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Mustraciones
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El sol, la luna y las estrellas
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Edición
Sarah Wiseman

Diseño gráfico
Marcos Kurtycz

(O) 1981 Organización Editorial Novaro, S.A.


Derechos reservados

ISBN 968-48-0004-5
El sol, la luna y las estrellas
Leyendas de la creación

Ilustraciones

Francisco Toledo
Adaptación de textos

Francisco Hinojosa y Raúl Navarrete

EDITORIAL
NOVWRO
Agradecimientos:
A Carlos Navarrete por
los cuentos **Cómo se
formaron el sol, la luna
y las estrellas”? y ““Cómo
formó Dios el Tacaná y
la humanidad”” de su
libro Soconusco.
A Andrés Henestrosa
por el cuento
“Bendayuuze”” de su
libro Los hombres que
dispersó la danza.
CONTENIDO

Huitzilopochtli
página siete

Cómo formó Dios el Tacaná


y la humanidad
página veintiuno

Bendayuuze
página treinta y uno

Cómo se formaron elsol,


la luna y las estrellas
página cuarenta y uno
Huitzilopochtli

Golpeó otra vez


y apareció una gran culebra
de ocote
pintada de azul
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Después de completar la creación del mundo ayudado por sus


hermanos, Huitzilopochtli, dios de la guerra, desapareció. Nadie
volvió a saber nada de él, ni aun sus propios hermanos, los otros
dioses.
Cuatro veces el mundo fue destruido, y parecía como si el dios
Huitzilopochtli no se hubiera enterado. Ni una sola vez asomó la
cabeza, ni dijo sí ni dijo no. También cuatro veces rehicieron los
dioses el mundo, pero Huitzilopochtli no apareció para dar su Oopi-
nión. Tampoco se dejó ver ni salió de su retiro cuando los dioses
crearon el quinto sol.
Ninguno de sus hermanos podía creerlo, pero parecía como si
Huitzilopochtli no hubiera existido nunca. |
Pero un día dijo Huitzilopochtli, desde el lugar en donde se ocul-
taba:
—Ahora sí, ya es tiempo de que me presente entre los hombres.
Y se puso a pensar cómo lo haría. No de cualquier manera, pues
él no era un dios común.
En un humilde pueblo azteca vivía Coatlicue, una mujer muy
piadosa. Todos los días iba a barrer el templo. Barría también los
alrededores del templo, y andaba a todas horas de aquí para allá le-
vantando el polvo. Sus hijos varones (que eran cuatrocientos) se
sentían orgullosos de ella, pero no sentía lo mismo su única hija.
página diez
Una mañana Coatlicue fue al templo, y como de costumbre se
puso a barrer. De pronto levantó la cara y vio muy alto, en el cielo,
una cosa brillante. Caía hacia ella, caía, y cada vezestaba más cerca.
Coatlicue pensó: ¿Qué será eso?
Cuando la cosa cayó al suelo vio que era una madeja de plumas.
Pero eran las plumas más hermosas y finas, tan suaves y de colores
tan brillantes que jamás había visto nada igual, así que las recogió y
las guardó en su cintura, debajo de sus enaguas, diciendo:
—¡Qué lindas plumas! ¿Me las enviarán los dioses, viendo que
barro todos los días su templo? Sí, eso debe ser.
Cuando acabó de barrer, ilusionada, se buscó las plumas, pero
ya no las encontró. Las buscó dos o tres veces más... ¡y tampoco!
Las hermosas y relucientes plumas habían desaparecido.
Muy preocupada, volvió a casa. Le pasaban cosas muy extrañas.
Sentía la madeja de plumas debajo de las enaguas; pero al tratar de
tocarla, desaparecía. Una y otra vez lo intentó, pero nada. ¿Qué
podía ser eso?
Coatlicue se sentía inquieta. Sus cuatrocientos hijos varones y su
única hija la observaban. Estaba pensativa y callada.
—¿OQué tienes, madre?, le preguntaron todos y cada uno de ellos.
Pero ella no respondió. Suspiraba de tristeza, miraba a todos la-
dos palpándose con las manos el lugar en donde había guardado la
madeja de plumas que ya no aparecía.

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Por fin, una mañana, mientras sus hijos le sonreían queriendo
verla contenta, ella se atrevió a decirles:
—Hijos míos, uno de estos días voy a tener un hijo. Es su herma-
no, y deben quererlo mucho.
Al oír esto, los cuatrocientos muchachos sintieron gran enojo.
Sus caras se descompusieron.
Gritaron:
—¿Un hijo, dices? ¿Y quién es el padre? ¡No queremos otro her-
mano?! Y la única hija gritó, más enfurecida aún:
—¿Un hijo? ¡Qué vergúenza me da! Prefiero verte muerta.
Y los cuatrocientos hijos de Coatlicue, y la muchacha, abando-
naron a su madre y se fueron a vivir a la montaña. No querían ni
verla.
Estaban tan llenos de rabia que apretaban los puños y sus Ojos se
enrojecían. Pero la muchacha era la más enojada, y a cada momen-
to decía:
—Nuestra madre no nos quiere. Matémosla.
Y todos se pusieron a planear lo que iban a hacer. Pero uno de
ellos no estuvo de acuerdo, así que fue ante Coatlicue y le dijo:
—Mis hermanos quieren matarte, así que escóndete o ve a ver
qué haces.
La mujer llamada Coatlicue se llenó de preocupación y lloraba y
lloraba.
Pero de pronto sintió la madeja de plumas en su cintura y quiso
tocarla.
—No me lastimes, madre, dijo una voz.
La mujer se llenó de asombro. La vocecita volvió a decir:
—N o te preocupes, madrecita. Yo te defenderé de mis hermanos.
La mujer se asombró aún más. No comprendía aquel misterio, ni*
de dónde venía aquella voz.
Entre tanto, los trescientos noventa y nueve muchacad ya
habían tomado sus armas, y bajaban por la montaña haciendo un.
gran ruido. Al frente del ejército venía la muchacha. :
¿Quién defendería a la pobre Coatlicue? De sus cuatrocientos hi- E
jos, sólo uno la acompañaba.
Además, no había tiempo de ocultarse.
Pero se oyó de nuevo la vocecita:
—Hermano mío, dijo, asómate a la puerta. ¿En dónde vienen los
muchachos?
— Vienen en el cerro.

Pasó un rato.
—¿Dime en dónde vienen ahora?
— Ya vienen en el llano.

Pasó otro rato.


—¿En dónde vienen ahora?
—Están en la mitad del llano. Ya oigo el ruido de sus armas.

Pasó otro rato más.


—¿ Y ahora?
— Ya pasaron el río.
—¿En dónde vienen ahora?
— Ya oigo Sus voces.
—¿ Y ahora?
— Ya están aquí.
En ese momento sucedió una cosa maravillosa. La mujer sintió
que la madeja de plumas caía de su cintura. La vio, y esta vez sí
logró atraparla, pero en cuanto la tuvo en sus manos desapareció,
convirtiéndose en un impresionante y hermoso guerrero de fuertes
brazos y gran estatura. Estaba cubierto de armas y casi todo él era
azul: cara, brazos y muslos. Traía en la cabeza un penacho de plu-
mas riquísimas, rematado en una bola de oro bruñida. Su escudo y
su espada eran también azules, pero había en él una cosa extraña:
su pierna izquierda era muy delgada y en ella crecían plumas como
si fuera pierna de pájaro. Aquel guerrero era Huitzilopochtli.
Golpeó el suelo con el pie y surgió de la tierra un guerrero. Gol-
peó otra vez y apareció una gran culebra de ocote pintada de azul.

página dieciséis
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página diecisiete
Huitzilopochtli ordenó al guerrero:
—Enciende esa culebra y combate con ella a mi hermana.
El guerrero obedeció. De la culebra brotaron llamaradas que
acabaron con la muchacha. Su cuerpo se convirtió en cenizas que se
elevaron al cielo. |
Mientras tanto, Huitzilopochtli atacó él solo a los trescientos no-
venta y nueve, que se llenaron de terror ante el hermano. Muchos
de ellos murieron, y los demás se dieron a la fuga.
—Perdón, perdón, gritaban.
Pero Huitzilopochtli los persiguió por los montes, hasta acabar
con ellos y arrojarlos en las barrancas de la sierra. Después, el ven-
cedor saqueó las casas de los cuatrocientos muchachos y depositó
los ricos tesoros a los pies de su madre.
Coatlicue sonreía llena de orgullo ante su gran hijo guerrero.
Y Huitzilopochtli por mucho tiempo ya no desapareció de la
tierra. Siguió guerreando y ganando batallas, y en todas partes se
hizo temible por su gran fortaleza y valor.
Cuando quería, se transformaba en tecolote o en tigre sangrien-
to. Sus enemigos huían aterrorizados ante él. La lucha y la victoria
hacían feliz a Huitzilopochtli.
Después de esto, para honrar su memoria, los antiguos mexica-
nos levantaron en su honor un templo, el más rico e Impresionante
que hubo en esas tierras.

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Cómo formó Dios
el Tacana y la humanidad

Lo hizo con fuego,


piedras y terremotos.
Todo se incendió,
todo empezó a morirse.
Cuando Dios hizo la Tierra, también creó a los hombres para que
la trabajaran y para que lo adoraran a Él. Los hombres no tenían
nombre y no les importaba, porque estaban hechos únicamente pa-
ra el trabajo, como si cada uno fuera una sola mano.

Dios se regresó confiado, no se ocupó más por escuchar lo que


los hombres hablaban y no quiso volver a verlos, porque estaba se-
guro de que su obra había sido perfecta.
Pero un día regresó a la Tierra para conocer cómo lo adoraban
sus criaturas. Pero al ver el mal estado en el que se encontraban los
campos, y al ver cómo los jóvenes desobedecían a los viejos, se puso
un poco triste y lloró.
Ya nadie se acordaba de Él y nadie lo adoraba.

pásina veinticuatro
Primero les habló y no lo escucharon, luego se les hizo presente y
no lo supieron ver; se convirtió en susurro y creyeron que era el río;
se volvió de plumas y no lo sintieron.
Una mañana decidió darles una prueba de su voluntad. Se apare-
ció al amanecer arriba de la montaña, como si fuera una montaña
más grande, como un volcán sin boca. Los hombres se asustaron y
corrieron a atender sus siembras abandonadas. Todos iban arre-
pentidos, con la cabeza baja.
Pero en esos momentos un joven atrevido les habló:
— Vuelvan, vuelvan, hermanitos; olvídense de su miedo, que to-
da la Tierra es nuestra. Quien regala algo no puede volver a
quitarlo.
Todos los hombres le hicieron caso y se dedicaron a beber y a des-
cansar, tendidos en el suelo hasta que el sol salió de nuevo.
Entonces habló Dios. Pero no lo hizo con las mismas palabras
que usaban los hombres. Lo hizo con fuego, piedras y terremotos.
Todo se incendió, todo empezó a morirse.

Algunos hombres que se metieron en el agua fresca para refu-


glarse del fuego se convirtieron en peces. Los que se subieron arriba
de los árboles para escapar del suelo que ardía se volvieron monos.
Los que saltaron a las altas rocas volaron como pájaros antes de lle-
gar a la cima. Y los que se pusieron en cuatro patas o se arrastraron
para meterse en cuevas y esconderse se transformaron en culebras,
tlacuaches y en muchos de los animales de la creación.
Quienes se arrepintieron de corazón sobrevivieron en la Tierra.
Después de perdonados se casaron y de ahí nacieron todos los
hombres que trabajan y que saben adorar a Dios.
pagina Verntisels
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Desde entonces
Dios se quedó en el Tacaná,
quees el mejor detodos los volcanes
y el que vigila para que los hombres
nunca más vuelvan a caer.

página veintinueve
Bendayuuze

Sucedió una vez


que una niña lloró y habló
desde el vientre
de su madre.
Sucedió una vez que una niña lloró y habló desde el vientre de su
madre. Al oírla, la madre despertó a su esposo y, asustada, le
contó lo que acababa de escuchar.
—No podemos hacer nada, le dijo él. Duerme, y si otra vez llora
y habla, le pediremos a los viejos del pueblo que nos ayuden a expli-
car la causa.
Las voces y el llanto de la niña no se volvieron a escuchar hasta
que faltaban treinta días para que naciera. Les dijo que ellos no
debían tener miedo y que tendrían que esperar a su nacimiento para
saber lo demás.
Desde entonces los esposos estuvieron ansiosos por conocer la
causa de lo sucedido y por eso las horas se les hicieron más largas.
Sin embargo, sentían mucha alegría porque el nacimiento de su hija
se acercaba.

pásina treinta v dos


Pasaron los días trabajando de mañana a tarde. En uno de ellos,
a la hora del mediodía, cuando el sol no dejaba que la gente exten-
diera sobre el piso su sombra, la mujer dio a luz a la niña.
¿Cómo se le había ocurrido nacer a esa niña en la hora en que no
puede decirse si el sol viajará hacia la izquierda o hacia la derecha?
La niña había nacido grande; sus cabellos eran largos; y entre sus
labios tenía dientes muy blancos, como si fueran de maíz tierno. La
niña dijo entonces a su madre:
—Dios te pague el favor de haberme guardado en tu vientre
mientras yo nacía. No necesitaré que tú me alimentes, porque hoy
mismo me iré a la montaña. Volveré muchas veces al pueblo, pero
no seré vista por nadie. Tan sólo se oirá la música que me acompa-
ñard.
En seguida se fue hacia la montaña. Nadie la siguió más que con
los ojos hasta perderse la niña de vista. El miedo recorrió a todos de
la cabeza a los pies.
Varias semanas más tarde, en una hora idéntica a aquella en que
la niña había nacido, los padres decidieron ir a buscarla. Miraron
hacia la montaña y echaron a andar. Y caminaron tan de prisa que
el sol no tuvo tiempo de calentarlos. Al poco rato los padres llega-
ron ala parte más alta de la montaña. Encontraron allí a la niña que
cavaba un pozo.
Ella, al verlos, les sonrió, y luego los padres pudieron ver que la
niña giraba y giraba como si se persiguiera a sí misma. De repente
brotó agua del pozo y la niña, sin moverse del centro, siguió dando
vueltas y más vueltas hasta convertirse en culebra. Y el agua, que gi-
raba alrededor de ella, se le subió hasta la cabeza.
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De nuevo el miedo invadió a los esposos. Vieron cómo su hija se
convirtió en lluvia y cómo se echó a andar rumbo al pueblo destro-
zando a su paso los árboles. Cada cabello de la niña era un delgado
hilo de agua, como si llevara la lluvia colgada de los hombros.
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mos a la niña. Durante las noches el lleva un poco de llu-
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pagina cuarenta
Cómo se formaron el sol, la luna
y las estrellas

La vieja dio un grito


y saltó para tratar
de alcanzar al sol
y castigarlo.
Una señora pobre, llamada Viento, tenía una hija muy hermosa
en edad de casarse, pero era una joven tan presumida que pensaba
que no existían hombres dignos de ella. Un día se presentó Dios
pobremente vestido para pedirle que fuera su esposa y, como tan-
tos otros, fue rechazado.
Una tarde, mientras la muchacha lavaba la ropa, llegó Dios otra
vez en forma de pájaro y se paró junto a ella, en el lavadero.
— ¿Qué haees allí, pajarito? ¿Por qué vienes a molestarme?, le
dijo la joven, y con una varita le dio un golpe en la cabeza. El pajari-
to murió.
página cuarenta y tres
Al verlo con las patitas para arriba y ya muerto, la muchacha se
arrepintió y lo guardó en su seno. Al rato, el pájaro revivió con el
calor, le picó el pecho y levantó vuelo.
Pasó el tiempo y un día, cuando la muchacha se bañaba en el río,
su mamá Viento se dio cuenta de que el estómago de su hija había
crecido.
— Vas a ser madre, le dijo la mamá, y se enojó mucho.
De la muchacha nacieron dos hijos, pero ella murió y se convirtió
en tierra, en toda la tierra que nuestros ojos alcanzan a ver.
La abuela Viento trataba muy mal a los dos hermanitos; quería
que se perdieran, se los quería comer, quería matarlos.
La mala mujer mandó llamar a todos sus demás hijos para que le
ayudaran a deshacerse de los hermanitos. Y de todas partes de la
tierra fueron llegando: unos negros como el carbón, otros pálidos
de tierra caliente, otros colorados de tierra fría. Unos eran altos y
otros chiquitos como sacos de maíz.
Cuando ya estuvieron todos los tíos reunidos, la abuela Viento
los llevó a la orilla de un barranco para que entre todos arrojaran al
fondo a sus dos sobrinitos.
Desde la tierra salió un grupo de hormigas que hablaron a los
hermanitos:
—NOo tengan miedo y salten. Nosotras somos las palabras de su
madre, las letras de su nombre, sus pensamientos chiquitos. ¡Sal-
ten, que ella los acogerá!
Pero sólo uno, el más listo, saltó. Cuando iba cayendo le salió
fuego alrededor y, enrojecido, ardiendo, empezó a subir al cielo.
En ese momento se convirtió en el sol. A su paso le quemó todo el
pelo a su abuela. Desde entonces, el viento es como la noche porque
tiene la cabeza negra.
La vieja dio un grito y saltó para tratar de alcanzar al sol y casti-
garlo, pero hasta ahora nunca lo ha podido conseguir y sólo lo em-
puja, aunque siempre lo persigue con su cabeza negra.
El otro hermanito, al ver el milagro, se apuró a saltar al barranco
porque ya casi lo tenían agarrado entre todos sus tíos. Y estaba ca-
yendo cuando se puso blanco, le salió luz y se fue para arriba con-
vertido en luna.
Los tíos se enojaron y trataron de detenerlo. Y casi lo lograron,
pero sólo le rompieron el vestido; por eso les quedó en las manos un
poco de luz. Así es que los tíos también subieron al cielo, converti-
dos en estrellas y rodearon a la luna, aunque nunca puedan tocarla
ni alcanzarla. |
Fue así como Dios formó la tierra, el viento —que es la cabeza de
la noche—., el sol, la luna y las estrellas del cielo.
2
EDITORIAL NOVARO, S.A.
AGRADECE LA COLABORACIÓN Y AUSPICIO
EN ESTA EDICIÓN A

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FONAPAS
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MEXICO 21, D.F.

FONDO NACIONAL PARA ACTIVIDADES SOCIALES


Y A SU PRESIDENTA
SRA. CARMEN ROMANO DE LÓPEZ PORTILLO

Primera edición
13 000 ejemplares
Impreso en EE.UU.
Printed in U.S.A.
La vieja que comía gente
con Ilustraciones de Leonel Maciel

De tigres y tlacuaches
con ilustraciones de Marcos Kurtyez y Ana Garcia Kobeh

E! maiz tiene color de oro


con ilustraciones de Susana Martinez-Ostos

MI canción es un pedazo de jade


con ilustraciones de Guillermo Stark

Pita, pita, cedacero


con ilustraciones de Eduardo Pisarro

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