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FÉNIX

De las cenizas al éxito…

Andrés Alemán

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No importa el tipo ni la cantidad de cenizas,

Fénix siempre renace más fuerte de ellas…

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A mi mamá por darme la vida…

A mi papá por darme integridad…

A mi esposa, mi gran amor…

A mi hijo por permitirme vivir en él…

A mi gordo que vive en mí…

A mi hija, el centro de mi vida…

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Prólogo

Es común encontrar historias acerca de personas que han surgido de la nada; personas,

que aunque han vivido rodeadas de pobreza y dentro de ambientes hostiles, llegan a

saborear las mieles del éxito en diferentes ámbitos de la vida, económico, social,

espiritual, y con el tiempo se convierten en patrón y ejemplo utilizados por quienes nos

dedicamos a motivar a otros, tratando de hacerles comprender que de su actitud frente a

la vida dependerá que los caminos por recorrer sean de arena, de piedra y áridos o por el

contrario, suave grama verde, llena de flores multicolores y un ambiente soleado.

Para muchos nace la duda de si para ser protagonista de una de esas historias y llegar a

tener y sentir éxito es necesario venir de la nada, ser pobre en extremo y abrirse paso a

través de los caminos más hostiles que la vida puede ofrecer.

A través de esta narración basada en hechos reales tomados de mi propia vida, quiero

que sepas que todo se supera. Cuando el éxito se convierte en fracaso y la vida se

transforma en dolor, la cantidad de cenizas en la que nos convertimos es inimaginable y

la única manera de no asfixiarte con ellas y morir en vida es despertar el fénix que todos

tenemos y renacer de nuestras cenizas más fuertes y volar más alto que antes. No

importa cuántas veces volvamos a ser cenizas, siempre podremos renacer de ellas, cada

vez con más fuerza y más determinación. Ese es el legado del fénix, y esta es mi

historia. Espero que a través de ella todos despierten el fénix que llevan por dentro y

renazcan de sus cenizas para que no las sigan arrastrando y no se ahoguen en ellas.

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El éxito…

«Definitivamente el éxito es una actitud…»


Carlos Saúl Rodríguez

Un día cualquiera de noviembre, penúltimo mes del año pero primero de las festividades

navideñas, me levanto como siempre muy temprano (5 a. m.), abandono mi tibia cama y

el dulce abrazo de mi esposa. Tomo con decisión mi vestimenta, mis licras, el maillot

sin mangas Specialized blanco —el que más me gusta—, los guantes, la bandana, el

casco y, por supuesto, los lentes, para culminar la transformación que sentimos los

ciclistas una vez uniformados correctamente. En ese momento nos recorre por las venas

una fuerza vital y se despierta una actitud demoledora que se completa al momento de

tomar nuestra bicicleta y poner en funcionamiento la unión, para nosotros maravillosa,

la fusión hombre-máquina que nos convierte en uno solo, retando el cansancio, el dolor

y la montaña. Camino a mi cerro favorito diviso el hermoso panorama que me ofrece la

naturaleza. Logro ver un mar azul tranquilo que baña las faldas de la montaña que

decido domar ese día.

Una vez coronada la cima termino con una sensación de triunfo infinito y de poder

absoluto sobre mi cuerpo y la naturaleza. Desde arriba observo el imponente paisaje con

el nacimiento de una alborada inigualable, con el sol despuntando desde el mar y una

luna que lo despedía cual amante triste condenada a no estar junto a su amado, a solo

verlo salir en determinadas épocas y sentirlo únicamente en los eclipses.

Tomo aire, cierro los ojos y esas hermosas imágenes me llevan a reflexionar acerca de

cómo me siento con la vida y me pregunto: «¿eres un hombre exitoso?». A lo cual me

respondo con seguridad: «sí», y evocando los recuerdos más hermosos me digo: «tengo

una esposa increíble, una señora, dama fiel, mujer apasionada, amiga incondicional,

madre abnegada, además ha demostrado amarme más que a sí misma y eso es más de

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lo que el promedio de los hombres puede decir de sus esposas». Además, tiene el don

de lograr empujarme al éxito y ayudarme a tomar las decisiones correctas cuando los

caminos se bifurcan, cosa que en la vida sucede con frecuencia. Contar con alguien así

realmente es más de la mitad del éxito de cualquiera.

Voy a tratar de describir cómo la siento en mi vida a través de un poema que le dediqué

en mi libro Versos con olor a sentimientos:

La vida…

A través de mis versos


quiero expresar
cómo siento la vida.

Puedo describirla
como te siento a ti.

Suave como la rosa.


Alegre como la brisa.
Impetuosa como el mar.
Dura como la roca.
Hermosa como el ocaso.
Preciosa como el alba.
Por eso para escribir sobre la vida
me basta
sentirte a ti…

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Me vienen imágenes de mis tres hermosos hijos, orgullos de mi esposa y míos, a los que

adoramos y por quienes queremos dar el todo por el todo para su bienestar y seguridad

familiar, económica y espiritual.

Son dos varones, un flaco de catorce años, mi gordo de trece años y la reina de la casa,

mi pequeña ricitos de nueve años. Ellos representan la prolongación de nuestros deseos

en la vida, con sus éxitos y sus fracasos, estamos siempre a su lado apoyándolos y

amándolos, sin interés pero con fervor y confianza.

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Hija

Mi niña de rulos de oro,

corazón saltón,

sonrisa plateada,

carisma angelical,

atrevida y divertida,

abierta y sincera.

Naciste en una era

que no sé si pueda

comprender tu osadía,

aunque veo que día a día

te adaptas a tu entorno.

Eres un torbellino

de sentimientos que

te darán los cimientos

de llevar una vida

llena de aciertos.

De no ser cierto,

siempre tendrás

a tu papá con

una palabra de aliento.

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De repente, mis recuerdos se ven interrumpidos por una bandada de hermosas gaviotas

que cruzan el horizonte, justo cuando se termina de completar el alba. Un escenario

impresionante, el sol terminando de salir del mar formando un sendero brillante que te

invita a seguirlo; un mar en calma vestido de azul penetrante; las olas suaves bañando

las rocas a la orilla del cerro con suavidad y firmeza. Con cada delicado golpe caminan

por las piedras cangrejitos mínimos como perdidos con el baño del mar; veo el vuelo

perfecto de cinco gaviotas en formación militar que cruzan el firmamento. Pienso cuál

de ellas es Juan Salvador, gaviota de determinación admirable y a la cual siempre me

quise parecer y creo en cierta forma que lo hice. Vienen nuevamente a mi mente los

recuerdos de cuando comencé con el ciclismo de montaña. Cuatro años atrás ni soñaba

poder hacer las cosas que hoy en día soy capaz de realizar, y es resultado de intento tras

intento hasta perfeccionar la técnica para una subida difícil o para una bajada escabrosa

y espectacular que a cualquiera pondría los pelos de punta, pero que para nosotros es el

día a día. Lo que para Juan Salvador es el vuelo para mí lo es el mountain bike (ciclismo

de montaña). Más que una pasión por el deporte es una filosofía de vida, hermosa y

arriesgada, pero sin la cual me costaría seguir viviendo.

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Montañero

La emoción de subir la colina más alta,

divisando el paisaje más hermoso,

sintiéndome fuerte como un oso,

me recuerda que el ciclismo me exalta.

La adrenalina corre por mis venas

para enfrentar un peligro cierto;

una bajada de corazón abierto

donde la atención debe ser plena.

Somos seres especiales y diferentes

que solo tenemos en la mente

nuestras hazañas sin precedentes.

La vida a veces nos pone barreras

que se parecen a una carrera.

Solo los ciclistas podemos barrerlas.

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De nuevo mis recuerdos son cortados, ahora por el paso de un peñero que muy

temprano sale a buscar fortuna a la mar con la esperanza de tener un buen día de pesca.

Desde la cima lo diviso pequeño, pero casi puedo sentir la determinación y la alegría

con la que sus navegantes comienzan el día y esperan regresar a tierra firme con el

suficiente bastimento de pescado para ver la sonrisa de sus esposas e hijos con la

llegada de su padre, vencedor de los mares y temerario Neptuno.

Entonces, comparo la sensación de triunfo de ese pescador con la que yo siento al haber

alcanzado varios de los objetivos importantes en mi vida personal.

Pienso y me digo a mí mismo: «bueno, aquí estás en esta colina conquistada por ti,

analizando algunos aspectos por los cuales te puedes considerar exitoso en la vida.

Eres un médico veterinario que se abrió camino en el mundo de la industria

farmacéutica, que comenzó como visitador médico y es en la actualidad gerente de

distrito de una de los laboratorios más importantes del mundo. Tienes a tu cargo la

responsabilidad de guiar a doce profesionales y convertirlos en personas altamente

proactivas y productivas mediante la motivación y el cumplimiento de objetivos

comunes para la empresa. Recién has culminado un posgrado en Gerencia

Empresarial, título que mejora tus habilidades gerenciales y te proporciona una visión

de líder más amplia y sólida frente a los retos de este nuevo milenio cambiante y cada

vez más agresivo. Paralelamente, se te presenta la oportunidad de comenzar a dictar

unas horas de clases para la universidad en la facultad de Farmacia en las cátedras de

Fisiología, Fisiopatología y Parasitología; materias que requieren de una gran

preparación médica y un don especial para transmitir el conocimiento a un grupo de

jóvenes hambrientos de aprender y exigentes en la calidad de su formación

académica».

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Cumplo un gran sueño de mi vida: estar frente a un salón con los que serán los futuros

profesionales siendo yo el encargado de servir de facilitador del conocimiento que ellos

van adquirir sobre el tema y la vida, además de su propia madurez como personas y

profesionales farmacéuticos.

Cuando era estudiante de Medicina y entraba a las clases de Fisiología, admiraba a mis

profesores y me preguntaba cómo podían hablar con tanta facilidad con términos que

para mí eran tan complicados y difíciles de comprender. Ahora, soy yo el que está en el

pensamiento de mis estudiantes, y seguro alguno está pensando lo mismo.

Es un reto fascinante que me enorgullece. Recibo de mis alumnos, al final de mi primer

año como profesor universitario, un mérito que jamás pensé: fui nombrado «Profesor

del año» por ellos. Realmente me conmovió y me sentí la persona más importante del

mundo en ese momento; es un recuerdo que llevo grabado en mi orgullo y mi corazón.

Esta vez es el sol el que me hace salir de mi concentración, y disfruto los primeros rayos

tibios de ese astro imponente que en el oriente del país es inclemente, y cuyo calor nos

hace buscar resguardo bajo la sombra más cercana.

A la par de mi labor como profesor de Farmacia y mi trabajo en la industria

farmacéutica, con el apoyo de mi esposa, abrimos una clínica veterinaria a la cual

llamamos Grandes y pequeños animales inspirados en el libro Todas las criaturas

grandes y pequeñas escrito por un veterinario inglés, James Herriot, que en mi época de

estudiante motivó el amor por mi carrera de médico veterinario.

La atendíamos en las noches y los fines de semana; era un poco sacrificado pero

satisfactorio para la familia. En realidad queríamos algo para hacerlo crecer, con la

visión hacia el futuro y poder vivir de una inversión propia.

Era un local pequeño pero acogedor. Compramos un aire acondicionado, mandamos a

hacer una mesa especial para examinar a los pacientes y terminamos de comprar

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algunos de los equipos médicos que me hacían falta para comenzar ese sueño de ejercer

como médico veterinario.

Un compañero ciclista me trae al presente y, como de costumbre, nos saludamos con

una sonrisa sincera y la satisfacción de reconocernos invencibles e inmortales mientras

estamos sobre nuestras poderosas bicicletas que, en esos momentos, realmente son

nuestros tronos. Desde ellas reinamos gracias a las hazañas y locuras; es una sensación

difícil de explicar.

Él sigue su camino bajando por el acuario, bajada peligrosa que nos hace subir la

adrenalina. Yo me quedo en la cima y vuelvo a mi reflexión que me lleva a decirme que

también en lo económico hemos evolucionado como familia. En este año compramos

nuestro apartamento, hermoso por todo el calor y amor con el que lo decoramos y, como

dato curioso, está entre dos aguas: un río y el mar. Desde él se ve un paisaje marino

impresionante. En los días más claros o luego de una fuerte lluvia se divisa en el

horizonte uno de los complejos petroquímicos más importantes del país, la fusión entre

tecnología y naturaleza más perfecta que he visto.

El sol sigue ascendiendo en el cielo. Tomo mi bicicleta y comienzo la subida. Engancho

los pedales y coloco la velocidad más suave, ya que se trata de un camino técnico, lleno

de piedras desde el cual, mientras subes con el máximo esfuerzo, disfrutas observando

esa línea imaginaria y maravillosa donde se une el cielo con el mar. Retorno a mi hogar

satisfecho de haber disfrutado mi pasión y de sentirme una persona exitosa.

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La ceniza del fracaso…

«Los fracasos son las piedras para


construir el éxito…»
Miguel Ángel Cornejo

Termino de vestirme temprano para salir a trabajar, como de costumbre, en forma

impecable. Para mí la apariencia personal es vital. Somos la imagen de la compañía

frente a los clientes más importantes: los médicos, profesionales exigentes que esperan

lo mismo de las personas que osan hablarle de medicina, área que ellos dominan con

sabiduría. Muchos de ellos ya tienen más de treinta años de experiencia, y los más

jóvenes tienen por lo menos doce años estudiando, por lo tanto, es una tarea titánica y,

aunque parezca mentira, comienza con nuestra apariencia.

Me despido de los dulces labios de mi esposa, los cuales me encanta besar en todo

momento, especialmente cuando me alejo de ellos. Son suaves, carnosos, y dejan su

sensación en mi boca todo el día, hasta que vuelvo para volver a comerlos con dulzura y

ansiedad. Mi esposa me dice que se los voy a gastar. Por fin estoy en la calle; está

empezando la semana y comienzo a recibir las llamadas de mis representantes dándome

la información requerida para dar inicio a su semana de trabajo, sobre todo cómo se

sienten en esta labor. La parte humana es vital, todo se consigue por medio de una alta

motivación a tus trabajadores.

Este no es un objetivo sencillo de conseguir. El ser humano es complicado, cada uno es

diferente y responde de distintas maneras de acuerdo a su experiencia frente a

situaciones similares. Esto complica el trabajo gerencial ya que cada persona debe ser

respetada, pero al mismo tiempo guiada y motivada, lo que hoy conocemos como

coaching (entrenar).

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Sin que termine el día recibo una llamada de Caracas. Hablo con la asistente de mi jefe,

el director de Ventas del laboratorio, hombre callado, maduro y bastante inexpresivo;

tiene apenas tres meses en el cargo y nos estamos adaptando a su estilo, tiene amplia

experiencia en la industria y un excelente manejo de los números. Me dice su asistente

que debo estar en la empresa al otro día y me da el localizador para el vuelo muy

temprano en la mañana.

Mi esposa me deja al otro día una hora antes del vuelo, como solemos hacer. Me

encanta ser puntual, y ella pregunta si voy a abrir el terminal aéreo. Me gustan los

aeropuertos, tienen un aire de futuro y clase ejecutiva que es agradable de sentir. Hago

mi cola para chequearme y pienso en cuál será la razón de la reunión, ya que no me la

informaron y ninguno de mis compañeros gerentes estaba citado, solo yo.

Inmediatamente, recuerdo la situación que mantenemos con un representante. Imagino

que ya tenemos respuesta al respecto; es un problema grave de incumplimiento al

trabajo y se complicó por el embarazo de la trabajadora. La muchacha de la línea me

interrumpe y me pregunta si quiero ventana o pasillo, le digo que pasillo, por favor, y si

puede en la parte delantera, eso facilita la salida en el terminal de Maiquetía, aeropuerto

impresionante y uno de los más modernos de Sudamérica.

Llego a Maiquetía, camino hacia la salida del aeropuerto, me detengo a ver la librería.

Me encanta leer, es uno de mis pasatiempos favoritos; realmente soy un lector

insaciable y me gusta tener siempre un libro a mano y varios en mente para cuando

termine el actual. La lectura es sabiduría, evolución espiritual y mental.

Salgo, tomo un taxi de la línea del aeropuerto, saludo al chofer con un agradable buenos

días y le indico la dirección a la cual nos dirigiremos. Arrancamos y me comenta que

hay mucho tráfico y que seguro nos tardaremos un poco. Le digo: «no hay problema, no

me esperan hasta las diez de la mañana». Son exactamente las siete en punto, trato de

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buscar conversación y le hago el comentario del calor del oriente. Él sonríe y me dice

que la capital también está como un horno. Hojeo la revista de bicicletas que compré en

la librería y veo los nuevos modelos, soñando con tener uno de esos algún día.

Transcurre el tráfico y pienso nuevamente en el motivo de mi reunión y no encuentro

ninguno. Me despreocupo y me digo: «algún capricho de la compañía, no sería la

primera vez».

Me bajo frente a la empresa, una imponente estructura ejecutiva y con un aire moderno

e innovador que se respira solo con estar al frente de ella. Me despido del amable

chofer, le deseo buen día y me entrega mi factura. Entro por la puerta de empleados,

saludo a la recepcionista; me digo: «siempre son bellas y hablan lindo». Ese era el caso.

Ella, muy simpática, me saluda y me pregunta cómo estoy, le digo que con mucho calor.

Inmediatamente me dice: «pasa que tu jefe te está esperando en su oficina». Para llegar

allá tengo que atravesar toda el área de mercadeo, y comienza la aventura de saludar a

todos con el cariño de quien tiene tiempo sin verlos. Nosotros vamos a la oficina muy

pocas veces al año, y estar ahí siempre es un acontecimiento. El aire frío, todos

impecables, el movimiento del Departamento de Ventas me dice que llegué al centro del

negocio. Camino unos pasos más, cruzo y saludo a la asistente de mi jefe. Ella me

pregunta cómo estuvo el viaje y me dice: «pasa que te esperan».

Entro a la oficina, siento un ambiente pesado, saludo, y mi jefe me saluda. Me pregunta

cómo me fue y me invita a sentarme. Levanta el teléfono, hace una llamada y yo

observo la oficina, un espacio como de ocho metros cuadrados, finamente decorada, un

escritorio de madera y vidrio transparente fuerte, numerosos dossier en los armarios y

una computadora negra imponente.

Inmediatamente se dirige a mí y me dice sin mayor explicación que ha decidido

separarme de mi cargo de gerente de distrito, tras considerar el manejo del caso de la

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representante que anteriormente mencioné. Quedo como en neutro y de inmediato pasa

por mi mente mi familia, mi vida y lo que significa estar sin trabajo. Recuerdo haber

dedicado y crecido por seis años en la empresa, y de pronto, por algo en lo que ni

siquiera yo tengo la totalidad de la culpa, soy despedido sin tomar en cuenta nada. En

ese momento entra la gerente de Recursos Humanos y, como si fuera un forajido, me

hace firmar una serie de papeles, de los cuales realmente ni recuerdo lo que decían. Me

piden la tarjeta corporativa, el carnet y el teléfono asignado. Es un momento muy

desagradable e indignante para cualquier trabajador, sobre todo cuando no están claras

las razones por las cuales te alejan de lo que hasta ese momento es tu familia. Todavía

impactado, me toca esperar un período de tiempo, que ni recuerdo si fueron minutos u

horas, sentado frente a quien me deja desempleado sin razón, según mi punto de vista,

hasta que trajeran el cheque de mi liquidación. Es un momento tenso y duro. Nos

esquivamos las miradas, pero ambos mantenemos una postura gerencial de altura.

Quiero salir de ahí lo más pronto posible.

Por fin llega el cheque. Firmo con una sensación de traición y angustia por el futuro

inmediato. Al retirarme me toca lo peor: salir por donde entré ante la mirada de asombro

y lástima de mis excompañeros de trabajo. Es un momento que no le deseo a nadie.

Realmente la sensación de derrota y fracaso es total.

Una vez fuera de la compañía volteo a verla por última vez, y con un nudo en la

garganta comienzo a caminar por la acera sin saber a dónde ir.

Le doy un vistazo al cheque. Son veintidós millones de bolívares. Me descontaron

algunos préstamos, entre ellos el que nos permitió comprar nuestro apartamento.

Cuando reacciono ante la situación, lo primero que hago es buscar un teléfono. Ya cae

la tarde. Comienza en Caracas esa mezcla de frío con los tenues rayos del sol

desapareciendo. Llamo a mi esposa y le cuento lo sucedido. Se angustia mucho, pero

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como siempre, me da una palabra de aliento y me dice: «tú vales mucho, te esperamos

en casa».

Tengo vuelo de regreso a las ocho de la noche. Tomo un taxi para el aeropuerto con la

cabeza llena de pensamientos desordenados entre el pasado, presente y lo que sería mi

futuro inmediato.

En el taxi escucho que la situación del país tampoco está muy bien; una serie de

protestas tienen la situación política muy tensa y podrían pasar cosas que compriman la

economía y eso en este momento no me favorece.

Con toda mi tristeza y confusión tomo el avión. Llego al terminal aéreo de Barcelona, y

ya mi esposa me está esperando. Me abraza y me da un beso. Enseguida, ansiosa, me

pide que le cuente y así transcurre nuestro regreso a casa.

Mis hijos duermen, listos para su colegio del día siguiente. Los beso y me voy a

descansar después de un día que no ha sido el mejor que he tenido.

Pasan varios días, y con la familia llegamos a la conclusión de que con mi experiencia y

nivel académico pronto conseguiré trabajo en la industria como lo he hecho en los

últimos ocho años.

Mientras tanto preparo mis currículums y colaboro en la casa. Me gusta cocinar y

atender a mis hijos cuando llegan del colegio, además de consentir a mi lindo amor. Ella

regresa muy cansada. Me fascina mimarla y que coma tranquila y en su cama, es un lujo

que se merece. Mi esposa trabaja con un abogado en una firma y es la encargada de la

administración y los negocios.

No gana mucho, pero nos servirá mientras yo vuelvo a trabajar. Con el dinero pagamos

algunas deudas y guardamos porque queremos comprar otro carro. Tenemos un Fiat

Siena excelente y bien conservado.

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Comenzando diciembre estalla una huelga petrolera que le hace mucho daño al país. La

situación empeora y realmente se comprime la economía. Lo de mi trabajo tendrá que

esperar un poco, por lo menos hasta el otro año. Bien administrados y con mi esposa

trabajando podemos sobrevivir un tiempo.

La situación en el país sigue empeorando y decidimos invertir ante la incertidumbre.

Compramos de contado una camioneta Terios de la Toyota. Ahora contamos con dos

carros y con la actitud positiva de conseguir trabajo lo más pronto posible al comenzar

el año.

Pasamos un diciembre tranquilos, unidos, con fuerza y mucho amor. Bastante

preocupados por la situación del país de la que no se sabe en qué puede parar, pero no

nos beneficia para nada.

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La ceniza del dolor…

El dolor más grande que he podido

sentir es ver a mi hijo partir…

Pasamos las Navidades en Caracas con mis padres. Ellos viven en una urbanización con

un clima de montaña, a la salida de la ciudad, en los Valles del Tuy, región del estado

Miranda.

La casa es grande y está en una bajada bastante inclinada. Es más larga que ancha y

tiene dos niveles. Al frente hay un cerro forrado de arbustos y árboles donde anidan las

guacharacas, aves parecidas a gallinas, pero vuelan y emiten un sonido característico

que al escucharlo pareciera que dijeran su nombre. Hacia la parte de atrás tiene una vista

divina, se divisa el club con sus canchas de golf. De allí se ven los hoyos 7 y 9, de los

más difíciles del circuito por la distancia de los tiros para llegarle al green.

Disfrutamos el Año Nuevo con las ricas hallacas de mi mamá, las cuales ayudamos a

preparar con el ritual de la familia en el que todos tienen una asignación especial, desde

limpiar las hojas de plátano hasta el amarre de las hallacas. Yo ya soy amarrador y, por

supuesto, comedor del rico resultado del ritual.

Terminadas las festividades, el cinco de enero regresamos a nuestra casa. Ya los

muchachos comienzan clases y mi esposa se reincorpora a sus labores.

Preparamos todo para el comienzo de la rutina de clases y trabajo. Yo en casa y

pendiente de cualquier oportunidad de trabajo, pero está comenzando el año y hay que

esperar.

Alrededor del quince de enero mi esposa me dice que tiene que ir a una de las fincas del

jefe a elaborar un inventario. Ella se va antes, el miércoles, y nos espera allá el viernes

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en la tarde. Estoy de acuerdo. Se va y yo me quedo con los muchachos atendiéndolos en

sus labores y la comida.

Pasamos dos días excelentes. Por la mañana los despido, me voy a montar bicicleta y

luego nos vemos al mediodía. Almorzamos rico, me encanta cocinar y a mis hijos les

gusta mi comida. Nada mejor para un cocinero que un cliente satisfecho, y mis hijos son

excelentes clientes.

En la tardes salgo siempre pendiente de algún trabajo, pero el paro nacional continúa y

la situación es difícil. Hay que tener paciencia y no desesperarse.

Llega el día de encontrarnos con mamá en la finca, hacia los lados de Campo Mata, un

pueblo petrolero rodeado de fincas y con mucho calor.

Partimos temprano el sábado 17 de enero. Vamos hablando por el camino. Son

aproximadamente dos horas de carretera, y luego un tramo solitario como de treinta

kilómetros hasta la entrada de la finca.

Ya en la entrada, los muchachos me piden que los deje manejar. Están en la época de la

fiebre por el volante y cedo. Primero lo hace el flaco con muchos problemas para

arrancar el carro que es sincrónico, pero ya tienen algo de práctica. Luego lo toma el

gordo y lo hace mucho mejor. De hecho, maneja hasta la puerta de la casa por un

camino de tierra de unos cinco kilómetros.

Nos instalamos. Los muchachos se van a jugar con los hijos del dueño, dos varones de

igual edad, y mi hija con la de ellos, también de edades parecidas. Van a bañarse en el

río.

Yo me quedo con mi esposa. Ella termina el inventario y la ayudo un poco. Luego,

almorzamos una carne a la parrilla muy buena, y me quedo para observar el ordeño de

la tarde. Se ordeñan a mano unas setenta vacas con el becerro a la pata, o sea tres

cuartos para el tobo y una para el becerro.

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El caporal me consulta por un par de animales que tiene enfermos. Los vemos después

del ordeño. Una vaca con una metritis séptica (infección posparto), la cual se trata

pasando una pipeta a través del cuello del útero con una maniobra guiada desde el recto

del animal con la otra mano. Una práctica un poco sucia, pero a los veterinarios nos

encanta.

El segundo caso es un becerro con la rodillas inflamadas producto de una infección

bacteriana del cordón umbilical debido a una mala cura; se contamina con estreptococo

y genera el problema de artritis séptica. Debe ser tratado con antibióticos de manera

inmediata y su pronóstico es reservado.

Al final de la tarde, y luego de recordar mi adorada veterinaria, camino con mi esposa

por los potreros donde pasta el ganado y nos deleitamos con el atardecer. El ocaso cae

sobre los potreros con los animales pastando; realmente es un espectáculo inolvidable.

La brisa comienza a ser más fresca y fuerte, y ya algunas estrellas se ven en el cielo. De

regreso a la casa a descansar. Los muchachos van de cacería y nosotros nos quedamos

disfrutando el silencio y la noche.

Con el cantar de los gallos comienza la mañana, y ya estoy nuevamente en la sala de

ordeño revisando la vaca de nombre Barcina a la que he tratado por su metritis. Está

mejor y le doy otro lavado uterino, la secreción es más clara y menos fétida; eso

significa que sanará pronto. Me llama mi esposa y voy a desayunar. Ella seguirá con su

inventario y yo con mi veterinaria.

Los muchachos me invitan a jugar básquetbol y accedo. Comenzamos el juego y entre

mis hijos y los amigos me propinan una paliza. Les digo «hasta aquí», y me voy al río.

Me lanzo en sus frías aguas y me refresco bastante. El sol, como siempre, implacable.

Ya pasa del mediodía de este domingo 18 de enero. Me voy a recorrer la hacienda a

caballo, un mestizo grande y dócil sobre el cual cabalgar se me hace un placer. De suave

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trote y paso refinado, parece un animal de feria y no de trabajo con ganado. Conozco

casi todos los potreros y lagunas; en dos de ellas se cultivan cachamas, enorme pez de

agua dulce de carne exquisita.

Al final de la tarde, cuando el sol ya muestra ganas de retirarse, lanzamos unas atarrayas

en una de las lagunas para cenar algunas cachamas. Sacamos unos siete kilos de

pescado y volvemos a la casa a prepararlos. De camino puedo sentir cómo el rocío va

empapando las pequeñas hojas de pasto y se oye algún bramido en la lejanía. Todo

refleja calma y tranquilidad; mi mente se siente igual.

Llego a la casa y mi esposa me dice que debemos salir a comprar algunas cosas para

poder disfrutar de las cachamas. Nos dirigimos al pueblo de Campo Mata, un campo

petrolero en el cual hay una pequeña bodega. Tomamos la camioneta y nos vamos, los

muchachos no quieren venir, se quedan con los amigos conversando.

De regreso por el camino de tierra y ya oscuro, alrededor de las nueve de la noche, nos

paramos a la orilla del camino frente a los potreros y contemplamos la luna. Nos

miramos como un par de novios ansiosos y nos besamos profundamente sin ni siquiera

sospechar que en ese mismo momento cae nuestro hijo en el suelo de la habitación

donde conversa, de un disparo de escopeta que lo alcanza en el pecho. Solo un leve

gemido y una muerte instantánea lo sigue.

Mientras eso ocurre, mi esposa y yo continuamos en nuestra escena romántica que se

prolonga dulce y rica. Parecemos desesperados amantes sin sospechar la terrible noticia

que nos aguarda al regreso.

Cuando llegamos, el dueño nos aguarda afuera y no nos deja entrar a la casa. Tiene cara

de preocupación. Nos abraza y nos dice que ha ocurrido un accidente fatal con nuestro

gordo, está muerto. Hoy lo puedo escribir, pero en el momento es como si nos

dispararan en el corazón a nosotros. Se entra en una confusión momentánea para la cual

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no encuentro palabras. Mi esposa queda en estado catatónico, en la posición que recibe

la noticia. Así queda hasta la mañana siguiente.

Por mi parte, tengo que calmarme y entrar a ver a mi hijo en el centro de un gran charco

de su propia sangre. No sé si correr o gritar.

Una vez llegadas las autoridades, dan la orden de movilizarlo y lo trasladamos esa

misma noche para Barcelona. Yo voy detrás de él. No sé si sueño, pero creo no estar

ahí.

Todavía con la mente en blanco y sin comprender lo que pasa, llego a mi casa y abrazo

a mi esposa y mis hijos, y es cuando un profundo dolor se apodera de mí. Realmente

quiero morir.

Luego de aquellos terribles momentos enfrento la realidad, y parado frente a la urna de

mi hijo lo miro por última vez, hermoso y gordo como lo fue en vida. Me despido y

pienso que de aquel ser exitoso del comienzo de este relato solo queda este hombre sin

trabajo y con una familia llena de dolor y problemas económicos por venir.

Recuerdo su entierro y todavía no entiendo cómo un pequeño ser de trece años ha

despertado tanto cariño y amistad a su alrededor. Me cuesta calcular la cantidad de

personas que están en el corto funeral de una mañana, y luego camino al cementerio

parece un río de personas, familiares, amigos, ciclistas... es impresionante.

Alguien me dice, entre tanta confusión y dolor: «esta es la demostración de lo que tú y

tu familia significan para todo el que los conoce». Estas palabras quedarán grabadas en

mi mente y me ayudarán más adelante.

Al día siguiente me despierto temprano, veo a mi esposa, le quito la foto del gordo de

sus brazos, la beso. Se despierta y es la primera vez que podemos llorar juntos. Así

estamos toda la mañana sintiendo ese profundo dolor del que nunca podremos

separarnos.

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Tratar de describir el primer día sin él es como tener una ausencia infinita la cual se

mantiene, y creo que se mantendrá hasta que nos reunamos de nuevo.

El día martes salgo a montar bicicleta. Siento que me ayudará a retomar el rumbo de mi

vida y mi familia. Frente al mar, hermoso como siempre, y con el sol bañando todo con

suaves rayos de un dulce calor, lloro en total soledad a mi adorado hijo. Lo despido y le

prometo que su partida me fortalecerá, y pronto lo recordaré con una sonrisa y con el

éxito nuevamente en mis manos.

Mi esposa, ahora sin trabajo, y yo, habiendo gastado todo lo que nos quedaba por la

muerte de mi hijo, tenemos que vender uno de los carros. Las deudas se van

acumulando según pasa el tiempo. La situación del país no mejora y la vida me pone

suficientes obstáculos y dolor juntos como para no pensar claro y firme.

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Hijo…

Trato de encontrar palabras para la partida de mi hijo,

pero solo encuentro lágrimas en mi alma y tristeza en

mi corazón. Tú que llenabas la luz de mis días me dejas

en esta fría oscuridad, pero cuando busco en el fondo de

mi verdadero sentir te encuentro lleno de alegría

y rodeado de la luz divina que siempre tuviste contigo,

y estoy seguro dejaste con nosotros al partir camino

de nuevas experiencias. Suerte, hijo, y siempre vivirás en mí

ya que la vida no me permitió vivir en ti.

Hasta siempre, mi gordo, te amo, tu papá ...

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El renacer del fénix…

Convierte tus sueños en objetivos y

comienza a cumplir tus sueños…

Ahora, de aquella persona exitosa del primer capítulo no queda más que un hombre

fracasado, sin trabajo, sin hijo y con una familia llena de dolor, además de los crecientes

problemas económicos por venir, dada la situación.

El primer mes es terrible. No nos encontramos como familia y todavía mucha gente

sigue llamando. Eso nos hace mucho daño ya que nos lleva a vivir nuevamente nuestra

tragedia. Vuelve la tristeza y el llanto inconsolable que nos está consumiendo por el

dolor de nuestra pérdida.

En unos de mis momentos de reflexión, siempre frente al mar y sobre mi bicicleta,

luego de domar una cima, recuerdo el juramento hecho a mi hijo (que su partida me

fortalecería, que lo recordaría con alegría y que tendría el éxito nuevamente en mis

manos…).

Con lágrimas en mis ojos, miro el movimiento de las nubes en el cielo y pienso que la

vida me ha dado la excusa perfecta para ser cualquier cosa, desde el hombre más

desdichado hasta quitarme la vida, y todos dirían: «cómo no iba a pasar si perdió a su

hijo adorado». Quedaría perdonada cualquier acción de derrota y autodestrucción en la

cual arrastraría inevitablemente a mi familia en un fracaso excusado por todos.

Pero también es la oportunidad de convertir el más duro golpe que la vida me ha

propinado, sumado a los que vienen en progreso, en la razón fundamental de retarme a

mí mismo, fijarme el objetivo de devolverle la sonrisa a mi familia y saborear de nuevo

el éxito como se lo he prometido a mi hijo con lágrimas y dolor en mi corazón.

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Así es como decido que voy comenzar a tomar acciones para lograr ese objetivo y

comienzo a elaborar lo que podríamos llamar un plan de acción.

Tomo mi bicicleta y monto mi piña grande. A toda velocidad regreso a casa con la

ansiedad de comenzar a tomar decisiones que cambien nuestras vidas y empezar a

forjarnos un futuro con alegría y éxito.

Antes, tengo que internalizar que ya no puedo demostrar tristeza ni dolor por la pérdida

del gordo, tengo que ser fuerte ante mi familia, aunque mi alma esté desgarrada por

dentro.

No es fácil, pero lo consigo. Comienzo a demostrarle a mi familia que sí podemos reír.

Debo confesar que la actitud de mis hijos es increíble, como si captaran de inmediato lo

que quiero hacer. Su apoyo es total hacia mi conducta y con su mamá quien está

demasiado afectada para comprender nada y debe ser tratada con mucha consideración y

todo el amor del mundo.

Lo primero es acabar con las misas todos los meses. Lo corto porque es un pasaporte al

dolor y contra él es mi batalla.

Los meses pasan y el país sigue complicado lo que no ayuda a mi situación. No hay

trabajo y comienzo a desesperarme.

Un amigo veterinario me da un respiro cundo me dice que en la Asociación de

ganaderos del estado están buscando un veterinario para dirigir un proyecto de

congelación de semen con colaboración del gobierno regional.

Me entrevisto y comienzo con la esperanza de que me vaya bien. Acuerdo un sueldo

decente, y con la expectativa de que todo va a mejorar.

Al mismo tiempo las deudas se acumulan. Debo el apartamento, el colegio, nos cortan

la luz por no poder pagar los recibos, y mi hijo mayor está camino de perder el año. Mi

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esposa todavía muy abatida, y en el trabajo no me pagan porque no han aprobado el

presupuesto.

Sin embargo, no me olvido de mi objetivo. Lo tengo firmemente internalizado y no

importa cuántos obstáculos falten por venir me mantengo firme.

El proyecto fracasa por falta de fondos, lo que me lleva al principio nuevamente sin

trabajo y las deudas acumulándose.

Vendemos unos de los carros para mantenernos, y mi esposa con su hermana inician un

pequeño negocio en un anexo de una casa de su mamá en el centro de la ciudad: una

especie de papelería y venta de refrescos, con fotocopiadora y un par de computadoras.

No es mucha la inversión y el retorno tampoco es grande, pero de algo nos sirve. Por lo

menos comemos y tenemos para la merienda de los muchachos. Además, pagamos

algunas deudas, pero no muchas.

Ya han pasado seis meses y comienzo a perder las esperanzas. Solo me mantiene con

fuerza la promesa hecha a mi hijo. Además, comienzo a ver a mi familia más unida y

dándonos apoyo. Parece que todos hemos hecho un pacto silencioso de comprender la

necesidad de volver a reír sin importar lo que nos rodee.

Así lo hacemos. Empezamos a reírnos de las cosas y la alegría empieza a llenar

nuevamente a mi familia sin importar nuestros problemas económicos. Estamos

decididos a ser felices y superar nuestro dolor.

En el mes de mayo, cerca de mi cumpleaños, recibo una llamada de un amigo al cual le

estaré eternamente agradecido. Él es el comienzo del renacer del fénix.

Me llaman de una importante empresa del sector farmacéutico porque necesitan un

gerente de distrito para el oriente del país en una línea cardiovascular.

Después de hacer mis entrevistas quedo seleccionado. Comienzo el curso en julio.

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Mi familia está muy contenta. Se nos abren nuevamente las oportunidades de volver

ahora con una familia unida que sonríe en sus momentos más difíciles, lo que hace que

nos sintamos invencibles, indestructibles e imparables en la consecución de nuestros

objetivos.

Para cuando comienzo a cobrar como gerente de distrito estamos muy comprometidos

económicamente. El negocio de la papelería lo cerramos. Lo han robado dos veces, el

hampa se encarga de quebrar esa pequeña esperanza.

Mi hijo pierde el año y mi hija es la única con una vida normal y estable, gracias a Dios.

Su sonrisa siempre ha sido importante para la familia.

Sin importar esos últimos tropiezos, comenzamos a reorganizarnos en todos nuestros

objetivos. Mi nuevo trabajo nos da un respiro económico que nos impide colapsar.

De ese momento han pasado tres años y con el orgullo en su más alta expresión puedo

relatar que hoy somos una familia unida, invencible e indetenible. Además de haber

recuperado la sonrisa, somos alegres nuevamente y reímos mucho, pero mucho, y

recordamos a nuestro gordo todos los días cada vez con más alegría.

Mi hijo, luego de haber perdido ese año, ya está por graduarse e ir a la universidad. Mi

hija alegre y creciendo fuerte y voluntariosa, se parece a su hermano (gordo) en muchas

cosas.

En lo personal he recuperado mi éxito de nuevo. Tras haber comenzado como gerente

de distrito, concursé para el cargo de gerente de entrenamiento, y quedé con una

distancia bien amplia sobre el resto de mis compañeros. Ahora estoy asumiendo la

responsabilidad de ser gerente nacional de Ventas de la empresa que me dio la

oportunidad cuando todo parecía perdido.

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Hijo, mi promesa está cumplida.

Hoy reímos, te recordamos con alegría y el éxito está nuevamente en mis manos…

Solo espero que todos los que tengan cenizas en su vida tomen la decisión de renacer de

ellas con más fuerza y volar más alto…

Ese es el legado del fénix, y todos llevamos uno dentro, solo despiértenlo…

Noviembre 2006

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