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Holly Rayner - El Bebé Americano Del Jeque
Holly Rayner - El Bebé Americano Del Jeque
Holly Rayner
Copyright 2017 Holly Rayner
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son adultos mayores de
edad y en edad de consentimiento sexual. Cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, negocios específicos, eventos o lugares concretos es pura
coincidencia.
Índice
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
UNO
Lucie sabía que el vuelo duraba una hora, pero, mientras se preparaban
para aterrizar, le pareció que había sido mucho más corto. Se las había ingeniado
para que Zach la dejara tranquila y repasar el árabe que necesitaba tan
desesperadamente, a pesar de la insistencia de su compañero en decir que, de
todos modos, todos hablarían inglés.
Cuando el avión aterrizó, Lucie sintió cómo su emoción contenida
comenzaba a burbujear hacia la superficie. Había intentado reprimirla durante las
últimas semanas, desde que recibiera la confirmación de que efectivamente iba a
viajar a este lugar. Había intentado no hacerse ilusiones y había rebajado sus
expectativas.
Pero, ahora que ya estaba allí, comprendió que no debería haberse
preocupado. Era increíble. Le pareció que había sido transportada en el tiempo. Sí,
estaban en un aeródromo, pero era polvoriento y remoto, básicamente un pedazo
de tierra apisonada. El cercano y destartalado edificio tenía aspecto de haberse
construido siglos atrás.
Una vez terminado su trabajo, la tripulación del avión se estaba preparando
para ponerse en marcha de nuevo. Arrojaron sin contemplaciones el equipaje de
Lucie y Zach al suelo y volvieron a sus puestos. Apenas se habían apagado por
completo los motores cuando ya estaban de nuevo en funcionamiento, y el avión
rodaba hacia la pista de despegue improvisada.
No es que a Lucie le apenara ver alejarse aquel brillante avión privado.
Parecía fuera de lugar, teniendo en cuenta que veía más cabras que vehículos.
De hecho, después de examinar el mundo que se abría a su alrededor, solo
vio un automóvil.
Estaba distante y, de momento, solo se apreciaba un rastro de polvo. Se
colocó las gafas de sol para protegerse los ojos de la luz deslumbradora del
violento sol, pero aun así tuvo que mirar de reojo para poder ver.
—¿De verdad se van a limitar a dejarnos aquí? —preguntó Zach, y Lucie
percibió un indicio de incertidumbre en su voz.
—Bueno, seguro que estaremos bien —contestó ella, con el atisbo de una
mueca cómplice en los labios—. Todo el mundo habla inglés, ¿cierto?
El auto que se dirigía hacia ellos resultó ser un todoterreno cargado con tres
arqueólogos que condujeron hasta el aeródromo y los saludaron. De hecho, para
irritación de Lucie y para alegría apenas contenida de Zach, hablaban un inglés
perfecto.
—¿Tuvieron que abandonar el yacimiento para venir a buscarnos? —
preguntó Lucie, mientras Zach y ella se subían al todoterreno. Estaba ligeramente
preocupada por haber interrumpido su trabajo.
El arqueólogo jefe, el profesor Hasseb, era un árabe de cierta edad con
aspecto amable y bigote plateado. Hizo un gesto de negación mientras arrancaba el
todoterreno.
—Estábamos volviendo de la ciudad. Hay probabilidades de que se avecine
una tormenta y queríamos asegurarnos de tener todo lo necesario en el
campamento, por si se bloquean las carreteras.
Ante la mención de tormentas, Lucie vio que Zach examinaba el horizonte,
como si esperase ver una enorme y ondulante nube de polvo dirigiéndose
directamente hacia ellos. Pensó que era muy propio de Zach preocuparse por el
tiempo.
Toda su vida Lucie había soñado con ser arqueóloga. Al principio, sus
padres la habían apoyado. Después, cuando empezó a dedicar todo su tiempo a
estudiar hasta el punto de que nunca tenía tiempo para encontrar el hombre con el
que esperaban que se casara o los nietos que esperaban que tuviera, habían
mostrado un apoyo un poco menos entusiasta.
Todo el mundo había intentado disuadirla, como si pensaran que
simplemente había visto Indiana Jones demasiadas veces de niña y se hubiera
obsesionado un poco.
Lucie había creído que las cosas mejorarían en el mundo académico, pero
solo habían mejorado ligeramente. En Harvard, entre aquellos que dedicaban su
tiempo a escribir trabajos sobre nuevas interpretaciones de objetos que ya
descansaban en los museos, su entusiasmo por salir a hacer trabajo de campo había
sido ampliamente recibido con burlas. Ya aprendería, le dijeron. Saldría y
descubriría que una excavación no era ni por asomo del color de rosa que ella
había supuesto. Las implicaciones parecían ser que era imposible sin una
financiación enorme y un equipo consolidado que te hicieran la vida más fácil.
Pero ahora, mientras escuchaba a los tres investigadores hablar del
funcionamiento diario del campamento arqueológico que habían montado y los
planes para trazar la cuadrícula del cuadrante noreste de la excavación, Lucie supo
que ella tenía razón.
Los arqueólogos eran dos hombres de Al-Brehoni y una mujer francesa,
pero inmediatamente sintió que eran como parte de su familia. Hablaban
animadamente de su trabajo, de una forma en que Lucie nunca había oído hablar a
nadie más, excepto a ella misma. Hablaban sobre las personas que habían vivido
en la ciudad que estaban excavando como si fuesen sus vecinos o sus amigos.
Lucie pertenecía al grupo. Descubrió que por fin pertenecía a un grupo.
Pero no tuvo oportunidad de disfrutar mucho tiempo de la cálida sensación
de haber encontrado a su gente. Nada más llegar al campamento, en cuanto el
profesor Hasseb comenzó a presentarlos a los demás investigadores que trabajaban
en la excavación, un hombrecillo con gafas y aspecto de funcionario se acercó al
profesor Hasseb y comenzó a hablar con él en árabe, en un tono rápido y cortante.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Zach en voz baja.
—Eh… Dice que la tormenta se mueve más rápido de lo que esperaban y
que el pronóstico del tiempo asegura... —Lucie intentó concentrarse. Era difícil
entender a aquel hombre—. Es algo sobre categorías. La tormenta de arena es una
categoría diferente. O algo así. Dice que va a ser imposible trabajar en el lugar de la
excavación, y... —Perdió de nuevo el hilo de la conversación y deseó haber
estudiado un poco más el árabe de los países del Golfo.
—¿Algo sobre la ciudad?
—Pueblo —corrigió la mujer francesa, cuyo nombre había quedado
sepultado en el cerebro de Lucie bajo el aluvión de presentaciones que acababan de
producirse. ¿Era Christine? ¿O Christina?—. Dice que todos tendremos que salir de
aquí. La tormenta ha ganado velocidad y es peor de lo que pensábamos. No
podemos esperar a que amaine aquí afuera.
Lucie se sintió como si el viento acabara de derribarla. A su alrededor se
desplegaba una actividad frenética mientras el profesor Hasseb ordenaba a todos
que hicieran el equipaje, pero para Lucie era como si el mundo se hubiese
detenido.
Solo disponía de una semana en la excavación y ahora se la estaban
arrebatando. Había oído noticias de tormentas que cerraban las excavaciones
durante días y dejaban todo lo que quedaba atrás en un estado tal que era difícil
devolverlo a su estado anterior, y el progreso en la excavación básicamente se
paralizaba durante semanas.
Esta era la única oportunidad que tendría de conseguir toda la información
que necesitaba para su tesis. Había extrapolado, basándose en la ubicación de los
fragmentos, que este lugar había sido antiguamente un centro desconocido de
producción de cerámica. Pero sin tener acceso a todo el lugar y sin la posibilidad
de ayudar a excavar y encontrar más fragmentos, ¿cómo iba a probarlo?
Zach estaba hablando, pero ella había desconectado. En ese momento no
necesitaba escucharlo.
El profesor Hasseb mencionó que iba a esperar a que amainara la tormenta
en un hotel del pueblo más cercano y se ofreció a llevarlos con él. Zach aceptó
inmediatamente, pero Lucie dudó. Sería como rendirse.
Zach respondió que Lucie también iría, y el hombre mayor continuó con su
trabajo. Estaba demasiado ocupado para preocuparse por una pareja de
estudiantes que iban a perder todo por lo que habían trabajado.
—¿Por qué has hecho eso? —Lucie oyó cómo rechinaban las palabras al salir
de su boca. Sonaban guturales. Enfadadas.
Debía de tener un aspecto furioso, porque Zach parecía verdaderamente
incómodo. Tartamudeaba, intentando encontrar las palabras para replicar, pero se
vio interrumpido por un lujoso todoterreno SUV que se detuvo a su lado.
El resto de los habitantes del campamento apenas parecieron darse cuenta.
Estaban demasiado ocupados recogiendo todo en previsión de la tormenta que los
invadiría.
La brillante superficie negra del vehículo parecía fuera de lugar en medio
del polvoriento desierto azotado por el viento. La figura del conductor saliendo del
vehículo atrajo la atención de Lucie. Si ya el automóvil parecía fuera de lugar,
aquel hombre lo parecía aún más. Todos los demás llevaban ropa informal. Hasta
donde alcanzaba la vista, todo eran camisetas y pantalones cortos. Pero este
hombre lucía un uniforme de aspecto oficial, con algo escrito con caligrafía árabe
en unas charreteras tan ornamentadas que Lucie no alcanzaba a entenderlo.
—¿Señorita Milligan, señor Millard?
Notó que Zach asentía a su lado mientras ella recuperaba la voz.
—Somos nosotros.
El hombre asintió bruscamente con la cabeza, como si estuviera orgulloso de
haberlos identificado correctamente en medio del alboroto del campamento.
—Ustedes dos vendrán conmigo.
TRES
Lucie estaba entumecida después del largo trayecto en automóvil. Notó que
se le habían dormido las piernas, tal y como ansiaba hacer el resto de su cuerpo,
pero toda la adrenalina producida por lo que estaba a punto de contemplar
aceleraba su corazón y mantenía su mente alerta y llena de asombro.
No estaba segura de qué era exactamente lo que iba a ver cuando se giró por
primera vez. No se habían permitido fotografías del palacio desde los años treinta,
cuando un fotógrafo afortunado había capturado una imagen espectacularmente
granulosa.
Ya había estudiado aquella imagen. La había analizado con atención y había
tratado de imaginar qué aspecto tendría si estuviera más nítida y fuera en color.
Incluso con la calidad que tenía, el lugar le había provocado una enorme
curiosidad, pero Lucie veía ahora que la fotografía ni por asomo hacía justicia al
palacio.
Para empezar, la fotografía hacia que el palacio pareciera tener únicamente
dos o tres plantas. Pero, ahora que lo veía con sus propios ojos, comprobó que las
ventanas eran de doble altura, y que lo que parecía un edificio de tres o cuatro
plantas, en realidad se aproximaba más a las ocho.
¡Y tenía vidrieras! Eso no se lo había esperado. Parecían bastante antiguas y
mostraban un diseño elaborado. Deseó acercarse más a ellas. Gran parte de su
segundo año de estudio para el doctorado había estado relacionado con los
patrones geométricos creados por los antiguos habitantes de Al-Brehoni, y la idea
de ser la primera persona que examinaba unas vidrieras auténticas suponía un
momento muy emocionante para ella.
Se adelantó sin que nadie se lo pidiera. Su mirada se sentía atraída hacia la
edificación, deseando examinarla más de cerca, y no le quedó más remedio que
seguir a sus ojos.
El jeque le evitó la molestia de tener que esperarlo y comenzó a caminar
hasta ella, manteniéndose a su ritmo.
Lucie observó para sí que era un anfitrión muy atento. Primero, había
logrado que Zach se sintiera cómodo cuando había sentido claramente que lo
dejaban de lado, y después se había interesado de verdad por la explicación de
Lucie acerca de su tesis. Y ahora había notado cómo era atraída hacia la casa y
había caminado con ella, suavizando cualquier vergüenza que pudiera haber
sentido al expresar su asombro.
Lucie se obligó a caminar más despacio. El edificio era maravilloso, sí, pero
debía recordarse que el motivo por el que se le permitía admirar todo aquello era
el hombre que tenía a su lado.
A medida que se alejaba de los motivos históricos, comenzó a percibir otros
detalles. Había sirvientes por todo el lugar. Pudo verlos atareados de acá para allá.
Pero, a pesar de los sirvientes, había una gran sensación de quietud y amplitud.
Era como estar en el desierto de la forma en que lo había visto desde el avión:
océanos interminables de arena; tranquilo pero solitario.
Pensó que había belleza en todo aquello. Había algo hermoso en el modo en
el que sus voces resonaban en la gran entrada, desprovista de personas esperando
para saludarlos. Podían limitarse a permanecer de pie y admirar las incrustaciones
del mosaico del suelo y las elegantes y amplias escalinatas que se habían
rehabilitado para dejar al descubierto el ladrillo original.
El jeque, que insistía en que lo llamaran Abdul ahora que les había abierto
su hogar, se ofreció a mostrarles la planta principal. A pesar de su cansancio, Lucie
aceptó inmediatamente.
Casi se arrepintió cuando vio a un sirviente (sospechaba que se trataba del
conductor del vehículo, pero no estaba segura), trayendo sus bolsas. Quería
seguirlas a donde fuera que las llevasen. ¡Seguro que allí había una cama!
Pero, al mismo tiempo, no era capaz de imaginarse rechazando el
ofrecimiento de una visita guiada por Abdul. No sabía cuánto se prolongaría la
tormenta, y nunca se perdonaría si se dedicase a dormir durante su única
oportunidad de ver el palacio secreto de la familia real de Al-Brehoni.
Así que lo siguió, sala tras sala. Su agotamiento la obligaba a esforzarse por
concentrarse en cualquier cosa y, en lugar de eso, se limitó a dejar que el ambiente
del lugar la empapara como una cálida ola en una playa.
Había esperado ver mucho oro en el palacio de un jeque. Era cierto que
había adornos dorados presentes, pero no era el oro chillón y sin gusto que había
imaginado cuando miraba fijamente la antigua fotografía granulada; solo un toque
aquí y otro allá. Los objetos no eran demasiado llamativos y parecía que todo era
de gran calidad. Estaba muy meditado. El hogar (y cuanto más lo admiraba Lucie,
más le parecía que era realmente un hogar) parecía componerse de un millar de
pequeñas y meditadas elecciones que se combinaban para dar la sensación de que
todo estaba muy cuidado.
Había un gran salón de baile, aunque daba la sensación de haberse utilizado
muy de vez en cuando. La familia no había organizado ningún gran evento en el
palacio en la época moderna, y por eso parecía extraño que el salón aún siguiera
allí.
Como si estuviese leyéndole la mente, el jeque respondió a su pregunta no
formulada.
—Este lugar se construyó hace mucho tiempo, antes de que mi familia fuera
tan retraída. Una vez tuvo uso, aunque sus paredes no han contemplado ningún
acontecimiento en mucho tiempo.
—¿Pero tal vez lo verán en el futuro?
Lucie no supo qué le proporcionó el valor para mostrar esa audacia tan
repentina. Tal vez fuera su agotamiento, o la forma en que el jeque parecía más
accesible a medida que pasaba más tiempo con él. O quizás se trataba del modo en
que estaba abriendo el país, al contrario que su padre, que había insistido en que
debía permanecer totalmente aislado durante tanto tiempo.
Fuera lo que fuese, las palabras de Lucie no parecieron molestar al jeque,
que se limitó a asentir pensativamente.
—Aunque tendría que reconstruir los suelos —intervino Zach que, aunque
no tenía nada provechoso con lo que contribuir, sintió la necesidad de participar en
la conversación de todos modos.
Lucie bajó la vista hacia las baldosas que se extendían bajo sus pies. Estaban
dispuestas formando un mosaico, al igual que gran parte de los suelos de las
estancias más antiguas del palacio. Sin embargo, mientras en otras zonas las
baldosas se habían restaurado con cuidado y cariño, aquí efectivamente parecía
que necesitaban dedicarles algo de trabajo.
Lucie apartó la vista, admirando el resto del salón, pero inmediatamente
descubrió que sus ojos se veían de nuevo atraídos hacia el suelo, casi contra su
voluntad. Había algo allí.
—Es extraño —dijo suavemente.
—¿Qué es? —inquirió el jeque, pareciendo sinceramente interesado.
—El diseño del suelo... Es bastante inconfundible. Es... Es un patrón
geométrico que se encuentra en muchas de las cerámicas de mi tesis. Es uno de los
motivos principales por los que creo que una vez hubo un lugar centralizado de
producción de cerámica en esta zona. Es simplemente que no creo que se fabricase
en ningún otro lugar. Pero aquí...
El jeque asentía solemnemente.
—Sí, tiene razón. Ahora recuerdo las fotografías que adjuntó. Los patrones
coinciden. Vengo aquí tan ocasionalmente que ni siquiera me había dado cuenta.
Entonces, ¿había visto las fotografías? Lucie supuso que tenía sentido. Había
enviado un fragmento del borrador de su tesis como parte de su solicitud para
venir a investigar. Pero si ya había leído su tesis, ¿por qué se había mostrado tan
interesado en oírla hablar sobre el tema?
Apagaron las luces del salón de baile y se dirigieron a otra parte del palacio,
aunque Lucie descubrió que el diseño del suelo permaneció en su mente mucho
tiempo después de haber abandonado el lugar. Tendría que investigarlo; había
algo en ese patrón que parecía cobrar sentido.
Atravesaron largos corredores y salones. Pasaron por una sala de música
con un piano y por otra sala preparada como un pequeño cine.
—No se ha utilizado en mucho tiempo —dijo el jeque mientras
contemplaban la anticuada decoración—. Cuando éramos niños, mis primos y yo...
Bueno, eso fue hace mucho tiempo.
Lucie se imaginaba por qué no quería renovarla; los sofás parecían
versiones de lujo de los que habían usado sus hermanos y ella cuando veían
películas juntos de niños. La sala tenía un aire de nostalgia, y había algo en la
expresión del jeque cuando salieron de allí que hizo pensar a Lucie que la había
conservado intacta todo ese tiempo precisamente por ese motivo.
Abdul pareció darse cuenta de que Lucie parpadeaba demasiado y parecía
adormilada. Les dijo a Zach y a ella que los sirvientes los guiarían a sus suites,
donde podrían tomar un refrigerio.
—Aunque espero verlos en la cena —añadió.
Para un hombre que tenía la certeza de que sus invitados invariablemente
harían cualquier cosa que se les pidiera, Lucie pensó que había hablado con un
extraño matiz de esperanza en la voz. Y, después de hablar, la había mirado
directamente a ella.
Sintió sus ojos clavados en ella, incluso a través del aturdimiento provocado
por su falta de sueño. Eran de un color castaño profundo y cálido.
—Allí estaremos.
Zach había aprovechado la oportunidad de responder por ella, incluso
rodeándola con su brazo como si hablase por ambos.
Lucie consideró la posibilidad de liberarse deliberadamente de su brazo,
pero le pareció que el gesto conduciría a un enfrentamiento innecesario, dado su
nivel de energía actual. Además, dedujo por la sonrisa bromista del rostro del
jeque que ni por asomo interpretaba las acciones de Zach de la forma en que este
sin duda pretendía.
Y el jeque se alejó hacia algún lugar en las profundidades de la casa,
dejando a ambos en compañía de unos pocos sirvientes que les mostraron dónde
iban a dormir.
—Interesante, ¿no es cierto? —dijo Zach.
Estaba intentando actuar con indiferencia, pero, a pesar de que Zach sin
duda había visto muchas cosas impresionantes a lo largo de su vida, Lucie no
creyó ni por un momento que hubiera atisbado siquiera algo que se acercara al
fastuoso edificio al que les habían permitido acceder.
De todas las cosas que la irritaban de Zach, esta encabezaba la lista. Le
habían regalado una vida llena de cosas maravillosas. Había estado allí cuando se
había hecho historia, una y otra vez. Había visto ruinas que no habían
contemplado la luz del día en miles de años. Se le había concedido un asiento de
primera fila en el espectáculo de desentrañar la innovación humana, y nunca
parecía impresionado por nada de lo descubierto.
En lugar de responderle, Lucie se dirigió a uno de los sirvientes y le
preguntó si tendría la amabilidad de mostrarle dónde se iba a alojar, liberándose al
mismo tiempo del brazo de Zach.
Mientras se alejaba siguiendo el paso rápido del sirviente, se giró para
dirigir una mirada rápida a Zach. Allí de pie parecía diminuto, insignificante
rodeado por el palacio y toda su elegancia. Se preguntaba si en algún lugar de su
interior, muy en el fondo, Zach lo sabía.
Esperaba que sí.
CINCO
Lucie vio cómo se le resbalaban de las manos las herramientas con las que
había estado trabajando y comenzó a caminar hacia la comitiva de automóviles
como movida por un resorte invisible. Los demás miembros del equipo también se
dirigieron hacia allá, aunque parecían mucho más emocionados por el
acontecimiento. Lucie estaba aterrorizada.
Cuando llegó hasta donde se encontraban los automóviles, vio que todo el
mundo estaba alineado. «Por supuesto —pensó—. Es una audiencia real». Ocupó
su lugar en la fila y se preparó. Las lágrimas que había derramado en el baño del
aeropuerto pugnaban por abrirse camino al exterior de nuevo, y Lucie no podía
imaginar nada peor que derrumbarse delante de él cuando por fin lo volviera a
ver.
El jeque salió de su automóvil y, por mucho que Lucie trató de rehuir sus
ojos, no pudo evitar lanzarle una mirada furtiva. Vestía de nuevo las prendas
tradicionales y tenía buen aspecto. Mejor de lo que Lucie deseaba admitir.
El jeque recorrió la fila saludando a todos. Oyó cómo las palabras en árabe
se deslizaban por su boca y recordó lo estúpida que había sido, pensando que
debía trabajar de firme para mejorar su árabe y así, cuando hablasen juntos, tendría
el placer de oír su voz en su idioma natal.
Cuando llegó a ella, le estrechó la mano como a los demás.
Con el tacto de su piel, Lucie sintió que se encendía un fuego en su interior.
Durante mucho tiempo había intentado culparse a sí misma por todo lo ocurrido.
Pensó que había sido una idiota. Pero ahora que lo tenía delante y sabía que
esperaba un hijo suyo, desaparecieron todos sus sentimientos de culpa.
Él la había engañado.
El jeque nunca había actuado como si la relación entre ellos fuera de usar y
tirar. No la había presentado como un romance casual que ambos abandonarían
sin cruzar una sola palabra. Había logrado que pareciese el comienzo de algo, no
toda la historia en un solo día.
De repente sintió deseos de abofetearlo. Se lo imaginó en su cabeza... La
rabia, la indignación, todas las emociones liberadas en un solo instante de
violencia. Pero entonces también percibió la mirada de interés de Zach; tal vez
planeaba seducirla ahora que se encontraba en su punto más bajo. No sabía qué le
molestaba más: que intentara un acercamiento a ella cuando estaba tan disgustada
o que ella probablemente se sentía tan afligida que tal vez podría tener éxito.
Así que dejó que el jeque le dirigiese las palabras de un saludo frío, al igual
que a todos los demás, y continuara. Y después se marchó mientras el profesor
Hasseb le ofrecía una visita guiada por la excavación.
Ya de regreso en el lugar donde estaba trabajando, Lucie comenzó a sentirse
mejor. No mucho, pero lo suficiente para sentirse un poco menos perdida en todo
el asunto.
Lo peor había ocurrido. Lo peor ya había pasado. Le había visto y el mundo
no se había acabado. Se las había arreglado para reprimir la ira que ni siquiera
sabía que albergaba en su interior. Tampoco él la había tomado entre sus brazos ni
se había disculpado.
Se sintió invadida por una nueva tristeza al comprender que todo se había
acabado de verdad. Había algo definitivo en todo aquello. Descubrió que casi
prefería la incertidumbre de no saber qué podría ocurrir si alguna vez se
encontraba de nuevo con él a la tristeza de saber que no ocurriría nada.
De nuevo se encontró conteniendo las lágrimas. Pero se trataba de lágrimas
nuevas. No eran lágrimas de miedo o de desesperación. Eran lágrimas de pérdida.
Este era el estado del que fue arrancada cuando oyó la voz del jeque a su
espalda.
—Lucie.
Solo dijo su nombre, pero el sonido de aquella palabra la llenó de pánico,
como si estuviese revelando algo privado. De repente, fue consciente de las
personas que la rodeaban. Muchos habían ido a trabajar en distintas áreas, pero el
profesor Hasseb y Calista aún estaban allí, al igual que Zach.
Se volvió lentamente para mirar al jeque a la cara.
—Me preguntaba —continuó en un tono calmado y medido— si le gustaría
acompañarme a cenar esta noche. Disfruté mucho de su conversación durante su
último viaje y me gustaría continuar con ella.
La rabia volvió al instante. Esta vez estaba al rojo vivo y sintió como si fuera
a disparar rayos desde la punta de sus dedos, como en una película de los años
ochenta.
¿Su conversación? El eufemismo parecía tan flojo como insultante.
Pero estaba atrapada por la mirada de los espectadores y todos ellos
esperaban oír su respuesta.
Cubrió su rostro con la sonrisa más grande y falsa que nunca antes había
logrado esbozar.
—Me encantaría.
El jeque tenía que saber que su entusiasmo era fingido. Vio en su rostro algo
parecido a remordimientos solo durante una décima de segundo. Pero era una
representación teatral y ellos eran los actores. Y él solo podía limitarse a recitar su
texto y decirle que su chófer estaría allí para recogerla cuando finalizase el trabajo
del día.
Y después ya se había ido. Se alejó caminando y Lucie no tuvo más remedio
que seguir con su trabajo e intentar desesperadamente concentrarse en cualquier
cosa que no fuera la cena venidera.
CATORCE
El trayecto hasta el palacio fue mucho más largo que lo que recordaba. Pero
la primera vez estaba embelesada por la conversación. En esta ocasión se sentía
desdichada y destrozada.
Durante su breve charla, a Lucie no se le había ocurrido contarle al jeque
que iba a tener un hijo. En todos sus pensamientos durante el breve espacio de
tiempo desde que descubriera su embarazo, siempre se había imaginado criando
sola al niño.
Pero ahora que la había invitado a su hogar y tendrían la oportunidad de
hablar en privado, la ecuación había cambiado. Ahora, en lugar de criar
calladamente a su hijo ella sola y nunca molestarlo con la noticia, estaría
engañándolo si no se lo mencionaba. Ahora que lo sabía, Lucie tenía que decir
algo, ¿o no?
La carretera al palacio parecía alargarse más y más cuanto más pensaba en
ello. Cuando el automóvil por fin se detuvo a las puertas del palacio, estaba más
hundida que al partir del yacimiento.
El hecho de que el auto la recogiese directamente después del trabajo la
privó de la oportunidad de derramar las lágrimas que amenazaban con
desbordarse. Pero pronto, pensó, podría gritarle de la forma que había ansiado
desde que volvió a posar los ojos en él.
Al entrar en el palacio, una criada le informó que su alteza estaba esperando
en el comedor informal y Lucie se encaminó lentamente hacia allí. Aunque el
palacio era un laberinto, descubrió que lo conocía lo bastante para no dudar ni por
un momento en qué dirección debía ir. Le resultaba doloroso lo mucho que este
lugar le producía las mismas sensaciones que cuando había despertado unas
semanas atrás, confiada en la seguridad de su afecto.
Según lo prometido, lo encontró esperando en el comedor, solo. Ahora era
el momento de calma antes de la tempestad. Ahora era cuando las aguas se
retiraban antes de convertirse en una ola que los barrería a ambos.
Pero justo cuando se estaba preparando para hablar, la interrumpió.
—Perdona —dijo Abdul de repente, levantándose y apresurándose hacia
ella—. Lo siento tantísimo, Lucie. No sé lo que debes de haber pensado.
Por la que le pareció la centésima vez desde que lo conocía, Lucie estaba
perdida.
—¿Q―qué? —farfulló, intentando superar toda la rabia que había en su
voz, pero fallando espectacularmente.
—Estaba a punto de ir a reunirme contigo, como habíamos planeado,
cuando supe que mi abuela no se encontraba bien. Había pasado los últimos meses
en California. No deseaba que el pueblo conociera su enfermedad, pero allí están
los mejores médicos y no hubo cantidad de dinero o persuasión posible que
lograse traerlos aquí.
—Tu abuela... Tu último familiar vivo.
Iba diciendo las palabras en voz alta a medida que las pensaba y el jeque las
confirmó con un gesto de asentimiento.
—Tenía que estar allí. Pensé que aún le quedaban unos meses. Todos los
médicos dijeron... Pero no.
Su enfado no se desvaneció del todo al escuchar aquello, sino que lo ocultó
tras una creciente ola de preocupación.
—¿Y pudiste verla?
El jeque asintió solemnemente. De nuevo esa vulnerabilidad. Allí estaba.
—Mi vuelo aterrizó justo unas horas antes de su fallecimiento. Pude verla
antes de que ya no pudiese hablar coherentemente. Y, aunque lamento mucho el
dolor que te causé, siempre estaré agradecido por haber podido hablar con ella por
última vez.
El enfado de Lucie comenzó a exigir su atención una vez más.
—Siento lo de tu abuela. ¡Pero podrías habérmelo dicho!
Al oír eso, el jeque agarró los brazos de Lucie como si se aferrase a ella y
estuviese luchando por su vida.
—Lo intenté. Lo juro. Encargué a un sirviente de confianza que te hiciera
llegar el mensaje, pero el mensaje... se perdió. Un sirviente se lo dijo a otro que
acabó viajando conmigo a Estados Unidos... No me di cuenta de lo que había
sucedido hasta mucho después. Estaba tratando de arreglar los preparativos para
traer de vuelta a mi abuela y averiguar cómo enterrarla sin el funeral público que
insistía en que no quería. Fue difícil y complicado y, por encima de todo, tú ya no
querías saber nada de mí.
—¡Eso no es verdad!
—Yo no lo sabía; simplemente lo supuse porque no respondiste a mi
mensaje. Para cuando averigüé lo ocurrido, tú ya te habías ido. Y por mucho que
quisiera acudir a ti... —Su voz se apagó.
—¡Semanas! —dijo ella, consciente de lo pequeña que sonaba su voz—.
Estuve allí semanas pensando que no querías tener nada más que ver conmigo.
Podrías haberme ahorrado todo ese sufrimiento, Abdul. ¡Todo!
—Sí —dijo vacilando—. Podría haberte ahorrado todo el sufrimiento
diciéndote que te amo.
Lo había dicho. Las palabras que nunca se había atrevido a soñar con oír.
Se acercó de nuevo a ella.
—No sabía si me perdonarías. Y no había forma de ponerme en contacto
contigo sin arriesgar la posibilidad de que se supiera lo que ocurrió entre nosotros.
Hay muchas personas en mi país que no están de acuerdo con los cambios que he
introducido. Piensan que he cambiado demasiadas cosas a peor. Es un momento
delicado de nuestra historia; si se supiera que estoy enamorado de una mujer
occidental, bien podría acabar costándome algo más que un corazón roto.
Allí estaban otra vez esas palabras. Abdul continuaba hablando, pero a
Lucie ya no le importaban sus explicaciones.
En lugar de eso, rodeó el cuello de Abdul con sus brazos y lo acercó hacia
ella. Entonces Lucie lo besó con toda la fuerza de la añoranza que había estado
reprimiendo durante semanas, creyendo de verdad que nunca más disfrutaría del
roce de sus labios.
Se besaron durante largo rato, ambos sumidos en la sensación de perderse
en el otro. Y, cuando por fin se separaron, Lucie finalmente sintió la alegre
tranquilidad que había faltado en su vida desde la última vez que abandonó el
palacio.
—Esperaba que te sintieras así —dijo el jeque con una sonrisa irónica en sus
labios.
Entonces se echó hacia atrás, deslizando las manos por los brazos de Lucie
hasta que tomó sus manos entre las suyas. Dulcemente, le indicó que se dirigiesen
hacia la mesa del comedor, que solo entonces comprobó que no estaba preparada.
Para su sorpresa, abrió un conjunto de ventanas de la parte posterior de la
sala y la condujo a un balcón. Desde allí contemplaron una panorámica de los
jardines, el oasis y el desierto que se extendía más allá. Los ojos de Lucie no
pudieron evitar verse arrastrados hacia el lugar donde se habían dado su primer
beso.
—Ven —dijo Abdul, arrancándola del placer de su recuerdo—. Debes de
estar muerta de hambre.
Allí había una mesa preparada para dos comensales con el primer plato ya
servido. Cuando olió la comida, de repente Lucie fue consciente de lo hambrienta
que estaba después del día de trabajo en el yacimiento.
Así que se sentó y comió, hablando en voz baja con Abdul mientras el sol se
acercaba más y más al horizonte, proyectando un brillo dorado sobre el mundo
que tenían a sus pies.
Comprendió que podría contarle lo del bebé. Debía decírselo ahora. Pero
sintió que ese momento era demasiado valioso. No sabía cómo reaccionaría Abdul.
No sabía si se enfadaría porque no se lo había dicho antes o si la creería siquiera
cuando le dijera que acababa de descubrirlo.
Todo lo que sabía era que recordaría esos momentos preciosos el resto de su
vida.
Se dijo a sí misma que abordaría el asunto cuando terminaran de comer, y
que entonces sucediera lo que tuviese que suceder.
Pero se demoraron en la comida, tomando los platos lentamente y hablando
mucho mientras tanto. Trajeron plato tras plato, todos ellos exquisitos, pero
también pequeños y delicados, de forma que parecía que podían prolongar la
comida casi indefinidamente. Cuando terminaron, el sol ya se había ocultado, y la
luna y las estrellas habían llegado para reemplazarlo.
Después de terminar el postre, Lucie supo que había llegado el momento en
el que se había prometido a sí misma que se lo diría. Pero en lugar de abrir la boca
para decir las palabras que podrían arruinarlo todo, sus oídos captaron la música
que una brisa perfumada transportaba desde el interior de la casa.
Era algo escrito para piano; suave, dulce y soñador.
—¿Quieres bailar? —preguntó el jeque.
Ahora estaba de pie con la mano extendida. La mente de Lucie regresó al
momento en que Abdul la invitó a seguirlo por la casa y explorar los túneles
subterráneos. Recordó la sensación de su cuerpo traicionando su mente y
siguiéndolo a donde él quisiera.
Y sucedió de nuevo. A pesar de su buen juicio, a pesar de saber que cuanto
más pospusiera la noticia peor sería, se encontró de pie, preparada para unirse a él
en un baile.
«Se lo diré después de bailar ―se dijo a sí misma―. Justo después de haber
pasado un poco más de tiempo entre sus brazos, abandonada a la música».
Añoraba oír su voz. No cuando hablaba en inglés, sino cuando lo hacía en
árabe. Con su oído contra el pecho de Abdul, pensó que sonaría incluso más dulce
que cuando lo había oído anteriormente.
—La noche es tan oscura —dijo Lucie en árabe con un acento un poco
rígido. Quería que a él le gustara que le hablase en su lengua materna y, por la
aceleración del corazón de Abdul, supo que era así.
—Sí —dijo él en árabe, y Lucie sintió que la calidez de su voz se derramaba
sobre ella—. Ojalá hubiera sido así hace seis semanas, cuando había luna llena y
caminamos bajo ella. Pienso en ello muy a menudo.
—Yo también —dijo ella.
Pero a Lucie no le importaba que la luna estuviera en una fase distinta. No
le importaba que el sol se hubiese puesto tan rápido y hubiera convertido el
mundo en un lugar oscuro y frío de repente. Todo lo que necesitaba era el latido de
su corazón, el dulce balanceo de su baile lento e íntimo, y la sensación de sus
brazos alrededor de su cintura.
O al menos eso pensaba, hasta que Abdul levantó la mano hacia su rostro,
ladeando ligeramente su barbilla para poder mirarla a los ojos.
Ella se permitió mirarlo, absorbiendo cada detalle. Si en realidad todo iba a
ir mal, quería recordar cada momento. Atesoraría la curva de su boca y cada
palabra que saliera de ella.
Pero Abdul no habló. En lugar de eso, acercó sus labios a los de Lucie,
llenándola de nuevo con las chispas y fuegos artificiales que habían brillado
durante su primer beso.
Y con eso, Lucie descubrió que, de nuevo, deseaba mucho más de él que el
latido de su corazón, y sus brazos, y sus besos. Lucie se separó, le tomó la mano y
le condujo a la suite real una vez más.
QUINCE
El segundo despertar en la cama del jeque fue incluso más dulce que el
primero. Esta vez, en lugar de buscarlo entre el revoltijo de sábanas, solo tuvo que
escuchar su pecho para oír el latido de su corazón.
Estaban envueltos el uno en los brazos del otro. Lucie no estaba segura de
quién se había despertado antes, ya que ninguno de los dos deseaba moverse o
hablar. No había palabras que pudiesen mejorar ese momento.
Volvió a reproducir en su mente todo lo ocurrido, comenzando por este
momento perfecto y retrocediendo en su mente hasta su primer encuentro. Se
sentía como si estuviera en la cima de una montaña y, al contemplarlo en
retrospectiva, todas las adversidades que habían recaído sobre ella no parecían ni
por asomo tan difíciles de superar como había pensado mientras las atravesaba.
Viéndolo así, todo el tiempo que habían estado separados solo había servido
para mostrar a Lucie la fortaleza de sus sentimientos. Después de todo, ¿cómo
habría podido saber que Abdul poseía todo su corazón si no hubiera comprobado
de primera mano lo que significaba verse abandonada por él?
Ahora, tendida en la cama con el dueño de su corazón, ni siquiera su
decepción por que probablemente la teoría de su tesis fuera refutada le parecía un
golpe tan duro. Argumentaría la probabilidad de la existencia del centro de
producción, aunque no estuviera donde había creído inicialmente. El trabajo
continuaría y, cuando al fin saliera a la luz dónde había estado el centro, sería
mucho más satisfactorio.
―¿En qué estás pensando?
Abdul formuló la pregunta en árabe, y Lucie deseó que se lo hubiera
preguntado un minuto antes, para poder contestar sinceramente que había estado
pensando en lo afortunados que eran al haberse encontrado el uno al otro, incluso
a pesar de los malentendidos que habían sufrido.
En lugar de eso, se incorporó sobre sus brazos y levantó el rostro para poder
besarlo.
Y así lo hizo. Lo besó larga y profundamente.
Era la mañana más dulce de su vida. Los labios de Abdul sabían a canela y
la cama olía a algún perfume almizcleño que no lograba determinar.
—Estabas pensando en la excavación, ¿verdad? —Formuló la pregunta con
una sonrisa en su rostro, aparentemente divertido, y Lucie rio al comprobar lo bien
que la conocía a pesar del tiempo tan breve que habían disfrutado juntos—. Tengo
una sorpresa para ti —dijo—. Si consigues levantarte de la cama, claro está.
—En un minuto —dijo ella suavemente—. Todavía no estoy preparada para
dejarte ir.
Así que se quedaron tumbados juntos en la cama, hablando dulcemente de
naderías, sin decir nada importante, revelando silenciosamente su cercanía con el
otro.
Finalmente, la necesidad que sentía Lucie de tomar su café de la mañana se
apoderó de ella.
—Eso lo puedo arreglar —respondió el jeque cuando se lo comentó—. Pero
primero debes cubrirte los ojos.
Al principio Lucie vaciló, pero su sonrisa la convenció. Y de esta guisa
atravesaron corredores y vestíbulos. Lucie creía que conocía el palacio lo bastante
para hacerse una idea aproximada de dónde estaban, pero descubrió que la estaba
llevando en círculos, subiendo y bajando escaleras.
—De acuerdo —dijo, conteniendo la risa—. ¡Ya estoy perdida!
Durante un minuto más atravesaron corredores sin que Lucie pudiera
verlos y por fin llegaron.
—Abre los ojos —dijo, y su voz resonó ligeramente.
Lo primero que vio fue lo que parecía un desayuno de picnic. Había una
manta cubriendo el suelo y cojines que se parecían mucho a aquellos sobre los que
se habían recostado seis semanas atrás mientras bebían licor de miel.
Lo segundo que observó fue la sala en la que se encontraban.
—El salón de baile —dijo, abriendo los ojos de par en par para absorber
cada detalle.
Habían limpiado el suelo y era evidente que estaban reparando distintas
secciones de las baldosas, aunque parecía que los restauradores se habían tomado
el día libre. Al ver la sala a la luz del día, Lucie descubrió los grandes ventanales
que no había advertido antes.
Y, rodeando los ventanales, descubrió el patrón. El mismo diseño
geométrico inconfundible que había encontrado en muchísimas piezas de cerámica
y que la había inducido a pensar que una vez había existido un centro de
producción de cerámica en la región.
—¿Dónde estamos? —preguntó Lucie en voz queda.
—No demasiado lejos del yacimiento —respondió el jeque, comprendiendo
perfectamente lo que ella insinuaba.
Tal vez estaba equivocada con respecto a la ubicación exacta de su
misterioso centro de producción de cerámica. Pero quizás no había estado tan lejos
de la verdad... El corazón le dio un vuelco al comprender de repente que su tesis
no estaba ni mucho menos condenada al fracaso.
—Ven —dijo el jeque mientras se sentaba—. Más tarde tendrás tiempo para
dedicarlo al trabajo. ¡Pero ahora tenemos que comer!
Abdul continuó hablando en árabe y Lucie siguió esperando temerosa que
el placer de oír su voz acabara por extinguirse. Pero si eso iba a suceder en algún
momento, con toda seguridad no iba a ser pronto.
Se sentaron en el suelo. El café aún estaba caliente y la comida era una
mezcla de cocina occidental y de Al-Brehoni. Lucie se sentó en frente de Abdul,
pero inmediatamente se lo pensó mejor y se colocó a su lado, de forma que sus
piernas se rozaban mientras estaban allí sentados juntos.
El desayuno era delicioso, el entorno estimulante y la compañía perfecta.
Lucie había creído que nada podría mejorar la sensación de despertar en la cama
del jeque poseyendo la certeza de su amor, pero se había equivocado.
Sin embargo, menos de un minuto después, su felicidad perfecta se hizo
trizas. Entró un sirviente, el mismo que había rechazado su ruego de llevarla al
palacio antes de abandonar el país. Sostenía en sus manos un periódico en árabe.
El jeque lo leyó, y Lucie vio que la expresión tranquila y alegre de su rostro
se transformaba en menos de un segundo en la cólera más absoluta.
Cuando vio el destello de sus ojos, su vista se lanzó a leer el titular. Al verlo
del revés y en una tipografía ornamentada, al principio tuvo dificultades para
descifrar las palabras que había escritas.
Y entonces lo comprendió. Y se le cayó el alma a los pies.
El titular lo tildaba a él de «playboy» real, que se complacía en un «escarceo
insensato» con una «prostituta americana».
Lucie no sabía qué le molestaba más del titular, pero se detuvo antes de
hablar cuando el jeque dejó caer el periódico y se puso en pie.
—¿Cómo puedes haber sido tan estúpida? —preguntó en tono amenazador.
Había cambiado de nuevo al inglés y pronunciaba las consonantes con toda su
fuerza—. Estabas enfadada, lo sé. Pero arruinar mi reputación... Arriesgar todo lo
que estoy intentando conseguir solo porque te sentiste insultada...
La palabra hizo que Lucie se pusiera en pie como un resorte y la cólera de
Abdul encendió la suya.
—¿Qué? ¿Crees que lo hice yo? ¿De verdad tienes un concepto tan bajo de
mí?
Pero antes de que pudiese añadir una palabra más, antes de que pudiese
negar sus acusaciones infundadas, el brazo del jeque se disparó. Estaba señalando
hacia la puerta.
—¡Sal de aquí! —ordenó.
Lucie intentó responder, pero él simplemente repitió lo mismo en un tono
más alto.
—¡Fuera de mi vista!
Ella quiso defenderse. Quiso tranquilizarlo. Ya añoraba la intimidad de la
mañana. Añoraba la paz y la certidumbre. ¿Cómo habían pasado tan rápidamente
de aquello a esto?
No quiso ni oír hablar de ello. No quiso escucharla. No tenía nada más que
decir, excepto que desapareciese de su vista.
Y, al fin y al cabo, él era un rey y obtendría lo que quería, aunque Lucie
tratase de resistirse.
Así que le obedeció y se fue.
DIECISÉIS
***
***
Cuando Lucie ya estuvo limpia y tan preparada como lo estaría jamás para
la confrontación, las dos mujeres se pusieron en camino. Las estrellas estaban
comenzando a brillar en el cielo y el ambiente refrescaba rápidamente para dar
paso a la fría noche del desierto.
Hasta entonces, sus viajes al palacio habían sido en el asiento posterior de
un lujoso automóvil: relativamente suave y protegida de los elementos. No era el
caso del todoterreno.
Pero se sentía bien. La sensación de verse empujada por cada bache de la
carretera impedía que se extraviara demasiado en los mismos pensamientos que
había explorado hasta la extenuación durante el día.
Si todo iba mal, sabía que tendría que encontrar otro país desértico en el que
trabajar. No podía rendirse en una noche como esta. Era demasiado mágico.
Para alivio de Lucie, Calista no intentó entablar conversación durante el
trayecto. Condujo en silencio, con sus ojos oscuros fijos en la carretera que tenían
delante. Aminoró ligeramente la marcha cuando el palacio estuvo a la vista.
Lucie se quedó boquiabierta. No lo había contemplado antes mientras se
aproximaba a él: una única silueta, aislada y severa contra el paisaje desértico. La
forma en que una mota en la distancia se convertía en una presencia imponente al
acercarse lo convertía en mucho más intimidante.
Aquello no ayudó a calmar los nervios de Lucie.
Calista apagó el motor y Lucie advirtió que nadie las había detenido hasta
llegar allí. No había visto a nadie de seguridad en los jardines del palacio, pero en
su mente no había duda alguna de que estaban allí. El jeque tenía que saber que
había llegado y le había permitido entrar.
—Bonne chance —dijo Calista, sonriendo ligeramente.
Aunque normalmente no era una persona muy expresiva, Lucie la abrazó.
Necesitaba confianza y no podía haber estado más agradecida a Calista por
ofrecérsela.
Entonces respiró profundamente y salió del todoterreno. Era el momento.
DIECISIETE
Lucie no podía creer que la pequeña Nadiah ya corriese, pero era imposible
negar la evidencia mientras la perseguía por todo el palacio. No es que aquello le
importara. Le encantaba correr por los salones tanto como había disfrutado
explorándolos por primera vez con el hombre que ahora era su esposo. Y, además,
esta noche sería una noche muy importante; era bueno que liberase su energía
antes de la llegada de los invitados.
Si Abdul hubiese sido un padre más estricto, probablemente habría insistido
en que mantuvieran alejada a la niña, para que no se metiera entre los pies
mientras todos los dignatarios, científicos y eminencias académicas se molestaban
por la presencia de una niña entre ellos. Llegarían en cualquier momento y Lucie
se habría deprimido en un hogar donde se ve a los niños, pero no se les debe oír.
Pero el suyo no era un hogar tradicional. No se aferraban a los modales
anticuados y polvorientos de ninguna de sus familias. Pero sí honraban ciertas
tradiciones. Respetaban la lealtad, y el amor, y una cierta cantidad de caos dichoso.
Y Lucie recordó mientras acariciaba su tripa que pronto también honrarían la
tradición de tener familias grandes y ruidosas.
Y no es que estuvieran esperando la llegada de los demás niños para llenar
el palacio de gente. El edificio, que una vez había estado tan vacío y solitario, ahora
rebosaba vida. Tal vez era un poco molesto que hubieran destrozado el jardín. Pero
vivir en una excavación arqueológica activa hacía que mereciesen la pena los
inconvenientes.
—Los primeros invitados de tu antigua universidad ya están aquí —dijo su
marido sonriendo. Se estaba ajustando la corbata mientras bajaba a saludar a los
invitados, pero, en general, estaba mucho mejor preparado que Lucie para la noche
que tenían por delante.
—¿Harvard o Yale? —preguntó ella, aunque ya se había puesto en marcha,
temerosa de perder a su hija a la vuelta de una esquina.
—¡Harvard! —oyó que respondía Abdul a su espalda mientras ella
continuaba la caza.
Con toda certeza, su vida después de finalizar el doctorado había sido mejor
que antes. Aunque apenas podía achacarlo a haber completado sus estudios.
Tuvo que adaptarse a vivir en Al-Brehoni, pero aquello lo logró
rápidamente. Una vez comprendió que el centro de producción de cerámica sobre
el que había elaborado su teoría había estado en el lugar que ocupaba ahora el
palacio, el resto de su tesis se escribió prácticamente sola.
Y en cuanto pudo dejar atrás el asuntillo de lograr el sueño de su vida
completando el doctorado, hizo realidad el sueño que nunca supo que tenía y se
casó con el amor de su vida.
Y hoy Lucie estaría de pie a su lado y anunciarían formalmente la creación
de un programa conjunto permanente entre la Fundación Arqueológica de Al-
Brehoni, de reciente creación, y algunas de las más importantes universidades de
Estados Unidos. El programa de prueba había sido un todo un éxito en más de un
sentido.
Cuando Lucie atrapó a su hija y la alzó entre sus brazos, recordó la primera
vez que había estado en Al-Brehoni. Entonces había ignorado por completo el
impacto que ese viaje tendría en su vida. Había creído que sí lo sabía, pero no
había tenido ni idea. Y, al final, aunque hubo mucha confusión, cólera e infelicidad
por el camino, sabía que lo volvería a hacer todo sin dudar un instante. Volvería a
pasar por lo que fuera necesario para acabar disfrutando la vida que tenía ahora:
viviendo y trabajando en un lugar que amaba, con el hombre al que amaba y la
familia que no había sabido que necesitaba tan desesperadamente. Al fin estaba en
casa.
Fin