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Había una vez un niño llamado **Lucas** que amaba todo lo relacionado

con la tecnología. Un día, mientras exploraba un mercado de pulgas


local, encontró una vieja computadora. A pesar de su apariencia
desgastada, algo le decía a Lucas que esta computadora era especial.

Después de llevarla a casa y encenderla, Lucas se dio cuenta de que no


se equivocaba. La computadora, a la que llamó **Byte**, no era una
máquina ordinaria. Tenía la capacidad de llevar a Lucas a cualquier
mundo digital que pudiera imaginar.

Con solo escribir en el teclado, Lucas podía visitar mundos llenos de


dinosaurios, viajar al espacio exterior o incluso sumergirse en el
océano profundo. Byte podía crear estos mundos con un detalle
increíble, haciendo que Lucas se sintiera como si realmente estuviera
allí.

Pero Byte tenía otra habilidad mágica. Podía ayudar a Lucas a resolver
cualquier problema que tuviera. Ya sea que necesitara ayuda con su
tarea de matemáticas, quisiera aprender un nuevo idioma o simplemente
necesitara consejos sobre cómo manejar una situación difícil, Byte
siempre tenía la respuesta.

Lucas y Byte pasaron muchos años juntos, explorando mundos digitales y


aprendiendo nuevas cosas. Aunque Lucas creció y la tecnología avanzó,
nunca dejó de usar Byte. Porque para él, Byte no era solo una
computadora, era un amigo.

Y aunque Byte era una máquina, de alguna manera, parecía entender a


Lucas mejor que nadie. Porque la verdadera magia de Byte no estaba en
sus habilidades para crear mundos o resolver problemas, sino en su
capacidad para conectar con Lucas, para hacerle sentir entendido y
apoyado. Y eso, para Lucas, era la verdadera magia de la tecnología.

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