Está en la página 1de 1

A final del largo corredor vivía Ana.

Una mujer de treinta años más o menos, que vestía siempre un


largo camisón en el que se le transparentaban las tetas que a veces su largo cabello quería esconder,
lo que finalmente las hacían más notorias, más notorias a la imaginación. Ana vivía sola, pero al calor
del vecindario. De los vecinos. Gustaba jugar con ellos a veces en el parque y otras, pero en otro
juego ya muy distinto, en su piso. Lo sabía, de hecho, nadie se guardaba el secreto. Ni ella, creo, pues
se la oía muy festiva. Con quince años solamente, a mí la imaginación me brotaba a flor de mano,
digo, de piel. Ana y su largo camisón, sus tetas, su cabello. Tenía ojos claros, labios gruesos, un cuello
alto, una larga espalda y unas piernas regordetas. Salía al parque todas las tardes a mirar los partidos
de futbol del barrio. Su presencia nunca pasaba desapercibida. Tal vez existió una época en la que iba
y su estilo de vestir causaba sensación o chismorreos entre el vecindario, pero cuando yo la comencé
a notar, es decir, hacia mis quince, todos hablaban ya no de su sensualidad, sino de su fama. Ana, la
del 39 calle Mirabel, Ana la de los hombres. Pero las comidillas y las cantaletas la traían sin cuidado.
Era así y ya, qué se le iba a hacer. De todas formas, ella pasaba buenos ratos y el resto qué. Esa
displicencia o estoicismo, dependiendo tal vez de su estado de ánimo, la demostraba con la danza de
sus brazos al momento de atarse el cabello. Levantaba la cabeza hacia arriba, más de un jugador
quedaba mirándola, el público, las señoras, los maridos; y tomaba un mechón de su pelo en una
mano, con la otra se peinaba de uno de los lados, luego el otro; con los dientes bajaba la goma del
antebrazo hasta sus manos, luego cerraba los ojos, con la cabeza un poco inclinada hacia arriba, y
finalizaba con algunos estirones ese ritual de mujer libre. No sonreía, luego volvía apoyarse sobre las
piernas para seguir mirando el partido. La primera vez que asistí a ese espectáculo experimenté lo
que otros con ella; inmediatamente dejó de ser la vecina que odiaba el olor de perro.

También podría gustarte