseos de estar con su cónyuge y un deseo
»3s

creciente de hacer cosas lejos de su cónyuge.


E Hablan siempre de los mismos problemas y no hacen ningún
progreso notable por resolverlos.
Discuten con regularidad o con mucho enojo.
Atraviesan períodos prolongados de falta de perdón.
ES
==
2 Usted o su cónyuge parecen sentirse atraídos hacia otra persona.
Una o más de estas señales podrían significar que su matrimonio
está en problemas. La pregunta entonces es: ¿Qué hacemos?
En la mayoría de los casos, lo primero que hay que hacer es hablar
con su cónyuge. Use los principios que hemos visto en los primeros
siete capítulos de este libro, y planifique cuidadosamente cómo expli-
carle sus inquietudes. Evite la tentación de culpar o atacar. En cam-
bio, emplee la confesión y el evangelio, para darle esperanza de que las
cosas puedan mejorar. Sea específico con respecto a sus inquietudes y
las consecuencias que ambos podrían enfrentar si no trabajan juntos
para mejorar la relación. Y luego ore para que el Espíritu Santo impulse
a su cónyuge a luchar también por su matrimonio.

BUSCAR CONSEJO
Si las conversaciones personales con su cónyuge no dan resultado, el
próximo paso a dar podría ser buscar consejo sobre qué más puede
hacer individualmente para mejorar su matrimonio. Todos tenemos
176 Cómo buscar ayuda

puntos débiles y hábitos arraigados, que son difíciles de ver y cambiar.


Podría ser que un consejero imparcial le ayudase a ver su contribución
al problema más claramente y encontrar maneras de cambiar y comu-
nicarse más eficazmente con su cónyuge.
Si usted es el primero que se esfuerza en cambiar, podría desen-
cadenar una reacción similar en su cónyuge. Esto podría ayudarle a
mejorar su matrimonio aunque ninguno de los dos entre a la oficina de
un consejero para una sesión conjunta. Y si finalmente decidiera que
ambos necesitan ayuda externa, cualquier progreso que haga indivi-
dualmente podría ayudarle a mostrar su sinceridad en la búsqueda de
un cambio, lo cual a su vez podría ayudarle a motivar a su cónyuge a
buscar consejo junto a usted.
Es esencial que elija un consejero que se fundamente en las Escri-
turas y que esté dispuesto a decirle cosas duras pero necesarias. La
mayoría de nosotros tiene la tendencia natural a buscar consejo de per-
sonas que sabemos que estarán de acuerdo con nosotros. Evite a estos
hombres y mujeres que dicen“sí” a todo. Además, tenga cuidado de no
hablar con otros a para criticar a su cónyuge o para obtener
compasión. Este consejo preliminar es para usted; está buscando con-
sejo para saber cómo usted solo puede mejorar su matrimonio. Tome
el consejo en serio y pídale a Dios que le ayude a hacer el máximo
esfuerzo en hacer los cambios necesarios en su propia vida.
Si sus cambios personales no logran cambiar la situación decadente
en su matrimonio, el próximo paso es persuadir a su cónyuge de que
lo acompañe a buscar consejo para poder cuidar de su matrimonio.
No se sorprenda si su cónyuge es renuente a acompañarlo para buscar
consejo. Hay varias razones comunes por las que un cónyuge no está
dispuesto a buscar consejo.
1 El cónyuge, simplemente, no cree que haya serios problemas o, si
los hay, es por la culpa del otro.
El orgullo hace difícil que el cónyuge admita su error.
Temor a lo que piensen los demás cuando se enteren de que tiene
Xx
E

problemas matrimoniales.
ll Falta de esperanza; piensa que es una pérdida de tiempo y que
nada puede cambiar.
Temor a que sus propios pecados sean expuestos.
El cónyuge no quiere cambiar o renunciar a otra relación.
No sabe a quién recurrir.
ee
E
a Falta de dinero para pagar la consejería.
Gontical las razones que le impiden a su cónyuge acompañarlo en
Ayuda para un matrimonio en conflicto 177

la consejería es una cosa. Persuadir a su cónyuge es otra bastante dis-


tinta. Para esta tarea, podría emplear los cinco pasos del “Principio de
la PAUSA” de la negociación, descritos en el capítulo 7.
Claudia, el cónyuge que desea la consejería en nuestra ilustración
al comienzo del capítulo, usó los pasos de este principio para plan-
tearle el tema a su esposo, Javier. Ella se preparó (el primer paso del
“Principio de la PAUSA”) y además empleó los cuatro principios para la
resolución de conflictos en su propia situación, al confesar sus propios
pecados a Dios y confiar en que El obraría en el corazón de Javier. Tam-
bién afianzó la relación con su esposo (el segundo paso del “Principio
de la PAUSA”), así como lo hizo Alicia en la ilustración del capítulo 7.
Era crucial para su negociación con Javier, ubicar los intereses de
su esposo (el tercer paso del “Principio de la PAUSA”). Para poder tener
éxito, su argumentación a favor de la consejería tendría que apelar a
los intereses de Javier. Él valoraba la paz y la tranquilidad; él no que-
ría vivir en una casa llena de disensiones y contenciones, o donde la
discusión fuera el menú emocional de cada noche. Por lo tanto, Clau-
dia le explicó que la consejería podría ayudarles a reducir la tensión y
fricción que habían afectado a su matrimonio con el paso del tiempo.
Además, los podría acercar físicamente, podría devolverle a la relación
el amor que había deleitado sus primeros años de matrimonio. Ella se
imaginó que esto sería convincente para Javier.
Ella también sabía que Javier podría preocuparse por lo que pensa-
rían los demás si se enteraban que su matrimonio estaba en problemas.
Por lo tanto, enfatizó la confidencialidad del proceso de la consejería.
“Nosotros sabemos que nuestro pastor aconseja a personas todo el
tiempo, y sin embargo nunca hemos escuchado que se mencionara un
nombre o detalle en la iglesia —dijo ella—. Y si él nos enviara a otro
consejero cristiano fuera de la iglesia, también son sumamente cuida-
dosos en proteger la confidencialidad”.
Luego, le hizo ver el contraste del simple hecho de obtener un
consejo confidencial, comparado con el escándalo público que acom-
pañaría un divorcio. “Nadie tiene que saber que estamos viendo a un
consejero, Javier —dijo ella—. Pero si las cosas no mejoran y termina-
mos en divorcio, todos lo sabrán”.
Claudia había hecho su parte también. Había hablado con otras
parejas de la iglesia, que habían atravesado tiempos de dificultades
matrimoniales y que salieron a flote gracias al beneficio de la buena
consejería cristiana. “Cintia Robles me contó que ella y Pablo pasa-
ron por consejería hace algunos años, y Cintia dijo que eso salvó su
178 Cómo buscar ayuda

matrimonio”, comentó Claudia. Esto impresionó a Javier en dos nive-


les. Primero, él respetaba profundamente a Pablo Robles (una de las
razones por las que Claudia lo escogió como ilustración), y esto redujo
el argumento de la vergúenza de Javier. Segundo, él ni siquiera sabía
que Pablo y Cintia habían tenido que pasar por consejería; por lo tanto,
esto confirmaba lo que Claudia le había dicho anteriormente en cuanto
a la confidencialidad.
Después, Claudia apeló al amor de Javier por sus hijos, que todavía
eran pequeños y bastante ignorantes de los problemas de sus padres.
Puesto que ella también había hecho sus averiguaciones al respecto,
le explicó que estudios respetables habían demostrado que los niños
de padres divorciados están predispuestos a sufrir muchos efectos
secundarios negativos. Muchas veces, piensan que son los causantes
del divorcio de sus padres, y sufren por una culpa enfermiza. Inevita-
blemente, quedan afectados económicamente, dado que la familia tiene
que asumir el costo de mantener dos casas. Es más probable que sufran
problemas de conducta, que tengan dificultades en la escuela y que
abusen del alcohol y las drogas. Finalmente, es probable que sus pro-
pios matrimonios terminen en divorcio algún día.
Cuando Javier pensó en estas posibilidades, empezó a parecerle
más razonable la consejería. La fuerza combinada de los argumentos
de Claudia convenció a Javier de que la acompañara a consejería. Clau-
dia aceptó la responsabilidad de buscar consejeros locales; ambos se
pusieron de acuerdo en uno; y los dos comenzaron con la consejería
matrimonial poco después de haber hablado del tema.
Otros cónyuges necesitan más persuasión antes de aceptar. Para
éstos, podría ser sabio pedirle a un amigo maduro, alguien en quien su
cónyuge confíe y respete, que hable con él o con ella para presentarle la
posibilidad de la consejería matrimonial.
Si todo esto fracasa, puede que necesite pedirle a su pastor u otro
líder espiritual que hable con usted y con su cónyuge para aconsejar-
les. Esto es exactamente lo que Corlette hizo conmigo durante el pri-
mer año de nuestro matrimonio. Algunos meses después de casarnos,
estaba totalmente absorto en la construcción de un garaje. (Algo bueno
se había convertido en un ídolo que estaba consumiendo mi vida).
Estaba desatendiendo nuestra relación y lastimando a mi esposa. Aun-
que ella me había pedido muchas veces que hablara con nuestro pas-
tor, yo le había puesto excusas. Finalmente, desesperada, ella invitó
a nuestro pastor a casa una noche. Cuando llegué a casa después del
trabajo y lo vi sentado en la sala, me quedé frío. Supe al instante por qué
Ayuda para un matrimonio en conflicto 179

estaba allí, y su sola presencia me convenció de pecado. Aunque estaba


un poco enojado de que no me hubiera avisado, me di cuenta de que
realmente era mi culpa. Lo que había hecho Corlette era totalmente jus-
tificado y había demostrado mucho más interés en nuestra relación que
yo. No tardé mucho en reconocer la gran necesidad de cambio de mis
prioridades. Fue una experiencia embarazosa, pero cambió el rumbo
de nuestro matrimonio. ¡Y sé que Corlette lo volvería a hacer si alguna
vez me niego a tratar un asunto importante de nuestra relación!

ELEGIR EL CONSEJERO CORRECTO


Si usted y su cónyuge están atravesando problemas relativamente
menores, muchas veces pueden encontrar la ayuda que necesitan en
algún amigo o amiga, familiar o pareja de creyentes. Dado que estas
personas conocen su vida más que otros, a menudo también tienen un
mejor conocimiento de su problema y pueden ayudarle a identificar los
cambios necesarios bastante rápidamente.
Pero a veces no es conveniente recurrir a la familia o a las amista-
des. Si está atravesando problemas complejos o sumamente personales,
generalmente será más sabio recurrir a personas que sean más objeti-
vas, que estén capacitadas y que, en un futuro, no vayan a contar nada
vergonzoso de usted.
Cuando usted necesita esta clase de ayuda en su matrimonio, por
lo general, debería buscarla en su propia iglesia. Lo ideal sería que su
pastor u otro líder cristiano o consejero laico estuvieran en condiciones
de ayudarlo con la Palabra de Dios pertinente a sus problemas matri-
moniales (Ro. 15:14; He. 13:17). Además, la iglesia debería ser capaz de
brindarles el apoyo y el aliento que usted y su cónyuge necesitan para
crecer, y ser responsables en sus esfuerzos de vencer los hábitos difíci-
les de abandonar.
Sin embargo, a veces su iglesia simplemente no podrá ayudarle en
su necesidad. Algunos pastores carecen del don o la capacitación, o
incluso del tiempo, para tratar con problemas complejos. En ese caso,
puede que necesite buscar a un consejero cristiano calificado de su
comunidad.
No puedo dejar de enfatizar la necesidad de buscar consejería sólo
de personas que le ofrezcan un verdadero consejo bíblico. Las personas
que no creen en Cristo ni respetan su Palabra podrían ofrecerle consejos
bien intencionados y ocasionalmente útiles. Pero no pueden compren-
der totalmente el designio de Dios para el matrimonio, la naturaleza del
pecado y qué hace falta para producir un verdadero arrepentimiento o
180 Cómo buscar ayuda

reconciliación (véase 1 Co. 2:10-16). Por consiguiente, su consejo será


poco fiable. En un momento podrían ofrecerle una sugerencia perfec-
tamente adecuada, pero al siguiente podrían colocarlo en un sendero
totalmente contrario a la Palabra de Dios.
Lamentablemente, se podría decir lo mismo de algunos consejeros
cristianos que son sinceros en su intención. Pero ya sea por su capa-
citación insuficiente, teología deficiente, falta de genuina sabiduría y
experiencia, o compasión errónea, mezclan los principios y remedios
bíblicos con los del mundo. Mucho de lo que dicen podría ser conse-
cuente con la Biblia pero, en aspectos cruciales, se desvían y se apoyan
en su propia opinión o en la psicología secular. A pesar de sus buenas
intenciones, tales consejeros pueden llevarlo a un desastre espiritual
tan fácilmente como una persona que niega a Cristo.
Entonces, ¿cómo encontrar a un consejero cristiano confiable?
Comience su búsqueda y pregúntele a su pastor u otro líder de su iglesia
que le recomiende a alguien que sepan que es sólido en las Escrituras.
Amistades con discernimiento u otros pastores podrían ayudarle a con-
firmar algún consejero. A la hora de tomar una decisión, puede pedirles
a los potenciales consejeros información sobre su educación, teología
y metodología en la consejería. Entre otras cosas, debería averiguar su
punto de vista sobre la suficiencia de las Escrituras, la naturaleza y el
rol del pecado en el matrimonio, cómo cambian las personas y si reco-
mendarían el divorcio y en qué casos lo harían. Si sus puntos de vista
en cualquiera de estos ámbitos no se alinean con las claras enseñanzas
de la Biblia, debería seguir buscando un consejero que demuestre ser
más sólido en las Escrituras.

CLAVES PARA EL ÉXITO EN LA CONSEJERÍA


Algunas parejas pasan años en consejería sin muchas señales de pro-
greso. Otras parecen resolver problemas de importancia en solo algunas
semanas o algunos meses. Si usted quiere obtener el mayor beneficio de
la consejería matrimonial y tan pronto como le sea posible, hay cinco
cosas que puede hacer además de buscar un buen consejero bíblico.
Primero, enfóquese en sus responsabilidades (Mt.'7:3-5). Muchas
personas llegan a la consejería pensando que su cónyuge es el que más
necesita cambiar. El momento decisivo de la consejería ocurre cuando
uno o ambos cónyuges comienzan a orar sinceramente: “Dios, te pido
que por favor mejores mi matrimonio, y comienza conmigo”. Aunque
usted puede ser de influencia para su cónyuge, usted es la única per-
sona de su matrimonio a quien puede realmente cambiar. Por lo tanto,
Ayuda para un matrimonio en conflicto 181

cuanto menos piense en los defectos de su cónyuge, más rápidamente


verá el progreso en su relación matrimonial.
Segundo, vaya a la raíz de sus problemas (Stg. 4:1-3). Como hemos
visto en el capítulo 2, nuestra tendencia es enfocarnos en el compor-
tamiento externo. Para ver cambios duraderos en su matrimonio, debe
pedirle a Dios, y a veces a un consejero, que le ayude a identificar y
abandonar los ídolos (deseos convertidos en exigencias) que están con-
trolando su corazón y socavando su matrimonio. Los patrones de con-
ducta cambiarán de manera consistente solo cuando los pensamientos,
actitudes y deseos que dan origen a nuestras palabras y acciones hayan
cambiado fundamentalmente (Ef. 4:24-26).
Tercero, recuerde el evangelio (Ro. 1:16). Jesucristo vino a hacernos
libres de nuestros pecados. Él tiene el deseo y el poder de permitirles
a usted y a su cónyuge renunciar a sus viejos hábitos, desarrollar una
manera radicalmente nueva de pensar y comportarse con el otro, y darles
un amor el uno por el otro que sobrepasa todo entendimiento (Ef. 3:20).
Cuarto, pídale a su iglesia apoyo en oración y busque un mentor
a quien rendirle cuentas (Stg. 5:16). La consejería matrimonial es una
forma de guerra espiritual: usted está batallando contra ídolos e influen-
cias mundanas, que amenazan con destruir su matrimonio (Ef. 6:10-18).
Por lo tanto, es sabio buscar personas cristianas y discretas que respeten
su confianza y lo apoyen regularmente en oración y tierno aliento.
Finalmente, persevere. La mayoría de los matrimonios tienen difi-
cultades como resultado de actitudes y hábitos que han desarrollado a
través de un largo período de tiempo, algunos de los cuales preceden
al día de su boda. Dado que estos problemas tomaron un largo tiempo
para desarrollarse, por lo general, también necesitan bastante tiempo y
esfuerzo para resolverse. Por lo tanto, comprométase a seguir trabajando
el tiempo necesario para resolver los problemas que amenazan su matri-
monio, aunque eso signifique un tiempo prolongado de consejería.
He aconsejado a muchas personas que sentían que su matrimonio
había terminado y que no tenía sentido seguir adelante. En respuesta,
siempre les recuerdo que servimos a un Dios que resucitó a su Hijo
de la tumba, y que promete ese mismo poder de resurrección a todos
aquellos que confían en Él (Ef. 1:18-20). Aunque hay muchos casos que
aun así terminaron en divorcio, personalmente he sido testigo de que
Dios ha dado nueva vida a un sinnúmero de matrimonios que parecían
totalmente sin esperanzas. Por lo tanto, aunque su matrimonio parezca
no tener solución, ponga su esperanza en Dios, dependa de su gracia,
182 Cómo buscar ayuda

haga todos los esfuerzos posibles para reconciliarse y confíe que Dios
resolverá las cosas según su plan. divino.

UN ÚLTIMO RECURSO
No importa cuán amable y persuasivamente apele a su cónyuge, no
solo podría negarse a buscar o seguir con la consejería, sino incluso
decidir dejar su matrimonio del todo. Si esto sucede, puede que el único
recurso que le quede sea pedirle a su iglesia que ejerza la disciplina
eclesiástica. El mismo Jesús presentó este proceso en Mateo 18:15-17.
Él enseña que si los esfuerzos informales y personales de hacerle frente
a los pecados no prosperan, deberíamos “[decirlo] a la iglesia” (v. 17).
Esto significa que usted debería ir a los líderes de su iglesia y pedirles
que confronten a su cónyuge y ejerzan su autoridad eclesiástica para
promover el arrepentimiento y la reconciliación.
Lamentablemente, hace décadas que muchas iglesias dejaron de
obedecer los mandatos de Jesús de Mateo 18. Aunque los matrimonios
se estén derrumbando delante de sus propios ojos, los líderes simple-
mente se retuercen las manos y dicen que van a orar; pero nada más.
Cuando los líderes de la iglesia tienen el valor de intervenir tierna y fir-
memente en los matrimonios que van rumbo al fracaso, la simple ame-
naza de la disciplina eclesiástica es a veces todo lo que hace falta para
persuadir a un cónyuge descarriado a cambiar.' Sin embargo, en otros
casos, un cónyuge no arrepentido podría simplemente endurecer su
corazón, dejar la iglesia y proceder con el divorcio. Pero incluso enton-
ces, Dios a veces sigue obrando por medio de líderes y miembros de la
iglesia que no se rinden. Esto es lo que sucedió con Teresa y David.
Después de muchos años de infelicidad en el matrimonio, Teresa
comenzó a salir con un compañero de trabajo del hospital. A medida
que su interés en Sergio aumentaba, Teresa comenzó a apartarse no
solo de su esposo David, sino también de sus amigos cristianos que
ella sabía que le aconsejarían que no abandonara su matrimonio. Final-
mente, dejó a su esposo y sus hijos, se mudó con Sergio y presentó la
demanda de divorcio. Su pastor trató en repetidas ocasiones de hablar
con Teresa, pero ella siempre lo evitaba. Finalmente, en una carta, él
le pidió delicadamente que cumpliera con sus votos matrimoniales, y
le ofreció que la iglesia le proveería o pagaría cualquier consejería que
hiciera falta para ayudarlos a resolver sus diferencias y experimentar la
felicidad en el matrimonio.
Teresa se negó a aceptar su oferta y le envió una carta donde le
decía que renunciaba a su membresía en la iglesia. Su pastor le envío
Ayuda para un matrimonio en conflicto 183

una última carta en la que le advertía a Teresa sobre las consecuen-


cias espirituales de dejar de cumplir sus votos matrimoniales y des-
pués lo dijo a la congregación. En una reunión abierta solo para los
miembros de la iglesia, explicó que Teresa había dejado a su familia
y había presentado la demanda de divorcio (lo cual era un asunto de
dominio público). Después les pidió que oraran por ella y, en el espíritu
de Mateo 18:12-14, buscaran la oportunidad de pedirle delicadamente
a Teresa que regresara con su familia. Además los adiestró para que
supieran qué decir si la veían por la ciudad. En vez de tratarla con
menosprecio o actuar como si nada estuviera mal, les aconsejó que le
dijeran algo como lo siguiente:

Teresa, es muy bueno verte. Te extrañamos en la iglesia. Sé que


has tenido dificultades en tu matrimonio y que has presentado
la demanda de divorcio. Pero no es demasiado tarde. Si hon-
ras tus votos matrimoniales y aceptas la ayuda que la iglesia te
puede dar en consejería, tu matrimonio puede ser restaurado.
Te amamos y queremos lo mejor para ti. Por favor, no les des la
espalda a Dios y a tu familia.

Algunos miembros de la iglesia resolvieron ponerse en contacto


con Teresa para hablar con ella, mientras que otros simplemente espe-
raron a que Dios produjera un encuentro providencial con ella en el
supermercado, en el centro comercial o en una calle del centro de la
ciudad. De modo que ella escuchó básicamente esta misma solicitud
varias veces.
Más importante aún, el Espíritu Santo usó las palabras de sus ami-
gos para convencer a Teresa de su pecado. Al mismo tiempo, ella no
podía seguir ignorando el efecto que sus acciones estaban teniendo en
sus dos hijos, que estaban profundamente asustados y heridos con el
inminente divorcio. Por otra parte, David había estado trabajando dili-
gentemente con su pastor para saber cómo había contribuido a la rup-
tura de su matrimonio y qué necesitaba cambiar. Mientras él y Teresa
se intercambiaban a los niños semana tras semana, David le pedía a
Dios que le ayudara a mostrarle a Teresa que él realmente quería ser un
hombre diferente.
Después de cuatro meses de separación, numerosos encuentros con
su familia y repetidas peticiones de sus amigos, Teresa cedió. Final-
mente vio que estaba transitando un camino que inevitablemente pro-
vocaría dolor y desdicha a un sinnúmero de personas. Un día, entró sin
184 Cómo buscar ayuda

previo aviso a la oficina de su pastor. “¿Es demasiado tarde? —preguntó


ansiosamente—. ¿Hay realmenteuna manera de volver a unir a nuestra
familia?”. Con la entusiasta seguridad que su pastor le brindó, Teresa
comenzó un proceso de arrepentimiento y reconciliación.
Después de meses de intensa y a veces difícil consejería, ella y David
resolvieron los muchos problemas que habían lesionado su matrimo-
nio, y comenzaron a aprender una nueva manera de amar y relacio-
narse uno con el otro. No fue fácil, pero definitivamente valió la pena
el esfuerzo. Cuando llegó el día de renovar sus votos matrimoniales,
hubo más lágrimas en la iglesia que las que hubo el día que se casaron.
En reconocimiento del rol clave de la iglesia en la restauración de su
matrimonio, Teresa le pidió a su pastor que leyera las palabras de Jesús
de Lucas 15:4-6 como parte de la ceremonia:

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una


de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras
la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra,
la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a
sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he
encontrado mi oveja que se había perdido”.

Sin duda, muchas ovejas perdidas no responderán como lo hizo


Teresa. Antes bien, endurecerán su corazón, y no importa cuánto insis-
tamos, no regresarán. Pero Dios no lo hace responsable a usted por lo
que hacen los demás, sino solo por lo que usted hace (Ro. 12:18). Bus-
que a Jesús, haga lo que Él manda y deje los resultados en las manos
de Él. No importa qué suceda, usted podrá seguir adelante en la vida
con la conciencia tranquila y la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Aa

EVALUACIÓN PERSONAL
Si usted cree que su matrimonio podría estar en peligro, ahora es el
momento de tomar medidas. Cuanto más espere, más daño podría ocu-
rrir. Hay varios pasos prácticos a dar para salvar un matrimonio en
problemas:

1. Analice el problema. Haga una lista de las señales de advertencia,


y observe si son incidentes aislados o si forman parte de un patrón
continuo.
Ayuda para un matrimonio en conflicto 185

2. Hable con su cónyuge. Use los principios que hemos visto en los
primeros siete capítulos de este libro, y planee cuidadosamente
cómo presentarle sus inquietudes a su cónyuge.

3. Busque consejo. Si los dos no pueden resolver sus diferencias solos,


busque ayuda de un consejero cristiano. Trate de anticiparse a las
dudas que su cónyuge podría tener en buscar ayuda, y pídale a Dios
que le ayude a pensar en una manera persuasiva de vencer estos
obstáculos.
4. Ore y persevere. Cuando asista a cada sesión de consejería, repita
en oración: “Dios, te pido por favor que mejores mi matrimonio,
y comienza conmigo”. Recuerde quién es usted en Cristo —;¡per-
donado y redimido!— y confíe en la promesa de que Él está com-
prometido a cambiar su vida y la vida de su cónyuge. Puede que al
principio no vea cambios drásticos; muchos problemas matrimo-
niales toman años en desarrollarse, de modo que también podrían
necesitar semanas o meses en resolverse.
5. Finalmente, recurra a su iglesia en busca de consejo, apoyo y, de
ser necesario, una redentora disciplina eclesiástica. Recuerde que
vale la pena la batalla, y dele la honra a Dios al perseverar en sus
esfuerzos de salvar el matrimonio que Él le ha dado.

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Para mayor información sobre cómo tratar con un cónyuge que se niega
a reconciliarse, véase:
“ Pacificadores: Una guía bíblica para la solución de conflictos
personales (cap. 8). Publicado por Ediciones Las Américas.
z El amor debe ser firme por el Dr. James Dobson. Publicado por
Editorial Vida.
Ñ Esperanza para los separados por Gary Chapman. Publicado por
Editorial Portavoz.
Pólizas de
seguro para
un matrimonio
saludable

Horacio y Brenda parecían estar bien juntos. Ya sea sentados en un


banco de la iglesia cantando un himno el domingo a la mañana, o empu-
jando su carrito de compras por los pasillos del supermercado mientras
debatían juguetonamente qué alimentos comprar para la fiesta de la
próxima semana; parecían ser lo que observadores imparciales dirían
“el uno para el otro”.
Y se notaba. La compatibilidad física era evidente, puesto que
era difícil no verlos tomados de la mano. Compartían muchos de los
mismos intereses y libros. Lo mismo sucedía con su compatibilidad
recreativa; a ambos les gustaban los deportes y, de hecho, los mismos
deportes. En cuanto a sus vidas espirituales, cuando Horacio aceptó un
prometedor puesto inicial en una creciente ciudad de la región sur de
los Estados Unidos poco después de casados, la pareja comenzó a asis-
tir con entusiasmo a una iglesia de rápido crecimiento, donde eran una
pareja feliz entre otras muchas que parecían serlo.
Sin embargo, algunos años después, cuando llegaron los hijos, las
nubes comenzaron a ensombrecer este soleado panorama. Los niños
eran hermosos —alegres, sanos y adorables— y Brenda se abocó total-
mente a ellos. Los inscribió en toda clase de actividades, tales como
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 187

tenis o natación, lecciones de clarinete o coro de niños, y estaba siem-


pre allí supervisando cada uno de sus movimientos; se alegraba por sus
pequeñas victorias y sufría por sus pequeñas derrotas. Y, como sucede
a veces, comenzó a vivir su vida a través de ellos.
Mientras Juan y Melinda recibían todo el amor que su madre les
daba, Horacio se sentía ignorado. Sí, él amaba a los niños también, y se
notaba; pero su amor era inferior al de Brenda —ella se aseguraba de
eso—, de modo que él se refugió en su trabajo. Diez o doce horas en la
oficina se convirtieron en la norma, no la excepción, y puesto que la
intimidad que había tenido con Brenda había disminuido mes a mes, no
se sentía culpable de eso ni siquiera un poco.
Además, buscó nuevas actividades recreativas para no pensar en
los problemas que tenía en el hogar. Dado que era bueno en la mayoría
de los deportes, pero apenas regular en tenis, se inscribió para recibir
clases en un club, y allí su deporte extracurricular se convirtió también
en extramatrimonial. Dina, una divorciada que enseñaba tenis para
ganarse la vida, vio que Horacio tenía buenas cualidades y se ofreció a
darle lecciones extras con sus golpes. Una cosa llevó a la otra, y pronto
los dos comenzaron a interrumpir sus lecciones en la cancha de tenis,
solo para volverse a encontrar en la casa de Dina.
Pasaron un par de meses, y un día Horacio entró a la cocina con los
papeles de divorcio en la mano. Él le dijo a Brenda que estaba enamo-
rado de alguien “que se preocupa por mí mucho más que tú”, y que no
quería seguir con ese matrimonio “sin amor”.
Brenda no quería firmar los papeles de divorcio, al menos al princi-
pio. Entonces buscó ayuda en su iglesia, pero su pastor se negó a hablar
con Horacio. A comienzos de su carrera pastoral, había confrontado a
un esposo adúltero y, después de la reacción violenta que experimentó,
prometió que no lo volvería a hacer. Además, razonaba él, probable-
mente sea mejor que los niños no estén en un hogar donde hay falta de
amor y muchas peleas.
De modo que Brenda decidió aceptar el divorcio, pero no renuncia-
ría a sus hijos. Ella peleó por la custodia de sus hijos con venganza y,
con las heridas todavía frescas y sangrantes, el divorcio finalizó. Como
en muchos de estos procesos judiciales, ella ganó y a la vez perdió.
Brenda obtuvo la custodia principal, y los fines de semana los niños se
quedaban con Horacio y su novia; un acuerdo que Brenda detestaba con
todo su corazón.
En cuanto a los niños, Juan y Melinda quedaron atrapados en el
medio, donde a corto plazo efectivamente sufrieron, y a largo plazo tam-
188 Cómo buscar ayuda

bién. Ambos desaprobaban lo que su papá estaba haciendo y mostraban


desagrado por Dina, pero también les afligía la amargura de su madre.
Juan, de doce años en ese momento, estaba profundamente resen-
tido por lo que había hecho su padre, y su relación con él se iba deterio-
rando en cada visita de fin de semana, que casi siempre terminaba con
una pelea a gritos entre los dos el domingo por la noche.
Melinda, de siete años, demostraba su dolor de manera diferente.
Ella, igual que muchas pequeñas víctimas del divorcio, creía que,
de alguna manera, era la culpable de la separación de sus padres; no
importa cuánto trataran de convencerla sus padres de lo contrario. Si
solo hubiera sido una “mejor hija” —creía ella—, “Papi no se hubiera
ido”. Y si ella se esforzaba todo lo que pudiera para ser esa mejor hija
—se pusiera su mejor ropa cuando fuera a visitar a papá, y fuera siem-
pre todo lo buena y positiva que pudiera cuando estuviera con él— tal
vez, papá volvería a casa otra vez.
Las inseguridades y el enojo reinante en la casa, inevitablemente
trascendieron a la escuela. Una vez que el arrebato de enojo inicial
desapareció, Juan desarrolló una autonomía emocional prematura a
fin de aliviar su dolor, que se manifestaba en una conducta antisocial
y agresiva en la escuela. Melinda, por su parte, dejó que su anormal
estrés emocional se manifestara en depresión y subsiguientes ataques
verbales contra sus maestros y compañeros de clase.
Brenda tuvo que volver al trabajo, por primera vez en doce años. Dado
que no tenía muchas habilidades profesionales, le asignaron responder el
teléfono en una tienda de departamentos. Ese primer año, los ingresos de
la familia disminuyeron en un 35%. La presión de sostenerse a sí misma
y asus dos hijos atribulados parecía enorme, y todo el tiempo se pregun-
taba si no podría haber hecho algo más para prevenir la ruptura de su
matrimonio. Sí, podría haberlo hecho, pero ahora era demasiado tarde.

EL PRUDENTE VE EL PELIGRO Y LO EVITA


Proverbios 27:12 es muy oportuno para el matrimonio. En ese pasaje, el
más sabio de los sabios aconseja: “El prudente ve el peligro y lo evita; el
inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” (Nvp.
Como hemos enfatizado varias veces en este libro, el conflicto entre
personas, incluso entre aquellas que son cercanas, es inevitable. Y pro-
meter “vivir juntos... para bien o para mal... en la salud o enferme-
dad... hasta que la muerte los separe” no niega el hecho de que estas
dos personas son pecadoras y que, naturalmente, experimentarán con-
flictos, con el potencial de destruir su matrimonio.
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 189

El hecho de que usted sea cristiano no le protege de estas dificulta-


des. Aunque sea difícil creerlo, entre aquellos que profesan ser cristia-
nos hay casi el mismo índice de divorcio que entre los no cristianos.'
Por consiguiente, pensar que su matrimonio de alguna manera es
inmune al divorcio porque los dos son cristianos, es ingenuo.
Si los cónyuges son sabios, seguirán el consejo del rey Salomón.
Verán “el peligro y lo [evitarán]”. En otras palabras, darán pasos delibera-
dos para evitar problemas e incorporar a su matrimonio unas “pólizas de
seguro” que les ayuden a atravesar los tiempos difíciles y seguir juntos.
Pero lo deben hacer antes que surjan los problemas, cuando ambos
cónyuges están todavía comprometidos con el éxito de su matrimonio.
En nuestra ilustración del comienzo del capítulo, Brenda vio la luz;
pero fue demasiado tarde. Si ella y Horacio hubieran incorporado unas
“pólizas de seguro” a su matrimonio durante los años maravillosos que
vivieron juntos antes que llegaran los niños, hubieran tenido mejores
probabilidades de superar los tiempos difíciles. Porque cuando surgen
los problemas, uno o ambos cónyuges podrían tener dudas sobre el
matrimonio y negarse al compromiso de esforzarse para preservar su
relación matrimonial.
De modo que este es nuestro objetivo en este capítulo: Presentar
siete pasos proactivos que una pareja puede dar a fin de preparar el
camino para hacerle frente al conflicto antes que surjan problemas.
1. Cultivar la relación matrimonial.
il Aprender a ser pacificadores.
1 Asistir a una iglesia que enseñe la pacificación.
E Asistir a grupos de parejas.
¡ Decidir pedir ayuda cuando sea necesario.
1 Firmar un pacto matrimonial.
1 Ofrecerse para ayudar a otras parejas.

Cultivar la relación matrimonial


Si el matrimonio no toma la determinación de cultivar su relación, es
muy raro que crezca y, en muchos casos, se deteriorará. Como reza el
dicho popular: “Al camarón que duerme, se lo lleva la corriente”. Las
atracciones, presiones y tentaciones del mundo pueden fácilmente des-
truir a las parejas. Por lo tanto, es esencial que una pareja cultive deli-
beradamente las cuatro dimensiones clave de su relación matrimonial:
espiritual, intelectual/recreativa, emocional y física.
Este libro, en sí, no aborda la edificación del matrimonio, pero el
concepto de cultivar deliberadamente el matrimonio es tan importante
190 Cómo buscar ayuda

para la prevención de los problemas matrimoniales, que se merece que


e O brevemente de este asunto.
A Espiritual. Dos personas que buscan estar más cerca de Dios,
inevitablemente estarán más cerca el uno del otro. Compromé-
tanse a crecer en la fe mediante la oración conjunta, el estudio de
la Palabra de Dios, la adoración corporativa y la comunión.
i Intelectual/recreativa. Comprométanse a disfrutar mutuamente
de la mayor cantidad posible de actividades que cultiven la
relación: lectura, cursos de enseñanza para adultos, pasatiempos,
entretenimientos, recreación, deportes, viajes, etc. Hacer este
tipo de actividades en forma conjunta les permite a los cónyuges
involucrarse más el uno con el otro, intercambiar preguntas y
conocimiento, y crecer en la misma dirección.
i Emocional. Dar muestras de afecto, interés y devoción mediante
palabras y acciones; comunicarse de una manera abierta,
cuidadosa y sincera, que sea sensible al estilo de comunicación
de su cónyuge; estas son solo algunas de las maneras que un
esposo y una esposa pueden cultivar el vínculo emocional entre
ellos. Sumamente importantes, para evitar el alejamiento y
mantener la intimidad emocional, son la confesión y el perdón;
ambas experiencias emocionales.
il Física. La relación sexual se extiende más allá del dormitorio y
puede sustentarse por otras demostraciones de afecto tales como
acariciarse tiernamente, abrazarse y tomarse de la mano. La
excitación física une a la pareja, y no necesariamente tiene que
decrecer con el tiempo; de hecho, puede crecer cada vez más si
los cónyuges están dispuestos a seguir creciendo juntos.
Como mencionamos anteriormente, este es solo un resumen muy breve
y no pretende ser una lista exhaustiva de actividades que cultivan
la relación matrimonial. Hay muchos libros y cursos excelentes a su
disposición, que le pueden ayudar a desarrollar el plan indicado para
usted (véase la sección “Para profundizar más en el tema” al final de
este capítulo).

Aprender a ser pacificadores


Como hemos visto a lo largo de este libro, nuestra naturaleza pecadora
es una garantía de conflicto en el matrimonio, no importa cuán com-
prometido esté cada cónyuge con el otro. Lo que importa es la manera
en que los cónyuges manejan los conflictos. Si no aprendemos cómo
resolver nuestras diferencias de manera constructiva, las continuas
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 191

ofensas de la vida diaria provocarán una reacción explosiva y levanta-


rán una pared que nos dividirá o separará permanentemente de nuestro
cónyuge.
Leer este libro es un primer paso importante para resolver estas
diferencias. Pero usted también debe comprometerse a practicar lo que
ha aprendido. Como Pablo promete en Filipenses 4:9: “Lo que apren-
disteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz
estará con vosotros”. En cierto sentido, los conflictos son oportunida-
des; posibilidades de practicar los principios bíblicos que ha aprendido
en este libro.
Una manera muy buena de practicar estos principios es comentár-
selos a otros. Pablo dice lo mismo en su carta a Filemón: “...ruego que
la comunión de tu fe llegue a ser eficaz por el conocimiento de todo lo
bueno que hay en vosotros mediante Cristo” (v. 6 LBLA). Según indica el
versículo, cuanto más comuniquemos lo que Dios nos está enseñando
acerca de la pacificación, más plenamente entenderemos los principios
de la pacificación.
Y una de las mejores maneras de hacer esto es enseñar las técnicas
de pacificación a otros. Cualquiera que alguna vez haya dado una clase
de cualquier tipo —ya sea de la Biblia o de cualquier otro tema— por
lo general, crece en el conocimiento del tema que está enseñando. Lo
mismo sucede con la pacificación. Un buen lugar para comenzar sería
enseñar The Young Peacemaker [El joven pacificador] a sus propios hijos
o niños de su iglesia. Podría también ofrecerse como voluntario para
dar una clase en la escuela dominical o en un grupo de estudio bíblico
hogareño, empleando los materiales desarrollados por Peacemaker
Ministries.?

Asistir a una iglesia que enseñe la pacificación


En una encuesta a dos mil pastores, cuando preguntaron cuál era la
mayor deficiencia de su formación en el seminario o instituto bíblico, la
respuesta número uno fue el “manejo del conflicto”.* Dado que muchos
pastores nunca han aprendido un sistema bíblico práctico para la reso-
lución de los conflictos, no es de sorprenderse que muchas iglesias sean
torpes e inexperimentadas en lo que se refiere a ayudar a sus miembros
a resolver los conflictos.
Si las cosas van bien en su matrimonio, puede que nunca note esta
deficiencia. Pero si usted encuentra severos conflictos en su matrimo-
nio, la debilidad de su iglesia en este ámbito puede constituir la diferen-
cia entre la restauración de su matrimonio y el divorcio.
192 Cómo buscar ayuda

Por lo tanto, una de las mejores maneras de impedir que su matri-


monio experimente una futura catástrofe es asistir a una iglesia que
haya desarrollado deliberadamente su capacidad de adiestrar y ayudar
a sus miembros a responder al conflicto de una manera bíblica. Si usted
está en una iglesia que no se ocupa de esto, entonces debería hacer todo
lo posible por alentar al liderazgo para que ayude a la iglesia a crecer
en este ámbito.*
Ser parte de una iglesia que enseña la pacificación puede ser de
inspiración y aliento para usted y su cónyuge, a fin de resolver bíbli-
camente sus conflictos. Cuando usted ve que otros ponen en práctica
estos principios, recibe aliento para hacer lo mismo. Por ejemplo, si un
hombre de la iglesia da testimonio de que Dios le ayudó a confesarle
un pecado a su esposa, otro esposo podría sentir una necesidad similar
en su vida.
Cuando usted y su cónyuge tienen un conflicto que no pueden
resolver por ustedes mismos, pueden recurrir a otras personas o líderes
de la iglesia para recibir aliento, consejo y tener la obligación de dar
cuenta de las acciones que deben implementar. Y si usted o su cónyuge
caen en tentación y no se arrepienten, una iglesia que está comprome-
tida con la pacificación seguirá el proceso que Jesús presenta en Mateo
18:15-17, por medio del cual Dios a menudo obra en pro de la restaura-
ción de matrimonios que parecen destruidos y sin esperanza (véase la
historia del final del capítulo 11).

Asistir a grupos de parejas


Durante los primeros años de mi matrimonio, disfrutaba cuando les
contaba a otros una historia divertida sobre Corlette. Ella siempre se reía
cuando yo la contaba, así que pensé que lo disfrutaba tanto como yo.
Pero después de escucharme contar la historia en una reunión
hogareña, un amigo llamado Greg me pidió que saliéramos a almorzar
al día siguiente. Allí me confrontó cuidadosamente sobre la historia
que había contado, y me dijo que pensaba que había herido los senti-
mientos de Corlette.
Traté de restarle importancia y le dije que Corlette siempre se había
reído de la historia. Él argumentó que la había mirado a los ojos mien-
tras yo contaba la historia, y que había visto vergúenza, no risa. Y me
aconsejó que le preguntara lo que realmente sentía con esa historia.
Cuando llegué a casa, le conté a Corlette lo que había hablado con
Greg, y terminé diciendo: “¿No es absurdo? Él realmente piensa que la
historia te avergúenza”. (¡Esto es lo que los abogados llaman una pre-
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 193

gunta capciosa!). Corlette me miró por un momento y después estalló


en lágrimas.
—¿Quieres decir que te da vergúenza? —le pregunté.
—Sí —respondió—. Cada vez que la cuentas, me siento en ridículo.
—¿Entonces, por qué siempre te ríes? —le pregunté totalmente sor-
prendido.
—Porque no quiero parecer demasiado susceptible —me respondió.
Abracé a Corlette y le dije que lo lamentaba y que me avergonzaba
de haber sido tan insensible con ella. Y le prometí pedir a Dios que me
ayudara a ser mucho más cuidadoso en el futuro con lo que decía para
no avergonzarla. También llamé a Greg para decirle que tenía razón, y
para agradecerle por amarnos a Corlette y a mí lo suficiente como para
confrontarme por mi conducta pecaminosa.
Esta historia ilustra la sabiduría y el beneficio de procurar deli-
beradamente tener comunión regular con otras parejas cristianas, que
pueden observar cómo interactúa usted con su cónyuge en un entorno
informal y confrontarlo con amor cuando ven que usted hace algo que
podría minar su matrimonio.
Una de las mejores maneras de encontrar este tipo de comunión
es asistir a grupos hogareños, donde las parejas estudian la Biblia y
rinden cuentas unos a otros de su vida cristiana, especialmente en el
matrimonio. Esta responsabilidad de rendir cuentas no sucede automá-
ticamente. La mayoría de las personas es reacia a la hora de confrontar
a otros; por lo tanto, es importante que los que asisten a su grupo se
comprometan explícitamente a mostrarse amor los unos por los otros
y practicar los principios de responsabilidad enseñados en Gálatas 6:1:
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (véase
también Mt. 18:15-17).*
Cuando las parejas cristianas participan en los grupos hogareños
y practican el designio de Dios de la responsabilidad mutua, pueden
ayudarse unos a otros a reconocer los problemas matrimoniales apenas
comienzan, y ofrecer una medida defensiva contra el pecado sigiloso
que puede destruir el matrimonio.

Decidir buscar ayuda cuando sea necesario


Otro paso que pueden dar para proteger su matrimonio es decidir bus-
car consejo de terceros si experimentan problemas matrimoniales que
no pueden resolver por su cuenta. Es importante hacer este acuerdo
lo más pronto posible, cuando los dos están comprometidos con su
194 Cómo buscar ayuda

matrimonio y comprenden que es sabio y necesario buscar consejo de


terceros si no pueden resolver sus diferencias en privado (véase Mt.
18:15-16). Si esperan hasta que surjan los problemas para hablar de
consejería, su cónyuge podría oponerse a la consejería, ya sea porque
es renuente a admitir que no puede resolver sus propios problemas, o
porque ya no está comprometido con el éxito del matrimonio.
Cuando hacen este acuerdo, deberían decidir bajo qué circuns-
tancias buscarán consejo, y a quién recurrirán para pedir ayuda. El
siguiente es un ejemplo de este tipo de acuerdo:

Como Jesús enseña en Mateo 18:15-20, incluso los verdaderos


cristianos no siempre pueden resolver sus diferencias en pri-
vado. A veces, podríamos necesitar el entendimiento, el aliento
y el consejo de otros cristianos que nos ayuden a manejar y
resolver el conflicto. Reconocemos que esta enseñanza es rele-
vante para las parejas casadas, y reconocemos que podría llegar
el tiempo en que necesitemos ayuda externa para resolver los
problemas que surjan en nuestro matrimonio o nuestra familia.
Por lo tanto, nos comprometemos delante de Dios a bus-
car en conjunto consejo de terceros cuando un conflicto entre
nosotros haya persistido más de 48 horas, y cualquiera de los
dos crea que no se haya resuelto debidamente. (Si cualquiera de
los dos actúa de una manera que podría derivar en daño físico
hacia el otro o hacia cualquier otra persona, procederemos a
buscar consejo de inmediato).
Si ambos decidimos que es apropiado, primero busca-
remos consejo informalmente de una persona o pareja que
ambos reconozcamos que son espiritualmente maduras y
capaces de ofrecer consejos bíblicos sólidos, tales como un
amigo íntimo, el líder de un grupo hogareño, un maestro de la
escuela dominical o un diácono o líder de la iglesia. (Si lo desea,
podría escribir el nombre de esa persona o pareja a continua-
CODA Merigos eulppadaty ghatorp ao ).
Si esa persona o pareja no está disponible o no puede ayu-
darnos, buscaremos consejo de nuestro pastor o de alguien que
él nos recomiende. Si ese consejo no resuelve nuestras diferen-
cias, buscaremos a un consejero cristiano, preferiblemente uno
que nuestra iglesia nos recomiende.
En cuanto a los consejos de terceros, reconocemos que raras
veces se resuelven los problemas serios en una sola conversa-
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 195

ción. Por lo tanto, nos comprometemos a seguir en consejería


el tiempo necesario para resolver nuestras diferencias y recon-
ciliarnos totalmente el uno con el otro.

Firmar un pacto matrimonial


Para que tenga más peso el compromiso de velar por su matrimonio y
resolver los conflictos de una manera estrictamente bíblica, podrían
firmar un “pacto cristiano de matrimonio y pacificación” que los com-
prometa a recurrir a la iglesia y no al tribunal civil para resolver los
problemas que, en principio, podrían dar lugar a cuestiones legales.
Este acuerdo consta de lo siguiente:

Puesto que creemos que Dios, en su sabiduría y providencia,


ha ordenado y establecido el matrimonio humano como una
relación de pacto, cuyo objetivo es reflejar el pacto matrimo-
nial eterno establecido por medio de la muerte, sepultura y
resurrección de su Hijo con su Iglesia; y, por consiguiente, el
matrimonio humano es una promesa sagrada para toda la vida,
que refleja nuestro amor incondicional del uno por el otro, y
puesto que creemos que Dios quiere que el pacto matrimonial
humano refleje su promesa de nunca dejarnos ni abandonarnos
como demuestra lo que Él ha hecho por nosotros mediante su
Hijo, Jesucristo, nosotros, los abajo firmantes esposo y esposa,
hombre y mujer, hechos a la imagen de Dios, por este medio,
confirmamos y reafirmamos nuestro compromiso solemne de
cumplir con los votos matrimoniales con la ayuda de Dios y
de exaltar la naturaleza sagrada, la gloria y la permanencia
del pacto matrimonial eterno de Dios en su Hijo con la Iglesia
por medio de nuestro matrimonio, llamando a otros a honrar
y cumplir sus votos matrimoniales; y nosotros, bajo nuestro
total y sabio consentimiento y con pleno conocimiento y enten-
dimiento de este pacto de arbitraje, pactamos y consentimos
irrevocablemente en someter cualquier pregunta concerniente
a la disolución de nuestro matrimonio a arbitraje vinculante
de acuerdo con las normas de procedimiento del Instituto de
Conciliación Cristiana, una división de Peacemaker Ministries,
bajoWayunisdicción: deral. crm a La:digit (nombre de la
iglesia local) o cualquier iglesia a la cual nosotros o cualquiera
de nosotros podría asistir de aquí en adelante, creyendo que
196 Cómo buscar ayuda

cualquiera de estos asuntos tiene que ver estrictamente con una


cuestión religiosa a resolverse solamente de acuerdo a las nor-
mas establecidas en la Santa Biblia, y, por este medio, ambos
decidimos someternos a cualquier decisión por arbitraje hecha
de acuerdo a las normas de procedimiento del Instituto de Con-
ciliación Cristiana, una división de Peacemaker Ministries,
como concluyente y vinculante en referencia a la cuestión de si
nuestro matrimonio debería disolverse.*

Ofrecerse para ayudar a otras parejas


En la medida que Dios le permita vencer sus propias dificultades
matrimoniales y experimente una relación más cercana y fuerte con su
cónyuge, le animo a ofrecerse para ayudar a otras parejas que se bene-
ficiarían de su experiencia y sabiduría.
En muchos casos, el solo hecho de ir a tomar un café con alguien le
dará la oportunidad de darle aliento y guía a ese amigo para que pueda
resolver sus cuestiones matrimoniales intrascendentes antes que sur-
jan problemas más serios.
Si usted quiere aprender más acerca de cómo ayudar a otros a
manejar los conflictos matrimoniales, le animo a inscribirse en el Pro-
grama de entrenamiento para conciliadores de Peacemaker Ministries.
Este entrenamiento está diseñado para capacitar a personas calificadas
de la iglesia local con adiestramiento para el conflicto y técnicas de
mediación fundamentales, pertinentes para los conflictos matrimonia-
les así como para otros conflictos que los cristianos experimentan en
la vida diaria. Hay también un curso de entrenamiento avanzado, que
se llama “Cómo intervenir en los matrimonios conflictivos”, que ofrece
una mayor dirección y práctica para ayudar a personas con matrimo-
nios en problemas.
En a 8

El matrimonio es una dádiva maravillosa de Dios, por medio del cual


Él enriquece nuestra vida, nos bendice con hijos, nos guarda de la ten-
tación y presenta un modelo al mundo del amor de Jesucristo por su
Iglesia (Ef. 5:25). El pecado, Satanás y el mundo conspiran diariamente
para contradecir a Dios y manchar este modelo. Por lo tanto, sea sabio.
Reconozca las oportunidades así como los peligros que se avecinan.
Prepárese hoy para manejar los conflictos inevitables de una manera
fielmente bíblica. A medida que usted y su cónyuge aprendan a ser
Pólizas de seguro para un matrimonio saludable 197

pacificadores, no solo fortalecerán su matrimonio, sino que también


lo convertirán en un espacio donde Dios será glorificado, otros serán
ministrados, y los dos serán conformados cada vez más a la imagen del
gran Pacificador, nuestro Señor Jesucristo.

¿q ...4

EVALUACIÓN PERSONAL
En un mundo caído, los matrimonios están inevitablemente expues-
tos al ataque. Expectativas insatisfechas, años de críticas o alternativas
atractivas pueden amenazar cualquier matrimonio. Para salvaguardar
su matrimonio, ponga en ejecución estas pólizas de seguro hoy.

1. Cultive su relación matrimonial en los cuatro niveles: espiritual,


intelectual/recreativo, emocional y físico.
2. Aprenda a ser un pacificador al estudiar y emplear regularmente
los poderosos principios para la pacificación establecidos en las
Escrituras.

3. Asista a una iglesia que practique la pacificación y donde se ense-


ñen, aconsejen y ejemplifiquen la resolución bíblica del conflicto y
la disciplina redentora.

4. Asista a un grupo pequeño para parejas donde pueda comentar sus


inquietudes y cargas, y recibir consejo y aliento de personas que
realmente le conocen.
5. Decidan buscar ayuda cuando sea necesario, y especifiquen cuándo
la buscarán y a quién recurrirán.

6. Firme un pacto matrimonial con su cónyuge que los comprometa a


recurrir a su iglesia, y no al tribunal civil, si su problema se agrava.
7. Ofrézcase para ayudar a otras parejas. Al desarrollar habilidades
conciliadoras y trabajar con otras parejas, puede ayudar a preservar
a otros matrimonios y, al mismo tiempo, aprender lecciones que
fortalecerán y guardarán su propio matrimonio.
198 Cómo buscar ayuda

44

PARA PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA


Para una guía práctica de cómo edificar su matrimonio, véase:
Complete Marriage and Family Home Reference Guide, por el Dr.
James Dobson. (Solo en inglés).
Starting Your Marriage Right: What You Need to Know in the Early
Years to Make It Last a Lifetime, por Dennis y Barbara Rainey. (Solo en
inglés).
Momentos juntos para un hogar lleno de paz por Dennis y Barbara
Rainey. Publicado por Unilit.
Temas de intimidad: Conversaciones de mujer a mujer por Linda
Dillow y Lorraine Pintus. Publicado por Editorial Caribe.
APÉNDICE A

Lista de verificación
de un pacificador

Glorificar a Dios: ¿Cómo puedo agradar y honrar al Señor en esta situa-


ción?

Con la ayuda de Dios, buscaré glorificar al Señor al:


8 Procurar constantemente dar testimonio de lo que Cristo ha
hecho por mí.
Preguntarme: ¿Qué agradará y honrará a Dios en esta situación?
Esforzarme tenaz, diligente y continuamente por vivir en paz
con mi familia.
Recordar que la reputación de Jesús se ve afectada por la manera
en que me llevo con los demás.
Confiar que Dios siempre tiene todo bajo control y que las cosas
que Él permite son para mi beneficio, incluso en medio del
conflicto.
Usar el conflicto como una oportunidad para servir a otros.
ad
ss Cooperar con Dios cuando está limpiando mi vida de actitudes,
ídolos y hábitos pecaminosos, y cuando me ayuda a crecer para
ser más como Cristo.

Sacar la viga de nuestro propio ojo: ¿Cómo he contribuido a este con-


flicto, y qué tengo que hacer al respecto?

Para identificar los ídolos que podrían estar gobernando mi corazón,


con la ayuda de Dios haré lo siguiente:
pr
En oración, me haré preguntas que tengan la capacidad de una
radiografía (véase p. 26) para exponer los deseos de mi corazón.
a Llevaré un registro de mis descubrimientos en un diario para
poder identificar patrones y buscar diligentemente cada ídolo
específico.
Oraré diariamente para que Dios no permita que mis ídolos
influencien mi vida, haciéndome sentir desdichado cada vez que
ceda a ellos.
200 Apéndice A

ñ Les describiré mis ídolos a mi cónyuge y a alguien a quien pueda


darle cuentas de mi comportamiento, y les pediré que oren por
mí y que me confronten con amor cuando vean indicios de que
el ídolo todavía controla mi vida.
Reconoceré que los ídolos son expertos en disimular y ocultarse.
Tan pronto como obtenga una victoria sobre una exigencia
particular o forma de castigo, es probable que mi ídolo reaparezca
en una forma afín, con una nueva justificación y medios más
sutiles de juzgar y castigar.
Si estoy enfrentando a un ídolo que es difícil de identificar o
conquistar, iré a mi pastor o a algún otro consejero, espi-
ritualmente maduro, para recibir su consejo y apoyo.
Sobre todo, le pediré a Dios que reemplace mis ídolos con un
amor por El cada vez más grande, y un deseo ferviente de adorarle
a Él y solo a Él.

Antes de hablar con los demás acerca de sus errores, con la ayuda de
Dios, me preguntaré:
Ñ ¿Cuál es el verdadero problema aquí?
B ¿Es algo que debería, simplemente, pasar por alto?
y ¿Soy culpable de palabras imprudentes, mentiras, murmuración
u otra forma de palabras vanas?
¿He sido fiel a mis palabras y cumplido con todas mis res-
ponsabilidades?
¿He abusado de mi autoridad?
¿He respetado a los que están en autoridad sobre mí?
¿He tratado a otros como quiero que me traten a mí?
¿Me motivan deseos que se han convertido en exigencias (ídolos),
y juzgo y castigo a los demás por no hacer lo que yo quiero?

Cuando vea que he pecado, con la ayuda de Dios haré lo siguiente:


Me arrepentiré; es decir, cambiaré mi manera de pensar, de modo
que me apartaré de mis pecados y me volveré a Dios.
Confesaré mis pecados y emplearé los siete elementos de la
confesión, a saber: hablaré con todas las personas afectadas;
evitaré las palabras si, pero y tal vez; admitiré específicamente qué
he hecho mal; me disculparé por haber lastimado a otros; aceptaré
las consecuencias de mis acciones; explicaré cómo cambiaré mis
actitudes y comportamiento en el futuro; y pediré perdón.
A
E Cambiaré mis actitudes y comportamiento al pedirle a Dios que
Lista de verificación de un pacificador 201

me ayude, enfocarme en el Señor para que pueda vencer mis


ídolos personales, estudiar la Biblia y practicar cualidades de
carácter piadosas.

Hablar con nuestro hermano y mostrarle su falta: ¿Cómo puedo ayudar


a otros a entender cómo han contribuido al conflicto?

Cuando me entere de que alguien tiene algo contra mí, iré y hablaré con
esa persona acerca de ello, aunque no crea haber hecho algo malo. Un
pecado es demasiado grave para pasarlo por alto si:
Deshonra a Dios.
ñ Ha dañado nuestra relación.
i Hiere o podría herir a otras personas.
i Daña al ofensor y reduce la utilidad de esa persona para Dios.

Cuando tenga que confrontar a otros, con la ayuda de Dios haré lo


siguiente:
Escucharé responsablemente y esperaré con paciencia mientras
el otro habla, y prestaré atención a lo que dice, aclararé sus
comentarios con preguntas adecuadas, reflexionaré en sus sen-
timientos e inquietudes con respuestas explicativas y aceptaré lo
que me diga cuando sea posible.
Daré esperanza y aliento al ministrar el evangelio a otros (y
recordarles que Jesús quiere hacernos libres de nuestros pecados).
Elegiré el momento y el lugar propicios para una conversación
productiva.
Creeré lo mejor del otro hasta que cuente con datos que
demuestren lo contrario.
Habiaré en persona siempre que sea posible.
E Planificaré mis palabras por adelantado y trataré de anticiparme
a las respuestas del otro.
Hablaré en “primera persona” cuando corresponda.
Hablaré de hechos objetivos y no de opiniones personales.
Emplearé la Biblia cuidadosa y prudentemente.
Pediré un comentario de la otra persona.
Ofreceré soluciones y preferencias.
Reconoceré mis límites y dejaré de hablar una vez que haya
dicho lo razonable y adecuado.
202 Apéndice A

Si no puedo resolver una diferencia con alguien en privado, y si el


asunto es demasiado grave para pasarlo por alto, con la ayuda de Dios:
B Buscaré consejo para poder ser un pacificador más eficiente.
A Le sugeriré a la otra persona que busquemos ayuda de un
consejero cristiano.
ES Si es necesario, por mi cuenta, le pediré a una o dos personas
más que hablen con nosotros.
Si es necesario, buscaré ayuda de nuestra iglesia para que ejerza
disciplina.

Reconciliarse: ¿Cómo puedo demostrar perdón y promover una solución


razonable a este conflicto?

Cuando perdone a alguien, con la ayuda de Dios haré estas promesas:


di
No volveré a pensar en este incidente.
No volveré a mencionar este incidente y a usarlo en tu contra.
No volveré a hablar de este incidente con los demás.
No permitiré que este incidente interfiera entre nosotros o
Ex
WE
HZ

estorbe nuestra relación personal.

Cuando me cueste perdonar a alguien, con la ayuda de Dios haré lo


siguiente:
B Si es necesario, hablaré con esa persona para tratar con cualquier
problema sin resolver y confirmar el arrepentimiento.
Renunciaré al deseo de castigar a la otra persona, de hacer que
esa persona se gane mi perdón o exigirle garantías de que nunca
volverá a ofenderme.
Evaluaré mi contribución al problema.
Reconoceré de qué manera Dios está usando esta situación para
mi beneficio.
Recordaré cuánto Dios me ha perdonado, no solo en esta
situación, sino también en el pasado.
Dependeré de la fortaleza de Dios mediante la oración, el estudio
de la Biblia y, si es necesario, la consejería cristiana.

Con la ayuda de Dios demostraré perdón y pondré en práctica el prin-


cipio de la sustitución al:
Ñ Reemplazar pensamientos y recuerdos dolorosos por pen-
samientos y recuerdos positivos.
g Hablar bien de y a la persona que he perdonado.
Lista de verificación de un pacificador 203

li Hacer cosas afectivas y constructivas por y para la persona que


he perdonado.

Cuando necesite negociar un acuerdo sobre asuntos sustanciales, con la


ayuda de Dios usaré el “Principio de la PAUSA”:
E Prepararme cuidadosamente para hablar con la otra persona.
Ñ Afianzar la relación por medio del respeto y el cuidado de la otra
persona.
1. Ubicar los intereses de la otra persona así como los míos.
Sacar a la luz soluciones creativas que, en lo posible, satisfagan al
máximo nuestros intereses.
Ñ Analizar varias opciones de manera objetiva y razonable.
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APÉNDICE B

Peacemaker Ministries:
Historia y propósito

La misión de PeacemakerQ Ministries es preparar y ayudar a los cristia-


nos y sus iglesias a responder al conflicto bíblicamente.
El ministerio fue fundado en 1982 por un grupo de pastores, abo-
gados y hombres de negocios, que querían alentar y ayudar a los cris-
tianos a responder al conflicto bíblicamente. Desde entonces, hemos
desarrollado recursos educativos, seminarios y entrenamiento en la
conciliación para ayudar a los cristianos a aprender a servir a Dios como
pacificadores en los conflictos que experimentan en la vida diaria.
Mediante nuestra red de conciliadores internacionales, también
ofrecemos consejería, mediación y servicios de arbitraje en los conflic-
tos para ayudar a resolver los conflictos personales, las disputas comer-
ciales, divisiones de iglesias y ministerios e incluso pleitos judiciales
complicados.

RECOMENDACIÓN DE CONCILIADORES LOCALES


Si usted tiene un conflicto en su familia que no puede resolver perso-
nalmente, siga la enseñanza de Jesús en Mateo 18:16 y busque ayuda
de alguien de su comunidad. Debería comenzar por preguntar si hay
alguien en su iglesia, o en una iglesia de la zona, que haya demostrado
un don particular para la pacificación. Muchas iglesias están entre-
nando a tales personas mediante nuestro programa de entrenamiento
para conciliadores. Si usted no puede localizar a un conciliador califi-
cado en una iglesia local, podría contactar con Peacemaker Ministries
para pedir el nombre de cualquier consejero cristiano certificado de su
zona.

CÓMO ENTRENAR A SU IGLESIA


EN LA PACIFICACIÓN
Uno de nuestros objetivos principales es asistir a las iglesias en el desa-
rrollo de una “cultura de paz”, donde las personas puedan experimen-
tar la paz y encontrar guías prácticas para resolver los conflictos. Hay
varios pasos que una iglesia puede dar para crear un entorno donde se
206 Apéndice B

aliente y ayude constantemente a los miembros a responder al conflicto


bíblicamente. Estos pasos constamde:
Ñ Educar a los adultos sobre la pacificación en las clases de escuela
dominical y en grupos de estudio bíblico hogareños.
E Educar a los niños en los devocionales familiares y en clases de
escuela dominical con el uso de The Young Peacemaker [El joven
pacificador].
li Enmendar los estatutos locales de la iglesia para incorporar
específicamente los principios de pacificación, incluido el uso de
la disciplina eclesiástica redentora.
Ñ Entrenara miembros calificados para que sirvan a la congregación
como conciliadores.
Para una guía más específica sobre cómo desarrollar una cultura
de paz en su iglesia, visite nuestra página web en español http://www.
peacemaker.net/site/c.mkLUJ7MNKrH/b.5203795/k.C38C/Tnicio.htm
y haga clic en “Artículos: La Pacificación en la Iglesia”. Allí también
encontrará recursos e información adicional acerca de Peacemaker
Ministries, o puede escribir a: 1537 Avenue D, Suite 352, Billings, MT
59102 EE.UU., o llamar al (406) 256-1583.
APÉNDICE C

La cruz y la crítica

Este artículo publicado originalmente en la edición de primavera de 1999 del


Journal of Biblical Counseling (Vol. 17, n* 3), se publica aquí con permiso.

El 28 de enero de 1986, el transbordador espacial Challenger y su


tripulación se embarcaron en una misión para ampliar los horizon-
tes educativos y promover el adelanto del conocimiento científico. El
objetivo más destacado de la misión 51-L del transbordador Challenger
era dar lecciones educativas desde el espacio, por parte de la maes-
tra Christa McAuliffe. Efectivamente, se dio una lección, pero una que
nadie esperaba.
Apenas setenta y cinco segundos después del despegue, se produjo
la tragedia. Ante la mirada de todo el mundo, de repente, el transbor-
dador estalló, y la cabina con sus tripulantes se desintegró. Restos de
metal, sangre y carne se desplomaron a tierra, así como la gloria de
nuestra nación.
¿Qué había salido mal? Esta era la pregunta acuciante que todos
se hacían. Cuando los equipos de investigadores examinaron los res-
tos, no tardaron en descubrir la causa. El problema radicó en las jun-
tas tóricas (sellos de goma circular), que se habían diseñado para que
sellaran herméticamente las juntas entre los segmentos del motor del
cohete. Evidentemente, las juntas tóricas demostraron ser defectuosas
bajo condiciones adversas, y la falla mecánica resultante produjo la tra-
gedia. ¿Fue esa toda la historia?
Finalmente, se conoció la verdad. El periódico New York Times lo
expresó con total franqueza: la principal causa del desastre del trans-
bordador espacial fue el orgullo. El grupo de directivos ignoró las
advertencias, los consejos y las críticas de los técnicos, que estaban
preocupados por la confiabilidad operacional de ciertas partes del
cohete acelerador bajo condiciones de tensión anormal. Piense nada
más: Si hubieran prestado atención a las críticas, se podrían haber sal-
vado siete vidas humanas.
Como pastor, líder eclesiástico y conferencista de Peacemaker Minis-
tries, tengo la bendición de poder ministrar a personas y congregaciones
en conflicto. Entre las muchas cosas que he aprendido, está el rol predo-
208 Apéndice C

minante de hacer y recibir críticas en la exacerbación de los conflictos.


Sí, aún más, he aprendido que el remedio que, asombrosamente, Dios
nos ofrece requiere que volvamos a la cruz de Cristo. En relación al tema
que nos compete, quiero que veamos el problema de recibir crítica.

LA DINÁMICA DE LA DEFENSA
CONTRA LA CRÍTICA
En primer lugar, déjeme definir qué significa la crítica. Me refiero a la
crítica, en un sentido general, como todo juicio que una persona hace
contra otra, por no cumplir con una norma en particular. La norma podría
ser de Dios o de los hombres. El juicio podría ser cierto o falso. Podría
hacerse bondadosamente con una perspectiva de corrección, o dura-
mente y de una manera condenatoria. Podría venir de un amigo o de
un enemigo. Pero cualquiera que sea el caso, es un juicio o una crítica
contra una persona por no cumplir con una norma.
La mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que la crítica es difícil
de recibir. ¿Quién de nosotros no conoce a alguien con el que debemos
ser especialmente cuidadosos en los comentarios para evitar que esta-
llen cuando les hacemos una corrección? Lamentablemente, al viajar
por el país, a menudo las personas me explican que jamás se atreve-
rían a confrontar o criticar a su pastor o líder por temor a represalias.
Muchos simplemente buscan otra organización en la cual trabajar u
otra iglesia a la cual asistir.
De hecho, ¿no es verdad que conoce a líderes que seleccionan como
colaboradores cercanos a personas que no sean duras con ellos? ¿Cuán-
tas veces le han advertido que “ande con pies de plomo” con ese tipo
de personas?
Por muy triste que parezca, yo no difiero mucho de este tipo de
personas. A mí tampoco me gustan las críticas. Para mí, cualquier crí-
tica es dura de recibir. Prefiero mucho más que me elogien a que me
corrijan, que me feliciten a que me reprendan. ¡Prefiero juzgar a que me
juzguen! Y no creo que yo sea el único. Cuanto más escucho a las per-
sonas, más escucho la dinámica de la actitud defensiva contra la crítica.
En consejería, lo veo en la manera divertida en que una pareja se
desvía del asunto en cuestión para debatir quién dijo qué, cuándo y
dónde. O en la manera en que las personas debaten recíprocamente con
respecto a si fue el martes o el miércoles cuando hicieron algo.
¿Por qué invertimos tanto tiempo y energía en darle vueltas a un
asunto? ¿Por qué nuestro corazón y nuestra mente se ponen instantá-
neamente a la defensiva y nuestras emociones brotan con tanta fuerza en
La cruz y la crítica 209

nuestra defensa? La respuesta es simple. Estos asuntos no son menores o


insignificantes. Defendemos lo que consideramos de gran valor. Pensa-
mos que estamos salvando nuestra vida. Creemos que perderemos algo
mucho más grande si no hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para
salvarlo: nuestro nombre, nuestra reputación, nuestro honor, nuestra gloria.
“Si no aclaro esto, me malinterpretarán, tergiversarán lo que dije o
me acusarán falsamente, entonces los demás no sabrán que tengo razón.
Y si no hago notar mi rectitud, nadie lo hará. Me menospreciarán y con-
denarán delante de los demás”.
¿Puede ver el ídolo del interés personal aquí? ¿Y el deseo de autojusti-
ficación? Sin embargo, los ídolos traen consecuencias. Debido a este pro-
fundo deseo idólatra de autojustificación, la tragedia del transbordador
se materializa una y otra vez en nuestras relaciones. Destruye nuestra
capacidad de escuchar y aprender, y nos lleva a entrar en conflicto.
De tal manera que, a causa de nuestro orgullo y necedad, volunta-
riamente sufrimos la pérdida de amigos, cónyuge y seres amados. Parte
de esa destrucción viene en la figura de una débil tregua. Toleramos
una guerra fría. Fingimos hacer la paz. Nos empeñamos en discutir
solo aquellas cosas que tienen poca importancia para el perfecciona-
miento de nuestra alma. Colocamos minas terrestres y amenazamos al
otro de que estallaremos de ira ante la más mínima mención del tema
prohibido de nuestra equivocación, nuestro error o nuestro pecado.
Así es como se dividen las iglesias y se forman los bandos opuestos.
Nos rodeamos de personas que dicen “sí” a todo; personas dispuestas
a no cuestionarnos, aconsejarnos o criticarnos. Sin embargo, mientras
seguimos defendiéndonos en contra de la crítica, vemos que las Escri-
turas enseñan otra cosa.

LAS ESCRITURAS ELOGIAN LA CRÍTICA


Las Escrituras elogian la capacidad de escuchar y prestar oído a la
corrección o la crítica, particularmente en Proverbios. Ser enseñable,
ser capaz de recibir corrección y estar bien predispuesto ante la correc-
ción es señal de sabiduría. Y los padres sabios motivarán y, a la vez,
serán ejemplos de este tipo de actitud para con sus hijos.
“El camino del necio es derecho en su opinión; mas el que obedece
al consejo es sabio” (Pr. 12:15).
“Ciertamente la soberbia concebirá contienda; mas con los avisados
está la sabiduría” (Pr. 13:10).
“La reprensión aprovecha al entendido, más que cien azotes al
necio” (Pr. 17:10).
210 Apéndice C

La capacidad de recibir consejo, corrección y reprensión no solo es


una señal de los sabios, y la incapacidad una señal de los necios, sino
que tanto el sabio como el necio cosechan de acuerdo a su capacidad de
recibir la crítica.
“El que menosprecia el precepto perecerá por ello; mas el que teme
el mandamiento será recompensado” (Pr. 13:13).
“Da al sabio, y será más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber”
(Pr. 9:9).
“El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que
escucha la corrección tiene entendimiento” (Pr. 15:32).
Es de provecho recibir la crítica. Con razón David exclama en el
Salmo 141:5 (1aLa): “Que el justo me hiera con bondad y me reprenda;
es aceite sobre la cabeza; no lo rechace mi cabeza”. David sabe que hay
provecho en obtener sabiduría, conocimiento y entendimiento. Él sabe
que la reprensión es una bondad, una bendición, un honor.
Pregúntese: ¿Es así como veo la reprensión? ¿Es así como percibo la
crítica, la corrección o el consejo? ¿Quiero verlo de esta manera?
¿Cómo podemos dejar la costumbre de defendernos de cualquiera y
todas las críticas para, en cambio, ser como David que consideraba que
era de provecho para él? La respuesta es: entender, creer y afirmar todo
lo que Dios dice de nosotros en la cruz de Cristo.
Pablo lo resumió cuando dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucifi-
cado”. Un creyente es aquel que se identifica con todo lo que Dios afirma
y condena en la crucifixión de Cristo. Dios afirma en la crucifixión de
Cristo toda la verdad sobre sí mismo: su santidad, su bondad, su justi-
cia, su misericordia y su verdad revelada y demostrada en su Hijo, Jesús.
De manera similar, en la cruz Dios condena la mentira, el pecado, el
engaño y el corazón idólatra. Condena mi maldad así como mis pecados
específicos. Veamos cómo se aplica esto a hacer y recibir crítica.

PRIMERO, EN LA CRUZ DE CRISTO ACEPTO


EL JUICIO DE DIOS SOBRE MÍ
Me veo como Dios me ve: como un pecador. No hay manera de escapar
a esta verdad: “No hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:9-18). En respuesta a
mi pecado, la cruz me ha criticado y juzgado de manera más fuerte,
profunda, penetrante y verdadera que cualquiera. Este conocimiento
nos permite decir a todas las otras críticas que nos hacen: “Esto es solo
una mínima parte”.
“Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escri-
tas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gá. 3:10).
La cruz y la crítica 211

“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un


punto, se hace culpable de todos” (Stg. 2:10).
Por fe, afirmo el juicio de Dios sobre mí, de que soy pecador. Tam-
bién creo que la respuesta a mis pecados se encuentra en la cruz.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo” (Gá.
2200)
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado junta-
mente con él [Jesús], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin
de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6).
Si la cruz dice algo, habla de mi pecado. La persona que dice: “Con
Cristo estoy juntamente crucificado” es una persona bien consciente
de su maldad. No podemos vivir una vida recta por nuestros propios
esfuerzos, porque todo aquel que se vale de observar la ley está bajo
maldición. “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas
escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gá. 3:10). De modo que la
cruz no solo nos critica o nos juzga; sino que nos condena por no hacer
todo lo que está escrito en la ley de Dios. ¿Lo cree? ¿Siente la fuerza de
esa crítica? ¿Admira la minuciosidad del juicio de Dios?
La persona crucificada también sabe que no puede defenderse con-
tra el juicio de Dios tratando de compensar sus pecados con sus buenas
obras. Piense en esto: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero
ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Stg. 2:10).
Afirmar ser cristiano es estar de acuerdo con todo lo que Dios dice
de nuestro pecado. Como una persona “crucificada con Cristo”, admi-
timos, aceptamos y aprobamos el juicio de Dios contra nosotros: “No
hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10).

SEGUNDO, EN LA CRUZ DE CRISTO ACEPTO


LA JUSTIFICACIÓN QUE DIOS HACE DE MÍ
No solo debo aceptar el juicio de Dios sobre mí como pecador en la
cruz de Cristo, sino que también debo aceptar la justificación que Dios
hace de mí como pecador. Dios justifica a los impíos mediante el amor
sacrificial de Jesús (Ro. 3:21-26).
“Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el
cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).
Mi meta es gloriarme en la justicia de Cristo, no en la mía.
“Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante
de él” (Ro. 3:20).
“La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los
que creen en él (Ro. 3:22).
212 Apéndice C

“El orgullo sólo genera contiendas”, dice Salomón. A menudo hay


peleas por quién tiene la razón. Surgen de nuestra exigencia idólatra de
autojustificación. Pero no si aplico la cruz. Pues la cruz no solo declara
el justo veredicto de Dios sobre mí como pecador, sino su declaración
de justicia por la gracia mediante la fe en Cristo.
La cruz de Cristo me recuerda que el Hijo de Dios me amó y se
entregó por mí. Y debido a esto, Dios me ha aceptado totalmente y
para siempre en Cristo. Así funciona la gracia: Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito:
Maldito todo el que es colgado en un madero). Él nos redimió para que
en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin
de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu (Gá. 3:13-14).
¡Qué fundamento tan firme para el alma! Ahora, no practico la
autojustificación, sino que me glorío; me glorío en la justicia de Cristo
para mí.
Si realmente lo cree de todo corazón, todo el mundo puede rebe-
larse contra usted, denunciarlo o criticarlo, y usted podrá responder:
“Si Dios me justificó, ¿quién puede condenarme?” “Si Dios me justifica,
me acepta y nunca me abandona, ¿por qué debería sentirme inseguro
y tener temor de la crítica?” “Cristo llevó mis pecados, y yo recibo su
Espíritu. Cristo pagó mi condena, y yo recibo su justicia”.

LAS IMPLICACIONES DE ENFRENTAR


LA CRÍTICA
A la luz del juicio y la justificación de Dios sobre el pecador en la cruz
de Cristo, podemos comenzar a ver la manera de tratar con cualquiera
y todas las críticas. Al aceptar la crítica que Dios hace de mí en la cruz,
puedo enfrentar cualquier otra crítica que hagan contra mí. En otras
palabras, nadie puede criticarme más de lo que lo ha hecho la cruz. Y la
crítica más destructiva resulta ser la más misericordiosa. Si pues usted
reconoce haber sido crucificado con Cristo, entonces puede responder
a cualquier crítica, incluso a la crítica hostil o errada, sin amargura,
sin actitud defensiva y sin echarles la culpa a los demás. Este tipo de
respuestas, generalmente, exacerba e intensifica el conflicto, y lleva a la
ruptura de las relaciones. Usted puede aprender a escuchar la crítica de
manera constructiva y no condenatoria, porque Dios lo ha justificado.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará?” (Ro. 8:33-34a).
“Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; es aceite sobre la
cabeza; no lo rechace mi cabeza” (Sal. 141:5, LBLA).
La cruz y la crítica 213

Si reconozco que he sido crucificado con Cristo, ahora puedo reci-


bir la crítica de los demás con esta actitud: “No tienes la mínima idea
de mi culpa. Cristo ha dicho mucho sobre mi pecado, mis faltas, mi
rebeldía y mi necedad, más de lo que cualquier hombre pueda decir de
mí. Te agradezco por tus correcciones. Son de bendición y de bondad
para mí. Porque aunque sean incorrectas o desubicadas, me recuerdan
mis verdaderos errores y pecados por los que mi Señor y Salvador pagó
un gran precio cuando fue a la cruz por mí. Quiero escuchar la parte
legítima de tu crítica”.
Nuestro Padre celestial envía la corrección y el consejo que escu-
chamos. Son sus correcciones, reprensiones, advertencias y sermo-
nes. Sus advertencias tienen el propósito de mantenernos humildes,
arrancar la raíz de orgullo y reemplazarla por un corazón y estilo de
vida de sabiduría, entendimiento, bondad y verdad cada vez mayor.
Por ejemplo, si usted puede recibir la crítica —ya sea justa o injusta—,
aprenderá a hacerla con buenas intenciones y resultados constructi-
vos. Véase la sección que sigue más abajo: “Cómo hacer una crítica a
la manera de Dios”.
No le tengo temor a la crítica de los hombres, porque ya he acep-
tado la crítica de Dios. Y en última instancia, no busco la aprobación
del hombre porque, por su gracia, he recibido la aprobación de Dios.
De hecho, su amor me ayuda a recibir la corrección y la crítica como
un acto de bondad, como aceite sobre mi cabeza, de parte de mi Padre
que me ama y me dice: “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del
Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al
que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (He. 12:5-6).

CÓMO PONER EN PRÁCTICA LO


QUE HEMOS APRENDIDO
1. Hágase sus propias críticas. ¿Cómo reacciono generalmente ante la
corrección? ¿Me enojo cuando me critican o me corrigen? ¿Cómo reac-
cionó de entrada cuando alguien me critica? ¿Tiendo a atacar a esa per-
sona? ¿Tiendo a rechazar el contenido de la crítica? ¿A reaccionar ante
los modales del que me critica? ¿Cuán bien recibo el consejo? ¿Suelo
buscar consejo? ¿Pueden los demás acercarse a mí para corregirme?
¿Soy una persona enseñable?
¿Abrigo enojo contra la persona que me critica? ¿Busco defenderme
inmediatamente y sacar a relucir mis acciones justas y opiniones per-
sonales a fin de defenderme y mostrar mi rectitud? ¿Puede mi cónyuge,
mis padres, hijos, hermanos, hermanas o amigos corregirme?
214 Apéndice C

2. Pídale al Señor que le dé el deseo de ser sabio y no necio. Use los


Proverbios para encomendarse labondad de estar dispuesto y ser capaz
de recibir la crítica, consejo, reprensión, amonestación o corrección.
Medite en los pasajes citados anteriormente: Proverbios 9:9; 12:15;
13:10, 13; 15:32; 17:10; Salmos 141:5.
3. Enfóquese en su crucifixión con Cristo. Aunque puedo decir que
tengo fe en Cristo, e incluso decir como Pablo: “Con Cristo estoy jun-
tamente crucificado”, sin embargo, me doy cuenta de que sigo sin vivir
según la perspectiva de la cruz. De modo que, constantemente, me
hago dos preguntas. Primero, si siempre me retuerzo ante la crítica
de los demás, ¿cómo puedo decir que sé y acepto la crítica de la cruz?
Segundo, si generalmente me justifico, ¿cómo puedo decir que conozco,
amo y me aferro a la justificación de Dios sobre mí por medio de la
cruz de Cristo? Esto me lleva a pensar nuevamente en el juicio y la
justificación de Dios para con los pecadores en Cristo sobre la cruz. Al
meditar en lo que Dios ha hecho a través de Cristo por mí, encuentro la
fortaleza para aceptar y ratificar todo lo que Dios dice de mí en Cristo,
con quien he sido juntamente crucificado.
4. Aprenda a decir palabras que edifiquen a los demás. Quiero recibir
la crítica como un pecador que recibe la misericordia de Jesús, enton-
ces ¿cómo puedo hacer críticas de una manera que transmita miseri-
cordia a los demás? La crítica cuidadosa, equilibrada, que se hace con
misericordia es la más fácil de escuchar, y aún así mi orgullo se rebela
contra ella. La crítica injusta o la crítica dura (ya sea justa o injusta)
es innecesariamente dura de escuchar. ¿Cómo puedo hacer una crítica
cuidadosa, justa, atenuada con misericordia y afirmación?
Mi oración es que, en su lucha contra el pecado de la autojustifica-
ción, usted profundice su amor por la gloria de Dios manifestada en el
evangelio de su Hijo, y que crezca en sabiduría y fe.

CÓMO HACER UNA CRÍTICA A


LA MANERA DE DIOS
Vea a su hermano/hermana como alguien por el cual Cristo murió
(1 Co. 8:11).
“Sigan amándose unos a otros fraternalmente” (He. 13:1, wvn.
Preséntese como alguien igual, que también es pecador.
“¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna
manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están
bajo pecado... por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la glo-
ria de Dios” (Ro. 3:9, 23).
La cruz y la crítica 215

Prepare su corazón para no hablar con malas intenciones.


“Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión;
pero Jehová pesa los espíritus” (Pr. 16:2).
“El corazón del justo piensa para responder; mas la boca de los
impíos derrama malas cosas” (Pr. 15:28).
“El corazón del sabio hace prudente su boca, y añade gracia a sus
labios” (Pr. 16:23).
Examine su propia vida y confiesa su pecado primero.
“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no
echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu her-
mano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien
para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt. 7:3-5).
Sea siempre paciente, aun en las vicisitudes (Ef. 4:2).
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor
no es jactancioso, no se envanece” (1 Co. 13:4).
Tenga como meta no condenar por medio de puntos polémicos,
sino edificar por medio de la crítica constructiva.
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”
(ELA ZO
Corrija y reprenda a su hermano cuidadosamente, con la espe-
ranza de que Dios le conceda la gracia de arrepentirse así como usted
mismo se arrepiente solo por la gracia de Dios.
“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable
para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre
corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arre-
pientan para conocer la verdad...” Q Ti. 2:24-25).
Bo

AlfredJ. Poirier es pastor de la iglesia de la Comunidad Rocky Moun-


tain, PCA, e instructor adjunto para Peacemaker Ministries sobre
asuntos referidos a la consejería y mediación en el conflicto. Recibió
un Doctorado en Ministerio en consejería del Seminario Teológico de
Westminster en Glenside, Pennsylvania en 2005.

Copyright O 2000 Peacemaker”? Ministries. Todos los derechos reservados.


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NOTAS FINALES

Capítulo 1
1. La “loma resbaladiza” del conflicto ha sido adaptada de Pacificadores: Una
guía bíblica para resolver los conflictos personales; véase el capítulo 1.

Capítulo 2
1. Tengo una gran deuda con Paul Tripp, David Powlison y Ed Welch de
Christian Counseling and Educational Foundation [Fundación de conse-
jería y educación cristiana] (www.ccef.org), por el gran caudal de cono-
cimiento que me han aportado sobre este tema a través de sus libros y
seminarios.
2. Samuel F. Janzow, Luther's Large Catechism: A Contemporary Translation
with Study Questions [El gran catecismo de Lutero: Una versión contem-
poránea con preguntas de estudio], (St. Louis: Concordia, 1978), p. 13.
3. Journal of Biblical Counseling 16 [Diario de consejería bíblica 16], n. 1,
otoño de 1997, p. 34.
4. John Piper, Future Grace [Gracia venideral, (Portland: Multnomah), p. 9.
Publicado en español por Editorial Vida en 2006.

Capítulo 6
1. C.S. Lewis, Mere Christianity [Mero cristianismo], (Nueva York: Macmi-
llan, 1960), p. 116. Publicado en español por Rayo, una división de Harper
Collins Publishers.

Capítulo 10
1. Para mayor guía sobre cómo amar a personas que parecen determinadas
a lastimarlo, véase el capítulo 12 de Pacificadores.

Capítulo 11
1. Véase el capítulo 8 de Pacificadores para una historia real de cómo la ame-
naza de la disciplina eclesiástica motivó a un hombre a terminar con una
aventura amorosa y regresar con su esposa.

Capítulo 12
1. The Barna Research Group, Ltd. 6 de agosto de 2001. Encuesta sobre
divorcio, matrimonio y nuevo casamiento.
218 Notas finales

2. Peacemaker Ministries ha desarrollado materiales de estudio para niños


y adultos para escuela dominical y grupos hogareños.
3. “Your Church” [Su iglesia], marzo/abril, 1995, p. 56.
4. Véase Apéndice B para una guía sobre cómo una iglesia puede mejorar su
posibilidad de capacitar y asistir a sus miembros a responder al conflicto
de manera bíblica.
5. Para una excelente guía sobre cómo establecer un grupo hogareño con
importantes compromisos de responsabilidad, véase el libro de C. J.
Mahaney, Why Small Group?, publicado por PDI, 7501 Muncaster Mill
Rd., Gaithersburg, MD 20877, tel: (301) 962-2200.
6. El “pacto cristiano de matrimonio y pacificación” fue desarrollado por
David Sims en FamilyLife en colaboración con Peacemaker Ministries.
La validez legal del pacto variará de un estado a otro, de modo que debe-
ría usarse solo después de consultar con un abogado local. Sin embargo,
incluso en estados donde no sea válido, podría ofrecerle a su iglesia un
incentivo adicional en el empleo de la disciplina para desalentar un divor-
cio no bíblico.
BIBLIOGRAFÍA

Chapman, Gary, Esperanza para los separados. Grand Rapids: Editorial


Portavoz, 2007.

Dillow, Linda y Lorraine Pintus, Temas de intimidad: Conversaciones de


mujer a mujer. Nashville, TN: Editorial Caribe-Betania, 2008.

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Dobson, Dr. James. El amor debe ser firme. Miami: Editorial Vida, 1990.

Dobson, Dr. James. Atrévete a disciplinar. Miami: Editorial Vida, 2004.

Dobson, Dr. James, Tener ye no es para cobardes. Miami: Editorial


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Fitzpatrick, Elyse. Idols of the Heart: Learning to Long for God Alone.
Phillipsburg: PER, 2001.

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Rainey, Dennis y Barbara, Momentos juntos para un hogar lleno de paz.


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to Know in the Early Years to Make It Last a Lifetime. Nashville: Thomas
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220 Bibliografía

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