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3 - El Ascenso de Las Temidas - 240106 - 232857
3 - El Ascenso de Las Temidas - 240106 - 232857
TRES
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V
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NUEVE
Nos llevó más tiempo del que me habría gustado buscar en todos los
grimorios y Fauna incluso logró persuadirme de que tomara un
descanso para visitar el Pozo y ver una de las peleas, pero al nal
dimos con un hechizo para convocar a un hombre lobo.
Recopilamos los ingredientes y Fauna me observó en silencio
mientras lo preparaba todo y empezaba la invocación.
Dentro del círculo de sal, rocié acónito en los puntos norte, sur, este
y oeste antes de susurrar el hechizo. A diferencia de cuando había
invocado a Wrath, los resultados de aquel círculo fueron casi
inmediatos.
Domenico apareció en mitad de una ensordecedora explosión de
magia que estuvo a punto de derribarme. Giró en redondo mientras
echaba una mirada furibunda a la habitación de la torre. Al círculo
de sal. A mi amiga demonio, que le dedicó un saludo burlón. Y
luego se giró hacia mí. Sus garras aparecieron en un instante.
—Vas a arrepentirte de esto, bruja de las sombras.
—Si me dieran una moneda cada vez que oigo esa expresión,
Greed tendría motivos para preocuparse.
—Ya tiene motivos de sobra para temerme a mí.
Dejé vagar mi fría mirada sobre el cambiaformas, de modo similar
a como me había mirado él la noche anterior. Costaba creer que solo
hubieran pasado unas pocas horas desde la última vez que lo había
visto. Iba sin camisa y tenía los pantalones medio desabrochados. Un
rastro de vello no desaparecía en sus pantalones, entre sus
esculpidos músculos abdominales. Algunas cicatrices que parecían
marcas de garras estropeaban la inmaculada piel olivácea. Tenía el
pelo oscuro despeinado, por haber estado durmiendo o por alguna
otra actividad en la que había participado antes de acostarse. La idea
de haberle arruinado una cita me suscitaba cierta diversión
mezquina.
—Quiero hablar con Vittoria.
Domenico abrió la boca, probablemente para discutir, y luego la
cerró de golpe. No quería acceder, pero no podía negarse. Vittoria
había dejado muy claro que quería que la llamara.
—De acuerdo. —Miró a Fauna—. Ella se queda aquí.
Me parecía bien. Fauna y yo ya habíamos decidido que ella haría
guardia junto a mi cuerpo mientras mi espíritu viajaba al reino de las
sombras. Me encogí de hombros, como si considerara su petición.
—Me parece bien. ¿Estás listo?
—No tengo demasiadas opciones, ¿verdad? —espetó y me indicó
que me acercara. Di un paso vacilante hacia delante, y luego me
detuve, examinándolo de nuevo. Domenico me miró de forma
desagradable—. Necesito unir nuestros cuerpos. —Ante mi
expresión de horror, gruñó—: Mis garras bastarán. Colócate frente a
mí.
En contra de mi propia advertencia interna de no permitir que esos
instrumentos mortíferos de hombre lobo se acercaran a mi cuerpo,
hice lo que me pedía.
Domenico me obligó a darme la vuelta hasta que mi espalda
quedó apretada contra su pecho. Pasó los brazos por debajo de los
míos y hundió las garras en cada uno de mis hombros. Apreté los
dientes por culpa del dolor, pero me negué a que el cambiaformas
sintiera cualquier estremecimiento por mi parte.
—Mi señora. Espera. —Fauna dio un paso hacia nosotros y puso
expresión de preocupación cuando las garras del hombre lobo se
hundieron más en mi carne. En el pasado, solo había sido convocada
al reino de las sombras, nunca había sido la que tomaba la iniciativa,
por lo que no sabía qué esperar en términos de pago mágico.
Sin embargo, había algo que no tenía mucho sentido.
Mis dientes colisionaron unos contra otros cuando extendió las
garras hasta que casi tocó el hueso.
—¿Por qué nuestros cuerpos necesitan estar unidos para entrar en
el reino de los espíritus?
Domenico acercó la boca a mi oreja.
—¿Quién ha dicho nada sobre el reino de las sombras?
En mitad de un reluciente remolino de poder, apareció un portal.
Antes de que pudiera girarme hacia Fauna, Domenico me alzó y
saltó. La magia me succionó y tiró de mí, me sentía como si
hubiéramos entrado en el corazón de un huracán y lo único que me
atara a mi cuerpo fueran las garras del cambiaformas. Casi tan
deprisa como había empezado, salimos del portal y entramos en una
habitación que conocía bien. Cualquier desorientación que hubiera
sentido durante el trayecto desapareció casi al instante.
Domenico me soltó y se apartó de mí mientras observaba cómo
examinaba el espacio. Paredes y suelos de piedra caliza. En una
esquina, un armarito que me resultaba familiar contenía planchas de
cocción, dos tablas de cortar, cuchillos y tazones. Estaba en el
monasterio. En la misma sala en la que Antonio y yo habíamos
preparado bruschetta juntos. Justo antes de que mi mundo diera un
vuelco. Me invadió una oleada de tristeza cuando pensé en mi viejo
amigo y en su brutal asesinato.
—Sangre y huesos. —Me apreté el hombro con una mano y le lancé
una mirada penetrante al hombre lobo—. ¿Qué hacemos aquí?
—Querías hablar con tu hermana. Está aquí.
—Casi todos los príncipes del in erno la están buscando y ella va
y elige el lugar más obvio.
—En primer lugar, los demonios no pueden abandonar los siete
círculos en este momento. Y, en segundo lugar, lo más probable es
que su hogar mortal sea el último lugar donde esperarían
encontrarla, si tenemos en cuenta tu propia reacción.
El corazón me latía demasiado deprisa. Vittoria había vuelto a
casa. Al mundo mortal. Parte de mí quería librarse del cambiaformas
y correr hacia la puerta. En vez de eso, permanecí inmóvil.
Deseaba echar a correr hacia mi casa y hacer que Nonna preparara
ricotta dulce y me acariciara el pelo mientras me decía que todo iría
bien. Que los últimos meses solo habían sido una pesadilla, un
extraño sueño febril provocado por sus cuentos supersticiosos.
Y tal vez por cierto exceso de vino. Aquello bien podría ser una
ilusión. Puede que todavía estuviera en nuestra trattoria y las
advertencias de Nonna sobre que el mar estaba agitado por culpa del
diablo fueran ciertas. A lo mejor, todo había sido una invención, el
resultado de una imaginación bien nutrida gracias a todos los libros
que leía. Tal vez Claudia y yo hubiéramos bebido hasta alcanzar
cierto estado de estupor y hubiéramos ideado aquella increíble
historia sobre el diablo.
Una risa nerviosa me burbujeó en la garganta. De una forma
extraña, ser parte de una historia tenía sentido. En especial, cuando
debía enfrentarme a mi realidad actual.
Podía ir a casa en aquel mismo instante. En lo más profundo de mí,
sabía que Nonna me hechizaría si se lo pidiera. Me imaginaba que
estaría más que dispuesta a seguirme el juego en lo que a mi fantasía
de negación se refería, para hacerme odiar y temer a los siete
príncipes del in erno una vez más. Me robaría mis recuerdos y
viviría una vida mortal normal, tras la cual moriría a una edad
respetable rodeada de nietos y de un esposo arrugado.
Quizá, de vez en cuando, soñaría con un guapo demonio de
atractivos ojos dorados y lo creería solo un personaje de una novela
romántica que había leído en una ocasión. No importaba cuán
tentador fuera olvidar mi corazón roto y la traición, perder a Wrath
de nuevo era un precio que no estaba dispuesta a pagar.
—¿Cómo has podido traernos hasta aquí? No hemos usado las
puertas. —Sostuve la dura mirada de Domenico mientras lo
analizaba todo por mi cuenta. Entonces, lo entendí—. La magia de
las brujas solo ha bloqueado a los del exterior, no impide traer a
nadie a través de otros medios.
Y Envy no había podido emplear la magia transvenio para
llevarnos a aquel reino antes de que fuéramos a la casa del Orgullo
porque, por lo que recordaba, eso solo se podía hacer durante los
días anteriores y posteriores a la luna llena.
—Los cambiaformas no tienen tratos con las brujas —dijo
Domenico—. Están un paso por delante de los demonios. Y no
necesitamos atravesar las puertas para acceder a otros reinos, como
sí necesitan otros.
Pero estaba claro que una diosa, incluso una del in erno, era
inmune a esa hostilidad. Recordé la forma en que los lobos adoraban
a los poderes superiores, tal vez fuera la fuerza de la magia lo que
respetaban. O puede que, a su manera, el lobo se preocupara por mi
gemela, aunque el sentimiento no parecía ser recíproco. Mi gemela
actuaba con bastante indiferencia hacia su último amante, lo que me
hizo preguntarme si sentiría algo por alguien más (si es que era
capaz de ese tipo de emoción) y estaba usando al lobo en más de un
sentido.
—¿Pueden los príncipes emplear portales? —pregunté.
—No. Mi… Un lobo se encargó de que ningún demonio pueda
usar un portal por ahora.
Lo estudié. Sabía a ciencia cierta que Domenico iba a decir algo
aparte de «lobo». Lo que me hizo pensar en la misteriosa Marcella
que Blade había mencionado.
—Hace poco, le he oído decir algo a un vampiro. —Una frase que
mi yo mortal nunca se habría imaginado pronunciando—. Mencionó
que había conocido a la acompañante de Vittoria, mitad demonio y
mitad mujer lobo.
Domenico resopló.
—Los vampiros son unos mentirosos. No te puedes ar de nada
que salga de sus bocas llenas de colmillos. Ningún hombre lobo
caería tan bajo como para acostarse con un demonio. Al menos, no si
desea conservar algún tipo de posición respetable en la manada.
—Finge que fuera posible. ¿Podría un hombre lobo con sangre
demoníaca viajar al reino de las sombras?
—Ya te lo he dicho —dijo Domenico entre dientes—, los vampiros
mienten.
Wrath no había mencionado nada sobre que Blade estuviera
mintiendo. Y seguro que lo habría hecho, ya que eso demostraría
que nuestra teoría sobre que Vesta estaba viva era correcta.
Domenico estaba ocultando algo, pero daba igual cuánto insistiera,
no conseguiría que hablara. Tampoco había pasado por alto que se
había apresurado a señalar que era un «él» el culpable de acostarse
con un demonio. Podría emplear un hechizo de verdad, pero
necesitaba seguir congraciándome con él para que me llevara de
vuelta a casa.
—¿Dónde está Vittoria?
Domenico se dirigió a la puerta.
—Te escoltaré hasta ella.
No hablamos mientras nos desplazábamos por el tranquilo
monasterio. Había momias alineadas a ambos lados, sus ojos
silenciosos y sin vida apuntando en nuestra dirección, observando
pero sin ver en realidad nuestro paseo.
Por encima de nosotros, en las vigas, un pájaro agitó las alas. Todo
era tan similar a la última vez que había estado allí que tuve que
tragarme mi creciente incomodidad. Me pregunté dónde estaría la
Santa Hermandad, si estarían a la espera. Y no eran los únicos
enemigos de los que preocuparse.
Seguía teniendo la sensación de que había una presencia de otro
mundo, como si los demonios Umbra estuvieran acechando en las
sombras, observando cada movimiento para informar a cualquier
príncipe del in erno que hubiera contratado sus servicios. Solo que,
esa vez, deseaba que fueran a buscar a su amo.
Si los demonios fantasmales estaban allí de verdad, entonces era
posible que Envy supiera dónde estaba y dejara la pelea en el Pozo y
apareciera, como hacía a menudo. Su intromisión no sería
inoportuna esta vez, señal de que las cosas habían cambiado por
completo en mi mundo.
Aunque nada de eso importaba, ya que los portales y las puertas
permanecían cerrados y los príncipes no podrían marcharse ni
aunque lo intentaran.
—¿Tú…?
—Silencio. No nos hace ninguna falta que la Hermandad inter era.
—Domenico abrió la puerta trasera, cuyas bisagras crujieron
bastante alto, asomó la cabeza y escuchó. Habíamos abandonado los
siete círculos a última hora de la tarde, pero allí ya era noche cerrada.
Nos adentramos en la cálida noche e inhalé el familiar perfume de
las ores de naranja y plumeria. Las estrellas centellearon por
encima, como si estuvieran en posesión de un secreto y las
emocionara la perspectiva de su descubrimiento. En lugar de sentir
que por n volvía a casa, el calor me resultó casi antinatural,
sofocante y opresivo. Hizo que anhelara nieve, hielo y al demonio
que los comandaba.
Mientras cruzábamos el silencioso patio, eché un vistazo a la calle
que me llevaría al Mar y Vino. No quedaba mucha luz, pero había
gente dando un paseo. Nuestra trattoria seguiría abierta, sirviendo al
último de los clientes de esa noche. Nonna y mi madre estarían en la
cocina, tarareando mientras preparaban la comida. El tío Nino y mi
padre estarían en el comedor, charlando con los comensales mientras
servían limoncello y reían. Podría ir allí en aquel mismo instante.
Unirme a ellos.
A pesar de los muchos y terribles defectos que habían quedado al
descubierto, había sido una buena vida. Al margen de lo que dijera
Vittoria, sabía que ella también había sido feliz. Habíamos estado
rodeadas de amor y luz. Habíamos disfrutado de una familia que
nos había cuidado y de una comunidad. Nos habíamos tenido la una
a la otra.
En cuanto a las maldiciones, la nuestra no era la peor. A diferencia
de la de Wrath, a quien le habían arrancado el corazón y que se había
visto obligado a sentir odio en lugar de amor, lo habíamos olvidado
todo sobre nuestro pasado. Todas nuestras maquinaciones. Nuestra
sed de venganza. Nos habían dado recuerdos nuevos, que puede
que estuvieran contaminados por el miedo al diablo y a sus terribles
hermanos, pero no todo había sido malo.
Domenico me miró de reojo.
—Ahora no hace falta que estés callada. Estamos bastante lejos.
—Hay mucho que procesar.
Por primera vez desde que nos habíamos encontrado en el reino de
las sombras, el hombre lobo pareció entenderme y simpatizar con mi
situación. Lo cual supuse que hacía. No mucho antes, su mundo
había quedado alterado con la misma irrevocabilidad. Se había
adaptado, aunque todavía parecía hostil al respecto. Quizá se
debiera a que la magia del alfa seguiría causando estragos en él hasta
que madurara. O puede que no le gustara ser un cambiaformas.
—Con el tiempo, aprenderás a concentrarte en el presente y dejar
ir el pasado. —Me guio por una calle lateral que conocía bien—. No
tiene sentido pensar en lo que podría haber sido pero nunca será.
Solo te impedirá ser lo que eres. Una de las cosas más difíciles que se
pueden hacer es vivir en el aquí y el ahora. No preocuparse por el
futuro, no rehacer el pasado. Estar presente, ese es el secreto para
cambiar el futuro. Para encontrar la verdadera felicidad.
Re exioné sobre lo que había dicho.
—¿Eres feliz?
—A veces. —Domenico se encogió de hombros—. Estoy mejor que
cuando me enteré por primera vez de… todo.
—¿Cómo está tu padre? La última vez que hablé con él parecía
preocupado, pero orgulloso.
El cambiaformas se puso rígido durante un instante, luego siguió
caminando, sus largas zancadas devoraron la calle empedrada. Casi
como si quisiera huir de la pregunta.
—Está muerto.
Vacilé. No quería echar sal en una herida que estaba claro que era
reciente, pero había algo que necesitaba saber.
—¿Mi hermana…?
—Por supuesto que no. —Domenico giró sobre los talones, había
un brillo púrpura pálido en su mirada. Echó un vistazo alrededor de
inmediato, para asegurarse de que ningún humano lo hubiera visto,
luego se esforzó visiblemente por controlar sus emociones—. Tu
hermana no tuvo nada que ver.
—¿Y los demonios?
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Domenico.
—¿Esto está relacionado con Greed?
Al oír el nombre de Greed, las garras del lobo hicieron acto de
presencia.
—Fue por un asunto de la manada. Dejémoslo ahí.
Levanté las manos en señal de paz y el hombre lobo reanudó la
marcha, avanzando a través del vecindario que bordeaba el nuestro.
Sin saberlo, Domenico me había proporcionado dos respuestas que
había estado buscando. Si de verdad Vittoria estuviera empeñada en
distanciar aún más a lobos y demonios, matar a un miembro de la
manada habría sido una oportunidad única. Y la reacción del alfa al
nombre de Greed había sido muy emocional.
Desvié la atención de los problemas con mi gemela y el lobo y me
concentré en la calle en la que acabábamos de entrar. Dejé de
caminar, incapaz de levantar un pie y colocarlo frente al otro de
nuevo.
Cerca del nal de la calle se alzaba la casa de nuestra familia.
Unas vides trepaban y rodeaban el enrejado, la piedra clara relucía
a la luz de la luna. Era preciosa. Y estaba intacta. Había seguido en
pie, como si no hubiera cambiado nada en absoluto. De repente,
sentí la boca seca. De entre todos los lugares a los que Vittoria podría
ir, aquel me llegó hondo.
—Mi hermana está en nuestra casa.
Domenico sacudió la cabeza.
—Mira con más atención.
—No… —La esquina de nuestra casa brillaba, un fulgor
ligeramente levantado por los bordes. Como si hubieran colocado
una página invisible sobre toda la estructura y la brisa la hubiera
soltado. Se me aceleró el pulso y retrocedí mientras sacudía la cabeza
—. No. No, no. Esto también, no. Por favor.
Vittoria apareció frente a mí de repente, su cabello agitado por el
mismo viento mágico que estaba destrozando nuestra casa.
—Exige ver su verdad, Emilia.
—No puedo…
—Sí. Puedes y lo harás —dijo Vittoria—. Contempla la verdad.
Me ardieron los ojos cuando se me acumularon las lágrimas detrás
de los párpados. Aquel era el golpe de gracia y me negué a permitir
que cayera ni una sola lágrima. Su ciente. Algo dentro de mí se
rompió. Estaba cansada de tanta tristeza y destrucción. Se habían
acabado todas las mentiras y las manipulaciones interminables y los
días y las noches que pasé llorando. Mi gemela tenía razón. Merecía
saber la verdad, verla de una vez por todas.
Enderecé la columna mientras clavaba la mirada en nuestra casa
sin pretensiones. Invoqué la fuente de mi magia y apunté con ella
directamente a la parte brillante.
—Muéstrame la verdad.
Mi voz resonó, llena de poder, como cuando lanzaba un hechizo de
la verdad. La magia salió disparada como un látigo y se hundió en
las paredes exteriores como si de garras se tratara, destrozando y
haciendo jirones la ilusión. Impasible, observé cómo desaparecía,
revelando un templo de piedra.
Nuestra casa tenía un glamour. Y nunca lo había sabido, nunca
había sentido la magia empleada. Porque Nonna nos había
mantenido en la ignorancia. Esa vez, la verdad no me rompió el
corazón, me enfureció. No habría vuelta atrás después de aquel
engaño. Había dibujado una línea entre la Emilia de antes de que su
mundo entero se rompiera en pedazos y la diosa de la Furia de
después de que todo fuera revelado.
—¿Qué más? —exigí saber, con la mirada ja en lo que habíamos
llamado «hogar»—. ¿Qué más ha sido una compleja ilusión? Una
puta mentira.
—Os dejaré solas. —Domenico entró en silencio al templo, sin
dirigirnos a Vittoria ni a mí una segunda mirada. Me preparé para la
traición de nitiva que sentía que estaba en camino.
—En realidad, esto no es Sicilia. —Vittoria exhaló. Por n aparté la
mirada de la casa que no era nuestro hogar para contemplar a mi
gemela. Por una vez, parecía estar pasándolo mal—. Bienvenida a las
islas Cambiantes.
DIECIOCHO