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El Ser y la Palabra 2

Cecilio Nieto
(Ph.D.)

En mi trabajo anterior, el Ser y la Palabra 1, me refería al uso de


la palabra para definir el Todo y la parte cuando la palabra se halla
disminuida gramaticalmente (la ausencia de un participio activo en
los verbos) con lo que acaba devaluándose, perdiendo todo el valor
que en un principio pudo tener. Por otro lado, en los procesos de
racionalización, no solo del Cosmos, sino en general -de todo el
conocimiento- la palabra deja de tener esencia denominativa y se
vuelve relativa y circunstancial, como acaban reconociendo
Parménides, Platón y Aristóteles, según mostré en mi anterior
ensayo citado, ayudados, sin duda, por el relativismo sofista. Los
procesos de racionalización relativizan los contenidos sobre los que
actúan.

Sin embargo hemos de recordar que el concepto Palabra (Logos)


tiene múltiples significados además de una recia tradición muy
interesante. En sus comienzos, la palabra, además de denominativa,
era creativa. Decir era igual a ser. La misma Biblia lo reconoce, en la
línea de las corrientes mistéricas. Dios creó el mundo mediante la
palabra; dijo hágase (la luz, los mares, la tierra, etc.) y se hizo. Los
primeros padres ayudaron al proceso de creación al llamar por su
nombre a los animales y a las cosas:
«Yahvé Dios, que formó de la tierra todos los animales del
campo y todas las aves del cielo los condujo ante el hombre para
ver como los llamaba y para que todo animal viviente tuviera por
nombre aquel con que le llamara. Y el hombre llamó por su
nombre a todos los animales y a las aves del cielo y a todas las
bestias del campo» (Génesis, 2: 19-20).

Pobre Adán, tuvo trabajo la criatura a pesar de estar en el


paraíso. Lo que no fue denominado, no existe. En el principio, la
palabra fue creadora. Y sobre esa propiedad surgieron las corrientes
mistéricas, que prometían mediante la palabra el conocimiento de la

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verdadera sabiduría a través del conocimiento de uno mismo, el
gnôthi seautón (Γνῶθι σεαυτόν).

Esa dimensión oculta obligaba a hablar con símbolos, con


metáforas, con hipérboles, pues solo los iniciados podían llegar a
conocer esa verdad escondida. Ritos y mitos al servicio de una
verdad que solo unos pocos podrían conocer.

El filósofo Heráclito será quien descubra parte del secreto: todo


está regido por el Logos, por la Palabra. El Logos es lo que da
unidad a la multiplicidad, que siempre está en movimiento, panta rei
(Πάντα ῥεῖ), aunque la naturaleza (y la verdad) gusta el ocultarse
(φὐσις κρὐπτεσθαι φιλεῖ). El mismo Platón escribió (probablemente)
un diálogo dentro de este marco: el Alcibíades. Para conocer la
verdad hay que empezar por uno mismo. Aun san Agustín dirá:
noverim me, noverim te (conociéndome a mí te conozco a ti, Dios mío). La
palabra es creadora, crea y a la vez descubre la verdad, pero esta se
halla oculta. He ahí una de las grandes claves de la cultura
occidental. In principium erat Verbum, decía san Juan en su
evangelio, en el principio era la Palabra. Y ciertamente, por la
palabra establecemos la realidad exterior a nosotros y sus grados, a
la que denominamos con el concepto de experiencia (Kant dixit). La
experiencia es el resultado de nuestra codificación lingüística de lo
que hay más allá de nosotros mismos y del nivel de especialización
profesional en el que nos encontremos, a saber, nivel de vida
cotidiana, nivel de trabajos manuales y servicios, nivel intelectual,
etc. Por ejemplo, para un arqueólogo, lo que para una persona que
no trabaje bajo esa especialidad y a ese nivel de experiencia un trozo
de loza es indiferente y no existe, para él puede ser un hallazgo
importante de restos o de un yacimiento arqueológico; le llamará
etrusco, o romano o árabe o fenicio, etc. Una vez codificado
mediante un concepto clasificatorio, ese objeto existe y posee su
importancia. La creación es, en estos casos, sacar a los objetos de la
indiferencia valorativa y ordenarlos dentro de una clasificación
previa existente. Yahvé lo hizo así, como nos recuerda el Génesis:
«La tierra estaba desierta y vacía y las tinieblas cubrían el
abismo y el espíritu de Dios revoloteaba sobre la superficie de las
aguas» (1: 2).

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Sobre esa realidad exterior, confusa e indiferente actuamos,
tanto Yahvé como nosotros los humanos, ordenándola y clasificán-
dola.

La Palabra es creadora, ordenadora y descubridora, ¿de qué?


De las realidad, de las realidades diversas y de la verdad y,
especialmente, de la Verdad, con mayúsculas. El Logos primordial
nos descubre la Verdad.

El Logos que regula el universo y a los hombres nos desvela la


Verdad, que no es otra que todos nosotros formamos una parte del
Todo, del Cosmos. Formamos una Unidad con el universo. Sobre
esa hipotética unidad se han forjado las diversas corrientes místicas
y herméticas; de ahí que se haya creído que existe una influencia
directa de los planetas sobre nosotros, sobre nuestra salud y sobre
nuestra conducta y ventura. La trivialización de esta postura la
tenemos en los horóscopos y en la astrología. Los astros que vemos
en el cielo influyen sobre la vida en la Tierra, aunque no del modo
en que sugieren los horóscopos. La ciencia moderna nos dice que el
Sol es la presencia central, la fuente de la energía que permite la
existencia de seres vivos en nuestro planeta, pero la Luna también
desempeña un papel fundamental; aporta estabilidad. Afecta a la
rotación y a la inclinación del planeta, haciendo que el clima sea
más estable y menos hostil para la vida. Sin la Luna, los climas
serían mucho más extremos. De igual modo trivializamos el men-
saje fundamental de las corrientes mistéricas cuando decimos: el
universo se confabula con nosotros y así podremos lograr lo que
deseemos. Es esta una pésima manera de entender los conocimien-
tos sagrados y místicos de las doctrinas antiguas. Para eso no hace
falta conocerse uno mismo con la urgencia que pretendían los
antiguos.

También se trivializa el mensaje cuando intervienen las


religiones como intérpretes de la verdad. Toda religión solo tiene
una finalidad, a saber, establecer la presencia absoluta de su dios o
sus dioses, mostrar al grupo de sacerdotes o personas dedicadas a
su culto y fijar como dogma que son sólo ellos, los sacerdotes, los
interpretes de los mensajes y de los misterios que los dioses nos han
enviado a los humanos.

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Todo sea a mayor gloria de esa religión como grupo de poder y
de influencia social. Normalmente esa finalidad se camufla, como
cuando se dice: ad majorem dei gloriam (para mayor gloria de dios),
pero realmente la gloria es para ese grupo social religioso.

Es de vital importancia el conocer, pero bien. Y peligroso; con el


conocimiento se pierde la inocencia. Lo dice, de nuevo, el Génesis:
«La serpiente, era el animal más astuto de todos los
animales del campo que Yahvé Dios había hecho, y dijo a la
mujer: ¿es verdad que Dios ha dicho: No debéis comer de
ninguno de los árboles del jardín? Y la mujer respondió a la
serpiente: del fruto de los árboles del jardín comemos, pero
del fruto del árbol que está en medio del jardín Dios ha dicho:
no comeréis de él ni lo tocaréis, para que no murais. Y replicó
la serpiente a la mujer: no no moriréis, al contrario, sabe Dios
que el día que comiereis de él se abrirán vuestros ojos y
seréis como dioses conocedores del bien y del mal» (3: 1-5).

Este texto es realmente delicioso y tiene muchas lecturas, una


de ellas de extrañeza1por impedir que nuestros antecesores hallaran
el conocimiento y permanecieran como animalillos retozando por el
parque paradisíaco. Es rara la escena, de verdad. Pero la sibilina
serpiente les advierte del engaño2 y les promete la inmortalidad y
saber que somos dioses, para eso nos creó Dios directamente3.
Somos dioses e inmortales, capaces de crear, Eva, nuevas vidas,
Adán nuevas plantas y frutos, ambos con su esfuerzo y sufrimiento.
Hasta al mismo Dios, en Jesús, le costó esfuerzo y sufrimiento,
nuestra redención. Como le pasó al mismísimo Yahvé, que tuvo que
descansar el séptimo día.

1
Relativa, claro, después de seguir leyendo la Biblia y mostrar a Yahvé en el Éxodo,
celoso de todo y de todos, queriendo ser uno y único frente a los demás dioses.
2
Qué mala cosa para un dios que pretende ser único que sea un trilero y embus-
tero, al modo de los dioses griegos.
3
Este pasaje llevó de cabeza a nuestros teólogos medievales para evitar el
panteísmo; había que salvar la diferencia entre el creador (perfecto en todo) y lo
creado (imperfecto). De las manos de un ser perfecto no podía salir algo
imperfecto. Hubo que esperar a la solución al siglo XII cuando se dijo que Dios creó
de la Nada; de ahí la diferencia ontológica entre el creador y lo creado; la Nada fue
la excusa perfecta.

4
Pero esto sugiere otros comentarios interesantes al margen de
este artículo que por ahora no vamos a hacer aquí. Digamos a modo
de resumen que nos esforzamos por eliminar el dolor, el esfuerzo y
el sufrimiento. Los nuevos conocimientos y las nuevas tecnologías
se orientan en esa dirección.
Seremos como dioses ha dado pie a múltiples elucubraciones,
al considerar que tenemos capacidad para dominar la materia y
hacer milagros. Gurús, profetas, místicos, hombres de fe acendrada
y otros varios de todas las creencias y religiones han mostrado sus
capacidades para dominar hasta los latidos del corazón. Simple-
mente, podemos. Para ello hay que estar preparados, se ha de
trabajar, hay que conocerse perfectamente a uno mismo. Gnôthi
seautón. Y el primer conocimiento es que formamos parte de un
Todo, de un todo cósmico, de un Universo, regido por un Logos
primordial que regula toda la naturaleza y hasta nuestros
comportamientos morales, como afirmaba Kant:
«Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto, a
medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre
mí y la ley moral dentro de mí» (C.R.Pr.).

Pero la gran verdad que nos ha de descubrir la sabiduría


antigua, una vez que nos sabemos parte del universo natural es que
formamos igualmente un colectivo humano, del que también
formamos parte. El colectivo, los humanos, anteponiéndolo al
individualismo natural que todos tenemos, de ocuparnos solo de
nuestras cosas. Alguna religiones tienen esto en cuenta, la
importancia de los demás. En los Evangelios no paran de decirlo:
amaos los unos a los otros.
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma y con toda tu mente. Éste es el primero y grande manda-
miento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. (Mateo 22:37–39).
«No seas vengativo ni rencoroso con tu propia gente. Ama a
tu prójimo, que es como tú mismo. (Levítico 19:18).
«Amad a vuestros enemigos. Hacedles bien. Prestad sin
esperar nada a cambio. Entonces vuestra recompensa del cielo será
grande, y os estaréis comportando verdaderamente como hijos del
Altísimo, pues él es bondadoso con los que son desagradecidos y
perversos. (Lucas 6:35).

5
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los
otros. Como yo os he amado, amaos también los unos a los otros.
En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor los
unos por los otros. (Juan 13:34-35).
«No tengan deudas con nadie, excepto la deuda de amarse
unos a otros, porque el que ama a los demás cumple con toda la
ley. (Romanos 13:8-10)».

En los dominios del Logos, este es el resultado: la búsqueda de


la sabiduría ancestral, que se halla oculta y tan sólo los iniciados
podrán descifrarla a través de las parábolas, de los mensajes ocultos,
de los signos y símbolos diversos.

La palabra cambia de valor a partir del poema de Parménides


en el que se reconoce que ya pensar equivale a ser. Pensar la
realidad es darle la categoría de ser. El pensar sustituye al decir; si
la palabra era creadora, ahora lo será el pensar simplemente. Y este
cambio condicionará al resto de los pensadores y filósofos en la
manera de entenderlo todo. El misterio desparece. El concepto Ser
surge por primera vez en todo su esplendor en los versos parmení-
deos, revelado por la diosa. Es lo mismo pensar y ser, pues El ser
es. He ahí su nacimiento.

A partir de ese momento las dos corrientes, la Palabra y el


Pensamiento, se van a ir entrelazando presentándose según el
momento histórico como más mística o más racional. En la Atenas,
cuna de la Filosofía, se hará dominante la corriente más racional,
aunque se puedan encontrar restos de la mística en la sobras de los
principales filósofos.

Sin embargo, tras Alejandro Magno, durante el período


llamado Helenismo, volvió de nuevo a dominar la parte mística
impulsada por las corrientes orientales y aún peor, religiosa, pues la
fuerza de las religiones, especialmente el cristianismo y los
gnósticos, querrán imponer su preponderancia enredándose en
batallas mutuas y desacreditaciones desafortunadas de una a la otra
corriente, con costes humanos indebidos y lamentables, como el de
Hypatia.

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Frente a ellas se encontraban restos de las escuelas filosóficas
atenienses, como los estoicos y epicúreos, orientadas más en la
dimensión ética del ser humano buscando la independencia del
espíritu y la autosuficiencia que produce una personalidad moral, al
margen de cualquier religión.

Y para completar, el neoplatonismo que es el resultado de un


sincretismo ético-religioso- filosófico. En el caso de Plotino el vuelo
místico del espíritu o éxtasis se considera lo más excelso de la
actividad intelectual, la filosofía tiende a transformarse en religión.Y
toda religión, volvemos a insistir, subraya especialmente el
sometimiento a su dios o dioses. Entre estas, sin duda, la aparición
del cristianismo como religión en el siglo III, bajo el emperador
Constantino el Grande, va a significar el auge de este movimiento
religioso, una religión sincrética, que aunará una doble imagen de
Jesús, por un lado un maestro gnóstico, de espiritualidad profunda,
de oración y recogimiento, que sabe y conoce la verdadera sabiduría
(por ejemplo: las Bienaventuranzas) y por otro lado otra imagen de
un Jesús poderoso, milagrero, capaz de alterar las leyes naturales
con sus milagros, que se reconoce como hijo de Dios, como el
elegido y que vendrá al final de los tiempos a impartir justicia.

¿Que valor tiene ahora el Logos? ¿Y el Nôus? Si en su momento


decir fue igual a ser y, posteriormente Pensar fue igual a ser, ahora
decir y pensar humano significan algo independientemente del
decir y pensar del dios de la religión? La weltanschauung ha
cambiado; antaño el marco de la polis permitía un cierta seguridad
a los individuos que encontraban su puesto en la sociedad de las
ciudades-estado griegas. Ahora, tras la muerte de Alejandro, el
imperio creado por él y troceado por sus generales herederos
impelen a los individuos buscarse asideros morales (las escuelas
éticas), seguridades manifestadas en las leyes cósmicas o en la
seguridad que proporciona un dios que establece sus
mandamientos, sus normas, para todos los creyentes y les asegura
una indiscutida felicidad con el cumplimiento a rajatabla de las
mismas, con su sometimiento a él y a sus mandatos y, lo que es mas
peliagudo, interpretados por un grupo de oficiantes y de servidores
de esa divinidad.

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El dualismo con que se presentó a Jesús (gnóstico-milagrero)
permitió algunas luchas para que predominara una interpretación u
otra. De ahí que la interpretación que perdió en esa pugna fuese
considerada como herejía por la parte vencedora, como pasó con
Arriano y con Pelagio, por ejemplo.

El valor de la palabra es el valor del mensaje que ya está


recogido en los libros sagrados (en caso del cristianismo en la Biblia
y en el Nuevo Testamento); solo la palabra de Dios es creadora,
liberadora y sanadora4.

Ya no habrá vuelta atrás. La religión cristiana, al amparo de


Constantino, se convierte en una grupo de poder. Iglesia y estado,
juntos de la mano, monopolizarán el poder y la permanencia de
ambos a través de los tiempos.

4
Se reza así en el momento de la Comunión: «Señor, no soy digno ni merezco que
entres en mi pobre morada pero di una sola palabra y mi alma será sana, salva y
perdonada», según se lee en Mateo 5:8-11.

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