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Mustraciones
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El sol, la luna y las estrellas
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Edición
Sarah Wiseman
Diseño gráfico
Marcos Kurtycz
ISBN 968-48-0004-5
El sol, la luna y las estrellas
Leyendas de la creación
Ilustraciones
Francisco Toledo
Adaptación de textos
EDITORIAL
NOVWRO
Agradecimientos:
A Carlos Navarrete por
los cuentos **Cómo se
formaron el sol, la luna
y las estrellas”? y ““Cómo
formó Dios el Tacaná y
la humanidad”” de su
libro Soconusco.
A Andrés Henestrosa
por el cuento
“Bendayuuze”” de su
libro Los hombres que
dispersó la danza.
CONTENIDO
Huitzilopochtli
página siete
Bendayuuze
página treinta y uno
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Por fin, una mañana, mientras sus hijos le sonreían queriendo
verla contenta, ella se atrevió a decirles:
—Hijos míos, uno de estos días voy a tener un hijo. Es su herma-
no, y deben quererlo mucho.
Al oír esto, los cuatrocientos muchachos sintieron gran enojo.
Sus caras se descompusieron.
Gritaron:
—¿Un hijo, dices? ¿Y quién es el padre? ¡No queremos otro her-
mano?! Y la única hija gritó, más enfurecida aún:
—¿Un hijo? ¡Qué vergúenza me da! Prefiero verte muerta.
Y los cuatrocientos hijos de Coatlicue, y la muchacha, abando-
naron a su madre y se fueron a vivir a la montaña. No querían ni
verla.
Estaban tan llenos de rabia que apretaban los puños y sus Ojos se
enrojecían. Pero la muchacha era la más enojada, y a cada momen-
to decía:
—Nuestra madre no nos quiere. Matémosla.
Y todos se pusieron a planear lo que iban a hacer. Pero uno de
ellos no estuvo de acuerdo, así que fue ante Coatlicue y le dijo:
—Mis hermanos quieren matarte, así que escóndete o ve a ver
qué haces.
La mujer llamada Coatlicue se llenó de preocupación y lloraba y
lloraba.
Pero de pronto sintió la madeja de plumas en su cintura y quiso
tocarla.
—No me lastimes, madre, dijo una voz.
La mujer se llenó de asombro. La vocecita volvió a decir:
—N o te preocupes, madrecita. Yo te defenderé de mis hermanos.
La mujer se asombró aún más. No comprendía aquel misterio, ni*
de dónde venía aquella voz.
Entre tanto, los trescientos noventa y nueve muchacad ya
habían tomado sus armas, y bajaban por la montaña haciendo un.
gran ruido. Al frente del ejército venía la muchacha. :
¿Quién defendería a la pobre Coatlicue? De sus cuatrocientos hi- E
jos, sólo uno la acompañaba.
Además, no había tiempo de ocultarse.
Pero se oyó de nuevo la vocecita:
—Hermano mío, dijo, asómate a la puerta. ¿En dónde vienen los
muchachos?
— Vienen en el cerro.
Pasó un rato.
—¿Dime en dónde vienen ahora?
— Ya vienen en el llano.
página dieciséis
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página diecisiete
Huitzilopochtli ordenó al guerrero:
—Enciende esa culebra y combate con ella a mi hermana.
El guerrero obedeció. De la culebra brotaron llamaradas que
acabaron con la muchacha. Su cuerpo se convirtió en cenizas que se
elevaron al cielo. |
Mientras tanto, Huitzilopochtli atacó él solo a los trescientos no-
venta y nueve, que se llenaron de terror ante el hermano. Muchos
de ellos murieron, y los demás se dieron a la fuga.
—Perdón, perdón, gritaban.
Pero Huitzilopochtli los persiguió por los montes, hasta acabar
con ellos y arrojarlos en las barrancas de la sierra. Después, el ven-
cedor saqueó las casas de los cuatrocientos muchachos y depositó
los ricos tesoros a los pies de su madre.
Coatlicue sonreía llena de orgullo ante su gran hijo guerrero.
Y Huitzilopochtli por mucho tiempo ya no desapareció de la
tierra. Siguió guerreando y ganando batallas, y en todas partes se
hizo temible por su gran fortaleza y valor.
Cuando quería, se transformaba en tecolote o en tigre sangrien-
to. Sus enemigos huían aterrorizados ante él. La lucha y la victoria
hacían feliz a Huitzilopochtli.
Después de esto, para honrar su memoria, los antiguos mexica-
nos levantaron en su honor un templo, el más rico e Impresionante
que hubo en esas tierras.
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Cómo formó Dios
el Tacana y la humanidad
pásina veinticuatro
Primero les habló y no lo escucharon, luego se les hizo presente y
no lo supieron ver; se convirtió en susurro y creyeron que era el río;
se volvió de plumas y no lo sintieron.
Una mañana decidió darles una prueba de su voluntad. Se apare-
ció al amanecer arriba de la montaña, como si fuera una montaña
más grande, como un volcán sin boca. Los hombres se asustaron y
corrieron a atender sus siembras abandonadas. Todos iban arre-
pentidos, con la cabeza baja.
Pero en esos momentos un joven atrevido les habló:
— Vuelvan, vuelvan, hermanitos; olvídense de su miedo, que to-
da la Tierra es nuestra. Quien regala algo no puede volver a
quitarlo.
Todos los hombres le hicieron caso y se dedicaron a beber y a des-
cansar, tendidos en el suelo hasta que el sol salió de nuevo.
Entonces habló Dios. Pero no lo hizo con las mismas palabras
que usaban los hombres. Lo hizo con fuego, piedras y terremotos.
Todo se incendió, todo empezó a morirse.
página veintinueve
Bendayuuze
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pagina cuarenta
Cómo se formaron el sol, la luna
y las estrellas
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MEXICO 21, D.F.
Primera edición
13 000 ejemplares
Impreso en EE.UU.
Printed in U.S.A.
La vieja que comía gente
con Ilustraciones de Leonel Maciel
De tigres y tlacuaches
con ilustraciones de Marcos Kurtyez y Ana Garcia Kobeh