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He sido nombrado por mi jefe como el mejor distribuidor de hamburguesas de toda La Haya, Países

Bajos. Mi fascinación por esta ciudad ha estado incrustada en mi alma desde que comencé a tener uso de
razón, quizás un poco antes. Lo que más recuerdo, y deseo contarles, nace desde mi niñez. Momento en
que decidí adentrarme en esa experiencia de viajar a través de los libros y anuncios periodísticos,
Anuncios que se publicaban regularmente en mi país acerca de La Haya. Mi fascinación llegó a tal punto
que me obsesioné con su arquitectura, cultura, música... La belleza de sus mujeres; pero, sobre todo, esa
mujer y su existencia en ese espacio del mundo. Mi instinto me decía que yo debía estar allá, encontrarla,
hacerla mía y con tan solo 12 años quise migrar a este lugar sin mediar palabras con mis padres. Y así fue,
me escabullí en una noche de invierno y sin que mis padres lo notaran.

Para poder familiarizarme con la ciudad, memoricé sus mapas, los tomaba de las tiendas de turismo.
Sentía que habilidad que adquirí con la lectura me ayudó a comprender las ciudades miradas desde sus
mapas. Comprender su cartografía indudablemente era mi primer paso para moverme en este nuevo
mundo. Encontrarla. Sabía que no iba a ser una tarea fácil, pero aun así debía intentarlo. Un año después
de estudiar la ciudad, sus callejones, extramuros, direcciones, etc. Caminando por la ciudad me topé con
una bicicleta que se encontraba abandonada y me a cerqué a la tienda Ellis Gourmet Burger. Su dueño,
me preguntó todo acerca de la ciudad, sabía que no me perdería en ella y me ofreció mi primer trabajo en
el área de repartición.

Después de haber recorrido en mi bicicleta por un año y medio la gran ciudad, fue cuando la vi en aquella
mansión por primera vez: hermosa y cautivadora, su cabello largo y rubio, su piel blanca y delicada, su
ternura, sus ojos azules, aunque en su mirada sentí su aire tristeza. De soledad y falta de libertad. Esa
noche en que lleve el domicilio, uno de los guardas me recibió con una cara amable, me pidió que cruzara
una gran puerta y que allá me guiarían para hacer la entrega del pedido. Eran las 8 pm, y todo el lugar
estaba iluminado y custodiado por guardas de seguridad, unos invitados y los padres de aquella joven, la
joven que por tantos años había habitado en mi mente. Quise acercarme y unirme al festejo, pero no fue
posible, me detuvieron, recibieron mi pedido, y tuve que partir.

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