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Informe

Sobre un crimen

Un cuento colectivo del


Taller Casa Gonzalo Rojas

LA FACTORÍA
Fábrica de Libros
Informe sobre un crimen
Cuento elaborado por un taller literario del
CENTRO CULTURAL CASA GONZALO ROJAS

Mayo del 2023


Primera edición

Autores
Astilla Atlas, David Andía, Camilo Ortiz, Leslie Bustos, Pedro H. Navarro, Martín Huenupán,
María Teresa Acuña, Bárbara Acuña, Luis Baeza, Gabriela Villablanca, Annika Sivan y Marcelo Moraga.

Editado y diseñado por


La Factoría - Fábrica de Libros

Editor
Eduardo Pérez Arroyo

Diseño interior y de portada


Jorge Arriola Padilla

LA FACTORÍA
Informe sobre el asesinato y robo de pinturas de Roberto Matta
Fecha del informe: 23 de mayo de 1993
Detective a cargo: Cornelio Nepomuceno Estévez
Número de caso: 2023-5468

Mi estimado señor

Remito a usted el informe confidencial según lo acordado.

Junto a este informe se adjunta un recibo por honorarios.

Resumen del caso. El presente informe detalla los acontecimientos


relacionados con el asesinato ocurrido en calle Yerbas Buenas casi
esquina con Arturo Prat el día 20 de mayo del 1993.

Descripción de los hechos. El 21 de mayo fui asignado como detec-


tive a cargo del caso de homicidio en Yerbas Buenas casi esquina
Arturo Prat. Aproximadamente a las 21:00 horas se reportó un ase-
sinato en dicha ubicación. Inmediatamente me dirigí al lugar para
iniciar la investigación. El cuerpo de la víctima, aún desconoci-
da, fue encontrado con signos evidentes de violencia y heridas de
arma blanca.

Durante el transcurso de la investigación se estableció un períme-


tro de seguridad y se recopilaron pruebas en el lugar de los he-
chos. Esto incluyó entrevistas con posibles testigos y la revisión
de la escena del crimen en busca de cualquier indicio. Además se
solicitó el apoyo del laboratorio forense para el análisis de las
pruebas recolectadas.

En las siguientes horas se realizó un esfuerzo concentrado para


recopilar información sobre los posibles sospechosos y establecer
un perfil del perpetrador. Esta tarea absorbió la mayor parte de
los recursos y la atención del equipo de investigación.

Llama la atención la extravagante diferencia entre las versiones


de los supuestos testigos del hecho. Es de tomar en cuenta que ob-
tener versiones diferentes es un clásico en cualquier investiga-
ción policial. Esta vez, sin embargo, dichas diferencias trascien-
den largamente lo acostumbrado. Los distintos testigos atribuyen
a la víctima los nombres Juan, José Sandoval, Marco, Rodrigo, el
Patas Negras o el Caracortada. Algunos aseguran que la víctima fa-
lleció durante el hecho. Otros sostienen que sigue vivo, que está
en la cárcel de Chillán, que intenta obtener una indemnización.
Que fue un ajuste de cuentas, un lío de faldas, un asunto del fút-
bol o simple casualidad. Que los policías ayudaron al victimario o
que apoyaron a la víctima. En cuanto al victimario, señalan que es
francés, o que es chileno. Que se llama Jean, Rubén, el Mexicano,
el Negro Moncada, Yeinson Fernández Fernández, o Pancho.

La falta de identificación de los dos implicados ha hecho imposi-


ble conjuntar una versión definitiva del caso.

Adjunto a usted una transcripción literal de los interrogatorios.


REPORTE Nº 19-93-RPLL.DIVIHOM – DEPINCRI

ASUNTO. Resultado de las pesquisas acerca del asesinato de


víctima no identificada.

DÍA: 1

ENCARGADO: Detective Jorge L.C.

TESTIMONIOS
RECABADOS:

A. Versión de María Ángela López, vecina del lugar y quien se


percató del hecho mientras circulaba a bordo de su Renault
blanco placas GK SB 78. Vi que en ese momento Rubén caminaba
decidido por la calle con un papel en la mano. Sólo después
de todo lo que pasó, me enteré de los detalles.
—Mierda —me dijeron que dijo Rubén, hablando para sí
mismo—. Un policía.
El elemento se le acercó con cara de pocos amigos.
—Señor —le preguntó el elemento—. ¿Qué lo motivó a
salir del encierro establecido por las normas sanitarias?
—Una urgencia mayor, mi sargento —dijo él, con voz se-
gura.
—¡Muéstreme su salvoconducto, por favor!
Rubén le extendió el documento. La autoridad lo miró
con desconfianza. Tras leerlo, se echó hacia atrás y le
increpó.
—Esta razón no corresponde, señor. ¡Cómo se le ocurre
salir para sacarle la cresta al Patas Negras!
“Fue en ese momento que me di cuenta que la había em-
barrado”, me dicen que dijo.
Agachó la cabeza y se quedó mudo.
—Tendré que llevarlo detenido por desacato a la auto-
ridad y amenazas a terceros —se impuso el representante de
la ley.
“Ahora sí que la cagué. Aparte de cornudo, preso”,
pensó él mientras lo subían al vehículo policial.

B. Versión de Agapito Artés Amezcua, artista visual, poeta,


profesor de Educación Cívica y futbolista aficionado de la
ciudad. Me lo contaron así. Hombre mexicano de 35 años,
deportado de Francia por solicitar permiso sanitario para
ir a partirle la cara, como cual nalga exigente. El poli-
cía relata que alias el Mexicano se encontraba en esta-
do de ebriedad, y que realmente no era una persona a quien
golpeó, sino a un letrero corpóreo de un restorante que
tenía un cartel que decía: «Aquí restaurante, a la derecha
la mejor carne». Según las explicaciones de los vecinos,
se le escuchó gritar cánticos políticos de izquierda, en
específico, que «la izquierda siempre es el mejor
camino». Las primeras conclusiones son que el Mexicano,
por su estado de embriaguez, confundió el mensaje debido
al cambio idiomático.

C. Versión del abogado Pedro H., consultor jurídico del área


de Homicidios de la Policía de Investigaciones. Mire us-
ted: siendo jóvenes y emprendedores, crearon la mejor pyme
de la ciudad. Transacción de droga purificada con agua de
manantial. El tesorero era Juan, elegido por su mayor ex-
periencia como lanza. Para mayor originalidad, la consigna
de la empresa era no usar armas. En caso de disputa, una
buena golpiza. La empresa se había modernizado y todas las
transacciones eran online, más aún en época de pandemia.
Según los informes con que cuento, los diálogos sucedieron
de esta manera:
—Juan, ¿cuándo harás la transacción?
—El domingo en la madrugada, cuando no haya moros en
la costa. ¡Ja, ja, ja!
—Ok. El domingo, entonces.
Pasó domingo tras domingo y Juan nunca concretó su
promesa. Alberto, el líder de la banda, tomó una decisión:
ir por Juan y romperle la cara.
Alberto, educado en el mejor colegio existente, no
pudo falsificar su salvoconducto para ir a cobrar venganza
y escribió en él:

NOMBRE: Alberto Muñoz Muñoz.


HORA DE SALIDA: 08:00 h AM.
MOTIVO DEL DESPLAZAMIENTO: Romperle la cara a un culiao.

La razón no fue válida, según criterio del policía que se


le impuso la mayor multa posible: 100.000 pesos. Mayor,
incluso, al dinero que debía Juan.
Con Alberto se vieron las caras en la única cárcel de
la ciudad. Ambos habían caído por no pagar sus deudas.
Desde entonces, me dicen algunos contactos que tengo
en la cárcel, Juan es conocido como Caracortada.

D. Versión de M.N., primo del supuesto victimario, minutos des-


pués de haber pagado la fianza de su primo. Soy el primo de
Jean. Me había llamado molesto para pedirme que le hiciera
un salvoconducto en el computador, con la excusa de pegar-
le a un tipo. No escuché bien lo que me decía. Le pedí que
me repitiera. Cuando le entendí, me reí por un buen rato.
Le dije que no me molestara, que estaba trabajando. Le in-
sistí que no fuera estúpido. En menos de dos horas me lla-
mó de nuevo para pedirme que lo fuera a buscar. Y aquí es-
toy, pagándole la fianza. Y ahora me pregunto, ¿quién es
el estúpido?

E. Versión del policía David Amezcua, quien presenció casual-


mente el hecho en el momento en que visitaba a una de las
seis concubinas que reportó tener en la dirección Yerbas
Buenas 94x. El Negro Moncada abandonó la tertulia tempra-
no. Una de las tantas reuniones piratas que se hacían en
pandemia. Un poco ebrio, pero bastante decidido, tomó rum-
bo directo a la comisaría.
—Motivo del salvoconducto —le preguntó el cabo.
—Voy a pegarle un combo enl’ocico al XXXXXX (se omite
aquí el nombre de la víctima).
Tras mirarse unos a otros, los carabineros asintie-
ron y además lo trasladaron, dejándolo cerca del hotel del
pueblo. A una distancia razonable, los verdes testigos
vieron como el negro le acertó un puñetazo al tipo que ve-
nía saliendo.
Con satisfacción, todos se retiraron del lugar.
Desde el suelo, el aturdido José Sandoval (árbitro de
profesión) observó la noche ya sin sentido para él. El fin
de semana pasado el infeliz tuvo que cobrarle un penal en
el minuto 90 al equipo de los amores del negro, de los pa-
cos, de todo el pueblo al que desgraciadamente le había
tocado volver.
DÍA: 2

ENCARGADO: Detective Patricia Arriola P.

TESTIMONIOS
RECABADOS:

Versión de Bárbara Torres Troncoso, profesora, quien se


enteró del hecho a través del comerciante Jacinto B., due-
ño del minimarket SEBITA ubicado en la misma esquina del lu-
gar de los hechos. Fue así. Esa mañana se levanta con un
único objetivo. Hasta lo había soñado la noche anterior:
sembrarle un cornete en su menudo rostro al que habido
sido su amigo por más de 15 años. Sale de su casa, sin im-
portar el tercer día de confinamiento obligatorio. Al lle-
gar a la plaza se divisa una patrulla de carabineros con
baliza prendida. Se bajan dos señores de verde. Caminando
en dirección al hombre, uno de ellos le habla.
—¡Señor! ¡Su salvoconducto!
El hombre, secándose el sudor de sus manos en su pan-
talón, saca del bolsillo un papel doblado en cuatro y lo
pasa a uno de los verdes. El policía lo lee y despliega
una risotada.
—¡Jajajajajajajajaaaaaa! ¡Este sí que la embarró!
El carabinero saca las esposas del bolsillo.
—¡Mira! —dice a su compañero de verde—. Este güeón
cree que somos giles.
—¿Usted cree que somos giles? —dice el otro carabinero
al hombre que esperaba impaciente en la vereda.
—No, no señor, por favor —responde el hombre, nervioso.
—¡Queda detenido por falsificación de instrumento pú-
blico! —exclama el carabinero.
—¡Disculpe, señor carabinero! ¡No sabe usted las ganas
que tenia de pegarle un cornete al güeón que decía ser mi
amigo y se llevó a mi esposa!
—¡Ya, ya, ya! Menos historias de amor y más acción…
¡Aquí te tengo otras esposas…!
Acto seguido el carabinero, furioso, procedió a atar
las manos del hombre que había perdido amigo, esposa y li-
bertad en un mismo día.

A. Versión del poeta Camilo Medina Ortiz, quien se enteró de la


historia a través de David Andía y tras consumir dos botellas
de absenta elaboró por escrito su propia versión de los he-
chos. “Francés carerraja”, dijo el carabinero a cargo, “se
va directo a la capacha por inventar permiso para andar de
noche. No se pudo aguantar las ganas de rajarle el paño a
otro pergüétano”. “Por qué no lo hago de una vez y escri-
bo mi propio permiso”, dijo el victimario, “y si me pillan
paso por loco si dicen que en este país a los locos no los
tratan tan mal y de partida no voy a la cárcel sino que
a un psiquiátrico incluso si mato a alguien y claro que
quiero matar a este desgraciado. No aguanto más”.
B. Versión de Graciela Villalba, vecina Marco Antonio T., su-
puesta víctima. Marco despertó y quiso prender la tele para
tener ruido de fondo y no sentirse tan solo. Sintonizó uno
de esos matinales que mostraban una primicia absurda. Su
madre despertó temprano ese día. Él se unió al sartén con
huevos que ella había preparado para desayunar.
La señora prestó atención a la nota y se puso los ante-
ojos para ver de lejos. Reconoció al sujeto y se emocionó.
—Marco, ¿ese no es tu amigo?
Marco miró la tele y vio a su supuesto amigo. Le ardió
la cara, sintió los latidos que retumbaban en sus orejas,
al saber que el destino de esos golpes era él.

C. Versión del arquitecto Miguel Huenupán, responsable de las


obras de mejoramiento del cuartel de la PDI en Chillán y
quien, casualmente, presenció el desarrollo de las pesquisas.
Primero se escuchó una voz de mujer desde atrás las paredes
de un cubículo:
—Romperle la cara a un culiao. Nadie puede negar que
es una buena razón.
Después se escucharon las risas.
—Nunca había resuelto un caso tan fácil —dijo la co-
misaria. Le palmoteó el hombro al joven que, esposado, no
levantaba cabeza. La mascarilla en su cara solo dejaba ver
sus ojos perdidos en el piso.
—Pero a ver, güeón, ¿qué fue lo que pensaste en ese
momento?
“Uno, dos, tres… Uno, dos, tres… Cuántas calles para
elegir, calles vacías, uno, dos, tres, cuatro, respira,
respira. Susana te lo dijo, respira, lento, voy a perder
nuevamente, perder otro día, uno más sin… Uno dos tres,
sin… Aire, aire, aire, recuerda, cuatro, cinco, seis, eso,
tranquilo, aires, todo tiene su… Uno, dos, tres, tres,
tres, tres, tres, inspira, cuatro, cinco, cinco, cinco.
Ya… ¡Ya la cagué! Pago lo que tenga que pagar y listo, na-
die tiene que saberlo… Uno, dos, tres, cuatro, cinco…”
Según le comentó a la comisaria, en esas faenas esta-
ba cuando un flash lo hizo parpadear. Pestañeó dos veces,
levantó la cabeza, vio la cara sonriente tras una cámara.
Después otro flash lo encandiló.

D. Segunda versión del abogado Pedro H. Fue la primera de-


tención con multa de la jornada, y la más graciosa. ¿Cómo
alguien puede ser tan honesto que no pueda inventar un
motivo más aceptable? Tal vez la rabia lo cegó. No hay
otra explicación. O quizá su religión le prohíbe mentir.
¿Qué se yo? Sin embargo, es valorable su honestidad. Nos
dio vergüenza obligarlo a pagar la multa de rigor. ¡Cien
mil pesos! Pero fue nuestra obligación. Luego supe que no
pagó, y no se arrepintió. Terminó en la cárcel, donde pudo
cobrar doble venganza en contra de su ex amigo y ex cole-
ga, por causa de la deuda impaga y por meterlo en la cár-
cel. Ambos se ven las caras a diario. Uno de ellos es aho-
ra el Caracortada. Un adecuado honor a su trágico destino.

E. Versión de Leslie G. Berríos, tecnóloga médica, quien


atendió a uno de los carabineros a cargo. Así me lo conta-
ron y así yo se lo cuento.
—Señor. ¡Señor!
El joven esperó a que el carabinero se acercara.
—¡Buenos días!
—Buenas tardes —dijo el hombre, con las manos en los
bolsillos.
—Andamos chistositos. —El carabinero casi lo ejecutó
con la mirada—. Siendo las 5 de la mañana, ¿se podría sa-
ber qué hace afuera en toque de queda?
Encogió los hombros y sacó un papel arrugado del pan-
talón.
—¿Qué es eso?
—Ahí está po’. Mi permiso.
—Ya veo. ¿Y será necesario ir a las 5 de la mañana a
“Sacarle la cresta al wuacho quliao del juan”?
—Sí po’. Porque el loco entra a las 6 a la pega po’.
—Bueno, don Yeinson Fernández Fernández. Lamentable-
mente tendrá que ir en otra hora.

F. Versión de Yoya Candia L., vecina de Juan, supuesta vícti-


ma (no comprobada) del asesinato. Yo escuché: “Juan. ¡JUAN!
¡Te dije que apagaras la luz del patio! ¡Juan! (Se escuchó
cómo bajaba frenética la escalera). Hombre del demonio.
Algún día me va a matar y ahí, ahí lo quiero ver. A ver
qué hace sin mí. (Se quedó un momento en silencio, yo creo
que escuchando las voces en la calle). Ah, ¿y quien será a
esta hora? (Me comentó que miró temerosa por la ventana).
Juan… ¡JUAN! ¡Los pacos! ¡Juan! Los pacos están afuera.
¡Ayayay! Entran con un flaite, Juan. ¡VEN QUE TE DIGO! Pare-
ce que se lo van a llevar preso… Voy a llamar a la señora
Yoya, a ver si sabe lo que pasó”.

G. Versión de Luis Pinto R., escribano a cargo de la trans-


cripción de la onceava versión delos hechos, aportada por
otro de los supuestos testigos. Según yo, la cosa fue:
Pancho camina por la avenida Argentina. Se encuentra con
Cecilia, una lola de dieciocho años. Morena, pelo azaba-
che, largas piernas. Culo redondito. Se saludan de beso en
las mejillas y él se ofrece acompañarla. Hacía tiempo que
Pancho quería ese encuentro. Siguen caminando, conversan,
él se hace el simpático. Quiere conquistarla, que sea su
polola. Ya sabe, dinámicas de barrio. Rodrigo, un conoci-
do que participa en el club del barrio, al pasar por el
lado de la pareja, le dice: “te voy a acusar a la Angéli-
ca”. Arranca hecho un celaje, se aleja, se pierde de vis-
ta. Pancho trata de dar una explicación. Cecilia le dice:
“No te preocupes, chao, estoy atrasada, me voy al mall”.
Pancho se va muy amargado. Será muy difícil tener otra
oportunidad para conquistarla. “Este güeón me las va a pa-
gar. ¡Qué motivos tendrá para lanzar esta mentira! Cuan-
do lo encuentre, juro que le voy a sacar la cresta”. Pasan
los días y no logra saber de él. Decide hacerle la guar-
dia cerca del lugar donde vive. Había toque de queda, des-
de las seis de la tarde hasta las cinco de la mañana. Para
no tener problemas con la patrulla militar, se le ocurre
hacer un certificado de desplazamiento. Así se asegura de
sorprender al que tanto daño le hizo. Mira el reloj. Ya
son las siete. Decide regresar. No ha caminado una cuadra
cuando es sorprendido por la patrulla. “¡Alto! ¿Y usted no
sabe que estamos en toque de queda?” “Sí señor. Yo vengo
del trabajo, y este es mi pase”. El jefe de la patrulla
lo toma y se da cuenta que es falso. “Súbanlo al vehículo.
Te vamos a llevar al Sheraton”. Así le llaman a los cala-
bozos del regimiento.

H. Segunda versión de Agapito Artés Amezcua. Es interesan-


te especular acerca de los entresijos del caso. Imagínese
usted. “Yo, como simple corpóreo de un restorante, recibí
el golpe de un borracho que venía tambaleando y en la mano
llevaba un permiso. Venía echando humo por las orejas.
Gritaba que la izquierda siempre será la mejor opción.
Ahora me llevan directo a reparación. Mi cartel decía:
«Aquí restaurante, a la derecha la mejor opción de carne».
El susodicho blasfemó muchas veces en tono mexicano: «No
mames, wey, los de izquierda política siempre es el mejor
camino». Lo más probable que me haya confundido”.
DÍA: 3

ENCARGADO. Detective Jorge L.C.

TESTIMONIOS
RECABADOS.

A. Versión de Mario Morales, administrativo de Sala, Causas


y Cumplimiento Civil del 3° Juzgado. El asunto es que re-
visando por aquí y por allá, hurgando en los confines del
silicio del celular, Lucas se encontró con una foto de una
citación para el 3° Juzgado de Asuntos Civiles. Había ol-
vidado por completo el control que la policía le había he-
cho hacía 2 semanas atrás, por el cual fue multado y ahora
debía cancelar imperativamente.
Lo vio y se gritoneó a sí mismo:
—¡No puede ser!
Tenía que ir a la mañana siguiente a las 9. Y sin un
puto centavo para pagar esa mierda.
Comenzó a divagar acerca de qué excusas podría dar-
le al juez. Tenía que justificar su extravagante argumen-
to para circular en días de restricción y salvarse de la
sanción. Si no pagaba, sería enviado a la cárcel. O quizás
lo mandarían a hacer trabajos forzados. O posiblemente a
efectuar labores comunitarias o impartir clases de buenas
costumbres.
—Tengo la coartada perfecta —se dijo de pronto.
Con la penumbra de la noche, los policías que lo detu-
vieron y leyeron el salvoconducto no se percataron que al
final del documento aparecía su profesión de médico y su
oficio de actor. Con tanta gente sometida a los controles,
la revisión resultó apurada. Lo más llamativo era esa fra-
se: “romperle la cara…”.
—No creyeron que me dirigía a la clínica pediátrica
de Los Franciscanos a hacer una visita a los niños que se
encontraban por semanas hospitalizados producto de la pan-
demia —me dijo. Esa frase era parte de un diálogo teatral
que haría frente a ellos, junto a otro colega.
“No se rieron de mi delantal colorido y mi chichón.
Tampoco les causó gracia la peluca fosforescente que lle-
vaba esa noche. Y menos percataron de la nariz de payaso
que llevaba puesta”.
Recordó que cuando ya se retiraba, ofuscado por la
pérdida de tiempo y la sanción, lo único que atinó a gri-
tarle al policía de origen haitiano (vio su identificación
en la piocha de su uniforme) fue:
—¡Negro ignorante! ¡Acaso nunca escuchaste de Patch
Adams!
Versión de Ernesto Chávez, quien asegura ser víctima de
un intento de asesinato por parte de un ciudadano fran-
cés y ahora reclama una indemnización del Estado chileno.
Y me sacó la chucha, el tipo. No pensó ni siquiera en su
retoña que la había traído con ella. Vio toda la patada y
el combo que me dio. No le importó ni el toque de queda.
¡Acababa de temblar, más encima! Yo estaba cagado de mie-
do y viene de la nada este tipo a pegarme. Como dije, para
colmo, enfrente de su hija. Con un puñete me dejó pa’bajo,
justo donde ocurrió otra réplica fuerte. La mocosa andaba
asustada. Parece que le hablaba en francés, no sé. Además,
el tipo decía megda a cada rato. Como ese boludo crítico
de cocina por la tele.
Reanudación del informe
Fecha: 29 de mayo de 1993
Detective a cargo: Cornelio Nepomuceno Estévez
Número de caso: 2023-5468

En suma, estimado señor, dichas son hasta el momento las versiones


de los testigos identificados.

Sin embargo, es apenas en este momento cuando llego al verdadero


motivo del presente informe.

Ocurre que tras la investigación se descubrió que un robo de va-


liosas pinturas de Roberto Matta tuvo lugar en el Centro Cultural
Casa Gonzalo Rojas, a sólo dos cuadras del escenario descrito al
principio de este informe, apenas media hora después del supuesto
homicidio. Esta omisión en la atención del robo se debe a la prio-
rización de recursos en el caso de homicidio.

La información posterior obtenida de los registros de seguridad


del centro cultural determinó que el robo tuvo lugar aproximada-
mente a las 21:30 horas, mientras la atención de la comunidad y
las fuerzas de seguridad estaba centrada en el escenario del ase-
sinato. Los delincuentes lograron acceder a la galería aprovechan-
do la distracción generalizada y se apoderaron de varias pinturas
antes de escapar sin dejar rastro.

Hasta el momento ningún policía, detective o juez se atreve a ase-


gurar si el robo y el posible conato de homicidio están relaciona-
dos producto de la planificación de una mente maestra, o si ambos
hechos ocurrieron al mismo tiempo y a poca distancia por simple
coincidencia.

Conclusiones y recomendaciones. La atención dedicada al caso de


asesinato acarreó la omisión del robo de las pinturas de Roberto
Matta. Se recomienda que en futuras investigaciones se implemente
una comunicación más efectiva entre los diferentes equipos de in-
vestigación, y se establezca una coordinación adecuada para evitar
situaciones de este tipo.

Atentamente,
Cornelio Nepomuceno Estévez
Detective Privado
Agencia de Detectives La Pajarera

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