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EL ABISMO

El abismo, en filosofía, es una metáfora utilizada para significar la profundidad ilimitada o la perfecta
oscuridad de un principio, un origen o Dios, en conexión con las ideas del origen, la gravedad, la
anterioridad y la incondicionalidad. La noción proviene del griego «abyssos» (άβυσσος) que significa ‘sin
fondo’, ‘de inmensa profundidad’. El término se retoma en latín y se convierte en «abyssus», luego en
forma superlativa «abyssimus», de ahí al español «abismo». Se utilizó por primera vez en un contexto
religioso cristiano donde adquirió varios significados, luego, a partir del siglo xvii, acaba designando el
principio supremo escondido en lo más profundo del alma humana y de las cosas, fundamento primero
del mundo, punto de origen que funda el universo entero. Sin fundamento alguno, el abismo sólo puede
concebirse negativamente como un principio inexplicable, incluso inconcebible.

Tanto en la tradición del misticismo especulativo como en la del romanticismo filosófico, la idea de
abismo permite vislumbrar la supuesta unidad del ser al identificar una base común para todas las cosas.
Este trasfondo es a la vez invisible e ininteligible para el hombre, inaccesible tanto a sus sentidos como a
su intelecto. Lado «oscuro» y «subterráneo» de la naturaleza como del espíritu, el abismo se identifica
en este contexto con el origen mismo de la existencia de los seres: a Dios, por supuesto, o a otro
principio superior, a veces descrito como anterior al Dios de la creación. Precediendo la existencia
misma, el abismo se opone a ella como, analógicamente, la gravedad de las aguas se opone a la luz del
cielo. Es de esta profundidad abisal de donde surgirían los seres, incluido el hombre, y llegarían a la luz
de la existencia.

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