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CRIMINOLOGÍA

EN
COLOMBIA
Colección Criminología

Farid Samir Benavides Vanegas Ph.D


(Director)

Comité Editorial

Alex Betancourt Serrano Ph.D. (Puerto Rico)


Charles R. Venator-Santiago Ph.D. (Puerto Rico)
Claudia Patricia Mosquera Rosero Ph.D. (Colombia)
Daniel Mauricio Rico Valencia (Colombia)
José M. Atiles Osoria Ph.D. (Puerto Rico)
Marcela Abadia Cubillos (Colombia)
Monica Perez Trujillo M Crim, Ph.D. (Colombia)
Oscar Mateos Martín (España)
Yamile Silva Ph.D. (Colombia)
Xavier Martí González (España)
Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

CRIMINOLOGÍA
EN
COLOMBIA
© Farid Samir Benavides Vanegas, Ph.D

© Grupo Editorial Ibáñez


Imprenta: Carrera 69 Bis Nº 36-20 Sur
Tels: 2300731 - 2386035
Editorial: Calle 18 Sur N° 29 C-92
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Bogotá, D.C. – Colombia
http://webmail.grupoeditorialibanez.com

Queda prohibida la reproducción parcial o total de este libro por cualquier proceso
reprográfico o fónico, especialmente por fotocopia, microfilme, offset o mimeógrafo.

Ley 23 de 1982

ISBN 978-958-749-xxx-x

Diagramación electrónica: Luisa Fernanda Barrera


Diseño de portada: David Cortés Arias
CONTENIDO

Introducción ..................................................................... 15

LA CRIMINOLOGÍA CRÍTICA EN COLOMBIA

1. INTRODUCCIÓN .....................................................................15
2. CRIMINOLOGÍA POSITIVISTA EN COLOMBIA....................19
3. LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA........................................21
4. LA REPRESIÓN Y EL VIAJE INTELECTUAL DE LOS ..................
LATINOAMERICANOS...........................................................23
5. LA CRIMINOLOGÍA CRÍTICA EN COLOMBIA Y EL ....................
MOVIMIENTO POR LOS DERECHOS HUMANOS. ................24
6. LAS CRISIS EN LA CRIMINOLOGÍA Y LOS DEBATES . ..............
SOBRE LAS TRES ESCUELAS................................................27
7. EL RETO DE LA CRIMINOLOGÍA EN COLOMBIA................28
8. LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO..........................................29

EL POSITIVISMO FRENTE A VIOLACIONES


DE DERECHOS HUMANOS

1. INTRODUCCIÓN .....................................................................35
2. ESCUELA POSITIVA ITALIANA.............................................37
3. ESCUELA DEL ENTORNO SOCIAL FRANCESA....................39
4. ESCUELA SOCIOLÓGICA ALEMANA....................................41
8 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

5. LAS ESCUELAS MODERNAS DEL DERECHO PENAL: ................


BÉLGICA Y HOLANDA...........................................................44
6. EL DELITO DESDE EL PSICOANÁLISIS Y LA .................................
ENDOCRINOLOGÍA CRIMINAL............................................46
7. POSITIVISMO EN COLOMBIA................................................47
8. LO INVISIBLE .....................................................................50

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.................................. 57

ENTRE GARANTISMO Y ABOLICIONISMO


PENAL. LAS RAZONES DEL DESACUERDO

1. INTRODUCCIÓN .....................................................................61
2. LOS PROBLEMAS DEL ABOLICIONISMO PENAL, . ......................
SEGÚN FERRAJOLI. ...............................................................63

2.1. El problema ético.........................................................65


2.2. El problema metaético................................................67
2.3. El utilitarismo penal reformado.............................73
2.4. Una objeción contra el utilitarismo penal ..............
reformado.....................................................................78

3 EL DEBATE CON EL ABOLICIONISMO PENAL.....................84

3.1 Las críticas contra el utilitarismo reformado . .....


desde el lado abolicionista........................................84
3.2. Las réplicas a las críticas antiabolicionistas de .....
Ferrajoli .....................................................................90

4. OBSERVACIONES CONCLUSIVAS..........................................98

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.................................101
Tabla de Contenido 9

LA DELINCUENCIA DE LAS MUJERES EN


COLOMBIA DURANTE LA DÉCADA 2005–2014:
EVOLUCIÓN, TEORÍAS, Y CARACTERIZACIÓN
EN LA PRENSA COLOMBIANA

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................105
2. MUJERES Y CRIMINALIDAD EN COLOMBIA EN ........................
LA DÉCADA 2005–2014. .........................................................107
3. ¿POR QUÉ LAS MUJERES COMETEN DELITOS?................. 115
4. CULTURA: CARACTERIZACIÓN DE LA CRIMINALIDAD ........
DE LAS MUJERES EN LA PRENSA COLOMBIANA ......................
2005–2014 ...................................................................121
5. NUESTRO ESTUDIO..............................................................123
6. CONCLUSIÓN ...................................................................130

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.................................133

LOS CRITERIOS SUBYACENTES EN LA


DETERMINACIÓN DEL CASTIGO

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................139
2. LA FUNCIÓN DEL CASTIGO COMO LÍMITE . .................................
INFRANQUEABLE: ¿POR QUÉ EXISTE LA PENA?.............. 141

2.1. Principio de legalidad y el merecimiento en el .......


castigo, como límites del poder punitivo.............. 141

3. LA MULTIPLICIDAD DE FINES DEL CASTIGO: . ...........................


¿PARA QUÉ CASTIGAR?.......................................................143
4. EL FIN Y LA FUNCIÓN DEL CASTIGO FRENTE AL .....................
ESTADO DE DERECHO.........................................................147
5. CONCLUSIÓN ...................................................................149

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.................................153
10 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

HACIA UNA DEFINICIÓN DE IMPUNIDAD


EN EL MODELO DE JUSTICIA
TRANSICIONAL EN COLOMBIA

LA NECESIDAD DE PARTICIPACIÓN, PREVENCIÓN,


COMUNICACIÓN Y NEGOCIACIÓN EN LA
INSTITUCIÓN SOCIAL DEL CASTIGO

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................155
2. LAS NOCIONES DE IMPUNIDAD, CASTIGO Y PRISIÓN .............
EN EL DEBATE SOBRE LA PAZ EN COLOMBIA..................159
3. EL CASTIGO COMO INSTITUCIÓN SOCIAL CON .........................
CAPACIDAD DE PREVENCIÓN, COMUNICACIÓN .......................
Y NEGOCIACIÓN..................................................................168

3.1. Propuesta unificadora: prevención general ............


y prevención especial sin retribución....................168
3.2. El castigo como comunicación................................173
3.3. El castigo como institución social y herramienta .......
de negociación............................................................. 176

4. JUSTICIA RESTAURATIVA: VÍCTIMAS, COMUNIDAD ..............


Y REINTEGRACIÓN..............................................................182
5. HACIA UNA NUEVA DEFINICIÓN DE IMPUNIDAD: ...................
PARTICIPACIÓN, PREVENCIÓN, COMUNICACIÓN Y . ................
NEGOCIACIÓN EN LA JUSTICIA TRANSICIONAL.............187

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.................................189

CASTIGO PENAL Y GRAVES VIOLACIONES


CONTRA LOS DERECHOS HUMANOS: UNA
MIRADA AL CASO DE ALFONSO PLAZAS VEGA

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................193
Tabla de Contenido 11

2. DIME A QUIÉN CASTIGAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES: ..................


LA DERIVA PUNITIVISTA EN LA LUCHA POR LOS ....................
DERECHOS HUMANOS........................................................196
3. ¡MANTENER LA DEMOCRACIA MAESTRO! EL LARGO ...........
CAMINO DE LA VIOLENCIA ESTATAL............................... 216
4. CONCLUSIONES ...................................................................227

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................ 229

POLÍTICA CRIMINAL, POLÍTICA


PÚBLICA Y CICLO DE LA POLÍTICA

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................233
2. EL DEBATE “CRIMINOLOGÍA” VS “POLÍTICA CRIMINAL”. ..236
3. POLÍTICA PÚBLICA Y POLÍTICA CRIMINAL. .....................243
4. ANÁLISIS DE POLÍTICA PÚBLICA CRIMINAL. ..................251

4.1. ¿Aplica el enfoque de secuencial para el análisis ........


de la política pública criminal?.................................252
4.2. La propuesta analítica de Alberto Binder...........256

5. CONCLUSIÓN: A MODO DE CONTRIBUCIÓN. ....................261

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................ 265

UNA MIRADA CRÍTICA AL MAPEO DEL


DELITO Y LA FOCALIZACIÓN TERRITORIAL
DE LA SEGURIDAD CIUDADANA

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................273
2. ORÍGENES DEL MAPEO DEL DELITO Y LA FOCALIZACIÓN .......
TERRITORIAL DESDE LA CRIMINOLOGÍA...........................275
12 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

3. EL ENFOQUE DOMINANTE: PREVENCIÓN SITUACIONAL ...........


DEL DELITO ...................................................................279
4. LOS SILENCIOS DE LA CARTOGRAFÍA DEL DELITO........284

4.1. Silencios conceptuales.............................................285


4.2. Silencios epistemológicos.........................................288
4.3. Silencios metodológicos...........................................291

5. IMPLICACIONES DE LA FOCALIZACIÓN TERRITORIAL. .293


6. REFLEXIONES FINALES Y NUEVAS POSIBILIDADES ......297

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................ 299

EVIDENCE-BASED POLICING (E.B.P.):


CRIMINOLOGÍA EN LA POLICÍA
NACIONAL DE COLOMBIA

1. ¿POR QUÉ EBP? ................................................................... 310


2. LA POLICÍA NACIONAL DE COLOMBIA Y EBP..................312

2.1. Modelo Nacional de Vigilancia Comunitaria . ........


por Cuadrantes – MNVCC . .................................... 314
2.2. Policía comunitaria Vs Modelo de Vigilancia .........
Comunitaria: la experiencia internacional ....... 316
2.3. ¿Cómo se implementó y qué se encontró .....................
en el MNVCC?............................................................320
2.4. La experiencia del Observatorio del delito . ............
como Think Tanks Criminológico en Colombia... 331
2.5. Metodología criminológica (S.A.R.A) utilizada ........
en el Observatorio del Delito...................................336
2.6. EBP y Observatorio del Delito...............................338

3. CONCLUSIONES DE LA RELACIÓN ENTRE PNC Y ......................


UTILIZACIÓN DE EBP. .........................................................339
Tabla de Contenido 13

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................ 343

CRIMEN: CUESTIÓN DE INGENIERÍA

1. INTRODUCCIÓN ...................................................................349
2. EL CRIMEN COMO FENÓMENO . ........................................350
3. EL “COMPLEJO DE DIOS” ....................................................355
4. LA INGENIERÍA Y LOS SISTEMAS ARTIFICIALES............360
5. EL CRIMEN DESDE LA INGENIERÍA DE .........................................
SISTEMAS SOCIALES...........................................................368
6. DESCRIBIR VS. PRESCRIBIR. ..............................................376
7. EL CRIMEN: PROBLEMA DE INGENIERÍA..........................379
8. INVITACIÓN ...................................................................382

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................ 385


Introducción
LA CRIMINOLOGÍA CRÍTICA EN COLOMBIA

Farid Samir Benavides Vanegas


Profesor Asociado
Facultad de Derecho - Universidad de los Andes
fs.benavides@uniandes.edu.co

1. INTRODUCCIÓN

En el año 1984 se celebró en la ciudad de Medellín el I Seminario


Internacional de Criminología Crítica. A este evento asistieron varios
invitados latinoamericanos y europeos que presentaron sus trabajos sobre
la cuestión criminal y el papel de la criminología. Los textos iban desde
un análisis teórico de los diferentes enfoques dentro de la criminología,
hecho por Alessandro Baratta; hasta textos más concretos como el
control a través del sistema contravencional de la ciudad de Buenos Aires,
de Eugenio Raúl Zaffaroni y las relaciones entre clase y sanciones
penales en la aplicación del Código Penal colombiano, escrita por Emiro
Sandoval Huertas. Otros autores como Argenis Riera, Rosa del
Olmo, Roberto Bergalli, Juan Bustos, analizaron la situación política
de sus países y mostraron el papel que jugaba el derecho penal en la
dominación política y económica.
El Seminario era la culminación de una serie de reuniones entre
criminólogos de la región que buscaban destacar el papel del derecho
penal y del sistema penal en el control de la disidencia. Sin embargo, eran
claras las diferencias existentes entre los análisis de los europeos y aquellos
de los latinoamericanos. Autores como Alessandro Baratta, Massimo
Pavarini y Dario Melossi tenían una mirada mucho más teórica del
campo de la criminología y mostraban las relaciones entre control penal
y control social y el uso que desde el derecho penal se había hecho de las
diversas teorías sociológicas sobre la cuestión criminal. Los textos de Jock
Young y de Alessandro Baratta, por ejemplo, partían de un análisis de
las diferentes teorías sociológicas sobre el delito y mostraban como poco
16 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

a poco se iba deconstruyendo el modelo de la defensa social y la visión de


una criminología ontologista1. Si bien no se ofrecía un modelo propio –lo
que le ha valido las críticas a estos autores–, sí contribuyó a una visión
crítica de la criminología y de la cuestión criminal.
Pero para los latinoamericanos la cuestión se enmarcaba en una doble
dimensión: por una parte hacer denuncia de la represión política existente
en la región y, por la otra, develar el papel que el derecho penal jugaba
en el control de la disidencia política. Por primera vez, los penalistas
latinoamericanos se estaban preguntando por la selección política y de
clase que se ejercía desde el derecho penal y se destacaba a la criminología
crítica como parte del discurso de las organizaciones de derechos humanos
para cuestionar lo que desde esa época ya se denominaba como la
criminalización de la protesta pública. Para los penalistas latinoamericanos
no se trataba simplemente de la denuncia de un saber, sino de las relaciones
de dominación creadas desde él. Esa relación saber/poder quedaba así
establecida alrededor no solo del derecho penal, sino también de lo que
hasta ese momento se conocía como su ciencia auxiliar: la criminología.
Debe tenerse en cuenta que muchos de estos autores eran exiliados
políticos que habían debido abandonar sus países como consecuencia de la
represión política y que, por tanto, conocían en carne propia los efectos de
la represión y de la persecución política. Pero el exilio también sirvió para
crear grupos y focos de atención. Así, ciudades como México y Barcelona
se convirtieron en los lugares de producción de la criminología crítica
latinoamericana y en los lugares en donde los criminólogos críticos y los
teóricos críticos del derecho confluían para poner en cuestión el papel del
derecho en la consolidación de un modelo de dominación en la región.
El impulso que se dio a estos estudios desde la Universidad
con Juan Fernáa positivista criminologs naturalistas en un objeto
de estudio que era el resultado de una definicion xtos mñas al que
cubra amández Carrasquilla, Alfonso Reyes Echandía y Emiro
Sandoval Huertas, hizo que se formara un grupo de jóvenes
investigadores que harían de la crítica al sistema penal el leit motiv de

1
Baratta, Alessandro, Criminología Crítica y crítica del derecho penal, México:
Siglo XXI editores, 1986; Jock Young et al. La nueva criminología, Buenos Aires,
Paidós, 1977; Jock Young et al. Criminología Crítica, México, Siglo XXI editores,
1977a. Cito a estos autores en su versión en español, pues fueron estos textos los que
fueron leídos por los autores latinoamericanos. Por excepción, y dado el carácter
elitista de la educación en la región, fueron leídos en su idioma original.
Introducción 17

sus estudios2. Jóvenes investigadores como Iván González Amado,


Jesús Antonio Muñoz, Juan Guillermo Sepúlveda, Jaime Camacho,
aplicaron una visión crítica de la ley penal con el fin de mostrar el
carácter selectivo del derecho penal y del propio sistema y mostraron
cómo desde la ley penal se contribuía a la dominación de clase. El
lenguaje utilizado era el marxista y aunque en ocasiones podría ser
un poco mecanicista, lo cierto es que contribuyó a una mirada menos
dogmática del derecho penal y a que se encontraran los substratos
ideológicos de la ley penal y de su aplicación por el sistema penal.
El Seminario fue recibido como un viento fresco en los estudios
penales, pues hasta ese momento la criminología que se hacía era de
tipo positivista o estaba relacionada o confundida con los estudios
criminalísticos. Sin embargo, eran escasos los estudios críticos sobre
el derecho en general y sobre el derecho penal en particular. Los textos
de Ferri y de Lombroso formaban parte del material con el que se
educaban los abogados y abogadas de la época. Si bien existían otros
textos como el de Arcesio Aragón y los de José Ingenieros, lo cierto
es que la mirada recaía sobre la producción de la Escuela Positiva
italiana y sus diferentes clases de delincuentes3.
Los manuales de derecho penal de la época veían a la criminología
como una ciencia auxiliar del derecho penal4. El trabajo de la criminología

2
Es importante destacar que tanto Reyes Echandía, como su discípulo y magistrado
auxiliar, Emiro Sandoval Huertas, fueron ponentes en el Seminario.
3
Aragón Holguín, Arcesio, Elementos de Criminología y de Derecho Penal, Popayán,
Imprenta del Cauca, 1934 y Ingenieros, José, Criminología, Buenos Aires, Editorial
Helmer, 1957. En 1950 el penalista caucano Pérez, Luis Carlos publica su libro
Criminología, en el cual se hace un análisis del delincuente desde una perspectiva
lombrosiana. Tiempo después renegaría de ese texto y abordaría un estudio más crítico
del sistema penal, como resultado de la aplicación de un análisis marxista al derecho
penal. Algunos quieren ver en este antecedente un anuncio de la criminología crítica,
pero debe tenerse en cuenta que es simplemente el resultado de aplicar el modelo
marxista al estudio de las ciencias sociales. Sin embargo, los otros elementos como
la crítica de la ideología de la defensa social y la aplicación de un modelo estructural
a la teoría del etiquetamiento están ausentes. Ver Pérez, Luis Carlos, Criminología,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia y López Cabrera, Ramiro, “Vislumbrando
la Criminología Crítica en 1950, desde la concepción naturalista del delito de Luis
Carlos Pérez”, Cuadernos de Derecho Penal (Febrero 2014). pp. 107- 133.
4
Ver Reyes, Alfonso, Derecho Penal Colombiano, Parte General, Bogotá, Universidad
Externado de Colombia, 1964; Estrada Vélez, Federico, Manual de Derecho Penal,
Medellín, Jurídica Colombiana, 1975; Fernández Carrasquilla, Juan, Derecho Penal
Fundamental, Bogotá, Editorial Temis, 1982. Hoy en día se sigue con esta visión cerrada
del trabajo criminológico y la idea de que la criminología auxilia al derecho penal. Ver
Velásquez, Fernando, Derecho Penal, Bogotá, Ediciones Nueva Jurídica, 2012.
18 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

dependía de las definiciones legales que hacían los abogados y, de


manera paradójica, pretendían encontrar regularidades naturalistas en
un objeto de estudio que era el resultado de una definición normativa.
La criminología positivista dominaba al estudio de la cuestión criminal
no solo en Colombia sino en toda América Latina.
Como lo mostró Rosa del Olmo para el caso latinoamericano,
el positivismo era importado a la región porque cumplía las mismas
funciones de orden que cumplía en Europa y en los Estados Unidos. Así,
las definiciones de lo que era delictivo provenían de las normas penales y
se le pedía a la criminología que estudiara una realidad normativamente
construida como si fuera una realidad ontológicamente constituida5.
Esto con el fin de distinguir entre nosotros y los otros y con el propósito
de darle un fundamento estable a un orden social injusto. Las luchas
sociales en los diferentes países motivaron el surgimiento de un saber
que los calificara como anormales y que permitiera que se les impusieran
medidas de seguridad, en tanto eran considerados un riesgo para la
nación. El positivismo criminológico le daba al derecho penal la imagen
de un delincuente por naturaleza, de un sujeto anormal, y de esa manera
justificaba la imposición de medidas que buscaban su confinamiento y
el ejercicio de un control mucho más duro. En Colombia, era claro que
la cuestión social se quería solucionar por la vía penal, y a los disidentes
políticos se les calificaba de delincuentes natos o de incivilizados.
En el campo de la dogmática penal, el discurso se hizo aún más
abstracto, de manera que ya se hablaba de la realidad social sino
de entidades abstractas universales. Como lo anotara Bergalli
para el caso argentino en la década de los setenta, en la medida en
que la realidad se hace más intolerable por los crímenes cometidos,
los penalistas dogmáticos se refugian en su abstracción para evitar
comprometerse con su cambio6, Esta actitud de renuncia al cambio y
de ceguera frente a lo real es la que denuncia la criminología crítica
y por ello su emergencia en América Latina fue de tal importancia7.

5
Del olmo, Rosa, América Latina y su Criminología, México, Siglo XXI editores, 1981.
6
Bergalli, Roberto, Prólogo a Georg Rusche y Otto Kirchheimer. Pena y Estructura
Social, Bogotá, Editorial Temis, 1984.
7
Muñoz, Francisco y Frommel, Monika, lo muestras para el caso alemán en la disputa
que en los años cincuenta se dio entre el finalismo y el causalismo. Ver Frommel,
Monika, “Los orígenes ideológicos de la teoría final de la acción en Welzel”.
Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales (1989). Pp. 621 – 632; y Muñoz Conde,
Francisco, Mezger, Edmundo y el Derecho Penal de su tiempo: estudios sobre el
derecho penal en el nacionalismo, Valencia, Tirant lo Blanch, 2002.
Introducción 19

2. CRIMINOLOGÍA POSITIVISTA EN COLOMBIA

Los diversos manuales de derecho penal nos cuentan la historia del


derecho penal como si fuera una historia de progreso. Esto es, como un
avance en la racionalización del uso del sistema penal y como un avance
en la compresión teórica del derecho penal. La primera obra de derecho
penal escrita en Colombia fue la de José Vicente Concha, que se trata
de una obra basada en el paradigma de la Escuela Clásica de Francesco
Carrara y que pretendía racionalizar la enseñanza y comprensión del
derecho penal en nuestro país8. La importación de estas teorías ha sido
analizada para el caso argentino por Máximo Sozzo y para el caso
colombiano por quien escribe esta introducción9. En un caso se utiliza la
metáfora del viaje cultural y en el otro la del libro de viajes, pues eso eran
los libros publicados por estos autores: libros que traían lo último en la
producción intelectual europea y que buscaban mantener a las elites al día
en lo que pasaba en Europa. Esto les daba un sentido de cosmopolitismo
y les permitía participar en la producción europea de conocimiento.
Sin embargo, el estudio de la cuestión criminal se dejaba a los
penalistas que obviamente solo la podían ver en un sentido normativo.
Como en la actualidad, la política criminal que se producía era el
resultado de las elecciones normativas de sus autores y no de estudios
empíricos que permitieran saber con claridad cuál era el problema social
concreto que se pretendía solucionar. Camacho Flórez y Marroquín
Grillo hablan de la ausencia de una criminología propia y de la carencia
de un discurso criminológico10. Pero lo cierto, es que se carecía de una
mirada no normativa de la realidad criminal y por ello se recibe con
tanta satisfacción la llegada de una ciencia del delincuente, pues les
permite a los penalistas abandonar las disquisiciones teóricas y enfrentar
sus teorías con la realidad. Por fin los penalistas tenían un objeto fijo

8
Concha, Jose Vicente, Derecho Penal, Paris, 1897. Este libro llegó a 7 ediciones,
la última de las cuales fue en 1929, 7 años antes de la reforma positivista de 1936.
9
Sozzo, Máximo, Viajes culturales y cuestión criminal, Caracas, UNES, 2013;
Benavides, Farid, “A global zero tolerance? Colombian prisons from a World-
system perspective”. Revista Pensamiento Jurídico No. 23 (2008) y Benavides,
Farid, “Criminal law as a constitutive strategy: the Colombian case”. Latin
American & Iberian Institute. University of New Mexico (2009).
10
Marroquín, Germán y Camacho, Jaime, “Historia de la Criminología en
Colombia”, En http://criminologiausco.blogspot.com.es/2005/08/historia-de-la-
criminologia-en.html Última visita 6 de octubre de 2015. Se trata de una conferencia
dictada en la ciudad de Cali en el año 1986.
20 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de conocimiento más allá de la realidad normativa y a él se iban a


aferrar durante muchos años. Ferri presentó este punto de vista y fue
reproducido en Colombia por autores como Luis Carlos Pérez al señalar:

La ciencia de los delitos y de las penas era una exposición


doctrinal de silogismos, dados a la luz por la fuerza exclusiva de
la fantasía lógica: nuestra escuela ha hecho de ello una fuerza de
observación que, fundándose en la antropología, la psicología y la
estadística criminal, así como sobre el derecho penal y los estudios
penitenciarios, llega a ser la ciencia sintética que yo mismo he
llamado sociología criminal. Así esta ciencia, aplicando el método
positivo al estudio del delito, del delincuente y del medio, no hace
otra cosa que llevar a la ciencia criminal clásica el soplo vivificador
de las últimas e irrefragables conquistas hechas por la ciencia del
hombre y la sociedad, renovada por las doctrinas evolucionistas11.

La obra de Pérez, de Arcesio Aragón y los trabajos de Alfonso


Reyes Echandía destacan entre los textos que se ocupaban de analizar
la cuestión criminal con una mirada específicamente criminológica12.
Ello se debía principalmente a esa necesidad de contar con esencias en el
análisis de la cuestión criminal. Pese a todas las críticas que se le puedan
hacer al positivismo criminológico, debe reconocerse que intentó basar las
decisiones normativas en datos empíricos. Sus fundamentos filosóficos y
su metodología fueron objeto de críticas, pero su intención epistemológica
de conocer la realidad sobre la cual se trabaja debe ser destacada.
Esto no quiere decir que no se analizaran estas cuestiones desde
otras perspectivas, pero en ellas no se veía una consciencia de estar
contribuyendo y formar parte de un campo de conocimiento denominado
criminología y mucho menos que se formara parte de una comunidad de
criminólogos/as con un lenguaje y con prácticas propias13. Estos estudios

11
Ferri, Enrico, citado por Pérez, Luis Carlos, en su Criminología en la página 15.
Tomo esta cita de López Cabrera (2014): 117.
12
Reyes Echandía, Alfonso, Criminología, Bogotá, Universidad Externado de
Colombia, 1968.
13
Por ejemplo, en el libro La violencia en Colombia, Fals, Orlando y Umaña,
Eduardo, analizan las causas de la misma, pero esto no es visto como un estudio
criminológico sobre el delito en Colombia. O el libro de Hobsbwawm, Eric,
titulado Bandidos, en donde se analizan a los guerrilleros y bandidos de la época
de la Violencia. Ver Guzmán, Germán; Fals, Orlando y Umañá, Eduardo, La
Introducción 21

no entraban dentro del campo de trabajo de los penalistas y no existía


un diálogo entre estos y los economistas o sociólogos.
Durante muchos años la criminología que se hacía en Colombia era
de tipo positivista y toda su producción estaba atada a las definiciones
normativas que se hacían desde el código penal de 1936. Sólo con
la incursión de otras disciplinas el derecho penal y los penalistas se
liberan del yugo de la norma penal y son capaces de mirar más allá
de la simple estructura del delito.
Esta situación aún no se ha superado, pues las facultades de
derecho siguen siendo los lugares de producción de un pensamiento
criminológico, pero sin reconocer la existencia de otras disciplinas
en la criminología, con lo cual se afecta la posibilidad de creación
de una comunidad de criminólogos/as y de un campo específico de
conocimientos sobre la cuestión criminal. Como se verá, con esta obra
pretendemos solucionar esta carencia, aunque reconocemos que aún
persiste una cierta mirada legalista de la cuestión criminal. Los diferentes
capítulos que conforman este libro son escritos por expertos de diferentes
áreas, lo que nos permite una mirada múltiple de la cuestión criminal y
nos lleva a una construcción paulatina del campo criminológico.

3. LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA

La teoría de la dependencia es considerada la principal contribución


latinoamericana a la teoría social14. Más allá de si esto es cierto, sí debemos
tener en cuenta que es una contribución importante a la comprensión de
las relaciones desiguales de dominación en la región. La obra de autores
como André Gunder Frank y de Enzo Faletto y Fernando Henrique
Cardoso son claves para entender la nueva mirada que se posaba sobre
la región15. Al lado de ello, el discurso de la teología de la liberación y de
la filosofía de la liberación se convirtieron en fuentes importantes para

Violencia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1962 y Hobsbawm, Eric, Bandits,


London, Weidenfeld and Nicolson, 1969.
14
Packenham, Robert, The dependency movement: scholarship and politics in
development studies, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1992.
15
Gunder Frank, Andre, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos
Aires, Editorial Signos, 1970; Faletto, Enzo y Cardoso, Fernando Henrique,
Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica,
México, Siglo XXI editores, 1969.
22 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

comprender el papel de los intelectuales en América Latina, pues ya no


se trataba simplemente de comprender el mundo sino de transformarlo16.
Debe distinguirse entre la teoría y el enfoque de la liberación. Para la
primera el subdesarrollo latinoamericano es el producto del desarrollo
de Europa y de los Estados Unidos. Esto es, no se trata solamente
de la existencia de un comercio desigual, sino que el desarrollo del
capitalismo solo fue posible gracias a la explotación de América Latina.
Esto significa que esta región no estaba fuera del mercado global, sino
que ella hizo posible la existencia de éste al ser ubicada en una situación
de subordinación y de dependencia. La única forma de solucionar esta
situación era mediante una revolución socialista y por ello podemos ver
como teóricos de la dependencia como Theotonio Dos Santos, Vania
Bambirra y Rui Mauro Marini eran utilizados por los movimientos
armados para fundamentar su lectura de la realidad17.
El enfoque de la dependencia, por el contrario, es menos radical
y reconoce que al lado de la independencia política se puede dar la
dependencia económica. Estos autores reconocen el papel de las elites
en la configuración de la realidad y sostienen que el problema radica en
las relaciones desiguales de intercambio y no en la estructura política18.
No se puede desconocer la importancia de los estudios sobre la
dependencia en los estudios sociológicos de la región. Pero los abogados
críticos también se valieron de este discurso para poner en cuestión la
hegemonía del derecho penal y para mostrar cómo se podía convertir en
un instrumento para la dominación de las clases subalternas. En la tesis
doctoral de Emilia García Méndez, por ejemplo, encontramos un análisis
desde la teoría de la dependencia, con lo que una nueva mirada es traída
a los estudios sobre el derecho y el sistema penal en América Latina19.
Este lenguaje lo vemos repetido en el discurso de introducción de Juan
Fernández Carrasquilla al I Seminario Internacional de Criminología

16
Dussel, Enrique, Filosofía de la Liberación Latinoamericana, Bogotá, Editorial
Nueva América, 1979 y Gustavo Gutiérrez. A theology of liberation. History,
politics, and salvation. Maryknoll: Orbis Books, 1988.
17
Dos Santos, Theotonio, Imperialismo y Dependencia, México, Ediciones Era,
1980; Bambirra, Vania, Teoría de la Dependencia: una anticrítica, México,
Ediciones Era, 1983; y Marini, Rui Mauro, Subdesarrollo y Revolución, México,
Siglo XXI editores, 1969.
18
Faletto y Cardoso, 1969.
19
García Méndez, Emilia, Autoritarismo y control social: Argentina, Uruguay,
Chile, Buenos Aires, Hammurabi, 1987.
Introducción 23

Crítica, cuando habla de un derecho penal de la liberación. Esto es, no


se trata simplemente de aplicar las normas y las teorías penales, sino
de construir un derecho penal que contribuya a la liberación de los
oprimidos y no a su dominación. Sin embargo este autor no desarrolló
esta intuición y se orientó, como muchos de sus discípulos, a la lectura
del derecho penal desde una perspectiva iluminista.
La teoría de la dependencia y la criminología crítica entraban así
en una relación que les permitía mirar la realidad criminal con otros
ojos. Sin embargo, para el caso colombiano, la violencia ejercida desde
diversos lugares impidió un desarrollo pleno de estas dos visiones.

4. LA REPRESIÓN Y EL VIAJE INTELECTUAL


DE LOS LATINOAMERICANOS

Unos y otros autores fueron víctimas de la represión política en Brasil,


inicialmente, y en Chile, con posterioridad. Por ello se fue formando
un grupo de intelectuales –sociólogos y economistas– críticos con los
gobiernos de la región y con los saberes que contribuían a la dominación
política. Este saber, junto con la relectura que desde el marxismo se
hacía de la criminología en Europa y los Estados Unidos, contribuyeron
al surgimiento de un nuevo pensamiento sobre la cuestión criminal20.
Autores como Roberto Bergalli y Juan Bustos coincidieron en
Barcelona, en donde crearon un master que se ocuparía de la formación
crítica de estudiantes latinoamericanos y europeos. Emilio García
Méndez y Eduardo Novoa Monreal coincidieron en Caracas y en
este lugar se encontraron con la exiliada española Rosa del Olmo y
el sociólogo alemán Heinz Sonntag; Sergio Politoff en Holanda;
Ernesto Garzón en Alemania; etc. En México estaban Oscar Correas,
Enrique Dussel y los teóricos de la dependencia. Todos estos viajes
intelectuales permitieron que se diera un intercambio muy fructífero
y sin igual en la historia de la región. La teoría de la dependencia no

20
Fueron importantes los dos libros de Young, Jock (1977; 1977a); el de Baratta
(1986); el de Pavarini, Massimo, Control y Dominación. Teorías criminológicas
burguesas y proyecto hegemónico, México, Siglo XXI, 1983; Melossi, Dario &
Pavarini, Massimo, Cárcel y Fábrica. Los orígenes del sistema penitenciario siglos
XVI – XIX. México, Siglo XXI editores, 1985; Foucault, Michel Vigilar y Castigar.
Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI editores, 1976; y Rusche Georg y
Kirchheimer, Otto, Pena y estructura social, Bogotá, Editorial Temis, 1984.
24 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

se quedó así en el ámbito de la economía o de la sociología, sino que


afectó toda la mirada sobre la realidad social, incluyendo al derecho
penal y a la pregunta sobre la cuestión criminal.
Llama la atención el alto número de penalistas que debieron
buscar refugio en otros países, desde donde tuvieron la posibilidad
de continuar con sus carreras y de seguir contribuyendo a la mirada
crítica sobre el derecho penal. En el caso de los argentinos, muchos de
ellos fueron alumnos del español socialista y exiliado Luís Jiménez
de Asúa, quien murió antes de la dictadura de 1976 y no hubo de
enfrentar un nuevo exilio en su vida.
El nuevo libro de viajes, si continuamos con la metáfora utilizada
anteriormente, ya no se limitaba a contar con lo que ocurría en Europa.
Ahora, como en el boom de la literatura latinoamericana, los autores
de la región se estaban leyendo y estaban conformando una comunidad
académica21. Esto se hace visible en el manifiesto latinoamericano de
la criminología crítica leído en Medellín –y firmado en México– que
establece una agenda de investigación y de compromiso político22.

5. LA CRIMINOLOGÍA CRÍTICA EN COLOMBIA Y EL


MOVIMIENTO POR LOS DERECHOS HUMANOS

La lucha por los derechos humanos se asocia en Colombia a la lucha


por la protección de los derechos de los presos políticos. La primera
organización no gubernamental del país, el Comité de Solidaridad con
los Presos Políticos, se ocupaba precisamente de proteger el derecho
de los presos políticos a un debido proceso y de defenderlos frente a un
poder autoritario. Las estrategias de defensa usadas eran de ruptura y
se concentraban en la denuncia política del juzgador y del poder al que
representaban23. El trabajo de las organizaciones era mucho más político
y de una defensa clásica de quienes estaban sometidos al poder penal.
No se hacía una crítica teórica del sistema penal y no se contaba con un
discurso de denuncia –más allá del discurso marxista– del sistema penal

21
Ayen, Xavier, Aquellos años del boom, Barcelona, RBA libros, 2014.
22
El manifiesto fue publicado en las memorias del seminario. AAVV. I Seminario
Internacional de Criminología Crítica, Medellín, Universidad de Medellín, 1984.
23
Aponte, Alejandro, “Delito político. Estrategias de defensa jurídica, derecho
penal y derechos humanos en Colombia. Una reflexión crítica”, Revista de Derecho
Público No. 6 (Junio de 1996). pp. 139 – 172.
Introducción 25

y del derecho penal24. La mirada marxista impedía ver a los derechos


humanos como algo más que parte de la legalidad burguesa y por ello
en los primeros análisis no vemos que se considere su importancia.
Sin embargo, los derechos humanos –en especial los de quienes hacían
oposición al Estado– cobraron importancia porque eran violados de manera
masiva y por ello era necesario trabajar para su protección. De esta manera
la solidaridad con los presos políticos se convirtió en lucha por los derechos
humanos, de manera que el trabajo de las organizaciones aparecía dotado
de un sentido de universalidad. Sin embargo, las organizaciones carecían
de un discurso –diferente al marxista– que les permitiera cuestionar el
papel del Estado y, sobre todo, el carácter selectivo del sistema penal.
Desde la Universidad Externado de Colombia se venían haciendo
críticas al uso del estado de excepción y a su utilización como mecanismo
de represión política, en especial con el juzgamiento de civiles por
militares y con la existencia de una legislación excepcional destinada
únicamente a eliminar la oposición política. Esta era una crítica liberal
que hacían autores como Alfonso Reyes Echandía y que coincidía
con la crítica que en otros contextos se hacía a la ley penal25. Desde la
Universidad Nacional de Colombia la figura de Luis Carlos Pérez era
muy importante, en especial en su crítica al carácter clasista del derecho26.
Este relato no debe leerse como uno de irradiación del centro hacia la
periferia, pues ciudades como Popayán, Cali, Medellín y Barranquilla
contaban con sus propios procesos de crítica al derecho penal que luego
cristalizan en revistas como la del Colegio de Abogados Penalistas del
Valle del Cauca y Nuevo Foro Penal.
Sin embargo, la aparición de un discurso propiamente criminológico
que era crítico del derecho penal permitió dar coherencia a todo un
proceso de cuestionamiento del sistema penal colombiano. La obra
de Emiro Sandoval Huertas, discípulo de Reyes Echandía y de

24
El texto de Fernando Rojas Hurtado es uno de estos textos en los que prima la mirada
marxista y económica sobre la idea de una crítica teórica del derecho. Ver Fernando
Rojas Hurtado. El Estado en los ochenta: un régimen policivo? Bogotá: CINEP, 1980.
25
Reyes Echandía, Alfonso, Legislación y seguridad nacional en Colombia, Revista
Nuevo Foro Penal No. 32. (Abril – Junio 1986).
26
Reconozco el carácter centralista de mi relato, pero ello es debido simplemente
al desconocimiento del desarrollo en las regiones. En una posterior investigación
espero analizar las contribuciones de los abogados y abogadas a la crítica del
derecho penal en Colombia y en las diferentes regiones del país.
26 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Baratta, fue una de las primeras aplicaciones de la criminología


crítica al sistema penal colombiano. Es una obra en la cual este
penalista analiza el carácter selectivo del sistema penal y muestra
como el derecho penal en Colombia puede ser un instrumento de
dominación. Su obra permitió cuestionar no solo el sistema penal de
excepción sino también el sistema penal ordinario27.
Al lado de los trabajo de Sandoval, también se leyeron obras que
cuestionaban el papel de la prisión. Y aquí cabe destacar no solo el
trabajo de Foucault, sino sobre todo la traducción en 1984 de la obra
de Rusche y Kirchheimer, por parte del criminólogo argentino
Emilio García Méndez, que permitió que la pena privativa de la
libertad fuera objeto de crítica por las funciones no declaradas de
control de una clase social que cumple. La distinción entre funciones
latentes y expresas de la pena privativa de la libertad permitió superar
la discusión dogmática entre retribucionismo y prevención y mostrar
los límites empíricos de cada una de estas teorías.
Estos textos permitieron la construcción de un discurso crítico sobre
el derecho penal y sobre la ejecución penal en Colombia e iba más allá
de la visión liberal del debido proceso. Cabe en todo caso tener en cuenta
que la crítica liberal al derecho penal se siguió haciendo por autores
como Juan Fernández, Nodier Agudelo o Fernando Velásquez,
quienes promovían una recuperación de los valores iluministas propios
de la obra de Beccaria y que consideraban que un discurso de esta
naturaleza serviría como un efectivo control a los riesgos de un Estado
que ejerciera el poder de manera arbitraria. El sistema penal estaba siendo
objeto de críticas desde diferentes sectores, pero el papel de la policía
como punto de entrada al sistema, el poder de selección de los jueces,
el comportamiento de los abogados, etc., carecían de estudios que nos
permitieran conocer más a fondo que ocurrían en esos lugares de poder.
El discurso de la criminología crítica se estaba consolidando y todo
llevaba a pensar que se iba a extender en la formación de todos los
abogados y abogadas. La muerte de Emiro Sandoval y de Alfonso
Reyes junto con la creciente represión en la segunda parte de la década
del ochenta llevo al abandono de la investigación en criminología
crítica aunque se seguían consumiendo sus productos.

27
Sandoval Huertas, Emiro, Sistema Penal y Criminología Crítica, Bogotá,
Editorial Temis, 1989 y Sandoval Huertas, Emiro, Penología. Parte especial,
Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1984.
Introducción 27

La Universidad Externado de Colombia dejó de ser el foco de


un desarrollo de la criminología crítica en Colombia. Sólo desde la
Universidad Nacional de Colombia, con los trabajos de Mauricio
Martínez –otro discípulo de Baratta–, se pudo ver un intento de
tomar parte en las discusiones teóricas que se estaban dando en la
región; pero la mayor parte del trabajo se concentraba en ese nueva
forma de ejercicio del poder excepcional que constituía la justicia
regional, conocida como justicia sin rostro. En la siguiente sección
mostraremos cómo se abordó esta crisis en Colombia y el papel de la
criminología crítica en un contexto de violencia como el colombiano28.

6. LAS CRISIS EN LA CRIMINOLOGÍA Y LOS


DEBATES SOBRE LAS TRES ESCUELAS

La criminología crítica surgió como un pensamiento en crisis. Una


vez se publicó el libro de Young et al sobre la nueva criminología (1973),
surgieron las críticas por la falta de una propuesta concreta para superar a la
denominada criminología liberal y para dar cuenta del carácter construido
del delito y de la cuestión criminal. Como se sabe, surgieron dos bandos
dentro del campo de la criminología crítica. Por una parte, aquellos que
consideraban que el delito era una realidad socialmente construida, que el
sistema penal cumplía funciones no declaradas de dominación y por tanto
abogaban por su eliminación. Por la otra, estaban quienes consideraban
que el derecho penal podría servir también a los intereses de las clases
subalternas, teniendo en cuenta que el delito no era un problema social
inter-clases sino uno intra-clases. Así surge el denominado realismo de
izquierda que entiende que el delito es una realidad que afecta sobre todo
a la clase obrera y el abolicionismo que entiende que la crítica al sistema
penal debe conducir necesariamente a su desaparición29.
Estos debates fueron presentados por Mauricio Martínez en los
dos textos antes citados (1990 y 1990a). En ellos se mostraba cómo
el péndulo se movía entre una visión realista hasta una abolicionista,

28
Martínez, Mauricio, Qué pasa en la criminología moderna, Bogotá, Editorial
Temis, 1990; Martínez Sánchez, Mauricio, La abolición del sistema penal:
inconvenientes en Latinoamérica, Bogotá, Temis, 1990a.
29
El texto que con frecuencia se cita es el de Young, Jock et al, What is to be done
about law and order. Crisis in the nineties, London, Pluto Press, 1993; y Young,
Jock & Mathews, Roger, Confronting Crime, London, Sage, 1986.
28 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

pasando por una visión minimalista y garantista del derecho penal,


sostenida por Baratta y por Ferrajoli, este último desde una
perspectiva más filosófica30. Con frecuencia los diversos autores
colombianos volvían sobre este debate, pero los argumentos que se
aportaban a favor y en contra no salían del marco ya establecido en
la década del ochenta y que Martínez mostró en sus dos textos.
La criminología crítica en Colombia pareció entrar en un proceso
de aletargamiento y fueron pocos los textos que se publicaron con
una intención clara de contribuir al debate sobre este campo de
investigación en Colombia. Esto no quiere decir que no se hiciera
trabajo de investigación sobre cuestiones de derecho penal, pues desde
diversos lugares se analizaba la justicia regional y la relación entre
delito y economía. Pero no se trataba de una discusión conscientemente
criminológica y, sobre todo, no asumía una perspectiva que pudiéramos
llamar como propia del campo de la criminología crítica31. Los intereses
académicos gravitaban alrededor de la nueva reforma constitucional y de
la introducción de un derecho dúctil o sobre las necesarias reformas a la
justicia como resultado de la implementación de la constitución de 199132.

7. EL RETO DE LA CRIMINOLOGÍA EN COLOMBIA

La criminología colombiana ha carecido de un discurso que


la unifique y de una consciencia de comunidad que permita a los
diferentes autores reconocer que sus obras contribuyen al desarrollo
de un discurso crítico sobre el sistema penal colombiano. Como
lo mencionábamos en el acápite anterior, la década del noventa se
caracterizó por un análisis económico del derecho penal, pero no
se entabló un diálogo fructífero entre abogados y economistas. Sin
embargo, desde el campo de la economía se siguen produciendo
estudios empíricos sobre la cuestión criminal33.

30
Baratta, Alessandro, “Principios de Derecho Penal Mínimo”. Doctrina Penal No. 37
Año 10 (1987). Republicado en Baratta, Alessandro, Criminología y sistema penal,
(Compilación in Memoriam). Buenos Aires, B d F, 2004. pp. 299 – 333 y Ferrajoli,
Luigi, Derecho y Razón, Teoría del Garantismo Penal, Madrid, Editorial Trotta, 1995
(este texto se publicó originalmente en italiano en 1989).
31
Sobre esta discusión ver Benavides, 2009.
32
Zagrebelsky, Gustavo, El derecho dúctil, Ley, derechos, justicia, Madrid, Editorial
Trotta, 1995.
33
AAVV. Por una América Latina más segura. Una nueva perspectiva para prevenir
y controlar el delito. Bogotá, Corporación Andina de Fomento, 2014; Gaviria,
Introducción 29

Desde una perspectiva crítica encontramos los estudios críticos de


la prisión, en donde se cuestiona la ejecución de la pena y en donde
se pone a discusión la constitucionalidad de las medidas tomadas
para hacer frente a la situación de hacinamiento de las cárceles
colombianas34. Sin embargo, el movimiento que se generó en la década
del ochenta pareció detenerse en 1990. La idea de existencia de una
comunidad de criminólogos no se desarrolló. Quienes se dedicaban
a la criminología crítica solían provenir del mundo del derecho, y
el ejercicio de su trabajo de investigación era accesorio a su trabajo
como abogados. Quienes desde las ciencias sociales hacían un trabajo
empírico sobre la cuestión criminal no se veían a sí mismos como
criminólogos/as y mucho menos como parte de un movimiento crítico
en la criminología. Al contrario que en Europa, en donde alcanzó
a desarrollarse un programa de investigación criminológica35, en
Colombia se dio una fragmentación del campo desde su comienzo.
Este libro pretende contribuir a disminuir esa fragmentación y
a estimular la conversación entre quienes se dedican a investigar la
cuestión criminal. No quiere decir que todos los que aquí escriben
provengan de la criminología crítica, pero desde todos los textos sí se
busca contribuir a una perspectiva crítica de la criminología. Esperamos
estimular el diálogo y generar una comunidad de personas dedicadas
a la criminología como un campo de estudios de la cuestión criminal.

8. LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO

Este libro cuenta con la colaboración de personas provenientes de


disciplinas tan diversas como la sicología, la economía, la ingeniería,
la filosofía y el derecho. El diálogo que pretende generar busca que se
comprenda el carácter multidisciplinario de la criminología. Si bien
no es un texto de criminología crítica, varios de los autores provienen
de ese campo o se ubican intelectualmente dentro del mismo.

Alejandro, Política antidrogas en Colombia: éxitos, fracasos, extravíos, Bogotá,


Universidad de los Andes, 2011.
34
Ariza, Libardo y Iturralde, Manuel, Los muros de la infamia. Prisiones en
Colombia y América Latina. Bogotá, Universidad de los Andes, 2011; Posada
Segura, Juan David, El sistema penitenciario: estudio sobre normas y derechos
relacionados con la privación de la libertad, Bogotá, Comlibros, 2009.
35
Lakatos, Imre, La metodología de los programas de investigación científica,
Madrid, Alianza Editorial, 1983.
30 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

En el capítulo escrito por Yenifer Suárez analiza la relación entre


positivismo y violaciones a los derechos humanos. En este texto, que
es parte de su trabajo de investigación doctoral, la autora busca explicar
por qué el positivismo es incapaz de dar cuenta de las violaciones a los
derechos humanos e incluso puede llegar a promover su comisión. Es un
texto que nos permite otra mirada crítica al positivismo criminológico
que va más allá de las cuestiones metodológicas e ideológicas que ya
analizaban los primeros textos de criminología crítica.
En el capítulo de Andrés Morales analiza la producción teórica
del filósofo del derecho y teórico del garantismo Luigi Ferrajoli
con posterioridad a su obra Derecho y Razón. Debe decirse que no
es una tarea fácil, pues ésta ha crecido en cantidad y complejidad por
lo que el trabajo de Morales resulta muy meritorio. En este capítulo
se presenta la historia del concepto de derecho penal mínimo en la
obra de Ferrajoli y las críticas que éste les formula a las propuestas
abolicionistas. Para Ferrajoli el sistema penal es necesario en tanto
evita la violencia de los particulares, y por ello propone una serie de
argumentos para responder a las críticas de los abolicionistas.
Las mujeres con frecuencia han estado ausentes de los estudios
criminológicos o han sido objeto de una mirada que las relega a
ser simplemente un apéndice de los hombres. El texto seminal de
Cesare Lombroso sobre la mujer criminal analiza la criminalidad
de las mujeres desde una perspectiva que tiende las presenta como
necesitadas de control y en donde la violación de la ley se asocia a la
vulneración de la condición de la buena mujer.
En el capítulo de Mónica Pérez, Ana Maria Cepeda, María
Alejandra Chía y Claudia Andrea Mojica analizan la delincuencia de las
mujeres en el periodo 2005 – 2014, con lo que contribuyen a visibilizar
un fenómeno que es poco estudiado. Las autoras hablan de criminalidad
de las mujeres y no de criminalidad femenina, pues de esa manera evitan
caer en una visión que trate a esta delincuencia como si no estuviera
mediada por construcciones sociales. Se analiza también el papel de la
prensa y su construcción de las mujeres como sujetos delincuentes. El
capítulo muestra que no hay evidencia de mayor participación de las
mujeres en el delito ni de un cambio en la naturaleza de las mujeres.
Carolina Sierra analiza la cuestión del castigo y las diferentes teorías
para su justificación. En este capítulo la autora se plantea la pregunta
Introducción 31

acerca de la justicia de la privación de la libertad y la relación entre política


criminal y dogmática penal. Como en las primeras formulaciones de la
criminología crítica en América Latina, en este texto se plantea la búsqueda
de un objetivo de liberación en la política criminal. Se busca fundamentar
la relación entre merecimiento de pena y eficacia de la misma.
Gabriel Rojas analiza la cuestión del castigo con referencia a
los modelos de justicia transicional, en particular el que se aplica en
Colombia. En este artículo analizar las diferentes teorías de la pena,
pero se concentra en las teorías de Roxin, Jakobs y Duff con el fin de
mostrar los límites del castigo en un proceso de justicia transicional.
El autor opta por una perspectiva restaurativa, pues con ella considera
que se cumplen los fines de la justicia transicional que van más allá del
castigo de los violadores de derechos humanos. El autor afirma que
“la negativa a acoger medidas de justicia preventivas, comunicativas
y de negociación –que no se limiten a las penas de cárcel para todos
los responsables– puede generar impunidad en tanto que no permite
alternativas jurídicas razonables para superar las causas estructurales
del conflicto armado y sus consecuentes vulneraciones a los DDHH de
la población. Con base en una perspectiva restaurativa del castigo, que
resalta los retos para la estabilidad que tiene una sociedad en transición,
esta aproximación plantea propuestas para garantizar que los autores de
graves crímenes asuman su responsabilidad, reparen los actos cometidos
durante un conflicto armado y, en el camino, se sumen a las víctimas
y la comunidad en general para negociar alternativas preventivas y
comunicativas a las de un derecho penal punitivista y desigual”.
Esta relación entre castigo y justicia transicional se analiza para un
caso concreto por Fernando Tamayo. En este texto se analiza el contexto
en el cual se producen las decisiones judiciales en contra del Coronel
Alfonso Plazas Vega por los hechos del Palacio de Justicia. Estos
discursos están marcados por la idea de que el castigo es la mejor forma
de enfrentar las violaciones de derechos humanos, fundamentados en lo
que el autor denomina la ideología de la punición infinita.
Adolfo Franco analiza las relaciones entre política criminal
y seguridad ciudadana. Acude a la idea de una política criminal
alternativa como la consecuencia necesaria de una criminología
crítica. Sin embargo, el autor acude a la literatura sobre el diseño,
evaluación e implementación de una política pública para hacer una
crítica de la criminología y de la política criminal.
32 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Jairo Matallana analiza en su texto el papel de los mapas en la


geografía del delito. E autor no solo analiza el uso de estos mapas en el
diseño y evaluación de las políticas públicas, sino que los somete a crítica
desde una perspectiva de la criminología cultural. El autor afirma que
“los mapas del delito deben ser entendidos como construcciones sociales
imperfectas que proveen información parcial sobre los fenómenos
delincuenciales, y por consiguiente las políticas y acciones focalizadas
basadas en tales instrumentos son limitadas y suelen estar intrínsecamente
sesgadas. Comprender los fundamentos del mapeo del delito e identificar
sus limitaciones es entonces una tarea clave en la criminología actual”.
Ervyn Norza hace un análisis de la investigación basada en
evidencia y del trabajo de las fuerzas de policía basado en evidencia
empírica. En este texto se muestra la relación estrecha entre el trabajo
criminológico y el trabajo policial. El texto presenta una revisión de la
literatura sobre el Evidence Based Policing y luego muestra su aplicación
en el caso colombiano, particularmente en el trabajo del Observatorio del
Delito de la Policía Nacional de Colombia. Éste y el siguiente capítulo
son una muestra fehaciente del carácter autónomo de la criminología, de
su interdisciplinariedad y de su independencia frente al derecho penal.
En el último Camilo Olaya nos muestra la relación entre criminología
e ingeniería. Este es un capítulo que culmina con el deseo de este libro,
esto es, de mostrar el diálogo que se produce entre diferentes disciplinas y
la autonomía del saber criminológico. Camilo Olaya destaca la necesidad
de hacer trabajo empírico en la criminología y muestra las críticas al
trabajo usual que presentaba problemas metodológicos. Muestra cómo
“la criminología ha sido dominada por la tradición de varias ciencias,
principalmente la sociología, la psicología y la antropología, y es común
el llamado a la multi-disciplinariedad con otras perspectivas como la
biología, el derecho, la economía, la ciencia política, la psiquiatría, la
geografía, la bioquímica, la genética, la historia y la salud pública. Sin
embargo, los criminólogos posicionan a la criminología no como una
derivación ni especialización de alguna(s) de las mencionadas disciplinas
sino como una ciencia social autónoma e independiente”. El autor destaca
la necesidad de considerar disciplinas como la ingeniería como parte
del trabajo criminológico.
Esta colección de autores diversos pretende presentar un panorama
del trabajo criminológico que se hace en Colombia. Desde autores
que parten del discurso de la criminología crítica hasta autores que se
Introducción 33

inscriben dentro de otros paradigmas de investigación, vemos cómo se


trata de un campo con muchas miradas y con muchas posibilidades.
Esperamos que suscite un diálogo fructífero y que genere una discusión
que contribuya a la creación de una comunidad académica sólida.
Sólo me resta agradecer a las autoras y a los autores su paciencia
infinita en el proceso de edición de este libro. Creo que es una importante
contribución al debate de la criminología en Colombia y a quienes desde
diversos lugares y disciplinas piensan la cuestión criminal.
Como siempre mi familia ha sido un constante apoyo. A Marta,
Abril, Quim y Pau va dedicado este libro.

Barcelona, Septiembre 2016


EL POSITIVISMO FRENTE A VIOLACIONES
DE DERECHOS HUMANOS

Yenifer Yiseth Suárez


Abogada
Estudiante del Doctorado en Derecho
Universidad Nacional de Colombia

1. INTRODUCCIÓN

La preocupación por el comportamiento criminal y el surgimiento


oficial de la criminología se remota a finales del siglo XIX, con la
intención de dar una explicación racional y científica a las causas que
provocaban acciones con las cuales se desestabilizaba el orden social
propuesto, por lo cual su enfoque se dirigía a estudiar el actuar de
aquellos sujetos que no se ajustaban al acuerdo que presuntamente
se había pactado entre las clases sociales.
De allí que el desarrollo social, la importancia de la propiedad
y el establecimiento de un orden burgués al interior de espacio
urbano caracterizó la necesidad de establecer una disciplina para
la uniformidad de la organización social, por ello a partir de la
explicación científica del delito, se plantearon diferentes mecanismos
de control del delito y el mantenimiento del orden (Del Olmo, 1981,
p. 23); no obstante, se desconocieron los hechos históricos que marcan
el establecimiento de un nuevo orden mundial.
Así, el orden mundial pasa por la conformación del Estado diferenciado
de otros y el desarrollo del orden geopolítico mundial ha pasado por un
proceso evolutivo en el que la coerción ha sido elemento fundamental
para la definición de cada Estado y su fuerza política y económica en
particular, el uso de la violencia al igual que la neutralización de los
individuos que puedan ejercerla fuera de la autorización estatal, ha sido
clave en la consolidación de los Estados modernos (Patiño Villa, 2005,
p. 134), sin embargo, los hechos coercitivos ejercidos en tal proceso
36 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

han sido definidos como guerras que debieron perpetrarse a favor del
establecimiento de un orden mundial.
Lo anterior tiene consecuencias tanto en el ámbito interno como
externo del Estado, ya que impulsa el orden político del Estado a través
de la institucionalización de la vida política, la práctica militar, los
procesos de innovación tecnológica y crecimiento económico; desde la
perspectiva internacional los órdenes políticos crean las condiciones por
las cuales los Estados se adscriben a un sistema internacional de reglas
específicas de comportamiento y relación (Patiño Villa, 2005, p. 74).
Por ello pretender determinar que existe una criminología tradicional
y que ésta ha omitido los crímenes de mayor alcance, conlleva el estudio
de las escuelas criminológicas a las que se les ha denominado como
tradicionales, iniciando, por el reduccionismo biológico, que no se reducen
a la investigación de Lombroso, que sintetizó las ideas que para el siglo
XIX se encontraban en el ambiente y que se fundamentaban en las ideas
evolucionistas de Darwin (Zaffaroni R. E., 2011, pp. 96-99), sino que se
extendía por el viejo continente existiendo una clasificación de los humanos
en una escala de perfección o gran cadena del ser, donde se debía atacar a
aquél que no había logrado culminar todo su proceso de evolución.
En ese sentido, el positivismo se fundamentaba en el paradigma
etiológico, indagando por las causas que llevaban a la comisión de
un crimen, por ello, la criminología tenía entonces por objeto los
fenómenos reales del delito, mientras que la ciencia del derecho penal
se ocupaba de sus elementos normativos (Seelig, 1958, p. 7), por lo
que ésta clara división con la dogmática, hacía que el curso de su
desarrollo tuviera una investigación independiente.
Los fundamentos del positivismo, además partían de una perspectiva
consensual de la sociedad, ello es la concepción del contrato social
de Rousseau, en el que todos los miembros del conglomerado social
habían pactado las normas bajo las cuales se iban a regir y quien decidía
apartarse de tal voluntad colectiva, no podía ser otra clase de sujeto sino
uno irracional o biológicamente inferior porque su rechazo hacia el
orden provenía de su inferioridad física y moral, sustituyéndose el libre
albedrío por el determinismo (Del Olmo, 1981, p. 31).
Siendo, una ciencia que empleaba la percepción y por ende
significaba, en sí misma una ciencia empírica, se utilizaba el método
inductivo para determinar los factores que llevaban a un sujeto a
realizar un comportamiento anormal, siendo necesario recurrir a
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 37

los juicios de percepción referidos a la observación y el experimento


(Seelig, 1958, p. 27).
En ese orden de ideas, el presente artículo tiene como objetivo presentar
los desarrollos teóricos del positivismo en Europa a finales del siglo XIX,
enfocándose en las escuelas italiana, francesa, belga y holandesa; teniendo
en cuenta la importancia de evaluar el contexto nacional, también, se
estudiará el proceso teórico y práctico del positivismo en Colombia, para
luego realizar un análisis histórico en el que se determinan los hechos
delictivos, que atentaron contra lo que hoy se denomina la conciencia de la
humanidad ocurridos durante el auge de la teoría positivista y que fueron
ignorados o incluso favorecidos dichos avances científicos.

2. ESCUELA POSITIVA ITALIANA

El punto de partida del desarrollo de la criminología como ciencia,


tiene como fundamento el estudio realizado por el médico italiano Cesare
Lombroso, plasmado en su obra El Hombre Delincuente, publicada en
1876, la cual comprendía el examen sistemático, somático, sensorial,
anatómico, esquelético, etcétera de un gran número de delincuentes
(G. Lombroso & Moreno González, 2009, p. 137), determinando las
características antropológicas que poseían tales sujetos y que los hacían
diferentes de las personas con comportamiento normal.
La importancia de su obra, deviene del establecimiento de la
teoría del delincuente nato, que poseía características físicas más
cercanas a los simios que a los humanos y la posterior clasificación del
delincuente ocasional y pasional, sin olvidar que a la mujer delincuente
se le distinguía como prostituta o ladrona, para llegar a tal conclusión
el estudio de Lombroso debió tomar como objeto de investigación a
sujetos recluidos o cadáveres de personas que habían permanecido
en prisión (C. Lombroso, 1975).
Lo que ha sido una de las mayores críticas, pues su análisis
estuvo limitado únicamente a los delincuentes detenidos en la cárcel
o internados en la institución del manicomio o en cualquier caso
controlados por la policía (Pavarini, Control y Dominación, 2003,
p. 53), el punto esencial era el estudio no del delito sino del propio
delincuente (Morrison, 2009, p. 102).
En el marco de esa indagación los delitos que se analizaban eran
acciones contra la integridad personal, el orden social, la propiedad y
38 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

los delitos sexuales (Ferri, Grupp, & Sellin, 1968), ejemplo de ello es
la instrucción que poseían los delincuentes examinados, toda vez que
los llamados anormales, caracterizados por su inmadurez psicológica,
personalidad poco estructurada y profundo desequilibrio (Focault,
2007, p. 29), eran el doble de analfabetas que los normales y éstos a su vez
eran considerados genios pero que cometían estafa contra los príncipes,
determinados por su originalidad y por ser verdaderos inventores del
mal (C. Lombroso, 1975, p. 507), entonces no se cuestionaban aquellos
fenómenos que estaban ocurriendo en la transformación del orden
mundial y las víctimas que los mismas causaban.
La investigación de Lombroso, tuvo una repercusión directa en
el desarrollo de la teoría del delito de Enrico Ferri, que consideraba
que el delito, el suicidio, la locura y la miseria no eran efecto del libre
albedrio, sino que todo fenómeno social era el resultado fatal, preciso,
de las condiciones históricas del medio ambiente (Ferri et al., 1968,
p. 64), lo que reafirma, que además de las condiciones biológicas
analizadas previamente, la escuela positiva, incluyó factores sociales,
como causas de la producción del delito.
La participación en política de Ferri, se evidencia en sus declaraciones
sobre el socialismo, al que consideraba como necesario en el desarrollo
social y directamente relacionado con la selección natural de Darwin,
como precisó en su texto Ciencia Positiva, donde se evidenciaba su
distanciamiento por el anarquismo y su cercanía al gobierno de Benito
Mussolini, trayendo consigo que el partido fascista empleara su proyecto
de Código Penal propuesto en 1921, para socavar los principios de legalidad
y culpabilidad (Swaaningen, 2011, p. 65), considerando que Ferri junto
con otros, se convirtieron en el sustento intelectual del fascismo italiano
(Gregor, 1979, p. 22).
La anterior afirmación, se corrobora con el apoyo que tuviera el
Código Penal de 1930, conocido como el Código de Roco, por parte de
Enrico Ferri, que consideraba que la promulgación de tal código era
una manifestación fundamental del Estado para disciplinar al anormal
y además es en sí mismo, una representación del poder político del
estado (Parati, 2012, p. 248), de allí parte de los cuestionamientos
realizados al positivismo, como presupuesto legitimador de conductas
segregacionistas y de exclusión, bajo el argumento de la defensa social.
Por lo que la aplicación del positivismo significaba legitimar la
reacción frente a ese sujeto irracional, en aras de la defensa social,
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 39

entendiendo a la sociedad como un bien y a la desviación criminal con


un mal (Pavarini, Control y Dominación, 2003, p. 49). Tal acepción
se consideraba natural, si se parte de los postulados de Spencer que
equiparaba el cuerpo social con los organismos vivos, en tanto, la
sociedad tenía la capacidad de efectuar las funciones biológicas de un
ser, aumentar gradualmente su masa incrementando su complejidad y
sus partes se caracterizaban por ser interdependientes para vivir y crecer
como un todo (Spencer, 1860, p. 121), por ello el organismo social, al
verse afectado por un agente patológico debía efectuar todo lo necesario
para ser sanado, incluso eliminar a la fuente de la enfermedad.
Ello se vio igualmente reflejado en el proceso de criminalización de
clase al considerar a las fuentes de revolución provenientes de la clase
proletaria como criminales latentes, toda vez que el orden y el progreso
estaba vinculado directamente con la relación entre capital y trabajo,
así la realidad económica implicaba una redefinición ideológica, bajo
la cual los pobres eran pobres porque eran biológicamente inferiores
(Del Olmo, 1981, p. 30), siendo necesaria la protección del sistema
atacando a todos los frentes que lo pudiesen perturbar.
La definición de una población como superior y la visibilización del
delito como producto de los factores de los considerados inferiores por
pertenecer a un linaje humano distinto e inferior, permitió al racismo
internarse en el pensamiento (Del Olmo, 1981, p. 66), con lo que se
legitimaron procesos de colonización realizados en América, África
y Australia y el exterminio de las poblaciones nativas, como lo reseña
Morrison (2011) a lo largo de su obra.

3. ESCUELA DEL ENTORNO SOCIAL FRANCESA

Considerando al sujeto delincuente un irracional y que los delitos


cometidos por esta clase de personas no eran producto del libre
albedrio, no fue solo una posición teórica de Ferri y Lombroso, sino
que también se sostuvo por parte de la Escuela Francesa del Entorno
Social, difundida desde 1885 a 1914, que en oposición a la escuela
italiana consideraba un enfoque psicológico social en la explicación
del delito, sosteniendo que las condiciones directas del entorno eran el
mayor incentivo para cometer delitos (Swaaningen, 2011, p. 57), tal
confrontación se dio en el marco del Primer Congreso de Antropología
Criminal adelantado en Roma el 16 de Noviembre de 1885.
40 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

El representante de tal estudio, fue el profesor de medicina legal y


toxicología Alexandre Lacassagne, que además intervino en causas de
higiene urbana, desarrolló su teoría en la ciudad de Lyon, capital francesa
de la criminología (Philippe Artières, 2005), partiendo del método de
la abstracción matemática en la cual no se consideraba al delincuente de
modo individual, sino se partía de la criminalidad en masa, para determinar
las oscilaciones y el establecimiento de un hombre medio (Seelig, 1958,
p. 40), lo que implica que si bien, en un principio se sintió atraído por la
teoría del delincuente nato de Lombroso, más tarde la influencia de Gabriel
Tarde y la frenología lo llevarían a pensar que la delincuencia no era una
característica innata, sino el producto de la interacción entre el hombre y
su entorno, y el cerebro en su parte occipital, como sede de los instintos
también era sensible a las circunstancias sociales (Renneville, 2005).
Dentro de la investigación, fue empleada la definición del hombre
medio, que surgió a partir del estudio estadístico realizado por Quételet,
entendiendo que éste es para una nación lo que para un cuerpo es el
centro de gravedad (Morrison, 2012, p. 72); tal concepto implicaba la
determinación del tipo ideal de hombre y la consecuente definición del
hombre desviado y objeto de la investigación científica y persecución penal.
El campo de investigación fue la prisión de Saint Paul, construida
en el siglo XIX en el sur de Lyon, lugar donde Lacassagne no se
limitó a la observación morfológica de los presos, sino que revisó
los cuadernos y anotaciones de los sujetos, al considerarlos como
individuos capaces de producir conocimiento a partir de su aprehensión
del tiempo antes y después de la reclusión (Philippe Artières, 2005),
lo que significaba en la investigación la importancia de la confluencia
de los diferentes factores que incidían en el comportamiento humano
y cómo se relataban por parte de los individuos en prisión.
Para Lacassagne, resultaba de gran importancia oír a los
prisioneros y conocer sus vidas y relación con el mundo exterior, de
donde surgieron los cuadernos autobiográficos, así, las conclusiones
a las que se arribó en la determinación de la delincuencia por parte
de la escuela francesa, se resumen en tres aforismos, hechos por
Lacassagne (1913) en su texto “Les transformations du droit pénal
et les progrès de la médecine légale”:

1. “El entorno social es el caldo de cultivo de la delincuencia; el


microbio es el criminal, un elemento que sólo se activa cuando
encuentra el medio para fermentar”
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 41

2. “En lugar del fatalismo que es un corolario inevitable de las


teorías de los antropólogos [penales], se presenta la iniciativa
social”
3. La justicia marchita, la prisión corrupta y la sociedad tiene
los delincuentes que se merece” (Renneville, 2005)

Lacassagne, no sólo partió de los fundamentos de Tarde y la frenología


de Gall, sino que tomó parte de los postulados de Augustin Morel,
que expuso la “Teoría de la degeneración” difundida ampliamente en
Francia y de acuerdo a la cual los patrones de herencia determinaban los
cambios patológicos en cada generación (Pick, 1993, p. 49), de allí que
el mestizaje entre las denominadas razas superiores con las inferiores,
resultara un inconveniente en la evolución humana, existiendo una
repercusión de ello en las colonias africanas, bajo la denominada política
de apartheid y favoreciendo los procesos de colonización que se daban
para finales del siglo XIX (Zaffaroni, 2013, p. 37).
La criminología francesa, igualmente, estuvo marcada por el
contexto histórico en el que se investigaba, ya que corresponde a la
tercera República, es decir, la represión de la comuna parisina, el
establecimiento del parlamento y la edificación del estado secular,
incluso debe resaltarse, que se consideró por parte Manourvrier
que los actos de poder ejercidos por las fuerzas de Versalles durante
la comuna parisina de 1871, en la masacre de los comuneros podía
ser considerada también como delito (Swaaningen, 2011, p. 57).
A pesar de no limitarse a las condiciones antropomórficas, pretender
una interdisciplinariedad de la criminología incluyendo la matemática y
la estadística, como elementos necesarios en el estudio de la criminalidad
y contradecir postulados de la escuela italiana; la escuela del entorno
social y las teorías positivas lombrosianas, mantenían como punto en
común el determinismo en el comportamiento criminal, la defensa
social y la consecuente clasificación de la población, estigmatizando a
las clases bajas y promoviendo políticas de segregación racial.

4. ESCUELA SOCIOLÓGICA ALEMANA

La propuesta de incorporar los estudios empíricos en la determinación


de la causalidad del delito al derecho penal fue propuesta por Franz
Von Liszt en el denominado “Programa de Marburgo”, a partir del
42 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

discurso inaugural que diera en dicha universidad en 1882, al respecto


señalaba que sólo en la acción conjunta de la antropología criminal,
una psicología criminal y una estadística criminal con la ciencia del
derecho penal, radicaba la posibilidad de un combate fecundo contra
la criminalidad (Liszt, Universidad Nacional Autónoma de México,
& Universidad de Valparaíso de Chile, 1994, p. 133).
Esto representó que la definición del delincuente, obedeciera
a una concepción ecléctica, en la que no sólo se consideraban los
factores biológicos sino sociales, entendiendo que el delito era el
producto de la individualidad del autor en el momento de realizar el
acto y de las condiciones ambientales que se daban en ese momento
(Seelig, 1958, p. 42), tal concepción tuvo apoyo en la academia
científica internacional, lo que llevó a la conformación de la “Unión
Internacional de Derecho Penal”, en la que además participaron como
percusores Adolphe Prins y Gerard van Hamel.
El inicio oficial de la Unión Internacional de Derecho Penal, fue
en 1889, con relativo éxito al contar con la participación de diversos
grupos nacionales y juristas como Ferri y Garófalo, veían la
oportunidad de dar aplicación a los principios positivistas del derecho
penal, el Estatuto de la confederación, contemplaba en su artículo 1
que “la criminalidad y la represión deben ser analizados tanto desde
un punto de vista social como del jurídico”.
Por su parte el artículo 2, se refería a nueve tesis que planteaban los
fundamentos y objetivos de los que partía la Unión para el desarrollo
de su trabajo, éstos se referían en los siguientes términos:

1. La misión del derecho penal es la lucha contra el delito,


contemplado como fenómeno social.
2. La ciencia y la legislación penal deben tener en cuenta los
resultados de los estudios antropológicos y sociológicos.
3. La pena es uno de los medios más eficaces de que dispone el
Estado contra la criminalidad. Pero no es el único medio, no se
la debe aislar de los demás medios sociales y particularmente
no debe hacer olvidar las medidas preventivas.
4. La distinción entre delincuentes habituales y ocasionales,
esencial tanto en la práctica como en la teoría, debe ser la
base de las disposiciones de la ley penal.
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 43

5. Como los tribunales penales y la administración penitenciaria


concurren al mismo fin, y puesto que el valor de la condena
viene de su forma de ejecución, la separación consagrada por
el derecho moderno entre la función represiva y la función
penitenciaria es irracional y perjudicial.
6. La pena privativa de libertad ocupa justamente el primer
lugar de nuestro sistema de penas. Por ello la Unión dedica
una atención especial a todo lo que concierne a la mejora de
las prisiones e instituciones similares.
7. Sin embargo, en lo que concierne a las penas de privación de
corta duración, la Unión considera que es posible y deseable la
sustitución de la prisión por medidas de una eficacia equivalente.
8. En lo que se refiere a las penas de prisión de larga duración, la
Unión estima que es necesario hacer depender su duración, no sólo
de la gravedad material y moral de la infracción cometida, sino
también de los resultados obtenidos por el régimen penitenciario.
9. En lo que concierne a los delincuentes habituales incorregibles,
la Unión estima que independientemente de la gravedad de la
infracción e incluso cuando se trate de reiteración de pequeños
delitos, el sistema penal, debe ante todo, tener por objetivo poner
a estos delincuentes fuera de la situación de dañar el mayor
tiempo posible. (Berdugo Gómez de la Torre, 1982, p. 16)

No obstante, el establecimiento de tales estatutos, como acuerdo de los


miembros de la Unión supuso diferentes discusiones y contradictores al
proyecto de Von Liszt, por subestimar el carácter retributivo de la pena,
mantener la división entre delincuentes ocasionales y habituales y establecer
principios muy similares a los del programa de Marburgo, lo que supuso
que en la sexta edición de los Congresos que se realizaban anualmente, se
planteara la necesidad de reformar los estatutos, suprimiendo los principios
del artículo 2 y dejando el artículo 1 que el delito y los medios para luchar
contra él, deberían ser contemplados desde un punto de vista antropológico
y sociológico, por lo que la Unión tendría como fin establecer las causas
del delito, continuando con el paradigma etiológico.
La Unión retomaría fuerza y participarían incluso sus detractores
iniciales, hasta 1913, año en el que se celebró su última conferencia
ya que con el surgimiento de la primera guerra mundial, se daría su
44 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

consecuente desaparición; la participación en política de Von Liszt


estuvo marcada por su acercamiento a Bismarck y su pertenencia
al partido nacional conservador y luego al progresista liberal
(Swaaningen, 2011, p. 67), no obstante, sus ideas fueron empleadas
para establecer mecanismos de seguridad y reprimir el socialismo.
Von Liszt murió asesinado en 1919, por su cercanía al círculo social
de Guillermo II, por lo que el desarrollo autoritario de sus ideas, como
señala Swaaningen (2011), se dio con posterioridad a su muerte, en
tanto el partido Nacionalsocialista socavó el principio de legalidad
que había sido considerado por Liszt la carta magna del delincuente,
estableció en sus leyes penales el confinamiento indefinido de aquellos
que atacaran el orden social y creó tipos penales para perseguir a los
considerados enemigos del régimen (Wetzell, 2014, p. 16).
Los postulados biológicos, antropológicos y sociológicos, a través de
los cuales se establecieron los factores causales del delito, sirvieron de
fundamento en las prácticas racistas y eugenésicas del régimen Nazi,
que además empleó los postulados de la evolución Darwiniana para el
establecimiento incluso de los campos de concentración y la eliminación
de las vidas que se consideraban no merecían ser vividas (Rafecas, 2005).

5. LAS ESCUELAS MODERNAS DEL DERECHO


PENAL: BÉLGICA Y HOLANDA

Como se mencionó, Adolphe Prins participó en la creación de la


Unión Internacional de Derecho Penal, por lo que es el representante
del positivismo belga, fundamentado en la teoría de la defensa social,
contraponiéndose a la teoría matemática de Quetelet sobre el hombre
medio y empleada por la escuela francesa del entorno social.
La defensa social se basaba en que la vida física de los hombres
se requería la estabilización de las leyes sociales (Prins & Federico
Castejón y Martínez de Arizala, 1912, p. 61), ya que el fin del
derecho penal era mantener las relaciones de los hombres bajo un
orden de convivencia que garantizara el bienestar, la honra, la vida
y la propiedad, lo que significaba que la preocupación sobre el
comportamiento criminal se dirigía a los delitos de homicidio y hurto,
incluso se cuestionaba sobre las acciones penales que debían ser tomadas
frente a las personas proclives a la vagabundería, pereza y alcoholismo,
por se sujetos peligrosos que podían afectar el statu quo de la sociedad.
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 45

Respecto del determinismo, Prins hizo un análisis del método


empleado por éste y por el indeterminismo, señalando que el
primero implica una equívoca generalización y la segunda ignora
a las víctimas, por lo que caer en cualquiera de las dos teorías de
manera absoluta, no explica la causación del delito y que además de
los factores individuales y sociales que influyen en el delincuente,
necesariamente media la voluntad de éste, de tal manera, se alejaba
del positivismo y la escuela clásica para establecer una teoría mixta.
Lo anterior implicó el rechazo por la consideración de categorías de
hombres y la clasificación darwiniana y spenceriana, que significaría
la eliminación de cualquier sujeto delincuente, por ello la escuela belga
introdujo enfoques modernos al derecho penal introduciendo la libertad
y condena condicional (Swaaningen, 2011, p. 71), no obstante los delitos
de mayor gravedad, eran aquellos caracterizados por la espectacularidad,
en ocasiones los que se realizaban de manera organizada y los crímenes
internacionales se referían a hurtos realizados en las fronteras europeas.
El representante de la escuela holandesa Van Hamel, que presentó
teorías muy cercanas a la escuela clásica, argumentando, que ésta no había
sido indiferente a los problemas sociológicos del crimen (Hamel, 1911, p.
23), lo que no significó que se apartara de los presupuesto de la escuela
positiva italiana, sino que encontró tales postulados la oportunidad
científica de determinar las causas del delito y la reincidencia.
Sin embargo, la introducción de postulados deterministas en el derecho
penal en la sociedad holandesa resultó frecuentemente obstaculizado,
incluso por el mismo Hamel que partía del derecho penal liberal, debido
a que la tradición calvinista había impuesto la voluntad y el libre albedrio
del hombre como elementos innatos a la naturaleza humana.
La participación de Hamel en el establecimiento de la Unión
Internacional de Derecho Penal, reviste gran importancia, al retomar
la dogmática del derecho penal, para evitar que los juristas quedaran
sometidos al concepto médico (Zaffaroni, 2011, p. 121), lo que llevó
a que el derecho penal holandés subestimara la criminología y se
independizara de ésta para el control del delito, no obstante, debe
resaltarse que Holanda intervino a través de la implementación de
programas de intervención social para la reducción de la delincuencia.
La escuela holandesa igualmente tuvo como fundamento al
defensa social, con lo que se propuso el establecimiento de la pena
46 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

indeterminada a fin de proteger a la comunidad de las actitudes


consideradas peligrosas en la comunidad.

6. EL DELITO DESDE EL PSICOANÁLISIS Y


LA ENDOCRINOLOGÍA CRIMINAL

Dentro de los paradigmas etiológicos, se encuentran los estudios


psicoanalíticos que durante el siglo XX pretendieron dar explicación al
delito, de un lado, el comportamiento criminal se consideraba instintivo
y por ende comparable al de los animales, producto de la herencia
arcaica, y de otra parte la tensión anímica en la que se encontraba el
individuo, y ante el fracaso del super yo, se actuaba de modo antisocial.
Los complejos, se consideraban determinantes en la formación
de la personalidad, por ello Freud, padre del psicoanálisis a partir
del complejo de Edipo, de Electra, Caín, etc., presentes en la especie
humanad desde la vida infantil desarrolla el concepto de hombre
delincuente, ya que al estar presente cualquiera de estos complejo,
existe en el sujeto un sentimiento de culpabilidad y por ende deseos de
punibilidad, que son racionalizados a través de la ejecución del crimen.
En esa medida, la concepción del criminal, no depende de categorías
jurídicas establecidas, sino de las condiciones hereditarias, la participación
del ello, yo, y super yo en la consciencia del individuo y por supuesto de
los complejos no reprimidos por éste, lo que deriva en la clasificación de
la conducta criminal en (i) criminalidad crónica, constituida por acciones
criminales de individuos proclives a la delincuencia por la estructura de su
aparato anímico y (ii) criminalidad accidental o aguda, que comprende a los
delincuentes ocasionales que pueden ser exculpados por las circunstancias
y los llamados delitos culposos (Jiménez de Asúa, 1940, p. 43).
Lacan, seguidor de Freud, quien enfocó sus estudios al lenguaje
y la importancia del mismo en el desarrollo humano, trajo consigo
la necesidad no sólo de estudiar las conductas patológicas de la
personalidad del hombre sino la importancia de un estudio sociológico,
aunque ello sólo quedó brevemente referido en su obra en 1950.
No se puede dejar de lado los estudios fundamentados en la
biotipología, a la cual pertenece la endocriminología investigación
resultante de los análisis de las glándulas humanas; Nicolás Pende,
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 47

médico perteneciente al fascismo consideraba que el delito podía


ser diagnosticado y curado como una enfermedad, no social sino
individual, porque el origen del mal se encontraba en fallas glandulares.
En esta misma corriente de la biotipología, se encuentra, Kretschmer,
que clasificó a los individuos en leptosomo, atlético y pícnico, estudiando
sus características físicas y deduciendo sus condicione psíquicas, y
señalando que la personalidad se define como partes integrantes de la
repercusión fenotípica de toda la masa hereditaria (Kretschmer, 1947,
p. 126), determinando que a cada una de estos fenotipos pertenecían los
tipos raciales de Europa, siendo los leptsosomos pertenecientes a la raza
nórdica, el pícnico a la raza alpina y el atlético a la dinárica.
Por lo que de tal clasificación se derivó que cada uno de los tipos de
constitución tuvieran una disposición a ciertas formas del delito, así, los
leptosomos practicaban el robo y la estafa, los atléticos, considerados
los delincuentes brutales por excelencia cometían los delitos violentos
y los pícnicos infracciones a la norma de policía y hurtos, no obstante
cuando las estadísticas no concordaban, es decir un leptosomo cometía
un delito violento, se acudía al diagnóstico pluridimensional del
delincuente para dar explicación a ello (Kretschmer, 1947, p. 295).
Las ideas de Kretschmer y Lamarck, entonces contribuyeron
a las ideas racistas (Zaffaroni, 2011, p. 131), que justificarían los
genocidios más adelante.

7. POSITIVISMO EN COLOMBIA

La preocupación por el delito o las infracciones en Colombia, durante


el periodo colonial era resuelta a través de castigos económicos o azotes
públicos y la privación de la libertad era empleada unicamente como
medio de custodia, no obstante a partir del desarrollo criminológico en el
viejo continente se dio paso a tales análisis en los países latinoamericanos,
la clase dominante ilustrada consideraban las ideas positivistas la mejor
vía para lograr el orden y el progreso (Del Olmo, 1981, p. 127), ya en
el continente europeo habían tenido una gran aceptación los postulados
positivistas de Cesar Lombroso, en el Primer Congreso de Antropología
Criminal, realizado en Roma en 1885.
En Colombia, el discurso penal tuvo su primer intento de
codificación sólo hasta 1837, después de diversos intentos por promulgar
48 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

la legislación penal, motivado en la necesidad de emancipación de los


preceptos colonialistas, fue sancionado por José Ignacio de Márquez,
inspirado en el Código Francés de 1810 y el Español de 1822 (Henao
Nuño, 2002, p. 35) mediante diversas reformas efectuadas se abolió
la pena capital para los delitos políticos y se agravaron las penas para
los empleados públicos que abandonaran su destino.
Con posterioridad a ello se realizaron varios intentos de codificación,
tales como el Proyecto de Porras en 1889, que seguía las orientaciones
de la escuela clásica y que finalmente fue aprobado mediante la Ley 19
de 1890, no obstante se propuso en 1912 por José Vicente Concha un
nuevo proyecto basado en el Código Penal Italiano de 1890 y aprobado
mediante la Ley 109 de 1922, sin embargo, éste no rigió por lo que en 1925
se revisó el proyecto considerando que debía ser nuevamente redactado,
para presentar el Proyecto de 1925 de orientación positivista pero que no
fue siquiera discutido en el Congreso (Reyes Echandía, 1989, pp. 24–25).
Los estudios criminológicos en Colombia se fundamentaron en la
traspolación de los análisis realizados en Europa a la realidad colombiana,
así lo señala Rosa del Olmo (1981), citando a Jorge Abelardo Ramos:
“el noble producto importado venía con la garantía de su sello europeo
y eso era suficiente. Pero empleábamos esa superestructura jurídica y
filosófica sin realizar en América Latina, la revolución burguesa que la
había generado en Europa. Se operaba un viaje transatlántico de las
leyes y la filosofía sin importar al mismo tiempo las relaciones sociales,
los métodos de producción ni la estructura de clase”.
Por lo que el positivismo criminológico se abrió paso en Colombia,
como mecanismo de consolidación de la oligarquía, en tanto fue el
fundamento teórico empleado para que las clases dominantes pudieran
imponer su orden y asegurar su crecimiento económico y considerando
que a tal clase pertenecían a las denominadas minorías ilustradas, el
delito prevenía de aquél que se consideraba físicamente diferente, así,
mediante la Resolución 25 de 1935 de la Dirección de la Penitenciaría
Central, la política criminal se encaminaba al establecimiento de
las causas del delito provenientes de factores antropológicos o de
factores médico, creándose el Instituto de Antropología y Pedagogía
Penitenciaria en el mismo año (Acuña Vizcaya, 2008, p. 215).
Así, mediante la Ley 20 de 1933 se creó la Comisión Nacional de
Asuntos Penales y Penitenciarios que redactó el Código Penal de 1936
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 49

y tomó como base los proyectos penales presentados en el mundo,


en cuanto a la aplicación de la ley, la consideración del delito y del
delincuente (Comisión de Reforma Penal y Penitenciaria, 1935, p.
10), adoptando, en consecuencia la actividad psicofísica como base
de la imputabilidad penal y la peligrosidad social, como quiera que
todo individuo que cometiera una acto antisocial, independientemente
de sus condiciones psíquicas debía estar sometido al Código Penal.
En efecto, la citada normatividad clasificaba las sanciones en
penas y medidas de seguridad, basados en los preceptos de la escuela
positivista italiana, de acuerdo a la peligrosidad social que revistiera
el sujeto criminal, así expone la Comisión de Reforma Penal:

“era ineludible que el título de las sanciones no contuviera sólo


la reglamentación de lo que tradicionalmente se ha llamado pena
y que exclusivamente se aplica a los seres normales sanos de
mente, sino que comprendiera también la reglamentación de las
medidas de seguridad que deben aplicarse a los que sean menores
de cierta edad, se encuentren en estado de enajenación mental
o intoxicación crónica, o, padezcan grave anomalía psíquica”

La medida de seguridad para Ferri tenía un especial carácter


asegurativo mediante el que se pretendía la resocialización y re
adaptación del delincuente y así la prevención de manifestaciones
criminales posteriores,
Por lo que se mantuvo la posición italiana ya que se pretendía dicha
resocialización moral y la curación de la enfermedad mental en el caso del
enfermo, utilizando los métodos ya usados desde la ilustración mediante
los cuales el sujeto es obligado a educarse o a trabajar para entrar en
la dinámica del mercado social y ser así productivo cuando cumpla su
reclusión (Comisión de Reforma Penal y Penitenciaria, 1935, p. 33).
Ello significa que los estudios criminológicos se dirigían al sistema
penitenciario.
Es por esto que durante el código de 1936 las medidas de seguridad
existieron para los denominados inimputables, y sus límites se
determinaron por la peligrosidad del sujeto por lo cual en muchos
casos tendían a ser indeterminadas y sustituibles (Acuña Vizcaya,
2008), como se puede observar en el Artículo 62 y subsiguientes, en los
50 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

que no se señala la duración mínima o máxima, como efectivamente


ocurre al señalar las penas para imputables.
Siendo muy incidente la fuerte influencia de la criminología
Argentina que a través del Instituto de Criminología de la
Penitenciaría de Buenos Aires, hizo un llamado a los países latinos
para que evaluaran la personalidad del delincuente y así determinar
el grado de peligrosidad del mismo.
Lo anterior, se ve reflejado en el Decreto 014 de 1955, promulgado
dentro de un Estado de Sitio y dirigido a las personas cuyos antecedentes,
actividades, hábitos o forma de vivir, las coloque en estado de especial
peligrosidad social, tal normatividad establecía dentro de los sujetos
peligrosos a los vagabundos, mendigos, ebrios, pendencieros, quienes
tuvieran condenas previas, aprehensiones o citaciones en las que se les
hubiese impuesto caución, entre otros individuos, siendo lo determinante
para tal clasificación, la infracción a la moral y la lesión al orden público.
Es por ello, que tal legislación tiene como lineamientos básicos la
aceptación de la teoría de la defensa social, la responsabilidad legal
y social con base en la actividad sicofísica del agente, el estudio del
delincuente como personalidad antisocial y la división de las sanciones
en penas y medidas de seguridad (Reyes Echandía, 1989, p. 26)
El interés por el delito y el contexto en el que se desarrollaban, desde la
academia produjo diferentes publicaciones entorno a los delitos de mayor
trascendencia y que causaban sensación social, los homicidios en la Santa
Fe Colonial y la violencia que con ellos se generaba, eran el objeto de
estudio de esos primeros intentos de criminología. Así la prensa nacional se
encargaba de relatar y hacer un seguimiento a ciertos delitos, por ejemplo,
en 1929 se realizó un estudio sobre el caso de Don Carlos Londoño, que
dio muerte involuntaria a su hermano menor (El Espectador, 1929, p. 9) o
el asesinato de Bertha Rodríguez por su cuñado Ignacio Nieto.

8. LO INVISIBLE

Y si bien Lombroso fue el médico que hizo que sus estudios sobre
el hombre criminal tuvieran directa incidencia en el derecho penal,
también lo es que el reduccionismo biológico fue la teoría legitimadora
del colonialismo y propulsora de la clase burguesa en Europa; a partir
de un paradigma etiológico, que se preguntaba por las causas del
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 51

delito, quizás lo que fortaleció este estudio fue su método, emplear el


método científico justificaba su seriedad, racionalidad y coherencia.
De allí, que Morrison (2012) analice el genocidio belga en el
Congo adelantado por Leopoldo II, bajo las ideas de Spencer que
refiriera en la Conferencia de Berlín de 1884-1885: “de modo que esta
formación de sociedades más grandes por la unión de las pequeñas
en guerra, y su destrucción o absorción por las más grandes unidas,
es un proceso inevitable a través del cual las variedades de hombres
mejor adaptados para la vida social suplantan a las variedades menos
adaptadas.”, tal genocidio causó millones de muertes, esclavizó a la
población y la obligó a realizar trabajos forzosos que a los europeos
no les mereció escándalo y mucho menos a los criminólogos que para
entonces consideraban a los colonizados razas inferiores.
Ahora bien, en Colombia la violación a derechos humanos ha sido una
constante dentro de la historia nacional, no sólo proveniente de los grupos
armados, sino propiciada por el estado, por ello, a partir de lo reseñado
previamente, se destacarán los hechos preponderantes ocurridos entre los
años 30 y 50, cuando se propuso la reforma al Código Penal con el fin de
apartar el concepto de peligrosidad y remplazarlo por el de culpabilidad.
Así, en primer lugar se debe destacar un hecho que ha
caracterizado la historia colombiana, ello es la denominada Masacre
de las Bananeras, ocurrida el 6 de diciembre de 1928, en la estación
del ferrocarril de Ciénega (Magdalena), cuando los trabajadores y
productores criollos de la United Fruit Company, habían sido citados
por el gobernador para presuntamente rendir informe sobre las
negociaciones entre los huelguistas y la Compañía.
Al lugar arribó el Coronel Carlos Cortes Vargas con su tropa
y al culminar la lectura del Decreto I abrió fuego en contra de la
multitud, causando miles de muertes y heridos, al respecto, el Decreto
señalaba lo siguiente:

“el Jefe Civil y Militar de la Provincia de Santa Marta,


en uso de sus facultades legales y

CONSIDERANDO
Que la huelga de trabajadores de esta Provincia ha
degenerado en asonadas, motines y tumultos y que están
52 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

impidiendo el tráfico de los trenes y demás elementos


de transporte; ejerciendo actos de autoridad, tales como
detener, amarrar y llevar a prisión ciudadanos pacíficos
por el mero hecho de no considerarlos afectos.
Que han desconocido la autoridad legalmente constituida
y apresado a individuos del Ejército y que es menester
tomar medidas rápidas y enérgicas como son las que
autoriza el imperio de la ley marcial;

Decreta:
Art. 1º. De conformidad con el Decreto Legislativo Número
1 de 5 de diciembre de 1928, ordeno perentoriamente la
inmediata disolución de toda reunión mayor de tres individuos;
Art.2º. Ordenase a la fuerza pública que, con las
prevenciones legales, de estricto cumplimiento a este
Decreto, disparando sobre la multitud si fuere el caso;
Art.3º. Ninguna persona podrá transitar después del
toque de retreta; (…)”

Por estos hechos, los representantes a la Cámara Gabriel Turbay y


Jorge Eliecer Gaitán propusieron revisar los procesos de los Tribunales
de Guerra por los hechos de las bananeras, manifestando su interés por
investigar y juzgar a los militares que habían participado de aquellos
hechos, así mismo se puso de manifiesto la relación entre la fuerza pública
y la Compañía, de acuerdo al relato sobre una niña herida por los militares,
llevada al hospital de la United Fruit Company en Santa Marta y a quien
el pago del pasaje lo sufragó la multinacional (Gaitán, 1928, p. 31).
El Representante Gaitán a lo largo de sus disertaciones, determina
el modo en el cual la masacre fue premeditada por el Coronel Cortés
Vargas, solicitando telegramas en los que se hiciera mención a una grave
situación de orden público generada por los huelguistas, no obstante, el
6 de diciembre de 1928 cuando aquéllos se encontraban reunidos con la
esperanza de un acuerdo con la compañía, el Coronel esperando a que se
encontraran dormidos: “llega en aquella noche con el ejército; ante una
multitud dormida lee el célebre decreto. Los pocos que están despiertos,
lanzan su grito de Viva Colombia, y este hombre inmisericorde y cruel,
para aquel grito tiene una contestación: Fuego!” (Gaitán, 1928, p. 119).
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 53

No obstante, el General Carlos Cortes Vargas, señalaría que


efectivamente se habría abierto fuego en contra de la multitud,
pero esta de modo inmediato se había tendido, dando orden de Alto
al fuego, impidiéndose que existieran centenares de muertos, y
solamente al día, por el Jefe Civil y Militar del Distrito en asocio del
señor Personero del Municipio (Cortes Vargas, 1929).
Sin embargo, más delante de acuerdo a los testimonios de quienes
presenciaron los hechos se relataría que fueron miles de muertos, dejando
sólo a 9 cadáveres en la estación del ferrocarril como muestra de los nueve
puntos del pliego de peticiones y el resto de cadáveres sería puestos en fosas
comunes o arrojados al mar (Arango, 1981) , como también la misiva del
16 de enero de 1929 enviada por parte del Embajador de Estados Unidos
en Colombia Jefferson Caffery al Secretario de Estado en Washington en
la que indicaba: “tengo el honor de reportarle que según un asesor legal
(abogado) de la United Fruit Company que se encontraba en Bogotá en el
día de ayer, el total del número de trabajadores muertos por el Ejército de
Colombia durante el reciente disturbio alcanza entre cinco y seis cientos.
mientras el número de soldados muertos fue de uno”(Caffery, 1929).
Lo referido por los testigos y habitantes de Ciénega, así como lo
presentado ante la Cámara de Representantes, no fue aceptado y por
el contrario, se le tildó de un mal sueño (Payares González, 2013,
p. 32), en ese sentido la respuesta estatal fue la felicitación al General
Cortés Vargas por la disolución de la protesta y haber restablecido
el orden y la tranquilidad en la zona bananera.
Muestra del respaldo gubernamental, se evidencia con el
nombramiento del General Cortés Vargas, como Director General de
la Policía Nacional el 13 de abril de 1929 (Credencial Historia, 2006),
que en las manifestaciones realizadas por la ciudadanía en contra de
la corrupción en las administraciones, actuó de modo represivo para
disolver las protestas, resultando varios heridos, algunos por disparos con
arma de fuego. En estos acontecimientos murió el estudiante Gonzalo
Bravo Pérez, quien en la noche del 7 de junio recibió un tiro mortal
por la espalda, justo en el momento en que caminaba rumbo a su lugar
de residencia, cerca del palacio presidencial (Jaramillo, 2012, p. 161).
Esta muerte, sí significaría la destitución del General Cortés Vargas
y la dimisión de dos ministros, por el modo en el que se disolvieron las
manifestaciones en Bogotá, hecho que demuestra cómo la muerte de
un estudiante perteneciente a la élite política, considerando que Bravo
54 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Pérez no sólo pertenecía a una reconocida familia bogotana sino que su


tutor era el entonces Presidente Abadía, mereció el interés de la sociedad
y un castigo político a los participantes en los hechos; a lo anterior, debe
resaltarse el hecho de que las acciones hubiesen ocurrido en la capital y
no en la periferia donde los eventos pasaban inadvertidos.
La violencia bipartidista caracteriza el periodo analizado,
resaltándose entre los hechos, guerra que se presenta en Capitanejo
(Santander), durante las elecciones de 1930 donde resultó asesinado el
presbítero; en el transcurso de las elecciones en Piedecuesta por una
disputa en el Jurado No. 5 se abre fuego, disparándose entre liberales
y conservadores dejando entre los muertos niños y mujeres entre los
muertos (Schrader, 1998, p. 412).
En 1939 se produciría la denominada masacre de Gachetá, el 8 de enero
de ese año cuando los dirigentes conservadores se encontraban reunidos
en una manifestación política, los liberales en compañía de la policía
municipal disolvieron violentamente la protesta, dejando como resultado
a nueve muertos y diecisiete heridos , pese a que el presidente de la época,
Eduardo Santos prometió investigar los hechos, los responsables de los
actos nunca fueron enjuiciados (Henderson, 2006, p. 411).
Estos hechos generaron aún más violencia, en tanto los líderes del
partido conservador promovieron su defensa a cualquier precio, lo
que provocó que cientos de liberales y de gaitanistas –o campesinos
sospechosos de serlo– fueron asesinados por partidarios del Partido
Conservador con anuencia de sus dirigentes (Molano Bravo, 2015).
Estos hechos serían investigados, por el Juez Enrique Vargas
Orjuela, jurista encargado también de investigar sobre el asesinato
el 15 de julio de 1943 de Francisco Anastasio Pérez, periodista y
boxeador conocido como Mamatoco, caracterizado por ser opositor
del presidente Lopez Pumarejo, denunciando las irregularidades en
el periódico La Voz del Pueblo.
Mamatoco, habría sido asesinado por miembros de la policía y algunos
señalarían que el autor intelectual era el presidente López (Rodriguez
Franco, 2012, p. 68), el diario El Siglo, incitaría a la investigación, en la
que el Juez Vargas Orjuela determinaría que los autores materiales
habían sido el Teniente Santiago Silva Silva, y agentes Oliverio Ayala
Azuero y Rubén Bohórquez Bohórquez (Vargas Morales, 2001),
quienes escaparon de la prisión durante el desarrollo del bogotazo.
El Positivismo Frente a Violaciones de Derechos Humanos 55

Finalmente, mediante Resolución 722 de 1943, el ministro de


Gobierno Darío Echandía, removería del cargo al investigador
Vargas, cuando se señalaría que quienes habían promovido el crimen
eran altos dirigentes del partido liberal.
La muerte del candidato presidencial Jorge Eliecer Gaitán el 9
de abril de 1948, generaría que entre este año y 1953, se produjeran
más de 300.000 muertes violentas, con ocasión de la intolerancia
partidista, promovida no sólo por miembros del Estado, sino por la
iglesia católica; entre los hechos más significativos se encuentran la
matanza en la Casa Liberal de Cali en 1949, la matanza de Ceilán
el 27 de octubre de 1949 y la matanza de Líbano, Tolima en 1952.
El primer hecho señalado, corresponde al ataque hecho el 22 de octubre
de 2009, contra la casa liberal, lugar que había sido creado en 1932 por
la dirección liberal para la realización de reuniones políticas, no obstante
con ocasión de la muerte de Gaitán y la violencia, se había convertido
en el sitio de refugio para los desplazados; en horas de la noche militares
y policías dispararon dejando 12 muertos y 70 heridos. Rojas Pinilla
era el comandante de la Tercera Brigada en Cali y esa noche festejaba su
acenso como general (Romero Ospina, 2013), a los 5 días de ocurrida esta
acción, se arrasó con el caserío de Ceilán, atacando con armas de fuego y
dinamita en el poblado de San Rafael, donde la policía fusiló a campesinos
liberales y arrojó sus cadáveres al río. Las matanzas dejaron un saldo de
150 muertos en Ceylán y 27 en San Rafael (Medina, 1990, p. 50).
Finalmente la matanza del Líbano, Tolima, corresponde a la orden
emitida por el gobierno al Batallón Tolima, de destruir la zona, con lo
que se producen más de 160.000 muertos, entre los que se encuentran
mujeres y niños (Becerra, 2014), sucesos enmarcados dentro de la
violencia bipartidista.
De lo anterior, se tiene que durante el tiempo en el cual se impulsó
la teoría positivista en Colombia, ocurrieron hechos diferentes a los
homicidios que ocurrían al interior de la capital, aunque éstos sí fueran
de interés dentro de la comunidad: los acontecimientos a los que se
ha referido significaron un mayor número de víctimas y contaron en
la mayoría de los casos con la participación del Estado, por lo que
no solamente en el continente europeo, la criminología permaneció
silenciosa frente a los hechos de genocidio y colonización europea como
los campos de concentración británica en la guerra de los Boers, sino
56 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

que el interés de la criminología en el país desvió su atención a pequeños


hechos delictivos invisibilizando no sólo las acciones sino a sus víctimas.
Los delitos cometidos en el contexto de la violencia colombiana,
al igual que los procesos de colonización europea quizás puedan
catalogarse como eventos más reprochables que los homicidios ocurridos
en el centro de las capitales, develando que la criminología no sólo no se
pronunció como se mencionó previamente, sino que de alguna manera
contribuyó a su ejecución, se estaba frente a lo que la criminología
contemporánea ha denominado apartheid criminológico; el discurso
intelectual además era funcional a las clases dominantes para legitimarse
en el poder y ocultar su propio accionar delictivo.
Finalmente, el establecimiento del pensamiento positivista en la
legislación penal para la persecución del delito, como se demostró
converge en la segregación y el racismo, por lo que resulta preocupante
que hoy el reduccionismo biológico no haya sido del todo proscrito
e intente posicionarse nuevamente desde una criminología clínica
explicando el delito por causas genéticas: el descubrimiento de una
anomalía cromosómica XXY o YYX (Picca, 1993, p. 180), o desde
la sociobiología, en la que además de considerar las características
genéticas que llevan a un sujeto a cometer un delito se incluye su
pertenencia a cierto grupo social. El regreso triunfal del peligrosismo
positivista tendría influencias irreversibles sobre los derechos humanos
si se acepta de forma acrítica en palabras de Lola Aniyar (2010).
Consentir su regreso, mantendría en la consciencia colectiva la
permanencia de una única preocupación por los delitos locales o por los
pequeños hechos que ocurren en las urbes, los homicidios, los hurtos
y la lesiones, sin que exista una vía siquiera académica de orientar la
criminología hacia las acciones que resultan más lesivas y sin contar,
por ejemplo, con las condiciones sociales y económicas impuestas por la
violencia estructural. Por lo que más allá de aprobar o reprobar las teorías
positivistas como explicación del delito, es la historia nacional, la que
devela cómo bajo su influencia teórica se obviaron acciones graves y que
produjeron víctimas que a la fecha siguen siendo invisibles para un país.
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ENTRE GARANTISMO Y ABOLICIONISMO
PENAL. LAS RAZONES DEL DESACUERDO

Andrés Morales Velásquez


Doctor en Filosofía
Universitá degli Studi di Genova1⃰

1. INTRODUCCIÓN

No obstante las diversas ascendencias filosóficas y las disímiles


fundamentaciones teóricas que pueden hallarse en los planteamientos
abolicionistas (Postay, 2012), podría afirmarse que el elemento invariable
que los identifica es la impugnación de cualquier legitimidad del derecho
penal y, en general, de la pena, y la pretensión de suprimir integralmente
el sistema y toda forma de control represivo estatal (Pérez Pinzón Á.
O., 1989, pp. 4, 5, 9; Martínez Sánchez M. , 1990, p. 5; Crespo, 2003,
pp. 111, 112; Zaffaroni E. R., 1990, p. 83; Pérez Pinzón Á. O., 2008, p.
31). Contra este punto de vista, en un coloquio de sociología del control
penal organizado por Roberto Bergalli en 1985, en la Universidad de
Barcelona, Luigi Ferrajoli presentó una dura ponencia crítica en la
que, además, formuló por primera vez su modelo de justificación de la
pena. Su intervención fue publicada al año siguiente con el nombre El
derecho penal mínimo, en el primer número la revista Poder y Control,
a su vez fue ampliada y notablemente desarrollada tres años más tarde
en dos capítulos de su conocido libro Diritto e Ragione. Teoria del
garantismo penale y, por último, ratificada de manera más articulada en
el segundo volumen (Teoria della democrazia) de su Teoria del diritto
e della democrazia, divulgada en el 2007.
Desde el campo de la filosofía de la pena y sus investigaciones sobre
el problema de la justificación del castigo, Ferrajoli objetó y continúa

⃰ Con Rouse discutí el alcance de una de las tesis de Ferrajoli, que me ayudaron a
caer en la cuenta de elementos de la discusión del autor con el abolicionismo que
no había visto antes con suficiente claridad. Agradezco su paciencia para conversar
sobre temas filosóficos.
62 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

objetando al abolicionismo penal tanto su punto de partida crítico como


la doctrina que propone. De manera muy sintética ha sostenido que los
abolicionistas se equivocan al descalificar y descartar cualquier fin que
quiera atribuírsele a la pena con el argumento de que el mismo no es
alcanzado en la práctica, pues afirma que una constatación empírica no es
en ningún caso una razón para contestar y desvirtuar fines normativamente
concebidos. Por otro lado, ha subrayado que los proyectos abolicionistas
son inadmisibles desde el punto de vista axiológico en cuanto, según lo que
se plantee, o comportan una confusión antiliberal entre derecho y moral,
en el marco de una sociedad disciplinaria pacificada y totalizante, o dan
lugar a esquemas sociales autoritarios a causa a la anarquía punitiva que
regiría en ausencia de derecho penal. Además, el proyecto abolicionista, al
ser no una previsión científica sino un modelo irrealizable, regresivamente
arcaico, devendría en una doctrina intrínsecamente ideológica, útil para
acreditar sistemas sociales represivos (Ferrajoli, 1995, pp. 25-48.)
Por lo anterior, para Ferrajoli, el abolicionismo infringe, ignora, lo
que denomina las condiciones «éticas y metaéticas» de un acercamiento
rigurosamente científico al problema del castigo. Correlativamente, el
autor desarrolla un modelo normativo justificacionista de la pena que, a su
juicio, observa tales condiciones y no está comprometido con los problemas
axiológicos y epistemológicos en metaética del abolicionismo. Ferrajoli
traza un modelo de justificación utilitarista tras los pasos de la tradición
ilustrada, pero al cual agrega un elemento no presente en el planteamiento
originario de los filósofos liberales. Sostiene que el fin de la pena es la
evitación de los delitos o prevención general, pero además, dado que este
único fin permitiría sanciones excesivas y la utilización de la persona para
fines ajenos, propone que el fin de la pena sea, también y sobre todo, evitar
la mayor reacción, venganzas o retaliaciones excesivas y arbitrarias contra
el victimario que, a falta de penas, podrían provenir de los ofendidos con
el delito o de fuerzas sociales o institucionales solidarias con él.
La pena, en consecuencia, protegería al débil contra el más fuerte: a
quien puede ser víctima de delitos, por un lado, y al delincuente, que puede
ser objetos de venganzas desmedidas, por el otro; contra el fuerte, que en
la primera situación es el delincuente y en la segunda son los potenciales
sujetos que tomarían justicia por su propia mano (Ferrajoli, 1995, págs.
35-39). De esta manera, el autor desarrolla un utilitarismo penal reformado
y, puesto que el fin de evitar venganzas desproporcionadas funcionaría
como un límite frente a castigos excesivos que estarían en principio
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 63

justificados por el otro fin de prevención, el esquema fundamenta un


esquema de derecho penal mínimo, garantista o estrictamente necesario,
que solo legitima sanciones que no vayan más allá de la prevención de las
reacciones informales u oficiales, en todo caso arbitrarias, que en ausencia
de penas se sucederían (Ferrajoli, 2008, p. 252).
En forma resumida, las que hemos indicado son las objeciones que
el autor dirige contra el punto de vista abolicionista y la descrita es la
propuesta que, en su opinión, responde mejor a las exigencias de un
modelo de justificación lógica, conceptual y éticamente consistente.
El ataque, así como el modelo prescriptivo, planteados desde 1985 y
reiterados en publicaciones posteriores, no han quedado obviamente sin
contradictores. Los abolicionistas y otros autores cercanos al abolicionismo
han reaccionado y, también, el utilitarismo penal reformado ha sido objeto
de críticas. Mi propósito en este artículo es reconstruir las líneas del debate,
analizar la solidez de los principales argumentos que se han formulado
desde ambos extremos y, en particular, examinar en qué medida el desafío
de Ferrajoli hacia el abolicionismo ha sido eficazmente contestado.
Quisiera indicar desde ya que, en mi opinión y según lo mostrará
el recorrido que emprenderé, no se ha dado aún hoy una respuesta con
capacidad para neutralizar la objeción de Ferrajoli, circunstancia que
en alguna medida parece estar dada por una incomprensión del plano en
que se proyectan sus distinciones y su desafío, lo que puede detectarse no
solo en las réplicas frente a las observaciones del autor sino también en las
críticas dirigida a su propuesta. El camino que recorreré será el siguiente.
En primer lugar, caracterizaré analíticamente los dos tipos de objeciones
de Ferrajoli contra el abolicionismo y los elementos básicos de su
«utilitarismo penal reformado» (I); en segundo lugar, antes de pasar a las
réplicas directas a sus críticas, analizaré una aguda y detallada objeción
contra su propuesta (II); en tercer lugar, ahondaré en el análisis de los
argumentos principales mediante los cuales se ha buscado desde el lado
abolicionista contrarrestar las críticas del autor (III) y, por último, señalaré
una observación final a modo de balance del recorrido propuesto (IV).

2. LOS PROBLEMAS DEL ABOLICIONISMO


PENAL, SEGÚN FERRAJOLI

Ante todo, Ferrajoli distingue tres posturas que, podría decirse,


se mezclan frecuentemente en el debate de la criminología crítica
64 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

como puntos de vista abolicionistas, y aclara cuál puede ser realmente


y qué entenderá, en rigor, como abolicionismo penal. Un primer grupo
de doctrinas criminológicas, a veces libertarias y humanitarias en su
intención, pero convergentes en la práctica con el correccionalismo
de índole positivista, propondría, bajo el programa de «abolición de
la pena», «tratamientos» pedagógicos o terapéuticos de tipo informal
pero, en todo caso, institucional y coercitivo y no meramente social.
Estas serían, en opinión del autor, doctrinas no abolicionistas sino
sustitucionistas. Un segundo conjunto de doctrinas concebiría la idea de
reducir la esfera de intervención penal o el cambio de la pena de reclusión
carcelaria por sanciones menos aflictivas, posición que tampoco sería
estrictamente abolicionista sino reformadora. El abolicionismo penal,
en cambio, según Ferrajoli es predicable de todas aquellas doctrinas
axiológicas que impugnan como ilegítimo el derecho penal, bien porque
no admiten moralmente ningún posible fin como justificador de los
sufrimientos que ocasiona, bien porque consideran ventajosa la abolición
de la forma jurídico-penal de la sanción punitiva y su sustitución
por medio pedagógicos o instrumentos de control de tipo informal e
inmediatamente social (Ferrajoli, 2005, p. 248).
Así definido, Ferrajoli censura el abolicionismo desde dos
niveles: el ético y el metaético. Cree que el abolicionismo es vulnerable
o es una perspectiva implausible a causa de problemas que se mueven
en esos dos planos. Se discute en el nivel ético y los problemas son
de esta índole cuando las tesis enfrentadas tienen que ver con valores
morales o políticos, para sustentar una posición se dan razones que
pueden calificarse como buenas, aceptables, rechazables o estimables
y los enunciados mediante los cuales se defienden no expresan
significados cognoscitivos, no tienen valores de verdad. En otras
palabras, la discusión ética es un debate entre posiciones normativas
o prescriptivas a partir de la acreditación de consideraciones que se
estiman apreciables y cuya solución depende de la argumentación y
la persuasión (Guastini, 2011, p. 6; Barberis, 2011, pp. 59, 60).
A su vez, los problemas y la discusión se proponen en el nivel metaético
cuando se enfrentan, ya no directivas o valoraciones, sostenidas en
argumentaciones más o menos plausibles, sino tesis, en vía de principio,
cognoscitivas, que tienen por objeto la estructura y el carácter de los
juicios de valor. La metaética es, por lo tanto, un metalenguaje respecto
del lenguaje prescriptivo de la ética, pues mientras que los discursos éticos
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 65

tienen por objeto y debaten entre sí problemas axiológicos, la metaética no


se ocupa de valores sino que adopta como objeto de estudio un lenguaje
en sí, un tipo de discurso en cuanto tal y, en concreto, los discursos
éticos, su forma y estatuto lógicos. Las tesis metaéticas, en consecuencia,
son normalmente descriptivas y las correspondientes discusiones se
resuelven, por ende, en vía de principios no mediante la persuasión sino las
demostraciones (Comanducci, 1992, pp. 34-35; Guastini, 2011, pp. 5-6).
El desafío se plantea, entonces, en ambos niveles. Comencemos
por el primero.

2.1. El problema ético

La objeción de Ferrajoli al abolicionismo penal, en el nivel ético,


puede ser presentada en los siguientes términos. Frente a la pregunta
de si existen razones que hacen justo, justificado o aceptable moral
y/o políticamente que a la violencia ilegal representada por el delito
se añada esa segunda violencia legal en que consiste la pena, el autor
pone de presente que las respuestas abolicionistas son decisivamente
negativas, en cuanto no reconocen ninguna justificación al derecho
penal y propugnan su eliminación, ya sea porque impugnan de raíz
su fundamento ético-político o porque consideran que las ventajas
proporcionadas por él son inferiores a la constricción que produce,
al limitar la libertad de acciones de los cumplidores.
En el análisis de Ferrajoli, pese a que existen diversas doctrinas
abolicionistas, hay dos tipos que serían los más representativos: aquel
expresado por el individualismo anarquista de autores como Max
Stirner y un tipo de doctrinas menos radical y más difundido, de tipo
moralista y solidarista. El individualismo de Stirner se distingue por
cuestionar no solo las penas sino cualquier clase de coerción penal o
social. Censura cualquier regla, no solo jurídica, sino también moral y
cree en el valor de la transgresión y la rebelión, a las que considera como
auténticas manifestaciones del «egoísmo» amoral, que no es justo prevenir,
castigar ni juzgar. Por el contrario, el otro tipo de abolicionismo, mucho
más recurrente, propugna por la desaparición de la pena y del derecho
penal, pero no de cualquier forma de control social. No considera que la
transgresión sea valiosa sino que la ve como un síntoma de patologías
sociales, por lo que la pena sería inútilmente constrictiva y funcional a
los intereses dominantes, de modo que en lugar de esta, tales doctrinas
66 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

conciben técnicas de control no jurídicas sino claramente morales y


sociales como el «ojo público», la «fuerza invisible de la educación moral»,
el solidarismo terapéutico, la difusión social de la vigilancia y del control
o la presión de la opinión pública (Ferrajoli, 2005, pp. 249-251).
Ferrajoli ilustra cómo esta última forma de abolicionismo cree en
modos de control social informal como la desaprobación y vigilancia
común de «vecinos», «paisanos», «compañeros de trabajo», una vez ha
sido asumido que la seguridad pública, la defensa de la integridad y la
libertad de cada uno debe confiarse a todos. Así mismo, en las hipótesis
del cese posrevolucionario de autores posmarxistas, la disminución de
conductas desviadas vendría dada gracias a un estado ético que pondría fin
a las divisiones internas de los dominados, generaría un organismo social
unitario, técnico-moral, nuevos y más altos tipo de civilización, adecuaría
la civilización y la moralidad de las más vastas masas populares a las
necesidades del desarrollo continuo del aparato económico de producción
y elaboraría, físicamente, nuevos tipos de humanidad (Ferrajoli, 2005,
pp. 282-283, citas 8-12.). El pensamiento abolicionista contemporáneo,
según el autor, se ubicaría en una tendencia similar a la anarquista y
holista, mediante la reivindicación de un moralismo utópico y la propuesta
regresiva de comunidades tradicionales sin derecho. Teóricos como
Hulsman, Bianchi y Christie propugnarían por modelos de espacios
sociales basados en la solidaridad y la fraternidad, indeterminados
objetivos de reapropiación de los conflictos entre víctimas y victimarios y
métodos primitivos de composición patrimonial de las ofensas, cercanos a
las antiguas formas del precio de la sangre (Ferrajoli, 2005, pp. 250-251).
Se tendrían, en suma, dos paradigmas de sociedad según el
abolicionismo penal: uno radical, anarquista, que simplemente rechazaría
toda forma de control social, y otro más afín a propuestas recientes y más
comúnmente defendido, que apuntaría a una sociedad cohesionada, que
administra sus conflictos sociales a través de homogeneización moral y
la unificación de valores que se suponen comunitariamente compartidos.
Ferrajoli sostiene que ambos paradigmas presentan problemas. Según
el autor, en el primer caso se estaría pensando a una sociedad salvaje
carente de cualquier orden y abandonada a la ley natural del más fuerte,
que terminaría por imponerse al débil. En el segundo caso, por su parte,
se estaría proponiendo un modelo decididamente iusnaturalista, que
le encarga a sistemas morales la regulación de la futura sociedad. Se
defiende la idea de una sociedad disciplinaria, pacificada y totalizante, en
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 67

la cual los conflictos son controlados, resueltos e, incluso más, prevenidos,


mediante mecanismos ético-pedagógicos de la interiorización del orden,
de tratamientos médicos o de panoptismo social o incluso policial. Tanto
el modelo anarquista como el moralista se identificarían en su propuesta,
igualmente utópica y regresiva, de proyección hacia el futuro de las dos
correspondientes y opuestas mitologías del «estado de naturaleza»: la de
la sociedad sin reglas, presa del bellum omnium contra omnes y aquella de
la idílica sociedad primitiva no contaminada por conflictos intersubjetivos.
El principio amoral del egoísmo del primer proyecto y el principio moral
de la autorregulación social del segundo proyecto resultarían idóneos, así
mismo, para fundamentar sistemas ilimitadamente autoritarios en tanto
que entregados al juego libre y desenfrenado de los poderes, individuales,
sociales o políticos (Ferrajoli, 2005, pp. 251-252; Ferrajoli, 2006, p. 60).
Ferrajoli afirma que en el modelo anarquista, el control podría ser
ejercido a través de sistemas de control social-salvaje o estatal salvaje,
de modo que se daría vía libre a la venganza individual o colectiva
y, en definitiva, a la ley del más fuerte, o a la reacción institucional
desregulada y arbitraría, despótica y autoritaria, punitiva, pero no
penal. A su vez, en el modelo de sociedad pacificada, la reacción frente
al conflicto tomaría la forma, o bien social-disciplinaria, propia de
comunidades moralizadas e ideologizadas, sujetas a la acción de rígidos
conformismos que operan a la manera de autocensura, así como a las
presiones de ojos colectivos, policías morales, panoptismos sociales
difusos, linchamientos de opinión, ostracismos y demonizaciones
públicas; o bien, asumiría el tipo de reacción estatal-disciplinario, en
el cual el Estado se despliega preventivamente contra los ciudadanos
mediante mecanismos de control audiovisual, sistemas informáticos
de fichado generalizado y de vigilancia total, como las utilizadas en
espionaje por las policías secretas (Ferrajoli, 2005, pp. 338-339).
El abolicionismo penal enfrentaría, de esta manera, claros problemas
éticos o, en otras palabras, se resolvería en proyectos normativos
axiológicamente muy discutibles, pues suscribiría la idea de reemplazar
la defensa social y el derecho penal por antiliberales sistemas de control
social, mediante procesos de homogeneización moral, totalizantes, de
los miembros del grupo, o por una vigilancia oficial omnipresente y
preventiva a sospechosos y no sospechosos, fuertemente invasiva y,
en fin, tendería a dejar librado a las fuerzas sociales o institucionales,
desreguladas, arbitrarias y salvajes y, en pocas palabras, a la ley del
68 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

más fuerte, el control de los conflictos sociales. La anarquía penal por


la que abogaría el abolicionismo, la ausencia de la pena como técnica
institucional, encontraría en definitiva serios problemas al colapsar
en una vulneración de libertades y derechos fundamentales peor que
la que buscan eliminar con la supresión de la pena. Veamos ahora las
dificultades metaéticas del abolicionismo.

2.2. El problema metaético

En la discusión sobre la justificación del castigo, Ferrajoli pone de


presente que la pregunta «¿por qué castigar?», posee una ambigüedad,
pues con ella se puede hacer referencia a «por qué existe la pena», o al
problema de «por qué debe existir la pena». Como es claro, la primera
pregunta admite respuestas muy diferentes que la segunda. Mientras
que la una solo puede ser contestada a partir de verificación empírica
y, en consecuencia, las respectivas hipótesis pueden ser verdaderas o
falsas, la otra representa el planteamiento de un problema ético-político,
que solo puede ser contestado con proposiciones normativas, en cuanto
tales ni verdaderas ni falsas, sino solo aceptables o inaceptables como
justas o injustas (Ferrajoli, 1995, p. 26). El autor subraya una segunda
distinción relevante. La pregunta acerca de por qué existe la pena o
por qué se sanciona, a su vez, puede hacer referencia a dos tipos de
indagaciones muy diferentes: a la cuestión histórica o sociológica
acerca de por qué de hecho existe el castigo o a la cuestión jurídica de
por qué existe el deber jurídico de la pena, de acuerdo con las normas
de derecho positivo (Ferrajoli, 1995, p. 26).
Sobre la base de las anteriores clarificaciones, Ferrajoli propone
utilizar los dos siguientes órdenes de conceptos. Primer orden: cuando se
habla de la pregunta histórica o sociológica de por qué se castiga, podría
decirse que se investiga por la función de la pena; para referirse a la cuestión
jurídica de por qué se debe castigar con arreglo al derecho positivo, ello
tendría por objeto lo que podría denominarse la motivación de la pena,
y el problema de por qué se debe castigar y sus respectivas hipótesis
discutiría acerca de lo que es posible llamar el fin de la pena. Segundo
orden de conceptos: conforme la anterior terminología, las respuestas
asertivas, empíricas, que dan cuenta de la función o la motivación jurídica
de la pena, serían teorías o explicaciones, dado su carácter descriptivo.
Por el contrario, las respuestas respecto del fin ético-político de la pena,
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 69

serían doctrinas axiológicas o de justificación, presupuesta su naturaleza


normativa o prescriptiva (Ferrajoli, 1995, pp. 26,27).
Según el autor, un problema importante que se presenta en la
discusión sobre la pena tiene que ver con la falta de claridad respecto
de los planos y niveles de abstracción en que se debate y con el hecho
de que, no especialmente la anterior terminología, pero sí los conceptos
a que ella se refiere son sustancialmente mezclados y confundidos. Así,
indica que frente a la mencionada pregunta de por qué castigar, algunos
presentan doctrinas de la justificación pero las hacen pasar por teorías
de la pena o justificaciones efectivas de la pena. Sería este el caso de
muchas formulaciones que hablan de que el castigo previene los delitos,
reeduca los prisioneros, disuade a la generalidad de los asociados, etc.,
como si esto ocurriera de hecho, en la práctica, en lugar de sostener,
no que la pena surte tales efectos, sino que debería producirlos. Y en
un error análogo incurrirían aquellas explicaciones que muestran lo
que sucede en la realidad con el castigo, es decir, aquellas teorías que
describen empíricamente el papel que cumple y, queriendo pasar por
doctrinas, lo postulan como el fin que debería perseguir y no como
la función que desempeña de hecho. En este sentido afirman que la
pena debe satisfacer el deseo de venganza, segregar, neutralizar, etc.,
sobre la base de que efectivamente lo hace (Ferrajoli, 1995, p. 27).
Los dos tipos de confusiones representan, según el autor, falacias, en
cuanto mezclan proposiciones descriptivas y proposiciones prescriptivas,
con lo cual desconocen el principio metalógico de la Ley de Hume
que indica que no se pueden derivar conclusiones éticas o políticas
de premisas descriptivas o fácticas y viceversa. En específico, de
acuerdo con Ferrajoli, quienes prescriben que la pena debe cumplir
determinados fines, basados en el hecho de que efectivamente los
cumple, incurren en una falacia naturalista o realista y, correlativamente,
quienes expresan que la pena cumple un determinado papel, cuando solo
han presupuesto un modelo normativo de justificación, incurren en la
denominada falacia normativista (Ferrajoli, 1995, p. 28). Las teorías
que se hacen pasar por doctrinas y, al mismo tiempo, las doctrinas que
se hace pasar por teorías, serían, debido al mencionado problema lógico,
ideologías (Ferrajoli, 1995, p. 27).
Con el propósito de excluir los anteriores problemas y de hacer justicia
a las distinciones elaboradas, previa la formulación de su utilitarismo
penal reformado que será ilustrado en el siguiente aparte, el autor
70 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

presenta lo que denomina las condiciones o exigencias metaéticas de un


modelo de justificación de la pena. Dos son los órdenes de exigencias
que cree que un modelo justificatorio debe cumplir. Para excluir
autojustificaciones ideológicas, es decir, para evitar que se prescriban
como fines a perseguir los propósitos que de hecho la sanción realiza, el
primer orden de exigencias consiste en que el fin sea reconocido como
un bien extrajurídico, externo al derecho, y que el medio para alcanzar
ese fin sea reconocido como un mal, como un coste humano y social que
precisamente por ello requiere justificación (Ferrajoli, 2005, p. 326).
Así mismo, para que un fin axiológicamente propuesto no sea
utilizado ideológicamente en el sentido de sugerir que una determinada
justificación se da efectivamente en la práctica, el segundo orden de
exigencias implica, de un lado, en que los medios deben ser adecuados
a los fines, de modo que los primeros sean empíricamente realizables
con las penas y no realizables sin ellas y, del otro, para que el respectivo
modelo de justificación evite la objeción kantiana de utilización de la
persona para fijes ajenos, los medios y fines deben ser homogéneos entre
sí, de manera que el mal representado por las penas sea confrontable
con el bien perseguido como fin y sea justificable no solo su necesidad
sino también su naturaleza y medida como mal o coste menor respecto
a la falta de satisfacción del fin (Ferrajoli, 2005, p. 327).
Un modelo de justificación de la pena que guarde tales exigencias
permitirá, según el autor, establecer si una determinada pena está
justificada en la realidad, pero también si no lo está y, por lo tanto,
podrá funcionar como una doctrina de legitimación pero, así mismo
y especialmente, de deslegitimación ético-política de las penas. Para
Ferrajoli, una doctrina de la pena no permite justificar todo ni excluye
la posibilidad de justificar por lo menos algunas penas. Si permitiera
lo primero se convertiría en una ideología al caer en una falacia
normativista, si excluyera lo segundo se convertiría también en una
ideología, proveniente en este caso de una falacia naturalista. Un modelo
de justificación de tal manera formulado suministraría, en otras palabras,
no la justificación sino las condiciones de justificación de la pena y
habrá justificaciones, no de «la pena», sino de penas y sistemas jurídicos
concretos, y no generales sino relativas, condicionadas, a posteriori,
parciales, contingentes, sobre la base de comprobación empírica de la
realización de los fines normativamente prescritos y de la ponderación
de estos con los medios penales justificados (Ferrajoli, 1995, p. 31).
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 71

A la luz de las indicaciones precedentes, Ferrajoli sostiene


que para que una doctrina abolicionista sea consistente y no se
convierta ella misma en ideología, debe demostrar que los requisitos
metaéticos de cualquier modelo de justificación de la pena no solo no
quedan satisfechos en la práctica, sino que son además imposibles de
satisfacer, es decir, que la respectiva doctrina no contemple ningún
fin extrapenal o ninguno sea empíricamente realizable, o que ningún
medio penal es moralmente aceptable o empíricamente congruente
y proporcionado al fin. Pero aquí está, según el autor, el primer
problema de las doctrinas abolicionistas, pues estas no proceden de
dicha forma y confunden los dos niveles de abstracción a los que se
viene haciendo referencia (Ferrajoli, 2005, p. 328).
El abolicionismo denuncia que la pena no satisface de hecho los
fines que se le señalan: por ejemplo, no proviene delitos, no reeduca a
los condenados e, incluso tiene una función criminógena opuesta a los
fines que se indican como su justificación y, a partir de esto, impugna y
cree controvertir la tesis de que la pena previene y resocializa. Pero aquí
el abolicionismo, explica el autor, se resuelve en una teoría ideológica,
pues a partir de una constatación empírica (de que el castigo no cumple
los fines normativamente prescritos) cree poder criticar lo que es, no una
explicación de la realidad, sino un modelo axiológico de justificación. El
abolicionismo, en otros términos, incurre en una falacia naturalista pues
intenta derivar argumentos contra los fines del castigo, planteamientos
contra una propuesta de justificación ética, a partir de aserciones o
proposiciones descriptivas (Ferrajoli, 2005, p. 326).
De acuerdo con Ferrajoli, no obstante la argumentación de un
determinado fin como justificador del derecho penal funda una doctrina
prescriptiva, esto no implica que el fin argumentado sea efectivamente
satisfecho y que el derecho penal esté justificado, y, de igual forma, la
afirmación de que un fin no es en la práctica satisfecho, si bien es una crítica
al derecho penal, a las prácticas judiciales o punitivas, no lo es a la doctrina
de justificación normativamente formulada. Las teorías descriptivas, en
virtud de su carácter empírico, dice Ferrajoli, son explicaciones de las
funciones de la pena, proporcionadas por la historiografía y la sociología
de las instituciones penales, y solo pueden ser falsificadas con arreglo
al principio de verificación. En tanto que las doctrinas prescriptivas son
modelos normativos o de justificación que solo pueden ser lógicamente
discutidos, rechazados o acogidos con base a valores y no a partir de la
72 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

observación de hechos (Ferrajoli, 2005, p. 323). Según el teórico, como


ya se indicó, se tendría un solo caso en que podría criticarse un modelo
axiológico a partir de aserciones i.e. en aquellos eventos en que, no solo
los fines normativamente postulados no son realizados, sino que son
irrealizables en la práctica, como cuando se dice que la pena tiene como
propósito impedir todo delito en el futuro (Ferrajoli, 1995, p. 28).
Pero, en opinión de Ferrajoli, la propuesta abolicionista sería
ideológica no solo en su crítica a las doctrinas de la pena sino,
también, desde el punto de vista del proyecto propugnado. Como se
había expresado, el abolicionismo radical de Stirner y el moderado
proponen dos estados ideales de sociedad, una desprovista de cualquier
elemento de defensa social, en la que tendencialmente se aspira a
que predomine la anarquía y la ley del más fuerte, y otra pacificada,
disciplinada, gracias a mecanismos de control social, principalmente
moralizantes. Sin embargo, según el autor, la ley del más fuerte que
representaría el principio axiológico al que se aspira en una sociedad
sin reglas no sería en verdad una pretensión normativa sino un
planteamiento descriptivo, pues en la sociedad del bellum omnium es
un hecho que el más fuerte se impondría y se haría valer sobre el débil,
de forma que se configuraría aquí una falacia naturalista por querer
hacer pasar por un modelo axiológico lo que sería eventualmente una
mera descripción de lo que ocurriría. Y, por otro lado, el esquema de
la sociedad pacificada por vínculos sociales, de la autorregulación
social espontánea que proyecta el abolicionismo moderado, a juicio
de Ferrajoli sería un modelo normativo irremediablemente utópico
y no una previsión científica, de modo que al postular unos fines no
solo difíciles de alcanzar sino irrealizables en la práctica, el modelo
constituiría una falacia normativista (Ferrajoli, 2005, pp. 326-327).
De acuerdo todo lo anterior, en el plano metaético, el abolicionismo
fallaría al impugnar las doctrinas de justificación de la pena, puesto que
lo haría de modo lógicamente «ilícito». Al elaborar tesis con las que
busca controvertir modelos axiológicos sobre la base de constataciones
de lo que en la realidad sucede con la pena y el cumplimiento de sus fines
(normativamente prescritos), mezclaría los planos descriptivo y prescriptivo
y su ataque, debido a ese problema, quedaría sustancialmente inane, por
lo menos para descalificar una doctrina. Y, por otro lado, el proyecto
abolicionista seguiría un camino equivocado por razones similares a las
anteriores. Propondría un principio ético a alcanzar –la ley del más fuerte–
que en la hipotética sociedad salvaje no sería un proyecto sino una realidad,
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 73

con lo cual incurriría en una falacia naturalista; y en las proyecciones de


la sociedad disciplinaria o moral homogeneizada, se estaría formulando
una propuesta virtualmente utópica y, en cuanto tal, ideológica, pues con
la excusa de perseguir ese estado de cosas, realmente inalcanzable, se
daría fundamento a sistemas sociales represivos y totalizantes.
Estas críticas, junto con las planteadas en el plano ético más atrás,
constituyen los términos del desafío planteado por Ferrajoli a las
doctrinas abolicionistas. El abolicionismo penal, si bien ha tenido la
fortaleza de fomentar las investigaciones empíricas que muestran la
relatividad histórica y política de los intereses penalmente protegidos y,
con ello, han trasladado la carga de la justificación a los justificacionistas
(Ferrajoli, 2005, p. 252), a juicio del autor presenta problemas tanto en
su impugnación a las doctrinas que formulan modelos de justificación
de la pena, como en su dimensión constructiva, en su proyecto de
sistemas sociales sin penas. Las críticas de Ferrajoli, como veremos
más adelante, van a ser contestadas replicadas y su propio proyecto
va a ser también censurado, a veces mediante sus propios elementos
conceptuales. Veamos ahora en que consiste precisamente su propuesta.

2.3. El utilitarismo penal reformado

Ferrajoli muestra que los tradicionales planteamientos tendientes


a justificar la pena precisamente incumplen algunas de las condiciones
metaéticas de su justificación, lo que las haría inconsistentes.
Un primer tipo de doctrinas no contemplarían fines extrajurídicos para
el castigo, con lo cual quedarían atrapadas en justificaciones apriorísticas
y, por lo tanto, ideológicas. Las tesis retribucionistas y aquellas que apoyan
el denominado fin de «prevención positiva», sostienen que la pena tiene un
valor intrínseco y la consideran como un bien en sí misma, en una surte de
mezcla entre derecho y moral. El castigo se acredita en tanto retribución
ética y su imposición tiene el único sentido de reintegrar, con violencia
opuesta el delito, el derecho menoscabado. Así mismo, las doctrinas
pedagógicas-funcionalistas de la «prevención-integración» dicen justificar
la pena sobre la base de las exigencias de conservación y reforzamiento
de los sentimientos de fidelidad al derecho. En todo caso, ambos tipos de
doctrinas atribuyen un valor en sí mismo a la pena y, por lo tanto, el fin
que, se sostiene, aquella persigue, no sería un fin extrajurídico, sino que
se cumple ya con su imposición, con el hecho de su ejecución, de forma
74 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

que incurrirían en la falacia naturalista al derivar el deber ser, al extraer


un fin que ha de alcanzarse, de la función que cumplen ya en la práctica,
en virtud de una doctrina moral. Las doctrinas correccionalistas de la
«prevención especial», por su parte, afirman que la pena tiene el sentido
de tratamiento terapéutico, que resocializa al condenado, pero al sostener
esto, de nuevo, se justificaría a priori la pena, el fin se confundiría con la
función, pues se daría a entender que la pena efectivamente desempeña
en la práctica el mencionado propósito, cuando de hecho no esté realizado,
con lo cual se incurre en la falacia normativista (Ferrajoli, 2001, p. 167;
Ferrajoli, 2005, pp. 329-330).
Un segundo tipo de doctrinas tradicionales, que obviaría los
problemas de los anteriores planteamientos puesto que escinden
los medios, reconocidos como males, de los fines extrajurídicos de
la pena, infringirían, sin embargo, el segundo tipo de presupuestos
del modelo de justificación, es decir, la exigencia de que los medios
sean necesarios o estrictamente proporcionados y que, además, sean
conmensurables o comparables con el fin que se prescribe alcanzar.
Según Ferrajoli, en este problema se hallan las doctrinas utilitaristas
de la prevención negativa, tanto general como especial. Puesto que
estas doctrinas reivindican como único fin de las penas la máxima
utilidad posible de los no desviados sin tenerse en cuenta la medida
del daño ocasionado a quienes, con o sin razón, son sometidos a ellas,
tales doctrinas podrían justificar sistemas de derecho penal máximo,
dado que ninguna sanción resultaría injustificada. Por la misma razón,
dice Ferrajoli, los fines perseguidos por las doctrinas en mención
son completamente inconmensurables con los medios empleados, en
cuanto que el mal y el sufrimiento representado por las penas para
quienes las sufren no se verían reflejados en un correspondiente bien
para ellos mismos, sino solamente en un beneficio para otros. Medios
y fines extrapenales serían, en otros términos, asimétricos al referirse
a sujetos distintos y el daño de la pena no ser comparable con un bien
por quien la resiste (Ferrajoli, 2006, p. 61).
Para el autor, un tipo de utilitarismo como el descrito sería, por
lo tanto, un «utilitarismo a medias», puesto que, no obstante tiene la
fortaleza de excluir autojustificaciones, legitimaría sistemas de derecho
penal máximo y se prestaría para instrumentalizar al ser humano
(Ferrajoli, 2006, p. 62; Ferrajoli, 2007b, p. 357). El autor cree, sin
embargo, que el utilitarismo como filosofía es el único punto de vista
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 75

defendible dentro de un modelo de justificación, aunque la mera fórmula


de la «máxima felicidad dividida entre el mayor número» deba ser
sustancialmente replanteada, de modo de superar los problemas vistos.
Un modelo adecuado de justificación debería satisfacer en forma debida
el segundo conjunto de exigencias indicadas más atrás, esto es, que
principalmente haga que medios y fines extrapenales sean comparables
entre sí para el afectado con la pena y, de consiguiente, que la pena no
sea utilizada exclusivamente para fijes ajenos a aquél, sino, también y
sobre todo, empleada para su utilidad. Debe pensarse, dice Ferrajoli,
no solo en el máximo bienestar de los no desviados, sino también en el
mínimo malestar necesario de los desviados (Ferrajoli, 1995, p. 35).
El autor sostiene, entonces, que fin de la pena no debe ser solamente
la prevención de los delitos, sino también la prevención de la mayor
reacción, de tipo informal, salvaje, espontánea, arbitraria, punitiva pero
no penal, que a falta de penas, podrían provenir de la parte ofendida
o de fuerzas sociales o institucionales solidarias con ella, contra quien
ha cometido inicialmente la ofensa. La pena debe prevenir, así, las
venganzas desreguladas y desproporcionadas. No solo debe prevenir
los delitos injustos sino también los castigos injustos, de forma que
proteja no solo a la personas potencialmente víctimas del delito, sino
también al ofensor frente a las reacciones informales, públicas o privadas
(Ferrajoli, 2007, p. 196; Ferrajoli, 2001, p. 167; Ferrajoli, 2007b, p.
356). El primer fin de la pena señalaría el límite mínimo de la pena, en
interés de la mayoría no desviada, en tanto que el segundo fin marcaría
el límite máximo, en interés de quien debe resistir el peso de la sanción.
En ambos casos, la pena debería funcionar como la ley del más débil,
orientada a proteger los derechos fundamentales frente al más fuerte.
Se protegerían los derechos fundamentales de la mayoría no desviada,
débil ante agresiones injustas, básicamente a través de las prohibiciones,
y se tutelarían los derechos fundamentales del penalmente perseguido,
débil frente a reacciones exageradas, punitivas pero no penales, de la
sociedad o el Estado, mediante penas proporcionales (Ferrajoli, 2001,
pp. 167-168; Ferrajoli, 2006, p. 62; Ferrajoli, 2007b, pp. 357-358).
Ferrajoli sostiene que este segundo fin del castigo es incluso el
más significativo, pues el mismo, y no en cambio la prevención de
los delitos, es necesario y suficiente para fundamentar un modelo
de derecho penal mínimo y garantista (Ferrajoli, 2008, p. 252). El
utilitarismo penal reformado, por otro lado, representaría una respuesta
contundente contra las doctrinas abolicionistas, puesto que mientras
76 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

éstas ponen en evidencia los costes del derecho penal, su propuesta


subrayaría los costes del mismo tipo pero potencialmente más elevados,
que no solo para la generalidad sino también para los reos podría
provenir de la ausencia de derecho penal (Ferrajoli, 1995, p. 40).
De manera precisa, frente a sistemas de control estatal-disciplinario
fuertemente invasivos, que actúan a través de vigilancia generalizada,
control informático y audiovisual, a que podrían dar lugar algunas
doctrinas abolicionistas, Ferrajoli considera que el derecho penal
equivale a la defensa de la libertad física de la transgresión. Las
restricciones y la represión del derecho penal serían mucho menores
que las que, para alcanzar el mismo fin, serían necesarias con la sola
prevención policial, puesto que, mientras que la actuación del primero
comprometería a los posibles transgresores, la segunda afectaría la libertad
de todos y, además, mientras que el derecho penal debe actuar en general
ex post, ante hechos determinados, la prevención policial se despliegaría ex
ante, en presencia del solo riesgo de delitos futuros, con base en indicios
indeterminados e indeterminables normativamente. Desde otro punto de
vista, frente a los sistemas de control social-disciplinario que estarían en
la base de ciertos proyectos abolicionistas, mientras que el derecho penal
abogaría paradójicamente por la defensa de la libertad moral o subjetiva
de transgresión, en aquellos se limitaría drásticamente la libertad mediante
la interiorización de la represión y el temor, más que a las penas, a los
reproches colectivos e informales, potencialmente más disuasivos que las
sanciones formales (Ferrajoli, 1995, pp. 42-42).
Con relación a los modelos de sociedad restantes a que podría dar
lugar el abolicionismo, es decir, al esquema social-salvaje, de raíz
anárquica, y al estatal-salvaje, en los que primaría la ley demás fuerte, la
venganza, o la reacción violenta institucional, Ferrajoli observa que las
formas jurídicas de la prohibición y de la pena tenderían a maximizar la
seguridad general y la de los reos, puesto que se prevendría la venganza
privada, individual y colectiva, como la justicia por mano propia, el
linchamiento, etc., que, en ausencia de derecho penal, llevarían a cabo
poderes soberanos de tipo absoluto y despótico, no regulados ni limitados
por normas y garantías (Ferrajoli, 1995, pp. 42,43).
Ferrajoli traza, así, una estructura conceptual de la justificación
(y deslegitimación) de la pena que, en su opinión, se ajusta a las
exigencias que debe cumplir un modelo diseñado a tales fines, desde el
punto de vista metaético. Su modelo, ante todo, evitaría los problemas
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 77

a los que sería vulnerable el abolicionismo e intentaría proponer una


forma de rescatar un carácter progresista del derecho penal. Fiel a la
tradición liberal, Ferrajoli cree que el derecho penal no debe ser
utilizado ni debe confundirse con valores morales determinados. La
pena debe ser pensada en función del bienestar de la mayoría, de
aquello que pueda servir y ser útil para la mayoría.
Sin embargo, la filosofía jurídica del garantismo de Ferrajoli se
enraíza en la limitación y vinculación de todo tipo de poder, público o
privado, político o económico, en el marco del Estado constitucional de
derecho, y en la correlativa defensa férrea e irrestricta de los derechos
fundamentales de la persona, en especial del débil contra cualquier clase
de omnipotencia (Ferrajoli, 2008). De manera que el citado principio
utilitario en la fundamentación y empleo de las penas, en Ferrajoli solo
puede fundamentar en primer lugar el uso de la pena, pero no orientar su
medida, pues frente al fin de disuasión de los delitos cualquier sanción
sería poca y la persona sería objeto de instrumentalización y sucumbiría
ante un poder exagerado para castigar. De ahí que Ferrajoli sostenga
que la pena deba tener también otro fin, que funcione como límite a la
gravedad de las penas y que consista en la evitación de las venganzas que
sufriría hipotéticamente el imputado de no existir el derecho penal. Estos
sufrimientos que le son ahorrados al imputado gracias a la existencia
del derecho penal, conformarían, a su vez, también el máximo que el
Estado no debe sobrepasar al establecer formalmente los castigos.
Pese a que se mencione la primera finalidad del derecho penal, es muy
claro, como ocasionalmente lo hace notar el autor, que en su esquema la
pena tiene como especial finalidad la protección del imputado contra las
sanciones excesivas y sistemas de derecho penal máximo. Es a partir de
esta base, es decir, con el propósito general de reducir el sufrimiento y
el dolor al ser humano (quien estaría sometido a padecerlo en ausencia
del derecho penal y, también, a través del derecho penal) y, por lo tanto,
de que el derecho sea utilizado para la protección y defensa del débil y
en contra de sus amenazas, que Ferrajoli cree que la pena tendría un
sentido garantista y progresista, bajo ciertas condiciones.
Antes de pasar a las réplicas del abolicionismo frente al ataque
de Ferrajoli y otras críticas más difusas a su propuesta acabada
de presentar, resulta interesante examinar previamente un ataque
articulado contra su tesis del utilitarismo reformado.
78 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

2.4. Una objeción contra el utilitarismo penal reformado

David Nelken ha analizado rigurosamente el modelo de justificación


de la pena formulado por Ferrajoli y, en su opinión, el mismo es
susceptible de dos críticas fundamentales. En primer lugar, bajo la
tradicional línea de investigación anglosajona en filosofía de la pena, que
considera la existencia de una permanente tensión inconciliable entre,
por un lado, los intereses de la mayoría por el crime control y, por el
otro, la garantía del due process del acusado, Nelken cree sumamente
problemático y de hecho insostenible la tesis de que la pena pueda tener
dos fines y, precisamente, uno consistente en la disuasión general de la
comisión de delitos, en interés de la mayoría que busca la reducción de
la cantidad global de sufrimiento, y el otro, el interés del imputado de
sufrir la menor pena posible, tal como los dos objetivos son planteados
en el esquema de Ferrajoli, pues en vía de principio se trataría de dos
elementos conflictivos entre sí (Nelken, 1993, pp. 277-283).
En el esquema de Ferrajoli, el fin de la maximización del interés de
los no desviados fijaría el nivel mínimo de la pena, de forma que sería
ilegítima una sanción de la cual no pueda ello seguirse, y el fin de tutelar
al acusado de venganzas y reacciones excesivas, arbitrarias, salvajes
provenientes de la víctima o sus allegados, indicaría el límite máximo
o superior, de manera que los castigos que se excedan de esta medida
serían igualmente ilegítimos. Nelken dice que, según Ferrajoli, para
el juez las dos finalidades de la pena serían armonizables. Sin embargo,
cuestiona qué sucedería si el fin de la disuasión general exigiera una
cantidad de pena más alta que aquella implicada por la evitación de la
venganza. En esta situación, no sería clara la opinión de Ferrajoli, no se
sabe cuál fin prevalecería pues la propuesta de éste admitiría dos formas
de conjugar los fines que suscribe: o bien las exigencias de disuasión
deben ser satisfechas, como mínimo esencial, aunque la evitación de la
venganza pueda justificar un límite máximo todavía más alto, o bien, en
otra lectura, sería la exigencia de protección del imputado de reacciones
desreguladas lo que fijaría el máximo de la pena, que no puede ser
superado ni siquiera con fines de disuasión (Nelken, 1993, p. 284).
Por otro lado, de acuerdo con Nelken, carecería de sentido usar el
fin de la disuasión general para determinar el mínimo de la pena, siendo
que, en todo caso, no se podría omitir el principio de que el imputado no
puede ser sancionado con una violencia mayor a la que recibiría a causa
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 79

de venganzas y reacciones arbitrarias. Así mismo, si la mera evitación de


la venganza exigiera una sanción meramente simbólica y ella se propone
como el factor que fija la cantidad máxima de pena, según Nelken,
sería muy dudoso pensar que se esté considerando seriamente la idea de
que la pena debe tener también un efecto disuasivo (Nelken, 1993, pp.
286-287). En opinión del autor, de todas formas, cualquier camino que
se intente para resolver eventuales conflictos entre los pretendidos fines
de la pena se encontraría con múltiples dificultades. Sería más correcto
admitir que ambas justificaciones son, antes que convenientemente
integrables, esencialmente incompatibles (Nelken, 1993, p. 287).
La segunda crítica que Nelken dirige contra el proyecto de Ferrajoli
ataca «el elemento de la conmensurabilidad». Nelken afirma que si
evitar la venganza es un fin, no se tratará de balancear los sufrimientos
padecidos por el reo en un régimen de pena, con aquellos que el
mismo podría esperar de las venganzas, sino de ponderar las sanciones
impuestas con aquellas que es necesario infligir para evitar la venganza.
La medida de la pena sería la necesaria para motivar a potenciales agentes
de la venganza a que se abstengan de reaccionar contra el delincuente.
Pero, entonces, según la crítica, las dos justificaciones del modelo de
Ferrajoli tendrían el mismo objeto, puesto que en ambos casos, es
decir, en la disuasión general y en la evitación de las venganzas, el
castigo pondría su atención en la desmotivación hacia el delito. En otras
palabras, la disuasión general del crimen y la disuasión de la venganza
serían exactamente lo mismo. Se trataría en todo caso de disuadir
mediante la pena, nada más (Nelken, 1993, p. 291).
Pero aún más, si lo anterior es así, Nelken cuestiona de qué manera,
a la luz del fin de protección el imputado, podría establecerse la medida
de la pena en aquellos casos en que los delitos no dan lugar a venganzas o
en que la probabilidad de que esta ocurra es baja, como cuando la víctima
es una institución o la sociedad en general, o cuando el afectado con el
delito es económica o socialmente débil y hay pocas posibilidades reales
de reacción (Nelken, 1993, pp. 294-295). Según esto, si no es posible
llevar a cabo generalizaciones de los eventos en los cuales el imputado
es la parte relativamente más débil, el planteamiento de Ferrajoli no
podría ofrecer una guía para la graduación ideal de las penas. De lo cual
se sigue, según Nelken, que los dos respectivos tipos de justificaciones
por los que aboga Ferrajoli permitirían al juez «mantener las manos
limpias» pero, en realidad, no le permitirían obtener las informaciones
80 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

necesarias para establecer si su decisión es eficaz como disuasivo, ya sea


del delito o de la venganza, o de qué forma podría ser mejor conducida
hacia esos fines (Nelken, 1993, pp. 296-298).
Ferrajoli contesta las críticas de Nelken de una forma tan concreta
como contundente. Nelken estaría en un error al interpretar su propuesta,
el cual no solo derrumba toda su argumentación sino que explica muy bien
el sentido de sus objeciones. El error, según explica Ferrajoli, es doble.
Primer equívoco: Nelken cree que los dos fines de la pena del utilitarismo
reformado de Ferrajoli, es decir, la disuasión y la protección del imputado
de agresiones injustas, conforman un dispositivo de mínimos y máximos
que sirven al juez cuando debe individualizar la sanción. Entiende la idea
del límite mínimo y del límite máximo de la que habla Ferrajoli en el
sentido de que son criterios de medición o cuantificación específicos de
las penas que, para un evento concreto y un delito en particular, deben
ser fijadas, de ahí que podrían entrar eventualmente en conflicto y ser
inconciliables. Serían, en su interpretación, unas herramientas para la
graduación del castigo ponderado frente a una conducta punible. No es
esta, sin embargo, la tesis de Ferrajoli.
Con la expresión «límite mínimo», empleada por Ferrajoli para
referirse al papel que debe cumplir en su modelo el fin de disuasión de la
pena, el autor en su respuesta a Nelken expresa que no se refiere a que
dicho fin de prevención general fije o delimite una cantidad (mínima)
de pena. Con «mínimo», por el contrario, el autor se refiere a que es
«solamente el primer objeto justificante» de la pena, el mínimo justificante
de la pena, pero no el único (Ferrajoli, 1993, p. 495). No quiere significar
una limitación negativa a la potestad de sancionar ni al quantum de
pena, como lo entiende Nelken, sino que consiste en una definición en
positivo de sus espacios legítimos para sancionar (Ferrajoli, 1993, p.
492). Ferrajoli no hace referencia a que la pena debe tener un mínimo
que sea idóneo para disuadir, sino a que básicamente, elementalmente o,
como primera cosa, la pena debe disuadir. De ahí que, según dice, este
objetivo es una «justificación en blanco» de cualquier intervención penal,
en cualquier medida, y los excesos solo son restringidos en virtud del
segundo fin que le fija unos límites negativos (Ferrajoli, 1993, p. 495).
Por otro lado, Ferrajoli justamente sostiene que la pena tiene como
fin, además de la disuasión, la protección del imputado contra agresiones
arbitrarias que, en ausencia de sanciones, se producirían. En este sentido,
dice que ese fin se comportaría como el límite máximo de la pena. Con
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 81

«límite máximo», aclara que aquí sí se quiere indicar una restricción a la


potestad de sancionar, de manera que el Estado no podría imponer una
cantidad de dolor mayor a aquella que tendría que resistir un agresor
a manos de la víctima o sus allegados en venganza (Ferrajoli, 1993,
p. 492). Nelken interpreta bien la idea de que este fin del castigo sirve
como contención al exceso en las penas. Sin embargo, de acuerdo con
Ferrajoli, se equivoca cuando piensa que la hipotética venganza que
se evita y que, por lo tanto, demarcaría el mencionado límite, es aquella
que se produciría en contra del imputado en caso de no recibir una pena
«suficientemente retributiva». Nelken interpreta la tesis de Ferrajoli
en el sentido de que la cantidad y el límite máximo de la pena vendrían
dadas por la capacidad para disuadir el deseo de venganza de las víctimas.
Pero hay aquí un malentendido de la idea de Ferrajoli, según advierte.
Las agresiones y venganzas de las que la pena protege al imputado y que,
correlativamente, determinan el límite que el Estado no puede sobrepasar,
no son aquellas que devendrían a su vez en delitos, sino las que serían
«legales» o «legítimas», en un estado de anarquía punitiva, utilizadas como
medio de control social alternativo (Ferrajoli, 1993, p. 493).
Para Ferrajoli, la pena protege al imputado de las venganzas y
reacciones exageradas, lo cual quiere decir solamente que, gracias a
que existe la pena como técnica institucional, el acusado no es víctima
de reacciones informales y probablemente desproporcionadas, aunque
permitidas. Si no existiera la pena, dichas reacciones serían legales y
socialmente admitidas, pero el más débil sucumbiría ante su propia
impotencia. Y es por eso que solo en virtud de que ella se impone como
negación de la venganza en un contexto social de anárquica penal que
el acusado queda resguardado de este tipo de reacciones salvajes. La
prevención de esa venganza quedaría asegurada, en consecuencia, por
la simple existencia del derecho penal (Ferrajoli, 1993, p. 493). Pero
dicho tipo de venganza en ausencia de pena, en concreto, la cantidad
de sufrimiento que eventualmente estaría expuesto a padecer en esa
situación el agresor, fijaría el límite máximo que el Estado, en un
contexto de regulación, puede establecer (Ferrajoli, 1993, p. 493).
Lo dicho permite ahora analizar el segundo equívoco de Nelken,
directamente ligado e inescindible de lo anterior. Como se indicó más
atrás, aquél considera que entre los dos fines del utilitarismo reformado
de Ferrajoli, es decir, entre la disuasión general y la evitación de la
venganza, no habría diferencia alguna puesto que la preocupación al
82 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

fijar la pena tendría que ver, en ambos casos, con la medida de sanción
idónea para disuadir en general o para hacer sentir compensado a quienes
estuvieran pensando en reaccionar contra el imputado y evitar así ataques
arbitrarios. Es decir, la pena debería en todo caso intimidar y hacer
desistir de la comisión de delitos. Pero además de esta indistinción entre
fines, si, conforme el segundo fin de la pena en Ferrajoli, la medida
de esta viene dada por la disuasión a las víctimas para que desistan
de la venganza, de acuerdo con Nelken sería dudosa la guía que el
utilitarismo reformado proporcionaría para fijar las penas en aquellos
casos en que los delitos no dan lugar a venganzas en razón de que las
víctimas no son individualizadas, son indeterminadas o débiles. Una
vez más, Nelken asume unas ideas que Ferrajoli no sostiene.
De acuerdo con el utilitarismo reformado, como se expresó, el segundo
fin de la pena no es de ningún modo disuadir la comisión de venganzas
contra el imputado, venganzas que consistirían a su vez en delitos. Ni,
por ende, tampoco la prevención de «venganzas delictivas» determina el
límite máximo que deben poseer las sanciones. El segundo fin de la pena
es minimizar o limitar las reacciones arbitrarias y desproporcionadas que
sufriría el autor de la conducta, pero si no existiera el derecho penal. Por
lo tanto, la venganza en que está pensando Ferrajoli no es la que, aquí
y ahora, sería ilícita, sino aquella que sería «legal» en ausencia de derecho
penal, conforme un esquema como el que propondría el abolicionismo,
es decir, utilizada aquella como sistema de control social alternativo al
derecho penal (Ferrajoli, 1993, p. 493). Se debe, entonces, pensar en
términos de la cantidad de sufrimiento y la agresión que recibiría el
imputado, no si se le impone una pena muy baja que no satisfaga las ansias
punitivas de la víctima, sino en los ataques y reacciones que sufriría de
no existir el derecho penal y sería solo esto lo que jugaría como límite
máximo que podrían tener las penas (Ferrajoli, 1993, p. 495). La pena se
hallaría justificada solo si efectivamente disminuye las reacciones contra la
persona y, logra ese propósito, si fija sanciones inferiores a las que aquella
padecería en ausencia de derecho penal.
Conforme la propuesta de Ferrajoli, la pena a fijar por un delito no
debe ser equivalente a aquella que las víctimas le propinarían al autor
de la conducta, ni esa es la medida del límite sancionatorio, pues si lo
que se pretendiera fuera disuadir de la venganza delictiva, el derecho
penal solo sería la oficialización de la venganza. Emitiría el mensaje
de que el Estado ejecuta la venganza y hace justicia adecuadamente a
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 83

fin de que nadie recurra al delito para hacer justicia por mano propia.
Pero Ferrajoli es muy claro al decir que el derecho penal no es la
oficialización sino la negación de la venganza y, si esto es exactamente
así, la pena en sí misma, es decir, la mera existencia del derecho penal
y de la pena como técnica institucional niega ya a la venganza como
forma alternativa de control social, según dice el autor. Precisamente, el
hecho de que las reacciones informales y desproporcionadas vengan a
ser consideradas como formas de control social alternativas al derecho
penal permite, según Ferrajoli, que el límite máximo sugerido por
aquél pueda ser contenido en una medida ampliamente inferior al
sufrimiento producido por la anarquía punitiva y, al mismo tiempo,
limitar fuertemente la tendencia al derecho penal máximo demandada
por el fin de disuasión de los delitos (Ferrajoli, 1993, p. 495).
Ferrajoli reconoce que en caso de que la venganza esperable de
algunas conductas en un contexto de anarquía punitiva fuera muy baja,
el fin de la disuasión general exigiría un mínimo de pena, mínimo
que, no obstante, estaría fuertemente restringido por el otro fin de
evitación de reacciones desreguladas. El autor, así mismo, recuerda
que los dos objetivos son conflictivos y no ofrecen una fórmula mágica
para la solución a priori de los problemas de elección en orden a la
calificación de la pena, sino solo criterios sobre la base de los cuales
los problemas van presentados. La cuestión importante, recalca,
es que ambos son esenciales y, sobre todo, no incompatibles sino
complementarios. El límite mínimo sería idóneo para maximizar el
derecho penal en medida potencialmente ilimitada y el límite máximo
para minimizarlo a medidas virtualmente simbólicas y, en todo caso,
no superiores al límite mínimo (Ferrajoli, 1993, p. 496).
Así las cosas, la objeción de Nelken parte de un profundo
malentendido que, obviamente, le resta total capacidad para afectar
el proyecto de Ferrajoli. Se equivoca al interpretar que con «límite
mínimo», como papel atribuido al fin de disuasión general se hace
referencia a una mínima cantidad de sanción, en lugar que a la idea de
que ese es un fin que mínimamente, básicamente, debe tener la pena.
Que la prevención general debe ser el límite mínimo de la pena, no
equivale a decir que ese fin influye cuantitativa, numéricamente, en
la fijación de una pena. Equivale, en cambio, a que necesariamente la
pena debe ser disuasiva, aunque ese fin no sea en sí suficiente. Por otro
lado, se equivoca Nelken también al considerar que el límite máximo
84 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de la pena está dado por la medida idónea para disipar los riesgos de
venganza contra el imputado. Como se ha explicado, según Ferrajoli,
la venganza en cuanto medio alternativo de control social es proscrita
y negada por la sola existencia de la pena, pero correlativamente,
el límite máximo del castigo (y, por lo tanto, su justificación) está
determinado por los ataques que hipotéticamente recibiría una persona
como retaliación si el derecho penal no existiera y se diera vía libre
a reacciones ilimitadas como forma de control social alternativo al
derecho penal que precisamente la pena busca minimizar.
Interesa ahora examinar el intercambio entre Ferrajoli y autores
propiamente afines a las doctrinas abolicionistas.

3 EL DEBATE CON EL ABOLICIONISMO PENAL

En el debate entre autores cercanos al abolicionismo y Ferrajoli


pueden distinguirse las críticas que los primeros han dirigido al
utilitarismo reformado y las réplicas frente al ataque emprendido
por el autor contra el abolicionismo. Para seguir con el orden de
distinciones que hemos venido mencionando en el acápite anterior,
resulta adecuado comenzar por las primeras.

3.1 Las críticas contra el utilitarismo reformado


desde el lado abolicionista

Principalmente, Elena Larrauri y Eugenio Zaffaroni han asumido


la defensa del abolicionismo y la discusión sobre garantismo con
Ferrajoli. En primer lugar, Larrauri ha denunciado que no estaría claro
si Ferrajoli «justifica la pena o la pena de prisión» (Larrauri, 2006,
p. 70) y que, en todo caso, su programa justificatorio tendría problemas.
Dice que conforme Ferrajoli, «para que la pena esté justificada debe
ser capaz de cumplir con las finalidades que se le asignan, esto es, de
prevención de delitos y de venganzas» y que, además, dicha prevención sea
llevada a cabo al menor coste que otro medio punitivo menos lesivo. Sin
embargo, en su opinión, no es convincente sostener que la pena de prisión
sea el medio menos lesivo para garantizar el fin de prevención de delitos
o de venganzas privadas respecto de otro tipo de medidas preventivas o
coactivas de severidad inferior (Larrauri, 2006, p. 71).
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 85

En segundo lugar, Larrauri recuerda que uno de los fines de la


pena para Ferrajoli es la prevención de las venganzas, que no solo
serían privadas sino también en la forma de reacciones policiales e
ilimitadas, que sucederían por parte de fuerzas y de la autoridad estatal
si el derecho penal no existiera. El derecho penal protegería, así, de
ejecuciones sumarias, torturas, malos tratos. Pero según la autora, bajo
esta lógica, también una razón a favor de la pena muerte consistiría en
que, de no tenerla, podríamos ser víctimas de escuadrones de la muerte,
argumento que sería obviamente implausible (Larrauri, 2006, p. 82).
Por otra parte, dice que no obstante se admitiera que una buena razón
para justificar la pena fuera la evitación de las venganzas o violencias
arbitrarias, no parece demostrado que una decidida aplicación del derecho
penal sirve para limitarlas. Larrauri menciona investigaciones en Estados
Unidos de Steinert, según las cuales, los Estados en donde más penas
de muerte se ejecutan son también aquellos en que se producen más
linchamientos, de forma que la sanción oficial en realidad no evitaría
formas de justicia privada (Larrauri, 2006, p. 81). Zaffaroni, por otro
lado, afirma que en la práctica parece estar demostrada la innecesaridad
del ejercicio de poder del sistema penal para evitar la generalización de la
venganza, pues el sistema solo actúa en un reducidísimo número de casos
y en la inmensa mayoría de supuestos impunes «no generaliza venganzas
ilimitadas». Agrega que, además, en América Latina se han cometido
crueles genocidios que han quedado prácticamente impunes, sin que haya
habido episodios de venganza masiva (Zaffaroni E. R., 1990, p. 83).
Y, en tercer lugar, Larrauri sostiene que las pruebas empíricas
que, de acuerdo con Ferrajoli, se requieren para demostrar uno de los
fines de la pena, en concreto, que una pena disuade (o no lo hace) y, por
consiguiente, da lugar a que una sanción sea, o no, justificada con arreglo al
fin normativamente prescrito, es una prueba imposible, dados los muchos
factores que en realidad pueden intervenir en la abstención o comisión de
delitos. Pero, además, si esto es así, Larrauri cuestiona por qué en tales
casos no podría considerarse que la pena no se halla justificada.
Las probables respuestas de Ferrajoli a este primer orden
de cuestionamientos pueden ya ser predichas a partir de lo que
se ha aclarado en acápites anteriores. Con relación a las primeras
observaciones, relativas a si Ferrajoli justifica la pena o la sanción
de prisión y si esta última es realmente el medio menos lesivo para
lograr la evitación general de los delitos y las venganzas privadas, es
86 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

muy evidente que la crítica parte de un equívoco trascendental que


podrá verse reflejado también más adelante. Ferrajoli no justifica, no
legitima ni cree que la pena ni la privación de libertad están justificadas.
Ferrajoli no lleva a cabo una justificación de la sanción como técnica
oficial de control social. El autor solo diseña un modelo de justificación
de la pena, que es algo diferente. No se trata de una toma de postura
a favor de un determinado tipo de pena ni dice que per se la prisión
estén justificadas. Solo establece, mediante un determinado modelo,
sometido a unas precisas condiciones, las circunstancias que hacen
que una determinada pena pueda considerarse eventualmente legítima.
Ferrajoli elabora la estructura metaética de un esquema
de justificación, que es un conjunto de exigencias de carácter
metodológico, estipuladas en sede teórica, obviamente, en función
de un modelo axiológico o prescriptivo previamente concebido.
Ferrajoli, en efecto, construye un esquema filosófico-político que
denomina «garantismo», caracterizado, entre otras cosas, por la
separación entre derecho y moral, la defensa de la autonomía y libertad
de la persona y la protección de los derechos fundamentales de todos,
especialmente de la dignidad humana y de los más débiles contra los
poderes de cualquier índole (Ferrajoli, 2005, p. 853; Ferrajoli, 1993,
pp. 489-490). Enseguida, define los requisitos metaéticos de un modelo
de justificación del castigo, funcionales a esa concepción axiológica,
es decir, las exigencias metodológicas que puedan dar como resultado
un esquema formal que sirva de filtro justificatorio de la pena, acorde
con esos fines normativamente prescritos. Y, en tercer lugar, elabora
precisamente un modelo específico de justificación de la pena que
denomina utilitarismo penal reformado, el cual, en su opinión, satisface
tales requisitos y, como se ha reiterado, suscribe como fines que debe
cumplir la sanción, la disuasión general y la protección del imputado
contra sanciones exageradas y desproporcionadas.
Concebir un modelo no quiere decir proponer razones por las cuales
la pena estatal está legitimada y, por lo tanto, tampoco es en sí misma
una justificación, como parece creerlo Larrauri, pese a su mención
ocasional de las distinciones hechas por Ferrajoli. El modelo supone, sí
la proposición de unas razones, pero por las cuales una pena podría llegar
a estar justificada, se entiende, si cumple los requisitos que el modelo
plantea. Por esto, no se dice en el esquema del autor que la pena previene
a la generalidad de la comisión de delitos o que disuade efectivamente,
y que salvaguarda de males mayores al imputado, sino que se dice que
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 87

las penas deben disuadir y que deben proteger al imputado de agresiones


desproporcionadas, si se han de llegar a ser penas justificadas. Pero, como
reitera Ferrajoli, el modelo, siendo normativo, puede ser incumplido, no
satisfecho, y en tal sentido funciona también como un mecanismo de no
justificación o de deslegitimación de penas, aisladamente consideradas,
según lo que ocurra con ellas en la realidad.
En este sentido, conforme el fin de protección del imputado de
sanciones arbitrarias, bien podría suceder que la pena proporcional
para una determinada conducta no fuera la prisión. Esto de hecho
ha sido aceptado muchas veces propuesto por el autor (Ferrajoli,
2005, pp. 248, 343, 410-420), como lo reconoce la propia Larrauri
(Larrauri, 2006, p. 66). El modelo solo indica que la pena máxima
no puede exceder aquello que el imputado habría tenido que padecer
en un contexto de anarquía penal. Pero, por supuesto, es un límite
máximo y la condición impuesta por el modelo es que el sufrimiento
ocasionado por las penas sea ampliamente inferior a ese hipotético
detrimento de derechos ocasionados por las venganzas desreguladas,
so pena de devenir en ilegítima (Ferrajoli, 2005, p. 336).
La pena solo está justificada, en lo relativo al segundo fin, si es reducida
con relación a tal cantidad de daño potencial. De manera que si se trata de
una infracción que no habría tenido mayor reacción social, probablemente
no resultaría legitimada una sanción como la privación de libertad. De
ahí que del modelo de Ferrajoli no se deduce en modo alguno que la
prisión esté legitimada o que sea el medio menos lesivo para garantizar
los fines que el autor cree que el castigo debe perseguir. La prisión como
pena para determinadas conductas, así como otro tipo de penas, podrían
ser declaradas no justificadas con arreglo al utilitarismo reformado. La
ventaja que tiene el modelo de Ferrajoli es, en efecto, que solo permite
justificar relativa, parcial y contingentemente una pena, y no hacerlo en
forma a priori y al margen de lo que ocurra en la práctica.
Con relación al segundo conjunto de críticas, podría ilustrarse lo
siguiente. Según Larrauri, la experiencia pareciera demostrar que, en
forma opuesta a lo que considera Ferrajoli, la aplicación del derecho
penal no evita ni limita las venganzas. Zaffaroni, en cambio, cree
que si se asigna al derecho penal la evitación de la venganza, podría ser
innecesario en el sentido de que en los muchos casos en que el sistema
deja de actuar no se generan venganzas ilimitadas ni masivas, como ha
ocurrido con varios episodios de genocidio en América Latina. Hay aquí,
88 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de nuevo, un malentendido de la tesis de Ferrajoli, que se identifica con


el de Nelken despejado más atrás. Larrauri y Zaffaroni creen que la
pena no influye en modo alguno en la sucesión de las venganzas, porque
no las evita o porque si la pena deja de imponerse, de ello no se siguen
venganzas, respectivamente. Sin embargo, como se ha reiterado, en la
propuesta de Ferrajoli el castigo oficial no está orientado a desmotivar las
venganzas que, a falta de penas justas, podrían darse contra los imputados
y que, entonces, constituirían a su vez delitos. La pena tiene el mérito de
sustituir la venganza salvaje que tendría lugar de no existir el derecho penal
y que sería virtualmente permitida. La sanción, se ha subrayado, sustituye,
niega esa clase de venganza desregulada, y no está destinada a disuadir la
venganza que, en vigencia de la pena estatal, podría ser igualmente ilegal.
Además de las razones que se han mencionado en acápites anteriores, si
la tesis de Ferrajoli fuera interpretada en el sentido de que la pena tiene el
propósito de evitar la venganza potencialmente proveniente de las víctimas
del delito, como lo muestra la confusión de Nelken, habría que decir, a
la luz de los dos fines que Ferrajoli le atribuye, que la pena disuade
siempre, o bien en sentido general, hacia toda la comunidad, o bien en
sentido especial, contra la ansias punitivas de las víctimas o sus allegados.
Pero esto no solo sería una imprecisión de la tesis de Ferrajoli sino que
transformaría radicalmente su sentido. Lo modificaría sustancialmente
porque, entonces, se estaría admitiendo que la cantidad de pena pudiera
aumentar desmedidamente de acuerdo con una amenaza de venganza en
sí mismo ilícita, proveniente de los ofendidos y, en consecuencia, podría
surgir no un derecho penal mínimo sino un derecho penal máximo.
Ferrajoli, por el contrario, sostiene que el segundo fin de la
pena consiste en impedir las reacciones exageradas, arbitrarias o
desproporcionadas que, si no existiera el derecho penal, se sucederían
contra el autor de una conducta. La pena, por eso, solo está justificada
en su modelo si es menor, minimiza y disminuye la cantidad de reacción
que la persona en ese contexto de anarquía punitiva habría padecido. Se
postula que la pena debe evitar esas mayores reacciones y, actuar, en
consecuencia, como un reductor sustancial de violencia punitiva. Solo
en este caso se justificaría en tanto significaría algo útil también para
el imputado. El mero surgimiento de la pena, dice Ferrajoli, niega la
venganza salvaje. La pena por sí misma, sin embargo, no se autojustifica
por el mero de hecho de existir, sino que su legitimación requiere que la
razón por la que se plantea la necesidad de la pena y la negación de la
venganza desregulada, esto es, la minimización del dolor, efectivamente
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 89

tenga lugar. Y ello implica, entonces, que el sufrimiento impuesto por la


sanción oficial siempre sea menor al sufrimiento que tendría que padecer
la persona si no existiera el derecho penal o, en otras palabras, que ese
sufrimiento desregulado es el máximo que, en ningún caso, el mal que
representa la pena estatal puede sobrepasar.
De modo que las críticas de Larrauri y Zaffaroni van claramente
desenfocadas pues la necesidad o la justificación de la pena en Ferrajoli,
en ningún caso está ligada a la disuasión de venganzas delictivas y,
en definitiva, esto no afecta en modo alguno la legitimación de las
sanciones. Es solo la disminución del rigor de los ataques y agresiones
que los derechos habrían de sufrir como venganza a falta de la pena
oficial lo que determina la justificación o no de la pena. Justamente por
esta razón, la propuesta de Ferrajoli no consiste solo, como también
piensa la autora, en reemplazar fuertes reacciones privadas u oficiales
como la privación de la vida, por los mismos daños, solo que impuestos
con sujeción a garantías procesales y sustanciales por parte del Estado.
La pena en Ferrajoli se justifica únicamente si se traduce en un mal
inferior al que existiría en su ausencia y, en otras palabras, solo si protege,
si salvaguarda de esos castigos desproporcionados y los constriñe y
contrarresta a su mínima expresión.
Larrauri, como se indicó, también ha señalado que el primer fin
del utilitarismo reformado, relativo a la prevención general de los delitos,
presentaría problemas evidentes de prueba, pues en la realidad es difícil
establecer que es la pena, y no otros factores, lo que determina la evitación
de los delitos, de modo que habría dificultad para determinar si una sanción
está, o no, justificada. Larrauri, sin embargo, deja de lado que esto es
admitido por el propio Ferrajoli al formular su teoría, precisamente
para enfatizar que, no obstante la pena debe perseguir los dos objetivos,
el fin de la pena que más merece ser enfatizado es la protección del
imputado, antes que la disuasión. Ferrajoli admite que es realmente
dudoso que el derecho penal sea idóneo para lograr prevenir la comisión
de delitos y, como Larrauri, pone de presente las razones sociales,
psicológicas y culturales que intervienen en la comisión y la evitación de
los comportamientos delictivos, ciertamente no neutralizables mediante
el mero temor a las penas (Ferrajoli, 2005, p. 334). Pero la autora
aquí cuestiona si precisamente en razón de tales límites no sería viable
considerar que la pena no estaría justificada. Esta crítica está conectada
con las réplicas de Larrauri a las objeciones de Ferrajoli contra el
abolicionismo, a las que, entonces, podemos ahora arribar.
90 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

3.2. Las réplicas a las críticas antiabolicionistas de


Ferrajoli

Larrauri se declara desconcertada por la idea de Ferrajoli


según la cual «la prueba empírica afecta a una pena concreta cuando
se demuestra no solo que no previene delitos o venganzas sino que no
está en disposición de prevenir, esto es, plantea un objetivo que además
de irrealizado e irrealizable…», y también afirma: «[d]ebo manifestar
mi grandísima dificultad en entender el porqué de la comprobación de
que la pena de prisión no previene no se puede extraer la consecuencia
de que no está justificada (de acuerdo con una teoría que precisamente
a defiende por ser preventiva» (Larrauri, 2006, pp. 72, 91).
La autora impugna la tesis, que atribuye a Ferrajoli, de que la
verificación empírica de una pena no disuade, no afecta esa pena en
cuanto tal, y que solo se ve desacreditada si el objetivo que debe cumplir
es irrealizable. Una tal doctrina de justificación, dice Larrauri, «permite
legitimar a pena (también de prisión) al sustraerla a una comprobación
empírica irrefutable» (Larrauri, 2006, p. 72). La objeción de Larrauri
me parece, sin embargo, injustificada, principalmente debido a que asume
una tesis que el autor no plantea. De hecho, de esto parece caer en la cuenta
Larrauri, pese a que no derive de allí las consecuencias para lo que se
cuestiona. Cuando presenta su crítica, en una nota declara: «entiendo que,
de acuerdo con la “ley de HUME”, no sería correcto derivar del hecho
de que la pena de prisión no previene la incorrección de la doctrina de
justificación utilitarista. Me cuesta aún más entender por qué infringe la
ley de HUME derivar del hecho de que la pena de prisión no previene que
esta pena no está justificada» (Larrauri, 2006, pp. 96, nota 49).
Exactamente la imposibilidad de derivar de la verificación factual
de que una pena de prisión no previene la incorreción de una doctrina
de justificación, es la tesis sostenida por Ferrajoli, no la otra idea que
Larrauri le imputa, esto es, que de dicha verificación empírica no se
puede llegar a que una pena no se halle justificada. La insistencia de
Ferrajoli está la distinción entre dos niveles diversos de aproximación
o de abstracción al problema del castigo y, en específicos, en que los
modelos ético-políticos, dado su carácter, solo pueden ser objeto de
discusión a partir de argumentaciones o persuasión de otros modelos
axiológicos y no a partir de los hechos, por más que esto muestren que la
pretensión normativa de un modelo, justificada en valores, no se cumple
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 91

en la práctica. Y esto, simplemente, por razones metodológicas, puesto


que los valores no son contrastables con los hechos ni viceversa. Pero,
de esto no habla la tesis que, según Larrauri, Ferrajoli sostiene.
Larrauri dice que, no obstante el fin de la pena no se cumpla en la
práctica, para Ferrajoli esto no ocasiona una no justificación de la pena
y, en consecuencia, de tal manera su modelo legitima de hecho la pena de
prisión. Como se dijo atrás, por ser un modelo de justificación, y no una
justificación, el utilitarismo reformado no justifica nada sino que fija las
condiciones bajo las cuales una determinada pena puede ser legitimada.
Pero precisamente por la misma razón, como se ha reiterado, el esquema
que elabora el autor sirve para declarar justificadas o, según los hechos,
no justificadas determinadas penas, para conductas específicas. Esto
quiere decir, entonces, que Larrauri niega que Ferrajoli admita algo
que él, por el contrario, expresamente afirma, pues, para Ferrajoli,
cuando una pena no cumple el fin que normativamente se le asigna, se
trata de una pena no justificada con arreglo a su modelo. Y si bien esto no
puede en ningún caso significar una evidencia que respalde una doctrina
abolicionista o que «falsifique» un doctrina justificacionista, puede dar
lugar a un proyecto de abolición o de reforma del sistema penal o de
la institución penal concreta no justificados (Ferrajoli, 2005, p. 328).
La cuestión relevante que Ferrajoli destaca es que el abolicionismo
generalmente no ha seguido este camino, es decir, no ha creído que sus
investigaciones que han mostrado que la pena no cumple los fines que
se le han tradicionalmente atribuido pueden llevar a reformar o eliminar
las penas específicamente desacreditadas, sino que, basado en ellas, ha
sostenido que ninguna doctrina de justificación puedan ser mantenida
(Zaffaroni E. R., 1990), lo cual configura una falacia naturalista o realista.
La segunda réplica relevante a las críticas de Ferrajoli contra el
abolicionismo sostiene que el autor ataca dicha doctrina y justifica
el planteamiento de la suya mediante ideas al menos parcialmente
contradictorias con sus puntos conceptuales de partida. Zaffaroni
afirma que la crítica a la que el abolicionismo es sometido por
Ferrajoli y sobre la base de la cual se plantea el utilitarismo penal
reformado se basa en la experiencia que ofrece la operatividad real
de los sistemas penales vigentes, en los cuales los sistemas informales
de control y la falta de garantías predomina, objeción que sería, sin
embargo, problemática puesto que, de conformidad con las distinciones
teóricas planteadas por Ferrajoli, no es posible apelar a aserciones
92 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

empíricas para atacar modelos normativos. Según Zaffaroni, se


pasa así por alto que el abolicionismo también está proponiendo un
nuevo modelo de sociedad y no hay razón para que, por lejana que
sea, aquella, en la que no se requieran penas ni instancias punitivas
formalizadas, pueda ser concebida (Zaffaroni E. R., 1990, p. 81).
El argumento de Zaffaroni no es satisfactoriamente claro, pero
da a entender que Ferrajoli critica al abolicionismo sobre la base
de que el esquema social que plantean doctrinas de este tipo, como
lo mostrarían realidades de control informal que conviven hoy con
el derecho penal, serían vulneratorias de derechos fundamentales,
argumento que, no obstante, sería tomado de la realidad o tendría
carácter empírico y, por lo tanto, no podría alegarse contra el modelo
normativo del abolicionismo. Desde mi punto de vista, Zaffaroni
mezcla aquí las dos críticas que Ferrajoli dirige contra las doctrinas
abolicionistas, analíticamente distinguidas en la primera parte de este
artículo: la crítica ética y la meaética.
En opinión de Ferrajoli, el abolicionismo penal comportaría
problemas axiológicos porque apelaría al control moral homogeneizante
y totalizante de la sociedad, a la vigilancia oficial omnipresente y
drásticamente invasiva y/o daría vía libre a las reacciones públicas y
privadas, esencialmente salvajes y desproporcionadas. Una vez puestas
de presenta las cuatro formas de sociedad a que los anteriores elementos
darían lugar, el autor advierte y ejemplifica cómo en la actualidad, de
hecho, conviven con el derecho penal prácticas de aquellas a que se daría
lugar con las doctrinas abolicionistas, tales como la vigilancia policial y
las formas de control informal, punitivas pero no penales (Ferrajoli,
2005, pp. 341-343). De estas observaciones, Zaffaroni parece entender
que el desafío ético de Ferrajoli al abolicionismo parte de que en la
realidad las formas de control social que aquél propone son violatorias de
derechos fundamentales. Pero la objeción de Ferrajoli, en mi opinión,
no ataca al abolicionismo sobre la base de lo que ocurre en la realidad, en
los sistemas de derecho penal actuales, con esas prácticas. La referencia
a tales situaciones parecería solamente tener la intención de ilustrar el
carácter insidioso de aquellas, capaces de convivir incluso con el derecho
penal (Ferrajoli, 2005, p. 339). Pero Ferrajoli ataca el abolicionismo,
por el contrario, sobre la base de que las propuestas en sí mismas, las
formas de control social que proponen las doctrinas abolicionistas, serían
en esa futura sociedad inaceptablemente antiliberales.
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 93

Ahora, es verdad que Ferrajoli también objeta la posibilidad del


modelo de sociedad que proyecta el abolicionismo y al que Zaffaroni no
ve por qué no pueda llegarse, pero el argumento que aduce el primero es
muy diferente. La crítica metaética consiste acá en que esa futura sociedad
sería necesariamente utópica o irremediablemente irrealizable, y por ello
el modelo sería insostenible. Debe recordarse que, según Ferrajoli, una
doctrina no puede ser atacada ni desmentida con base en argumentos
empíricos, salvo en aquellos eventos en que se sostenga que los fines
propuestos son empíricamente irrealizables. Y esto es justamente lo que
hace Ferrajoli. El autor piensa que las doctrinas abolicionistas anhelan,
entre otros escenarios, «improbables microcosmos sociales basados en
la solidaridad y fraternidad» y, en general, el abolicionismo anarquista
stirneriano y el moralista y solidarista proyectarían, respectivamente,
dos opuestas mitologías del estado de naturaleza: la de una sociedad sin
reglas, presa del bellum ómnium contra omnes y la de la sociedad idílica
primitiva no contaminada por conflictos intersubjetivos.
Puede, o no, compartirse la tesis de Ferrajoli de que los paradigmas
de sociedad por los que propende el abolicionismo son mitológicos o no
realizables, pese a que, en mi parecer, se trata de una idea difícilmente
contestable. Zaffaroni tampoco proporciona ningún argumento en su
contra. Lo relevante es, en todo caso, que el utilitarismo reformado no
incurre en la falacia realista que aquél le atribuye, de acuerdo con las
razones indicadas. El análisis de la objeción en mención nos permite
abordar el último orden de cuestiones que le son respondidas a Ferrajoli.
Larrauri y Zaffaroni sostienen que las críticas de Ferrajoli
al abolicionismo parecen basarse en una simplificación de este, al
atribuirle supuestamente la pretensión de suprimir el sistema penal
y dejar todos los conflictos sin solución e intacto el ejercicio del
poder de las agencias del sistema penal (Larrauri, 2006, pp. 70, 79;
Zaffaroni E. R., 1990, p. 82). Larrauri admite que podría existir el
riesgo de reacciones descontroladas o populares en caso de no haber
derecho penal. Sin embargo, la autora cree que podría pensarse en
respuestas reguladas por el derecho, denunciadoras, reparadoras y
neutralizadoras (2006, pp. 69, 79), en una justicia más democrática y
participativa con los afectados (2006, p. 68). Y Zaffaroni llama la
atención frente a las posibilidades de algunos modelos alternativos
de solución de conflictos no suficientemente analizados, planteados
como alternativa al derecho penal (1990, p. 84).
94 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Creo que es posible imaginar una respuesta a estas críticas desde


los elementos de la teoría de Ferrajoli. Una vez más, la probable
contrarréplica de Ferrajoli podría ser que los modelos de sociedad que
los abolicionistas imaginan presentarían problemas éticos y metaéticos.
La dificultad metaética subsistiría en el sentido de que las propuestas
serían indefectiblemente irrealizables y, en consecuencia, el modelo
sería insostenible. Además, so pretexto de lograr unos propósitos no
alcanzables, el abolicionismo legitimaría sistemas sociales represivos y
totalizantes. Con varios nombres, este problema ha sido recurrentemente
imputado al movimiento. Además de la sociedad idílica sin conflictos y
el estado de naturaleza sin reglas analizados por Ferrajoli, el problema
fundamental del abolicionismo penal pareciera ser, en efecto, que
ninguno de los diseños de sociedad que plantea, ni las herramientas
de solución de conflictos que ha ingeniado serían verdaderamente
realizables en nuestras sociedades contemporáneas.
La mayoría de las doctrinas abolicionistas propugnan por la
eliminación de la totalidad del sistema penal y proponen un esquema de
arreglo de conflictos comunitario en su conformación y funcionamiento,
orientado hacia la víctima y civil-compensatorio en su contenido. Las
alternativas más frecuentemente propuestas han sido la justicia comunitaria
y la compensación civil (Martínez Sánchez M. , 1990, p. 67). Los
abolicionistas que respaldan proyectos de justicia comunitaria se apoyan
en conocidos ejemplos que han tenido lugar en otras latitudes, tales
como, «el derecho de los oprimidos» en las favelas de Rio de Janeiro, la
«justicia de los vecinos», en la Chile del 70 al 73, la «justicia tradicional»
en la comunidad de la Guajira, en Colombia y Venezuela; la «justicia
popular» de la Revolución de los Claveles, en Portugal; la contracultura
de “chiristiania”, en Dinamarca y los comités de vecinos o ciudadanos, en
Estados Unidos, entre otros (Martínez Sánchez M. , 1990, pp. 74-82).
La referencia a dichos casos no parece, sin embargo, proporcionar
buenas razones a favor del abolicionismo. Como ha subrayado Mauricio
Martínez, tales prácticas de justicia han tenido desarrollo en geografía
reducidas, como los barrios o pequeñas localidades, facilitadas por
el conocimiento entre sus miembros, el conocimiento recíproco y la
dependencia y control mutuo, el sistema compartido de creencias, etc.
Presuponen una sociedad preindustrial e integrada por seres iguales,
con los mismos intereses y convicciones (1990, pp. 73, 83). De hecho, la
idea de Hulsman parece haber nacido de la reflexión sobre sociedades
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 95

primitivas indígenas, caracterizadas por elementos similares (Hulsman,


1984). Pero, obviamente, se trata de modelos que están muy lejos
de ser aplicables a nivel estatal o en las sociedades contemporáneas,
predominantemente liberales, caracterizadas por su pluralismo político,
ético, religioso y cultural y, en general, por su alto grado de complejidad y
desarrollo. Otro problema es que los abolicionistas ilustran cómo podrían
tener éxito mecanismos de solución alternativas de conflictos, mediante
ejemplos triviales o domésticos, de delitos menores, pero no se hacen
cargo ni muestran de qué forma se podrían resolver los asuntos graves
y de criminalidad violenta que son el núcleo del derecho penal en los
Estados actuales, lo que dejaría ver otra de sus principales limitaciones
para llegar a ser realidad (Silva Sánchez, 1992, pp. 20-22).
Pero, por otro lado, puede suponerse que desde la perspectiva de
Ferrajoli las salidas abolicionistas tendrían también problemas éticos,
axiológicos. Ya hemos visto que las alternativas basadas en mecanismos
comunitarios como los indicados, inducirían generalmente a prácticas
moralizantes, radicalmente antiliberales. Las medidas reparatorias o
compensatorias que devienen en penas pecuniarias son, también, de
las propuestas más controvertidas. De acuerdo con Ferrajoli, la pena
pecuniaria es impersonal y, por eso, doblemente injusta. Es injusta
pues si el imputado no paga se sustrae a la pena y es injusta pues si
es un tercero, pariente o amigo paga por él, queda sometido a pena
por un hecho ajeno. Así mismo, se trata de una pena desigual, pues
golpea de manera diversamente aflictiva según el patrimonio y, por
consiguiente, es fuente de intolerables discriminaciones en el plano
sustancial. Además, tendría el problema de que no disuade y corre el
riesgo de ser percibida la mayor parte de las veces más como una tasa
que como una pena (Ferrajoli, 2005, pp. 416-417).
Diría, sin embargo, que en forma especial, para Ferrajoli las doctrinas
abolicionistas poseen un carácter regresivo en tanto la desaparición de la
pena como técnica institucional, formal, dotada de garantías, por la que
aquellas orientaciones abogan, dejaría a quien ha cometido una ofensa
contra otra en la más grande desprotección y sometido a los poderes
salvajes y a los peligros de las reacciones desmedidas. Para Ferrajoli,
la pena se justifica con el fin de proteger a los ofensores contra agresiones
desproporcionadas en respuesta. En tal caso, la eliminación de la pena sería
nefasta y suscribir la doctrina abolicionista equivaldría a respaldar la idea
de que el predominio y capacidad de someter a otros lo tiene quien tenga
96 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

más fuerza, más poder político y económico. Pero, por supuesto, la pena
se justifica como un mal menor, siempre que signifique efectivamente esa
minimización del dolor y que, por lo tanto, no inflija más sufrimiento del
que resguarda al imputado (Rodríguez Mesa, 2007).
Mauricio Martínez pareciera suscribir una posición similar a la
de Ferrajoli al criticar al abolicionismo y atribuirle al derecho penal
y a la pena un carácter eventualmente progresista, por lo menos en
los países latinoamericanos. Ese parecido es, no obstante, solamente
aparente. Martínez ve las sociedades latinoamericanas envueltas en
una lucha permanente de clases y sostiene que los desfavorecidos,
víctimas de las estructuras de poder y de la dominación, no se podrán
liberar solamente con la eliminación del derecho penal. Cree que la
crítica del abolicionismo es valiosa pero la estima como insuficiente,
pues es desaparecimiento del sistema penal no soluciona todos los
problemas ocasionados por la dominación capitalista.
Martínez sostiene que, antes bien, el proyecto abolicionista
resulta regresivo en las condiciones actuales. Afirma que el
abolicionismo ocasionaría la eliminación de las garantías que se han
construido al interior del sistema penal en la lucha de los ciudadanos
por sus derechos. Cree, por el contrario, que en sociedades como
las latinoamericanas, el Estado y el derecho penal deben intervenir
a favor de las clases desfavorecidas y en contra de la impunidad de
los poderosos. Martínez defiende, así, la idea de que la aplicación
efectiva de la ley, y no su abolición, representa un sentimiento
colectivo de la población afectada que, ante la impunidad permanente
de las autoridades implicadas en abuso de poder y otros ilícitos,
tiene el derecho a poner a las autoridades en estado de «sospecha
indiscriminada» (Martínez Sánchez M. , 1990, p. 120). En otras
palabras, el autor cree que el derecho penal puede ser puesto a favor
de la clase dominada, como un instrumento de lucha contra la clase
dominadora que abusa de su poder y que lleva a cabo todo tipo de
maniobras tendientes a asegurar la impunidad de sus crímenes.
Ferrajoli ve también en el derecho penal un potencial carácter
progresista (dependiendo de la satisfacción real del modelo
normativamente concebido), pero no de la manera en que lo entiende
Martínez. Si el derecho penal es comprendido exclusivamente como
una forma de defensa y lucha de una clase contra otra, el fin de la
pena sería solamente disuadir a los dominadores para que infrinjan
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 97

la ley. Pero, como debe recordarse, para Ferrajoli este único fin
permitiría modelos de derecho penal máximo e instrumentalizar al
ser humano para propósitos ajenos. El segundo fin del utilitarismo
penal reformado supone que el derecho sirve, adicionalmente y sobre
todo, como una herramienta de protección y de defensa, pero de quien
es penalmente perseguido, de forma que se impidan los excesos en
las reacciones y en las respuestas y, sobre todo, el abuso de poderes
públicos y privados contra quien en ese momento se vuelve débil.
Desde mi punto de vista, el rasgo más distintivo del garantismo de
Ferrajoli es el control y la regulación de toda forma de omnipotencia
pública o privada en la sociedad frente al débil. Los abolicionista
tenderían a liberalizar esos poderes y a dejarlos desprovistos de cualquier
control. Pavarini ha mostrado que el enfoque del etiquetamiento en
criminología, al fijar la atención en los modos y formas en que se produce
el etiquetamiento, sin aclarar el aspecto del proceso de criminalización…
hace que el espíritu libertario que recomienda la tolerancia en relación
con todos los comportamiento termine legitimando una hipótesis
neoliberal (Pavarini, 2002, pp. 130-131). Pareciera que esto mismo
sucede con el abolicionismo (Martínez Sánchez M. , 1990, pp. 31-
32). Al adelantar una crítica importante y necesaria al funcionamiento
de la pena en la práctica, de cómo responde a unos intereses y procesos
histórico y económicos, inspirado por fines humanitarios y libertarios, el
abolicionismo termina por promover un estado de cosas neoliberal, «una
práctica del lassaire-faire en el sector social, esto es, una intervención
a abstenerse de toda intervención dirigida a la superación de las
contradicciones socioeconómicas» (Pavarini, 2002, p. 131).
Con Ferrajoli diríamos, no tanto que el abolicionismo invita a
abstenerse del intervencionismo orientado a superar las contradicciones
socioeconómicas, pero sí que promovería la supresión de control y de
los límites a los poderes públicos y privados (Ferrajoli, 2005, p. 251).
El individuo quedaría sometido, así, a la ley del más fuerte o, como dice
Fernández Carrasquilla, «merced de los poderes incontrolables de
las comunidades vecinales o laborales o del nudo poder administrativo
de la policía». Al respecto, Gómez ha criticado que la tesis de Ferrajoli,
por un lado, compone los discursos que legitiman la racionalidad de la
prisión al creer que puede la pena llegar a humanizarse y, por el otro,
parte de considerar que el sistema penal que tenemos es una realidad
ante la cual sólo podremos luchar en términos de una construcción de
98 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

un sistema penal garantista. En sentido contrario, el crítico dice que la


cuestión criminal tiene como función natural la dominación y que el
castigo no puede garantizar derechos, no reivindica luchas ni protege a
los más vulnerables (Gómez Jaramillo, 2008).
La primera cuestión que hay que advertir es que Ferrajoli no tiene
una visión resignada del sistema penal, en el sentido de admitir que
se debe convivir con él y lo único que debe intentarse es hacerlo más
garantista. Me parece que Ferrajoli asume, en cambio, una posición
activa frente al papel de la pena y su utilidad en la sociedad y por eso
elabora un modelo justificatorio en ese sentido. Pero, como segunda
cuestión, el autor es muy claro en que la pena debe ser reconocida como
un mal, mal que sin embargo, en ciertas circunstancias podría estar
justificado, si impide un sufrimiento más grande. Es verdad, en este
sentido, que Ferrajoli cree que la pena puede tener alguna racionalidad,
según vimos, aunque solo si el modelo que busque justificarla cumpla
las respectivas condiciones metaéticas planteadas para el efecto. Pero
el autor no justifica ni piensa que la pena, de hecho, necesariamente
garantiza derechos y protege al débil. Debe recordarse una vez más
que su propuesta es normativa y es un modelo que, en cuanto tal, puede
no corresponder con las evidencias empíricas, sin que por ello pueda
ser descalificado. Ferrajoli cree que la pena debe ser un dispositivo
minimizador de violencia y protector del débil y solo si así actúa de hecho
alcanza su justificación, pero no afirma que en la práctica la pena cumpla
efectivamente ese propósito. De ahí que Ferrajoli sea el primero en
atribuir a su propio modelo la virtud de permitir deslegitimar penas
concretas. Siendo su propuesta de orden axiológico, puede ser criticada
solamente en ese plano y no en el de los hechos. La objeción en mención
parece en verdad estar muy cerca de las posiciones que confunden ser
con deber ser y que, como consecuencia, creen desvirtuar doctrinas
justificatorias a partir de lo que sucede en la realidad.

4. OBSERVACIONES CONCLUSIVAS

En la reconstrucción de la discusión de Ferrajoli con algunos


representantes de puntos de vista abolicionistas no he asumido, por lo
menos en forma directa, la defensa del utilitarismo penal reformado del
autor sino que solo he intentado, a partir de la clarificación y explicación
de sus tesis, determinar en qué medida su desafío ha tenido una eficaz
Entre Garantismo y Abolicionismo Penal. Las Razones del Desacuerdo 99

respuesta. Como resulta evidente de la discusión, la contestación exitosa


desde las filas del abolicionismo a su ataque aún está pendiente. Las
distinciones y el conjunto de elaboraciones conceptuales desde el ámbito
filosófico concebidas por Ferrajoli han logrado aportar, a mi juicio, una
gran medida de claridad a los términos del debate, pero al mismo tiempo,
han dejado al descubierto algunos problemas del abolicionismo en sus
críticas, tanto a las doctrinas de justificación de la pena en general, como
a la propuesta por Ferrajoli, y en su proyecto de una sociedad sin penas.
Las objeciones éticas no han sido prácticamente objeto de réplica desde el
lado abolicionista, las metaéticas han recibido respuestas, pero afectadas
de algunas incomprensiones de la crítica, y los problemas que se le han
atribuido a la tesis del autor también presentan algunos malentendidos
sobre el carácter y alcances del planteamiento utilitarista. El mapa trazado
muestra, así, como se anunció al principio, que el desarrollo del debate
ha estado atravesado en una medida importante por algunos equívocos
que, se espera, por lo menos el presente texto haya contribuido a despejar.
Hay buenas razones para pensar que las denominadas condiciones
metaéticas de un modelo de justificación de la pena planteadas por
Ferrajoli son plausibles y susceptibles de ser compartidas, claro está, si
los fines ético-políticos, de corte garantista, a los que sirven son también
compartidos. No es seguro que su concreto modelo de justificación de la
pena sea el mejor, aunque tampoco hay razones ostensibles para pensar
que es insostenible. De hecho, Zaffaroni últimamente parece darle
la razón a Ferrajoli cuando asocia la razón de ser del poder punitivo
a la existencia de la venganza de nuestra civilización (Zaffaroni E.
R., 2012, p. IX). Lo que momentáneamente sí es verdad, acorde con
lo que hemos analizado, es que sus críticas al abolicionismo penal
permanecen vigentes y que no ha sido aducida una tesis que desmienta
contundentemente su análisis filosófico del problema del castigo.
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LA DELINCUENCIA DE LAS MUJERES EN
COLOMBIA DURANTE LA DÉCADA 2005–2014:
EVOLUCIÓN, TEORÍAS, Y CARACTERIZACIÓN
EN LA PRENSA COLOMBIANA

Mónica Pérez Trujillo, M.Crim, PhD


Profesora Asistente, Departamento de Psicología, Universidad de los Andes
Ana María Cepeda, Psic.
María Alejandra Chía, Psic.
Claudia Andrea Mojica, Psic.

1. INTRODUCCIÓN

Gran parte de la historia moderna ignoró la participación de las mujeres


en la delincuencia. Tanto para los criminólogos como para otros “expertos”
del siglo XIX y la primera parte del siglo XX, la delincuencia de las mujeres
era un fenómeno “menor”, una anomalía en la naturaleza femenina que se
evidenciaba en un bajo porcentaje de delitos reportados en las estadísticas
oficiales (Heidensohn,1994). A nivel global y durante muchos años, las
investigaciones se concentraron en explicar únicamente la delincuencia
cometida por los hombres (Dobash, Dobash & Noaks, 1995).
Durante la segunda parte del siglo XX, la percepción sobre el rol
de las mujeres en la delincuencia cambió (Heidensohn, 1994). El
Movimiento de Liberación Femenina se desarrolló en muchos países
occidentales, y las mujeres aumentaron su participación en los espacios
públicos, tanto económicos como políticos (Banco Mundial, 2012;
Fassler, 2007). En esa misma época en Colombia, y especialmente
durante el Frente Nacional (1958-1974), diversas fuentes difundieron la
idea de que esa mayor participación estaba relacionada con un aumento
en el número de mujeres implicadas en delitos (Pérez Trujillo, 2002).
La “naturaleza femenina” volvió a ser motivo de discusión y debate,
así como las especulaciones sobre la explicación de la “delincuencia
femenina”. Ello no implicó, sin embargo, un mayor estudio sobre la
criminalidad de las mujeres durante las siguientes décadas.
106 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Los últimos 10 años han representado un cambio importante en ese


aspecto con el encuentro entre la perspectiva de género y las políticas
públicas. El enfoque de derechos analiza las desigualdades entre grupos
sociales, y busca corregir las prácticas discriminatorias guiando la acción
de las autoridades públicas a través de los diferentes planes y programas de
desarrollo económico y social (Naciones Unidas, 2006). La incorporación
de la perspectiva de género implica considerar las preocupaciones y
experiencias de hombres y mujeres en el diseño, la implementación, el
monitoreo y la evaluación de cualquier acción planificada (legislación,
políticas y programas), evaluando las implicaciones de estas actividades
para hombres y mujeres, y buscando que se beneficien por igual
(Naciones Unidas, 1997). En el ámbito nacional, los primeros pasos en
la consolidación de una política pública para las mujeres se dieron con
la creación de la Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la
Familia en 1990 y la elaboración de la Constitución Política de Colombia
en 1991. Sin embargo, las instancias específicas para monitorear y asegurar
la aplicación de las políticas públicas para las mujeres se desarrollaron a
partir de la década siguiente, a través de la Consejería Presidencial para
la Equidad de la Mujer (decreto 1182 de 1999).
La introducción del enfoque de derechos y de la perspectiva de género
en las políticas públicas produjo un mayor interés en la delincuencia
de las mujeres. Durante la última década, académicos y autoridades
del sistema de justicia han buscado activamente entender los factores
asociados a las conductas delictivas y a quienes llevan a cabo estas
conductas. Por una parte, se han estudiado las características de las
mujeres que delinquen y los tipos de delitos que cometen (Norza
Cépedes, González Rojas, Moscoso Rojas, & González Ramírez,
2012). De la misma manera, se han examinado las experiencias de
las mujeres en los centros penitenciarios y carcelarios (Briceño-
Donn, 2006; Procuraduría General de la Nación, 2006). Finalmente,
la criminalidad se ha hecho más visible a través de los informes de la
prensa nacional y ha despertado el interés del público en las necesidades
y experiencias particulares de las mujeres que cometen delitos. Sin
embargo, la delincuencia de las mujeres está todavía envuelta en un
aura de misticismo en donde se mezclan ideas sobre lo “femenino” y lo
“antifemenino”, la peligrosidad, la irracionalidad, la locura y la maldad,
y se difunde la impresión de una amenaza creciente. Aún si el interés
por este tema ha aumentado, las creencias generalizadas e infundadas
asociadas al comportamiento delictivo de las mujeres se mantienen.
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 107

El objetivo de este capítulo es analizar la criminalidad de las mujeres


durante los últimos 10 años en Colombia tanto desde el punto de vista
estadístico, como teórico y cultural. El capítulo se organiza en tres
secciones: la primera examina la evolución de las mujeres implicadas en
la delincuencia durante el periodo 2005-2014 a través de las estadísticas
sobre su captura y su reclusión en centros penitenciarios. La segunda
parte presenta las teorías sobre el comportamiento delictivo de las
mujeres, y algunos de los delitos que explican estas teorías. La tercera
y última parte presenta la caracterización de los delitos cometidos por
mujeres en la prensa colombiana a través de los resultados de un estudio
empírico. En este manuscrito hablamos de la criminalidad o delincuencia
de las mujeres y no de “delincuencia femenina” pues nuestro foco son
los crímenes cometidos por mujeres y no las cualidades o atributos
femeninos (asociados al rol de las mujeres en la sociedad) de los delitos.

2. MUJERES Y CRIMINALIDAD EN
COLOMBIA EN LA DÉCADA 2005–2014

En comparación con los hombres, las mujeres cometen pocos


crímenes. Los datos que evidencian este patrón se basan generalmente
en las estadísticas oficiales de personas capturadas o arrestadas, y en el
número de personas recluídas en centros carcelarios y penitenciarios.
Estas cifras son comúnmente recolectadas por las instituciones
policiales y carcelarias en cada país.
De acuerdo con las estadísticas internacionales, las mujeres
representan entre el 10% y el 22% de las personas capturadas por
cualquier crimen, y entre el 5% y el 14% de las personas capturadas por
crímenes violentos. Esta tendencia ha sido identificada en países con
diferentes índices de criminalidad y diversos contextos culturales, como
Estados Unidos (Greenfeld & Snell, 1999), Canadá (Kong & AuCoin,
2008) e Inglaterra (Ministerio de Justicia Inglés, 2014).
Esta tendencia se aplica también al caso de Colombia. Desde el 2005
al 2014, la proporción de mujeres capturadas en Colombia cada año
representó alrededor del 10% con respecto al total de capturas (Policía
Nacional, 2005-2014). La siguiente Tabla presenta una descripción del
total de capturas en Colombia por año, el número de mujeres capturadas,
y el porcentaje que este último número representa del total de capturas.
108

2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

Total 342 031 270 025 228 000 166 043 198 141 220 285 224 726 264 512 278 029 272 839
capturas en
Colombia

Mujeres 31 269 24 269 21 458 14 538 19 739 21 156 22 090 26 021 27 655 28 294
capturadas

10.37%
Porcentaje
Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de mujeres 9.14% 8.98% 9.41% 8.75% 10.67% 9.60% 9.82% 9.83% 9.94%
capturadas

Tabla 1. Mujeres capturadas en Colombia 2005–2014


La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 109

Como se evidencia en la Tabla 1, el porcentaje de mujeres


capturadas en los últimos 10 años es estable con respecto al número
total de personas capturadas. Durante esta década, las capturas de
mujeres apenas superaron el 10% de las capturas totales en dos años,
el 2009 y el 2014, pero no superaron el 11%. El número de mujeres
capturadas cambia de año en año, pero la prueba estadística t no
identifica diferencias significativas en el número de mujeres capturadas
entre el primer periodo de la década (2005-2008) y el segundo periodo
de la década (2009-2014). Adicionalmente, el número de mujeres
capturadas en el 2014 sigue siendo inferior al número de mujeres
capturadas al iniciar esta última década. El siguiente gráfico ilustra la
evolución de la tasa de mujeres capturadas para el periodo 2005-2014.

Fuente: Policía Nacional, 2004-2014


Gráfico 1. Evolución de la tasa de mujeres
capturadas en Colombia 2004-2014

La tasa de mujeres capturadas comienza a disminuir a partir de 2005


y hasta el 2008, momento en el cual vuelve a aumentar. Estas variaciones
no son particulares al caso de las mujeres. La tasa de capturas de hombres
muestra la misma curva descendente hasta el 2008 y ascendente a partir
de este momento y hasta el 2014. Estos movimientos pueden explicarse
110 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

a partir de la introducción del Sistema Penal Oral Acusatorio, cuya


vigencia se implementó de manera progresiva en el país a partir del
1ro de Enero de 2005 y hasta el 2008. Aunque al iniciarse su vigencia
las capturas se realizaron dentro de la nueva Ley (906 de 2004), las
dificultades en la asimilación de las nuevas condiciones de esta ley
resultaron en una disminución considerable en el número de capturas
en los Departamentos en los que se empezaba la implementación del
Sistema. Por ejemplo, en su análisis de las estadísticas del 2008, Aparicio
(2009) explicó la caída en el número de personas capturadas como
resultado de la implementación del Sistema Penal Acusatorio en la Costa
Caribe. Durante el 2008, año en el que se desarrolló la cuarta y última
fase de cubrimiento del Sistema, se registraron reducciones de hasta el
83% en el número de personas capturadas en los departamentos en los
que el sistema entró en vigencia (e.g., Magdalena, Cesar y Córdoba,
entre otros). Ahora, el aumento en el número de capturas a partir de ese
momento (2009) puede deberse en parte a la mayor asimilación del nuevo
sistema de justicia, pero también a una mayor inversión en la defensa
y seguridad del país durante la década 2002-2009. De acuerdo con un
informe realizado al Congreso (Presidencia de la República, 2010), el
gasto en defensa y seguridad nacional durante este periodo aumentó
el pie de fuerza en un 45% y fortaleció la capacidad operacional de la
fuerza pública al invertir en tecnología, equipos, comunicaciones, equipo
técnico de inteligencia y movilidad.
Los datos de la última década muestran que las mujeres cometen
toda clase de delitos. Sin embargo, este grupo poblacional comete
primordialmente delitos contra el patrimonio económico y contra la salud,
estos últimos relacionados con el tráfico de drogas ilícitas. Esta tendencia
difiere en un aspecto importante de la tendencia general en Colombia: en el
país, los delitos contra la vida y la integridad personal, que correspondieron
al 21.59% de todos los delitos en el 2013, constituyen el segundo crimen
más frecuente en el país (Policía Nacional, 2014). En contraste, las
estadísticas de mujeres capturadas e internas en Centros de Reclusión
sugieren que pocas mujeres cometen delitos contra la vida y la integridad
personal. Durante la década 2005-2014, la gran mayoría de capturas de
mujeres se realizaron por tráfico, fabricación o porte de estupefacientes
(32.6%) y hurtos (30%). Las lesiones personales representaron un 10.8%,
la violencia intrafamiliar un 5.6%, y el homicidio solo el 1.3%.
El gráfico 2 presenta las fluctuaciones en el número de capturas
durante la última década. Aunque la tendencia general es la
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 111

disminución de las capturas, el delito que presentó una mayor


fluctuación de capturas fue el hurto. Los movimientos en la gráfica
muestran una disminución constante en el número de personas
capturadas por este delito del 2004 al 2008. A partir del 2008 el
número de capturas vuelva a aumentar, aunque hacia el 2014 todavía
no se alcanzan los niveles de captura del principio de la década.

Gráfico 2. Fluctuaciones en el número de


capturas por tipo de crimen por año

Durante la década 2005-2014, las capturas de mujeres se produjeron


en su gran mayoría por circunstancias de flagrancia (86.2%) y un
pequeño porcentaje por orden judicial (13.8%). Como lo indica el
Código Penal Penitenciario (art.301, modificado por el art. 57 de la
Ley 1453 de 2011), hay flagrancia cuando la persona es sorprendida
cometiendo el delito y es aprehendida inmediatamente después. A
pesar de que estas dos estadísticas representan actividades operativas
de la Policía y no la “realidad” de la participación de las mujeres en el
delito, la variable de captura por circunstancia de flagrancia ofrece una
idea más definida de la participación pues, en contraste con la orden
judicial, no se debe esperar a que haya una investigación e imputación
de cargo por parte de la Fiscalía. De acuerdo con los registros de la
Policía Nacional, la proporción de capturas por flagrancia en la última
década se mantuvo con un promedio de 86.3% por año, un mínimo
de 82.6% en 2006 y un máximo de 88.8% en el 2010.
112 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Los informes sobre la criminalidad evidencian que tanto las


características contextuales (i.e., dinámicas políticas, geográficas y
sociales) como las características individuales influyen en la perpetración
de delitos. La ocurrencia del crimen es diferente en cada zona del país, así
como los tipos de crímenes que se denuncian, y el nivel de organización
de sus autores (Policía Nacional, 2014). Por ejemplo, los homicidios se
registran más frecuentemente en el departamento del Valle, el terrorismo
en Antioquia y la desaparición forzada en el Huila. Sin embargo, durante
esta década, el mayor número de capturas de mujeres se produjo en
Cundinamarca, seguido por los departamentos de Antioquia y Valle,
mientras en otros departamentos, como Vaupés, Guainía y San Andrés,
los registros de capturas son casi inexistentes. De manera generalizada
para todos los delitos, la gran mayoría de las capturas tiene lugar en tres
grandes ciudades, Bogotá, Medellín y Cali, lo cual es coherente con los
lugares en donde se comete el mayor número de delitos.
Las características individuales de las mujeres capturadas varían,
pero presenta ciertas tendencias. En otros países, las mujeres que
cometen delitos tienen una edad promedio de 38 años (United States
Sentencing Commission, 2013); la mayoría de esta población es soltera,
se ha graduado del colegio y tiene un hijo menor de edad (Bureau of
Justice Statistics, 2000). En Colombia, las mujeres capturadas son en
su mayoría adultas jóvenes. De la totalidad de mujeres capturadas
durante los últimos 10 años, la edad promedio fue 30,25 años y la edad
más común 18 años. Adicionalmente, estas personas cuentan con una
educación formal limitada: la gran mayoría de las mujeres capturadas
(el 83.2%) reportó haber alcanzado sólo algún nivel de primaria. Su
ocupación se distribuyó mayoritariamente en el sector comercial (26.7%),
sector financiero (20.5%) y hogar (19.2%). La gran mayoría de las mujeres
capturadas se declaró soltera (53.8%) o en unión libre (25.8%).
La participación de mujeres en la delincuencia también se
evidencia en el número de mujeres privadas de la libertad. De acuerdo
con el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), hay
actualmente 3678 mujeres sindicadas y 4772 mujeres condenadas en
los diferentes establecimientos de reclusión (Comunicación personal
S. Vargas 05 Junio 2015, INPEC), lo cual representa el 7% de la
población intramural a nivel nacional.
Al igual que las estadísticas sobre capturas, el informe de la Universidad
Nacional sobre las características de las mujeres privadas de la libertad
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 113

en Colombia reporta que muchas de las mujeres internas en cárceles y


penitenciarías tienen un promedio de edad de 33.9 años, provienen de
estratos socio-económicos bajos (64.4%), y cuentan con bajos niveles
de educación (36.5% en primaria y 44.4% en algún nivel de secundaria)
(Ruiz, 2012). Este estudio mostró también que la gran mayoría de
las mujeres son madres cabeza de hogar. Entre los factores de riesgo
examinados, una pequeña proporción de la población interna reportó el
consumo de sustancias psicoactivas ilícitas (el más alto de marihuana,
3.7%), y otro pequeño porcentaje reportó intentos de suicidio tanto fuera
como dentro del establecimiento de reclusión (3.1%) (Ruiz, 2012).
Estas características concuerdan con las cifras obtenidas en el
estudio de Norza-Cépedes et al. (2012). Basados en una muestra de
335 mujeres privadas de la libertad en Bogotá, Cali, Medellín y Cúcuta,
estos autores identificaron una población recluida joven (el 57% entre
los 21 y 35 años) y de estratos socioeconómicos bajos (70% de estratos
1 y 2). Más de la mitad de la muestra había vivido experiencias de
violencia en su hogar de origen y el 61% declaró haber sido víctima de
abuso sexual o físico por parte de su pareja. Estas estadísticas reportan
unos niveles de victimización muy superiores a los de la población
de mujeres en prisión en los Estados Unidos: en ese contexto, 30%
reportan haber sido abusadas por parte de sus parejas y menos del 25%
por parte de sus familiares (Greenfeld & Snell, 1999).
Ofrecemos esta descripción sobre la participación de las mujeres
delincuentes en Colombia con plena conciencia de las limitaciones de las
estadísticas disponibles. En efecto, calcular el número exacto de mujeres
que han cometido algún delito en determinado año en Colombia es
imposible por múltiples razones. Primero, porque muchos delitos no se
denuncian ni se descubren y en consecuencia no se registran. Segundo,
porque el registro de un delito todavía depende de la formación, eficiencia
y voluntad de los funcionarios, quienes emiten un juicio sobre la ocurrencia
de un delito y toman decisiones sobre el registro del mismo. Además, la
alta cantidad de delitos que ocurren en este país no permite su inmediata
investigación en la mayoría de los casos. Los consecuentes índices de
impunidad en el país no permitirían dar cuenta ni siquiera del 50%
del total de los crímenes. Finalmente, porque algunas de las diferentes
cifras que se reportan dan cuenta del número de personas implicadas en
determinado proceso dentro del sistema penal, que incluye desde la captura
en flagrancia hasta la condena a prisión de una persona sindicada, y no del
número de delitos cometidos por estas personas. Así, el tomar el número
114 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de personas capturadas como el número de mujeres implicadas en delitos


no está dando cuenta de la participación en la criminalidad sino de un
proceso de investigación al que se le está dando inicio. Lo mismo aplica
si se toma la cifra del número de mujeres a las que se les ha imputado un
delito. Tanto las primeras como las segundas cifras implican que el delito
ha sido reconocido por una autoridad jurisdiccional, pero no significa que
estas personas sean necesariamente culpables de lo que se les imputa. De
la misma manera, tomar el número de personas capturadas o el número
de personas detenidas que ingresaron a una institución penitenciaria como
reflejo de la criminalidad es problemático en la medida en que mide la
eficacia de un aparato de justicia y no la ocurrencia de los delitos. Por
último, tomar como fuente el número de personas condenadas tendría el
problema de no dar cuenta de la criminalidad anual, pues debe considerarse
el tiempo que lleva la realización de un proceso de juicio y finalmente
la condena de una persona. Como es evidente, estos problemas no son
exclusivos de las mujeres; son también válidos en el caso de los hombres
y el análisis de sus tendencias de criminalidad. Aunque reconocemos
que cualquiera de las estadísticas sobre criminalidad tiene limitaciones
importantes, son esenciales como base para entender la frecuencia y
magnitud de los problemas.
Las estadísticas expuestas sugieren que sólo el 10% de los delitos
que se cometen en el país son perpetrados por mujeres. Sugieren
también que esta proporción se ha mantenido estable durante los
últimos 10 años. Aunque la validez de las estadísticas es limitada,
no hay otras fuentes oficiales que prueben que la participación de las
mujeres ha aumentado progresivamente en esta década.
A pesar de ello, nuestra posición es que la delincuencia de las
mujeres debe ser un foco de atención y análisis independientemente
de las estadísticas reportadas y de la variabilidad, aparente o no,
de la participación de las mujeres en la vida delictiva. Examinar la
criminalidad de las mujeres es importante porque incluso cuando las
estadísticas identifican que el 10% del crimen es cometido por mujeres,
esto significa que hay miles de mujeres en Colombia implicadas en estas
actividades, usando la fuerza, el engaño o las amenazas para obtener
sus metas. Adicionalmente, independientemente de quien cometa el
delito, la delincuencia deteriora el tejido social y las relaciones entre las
personas: en el mejor de los casos un delito tiene un impacto nocivo y
pasajero, pero en el peor de los casos destruye la vida de sus víctimas.
Hacer caso omiso de los crímenes cometidos por las mujeres es descartar
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 115

las experiencias de las víctimas y victimarios de esos crímenes. Tanto


la criminología como la comunidad deben cuestionar la categorización
de crímenes como ‘menores’ cuando es una mujer la que los comete.
De manera aún más fundamental, la delincuencia de las mujeres debe
ser examinada con atención porque se puede prevenir. La prevención y
el control de los delitos deben ser una prioridad para cualquier sociedad.
Sin embargo, para desarrollar políticas de prevención las estadísticas son
sólo una base sobre la cual se interpreta el comportamiento delictivo de las
mujeres. La prevención de los delitos requiere sobretodo del conocimiento
y la comprensión de las razones por las cuales una población delinque.
Esta comprensión no es evidente y se discute en la siguiente sección.

3. ¿POR QUÉ LAS MUJERES COMETEN DELITOS?

La evidencia empírica muestra un panorama complejo de múltiples


factores que explican la criminalidad de las mujeres. Durante mucho
tiempo y de manera general, se asumió que las razones por las que
las mujeres cometían delitos correspondían a los mismos motivos y
circunstancias de los hombres. Basándose en la poca participación de las
mujeres en el delito, muchos teóricos relegaron el estudio de las mujeres
delincuentes, sus circunstancias y motivaciones (Heidensohn, 1994).
Las excepciones a esta tendencia no mejoraron nuestra comprensión
del fenómeno, por lo menos en lo que se refiere a los estudios anteriores a
los años 70. Invariablemente, la noción de la “esencia femenina” apareció
como piedra angular que permitía entender los motivos por los cuales las
mujeres cometían crímenes. Mientras que algunos trabajos caracterizaron
la naturaleza femenina como peligrosa, débil moralmente y por lo tanto
proclive a delinquir (Lombroso & Ferrero, 1895, reimpreso 2005), otros
vincularon su comportamiento criminal a su constitución biológica, y
específicamente a sus hormonas y a su menstruación (Pollak, 1950;
Lima, 1991), y otros atribuyeron la criminalidad a desviaciones y
anormalidades psicológicas (Cowie, Cowie & Stater, 1968).
Durante la mayor parte del siglo XX en nuestro país, la criminalidad
de las mujeres se explicó desde dos perspectivas: los factores biológicos
y la teoría de la oportunidad. Por un lado, el comportamiento criminal se
asoció con factores biológicos. Uno de los exponentes de esta perspectiva
fue Hernández Carrillo (1947), quien propuso hipótesis semejantes
a las de Pollak (1950). En su manuscrito, el autor equipara a la mujer
116 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

delincuente con la mujer anormal y “preferencialmente apasionada”


(p.136). A partir de obras de literatura, filosofía y psicología, el autor
“reflexiona” sobre “el fondo del alma femenina” y concluye que la
naturaleza femenina es dual: “la mujer buena es buena hasta el sacrificio,
la mujer mala es mala hasta el horripilante asesinato. Cuando la mujer
es santa, no hay hombre capaz de igualarla con la calidad de su sublime
abnegación, pero cuando nació para el pecado, no hay hombre como
ella que llegue hasta la profundidad de los abismos” (p.46). Pero ni su
extensa descripción de la naturaleza femenina ni sus propuestas sobre
la criminalidad de las mujeres cuentan con sustentación empírica. Sus
argumentos son puramente especulativos y su caracterización basada
en estereotipos e ideas popularizadas a finales del siglo XIX.
Por otro lado, la criminalidad se explicó a través de las teorías
de la oportunidad. De manera general, esta teoría sostiene que las
oportunidades, y en particular las circunstancias de tiempo y espacio,
juegan un papel fundamental en la ocurrencia de todos los crímenes.
En este planteamiento, la elección racional del tipo de crimen y de la
víctima es esencial en determinar la forma cómo se lleva a cabo el
crimen (Felson & Clarke, 1998).
Esta teoría ha sido muy utilizada en Colombia para explicar la
criminalidad de las mujeres. A partir de la década de los 60s, algunos
sectores mantuvieron que el aumento de la participación de las mujeres
en los espacios públicos, políticos y/o económicos, estaba relacionado
con un aumento en su comportamiento desviado y delictivo (Pérez
Trujillo, 2002). Así, a pesar de que las estadísticas oficiales
evidenciaban una leve disminución de la participación de las mujeres
en el delito, las autoridades sostuvieron que “la participación de la
mujer y el menor en la delincuencia se ha incrementado. Las cifras
estadísticas no son muy dicientes en lo relativo al papel de la mujer,
pero las experiencias policivas han indicado que ésta cada día penetra
más el terreno de la delincuencia” (Policía Nacional, 1963, p.21).
Específicamente, se propuso que una de las causas del aumento de la
criminalidad había sido la “explosión de la mentalidad irreverente y de
la sexualidad”, y su asociación con “la vinculación de la mujer a la vida
activa, los vicios y el delito” y la “vida licenciosa” (Policía Nacional,
1971, p.104). Sin embargo, lo que en la experiencia cotidiana parecía
revelador para las autoridades no pudo ser evidenciado científicamente
dada la ausencia casi absoluta de investigación académica al respecto.
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 117

La teoría de la asociación diferencial y la teoría feminista han ofrecido


otras explicaciones frente a la criminalidad de las mujeres. La teoría de
la asociación diferencial, desarrollada por Edwin H. Sutherland a
principios del siglo XX, se basa en las teorías psicológicas del aprendizaje.
El planteamiento principal de esta teoría es que el comportamiento
criminal se aprende, así como se aprende cualquier otro comportamiento.
El aprendizaje ocurre a través de la asociación con otras personas, y en
particular a través de la interacción, es decir el proceso de comunicación
verbal o no verbal con personas de la red social personal, como las familias.
Para Sutherland, el aprendizaje del comportamiento criminal ocurre
por un exceso de mensajes que favorecen violar las leyes en comparación
con los mensajes en contra de hacerlo, y continúa cuando los primeros
reciben más refuerzo que otros comportamientos. La asociación diferencial
se basa en la importancia de la frecuencia y duración del vínculo con el-la
promotor(a) del comportamiento criminal, el momento del desarrollo en el
que hay un vínculo (llamado por Sutherland la prioridad) y la intensidad de
la relación. Incluye no solamente las conductas que violan las normas sino
también y especialmente las actitudes, los motivos, y las racionalizaciones
sobre por qué se cometen crímenes (Sutherland & Cressey, 1992).
La teoría de la asociación diferencial ha sido ocasionalmente
examinada con poblaciones de mujeres delincuentes. En el estudio
de Giordano y Rockwell (2000), las autoras examinaron el caso de
Michele con respecto a algunos de los aspectos claves de la teoría. Los
resultados evidenciaron interacciones tempranas con padres delincuentes
involucrados en uso de drogas, microtráfico, violencia, y prostitución.
Encontraron que, tanto en la familia nuclear como en la familia extensa,
los adultos estimulaban las conductas desviadas (como el uso de crack,
el uso de violencia o el hurto), y le enseñaban a Michele las técnicas
para llevar a cabo estas conductas. Sin embargo, aunque las autoras
establecen que éste no es un caso aislado, la publicación solo describe un
caso en el que la teoría se ilustra muy claramente. De igual manera, las
autoras no toman en consideración las variables de raza y desigualdad
social y económica, una limitación que han identificado las académicas
feministas con relación a teorías que, como la asociación diferencial,
han sido aplicadas a hombres y mujeres (Simpson, 1991).
Las académicas feministas fueron quienes ofrecieron un modelo
explicativo de la delincuencia específico a las condiciones sociales
y culturales de las mujeres. Una de las primeras expositoras de esta
118 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

postura fue Smart (1976), quien propuso que las mujeres cometen
delitos como resultado de una condición social desigual en la que,
históricamente, han sido relegadas al espacio privado (el hogar) y a
una condición de inferioridad con respecto a los hombres. De acuerdo
con Daly y Chesney-Lind (1996), las teorías sobre delincuencia y
género se han desarrollado en tres direcciones: una primera dirección,
denominada por las autoras como el Problema de Generalización, en
la que se busca aplicar teorías existentes y desarrolladas con muestras
de hombres para ser confirmadas en muestras de mujeres, como en el
mencionado estudio de Giordano y Mohler Rockwell (2000). Una
segunda dirección, denominada como el problema de la Proporción de
Género, en la que se busca responder a la pregunta sobre por qué las
mujeres delinquen menos que los hombres; y una última dirección, en
la que se yuxtaponen los problemas de proporción y generalización, y
se examinan en particular los contextos organizacionales y los factores
criminogénicos estructurales (e.g., niveles de violencia en el medio).
Paralelamente, algunas autoras feministas han hecho un énfasis
especial en las formas en que la cultura facilita la explotación de las
mujeres y en el vínculo entre el comportamiento delictivo y la experiencia
previa de abuso físico y sexual de las mujeres (Chesney-Lind, 1997). Este
énfasis ha sido útil para comprender los delitos sexuales perpetrados por
mujeres, los robos, y la participación de las mujeres en grupos criminales
o pandillas, incluso en el caso Colombiano.
La idea de que las mujeres cometen crímenes sexuales contra niños
o contra hombres ha sido, y todavía es, catalogada como absurda. Sin
embargo, el estudio de Colson, Boyer, Baumstrack & Loundou (2013)
identificó 6.293 casos de delincuentes sexuales contenidos en 611
publicaciones de tres bases de datos (Medline, EMBASE y PsycoInfo)
entre 1984 y 2011. La revisión confirmó que alrededor de la mitad de las
mujeres perpetradoras de delitos sexuales han sido víctimas de abuso
sexual (49.1%) u otros tipos de violencia e inestabilidad (55.4%), y/o sufre
de trastornos psiquiátricos, depresión y/o retraso mental (51.2%). De la
misma manera, confirmó que las víctimas de estas mujeres tienden a
ser sus propios hijos o familiares muy cercanos. Sin embargo, desafió
otras creencias populares: no encontró una relación estadísticamente
significativa entre delito sexual cometido por mujeres y uso de alcohol
y/o drogas; encontró que la mayoría de las delincuentes sexuales cometen
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 119

sus delitos solas (66.7%); y determinó que muchas de las mujeres


condenadas por estos delitos eran reincidentes. Este estudio demostró la
falta de comprensión actual del delito sexual cometido por mujeres, y la
perpetuación de creencias populares sin ningún fundamento científico.
La postura feminista también se ha aplicado para explicar los motivos
y las formas como las mujeres cometen robos. Los resultados del estudio
de Miller (2000) muestran cómo las mujeres entienden las relaciones con
sus víctimas potenciales desde sus roles de género, y cambian su modus
operandi dependiendo del sexo de la víctima. Así, cuando la víctima es
mujer, las atacantes cometen sus crímenes solas, atacan en la calle, y por
lo general no usan armas porque asumen que las mujeres van a asustarse
y no van a oponer resistencia. Cuando las víctimas son hombres, usan
los estereotipos de las mujeres como fáciles, sexuales y manipulables
para cometer sus crímenes: utilizan sus atributos físicos para atraerlos o
distraerlos, cometen sus crímenes en espacios cerrados y controlados, y
usan el alcohol y otras drogas para disminuir la probabilidad de resistencia
por parte de las víctimas. De la misma manera, cuando las víctimas son
hombres, las mujeres cometen los delitos dentro de grupos mixtos en los
que se definen como iguales o subordinadas de sus cómplices.
Finalmente, la teoría feminista ha examinado la participación de
las mujeres en los grupos delincuentes. En el caso de los hombres, la
participación en pandillas y organizaciones criminales ha sido explicada
desde la teoría de las subculturas de Cohen (1995, citado en Vázquez,
2003), una teoría que concibe las acciones ilícitas como adaptativas. Esta
perspectiva se basa en la concepción de la sociedad como un sistema de
valores y normas establecido por la clase media con metas homogéneas
para todos sus integrantes. Quienes se encuentran en este grupo quieren
alcanzar esas metas pero no cuentan con los recursos para lograrlo, por lo
cual se sienten frustrados y desadaptados. Las subculturas delincuentes
nacen cuando existe un grupo de personas que comparte problemas de
adaptación que no tienen soluciones legales.
En el caso de las mujeres, la investigación ha mostrado otras
motivaciones. Nimmo (2001) indicó que muchas mujeres se integran
a pandillas y otros grupos criminales debido a experiencias previas
relacionadas con el abuso sexual, el maltrato, unas situaciones
socioeconómicas precarias y el rechazo de sus familias de origen.
Cuando tienen la posibilidad de salir de sus hogares, las mujeres acuden
120 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

a bandas delictivas y adoptan un estilo de vida en el que los delitos les


brindan drogas, dinero y gratificación instantánea, lo que a su vez les
permite adquirir empoderamiento, motivación y aceptación. Debido
a esto, las pandillas reclutan a las mujeres que perciben en situación
vulnerable y buscan en el grupo a una segunda familia. En este mismo
sentido, un estudio reciente realizado en Centroamérica (Interpeace,
2010) identificó que las mujeres mantienen una fuerte identidad con
su pandilla. Se encontró que estos grupos se convierten en una especie
de familia que satisface necesidades afectivas y de protección para
aquellas personas que fueron rechazadas por sus anteriores grupos
sociales (familia, comunidad y sociedad) (Interpeace, 2010).
Sin embargo, el rol de las mujeres en las pandillas o grupos
criminales está, como demuestra Nimmo (2001), invisibilizado. Parte
de esta invisibilidad se da por la falta de reconocimiento de los mismos
integrantes de las bandas. Dado que son los hombres quienes, por lo
general, realizan rituales de iniciación o de afiliación, las mujeres no son
vistas como miembros de los grupos. En las pandillas se crean reglas
y estándares de comportamiento en los cuales predomina la violencia
y, en esta subcultura, la violencia aumenta el estatus y el poder dentro
del grupo. Sin embargo, en estos grupos se mantienen jerarquías en las
cuales los hombres controlan el poder y el ascenso en la jerarquía para
las mujeres es limitado. Por otra parte, la sociedad tiene dificultades para
concebir a una mujer como parte de un grupo criminal, y la conexión solo
es clara cuando ella mantiene una relación con alguno de los miembros
del grupo. De acuerdo con la investigación de Nimmo (1991), las mujeres
que pertenecen a bandas criminales tienden a estar a cargo de actos
más violentos que las que cometen delitos y no pertenecen a un grupo.
Esta teoría puede también aplicarse a la participación de las mujeres
en diferentes delitos en Colombia, incluido el de rebelión en el contexto
del conflicto armado. De manera consistente con la teoría feminista, las
investigaciones han encontrado que muchas de las personas que cometen
crímenes o ingresaron a grupos armados se encontraban previamente
en condiciones socioeconómicas precarias. Los resultados del estudio
de Norza-Cépedes et al. (2012) con un grupo de mujeres recluidas en
diferentes penitenciarías en Colombia establecieron que los motivos
más frecuentemente reportados fueron la necesidad de cometer delitos
frente a la imposibilidad de generar ingresos estables y bien remunerados
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 121

en el mercado laboral legal, y las ganas de obtener un mayor estatus a


través de una mayor riqueza material. En algunos casos, el abandono
a las actividades legales se encontró directamente relacionado con la
ausencia de oportunidades y la necesidad de cumplir con obligaciones
económicas, pues en el 84% de las mujeres recluidas reportaron ser
madres cabeza de hogar. De la misma manera, muchas de las mujeres
que han participado en el conflicto armado, tanto en el paramilitarismo
como en los grupos guerrilleros, tuvieron experiencias previas de abuso
físico y sexual u otro tipo de vulneración de sus derechos (Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación, 2011).
En este momento, la conducta delictiva de las mujeres puede
explicarse a la luz de las teorías feministas y de asociación diferencial. En
contraste con las teorías que sostienen que las mujeres delincuentes han
experimentado algún cambio en su naturaleza femenina, sugieren que por
su constitución biológica son más o menos mujeres que las no delincuentes,
o se encuentran presas de una enfermedad mental, las teorías feministas
y de asociación diferencial han sido sustentadas por evidencia empírica.
Sin embargo, la medida en estas ideas se difunden en las comunidades
es incierta. Como plantea Heidensohn (1985), es común que las mujeres
que violan las leyes sean estigmatizadas y doblemente castigadas por
transgredir tanto la norma legal como las normas sociales sobre los roles
y los estereotipos sobre la “naturaleza femenina”. Por ello, es más probable
que las ideas estereotipadas sobre las mujeres que cometen delitos persistan
a través de los informes de prensa (Naylor, 1995). La prensa tiene una
enorme influencia sobre la forma cómo las mujeres delincuentes son
concebidas en la cultura y las ideas que se generan o se mantienen sobre
las mismas. La siguiente sección presenta los resultados de un estudio
empírico sobre noticias publicadas por la prensa colombiana relacionadas
con mujeres delincuentes y sus crímenes.

4. CULTURA: CARACTERIZACIÓN DE LA
CRIMINALIDAD DE LAS MUJERES EN LA
PRENSA COLOMBIANA 2005–2014

La forma como los seres humanos se relacionan y tienen contacto


con el mundo está mediado lingüísticamente (Rodríguez, García &
Jodelet, 2007). El lenguaje no se limita a transmitir mensajes de un
lugar a otro, de una persona a otra, o de generación en generación. Por
122 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

el contrario, de acuerdo con Pearce (1994), el lenguaje actúa como


un lente a través del cual se percibe y comprende el mundo. Gergen
(2007) sugiere que entendemos y valoramos el mundo a través de
significados compartidos construidos por medio del lenguaje.
Como señala Bourdieu (2000), el lenguaje no se entiende ni se
construye en su fuerza real desde sí mismo –en su lógica o en su
gramática–, sino desde su sentido práctico en el campo social. Esto
significa que el lenguaje se construye a través de la interacción con
otros, pero también se ve influenciado por los grupos sociales que
producen discursos, símbolos y significados compartidos. De acuerdo
con Bourdieu (2000, p.98) “el valor general de los discursos está en
función de los poderes de aquellos grupos que tienen la capacidad
de intervenir con resultados sociales sobre el mercado lingüístico”.
En este orden de ideas, los discursos de los medios masivos de
comunicación tienen una influencia considerable sobre la cultura, la
política y el sistema de justicia (Valdemarca & Bonavitta, 2010;
Kassin, 2010). A partir de un análisis de la prensa inglesa a principios de
los años 90s, Wykes (1995) afirmó que los discursos de prensa perpetúan
la legitimidad de la violencia por parte de los hombres mientras que
condenan la violencia por parte de las mujeres. Basada en los reportajes
sobre hombres y mujeres que asesinaron a sus parejas, Wykes sostuvo
que la prensa no sólo informa sobre el crimen sino que además reafirma
la moral de una sociedad a través de las condenas y sentencias del sistema
de justicia. Por otro lado, estos discursos tienen la capacidad de moldear
la opinión pública y el ajuste de políticas públicas. Estudios empíricos
(Shoemaker, 1989; Strömberg, 2001) han demostrado que el nivel de
importancia asignado a un tema en la agenda pública es proporcional a la
cantidad de atención prestada por los medios de comunicación. De esta
forma, los medios de comunicación tienen la capacidad para aumentar la
relevancia de las políticas nuevas o existentes, y el correspondiente nivel
de importancia que se le da en escenarios políticos (Collins et al., 2006).
Las representaciones de la prensa influyen también en las
actividades de control por parte de la policía (las mujeres son más o
menos sospechosas que los hombres de acuerdo con el delito que se
investigue), de registro de crímenes y de imputación de delitos por parte
de fiscales. Estudios previos muestran que los medios de comunicación
también pueden influenciar las decisiones judiciales. Numerosos casos
relacionados con el crimen se difunden en los periódicos u otros medios
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 123

de comunicación masiva mucho antes de que se aborden en las cortes.


Según Kassin (2010), esto expone a los jurados a información que sesga
su opinión pues, por lo general, lo reportado previo al juicio se basa
en fuentes como la policía o la Fiscalía que a menudo revelan hechos
desfavorables para la defensa. Al respecto, Hope y McGeorge (2004)
encontraron que la publicidad previa al juicio es potencialmente peligrosa
en la medida en que divulga información que luego no es aceptada en
el juicio y le da prioridad a la información disponible en ese momento.
La mayoría de veces el primer acercamiento a una noticia se da por
los reportes de los medios de comunicación que ya vienen con una
interpretación previa (la del periodista) y esa información distorsiona
la manera en que los jueces interpretan los hechos que rodean el caso.
La manera en que la prensa caracteriza los crímenes cometidos por
las mujeres contribuye a determinar la forma cómo se comprenden
estos comportamientos. La prensa obtiene información sobre delitos y
delincuentes, que organiza, selecciona y reporta de acuerdo con unos
lineamientos institucionales, afinidades políticas o intereses personales.
Sin embargo, esta selección es en sí misma una construcción de discursos
acerca de las mujeres que cometen crímenes y las circunstancias en
estos ocurren, contribuyendo así a formar ideas comunes sobre qué es
un crimen, quién es un criminal o delincuente, a qué factores se le puede
atribuir la ocurrencia del crimen y cuál es la mejor forma de responder
frente al delito y las delincuentes (Naylor, 1995). Estas ideas influyen en
la percepción del público, que por lo general no tiene otro referente además
de la prensa, y en una consecuente postura frente a la noticia, el crimen, y
las mujeres que cometen este crimen. Por ello, estudiar las representaciones
de las mujeres delincuentes y sus delitos en la prensa es esencial.
El rol de la prensa y su influencia en las ideas que la población tienen
sobre la delincuencia y en particular las mujeres ha sido poco explorado.
Basándonos en un marco conceptual feminista y en los resultados de
las investigaciones empíricas sobre la forma en que se representan los
crímenes cometidos por mujeres y las mujeres delincuentes, este estudio
examinó una muestra de las noticias publicadas por la prensa colombiana
sobre las mujeres delincuentes y sus delitos en los últimos 10 años.

5. NUESTRO ESTUDIO

Para la realización de este estudio se recolectaron todas las noticias


sobre delitos cometidos por mujeres colombianas en Colombia en
124 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

el periódico El Tiempo. Este periódico publica noticias nacionales e


internacionales diariamente y se difunde a nivel nacional. Según el más
reciente Estudio General de Medios (EGM) del 2014, EL TIEMPO es
el diario más leído en Colombia. El número de lectores diarios es de
aproximadamente 1 millón de personas y los domingos de 1’695.107
lectores, triplicando así al segundo diario con mayor lectura los
domingos, que apenas alcanza los 506.6672 lectores. La ciudad donde
más circula este diario es Bogotá con aproximadamente 110.000 a
112.000 ejemplares diarios, seguido de Medellín, Cali y Barranquilla
respectivamente. Este diario también cuenta con un portal web
ELTIEMPO.COM que se ha consolidado como el primero de su tipo
en el país, con aproximadamente 8.3 millones de usuarios únicos por
mes. Este medio de comunicación masiva fue escogido por encima de
la televisión por contar con un registro histórico públicamente accesible.
En este estudio se revisaron todas las publicaciones diarias de
los primeros seis meses del año (Enero a Junio) durante 10 años,
de 2005 al 2014. En total, se revisaron 1825 publicaciones diarias
del periódico El Tiempo versión web. La comparación de artículos
en la prensa impresa y la prensa publicada en Internet resultó en la
preferencia de artículos publicados en la red. La razón principal de
esta elección fue la constante actualización de las noticias en la Red
en contraste con la versión impresa. Se realizó la búsqueda a través
del buscador de Archivo del periódico El Tiempo, con las palabras
“delito” y “mujer” o “crimen” y mujer”. Se obtuvieron 104 426
resultados. Cada uno de estos registros fue revisado y se confirmó o
descartó la noticia basada en su pertinencia. Este procedimiento fue
verificado por un segundo investigador en un tercio del total de los
registros (34 805). Del total de registros (104 426), solo el 10% fue
pertinente al tema de mujeres que cometen algún delito, definido de
acuerdo al Código Penal Colombiano actual (2013). En los otros casos,
las noticias identificadas por el Buscador del periódico El Tiempo no
correspondían a noticias sobre delincuencia cometidas por mujeres y
fueron excluidas. Las noticias identificadas como pertinentes fueron
copiadas y pegadas en un nuevo documento Word.
Las noticias se analizaron a través de una estrategia de Análisis
de Contenido. Este tipo de estrategia ha sido identificado como
apropiado para el análisis de representaciones de la prensa sobre
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 125

delincuencia, siempre y cuando se hagan explícitas la definición del


crimen, el marco conceptual general y los criterios utilizados para
realizar la búsqueda de patrones (Reiner, 2007). En este estudio, las
noticias fueron codificadas a partir de categorías de análisis a priori
(previamente identificadas en la literatura) y categorías emergentes
durante el proceso de revisión. Ejemplos de las categorías a priori
fueron: “Tipo de delito”, “Características de las víctimas” y “Delito
cometido sola o como parte de un grupo”. Algunas de las categorías
emergentes fueron: “Explicaciones ofrecidas sobre el crimen”,
“Procesos de justicia asociados al crimen” y “Títulares”. Finalmente,
se examinaron también algunas características propias del Análisis
de Contenido y referentes a la frecuencia de palabras, imágenes, o
mensajes en las noticias. Para llevar a cabo el análisis de contenido
se utilizó el Software de Análisis Cualitativo NVivo versión 10, en el
que todas las noticias seleccionadas fueron integradas para su análisis.
Uno de los resultados más importantes de este estudio se refiere a
la frecuencia de las noticias sobre crímenes cometidos por mujeres. La
frecuencia con la que el público lee noticias sobre mujeres delincuentes
es importante en la creación de representaciones sociales sobre el
fenómeno pues influencia los procesos de visibilidad, sensibilización o
saturación frente un problema. Durante los últimos 10 años, en el periodo
Enero-Junio, El Tiempo publicó 827 noticias sobre crímenes cometidos
por mujeres colombianas en Colombia. Es importante notar que en
esta cifra están excluidas las noticias de mujeres menores de edad que
cometieron algún delito, mujeres Colombianas que cometieron delitos
en el extranjero, y extranjeras que cometieron un delito en Colombia. La
cifra total de noticias sobre crímenes cometidos por mujeres no se puede
comparar con el número total de noticias sobre delitos por año, pues el
buscador de noticias del periódico El Tiempo es impreciso.
En la última década, la prensa le dedicó una considerable atención
a los delitos cometidos por mujeres. Durante este periodo, el público
recibió todas las semanas noticias sobre este tipo de hechos. Como lo
evidencia la Tabla 2, el número de noticias publicadas sobre mujeres
delincuentes puede variar considerablemente de un año a otro. Sin
embargo, los resultados muestran que el público colombiano recibió
consistentemente entre 1.8 y 5.3 noticias sobre mujeres delincuentes
por semana todos los años durante la última década.
126

2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

103
Número de noticias
publicadas sobre delitos 51 46 127 105 138 64 66 65 62
cometidos por mujeres

Proporción de
noticias sobre mujeres 2 1.8 4.9 4 5.3 2.5 2.5 2.5 2.4 4
delincuentes publicadas
Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

por semana

Tabla 2. Las noticias sobre mujeres adultas Colombianas que cometen


delitos en Colombia. Enero a Junio 2005-2014
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 127

La pregunta es entonces ¿qué consecuencias puede tener la exposición


repetitiva del público a hechos delictivos perpetrados por mujeres? La
respuesta está, por supuesto, relacionada con el tipo de crímenes que la
prensa pública. Reiner (2007) plantea que muchos estudios encuentran
una sobre-representación de crímenes violentos e interpersonales en
comparación con las estadísticas oficiales, y una subrepresentación de
crímenes contra la propiedad. Nuestros resultados son coherentes con
esta tendencia. En este estudio, el 34.6% de los crímenes de mujeres
representados en la prensa fueron crímenes violentos (N=286) y el
17.4% fueron homicidios (N= 144), en comparación con el 8.1% (N=67)
de crímenes por tráfico, producción o porte de drogas (el crimen más
frecuentemente cometido por mujeres de acuerdo con las estadísticas
oficiales), y el 4.6% (N=38) de crímenes de hurto (el segundo más
frecuente de acuerdo con las estadísticas de crimen). Esto significa que el
público recibe mensajes constantes sobre las mujeres como perpetradoras
de violencia, un tipo de crimen poco frecuente en esta población. Para
responder a la pregunta, la consecuencia de la exposición repetitiva del
público a las noticias de la prensa puede generar la difusión de ideas
incorrectas sobre el uso de la violencia por parte de las mujeres y el
refuerzo de estereotipos negativos.
Los crímenes representados coinciden en otros aspectos con las
creencias populares. Por ejemplo, el que la mayoría de las mujeres
cometen sus delitos como parte de un grupo. En la muestra de noticias,
alrededor de dos tercios de los crímenes se cometieron con otras personas
o como miembros de un grupo al margen de la ley, mientras que solo un
tercio fue perpetrado por mujeres solas. Por otra parte, una gran parte
de los crímenes perpetrados por mujeres ocurren sin arma (31.4%),
seguido del uso de otros objetos distintos a armas cortopunzantes o de
fuego. En contraste con los resultados de otros estudios (Reiner, 2007)
el promedio de edad (33.89 años) y la edad más común (19 años) de
las mujeres delincuentes representadas en las publicaciones de prensa
Colombiana corresponden a los datos de edad de las personas implicadas
en el sistema de Justicia. En contraste con los registros de la policía, en la
mayoría de los casos la prensa escrita no suministra información sobre
el nivel socioeconómico, de educación, y/o el estado civil.
El análisis del contenido de las noticias de los delitos cometidos por
mujeres durante esta década indica un uso limitado de adjetivos. La
palabra más frecuentemente utilizada en la descripción de las mujeres
128 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

delincuentes es “madre”, que aparece en 351 referencias. En estas


noticias, sin embargo, esta palabra se encuentra asociada a ideas sobre
impulsividad, venganza, locura y hasta posesión demoníaca (ver árbol
de palabras anexo). El análisis de los titulares de las noticias indica que
estos espacios también son utilizados para visibilizar la irracionalidad o
la severidad de la violencia de los actos de estas mujeres. Por ejemplo:

IBAGUEREÑA,
AFECTADA POR LA
MUJER AMENAZA CON
ESQUIZOFRENIA
EXPLOTAR SU CASA
ASEGURA QUE MATÓ
PARA EVITAR DESALOJO
A SU HIJA ‘POR
(31 de Enero de 2008)
ORDEN DEL DIABLO’
(19 de Abril de 2007)
MUJER ENFRENTA 14 MUJER DA BRUTAL
AÑOS DE CÁRCEL POR PALIZA A SU HIJA
CASTIGAR A HIJO POR DE SIETE EN SU
NO TOMAR SOPA CUMPLEAÑOS
(7 de Febrero de 2014) (27 de Mayo de 2013)

EN UN ATAQUE DE
CELOS, UNA MUJER MUJER COMENZÓ
MATÓ CON CUCHILLO INCENDIO EN SU PROPIA
A UNA JOVEN DE 17 CASA EN BOGOTÁ
AÑOS, EN EL TOLIMA (2 de Marzo de 2011)
(27 de Junio de 2007)

En un tercio de los casos (33.4%) las acciones delictivas de las


mujeres afectaron a más de una persona. De los casos en los que se
reportan las características de las víctimas se encontró una proporción
de hombres y mujeres equivalente, pero una mayor proporción de
ataques a adultos que a menores de edad.
La mayoría de las noticias no incluye un análisis del crimen ni ofrece
una explicación del mismo. En nuestro estudio, del total de los crímenes
cometidos por mujeres y reportados en prensa en la década 2005-2014,
sólo el 37.7% incluyó una sugerencia de explicación, en contraste con el
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 129

62.3% de los casos en donde únicamente se ofrecen datos descriptivos


del delito y algunas características de la mujer. Esta ausencia de análisis
del crimen es consistente con la literatura previa (Reiner, 2007).
Dentro de los patrones más visibles en este estudio es el énfasis
de la prensa en las acciones eficientes de la policía en captura de las
delincuentes y del sistema de justicia a través de las condenas. Del total
de 827 noticias en la última década, la palabra Policía es la más frecuente
(1025 referencias), seguida por la palabra justicia (445 veces), cárcel
(421 veces), proceso (388 veces), investigación (344 veces) y fiscales
(323 veces). Este patrón no es exclusivo de la prensa Colombiana: al
contrario, es uno de los patrones más frecuentemente encontrados en
los estudios internacionales (Reiner, 2007). Muchos titulares anuncian
las capturas aunque éste proceso no sea el tema central de la noticia: los
titulares utilizan la captura para visibilizar un tipo de crimen, enfatizar
en la acción de la policía, o como una advertencia.
Por ejemplo:
FISCALÍA ACUSÓ CAPTURAN A EXNOVIA DE
A UNA MUJER JOVEN QUE MURIÓ ATACADO
TUNJANA CON ÁCIDO EN ANTIOQUIA
DE HABER 21 de Abril de 2014
ASESINADO A SU
ESPOSO CON UN CAEN INTEGRANTES
CUCHILLO DE LA BANDA LAS
17 de Mayo de ‘ANESTESIÓLOGAS’
2010 08 de Abril de 2011

FAMILIA QUE ROBA POLICÍA CAPTURÓ


UNIDA…ES CAPTURADA EN MANIZALES A UNA
14 de Marzo de 2005 MUJER CON UN ARMA
DE FUEGO EN FORMA
CAPTURAN DE LAPICERO 4 de
A PRESUNTA Junio de 2009
VIOLADORA, 17
de Enero de 2005
130 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

De manera consecuente con los registros de la Policía nacional, los


lugares en los que se originan las noticias concuerdan con los lugares en
los que más se realizan capturas: los departamentos de Cundinamarca
(255), seguido del Valle del Cauca (71) y Antioquia (48).
Finalmente, muchas de las noticias se centraron en el proceso de justicia
(juicio, sentencia y condena). Un análisis preliminar de estar noticias
sugiere que la prensa representa una relación compleja entre las mujeres
delincuentes y el sistema de justicia Colombiano, especialmente en el caso
de las mujeres de alto perfil. Durante estos últimos 10 años, los procesos
de justicia más frecuentemente reportados en la prensa fueron los de:
Enilse López (alias La Gata), Anayibe Rojas (alias Sonia), Silvia Gette,
Laura Moreno y Jessy Quintero (caso Colmenares), Lady Tabares
(alias La vendedora de Rosas) y María del Pilar Hurtado. En algunos de
estos casos, la noticia volvía a publicarse con un contenido muy similar
en una fecha diferente y con un título distinto. En otros, se reportaron los
detalles de las interacciones entre estas mujeres y el sistema de justicia.
Valdría la pena examinar los discursos de la prensa sobre los procesos de
juicios y condenas y establecer las similitudes y diferencias de su trato en
los casos de mujeres delincuentes de alto y bajo perfil.

6. CONCLUSIÓN

En este capítulo se sostiene que, contrariamente a la creencia


popular, no hay evidencia de una tendencia creciente en la
participación de las mujeres en el delito. Aunque las estadísticas sobre
la participación de las mujeres en la delincuencia están limitadas
por su relación con las actividades operativas de la policía, las cifras
muestran que la proporción de mujeres implicadas en el sistema de
justicia ha sido estable durante los últimos 10 años.
Asimismo, se argumentó que las razones por las que las mujeres
delinquen ha sido un tema de estudio influenciado por los estereotipos
sobre feminidad. Entre las teorías actuales, las teorías feministas
han ofrecido mayor evidencia de su aplicabilidad, y han examinado
aspectos fundamentales sobre la delincuencia de las mujeres, incluidos
los factores de desventaja económica, social y educativa, la experiencia
previa de victimización física y sexual, y su invisibilidad en algunos
delitos. Sin embargo, aunque es claro que no hay sustento empírico
para las teorías sobre algún cambio en la “naturaleza femenina”, no es
La Delicuencia de las Mujeres en Colombia Durante la Década 2005–2014... 131

claro tampoco que las teorías actuales hayan tenido repercusiones en la


prensa ni en la opinión del público sobre la delincuencia de las mujeres.
El estudio sobre la caracterización de las mujeres delincuentes en
la prensa colombiana identificó un alto número de publicaciones que
asocian mujeres con delitos, y una sobre-representación de noticias
sobre crímenes violentos –especialmente homicidios– en comparación
con las estadísticas oficiales. Las implicaciones de la frecuencia con
la que publican artículos sobre las mujeres que cometen delitos y del
contenido negativo de estas caracterizaciones es incierta, pero es
probable que influyan en la percepción que el público general tiene
de las mujeres como peligrosas o amenazantes. Dado que la idea de
que las mujeres son peligrosas ha sido históricamente difundida y
utilizada contra las mujeres para restringir sus libertades (Frigon,
1995), es importante reflexionar sobre la medida en que la prensa está
contribuyendo a mantener estas creencias entre el público colombiano.
Es indiscutible que la delincuencia de las mujeres amerita
políticas de prevención y control diferenciales. Pero unas políticas
de prevención y control basadas sobre creencias incorrectas sobre su
participación en el crimen pueden terminar por apoyar prácticas de
opresión y discriminación. El enfoque de derechos y el enfoque de
género deben contribuir no solo a la visibilización de la delicuencia
de las mujeres sino a la forma cómo estas conductas se caracterizan
entre el público y a las posibles consecuencias de esta visibilización.
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LOS CRITERIOS SUBYACENTES EN LA
DETERMINACIÓN DEL CASTIGO

Carolina Andrea Sierra Castillo


Abogada de la Universidad Externado de Colombia,

Especialista en Instituciones Jurídico Penales y Ciencias


Penitenciarias de la Universidad Nacional de Colombia.

Aspirante a Doctora en Derecho–Universidad de Buenos Aires – Argentina.

Humanitas es el componente que nos permite diagnosticar si un


saber jurídico penal cumple su función de custodio de la dignidad
de la persona o se aparta de ella para degradarse a una vulgar
racionalización de ejercicio del poder vertical de un estado
E. R. Zaffaroni

1. INTRODUCCIÓN

El contenido del castigo a la luz de los supuestos normativos del


Estado de Derecho otorga un amplio campo de análisis de verificación
de legitimidad en términos de las garantías a las libertades individuales
desde las que se rige el Estado. Se parte de la premisa en la que la simple
consagración formal de ciertos derechos individuales dista de convertir
una nación en un Estado de Derecho1 y que por tanto se requiere
entender los postulados normativos del instrumento del poder punitivo
desde las libertades individuales, legalidad, y democracia como juicios
orientadores. Desde la máxima según la cual los instrumentos del
Estado de Derecho deben responder al axioma de “no hagas nunca
daño a tu prójimo”, (Sieyes 1950) cualquier imaginario que cause
un perjuicio en la libertad de los individuos debe ser constantemente
cuestionado: El derecho penal no sólo debe responder a las preguntas

1
Diaz, Elias, Estado De Derecho y Sociedad Democrática, Taurus, 1984.
140 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de por qué castigar y para qué castigar, además debe procurar, tal como
advierte Ferrajoli (1989) responder válidamente a ellas estableciendo
criterios limitadores de las arbitrariedades que en su uso surjan contra
las libertades y dignidad de todos los individuos.
A través del análisis de la separación conceptual y metodológica
entre función y fin como nociones que responden a preguntas diversas
se puede establecer si las mismas se encuentran legitimadas dentro del
sistema penal, o si por el contrario existe un desbordamiento de los
límites del poder punitivo. La función del castigo responde a la pregunta
¿Por qué debe existir la pena? En términos de función la respuesta
debe ser descriptiva. Ferrajoli lo explica en términos de “reacción
institucional coactiva frente un hecho delictivo”2, se refiere entonces a
la situación fáctica sujeta a ser verificada. La pena se reconoce como un
mal que se infringe. El fin por su parte, pretende responder a la pregunta
¿para qué castigamos? y para la cual el castigo ya no es un mal que se
infringe, sino un bien útil a la sociedad, como es el caso del utilitarismo
penal, para quienes la pena no se significa por su contenido intrínseco,
sino por fines extra-punitivos. Es así como la justificación del castigo
desde la función pasa de observar un hecho sujeto de análisis científico,
a prever unos resultados deseables, unos fines ideales.
La función del castigo ha encontrado diversos ámbitos de
explicación. La política criminal como potestad legislativa con
carácter dinámico analiza la existencia o no de criterios coherentes
para la determinación del castigo en el ámbito de la pregunta, ¿por
qué existe la pena?. La formulación de soluciones desde el ámbito
legislativo-punitivo a problemas inmediatos, denota un problema en
poder identificar criterios descriptivos unívocos que den alcance a la
explicación del castigo como límite del poder punitivo.
Por su parte la justificación del castigo ha desarrollado múltiples
fines del derecho penal, que aunque respondan a la pregunta ¿para
qué se castiga? , estos terminan por pretender validar una justificación
de la existencia del castigo, y por tanto excluirse entre sí.
Se denotará a lo largo del documento, que el castigo actualmente
no tiene límites enmarcados dentro de los postulados de un Estado
de Derecho, y que por tanto, deviene un mero instrumento de poder
punitivo para cualquier fin, abriendo la posibilidad a que exista un

2
Ferrajoli, L., El Derecho Penal Mínimo, Universidad de Camerino, p. 22.
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 141

catálogo omnicomprensivo del derecho penal como instrumento del


Estado para limitar las libertades mínimas de los individuos, sin que
se haga un juicio previo y real de legitimidad.

2. LA FUNCIÓN DEL CASTIGO COMO LÍMITE


INFRANQUEABLE: ¿POR QUÉ EXISTE LA PENA?

2.1. Principio de legalidad y el merecimiento en el


castigo, como límites del poder punitivo

El principio de legalidad es entendido como límite al poder


punitivo. Sin embargo, este principio de legalidad no justifica al
poder punitivo, ni a la existencia del castigo en un Estado de Derecho.
Se precisa dar cuenta de la razón de existencia del castigo, incluso
con independencia de la razón a la intervención mínima, limitada y
restrictiva del poder punitivo del Estado.
El poder punitivo del Estado se legitima mediante la concesión que
los ciudadanos libres hacen al Estado para usar la fuerza en aras de
salvaguardar ciertos principios que son considerados por estos como
valores supremos. Lo anterior supone que la existencia del castigo se
justifica en razón a una función que guarde relación con los postulados
del Estado. De aquí la importancia de la culpabilidad como criterio
de justificación del castigo, previo a su determinación según los fines.
Determinar el juicio de reproche y de mérito del castigo según los
fines que lo justifican, implica visos tan peligrosos como los del derecho
penal de Enrico Ferri, en tanto supone postulados objetivos que olvidan
las condiciones individuales del sujeto, e incluso el mismo contexto social
provocado por el mismo Estado. Si se castiga bajo criterios de peligrosidad
o reincidencia tal como sostiene Roxin (1981) el derecho penal corre el
riesgo de tornarse en la privatización Estatal de la venganza.
La política del derecho penal del enemigo descrita por Jakobs, por
ejemplo, donde se castiga al individuo por representar una expectativa
de peligro: “al culpable se le hace morir más como enemigo que como
ciudadano”3, independientemente del daño que dicha expectativa

3
Jakobs, Günther, Derecho Penal del Enemigo, Primera Edicción, Thomson Civitas,
Traducción de Manuel Cancino, Meliá, 2003.
142 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

vulnerada represente, además de omitir la validación normativa


que justifica la imposición del castigo, no tiene en cuenta el mensaje
contradictorio que se envía al castigar sin un límite de mérito más allá
de la vigencia de la norma. Bentham desde su doctrina del utilitarismo
advirtió el peligro de fundamentar el castigo únicamente en efectos
a terceros como primer indicio de perder el Estado la función de
protección de valores supremos como lo es la libertad individual; (…)
no son entonces los más criminales los únicos que se les castiga, lo son
también los más inocentes, y los más moderados, porque se les impone
una pena muy real hiriendo su sensibilidad, menospreciando su opinión,
y presentándoles la imagen de la violencia y de la tiranía. (1826).
Jerónimo Betegón, en su libro La Justificación del Castigo (1992), da
cuenta del razonamiento implícito de merecimiento que debe existir en la
imposición de un castigo, siendo que sólo estableciendo su merecimiento
se da razón para imponerlo. Merecer un castigo no es criterio suficiente
para legitimar la imposición del mismo, pero sí debe entenderse como una
condición previa, aunque además deba establecerse su utilidad y necesidad.
Desde la teoría utilitarista, el castigo se justifica en virtud de fines
políticos criminales del legislador, es decir de acciones con miras a
tener efectos futuros. Tal como lo hace notar Betegón (1992), hablar de
merecimiento de castigo implica también observar los escenarios en los
que el de-mérito del mismo no lo justifica. Tal es el caso de la pena natural o
poena forensis en la que con la comisión del delito el autor sufre un castigo
inherente a él, con su propia conducta, la consideraciones de respeto por
la dignidad son tenidas en cuenta para la determinación de la sanción
(Betegón, 1992), caso en el cual la teoría utilitarista omitiría cualquier
consideración en este orden para determinar la justificación del castigo.
Asumir que la privación de la libertad se determina en razón al efecto
de prevención general, o especial, o que los marcos punitivos se desarrollan
teniendo en cuenta el criterio sensacionalista de la pena para que la
comunidad se sienta a salvo, es desechar obviar el proceso de legitimación
de la existencia del castigo que reposa en los criterios de culpabilidad.
En este entiendo, no importa si el individuo es neutralizado, tratado, o
eliminado incluso, sino en el proceso de comunicación que surja a la
sociedad como consecuencia de lo que se haga con el individuo, el fin se
convierte en justificación suficiente de la existencia del castigo. Los sujetos
criminales responden con su libertad por el hecho cometido (pasado), en
violación a un deber jurídico (prohibición penal), y adicionalmente, no
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 143

consecuencialmente, deben permanecer más días privados de la libertad


a fin de otorgar sensación de justicia a la comunidad, es decir, el fin o los
efectos esperados del castigo, son el realidad la justificación del mismo.
Con lo anterior, y sin la valoración descriptiva del castigo y su necesaria
articulación con los valores superiores, lo que se pretende es un fin loable tal
como devolver a la comunidad la confianza en la justicia, pero con castigos
ilegítimos como la privación incluso injusta de la libertad de sujetos; injusta
en tanto no responde a criterios de mérito concordes con los postulados
del Estado de Derecho, (puesto que se omite éste estudio como condición
previa al fin del castigo). El deber de castigar o el derecho a ser castigado,
implica subsanar la deuda del individuo con la expectativa fallida de la
comunidad. Si los criterios que se utilizan para la determinación de la
pena exceden los criterios normativos de merecimiento, no hablamos ya
de una proporción entre pena y lesión del delito, sino de pretender con un
caso concreto dar respuesta a la pregunta ¿para qué castigar? (futuro), sin
haber antes resuelto el ¿por qué castigar? (pasado).

3. LA MULTIPLICIDAD DE FINES DEL


CASTIGO: ¿PARA QUÉ CASTIGAR?

El castigo con base retributiva supone para Kant (su mayor


exponente), la libertad del individuo como producto de la razón
práctica. Esto es, el individuo dotado de razón tiene la capacidad
para obrar bajo su voluntad, conforme a su propia idea de libertad,
independiente de influjos externos (Kant, 1968). La autonomía de
la voluntad, de la cual se desprende la idea de libertad para Kant,
encuentra sustento en que el individuo, en tanto perteneciente al
mundo sensible (leyes naturales), y al mundo inteligible (leyes de la
razón), determina principios subjetivos morales sobre los cuales se
puedan fundar máximas universales (Kant, 2006).
Así las cosas, los retribucionistas conciben el delito como la realización
de un acto contrario a la libertad, y el castigo como aquel acto que rechace
la conducta que desconoce la libertad, a fin de que las dos negaciones
terminen por afirmar y restaurar la libertad. Kant lo concibe de manera
que, “(…) es el derecho que tiene el soberano de afectar dolosamente
al súbdito como consecuencia de su transgresión de la ley” (citado por
Betegón, pp. 21). De esta afirmación surge el bastión principal de los
retribucionistas, según el cual el delito no se consagra con el fin de procurar
144 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

el bien de la sociedad (disuasión), es decir, no se tipifica una conducta para


evitar que la ciudadanía obre de tal manera so pena del castigo, sino que
las conductas se reprochan por ser un acto contrario a la libertad; esto
es, como un acto irracional, y en él justifican su existencia. Por tanto, el
castigo sólo debe verse como el rechazo de esa conducta, y desde esta
lógica su existencia se justifica desde la verificación de valores superiores.
Con base en lo anterior, tenemos como límites para la imposición
del castigo el principio de la culpabilidad del autor y la situación de
libertad del individuo al momento de la realización del delito, pero
también su graduación o determinación, independiente y externa a
cualquier fin mediático.
La idea retributiva de Kant pretendía como límite del poder
punitivo del Estado evitar que el individuo sea usado para fines que
desbordaran el hecho mismo. El imperativo categórico en el que
el hombre no puede ser instrumentalizado, es un fundamento del
respeto, protección y garantía de la dignidad humana: “Obra de tal
modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona
de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo, y nunca
solamente como un medio” (citado por Bertegón, p. 26).
Aunque existan autores que afirman la existencia en Kant de velos
preventivos, lo cierto es que la teoría retribucionista se fundamenta en el
merecimiento individual del castigo, entendiendo como independiente
y posterior, los fines que puedan derivarse de su imposición. Para
Kant, la pena es independiente del efecto objetivo del acto contrario
a derecho. En el castigo habrá de determinarse el efecto subjetivo de
la violación al deber, esto es, “teniendo en cuenta la magnitud de los
obstáculos que ha habido de vencer” (Kant, 1968, p. 21)4.
La retribución es mal vista por quienes entienden que ésta funciona
bajo los criterios de la antigua ley del talión. La graduación punitiva
con base en el acto individual adquiere visos de venganza, y admitirlo
es un postulado que no se congraciaba con la idea de Estado del siglo

4
De igual forma, Kant establece como “...para nada tenemos en cuenta en las leyes
prácticas de la razón este placer o esta pena, porque son extraños al fundamento de
las leyes prácticas, y no se refieren más que al efecto subjetivo del cumplimiento o de
la violación al deber; efecto que trasciende el alma cuando el arbitrio se determina
por estas leyes, y que puede ser diferente según las personas, sin aumentar en nada
ni disminuir el valor o la influencia objetiva de las leyes morales; es decir, que
quedan éstas absolutamente las mismas a los ojos de la razón” (1968, p. 21).
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 145

XVIII. Sin embargo, habrá que cuestionarse si admitir la imposición


de dolor a un individuo en beneficio del bien común, justifica
válidamente la existencia del castigo.
Al no ser viable para el derecho penal de un Estado de Derecho
admitir que el castigo tiene un ingrediente de venganza, es difícil dar una
explicación de su existencia en los términos al inicio del documento. Según
lo visto, las ideas retribucionistas son entendidas como incompatibles con
las ideas de la persuasión. En las primeras, la pena se determina con base
en el sujeto (merecimiento individual), lo que para Kant es la cualidad
inherente al sujeto (1968). Mientras que en las segundas, se determinan
con base en la utilidad social, lo que es común para los demás: el castigo
como elemento del acto delictual. Sin embargo, varios autores que podrían
catalogarse de la corriente de las teorías relativas (como Roxin), aceptan la
determinación de la pena con base en la culpabilidad del autor, puesto que
no necesariamente se excluyen si entendemos que están dados en criterios
diversos, la justificación de la existencia de la pena, y la de sus fines.
Esta confusión entre fines y función del castigo ha puesto en
evidencia la debilidad de los fines como límites del poder punitivo al
encontrar penas inútiles incapaces de responder a la pregunta ¿para
qué castigar?, pero ajenas a una justificación autónoma en razón s
su función. Esta es la pregunta a la que la posición ecléctica nos ha
arrojado, ¿qué hacemos con los delincuentes que merecen un castigo,
aun cuando a la luz de la persuasión e incluso resocialización, la
privación de la libertad es inútil? ¿Ignoramos la existencia de medidas
represivas, cárceles inhumanas, y criterios que desbordan los límites
expuestos por los retribucionistas?, ¿cuál es la función del castigo, y por
qué se ha saltado su motivación en aras de priorizar fines mediáticos?
Bentham, en el marco de su doctrina utilitarista, da los primeros
bastiones de lo que serían más adelante las teorías relativistas o de la
prevención general. Al definir el acto de castigar como la intención
directa de causar un mal, y la venganza como el placer de hacer sufrir
por quien es ofendido (1826), pretende distinguir la teoría utilitarista de
los retribucionistas entendiendo el mal como medio y no como objeto,
es decir el castigo dañoso para los retribucioncitas, y el acto útil para los
utilitaristas en el que el castigo no se justifica en tanto mal por mal, sino
como “un sacrificio indispensable para la seguridad general” (p. 18).
Para Bentham el fundamento del castigo deja de tener un eje
central sobre la libertad y autonomía individual. Omite el análisis de
146 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

valoración del castigo con los valores supremos y pasa a definirse con
base en la legalidad. El castigo se fundamenta en la medida en que los
hombres libres e iguales facultan al Estado a castigar “bajo la condición
de que las penas se encuentren determinadas y todos estén igualmente
sometidos a ella” (1826). También se aparta de los retribucioncitas en
tanto para estos el castigo reafirma la vigencia de la norma, mientras
que para los utilitaristas el objeto del castigo no es reafirmar el derecho
sino prevenir conductas similares. El mensaje no es “el derecho sigue
vigente” sino “esto es lo que pasa cuando se vulnera el derecho”. A
partir de esto último, y bajo el principio de utilidad es que establece
cómo el objeto del castigo es prevenir actos semejantes.
Así, la determinación de la pena para el fin propuesto de prevención
general debe ganar el cálculo que hace el delincuente de asumir el
castigo; esto es, que el mal de la pena exceda el provecho del delito
(Bentham, 1826). En este sentido, la proporción de la pena viene
dado como un principio subyacente, pero que no prima sobre el efecto
intimidatorio que deba darse con ella. Con las distintas penas según
Bentham, se puede lograr la imposibilidad física al delincuente de
realizar nuevamente el delito (incapacitarle), la reforma del delincuente
o el temor (intimidante), tal como se observa, el análisis de la función
del castigo se realiza con posterioridad a la determinación de los fines
que se pretenden conseguir. De esta manera se hace eco la teoría de
la prevención general y especial con el principio de mayor utilidad, y
esto debe determinarse con base en un cálculo matemático.
Bentham también establece que la proporción de la pena debe tener
plena coherencia con la gravedad de los delitos, pero esto para efectos
del cálculo de efectividad de los fines, y no para justificar su existencia.
Según éste autor, si un delincuente es castigado por robar igual que
por asesinar, tendrá motivos para asesinar. La certeza de la pena surge
como corolario para entender la desigualdad en la misma. No sufre en
la misma intensidad diez años de prisión un joven de 20 años, que un
viejo de 80. Así como tampoco una mujer soltera, que una madre cabeza
de familia. En estos términos se deja claro que la misma pena nominal
no es la misma real, criterio olvidado para la determinación de la pena
a la luz de las orientaciones en materia de política criminal.
En la teoría de la prevención general de Bentham, la pena se determina
conforme a un cálculo matemático en el cual la palabra coste refiere lo
que la justicia distributiva denomina bienes primarios: el derecho a no ser
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 147

dañado. Conforme a la teoría utilitarista, una pena económica es aquella


que logra su objetivo con el menor sufrimiento posible, y una pena costosa,
es cuando se causa un mal mayor al bien que se pretende conseguir. Los
fines de la pena se refieren a objetivos, mientras que la función hace
referencia a la acción misma que se realiza con su imposición.
El bien que se pretende conseguir con el castigo es el daño aparente
del mismo, es decir, el que se imagina el común de los hombres. Por su
parte, el daño real, es la pérdida sufrida por el victimario, el mal en sí
mismo. Ahora bien, en la legislación vigente permanece la idea de que
la función ejemplarizante es el fin último de la pena y, por tanto, todo
vale en ella con tal de justificarla en términos de utilidad social. Sin
embargo, esta posición además de resultar peligrosa obvia el proceso
lógico-racional de Bentham a fin de llegar a esta conclusión, pues no
se consigue el fin propuesto de educación o prevención y “una pena
ineficaz, es un doble mal: lo es para el público, porque deja cometer
el delito; y lo es para el delincuente, porque le castiga inútilmente”
(Bentham, 1826). La omisión de los criterios de culpabilidad como
previos y orientadores protagonistas de la determinación de la pena, no
tiene en cuenta los peligros de una pena excesiva. Para Roxin (1981) la
determinación de la pena debe responder a criterios de culpabilidad y
exigencias preventivo-especiales, en tanto para fines político-criminales
tampoco es aconsejable una agravación de la pena motivado en criterios
intimidatorios. Con base en lo anterior, podría aceptar Roxin que es
aceptable la reducción de la pena por debajo de lo merecido, cuando
aplicar tajantemente dicho principio tuviese un efecto de-socializador.

4. EL FIN Y LA FUNCIÓN DEL CASTIGO


FRENTE AL ESTADO DE DERECHO

El contenido del poder punitivo, como característica del Estado,


debe poder ser definido por lo menos desde dos límites: determinación
y justificación. Sin embargo, vemos cómo estos carecen de principios
subyacentes o criterios orientadores que los definan. Por tanto son
conceptos que se dotan de contenido según la cultura o tiempo, sin
que pueda encontrarse en ellos una limitación unívoca para el castigo.
Por una parte, la explicación del castigo, bajo el principio de legalidad
como criterio que garantiza la premisa de nulla poena sine lege, no
necesariamente protege la dignidad del acusado sobre decisiones arbitrarias
148 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

o desproporcionadas, puesto que el castigo, aun cuando esté legalmente


previsto, podría entre otras cosas superar la concesión de afectación de
la libertad otorgado por los individuos. Asimismo encontramos que el
principio de legalidad ha abandonado la determinación del castigo (por
ejemplo la duración de la privación de la libertad) en criterios arbitrarios,
lo que conlleva que no sea un límite al poder punitivo5, sino que, por el
contrario, incluso pueda poner en cuestión el mismo Estado de Derecho.
El contenido normativo definido por el legislador es un asunto de política
criminal, que responde a necesidades coyunturales, y no a concepciones
iniciales en límites y contenidos del derecho penal. ¿Se evidencian en las
fórmulas actuales de determinación del castigo, culpabilidad vs. Disuasión,
límites legítimos para su imposición?
En ese marco, tanto la existencia del castigo como su justificación
no constituyen un límite del mismo por cuanto su indeterminación y
consecuente distanciamiento con los valores de libertades individuales del
Estado. Esto es, la necesidad del Estado da origen y razón a la justificación
del castigo, y no es ésta la que limita los fines sobre los cuales el Estado
pueda hacer uso del castigo. El análisis de instrumento del castigo se ha
tornado a la selección de conductas lesivas y disciplinables de diversa
categoría, tal como lo advertía Roxin, todo puede ser convertido en bien
jurídico sujeto de protección del derecho penal, ¿por qué no?
En segundo lugar, la importancia de la determinación del castigo
con base en la culpabilidad del autor se confunde con el fin de la
pena bien sea como efecto disuasorio u otro. La determinación de la
culpabilidad se ve permeada por la efectividad de su imposición, para
establecer su quantum6, se entremezcla tanto la necesidad de castigar,
con los efectos esperados con el castigo. La multiplicidad de fines
toman protagonismo para justificar el castigo, y sin embargo, éste
se reduce a un simple efecto de su imposición, tal como lo advierte
Ferrajoli7: En este sentido, los fines de la pena se condicionan a la

5
Ferrajoli, L., Derecho y Razón Teoría del Garantizmo Penal, Madrid, Editorial Trotta;
“(… y el positivismo jurídico si por un lado está en la base del principio de estricta
legalidad, por el otro también permite modelos penales absolutistas caracterizados por
la ausencia de límites al poder normativo del soberano, 1989, (…) pág. 33.
6
A propósito, Roxin, afirma: “Si en efecto, la pena debe determinarse según el grado
de culpabilidad, es porque de este modo se consigue la finalidad político-social
de restablecer la paz jurídica perturbada y de fortalecer la conciencia jurídica de
la comunidad imponiendo al autor del delito una sanción que ha «merecido», es
decir, una sanción que corresponda a la gravedad de su delito”, 1981, pp. 96-97.
7
Ferrajoli, L., El Derecho Penal Mínimo, Universidad de Camerino.
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 149

efectividad de la misma, (que depende de condiciones externas al propio


individuo, tal como el grado de intimidación), y su justificación deja
de ser un criterio para la determinación del castigo, volviéndose por
el contrario, una explicación a su existencia. En términos de Pavarini
(2009), la esencia del castigo es que ciertos individuos sean socialmente
aceptados, sólo si son educados o disciplinados, convirtiendo el castigo
en un instrumento que se legitima con independencia al hecho delictivo
mismo. La disuasión y resocialización entre otras teorías que justifican
la pena pasan de ser el efecto de la misma, a ser la razón de existencia
del castigo, es decir pasan a responder la pregunta del ¿por qué?, lo cual
en efectos prácticos termina a la vez con el límite del castigo según
su justificación, (fines), tanto como con el límite del castigo según la
función que cumple: “La asimetría entre fines justificadores que atañen
a los no desviados y a los medios justificados-., los cuales lesionan el
interés de los desviados, transforma por lo tanto en inconmesurables
los medios propuestos y los fines perseguidos y, a su vez, convierte en
arbitraria la justificación de los primeros a través de los segundos”8.
La relación entre la gravedad de la conducta (por qué existe la
pena) y el castigo (para qué se impone), debe ser armónica pero
independiente a fin garantizar la correspondencia con los principios
consagrados por el Estado de Derecho.
El umbral de mínimos y máximos responde a criterios de efectividad
político-social, pero deja al azar la relación del castigo impuesto con la
culpabilidad del autor. En este sentido encontramos un castigo que se
impone por razones externas a la conducta lesiva objeto de reproche. Por
todo lo anterior, pareciese ser que los límites del castigo ceden a decisiones
político-criminales bien sea de efectividad disuasoria, política del terror,
resocialización, o cualquier otro fin que no da cuenta de la razón de
existencia del castigo. Si la racionalidad de la privación de la libertad, en
años, días u horas, debe encontrarse justificada en la definición que se da
al castigo, y esta definición es político criminal, podríamos afirmar que
la culpabilidad es un presupuesto del castigo, pero no su límite, y que el
castigo es un instrumento de los fines, y no éstos el límite del castigo.
La determinación del castigo se ha pretendido justificar con base en la
teoría del margen de libertad, o la teoría de la pena exacta. En la primera,
se otorga un margen de discrecionalidad a los jueces para determinar el

8
Ibidem, pág.11.
150 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

castigo con base en la culpabilidad del autor, sin embargo, la culpabilidad


o la determinación del quantum, se valora conforme al grado de reproche
social que genere el ilícito, y como respuesta al sensacionalismo popular
frente una determinada conducta. Esto ha llevado a políticas del terror, en
las cuales se entrevé como la única respuesta al crimen el endurecimiento
de las penas, especialmente la privación de la libertad, y nuevamente la
culpabilidad resulta ser un criterio posterior y moldeable a criterios de
política criminal, es decir, la razón que justifica la existencia del castigo,
cede paso a los fines del castigo como justifican el para qué del mismo. Esto
es, el hecho delictivo per se pasa a un segundo plano frente la necesidad
unos fines establecidos por la Política Criminal, como fines del castigo.
La falta de una unívoca y coherente justificación tanto de la existencia del
castigo como de sus fines, ha permitido al Estado utilizar este instrumento
de acuerdo a sus propios intereses coyunturales, sin el límite fundamental
de respeto a las garantías individuales del Estado de Derecho. La pena ha
pasado de tener un carácter retributivo, a pretender la resocialización del
delincuente, y así, incluso como mecanismo de control social. Del fracaso
de estas primeras, se ha pretendido una posición ecléctica que no sirve
como límite a su imposición, sino que por el contrario, sirve como puerta
abierta a políticas de control social sin realizar una validación previa frente
los valores supremos para aceptarla o rechazarla. Si aceptáramos que los
límites de la pena fueran dados por los fines que de la misma se esperaran,
eliminaríamos de facto, como en efecto sucede, el control y límite que
suponen las garantías individuales del Estado de Derecho.

5. CONCLUSIÓN

La determinación de la pena carece de límites en tanto o bien se ha


omitido su previa y necesaria justificación de existencia en relación a
valores supremos, esto es la función que el castigo cumple en relación a
la protección tanto del victimario como de la sociedad de sus libertades
individuales, o se ha confundido ésta justificación con los fines del
castigo provocando una contraposición de valores sin resultados positivos.
Conceptos como peligrosidad y reincidencia, que a la postre reducen al
sujeto a un mero objeto, ganan el pulso a la culpabilidad para determinar
el castigo. La proporcionalidad entre delito y castigo no es más que un
postulado normativo que cede paso al interés social de prevención general,
o a una obligada intervención al individuo (una resocialización del todo
Los Criterios Subyacentes en la Determinación del Castigo 151

frustrada). Se impone un castigo únicamente justificado en sus fines, sin


que se prevenga una valoración de legitimidad ante su existencia, la cual
no está dada automáticamente por la consagración normativa.
De esta manera, conviven dos conceptos que son diversos. No se
puede hablar de la determinación del castigo con fundamento en el fin
de prevención general, o según las nuevas tendencias de control social,
y a la vez referirnos a la culpabilidad del autor como fin también,
pues que son categorías diversas. Es el derecho penal la respuesta
a un hecho delictivo que mira hacía el pasado, o se utiliza como un
instrumento de política pública que pretende reducir la probabilidad de
accionar de sujetos (Bettiol, 1969). No es lo mismo que la segunda
sea consecuencia de la primera, a que por sí misma sea un fin que
justifique el castigo y sirva de límite al poder punitivo del Estado.
Es importante empezar a decantar las teorías que rondan el
sistema penal y la política criminal, pues ante la coexistencia de todas,
ninguna justifica coherentemente el castigo. Se debe buscar que sean
éstas instrumento para la defensa de la dignidad humana y criterio
de distribución del poder punitivo, y no, como sucede, la excusa a un
sistema reactivo y represivo. El derecho penal en vez de evolucionar
como elemento del Estado de Derecho puede acabar oponiéndose a él.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bentham, J., Teoría de las Penas y de las Recompensas, Tomo


Primero, París, Casa de Masson e Hijo, 1826.
Betegón, J., La justificación del castigo, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1992.
Bettiol, G., La Culpabilidad, Revista de la Universidad Externado de
Colombia, 1(10), Junio de 1969, páginas 5-18.
Diaz, E., Estado De Derecho y Sociedad Democrática, Taurus, 1984.
Ferrajoli, L., Derecho y Razón Teoría del Garantismo Penal,
Madrid, Editorial Trotta, 1989.
Ferrajoli, L., El Derecho Penal Mínimo, Universidad de Camerino.
Jakobs., G., Derecho Penal del Enemigo, Editorial Thomson Civitas,
Traducción de Manuel Cancino Meliá, 2003.
Kant, I., Fundamentación para una metafísica de las costumbres,
Madrid, Alianza, 2006.
Kant, I., Principios metafísicos de la doctrina del derecho, México,
Dirección General de Publicaciones, 1968.
Roxin, C., Culpabilidad y Prevención en derecho penal, Madrid,
Editorial Reus, 1981.
Sieyes, J.E., ¿Qué es el Estado Llano?, precedido del Ensayo Sobre Los
Privilegios, Madrid, Editorial Instituto de Estudios Políticos, 1950.
Zaffaroni, R., Humanitas en el Derecho Penal. Revista de Teoría y
Filosofía Política Clásica y Moderna, Anacronismo e Irrupción,
2006, Páginas 192-2012.
HACIA UNA DEFINICIÓN DE IMPUNIDAD
EN EL MODELO DE JUSTICIA
TRANSICIONAL EN COLOMBIA

La Necesidad de Participación, Prevención,


Comunicación y Negociación en la
Institución Social del Castigo

Gabriel Rojas Andrade


Filósofo
Estudiante del Doctorado
Universidad de los Andes

1. INTRODUCCIÓN

Parece existir un consenso internacional que indica que los crímenes


de lesa humanidad y de guerra deben castigarse principalmente con
decisiones judiciales basadas en condenas de prisión1. Tal percepción se
refuerza si un Estado ha ratificado el Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional (CPI). Ello supone que ha adquirido el compromiso de
combatir la impunidad, sancionar a los responsables de graves violaciones
a los derechos humanos (DDHH) e infracciones al Derecho Internacional
Humanitario (DIH) y prevenir acciones criminales de este tipo2.
No obstante, en el marco de un acuerdo político para la terminación
de una confrontación armada, tal conceso encuentra serios interrogantes.
Una negociación que reconoce actores de un conflicto prolongado –como

1
A mayo de 2013, 122 Estados de los cinco continentes habían ratificado el Estatuto
de Roma. En: ICC Official Website http://bit.ly/18zHW78. Consultado el 10 de
noviembre de 2014.
2
“The International Criminal Court (ICC), governed by the Rome Statute, is
the first permanent, treaty based, international criminal court established to
help end impunity for the perpetrators of the most serious crimes of concern to
the international community”. En: ICC Offcial Website http://bit.ly/18zHW78.
Consultado el 10 de noviembre de 2014.
156 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

el que se lleva cabo actualmente entre el gobierno de Colombia y la


guerrilla de las FARC– cuestiona la idea de que las sanciones deban basarse
exclusivamente en procedimientos ordinarios de la justicia penal. Además
de problemas sobre la razonabilidad, viabilidad y efectividad de las
investigaciones criminales individuales en casos de violaciones masivas y
generalizadas de DDHH, el hecho mismo de que exista un reconocimiento
entre antagonistas que conducen una negociación política para lograr la
paz, demanda la formulación de estrategias de indagación, juzgamiento
y sanción que permitan el diálogo entre las partes, la estabilidad de los
acuerdos y la implementación de los mismos.
Por otra parte, si existe un creciente número de víctimas, cuyos derechos
han sido vulnerados masiva y sistemáticamente por diferentes actores de
la guerra3, es necesario diseñar procedimientos jurídicos o políticos que
garanticen la verdad, la reparación, la no repetición y la determinación
de las responsabilidades de los crímenes cometidos durante el conflicto.
En el marco de un análisis del modelo de justicia transicional para
Colombia, el castigo es uno de los ejes de debate en los que se debe
profundizar para satisfacer las múltiples demandas del proceso paz.
Esta aproximación no solo debe preguntarse por las herramientas
dogmáticas del fin de la pena que sustentan el ordenamiento jurídico
vigente, sino que también debe indagar sobre las concepciones sobre
política criminal y propósitos sociales de dichas penas.
El control del crimen en los Estados modernos se erige como una
compleja institución social que, en sus prácticas rutinarias, condensa
relaciones comunitarias y significados culturales específicos. En un
contexto de transición como el colombiano, las dimensiones sociales
del castigo y las tensiones que supone la práctica de las instituciones
penales, deben ser exploradas a partir de un marco sociológico que
estudia los discursos alrededor de las prácticas punitivas, la reflexión
filosófica y el análisis político sobre la noción de impunidad. Enfoques
de este tipo sugieren que el castigo no debe ser pensado exclusivamente
bajo una perspectiva de eficacia técnica –que lo interpreta como un
medio para el control de la criminalidad a partir de las prisiones–. Por el

3
De acuerdo con la página oficial de la Unidad para la Atención y la Reparación
Integral a las Víctimas (UARIV) del gobierno de Colombia, a noviembre de 2014,
estaban registradas 6.941.505 víctimas del conflicto armado colombiano. En: http://
bit.ly/1dpDoOf. Consultado el 12 de noviembre de 2014.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 157

contrario, la reforma o resocialización de los prisioneros no se cumple;


los establecimientos de reclusión tienen altas tasas de hacinamiento y
graves escenarios de violación de DDHH; las nuevas generaciones y tipos
criminales no son disuadidas por las sanciones penales; las emociones
retributivas fomentadas por los procedimientos penales tradicionales
no previenen el surgimiento de nuevos perpetradores y las tasas de
criminalidad no disminuyen. Estas circunstancias hacen del castigo y
su relación con la prisión una aproximación deficiente para controlar y
prevenir el delito (Garland, 2007).
Una interpretación del castigo como institución social no solo invita
a analizar las sanciones penales más allá de una visión punitivista,
también permite configurar una propuesta crítica sobre el diseño
normativo de un modelo de justicia transicional. Tal perspectiva
hace posible reconocer el carácter coyuntural de las demandas y
expectativas con las que se emplea la noción. De este modo, la pregunta
por la función de la pena no se plantea desde un interés meramente
teórico, sino que está relacionado con consideraciones prácticas y
multidisciplinares que involucran fines sociales particulares.
En lugar de defender una propuesta retributiva (Kant, 1798; Hegel,
1821), o una teoría de reestabilización de las expectativas normativas
generales (Jakobs 1991), una postura unificada resulta enriquecedora
para iniciar el análisis de modelos de justicia transicional. Para tal
efecto, se requiere un recorrido amplio por la interpretación del castigo
que anule la retribución y vincule la prevención general y la especial
–con base en ámbitos de justificación independientes– (Roxin 1994).
Además, es necesario preguntarse por las funciones comunicativas del
castigo (Duff, 2010) e incluir una crítica a las expectativas de control
que supone la prisión. Tal cuestionamiento debe incluir una evaluación
política de la violencia que impone el derecho penal en sociedades
desiguales (Foucault 1975, Garland 2007, Gargarella 2010) e
indagar por posibilidades restaurativas de la pena (Braitwaite 1996).
Así, el castigo puede ser considerado como un recurso maleable en
escenarios de transición política que debe comprender la impunidad
desde fines más complejos que la mera retribución.
La discusión sobre la transición hacia la paz en Colombia puede
situarse alrededor de inquietudes sobre el castigo que actualmente son
objeto de amplio debate en la literatura sobre derecho penal internacional
y justicia transicional (Orentricher, 1991; Robinson 2003; Elster
158 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

2004, 2006, 2012; Moghalu, 2008; Cassese 2002; Findlay y Henham,


2010). Sin embargo, el presente artículo no se ocupa de estos debates,
que actualmente cuentan con una prolífica producción en la academia
colombiana. En su lugar, sugiero que para encontrar respuestas a
las tensiones entre los fines políticos de un acuerdo negociado y las
expectativas con respecto a la impunidad que demandan los compromisos
internacionales, se requiere ampliar el debate incluyendo otro cuerpo
de literatura sobre fines de la pena y sociología del castigo (Foucault
1975; Roxin, 1994; Duff, 2001; Garland 2007; Gargarella, 2012).
Una visión crítica de la justicia criminal que explore la relación entre los
fines de la pena y su relación con medidas retributivas o restaurativas
del castigo (Braithwaite 1996; Dignan, 2005; Newburn, 2010) –en
el marco de la justicia transicional– puede reestructurar la noción de
impunidad con base en una lectura que no descuida las contingencias
y demandas de la superación de un conflicto armado.
Con base en la perspectiva expuesta, la estructura del presente
artículo se distribuye en cuatro momentos: un primer aparte tiene por
objeto presentar las percepciones políticas de diferentes actores de la
sociedad colombiana sobre el castigo, la impunidad y la prisión en
el marco del proceso de paz que se lleva a cabo en el país. Esto con
el propósito de introducir las expectativas, vacíos y multiplicidad de
significados en el uso de las tres nociones.
En el segundo momento se exploran los desarrollos académicos
sobre el castigo tanto en posturas liberales contemporáneas como en
perspectivas críticas de la sociología y la ciencia política. Primero
desde una visión preventiva unificada (Roxin 1994), luego con base en
las posibilidades comunicativas del castigo (Duff 2010) y, finalmente,
como una categoría de poder. Esta interpretación, lejos de representar
perspectivas fijas de los fines de la pena, responde a dinámicas sociales
y culturales cuyo correlato son tecnologías particulares de sanción.
Dichas tecnologías que se reflejan en concepciones contingentes de
prisión, régimen penitenciario y medidas punitivas en sociedades
desiguales (Foucault 1975; Garland 2007, Gargarella 2010).
La tercera sección se ocupa brevemente de alternativas restaurativas
al derecho penal que podrían ser implementadas en un modelo de
justicia transicional. En este marco, se ensaya una síntesis entre justicia
restaurativa (Braithwaite 1996; Newburn 2010) y los elementos
preventivos, comunicativos y de negociación que se pueden incluir en
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 159

una definición amplia del castigo. Tal síntesis se expone como una opción
viable en contextos de negociación política entre actores armados.
Finalmente, se emplean las reflexiones sobre el castigo y la justicia
restaurativa para ensayar una definición de impunidad que no está
restringida a la falta de castigo para todos los perpetradores, sino que la
orienta a partir de las consecuencias sociales que tiene la prolongación del
conflicto armado. En otras palabras, la negativa a acoger medidas de justicia
preventiva, comunicativa y de negociación –que no se limiten a las penas
de cárcel para todos los responsables– puede generar impunidad en tanto
que no permite alternativas jurídicas razonables para superar las causas
estructurales del conflicto armado y sus consecuentes vulneraciones a
los DDHH de la población. Con base en una perspectiva restaurativa del
castigo, que resalta los retos para la estabilidad que tiene una sociedad en
transición, esta aproximación plantea propuestas para garantizar que los
autores de graves crímenes asuman su responsabilidad, reparen los actos
cometidos durante un conflicto armado y, en el camino, se sumen a las
víctimas y la comunidad en general para negociar alternativas preventivas
y comunicativas a las de un derecho penal punitivista y desigual.

2. LAS NOCIONES DE IMPUNIDAD, CASTIGO Y PRISIÓN


EN EL DEBATE SOBRE LA PAZ EN COLOMBIA

En 2012, el Gobierno del actual presidente de Colombia, Juan


Manuel Santos, presentó ante el congreso el Acto Legislativo 01 de
2012 “por medio del cual se establecen instrumentos jurídicos de
justicia transicional en el marco del artículo 22 de la Constitución
Política y se dictan otras disposiciones4 (en adelante, Marco jurídico
para la paz). El instrumento se presentó como “una estrategia jurídica
integral que busca asegurar, al mismo tiempo, la máxima satisfacción
posible de los derechos de las víctimas, la transición hacia una paz
estable y duradera y el fortalecimiento del Estado de derecho”5.
Para tal efecto, el Acto legislativo mencionado contempla la
creación de una ley estatutaria que dé un trato diferenciado a los
grupos armados y agentes del Estado que hayan sido parte del

4
Expediente D–9499 - Sentencia C–579/13 (agosto 28) M.P. Jorge Ignacio Pretelt Chaljub.
5
Presidencia, Oficina del alto Comisionado para la paz. Intervención en el proceso
de constitucionalidad del Acto Legislativo 1 de 2012 Expediente D-9499.
160 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

conflicto armado interno por medio de instrumentos excepcionales


–judiciales y extrajudiciales– de justicia transicional, que cumplan
los deberes estatales de investigación y sanción, y cuyo fin principal
sea facilitar el logro de la paz, con garantías de no repetición y de
seguridad para todos los colombianos y, en el mayor nivel posible,
los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación.
Del mismo modo, el Acto Legislativo plantea la creación de una
Comisión de la verdad, la aplicación de criterios de priorización y
selección para centrar los esfuerzos de la investigación en los máximos
responsables de los delitos de lesa humanidad que hayan sido cometidos
de manera sistemática y establecer casos, requisitos y condiciones en los
que proceda la aplicación de sanciones judiciales, extrajudiciales, penas
alternativas, modalidades especiales de ejecución y cumplimiento de
la pena y autorizar la renuncia autorizada a la persecución judicial
de todos los casos no seleccionados. Finalmente, el Acto Legislativo
contempla el tratamiento penal especial de los instrumentos referidos
para grupos armados al margen de la ley que hagan parte del conflicto,
que no sigan delinquiendo y que se desmovilicen colectivamente en el
marco del acuerdo de paz, o a quienes lo hagan individualmente, bajo
condiciones tales como la dejación de las armas, el reconocimiento de
responsabilidad, la contribución al esclarecimiento de la verdad y la
reparación integral de las víctimas, la liberación de los secuestrados
y la desvinculación de los menores de edad reclutados6.
El pasado 28 de agosto de 2013, la Corte Constitucional de
Colombia declaró exequible el Marco jurídico para la paz. Uno de los
argumentos principales del Alto Tribunal para no aceptar la demanda
que la organización de la sociedad civil –Comisión Colombiana de
Juristas (CCJ)– había interpuesto, sostiene que lo consignado en el
Acto Legislativo no sustituye elementos estructurales definitorios de
la Constitución Política de 1991:

La Corte estimó que a través de ellos [mecanismos de la justicia


transicional como la selección y la priorización de máximos
responsables de graves violaciones a los Derechos Humanos] es
posible modificar la estrategia de juzgamiento “caso por caso”,
tradicionalmente utilizada por la justicia ordinaria, y, en su lugar,

6
Acto Legislativo 1 de 2012.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 161

acudir a un sistema que permite agrupar graves violaciones


de derechos en “macroprocesos”, e imputarlas a sus máximos
responsables. Esto, a su vez permite cumplir de forma más eficiente
el deber de proteger los derechos de las víctimas del conflicto7.

La Corte afirmó además que la renuncia a la persecución penal de


excombatientes que dejen las armas, reconozcan su responsabilidad,
contribuyan al esclarecimiento de la verdad, la reparación integral de las
víctimas, la liberación de los secuestrados y la desvinculación de menores,
se justifica con base en un argumento de ponderación entre el deber de
prevenir futuras violaciones a los derechos humanos y la búsqueda de una
paz estable y duradera8. Asimismo, determinó que los mecanismos de
suspensión condicional de ejecución de la pena, sanciones extrajudiciales,
penas alternativas y modalidades especiales de cumplimiento no sustituyen
los pilares esenciales de la Constitución con respecto a los deberes estatales
de investigación y sanción de graves violaciones de los derechos humanos
y el derecho internacional humanitario, siempre y cuando estén orientados
a la satisfacción de los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición9.
Los magistrados María Victoria Calle Correa, Jorge Iván Palacio
Palacio, Alberto Rojas Ríos y Luis Ernesto Vargas Silva, aclararon
su voto sobre el Acto Legislativo indicando que, además de que los
criterios normativos que permitirían mecanismos de justicia transicional
en Colombia no implican una sustitución del orden constitucional vigente
en cuanto siguen en manos de una ley estatutaria que es responsabilidad
del Congreso, el énfasis en el Marco jurídico para la paz “debía hacerse
en el deber de garantía de esos derechos y no en la persecución penal
de los responsables de graves violaciones a los mismos y al derecho
internacional humanitario”10. Para los magistrados mencionados
el ejercicio del poder punitivo es apenas uno de los medios con los
que cuenta el Estado para asegurar el goce efectivo de los derechos
fundamentales de quienes han sido víctimas del conflicto armado
interno. “Pero lo que define la identidad de la Constitución no es ese
medio, sino el fin al que sirve”11. En este caso se empleó un medio

7
Corte Constitucional. Comunicado de prensa N. 34. 28 de agosto de 2013.
8
Ibíd. p. 3.
9
ibíd. p. 3.
10
Ibíd. p. 5.
11
Ibíd. p. 6.
162 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

específico –la justicia transicional– para asegurar su plena vigencia en


una sociedad que transita desde el conflicto armado interno hacia la paz12.
Finalmente, la Corte estimó que los mecanismos de suspensión
total de la pena que pueden derivar de la ley estatutaria que establezca
los criterios normativos que introduce el Marco jurídico para la paz,
no pueden operar para aquellos que sean condenados como máximos
responsables de delitos de lesa humanidad, genocidio y crímenes
de guerra cometidos de manera sistemática. En este sentido, los
mecanismos transicionales deben garantizar la verdad y revelación con
respecto a todos los hechos que hayan generado graves violaciones a los
Derechos Humanos (DDHH) y al Derecho Internacional Humanitario
(DIH), bien sea a través de mecanismos judiciales o a través de
alternativas extrajudiciales como una Comisión de la Verdad13.
La atención que la Corte Constitucional dedica a la relación entre la
persecución penal, la suspensión de la pena, el poder punitivo del Estado
y el deber constitucional e internacional de investigar, juzgar y sancionar
a los responsables de violaciones a los derechos humanos, se constituye
no solo como un precedente jurisprudencial en torno a la viabilidad de
mecanismos de justicia transicional para superar el conflicto armado
en Colombia, sino que además se inscribe en un debate nacional que
ha involucrado al Congreso, la Fiscalía, la Procuraduría y ha copado la
agenda de los medios de comunicación del país. La decisión de la Corte
con respecto a la demanda de la CCJ se inclina por una lectura que
atiende a las posibilidades con las que cuenta al Estado para satisfacer
exigencias de tratados internacionales, no abandonar los principios que lo
fundamentan y responder las demandas de las víctimas por sus derechos.
La pregunta por cómo se va a investigar y juzgar, en el marco de un
acuerdo para superar el conflicto armado en Colombia, ha impulsado
a todas las ramas del poder público, a los organismos de control, a la
opinión pública y a los actores del conflicto a debatir qué es lo más “justo”,
“razonable” o “conveniente” alrededor de una noción cuya definición tiene
un sentido multidimensional todavía difuso en los argumentos esgrimidos
y que, pese a ser pronunciada en la mayoría de espacios mencionados, no
ha sido objeto de una indagación cuidadosa: la impunidad14.

12
Ibíd. p. 6.
13
Ibíd. p. 4.
14
Algunas ONG de investigación y, en particular, voces de la academia colombiana
han centrado su interés en la justicia transicional y sus alcances para el contexto
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 163

El Presidente de la Comisión de Paz del Senado, Roy Barreras,


quien fue autor y ponente del Marco jurídico para la paz, señaló –una
vez se firmó el Acto legislativo en el Congreso– que:

El proyecto no genera impunidad. Impunidad es lo que hay hoy,


cuando por un mar de denuncias al borde del colapso, la ley de
justicia y paz no ha permitido sino 2 condenas de 340 mil delitos15,
y los máximos responsables de éstos terminarán saliendo libres sin
que digan la verdad y sin las condenas que las víctimas esperan.
Es gracias a este Marco para la paz que podrán seleccionarse esos
casos más graves y los máximos responsables para investigarlos y
sancionarlos. Pero no solamente habrá justicia con esta iniciativa,
habrá también –y es lo más importante– la posibilidad de que
las víctimas conozcan la verdad, la posibilidad de desentrañar y
desnudar las organizaciones criminales que tanto daño le hicieron
al país durante 50 años, y que dejen de existir como amenaza
para Colombia y se conviertan en colombianos y colombianas
constructores de democracia, paz y futuro16.

Por su parte el Procurador General de la Nación, Alejandro


Ordóñez17, dijo que según la Corte Penal Internacional (CPI):

local. Uprimmy, Rodrigo es uno de los representantes más reconocidos en ambos


ámbitos por sus aproximaciones a un enfoque reparador de la justicia y su activismo
en torno al Marco jurídico para la paz y otros debates sobre los alcances jurídicos
de normativas transicionales como la Ley 1448 de 2011 (conocida como Ley de
víctimas y restitución de tierras). En cuanto a la impunidad, Uprimmy ha realizado
estudios sobre la justicia en Colombia en un sentido más general que incluyen
preguntas sobre su definición en términos de la idoneidad del sistema penal para
enfrentar el delito. Allí señala que “en el país se ha tenido una visión simplista
de la impunidad, según la cual todo eventual delito, que no sea conocido por
las autoridades o que no lleve a una condena judicial, implica obligatoriamente
impunidad” García Villegas, Mauricio; Rodríguez Garavito, Cesar; Uprimmy
Yepes, Rodrigo, ¿Justicia para todos? Sistema judicial derechos sociales y
democracia en Colombia, Bogotá, grupo editorial norma, 2006. p. 331.
15
Para un análisis de las falencias frente a la judicialización de la ley de Justicia y
paz, ver: Forer, Andreas, Justicia transicional, Bogotá, Grupo Editorial Ibáñez,
2012. p. 31.
16
Página web del Senado de la República. “El Congreso es el cerrajero de la paz”.
http://bit.ly/NCmimH recuperado el 15 de octubre de 2013.
17
Sobre los argumentos de fondo de la Procuraduría sobre la demanda contra el
Acto legislativo 01 de 2012 ver: Concepto de la Procuraduría sobre demanda de
inconstitucionalidad contra algunas expresiones del acto legislativo 01 de 2012
164 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

218 integrantes de las FARC están condenados por delitos de


lesa humanidad y crímenes de guerra (…) Yo no sé cómo se
aprobó este marco jurídico (…) se nos dijo que en Colombia no
había decisiones frente al Estado Mayor de las FARC, referidas
a los crímenes de lesa humanidad. Eso todos lo oímos y nos
escandalizamos, pero lo oímos casi que resignadamente (…)
el dilema no es entre la guerra y la paz, el verdadero dilema es
entre la impunidad y la justicia (…) Colombia no es Irlanda, las
FARC no son el IRA, y los ideales del IRA no son equivalentes al
narcotráfico (…) aquí hay un falso dilema porque se ha pretendido
estigmatizar a quienes, incluso desde la órbita funcional, han
expresado estas críticas desde el ámbito jurídico. Se ha pretendido
que son enemigos de la paz (…) estas normas aseguran la
impunidad (…) se desconocen los derechos a la verdad, la justicia
y la reparación (…) y se le está haciendo fraude a la ley y a los
compromisos internacionales que la Nación ha adquirido18.

Finalmente, el jefe máximo de las FARC, Timoleón Jiménez, alias


‘Timochenko’, sostuvo en una entrevista para una red internacional
de noticias que:

En la mesa estamos buscando ponerle punto final a ese conflicto


y hay por lo menos dos partes involucradas en esto ¿Si la salida
es todos presos cuántas cárceles habría que construir? Pareciera
que solo cabe la prisión para los jefes guerrilleros, como si tanto
militar, policial o político, incluidos gobernadores, ministros, y
hasta presidentes, no fueran los principales responsables de tanta
atrocidad en Colombia(…) Si logramos un acuerdo de paz con
justicia social, tengan la plena seguridad que desde el guerrillero

presentada en la Audiencia de la Corte Constitucional. p. 85. 5 de abril de 2013.


El concepto de Procurador General de la Nación sobre la demanda al Marco
jurídico para la paz fundamenta sus críticas al acto legislativo en la naturaleza
y definición de los crímenes de lesa humanidad sobre los que el acto legislativo
no actuaría, las obligaciones internacionales suscritas por Colombia respecto de
la investigación y sanción de dichos crímenes que resultan incompatibles con los
criterios de selección que se sugieren y, finalmente, las contradicciones entre el
acto demandado y las obligaciones del Estado colombiano que supondrían una
situación de sustitución de la Constitución.
18
Noticiero de la FM. “Procurador Ordóñez: yo no sé cómo se aprobó este marco
jurídico”. http://bit.ly/1830ue4. Recuperado el 15 de octubre de 2013.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 165

más antiguo hasta el más nuevo, lo van a respaldar. En ese momento


las armas quedarán relegadas a un segundo plano (…) impunidad es
la característica fundamental del régimen político colombiano (…)
la extrema derecha prefiere decir que la paz sí pero sin impunidad,
borrando de un plumazo el hecho de que la impunidad ha sido la
característica fundamental del régimen político colombiano y una
de las causas más válidas del levantamiento armado19.

El debate alrededor de las garantías, en cuanto a justicia que suscita


un proceso de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las
FARC, pone de manifiesto una preocupación, desde visiones antagónicas,
con respecto a la pena que deberían cumplir los responsables de graves
violaciones a los DDHH. Sin embargo, aun cuando los argumentos se
mueven entre la ineficiencia del sistema judicial, los deberes internacionales
del Estado colombiano, los derechos a la verdad, la justicia, la reparación
y la no repetición de las víctimas, las debilidades del régimen político
colombiano y su relación con la lucha armada insurgente, en ningún
caso se presenta una reflexión cuidadosa de aquello que se entiende por
impunidad. No es que no se atribuya el carácter de “impune” a un conjunto
amplio de hechos disímiles como los crímenes contra la población civil,
la falta de investigación y juzgamiento frente a procesos represados de
iniciativas transicionales anteriores, o aquellos vinculados con la violencia
generalizada, no asociada directamente al conflicto. Desde una perspectiva
no gubernamental, la impunidad se atribuye incluso a la desigualdad
estructural del Estado colombiano y a los crímenes cometidos por la fuerza
pública y respaldados por autoridades locales y nacionales.
La impunidad es una categoría que se usa para calificar un sinnúmero
de conductas, procesos o estructuras contra las cuales distintos grupos
poblacionales se manifiestan, pero su contenido, en parte debido a su
empleo indiscriminado, parece vacío, susceptible de ser saturado con
aquello que interese a quienes lo esgrimen en sus argumentos a favor
o en contra del actual proceso de paz en Colombia20. El concepto que

19
América economía. “Timochenko’ ratifica que las FARC no quieren ir a la cárcel
tras proceso de paz”. http://bit.ly/17ScKA1. Recuperado el 15 de octubre de 2013.
Sobre la posición oficial de las FACR sobre el Marco jurídico para la paz ver:
“FARC-EP NO se someten a marco jurídico para la paz”. En http://bit.ly/1a2OHOp.
Consultado el 10 de agosto de 2013.
20
El discurso con base en la lucha contra la impunidad se ha expandido además
en el derecho penal internacional reciente con la jurisprudencia de la Corte
166 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

semánticamente se opone al de impunidad es el de pena o castigo21. Esta


noción, que tampoco se ha discutido en sus alcances y fundamentos
dentro del debate planteado, parece rodear las intervenciones citadas
anteriormente como el soporte de las afirmaciones más contundentes.
Quienes se oponen al marco jurídico para la paz parecen advertir que
la satisfacción del derecho a la justicia pasa por garantizar castigos
ejemplarizantes o disuasorios a los responsables de graves violaciones
a derechos humanos. El ex presidente Álvaro Uribe Vélez, férreo
opositor del proceso de paz con las FARC, sostiene insistentemente que:

La impunidad genera dos problemas: el primero, el mal ejemplo


y el segundo es una barrera del perdón. ¿Cuál ejemplo? Hoy las
BACRIM [acrónimo usado por el gobierno de Colombia para
caracterizar a los grupos armados ilegales que surgieron después
de la desmovilización de las estructuras paramilitares en 2005 y
que a finales de 2012 seguían expandiendo sus acciones contra
la población civil] son tan grandes como las FARC, o más. Si
le dan impunidad a las FARC, las BACRIM van a aspirar a la
misma impunidad. Y tiene otro problema, que lo ha registrado
la historia de la humanidad. La impunidad es el reconocimiento
del campeonato al criminal, es la exaltación del criminal y es la
humillación de la víctima; y la víctima humillada no es propensa al
perdón […] Si me dicen que hay un joven que estuvo en las FARC
y que no está incurso en delitos de lesa humanidad y que el precio
de la paz es que ese joven no vaya a la cárcel y que pueda intervenir
en política, yo no me opongo. Otra cosa es el Secretariado de las
FARC, responsable del secuestro y asesinato de los diputados
vallecaucanos, responsables del carro bomba contra el edificio de

Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional en contextos


de transición hacia democracias. Para un análisis de un caso emblemático en el
Uruguay sobre la materia, desde una perspectiva de democracia deliberativa ver:
Gargarella, Roberto. “Sin lugar para la soberanía popular. Democracia, derechos
y castigo en el caso Gelman. Inédito. En http://bit.ly/HSy24L. Universidad de Yale.
Recuperado el 20 de agosto de 2013.
21
El Diccionario de La Real Academia Española, en su edición 22, define la
impunidad como: “falta de castigo”. No se pretende agotar con esta aproximación
escueta la relación entre impunidad y castigo. Se busca solamente ilustrar la
relación semántica inmediata entre los dos términos y que justifica, de manera
inicial, la pregunta por la pluralidad de significados que los términos adquieren
en una discusión sobre la paz.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 167

la justicia en Cali, los responsables del asesinato de los soldados y


policías en el Cauca. Si usted me dice que les van a dar impunidad
y elegibilidad política, eso le hace mucho daño a la democracia22.

El castigo para motivar el perdón, el castigo para disuadir y enviar


un mensaje de no repetición, el castigo para dignificar a la víctima, el
castigo para garantizar la democracia son algunos de los correlatos del
discurso alrededor de la impunidad que se asocia a la justicia. Y ese
castigo en el Estado social de derecho colombiano de la Constitución de
1991, que no admite la pena de muerte y cuya base es la vida y libertad
intrínseca de todos los seres humanos23, encuentra su materialización
en la prisión. La cárcel es el referente de discusión en las intervenciones
expuestas anteriormente. Si bien se menciona la verdad y la reparación de
las víctimas como fundamentos de la justicia transicional e instrumento
de las críticas de los opositores del proceso de paz, el ámbito de la
justicia se discute con base en la posibilidad de las penas de cárcel que
podrían recibir los jefes guerrilleros, los combatientes rasos y, desde la
perspectiva de la guerrillas y ONGs, los miembros del Estado que hayan
cometido violaciones graves de los derechos humanos.
En la discusión sobre la paz en Colombia, la equivalencia entre castigo
y cárcel es tan imprecisa como el uso de la impunidad en argumentos
en torno a la justicia. No es claro en las posiciones referidas a lo largo
de este apartado cómo es que la cárcel logra la verdad, la justicia, la
reparación, la no repetición, el perdón, la disuasión o la superación de
aquello que se llama impunidad. Mucho menos es posible identificar
una relación contundente entre el castigo y estas pretensiones. En la
misma intervención del ex presidente Álvaro Uribe sobre la impunidad,
sostiene: “Si me dice: mire, que no paguen sentencias de 40 años, sino de
ocho en aras de la paz, es aceptable. Yo tendría que aceptarlo porque eso
fue lo que decidió nuestra ley de justicia, paz y reparación, que permitió
la desmovilización de 35.000 paramilitares y de 18.000 guerrilleros”24.
¿Son el número de años que un condenado permanezca en la cárcel
o el número de desmovilizados que promueva una disminución en las
penas, las variables que van a determinar qué tanta justicia se impartió,

22
Diario el País. “La impunidad es la partera de nuevas violencias”: ex presidente
Uribe, Álvaro, En http://bit.ly/1albWRf. Recuperado el 14 de julio de 2013.
23
Constitución Política de Colombia Artículos 11, 12 y 13.
24
Op.cit.
168 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

qué tanta reparación y verdad se consiguió? Por otro lado, los fines del
Estado de los que hablan los magistrados de la Corte Constitucional
que aclararon su voto sobre el Acto legislativo del Marco Jurídico
para la paz, ¿se ven satisfechos si en vez de una vocación punitiva, se
toman otras medidas de justicia que excluyan la prisión o propongan
alternativas a los procedimientos penales ordinarios?
Para contestar estas preguntas, en el siguiente apartado se esbozan
aproximaciones a los fines de la pena que permiten ilustrar los
fundamentos tradicionales que respaldan la demanda de cárcel para
criminales. Si bien se exploran inicialmente las nociones de castigo
en la justicia penal ordinaria, los elementos sociológicos y críticos con
los que se complementa el análisis ofrecen un punto de partida teórico
que puede ampliar el debate en el contexto de la justicia transicional.

3. EL CASTIGO COMO INSTITUCIÓN SOCIAL


CON CAPACIDAD DE PREVENCIÓN,
COMUNICACIÓN Y NEGOCIACIÓN

3.1. Propuesta unificadora: prevención general y


prevención especial sin retribución

Cesare Beccaria (1764) señalaba a mediados del siglo XVIII que el


origen de las penas reside en la necesidad de vincular la ley con la política
moral (Beccaria, 1984: 45). Con ello se refería a la noción hobessiana que
afirma que, para escapar del estado de guerra, los hombres ceden parte
de su libertad para otorgar el monopolio de la violencia a un soberano
que es depositario y administrador de dicha libertad. Las penas contra
los infractores de las leyes impuestas legítimamente por el soberano
existen para defender a la nación soberana de los intereses privados de los
individuos, de los “motivos sensibles” que nublan su conducta (Beccaria,
1984: 46) y para desviar el ánimo despótico de cada hombre de conducir
a la sociedad de vuelta a un caos. Esto quiere decir que los seres humanos
ceden parte de su libertad por la necesidad de controlar las pasiones que los
presionan a la guerra de todos contra todos. Cualquier pena que sobrepase
tal necesidad será injusta pues no estaría determinada a conservar la
libertad depositada por cada individuo al soberano.
La versión insipiente de un Estado ilustrado en el que el soberano
es el legítimo implementador de las penas contra los infractores de la
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 169

ley, introduce la idea de un actor racional que bien sea por sus pasiones
o intereses personales, pone en riesgo el pacto social que evita el caos.
Esta perspectiva que individualiza al infractor encuentra un desarrollo
positivo en La idea del fin en el derecho penal (1882) de Franz Von
Liszt. El pensador austriaco observa la pena desde una concepción
finalista en la que el propósito del castigo es la protección de un bien
jurídico, esto es, de intereses de la vida humana individual o social
tutelados por el derecho. Dicha protección puede darse a partir de una
prevención general (sobre el conjunto de los sujetos de derecho) o
sobre el propio delincuente como prevención especial. A este último,
según Von Liszt, se le puede resocializar o neutralizar.
El elemento crítico de la aproximación finalista de la escuela
jurídico penal sociológica es su desplazamiento de la idea retributiva
de matriz ética por la preventiva, enfocada en el provecho social.
Sin embargo, la idea de corte relativo en la que ya se inscribe Von
Liszt incluye la clasificación y posterior segregación perpetua de
delincuentes irrecuperables. Si bien este finalismo comparte con
Beccaria la postura de que una pena justa es una pena necesaria para
el bien del Estado, encuentra una diferencia cualitativa en la visión
multidisciplinar que exige la objetivación de la pena, el examen del
delincuente y el abandono de la retribución como fin del castigo: “la
venganza de sangre es dejada de lado por los coasociados, limitada
y prohibida por el creciente poder estatal (…) [la pena estatal] se
conforma con el debilitamiento en vez del aniquilamiento de los bienes
jurídicos de que es titular el delincuente”. (Von Lizst: 1994: 88).
La aparente humanización del castigo en Von Lizst es cuestionada por
Roxin en su manual de Derecho Penal (1994). En contraste con las teorías
absolutas defendidas por el idealismo Alemán, en la que se equilibra y
expía la culpabilidad del autor por el hecho cometido, independientemente
de la existencia del Estado (con base en un imperativo categórico de justicia
(Kant, 1798) o como la negación de la negación del derecho (Hegel,
1821)), Von Lizst es situado en la teoría de la prevención especial. La
interpretación finalista de la pena pretende asegurar a la comunidad,
intimidar al autor o corregirlo (Roxin, 1994: 86). Para Roxin el defecto
más grave de esta aproximación es que no pone límites a la pena. La
resocialización puede poner en riesgo la libertad del individuo en un Estado
liberal de derecho e imponer una educación particular del Estado que un
ciudadano racional no tiene por qué aceptar incondicionalmente (Roxin,
170 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

1994: 88). Ello sin mencionar que la reincidencia es difícil de tratar del
mismo modo que la resocialización puede no ser funcional en todos los
casos (como los miembros del partido Nazi que se escondieron una vez
terminada la guerra y como tal se volvieron inofensivos para la sociedad,
pese a haber cometido graves crímenes durante el régimen).
La prevención general (aquella que pretende influir sobre la
comunidad y no solo sobre el autor) es igualmente problemática para
Roxin. Feuerbach (1801), precursor positivista de esta corriente,
sostenía que la ley es una coacción psicológica que se configura mediante
el poder efectivo y armónico entre los poderes legislativo y ejecutivo para
intimidar el impulso sensual de los individuos hacia la lesión jurídica y
así preservar la libertad de todos. Semejante interpretación de la ley hace
que el objetivo de la pena sea la intimidación de todos como posibles
protagonistas de lesiones jurídicas con el fin de preservar la confianza
en el ordenamiento jurídico (Feuerbach 2007: 52-53).
La prevención general negativa de Feuerbach tiene el poder de hacer
de la pena algo necesario, incluso en la ausencia del delito, pues su propósito
es disuadir a la población general y no solo a los autores de crímenes. En
este sentido, tiene un carácter objetivo, pues debe ser exacta en establecer
el tipo de conductas que el Estado prohíbe a los individuos. Sin embargo,
Roxin considera que las deficiencias teóricas y prácticas de la prevención
general también residen en la imposibilidad de limitar las penas, lo cual
puede conducir a un Estado autoritario que imponga terror basado en el
bien general. Asimismo, tiene un alto riesgo de atentar contra la dignidad
humana pues el castigo se justifica en una idea abstracta de comunidad
y no en el respeto de los derechos del individuo. Finalmente, la teoría de
prevención general también enfrenta la dificultad de justificar la ejecución
del castigo sobre el infractor, pues la intimidación se dirige exclusivamente
a la comunidad y no al autor que ya ha cometido el delito (Roxin, 1994: 93).
La apuesta por una teoría mixta que vincule retribución, prevención
especial y prevención general como fines de la pena que se persiguen
simultáneamente, parte de la idea de que ninguna de las aproximaciones
puede justificarse por sí sola. No obstante, para Roxin, en términos
de fundamentación teórica, no es posible sostener al mismo tiempo la
compensación de la culpabilidad que requiere la retribución, junto con
las pretensiones de intimidación de la prevención especial y general.
La propuesta es entonces una teoría unificadora preventiva de carácter
dialectico que anula el pensamiento retributivo y toma los aspectos
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 171

más acertados de las propuestas preventivas. Esta síntesis pretende


amortiguar las críticas a cada aproximación por medio de un sistema
recíproco de complementación y restricción (Roxin, 1994: 95).
La teoría unificadora preventiva de Roxin busca evitar los hechos
delictivos tanto a través de la influencia sobre un individuo particular como
sobre la colectividad. Ello se consigue cuando “la pena declarada en la
sentencia concreta es adecuada para alcanzar ambos fines tan eficazmente
como sea posible” (Roxin, 1994: 95). Las críticas a la resocialización del
delincuente basadas en el argumento de que conduce a una adaptación
forzosa de la personalidad, encuentran su límite cuando el castigo es
sopesado en función de una prevención general y viceversa. Allí donde
una pena ejemplarizante es excesiva, una idea de voluntad resocializadora
evita la desproporción. Del mismo modo, una resocialización que presiona
a un individuo a una educación que va en contra de su dignidad, nunca
puede ser forzada, lo cual ofrece la alternativa de encontrar una adecuación
de la pena en función de la prevención general y de la reinserción social a
la que aspire el delincuente una vez que cumpla con su castigo. En otras
palabras, por motivos preventivos generales la pena no puede ser reducida
al punto de que la sanción ya no sea tomada en serio por la comunidad.
A su vez, por motivos preventivos especiales, la pena no puede ser tan
amplia que evite la resocialización del individuo.
Como se observa, la retribución no tiene cabida en la teoría
unificadora de Roxin. El castigo de criminales de guerra, por ejemplo,
o que hayan cometido crímenes contra la humanidad, nunca se justifica
por la mera expiación o balance de la culpabilidad kantiana, sino en
función de una prevención general para evitar la relativización de la
validez jurídica que supone la no prohibición de cometer tales crímenes.
Algo similar ocurre con la idea de una esencia de la causación
retributiva de un mal o el reproche ético-social que acompaña una
pena. En ningún caso estos elementos pueden ser concebidos como
fines en sí mismos, sino que, para Roxin, son el vehículo hacia fines
preventivos resocializadores o de educación general (Roxin, 1994: 99).
Finalmente, la renuncia a la retribución que plantea Roxin propone
una barrera de orientación liberal a la sanción preventiva a través del
principio de culpabilidad –entendido como medio de limitación de la
pena–. El jurista alemán encuentra la necesidad de justificar el derecho
penal moderno, no en una idea de compensación retributiva, sino en el
la restricción de la coerción penal estatal por medio de la determinación
172 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de los daños ocasionados y los factores internos del autor del delito
–contrapuestas a las exigencias preventivas y resocializadoras–. Así,
la exigencia de la teoría unificadora advierte que “nadie puede ser
castigado más duramente de lo que se merece y “merecida” es solo
una pena acorde con la culpabilidad” (Roxin, 975: 100).
Günther Jakobs (1991) se aproxima a las teorías absolutas (retributivas)
y relativas (preventivas) de la pena de una manera muy distinta a Roxin.
Reconoce que el debate doctrinal actual sobre el fin de la pena se inclina
al mantenimiento del orden social, pero interpreta tal orden como la
“estabilización de la norma” (Jakobs 1991: 20). De este modo, critica el
dispositivo unificador de Roxin de mesurar la pena con la culpabilidad. De
acuerdo con Jakobs “no se puede fundamentar con los fines preventivos
“educación” o “intimidación” la imposición de una pena que es demasiado
corta para educar o intimidar “pero sí adecuada a la culpabilidad” (Jakobs
1991; 24). Esto quiere decir que la relación dialéctica entre lo preventivo
especial y lo preventivo general es, para Jakobs, una suposición incierta
que no puede determinar el alcance de la culpabilidad o de la prevención.
Para evitar los problemas exteriores o prácticos de los cuales no se
puede predicar, dada su imprecisión, y por su opinión de que el derecho
penal no puede sanar las consecuencias de la infracción, Jakobs opta
por establecer los fines de la pena en el terreno estrictamente normativo
(Jakobs 1991: 12). La contradicción a la norma por medio de una conducta
debe ser castigada para garantizar que el modelo de orientación que supone
el derecho penal no sea desautorizado. En otras palabras, la pena se justifica
para evitar el conflicto social que implica poner en tela de juicio la norma,
entendida como modelo de orientación (Jakobs 1991: 13).
La estabilización normativa de Jakobs pude ubicarse entonces en
un modelo de prevención general positiva, pues su función consiste en
ejercitar el reconocimiento de la norma. El problema de esta postura es
que no satisface las demandas fácticas de una sociedad en constante
transformación. Educar las expectativas sobre la norma no garantiza que
quienes han sido infractores reconozcan la norma como herramienta para
la superación del conflicto social de su comunidad particular. En efecto,
la noción de conflicto social no se puede limitar al desconcierto que
experimenta un segmento de ciudadanos a causa de la ausencia de castigo
contra quienes alteran el orden codificado en las normas. Por el contrario,
puede generar la percepción, en contextos de segregación, de que la norma
es una forma de control de los reductos sociales que no tienen acceso a los
centros de poder político y económico de una sociedad.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 173

La función de la pena para Jakobs se sitúa en una sociedad


democrática ideal en la que los cuerpos legislativos representan
claramente las demandas de todos los segmentos de la población y en el
que las normas que se producen reflejan un interés público consensuado,
cuyo fin es castigar a aquellos que marginalmente se enfrentan al orden
establecido. Si bien la estructura dialéctica del análisis de Roxin no se
ocupa de una crítica a la interpretación ordenada de la sociedad que
requiere la propuesta preventiva de Jakobs, sí parece más funcional al
momento de pensar los fines de la pena para sociedades en transición.
Roxin también escribe para un contexto en el que no hay violaciones
masivas y sistemáticas a los derechos de los ciudadanos y en el que un
grupo se alza en armas contra un orden estatal que considera injusto. Sin
embargo, su teoría, al igual que la de Jakobs, ha influido fuertemente el
ordenamiento jurídico colombiano y, en consecuencia, en la manera de
concebir el castigo, bien sea en la justicia ordinaria o en la transicional.
Atendiendo a esta circunstancia, parece que la propuesta preventiva de
Roxin puede resistir con más argumentos (aunque no ileso) los ataques
sociológicos de Foucault, Garland y Gargarella sobre el castigo
como institución social y de control. Al respaldar una visión unificada de
la prevención general y especial, Roxin tampoco se refiere a sociedades
en transición, ni construye una teoría que se ocupe de contextos en los
que la educación general o la resocialización voluntaria del criminal pueda
ser ajustada a las transformaciones políticas y culturales de momentos
históricos determinados. Sin embargo, sus fundamentos prácticos resultan
más útiles que las pretensiones de estabilización normativa de Jakobs para
el examen del castigo y la impunidad que pretende el presente artículo.

3.2. El castigo como comunicación

Pese a que hasta ahora solo se ha defendido la visión unitaria de


los fines de la pena de Roxin, es posible complementarla a partir de
un breve diálogo con la filosofía del castigo del mundo anglosajón,
particularmente la propuesta de R.A Duff (2010) en la que el castigo
penal debe comunicar a los infractores la censura que merecen por
sus crímenes y apuntar a que, a través de dicho proceso comunicativo,
sean persuadidos a arrepentirse, tratar de reformarse y así reconciliarse
con las víctimas de sus acciones (Duff, 2010: XVII).
En lugar de dividir las teorías sobre los fines de la pena en absolutas y
relativas (preventivo generales o preventivo especiales), Duff lleva a cabo
174 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

una abstracción filosófica más comprehensiva. Sus categorías se dividen,


de este modo, en Consecuencialistas (el castigo es justificado si provee
alguna utilidad), Retribucionistas (el castigo se justifica si es merecido) y
Abolicionistas (un movimiento diverso que se opone o bien a la prisión o
bien a cualquier forma de castigo estatal, a causa de la imposibilidad de
justificar su aplicación en todos los casos) (Duff, 2010: 3).
Con respecto a los consecuencialistas, grupo en el cual entrarían
Roxin y Jakobs, Duff describe la lógica de su argumentación a partir
de la necesidad que estos tienen de sopesar los costos (transaccionales y
de legitimidad) de infringir un castigo sobre las ventajas que se pretenden
para el bien general de una comunidad. Los fines en este contexto
oscilan entre la prevención, la incapacitación y la rehabilitación del
infractor. Estos propósitos, como ya lo señalaban los juristas alemanes,
se enfrentan a objeciones sobre las contingencias que afectan el rango de
las penas al momento de justificar el castigo. Es decir, la dificultad en el
establecimiento del criterio para el límite de las mismas. Jakobs esquiva
la objeción por medio de su lectura positiva de las normas y Roxin con
su propuesta dialéctica apoyada en la culpabilidad. Pero la principal
crítica a la aproximación consecuencialista proviene de los derechos de
los inocentes en un proceso penal. Las medidas penales orientadas al bien
general pueden reducir eficientemente el crimen violando los derechos
de algunos inocentes para maximizar o bien la expectativa normativa
o bien la educación de la mayoría (Duff, 2010: 10).
La pregunta de Duff es fundamental en términos de justicia
transicional, pues adoptar una postura consecuencialista, a la hora de
negociar el fin del conflicto, podría suponer que muchos inocentes que
reclaman su derecho a la justicia, no recibirían ningún tipo de atención
por parte del ordenamiento jurídico en aras del bien general que supone la
paz. Sin embargo, este argumento estaría simplificando la interpretación
unificada del castigo que también propone el pensador británico y que
podría complementar la de Roxin sin entrar en contradicciones.
Los argumentos de Duff se inscriben en la imagen de la comunidad
liberal legal, la cual describe como una estructura definida por los
valores de la autonomía, la libertad, la privacidad y el pluralismo. El
propósito del derecho penal en tal comunidad es definir o crear un
rango de prohibiciones públicas que importan a todos los miembros de
la colectividad. En este sentido, el juicio penal es un proceso a través
del cual los miembros de la comunidad son llamados a responder por
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 175

alegatos sobre sus infracciones para ser censurados públicamente si tales


alegatos son probados. Lo importante de dicho proceso es que trata al
criminal como un sujeto político de la comunidad, pues aquello de lo
que debe dar cuenta en un proceso judicial se inscribe en los derechos
que le confiere la misma ley que lo acusa. Dicha ley es la que lo une al
colectivo en un proceso que respeta la autonomía, libertad y privacidad
de los presuntos criminales y de sus víctimas (Duff 2010: 35).
Se puede observar que el discurso de Duff no se aleja mucho de
la sociedad democrática ideal que espera la estabilización normativa
de Jakobs y el proceso dialéctico de Roxin. Por supuesto, el papel
fundamental de la inclusión a través del imperio de la ley y la satisfacción
de derechos procesales resulta poco práctico si se retoma la idea de
que dicha ley no es creada por, ni para los tradicionalmente excluidos
en una sociedad en conflicto. Sin embargo, más allá de la noción ideal
de comunidad liberal, es posible encontrar una herramienta útil para
la noción de castigo en procesos de justicia transicional. El criminal
puede ser entendido como parte de una sociedad, como un individuo
que actúa en un contexto particular y que puede comunicar activamente
su postura de los hechos en pro de una reintegración que contribuya al
cambio que exige la superación de la confrontación armada. Si la acción
de comunicar –más allá de los ideales de una comunidad liberal legal– es
entendida como un proceso racional que busca una respuesta mediada
por la comprensión del interlocutor y no solo como la expresión de una
idea o sentimiento, entonces el poder comunicativo del castigo adquiere
un carácter inclusivo del infractor o criminal (Duff, 2010: 129).
Si se permite un desarrollo complementario de la lectura
unificadora de Roxin y la propuesta comunicativa del castigo de
Duff, incluir dignamente al criminal en las alternativas penales del
proceso transicional podría cumplir una triple tarea: 1) enviar un
mensaje de prevención general a todos los sectores de una sociedad
que ha padecido un conflicto prolongado. Este mensaje se inscribiría
en la necesidad de evidenciar las responsabilidades compartidas de
los crímenes e integrar a los perpetradores de graves crímenes en
el trabajo por la implementación de los acuerdos que exige la firma
de un pacto de paz; 2) proponer una prevención especial para el
criminal, quien encuentra en la exposición que implica un proceso
penal alternativo, digno e incluyente (y en el castigo no retributivo), la
integración a una comunidad que le manifiesta la necesidad de contar
176 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

con él para el cambio y, además, le exige la verdad y la reparación de


las víctimas; 3) entender el proceso penal transicional como un espacio
de comunicación el en que el criminal es un miembro –que ha afectado
los lazos que permiten el desarrollo del colectivo– pero que, en sentido
estricto, hace parte de la comunidad y de la superación del conflicto.

3.3. El castigo como institución social y herramienta


de negociación

El optimismo en las interpretaciones liberales de Roxin y Duff


debe sopesarse con posturas críticas sobre los elementos de control y
desigualdad política y económica que contiene la institución del castigo y
que se han ocultado bajo la apariencia de la humanización de las penas a
partir de las reformas penales del siglo XVIII. Si bien en el debate sobre el
rol del castigo en la justicia transicional, la unificación de fines preventivos
y comunicativos en la pena se constituye como un argumento robusto
contra la lectura punitivista que domina el debate político alrededor de la
paz en Colombia, es necesario detenerse brevemente en las aproximaciones
críticas a las instituciones liberales que respaldan el derecho penal.
Con base en el método genealógico llevado a cabo en Vigilar y
castigar (1975), Michel Foucault sostiene que la “relajación” de
la penalidad en el curso del siglo XVIII (época que dio inicio a los
desarrollos penales de Beccaria, Von Lizst y, posteriormente,
Roxin, Jakobs y Duff), no respondió a un deseo de humanización
de las penas sino a una redistribución de las relaciones de poder y
del objeto de la ilegalidad. De una concentración del poder judicial
y punitivo en el soberano, el castigo se desplazó hacia la esfera de
control de una burguesía floreciente cuyo objeto de protección eran
los bienes y no precisamente el cuerpo del suplicio. En este contexto,
el castigo se adaptó y tecnificó, como lo ha hecho a lo largo de la
historia, para hacer más eficiente y comprehensivo su control social:

Mudar el objetivo y cambiar la escala. Definir nuevas tácticas


para dar en un blanco que es ahora más tenue, pero que está
ampliamente extendido en el cuerpo social. Encontrar nuevas
técnicas para adecuar los castigos y adaptar los efectos. Fijar
nuevos principios para regularizar, afinar y universalizar el arte de
castigar. Homogenizar su ejercicio. Disminuir su costo económico
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 177

y político aumentando su eficacia y multiplicando sus circuitos.


En suma, constituir una nueva economía y una nueva tecnología
de poder de castigar: tales son, sin duda, las causas esenciales de
la reforma penal del siglo XVIII (Foucault 2008: 103).

Foucault expone el ejercicio del castigo como una institución social


que responde a contingencias históricas representadas en distintas
tecnologías de poder. Donde Jakobs encuentra fines absolutos o
relativos y Duff señala tendencias retribucionistas o consecuencialistas,
Foucault ve la transición histórica hacia técnicas de coerción de los
individuos. Dichas técnicas incluyen procedimientos de sometimiento
del cuerpo que instalan el poder en el ámbito de la gestión de las penas
en prisión. En otras palabras, el modelo representativo, retributivo,
escénico, significante, público y colectivo del monarca soberano que
defendían Kant y Hegel, fue sustituido por la técnica solitaria y secreta
del poder de castigar que inician las reformas penales del siglo XVIII
(Foucault, 2008: 152-154). Bajo esta perspectiva, las posturas liberales
del siglo XX que defienden el soporte institucional de la prisión como
vehículo humanizado del ejercicio físico del castigo, también son una
adaptación de la pena para ejercer poder y control.
En “Perspectivas sociológicas sobre el castigo” (1991), David
Garland desarrolla la noción de castigo de Foucault como una
institución dinámica, sujeta a multitud de interpretaciones que
exigen una aproximación sociológica y no solo dogmática. Garland
comparte con el filósofo francés que el control del crimen en las
sociedades modernas se erige como una compleja institución social
en donde el recurso recurrente a la prisión todavía no consigue las
pretensiones de resocialización voluntaria y prevención unificadora
de las propuestas liberales. Por el contario, fomentan el control y la
retribución de las teorías absolutas anteriores a Beccaria.
La perspectiva instrumental del castigo fracasa en todos los casos.
Mientras que los procesos de socialización se limiten a las prisiones,
estos no responderán a iniciativas más generales de interdependencia y
confianza mutua que incluyan incentivos y recompensas informales para
premiar acciones no criminales en contextos de marginalidad (Garland,
2007: 191). Si todos los esfuerzos se centran en versiones coercitivas de
la sanción social, limitadas exclusivamente a las instituciones penales,
el castigo instrumental está condenado a no tener éxito. En este sentido,
178 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

la prisión es una tecnología compleja de control y exclusión. Como tal,


persigue simultáneamente diferentes objetivos: medio de incapacitación
de delincuentes –al excluirlos de manera segura de la sociedad– y
dispositivo de violencia sutil y localizada contra el individuo de manera
que sea readaptado socialmente. Además, en términos de las condiciones
reales de los recintos de reclusión “hoy en día es comúnmente aceptado
que la prisión es exitosa en la imposición de verdaderas condiciones
de penuria, privación y sufrimiento sobre la mayoría de delincuentes
que son recluidos en ella” (Garland, 2007: 193). Lejos de la propuesta
humanizante de las reformas penales del siglo XVIII y de las formulas
del liberalismo comunitario de Duff, la prisión cumple actualmente una
función activa de retribución, exclusión, incapacitación y sufrimiento
sobre los delincuentes y es un espacio para la satisfacción de la venganza
como norma social (Garland, 2007: 193).
Para Garland es posible que el respaldo al modelo carcelario
confunda algunas de sus funciones exitosas (retributivas) con
algunas de sus funciones fracasadas (preventivas, socializadoras). Su
propuesta es entonces que las discusiones en torno al fin del castigo
se enriquezcan con perspectivas socio-económicas y culturales. Por
ejemplo, un análisis del costo excesivo que supone la prisión para
expresar sentimientos punitivos, estudiar formas más eficaces de
compensación de las víctimas en función de esquemas de prevención
del delito, examinar el vínculo del castigo con programas de asistencia
social y educativa (Garland, 2007: 195). Una perspectiva del
castigo como institución social no solo permite cambiar la manera de
entender las sanciones penales más allá de una visión instrumental,
sino también evaluar sus expectativas, por momentos demasiado
optimistas, con base en resultados fácticos (Garland, 2007: 195).
En síntesis, la invitación de Garland, siguiendo la genealogía de
Foucault, es a tener en cuenta la naturaleza profundamente social
del castigo legal y revelar los valores y compromisos que suponen
sus prácticas. Una sociología del castigo evita fraccionar la cuestión
penal en consideraciones exclusivamente administrativas para situarla
en reflexiones sobre su contexto, finalidad y consecuencias reales en
la sociedad (Garland, 2007: 196).
La tesis de Roberto Gargarella (2012) sobre los retos del castigo
penal en sociedades desiguales parece atender a las recomendaciones
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 179

de Garland y llama la atención sobre la selectividad del poder punitivo


en contextos en los que es el Estado quien ejerce la peor violencia y
vulneración de derechos fundamentales contra la población. En su
artículo “Injusticia penal, justicia social”, Gargarella cuestiona los
argumentos liberales de la idoneidad del poder punitivo para incluir
al criminal en un proceso penal garantista que lo hace miembro de la
comunidad. El poder del Estado para castigar a través del derecho penal
no es, en realidad, una manera de hacer respetar los derechos del acusado
y de la víctima, por el contrario, para Gargarella, en contextos de
desigualdad, el poder punitivo tiende a ser arbitrario, sesgado, prejuicioso
y selectivo –de manera que la fuerza se ejerce usualmente contra los
más débiles y excluidos– (Gargarella, 2012: 138). La continuidad
del poder punitivo sesgado es simplemente una manera de preservar
una situación violadora de derechos que hace incoherente una función
resocializadora del criminal, pues la sociedad a la que se le quiere
reintegrar fue aquella en la que las condiciones de violencia estatal
contra sus derechos hacen imposible pensarlo como un actor racional
que incumple deliberadamente la norma y afecta el “orden social”.
Gargarella también respalda la idea de que los sistemas penales
en general – y muy especialmente en sociedades desiguales- tienden a
castigar un porcentaje mínimo de los crímenes (Gargarella, 2012:
138). Este hecho en Colombia, como un país en medio de un conflicto
armado, salta a la vista25 e invita a pensar que la impunidad, entendida en
su versión más simple como falta de investigación y sanción de delitos,
no se consigue con un poder punitivo que reclame más penas para todos
los responsables. En términos de efectividad, Estados desiguales como
el colombiano, simplemente no están en capacidad de hacerlo.
La crítica de Gargarella a la violencia estatal representada en el
derecho penal abre la posibilidad hacia las herramientas restaurativas
que se esbozarán más adelante y que sugieren el encuentro entre
víctima, victimario y comunidad para una superación de los
conflictos. Estas medidas pueden ser funcionales también en procesos
transicionales que requieren vías de reparación más expeditas para
grandes cantidades de afectados. Finalmente, los puntos de discusión

25
Ver: Uprimmy Yepes, Rodrigo, ¿Justicia para todos? Sistema judicial derechos
sociales y democracia en Colombia, Bogotá, grupo editorial norma, 2006. p. 331.
180 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de Gargarella recuerdan la función del derecho penal como recurso


último en el ejercicio de la soberanía estatal (Gargarella, 2012: 139).
La tendencia a recurrir al poder punitivo como primera respuesta
al conflicto no solo es poco eficiente y costosa, sino también contraria
a la doctrina que los pensadores introducidos a lo largo de este articulo
defienden. Roxin y Duff no aceptarían que se plantee al derecho penal
como la solución a los problemas políticos, económicos y culturales de una
sociedad. En ambos casos el propósito de la pena se apoya un orden social
garantizado por otras instituciones democráticas que se ocupan de velar
por los derechos de los ciudadanos y no por ejercer violencia contra ellos.
La coincidencia entre las críticas más fuertes a la corriente penal
liberal que llevan a cabo el jurista argentino, el sociólogo británico y
el filósofo francés presentados en este apartado, abren la puerta para
no abandonar las fortalezas encontradas en la propuesta preventiva
unificada de Roxin y el fin comunicativo del castigo en Duff. Una
conjunción de estos elementos, que parecen disimiles, de hecho
contribuye a la construcción de un modelo penal alternativo dentro de
la justicia transicional. Si bien es necesario incluir en la reflexión sobre
las funciones de la pena el enfoque crítico de la genealogía del castigo,
la sociología y las observaciones políticas sobre la violencia del derecho
penal en sociedades desiguales, ello no implica desechar las pretensiones
incluyentes y preventivas de una interpretación complementaria de Duff
y Roxin. Por el contrario, para completar el esquema del castigo en el
contexto de transición colombiano, lo que se debe recordar es el carácter
de negociación política entre actores armados.
En efecto, lo que lleva al gobierno de Colombia a participar de una
mesa de dialogo no es solamente la imposibilidad de derrotar en el
terreno militar a la guerrilla de las FARC, es el reconocimiento de que
se requieren ajustes políticos que superen la desigualdad estructural
en el país26. Ese país desigual es el que ejerce violencia a través del
derecho penal y el que no ha sido capaz de satisfacer efectivamente los
derechos fundamentales de sus ciudadanos. En este sentido, el castigo

26
Ver: Caracol Radio: “Gobierno y FARC publican borradores sobre lo acordado en
La Habana” En: http://bit.ly/1oi6EeS. Recuperado el 24 de septiembre de 2014. El
gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC han llegado acuerdos parciales en
la mesa de negociación que se ocupan de elementos estructurales de las políticas
económicas y sociales del país: acceso y uso de la tierra, participación política,
solución del problema de las drogas ilícitas.
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 181

entendido como recurso para la prevención del crimen y la inclusión


del criminal en un Estado de derecho, debe sumar la negociación como
elemento fundamental en espacios de transición. En otras palabras, el
castigo para responsables de graves crímenes no puede plantearse en
categorías absolutas, en las que las partes acusan a sus antagonistas
en términos de las expectativas internacionales sobre la impunidad,
sino que tienen el deber de establecer responsabilidades y reparar a las
víctimas en función de la construcción de una democracia en la que
sea posible prevenir los delitos y comunicar los derechos sin necesidad
de recurrir a un régimen penal sesgado, discriminatorio y desigual.
Esto quiere decir que el castigo se presenta en la justicia transicional
como un espacio de negociación, no solo del tipo y propósito de las penas,
sino del sentido de incluir a las partes en un ejercicio de establecimiento
de responsabilidades y reparación de las víctimas que reconoce que el
sistema penal, tal y como estaba durante el conflicto, no era el más justo
y debe ser transformado. Una crítica retributiva a esta propuesta es, por
supuesto, la idea de que los perpetradores de graves crímenes no tienen
la legitimidad para negociar el Estado de derecho que ellos mismos han
puesto a tambalear. Ante semejante afirmación, hay que regresar a las
lecciones de Foucault, Garland y Gargarella sobre las condiciones
en las cuales se desarrolla el derecho penal en tal Estado: como una pugna
desigual por el poder y el control que tradicionalmente ha excluido a un
segmento de la población y que también ha ejercido violencia contra los
derechos de los ciudadanos, incluidos los criminales de la insurgencia.
La reflexión sobre el castigo es entonces una oportunidad dentro de
la mesa de negociación entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las
FARC en cuatro sentidos: 1) para revisar la violencia que el Estado ha
venido ejerciendo contra sus propios ciudadanos en un régimen desigual;
2) para exponer las responsabilidades de las partes con las víctimas;
3) para enviar un mensaje preventivo, que no es normativo, sino una
propuesta de cambio estructural de las condiciones sociales. De este
modo se haría un llamado general a no convertir los conflictos sociales en
confrontaciones armadas y se le exigiría al Estado y la guerrilla reparar
los daños cometidos; 4) para pensar el proceso mismo por medio del cual
se debe investigar y sancionar a los criminales del conflicto con base en
una propuesta más incluyente. Estos puntos pueden ser, como se verá en
el siguiente apartado, una iniciativa de justicia restaurativa que vincule
a victimarios, víctimas y comunidad en el tratamiento del castigo.
182 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

4. JUSTICIA RESTAURATIVA: VÍCTIMAS,


COMUNIDAD Y REINTEGRACIÓN

En el capítulo anterior se esbozó el esquema inicial para un modelo


de justicia transicional en Colombia que gire en torno a la noción de
castigo. Para tal efecto, se vinculó el sentido preventivo unificado de
la pena de Roxin, la capacidad comunicativa del castigo de Duff y la
crítica histórica y sociológica a las reformas penales liberales que se
caracterizan por el control de los más débiles, la pugna por el poder
a través de tecnologías de reprensión, y la violencia que impone el
derecho penal en sociedades desiguales.
El resultado de estas consideraciones es una propuesta que exige a
las partes que negocian el fin del conflicto en Colombia tres aspectos: 1)
la unificación de la prevención general y especial del crimen a través de
castigos para los criminales que se ocupen de su socialización voluntaria
y la reparación de las víctimas; 2) un proceso digno e incluyente que
invite a los acusados de ambas partes a asumir su responsabilidad y,
como tal, comunicar la necesidad de reforzar un Estado que garantiza
los derechos de víctimas y victimarios; 3) reconocer que el castigo
para perpetradores de crímenes en el contexto del conflicto armado es
parte de la negociación política. Esto se exige resaltando la violencia
histórica que ha acompañado la aplicación del derecho penal contra los
segmentos más débiles de la población colombiana. En este sentido se
requieren estrategias que vinculen a infractores, víctimas y comunidad
en la construcción de nuevos modelos de reprensión social. Semejantes
modelos deben formularse pensando en un escenario más justo durante
y después de la transición. La presente sección se ocupa de considerar
la justicia restaurativa como una propuesta viable para este propósito.
La justicia restaurativa es una alternativa a la aproximación
punitivista o terapéutica (resocializadora) de la justicia penal
tradicional. En lugar de la retribución y el control social formal, el
paradigma de la justicia restaurativa consiste en la reparación del daño,
la participación de las víctimas, el rol de la comunidad en la resolución
de conflictos y el reconocimiento significativo de la responsabilidad del
perpetrador. Surge como una respuesta crítica a la poca efectividad y
eficiencia de la justicia penal para prevenir el crimen y para incluir al
criminal y a la víctima en la construcción de soluciones con base en
su contexto cultural y social (Crawford and Newburn, 2003: 21).
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 183

Las diversas prácticas de la justicia restaurativa están orientadas a


garantizar un proceso en el que las partes enfrentadas por un conflicto
particular se reúnen para resolver colectivamente cómo lidiar con las
consecuencias de la ofensa y sus implicaciones personales y comunitarias
para el futuro (Marshall 2001: 37). En este sentido, la reparación del
daño –a partir de la participación, la deliberación y la comunicación para
la resolución del conflicto– constituye uno de los objetivos principales
del enfoque. Sin embargo, desarrollos más recientes basados en los
resultados de experiencias locales y nacionales –particularmente en
Norteamerica Reino Unido y Nueva Zelanda– señalan que además de
las posibilidades para la justicia penal y los procesos formales, la justicia
restaurativa apunta tanto a experiencias locales no formalizadas, como a
preguntas estructurales sobre equidad y redistribución (Dignan 2005: 5).
La justicia restaurativa no es solo un proceso basado en consecuencias
para el futuro, sino también una iniciativa de las partes para resolver
los daños creados por la ofensa, para equilibrar la responsabilidad del
perpetrador con las necesidades de aquellos afectados por dicha ofensa
y para garantizar la participación efectiva de los involucrados en las
decisiones sobre las respuestas al delito cometido.
De acuerdo con los objetivos de la justicia restaurativa, los ámbitos
de análisis para un estudio de su posible implementación en la justicia
transicional en Colombia son: el papel de las víctimas, el rol de la
comunidad y la reintegración del criminal. Para tal efecto, hay que partir
de la idea de que las víctimas experimentan los crímenes de una manera
muy personal y que sus emociones y necesidades deben ser escuchadas y
empoderadas en cualquier proceso restaurativo (Braithwaite 1996: 13).
Esto quiere decir que la estigmatización asociada al establecimiento de la
acción, la tipicidad, la antijuricidad y la culpa en los procesos tradicionales
de la justicia penal, no contribuyen a que quien llevó a cabo la ofensa asuma
su responsabilidad (debido a los altos costos que implica aceptar la culpa en
tal esquema). Por lo tanto, el proceso penal no aporta a la reparación de los
daños sufridos por la víctima, ni al establecimiento de las responsabilidades
compartidas en la compleja red de relaciones e influencias que rodean al
criminal. En otras palabras, la justicia restaurativa, desde la perspectiva
de las víctimas, supone una concepción colectiva de la responsabilidad
que en vez de buscar infligir algún tipo de dolor o restricción a través del
castigo al perpetrador, propende por su reintegración a una comunidad
que comparte responsabilidades con él y en dónde todos deben participar
para decidir el camino a seguir después de la ofensa.
184 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

La noción de comunidad que exige la justicia restaurativa no puede


ser ingenua. En lugares donde los recursos y la educación son escasos,
introducir las prácticas y técnicas que exige el enfoque puede ser un
proyecto difícil y de largo aliento. Es evidente que en Colombia un
proyecto de este tipo debe ser gradual. La idea de apoyar la reintegración
y compartir las responsabilidad por parte de miembros de una
comunidad polarizada o temerosa puede ser rechazada, ridiculizada
o contar con poco compromiso (Dignan 2005: 10). De este modo, la
restauración no debe pensarse solo en función de la víctima y el criminal,
sino también en función de la comunidad misma. Para Braithwaite
(1996) existen tres niveles en los que la justicia restaurativa se refiere
a la comunidad: un nivel micro que involucra al círculo cercano de la
víctima y el perpetrador en el que se busca estrechar lazos y reforzar
el sentido de comunidad en las relaciones familiares y amistades, un
nivel meso en el que se pretende fomentar un sentido de comunidad
en las instituciones, las escuelas, las profesiones, los barrios, etc. Las
alternativas de resolución de disputas en este nivel fortalecen los lazos
sociales, las instituciones en sí mismas y, por lo tanto, un sentido más
amplio de comunidad. Finalmente, el nivel macro se dirige al diseño
de instituciones de democracia deliberativa (donde las decisiones son
importantes por el proceso de debate y participación que suponen)
a través de las cuales se discutan problemas sociales que se refieran
a injusticias locales que puedan ser comunicadas nacionalmente. La
deliberación que implica la justicia restaurativa así concebida lleva a
ciudadanos ordinarios a posicionarse sobre discusiones democráticas
de gran envergadura como el desempleo, la segregación, reintegración
de excombatientes y, por supuesto, el derecho penal mismo.
El tercer ámbito de análisis de la justicia restaurativa, referido a
la reintegración del criminal, debe preguntarse por la relación entre
retribución y resocialización. Ambas aproximaciones no hacen parte de
las estrategias restaurativas en tanto suponen o bien una idea limitada
del castigo en función de la venganza, o una mirada patologizante de la
persona que comete un delito. Si bien, como se vio en el segundo capítulo,
la justicia retributiva de los últimos tres siglos progresivamente fue
abandonando la perspectiva pública y brutal del castigo hacia una esfera
privada basada en tecnologías de reproche y control como la prisión, sí
conservó sus rituales de vergüenza como elementos esenciales del castigo.
Para la justicia restaurativa la sanción social desatada por la vergüenza
es todavía una técnica de reintegración. No obstante, es necesario hacer
una distinción entre la vergüenza que integra o construye y la que
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 185

desintegra o estigmatiza (Braithwaite, 1989: 55; Nussbaum 2004). En


la primera, la desaprobación es seguida de gestos de aceptación renovada
en la comunidad de ciudadanos que respetan la ley, está acompañada
de iniciativas de perdón. En la segunda, la estigmatización divide a la
comunidad al crear una clase de marginados, señalados y humillados.
Dentro de las técnicas de justicia restaurativa que contemplan los tres
ejes mencionados (víctimas, comunidad y reintegración del perpetrador)
existen 1) la mediación entre la víctima y el perpetrador, 2) las
conferencias, 3) los círculos de sentencia 4) los paneles de ciudadanos y 5)
las juntas comunales (Newburn, 2010: 751). Estos tipos de intervención
incluyen la participación de víctimas, perpetradores y la comunidad. En
todos los casos las partes tienen espacio para presentar su perspectiva y
deliberar, y las decisiones involucran a todos los actores.
No es este el espacio para profundizar en cada una de estas
alternativas y su posibilidad de implementación en el contexto
colombiano. Ello hace parte de un desarrollo posterior a las alternativas
al castigo introducidas en el presente artículo. Cabe resaltar, en todo
caso, que las técnicas de restauración son compatibles con la prevención
unificada, la comunicación y la negociación que requiere la estructura
del castigo en la justicia transicional. Esto se debe a que la participación
de víctimas, victimarios y comunidad, contempla la prevención de la
reincidencia del infractor, la disuasión de la comunidad de cometer las
mismas acciones en pro de la superación colectiva de los conflictos,
la realización de un procedimiento digno e incluyente que respete la
dignidad y derechos del perpetrador –sin importar cuan grave sea su
falta– y que comunica la necesidad de incluir a todos los segmentos de
la comunidad en el proyecto de restauración del desequilibrio social
causado por la ofensa. Finalmente, en espacios como las conferencias
o los círculos de sentencia, tanto la víctima como el victimario tienen
la posibilidad de exponer aquello que consideran que pudo haberlos
conducido al conflicto y la ofensa por ser injusto o desigual desde el
punto de vista estructural. En este sentido, es posible negociar con la
comunidad los cambios que requiere el conjunto de la sociedad para
prevenir nuevos crímenes y acordar caminos de acción que reparen los
daños y permitan la superación definitiva de las causas del conflicto.
La justicia restaurativa se puede presentar entonces como un espacio
que merece más exploración dentro de la justicia transicional en Colombia.
Si bien experiencias como la Comisión de la Verdad de Sudafrica y los
tribunales de Gacacca han sido evaluados como alternativas locales
186 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

valiosas para la consecución de la verdad y, en algunos casos, de la


reparación de las víctimas, todavía reciben muchas críticas desde el
derecho penal internacional y están lejos de hacer de nociones como el
Ubuntu27 de Desmond Tutu, propuestas realistas que sean funcionales
después de un posible acuerdo para la terminación de un conflicto.
Sin embargo, la aproximación que se ha presentado, en la que
técnicas restaurativas del mundo anglosajón de Occidente resultan cada
vez más interesantes en el derecho penal ordinario, pueden contribuir
a incluir de manera más articulada las teorías sobre fines de la pena y
la sociología del castigo en el debate sobre la justicia transicional y su
posible compatibilidad con el derecho penal internacional28.

27
La visión restaurativa de la justicia que defendió Tutu en la Comisión de la Verdad de
Sudafrica partía de principios de interconexión espiritual y social propios de ciertas
tribus del sur del continente africano. La postura se puede sintetizar en máximas como:
“Mi humanidad está vinculada inextricablemente a la tuya”, “lo que te deshumaniza,
me deshumaniza”, “una persona es una persona a través de otras personas”, “soy
humano porque pertenezco a un comunidad”, “la armonía, la amistad y la comunidad
son los mayores bienes”. Tutu Desmond Il n `y a pas d´avenir sans pardon, Albin
Michel, Paris, 2000, pp. 21-41. Esta perspectiva ha sido criticada desde el derecho
penal internacional (Reed 2001; Wilson 2001) por considerar que el balance pragmático
entre una justicia ideal y un realismo político no puede promover el mensaje del
imperio de la ley que requiere el discurso de los derechos humanos. Estos autores
consideran que es imposible procesar todos los perpetradores de un régimen criminal,
pero la selectividad de una Comisión de la verdad basada en principios restaurativos
también puede crear injusticia. En el mismo sentido, alegan que no se puede imponer la
reconciliación a partir de una verdad institucional. Las comisiones de la verdad pueden
distraer la atención internacional y disminuir recursos que pueden servir a satisfacer
la justicia entendida como penas de prisión para responsables de graves crímenes. La
crítica se intensifica además al afirmar que la comisión de la verdad descansa en una
idea de reconciliar el discurso de los derechos humanos con visiones locales de justicia
para disfrazar un proyecto nacionalista cuyo propósito es legitimar un nuevo régimen
político. De manera similar a Duff, Wilson opina que el debido proceso en un juicio
criminal envía un mensaje de superación de los excesos del antiguo régimen y una
superación de su poder político mientras que Ubuntu es un concepto abierto y popular
que permite hacer propaganda a un discurso de unificación nacional. Finalmente, se
alega que la Sudáfrica post apartheid está lejos de superar la segregación, cuenta con
altísimas tasas de crimen y una población urbana que todavía demanda penas para los
responsables de los crímenes. En este sentido, estos autores piensan que solo el castigo
retributivo logra enviar un mensaje de la prevalencia del imperio de la ley que las
amnistías subvierten. Brody Reed “Justice, the First Casualty of Truth”, HRW, http://
hrw.org/english/doc/2001/04/30/global12849_txt.htm. Wilson Richard The Politics
of Truth and Reconciliation in South Africa: Legitimizing the Post-Apartheid State,
Cambridge, Studies in Law and Society, 2001, pp. 1-27.
28
Puntos de partida en el que se incluyen elementos restaurativos en los procedimientos
de la ICC pueden ser encontrados en Findlay, Mark & Henhman, Ralf. Beyond
Hacia una Definición de Impunidad en el Modelo de Justicia Transicional... 187

5. HACIA UNA NUEVA DEFINICIÓN DE IMPUNIDAD:


PARTICIPACIÓN, PREVENCIÓN, COMUNICACIÓN Y
NEGOCIACIÓN EN LA JUSTICIA TRANSICIONAL

Este artículo inició con la pregunta sobre el consenso internacional


alrededor de la superación de la impunidad que ha sido consignado
en el Estatuto de Roma. La inquietud se basó en la tensión entre la
necesidad de dar condiciones para un diálogo y un posible acuerdo
entre antagonistas políticos de un conflicto armado y el deber
internacional de juzgar y sancionar a todos los responsables de
graves crímenes. La respuesta no intentó una conciliación entre los
dos elementos de la dicotomía, sino que se ocupó de profundizar en
aquello que se entiende por castigo para comprender a qué se refiere
el derecho penal con la ausencia del mismo y cómo un modelo de
justicia transicional en Colombia podría ampliar la reflexión.
El recorrido arrojó dos conclusiones metodológicas. Primero, los
debates políticos sobre la impunidad deben valerse de las teorías de los
fines de la pena y la sociología del castigo para evitar las imprecisiones
conceptuales alrededor de la necesidad de castigo y profundizar
en su significado práctico. Segundo, la justicia restaurativa es una
aproximación pertinente para dotar de contenido a las propuestas
filosóficas y las críticas sociológicas que se construyen en la discusión
sobre las teorías tradicionales de la pena. Esto quiere decir que un
recorrido por las alternativas penales a las expectativas punitivas en
los contextos de transición, resulta en la necesidad de desarrollar un
derecho penal más incluyente, participativo y deliberativo.
Por otra parte, de la conjunción de elementos útiles para el debate
sobre la pena en contextos transicionales se arribó a una definición de
castigo a partir de tres fines complementarios: 1) la prevención unificada,
entendida como un proceso dialéctico que pondera entre la disuasión
general y la resocialización voluntaria del infractor, 2) la posibilidad
de comunicación que debe tener un esquema penal incluyente, cuyos
procesos constituyan vehículos para garantizar los derechos del acusado

Punishment, Achieving International Criminal Justice. Basingtone: Palgrave


Macmillan, 2010 y Findlay, Mark & Henhman, Ralf, Transforming International
Criminal Justice: Retributive and Restorative Justice in the Trial Process. Cullompton
Willan publishing, 2005.
188 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

y la víctima, 3) el reconocimiento de una desigualdad estructural que


motiva el conflicto social y que debe ser parte de la negociación en
los acuerdos de paz. Esto con el propósito de que los tradicionalmente
excluidos (víctimas y victimarios) se sumen a la deliberación sobre el
modelo penal que debe implementarse durante y posterior a la transición.
Con base en el castigo entendido como institución social con
capacidad de prevención, comunicación y negociación, se desprende que
la justicia restaurativa es el mejor camino para satisfacer la participación
de víctimas, victimarios y comunidad en el rediseño de un derecho penal
para la justicia transicional. En este sentido, la impunidad no es otra
cosa que la ausencia de condiciones para llevar a cabo la prevención,
comunicación y negociación que requiere la participación de víctimas,
victimarios y comunidad en la resolución de conflictos. Siguiendo esta
teoría, la impunidad en el proceso de paz entre el gobierno de Colombia
y la guerrilla de las FARC sería aquella que no garantice la participación
de los tres sujetos del escenario restaurativo, ni contemple las tres
actividades que debe incluir el castigo. Para precisar, la impunidad no
es la ausencia de castigo retributivo (penas de cárcel para responsables
de los crímenes), es la perpetuación del conflicto social a causa de la no
participación de víctimas, victimarios y comunidad en la prevención,
comunicación y negociación durante y después del proceso de paz.
El Marco jurídico para la paz, aceptado por la Corte Constitucional
colombiana, es apenas el esquema inicial del modelo de justicia
transicional que se debe ajustar para la consecución de la paz en el país.
De acuerdo con lo expuesto en este escrito, el Acto Legislativo debería
incluirse entonces en la mesa de negociación con un fuerte énfasis en
la reflexión crítica de las nociones de castigo e impunidad. De una
discusión de este tipo pueden desprenderse decisiones que garantizarían
el reconocimiento de responsabilidades, la reparación de los afectados
y, en este sentido, la satisfacción de las exigencias de investigación y
sanción de perpetradores de graves crímenes. El problema, por supuesto,
es que estas conclusiones pueden no incluir penas de prisión para
nadie. ¿Estarán dispuestas la CPI y la sociedad colombiana a aceptar
semejante conclusión? Ello dependerá de su grado de participación y de
su conciencia de que el derecho penal punitivista (que tanto reclamamos)
es parte del problema estructural de violencia y desigualdad en Colombia
y que, de su superación –y de la imaginación en torno a respuestas
restaurativas al conflicto social– depende nuestra paz.
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CASTIGO PENAL Y GRAVES VIOLACIONES
CONTRA LOS DERECHOS HUMANOS: UNA
MIRADA AL CASO DE ALFONSO PLAZAS VEGA

Fernando León Tamayo Arboleda

Profesor Universidad de los Andes (Colombia)


Estudiante de doctorado Universidad de los Andes
fernandoleontamayo@hotmail.com

1. INTRODUCCIÓN

El 18 de octubre de 1985 se publicó en varios diarios colombianos


el anunció de un trágico suceso, El siglo titulaba “hallan plan del
M-19 para ocupar Palacio de Justicia” (Peña Gómez: 1987, p. 20). A
pesar de lo anunciado, no tardó demasiado en convertirse en realidad
dicha información, el 6 de noviembre del mismo año, mientras un
solo funcionario de la fuerza pública vigilaba el lugar, treinta y cinco
guerrilleros del movimiento 19 de abril irrumpieron en el Palacio
de Justicia a sangre y fuego1, tomando como rehenes a las personas
que se encontraban en el interior. A las once y cuarenta minutos de
aquella mañana comenzaría una batalla de dos días recordada como
uno de los sucesos más representativos en la historia reciente del país,
curiosamente, no por el ingreso de guerrilleros armados al máximo
recinto de la justicia colombiana, sino por la desproporcionada
reacción del ejército en el operativo militar de retoma del Palacio –la
que también fue a sangre y fuego- y por el triste recuerdo de personas

1
Esta es la expresión utilizada por la sentencia de primera instancia en contra del
excoronel Alfonso Plazas Vega para describir los hechos investigados. La sentencia
fue emitida por la Juez Gloria Stella Jara como cabeza del Juzgado Tercero
Especializado del Circuito de Bogotá, bajo el radicado 11001320700320080002500, el
9 de Junio de 2010. La misma puede descargarse en el vínculo http://www.google.com/
url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0CB4QFjAA&url=http%3A%2F
194 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

que salieron de aquel recinto con vida y custodiadas por militares,


ara luego desaparecer en manos de estos2.
El resultado de la retoma fue atroz: casi un centenar de muertos,
historias que sugieren que uno de los magistrados salió con vida para
luego ser encontrado entre los escombros con un tiro en la cabeza3
y más de una decena de desaparecidos. Uno de los encargados de
comandar al ejército durante esta masacre en defensa de la democracia
fue el coronel, hoy retirado y condenado4, Alfonso Plazas Vega.
La historia de su juicio y condena dirige un viaje que comienza y
termina en el ejercicio desmesurado del poder del Estado en contra
de sus propios ciudadanos, iniciando en el acto de la retoma, con sus
muertos y desaparecidos, para terminar en un cuestionable ejercicio
del poder punitivo5.
La investigación contra Alfonso Plazas Vega comenzó a dar
frutos a principios del siglo XXI, y veintidós años después de la
carnicería se resolvería su situación jurídica6 para, un año más tarde,
comenzar el juicio contra el mencionado por los delitos de Secuestro
agravado y desaparición forzada agravada7, por los cuales sería

2
Desde una mirada histórica, Leal Guerrero y Gómez Angarita realizan un
detallado estudio del caso, en el cual se da cuenta de los hechos del caso estudiado
(Leal Guerrero / Gómez Angarita 2009). Así mismo, desde el punto de vista
judicial pueden consultarse las sentencias objeto de estudio.
3
Al respecto puede consultarse la noticia publicada en el vínculo https://www.
youtube.com/watch?v=krTPkzOyuaM (Consultada el 3 de abril de 2015)
4
Para el momento en que se escribe el presente, existe sentencias de primera y
segunda instancia en su contra como responsable de las desapariciones forzadas
de dos personas, y se espera el pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia
por vía del recurso extraordinario de casación sobre el tema. Así mismo, debido a
la nulidad decretada en segunda instancia por el Tribunal Superior de Bogotá, se
continúa la investigación en contra del excoronel por otra decena de desaparecidos.
5
En la medida que este estudio no pretende ser un estudio normativo, no se analizarán
los problemas de argumentación y construcción de conceptos en la atribución
de responsabilidad penal pues ello sería un trabajo independiente. Bastará con
decir que alrededor de la sentencia se discute actualmente, entre otros temas, la
flexibilización del principio de legalidad y la imprescriptibilidad de la persecución
penal en el caso (Álvarez, Álvarez, 2012) (Sotomayor Acosta/Tamayo Arboleda
(2014).
6
La resolución de la situación jurídica era una figura que aparecía en la ley 600 de
2000 en la cual el fiscal encargado de la investigación definía si existía o no mérito
para acusar y si se imponía o no detención preventiva al investigado.
7
Los delitos por los cuales se acusó al procesado aparecían consagrados en los
artículos 269 (secuestro) y 270.1 (agravante) del decreto 100 de 1980, y 165
Castigo Penal y Graves 195

condenado a mitades del año 2010 a treinta años de prisión. Así como
la sangrienta retoma del Palacio, dicha sentencia sería cuestionada,
no sólo por aquellos que afirmaban la inocencia del excoronel, sino
también por aquellos que, a pesar de reconocer la responsabilidad del
militar en los sucesos, reprueban los argumentos normativos a los que
se recurrió para la emisión de su condena, afirmando que las garantías
penales que se deben respetar a todo procesado no permitían emitir
una condena contra el mencionado a pesar, incluso, de su demostrada
responsabilidad. (Álvarez Álvarez, 2012).
Así, el caso iniciado a las once y cuarenta minutos del 6 de
noviembre de 1985 parece estar marcado por la violencia, aquella
que llevó a la muerte de un tercio de los presentes en el Palacio de
Justicia durante la retoma, la aparente ejecución de un magistrado8 y
la desaparición de algunas personas; y aquella que llevó a encontrar
en el castigo a un individuo una forma de expiación de culpas de
un suceso que aparenta ser mucho más complejo que un arrebato
de maldad individual. En el caso del presente escrito, antes que
interesar todo el proceso de retoma, llama particularmente la atención
el problema de los desaparecidos, pues son estos los que ligan los
sucesos de aquel noviembre con la condena contra el excoronel.
De las pruebas recogidas durante el proceso, pareciera derivarse la
participación del excoronel en dichas desapariciones –sin embargo,
no puede obviarse que la sentencia del Tribunal Superior de Bogotá
cuenta con un análisis de las pruebas que parece apuntar en la
dirección contraria o que, por lo menos, parece generar algunas dudas
sobre la participación del excoronel–, con lo cual, de ser esto cierto,
el reproche moral a su conducta resulta necesario y su señalamiento
como responsable ineludible; sin embargo, otra cosa ocurre con el
reproche penal pues este no puede convertirse en la imposición de una
pena ilícita según el ordenamiento, sino que debe ser en un proceso
de establecimiento de responsabilidades dentro de los marcos del
ordenamiento, minimizando la violencia estatal y mandando un
verdadero mensaje de protección de los derechos humanos, que se

(desaparición forzada) y 166.1 (agravante) de la ley 599 de 2000.


8
Al respecto véase la noticia http://www.semana.com/opinion/articulo/un-crimen-casi-
perfecto/87830-3 (Consultada el 5 de abril de 2015) Llama la atención el título de la
noticia “Un crimen ‘casi’ perfecto”, por las razones que se analizaran en infra 2.
196 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

vacía cuando se emite una condena contra un individuo que, aunque


responsable, estaba protegido por el ordenamiento jurídico.
Teniendo en cuenta este panorama, el presente escrito buscará
presentar el contexto en que se expidieron las sentencias de primera
y segunda instancia9 en contra del excoronel Alfonso Plazas Vega,
en la cual se evidencia el uso del derecho penal como un instrumento
de poder orientado por el ideal de la punición infinita, para ello, la
primera tarea será mostrar los sucesos y discursos que imperaban al
momento en que tuvieron lugar las sentencias y, a renglón seguido,
se hará un estudio sobre elementos discursivos de la sentencia que
muestran la relación entre el contexto que se ofrece como posible
explicación y los argumentos que apoyan la decisión de la judicatura10.

2. DIME A QUIÉN CASTIGAS Y TE DIRÉ QUIÉN


ERES: LA DERIVA PUNITIVISTA EN LA
LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS

El hidalgo más famoso de la literatura española escuchó decir a


su acompañante en alguna ocasión “dime con quién andas, decirte
he quién eres” (Cervantes Saavedra, 1999, p 137), pues bien,

9
La sentencia de primera instancia ya fue enunciada en la cita Nro. 1., la sentencia
de segunda instancia fue emitida bajo el mismo radicado por parte de la Sala Penal
del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá, el 30 de enero de 2012. En
dicha sentencia, que se emite por un cuerpo colegiado de tres magistrados, se
presentó una situación particular, el primer proyecto de sentencia, realizado por el
Magistrado Hermes Darío Lara Acuña, absolvía al excoronel Plazas Vega por
falta de pruebas. Dicho proyecto no fue aprobado por los magistrados Fernando
Adolfo Pareja Reinemer y Alberto Poveda Perdono. El segundo proyecto, que
decidió condenar fue aprobado por los dos mencionados y contó con un extenso
salvamento de voto del primero, que luego sería publicado como libro (Lara
Acuña, 2012). Dicho libro contó con un estudio introductorio, si así puede llamarse
a dicho panfleto, de un periodista cuya militancia en favor de la extrema derecha
en el país es de amplio conocida, y en el cual se resumen en casi diez páginas los
argumentos presentados por el excoronel Alfonso Plazas Vega en su propio libro
sobre los desaparecidos del palacio de Justicia (Plazas Vega, 2000)
10
Teniendo en cuenta la complejidad que implica buscar explicaciones a una sentencia
de este tipo, resulta necesario aclarar que lo ofrecido en el presente artículo resulta
superficial en muchos aspectos, en la medida que se evade el debate probatorio y
normativo de las providencias judiciales; además, como se sostendrá en infra 1 y
2, no creo que sea posible dar explicaciones definitivas a este suceso, por lo que
sólo pretendo contribuir con una mirada de los factores externos presentes en el
texto de la sentencia que servirán para avivar la discusión.
Castigo Penal y Graves 197

en materia de castigo el famoso refrán es redefinido según los


intereses en la persecución y castigo penal de ciertos individuos. Las
organizaciones sociales han encontrado en el castigo un mecanismo
de materialización de sus exigencias, las cruzadas para detener la
violencia contra la mujer11 o los niños12, las asociaciones de víctimas
de crímenes de Estado o el conflicto armado –objeto del presente
estudio- y defensores de los animales13, entre otros, han mutado sus
discursos de una reivindicación de derechos a una petición de castigo.
El castigo es la herramienta con que el derecho ratifica la victoria de
un ideal. Así, resulta particular que las reivindicaciones pretendidas
por dichas organizaciones, han derivado en la búsqueda de llevar al
código penal las conductas que las molestan.
La metáfora ofrecida sobre la definición de grupos sociales o
personas a través del castigo, busca enganchar al lector en la pregunta
que da sentido al presente capítulo ¿Qué ha cambiado en Colombia
entre 1985 y 2010 que permitió la persecución y castigo del Alfonso
Plazas Vega? Parece extraño que un país que institucionalmente
resignó la persecución del excoronel durante tanto tiempo, de repente
no sólo decida juzgarlo y condenarlo, sino que haga uso de las
herramientas problemáticas para ello. En el intento de explicar los
cambios que permitieron dicha variación, se abordarán tres problemas
a) La ideología de la punición infinita; b) Víctimas e ideología de la
defensa social y c) las cruzadas morales individuales. Finalmente,

11
Un caso ejemplar podría ser el de Catharine A. MacKinnon, cuya impresionante
teoría feminista del Estado –o mejor, de reforma del Estado– fue empañada por su
lucha política por la prohibición de la pornografía, pues termina por caer en esta
idea de que prohibir y castigar son los mejores recursos del derecho para solucionar
problemas sociales, y que la mujer, objeto de sus ideales emancipatorios, encontrará
su libertad en el castigo del opresor.
12
El caso de los menores resulta necesario hacer referencia, en el contexto colombiano,
a la propuesta política de la exsenadora Gilma Jiménez, cuya plataforma política se
ocupaba de dos elementos fundamentales, la lucha por los derechos de los niños y el
endurecimiento de las penas contra personas que cometen delitos contra aquellos.
Esta política terminaría por materializarse en la ley 1098 de 2006 que aumentó
las penas y restringió los subrogados penales en los delitos en que la víctima es
un menor de edad.
13
Por ejemplo, al momento de la escritura de este artículo cursa en el congreso
colombiano, con aprobación en primer debate, una ley para imponer más de tres
años de cárceles a quienes maltraten un animal, la cual ha sido impulsada por
varias organizaciones en favor de los derechos animales.
198 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

para cerrar el capítulo se enunciarán las conclusiones –d)– derivadas


de los factores mencionados.
a) La ideología de la punición infinita.
El derecho penal en el discurso liberal ha sido entendido como
un elemento de protección de los derechos humanos a través de
dos fines: la prevención de violaciones de los mismos a través de la
disuasión que debe perseguir la penalización y castigo de conductas
y la protección del perseguido penalmente frente al poder punitivo
del Estado (Silva Sánchez, 2012). En complemento, la vertiente
garantista de la teoría penal ha optado por la mayor relevancia
de la segunda característica, en la medida que la legitimidad del
derecho penal se encuentra afincada en su capacidad de proteger al
penalmente perseguido (Ferrajoli, 2011). Sin embargo, este papel de
los derechos humanos se ha ido desfigurando para inclinar la balanza
hacia el primero de los escenarios mediante la presentación de las dos
finalidades mencionadas como una ecuación de suma cero, en la cual
dar concesiones a alguna finalidad implica restringir las posibilidades
de satisfacer la otra. En esta trama, los derechos humanos han pasado
de ser uno de los argumentos para proteger al procesado penalmente,
a la razón para arrebatarle sus derechos con el fin de garantizar los de
las personas vulneradas, así, los derechos humanos, antes herramienta
de contención del poder del Estado para castigar, han pasado a ser
argumento para su expansión en lo que definiría Pastor (2009, p 247)
como el “derecho penal de los derechos humanos”14.
En la actualidad existen diversos discursos que contribuyen a la
expansión del derecho penal, bien contribuyendo a la creación de
nuevas prohibiciones, o bien aumentando las penas o modificando
las condiciones en que deben cumplirse las mismas, lo que, a pesar
de algunos hechos que se contraponen a esta tendencia, definen una
“nueva cuestión penal” (Sotomayor Acosta/Tamayo Arboleda,
2014). Entre los movimientos de ampliación del poder punitivo, los

14
Si bien los derechos humanos pueden cubrir una amplísima gama de delitos, pues
muchos de los delitos del código penal son, de forma directa o indirecta, violaciones
contra los derechos humanos, la expresión delitos contra los derechos humanos
o equivalentes deben entenderse en el marco de la sistematización que la ciencia
penal ha llevado a cabo a partir de los bienes jurídicos, por ello, en este caso, se
tomará como referencia para llenar de contenido a dicha expresión a los delitos
contenidos en el estatuto de la Corte Penal Internacional.
Castigo Penal y Graves 199

derechos humanos han jugado un papel importante, en la medida


que la aceptación general de la necesidad de protección de estos es
un escenario en el cual resulta sencillo esgrimir el brazo penal del
Estado para prevenir su violación y para retribuir a la sociedad por
los actos cometidos por el infractor15.
En esta tendencia expansiva del derecho penal, que ha sido
ampliamente estudiada16, ha llevado a diferentes conceptualizaciones
del fenómeno buscando establecer las posibles causas de la misma.
En toda la gama de posibles explicaciones, se ha ofrecido como
posibles causas del fenómeno: el populismo punitivo (Bottoms, 1995;
Roberts et al, 2003), el establecimiento de formas de gobernanza
fundamentadas en la lucha contra el delito como bandera de campaña
(Simon, 2011), el crecimiento de los riesgos que se enfrentan en la
modernidad (Mendoza Buergo, 2011), la necesidad de combatir
a los enemigos del contrato social o la vida en sociedad por medio
de la exclusión de los mismos (Jakobs, 2003; Greco, 2006), entre
otras. Sin embargo, todas estas explicaciones pasan por un lugar
común cual es la admisión de un crecimiento del derecho penal lo
que implica, por diferentes razones –opinión pública, mass media,
políticas duras frente al crimen, etc-, una sociedad caracterizada por
un elevado uso del castigo penal (Wacquant, 2004; Garland, 2001),
lo cual, a pesar de la forma en que decida caracterizarse y las causas
que se entiendan relevantes para su explicación, puede denominarse
como punitivismo. Desde luego, esta caracterización del punitivismo,
entendido como un mero resultado verificable a través de las cifras
sobre del crecimiento en el uso del castigo, es una simplificación de
lo que el término conlleva, pues en la medida que este se presenta
como un resultado final –el aumento del uso del castigo– de diferentes
causas que confluyen, el fenómeno del punitivismo es mucho más

15
Desde luego, una vez admitida la existencia del derecho penal resulta difícil
pensar que los bienes jurídicos no se refieran a los derechos humanos, incluso,
podría pensarse que ello resulta ideal para garantizar la intervención mínima; sin
embargo, en el caso de este artículo no se hace referencia a la conveniencia o no de
penalización de conductas, sino a la forma en que se usa el discurso de los derechos
humanos para restringir los derechos de las personas perseguidas penalmente,
antes usuarios predilectos de la protección que los derechos humanos brindaban
a los ciudadanos.
16
Sobre el tema pueden consultarselos trabajos de: Silva Sánchez (2001); A.a.
V.v. (2000); Mendoza Buergo (2011); Sotomayor Acosta, 2008; Sotomayor
Acosta/Tamayo Arboleda (2014)
200 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

amplio y el concepto mismo se ve alimentado por los elementos


que se entiende influencian el incremento del castigo, así, por
ejemplo, si se atribuye al establecimiento de formas de gobernanza
o campañas políticas cuya búsqueda de legitimidad –o mejor, de
votos– se deriva del discurso del aumento del castigo, podría decirse
que el término punitivismo recoge, no sólo el efecto –mayor uso
del castigo–, sino la causa, políticos que buscan valerse de dicho
aumento, o promocionarlo, para llenar sus arcas de electores. Con
esto, estudiar el punitivismo es más que simplemente observar tasas
de encarcelamiento o de uso del castigo, pues estas pueden, incluso,
no darse. Valiéndose del mismo ejemplo anterior, podría afirmarse
que los políticos del caso anterior siguen siendo punitivistas en sus
campañas, incluso cuando al estar en el poder den la espalda a sus
electores y no lleven a cabo ninguna medida tendiente a aumentar la
presencia y/o eficacia del sistema penal.
En este contexto, estudiar el punitivismo exige mirar los factores
objetivos que pueden llevar a afirmar que una sociedad es más punitiva
–aumento de las penas, aumento de las conductas consideradas
delictivas, negación de beneficios en la ejecución de la pena, aumento
de las tasas de encarcelamiento–, así también como a estudiar los
factores que, aunque no medibles, influyen en los factores objetivos
o que, a pesar de no influenciarlos –o de la inexistencia de factores
objetivos que muestren un aumento en el uso del castigo–, marcan
un discurso abiertamente en favor del mayor uso del castigo y con
ello influencian –o buscan influenciar– a la sociedad a seguir esta
tendencia.
En materia de derechos humanos, hablar de punitivismo exige,
entonces, el análisis de los factores mencionados. Muestra evidente
de la expansión del derecho penal en este sentido es la inclusión de
un capítulo entero del código penal encargado de prohibir los “delitos
contra personas y bienes protegidos por el Derecho Internacional
Humanitario” entre los que se incluyen los atentados contra la vida, la
integridad personal y sexual, la utilización de medios de guerra ilícitos
y otros actos contra los derechos humanos en el marco del conflicto
armado, materializando las exigencias de las convenciones de Ginebra
sobre la materia. Adicionalmente, se han agregado delitos en partes
independientes del código tales como el genocidio, la desaparición
forzada, entre otros. Incluso, la desaparición forzada agravada, lista
Castigo Penal y Graves 201

entre los delitos contra la libertad, tiene la pena más alta permitida
por la ley para un delito individual –sólo equiparable al genocidio y
el homicidio agravado–.
Más allá de la conveniencia de tener este tipo de prohibiciones en el
Código Penal –con toda la ingenuidad que implica creer que la solución
al genocidio está en el uso de la cárcel17–, lo que puede señalarse es
que indudablemente la génesis de todos estos delitos se encuentra en
la protección de los derechos humanos y es altamente influenciada por
las organizaciones y tratados internacionales suscritos por Colombia.
Así, dejando de lado la discusión sobre la legitimidad de dichas
prohibiciones, se muestra que el discurso de los derechos humanos
ha impactado el Código Penal expandiéndolo, lo que alimenta una
idea que hace carrera en el derecho internacional y nacional: la mejor
forma de proteger los derechos humanos es violándolos. En efecto, a
pesar de la amplia difusión de los derechos humanos, pareciera que
el derecho internacional y los derechos nacionales han olvidado que
la protección de los derechos humanos surge por la necesidad de
limitar el poder estatal -con lo que el protegido por excelencia es el
perseguido penalmente (Pastor: 2009, pp. 147-153, Ferrajoli: 2011)
–, olvidando que castigo penal es, esencialmente, una restricción de
derechos humanos (Pastor: 2009, p 114).
El impulso hipertrófico que los derechos humanos han dado al
poder punitivo alcanzó su manifestación más alta en la formación
de una Corte Penal Internacional. En esta, se materializó finalmente
el discurso que propone que el mejor mecanismo para proteger los
derechos humanos es el Castigo. En el estatuto que dio origen a dicho
organismo, su preámbulo se encargó de plasmar la denominada la
ideología de la “punición infinita” (Pastor: 2006, pp. 75-80).
La ideología de la punición infinita se soporta en la idea del castigo
como el remedio a todos los males de la sociedad, una ingenua posición
que entiende que el mismo sistema que ha fracasado sistemáticamente
en la prevención del homicidio o el hurto, es útil para la prevención del

17
Esta es precisamente la idea sostenida por los funcionarios encargados del fallo
contra el excoronel, en la medida en que entienden que el castigo en este contexto
sería una herramienta de prevención que haría que sucesos como los desaparecidos
del palacio de justicia no vuelvan a repetirse. Al respecto también puede verse la
Sentencia Nro. 32672 de la sala penal de la Corte Suprema de Justicia, MP. Julio
Enrique Socha Salamanca.
202 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

genocidio y las torturas. Al mirar con cuidado el preámbulo se observa


cómo se da la espalda a la prevención como finalidad del derecho
penal, fundando un sistema de castigo cuya su idea se alimenta de
la retribución del mal con el mal, en la idea de que no pueden haber
crímenes contra la comunidad internacional que queden sin castigo,
en la visión de los derechos humanos como elementos integradores de
una comunidad internacional profundamente desigual y los crímenes
contra estos como atentados contra las generaciones presentes y
futuras, cuya presencia atenta contra la “justicia internacional” que
debe ponerse en práctica de forma duradera mediante el castigo, es,
en total, un discurso punitivista en la medida que pretende legitimar
el mayor uso del castigo penal, promocionándolo a partir de la
legitimidad que goza la idea de derechos humanos en las sociedades
liberales.
Esta presentación de valores que el preámbulo del estatuto de
Roma entrega, diseña un sistema penal de espaldas a la ideología
garantista que ve en el derecho penal una herramienta de venganza
y administración dosificada de la violencia dentro del Estado
(Zaffaroni/Alagia/Slokar, 2002). Atenta contra toda la tradición
de limitación del poder punitivo e inaugura un nuevo camino en
el futuro del derecho penal, donde este ya no es un poder odioso
a los derechos ciudadanos que debe ser limitado, controlado y
permanentemente vigilado; sino un medicamento de las sociedades
modernas, que puede curar los males más graves de la sociedad: los
genocidios, torturas, desapariciones y demás atentados graves contra
los derechos humanos. En total, presenta una idea del castigo como un
bien en la sociedad, un fin que debe ser perseguido a toda costa, así
implique la formulación de las prohibiciones en términos ambiguos
–basta mirar el término terrorismo–, la disminución de garantías
procesales y sustanciales y el desprecio por la tradición limitadora
del poder punitivo, es, en total, una defensa de la punición infinita,
el castigo debe llegar siempre y por cualquier medio, así, nada se
interpone entre el poder internacional –y Estatal– y el castigo.
Esta promoción del castigo penal que subyace a la idea detrás
de las concepciones de crímenes de agresión, de guerra y de lesa
humanidad, hace énfasis en lo obvio: la importancia de erradicar
de la sociedad moderna las graves violaciones contra los bienes
fundamentales de las personas; para dar traslado a lo no tan obvio:
Castigo Penal y Graves 203

el derecho penal es la herramienta ideal para prevenir –y reaccionar–


las violaciones masivas de los derechos humanos. Es una teoría que
fundamenta el castigo en la emotividad y legitimidad que otorgan
los derechos humanos, buscando cohesionar las sociedades en torno
a estos de manera simbólica, antes que atender a la utilidad del
sistema penal para enfrentar dicho fenómeno, haciendo énfasis en la
responsabilidad individual de quienes ocasionan graves violaciones
de los derechos humanos para mostrar como dichos sucesos son
resultado de individuos peligrosos que tomaron una decisión
imperdonable –precisamente, por esto la persecución de este tipo
de delitos es imprescriptible y de jurisdicción universal–, olvidando
que, las graves violaciones de derechos humanos, no son solamente
obra de individuos anormales sino el resultado de procesos políticos
mucho más complejos.
Esta ideología de la punición infinita que materializa los ideales
expansores del derecho penal de los derechos humanos, se fortalece
con el discurso de la impunidad que presenta el castigo como un oasis
en el desierto. El permanente recurso a la impunidad como elemento
que legitima la punición infinita se ve en el preámbulo del estatuto de
la Corte Penal Internacional en la cual se manifiesta la decisión de
poner fin a la impunidad, en los informes sobre derechos humanos
por el Alto Comisionado de las Naciones Unidad18 y, como no, en las
sentencias de organismos internacionales y nacionales19.
Esta idea de la lucha contra la impunidad no tiene en cuenta que
cierto nivel de impunidad es usual en todos los sistemas penales
(Hulsman: 1984), pero, con mayor preocupación, se funda en la
búsqueda de chivos expiatorios para la satisfacción de los ideales de
persecución, en Argentina, por ejemplo, mueren y desaparecen más de
treinta mil personas y el llamado a responder se da a cinco miembros
de la cúpula cívico militar, lo que se vende como un camino hacia el
“fin de la impunidad”, en Colombia, el conflicto armado ha dejado
centenares de miles de víctimas y pareciera que condenando a un
par de militares, una decena de paramilitares y algunos guerrilleros

18
Al respecto infra 1 b).
19
Entre otros, véase las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos humanos
Almonacid y otros vs. Chile; La rochela vs. Colombia; Mapiripán vs. Colombia;
Barrios Altos vs. Perú.
204 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

fuera suficiente para derrotar la impunidad que reina en materia de


derechos humanos20.
Este ingenuo punto de partida termina por negar de forma indirecta
que la protección de los derechos humanos es un problema muchísimo
más complejo que poner tras las rejas a unas cuantas personas, algo
que resulta absolutamente necesario para sostener la idea del derecho
penal como fármaco perfecto para sanar los males de la sociedad
(Resta: 1991; Pastor: 2009, 150), convirtiendo a la impunidad, antes
argumento para mostrar la ineficiencia de los sistemas penales para
solucionar problemas sociales complejos (Hulsman: 1984), en la
razón para intervenir por medio del derecho penal.
b) Víctimas e ideología de la defensa social.
Lutz y Sikkink (2001) se preguntaron que había cambiado en
Latinoamérica entre 1982 y 1999 en materia de persecución de
crímenes contra los derechos humanos. El marco en el cual surgía
dicho interrogante tenía que ver con la persecución del capitán
Alfredo Astiz en 1982, responsable de crímenes de homicidio,
tortura y desaparición forzada durante la dictadura cívico militar
Argentina, quien, luego de ser capturado en el Reino Unido, fue
solicitado en extradición por Francia y Suecia por el asesinato de dos
monjas francesas y una joven sueca. Dicha extradición fue negada y,
en su lugar, fue repatriado a Argentina. Por otro lado, la captura del
general Augusto Pinochet en 1999 por el mismo país que capturó a
Astiz, tuvo un desenlace idéntico, pero con un desarrollo diferente,
pues en este caso su regreso a Chile se debió a su deficiente estado
de salud, pero, la extradición solicitada por España –en nombre de la
humanidad–, fue concedida por el gobierno británico.

20
En Colombia, la prensa ha dirigido esta preocupación por la impunidad con sus
reportes, en ocasiones como columnas de opinión y en ocasión dando cuenta de
las declaraciones emitidas por representantes de organismos internacionales. Al
respecto véase: http://www.semana.com/opinion/articulo/palacio-justicia-camino-
impunidad/253451-3 (Consultado el 5 de abril de 2015) http://www.semana.com/
nacion/articulo/onu-condena-contra-plazas-vega-paso-importante-lucha-contra-
impunidad/117853-3 (Consultado el 5 de abril de 2015) http://www.elespectador.
com/noticias/judicial/toma-del-palacio-de-justicia-sigue-rodeada-de-impunidad-
articulo-233137 (Consultado el 5 de abril de 2015) http://www.elespectador.
com/noticias/judicial/amnistia-internacional-pide-justicia-victimas-de-toma-d-
articulo-457701 (consultado el 5 de abril de 2015)
Castigo Penal y Graves 205

Para explicar estos cambios, las autoras afirman que el determinante


de este cambio de situación se debe a los esfuerzos concertados de un
grupo de abogados activistas, quienes alimentaron la persecución de
los crímenes contra los derechos humanos en diversos sectores –desde
las asociaciones de víctimas, los círculos epistémicos que asesoran
los organismos internacionales, y las mismas posiciones de poder en
estas entidades– y lugares –Norteamérica, Europa y Latinoamérica–.
Así mismo, la existencia de este tipo de grupos puede explicar
algunos elementos importantes del cambio a nivel internacional que
se dio desde 1982 hasta la formación de la Corte Penal Internacional,
pero deja al margen otros procesos que se presentan al exterior de
estos grupos o, incluso, al interior de los mismos pero que tienen
un desarrollo independiente a estos. Por ejemplo, las asociaciones
de víctimas han jugado un papel esencial en la reactivación de los
procesos en Argentina, pero su papel en la justicia colombiana ha sido
mucho más marginal, en la medida que, si bien existen organizaciones
de víctimas al interior del país, algunas sin duda más organizadas
que otras, su peso político no ha sido el mismo que tuvieron en el
país del cono sur; ejemplo de ello, es que, salvo un par de políticos
colombianos, las organizaciones de víctimas de graves violaciones
de los derechos humanos no han tenido peso en el congreso que
vele por los intereses de estas. Por demás, hay que reconocer que
la idea de la víctima como sujeto servil a los discursos expansores
del derecho penal a partir de los derechos humanos es, más que una
víctima concreta de carne y hueso que marcha por las calles de la
ciudad exigiendo justicia y organizándose a través de colectivos y
asesorías legales, una víctima idealizada por el discurso punitivo
que el derecho penal de los derechos humanos trae consigo y que se
construye de forma que pueda servir a este discurso: debe ser una
víctima inocente de toda falta, pues la más mínima sospecha podría
poner en riesgo la legitimidad del sujeto construido, es decir, pareciera
que el guerrillero desaparecido a manos del Estado no llega a tener el
mismo peso que el civil inocente, pues, en el primer caso, su condición
de víctima fue, al menos en parte, construida por sí mismo; también
debe ser una víctima vengativa, que pueda representar la necesidad del
castigo como una retribución a una actuación intrínsecamente mala,
pues una víctima dispuesta a perdonar no sirve para promocionar el
castigo y, no puede olvidarse, en caso de graves violaciones de los
derechos humanos la víctima concreta sólo puede representarse a sí
206 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

misma, pero, la verdadera víctima de este tipo de delitos es la sociedad


entera; finalmente, debe ser una víctima aleatoria, fuera de un contexto
específico, pues interesa mostrar que la condición de víctima podría
afectar a cualquiera, pues esta aleatoriedad de la víctima sirve paras
fomentar la idea de que en una sociedad donde habitan unos monstruos
capaces de cualquier cosa, cada uno de nosotros es potencial víctima
de estos y, por ello, es necesario usar el castigo para diferenciarnos
de ellos y enviarles un claro mensaje de nuestro reproche, así, el
discurso províctimas, a pesar de la reducida acción organizada por
parte de estas, ha impactado fuertemente la jurisprudencia de las
altas cortes colombianas21, así como las sentencias del caso Plazas
Vega –infra 2–.
Resulta particular que es que Lutz y Sikkink a pesar de ocuparse
de Latinoamérica, no se ocupan del caso colombiano, lo que puede
deberse a dos razones. En primer lugar, las cifras sobre delitos
contra los derechos humanos en Colombia apenas han comenzado a
visibilizarse a comienzos del siglo XXI, con lo que un artículo de 2001
podía ver a Colombia como un escenario que no resulta interesante
dada la marginalidad de las violaciones22. En segundo lugar, podría
explicarse por la inexistencia de una dictadura, por decirlo de alguna
manera, en sentido formal, y con ello la falta de un proceso de
transición a la democracia. Aunque esta parece ser la razón por la
que se excluye de dichos análisis, lo cierto es que si lo que interesa
es explicar los procesos por delitos contra los derechos humanos,
esta restricción parece arbitraria. Por ello, cabe preguntarse ¿Es su
explicación satisfactoria para la situación colombiana?23 Es cierto

21
Al respecto puede verse el discurso sostenido en las sentencias C-454 de 2006 y
C-209 de 2007 emitidas por la Corte Constitucional colombiana.
22
Aunque dicho argumento se viene abajo cuando aparece el trabajo de Sikkink/
Booth Walling (2007) que también deja de lado a Colombia.
23
Lo que se sostendrá es que no, pero por la extensión del texto no será posible
entrar en todos los factores que pueden contradecir su teoría, un claro ejemplo de
elementos que no se tocarán será la importancia de la cultura en la persecución de
dichos crímenes, por ejemplo, Rubén Blades, cuya distribución tuvo lugar en el
año 1984 como parte del álbum Buscando América, se preguntaba “dónde están
los desaparecidos”. Esta muestra de sucesos atomizados en la cultura sirven para
criticar los trabajos de Sikkink/Lutz (2000 y 2001) y Sikkink/Booth Walling
(2007) que pretenden explicar las persecuciones contra los delitos contra los
derechos humanos como un asunto fundamentalmente de activismo de algunos
individuos. Sin embargo, el recurso al artista no es el único, en Argentina las
agrupaciones musicales Todos tus muertos, Hijos, Bersuit Bergarabat, Serú Girán
Castigo Penal y Graves 207

que los grupos de abogados han presentado presiones en Colombia


por la vía de las organizaciones no gubernamentales que luchan por
los derechos humanos y las visitas, informes y recomendaciones de
organismos internacionales; sin embargo, resulta difícil imaginar que
dichos esfuerzos sean siempre concertados, pues estos pueden ser
simplemente la acumulación de intereses de actores con intereses y
agendas muy diversas. Precisamente, la situación de las víctimas en
Colombia lo que muestra es una dispersión importante de las mismas.
A pesar de la existencia de algunas organizaciones –usualmente las
víctimas se mueven de forma atomizada tal como sucede en el caso
de Plazas Vega en el cual las víctimas han estado agrupadas en
torno al caso por medio de la representación de sus abogados y sus
manifestaciones han gozado de poca convocatoria y poca cobertura
mediática– se echa de menos las manifestaciones o el apoyo político
constante a su causa. Ello no quiere decir que las víctimas siempre
operen como individuos desorganizados o huérfanos políticamente,
sino que el impacto parece no representar una razón relevante, muestra
de ello es que los senadores que han brindado su apoyo a estas no
suelen recurrir a las mismas para disparar su número de votantes, es
decir, no han existido campañas populistas en Colombia apoyadas en
las víctimas de las violaciones contra los derechos humanos24, con lo
que el punitivismo que traen consigo los derechos humanos parece
moverse en una esfera distinta al de las víctimas reales, nuevamente,
parece apuntar a unas víctimas idealizadas por el discurso antes que
a personas y movimientos concretos.

o Fabulosos Cadillacs, entre muchos otros, representaron una lucha directa contra
las violaciones de derechos humanos y la impunidad de las desapariciones durante
la dictadura, y películas como la noche de los lápices marcaron generaciones mucho
más que la lucha de algunos activistas. Así, el ideal del mundo en que vivimos
como construido por unas mentes privilegiadas es un absurdo que deja de lado la
complejidad de la sociedad y la psiquis humana. En todo caso, al no poder estudiar
todos estos fenómenos culturales que implicaron un cambio en el sentimiento social
sobre los derechos humanos y los delitos contra estos, obliga a dejar la presente
nota como una crítica meramente marginal pero que no debe desestimarse para
entender que las explicaciones ofrecidas en torno a la persecución y castigo de los
delitos contra los derechos humanos son siempre incompletas.
24
Salvo el caso de la fallecida senadora Gilma Jiménez, no existen en Colombia
campañas populistas que giren en torno a las víctimas. Un estudio sobre el tema
en Uribe Barrera (2013). También crítico con el populismo punitivo, Pérez Toro
(2001)
208 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Así las cosas, aunque no puede negarse que han existido grupos
externos que han influido en el discurso penal colombiano en materia
de violaciones contra los derechos humanos, organizaciones de
víctimas al interior del país y apoyo político a las mismas, explicar los
aspectos que han cambiado en Colombia desde 1985 hasta 2010 que
permitieron la condena de Alfonso Plazas Vega a partir de dichas
situaciones resulta incompleto, pues el discurso político mayoritario
en Colombia parecía orientarse a pedir la absolución del excoronel por
no haber participado en las desapariciones o, incluso, a la negación de
la ocurrencia misma de los hechos, las asociaciones de víctimas eran
desorganizadas o atomizadas y el peso político de las organizaciones
no gubernamentales era poco o, en el peor de los casos, acallado por
vía de la violencia25.
Por demás, resulta curioso que haya sido durante el mandato de
Álvaro Uribe Vélez –durante el cual varios militares, senadores y
otros miembros del Estado y del partido presidido por el exmandatario
fueron señalados (y algunos de ellos condenados) como partícipes de
asesinatos, torturas y desapariciones–, en el que se investiga, juzga y
condena al excoronel, pues el mencionado alto mandatario siempre
ha sostenido, no sólo la inocencia de Plazas Vega –incluso después
de sus condena–, sino la necesidad de establecer un amplio margen
de actuación a las fuerzas armadas durante sus intervenciones,
reforzado por un fuero militar que busque protegerlos de eventuales
juicios de responsabilidad por actos delictivos durante la prestación
del servicio26.

25
En efecto, los informes emitidos por la oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de Colombia, denuncian para
los años 2001 a 2012 la reiterada preocupación por la desaparición de defensores
de derechos humanos. Todos los informes desde el año 1998 hasta el 2014 pueden
descargarse en el siguiente vínculo: http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/
informes/altocomisionado/informes.php3?cat=11 (Consultado el 5 de abril de 2015)
26
Ello puede verse en las noticias publicadas por la revista semana y el diario el
espectador: http://www.elespectador.com/noticias/politica/uribistas-buscan-
reforma-revisar-todas-condenas-del-pas-articulo-524878 (Consultado el 5 de abril
de 2015) http://www.semana.com/nacion/articulo/plazas-vega-la-primera-jugada-
del-uribismo/396519-3 (Consultado el 5 de abril de 2015) http://www.semana.com/
nacion/articulo/un-articulito-favor-plazas-vega/344739-3 (Consultado el 5 de abril
de 2015) http://www.semana.com/politica/articulo/uribe-polemica-propuesta-
excarcelar-militares-condenados-palacio-justicia/258669-3 (Consultado el 5 de
abril de 2015)
Castigo Penal y Graves 209

Sin embargo, las víctimas, aunque ausentes como colectivo


organizado en Colombia, han tenido un peso discursivo importante
a través de la ideología de la punición infinita como elemento
legitimador del castigo a cualquier precio en materia de violaciones
contra los derechos humanos, lo que redefine una nueva lucha
contra refractarios de la vida organizada presentando, a través del
llamado derecho penal del enemigo (Jakobs: 2003; Greco: 2006), un
reformado interés por la defensa de la sociedad mediante el derecho
penal. El derecho penal del enemigo se sostiene en la idea de que el
sistema penal reacciona –o debe reaccionar– de forma diferente ante
individuos que representen una amenaza permanente a la vida en
sociedad, pues con estos es imposible establecer una comunicación
recíproca que permita aclarar que comportamientos están prohibidos
buscando evitarlos en el futuro, por lo que resulta necesario la
desactivación de su peligrosidad en la sociedad por la vía del uso
de un poder que, aunque puede ser reglado, es mucho más salvaje e
ilimitado que el poder penal normal.
Este subsistema penal de excepción (Ferrajoli: 2011, pp. 807-
848) opera para hacer frente a individuos que por sus características
personales o la naturaleza de los delitos que cometen, dejan de
pertenecer a la sociedad, lo que lleva a la idea de que quien lesiona
derechos humanos pierde los suyos (Hinkelammert: 1999), por lo que
la sociedad no tiene más remedio que utilizar la violencia mediante
el uso de un rediseñado derecho penal que flexibilice las reglas de
persecución, imputación y castigo a fin de desactivar la amenaza,
pero dejando un manto de legitimidad en su actuación que, aunque
de forma distinta al derecho penal normal, sigue siendo reglada,
con lo que se deja la idea en el aire de los enemigos de la sociedad
eventualmente podrán defenderse del poder punitivo del Estado, así
ello resulte más difícil de lo que sería para un delincuente regular.
Baratta (2004, p 35, 36) definió la idea tradicional de defensa
social a través de seis factores: (i) el principio de legitimidad que
sustentaba la idea de que el Estado era, en cierta forma, naturalmente
autorizado para reprimir la criminalidad; ii) el delito es un daño a
la sociedad y el delincuente un elemento negativo de la misma, con
lo que, para una sociedad buena debería segregarse el mal; iii) el
delito es resultado de una actitud individual del sujeto contraria a
los valores morales de la sociedad, con lo que la definición por parte
210 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

del legislador de una conducta como delictiva no resulta necesaria


para la responsabilidad, lo que conlleva a la idea del delito como algo
natural e identificable de forma independiente a la ley; iv) la pena es
una contramotivación de los ideales reprochables del delincuente; v) la
violación a la ley penal es fruto de una minoría desviada, pero todos
son iguales ante la ley; vi) existe un núcleo de conductas delictivas
que pueden ser consideradas como delito en cualquier sociedad. Si
se observan estos factores de la idea tradicional de defensa social, se
encuentra fácilmente su similitud con la actual tendencia punitiva del
derecho internacional –y nacional– en materia de derechos humanos.
La idea de que la Corte Penal Internacional está legitimada para la
persecución y castigo de los atentados contra los derechos humanos,
los cuales son universales e inmodificables –esto es, el delito como
un pecado (Ferrajoli: 2011, pp. 253-256), presentados como una
“amenaza a la paz, la seguridad y el bienestar de la humanidad”
(Preambulo del Estatuto de la Corte Penal Internacional) realizada
por autores cuyo absurdo énfasis en la individualidad que termina
por subrayar su anormalidad27, realizadas por una minoría impune.
Finalmente, parece ser que la nueva defensa social sólo dejo un
elemento por fuera: el carácter preventivo de la pena, lo que lleva a
pensar que ahora los sujetos peligrosos no deben ser corregidos sino
aislados, es decir, de Guatemala a Guatepeor.
El papel de las víctimas en el fortalecimiento de la ideología de
la defensa social se ve claramente en la presencia expresa o tácita en
los informes rendidos por la oficina del Alto Comisionado para los
Derechos Humanos. Para los años comprendidos entre el 2001 –fecha
en que se interpone la denuncia que derivó en la sentencia contra
Plazas Vega– hasta 2005, creció paulatinamente la cantidad de
referencias a la desaparición forzada en dichos informes, comunicando
además que para los años 2003 y 2004 dicha conducta delictiva

27
El énfasis en la responsabilidad individual resulta absurdo en la medida que la
responsabilidad penal siempre es individual, incluso, en el renovado debate sobre
la responsabilidad de las corporaciones jurídicas siempre ha estado claro que, al no
poder encerrar en la cárcel a una empresa, quienes deberían pagar las consecuencias
serían sus representantes. Con ello, la declaratoria de la responsabilidad penal
internacional individual es sólo un discurso que permite subrayar la existencia de
ciudadanos anormales. Una crítica a la enunciación de la responsabilidad individual
en el estatuto de la Corte Penal Internacional puede verse en Pastor (2006, pp.
80-85)
Castigo Penal y Graves 211

había crecido en el país. Sin embargo, la dedicación de análisis y


recomendaciones parecía hablar de un problema menor frente a otras
violaciones de los derechos humanos. Para estos años, preocupaba
la desaparición de líderes indígenas, negros, defensores de derechos
humanos y sindicalistas, y se entendía que dichas desapariciones,
cuyo número era inferior a las cifras reportadas por los países del
cono sur que tuvieron dictaduras, eran atribuibles principalmente a
las organizaciones paramilitares que, excepcionalmente, actuaban de
la mano con la fuerza pública.
En medio de los informes de estos años, se resalta la incorporación
del estatuto de la Corte Penal Internacional y la punición de delitos
contra los derechos humanos, así como la ratificación de Convención
Interamericana sobre desaparición forzada de personas, cuyo
preámbulo resalta nuevamente la idea de la punición infinita ahora
enfocada en un delito específico y ordena el castigo de este delito y
la evitación de la impunidad. Así mismo, en el informe del 2004 se
inaugura una recomendación cuya satisfacción sigue en proceso,
cual era elaborar estadísticas fiables sobre desaparición forzada, en
un claro énfasis de visibilización de las víctimas, pasando de apenas
unos cientos de casos reportados en estos años, a conocer que en
Colombia hay 75.354 desaparecidos de los cuales se estima que al
menos 18.527 corresponden a desaparición forzada (informe 2012),
una cifra que nada tiene que envidiar a las dictaduras del cono sur,
subrayando que, en todo caso, la cifra puede ser mucho mayor y que
además incrementa su escándalo al sumar el número de muertos del
conflicto armado.
En el año 2006 el informe aplaude la actuación de Colombia en el
camino de acabar con la impunidad de los delitos contra los derechos
humanos, particularmente en su lucha contra la desaparición forzada,
debido a la detención del excoronel Plazas Vega a quien el informe,
aunque lo trata como un imputado aun no declarado responsable, lo
sugiere culpable cuando alaba la actuación de Estado. Para dicho
año se decía que los desaparecidos del conflicto eran apenas 1.100
y que faltaba por esclarecer 900 casos, bastante lejano de las cifras
que se harían públicas en el año 2012. Estas referencias del año
2006 fortalecen el papel de las víctimas en el discurso del Alto
Comisionado para los Derechos humanos, en la medida que la lucha
contra la impunidad como materialización del derecho a la justicia
212 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de las víctimas, se erige en razón de halago por la puesta en marcha


del sistema penal.
Para el año 2007, y de ahí en adelante, se comienza a dedicar a la
desaparición forzada un aparte subtitulado en los informes, así, lo que
antes parecía una preocupación marginal que usualmente se incluía
entre los delitos contra la integridad personal o la libertad, fue por
fin merecedor de un acápite independiente. Por fin, la desaparición
forzada se convertía en un tema central del informe, curiosamente,
ello sucede una vez detenido el excoronel, algo que llama la atención
en tanto parece una forma de emitir juicios de valor sobre el caso de
forma indirecta, en total, una forma de promocionar el castigo de
un sujeto, la expiación de graves violaciones de derechos humanos
señalando a un culpable. Para dicho año, y en adelante, también
comenzaría a variar la preocupación por las desapariciones, de las
cuales se ausentaron los indígenas y los negros como preocupación
central, así como los paramilitares como actor principal, para
ceder sus puestos respectivamente a los jóvenes desempleados, de
escasos recursos, de zonas urbanas marginales o rurales aisladas y
a los defensores de derechos humanos como sujetos objetos de las
desapariciones; y el Estado como actor principal.
Para el año 2008, cuando comienza el juicio del excoronel, se
dieron capacitaciones específicas sobre desaparición forzada a jueces
penales militares por parte de la oficina que rinde los informes, y se
organizó el evento “Sin rastro” que pretendía, así mismo, capacitar a
los funcionarios judiciales sobre el tema y visibilizar el problema de la
desaparición forzada. Para el siguiente año, comienzan a aparecer los
informes sobre la cantidad de desapariciones en el país, comenzando
por la existencia de 37.500 desaparecidos de los cuales alrededor de
10.000 lo sería por desaparición forzada hasta llegar a las escandalosas
cifras de 2012; también, en 2009 comienzan las presiones por ratificar
la Convención Internacional sobre Desaparición Forzada, la cual
terminó por ser aprobada en el año 2011 por vía de la ley 1418 de
2010. Así, en 2009 y 2010 se leía una fuerte preocupación por la
ratificación de un nuevo tratado marcado por la punición infinita de
la desaparición forzada, fechas que coinciden con la finalización del
juicio y sentencia de primera instancia de Plazas Vega.
A partir de 2009 y hasta 2012, las cifras reportadas sobre la
desaparición forzada fueron creciendo hasta mostrar el impacto
Castigo Penal y Graves 213

de dicho delito en el país, lo que resulta curioso es que después


de alcanzar los impresionantes números del 2012 y de proferidas
las sentencias de primera y segunda instancia contra el excoronel
Plazas Vega y la sentencia de primera instancia contra el exgeneral
Arias Cabrales, para el año 2013 el informe contenía una sola
referencia al delito de desaparición forzada, dejando la sensación
que con dichas cifras y estas condenas el asunto estaba solucionado
o considerablemente aminorado. Para el año 2014, el informe también
aparece con un tratamiento marginal de la desaparición forzada
que ya en 2013 se había ausentado como capítulo independiente,
encontrando en el último informe emitido a la fecha poco más de un
par de referencias al delito, una de las cuales felicitaba la condena
en segunda instancia de Arias Cabrales y otra que aconsejaba a la
fiscalía adoptar medidas para “asegurar las responsabilidades” de los
individuos que cometieran dicho delito.
Finalmente, un elemento común a los informes entre el 2009 y el
2012 era la preocupación por la impunidad del delito de desaparición
forzada, la cual se manifestaba siempre en una cierta atribución de
ineficiencia a la Fiscalía General de la Nación por la demora en las
investigaciones y el poquísimo porcentaje que llegaba a juicio.
Con todo, una mirada sobre la desaparición forzada en los informes
del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos muestra una creciente preocupación por la desaparición
forzada desde el año 2001 hasta el 2012, la cual, en los momentos
del juicio contra el excoronel se ocupó fundamentalmente de señalar
tres problemas: las desapariciones como responsabilidad de cuerpos
de seguridad del Estado, la altísima cantidad de desapariciones en el
país y la impresionante tasa de impunidad al respecto. Precisamente,
son estos dos ítems finales los que enlazan a las víctimas y la defensa
social de forma más clara, pues partiendo de la reafirmación de
los desaparecidos para mostrar la impunidad como enemiga de los
derechos humanos, se pasa a la recomendación de la persecución y
castigo como herramientas de protección a las víctimas.
c) Las cruzadas morales individuales.
Un elemento que no puede desestimarse en todo el ejercicio
de explicación del contexto de la sentencia de Plazas Vega es el
papel que los individuos juegan en estas situaciones. La formación
214 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

jurídica, las creencias personales y las afiliaciones políticas, pueden


determinar en gran medida que exista una sentencia como la del caso
Plazas Vega. Más allá de tildarlos como héroes o villanos, lo cierto
es que en el caso se presentaron personas que dieron su vida por el
caso, pues una juez de primera instancia amenazada de muerte antes
de proferir sentencia y hoy exiliada del país por la continuación de
amenazas después de proferir la condena28, o una fiscal que puso en
juego su carrera profesional para sacar adelante una investigación29,
son sujetos absolutamente atípicos a un proceso penal.
En efecto, por más que se pudiera estar en desacuerdo con
la sentencia, hay que oponerse de forma absoluta a los eventos
que determinaron la situación personal que vivieron las personas
encargadas de la persecución y condena en primera instancia del
excoronel, pues incluso entendiendo que existiera un interés personal
en la condena de Plazas Vega debido a sus creencias jurídicas o
morales, en el ejercicio de la justicia –correcta o incorrecta según
presupuestos normativos– los actores no deben estar presionados por
este tipo de factores y, más tajantemente, es inaceptable la amenaza
o atentados contra la vida de cualquier persona.
Con todo, hay que señalar que con personas que no estuvieran
dispuestas a poner su vida o carrera en riesgo en la lucha por este
ideal, resultaría imposible explicar esta sentencia. Vivir amenazado
en un país donde las advertencias de este tipo se ejecutan, en el que

28
En efecto, la Juez Gloria Stella Jara debió abandonar el país por amenazas –cuya
lógica dice que provienen del Estado u organizaciones paramilitares-. Al respecto
véase las noticias: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/refuerzan-
seguridad-al-juez-de-caso-plazas-vega-articulo-206068 (Consultada el 5 de abril de
2015) http://www.semana.com/nacion/articulo/justicia-terror/107352-3 (Consultada
el 5 de abril de 2015) y http://www.semana.com/nacion/justicia/articulo/jueza-
condeno-coronel-plazas-vega-sale-del-pais-amenazas/118358-3 (Consultada el 5
de abril de 2015)
29
A pesar que la razón fue la supuesta inefectividad de la fiscal, Angela María
Buitrago perdió su puesto en la fiscalía un par de años después de emitida
la sentencia contra el excoronel y, si bien es posible que la realidad sea esta, la
situación no deja de levantar sospechas, máxime cuando su nivel de efectividad
parecía estar por encima de muchas otras fiscalías. Al respecto véase las noticias
http://www.semana.com/nacion/articulo/angela-maria-buitrago-revelo-el-horror-
del-palacio/411855-3 (Consultada el 5 de abril de 2015) y http://lasillavacia.com/
historia/17759 (Consultada el 15 de abril de 2015) http://www.semana.com/
nacion/articulo/palacio-de-justicia-habla-exfiscal-angela-maria-buitrago/408221-3
(Consultada el 5 de abril de 2015).
Castigo Penal y Graves 215

se vieron morir jueces y fiscales –aparentemente, algunos ejecutados


por el imputado en aquel proceso–, resulta una prueba de firmeza que
no puede explicarse desde las organizaciones de víctimas o la simple
retórica de los derechos humanos.
La importancia de los individuos se magnifica cuando se miran
los mensajes estatales sobre el tema. Mientras que se adelantaba la
persecución del excoronel, el discurso político mayoritario brindaba
su apoyo a Plazas Vega –y digo mayoritario pues su apoyo venía del
partido dueño de la presidencia y la mayoría en el congreso– y sucesos
como la operación Orión en Medellín y los llamados falsos positivos
enlodaban al país, es decir, mientras el Estado perseguía y juzgaba
por las desapariciones del Palacio, el gobierno del país se encargaba
de desaparecer y asesinar a los jóvenes colombianos, con lo que no
parece que fuera un gobierno muy interesado en la persecución penal
de las desapariciones de la retoma del Palacio de Justicia.
d) Conclusiones.
De lo visto es posible colegir que la explicación de la sentencia
del caso Plazas Vega es tremendamente compleja, y lo más que se
puede es dar algunos posibles factores que influenciaron la decisión.
La confluencia de organismos internacionales y nacionales, de
asociaciones de víctimas, presiones internacionales, discursos de
promoción y protección de derechos humanos e ideologías punitivas
construidas alrededor de estos, así como la presencia de individuos
particulares, se entrelazan para ayudar a entender cómo fue posible
que la persecución dejada de lado a finales de los años 80 reviviera
a comienzos del siglo XXI para terminar en una sentencia con una
reformulación de garantías penales y un discurso abiertamente
punitivista se presentaran en un país que las recibía como situación
excepcional dentro de su sistema penal. Si esto es cierto, el aumento
del punitivismo en materia de derechos humanos es también
resultado de fenómenos complejos, y explicar el aumento del castigo
penal en esta materia, la creación de tipos penales específicos o la
flexibilización de garantías penales, exige mirar un contexto amplio
para ver como pequeños procesos sociales –o discursos– influyen
en el mismo.
Así, la explicación no puede darse a partir de factores aislados sino
de la convergencia de múltiples situaciones, y la presencia de seres
216 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

humanos dentro del proceso siempre dificultan la posibilidad de dar


respuestas precisas pues, por ejemplo, definir qué tanto influenció la
decisión de primera instancia el discurso de la punición infinita es una
tarea que sólo podría completar quien emitió la sentencia. Por estas
razones, para dar fundamento a las explicaciones ofrecidas se hará
en el próximo capítulo un análisis del texto de las sentencias, pues
sólo así puede establecerse en qué forma los argumentos ofrecidos
como explicación fueron plasmados en la decisión contra el excoronel.

3. ¡MANTENER LA DEMOCRACIA MAESTRO! EL


LARGO CAMINO DE LA VIOLENCIA ESTATAL

En entrevista a los medios que cubrían la retoma del Palacio de


Justicia, el para entonces coronel del ejército declaró tener una única
instrucción por parte de los mandos superiores del ejército nacional:
¡mantener la democracia maestro!30 Fue la respuesta Plazas Vega
a las preguntas de los reporteros. Con dicho eslogan como carta
de presentación se ingresó al Palacio de Justicia sin importar las
consecuencias, teniendo el desenlace ya referido. Con dicho eslogan,
además, se enmascararon las desapariciones –y aparentemente
ejecuciones– que llegaron con la retoma. Veinticinco años después,
aunque la pegadiza frase no estuviera presente de forma textual, el
sistema judicial volvió en su defensa de la democracia, solo que esta
vez el enemigo no era el M-19 y las armas no eran el medio, sino
que era el excoronel el nuevo enemigo de la democracia y el derecho
penal la herramienta para silenciarlo.
En el presente capítulo se hará un análisis del discurso de las
sentencias de primera y segunda instancia, destacando algunos
elementos centrales que, aunque por momentos se mostraban como
marginales dentro de la argumentación que permitió la condena, trazan
una ideología profundamente retribucionista –o mejor, vengativa– del
derecho penal y muestra la forma en que los magistrados entendieron
el ejercicio de juzgar y sentenciar como una defensa de la sociedad
por medio del derecho penal. Para ello, se analizarán expresiones

30
El vídeo con las declaraciones del entonces coronel Alfonso Plazas Vega puede
verse en: https://www.youtube.com/watch?v=RXqIdy56LlU (Consultado el 5 de
abril de 2015)
Castigo Penal y Graves 217

de la sentencia agrupadas de la siguiente forma: a) El discurso de la


punición infinita b) El discurso en favor de las víctimas y la defensa
social c) El discurso del juez en favor del castigo.
a) El discurso de la punición infinita.
En la sentencia de primera instancia (p, 100) se recurre al particular
argumento de la “trascendencia internacional” de la desaparición
forzada, para lo cual se apoya en una providencia de la corte Suprema
de Justicia que afirma dicha característica para el delito de genocidio31.
La afirmación de la trascendencia internacional pone en evidencia algo
que, aunque pueda resultar cierto, desnuda las presiones de poderes
internacionales en el derecho colombiano que en cierta forma serían
complacidos con el castigo por estas conductas.
En este argumento se encuentra presente una víctima idealizada,
que deriva en que las desapariciones forzadas no tienen víctimas
concretas sino individuos sobre los que recae la desaparición, pues,
finalmente, la desaparición es un atentado contra la “paz, seguridad
y el bienestar de la humanidad” que conmueve profundamente la
“conciencia de la humanidad” (Preámbulo estatuto de Roma). Esta
búsqueda de despersonalización de la desaparición tiene como
objetivo cambiar la percepción del problema, ya no como un asunto
de individuos desaparecidos, sino como un asunto de conciencia de
la humanidad, así, la víctima de la desaparición forzada no es aquél
que es privado de su libertad y cuyo paradero se desconoce, sino que
son todos los miembros de la humanidad.
Afirmar que las víctimas de las desapariciones del Palacio de
Justicia no fueron las personas que salieron con vida del recinto
para evaporarse en manos del ejército, sino la sociedad colombiana
víctima de un ejército criminal, tiene la virtud de solidarizar a la
comunidad con realidades que les son ajenas pues, si bien el número
de desapariciones forzadas en Colombia resulta escandalosa según el
informe presentado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidad
para los Derechos Humanos en el año 2012, la misma sigue siendo
marginal frente a la cantidad de población.
Así mismo, esta “trascendencia internacional” comienza a
revelar un factor fundamental cual es el pensamiento implícito

31
Auto del 13 de Mayo de 2010, MP. María del Rosario Gónzalez de Lemus.
218 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de que Colombia como Estado tiene obligaciones internacionales


que debe cumplir. Al respecto pareciera evidente la influencia del
estatuto de Roma sobre la investigación, juicio y condena contra el
excoronel Plazas Vega, pues resulta curioso que, a pesar de que
el clima político del país, como se señaló anteriormente, no parecía
orientarse a la punición del excoronel32, la investigación comienza y
se desarrolla justo en el momento que estaba por entrar –y entró– en
vigencia el estatuto de la Corte Penal Internacional. Como se subrayó,
resulta difícil explicar cómo durante el gobierno del expresidente
Uribe Vélez en el cual se presentó la práctica sistemática de
desapariciones –recuérdese las operaciones antorcha, mariscal y
orión en las comunas de la ciudad de Medellín y el escándalo de los
falsos positivos– plasmadas no sólo en la memoria nacional sino en
los informes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos, haya sido el momento en que se llevó a cabo casi
toda la persecución penal en contra de Plazas Vega. La explicación
más plausible parece tener que ver con las obligaciones del Estado
colombiano en materia internacional, concretamente, con la Corte
Penal Internacional, pues políticamente el país no podía arriesgarse
al que el caso de los desaparecidos del Palacio de Justicia llegara a
manos de dicha Corte –así como ningún país quiere que se observe
su inacción en la materia (Beltrán: 1998)–, así mismo, dado el clima
político del país y el apoyo con que contaba el excoronel, parecía que
el proceso podía convertirse en una cortina de humo para evitar una
eventual intervención internacional, pero que ningún fiscal o juez se
atreverían a llevar a cabo un proceso que terminara en una condena.
La “trascendencia internacional” predicada termina por
materializarse en una mirada optimista sobre la “actualización” de
la jurisprudencia en materia de juzgamiento de delitos cometidos
en el marco de organizaciones criminales (p, 252). En febrero de
2012, apenas un par de semanas después de emitida la sentencia de
segunda instancia en contra del excoronel Plazas Vega, se publicó
en la revista semana un artículo titulado “la teoría que condeno al

32
Prueba del clima político en favor del coronel puede verse además en el artículo:
http://www.semana.com/nacion/articulo/manifestantes-marchan-pidiendo-
libertad-del-coronel-alfonso-plazas-vega/107487-3 (Consultada el 5 de abril de
2015)
Castigo Penal y Graves 219

coronel”33 donde su autor cuestiona seriamente la comparación del


ejército colombiano con las situaciones para las cuales se ideo dicha
teoría de la imputación, concretamente, desaprueba la comparación
del ejército con el nazismo y las mafias norteamericanas. Para ello,
señala que la retoma del palacio fue un “acto de guerra frente al cual
no había libreto” y que no existen pruebas contra el excoronel. En
medio de su clara defensa del excoronel por entender que el mismo
no perpetró las desapariciones, el artículo lleva algo de razón, no por
desaprobar la comparación entre la actuación del ejército comandado
por el excoronel en esta circunstancia, pues no parece tan injusto
acercarlo al nazismo y las mafias estadounidenses dados los sucesos
cometidos durante la retoma, sino porque señala un aspecto bastante
problemático de la sentencia.
La responsabilidad en la modalidad de autoría que se sostuvo
haciendo uso de la categoría autoría mediata en aparatos organizados
de poder34 es cuestionable, no sólo por su aplicación concreta sino
por los fundamentos –bastante débiles35– en que se soporta la idea
de la responsabilidad del autor detrás del autor, cuando quien ejecuta
materialmente el hecho es plenamente responsable. Sin embargo,
esta discusión no tiene lugar en el presente escrito, lo que interesa es
subrayar que, al referirse a esta modalidad de imputación, el juzgado
en primera instancia (p, 252) afirma que la Corte Suprema de Justicia
en decisiones previas decidió “actualizar” su jurisprudencia para dar
cabida a dicha modalidad de imputación.
La preocupación por la idea de “actualización” surge en tanto la
sentencia de primera instancia quiere mostrar la autoría mediata en
aparatos organizados de poder como una novedad que representa un
punto de ruptura con un derecho penal que avalaba la impunidad. La
idea de actualización sugiere que los mecanismos tradicionales de
imputación -autoría directa, mediata y coautoría, y participación– son
inútiles cuando se trata de perseguir la criminalidad organizada y, en
la medida que la desaparición forzada ejecuta por el Estado tiene esta

33
El mismo puede encontrarse en el vínculo http://www.semana.com/nacion/articulo/
la-teoria-condeno-coronel/253260-3 (Consultado el 5 de abril de 2015)
34
Sobre la autoría mediata pueden buscarse la obra clásica de Roxin (1998, pp. 267-
278) sobre el tema.
35
Algunas críticas se formulan por Díaz y Conlledo por entender que esta categoría
difumina los límites entre la autoría y la participación. (Díaz y Conlledo, 2008)
220 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

característica, las categorías clásicas de imputación serían una ventana


a la impunidad de las conductas estatales (Pastor, 2006, pp. 78, 79,
Castex: 2008, p. 135) y por ello el Estado tiene el deber de remover
los obstáculos que impidan el castigo (Nanzer; 2009, p. 357)36.
Esta idea de la “actualización” de las categorías de imputación
como mecanismo de lucha contra la impunidad, es reforzada por
la sentencia de segunda instancia que, antes de entrar a analizar la
autoría mediata en aparatos organizados de poder, realiza una larga
cita de los juristas del horror (Müller, 2014). Dicha cita no tiene
ningún peso para sostener los aspectos normativos que fundamentan
la categoría de imputación aplicada, incluso, el propio tribunal al
momento de edificar los argumentos de condena no hace uso de esta
cita, entonces ¿para qué usarla? La respuesta se liga directamente a la
lógica de la sentencia de primera instancia sobre la “actualización”:
si se desea extinguir este tipo de comportamientos de las sociedades
modernas, el mejor camino para ello es la lucha contra la impunidad,
y por ello, se deben construir categorías acordes a la realidad moderna
y no hacer uso de un derecho penal liberal que opta por la impunidad
de los grandes delitos.
El recurso al nazismo por parte de la segunda instancia es un
golpe de autoridad moral que busca dar una legitimidad retórica
al recurso a la autoría mediata en aparatos organizados de poder.
Este recurso busca impedir que se reconozcan las dificultades de
fundamentación de esta modalidad de autoría así como las claras
falencias del derecho penal para prevenir las graves violaciones de
los derechos humanos (Pastor: 2006, pp. 72, 73), para enmascarar
el castigo en hechos atroces cuyo rechazo representa una obligación
moral de los ciudadanos: pocas personas se atreverían a aplaudir la
exterminación de millones de judíos durante el régimen nazi, con lo
que la autoría mediata en aparatos organizados de poder no necesita
fundamentación jurídica, pues su legitimidad se derivaría del golpe
emocional representado por el acuerdo moral contra el holocausto.
b) El discurso en favor de las víctimas y la defensa social

36
No en vano la Corte interamericana afirmó en el caso Almonacid contra Chile que
el Estado no podrá argumentar la irretroactividad de la ley penal para excusarse
de su deber de investigar y sancionar a los responsables (Malarino: 2012, p. 55)
Castigo Penal y Graves 221

En la sentencia de primera instancia (p 88) se afirma que para el


año 1985 existía la práctica generalizada de la desaparición forzada
en varios países latinoamericanos, algo incontrovertible, pero, lo que
llama la atención es que el juzgado atribuye dicha generalización a que
dicho delito era el “crimen perfecto” en tanto permitía a los Estados
la “total impunidad de su actuar”.
Dice mucho el recurso a esa línea de argumentación, pues la
posición de la justicia en dicha dinámica es reivindicar el carácter
imperfecto del delito mediante la lucha contra la impunidad por medio
de la expedición de sentencias condenatorias. En un territorio azotado
por las desapariciones forzadas como era –¡es!– Latinoamérica, en
la cual la comisión de este delito se atribuye a la creencia de los
gobiernos de que el mismo representaba la mejor forma de alcanzar la
impunidad, la labor de la justicia, no sólo como conjunto de órganos
estatales encargados de aplicar el derecho sino como ideal moral, es el
mostrar a los gobiernos que se equivocan, el de hacerles entender que
no podrán esconderse detrás de la desaparición forzada para buscar
su impunidad, pues la justicia cojea pero llega37.
La evocación de los crímenes perfectos está ligada siempre a la
idea de impunidad, pues la naturaleza misma de los primeros implica
la imposibilidad de conseguir pruebas que demuestren su comisión y
permitan su condena, o que los imputados se refugien en las garantías
del derecho para que, a pesar de ser probados los hechos, no pueda
emitirse condena. Esta idea del crimen perfecto muestra como el
juzgado de forma implícita comienza a sustentar la flexibilización de
las garantías penales en disfavor del procesado, pues estas últimas
son meros tecnicismos que impiden la condena de un crimen que
sería perfecto de no estar dispuesto el operador jurídico a flexibilizar
las mismas, entonces, el principio de legalidad, la prescripción,
la indebida redacción del tipo penal y los criterios de imputación
del código dejan de concebirse como garantías de protección de
los individuos frente al poder punitivo del Estado y comienzan a
percibirse como obstáculos a la lucha contra la impunidad y garantías
de la perfección del crimen.

37
Fue precisamente éste el título de un artículo publicado por la revista semana a
finales de 2009: http://www.semana.com/nacion/articulo/cojea-pero-llega/111220-3
(Consultado el 5 de abril de 2015)
222 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Esta idea de la impunidad como perfección se relaciona de


forma evidente con el interés por la lucha contra la misma en los
delitos contra los derechos humanos presente en los preámbulos del
estatuto de Roma, la Convención Interamericana sobre desaparición
forzada y la Convención Internacional para la protección de todas
las personas contra las desapariciones forzadas, y en los informes
y recomendaciones formuladas a Colombia por la oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Así, la sentencia misma se autoproclama en forma implícita en un
instrumento de lucha contra este mal al ponerse la juez en el papel de
combatiente contra la impunidad y empieza a sugerir que la falta de
convicción derivada de las pruebas y la falta de adecuación jurídica no
podía ser un argumento para absolver, es decir, parece que el excoronel
estaba condenado por un contexto más amplio que el derecho penal.
A renglón seguido de la idea de crimen perfecto, la misma sentencia
liga está idea con que la desaparición forzada tiene una “inhumana
lógica” en una cita que, junto con la idea del crimen perfecto, era
extraída de un texto de Molina Theissen (1998), y que culminaba
con la afirmación –no fundamentada– de que los gobiernos pensaban
que “no hay víctimas, por ende, no hay victimarios ni delito”.
Sostener la “inhumana lógica” de la desaparición forzada tiene un
efecto claramente diferenciador: hay cosas que los humanos hacen
y cosas que no hacen, y entre estas últimas aparece la desaparición
forzada, la cual solo es realizada por los no humanos, los inhumanos.
Esta distinción sirve para alimentar dos ideas, la primera la
pérdida de lo humano y la segunda, ligada a esta, la pérdida de los
derechos de quienes cometen delitos contra los derechos humanos
(Hinkelammert: 1999), que deriva en una clara diferenciación entre
buenos y malos (Hulsman, 1984) que alimenta la racionalidad misma
de un derecho penal creado para combatir el mal y defender el bien.
La diferenciación entre lo humano y lo inhumano es funcional
la necesidad de construir un sistema de castigo diferenciado para
los individuos que atentan contra los derechos humanos, la mejor
forma de que el enemigo sea constituya en un verdadero paria social
es buscando una característica que lo diferencie tajantemente de los
demás, así, parece que no hay mejor enemigo que el humano no
humano, aquel con el que sólo se comparte una identidad biológica
pero que representa la negación de todos los valores de la especie.
Castigo Penal y Graves 223

La universalidad moral de los derechos humanos y la catastrófica


negación que los crímenes contra estos hacen de aquella se conjugan
para presentar a quienes atentan contra los derechos humanos como
personas a excluir de la sociedad. Y aquellos que osen pronunciarse
en favor de los derechos humanos de quienes cometen delitos contra
la humanidad son catalogados como “malintencionados”, pues el
defensor de derechos humanos ya no piensa sino que se indigna, y
quienes no se indignan entonces no piensan (Pastor: 2006, p. 182).
La hipocresía en el problema resulta evidente. No todas las
violaciones a los derechos humanos se consideran delito, basta con
mirar el papel de Estados Unidos en las guerras de Vietnam y los
Balcanes para entender que para ser criminal se requiere ser enemigo
y que, una vez establecido el segundo estatus, los derechos humanos
legitiman la negación de la humanidad y derechos de este. No por
casualidad Pastor (2009, p. 120) afirmó que el derecho penal de los
derechos humanos, o en general el poder penal internacional no era
una manifestación del derecho penal de enemigo si no “El” derecho
penal de enemigo por excelencia, así, el camino de inhumanización
escogido por la sentencia continúa mostrando que la condena penal
contra el excoronel es sólo un elemento de una sentencia que desfigura
el derecho penal convirtiéndolo en un arma de venganza, o mejor,
es una herramienta que los humanos usan para defenderse de los
inhumanos.
Finalmente, y como culminación de este camino de definición
del enemigo de las víctimas y construcción del sujeto frente al cual
la sociedad debe defenderse, afirma la sentencia que: “Como quiera
que los centros carcelarios y penitenciarios dependen del poder
ejecutivo, se exhorta al Gobierno Nacional para que la ejecución de
la pena que se impone se cumpla de un modo que no ofenda el dolor
de las víctimas y de la comunidad a la que ellas pertenecían” (p 603,
Cursivas del autor), el cual aparece como un punto independiente de la
decisión de segunda instancia contra el excoronel Plazas Vega. Ello
tiene lugar después de imponer una pena de treinta años de prisión
por el delito de desaparición forzada.
Ahora bien, ¿existe forma en que treinta años de prisión se cumplan
de forma que ofenda a las víctimas? Antes de responder a esta
pregunta, habría que auscultar las razones por las cuales el tribunal
emitió una orden de este tipo, absolutamente anómala a las sentencias
224 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

ordinarias en materia penal en el derecho colombiano. La génesis


de dicha orden puede explicarse a través de una noticia publicada
en la revista semana a mitades del año 2010 –poco más de tres años
después de que se ordenara la detención preventiva del excoronel–:
“En tres años de detención, Plazas Vega sólo ha pasado 6 días en
una prisión convencional” rezaba el titular periodístico. Lo anterior
se explica debido a que el ordenamiento jurídico colombiano dispone
que las personas cuya situación de salud física y psicológica no sea
compatible con el encierro en establecimiento carcelario, puedan
cumplir su reclusión en lugar diferente a la cárcel. Así, alrededor del
caso del excoronel se presentó una disputa entre el órgano acreditado
por el ente investigador del Estado para emitir los informes médicos
–Instituto de Medicina Legal– quien afirmaba que los padecimientos
psicológicos padecidos por Plazas Vega sí son compatibles con la
estancia en prisión, mientras que otros médicos, adscritos al ejército
nacional, afirmaban que sus padecimientos eran incompatibles con
el encierro en estas instituciones, razón por la cual la detención
preventiva –hasta el año 2010– y la condena fue cumplida usualmente
en hospitales militares.
Esta situación inusual, aparentemente desarrollada por fraudes
entre el ejército nacional y el Instituto Nacional Penitenciario de
Colombia38, sembró una preocupación particular por la detención del
excoronel, pues la sugerencia de comportamientos irregulares por
parte de las autoridades que certificaban enfermedades inexistentes
o cuya gravedad se exageraba, convertía en ofensiva las condiciones
en que se cumplía la pena impuesta. Al respecto, cabe destacar
varios aspectos, el primero que en el derecho colombiano existen
procedimientos –y delitos– específicos para ocuparse de este tipo
de fraudes, por lo que, algo más ofensivo que la forma en que el

38
Sobre el tema pueden verse los artículos publicados por los medios de
comunicación: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/fraude-resolucion-
judicial-denunciaran-director-del-inp-articulo-210804 (Consultado el 5 de abril
de 2015) http://www.elespectador.com/noticias/judicial/ordenan-traslado-de-
coronel-r-plazas-carcel-picota-articulo-209762 (Consultado el 5 de abril de 2015)
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/tutela-ordena-explicar-coronel-r-
plazas-no-fue-picota-articulo-229748 (Consultado el 5 de abril de 2015) http://
www.semana.com/nacion/articulo/plazas-vega-no-ira-carcel-la-picota/348262-3
(Consultado el 5 de abril de 2015) http://www.semana.com/nacion/articulo/las-
penas-deben-pagar-carceles-verdad/340636-3 (Consultado el 5 de abril de 2015)
Castigo Penal y Graves 225

excoronel cumplía su pena debería ser los funcionarios que facilitan


dicha conducta, por demás, de llevarse a cabo estos procedimientos y
demostrar el mencionado fraude la situación del excoronel cambiaría
pues los informes que lo protegen serían invalidados. Por otro lado,
de no existir los mencionados fraudes, no debe resultar ofensivo
que una persona cuyas enfermedades le impiden estar en prisión
sean encerradas, por el contrario, la situación inversa debería ser la
ofensiva.
Por ello, una orden como la emitida en la sentencia resulta en un
recurso rimbombante para legitimar el encierro, pues la presencia o no
del excoronel en la cárcel no se determina por lo que es o no ofensivo
para las víctimas, sino por la imposición de la pena y las normas de
ejecución de la misma en el ordenamiento jurídico colombiano.
c) El discurso de la judicatura en favor del castigo.
Finalmente, como se dijo anteriormente no debe obviarse el papel
que juegan los sujetos que toman la decisión. Ellos, seguramente
influenciados por los discursos expuestos, se refugian en la idea de
la autoría mediata en aparatos organizados de poder como “actual”
y herramienta contra la lucha contra la impunidad de los delitos más
graves que puedan existir, culminando en la cita que la sentencia de
segunda instancia realiza de una providencia de la Corte suprema
de justicia en la que se adhiere a la idea de que dicha categoría de
imputación sería la “mejor solución político-criminal del problema
jurídico” (p. 576). La pregunta obvia que resulta de ello es ¿qué quiere
decir esta expresión?
La expresión “política criminal” ha sido estudiada en diversos
contextos39 lo que sólo ha mostrado los problemas de la misma. El
autor al que las sentencia de segunda instancia hace referencia directa
el profesor alemán Claus Roxin, quien fue el precursor del estudio del
derecho penal a partir de categorías político-criminales con su libro
Política criminal y sistema de derecho penal (2002). En dicho texto,
el autor proponía que los sistemas jurídicos modernos contenían unos
valores constitucionales que debían guiar el método de estudio de la
ciencia penal, con lo que intentó edificar las categorías tradicionales

39
Al respecto pueden verse los trabajos de Roxin (2002) Pérez Toro (2001) y Ortíz
de Urbina Jimeno (2003).
226 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de la teoría del delito en el marco de dichos valores constitucionales.


En su obra, a pesar de la apertura de la expresión política-criminal,
el contenido de esta era atribuido de forma clara a través de los
límites constitucionales al ejercicio del poder punitivo. Sin embargo,
en el mismo texto el autor daba a entender que en algunas ocasiones
pareciera que los valores constitucionales que limitan el poder
penal no deberían ser los únicos elementos a tener en cuenta para la
construcción de la dogmática penal, sino que debía recurrirse a un
argumento adicional: la prevención.
La introducción de la idea de prevención como elemento de la
política criminal resultó en una idea peligrosa en la medida que, a
pesar de que el autor liga la idea de prevención no sólo con el castigo
sino con el ejercicio correcto del derecho penal en el marco de las
garantías constitucionales, las repercusiones de la idea de política
criminal se expandieron a la identificación de una buena política
criminal con el castigo. Precisamente esta es la idea que subyace en
la sentencia de segunda instancia contra el excoronel cuando habla de
la “mejor solución político-criminal”. En efecto, cuando el Tribunal
sugiere que la aplicación de la autoría mediata conduce a la mejor
solución político criminal lo dice porque sin el uso de esta categoría el
castigo de Plazas Vega hubiera sido imposible según las categorías
de imputación disponibles en el ordenamiento jurídico colombiano,
lo que muestra claramente que la mejor solución político-criminal
era el castigo.
Esta decisión desnuda de forma flagrante la ideología de la
punición infinita presente en las sentencias contra el excoronel, y
más aún, muestra la política criminal de quienes deciden, en tanto las
categorías de imputación existentes en el derecho penal clásico tenían
que ser reformuladas –o mejor “actualizadas”– para poder alcanzar
la “mejor solución político-criminal”: el castigo, pues sin este se
fracasaría en la lucha contra la impunidad como elemento necesario
para la prevención –y erradicación– de los delitos contra los derechos
humanos, así esta labor implicara modificar principios fundamentales
del derecho penal y recurrir a una categoría de imputación cuyo
Castigo Penal y Graves 227

relativismo es obvio con sólo observar los elementos necesarios para


su configuración40.

4. CONCLUSIONES

El escrito buscaba examinar la situación internacional y nacional


que alimentaba una modificación de las condiciones sociales entre
el año 1985 y los años 2001 a 2012 en los cuales tuvo lugar la
investigación, juzgamiento y condena del excoronel, para finalmente,
a partir del discurso de la sentencia, relacionar las explicaciones
ofrecidas con los argumentos presentados por las instancias de
decisión al momento de definir la responsabilidad penal del acusado,
relacionando entonces el cambio entre la década de los ochenta y el
nuevo siglo como una marcada evolución punitivista, en la que la
promoción –y aumento del uso– del castigo marcan la pauta en materia
de graves violaciones contra los derechos humanos.
En el tránsito de la argumentación que relacionó estos elementos,
se definió como las sentencias de primera y segunda instancia
representaban un discurso marcadamente a favor del castigo apoyado
en la ideología de la punición infinita, la lucha contra la impunidad,
el derecho penal del enemigo, la defensa de los derechos humanos
por medio de la vulneración de los mismos y la defensa social. Este
análisis nos lleva a afirmar que la violencia ejercida por el Estado
colombiano contra sus ciudadanos parece una constante que relaciona
los incidentes de la retoma del palacio y la sentencia contra Plazas
Vega, en el primer escenario, un Estado fuera de control se encargó de
desaparecer –y aparentemente ejecutar- a sus nacionales con la excusa
de “mantener la democracia”. Dichos hechos muestran la operación
criminal de un Estado para la disolución de una problemática
específica: la subversión. A pesar de esta cruda realidad, parece que
el segundo escenario no se aleja de este uso de la violencia, aunque
esta haya tomado una forma distinta, más reglada y calculada que
las mismas desapariciones de la retoma, mediante la escogencia de
un chivo expiatorio que permitiera poner un rostro a un crimen que
excedió la voluntad de una sola persona.

40
Los requisitos de la autoría mediata pueden encontrarse en la obra clásica de Roxin
(1998, pp. 267-278)
228 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Esta violencia penal, aunque pueda argumentarse como de


menor gravedad que las desapariciones llevadas a cabo durante la
retoma, no puede justificarse en un Estado cuya labor al respecto
debería consistir precisamente en la disminución de la violencia. La
inutilidad del derecho penal para afrontar este tipo de problemas, el
continuado recurso de los gobiernos a la desaparición forzada y la
impunidad irreducible de estas conductas demandan el uso de otras
formas de control y concientización social sobre el tema, y no el
ejercicio de un poder que busca acallar las voces de los familiares de
los desaparecidos otorgando un blanco de reproche en la cabeza del
excoronel antes que erradicar la desaparición forzada.
El artículo en ningún momento ha pretendido negar o afirmar la
responsabilidad del exgeneral en los sucesos, sino llamar la atención
sobre la el discurso –seguramente ilegítimo en un Estado de Derecho–
de la sentencia contra este, para reafirmar que los derechos humanos
son formas de evitar que el Estado sobrepase sus poderes y ejerza
violencia sobre los ciudadanos, reforzando esta idea en la creencia
que existen otros mecanismos que podrían resultar más útiles para
la satisfacción de las víctimas y la verdadera erradicación de las
violaciones contra los derechos humanos.
Castigo Penal y Graves 229

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POLÍTICA CRIMINAL, POLÍTICA
PÚBLICA Y CICLO DE LA POLÍTICA1

Adolfo Franco Caicedo


Abogado y Magister
Universidad Nacional de Colombia

1. INTRODUCCIÓN

Eugenio Zaffaroni (1988) nos puso de presente que al ser


Latinoamérica un sector periférico del mundo capitalista eso incide
en que quienes percibimos la realidad desde allí (específicamente el
ejercicio violento del poder y del control jurídicamente respaldados) lo
hagamos de una forma particular y distinta a quienes habitan el núcleo
de ese mundo. La perspectiva (desde el margen, en sus términos) no
es una cuestión de sesgo, sino un compromiso de todo análisis que
busque dejar expuestos los grupos poblacionales que ejercen control
o les interesa que éste se ejerza sobre otros2.
Ya han pasado veintisiete años desde que Zaffaroni nos llamó
la atención en ese sentido. Si bien las líneas que pintaban el núcleo y
la periferia se han ido desdibujando desde entonces, principalmente

1
Gran parte de este capítulo recoge las principales conclusiones a las que llegué en
otra oportunidad (Caicedo, Franco, 2013).
2
De Sousa Santos Boaventura (2009) en un sentido igualmente emancipador pero
mucho más ambicioso, exaltó la Epistemología del Sur como “la búsqueda de
conocimientos y de criterios de validez del conocimiento que otorguen visibilidad
y credibilidad a las prácticas cognitivas de las clases, de los pueblos y de los grupos
sociales que han sido históricamente victimizados, explotados y oprimidos, por
el colonialismo y el capitalismo globales.” Queda claro que Zaffaroni no ha
sido unilateral ni está solo en la comunidad académica comprometida con la
transformación estructural del estado de cosas.
234 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

por el fenómeno de la globalización3, no es cierto que esta división


mundial no persista4.
Por ejemplo, recientemente el Gobierno colombiano ha empezado
su proceso de inclusión en la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico –OCDE. Para conseguirlo, debe satisfacer
una serie de requisitos similares a las diez fórmulas del Consenso
de Washington. El Estado colombiano tiene opciones para la
implementación de los requisitos (por ejemplo, su gradualidad), pero
la implementación en sí no se negocia si quiere ingresar al Club de
los Países Ricos, como se conoce también esta organización.
Si bien la línea que divide el núcleo de la periferia es mucho más
difusa que a finales de la década de 1980, no es cierto que no continúen
existiendo grupos de poder económico a los que gobiernos, como el de
Colombia, busquen hacer parte y a los que se les impone qué deben hacer
para su inclusión. El núcleo existe y Colombia continúa en el margen.
Esta posición nos demanda reflexiones en torno al Estado como
aparato de poder distintas a las estadounidenses y europeas5. Zaffaroni

3
Una de las premisas fundamentales de Castells Manuel (2001) para explicar las
transformaciones en tan corto tiempo en la economía, la sociedad y la cultura
humanas es que las tecnologías de la información (principalmente digitales) han
manipulado las dimensiones de tiempo y espacio, algo que no era posible y de lo
que desconocemos su límite.
4
Es interesante la lectura de Elbert Carlos Alberto respeto el proceso de globalización
cuyos efectos en el centro y la periferia confirman la persistencia de esta distinción.
Dos de los ejemplos que resalta el autor son los cambios en los ordenamientos
jurídicos de los países periféricos del núcleo del poder militar y económico a expensas
de las demandas de los grupos económicos para que sus economías sean atractivas
para la inversión extranjera, así como los acuerdos de impunidad de los militares
estadounidenses en misiones de apoyo en la lucha global contra el terrorismo
(2006, págs. 233-238). Una reflexión similar es la de Córdoba Triviño, Jaime,
quien advierte que “la globalización ya no solo trae consigo la concentración de la
riqueza y el reparto de la pobreza sino una nueva ola de restricción de las libertades
públicas como mecanismo de lucha contra el terrorismo pues en los actuales tiempos,
independientemente del país en el que nos encontremos, de la posición que ocupemos
o de las ideas que profesemos, todos podemos ser asumidos como potenciales
enemigos del sistema. De allí la actualidad de la reformulación de la legislación
penal en nuestros distintos países, pues se trata de ponerla a tono con las exigencias
impuestas por tal concepción político criminal” (2006, págs. 15-16).
5
“Resulta innegable que la visión y teleología que en esos dos núcleos de poder
[estadounidense y europeo] se tenga acerca de la conducta desviada y de la
connotación del control social formal, incide en mayor o menor grado en los países
latinoamericanos en la determinación de los criterios y parámetros a seguir para
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 235

(1988) también lo dijo entonces. En condiciones materiales distintas,


florecieron en Latinoamérica formas de Estado autoritario en las que
el derecho de una población minoritaria prevaleció sobre los derechos
fundamentales de la mayoría. El Estado en sí mismo fue plataforma
para la violación sistemática de las garantías más elementales.
En Colombia, estudios sobre el conflicto armado han logrado
establecer cómo la institucionalidad fue cooptada por organizaciones
paramilitares en varias partes del territorio en perjuicio de las
organizaciones sociales y políticas disidentes (Valencia, 2007;
López, 2010)6. Este contexto nos obliga a detenernos y reflexionar
si los marcos teóricos que nos encontramos en cualquier campo del
conocimiento aplican para interpretar nuestra realidad.
Evidentemente no descartamos una teoría o un concepto por no
haber sido concebidos en esta región del mundo. De hecho, este capítulo
busca darle sentido a herramientas epistemológicas y metodológicas del
campo de las políticas públicas que no son nacionales pero están a nuestra
disposición para abordar políticas de control social punitivo (Zaffaroni
E. , 1988) como la política criminal. La clave, con independencia de su
origen geográfico o cultural, es la evaluación crítica a la que debemos
exponer dichos insumos cognitivos y los podamos apropiar.
Por ahora prefiero precisar que la premisa sobre la que se edifica
el presente capítulo es que la política pública criminal hace parte del
repertorio de opciones institucionales con las que cuenta un gobierno
para controlar grupos societarios determinables mediante el ejercicio
del poder punitivo; sin embargo, a pesar de ser un ejercicio violento, no
se han impulsado herramientas cognitivas y analíticas específicas que
permitan someterla a un escrutinio democrático, crítico y contextuado,
que han favorecido la persistencia de una política criminal autoritaria.
La premisa no es pacífica porque incursiona en el debate
epistemológico que se suscitó en la década de los ochenta respecto a

la selección de las conductas punibles, su tipificación, la aplicación de esquemas


procesales que optimicen los recursos de que se dispone (política criminal eficiente)
y logre los objetivos propuestos (política criminal eficaz), recogidos casi siempre
en la emblemática misión de ‘reducir la criminalidad’ o a ‘combatir la impunidad’.”
(Montoya Reyes, 2006, pág. 333).
6
También son importantes todos los informes de la Comisión de Reparación y
Reconciliación que existió transitoriamente entre el 2005 y el 2013.
236 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

la distinción entre “criminología” y “política criminal” en el seno de


la criminología crítica. Pues bien, para no obviar este debate, buscaré
abordarlo en primera instancia.
Luego abogaré por una distinción entre “política criminal” y “política
pública criminal” que ayuda a la hora de diferenciar la instancia de
decisión de lo que se persigue punitivamente respecto de la puesta en
marcha de la decisión misma, junto con sus distorsiones a la hora de
materializarse. Veremos por qué esta distinción es clave para ejercer
control democrático a este tipo de políticas. Lo anterior en segundo lugar.
En la parte final de este capítulo abriré la puerta al campo del análisis
de política pública para que pueda entrar la política criminal como objeto
de investigación y análisis. Veremos resumidamente de qué se trata el
ciclo de la política como enfoque de análisis que ya ha sido apropiado
para abordar de forma crítica el proceso de configuración político
criminal. Finalmente, con el interés de contribuir en esta disciplina
emergente, veremos cómo el enfoque discursivo de análisis nos ofrece
insumos valiosos para abordar la política pública criminal.
Lo que quiero proponer es que el ejercicio de análisis de política
criminal se democratice y la Sociedad Civil Organizada pueda contar
con una ayuda –que puede ser optimizada, por supuesto– a la hora de
verificar y someter a escrutinio la forma como nuestros gobernantes
(directa o indirectamente) asumen una problemática y movilizan
recursos para gestionarla o resolverla.

2. EL DEBATE “CRIMINOLOGÍA” VS
“POLÍTICA CRIMINAL”

Philippe Robert (2004) señaló que la criminología padece de una


maldición por causa de la ambigüedad de su objeto estudio. Dicha
ambigüedad, que ha transitado entre las causas internas (biológicas,
genéticas, psíquicas), entre causas relacionales (ecológicas, pedagógicas),
y hasta los procesos de etiquetamiento y de reacción social, ha hecho
que la criminología tome prestados conocimientos de otras áreas de las
ciencias naturales y humanas sin que haya desarrollado conocimientos
propios suficientes que permitan percibir que ha habido progreso, a
pesar de cumplirse un siglo de inaugurarse este capítulo de las ciencias
de la vida en sociedad (Robert, 2004, p. 152).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 237

Por supuesto que dicho progreso se relaciona con la explicación


causal del delito. Un panorama temporal de las discusiones
criminológicas permite ver que, a pesar de que han quedado
develadas muchas de las falacias del positivismo criminológico, en
la actualidad es frecuente que existan científicos que persisten en
explicar neuronalmente el comportamiento criminal, especialmente
con los descubrimientos del genoma humano que les ha permitido
explotar a su favor el argumento de que los científicos de hoy están
en mejor posición para leer la genética humana que los de antes7.
En oposición a este tipo de argumentos suelen exponerse los insalvables
problemas de sesgo de selección8 o la falacia del método científico-natural
para abordar fenómenos sociales, a los que están expuestos todos los
análisis causalistas etiológicos y que han sido recogidos en varios textos
que recorren la historia del pensamiento criminológico (Baratta, 1986;
Taylor, Walton, & Young, 1997; Pavarini, 2002).
No obstante la ambigüedad, dentro de la corriente positivista parece
haberse alcanzado con claridad cuál es el papel de la criminología9:

7
Consúltese, por ejemplo, la edición N° 20 de la revista especializada Molecular
Psychiatry donde se ha publicado el artículo titulado “Genetic background of extreme
violent behavior”. En él, un equipo de científicos europeos y estadounidenses dicen
haber descubierto dos genes que se relacionan con comportamientos violentos: el
MAOA que produce una enzima que afecta neurotransmisores y el CDH13 que
se vincula con trastornos de impulsividad. Las muestras se han tomado de 800
personas condenadas por delitos violentos y no violentos de origen finlandés.
8
Porque generalmente buscan explicar comportamientos de violencia física, no así
la violencia estructural que resulta ser más lesiva al agregado social.
9
De acuerdo con Martínez, Mauricio, el término “criminología” no es problemático
para los cultores de la corriente positivista, “ellos siguen utilizando la nomenclatura
como equivalente a ‘tratado del crimen y de sus causas’ e invocando las palabras
crimen o criminología con mayúsculas, para especular con fórmulas mágicas
supuestamente idóneas para ‘combatir la criminalidad’” (1999a, pág. 261). No
obstante –continúa Martínez–, es con el cambio del objeto de estudio que tuvo
lugar desde la década del setenta que el término se ha puesto en entredicho para las
tendencias “no positivistas”. Las siguientes dos décadas se caracterizaron por un
entusiasmo político de los académicos de la disciplina criminológica (De Castro,
Aniyar 1987; Pavarini, 2002), especialmente con la inclusión del Sistema Penal y
el ejercicio del poder por medio de éste como objeto de estudio (Baratta, 1986;
Bergalli, 1996; Gómez Albarello & Orozco Abad, 1997); no obstante, la
situación al finalizar el siglo XX y en lo corrido del nuevo XXI parece caracterizarse
por una crisis epistemológica al interior de las tendencias herederas de la nueva
criminología respecto de la cual se identifican, al menos, siete nuevas opciones: (i)
considerar inviable la criminología como ciencia en sí; (ii) recurrir al subjetivismo
gnoseológico y al anarquismo epistemológico para negar la existencia de la
238 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

proveer de evidencia científica para la toma de decisiones de política


criminal (Zipf, 1979, p. 2). En efecto, al delimitar el ámbito de la política
criminal, el positivismo establece dos fronteras: a un lado el derecho
penal, al otro la criminología y en el centro –pero sobre ellas– la política
criminal. Esto es así porque, en palabras de Heinz Zipf, “[l]a Política
criminal se distingue esencialmente de la dogmática jurídico penal,
en que se extiende más allá del Derecho vigente y de su aplicación, y
de la Criminología, en que valora y establece prioridades que no se
derivan de la sola evaluación de resultados empíricos.” (1979, p. 18).
Esta relación fue descrita por Alessandro Baratta como el modelo
integracionista de ciencia penal positivista, pero que por la influencia
de la teoría del etiquetamiento llevó a que entrara en crisis dado el
enfoque externo10 al Sistema Penal que iba a tomar la criminología
desde entonces (2004, p. 168). En consecuencia, surge un nuevo
modelo integrado e interdisciplinar dirigido a los controles interno o
formal y externo o material a la justicia penal (2004, p. 170).
No obstante, el modelo integracionista positivista sigue siendo
vigente11. Por señalar un ejemplo, la Policía Nacional de Colombia cuenta
con una Dirección de Investigación Criminal e INTERPOL –DIJIN

criminología y de todas las ciencias; (iii) volver a las teorías filosóficas que inspiraron
en algún momento la criminología crítica e iniciar un proceso de reconstrucción
epistemológico; (iv) hablar de “criminologías” y que el interesado se adscriba a la
que más le conviene; (v) transferir todo a la sociología; (vi) transferir todo a la ciencia
política; o (vii) reformular la criminología en un nuevo orden sistémico que integre
las concepciones causal-explicativas y sociológicas. (Elbert, 2010). No obstante,
una de las discusiones más vigentes tiene que ver con el descubrimiento de un nuevo
objeto de estudio, que es interpretado por algunos autores como una oportunidad para
revivir la discusión epistemológica: los delitos sistema, del Estado y de los mercados
que causan gran daño social (Bernal, Cabezas, Forero, Rivera, & Vidal, 2014).
Esto como consecuencia de la obra de Wayne Morrison (2012) en la que cuestiona
cómo ha actuado la criminología (principalmente la crítica) respecto de los crímenes
que se han cometido a escala global como parte de un proceso civilizador.
10
“Adoptar un punto de vista externo al sistema penal significa, entre otras cosas,
que las definiciones del comportamiento criminal producto de la instancia del
sistema (legislación, dogmática, jurisprudencia, policía y sentido común) no sean
consideradas más como punto de partida, sino como problema y objeto de estudio,
a partir del cual vienen utilizados los instrumentos puestos a disposición de la
historia y del análisis de la estructura social”. (Baratta, 2004, pág. 169).
11
Esto se explica en parte porque la criminología acumula discursos durante siglos,
manteniendo vigentes todos al tiempo, como una suerte de zoológico de especies
contradictorias vivas o un bosque donde hay árboles de distintos tamaños, que se
cruzan, se oponen, pero perviven (Zaffaroni, 2005, págs. 8-9).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 239

que creó un Observatorio del Delito. Según Ervyn Noza y Giovanny


Torres esta experiencia, que denominan tanque de pensamiento
criminológico, tiene como propósito “la operacionalización concreta
de la criminología como ciencia fundamental en la política pública
encauzada al crimen en un estado”. (2013, p. 7).
Claramente esta posición representa la escisión planteada por el
positivismo según la cual la criminología ofrece el soporte científico
para la toma de decisiones de política criminal. Según estos autores,
inspirados en la posición de Osvaldo Tieghi12, el método científico
aplicado a los estudios del crimen con enfoque Policivo Orientado a
Problemas -POP13 representa un marco metodológico óptimo para
ofrecer respuestas útiles a quienes tienen la labor de tomar decisiones
o poner en marcha decisiones de política pública.
Otro autor colombiano, Camilo Montoya, también propone de esta
distinción pues para él la política criminal, en el marco de un Estado

12
Tieghi, Osvaldo (2009) sostiene que “la política criminal social o de prevención
comunitaria es aquella que, mediante la aplicación de los conocimientos
antroposociales que sirven para explicar la dinamogénesis filo, fisio y ontogenética
de la conducta social y delictiva, orienta las medidas que resultan convenientes para
disminuir -y eventualmente suprimir- aquellas causas o factores que favorecen el
aprendizaje criminal y, consecuentemente, la ‘tasa operante del delito’”.
13
Norza Céspedes & Torres (2013) destacan que el Observatorio ha obtenido
resultados exitosos aplicando esta metodología que consiste en cuatro etapas
conocidas por la sigla S.A.R.A. (en inglés, Scanning o búsqueda de problemas
delictivos; Analysis o desentrañamiento de un problema específico; Response o
solución al problema; y Assessment o evaluación de los resultados). Según los autores,
“este diseño metodológico sigue algunas propuestas de Tieghi, quien afirma que ni
la criminología crítica, ni las políticas criminales abolicionistas han contribuido al
estudio de causas y efectos, ni mucho menos de métodos científicos para la prevención
no tratamiento del fenómeno criminológico.” (Norza-Céspedes & Torres Guzmán,
2013, pág. 11). Efectivamente, Tieghi, Osvaldo (1995) sostiene esto. Además acusa a
estas corrientes críticas del pensamiento criminológico de ser meras propuestas –en
el mejor de los casos– porque rehúyen al estudio etiológico de las leyes que rigen el
fenómeno biopsicosocial de la criminalidad, escapando al campo filosófico político
y –afirma Tieghi- “¡allí todo puede afirmarse sin ser susceptible de verificación
empírica alguna!” (1995, pág. 312). Quizá este autor debería aclarar, en primer lugar,
que nunca ha sido una pretensión de la criminología crítica descubrir causas (sobre
todo fundamentadas en la psiquis o composición biológica del sujeto) o resolver
situaciones percibidas como problemáticas por quienes han ostentado la posición
política de decidir qué lo es y qué no, en perjuicio de otras colectividades sociales o
invisibilizando comportamientos que afectan de forma estructural el bienestar social.
Este sesgo de selección afecta su objeto de investigación, por lo que no puede hablar
de imparcialidad en la obtención de resultados.
240 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Constitucional de Derecho, ha de entenderse como “la aplicación de


los conocimientos criminológicos en el diseño, implementación y
modificación de los planes, programas y estrategias con miras a la
racionalización del control social de la conducta desviada” (2006, p. 359).
La opción a la que recurrió la vertiente del garantismo ha sido la de
involucrar políticamente ambos términos (“criminología” y “política
criminal”). Según Mauricio Martínez (1999a), si la criminología crítica
reconoce un carácter por definición del delito que no uno ontológico,
es decir, que el delito es una construcción normativa, entonces la
criminología asume ser una disciplina normativa y valorativa que va tras
los orígenes y aplicaciones de las normas que se incorporaron al Sistema
Penal como respuesta política al delito. En así que, “la criminología desde
la perspectiva crítica se extiende a la política criminal (generalmente
reducida a política penal)” (1999a, p. 276).
Para Eugenio Zaffaroni la distinción es irrelevante en Latinoamérica,
según él porque la política criminal no fue la respuesta estatal en la lucha
contra el crimen sino una ideología política orientadora del control
social punitivo (1988, p. 21). De acuerdo con Zaffaroni, que exista
una discusión en relación con estos términos se debe en gran parte a la
presunta distinción entre una criminología teórica y una criminología
aplicada, ésta última que abarcaría la política criminal; no obstante,
dicha escisión es falsa en este sector marginal del poder mundial porque
acá las decisiones se toman primero y se amañan las justificaciones
científicas para justificarlas ex post.
Otra justificación para no escindir connotativamente estos términos
es la de Lola Aniyar, para quien el programa político criminal es el
programa de los valores que buscan introducirse en una realidad social
por transformar, lo que supone una labor de ingeniería social y política
(2006, p. 372). De esta manera, si la criminología crítica tiene pretensiones
políticas que trascienden hasta la consecución de condiciones materiales
de existencia que nos permitan acercarnos a un ideal de justicia social
universal, no es necesaria una distinción en su definición.
Entonces, si en el marco del garantismo criminológico “política
criminal” y “criminología” son lo mismo ¿para qué seguir sosteniendo
la diferencia terminológica? ¿Por qué no adoptar una u otra? Hay
al menos dos respuestas a estas preguntas, ambas con un propósito
estratégico que justifica la distinción:
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 241

Para Lola Aniyar una razón por la que no se puede adoptar el término
“política criminal” exclusivamente, es porque el término “criminología”
no puede desampararse. Según la autora venezolana, mantener el nombre
“criminología” en el seno de los estudios críticos del control social
permite –estratégicamente– seguir participando en aquellos lugares
(escuelas, institutos, publicaciones, etc.) en los que está librando una
batalla por establecer su objeto de estudio (1987, p. 35).
Para Mauricio Martínez mantener la diferencia terminológica
resulta estratégico a la hora de participar en debates de construcción
política donde las diferentes posturas pueden hacer emerger prejuicios
o antagonismos respecto de una idea que se ha presentado como
“criminológica crítica” y no como “político criminal” (1999a, p. 263).
Nadie duda de la influencia de Alessandro Baratta en el
pensamiento criminológico latinoamericano. Por supuesto, él también
participó en esta discusión (1990; 2004) y tuvo la oportunidad de
opinar sobre la voz “política criminal”. Según él, este concepto se
caracteriza por ser complejo porque a pesar de que su finalidad es
el control del delito cuenta con una gama de opciones no penales
indeterminadas. Habida cuenta de tal indeterminación, el concepto es
problemático porque los instrumentos no penales desdibujan la línea
que debe separarlos de otras políticas (como las sociales, humanitarias,
económicas, urbanísticas, etc.)14. Y finalmente, el uso dado al concepto
o su apuesta discursiva legitima y reproduce el estado de cosas social,
por lo que también es ideológico15 (Baratta, 2004, pp. 152-ss.).
Ya en otra ocasión tuve la oportunidad de resaltar una confusión en
la que incurría la criminología crítica cuando le atribuían a la política
de seguridad ciudadana ser la faceta local o territorial de la política
criminal, sin ningún referente empírico que lo sustentara (Franco
Caicedo, 2013). Traigo esto a colación, porque allí me valí de una
precisión semántica para definir qué es “política pública criminal”.

14
Para distinguir qué tipo de política tenemos enfrente, Baratta sugiere acudir a la
finalidad subjetiva de la política, esto es la intencionalidad que ponen los actores
de la política en práctica; en oposición a la finalidad objetiva o función social que
suele ser la justificación declarada (2004, págs. 153-154).
15
“Utilizo aquí la palabra “ideología” en el sentido de una construcción discursiva
de hechos sociales apta para producir una falsa conciencia en los actores y en el
público. La ideología funciona sustituyendo los conceptos con los clichés, o sea
con los hábitos mentales, corrompiendo el cálculo clasificatorio con operaciones
ocultas y subrepticias.” (Baratta, 2004, págs. 155-156).
242 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Una conclusión de la discusión epistemológica que he resumido, es que


criminología crítica tiene una vocación política transformadora; el punto
es que la lengua castellana no precisa la polisemia de la palabra “política”
como sí sucede en la lengua inglesa. Por supuesto esto no fui yo quien
lo advertí, pero lo encontré en las obras del profesor André-Noël Roth,
un académico suizo radicado en Colombia, experto en políticas públicas.
Según su apreciación, “que el idioma inglés separe conceptualmente
la ‘política’ en tres términos diferenciados –polity, politics y policy–,
si no fue determinante, probablemente tuvo un efecto facilitador.
En inglés, polity se refiere a la esfera política en general; politics
corresponde a las actividades políticas realizadas para lograr control
del poder político (el juego electoral, los debates en el Congreso, las
movilizaciones, los cargos, etc.); y, finalmente, policy designa a las
actividades resultantes de la politics (sus consecuencias, resultados
o sus outputs)” (Roth Deubel, 2010, p. 19)16.
Claramente tiene un efecto facilitador. Veamos. Mauricio Martínez
señala que tradicionalmente se ha definido política criminal como “el
sector de la actividad estatal encaminada a controlar lo que ha sido
seleccionado como delictivo: es por tanto parte de la política oficial. No
hay sector de la política oficial en el que se manifieste tan nítidamente
el poder del Estado como sucede con el ejercicio del poder punitivo,
es decir, con la reacción del Estado a lo que considera él mismo como
‘antisocial’”. (1999a, pp. 13-14).
Partiendo de la diferencia anotada, “pareciera que cuando Martínez
(1999a) hace referencia a la concepción tradicional de la política criminal se
acerca más al uso del término “policy”. Pero si volvemos a la discusión de
conceptuar “política criminal” al margen de “criminología”, los autores de
esta corriente crítica parecen acercarse más al uso del término “polity”. En
efecto, si la política criminal es considerada como ideológica, considero que
se está haciendo alusión a la “política” como “polity”, es decir, al conjunto
de valores e ideas asociados a la vida en sociedad y su gobierno, dado
que no estamos en el estadio de acciones o programas concretos (policy),
sino en el de la discusión de qué se reprime, qué se previene y para qué
en determinada sociedad.” (Franco Caicedo, 2013, p. 34).

16
También sobre esta precisión, ver: Alejo Vargas (1999, págs. 55-56) y Gonzalo
Ordóñez (2013, págs. 27-28).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 243

Otra voz que puede escucharse es la de “política criminológica”.


Según Héctor Chincoya con este término se denota “un conjunto
sistemático, cohesionado y consistente de decisiones de política
gubernamental, basadas en análisis científico-sociales del fenómeno
criminal, construidas con la participación del Estado y la sociedad”
(2013, p. 103). La palabra “criminológica” en vez de “criminal” no es
fortuita. Para este autor, inspirado en el trabajo de Alfonzo Quiroz
Cuarón (1977), a quien atribuye haber acuñado el concepto, “política
criminológica” es “un concepto evolucionado y distanciado de la política
criminal, cuyo adjetivo no solo circunscribe su objeto de estudio a lo
criminal, sino que, históricamente, ha sido utilizada por el derecho
penal como fuente de su legitimación, en la medida que le ha servido
para la formulación de criterios político-criminales de índole represivo
y antigarantistas. (…). Se ha dicho, no sin razón, que el contrapeso de
la política criminal es la política criminológica, que deslegitima al
derecho penal como columna vertebral y eje principal de las estrategias
de represión y combate a la delincuencia, y propone un modelo de
prevención social en el que el núcleo de las estrategias se basen en la
acción comunitaria y en la participación ciudadana, y deje de hacerlo
exclusivamente en el ámbito jurídico penal.” (Chincoya, 2013, p. 103).
A mi modo de ver, este aparentemente nuevo debate epistemológico
ya ha sido abordado. En efecto, algunos autores han advertido que la
política criminal suele reducirse exclusivamente a modificaciones al
Sistema Penal, de ahí que el término “política penal” sea utilizado para
hacer referencia a esta especie de política criminal (Gómez Albarello &
Orozco Abad, 1997, p. 357; Martínez, 1999a, p. 276; Baratta, 2004, p.
153; Aniyar de Castro, 2006, p. 381). A juicio personal, esta versión de
la interpretación de “política criminal” inspirada en Quiroz Cuarón se
asocia a la interpretación de “política penal” ampliamente más difundida.

3. POLÍTICA PÚBLICA Y POLÍTICA CRIMINAL

Es difícil conceptuar cualquier ítem que pretenda hacer parte del


objeto de estudio de la criminología. No obstante lo polémico que
pueda resultar, considero que es clave contar con una definición que
permita incorporar la aclaración polisémica aludida, al menos con
propósitos facilitadores para el análisis de política pública criminal.
244 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Para arrancar, comencemos con una definición de “política


pública”17. Ésta es “un conjunto conformado por uno o varios
objetivos colectivos considerados necesarios o deseables, de medios
y acciones que son tratados, por lo menos parcialmente, por una
institución u organización gubernamental con la finalidad de orientar
el comportamiento de actores individuales o colectivos para modificar
una situación percibida como insatisfactoria o problemática” (Roth
Deubel, 2014, p. 38). Complementariamente, son instrumentos de
trasformación o mantenimiento del orden social, y en consecuencia,
suponen un lugar fundamental para el ejercicio de la dominación
(Roth Deubel, 2010, p. 22)18.
Por supuesto en la literatura en la materia podremos encontrar
muchas definiciones19; sin embargo, ésta es interesante, no sólo
por su postura sociológica, sino porque su operatividad hace que
sea obligatorio relacionarla con un campo de aplicación20: política
pública social, económica, (Roth Deubel, 2014, p. 38), criminal, etc.
Característica que tiene correspondencia con la la finalidad objetiva
de las políticas de la que habló Baratta (2004, pp. 153-154).
La implicación de gobierno es clave en la definición pues mediante
él (como ejercicio de poder) se crean las guías de conducta de los otros
y la estructuración de sus campos de acción, por ejemplo mediante
aquello que es criminal y en consecuencia no debe hacerse (Foucault,
2001, p. 253). Lo anterior se articula a la idea de gubernamentalidad de
Michel Foucault (1991) como forma de poder que aglutina instituciones,
procedimientos, análisis y cálculos que le permiten ejercerse sobre

17
Este término ha sido una preocupación para las ciencias políticas por los debates
en torno a las manifestaciones del poder del Estado y cómo se hacen concretas
en cuánto a lo público (Vargas Velásquez, 1999; Roth Deubel, 2007a; Roth
Deubel, 2007b).
18
En los sistemas políticos latinoamericanos, a diferencia de los anglosajones, se
presenta un uso elástico de los términos “política”, “programa” y “proyecto”. Una
forma convencional –e ideal– de presentar la distinción sería así: mediante proyectos
se ejecutan aspectos específicos en el marco de un programa que desarrolla una
política pública. No obstante, antes de asegurar que ésta es la interpretación
válida sobre las otras, es importante tener presente que estas no son realidades
administrativas sino figuras literarias que se utilizan para asignar jerarquías en
documentos oficiales. (Roth Deubel, 2014, págs. 39-47).
19
Un importante recuento de las definiciones que nos podemos encontrar en la
literatura lo presenta Gonzalo Ordóñez (2013, págs. 29-32).
20
Este campo de aplicación determina el objeto de la política, su división sectorial
y espacial de la realidad (Roth Deubel, 2014, pág. 38).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 245

poblaciones, utilizando la economía política como saber y teniendo


como instrumentos diversos dispositivos (como la cárcel o la policía).
Según Alejo Vargas las políticas públicas tienen un carácter
disciplinante por medio del cual el Gobierno busca intervenir escenarios
específicos sin la pretensión de solucionar problemas estructurales sino
hacer frente a índices que se traduzcan en pérdida de legitimidad del
régimen político21 o estimulen algún cambio en el statu quo (1999, p. 60).
Basta con una revisión de los medios de comunicación para advertir
que la violencia y la delincuencia se inscriben dentro de los principales
problemas que asume el Gobierno. De hecho, el carácter disciplinante es
mucho más visible para el manejo de estos temas, especialmente por el
interés por mantener el orden (social, público) que garantice la legitimación
política y la gobernabilidad (Vargas Velásquez, 1999, p. 77)22.
El gobierno de la cuestión criminal es un ejercicio de poder
gubernamental que “implica no sólo gobernar la producción de
comportamientos en la vida social que son considerados problemáticos
o negativos para determinados individuos o grupos, sino también
gobernar su definición como criminales a partir de procesos complejos
de interacción social dentro y fuera del Sistema Penal.” (Sozzo,
2008, p. 27). Para Máximo Sozzo (2008) este ejercicio se logra con
la articulación de distintos sectores oficiales que participan en el
despliegue de las políticas: policía, fiscales, jueces, penitenciarías, etc.
Otro punto clave en la definición es el propósito de la política pública:
la transformación de un estado de cosas insatisfactorias o problemáticas.
Alejo Vargas recoge esta característica y presenta una precisión entre las
expresiones “problema social” y “situación socialmente problemática”,
según la cual la primera expresión recoge todo el universo de necesidades,

21
“Hace relación al conjunto de elementos de orden ideológico, institucional y
sociológico que concurren a formar el gobierno de un país dado durante un periodo
determinado y se le señalan como sus componentes esenciales: a) el principio de
legitimidad; b) la estructura de las instituciones; c) el sistema de partidos; y d) la
forma y el rol del Estado” (Vargas Velásquez, 1999, pág. 18).
22
“El término gobernabilidad se aplica para describir una condición social en la cual
existe una adecuada relación entre el gobierno y la sociedad civil. Es decir, una relación
que permite al gobierno ‘gobernar’, porque los ciudadanos respetan la autoridad
establecida y no recurren a métodos violentos o ilegales para influir en las decisiones
públicas (salvo minorías claramente identificadas); pero que también permite a los
ciudadanos mantener expectativas razonables sobre el comportamiento del gobierno
en términos de eficacia en la acción institucional –como respuesta a demandas sociales
extendidas– y respeto al estado de derecho”. (Rojas Bolaños, 1994, pág. 11).
246 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

carencias y demandas que siempre rebasan la capacidad de respuesta


del Estado, quien opta por establecer una agenda de prioridades; en
oposición, la situación socialmente problemática es aquella en la que un
sector mayoritario de la sociedad percibe algo como relevante y moviliza
recursos para que el régimen político asuma enfrentarlo por intermedio
de una política pública (1999, p. 58).
Este tipo de precisiones tienen consecuencias específicas en el campo
de aplicación de lo criminal, pues las indeterminaciones respecto qué
es problemático para quién y qué consecuencias trae consigo está toma
de decisión es –en la mayoría de los casos– un ejercicio autoritario del
poder, pues a diferencia de otras políticas públicas, la criminal no goza de
una participación democrática en la definición de lo que es problemático
o insatisfactorio. Esto encuentra cierto grado de justificación por dos
aspectos que parecen caracterizarla.
Por un lado, su despolitización (Binder, Política criminal: de la
formulación a la praxis., 1997). En efecto, a pesar de que sea común para
nosotros percibir que muchos de los temas de interés nacional guardan
relación con el Sistema penal, no son claros los escenarios en los que estos
temas se discutan. De acuerdo con Alberto Binder, esto no es fortuito y
“pone de manifiesto un fenómeno de ‘despolitización’ formal del tema que,
en base (sic) a toda una serie de definiciones ‘científicas’, pretendidamente
verdaderas e indiscutibles, intenta ocultar hasta qué punto dicha política
se edifica sobre ciertas decisiones fundamentales, tomadas por acción u
omisión y que son –valga la redundancia– ‘políticas’, es decir estratégicas
en función de determinados objetivos” (1997, p. 41).
Por otro lado, que la imaginación política está cautiva por un sentido
común en materia penal (Iturralde, 2010). Este sentido común, no
sólo presta un servicio clave para la democracia neoliberal23, sino “ha
legitimado también un modelo punitivo que cumple una función (además
de la de controlar el crimen y la violencia) que no se discute en las esferas
legal y política. Esa función sería la naturalización (Bourdieu 1987)
del statu quo y la protección del capitalismo para beneficio de las élites
políticas y económicas” (Iturralde, 2010, pp. 26-27)24.

23
Que es “una mezcla de economía de mercado y Estado fuerte, y se apoya mucho
en estrategias punitivas para controlar el descontento social que causan en gran
medida las propias fuerzas del libre mercado.” (Iturralde, 2010, pág. 24).
24
En criminología crítica ya es clásico referirse al eficientismo penal o la actitud
política (polity) de que cualquier problema social puede ser enfrentado de alguna
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 247

Esta definición de lo que es problemático o insatisfactorio implica


una disputa de realidades, pues no se trata de negar que ciertos
comportamientos amenazan o lesionan derechos de unos u otros, sino de
descubrir qué hace que unos sean tenidos en cuenta de forma prioritaria,
que otros sean invisibilizados o que las intervenciones siempre recaigan
los comportamientos que –en apariencia– son atribuibles a miembros de
poblaciones en condiciones socioeconómicas inferiores o marginadas.
Por supuesto que la realidad en sí misma no existe, sino que ella es
un proceso de construcción social en el que cada ser humano asimila
experiencias de vida de forma distinta de acuerdo con su memoria, su
capacidad de reconocer, asociar y otras subjetividades, que pueden ser
individuales o colectivas (Berger & Luckmann, 1975). De acuerdo
con el constructivismo25 los investigadores y el conocimiento hacen
parte de la misma subjetividad y esa realidad específica que emerge
cuenta con discursos y narraciones en las que hay insertas otras
interpretaciones de realidad de otras personas (otros investigadores), y
en ese mundo de significaciones la ideología es clave como herramienta
de reducción y manipulación (Baratta, 2004, pp. 155-156)26.
Si resumimos los aportes epistemológicos de los paradigmas del
racionalismo crítico (pospositivismo), de la teoría crítica de la Escuela
de Frankfort y del construccionismo (Roth Deubel, 2007b; 2014)27,

manera con el Sistema penal. Es una forma de pensar que invierte el principio de
ultima ratio y en esa vía se incrementa la punición, con todo el costo social que
deben asumir las personas en sus derechos y garantías (Baratta, 2004, pág. 179).
Un ejemplo de esta actitud está en la política contra las drogas que ha establecido
un derecho penal máximo como herramienta político criminal que no diferencia
al consumidor del narcotraficante y los pune casi igual (Uprimny, 2006)
25
El campo teórico de las políticas públicas no ha sido pacífico. Así como en el seno de la
criminología se han presentado disputas reflejo de los grandes debates epistemológicos
de las ciencias humanas, en el campo de estudio de las políticas públicas estas disputas
de paradigmas también se han librado. Para un recuento de esta parte de la historia del
pensamiento, ver: Roth (2007b, págs. 61-65) y Franco (2013, págs. 23-26).
26
Una de las ideologías instrumentales documentadas por la criminología crítica es la de
la defensa social. Según ésta, en la sociedad existe una minoría mala que encarna las
desavenencias morales y conductas desviadas en contra de una mayoría buena que está
legitimada para oponer una dura defensa. Se dice que es una ideología instrumental
porque utiliza este maniqueísmo para ejercer gobierno (Baratta, 1986, pág. 35).
27
Principalmente: (i) la imposibilidad de separar los hechos de las cargas valorativas,
(ii) la imposibilidad de la objetividad, (iii) la importancia de las construcciones
discursivas, y (iv) la necesidad de develar las relaciones de poder existentes dentro
de los procesos de formulación y análisis de políticas públicas que manipulan la vida
cotidiana. (Franco Caicedo, 2013, pág. 25; Roth Deubel, 2014, págs. 72-79).
248 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

no resulta difícil entender que en la determinación o identificación de


un problema o insatisfacción con vocación der ser objeto de la política
pública, nos encontramos insertos en un conjunto de variables que no
necesariamente tienen correspondencia o son producto de un análisis
racional de orden objetivo, sino a una racionalidad de orden política
(Vargas Velásquez, 1999, p. 57), resultado de una disputa entre
diversas interpretaciones de la realidad, o mejor, de distintas realidades.
Aceptando que la realidad es una construcción social no podemos negar
que los problemas o insatisfacciones lo son también28, entonces se abren
interrogantes respecto al cómo unos alcanzan la notoriedad o relevancia
que los ponen dentro de la agenda de gobierno. Dicho proceso “es una
construcción que resulta del conjunto de luchas que los actores sociales y
políticos libran para imponer una lectura de un problema que sea lo más
ventajosa posible para sus intereses” (Roth Deubel, 2007b, p. 58), de esta
manera la contienda política arrojará una u otra realidad como vencedora.
No obstante lo reduccionista que pueda parecer esta explicación, se trata
de descubrir y comprender cómo actores movilizan los recursos de todo
orden con los que cuentan. Quizá la despolitización del tema y el sentido
común punitivo faciliten que unos recursos discursos prevalezcan; incluso
pueden sonar tan convincentes que los mismos sectores poblacionales
que más costos en sus derechos deban ceder apoyarán dichas iniciativas.
Claro que ciertas voces tienen más peso que otras. De acuerdo con
Pierre Bourdieu “[l]a relación de fuerzas lingüísticas nunca se define
exclusivamente por la relación entre las competencias lingüísticas
en juego. Y el peso de los diferentes agentes depende de su capital
simbólico, es decir, del reconocimiento, institucional o no, que reciben
de un grupo: la imposición simbólica, esa especie de eficacia mágica
que el orden o la palabra de orden (y también el discurso ritual o la
simple exhortación) pretende ejercer, sólo puede funcionar siempre
y cuando se reúnan las condiciones sociales, totalmente externas a
la lógica propiamente lingüística del discurso. Para que el lenguaje
autorizado del filósofo sea percibido como tal, se deben reunir las
condiciones sociales adecuadas para que se le conceda la autoridad
que él se otorga”. (Bourdieu, 2008, pág. 57).

28
“Si los problemas sociales son construcciones, es evidente que las condiciones que
perjudican a las personas no necesariamente se convierten en problemas”. (Edelman,
1991, pág. 20).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 249

Es así que –volviendo a un ejemplo anterior- al Observatorio del


Delito de la Policía Nacional se le reconoce un capital simbólico
específico que posiciona su voz respecto a otras que le disputan en
ese espacio de debate. Esto no es antidemocrático en sí mismo. Lo
que sería cuestionable es que se pretendan atribuir una vocería oficial
o exclusiva frente a temas como el control del crimen dado el capital
simbólico con el que cuentan, configurando una forma de censura a
la versión disidente o a la alternativa29.
Murray Edelman sostiene que “los problemas entran en el discurso
y por lo tanto en la existencia como refuerzos de las ideologías, no
simplemente porque están allí o porque son importantes para el
bienestar. Ellos significan quienes son virtuosos y útiles, y quienes
peligrosos o inadecuados, qué acciones serán recompensadas y cuáles
penalizadas. Construyen áreas inmunes a la preocupación y al interés
porque no son vistas como problemas” (1991, p. 19). Por supuesto que
los recursos discursivos no son los únicos, pero sí determinantes en
algunos contextos desinformados30.
Un punto distintivo de la política pública criminal es que las decisiones
que se ejecutan siempre van a amenazar y lesionar derechos fundamentales
como consecuencia directa de la incrementación del control social punitivo
formal31 que tradicionalmente se asocia con la abstracción de las fases de

29
“Entre las censuras más eficaces y más recónditas se encuentran las que consiste
en eliminar a algunos agentes de la comunicación, excluyéndolos de los grupos que
hablan con autoridad o de los espacios donde se habla con autoridad. Para dar razón
de lo que puede o no decirse en grupo, hay que tener en cuenta no sólo las relaciones
de fuerza simbólicas que se establecen y que dejan a determinados individuos fuera
de la posibilidad de hablar (por ejemplo, las mujeres), o los obligan a conquistar por
la fuerza su derecho a la palabra, sino también las mismas leyes de formación del
grupo (por ejemplo, la lógica de la exclusión consciente o inconsciente) que funcionan
como una censura previa.” (Bourdieu, 2008, pág. 141).
30
Según Edelman “los ciudadanos mejor informados sobre los desarrollos políticos
pueden proteger y promover más eficazmente sus propios intereses y el interés
público.” (1991, pág. 7).
31
En la criminología crítica que se dedicó a los estudios sociológicos del control se
identifican dos tipos: el control social formal y el informal. El control social formal
es todo un sistema institucionalizado que se activa oficialmente con ocasión de un
delito o contravención al que opone una reacción coercitiva de orden preventivo o
reactivo, allí encontramos al Sistema Penal, la policía y los cuerpos de investigación
criminal, el sistema penitenciario, etc. (Zaffaroni, 1988, pág. 15). Por otro lado, el
control social informal se asocia con los procesos de socialización de un individuo
y la aprehensión de valores adquiridos en los contextos sociales a los que estuvo
y está adscrito: su familia, sus vecinos, los lugares donde estudió, la iglesia, los
medios de comunicación a los que está expuesto y, en general, otros espacios a
250 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

la criminalización en las que se desdobla este poder: la criminalización


primaria o los procesos legislativos que penalizan comportamientos y
amenazan derechos fundamentales, y la criminalización secundaria o
la acción punitiva contra personas en concreto, incluyendo la punición
o castigo que lesiona derechos fundamentales por vía administrativa y/o
judicial (Alagia, Slokar, & Zaffaroni, 2002, pp. 7-8).
No obstante, se habla de una criminalización terciaria (Comisión
Asesora para el Diseño de la Política Criminal para el Estado colombiano,
2012, p. 22) como la fase de ejecución de la pena que se deslinda de
la criminalización secundaria en virtud de las características propias,
principalmente la desmesura o desproporcionalidad y el autoritarismo
al que se exponen las personas, pues adicional al cumplimiento de la
sanción judicial o administrativa siempre hay una tasa de dolor que no
es posible calcular a priori por parte de la autoridad pero que lesiona
derechos fundamentales distintos al de la libertad32.
A estas tres fases se agregan procesos accesorios de orden simbólico y
material que trastocan la red social de la persona sujeto del Sistema punitivo
judicial o administrativo, como una sanción a terceros no vinculados con
el comportamiento original y proscrito. También, se agregan de forma
accesoria procesos de violencia simbólica contra sectores poblacionales
que resultan afectados por incrementos punitivos, que si bien son abstractos
porque no están dirigidos a una persona específica, parecen ir focalizados a
grupos poblacionales con características comunes, por ejemplo cuando se
incrementa la punición del contrabando y los comerciantes fronterizos se
intimidan y acusan al Estado de castigar su estilo de vida económico. Otra
forma de violencia simbólica que se ejerce en contextos multiculturales
es la intromisión de prácticas colonialistas usando el vehículo discursivo
e ideológico de la impunidad con el que se acusa a los ordenamientos

los que nos sometemos de forma voluntaria o involuntaria a normas comunes. La


reacción social que provoca la inobservancia de la regla de comportamiento es,
comparativamente con la reacción en el control social formal, menos dolorosa.
(de la Cruz Ochoa, 2003, pág. 45).
32
Por muchos es conocida la penosa situación de las personas privadas legalmente
de la libertad en los centros carcelarios y penitenciarios de Colombia que ha obligó
al Gobierno declarar un estado de emergencia carcelaria en 2013 y a la Corte
Constitucional a actualizar el estado de cosas inconstitucional que ya había declarado
en 1998. No obstante, para contar con un panorama regional de la política penitenciaria
y la situación de derechos humanos en las prisiones de América Latina y el Caribe se
recomienda consultar el trabajo de Carranza, Elías (2009).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 251

jurídicos étnicos (justicia propia) de ser flexibles en la imposición de


sanciones, a pesar de contar con una jurisdicción autónoma.
Lo anterior no es un listado exclusivo de los efectos que una política
pública de lo criminal puede ocasionar, sea o no su propósito. Lo que busco
resaltar es que, si bien se pretende una racionalización el poder punitivo33,
no es responsable descuidar o inobservar otras dimensiones no penales
que resulten transformadas mediante decisiones que inciden dentro de la
sociedad e instituciones fatalmente, esto es, afectando derechos humanos
y modificando procedimientos de control social punitivo, fluctuando entre
la restricción o ampliación del poder punitivo del Estado.
Como política pública para el control social punitivo institucionalizado,
la política criminal se relaciona con la respuesta organizada por el Estado
(Binder, 1997; 2012) para incidir en cuatro asuntos problemáticos que
afectan el orden social: (i) la legislación dirigida al acondicionamiento del
Sistema Penal (descriminalizando o criminalizando34); (ii) los medios de
vigilancia, control y prevención; (iii) la administración de justicia penal
(selectiva); y (iv) los mecanismos de retribución y restauración oficiales,
junto con el dispositivo de castigo institucional (Gómez Albarello &
Orozco Abad, 1997, p. 357).
Dado que el recurso del Sistema Penal pauta la mayor diferencia
en relación con otras políticas públicas, la política criminal se ha visto
reducida –como se dijo– a una política penal. No obstante, también
encontramos la política penitenciaria que es “la parte de la política
criminal que se ocupa de regular el uso de la privación de la libertad,
tanto preventiva como con carácter de pena”. (Carranza, 2006, p. 291).

4. ANÁLISIS DE POLÍTICA PÚBLICA CRIMINAL

Si la política criminal es una política pública cuyo ámbito de


aplicación es lo criminal, no habría razones por las cuales parte del

33
Esta es una de las conclusiones más importantes de la Comisión Asesora para el
Diseño de la Política Criminal para el Estado colombiano (2012).
34
Las decisiones de naturaleza política que definen un enemigo prioritario (grupos
violentos subversivos, organizaciones narcotraficantes, terroristas, delincuencia armada
organizada, paramilitarismo, corrupción, etc.) acondicionan la institucionalidad para
hacerle frente, fluctuando entre procesos criminalizantes, descriminalizantes o de
justicia negociada (Uprimny, Las transformaciones de la administracion de justicia
en Colombia, 2001, pág. 291).
252 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

conocimiento y de las herramientas que se utilizan para el análisis


de políticas públicas no puedan utilizarse para un análisis de política
pública criminal. La difícil labor será seleccionar, del universo de
opciones, qué marco epistemológico y qué métodos nos resultarían
más útiles y para qué, pues el campo de esta disciplina de las ciencias
políticas persisten debates de paradigmas que no pueden ser ignorados.
En el camino habrá que armonizar esa selección con las necesidades
específicas que el ámbito de aplicación demanda. Con seguridad,
aparecerá la necesidad de formular alternativas epistemológicas, una
caja de métodos y herramientas específica para el análisis de este tipo de
política pública y una batería de indicadores para ir dimensionado, por
un lado, qué consecuencias sobre la realidad criminal ocurren y, por otro
lado, si el poder punitivo que ha sido creado, ampliado o fortalecido ha
conseguido los objetivos que de forma declarada propuso frente a dicha
realidad criminal, o si consiguió objetivos no declarados y autoritarios.
Por supuesto éstas son proyecciones a las que se puede aspirar si
se inicia de forma sólida un proyecto serio en este sentido, como una
necesidad democrática que obstaculice el ejercicio del poder punitivo
arbitrario o caprichoso. Pero por ahora me conformo recogiendo
parte de lo que podemos encontrar en la literatura que apunte a la
germinación de un saber específico en el campo de este análisis.

4.1. ¿Aplica el enfoque de secuencial para el análisis de


la política pública criminal?

En el campo del estudio de las políticas públicas se identifican marcos,


teorías y modelos de acuerdo con ciertas posturas epistemológicas. Estas
líneas del pensamiento no han sido pacíficas, siendo la discusión entre
el positivismo y el constructivismo la más representativa.
Si aceptamos que la política criminal es una política pública,
aceptamos que estos debates epistemológicos deben ser asumidos
por la criminología. Esto es interesante porque al interior de esta
disciplina también es vigente la tensión, pero a diferencia de lo que ha
sucedido con el análisis de políticas públicas, no ha habido una apuesta
metodológica que supere pragmáticamente el debate epistemológico
y recoja –de forma integral pero coherente– aspectos de una y otra.
El marco secuencial o ciclo de política es el marco o enfoque que
inaugura el análisis de políticas públicas como objeto de investigación
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 253

científico para los académicos, así como uno de los más recurrentes.
Surge durante la segunda mitad de la década del cincuenta de la mano
de Harold Laswell, pero toma fuerza quince años después con el
trabajo de Charles Jones de 1970 que se titula An introduction to the
study of public policy (Calderón Romanov, 2010, p. 82).
De acuerdo con este enfoque analítico, la política pública puede
descomponerse o segmentarse en fases que permiten una mejor
aprehensión por parte del investigador y generaría una especialización
del conocimiento por etapa, siendo esto su mayor fortaleza pero a su
vez su mayor debilidad: una tendencia a perder la lectura integral de
la política (Roth Deubel, 2014, p. 84; 2010, p. 26).
De acuerdo con este enfoque, el ciclo de la política se divide en
cinco fases (Roth Deubel, 2014; Calderón Romanov, 2010):

1. Identificación del problema. Se aprecian los acontecimientos;


se define el problema o insatisfacción; se agregan los intereses;
se organizan las demandas sociales; se decide la representación
y se acude ante las autoridades públicas.
2. Formulación de soluciones o acciones. Elaboración de respuestas;
estudio de soluciones propuestas; se adecúan los criterios.
3. Toma de decisión. Se forman o crean las coaliciones; se
legitima la política elegida.
4. Implementación. Se ejecuta; se gestiona y administra; se
producen los efectos.
5. Evaluación. Se documentan las reacciones a las acciones; se
someten a juicio los efectos; se expresan las conclusiones.

La vigencia de este enfoque de análisis se debe al hecho de que es


bastante comprensible y facilita mucho la introducción para quienes
se interesan en el campo del análisis de las políticas públicas. Vale
decir que a partir de este enfoque y las críticas que se le han atribuido35

35
Principalmente que esta división por fases difícilmente ocurre en la realidad, que la
implementación no es un despliegue mecánico de las acciones que se han decidido
dadas las circunstancias contextuales a las que están sometidos los ejecutores de la
política, o que el enfoque parte del supuesto de que las políticas resuelven problemas
cuando realmente son los actores los que intervienen mediante la implementación
de las estrategias junto con su capacidad de gestionar los conflictos que puedan
presentarse (Roth Deubel, 2014, pág. 89).
254 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

se ha diversificado la oferta epistemológica. De acuerdo con Roth,


en el análisis de políticas públicas se identifican tres tendencias o
corrientes “que difieren entre sí por su transacción particular entre
conocimiento, investigadores, Gobierno y ciudadanía: neopositivista,
pospositivista o crítica e interpretativista.” (2014, p. 79)36.
Sin embargo, antes de continuar con algunos enfoques que se
adscriben a estas corrientes, analicemos si este enfoque secuencial
nos permite aproximarnos al análisis de política pública criminal.
La pregunta es válida puesto que hace parte del sentido común del
analista partir de la descomposición de la política en las fases vistas,
entonces una primera aproximación al análisis de política criminal
puede partir de allí sin contemplar qué tan idóneo pueda ser.
Recordemos. De acuerdo con Roth, son cuatro elementos los que
nos permiten identificar si estamos frente a una política pública o no: (i)
la implicación del Gobierno o de una autoridad pública en desempeño
de su función, (ii) un problema o una insatisfacción percibida; (iii) las
definiciones de unos objetivos, y (iv) un proceso trazado con ocasión
de éstos. (Roth Deubel, 2007b, p. 27; 2014, p. 37). Si vemos esto
como una lista de chequeo, la política pública criminal cumpliría con
cada uno de los elementos. Lo que no puede asegurarse ex ante es que
tal ciclo haya tenido un momento histórico que de forma secuencial
nos arroje como resultado una política criminal, es decir, que pueda
rastrearse claramente el momento en el que –por lo menos– haya una
delimitación inicial de un problema de orden delictivo.
La lectura de los acontecimientos en los que se ha identificado
un problema o insatisfacción ha sido una actualización de problemas
predeterminados en la ley penal. No obstante, en las ocasiones dicha ley
penal se queda corta (principalmente en la descripción típica) porque
las transformaciones de las relaciones sociales, culturales y morales
van a un ritmo distinto que el legislativo, por lo que surge en un sector
social o institucional la necesidad de que ese nuevo comportamiento sea
positivo y tenga una consecuencia punitiva. Podría pensarse, entonces,
que bajo este escenario sí aplica la fase de identificación del problema.

36
Abordar todos los marcos y teorías para el análisis de las políticas públicas supone una
tarea que desborda por mucho el propósito del presente capítulo. Sin embargo, he decidido
presentar un par de enfoques representativos que –considero– ofrecen interesantes
insumos para el análisis de la política pública criminal. Para profundizar en éstos y otros
enfoques se recomienda: Roth (2010); Fischer, Miller & Sidney (2007).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 255

Continuando con esta hipótesis, vendría la fase de formulación de


soluciones o acciones en la que se recibiría la oferta de respuestas que
serán objeto de evaluación por criterios, por ejemplo, de pertinencia
o idoneidad. En esta fase es cuando el sentido común en materia
penal (Iturralde, 2010) puede tener el mayor protagonismo. Por
supuesto, el recurso al Sistema penal no será el único y acá pueden
presentarse propuestas de orden administrativo que pueden regular el
poder de policía o de supervisión (que pueden o no articularse con el
Sistema penal, por ejemplo, con la investigación por parte de la policía
judicial). Se pueden sumar otras propuestas que pueden ir dirigidas a la
anticipación de la tutela penal de bienes jurídicos específicos, mediante
programas de prevención social informal. En esta fase se destapan las
finalidades objetivas (Baratta, 2004) en cada una de las propuestas.
La toma de decisión la harán quienes tienen el poder legítimo (por
ejemplo por elección popular) y elegirán alguna de las propuestas, una
combinación de ellas o alguna modificada por los mismos que toman la
decisión. Dependiendo de las entidades involucradas en la respuesta al
problema, se irán tejiendo alianzas o coaliciones que garanticen en alguna
medida la materialización de las acciones. Puede decirse que la decisión
ha sido tomada cuando el instrumento normativo es oponible o exigible.
De ahí en adelante vendría la fase de implementación. Algunas de las
acciones pueden comprender la entrada en vigencia de las modificaciones
al Sistema penal, las readecuaciones de las entidades vinculadas con cada
una de las acciones (en su misión, en su estructura, etc.), la destinación
efectiva de los recursos para cumplir con las obligaciones contenidas en
la política, entre otros. La evaluación verificaría lo alcanzado según los
términos que se hayan propuesto y quizá algunos efectos que no fueron
calculados y pueden ser colaterales.
A pesar de haber forzado de forma simplista lo que puede ser una
política pública criminal en abstracto, se concluye que el ciclo de la
política reduce demasiado el fenómeno social de configuración de
la misma, e incluso podría respaldar el modelo integracionista de
ciencia penal positivista (Baratta, 2004) en la medida que desagrega
en fases específicas la identificación del problema y la formulación
de soluciones al mismo, donde busca tener cabida el positivismo
criminológico y reclamar esas fases como suyas, o al menos la segunda.
No obstante, a continuación veremos una apuesta analítica, que
si bien no alude directamente a este enfoque de ciclo de política sí
256 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

parece estar inspirado en clave secuencialista, sólo que desde una


perspectiva que reconoce que entre fases no hay puntos aparte que
las acoten, sino más bien una constante dialéctica consecuencia de
un continuum histórico que le ha dado forma al modelo de política
criminal autoritario vigente, por lo que el objetivo del análisis de
política criminal debe apuntar a su transformación democrática.

4.2. La propuesta analítica de Alberto Binder

Quizá uno de los autores que más insiste y ha contribuido porque


al interior de la criminología tenga cabida el análisis de la política
criminal como política pública es Alberto Binder37. Este argentino ha
señalado la urgencia de que se construya un saber específico en torno
a lo que denomina “política pública de administración de violencia
estatal” (Binder, 2010, p. 228).
Para inaugurar este saber, Binder (1997; 2012) parte de advertir
que el poder penal se ha ejercido con algún nivel de organización
de forma histórica, por lo que es posible ir hacia atrás en la historia
humana y constatar que:

• El ejercicio de la violencia estatal ni es ni ha sido circunstancial.


• Ha respondido a una intencionalidad o necesidad más o menos
clara o explícita.
• Han participado en su ejecución diversas autoridades (desde
reyes y verdugos, hasta jueces y guardias).
• Busca un “efecto” más allá de la violencia misma.
• Se ha revestido de ritualidades.
• Siempre se ha justificado en alguna manera.

Son estas características históricas que llevan a Binder a concluir


que la organización del poder penal es prueba de que éste no ha

37
Para Binder la “política criminal es un sector de las políticas que se desarrollan
en una sociedad, predominantemente desde el Estado. Ella se refiere al uso que
hará ese Estado del poder penal, es decir, de la fuerza o coerción estatal en su
expresión más radical. La política criminal es, en síntesis, el conjunto de decisiones,
instrumentos y reglas que orientan el ejercicio de la violencia estatal (coerción
penal) hacia determinados objetivos.” (1997, págs. 42-43).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 257

existido históricamente sin política criminal, es decir, que el carácter


organizado hace suponer la existencia previa de una política que
ordena el poder penal. Entonces, primero es la política criminal y
luego el ejercicio del poder penal (2010, p. 218).
A pesar de estas características históricas, que vistas operativamente
siempre han demandado el gasto de recursos de todo orden, y sumando
el hecho de que el Estado moderno ha creado todo un aparataje
institucional para ejercer la violencia estatal, no existe un marco
analítico específico que, en términos del autor, “permita democratizar
su contenido y evaluar sus resultados” (Binder, 2010, p. 2017).
Como consecuencia de esta carencia, Binder expone algunos
insumos para lo que denomina “Análisis Político Criminal” desde un
enfoque principalmente histórico, puesto que la configuración de lo
que hoy entendemos por “política criminal” es correlato de: (i) líneas
de continuidad que permiten comprender determinado fenómeno en la
actualidad; (ii) un proceso acumulativo que influye la actual forma de ser,
principalmente tradiciones y estructuras; (iii) rupturas o formas de ser
que no perviven pero determinaron hechos clave que hoy se presentan
pero que entonces no; y (iv) de una narración en la que se visibilizan u
ocultan distintas dimensiones de esa historia (2012, pp. 12-19).
Es interesante la postura secuencial del autor cuando se pregunta
si hay una distinción entre formulación y configuración de la política
criminal. Allí señala que el poder penal está en una disputa política
que se instala en estos dos niveles. Sobre el primer nivel (formulación)
afirma que es en el que se define en qué casos y en qué medios se utiliza
el poder penal y cuáles serán los instrumentos y reglas. El segundo
nivel (configuración) tiene que ver con el funcionamiento específico o
concreto de las entidades que han quedado encargadas de canalizar ese
poder penal. Lo que sucede, afirma Binder, es que “nunca coinciden
enteramente la formulación y la configuración de la política criminal y
ellas están en una relación dialéctica de mutua influencia” (1997, p. 45).
Binder señala que para que una política criminal sea democrática
debe adscribirse a una política pública más general a ella que es la
política de gestión de la conflictividad, en abandono de la política de
orden. En el marco de esa política de gestión de la conflictividad, cuyo
objetivo es evitar que los conflictos se escalen a un nivel de violencia
o de abuso de poder, la política criminal está en el último nivel donde
se organiza la respuesta violenta del Estado cuando los otros niveles
258 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

(preventivo y disuasivo) no lograron su propósito. Bajo esta idea


general, el análisis de política criminal “busca orientar, transparentar
y dotar de mayor rigor su diseño, implementación y evaluación, no
desde una visión puramente técnica, sino desde una técnica orientada
claramente por valores expresos”. (2012, pp. 239-240).
Para concluir con la referencia al trabajo del profesor argentino,
haré una relación muy resumida de lo que denomina “elementos de
la política criminal”, que se equiparan a un ciclo al cual el analista38
pueda ir aplicando métodos que le permitan focalizar las dimensiones
de elaboración y ejecución:

1. La identificación del área de intervención requiere una


conjugación entre información, principios técnicos y principios
de valores, que arroje como resultado el descubrimiento de las
áreas específicas de conflictividad. La principal dificultad de
esta tarea es superar el derecho penal histórico o de arrastre
(Binder, 2012, pp. 249-277).
2. La determinación de las finalidades de la política criminal o
lo que busca en última instancia. Es importante no confundir
esto con las finalidades de la pena, ni tampoco asociar el
castigo como finalidad de la política. Se trata de finalidad
interventora de último recurso cuando una perturbación ha
provocado determinado nivel de violencia social que debe ser
reducido o transformado (Binder, 2012, pp. 277-286).
3. La fijación de objetivos propios en el marco de una meta
general que es el de mantener un fenómeno criminal en
rangos o parámetros admisibles, controlándolo, reduciéndolo,
transformándolo o acabándolo (Binder, 2012, pp. 286-299).
4. Toda política pública se desarrolla en un contexto, por lo
que debe analizarse el contexto (o contextos) en el que está
inserto la política criminal. Se trata de establecer el margen de
maniobra de los actores, las condiciones para la obtención de

38
El rol del analista también es importante para Binder, y hace referencia a quien,
“sobre la base de conocimientos técnicos más desarrollados, puede contribuir
en el diseño o ejecución de la PC [política criminal] o en su evaluación, en tanto
forma parte del mismo proceso de políticas públicas y no de una investigación
independiente.” (2012, pág. 248).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 259

resultados, las restricciones para esto (que pueden van desde


lo económico, cultural, político, etc.), entre otras variables
(Binder, 2012, pp. 299-307).
5. Toda política pública se desarrolla en una secuencia de
acciones, por lo que debe analizarse el tiempo en el que se
desarrollan. Algunas dimensiones que debe contemplar el
analista son el tiempo técnico, político, administrativo y social.
De acuerdo con estas dimensiones, puede incluir variables
como el ritmo que dan cuenta de cómo los hechos se van
desenvolviendo (Binder, 2012, pp. 307-314).
6. La planificación de las acciones requieren tener claro con qué
instrumentos y reglas se dispone. Este stock puede involucrar
recursos, talento humano, relaciones intergubernamentales, capital
simbólico, entidades encargadas de canalizar el poder penal, entre
otros. Cada instrumento está sujeto a reglas que lo determinan o
determinan la interacción (Binder, 2012, pp. 314-327).
7. Todo plan necesita de haya escenarios y momentos de toma
de decisión. Se trata de entender cómo se dan las decisiones,
qué reglas han seguido, su dinámica de interconexión con
otras decisiones que se han tomado o se van a tomar en otros
espacios. La resistencia al cambio, la naturalidad, la presunción,
la razonabilidad, los hábitos organizacionales son –entre otros-
factores que deben contemplarse (Binder, 2012, pp. 327-339).
8. “Cuando uno ha logrado determinar los objetivos, los tiempos,
tiene claros los condicionantes del contexto, conoce los
sujetos que participarán y sabe cuáles son los instrumentos
disponibles, se encuentra en condiciones de realizar un plan”
(Binder, 2012, pp. 339-340). Sobre este punto es interesante
la perspectiva secuencialista del análisis de Binder al sostener
que, a pesar de que entre planeación e implementación no hay
una frontera clara, sugiere mantener una categoría específica
de análisis para la implementación en vista de la variedad de
problemas que presenta (2012, p. 345).
9. “[L]a implementación no es sólo que el mismo diseño de la
política, sólo que visto en su fase dinámica y evolutiva. Es
la misma política diseñada, pero evolucionando al calor del
260 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

diálogo con la realidad en la que debe influir para lograr los


objetivos” (Binder, 2012, p. 354).
10. Finalmente se deben evaluar los resultados y productos. Algunos
serán satisfactorios, otros colaterales. Un juicio que puede
presentarse es el de eficiencia. En todo caso, las instancias de
evaluación no necesariamente se hacen al final (pues el final en
sí mismo es una ilusión del tiempo), sino que se pudieron haber
instalado en fases de implementación de forma estratégica, esto
es, de planeación futura constante (Binder, 2012, pp. 355-361).

Como se pudo apreciar, este decálogo que nos propone Binder39


está inspirado en un enfoque secuencial de política pública. De hecho
en algunas secciones de su obra insta porque el análisis se especialice
de acuerdo con alguno de los elementos de la política criminal como
política pública. A mi modo de ver, considero que la apuesta de
Binder es bastante oportuna por un motivo especial (el mismo motivo
por el que el ciclo de la política o enfoque secuencial es tan atractivo):
es la puerta de entrada para quienes estén interesados en el análisis
de la política pública cuyo ámbito de aplicación es lo criminal.
Es así que no queda otra opción que contribuir con el esfuerzo de
este argentino. Puede que el enfoque secuencial tenga sus limitaciones,
pero ello no es óbice para no ir adicionando o transformando lo
que él pretende inaugurar. Infortunadamente, el autor se concentra
demasiado en que esta deba ser una disciplina autónoma de otros
campos del conocimiento (como el derecho, la sociología y hasta la
misma criminología40); sin embargo, desconoce el proceso transitorio
que deberá cursarse hasta que la misma disciplina y el perfil de analista
que requiere se haya forjado, por lo que no es conveniente descartar a
quienes nos hemos interesado y comprometido con la democratización
del poder punitivo, cuya cuna fue la nueva criminología.

39
Que recomiendo sea consultado directamente de la obra del autor para captar más
de la riqueza metodológica que propone.
40
Según él, que otros disciplinas busquen dar aportes con “enfoque político criminal”
obstruye “la construcción de un verdadero Análisis Político Criminal con capacidad
específica para racionalizar (con todos los problemas que tiene el uso de ese verbo) el
uso organizado de la violencia por parte del Estado, creando para ello un método y un
aparato conceptual apropiado, es decir, una disciplina que esté al servicio del diseño, la
formulación, la gestión la evaluación y el debate sobre la política criminal como política
pública y que se focalice sólo sobre ella y no de una manera oblicua o tangencial como
hoy ocurre con los “enfoques” político criminales”. (Binder, 2010, pág. 228).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 261

Entonces, en mi interés de contribuir, veremos a continuación –y como


parte final de este capítulo– un enfoque deliberativo, traído del análisis de
políticas públicas, en el que se critican fuertemente las pretensiones de
objetividad del positivismo sustentado en datos y reivindica los factores
discursivos, narrativos y cognitivos como opción para democratizar la
participación en la configuración de políticas públicas.

5. CONCLUSIÓN: A MODO DE CONTRIBUCIÓN

Claro que la distinción polisémica de la voz “política” aclara


teóricamente cuál sería el objeto de estudio del análisis de política
pública; sin embargo, no existe una frontera clara que permita escindir
empíricamente la confrontación política con la puesta en marcha de
una decisión política cuando el ámbito de aplicación es lo criminal.
No hago referencia al modelo integracionista de ciencia penal como
aspiración ideal, pues conocemos las consecuencias legitimadoras del
régimen de dominación autoritario que está detrás. Lo que concluyo
es que pensar en clave secuencial, si bien nos facilita una primera
aproximación al estudio de la política criminal como política pública,
no nos resuelve problemas de orden empírico que son correlato de la
despolitización y el sentido común punitivo.
Un problema que he tenido la oportunidad de advertir en otro
momento analizando la política pública de seguridad ciudadana en
Bogotá (Franco Caicedo, 2013), es la estrategia de ciertas agencias
que canalizan el poder penal de participar en la (re)formulación de
problemas y soluciones. Y lo han logrado movilizando su capital
simbólico a favor de que sus competencias (digamos en una fase de
implementación) se vean incrementadas sin ninguna evaluación de
gestión que lo legitime, por lo que podríamos pensar que ese era el
objetivo en sí mismo. Algo bastante autoritario.
Cuando los actores (que pueden estar librando una disputa política
o buscando una reafirmación de su poder en la sociedad) tienen la vía
libre para proyectarse su propio ámbito de acción y luego, ya en él,
tienen la posibilidad de interpretarlo (o distorsionarlo), y no contamos
como sociedad civil con ninguna herramienta cognitiva independiente
que nos permita evaluar su proceder respecto de unas variables de la
finalidad de la acción que sean claras y que no sean definidas por el
262 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

actor mismo, quedamos pues a su merced41. Es así que se desdibujan


las fronteras entre formulación, implementación y evaluación, pues
todo sucede en un mismo momento.
Como el análisis secuencial se queda corto para explicar esto, debemos
acudir a otros enfoques que nos enriquezcan y nos brinden herramientas
para descomponer el discurso del sentido común que tanto ha permitido
el ejercicio autoritario del poder punitivo, y así mismo le devuelvan a la
sociedad civil la posibilidad de participar en el control democrático de ese
poder42. Con seguridad, el enfoque discursivo nos puede ayudar.
De acuerdo con las corrientes que señaló Roth, el enfoque discursivo
se adscribe a la interpretativista, que considera “que el análisis tradicional
de políticas se ha desviado de su misión democratizadora y ha fracasado
en su objetivo científico de descubrir evidencias útiles para una toma de
decisión más acertada. Para remediar esto, intenta, desde una perspectiva
crítica e interpretativa, incorporar la epistemología constructivista, o
más precisamente, del construccionismo social, dando así importancia
a los contextos, los saberes locales y a los argumentos de la ciudadanía.”
(2014, p. 110). Para Roth la “metodología constructivista privilegia los
procesos de identificación, comparación, y descripción de las distintas
construcciones de la realidad existentes” (2007 a, p. 65)43.

41
Esto vuelve a suceder con el proyecto de ley que en la actualidad cursa en el Congreso
y modifica el Código de Policía, cuyos autores son la policía misma. Es una práctica
autoritaria que la policía sea la que ponga a discusión la necesidad de reformar el
control social formal administrativo solamente en sus términos, mediante una táctica
bastante sencilla: redactar ella misma el proyecto de ley y la exposición de motivos (o
identificación del problema social) reformando lo que quiere y llegar a un escenario
de debate en el que la discusión parte del texto mismo.
42
Cuando se pregunta Binder sobre la relación que existe entre política criminal y
democracia sostiene que hay una “relación directa, ya que el modo como el Estado
haga uso del poder penal es uno de los indicadores más precisos de la profundidad
del sistema democrático en una sociedad y el grado de respeto a la dignidad de todas
las personas que es la base esencial del concepto democrático” (1997, pág. 45).
43
“Si hasta hoy, la principal corriente de análisis consideró la información ofrecida
por los análisis de política pública como una información útil solo para los
decisores de política pública como una información útil solo para los decisores
políticos –en una perspectiva top-down netamente tecnocrática si no autoritaria-,
los aportes realizados por la teoría crítica, el construccionismo y la corriente de
análisis interpretativa permiten reintroducir los valores y el debate democrático
en el proceso mismo de las políticas y de la acción pública. Es decir, se reafirma
el carácter fundamentalmente político, ‘en valor’, del análisis frente a una ilusoria
pretensión de objetivismo científico y apolítico.” (Roth Deubel, 2010, pág. 52).
Política Criminal, Política Pública y Ciclo de la Política 263

El contexto epistemológico en el que surgió este enfoque es conocido


como el giro argumentativo o giro lingüístico que tuvo lugar en las
ciencias sociales, cuando los métodos de investigación comenzaron a
incluir datos cualitativos en lugar de apoyarse en los datos estadísticos
tradicionales (Camacho Celis & Cerón Rincón, 2010, p. 254).
Una de las metodologías principales de este enfoque es el Análisis
Crítico del Discurso –ACD donde se considera que el discurso
puede ser considerado “como el fluir del conocimiento –y de todo
conocimiento societal acumulado– a lo largo de la historia” (Jäger,
2003, p. 63). Según Siegfried Jäger, ese fluir ejerce poder, toda vez
que entra a determinar hechos individuales o colectivos y acciones
formativas que adaptan la sociedad. Así visto, “los discursos no poseen
interés por el hecho de ser expresiones de la práctica social, sino por el
de contribuir a determinados fines, a saber, el de ejercer poder a todos
los efectos. Y lo hacen así porque están institucionalizados y se hallan
regulados, porque se encuentran vinculados a una acción” (2003, p. 63).
Como es «fluir» es movimiento, entonces el discurso no es estático,
como tampoco es simple, por el contrario es dinámico, complejo y además
no es único. Un discurso a su vez suele contener o relacionarse con otros
discursos que, según Jäger, se entretejen y enmarañan. Los vínculos entre
los distintos discursos son los símbolos colectivos (estereotipos culturales
o topois) y las catacresis (fracturas de imagen), juntos ayudan a blindar
semióticamente al discurso, adquiriendo éste vida propia (2003, p. 66).
Según Norman Fairclough y Ruth Wodak, el ACD interpreta el
discurso como una forma de práctica social en la que se sugiere una
relación dialéctica entre un suceso discursivo particular y las situaciones,
instituciones y estructuras sociales que lo enmarcan, pero que a su vez
las afecta en una relación bidireccional. Lo interesante de este modelo,
dicen los autores, es que procura develar los contenidos ocultos detrás
de una enunciación discursiva que en apariencia es neutral, advirtiendo
que “ni la carga ideológica de los modos particulares de utilización del
lenguaje, ni las relaciones de poder subyacentes suelen resultar evidentes
a las personas” (2000, pp. 367-368).
Sin embargo, reconocen la complejidad del método, pues advierten
que el ACD no se restringe a “ser una réplica de la crítica cotidiana:
puede recurrir a teorías sociales y teorías del lenguaje, puede usar
264 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

metodologías rigurosas para el análisis del lenguaje que no están por


lo general al alcance de todos y cuenta, además, con elementos para
llevar a cabo investigaciones sistemáticas en profundidad que exceden
la experiencia común” (Fairclought & Wodak, 2000, p. 400). En
todo caso, nadie ha dicho que sea sencillo.
Cuando pensamos en la identificación de un problema o
insatisfacción que debe ser objeto de una política pública criminal,
estamos frente a una construcción lingüística de él (Edelman, 1991)44
y esto es acción política propiamente dicha (Bourdieu, 2008)45. En
consecuencia, un primer lugar en el que podemos anticipar la lucha
política por un ejercicio democrático del poder punitivo (la primera
barricada) debe ser en los proyectos de ley que buscan profundizar
el autoritarismo que caracteriza esta política criminal.
Como allí es el escenario en el que se construye o publicita el
problema, se requiere afilar el arsenal para diseccionar cada uno
de los discursos expuestos (o supuestos) que justifican esa medida
político criminal y dejar en evidencia la falta de razonabilidad,
proporcionalidad y el fundamentalismo penal que suelen caracterizar
las propuestas unilaterales. El ACD constituye apenas una metodología
de otras que podemos encontrar en el enfoque discursivo, y en general
en la corriente interpretativista, por lo que estamos frente a una mina
de herramientas y métodos que continuaremos explotando.

44
“Problema es entonces un significado que apunta a algunos de los siguientes rasgos:
1. Se centra en el nombre de una condición indeseable o de una amenaza al bienestar;
2. Las actividades gubernativas que un foco tal racionaliza comprenden una
secuencia de formulaciones y acciones ambiguas que cambian y son frecuentemente
inconsistentes entre sí porque constituyen respuestas a diferentes intereses del
grupo. (…); 3. Ese ‘bricolage’ de acciones y formulaciones verbales a veces mejora
la condición y a veces la empeora, pero algunas consecuencias de las políticas
perseguidas son siempre inversiones del valor formalmente proclamado como
meta de la actividad.” (Edelman, 1991, pág. 23).
45
“La acción propiamente política es posible porque los agentes que forman parte
del mundo social poseen un conocimiento (más o menos adecuado) de ese mundo,
y porque podemos intervenir en el mundo social a través del conocimiento que
esos agentes tienen de él. Esta acción tiene como objetivo producir e imponer
representaciones (mentales, verbales, gráficas o teatrales) del mundo social capaces
de actuar sobre ese mundo a través de las representaciones que de él se hacen los
agentes. O, más concretamente, hacer y deshacer grupos –y, al mismo tiempo, las
acciones colectivas que pueden llevar a cabo para transformar el mundo social
conforme a sus intereses– al producir, reproducir o destruir las representaciones que
los hacen visibles ante sí mismos y ante los demás.” (Bourdieu, 2008, pág. 123).
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UNA MIRADA CRÍTICA AL MAPEO DEL
DELITO Y LA FOCALIZACIÓN TERRITORIAL
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Jairo Matallana Villarreal


Fellow Erasmus Mundus de la Comisión Europea,
programa DCGC.
Candidato a Doctor en Criminología en la
Universidad de Kent (Reino Unido) y la
Universidad Eötvös Lórand de Hungría.

1. INTRODUCCIÓN

El mapeo del crimen se está convirtiendo progresivamente en un


instrumento privilegiado para la gestión de la seguridad ciudadana,
especialmente en las ciudades. Desde la década de los noventa esta técnica,
apoyada en herramientas computarizadas, ha sido adoptada por numerosos
gobiernos nacionales y locales en el hemisferio Norte1 y, paulatinamente,
en otras latitudes. En Colombia, los Observatorios de Violencia y Delito
de ciudades como Medellín o Bogotá ya incorporan estas técnicas desde
años atrás, así como el trabajo hecho por el Instituto CISALVA de la
Universidad del Valle, o más recientemente las investigaciones de la
Fundación Ideas para la Paz. La atracción por información condensada
en mapas no sólo ha impulsado el aumento de la investigación sobre
patrones espacio-temporales, sino también ha hecho florecer una enorme
industria de consultoría y tecnologías para el mapeo del delito. Las
representaciones cartográficas del delito y el riesgo poseen el atractivo de
simplificar fenómenos complejos en términos provocativos como ‘áreas
críticas’ o ‘zonas peligrosas’, que son fácilmente captados por medios
de comunicación y la opinión pública. A la vez, estos ejercicios ofrecen
la posibilidad de focalizar las políticas de seguridad ciudadana en áreas

1
Weisburd, David and Lum, Cynthia, “The Diffusion of Computerized Crime
Mapping in Policing: Linking Research and Practice, Police Practice and Research
6, no. 5, 2005, 419-434.
274 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

geográficas específicas, táctica que cautiva a políticos y decisores de


política pública tanto por su enfoque ‘inteligente’ como costo-efectivo.
Sin embargo, los mapas suelen usarse sin cuestionar sus marcos
conceptuales, fuentes de información, técnicas cartográficas de
representación, categorías de análisis o fundamentos epistemológicos.
Más aún, la definición de zonas prioritarias de intervención es una práctica
social que a menudo incorpora prejuicios, presupuestos normativos o
convicciones ideológicas. Esto no significa que el análisis espacial del
delito sea del todo equivocado o deliberadamente opresivo; al contrario,
es de hecho un disparador de innovaciones en criminología desde los
mismos orígenes de esta disciplina, como se ilustrará más adelante en
este capítulo. Aún así, aquí se pretende advertir por qué los mapas del
delito deben ser entendidos como construcciones sociales imperfectas
que proveen información parcial sobre los fenómenos delincuenciales,
y por consiguiente las políticas y acciones focalizadas basadas en tales
instrumentos son limitadas y suelen estar intrínsecamente sesgadas.
Comprender los fundamentos del mapeo del delito e identificar sus
limitaciones es entonces una tarea clave en la criminología actual.
Algunas de las ideas presentadas en este capítulo están construidas
sobre argumentos expuestos en la criminología cultural y la geografía
humana. No obstante, la evaluación crítica del mapeo del delito
convencional es aún incipiente y rara vez se enmarca en el contexto
de los países del Sur global. De un lado, las acentuadas desigualdades
socio-económicas, la configuración urbana altamente segregada, y el
significado particular del control del suelo y la territorialidad, requieren
una mirada particular al concepto de ‘espacio’, que es distinto al de las
ciudades de países del hemisferio Norte. De otro lado, la exigua cantidad
y calidad de información, así como la más amplia brecha digital entre los
empoderados tecnológicamente y las poblaciones desfavorecidas, deben
invitarnos a interpretar con aún mayor cuidado cualquier conclusión
derivada de ejercicios de mapeo del crimen. Buena parte de la teorización
en criminología proviene de círculos académicos y de políticas públicas
anglosajones basados en realidades norteamericanas y europeas, -como
se podrá notar en las notas de pie de página de este capítulo. Sin embargo,
como algunos mismos teóricos europeos lo sugieren2, es imperativo

2
Loader I. and Sparks, R., “Situating Criminology: On the Production and Consumption
of Knowledge about Crime and Justice,” in The Oxford Handbook of Criminology, eds.
Maguire, Mike; Morgan, Rodney, and Reiner, Robert, Fifth edition ed. (Oxford:
Oxford University Press, 2012), 3-38.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 275

confrontar tales convenciones con el contexto de los países en desarrollo,


donde vive la mayoría de la población mundial y donde los problemas
son más intensos y de naturaleza diferente. En este texto, la referencia
al caso colombiano, y al de Bogotá más específicamente, servirá como
test de realidad a los supuestos de varias teorías criminológicas sobre las
que se erige el mapeo del crimen, que con frecuencia implementamos
sin cuestionar en los países del Sur.
La primera sección de este capítulo introduce los marcos conceptuales
que se desarrollaron en el origen de la criminología como disciplina y
que dan sustento al enfoque de criminología ambiental –es decir, aquella
que pone un énfasis entre los factores geográficos y los actos delictivos.
La segunda parte presenta la Prevención Situacional del Delito, enfoque
teórico dominante que da sustento al mapeo del delito y la focalización
espacial de la seguridad ciudadana, propuesta que ha sido ampliamente
acogida por las autoridades y los centros de investigación colombianos.
La tercera y última sección examina las debilidades epistemológicas,
metodológicas y conceptuales del enfoque tradicional del mapeo
del delito y las políticas focalizadas territorialmente, ilustrando
ocasionalmente estos problemas en el contexto de Bogotá.

2. ORÍGENES DEL MAPEO DEL DELITO


Y LA FOCALIZACIÓN TERRITORIAL
DESDE LA CRIMINOLOGÍA

Las prácticas de mapeo del delito tienen su base en teorías


criminológicas convencionales, es decir, ancladas en epistemologías
positivistas que se remontan al origen mismo de la criminología como
disciplina. Los trabajos de Quételet, Guerry, Fletcher y Mayhew en
el siglo XIX, analizados en detalle en otros textos3, apuntaron a mejorar la
planeación y elaboración de presupuestos del sistema de justicia criminal,
en la era en que el desarrollo burocrático era connatural a la consolidación
de los estados-nación en Europa. Los primeros ejercicios de mapeo de
delitos nacieron entonces con el propósito de distribuir apropiadamente
los recursos de los aparatos de control policial del estado. Estos trabajos
también incursionaron en la identificación de relaciones entre altos índices

3
Hayward, Keith, City Limits: Crime, Consumer Culture and the Urban Experience
London, Cavendish Press, 2004a.
276 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de criminalidad y variables demográficas (como edad media), sociales


(pobreza y educación) y morales (nacimientos ilegítimos).
Sin embargo, fue sólo hasta los desarrollos de la Escuela de Sociología
de Chicago a partir de 1920 que estas ideas fueron articuladas en teorías
sobre el crecimiento acelerado de las ciudades industriales. Esta Escuela,
liderada por Robert Park y Ernest Burgess, apuntó a comprender la
delincuencia y otros problemas sociales urbanos a partir de la experiencia
vivencial en las calles de Chicago. De acuerdo con sus postulados, el
ritmo cambiante de las sociedades capitalistas produce un efecto orgánico
de distribución poblacional en el espacio urbano basado en preferencias
locativas y poder adquisitivo4. Los grupos con menores recursos
económicos quedan atrapados en zonas de transición entre los distritos
de negocios centrales y las áreas residenciales, caracterizados por la
presencia de tierras deterioradas, vivienda de bajos estándares, privaciones
múltiples, acceso limitado a servicios públicos y privados, un gran flujo
de población transitoria y débiles lazos comunitarios. Esas condiciones
afectan la experiencia de socialización y moldean el comportamiento de las
personas, generando una mayor propensión al comportamiento criminal.
Uno de los trabajos cartográficos más citados de la Escuela de Chicago
es el de Shaw y McKay5, que consistió en graficar y analizar las tasas
de delincuencia juvenil de la ciudad usando el modelo concéntrico de las
ciudades como referente teórico. Este trabajo mostró la concentración
espacial de delincuencia en la zona de transición, patrón que se sostenía
en el tiempo y era independiente de la composición demográfica y los
flujos migratorios. De ahí que se atribuyera al contexto urbano el carácter
de variable exógena para la explicación de tales fenómenos. A pesar de
que la Escuela de Chicago produjo otros avances importantes en métodos
etnográficos para comprender los complejos problemas urbanos, el
modelo concéntrico de la ciudad y los mapas de delincuencia juvenil
perduraron como su legado más conocido y estudiado. De la misma
manera, aunque otros autores avanzaron el concepto de asociación
diferencial en la década de los 19606, que ponía el foco en la interacción

4
Ezra Park, Robert, Watson Burgess, Ernest and Janowitz, Morris, Introduction
to the Science of Sociology (Chicago: University of Chicago Press, 1921).
5
Shaw, Clifford R. and McKay, Henry D., Juvenile Delinquency and Urban Areas
(Chicago, IL: University of Chicago Press, 1942).
6
Matza, David and Sykes, Gresham M., “Juvenile Delinquency and Subterranean
Values”, American Sociological Review (1961): 712-719.; Matza, David, Becoming
Deviant (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1969).
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 277

humana a través de la cual los individuos aprenden valores, actitudes


y comportamientos, la idea del efecto negativo de la desorganización
urbana sobre el comportamiento humano persistió hasta convertirse en
la perspectiva dominante en nuestros días.
Desde finales de la década de 1970, las explicaciones del crimen
basadas en el lugar de ocurrencia han resurgido con ímpetu en la
investigación criminológica, bajo los términos de ‘criminología ambiental’
o ‘criminología socio-espacial’7. El supuesto subyacente de las distintas
vertientes que hacen parte de este enfoque es que el lugar tiene un efecto
independiente sobre el delito, debido a la influencia que el contexto socio-
espacial ejerce bien sea en el comportamiento delincuencial, o bien en
la facilidad para la comisión de crímenes y delitos. Algunos estudios
se enfocan en la relevancia del contexto en que residen los infractores,
en particular aquellos soportados en teorías de desorganización social
propuestas por los “Neo-Chicagoans”. La teoría de eficacia colectiva
esbozada por Robert Sampson de Harvard y otros investigadores de
Chicago y Michigan8, plantea que es más probable que el comportamiento
delictivo se desarrolle en barrios con pobreza concentrada, inestabilidad
residencial y ausencia de tejido social, factores que dificultan el auto-
control social de sus residentes. Desde una perspectiva ligeramente
distinta e influenciada por las teorías de asociación diferencial, el enfoque
de redes sociales9 propone que la delincuencia no está necesariamente
relacionada con la desorganización sino con un conjunto de redes formales
e informales que operan en los barrios y que fomentan –como las redes de
microtráfico– o desincentivan –como las redes de trabajo comunitario–

7
Bottoms, Anthony, “Developing Socio-Spatial Criminology”. in The Oxford
Handbook of Criminology, eds. Morgan, Rodney; Reiner Robert and Maguire,
Mike, Fifth edition. ed. (Oxford: Oxford University Press, 2012), 450-489.
8
Sampson, R. J.; Raudenbush S. W. and Earls, F. “Neighborhoods and Violent
Crime: A Multilevel Study of Collective Efficacy,” Science (New York, N.Y.) 277,
no. 5328 (Aug 15, 1997): 918-924.; Sampson, Robert J. and Raudenbush W.,
Stephen “Systematic Social Observation of Public Spaces: A New Look at Disorder
in Urban Neighborhoods,” American Journal of Sociology 105, no. 3 (1999): 603-
651.; Sampson, Robert J.; Morenoff, Jeffrey D. and Gannon-Rowley, Thomas,
“Assessing” Neighborhood Effects”: Social Processes and New Directions in
Research,” Annual Review of Sociology, 2002, 443-478.
9
Bursik, Robert J., “Social Disorganization and Theories of Crime and Delinquency:
Problems and Prospects,” Criminology 26, no. 4 (1988): 519-552.; Bursik, Robert J.
and Grasmick, Harold G., Neighborhoods & Crime (Oxford and Lanham, Maryland:
Lexington Books, 1999).; Peirce, Jennifer, “Divided Cities: Crime and Inequality
in Urban Brazil”, Paterson Review of International Affairs 9, 2008, 85-98.
278 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

el comportamiento delictivo. Otros autores exploran la manera en que


algunas condiciones externas de la política urbana pueden influir en la
formación delincuencial. Un ejemplo sobresaliente de estos análisis es el
desarrollado por Bottoms y Wiles sobre las políticas de vivienda social
en Sheffield en los años 1970s y 1980s, y cómo ellas modelaron ‘carreras
criminales barriales’ en algunas zonas de la ciudad10.
La cuestión irresuelta de los enfoques basados en los ‘efectos
espaciales’ –teorías de desorganización social o de redes sociales–
siempre ha sido por qué ciertos individuos expuestos al mismo ‘ambiente
criminógeno’ se involucran en actividades criminales mientras otros
se mantienen al margen y continúan respetando la ley. Recientemente
esfuerzos desde la teoría de acción situacional propuesta por Wikström
y colegas en la Universidad de Cambridge11 apuntan a resolver esta
inquietud. Este enfoque propone que la propensión a cometer delitos
depende del cálculo moral de las acciones previstas por un sujeto,
mediado por sus percepciones sobre el ambiente en el que actúa. De
ahí que los actos delictivos resulten de la interacción entre la propensión
de una persona a cometer delitos (definida por sus principios morales
y habilidad para ejercer auto-control) con la exposición a un ambiente
criminogénico (tanto espacios sociales como barrios como lugares
de actividades específicas o cotidianas). Un análisis crítico del uso de
micro-unidades geográficas, el modelo de acción basado en escogencia
y percepción, y los indicadores usados para evaluar la naturaleza
criminógena de los espacios y las propensiones delictivas, sería necesario
para evaluar apropiadamente esta teoría, cosa que está fuera del alcance
de este texto. En todo caso la geografía del delito sigue dominada por
otra perspectiva que se basa en la agregación y comparación de datos
demográficos, criminales y sociales; minimiza los aspectos emocionales
o pasionales de quienes infringen la ley, e ignora las normas culturales
en las que se tejen las relaciones sociales y se crea las nociones de ley y
autoridad. Esta perspectiva dominante se discute en la siguiente sección.

10
Bottoms, Anthony E., Claytor, Ann and Wiles, Paul, “Housing Markets and
Residential Community Crime Careers,” in Crime, Policing, and Place: Essays in
Environmental Criminology, eds. Evans, David J.; Fyfe Nicholas R. and Herbert
David J, (London and New York: Routledge, 1992), 118-144-143.
11
Wikström, Per-Olof H., “Individuals, Settings, and Acts of Crime: Situational
Mechanisms and the Explanation of Crime,” in The Explanation of Crime: Context,
Mechanisms and Development, eds. Wikström, Per-Olof H. and Sampson, Robert
J., (Cambridge: Cambridge University Press, 2006), 61-107.; Wikström, Per-Olof
H. and Treiber; Kyle H., “Violence as Situational Action,” International Journal
of Conflict and Violence 3, no. 1, 2009, 75-96.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 279

3. EL ENFOQUE DOMINANTE: PREVENCIÓN


SITUACIONAL DEL DELITO

El ‘giro espacial’ en las ciencias sociales hace referencia a la prominencia


de la dimensión espacial en el análisis de las dinámicas sociales12. La
expansión del uso de herramientas geográficas en disciplinas como la
economía, la ciencia política, y la sociología son síntomas de esta tendencia.
En criminología, ese giro espacial ha estado estrechamente relacionado con
la predominancia de los enfoques basados en oportunidades situacionales
para la comisión de delitos y el mapeo de delitos para el control focalizado,
que serán presentados en esta sección. Como hilo conductor de esta
discusión, hay al menos cuatro giros teóricos que ayudan a explicar la
razón por la cual la criminología socio-espacial ha tomado la dirección que
tiene hoy en día, y se ha alejado progresivamente del estudio de las causas
de la delincuencia. Estos giros explican el sustrato teórico que sustenta y
orienta el mapeo del delito como práctica ejercida especialmente por la
policía y otros organismos de seguridad ciudadana.
En primer lugar, el auge de las teorías de actividades rutinarias y de
escogencia racional –ésta última anclada en la economía conductual–
han posicionado al enfoque situacional del delito como central en la
explicación de la delincuencia. El énfasis teórico del enfoque situacional
no consiste ya en explicar las causas de la delincuencia –como
anteriormente se intentó a través de conceptos estructurales y sociales–
sino en los factores que facilitan o disuaden el acto criminal en sí. De
esta manera, los que abogan por el enfoque de Prevención Situacional del
Delito (PSD)13 argumentan que en términos de política pública atender
el cómo del delito es más efectivo que entender el porqué. La PSD parte
de un supuesto primordial: quienes cometen un delito actúan de manera
racional y toman sus decisiones de manera consciente e intencional

12
Goodchild, Michael F. and Janelle, Donald G., “Toward Critical Spatial Thinking
in the Social Sciences and Humanities,” GeoJournal 75, no.1, 2010, 3-13.
13
Cohen, Lawrence E. and Felson, Marcus, “Social Change and Crime Rate Trends: A
Routine Activity Approach,” American Sociological Review 44, no. 4 (1979): 588-608.;
Clarke, Ronald VG, “Situational Crime Prevention: Theory and Practice,” British
Journal of Criminology 20, no. 2 (1980): 136-147.; Clarke, Ronald V. “Technology,
Criminology and Crime Science,” European Journal on Criminal Policy and Research
10, no. 1 (2004): 55-63.; Cornish, Derek B. and Clarke, Ronald V. “The Rational Choice
Perspective,” in Environmental Criminology and Crime Analysis, eds. Wortley, Richard
and Mazerolle, Lorraine (Oxford and New York: Routledge, 2011), 21-44.
280 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

dentro de las restricciones de tiempo e información disponible. De


ahí que el foco de análisis sea la convergencia en el tiempo y en el
espacio de infractores motivados, víctimas potenciales adecuadas y
la ausencia de guardianes capaces. El enfoque situacional no refuta
que los delincuentes pueden tener estímulos emocionales e influencias
sociales; pero argumenta que las respuestas propuestas por enfoques
criminológicos socio-estructurales –al estilo de la ampliación de las
oportunidades educativas y de primer empleo, tratamientos médicos
y psicosociales de adicciones a drogodependientes, o fomento de
actividades culturales y deportivas del tiempo libre de jóvenes– tienen
un efecto incierto y en todo caso de largo plazo sobre la delincuencia. Por
el contrario, propone de manera pragmática garantizar la convergencia
de guardianes capaces y víctimas potenciales en todas las actividades
rutinarias de la vida cotidiana, con el fin de anticiparse a los eventos
delictivos. En consecuencia, aboga por un mayor control policivo y
mecanismos de vigilancia social para la prevención del delito.
Segundo, y en contraste con los estudios de la Escuela de Chicago,
la mirada de investigadores y tomadores de decisión se ha fijado en los
últimos años sobre la ubicación de los delitos, más que la de los individuos
infractores o las redes criminales. Según los criminólogos ambientales el
espacio influye en la comisión de delitos bien sea por sus atributos físicos
o sus características sociales. La teoría del ‘espacio defendible’ esbozada
por Jane Jacobs, Oscar Newman y Alice Coleman14 sugiere que el
entorno construido proporciona un marco que incita las transgresiones
y por esa razón las intervenciones de diseño urbano pueden facilitar la
vigilancia comunitaria y prevenir el delito. Otros autores enfatizan más
bien los atributos sociales del espacio y su impacto en la generación de
áreas peligrosas. Tal es el enfoque de ‘las ventanas rotas’15, que tanta
acogida ha tenido en América Latina, el cual propone que los crímenes

14
Jacobs, Jane, The Death and Life of Great American Cities (New York: Random
House Digital, Inc., 1961).; Newman, Oscar, Defensible Space (New York:
Macmillan, 1972).; Coleman, Alice, Utopia on Trial: Vision and Reality in Planned
Housing (London: Shipman, 1985).
15
James, Q. Wilson and George L. Kelling, “Broken Windows,” Atlantic Monthly
249, no. 3 (1982): 29-38.; George L. Kelling and Catherine M. Coles, Fixing
Broken Windows: Restoring Order and Reducing Crime in our Communities (New
York: Touchstone, 1996).; William H. Sousa and George L. Kelling, “Of ‘broken
Windows,’criminology, and Criminal Justice,” in Police Innovation: Contrasting
Perspectives, eds. David L. Weisburd and Anthony A. Braga (Cambridge:
Cambridge University Press, 2006), 77-97.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 281

más serios prosperan en áreas donde los residentes toleran las conductas
desordenadas y que infringen las reglas sociales. Según Wilson and
Kelling, primeros autores de esta propuesta, las incivilidades –que
pueden ir el deterioro físico hasta la presencia de habitantes de calle o
la invasión del espacio público– se convierten en señales de desacato a
la ley, atrayendo a delincuentes que invaden estos barrios y desarrollan
otro tipo de actividades criminales más complejas. Tanto la prevención
del delito a través del diseño urbano como el enfoque de incivilidades
han influenciado enormemente las estrategias de mapeo del crimen y
la policía focalizada en comportamientos desordenados e infracciones
menores, al estilo de lo impulsado por el exalcalde Rudy Giuliani y
su jefe de policía William Bratton en Nueva York en los años 1990s.
Tercero, los enfoques situacionales se centran en el contexto específico
de los eventos delictivos, desplazando la mirada de las relaciones socio-
económicas nacionales o urbanas, hacia el espacio físico de unidades
geográficos menores, como calles y cuadras16. Cada vez más hay
esfuerzos de focalización de estrategias de seguridad ciudadana en puntos
específicos de las ciudades. Esta tendencia se apoya en la teoría de patrones
delictivos17, que explora la influencia del uso del suelo y el entorno físico
del espacio en la percepción de los delincuentes y sus víctimas en su vida
diaria. Las unidades de análisis pueden ser nodos de actividades tales
como bares o parques, recorridos que delincuentes y víctimas transitan, o
bordes como los límites entre barrios o autopistas que dividen la ciudad18.
Según la propuesta de los patrones delictivos, las motivaciones inmediatas

16
David Weisburd, Gerben JN Bruinsma and Wim Bernasco, “Units of Analysis
in Geographic Criminology: Historical Development, Critical Issues, and Open
Questions,” in Putting Crime in its Place: Units of Analysis in Geographic
Criminology, eds. David L. Weisburd, Wim Bernasco and Gerben Bruinsma
(London: Springer Verlag, 2009), 3-31.
17
La teoría de patrones delictivos es el tercer pilar conceptual de la PSD, junto
con las teorías de elección racional y de actividades rutinarias. Ver: Patricia L.
Brantingham and Paul J. Brantingham, “Nodes, Paths and Edges: Considerations on
the Complexity of Crime and the Physical Environment,” Journal of Environmental
Psychology 13, no. 1 (1993): 3-28.; Patricia Brantingham and Paul Brantingham,
“Criminality of Place,” European Journal on Criminal Policy and Research 3, no.
3 (1995): 5-26.; John E. Eck and David Weisburd, “Crime Places in Crime Theory,”
in Crime and Place. Crime Prevention Studies. Vol. 4, eds. John E. Eck and David
Weisburd (Monsey, N.Y.: Criminal Justice Press, 1995), 1-33.
18
Aunque no lo citan los autores, estas unidades de análisis parecen estar inspiradas
en el enfoque de Lynch sobre ejes de planeación urbana. Ver: Kevin Lynch, The
Image of the City, Vol. 11 (Cambridge, MA: MIT Press, 1960).
282 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

que tienen los delincuentes para cometer un delito están determinadas


por las señales que éstos perciben de la apariencia de un lugar, como la
oscuridad en las calles o la posibilidad de esconderse. De esta manera
sería posible estimar el potencial criminógeno y el miedo que los lugares
producen, de la misma manera en que los ingenieros calculan los factores
que determinan la movilidad vial. Por estas razones, el mapeo del delito
se convierte en una herramienta esencial para la prevención situacional,
ya que permite identificar y posteriormente caracterizar los lugares que
generan violencia o atraen criminalidad.
Derivado de las tres torsiones conceptuales previas, la cuarta se
refiere a las herramientas metodológicas empleadas en enfoques
situacionales del delito. La investigación sobre la distribución de
eventos delictivos en el tiempo y el espacio se ha disparado durante
las últimas tres décadas con la ayuda de nuevas técnicas de estadística
espacial y Sistemas de Información Geográfica (SIG). Ciertamente,
el matrimonio entre tecnologías informatizadas y la geografía
cuantitativa ha sido un logro importante para el avance de una nueva
generación de investigación interdisciplinar, incluyendo, entre otras,
las ciencias ambientales, epidemiología, estudios agrícolas, la geología,
y la ingeniería de transporte. Las ventajas de los SIG incluyen la
habilidad de analizar la dimensión espacial de los fenómenos sociales,
la capacidad de integrar una gran cantidad de datos y analizarlos
con métodos cuantitativos, y la posibilidad de difusión a través de
medios electrónicos19. En criminología, el uso de SIG ha estado
casi inextricablemente relacionado con la criminología ambiental,
especialmente con el análisis de patrones delictivos. El interés por
este tema aumentó después de que el estudio de la delincuencia en
Minneapolis realizado por Sherman y sus colegas en 198920 reveló que
más del 50% de los registros de llamadas de la policía se concentrabe
en el 3% de hotspots o puntos calientes como accesos o segmentos de
una calle. A partir de ese momento, y aprovechando los avances en
estadística espacial y funcionalidades SIG, numerosos estudios han
examinado la concentración espacial de las actividades criminales

19
Goodchild and Janelle, Toward Critical Spatial Thinking in the Social Sciences
and Humanities, 3-13.; David O’Sullivan and David John Unwin, Geographic
Information Analysis, Second Edition ed. (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, 2010).
20
Lawrence W. Sherman, Patrick R. Gartin and Michael E. Buerger, “Hot Spots of
Predatory Crime: Routine Activities and the Criminology of Place,” Criminology
27, no. 1 (1989): 27-56.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 283

en pequeñas áreas urbanas como barrios o cuadras, o en direcciones


específicas. Esta práctica ha sido adoptada con éxito por los organismos
de vigilancia y control de la delincuencia. En los Estados Unidos,
un estudio reveló que los departamentos de policía están adoptando
rápidamente tecnologías de mapeo del delito relacionados con el
análisis de puntos críticos, y sólo el 6% de las unidades encuestadas
implementado SIG para propósitos distintos al análisis de hotspots21.
Debido al auge de la PSD, la policía focalizada está sustituyendo
progresivamente patrullajes masivos y generalizados, en un intento de
concentrar los recursos en las áreas críticas de las ciudades22. El énfasis
en el control y el aumento de la vigilancia focalizada para prevenir los
delitos –donde prevención se refiere principalmente a los actos más que a
las causas que los originan– es funcional a un modelo de gerencia pública
minimalista que promueve la co-responsabilidad y las acciones multi-
actores23. Buena parte del giro de las políticas públicas de seguridad
ciudadana hacia un énfasis situacional tiene sus raíces en la crítica a las
intervenciones sociales propias de un modelo de bienestar: aquellas que
apuntan a modificar la disposición de los posibles infractores a través de
cambios estructurales en educación, seguridad social, empleo, vivienda,
uso del tiempo libre, entre otros. Esta crítica se ha enfilado contra el
volumen de recursos necesario para intervenciones sociales integrales
y a la dificultad que existe para atribuirles mejoras en los indicadores de
seguridad ciudadana. En un sistema donde se privilegian los indicadores
y su evolución es asociada a medidas tomadas por un gobierno particular
en el corto plazo, resulta más popular lograr acciones que coarten los
niveles de delitos y crímenes, sin importar cuál sea su sostenibilidad ni
sus efectos adversos en el largo plazo. Las pocas referencias que hacen
los ejercicios de mapeo del delito a las circunstancias particulares de
los infractores usualmente consisten en ‘perfiles geográficos’, técnicas
usadas con frecuencia en investigación de casos seriales –como el

21
Weisburd and Lum, The Diffusion of Computerized Crime Mapping in Policing:
Linking Research and Practice, 419-434.: 428
22
Anthony A. Braga and David L. Weisburd, “The Effects of Focused Deterrence
Strategies on Crime A Systematic Review and Meta-Analysis of the Empirical
Evidence,” Journal of Research in Crime and Delinquency 49, no. 3 (2012): 323-358.
23
David Garland, “Ideas, Institutions and Situational Crime Prevention,” in Ethical
and Social Perspectives on Situational Crime Prevention, eds. Andrew Von Hirsch,
David Garland and Alison Wakefield, Vol. 1 (Oxford and Portland, Oregon: Hart
Publishing, 2000), 1-16.
284 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

abuso sexual o el fleteo- en que se puede vincular la ubicación de un


delito, las áreas de tránsito y los potenciales lugares de residencia de los
perpetradores24. De cualquier forma, el objetivo es identificar y capturar a
los infractores o, en otras palabras, evitar la ocurrencia de actos delictivos
más que suprimir las causas de la delincuencia.

4. LOS SILENCIOS DE LA CARTOGRAFÍA DEL DELITO

En su artículo sobre la agenda oculta de la cartografía en la


Europa moderna, David Harley ofrece un recuento histórico de la
cartografía como instrumento de poder. Su obra tiene que ver con
‘el diálogo que surge de la supresión intencional o no intencional
del conocimiento en los mapas. Se basa entonces en una teoría del
silencio cartográfico’25. Es decir, lo más interesante en los mapas no
es lo mucho que muestran, sino todo lo que ocultan. En esta línea de
pensamiento, varios geógrafos culturales26 sostienen que los mapas
tienden a ser conservadores, a representar el status quo, y a reforzar
imaginarios de lugares comunes que coinciden con los transmitidos
por los medios masivos de comunicación. Esta escuela de pensamiento
también cuestiona la neutralidad de los mapas y sostiene que éstos
son ejemplos arquetípicos de parafernalia discursiva.
Como dispositivos de poder, los mapas del delito son más sutiles
que el personal policial, las videocámaras, y otros mecanismos de
vigilancia, pero igual de efectivos para ejercer la coerción a través

24
D. Kim Rossmo, Geographic Profiling (Boca Ratón, FL: CRC press, 1999).; D. Kim
Rossmo, “Geographic Profiling,” in Encyclopedia of Criminology and Criminal
Justice, eds. Gerben Bruinsma and David Weisburd (New York: Springer, 2014),
1934-1942.
25
J. Brian Harley, “Silences and Secrecy: The Hidden Agenda of Cartography in
Early Modern Europe,” Imago Mundi 40, no. 1 (1988): 57-76.: 57
26
Denis Wood and John Fels, “Designs on Signs/Myth and Meaning in Maps,”
Cartographica: The International Journal for Geographic Information and
Geovisualization 23, no. 3 (1986): 54-103.; J. Brian Harley, “Maps, Knowledge,
and Power,” in Geographic Thought: A Praxis Perspective, eds. George Henderson
and Marvin Waterstone (London and New York: Routledge, 2009), 129-148.;
Jeremy W. Crampton, “Maps as Social Constructions: Power, Communication and
Visualization,” Progress in Human Geography 25, no. 2 (2001): 235-252.; Rogata
Soares del Gaudio, “O Mapa Enquanto Discurso Eo Discurso do Mapa: Algumas
Questões,” Ensaio Pesquisa Em Educação Em Ciências 5, no. 2 (2003): 48-64.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 285

de la observación y la clasificación27. Desde los mapas antiguos de


ocupaciones de pueblos originarios o colonizadores, hasta los mapas
modernos de redes de transporte, las representaciones cartográficas
comparten un principio: conocer el territorio es vital para controlarlo.
La capacidad de control depende también de la autoridad científica
investida en los mapas. Éstos suelen estar elaborados por autoridades
o expertos, y apoyados en tecnologías informáticas desconocidas
para una gran parte de la población, por lo cual poseen un aire de
precisión aparentemente incuestionable. Ante tal panorama, desde
una perspectiva crítica, hacer mejores mapas no consiste en volverlos
más precisos o tecnológicamente avanzados –tarea a la que muchos
criminólogos ambientales se dedican-, sino en “ser más honestos
acerca de cómo y por qué se hacen, y enseñando con más cuidado
cómo interpretarlos” 28. La práctica social de la cartografía del
crimen –el proceso que ocurre más allá de la producción de mapas,
que abarca entre otros, la definición de los problemas, la recolección
y manipulación de los datos y el uso previsto de los productos
cartográficos– sigue siendo en gran medida incuestionado. Por esa
razón, en esta sección se examinan las limitaciones cartográficas que
se han acallado en el proceso de producción de los mapas del delito.

4.1. Silencios conceptuales

El análisis de hotspots bajo el enfoque situacional parte del supuesto


que el delito tiene una ubicación geográfica determinada. Sin embargo,
ese “lugar conocido” varía enormemente dependiendo del tipo de
delito, las características de la víctima y el alcance de la actividad
criminal. Para comenzar, algunos delitos y crímenes tienen altos
niveles de sub-registro debido a que están teñidos por relaciones de
poder y normas culturales que obstruyen su denuncia, como es el caso
de la violencia doméstica, violencia contra la mujer, abuso infantil y
delitos de motivación racial. Por otra parte, hay víctimas con limitadas
capacidades para denunciar, ser escuchadas, y recibir protección por
parte de las autoridades policiales debido a la estigmatización, como

27
Michel Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison (London: Allen
Lane, 1977).
28
Daniel Dorling, “Human Cartography: When it is Good to Map,” Environment
and Planning A 30, no. 2 (1998): 277-288.: 279
286 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

es el caso los habitantes de calle. En otros casos existen crímenes de


alto perfil con una espacialidad difusa como la corrupción estatal, la
evasión de impuestos, la trata internacional de personas, los crímenes
corporativos y la ciberdelincuencia. Por las anteriores razones, los
mapas de delitos tienen una limitación fundamental en cuanto a la
selección del objeto representado, que además refuerza la tendencia
subyacente del sistema de justicia criminal para atender con mayor
efectividad los ‘delitos de calle’, cometidos por los pobres y aquellos
que no pueden procurarse una adecuada defensa penal29. Este sesgo es
aún más profundo si reconocemos que los delitos y crímenes tipificados
en el código penal son sólo una fracción de las conductas nocivas;
otras que pueden tener enormes daños sociales ni siquiera se tipifican
como tales y están fuera del alcance del sistema de justicia criminal30.
Basta tomar uno de los planes integrales de convivencia y seguridad
ciudadana (PISCC) a manera de ejemplo para ilustrar este sesgo
conceptual en Colombia. En el caso del PISCC de Bogotá 2013-202331,
las líneas de acción integral son comprehensivas y abordan un rango
amplio de víctimas, tipologías de delitos y formas de respuesta que
atienden a causas situacionales, estructurales y culturales. Sin embargo,
la estrategia de intervención territorial mantiene el modelo estándar
de priorización en homicidios, lesiones comunes, hurtos (a personas, a
residencias, de vehículos y de motos) y microtráfico de estupefacientes.
No sólo se ignoran otro tipo de conductas delictivas, sino que el modelo
sigue el enfoque policivo de perseguir los ‘delitos de mayor impacto’,
acatando la misma línea conceptual consignada en la Política Nacional
de Convivencia y Seguridad Ciudadana del 201232. La designación del
‘delitos de mayor impacto’ no tiene mayor sustento teórico ni legal,
sino que es un artificio empleado por entidades estatales y centros de
investigación para poner la lupa sobre un subconjunto de conductas

29
Jeffrey H. Reiman and Paul Leighton, The Rich Get Richer and the Poor Get
Prison: Ideology, Class, and Criminal Justice, Ninth Edition ed. (Boston, MA:
Pearson, 2010).
30
Paddy Hillyard and Steve Tombs, “From ‘crime’to Social Harm?” Crime, Law
and Social Change 48, no. 1-2 (2007): 9-25.; Jock Young, “Vodoo Criminology
and the Numbers Game,” in Cultural Criminology Unleashed, ed. Jeff Ferrell and
others Psychology Press, 2004), 13-28.
31
Plan Integral De Convivencia Y Seguridad Ciudadana, Bogotá D.C. Humana Y
Segura, 2013-2023, (2013): .
32
DNP, Dirección de Justicia Seguridad y Gobierno, Política Nacional De
Convivencia Y Seguridad Ciudadana (Bogotá: Intergráficas,[2011]).
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 287

delictivas que generan miedo y tienen alto cubrimiento mediático.


Este enfoque ignora otros fenómenos que pueden tener mayores
daños sociales, que usualmente afectan a las personas más pobres o
en situaciones de poder desventajosas, reciben menos atención por una
cultura dominante que las atenúa como el machismo, o son cometidos
por el mismo Estado. Tal es el caso de ejecucuines extrajudiciales,
violencia de género, delitos sexuales, o detenciones arbitrarias.
La tesis de incivilidades subyacente a la cartografía del crimen es
otro aspecto preocupante cuando menos. Keith Hayward, uno de los
principales críticos de la PSD argumenta que la criminología ambiental
reduce la ciudad a un conglomerado de características locativas que
generan oportunidades delictivas, donde el espacio urbano es ‘vaciado’ y
sus dinámicas sociales ignoradas33. Sin embargo, hay razones para pensar
que estas dinámicas, en vez de ser ignoradas, son convenientemente
filtradas en los mapas del delito: las circunstancias sociales, los patrones
culturales y las motivaciones de los delincuentes son a menudo ignorados,
mientras que el desorden social y las prácticas transgresoras en el espacio
público –sean éstos delitos o no- se incorporan a menudo en la cartografía
del delito. Incluso las guías de criminología ambiental proponen ir más
allá del delito y analizar el desorden social representado en actividades o
personas sospechosas34, visión que se remonta al enfoque de incivilidades
y su propuesta de ejercer control policial sobre adolescentes ruidosos,
comerciantes informales, personas sin hogar, prostitutas y otros “signos de
decadencia moral” en palabras de los autores de la teoría de las ventanas
rotas. El enfoque de incivilidades continúa influyendo la cartografía del
delito, a pesar de ser ampliamente criticado por su desatención al crimen
organizado, la subjetividad en la interpretación del riesgo, la falta de
pruebas empíricas de la “espiral de crimen”, y los efectos negativos del
control focalizado como la brutalidad policial y la estigmatización barrial35.

33
Keith Hayward, “Space–the Final Frontier: Criminology, the City and the Spatial
Dynamics of Exclusion,” in Cultural Criminology Unleashed, ed. Jeff Ferrell and
others (London: Cavendish Press, 2004b), 155-166.
34
Luc Anselin and others, “Spatial Analyses of Crime,” in Criminal Justice Vol.
4. Measurement and Analysis of Crime and Justice, ed. David Duffee, Vol. 4
(Washington, D.C.: National Institute of Justice, 2000), 213-262.; Rachel Boba
Santos, Crime Analysis with Crime Mapping, Third Edition ed. (Los Angeles:
Sage, 2012).
35
Bernard E. Harcourt, “Reflecting on the Subject: A Critique of the Social
Influence Conception of Deterrence, the Broken Windows Theory, and Order-
Maintenance Policing New York Style,” Michigan Law Review (1998): 291-389.;
288 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Uno de los primeros proyectos de priorización territorial de


seguridad ciudadana en Bogotá ilustra la manera en que el enfoque de
incivilidades ha sido incorporado en el mapeo del delito y del riesgo. En
2007 el CEACSC –entonces Observatorio de Convivecia y Seguridad
Ciudadana- y la Universidad Nacional de Colombia identificaron 31
Zonas de Atención Integral en Convivencia y Seguridad (ZAICS), que
contenían al menos el 40% de los crímenes y la mayoría de las víctimas
potenciales. Una de las dimensiones para el establecimiento de tales
“zonas críticas”, según un informe previo elaborado por el Observatorio
de la Delincuencia y la Violencia36, fue la presencia de actos incívicos
o factores de desorganización social: el informe menciona signos de
deterioro físico y concentraciones de comerciantes informales, “jóvenes
en riesgo” y población desplazada como características problemáticas
de estas áreas críticas. Sin embargo, no se presenta evidencia de por qué
las concentraciones de dichas poblaciones en las áreas representan un
factor de amenaza o riesgo inminente. El informe no da una explicación
clara en cuanto a si estos grupos son víctimas potenciales, delincuentes
potenciales, o ambos; esta conclusión se deja para interpretación del
lector. El truco del mapeo convencional de la delincuencia es, pues,
su plasticidad para filtrar prejuicios normativos y presentarlos como
argumentos científicos bajo la etiqueta de “ciencia SIG”.

4.2. Silencios epistemológicos

El mapeo del delito a través de puntos calientes o áreas críticas


concibe el espacio de manera meramente instrumental. Tales mapas
muestran los espacios como escenarios físicos donde ocurre el delito
independientemente de las dinámicas urbanas complejas subyacentes a

Ralph B. Taylor, Breaking Away from Broken Windows: Baltimore Neighborhoods


and the Nationwide Fight Against Crime, Grime, Fear, and Decline (Boulder,
CO: Westview Press, 2001).; Robert J. Sampson and Stephen W. Raudenbush,
“Seeing Disorder: Neighborhood Stigma and the Social Construction of “broken
Windows”,” Social Psychology Quarterly 67, no. 4 (2004): 319-342.; Benjamin
Bowling, “The Rise and Fall of New York Murder: Zero Tolerance Or Crack’s
Decline?” British Journal of Criminology 39, no. 4 (1999): 531-554.
36
Yolanda Úsuga González and Omar Lemus Murcia, Identificación De Las Zonas
Críticas En Las Diferentes Localidades De Bogotá Con El Objetivo De Crear
Nuevos Pactos De Convivencia Y Seguridad Ciudadana (Bogotá: Secretaría de
Gobierno de Bogotá D.C.,[2007]).
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 289

él37. Al hacerlo, ignoran que el espacio urbano es una red de varias capas
de “lugares” con distintos significados para diferentes personas y grupos
en los que las relaciones de poder se manifiestan en torno a lo que allí
ocurre38. En la vida real, los espacios urbanos no son sólo el escenario
material de la acción social, sino componentes dinámicos que afectan a
la vida social y refuerzan los patrones estructurales de las diferencias de
género, las jerarquías sociales y el poder39. Los enfoques situacionales no
dan debida cuenta de esto. Como asevera Joanna Shapland40, una de las
críticas de la PSD –y lo reconoce Ronald Clarke41, uno de sus mayores
defensores- la PSD está basada en representaciones del delito concebidas
de arriba hacia abajo que simplifican las dinámicas espaciales. En la
búsqueda de descubrir las tendencias generales de la delincuencia y los
patrones espaciales, la especificidad de los lugares se sacrifica, así como
sus significados y efectos sobre las personas.
Las tecnologías SIG contribuyen a tal ‘producción automática del
espacio’, es decir, a la reducción de dinámicas urbanas complejas en
‘espacios codificados’ definidos por algoritmos predefinidos42. Las
funcionalidades SIG para el análisis espacial pueden ser muy útiles
como soporte de ejercicios de investigación o de toma de decisiones.
Sin embargo, categorizaciones de zonas críticas de criminalidad
a partir de datos sin contexto a menudo ocultan las enormes
diferencias alrededor de un mismo fenómeno delictivo en distintos

37
Keith Hayward, “Five Spaces of Cultural Criminology,” British Journal of
Criminology 52, no. 3 (2012): 441-462.
38
Elaine Campbell, “Transgression, Affect and Performance: Choreographing a
Politics of Urban Space,” British Journal of Criminology 53, no. 1 (01/01, 2013):
18-40, http://bjc.oxfordjournals.org/content/53/1/18.abstract.
39
Sangmoon Kim, Randy L. LaGrange and Cecil L. Willis, “Place and Crime
Integrating Sociology of Place and Environmental Criminology,” Urban Affairs
Review 49, no. 1 (2013): 141-155.
40
Joanna Shapland, “Situational Prevention: Social Values and Social Viewpoints,”
in Ethical and Social Perspectives on Situational Crime Prevention, eds. Andrew
Von Hirsch, David Garland and Alison Wakefield (Oxford and Portland, Oregon:
Hart, 2000), 113-123.
41
Ronald V. Clarke, “Situational Crime Prevention, Criminology and Social Values,”
in Ethical and Social Perspectives on Situational Crime Prevention, eds. Andrew
Von Hirsch, David Garland and Alison Wakefield (Oxford and Portland, Oregon:
Hart, 2000), 97-112.
42
Nigel Thrift and Shaun French, “The Automatic Production of Space,” Transactions
of the Institute of British Geographers 27, no. 3 (2002): 309-335.; Stephen DN
Graham, “Software-Sorted Geographies,” Progress in Human Geography 29, no.
5 (2005): 562-580.
290 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

lugares, entre otras cosas, la estructura de clases, los imaginarios


sobre el estado, las tensiones sociales y las redes comunitarias
formales e informales. Podríamos llamar este problema como el de
representación-omisión. Pero estas clasificaciones también pueden
tener un efecto contraproducente de manera activa, que podríamos
llamar representación-etiquetado. Los estilos de visualización pueden
emplearse para lograr mapas sustancialmente distintos aún sin
manipular la base de datos sobre la que están construidos, dado que “el
aspecto visual del mapa es extremadamente sensible a las decisiones
tomadas en su construcción” 43. Por ejemplo, en mapas coropletos
(temáticos en los que las áreas reciben un color según un atributo que
se encuentra en un rango definido) o de símbolos proporcionales (en
los que se usa el tamaño de puntos o símbolos para mostrar el nivel
de un atributo dado), el sistema de clasificación (intervalos iguales,
quintiles, quiebres naturales), el número de clases y el simbolismo
(por ejemplo, la textura, el sombreado, la transparencia) son todas
variables que pueden ser manipuladas consciente o inconscientemente
para resaltar o disimular la existencia e intensidad de los fenómenos
representados.
Aurora Wallace44 ha mostrado cómo la iconografía y las técnicas
de visualización usadas en mapeo del delito con frecuencia refuerzan
los prejuicios sobre criminalidad y la ‘estética del peligro y el miedo’.
Independientemente de si esto se hace a propósito, en los mapas
delaborados por observatorios o planes locales de seguridad en
Colombia rara vez hay una explicación sobre las especificaciones
técnicas con que han sido elaborados. Estas preocupaciones se
multiplican cuando se trata de aplicaciones de acceso e interacción
web sobre mapeo del delito. Michael Goodchild, uno de los principales
estudiosos de la ‘Ciencia SIG’ o GIScience afirma que “nos acercamos
rápidamente a un momento en que el ciudadano promedio es a
la vez consumidor y productor de información geográfica, por lo
menos en el lado empoderado de la brecha digital”45. La declaración
triunfal de Goodchild ignora sin embargo el consumo a-crítico de los

43
O’Sullivan and Unwin, Geographic Information Analysis
44
Aurora Wallace, “Mapping City Crime and the New Aesthetic of Danger,” Journal
of Visual Culture 8, no. 1 (2009): 5-24.
45
Michael F. Goodchild, “Twenty Years of Progress: GIScience in 2010,” Journal
of Spatial Information Science, no. 1 (2010): 3-20.:14
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 291

mapas, la incorporación de prejucios por parte de quienes producen


información, o la enorme brecha digital que excluye a las poblaciones
marginadas y que no tienen las mismas posibilidades de manifestar
sus problemas de seguridad o sus factores de miedo.

4.3. Silencios metodológicos

Varios criminólogos ambientales reconocen las limitaciones


técnicas del análisis exploratorio de datos espaciales –comunes a
cualquier ejercicio de geografía humana- como el problema de la
unidad de área modificable, la falacia ecológica o el problema de
números pequeños, así como la posible visualización engañosa
dependiendo de la categorización o la unidad geográfica de agregación
de datos46. A raíz de tales inquietudes, esta escuela de pensamiento ha
propuesto técnicas y tecnológicas para hacer frente a las limitaciones
conocidas y mejorar los modelos de datos espaciales, especialmente
cuando se emplean técnicas inferenciales. Sin embargo, más allá del
perfeccionamiento de las técnicas de análisis, cualquier modelo de
análisis espacial depende de la calidad y cantidad de datos disponibles.
Como se mencionó anteriormente, los delitos registrados por la
policía son sólo una fracción de los delitos denunciados, que son a
su vez una fracción del total de delitos; la mayoría nunca se reporta
ni es descubierta por las autoridades47. Sandra Walklate ha mostrado
que las variaciones en la cifra negra de delitos no denunciados se
producen en función del tipo de delito y la situación socio-económica
de la víctima48. Por ejemplo, el robo de vehículos y robos domésticos
son altamente reportados debido a los requisitos de compañías de

46
Ver: Anselin and others, Spatial Analyses of Crime, 213-262.; Jerry H. Ratcliffe,
“Damned if You Don’T, Damned if You do: Crime Mapping and its Implications
in the Real World,” Policing and Society 12, no. 3 (2002): 211-225.; Jerry Ratcliffe,
“Crime Mapping: Spatial and Temporal Challenges,” in Handbook of Quantitative
Criminology, eds. Alex R. Piquero and David Weisburd (New York: Springer,
2010a), 5-24.
47
Mike Maguire, “Criminal Statistics and the Construction of Crime.” in The
Oxford Handbook of Criminology /, eds. Rodney Morgan, Robert Reiner and Mike
Maguire, Fifth edition. ed. (Oxford: Oxford University Press, 2012), 206-244.; Tim
Hope, “What do Crime Statistics Tell Us?” in Criminology, ed. Chris Hale and
others , Third Edition ed. (Oxford: Oxford University Press, 2013), 43-64.
48
Sandra L. Walklate, Victimology: The Victim and the Criminal Justice Process
(Abingdon: Routledge, 2013).
292 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

seguros, mientras que lesiones comunes menores y hurto a personas


tienen un subregistro significativo. Otros delitos son susceptibles
de ser subregistrados debido a la falta de confianza en la policía –
aquellos donde intervienen autoridades del estado, por ejemplo- o
por los sentimientos de dolor o vergüenza que sufren las víctimas,
como es el caso de delitos sexuales. La encuesta de victimización de
Colombia 2012 estima que en promedio el 72.5% de los delitos no son
reportados en Bogotá, aunque esta cifra fluctúa entre las diferentes
categorías de delitos49.
Además de las limitaciones en la recopilación de datos, una parte
de la información se pierde en el proceso de geocodificación de delitos
en mapas digitales. En este sentido, Jerry Ratcliffe, uno de los autores
más destacados en mapeo del delito aconseja que
para generar un mapa estadísticamente fiable el 85% de los
puntos en una tabla de delitos debe ser geocodificada […] Al usar
esta medida, sabemos que una tasa de éxito en la geocodificación del
85% es aceptable más del 95% del tiempo para una serie de áreas.
[...] Cuanto más baja sea la tasa de éxito, mayor es la probabilidad de
error en los patrones espaciales, y ciertamente existe la posibilidad
de subestimar la magnitud de cualquier problema.50
Ratcliffe continúa argumentando que los departamentos de policía
en EE.UU. normalmente logran una tasa de geocodificación superior
al 85%, lo que garantiza la fiabilidad de los mapas de delitos. Sin
embargo, hay serios problemas con tales hipótesis, al menos para la
transposición al caso colombiano. Aunque ningún estudio ha sido
publicado en relación con la cifra exacta, las tasas de geocodificación
en Colombia son posiblemente más bajas debido a la calidad deficiente
de mapas digitales y de la información geocodificada, especialmente
en áreas rurales donde los localizadores geográficos no son claros.
Y aunque tales tasas podrían estar por encima del 85% sobr ele total
de delitos reportados en las ciudades, sin duda la proporción será
mucho menor frente al total de delitos cometidos, que es la cifra real

49
DANE, Encuesta De Convivencia Y Seguridad Ciudadana. Boletín Bogotá (Bogotá:
Departamento Administrativo de Estadísticas, República de Colombia,[2013])
(accessed 17/02/2014).
50
Jerry H. Ratcliffe, “Geocoding Crime and a First Estimate of a Minimum
Acceptable Hit Rate,” International Journal of Geographical Information Science
18, no. 1 (2004): 61-72.: 69 (Las itálicas son propias)
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 293

de interés. Incluso para delitos con una tasa casi completa de registro,
como el homicidio, la información espacial es a veces contradictoria,
debido a diferentes estándares utilizados por las entidades para
determinar la ubicación del evento. A pesar de que en América Latina
hay esfuerzos de armonización de datos a través de observatorios
y centros de análisis, especialmente a nivel local, los métodos de
registro aún varían significativamente dependiendo de las fuentes de
información, sean éstas medicina legal, entidades de investigación
judicial, o departamentos de policía51.
Aún en el caso en que los delitos pudieran ser geocodificados
efectivamente, la heterogeneidad espacial de la denuncia de delitos
crea nuevos problemas, especialmente para detectar patrones
espaciales. Una de las técnicas más utilizadas para el análisis de los
patrones espaciales de la delincuencia son los Indicadores Locales
de Análisis Espacial52 (LISA, por sus siglas en inglés). Los LISA
se utilizan para evaluar la heterogeneidad u homogeneidad de los
datos integrando en el análisis la autocorrelación espacial global, lo
que la hace una técnica poderosa y confiable. Si bien este método es
útil con información de poblaciones totales altamente desagregada,
como datos del censo, su aplicación con datos de delitos reportados
es problemática. Con la excepción de datos de homicidio, los niveles
de denuncia de delitos varían espacialmente, invalidando la premisa
de aleatoriedad espacial de la muestra. Por ejemplo, las tasas de
denuncia varían según la condición socioeconómica: mientras que
los estratos socioeconómicos más altos en Bogotá (5 y 6) reportaron
entre el 40% y el 50% de los delitos en 2003, los más bajos (1 y
2) reportaron menos del 25%53. Además, la denuncia de delitos
varía mucho dentro de Bogotá, reflejando la marcada segregación
socio-económica. Las localidades del nororiente –como Chapinero,
Usaquén, Santa Fe y Candelaria- alcanzaron tasas de denuncia por

51
Rodrigo Guerrero Velasco and others, “Sistema De Indicadores Comparables
De Convivencia Y Seguridad Ciudadana: Un Consenso De Países.” Revista
Panamericana De Salud Pública 31, no. 3 (2012).
52
Anselin and others, Spatial Analyses of Crime, 213-262.; Jerry Ratcliffe, “Crime
Mapping: Spatial and Temporal Challenges,” in Handbook of Quantitative
CriminologySpringer, 2010b), 5-24.
53
DANE, Encuesta De Victimización 2003. Anexos Bogotá (Bogotá: Departamento
Administrativo de Estadística. República de Colombia,[2003]) (accessed
17/02/2014).
294 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

encima del 40% en 2013, mientras que en localidades del occidente y


el sur –como Bosa, Kennedy, Mártires y Ciudad Bolívar- estas tasas
oscilaron entre el 14% y 30%54. Estas diferencias plantean problemas
para las pruebas de hipótesis usadas para detectar patrones espaciales.
Si los datos que faltan son producto de un subregistro sistemático
en otros lugares, se podría presentar un error Tipo II, es decir, de
inobservancia de otros puntos calientes ocultos en las cifras. Por otra
parte, si el subregistro es sistemático en algunas áreas calientes ya
identificadas, otras áreas podrían ser espurias dado que la hipótesis
nula (autocorrelación espacial global) sería mayor que la registrada
(error tipo I). Esto mismo aplicaría para mapas de densidad, dado
que la distinción entre zonas rojas y verdes son relativas, dependen
del conjunto de datos registrados. De esta manera, las ‘zonas críticas’
y los puntos calientes del delito no son tan exactos como suelen ser
presentados en los mapas del delito.

5. IMPLICACIONES DE LA
FOCALIZACIÓN TERRITORIAL

Los problemas no sólo residen en la producción e interpretación


de los mapas del delito, sino en su propia aplicación o finalidad, que
usualmente conllevan acciones focalizadas de vigilancia y control.
Una primera preocupación radica en la eficacia de la actuación policial
sobre puntos calientes debido al fenómeno de ‘desplazamiento’ o
‘deflexión’ del delito, explorado desde hace años por Robert Barr y
Ken Pease55. En reacción a esa crítica, los partidarios de la policía
focalizada argumentan que la la actuación policial concentrada
los puntos calientes provee beneficios que se difunden hacia zonas
circundantes, hecho que compensa o incluso neutraliza el efecto de
desplazamiento y más bien refuerza la confianza de la comunidad

54
CCB, Encuesta De Percepción Y Victimización. Bogotá Y Las Localidades.
Semestre I, 2013 (Bogotá: Cámara de Comercio de Bogotá,[2013]) (accessed
17/02/2014).
55
Robert Barr and Ken Pease, “Crime Placement, Displacement, and Deflection,”
Crime and Justice (1990): 277-318.; Robert Barr and Ken Pease, “A Place for
Every Crime and Every Crime in its Place: An Alternative Perspective on
Crime Displacement,” in Crime, Policing and Place: Essays in Environmental
Criminology, eds. David J. Evans, Nicholas R. Fyfe and David J. Herbert (London:
Routledge, 1992), 196-216.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 295

en la policía56. Los detractores en todo caso insisten en que estas


técnicas focalizadas terminan luchando contra el desorden más que
incidiendo sobre la delincuencia, y los efectos positivos de la mayor
presencia policial en puntos críticos se disipan rápidamente debido a
la adaptación de delincuentes comunes o redes organizadas57.
Sin embargo, más allá del debate sobre difusión/disipación de
beneficios, los problemas se extienden a consideraciones éticas tales
como la discriminación racial y las estrategias coercitivas bajo el
disfraz de policía preventiva. Varias investigaciones internacionales
han revelado que la mayor concentración de presencia policial y el
patrullaje focalizado, conllevan actividades de requisa y detenciones
preventivas temporales que suelen estar cargadas de prejuicios sobre
actitudes y apariencias sospechosas. Un estudio de Dejusticia a partir
de una encuesta de policía y desigualdad en Bogotá, Medellín y Cali
revela el trato diferencial de la policía especialmente sesgado en
contra de afrodescendientes, indígenas, jóvenes con vestimenta de
subculturas urbanas y en general jóvenes en zonas de estratos socio-
económicos bajos58. Estos grupos parecen no sólo ser requisados más
que proporcionalmente en la vía pública sino también manifiestan
recibir un peor trato por parte de policías –especialmente las mujeres,
que reciben más agresiones físicas-, cuestiones que inciden en la
denuncia de delitos y en la interposición de acciones judiciales.
La definición de las llamadas áreas críticas de inseguridad refuerza
la estigmatización de sus residentes, quienes debido al volumen
de delitos alí cometidos soportan ya una carga desproporcionada
de victimización. Los análisis de los puntos calientes del delito
y las áreas críticas acentúan la idea de la delincuencia como un
fenómeno espacial característico de ciertos entornos, especialmente
de los barrios populares. Derivado de esta estigmatización, otra

56
David Weisburd and others, “The Possible “backfire” Effects of Hot Spots Policing:
An Experimental Assessment of Impacts on Legitimacy, Fear and Collective
Efficacy,” Journal of Experimental Criminology 7, no. 4 (2011): 297-320.; Braga
and Weisburd, The Effects of Focused Deterrence Strategies on Crime A Systematic
Review and Meta-Analysis of the Empirical Evidence, 323-358.
57
Dennis Rosenbaum, “Police Innovation Post 1980: Assessing Effectiveness and
Equity Concerns in the Information Technology Era,” Institute for the Prevention
of Crime Review 1 (2007): 11-44.
58
Miguel La Rota and Carolina Bernal, Seguridad, Policía Y Desigualdad: Encuesta
Ciudadana En Bogotá, Cali Y Medellín., ed. Dejusticia (Bogotá: Dejusticia, 2014).
296 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

consecuencia de más largo alcance y más irreversible es el refuerzo de


una “visión fortificada de la sociedad”, anclada en la falta de confianza
interpersonal y el miedo a los extraños, especialmente a quienes lucen
‘diferente’, a la ‘otredad’59. La charla cotidiana sobre la delincuencia
o los posts en redes sociales están a menudo acompañados de
culpar a los pobres por el aumento de la delincuencia, atribuido
casi inequívocamente a problemas de los otros, como el desempleo,
el consumo de drogas y las altas tasas de maternidad juvenil entre
las clases bajas. En Bogotá, estos prejucios son alimentados por el
enorme desconocimiento mutuo entre personas que habitan en barrios
populares y personas adineradas, producto en parte de la marcada
segregación espacial y la estratificación urbana60. La respuesta habitual
de quienes pueden pagarla es, como lo ha expuesto Teresa Caldeira,
a través de “muros de segregación” físicos y económicos, tales como
seguridad privada, espacios semi-privados como centros comerciales
y clubes, o encerramientos residenciales61. Todo lo anterior sucede,
no obstante se haya documentado ampliamente que muchos tipos de
crímenes violentos son perpetrados por victimarios que ya conocían a
sus víctimas62, y otra buena parte estimulados por redes organizadas
más bien poderosas y que incluyen en sus altos rangos a personas
con recursos económicos y poder político63, quienes vivien ‘intra-
muros’. Frente a esta situación, las barreras de segregación parecen
más bien un “nostrum para nuestros males sociales que se ocupa de

59
Mike Davis, “Fortress Los Angeles: The Militarization of Urban Space,” in
Variations on a Theme Park: The New American City and the End of Public Space,
ed. Michael Sorkin (New York: Hill and Wang, 1992), 154-180.; Peggotty Graham
and John Clarke, “Dangerous Places: Crime and the City,” in The Problem of
Crime, eds. John Muncie and Eugene McLaughlin, Second Edition ed. (London:
Sage, 2001), 152-190.; Loïc Wacquant, “Ghettos and Anti-Ghettos: An Anatomy
of the New Urban Poverty,” Thesis Eleven 94, no. 1 (2008): 113-118.
60
Armando Silva, Imaginarios Urbanos, 5th edition ed. (Bogota: Tercer Mundo
Editores, 2006).
61
Teresa P. R. Caldeira, City of Walls: Crime, Segregation, and Citizenship in São
Paulo (Berkely and Los Angeles, California: University of California Press, 2000).
62
Jock Young, “Crime and Social Exclusion,” in The Oxford Handbook of
Criminology, eds. Mike Maguire, Rodney Morgan and Robert Reiner, Third
Edition ed. (Oxford: Oxford University Press, 2002), 457-490.; David J. Evans,
“Left Realism and the Spatial Study of Crime,” in Crime, Policing and Place:
Essays in Environmental Criminology, eds. David J. Evans, Nicholas R. Fyfe and
David J. Herbert (London and New York: Routledge, 1992), 35-59.
63
Ariel Ávila and Bernardo Pérez, Mercado De Criminalidad En Bogotá (Bogotá:
Corporación Nuevo Arco Iris, 2011).
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 297

los síntomas en lugar de las enfermedades” 64, y que por el contrario


profundizan las barreras sociales.

6. REFLEXIONES FINALES Y NUEVAS POSIBILIDADES

Los supuestos y preceptos del mapeo convencional del delito no


existen por casualidad: son el resultado acumulado de la interacción
entre las teorías criminológicas, las políticas de seguridad y la
práctica policial. En este capítulo se han ilustrado algunos de
los sesgos teóricos y limitaciones metodológicas del mapeo del
delito, así como las implicaciones problemáticas de las políticas
focalizadas territorialmente. Sin embargo, lejos de ser confrontados
por investigadores y tomadores de decisión, estos interrogantes han
sido vastamente ignorados. Y son ignorados, entre otros motivos, por
conveniencia. Resulta funcional al modelo de gerencialismo público
minimalista concentrar esfuerzos y gastos de seguridad en unas zonas
para lograr el máximo efecto neutralizador de actos delictivos en el
corto plazo. Resulta funcional al modelo populista de gobierno usar
el imaginario popular de la delincuencia como un problema que está
“allá afuera”, pero que que es observado y se encuentra bajo control, de
manera que se apacigue la percepción de inseguridad que en últimas
es lo que importa para ganar elecciones. Resulta funcional a las élites
políticas y económicas señalar con el dedo hacia fuera los problemas
de inseguridad y acentuar la problemática de los delitos de calle, no
otros que pueden generar más daño social pero son cometidos en
salones de reuniones, en clubes sociales o en la comodidad de las
casas. Resulta funcional, en últimas, para las grandes compañías
de tecnologías de vigilancia y seguridad privada, hacer ganancias
millonarias vendiendo ‘protección’ a quienes pueden pagar por ella.
En su pretensión científica, la criminología que se enseña en
las universidades y la que se practica en centros de investigación
–en Colombia, bajo los alias de análisis económico del delito o
sociología del derecho penal debido a la ausencia de escuelas de
criminología propiamente dichas- privilegia datos y métodos sobre

64
John Kleinig, “The Burdens of Situational Crime Prevention: An Ethical
Commentary,” in Ethical and Social Perspectives on Situational Crime Prevention,
eds. Andrew Von Hirsch, David Garland and Alison Wakefield (Oxford and
Portland, Oregon: Hart, 2000), 37-58.: 40
298 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

las posturas epistemológicas y teorías de sociedad que los sustentan.


Y con los recursos ofrecidos por el Estado para que la investigación
nutra políticas basadas en evidencia y evalúe los beneficios de los
programas públicos, el mapeo del delito y la focalización territorial
sólo parecen consolidarse progresivamente. Hace falta preguntarse si
lo que buscamos en últimas es prevenir la delincuencia y la violencia,
o la comisión de actos delictivos. Si el objetivo es el primero, habría
que preguntarse hasta qué punto son útiles el mapeo del delito y las
políticas de control focalizado de la policía. Quizás para ese primer
propósito sean más relevantes las investigaciones que se adentran
en entender el mundo de la delincuencia, la manera como las redes
criminales articulan distintos eslabones y se asocian con la economía
legal, la forma como el consumismo genera presiones para acumular
y gastar –así eso implique licencias morales-, o la manera en que la
identidad se construye a partir de la violencia sobre los demás en una
cultura patriarcal y militarista.
La empresa de la criminología cultural frente a la geografía del
delito no sólo pasa por exponer sus limitaciones y advertir sobre
sus implicaciones. Este capítulo es apenas un primer paso en esa
dirección. La tarea pendiente consiste en ofrecer ejemplos concretos
de cómo la geografía humana puede combinarse con la criminología
cultural para orecer nuevos tipos de representaciones espaciales que
integren otros aspectos de análisis como las relaciones de poder o las
redes que conectan lo criminal con lo legal, que permitan visibilizar
aspectos difusos como valores culturales, y que den cuenta de
fenómenos usualmente ocultos en estas prácticas –como los cometidos
por el Estado o las grandes corporaciones.
Una Mirada Crítica al Mepeo del Delito y la Focalización Territorial... 299

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CRIMINOLOGÍA EN LA POLICÍA
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Ervyn Norza Céspedes
Capitán de la Policía Nacional de Colombia.
Doctorando en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
Magíster en Criminología y Victimología.
Magister en Psicología Jurídica.
Jefe de Investigación Criminológica del Observatorio del Delito
de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol
ervyn.norza@correo.policia.gov.co

Reflexionando en las consecuencias de la criminalidad al interior


de una sociedad en la misma línea de la Oficina de las Naciones
Unidas contra la Droga y el Delito1 (2010), cuando propone que las
características y consecuencias del crimen, sumado a la percepción
de los ciudadanos sobre su seguridad, tienen repercusiones en la
calidad de vida de la población; este capítulo pretende exponer
los acercamientos de la Policía Nacional de Colombia (PNC) en el
desarrollo de acciones contra el crimen a través de una propuesta
novedosa al interior de la Policía, enfocada al diseño e implementación
de intervenciones en el delito con la interacción del método científico
y actividad de policía, denominada por sus siglas en ingles Evidence-
Based Policing – “E.B.P.”2 (Actividad de Policía Basada en la
Evidencia3). Se inicia contextualizando al lector con la discusión
en torno a la pertinencia de EBP y las dificultades en su adopción
por las policías del mundo, para luego señalar algunos ejemplos en
Colombia de cómo la Policía Nacional (PN) ha evolucionado con
la creación de equipos especializados en EBP y la ejecución de
estrategias soportadas en evidencia empírica, para terminar con
algunas conclusiones y recomendaciones en el análisis sobre la
criminología aplicada y EBP en la Policía

1
UNODC.
2
En adelante se entenderá como E.B.P.
3
Traducción realizada por el autor de este capítulo.
310 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

1. ¿POR QUÉ EBP?

En palabras de Jim Bueermann (2012) ex-jefe de policía en


California, investigador del centro de política criminal basada en
la evidencia de la universidad George Mason y presidente de Police
Foundation: Advancing Policing Through Innovation & Science; “las
ciudades actuales se enfrentan a desafíos, entre ellos; un contexto
de recursos escasos junto a un aumento del crimen, por lo que, las
instituciones policiales deben cambiar el enfoque con el que hasta
hoy han llevado la lucha contra el crimen y llegar al modelo de
Policía Basada en la Evidencia” (p. 12). Para Bueermann, EBP ofrece
una “solución práctica a la necesidad de equilibrar la seguridad, las
necesidades de servicio a la comunidad, los fondos disponibles y
las expectativas de los ciudadanos. Se mezcla la ciencia de la lucha
contra la delincuencia y el desorden, con los principios de la policía
comunitaria y la resolución de problemas” (p. 14).
Por otro lado, Lawrence Sherman (2013) director del instituto de
Criminología de la Universidad de Cambridge, también del Centro
para la Criminología Experimental Jerry Lee y el Programa Ejecutivo
de Policía de Cambridge; define EBP como la utilización de los
mejores resultados de investigación o evidencia empírica disponible
para el diseño, evaluación e implementación del trabajo de la policía.
Sherman afirma que EBP “refiere a la identificación de cuáles son
las prácticas y estrategias más rentables y eficientes para mejorar el
cumplimiento de las funciones policiales” (P, 377).
En suma, para diseñar e implementar estrategias contra el crimen,
es fundamental ampliar la forma de ver al delito. Es decir; como lo
afirma la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
(2010), el delito ya no es visto como un problema aislado, y los
autores de políticas, los investigadores y los proveedores de servicios
actualmente consideran el delito como algo relacionado con otras
condiciones sociales y económicas. En tal sentido, al hablar de cómo
optimizar la actividad de policía o el servicio de policía alrededor
del aumento de los estándares de seguridad y convivencia pacífica;
se requiere inicialmente conocer las dinámicas en la ocurrencia de
la totalidad de delitos en un territorio y tener diferentes formas de
aproximarse en el diagnóstico del crimen; desde la práctica más
común realizada por las instituciones policiales consistente en el
Introducción 311

registro de las denuncias, pasando por las encuestas de victimización,


análisis de condenados recluidos en centros penitenciarios y registros
de autoreporte (Dammert, Salazar, Montt y González, 2010), hasta
llegar a otras metodologías más avanzadas y en el mejor de los casos,
la aplicación de la criminología experimental.
Así las cosas, el conocimiento del delito es el primer paso y
necesidad para la elaboración de estrategias (policing) fundamentadas
en la evidencia con orientación a la intervención del crimen (UNODC,
2010; Sherman, 2012) y al entender el carácter multidimensional de la
seguridad (Organización de Estados Americanos, 2003; Toro, 2009) es
necesario comprender el crimen utilizando otro tipo de informacion
y metodologias a las habitualmente utilizadas para enfrentar las
variaciones del delito, desarrollando iniciativas fundamentadas en
evidencia empirica obtenida a traves de herramientas cientificas
(Ratcliffe & Breen, 2011; Sherman, 2012).
En consecuencia, al referirse a “policing”, se puede entender en
terminos de Sutcliffe & Court (2006) y Sherman, (2012), como un
enfoque que orienta la politica o para nuestro caso, las estrategias o
intervenciones de policía, a traves de la utilizacion de investigaciones
empiricas, dando una orientacion racional, rigurosa y sistematica,
distando de la subjetividad o utilización de supuestos con respecto a
qué es lo más efectivo. Caracteristica evidenciada en la ultima decada
al interior de la PNC en la creación y fortalecimiento de think tank
criminológicos denominados “Observatorios del Delito”4, en donde
se implementan metodologías cientificas para la comprensión de los
fenomenos criminosos y el diseño de acciones efectivas en su control,
disuasion y prevención.
En este orden de ideas, para ampliar el contexto de “policing”
o EBP en Colombia, se invita al lector a reflexionar antes sobre el
principal cuestionamiento efectuado en la respuesta más común de
los organismos de seguridad a nivel mundial frente al fenómeno
de criminalidad; es decir, el desarrollo de acciones o procesos con
dificultad en el diagnóstico holístico del crimen.
Unas de las críticas más reiterativas a nivel global en el diseño de
estrategias contra el delito, es que son acciones: a) fundamentadas

4
En un apartado más adelante se explicará con mayor detalle.
312 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

en concepciones abstractas carentes de soporte científico, b)


fundamentadas en la necesidad apremiante de satisfacer a los
grupos de presión, c) que utilizan información de criminalidad con
dificultades en la calidad del dato o inconsistentes, d) emergidas con
objetivos encasillados en el “Populismo punitivo”5, e) carentes de
análisis en las diferentes causas del delito y f) sin fundamentos en
evidencia empírica. Por tanto, al escudriñar en las críticas efectuadas
al diseño de estrategias frente al crimen, se identifica la necesidad de
elaborarlas basadas en la evidencia empirica - EBP y priorizar en el
fortalecimiento del servicio de policia como el principal actor para la
seguridad y convivencia de un país (Sherman, 2012; UNODC, 2010).
En concordancia, los lineamientos estratégicos y la operacionalización
del servicio de policía en un país, son un componente fundamental para
desarrollar políticas contra el delito. Por tanto se hace énfasis en este
escrito en reconocer el papel que la Policía de Colombia ha realizado
en el país a través de su actividad de policía; es decir, la atención
desde la policía de las necesidades de a) seguridad, b) convivencia, c)
fortalecimiento del tejido social, d) confianza en las instituciones, e)
vinculación de la comunidad con su seguridad - vicisitudes sociales y
f) asociatividad o trabajo interagencial, entre otras demandas efectuadas
por las comunidades en torno a la seguridad y atendidas por la Policía,
quienes encuentran una primera respuesta en la policía y por tanto, es
necesaria la inclusión de análisis científicos que orienten la forma de
actuar de la institución y responder de la manera más acertada a las
necesidades de la comunidad y a la lucha contra el crimen.
En esta línea, David Weisburd & Peter Neyroud (2011) luego de
una revisión de la inclusión de EBP en las policías del mundo, han
encontrado poca receptividad en la aplicación de la ciencia social6
en las labores de policía, existiendo mínima preocupación en el
diseño e implementación de estrategias de policía a través de estudios
científicos o utilización de evidencia empírica, dejando esta labor al
consenso de la experiencia de los actores o diseñadores, dilucidando

5
Según Roberts, et, al. (2003), es la búsqueda de medidas penales, en respuesta
a una necesidad popular de reducir el delito, reducir el crimen o promover la
justicia, con el objetivo de tener ganancias en adhesiones sociales o favorabilidad
y aceptación, sin considerar su efectividad.
6
Para nuestro caso hablaremos de criminología entendida como una ciencia
multidisciplinaria encargada de estudiar el comportamiento criminoso.
Introducción 313

posibles errores de pertinencia, eficacia y eficiencia de la actividad


policial. Según Weisburd & Neyroud, aunque las policías se interesan
constantemente por las nuevas tecnologías al interior del trabajo
policial, no es común encontrar evaluaciones científicas de cómo
aquellas tecnologías afectan a la policía, y cómo hacen a la policía
más eficaz en el cumplimiento de sus objetivos.
La discusión enmarcada en la “utilidad o no de EBP”, se puede
resumir en la propuesta de Sherman (2013), quien en los resultados
de sus investigaciones ha encontrado que enfocar el servicio de
policía al interior de E.B.P., redunda en la aprehensión y utilización
de la ciencia como principal herramienta frente a la delincuencia; por
tanto, el diseño, seguimiento y optimización de la actividad policial
desde la ciencia, arroja avances hacia comunidades más seguras,
teniendo como principales cómplices a los tomadores de decisiones,
a quienes se les presenta la evidencia empírica y son quienes articulan
la implementación hacia resultados efectivos7.
A manera de resumen de lo expuesto en el cuestionamiento ¿por
qué EBP?, se puede llegar a una conclusión general:
“Es conveniente que las estrategias y acciones contra el crimen se
deban diseñar inicialmente desde la policía con un sustento científico;
es decir, basadas en evidencia empírica, dejando de lado concepciones
subjetivas fundamentadas en actividades históricamente desarrolladas
de forma repetida por considerarlas exitosas en algún momento para
la reducción y control del delito (Nussio y Norza, 2014)8.

2. LA POLICÍA NACIONAL DE COLOMBIA Y EBP

En la evolución de 123 años de historia de la Policía Nacional de


Colombia, se observa en los últimos años la incursión en la línea EBP

7
Proceso evidente en el desarrollo de los observatorios del delito de la Policía de
Colombia, explicado más adelante.
8
La georeferenciación del delito o “hotspots”, fueron y son acciones que permitieron
o permiten priorizar en los sitios críticos del delito, señalando a la policía un
aumento de patrullajes o presencia en esas zonas (Sherman 2013). Así mismo, el
modelo de policía comunitaria o policía de proximidad fue diseñado para afianzar la
relación entre ciudadanía y policía, enfocando las acciones a la solución (de la mano
con la comunidad) de las causas generadoras de conflictividad. Estas estrategias y
otras, por señalar algunas, fueron y son tomadas por diferentes policías del mundo;
pero el papel de la policía es asumir E.B.P. en su actividad policial.
314 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

con algunas iniciativas dirigidas a diferentes objetivos en prevención,


disuasión y reacción del delito; en consonancia, se enfocará este
apartado en la explicación de dos de esas experiencias traducidas en
el Modelo Nacional de Vigilancia por Cuadrantes y el Observatorio
del Delito, como una forma de evidenciar al lector la praxis policial
a través del uso de EBP.

2.1. Modelo Nacional de Vigilancia Comunitaria por


Cuadrantes – MNVCC

Desde el año 2009 la PNC inició el diseño e implementación de


una nueva forma de redireccionar el servicio de policía en Colombia;
para ello, designó un grupo de sus funcionarios policiales, quienes
fueron los encargados de analizar los diferentes modelos de policía
en algunos países del mundo, evaluando el nivel de impacto con la
seguridad y la comunidad9. La premisa para transformar el modelo
del servicio de policía estuvo enmarcada por el cumplimiento de las
responsabilidades de la Policía Nacional de Colombia orientadas a
la seguridad y convivencia ciudadana, fortaleciendo los cuerpos de
policía como representantes del Estado y garantes de las leyes en un
país (Policía Nacional de Colombia, 2010 a).
Tener como prioridad a la Policía líder de procesos para la seguridad,
garantiza mejores resultados; pues aunque otras instituciones en una
nación puedan tomar acciones encaminadas a mejorar la seguridad y
convivencia, como desplegar campañas de sensibilización ciudadana,
mediar en la resolución de conflictos, atender población vulnerable,
generar control social informal y otras medidas; sí no son lideradas
o acompañadas por la policía tienden a fracasar o arrojar resultados
plausibles efímeros, que pueden observarse como paliativos a un
problema amplio y latente en la comunidad10.

9
Siguiendo los planteamientos de EBP, identificando los mejores resultados
empíricos para contextualizarlos y replicarlos en Colombia.
10
El crimen si no es enfrentado de forma permanente con una institución legitima
y que represente la regulación de los comportamientos criminosos o conductas
desviadas a la norma, no se obtiene control, prevención y disminución de los delitos
o conflictos de una ciudad.
Introducción 315

En consecuencia, el Modelo Nacional de Vigilancia Comunitaria


por Cuadrantes (MNVCC11), fundamenta su creación en la
referenciación de la PNC de las mejores prácticas de policía de otras
latitudes, pretendiendo reformar la tradicional manera de efectuar
el servicio de policía; es decir, combinar la vigilancia cotidiana de
las calles, con la cercanía y desarrollo de la policía de proximidad o
“policía comunitaria”, definiendo límites territoriales más pequeños
para el policía (Socha, 2013; Policía Nacional de Colombia, 2010 b).
El MNVCC adoptado e implementado por la Policía Nacional,
determinó como característica principal la división geográfica de
una ciudad por cuadrantes y el desarrollo de acciones particulares en
cada uno de ellos a través de la asignación de policías líderes de los
procesos de seguridad; es decir, la asignación más efectiva de recursos
humanos y logísticos, de acuerdo al diagnóstico y complejidad de los
cuadrantes en una ciudad (Ramírez, 2015; Fundación Ideas para la
Paz, 2012; Policía Nacional de Colombia, 2010 b).
Partiendo de la constante sugerida por algunos criminólogos - para
abordar el crimen en un contexto local se requiere la identificación
de problemáticas propias y diferenciación espacial de las mismas
(suele existir una correlación entre espacios geográficos o territorios
y delito) -, el diseño del MNVCC se orientó hacia la delimitación
de microterritorios para la policía, vinculando en esa delimitación
características de la criminología ambiental, geoprevención y
prevención situacional del delito.
Esta asignación de territorios pequeños con prioridades de
intervención y atención del delito, efectuando un diagnóstico
territorial previo y análisis espacial del delito o conflictividad, es un
procedimiento implementado en diferentes países y retomado por
la Policía Nacional, en el cual se tiene en cuenta el espacio como
determinante para el diseño de estrategias frente a la criminalidad;
razón por la cual, las acciones contra el delito deben ser distintas en
cada sector (cuadrante), es decir cada cuadrante posee características
y fenómenos distintos desencadenantes y predisponentes para el
comportamiento delictual.

11
Llamado en sus inicios como Plan Nacional de Vigilancia Comunitaria por
Cuadrantes (PNVCC).
316 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

En palabras de la Policía Nacional de Colombia (2010b), el MNVCC


“busca optimizar los recursos humanos y logísticos, implementar
tecnología de avanzada, delimitar responsabilidades, elaborar planes y
proyectos en todos los niveles, orientados a la prevención, y empoderar
al profesional de policía en el cumplimiento efectivo del servicio,
alineados con la política nacional de seguridad” (p. 10).
En consonancia, este cambio en el servicio de policía resultado del
esfuerzo por hacer uso de EBP en la policía de Colombia, transformó
su enfoque con mayor atención a las necesidades de la comunidad,
caracterizándose por ser una estrategia que fue pensada y elaborada
para implementarse de acuerdo a cada contexto, barrio, sector,
municipio, departamento y región de Colombia, teniendo como fin
primordial el aumento de la confianza por parte de la comunidad
hacia la Policía y disminución del miedo al crimen o precepción de
inseguridad, propendiendo por el impulso en las comunidades en la
corresponsabilidad con su seguridad y dilemas de convivencia (Policía
Nacional de Colombia, 2010 b).

2.2. Policía comunitaria Vs Modelo de Vigilancia


Comunitaria: la experiencia internacional

Al observar algunos programas pilotos de policía comunitaria


que se han aplicado en Costa Rica, Rio de Janeiro y Sao Paulo, se
puede afirmar que el modelo de policía de orientación comunitaria
o de proximidad (llamada así por algunos países como España), es
un modelo reciente en la policía latinoamericana, el cual surgió con
fundamento en los deficientes resultados del modelo tradicional
“profesional” desarrollado hacia los años cincuenta. A mediados de
esa época, este modelo apareció y se extendió en Estados Unidos,
Canadá y Europa llegando a Latinoamérica en los años noventa,
acompañándose de algunas reformas policiales (Chinchilla, 1999).
De manera que para contextualizar al lector en la evolución
del modelo y la referenciación internacional realizada por la PNC,
se realiza a continuación algunas reflexiones de la experiencia
internacional desde la óptica de académicos y la evidencia empírica,
iniciando por las motivaciones que impulsaron la necesidad de acercar
la policía con la comunidad.
Introducción 317

Según Fruhling (1998), la estrategia responde a tres factores:


primero, a la notoria insatisfacción con el servicio policial recibido y
desconfianza hacia la policía. En segundo lugar, las investigaciones
experimentales realizadas durante los años setenta que sugerían
dudosos resultados del patrullaje y la investigación criminal de
los delitos, como estrategias capaces de reducir sustancialmente
la criminalidad. Por último, se evidenciaba desmoralización de los
policías a cargo de realizar patrullaje de manera preventiva, ya que
a pesar de la importancia de su tarea, era considerada una labor sin
importancia.
De acuerdo con lo anterior, Chinchilla (1999) sugiere determinar
las principales características por las cuales se decidió implementar
este modelo policial; es decir, la policía de proximidad o policía
comunitaria, ha tenido en cuenta componentes como la sensación
de (in)seguridad, la calidad de vida de la población y la cohesión,
solidaridad social, ocupándose también del control de la criminalidad
y del orden público con el fin de identificar problemas en la comunidad
y posibles soluciones. Del mismo modo, el modelo comunitario de la
policía tiene por objetivo contribuir al mejoramiento de la sensación
de inseguridad en la población, incrementar el nivel de satisfacción de
la comunidad con respecto a la intervención policial y la optimización
del control social sobre la actuación policial.
Así el modelo de policía de proximidad enmarcado en la vigilancia
comunitaria por cuadrantes para el caso colombiano, se caracteriza por
una ampliación del modelo policial tradicional abarcando la resolución
de los problemas de la comunidad12 teniendo el concepto de bienestar
de la población y la asunción de una nueva actitud institucional que
exige un viraje en el comportamiento policial, centrando sus esfuerzos
en la resolución temprana de los problemas que puedan generar un
conflicto social. Según Chinchilla (1999) con este modelo también se
da lugar al diseño de estrategias a nivel local, así, la unidad geográfica
es el espacio objeto de análisis del problema de la inseguridad y desde
ella se planifican las estrategias para enfrentarlo. De esta manera con
la implementación de la vigilancia comunitaria se busca promover la
generación de mecanismos de cooperación con las autoridades y la
comunidad en general, convirtiéndose la policía en un ente dinámico

12
POP (Problem-Oriented Policing) propuesto por Goldstein (1979).
318 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

quienes procuran prevenir la comisión de delitos, generando cambios


a nivel organizacional, operativo y de recursos humanos.
Conviene puntualizar en el análisis de la experiencia internacional
que el modelo de policía de proximidad o vigilancia comunitaria, se
centra en: a) el diseño y ejecución de experiencias piloto conjuntas
(policía-comunidad) en algunas zonas o barrios seleccionados, probando
el modelo en su primera fase de implementación para conseguir efectos
demostrativos, b) obtener información relevante de estudios en las
zonas en donde se ejecutan las experiencias, analizando datos sobre
criminalidad y sentimiento de inseguridad, c) establecer alianzas con las
autoridades políticas locales (municipio, alcaldía, entre otras), d) diseñar
esquemas de patrullaje y de programas preventivos, tales como visitas a
diversas instituciones con el fin de determinar su grado de seguridad, e)
hacer intervención selectiva en materia delictiva, f) hacer una evaluación
periódicamente teniendo en cuenta los objetivos previstos y g) ampliar
la divulgación y publicidad a los resultados del proceso para efectos
demostrativos y mejoramiento de la sensación de (in)seguridad y la
ampliación de las estrategias a otras zonas (Chinchilla, 1999).
En cuanto a los factores esenciales para la implementación del
modelo de vigilancia comunitaria, es necesario incluir algunos que
garanticen el éxito del binomio policía – ciudadano en la reducción del
delito y fortalecimiento de la seguridad. En primera instancia la atención
preventiva en áreas territoriales pequeñas; así mismo, el establecimiento
de una relación cercana con la comunidad, realizando permanentemente
consultas mutuas, con el fin de adquirir la capacidad para controlar y
orientar el comportamiento de la policía (Sherman, 1995). Un tercer
factor, es el esfuerzo policial por motivar a la comunidad hacia una
estrategia preventiva y el último o cuarto, obedece a la iniciativa para
fomentar en los policías el estudio de las condiciones y circunstancias que
llevan a la comisión de delitos o infracciones que afectan la seguridad,
paz y convivencia entre las personas (Fruhling, 1998); en otras palabras
criminología aplicada por los policías.
El perímetro de acción policial corresponde a un vecindario
específico y un grupo de policías que se establecen allí de manera
permanente y lo recorren a pie con el objetivo de ganar un adecuado
conocimiento de los vecinos, la situación de seguridad existente y los
riesgos que enfrentan los habitantes del sector (Frühling, 2003;Kelling
y George, 1988). Dentro de este modelo las estrategias se desarrollan
Introducción 319

con constantes consultas entre la policía y los habitantes del barrio.


Cumpliendo así funciones como: informar a la policía respecto de los
intereses y necesidades locales desde el punto de vista de la comunidad.
Establecer un canal de educación entre policía y comunidad en cuanto
a las conductas preventivas que debe seguir. Permitir a la ciudadanía
manifestar quejas directamente a la policía para que esta entregue una
evaluación inmediata y directa del público (Bayley, 1994).
Como se observa hasta aquí, siguiendo a Frühling (2009) el modelo
de policía comunitaria a nivel mundial se ha visto acompañado del
esfuerzo por movilizar a las vecindades y comunidad, lo que ha
traído consigo la creación de grupos de vecinos que se apropian de
la prevención de delitos en su barrio (neighborhood watches). Dichos
grupos surgen con apoyo de la policía local, así en países como
Inglaterra desde 1982 y en 1990, estos grupos se han ido incrementando
con financiamiento del Ministerio del Interior británico (Home Office,
1993). En su momento y actualmente están definidos en Colombia
como frentes de seguridad local y corresponden a una organización
entre vecinos para el apoyo mutuo en el cuidado y protección, bajo
el liderazgo y coordinación de la Policía Nacional.
Por otro lado, el modelo de policía comunitaria implementado en
diferentes países ha sido objeto de evaluaciones arrojando resultados
plausibles en el mantenimiento del orden, la resolución de conflictos
y la provisión de servicios coordinados desde la policía; sin embargo,
aunque su aplicación en América Latina refleje grandes ventajas,
también tiene algunas dificultades (Sadd & Grime, 1995).
Las ventajas están relacionadas con la contribución a crear
relaciones de confianza entre la policía y el público, proporcionando
mayor información desde la ciudadanía hacia la policía y orientando la
actividad policial a mejorar sus relaciones con la comunidad. Así mismo,
al evidenciarse el accionar policial en territorios reducidos se generan
nichos de confianza y disminución del temor o sensación de inseguridad.
En cuanto a las dificultades del modelo evidentes en América
Latina, se destacan inconvenientes para su adaptación en algunos
países. Por citar un caso, en Estados Unidos (EEUU) existen fuerzas
policiales carentes de personal y en algunos casos con capacitación
deficiente en el componente comunitario; lo cual sugiere en palabras
de la comunidad criminológica, la adaptación de este modelo con una
capacitación adecuada de policías en la labor comunitaria, autonomía
e iniciativa. También se requiere realizar una adecuada planificación
de los recursos humanos y físicos disponibles; además de formar a
320 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

los policías para enfrentar dificultades en vecindarios en los cuales


hay carencia de valores y sentimientos de comunidad o tejido social,
facilitando la presencia de la criminalidad y otras manifestaciones
de violencia (Botelho y Souza, 1993).
De acuerdo con lo anterior y siguiendo con las prioridades de la
policía comunitaria, publicaciones como las de Kelling y Wilson (1982)
y Kelling (1999) propusieron que las transgresiones de la ley tenían
importancia, ya que contribuían al deterioro de los vecindarios y los
hacían más vulnerables a la delincuencia. Así, si no se controlaban las
faltas menores era probable que se produjera un aumento importante
de los delitos más graves. Propusieron que la policía debía contribuir
a mantener el orden en la comunidad, prestando debida atención a
situaciones de embriaguez, bandas juveniles, con el fin de reducir
el temor de los habitantes y propiciar su colaboración con la policía
(Frühling, 2003; Kelling, 1988).
A manera de conclusión en estas reflexiones de la experiencia
internacional, se puede afirmar que una vez implementado el
servicio de policía o seguridad al Estado desde diferentes modelos y
estrategias retomadas en la población mundial y especificadamente
en Latinoamérica, se identifica en el modelo de policía comunitaria
o de proximidad su adopción en diferentes países, cambiando el
servicio de policía cotidianamente efectuado en cada Estado. Por lo
tanto, para su implementación en algunos países al igual como ha
pasado en Colombia, ha obligado a redefinir el modelo tradicional de
policía enfocándolo hacia la cercanía con la comunidad, atención de
sus necesidades con incidencia en la seguridad y liderazgo de acciones
con otras instituciones para mejorar la convivencia y el tejido social.

2.3. ¿Cómo se implementó y qué se encontró en el


MNVCC?

Una vez señalado en los apartes anteriores del capítulo algunas


características del modelo y las motivaciones que guiaron el interés de
la PNC en este nuevo enfoque, se presenta a continuación el proceso
de implementación en Colombia, el cual inició con una prueba piloto
en Bogotá en el año 2009, impulsando su adopción paulatinamente
en todas las ciudades del país desde el año 2010.
Introducción 321

En esta primera fase de implementación, la PNC seleccionó como


contexto territorial a Bogotá por ser la ciudad con mayor población
(concentra el 18%) y confluencia de la mayoría de conflictividades
vivenciadas por otras ciudades del país (registraba en el 2009 el mayor
porcentaje de homicidios13 del país al compararla con otras ciudades).
En esta fase piloto, se comenzó por la delimitación de territorios
en el interior de las localidades, UPZ (Unidades de Planeación Zonal),
CAI (Centros de Atención Inmediata) y barrios, culminando con la
detección de zonas crimipetas14, logrando evidenciar sectores con
mayores concentraciones o constelaciones delictuales como aquellos
puntos rojos o hotspots15 que requirieron un diagnóstico criminológico
inicial para determinar la aplicación de los cuadrantes preventivos,
disuasivos y reactivos de la policía asignada al cuadrante.
Para avanzar en la selección de los territorios en donde se
empezaría la prueba piloto de cuadrantes, como primera medida se
pensó en identificar focos de criminalidad de la capital, retomando los
resultados de un análisis realizado en el año 2007 a través del Centro de
Investigaciones Criminológicas de la Policía Metropolitana de Bogotá y
el Observatorio de Convivencia y Seguridad ciudadana de la Secretaria
de Gobierno de Bogotá, en el cual se identificaron los sectores que por
sus características se convertían en “los lugares trampa” para el delito,
considerados históricamente más inseguros en la ciudad. El análisis logró
delimitar 31 lugares trampa y posteriormente en un trabajo conjunto con
la Universidad Nacional se denominaron “Zonas de Atención Integral
de Seguridad y Convivencia ZAISC” (ver mapa).
En palabras de la Secretaria de Gobierno de Bogotá a través
del Fondo de Vigilancia y Seguridad (2010), ZAICS se entendió
como un “territorio donde tanto sus características urbanísticas
(funcionalidad, accesibilidad, movilidad, morfología), sus condiciones
socio-económicas y ambientales concretas y su actividad social
(ocupación del espacio público, actividades predominantes, relaciones
interpersonales, usos del espacio, percepciones sobre el sector),

13
Para el 2009 la participación de Bogotá en el índice nacional de homicidios,
correspondía al 9% del total de este delito en todo el territorio colombiano (la
participación porcentual más alta de todas las ciudades).
14
San Juan (2000; 2013), planteó como espacios crimipetos, las características
estructurales de un lugar que facilitan la ocurrencia de un delito, en ellas están
inmersas las características culturales, demográficas, sociales y urbanísticas, entre
otras.
15
Término anglosajón utilizado por Sherman (1990) para definir las zonas críticas
o puntos críticos de mayor concentración de un delito.
322 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

expresan una serie de parámetros de vida, dentro de los cuales la


actividad delictiva constituye uno de los mecanismos como estos
se objetivan”; connotación que convirtió estas zonas en objetivos
del direccionamiento de políticas distritales para el desarrollo, la
seguridad y convivencia en el 2007, 2008 y 2009.

Mapa 1. Zonas de Atención Integral de


Seguridad y Convivencia ZAISC
Fuente: Observatorio del Delito de la
Policía Metropolitana de Bogotá.

La mirada en los 31 sectores ZAICS para identificar los posibles


lugares piloto objeto de implementación del MNVCC, radicó en la
oportunidad de incluir un modelo de policía como estrategia en el
mejoramiento de las condiciones locales de los microterritorios más
críticos en Bogotá para la época, que además habían sido objeto de
intervenciones integrales interinstitucionales como las impulsadas por
la Cámara de Comercio y muchas de las dependencias y subsecretarias
de la Alcaldía Mayor de Bogotá, desde donde se habían designado
responsabilidades producto de un diagnóstico multidimensional de
los ZAICS, desencadenando la creación de un grupo de coordinación
y seguimiento denominado “Gestores locales de seguridad - G10”.
Observar la ausencia de resultados significativos en seguridad y
convivencia en los ZAICS producto de las intervenciones coordinadas por
el G10, evidenciaba la dificultad en el desarrollo de un conglomerado de
acciones desarticuladas desde cada institución a las mismas poblaciones,
Introducción 323

generando saturación de los usuarios o personas que eran beneficiarias de


diferentes programas con objetivos similares, pero carecían de articulación
entre instituciones e indicadores de efectividad. Situación que contrastaba
con el objetivo actual del MNVCC, definido por la PNC en el tomo 2.1
de sus lineamientos generales de política institucional; así:
“El objetivo general del MNVCC es contribuir al mejoramiento de la
calidad de vida de la comunidad a través de la solución de las problemáticas
de convivencia y seguridad ciudadana que la afectan, estableciendo
relaciones efectivas de coordinación con otras entidades y la ciudadanía
(Dirección de Seguridad ciudadana Policía Nacional, 2012, p 14)”.
Frente al anterior problema señalado, el Observatorio del Delito de
la Policía Metropolitana de Bogotá decidió realizar a finales del año
2009 e inicios del año 2010 un nuevo análisis de la dinámica criminal,
enfocándose en los delitos de impacto de la capital, ubicándolos
espacialmente en un mapa que permitiera detectar las áreas críticas
que concentraran un alto porcentaje de los conflictos en la ciudad (ver
mapa 2). Producto de ello, se esclarecieron 40 jurisdicciones de Bogotá
enmarcados sobre 40 CAI, las cuales generaban más del 60% de los
delitos de impacto e incidentes en convivencia, obteniendo coincidencias
en algunos de ellos con los ZAICS, pero actualizando el diagnóstico
criminológico con nuevas variables en datos de criminalidad.
324 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Mapa 2. Analisis espacial del homicidio en


Bogotá años 2008, 2009 y 2010
Fuente: Observatorio del Delito (2010)

Como parte del diseño y cambio de modelo de vigilancia de la policía,


la definición de los sectores pilotos para la implementación del MNVCC
era un componente neurálgico y difícil de identificar. Sin embargo ante
la multiplicidad de cuadrantes o zonas diagnosticadas, se escogieron
inicialmente tres lugares de la ciudad que por sus características
criminológicas y contravencionales, podrían ser aquellas que requerían
urgente el plan piloto de vigilancia por cuadrantes y serian objeto de
intervención integral con la nueva estrategia. De esta manera, fueron
elegidos tres CAI ubicados en tres zonas distintas de la ciudad.
El CAI del Lucero en la localidad de Ciudad Bolívar y La Gaitana
en Suba se seleccionaron luego de una ponderación que arrojó la
mayor participación porcentual en la criminalidad de Bogotá y
un tercer CAI elegido por representar un número considerable de
comportamientos contravencionales y acciones particulares que por el
contexto del lugar tenia repercusiones en la percepción de seguridad
ciudadana, fue el Virrey en la localidad de Chapinero (ver mapa 3 y 4).
Introducción 325

Mapa 3. Polígonos de los Cuadrantes pilotos en la


ciudad de Bogotá (Gaitana, Lucero y Virrey)
Fuente: Observatorio del Delito (2010)

Mapa 4. Cuadrantes pilotos en la ciudad de


Bogotá (Gaitana, Lucero y Virrey)
Fuente: Observatorio del Delito (2010)

Una vez definidos los cuadrantes piloto, la Policía Metropolitana de


Bogotá con el apoyo de la Dirección se Seguridad Ciudadana de la Policía
Nacional y la Fundación Ideas para la Paz (FIP), retomó el resultado de
la referenciación efectuada por la PNC con los modelos en otros países
de policía comunitaria y específicamente del plan de vigilancia policial
por cuadrantes desplegado en los carabineros de Chile, para diseñar la
estrategia de intervención del crimen en esta ciudad.
Se nombraron a tres señores oficiales de la PNC en el grado de
capitán como coordinadores de cada cuadrante, quienes fueron
capacitados acompañados de un equipo de trabajo conformado por
cuarenta policiales, articulando sus actividades con los procesos
liderados por las subsecretarías de la Alcaldía Mayor de Bogotá y
alcaldías locales. El tiempo de evaluación definido fue de dos meses
326 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

iniciales y al llegar al primer semestre del 2010 se hizo una mesa


técnica de evaluación que terminó en la decisión de implementar la
estrategia en toda la ciudad con algunas recomendaciones, iniciando
con 768 cuadrantes en Bogotá (ver mapa 5), evaluando paulatinamente
los resultados para ajustar las falencias o dificultades.

Mapa 5. Implementación inicial de 768


cuadrantes en Bogotá en el año 2010.
Fuente: Observatorio del Delito (2010)

Finalmente resultado de esta implementación en la ciudad capital,


para el año 2012 la Policía Metropolitana de Bogotá realizó en
compañía de la FIP una segunda evaluación del impacto del modelo
que arrojó como principal sugerencia la división de los cuadrantes
en territorios más pequeños que permitieran al policía atender con
mayor efectividad las problemáticas de las localidades. El observatorio
del Delito de nuevo efectuó un diagnóstico criminológico de cada
cuadrante y determinó la conformación de 1.033 microterritorios para
el ajuste del MNVCC en la ciudad de Bogotá (ver mapa 6), los cuales
tuvieron nuevas restructuraciones en años posteriores y para el año
2015 existen 1.051 cuadrantes en Bogotá (ver mapa 7).

Mapa 6. Ajuste del MNVCC a 1032


cuadrantes en Bogotá en el año 2012.
Fuente: Observatorio del Delito (2012)
Introducción 327

Mapa 7. Cuadrantes del MNVCC en Bogotá - año 2015


Fuente: Observatorio del Delito (2015)

La implementación durante el año 2010 estuvo acompañada de la


asesoría de un grupo de expertos de la FIP, quienes realizaban mesas
técnicas de trabajo junto con los profesionales del Observatorio del
328 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Delito de la Policía Metropolitana de Bogotá, en las cuales evaluaban


la evolución e impacto del modelo, presentando al Comandante de la
Policía Metropolitana de Bogotá las sugerencias para ajustar.
Para esta etapa del MNVCC que contempló su diseño y
ejecución, se utilizaron los resultados de la revisión de experiencias
internacionales16, logrando definir el proceso de vigilancia
comunitaria por cuadrantes que usaría la PNC para su ejecución en
todas las ciudades del país. Se dispuso entonces a finales del año 2010
el cambio del servicio de policía en toda Colombia hacia la vigilancia
comunitaria por cuadrantes de manera progresiva, iniciando por las
ciudades capitales más grandes, hasta adoptar el modelo en todo el
país; para ello, la PNC conceptualizó el MNVCC la siguiente manera:
“Servicio de policía optimizado a través de la delimitación
territorial, asignación de responsabilidades y distribución eficiente de
los recursos, con el fin de contrarrestar causas y factores generadores
de delitos y contravenciones, contribuyendo al mantenimiento de
la convivencia y seguridad ciudadana” (Dirección de Seguridad
ciudadana Policía Nacional, 2010b, p 14).
“El MNVCC es la metodología de trabajo del servicio de policía
orientada a la identificación y solución de las problemáticas y
manifestaciones de violencia y criminalidad que atentan contra la
convivencia y seguridad ciudadana en el contexto urbano y rural
(Dirección de Seguridad ciudadana Policía Nacional, 2012, p 14)”.
Así mismo, el objetivo que soportó la propuesta de la PNC para
restructurar la manera tradicional de enfrentar el crimen a través del
nuevo servicio de policía, se sustentó bajo la siguiente tesis:
“…La dinámica cambiante de los fenómenos generadores de
inseguridad, violencia y criminalidad, así como las crecientes
demandas ciudadanas en términos de seguridad y convivencia han
planteado para la Policía Nacional el desafío de repensar estrategias
y definir modelos de servicio orientados a renovar la estructura y
funcionamiento institucional para responder con mayor efectividad a
los riesgos y amenazas provenientes de una delincuencia organizada
más sofisticada y la emergencia de expresiones de conflictividad social
presentes en el territorio... (Dirección de Seguridad ciudadana Policía
Nacional, 2010b, p 52)”

16
En otras palabras actividad de policía basada en la evidencia empírica: EBP.
Introducción 329

Por tal razón, además de la cercanía con el ciudadano, la


articulación con la alcaldía Distrital de Bogotá y alcaldías locales
se convirtió en la columna vertebral de la efectividad de la
estrategia, observando la necesidad de generar una evaluación de
la implementación del modelo durante cada año y observancia de la
corresponsabilidad y complementariedad de la Policía y autoridades
locales no solo en Bogotá, sino también en las ciudades donde se inició
su implementación progresiva (Policía Nacional de Colombia, 2012).
En el año 2012 la FIP entrega un informe a la PNC en el cual evaluó
la implementación del MNVCC en ocho ciudades de Colombia17,
señalando el impacto, logros y dificultades en cada una de ellas. El
trabajo de este organismo asesor surgió por la necesidad de la PNC
en conocer de una institución externa e independiente el avance y las
necesidades de ajuste del modelo (Fundación Ideas para la Paz, 2012;
Policía Nacional de Colombia, 2012). Resultado de la evaluación del
MNVCC, se puede destacar del informe lo siguiente:
El MNVCC exige en la policía y las instituciones encargadas de la
seguridad en las ciudades, el establecimiento de una sinergia institucional
y profesional guiada al entendimiento de los factores que inciden en
la (in)seguridad, propendiendo por la optimización en el diseño e
implementación de estrategias y acciones dirigidas a la prevención y
control del delito. Así mismo la asignación eficiente de los recursos
(logísticos y humanos) sustentados en el diagnostico criminológico y la
focalización de las acciones en cuadrantes permite optimizar el servicio
de policía, la seguridad y la percepción de inseguridad en una comunidad.
El MNVCC logra reducir las tasas de criminalidad, con mayor
proporción en el homicidio y el hurto. Estos resultados se pueden
asociar al diagnóstico criminológico y la planeación desarrollada
por los policías del cuadrante en la identificación de los factores
que deben atenderse en la seguridad y convivencia del sector; en
otras palabras, la capacidad de anticipación es una característica
fundamental en el MNVCC en contraste con el modelo tradicional
anterior fundamentado en la reacción al crimen.
El modelo cambió la forma de trabajar del funcionario policial
incorporando un servicio de policía renovado con prácticas gerenciales
y el uso de evidencia empírica para su diseño18, implementación y

17
Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cúcuta, Bucaramanga, Pereira y Cartagena.
18
Modelo POP utilizado por diferentes policías del mundo y adaptado al contexto colombiano
a través de las características exitosas en la evaluación de la policía de otros países.
330 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

evaluación; brindando resultados en el mejoramiento de los territorios


a nivel de seguridad y convivencia.
Para la fecha del informe emitido por la FIP, existen dos
limitaciones principales en el modelo; en un primer componente,
la falta de coordinación interagencial; es decir, entre las entidades
o autoridades locales. Y en un segundo plano, la dificultad en
redireccionar el esquema mental de los policías para pensar en el
nuevo modelo, desarrollando habilidades y competencias para el
trabajo sistemático que concierne el análisis de las problemáticas y
el diseño de las estrategias para enfrentarlas a nivel cuadrante.
Para concluir este apartado del capítulo aquí presentado centrado
en el análisis de la experiencia en la implementación del MNVCC
como una práctica de EBP utilizada por la PNC, se puede hablar del
avance más significativo en EBP de la Policía colombiana, en el cual,
luego de una revisión de resultados de diferentes modelos de policía
en el mundo (Evidencia Empírica), se diseñó el “Modelo” para el
país, iniciando por un plan piloto en Bogotá, para posteriormente ir
implementando y ajustando a nivel nacional.
En este “Modelo” se esclarece el ejercicio de la criminología aplicada;
por un lado interactúan componentes de la criminología ambiental
a través de la identificación de áreas crimipetas (hotspots o puntos
críticos del crimen) y por otro se encuentran contribuciones de diferentes
disciplinas en el diagnóstico multidimensional del crimen, además de
procesos de vinculación de la comunidad con su seguridad, vinculación
interagencial o corresponsabilidad de las instituciones, focalización a
través de la asignación de responsabilidades en las acciones policiales
(prevención, disuasión, reacción), delimitación de territorios de atención
por números de policías, seguimiento y evaluación del “Modelo”
(componentes del POP propuesto por Goldstein).
Sin embargo, el éxito de la estrategia no solo depende de la Policía
Nacional, sino de la vinculación interagencial de otros organismos o
instituciones del Estado que pueden y deben desplegar una serie de
actuaciones orientadas desde la lectura realizada en el diagnostico
criminológico sobre el cuadrante19.

19
Aplicar principios de la criminología para obtener el diagnóstico del crimen.
Introducción 331

2.4. La experiencia del Observatorio del delito como


Think Tanks Criminológico en Colombia20

El Observatorio del Delito de Colombia es un grupo institucional


puente entre la comunidad académica y la administración pública
en el campo de la criminalidad; se acerca más al tipo de tanque del
modelo británico al ser un staff reducido que recurre a colaboradores y
elabora de manera constante informes sobre el fenómeno21 facilitando
de esta manera, la selección y ejecución de planes que complementen
las labores de la Policía Nacional para el ejercicio de los derechos y
libertades públicas que aseguren la convivencia pacífica.
Es un grupo adscrito a la Dirección de Investigación Criminal e
INTERPOL de la Policía Nacional de Colombia que ha venido trabajado
de la mano con la academia, organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales en el desarrollo de investigaciones que tienen como
finalidad facilitar a los responsables o tomadores de decisiones para
este caso de la Política Criminal, nuevas fuentes de apoyo para la
acertada realización de sus tareas. Igualmente entre sus incursiones
novedosas en otros campos ha sido su preocupación por generar redes
de carácter regional, como es el caso de los encuentros internacionales
de Centros de estudio y Observatorios del Delito, los cuales a través de
redes conjuntas permiten, optimizar recursos y compartir experiencias
que ayudan a mejorar realidades comunes.
En cuanto a la evolución de esta experiencia en Colombia en la
implementación de tanques de pensamiento criminológicos al interior
de la Policía Nacional como estrategia en la lucha contra el crimen,
se puede mencionar que se inició hace 57 años sin pensar en la
investigación científica, sino en acciones mediáticas operativas enfocadas
exclusivamente al ejercicio de la investigación criminal, vinculando
únicamente a los organismos encargados de la persecución judicial
y penal de las conductas criminosas, quienes destinaron a lo largo de

20
Para la explicación del Think Tank criminológico aquí descrita, se incluye un
aparte del artículo publicado por Norza y Torres (2013) en la revista Archivos
de Criminología, Criminalistica y Seguridad Privada, Año 5, Vol. X enero-julio
2013, en la cual fue publicado de manera más amplia el texto y se ha solicitado
autorización a su grupo editorial para incluirlo en este escrito.
21
El modelo norteamericano se caracteriza por un staff numeroso con investigadores
estables que abracan todos los temas de pertinencia para la institución.
332 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

los años, cada vez más personal en todo el territorio nacional para el
desarrollo de las diferentes investigaciones judiciales y coordinaciones
entre organismos de la rama judicial, a través de los diferentes actores
entendidos como fiscales, jueces y funcionarios de policía judicial;
conformando de tal manera un equipo o aparato judicial responsable de
la investigación, captura y condena de los victimarios en el país.
Sin embargo, al reflexionar sobre el deber ser de la reacción formal
del Estado hacia el crimen, fue claro encontrar la necesidad de generar
estrategias multidimensionales frente al delito, comprendidas desde
la prevención, disuasión, control y tratamiento del crimen; es decir, la
operacionalización concreta de la criminología como ciencia fundamental
en la política pública encauzada al crimen en un Estado y que se
convertiría en el principal objetivo del Observatorio del Delito (Norza,
Ruiz, Rodriguez, y Useche, 2011). En este entendido la Policía Nacional
de Colombia como institución de más de 120 años, creó en el año 1955 el
Departamento de Información y Estadística Criminal, como un organismo
subordinado a la Rama Judicial e inicia la consolidación sistemática de
los datos correspondientes a los delitos y contravenciones ocurridos en el
país, designando a un equipo de profesionales estadísticos, matemáticos,
psicólogos y funcionarios de policía quienes efectuaban las coordinaciones
con cada departamento geográfico, para finalmente suministrar al país
los registros de los delitos ocurridos cada año en el territorio nacional.
Posteriormente en 1958 se editó y se lanzó por primera vez la
Revista Criminalidad como el resultado de la estandarización de cifras
delincuenciales en Colombia, brindando al país los indicadores y datos
orientadores de las estrategias y acciones encaminadas al delito. En tal
sentido, se dio origen a las primeras aproximaciones criminológicas
referentes al conocimiento de la realidad criminal vivenciada por los
colombianos, permitiendo una aproximación a la dinámica delictual de las
regiones, traducida en el insumo para los primeros mandatarios locales y
la primera autoridad del país, en la línea base para la creación de políticas
públicas que atendieran el nivel de conflictividad esclarecido año tras año.
Por consiguiente, la Policía Nacional fue la primera institución en Colombia
que inicia con la adopción de la criminología como ciencia fundamental en
la planeación de las actuaciones encaminadas a la seguridad y convivencia.
Durante las décadas siguientes fortalece un equipo multidisciplinario
encargado de la consolidación y análisis estadísticos de las noticias
criminales acaecidas durante cada año, surgiendo en 1974 la oficina
Introducción 333

estudios sociales y desde 1958 a 1972 los procesos de recolección


y tratamiento de los datos estadísticos eran precarios y se hacían
manualmente, no se contaba con herramientas tecnológicas;
únicamente se utilizaban radiogramas y estafetas para reportar las
cifras estadísticas desde los departamentos hasta la central de la DIJIN.
Luego en 1977 el centro de investigaciones criminológicas se conforma
con más sociólogos, psicólogos, abogados y trabajadores sociales, y
para 1992 se incursiona con la recolección de la información a través
de equipos de cómputo y utilización de archivos planos estadísticos,
(pues hasta ese momento la recolección de las denuncias o noticias
criminales se realizaba de forma arcaica diligenciando para la
tabulación estadística el formato denominado RC – 1) (Ver gráfico 1).

Grafico 1. Formato para la tabulación estadística criminal RC – 1.


Fuente: Observatorio del Delito de la Dirección de
Investigación criminal e INTERPOL Colombia.

Ya en el año 2000 con el apoyo del Banco Interamericano de


desarrollo (BID), se comienza un proyecto de creación de mega-
bodega de datos estadísticos criminales y un software que lograra
realizar migración y cálculos de datos a nivel nacional de manera
ágil y oportuna según las necesidades de cada comandante de policía
encargado de la seguridad en su departamento o municipio.
334 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

En el año 2003 se crea el Sistema de Información Estadística


Delincuencial y Contravencional (SIEDCO) como resultado del trabajo
de la Dirección de Investigación Criminal INTERPOL (DIJIN) con el
apoyo del BID y se logra cimentar la bodega de datos criminales más
grande del país, nutrida minuto a minuto por el registro de noticias
criminales que los funcionarios de policía recepcionan en cada municipio
o parte del territorio nacional en el ejercicio de su misionalidad.
Durante el año 2007 luego de 49 años de consolidación y
análisis estadístico del comportamiento delictual, la Dirección de
Investigación criminal decide crear el Observatorio del delito
como una herramienta en la Política Criminal del país, con la
implementación de una unidad conformada por un gran equipo
multidisciplinario de investigación y análisis criminológico, que
asesorara y orientara en el diseño, implementación y evaluación de la
política criminal, a través de la aplicación de metodologías científicas,
utilización de herramientas de análisis, creación y optimización de
bases de datos criminológicas, que permitiera al estado contar con
sustentos científicos en la comprensión del delito y la creación o
evaluación de la política criminal; es decir un tanque de pensamiento
criminológico (Norza y Aparicio, 2010).
En el 2008 el observatorio del Delito lanza el volumen 50 de la
Revista Criminalidad, en el cual se resume todos los avances de
la evolución durante los 50 años de su creación y posicionamiento
como la publicación científica con mayor rigurosidad y cientificidad
en la investigación criminológica de Colombia. En este mismo
año se logra su indexación en diferentes bases de datos científicas
y para el año 2010 ya se encontraba la revista en cuatro bases de
datos internacionales correspondientes a LATINDEX, DIALNET,
PUBLIDEX y CLASE.
Así mismo, como resultado del impulso en la investigación criminológica
en la DIJIN, el Observatorio del Delito crea el grupo de investigación
científica criminológica reconocido y adscrito a COLCIENCIAS22 con
el GrupLAC COL 0117778 y este proceso de investigación científica
da un vuelco a la implementación de la investigación criminológica al
interior de la Policía Nacional, innovando con personal capacitado a nivel
de posgrado en el estudio de los fenómenos criminológicos; así como

22
Instituto Colombiano para el avance de la ciencia y la tecnología.
Introducción 335

también la aplicación de la reingeniería de software que permiten el cruce


de variables de información y análisis espacial del delito; la aplicación
de técnicas orientadas al análisis de las condiciones multicausales de la
criminalidad, generando conocimiento en el por qué, cómo, dónde, qué,
quiénes, cuándo y demás interrogantes sobre las conductas delictuales que
requieren una respuesta al momento de abordar el delito.
Por lo tanto, desde el año 2007 hasta la actualidad el observatorio
como think thank criminológico se ha soportado constantemente en la
aplicación del método científico y realización de alianzas estratégicas
con entidades, grupos u otros organismos, quienes desde su objeto de
trabajo o estudio brindan información sobre factores que inciden y
que son necesarios conocer para el análisis holístico o multifactorial
de delito. Considerándose al Observatorio como una unidad con
alto componente científico, encaminado a producir lineamientos
conceptuales, teóricos y prospectivos para incidir en la construcción
de la política criminal a nivel nacional, regional y local, a través de
la investigación criminológica y la acertada asesoría para la toma de
decisiones, orientadas a consolidar la seguridad ciudadana, desde la
óptica de la corresponsabilidad y el trabajo inter e intrainstitucional
en la lucha contra el crimen (Norza y Aparicio, 2010).
En consecuencia se puede decir que en Colombia la unidad con
mayor capacidad en el conocimiento, análisis, estudio y tratamiento
de los fenómenos delincuenciales es el Observatorio del Delito, pues
además de contar con la bodega más grande de datos criminales
actualizada y nutrida en tiempo real, tiene la revista con mayor
trayectoria histórica, rigurosidad científica y reconocimiento
internacional; cuenta además con un equipo de profesionales
capacitados a la vanguardia y un grupo de investigación criminológica
reconocido en el ámbito científico internacional por sus múltiples
investigaciones en las líneas de “Conflicto y posconflicto, violencia
y sus manifestaciones, seguridad ciudadana y responsabilidad penal
para adolescentes, entre otras”.
Ha sido tan exitosa la trayectoria de la investigación criminológica
en la Dirección de investigación Criminal e INTERPOL a través del
Observatorio del Delito, que en los últimos años ha logrado el deber
ser de la criminología y es convertirse en el insumo del alto gobierno
nacional y los locales, así como también de los organismos de seguridad,
para la asesoría en el diseño de políticas, normas y leyes dirigidas a
336 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

mejorar las condiciones de seguridad y convivencia ciudadana del país,


destacando su articulación con el Consejo Superior de Política Criminal
y el Viceministerio de Política Criminal en Colombia.
Finalmente, desde el año 2012 el Observatorio cuenta 45 unidades
descentralizadas ubicadas en cada departamento del país y principales
capitales, en donde con la asignación y operacionalización de los
observatorios en cada Seccional de Investigación Criminal, orienta
los planes integrales de seguridad y convivencia de las primeras
autoridades territoriales “Alcaldes y Gobernadores”, así como a cada
uno de los comandantes de policía en la planeación de sus estrategias
y acciones de seguridad.

2.5. Metodología criminológica (S.A.R.A) utilizada en


el Observatorio del Delito

El Observatorio del Delito cuenta con una metodología


contextualizada y desarrollada por él, denominada S.A.R.A., la
cual es utilizada para la investigación criminológica de cada uno de
los fenómenos delincuenciales que se desee indagar utilizando un
equipo multidisciplinario, herramientas y tecnología de punta para
la investigación del crimen.
Metodología producto de un estudio minucioso y sistemático
de las herramientas para el análisis utilizadas a nivel internacional
por otras policías u organismos; la cual el Observatorio encontró
definida originalmente como SARA23 o BASE (en el castellano),
siendo la más cercana al objetivo de la unidad, además de ser utilizada
exitosamente inicialmente en policías de Estados Unidos (EEUU)
bajo el planteamiento de la Policía Orientada a los Problemas (POP),
retomada por otros países y actualmente desarrollada en Reino Unido
(Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte) y Australia, siendo
contextualizada y adaptada al fenómeno colombiano para poder
hacerla efectiva en el país por el Observatorio.
Dicha metodología fue expuesta por Goldstein (1996), Clarke y
Eck (2005), en sus aportes al programa de Policía Orientada a los

23
Goldstein, H. “Problem-Oriented Policing: The Rationale, the Concept, and
Reflections on its Implementation”. Universidad de Wisconsin, Madison, 1996.
Introducción 337

Problemas (POP), donde proponen que las políticas deben abocarse


de manera fundamental a cambiar las condiciones que dan lugar a
los problemas repetitivos de la delincuencia, y no simplemente a
responder a los llamados cuando los delitos ocurren.
Es una metodología incluida en el modelo POP implementado en
los últimos años en varias ciudades norteamericanas como Wisconsin,
Los Ángeles, San Diego y Madison, y también en ciudades de
Inglaterra y Gales. En este último país, el modelo es usado dentro
del Brit Problem - Oriented Policing o Brit POP, y también son varios
los departamentos policiales que han adoptado dicha estrategia, tales
como Northumbria en 1991, Thames Valley en 1992, West Yorkshire
en 1994, Merseyside en 1995, en la Policía Metropolitana (The Met)
y en zonas del Este de Inglaterra.
Se basa en las políticas de seguridad pública enfocadas a la solución
de problemas (POP)24, la cual tiene cuatro etapas, conocido como
SARA o BASE: 1) (Scanning) Búsqueda de problemas delictivos,
2) (Analysis) Análisis a profundidad de un problema específico, 3)
(Response) Solución para resolver el problema y 4) (Assessment)
Evaluación de los resultados.
Así las cosas, el Observatorio del Delito retomó dicha metodología
y la implementó a nivel nacional para la investigación criminológica,
estipulando un modelo novedoso que implica un análisis cuidadoso
del problema, la búsqueda de soluciones, la respuesta en la práctica
de una solución y la evaluación del impacto de la intervención.
El modelo SARA es entonces, un proceso en el cual las estrategias
y las prioridades se determinan con una análisis acucioso sobre la
fenomenología delictiva, dirigido a las causas de los problemas, y no
a los síntomas; donde finalmente se vincula a todas las instituciones
para enfrentar la génesis de la criminalidad, en especial la policía con
su apuesta estratégica operativa del PNVCC25.
SARA26, es un cambio en el paradigma del modelo de análisis
criminológico y política criminal, diseñado en EEUU por Eck y Spelman,

24
Problem Oriented Policing, por sus siglas en inglés.
25
Plan Nacional de vigilancia por cuadrantes.
26
Eck, J.E., y W. Spelman. 1987. Problem Solving: Problem-oriented policing in
Newport News. Washington, D.C.: Police Executive Research Forum.
338 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

con el fin de escanear el entorno, definir problemas, analizar las causas y


consecuencias de los problemas, buscando obtener información a nivel
estratégico y táctico. Este método sugiere el abordaje del delito desde
las variables que gravitan e inciden en el comportamiento delictual;
escudriñando y evidenciando las diferentes causas y la multiplicidad
de instituciones necesarias en el comprometimiento de la generación
de política pública o de la política criminal.
La metodología estudia el delito desde varias esferas, escudriñando
sobre los factores de incidencia enmarcados en un “átomo delictual”27,
ello para mostrar la multicausalidad del delito, identificando los
fenómenos que orbitan alrededor del comportamiento criminal y que
tienen incidencia en el mismo.
En consecuencia, el Observatorio del Delito, para la adaptación
e implementación de la metodología SARA, planteó una serie
variables soportadas en teorías criminológicas, así como también de
procedimientos propios de la investigación (observación, entrevistas,
análisis de contenido, análisis de datos estadísticos), que vienen siendo
implementados desde hace algunos años por la PNC.

2.6. EBP y Observatorio del Delito

La experiencia de think tank criminológico de la PNC, permite a la


Policía a través de los Centros de Investigaciones Criminológicas y los
Observatorios del Delito, mantener un área de generación de conocimiento
desde el método científico, alineado con la criminología, desarrollando
análisis e investigaciones criminológicas como insumos en el diseño de
estrategias y acciones contra el crimen con resultados exitosos.
Se esclarece en la experiencia del Observatorio del Delito,
la conformación de equipos de profesionales con formaciones
complementarias28 alrededor del estudio del comportamiento
criminoso, quienes sugieren actividades policiales en prevención,
disuasión, control y reacción del delito en mesas de trabajo al interior
de la Policía e interinstitucionales.

27
Diagrama propuesto para el análisis de variables que intervienen en el delito, donde
interactúa la víctima, el victimario, la cultura, las economías ilícitas, el control
social, la vulnerabilidad, las medidas secutarias y el NBI.
28
Antropólogos, sociólogos, matemáticos, psicólogos, criminólogos, economistas,
administradores policiales, abogados, entre otras.
Introducción 339

Al respecto, en el uso de EBP en la Policía colombiana; se puede


evidenciar en el avance del Think Tank Criminológico “Observatorio
del Delito”, un proyecto que ha apostado al desarrollo de metodologías
científicas en el estudio del delito y las mejores prácticas policiales;
realizando estudios cualitativos, cuantitativos, mixtos y cuasi-
experimentales como reflejo de la utilización de EBP en el diseño,
evaluación e implementación de la actividad policial.
Sin embargo, el delito es multifactorial y tiene variaciones que deben
atenderse con propuestas integrales, vinculantes de diferentes dimensiones
(UNODC, 2010; Alta Consejería Presidencial para la Convivencia y la
Seguridad Ciudadana, 2011) y el siguiente reto a seguir para el Think Tank
Criminológico, es la realización de estudios experimentales o criminología
experimental, lo cual permitirá obtener mayor evidencia empírica en la
efectividad policial frente a la criminalidad en el contexto colombiano y
en sus micro-contextos territoriales.

3. CONCLUSIONES DE LA RELACIÓN ENTRE


PNC Y UTILIZACIÓN DE EBP

Luego de explicar las características del EBP y la incursión de


la PNC a través de dos experiencias con resultados plausibles en
los últimos años; se podría afirmar que existen desafíos principales
en el desarrollo de “policing” o estrategias de policía basadas en la
evidencia empírica, concentradas en el reto de lograr la articulación
y cohesión interagencial y multisectorial en los territorios.
En consonancia, siguiendo a Tocornal (2011), por un lado se
encuentran las responsabilidades de quienes deben “diseñar” y en
una segunda instancia, los actores responsables de “ejecutarlas”. Los
diseñadores tienen el reto de evaluar intervenciones contra el crimen
fundamentadas en resultados de investigación, teniendo presente las
realidades locales para articular la evidencia, la implementación y la
evaluación de la eficacia al interior de las realidades específicas. En
cuanto a los responsables de ejecutar las estrategias, el reto se focaliza en
la capacidad de aprehensión del objetivo y estructura de la estrategia; por
tanto, es necesario que los ejecutores además de comprender la estrategia
y su operacionalización, deben tener la capacidad de elasticidad en
la estrategia a las realidades específicas, sin desorientar el objetivo y
340 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

estructura de la estrategia, logrando con leves ajustes (según el contexto


del escenario intervenido) cumplir con el objetivo “policing”.
Finalmente, la pareja policing (diseñadores y ejecutores) deben
nutrirse de sus experiencias, articulando con metodologías científicas
la revisión de los criterios generales de una estrategia basada en
la evidencia; es decir, a) eficacia, b) eficiencia, c) innovación y d)
asociatividad29. Así como los criterios de viabilidad en la prevención
del delito definidos en a) impacto, b) sustentabilidad, c) gestión, d)
liderazgo y e) empoderamiento e inclusión social (Zúñiga, 2007;
Dammert y Lunecke, 2004; citados por Tocornal, 2011).
Por tanto, en esta revisión de la incursión de la Policía de Colombia
en el uso de EBP (Policing) y las propuestas para su optimización hasta
aquí expuestas (criminología aplicada: MNVCC – Observatorio del
Delito), ayudan a delimitar la esencia del policing y se puede concluir
que la Policía de Colombia se introduce a la premisa planteada por
Bueermann (2012) y Sherman discutidas en el inicio del capítulo.
Retomando a Sherman (1998), EBP es “el uso de todas y las
mejores investigaciones disponibles para implementar guías, evaluar
agencias, unidades y oficiales” (p, 3). Sherman en sus planteamientos
hace una comparación con la medicina, explicando que la misma ha
venido cambiando sus abordajes y tratamientos acorde a lo encontrado
por las investigaciones científicas médicas, connotación necesaria
en los organismos de seguridad. Autores como Kocsis (2006),
ya han mencionado como agencias gubernamentales no innovan
sus metodologías y se mantienen con teorías, métodos, técnicas e
instrumentos desactualizados e insuficientes para un adecuado trabajo
criminológico lo que empobrece y limita los resultados obtenidos.
Al igual, Bueermann (2012) explica que EBP permite el ahorro
económico y un mejor uso de los recursos de las agencias policiacas
de seguridad, por lo que no se responde a los eventos que van
sucediendo “sobre la marcha” sino basados en estudios científicos.
Esto se refuerza con el hecho del impacto de la recesión económica
sobre varios países, donde varias agencias policiacas redujeron sus
presupuestos. Esta premisa de Bueermann permite afirmar que para

29
Entendida como la capacidad de implementar corresponsabilidades con trabajo
inter-agencial.
Introducción 341

el uso de EBP no solo se debe considerar su impacto a la sociedad


sino su viabilidad económica.
Una importante razón por la cual las agencias de seguridad, la
policía y los criminólogos a nivel mundial no están aplicando la
EBP, se debe a la ausencia de entes reguladores con claros estándares
que permitan evaluar cómo se estén ejecutando medidas basadas
en conocimiento científico (Lum, 2011). Otro importante factor es
la desconexión que existe entre lo encontrado científicamente y los
centros donde se puede aplicar (Weisburd y Neyroud, 2011); por lo
tanto lo encontrado quedaría en la academia, en otras palabras esta
sería una muestra como la criminología es diagnosticada y no aplicada
(la policía es la institución más indicada para mezclar los hallazgos
de investigación y su aplicación en temas de seguridad o crimen).
Este panorama de la utilización de EBP refleja su gravedad cuando
se observa que en contextos reales la policía o entidades de seguridad
deciden realizar planes de prevención o control sin un refuerzo
científico (Sherman, 2013); por citar un intento por usar análisis
científicos para la seguridad, se encuentra en el Reino Unido un
ejercicio de la policía de Dorset, quien comenzó a entregar chocolates
a personas que salían de bares en busca de comida en altas horas de
la noche, debido a que se explicó cómo el chocolate aumentaría los
niveles de azúcar, disminuyendo la irritabilidad, por consiguiente
disminuyendo las frecuentes riñas que ocurrían (Sherman, 2013). No
obstante aunque la iniciática pareciera estar bien enfocada, nunca se
realizaron estudios sobre los efectos directos del chocolate, razón por
la cual no se pudieron hacer inferencias causales relacionadas con
la efectividad de la medida adoptada por la policía y tampoco hubo
registros de un adecuado seguimiento (Sherman, 2013).
Lo aquí manifestado, demuestra cómo en algunas ocasiones la
investigación realizada no es aplicada por las entidades de seguridad,
lo que lleva a que se realicen medidas sin un peso científico, a pesar
de lo planteado por diferentes expertos citados en este capítulo. Por
lo tanto, según lo descrito hasta aquí, es importante para la policía el
uso de la criminología y las investigaciones científicas realizadas por
la misma, ya que como se mencionó en el escrito, el acercamiento con
la ciencia o evidencia empírica puede optimizar su funcionamiento
y ahorrar importantes recursos utilizados por esta.
342 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Para concluir la tesis desarrollada en todo el capítulo con la


relevancia del uso de EBP en una policía, a continuación se señalan
algunos hallazgos obtenidos con el desarrollo de análisis sistemáticos
y se incluyen reflexiones para resaltar la utilidad que brinda el
desarrollo y aplicación de EBP; así:
Diferentes estudios realizados por Braga (2007, 2005), sobre
las zonas rojas donde ocurren crímenes, y la intervención de los
policías en estas áreas, han demostrado la calidad de los programas
policiacos enfocados a ciertas áreas. Actualmente existen múltiples
investigaciones relacionadas sobre el trabajo de la policía y las
intervenciones de prevención (Weisburd, y Braga, 2006; Eck, Gersh
y Taylor, 2000), los cuales expresan resultados favorables en la
prevención y control del crimen.
En la Universidad de Cambridge, se realizan conferencias
anuales de EBP resaltando un interés académico importante hacia
la utilización de EBP por la policía. Estas conferencias permiten
a miembros de policía conocer de temas tratados en la actualidad
como formas adecuadas de implementar EBP, interactuando entre
“practitioners” en otro espacio de contacto con miembros de fuerzas
policiales a nivel global.
Un estudio realizado por Hewitt y Beauregard (2014), encontró
como las características de ciertos lugares tienen influencia en la
decisión y comportamiento de agresores sexuales, influyendo al punto
de determinar el modus operandi del agresor y el comportamiento
que tiene sobre la víctima. Los hallazgos orientan a la policía en el
desarrollo de acciones relacionadas con la persecución judicial y penal,
además de la manera de diseñar el servicio de policía.
Se han realizado diferentes estudios sobre “hotspots” o zonas rojas
y la intervención focalizada de la policía. Uno de los mayores ejemplos
que resaltan de la EBP radica en la ejecución de acciones policiacas
enfocadas sobre lugares, resaltando la ventaja de la simbiosis entre
EBP y la policía, permitiendo optimizar y evaluar constantemente
sus estrategias de seguridad (Weisburd y Telep, 2010).
Hay poca conexión entre investigar-aplicar en las policías del
mundo. Deberían existir vínculos que fortalecieran la implementación
de los descubrimientos realizados por los criminólogos y las entidades
gubernamentales, fuerzas de seguridad y fuerzas policiacas (Weisburd
& Neyroud, 2011).
Introducción 343

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CRIMEN: CUESTIÓN DE INGENIERÍA
Camilo Olaya
Profesor Asociado
Departamento de Ingeniería Industrial
Universidad de los Andes
colaya@uniandes.edu.co

1. INTRODUCCIÓN

Para diseñar políticas contra el crimen aparentemente hay que


estudiarlo científicamente. Al menos esta parece ser la postura de
la criminología. El reconocido profesor James Austin publicó hace
unos años un artículo titulado “Por qué la criminología es irrelevante”
en el que lamenta el efecto nulo que la criminología ha tenido en el
diseño de políticas públicas (Austin, 2003). Austin señala la poca
credibilidad de esta disciplina debido a su falta de generación de buen
conocimiento—“no tiene buena ciencia para ofrecer”—según él por
la falta de rigor en la utilización de métodos científicos por parte de
los académicos. Para remediar esta situación Austin propone “volver
a lo básico” lo cual para él significa un mayor rigor científico que
produzca conocimiento que apoye el diseño de políticas públicas en
temas de criminalidad. Austin no está solo en su llamado para que
la criminología sea más “científica”, otros académicos se han unido
al coro, e.g. (Eskridge, 2005; Fagan, 2014; Laub, 2004).
La criminología se entiende como una disciplina académica que
se dedica al estudio científico del crimen y del comportamiento
criminal, esto usualmente se refiere al estudio de las causas de
dichos “fenómenos” a través de investigación científica dirigida a la
elaboración de teorías e.g. (Erickson, 2013; Wolfgang, 1963; Zahn,
1999). Consecuentemente la criminología ha sido dominada por la
tradición de varias ciencias, principalmente la sociología, la psicología
y la antropología, y es común el llamado a la multidisciplinariedad
con otras perspectivas como la biología, el derecho, la economía,
la ciencia política, la psiquiatría, la geografía, la bioquímica, la
350 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

genética, la historia y la salud pública (Erickson, 2013; Eskridge,


2005; Miller, 2009; Wellford, 2007; Zahn, 1999). Sin embargo, los
criminólogos posicionan a la criminología no como una derivación
ni especialización de alguna(s) de las mencionadas disciplinas sino
como una ciencia social autónoma e independiente (Miller, 2009;
Wolfgang, 1963).
Dentro de estos llamados a la multidisciplinariedad no hay alusión
a la ingeniería. Sin embargo, si el interés no es únicamente estudiar
el crimen sino actuar y enfrentarlo a través de mecanismos que
disminuyan la criminalidad entonces es paradójico no contemplar
las posibilidades que dan el pensamiento y las herramientas de la
ingeniería que por su propia naturaleza está concebida para el diseño
de artefactos que solucionan problemas complejos, artefactos que
pueden ser tangibles como un puente o intangibles como una política
pública—una política pública es una tecnología. Esta omisión es
entendible dadas varias confusiones populares como por ejemplo
definir a la ingeniería en términos de herramientas y matemáticas,
equiparar “técnica” con “tecnología”, y creer que la ingeniería consiste
en “aplicar ciencia”. El propósito de este capítulo es mostrar que
enfrentar el crimen es un problema de ingeniería, y que la vía de la
ingeniería ofrece posibilidades que no puede ofrecer la ciencia por
su misma epistemología que la condiciona a generar conocimiento
científico el cual no es apropiado para abordar un problema de
ingeniería. En últimas, contradiciendo a Austin y a la mayoría de
criminólogos que claman por más ciencia para estudiar el crimen,
este capítulo plantea que lo que se necesita es más ingeniería.

2. EL CRIMEN COMO FENÓMENO

Para abordar el crimen la vía científica se ha entendido como una


forma superior a otras posibilidades como la religión (el orden divino
y sus pecadores), la filosofía (el contrato social y los que lo rompen)
o la política (el orden y sus enemigos) (Daems, 2006). Por ejemplo
Frank Cullen en su discurso de 2004 como presidente de la Sociedad
Norteamericana de Criminología subrayó la necesidad de contar con
enfoques basados en ciencia para abordar el crimen y cambiar la
sociedad porque “nosotros, como científicos, tenemos una forma de
conocimiento—conocimiento científico—que tiene una legitimidad
Crimen: Cuestión de Ingeniería 351

especial” (Cullen, 2005, p. 27). El supuesto, rara vez debatido, es que


entonces el crimen es un fenómeno (un observable) y que por lo tanto se
estudia científicamente. Este supuesto se manifiesta en la criminología,
explícitamente al menos desde 1939 con la definición clásica de Edwin
Sutherland en su libro “Principios de criminología” quien la designó
como el cuerpo de conocimiento sobre el crimen como “fenómeno
social”, definición estándar de gran influencia en la disciplina (Miller,
2009; Wolfgang, 1963). Esta postura de la influyente “Escuela de
Chicago”, de carácter positivista, se convirtió en el paradigma dominante
para entender a la criminología como ciencia (Miller, 2009), paradigma
del cual no escapó América Latina (Del Olmo, 1999).
La carga epistemológica no es poca pues como empresa científica
entonces la criminología depende de la posibilidad de producir teorías
válidas con la realización de observaciones sistemáticas (estadísticas,
experimentales, cualitativas, etc.) para justificar su validez de acuerdo
con la manera como dichas observaciones se realizan junto con su
posterior confirmación con nuevas observaciones, e.g. “aunque la
teorización es vital para la criminología en términos de justificar
su estatus científico, la confirmación de hipótesis (i.e., prueba
empírica) es también necesaria… asegurada a través de un proceso
intelectual de simetría entre teoría y métodos” (Miller, 2009, p. 5).
Se espera que dichas teorías sean causales (Marini & Burton, 1988),
es decir, que expliquen un fenómeno—una variable dependiente (o
su variación)—en función de unas causas explicativas, e.g. (Adams,
2009; Eskridge, 2005; Miller, 2009; Welsh, Braga, & Bruinsma,
2013b). La racionalidad causal sugiere que al modificar las causas, el
efecto (fenómeno explicable) se modificará, lo cual permite entonces,
según esta racionalidad, predecir las consecuencias de dichas
modificaciones. Esta epistemología causal no se cuestiona tampoco en
las corrientes interpretativas de la criminología en donde el problema
de encontrar tales causas se juzga de naturaleza hermenéutica y
“subjetivista” e.g. (Gilsinan, 1991) o “constructivista” e.g. (Wheeldon,
Heidt, & Dooley, 2014); para estas corrientes si se resolvieran las
cuestiones de la subjetividad y la interpretación se podría contar—en
principio—con teorías causales confiables (por ejemplo si estas se
entienden situadas dentro de una realidad construida en un contexto
socio-cultural particular que enmarca a un proceso de investigación),
la racionalidad científica como tal no parece ponerse en duda. Hay una
variedad de posibles causas que la criminología busca relacionar con el
352 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

fenómeno, entre las candidatas más importantes para los criminólogos


están por ejemplo: un sistema económico injusto, falta de empatía por
los demás, falta de oportunidades educativas, influencia de pares y
amigos, vida familiar inestable y abuso de sustancias psicoactivas
(Cooper, Walsh, & Ellis, 2010).
Es decir, la criminología encarna el idealismo subjetivo de
Berkeley y Hume en donde la meta es el estudio de percepciones
(observaciones) y su confirmación (validación, justificación)—la
búsqueda de conocimiento “positivo” que corresponde a la posición
fenomenalista dominante de lo que hoy usualmente se llama
“ciencia” y que muchos académicos asocian, con ligereza, al término
“empirismo” (Blackmore, 1979). A esta actitud llevada al estudio
del crimen la denomino naturalismo criminológico, esto es, estudiar
el crimen como si fuera un fenómeno natural. Por ejemplo, Miller
(2009) argumenta que la criminología efectivamente es una ciencia
social pues produce teorías científicas que según él explican “sucesos
naturales por medio de afirmaciones acerca de relaciones entre
fenómenos observables” (p. 5, énfasis añadido). En efecto, parece
que estudiar el crimen es similar a estudiar un fenómeno como por
ejemplo un asteroide, el comportamiento de los leones en las llanuras
africanas, o un átomo. ¿Cómo se estudia un fenómeno? Aquellos que
defienden el rigor en la ciencia responden que a través de la realización
de observaciones sistemáticas para estudiar sus características, sus
propiedades, sus causas, sus consecuencias, su comportamiento, sus
regularidades, y así contar con evidencia para inferir o descubrir las
posibles “leyes” que lo rigen.
Los científicos rara vez cuestionan este idealismo, en lugar de
esto discuten la cuestión del método y nutren el ya viejo debate que
enfrenta a cuantitativos y cualitativos—por ejemplo el mencionado
profesor Austin (2003) clama por mayor y mejores diseños
experimentales—un reciente compendio de la diversidad de métodos
utilizados en investigación criminológica es el de Gadd, Karstedt y
Messner (2012b). La recolección metódica y el análisis sistemático de
observaciones se utilizan para generar o confirmar hipótesis o teorías
justificadas que pretenden explicar la ocurrencia del fenómeno. De
hecho a pesar de las diferencias entre sus dominios de trabajo, las
ciencias naturales y las ciencias sociales comparten buena parte de
elementos epistemológicos pues numerosos académicos, en tanto
Crimen: Cuestión de Ingeniería 353

que las entienden como ciencias, favorecen típicamente una posición


epistemológica de descubrimiento (de un mundo que tiene algún tipo
de orden) y de justificación (del conocimiento descubierto)—e.g.
Miller (2009) en su defensa de la criminología como ciencia social
define a la ciencia como “el descubrimiento de verdades compuestas
por bases de conocimiento sobre temas particulares” (p. 5), Gadd,
Karstedt y Messner en la introducción al compendio mencionado
subrayan en el proceso de investigación científica la primera fase de
“descubrimiento que involucra la producción de conocimiento” (Gadd,
Karstedt, & Messner, 2012a, p. 1, énfasis original).
Se busca además que estas teorías sean de carácter genérico (en
tiempo y espacio) de manera que sean replicables en otros lugares
(Farrington, 2013) y predictivas (Farrington & Tarling, 1985) para
ignorar las particularidades que están por fuera de la “normalidad”
y de las variaciones locales (Schaible, 2012). Esto ha producido una
diversidad de teorías criminológicas rivales que compiten entre sí
pues, como cualquier empresa científica, no puede haber dos teorías
coexistiendo, o con un mismo valor de verdad, para explicar un mismo
fenómeno. Científicamente se busca “el mejor” conocimiento, la mejor
teoría en un momento dado, de acuerdo con lo que la comunidad
científica correspondiente reconoce (Moberg, 1979). Por ejemplo
las teorías en competencia que son favorecidas por los miembros
de la Sociedad Norteamericana de Criminología son las teorías
de “aprendizaje social”, “control social”, “desorganización social”,
“autocontrol”, “biosocial”, “elección racional” y la “criminología del
desarrollo” (Cooper et al., 2010).
Una epistemología de descubrimiento materializa la “neutralidad
ética” de la ciencia pues lo que se descubre no tiene carga moral—
simplemente se encuentra en la naturaleza—y lo que interesa es
la validez de las teorías (qué tan verdaderas son para explicar lo
observado y para corresponder con otras observaciones en tiempos
y lugares diferentes) sin ninguna valoración normativa. Inclusive
a pesar de reconocer la dificultad de mantener esta neutralidad en
las ciencias sociales, se busca en todo caso “concebir una empresa
científico-social que puede aprehender una realidad material objetiva
que exista independiente de nuestra conciencia acerca de ella sin
sucumbir a la pretensión de la neutralidad valorativa” (Ayre, 1982, p.
149). Aunque se reconoce el compromiso y la responsabilidad moral
354 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

del científico (que como tal puede o debe tomar posiciones frente a
cuestiones morales) y del quehacer científico (cuya conducta puede
juzgarse éticamente), se tiende a asumir que sus productos y sus
resultados (evidencia, hipótesis, teorías, leyes) deben permanecer
libres de cargas valorativas. De hecho la criminología de ve atrapada
en esta “neutralidad científica” de sus teorías lo que para algunos
académicos significa no pronunciarse éticamente sobre cuestiones de
crimen que afectan a una sociedad (Clear & Natasha, 2008).
El crimen se vuelve además un fenómeno especial pues no es
deseable su ocurrencia. Es entendible por lo tanto la expectativa
acerca de los beneficios que puedan traer las teorías para prevenirlo,
menguarlo o eliminarlo. Es decir, la criminología denota una
inclinación hacia la acción efectiva para intervenir el fenómeno que
estudia, se espera que la aplicación de las teorías que la criminología
produce sirvan para proponer iniciativas y estrategias que prevengan,
disminuyan o controlen el crimen—algunos hacen la distinción
explícita de una “criminología aplicada” (Brodeur, 1999; Miller,
2009)—típicamente a través del diseño de política pública e.g. (Clear
& Natasha, 2008). Ejemplos de preguntas de investigación científica
que ilustran la racionalidad causal con fines de aplicación son: ¿si
las penas son más fuertes disminuye el crimen? ¿Los programas
de prevención de la drogadicción favorecen la disminución del
crimen? ¿La resocialización en cárceles disminuye la reincidencia?
Es decir, la criminología no es “ciencia básica desinteresada” para
explicar unas observaciones sino que tiene la inclinación a producir
conocimiento que al aplicarlo sea útil para realizar transformaciones
sociales (Brodeur, 1999). Se asume entonces que la aplicación de
teorías científicas puede llevar a resolver los problemas relacionados
con el fenómeno pues se espera que sirvan como recomendaciones
para la acción, pues para los criminólogos “las políticas contra el
crimen deben ser guiadas por la ciencia” (Barlow & Decker, 2010,
p. xi) o en general estar basadas en investigación científica (Fagan,
2014), es decir, “informadas por lineamientos teóricos científicamente
establecidos que sean predeciblemente capaces de perfeccionar las
mejores prácticas” (Miller, 2009, p. 3) y que sean generalizables y
replicables (Miller, 2009; Welsh & Farrington, 2001). Las versiones
más recientes de esta posición idealista à-la-Berkeley son la
criminología experimental y la criminología basada en evidencia
(Fagan, 2014; Welsh, Braga, & Bruinsma, 2013a; Welsh & Farrington,
Crimen: Cuestión de Ingeniería 355

2001). La inclinación positivista de la criminología (y de las ciencias


sociales en general) ha sido ya cuestionada, inclusive por diversos
criminólogos, aunque usualmente sin salir del marco científico—más
bien se habla de cambios de paradigmas, pero paradigmas científicos
finalmente, e.g. (Little, 1993); algunas de estas alternativas son la
criminología crítica (que tuvo un auge especial en América Latina
como lo expone Del Olmo (1999)), radical, feminista, y el post-
estructuralismo (Lippens & Van Calster, 2010).
En resumen, se espera que la criminología produzca conocimiento
científico, es decir, descriptivo y teórico (¿en qué consiste el
fenómeno? ¿Por qué ocurre? ¿cuáles son sus causas?), abstracto,
articulado a través de teorías, justificado (el problema del método),
basado en evidencia, universal, libre de contexto y valorativamente
neutral (Goldman, 2004; Olaya, 2012a).

3. EL “COMPLEJO DE DIOS”

La ciencia ha buscado tradicionalmente descubrir la verdad sobre


el universo, sobre las leyes que rigen los fenómenos que estudia. Este
conocimiento es de un tipo especial, corresponde a “saber-que” algo
es el caso (knowledge-that), es un conocimiento que descubre hechos
o verdades (Ryle, 1945). Por ejemplo, saber que Cristóbal Colón pisó
América en 1492, saber que hay una interacción entre partículas que
hace que se atraigan mutuamente, saber que la causa de la gripa es
el virus de la influenza, saber que la Tierra gira alrededor del Sol
en una órbita elíptica. Este conocimiento puede ser verdadero o
falso, e.g. es falso que el Sol gira alrededor de la Tierra. Si queremos
explicar el fenómeno del sol apareciendo cada día por el oriente todas
las mañanas, aunque no siempre en el mismo punto a lo largo de un
año, la tradición científica nos lleva a buscar la teoría correcta que
provea conocimiento verdadero sobre dicha observación. Estas teorías
científicas se asimilan a “leyes universales” que se descubren a través
de la observación. Los científicos han seguido a Galileo (1623) en la
idea de encontrarlas “escritas en ese gran libro, el universo, el cual está
continuamente abierto para nuestra mirada” (p. 37). Este ejercicio de
teorización, que produce conocimiento “saber-que”, se ha posicionado
como ideal intelectual pues encuentra “leyes”—o afirmaciones con
esta connotación—que rigen el comportamiento de la naturaleza y por
356 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

lo tanto permiten también saber qué va a ocurrir (de hecho podemos


predecir en qué punto aparecerá el sol en el horizonte cada mañana),
por ejemplo hablamos de una “ley” de Newton, de las “leyes” de la
oferta y la demanda, Weisburd (2015) acaba de proclamar la “ley de
concentración del crimen” con “validez universal análoga a las leyes
físicas observadas en las ciencias naturales” (p. 151). Esta preferencia
por la theõria (o “contemplación” para los antiguos griegos), se elevó
en Occidente al rango de virtud, tal como lo resume Arendt (1958):
“la primacía de la contemplación sobre la actividad descansa en la
convicción de que ningún producto de manos humanas puede igualar
a la belleza y la verdad del kosmos físico, el cual se balancea en sí
mismo en una eternidad inmutable… Esta eternidad se revela ante los
ojos mortales únicamente cuando todos los movimientos y actividades
humanas están en perfecto reposo” (p. 15). Es el prejuicio arraigado
del “saber antes de actuar” que favorece a la comprensión sobre la
acción, a la contemplación sobre la operación, a la teoría sobre la
práctica (Goldman, 1990).
Semejante capacidad para producir teorías explicativas y
predictivas la hemos querido utilizar para otros sistemas no naturales.
El ejemplo por excelencia son los sistemas sociales, es decir, sistemas
compuestos por agentes inteligentes que actúan motivadamente y
que en sus interacciones conforman un “todo” al cual se le adjudican
diversos propósitos. Ejemplos de estos sistemas son: organizaciones,
empresas, instituciones, sistemas de movilidad, el sistema nacional
de educación superior, etc. Sin embargo, ya Hayek advirtió de la
imposibilidad de generar conocimiento genérico que pueda controlar
y predecir el futuro de estas “complejidades organizadas”, por ejemplo
en su famoso discurso de recepción del Premio Nobel de Economía
en 1974 conformemente titulado “La pretensión del conocimiento”:
“actuar con base en la creencia de que poseemos el conocimiento y
el poder que nos permiten darle forma a los procesos de la sociedad a
nuestro gusto, conocimiento que de hecho no poseemos, seguramente
nos ocasionará mucho daño” (Hayek, 1989, p. 7). Por la misma época
Rittel y Webber (1973) cuestionaron la creencia de que las capacidades
inventivas e intelectuales del hombre son suficientes para asumir
una maleabilidad irrestricta de la historia futura por medio del
intelecto planificador y la ciencia con el fin de enfrentar problemas
públicos y sociales, que por su misma complejidad son intratables
desde perspectivas teóricas: “La búsqueda de bases científicas para
Crimen: Cuestión de Ingeniería 357

confrontar problemas de política social están destinados a fracasar


debido a la naturaleza de estos problemas” (p. 155).
El economista Tim Harford (2011a, 2011b) designa con la expresión
“el complejo de dios” a esta creencia de que podemos comprender la
manera como funciona el mundo social, pretensión que se materializa
con el estudio sistemático de estas complejidades organizadas—
tratadas como si fueran sistemas naturales—para generar teorías
que predigan su comportamiento futuro para así modificarlos a
nuestra voluntad. Por ejemplo, antes de actuar para transformar el
sistema que produce pobreza en el mundo asumimos que primero
tenemos que contar con un conocimiento teórico (i.e. un “saber-que”)
confiable que nos permita comprenderlo, descubrir las “leyes” que
lo rigen, ocultas detrás de las regularidades que queremos observar,
encontrar las causas del fenómeno, y así, con este conocimiento
predecir su comportamiento y modificarlo según nuestros intereses.
Sin importar la complejidad que enfrentemos, parecemos creer con
bastante firmeza que nuestras soluciones pueden funcionar, más aun
si están basadas en evidencia, en conocimiento científico, en teorías.
Este “complejo de dios” se presenta también en la criminología. Por
ejemplo Miller (2009) justifica el posicionamiento de la criminología
como ciencia social para enfrentar el crimen dado que “es ilógico
resolver problemas, sociales o de cualquier tipo, que no han sido
completamente definidos o comprendidos” (p. 8). Se asume que la
mejor clase de comprensión es la de índole científica, por ejemplo
Brodeur (1999) subraya que la criminología es una disciplina científica
aplicada que busca producir conocimiento para cambiar el entorno
social a través de su aplicación. John Laub (2004) finaliza su discurso
como presidente de la Sociedad Norteamericana de Criminología así:
“para mejorar políticas y prácticas se necesita no solo de investigación
rigurosa sino también de teorías sólidas” (p. 18).
Sin embargo, simultáneamente hay abundantes señalamientos
similares al de Austin acerca de las limitaciones y fallas de la
criminología como empresa científica que pretende comprender una
complejidad organizada para modificarla, a veces como parte del
debate más amplio acerca de la relación entre ciencia y análisis de
políticas (policy analysis), e.g. (Gilsinan, 1991). Brodeur (1999) señala
lo que él llama la “decepción” de la criminología en relación con sus
ambiciones históricas de reformar la justicia pues reconoce que el
358 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

conocimiento que produce está relegado sin ningún impacto en el


desarrollo de política pública. Las dificultades de la criminología se
evidencian por ejemplo en el hecho de que es un campo fragmentado
en una amplia variedad de tipos de teorías y con desacuerdos
importantes acerca de los métodos de investigación que deberían
utilizarse (Bosworth & Hoyle, 2011; Daems, 2006) lo cual puede
ser interpretado como aspecto normal de una disciplina pero que
también denota una situación indeseable de crisis (Cooper et al.,
2010; Wheeldon et al., 2014). La influyente crítica del profesor James
Q. Wilson—uno de los académicos del siglo 20 más reconocidos en
materia de justicia penal y criminología—que si bien tiene ya varias
décadas, señala un punto que sigue siendo relevante: el enfoque
científico, fundamentado en análisis causal, no implica la posibilidad
de analizar políticas y cursos de acción. Wilson (1974, 1975) señaló la
irrelevancia de la criminología para reducir la criminalidad dado que
como empresa científica se dedica a encontrar las causas del crimen
las cuales usualmente no son fáciles de articular con un curso de
acción. A eso lo llamó la “falacia causal”:
El problema radica en confundir el análisis causal con el análisis
de política… Es la falla en comprender este punto lo que lleva a
estadistas y ciudadanos a cometer la falacia causal—asumir que
ningún problema se puede tratar adecuadamente a menos que sus
causas sean eliminadas. El preámbulo de la carta de la UNESCO
ilustra la falacia causal: ‘Dado que las guerras comienzan en las
mentes de los hombres entonces es en las mentes de los hombres que
las defensas de la paz deben construirse’. Sin embargo la única cosa
que no podemos hacer fácilmente, si acaso, es cambiar, planeada y
sistemáticamente, las mentes de los hombres. Si la paz solo puede
ser asegurada haciendo lo que no podemos hacer entonces nunca
tendremos paz. Si juzgamos todo programa para prevenir o reducir
el crimen como defectuoso por el hecho de que no aborda ‘las causas
del crimen’ entonces terminaremos en acciones fútiles que frustrarán
al ciudadano e ignorarán al criminal (1974, p. 49)
Pero el problema no es solo sobre la posibilidad material de
intervenir o no unas causas. Una “causa” es genérica; la intención
científica, especialmente de origen norteamericano, es generar teorías
que por su misma condición pretenden ser universales, genéricas,
pues se espera que establezcan causas que deben “explicar un rango
Crimen: Cuestión de Ingeniería 359

amplio de hechos sobre el crimen y la criminalidad que no estén


restringidas a algún tiempo o espacio particular” (Barlow & Decker,
2010, p. 3), por ejemplo en función de macro-factores culturales,
sociales o económicos, e.g. la necesidad económica, la avaricia, la
transmisión cultural, la falta de control social, etc. (Short, 1997).
Consecuentemente, poca atención se les presta a las condiciones
particulares de otras sociedades (Willis, Evans, & LaGrange, 1999).
Estas teorías pertenecen al enfoque de las llamadas “causas objetivas”
que pretenden explicar el comportamiento criminal en términos de
las condiciones políticas y sociales en las que los individuos viven,
por ejemplo cuando se afirma que la pobreza o la marginalización
constituyen causas de la violencia y del crimen (Martinez, 2001).
Las teorías clásicas o neoclásicas basadas en la toma de decisión,
derivadas del trabajo de Gary Becker (1968, 1993), tienen la misma
intención universalista solo que desde las perspectiva de reconocer
que los seres humanos actúan motivados por intereses y se les
asume, de manera genérica, capaces de escoger racionalmente entre
cursos de acción según las consecuencias de estos (Short, 1997);
un ejemplo es la teoría de auto-control propuesta por Gottfredson y
Hirschi (1990)—llamada “teoría general del crimen”—que señala al
“bajo auto-control” como la causa principal del crimen; indica que
individuos con bajo auto-control son proclives a la acción criminal
pues son cortoplacistas, tienden a buscar riesgos, son insensibles a
los demás, buscan recompensas inmediatas y son más vulnerables a
tentaciones temporales y a oportunidades. Un intento por examinar
esta generalidad en algunos contextos hispanoamericanos se
encuentra en el texto editado por Serrano Maíllo y Birkbeck (2013).
Esta intención de contar con conocimiento universal, genérico, sobre el
crimen, es cuestionada desde diversos ámbitos. La duda se desprende de las
posibilidades de abordar lo particular a partir de categorías o afirmaciones
universales. Por ejemplo algunos académicos sugieren que las teorías
deberían incluir factores contextuales de grupos sociales específicos
(Marenin & Reisig, 1995). Algunos proponen inclusive descartar teorías
generales o inclusive de alcance medio para enfocarse en explicaciones
de corto alcance (Szockyj & Geis, 2002). Wilson va más allá y señala
las limitaciones propias de este tipo de conocimiento universalista para
identificar cursos de acción frente al crimen: “es muy posible que la
más profunda comprensión pueda impedir o inclusive distorsionar, en
lugar de facilitar, las decisiones que hay que tomar, debido a que mucho
360 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

de este conocimiento es sobre lo inmutable y lo necesario, no sobre lo


variable o contingente” (1974, p. 51). En la misma línea Moore (2002)
resalta que “el paso de lo general a lo particular, y de la descripción a la
prescripción, impone cargas en el razonamiento que la ciencia o bien no
está particularmente interesada en abordar (lo especifico en lugar de lo
general) o bien no es particularmente buena para hacerlo (prescripción
en lugar de descripción” (p. 34). El reconocido criminólogo Shadd
Maruna concluye que la criminología se ha vuelto una mera “distracción
intelectual” que tal vez no conduce a hacer ninguna diferencia concreta
en el mundo (Tifft, Maruna, & Elliott, 2006).

4. LA INGENIERÍA Y LOS SISTEMAS ARTIFICIALES

El crimen no es un fenómeno natural, no hace parte del kosmos ni


de sus leyes universales. Involucra el diseño y la ejecución deliberada
de mecanismos, organizaciones, estrategias, acciones coordinadas,
etc. que no son otra cosa que tecnologías, es decir, sistemas artificiales,
creaciones diseñadas por seres humanos. Igual sucede con las
iniciativas creadas para contrarrestarlo (programas, estrategias,
políticas públicas, etc.), son artefactos diseñados para resolver
problemas específicos. A diferencia de los fenómenos naturales,
un sistema artificial exhibe un diseño para cumplir un propósito
que alguien quiere lograr, ese diseño es para una clase específica
de “usuarios” y está concebido para superar fallas (Remington,
Boehm-Davis, & Folk, 2012). El Nobel Herbert Simon en su libro
“Las ciencias de lo artificial” (Simon, 1996) subraya la separación
entre sistemas naturales y sistemas artificiales; a estos últimos los
ubica en el dominio propio de la ingeniería.
La diferencia entre un sistema natural y un sistema artificial es
definitiva. Esto se puede apreciar al comparar las diferencias entre
ciencia e ingeniería. La ingeniería resuelve problemas. Pero no son
problemas científicos. El reto del ingeniero no es explicar unas
observaciones ni tampoco producir hipótesis o teorías. Tampoco
son problemas matemáticos ni bien definidos. Son problemas que
no tienen “respuesta única” para “encontrar” ni respuesta fácil, el
ingeniero no trata de “descubrir” soluciones ya dadas—no están
ocultas “en la naturaleza”. En lugar de esto tiene que crear opciones
de diseño de soluciones. El profesor Billy Vaughn Koen (2003)
Crimen: Cuestión de Ingeniería 361

caracteriza los problemas que enfrenta la ingeniería con los siguientes


cuatro atributos: (i) cambio: el ingeniero produce un cambio en
el mundo, enfrenta una situación que requiere ser transformada,
situación que usualmente no es fácil de definir y cuyo estado deseado
no es siempre fácil de decidir. El ingeniero no deja el universo intacto,
no se limita a contemplarlo, su problema no consiste en observar o
explicar sino en transformar. (ii) recursos: la solución deseada está
determinada por los recursos disponibles, estos recursos son parte
integral de la situación y co-definen el problema, recursos diferentes
implican problemas diferentes. No es lo mismo el problema de
construir un edificio para una compañía privada pequeña que para
el gobierno de una región, así sea el mismo edificio. Son problemas
diferentes. Los recursos difieren según el actor que va a solucionar
el problema, además los recursos no son solo materiales y tiempo,
hay también recursos intangibles, ocultos, dinámicos, etc. como por
ejemplo las experticias, las capacidades, el poder político. Y además
son utilizados de forma diferente, dos organizaciones diferentes no
aprovechan recursos similares de la misma manera. La actividad
científica necesita de recursos pero estos no co-definen el problema
científico ni su solución. (iii) mejor: el ingeniero busca la mejor
solución al problema, pero esta noción de “mejor” tiene un sentido
particular en ingeniería, es la solución “óptima”, no es una solución
ideal ni basada en valores absolutos, no es una solución científica, es
la mejor solución realista, posible, de acuerdo con unas restricciones
y requerimientos y relativa a una situación particular. Por ejemplo una
autopista puede ser una solución óptima en Bogotá y otra autopista en
Zurich también puede ser una solución óptima; desde la perspectiva de
ingeniería no tiene sentido hablar desde el absoluto para preguntarse
cuál autopista “es mejor”, cada una resuelve un problema diferente,
con propósitos, recursos y restricciones diferentes, en situaciones
singulares, desde una perspectiva de ingeniería ambas son óptimas.
Inclusive para un mismo problema hay diversas soluciones posibles.
A diferencia de esto, en la ciencia las teorías compiten entre sí,
científicamente la teoría gravitacional de Einstein sí es mejor que
la de Newton, explica mejor las observaciones. Para la ciencia solo
puede haber una teoría, no puede haber dos que expliquen las mismas
observaciones, se espera que una sea mejor—la correcta, o más
aproximada, la que lee más acertadamente el libro del universo. (iv)
Incertidumbre: el ingeniero trabaja bajo verdadera incertidumbre, con
362 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

distribuciones de probabilidad desconocidas, con auténtica ausencia


de información. Como subraya Hansson (2009), la incertidumbre que
enfrenta el ingeniero no es la que enfrenta un apostador en un casino,
es más bien la que enfrenta un explorador al adentrarse en una jungla.
En resumen, la ingeniería busca lograr el mejor cambio posible a
situaciones específicas inciertas con los recursos disponibles.
Es fácil entonces apreciar que problemas de ingeniería hay por
todas partes. Por ejemplo, las siguientes son las palabras del presidente
de Colombia Juan Manuel Santos en la instalación de la XXXII
Conferencia Internacional de Control de Drogas:
Para Colombia el narcotráfico ha sido como una plaga que minó
los cimientos sociales, infiltró estamentos de la política y el sector
privado, y sirvió de combustible al conflicto interno armado que ahora
estamos empeñados en terminar… En el año 1961, cuando se suscribió
la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Estupefacientes,
el mundo inició una guerra que hoy, 54 años después, tenemos que
reconocer que no hemos ganado... Y la pregunta es: ¿Eso es lo mejor
que podemos hacer? ¿Acaso el actual es el único enfoque con el que
se puede hacer frente a este fenómeno? Hemos gastado billones de
dólares en una guerra con resultados importantes –sin duda– pero
insuficientes… después de tanto esfuerzo, a veces me siento como en
una bicicleta estática, que uno pedalea, pedalea y pedalea, y hace un
gran esfuerzo, mira para la derecha, mira para la izquierda, y está en el
mismo sitio… Lo que necesitamos –más que una guerra– es la suma
de unas medidas inteligentes, bien diseñadas, bien ejecutadas y bien
centradas en la gente, que produzcan mejores resultados que los que
hemos alcanzado hasta ahora… no tengo la respuesta perfecta, pero
sí sé que tenemos que ser más eficaces” (Presidencia de la República,
2015b, énfasis añadidos)
El presidente Santos describe en su discurso un problema incierto
dentro de una situación concreta, particular, frente al cual aun no se ha
logrado el mejor cambio posible con lo recursos disponibles, describe
un problema de ingeniería. Sin embargo, usualmente se confunde a la
ciencia con la ingeniería (Petroski, 2010); logros de la ingeniería, como
por ejemplo enviar una sonda a Marte o construir algún artefacto con
nanotecnología se asocian popularmente con triunfos “científicos”.
Es más, muchas veces se asume que el conocimiento científico es
necesario para transformar una situación y resolver un problema. El
Crimen: Cuestión de Ingeniería 363

mismo presidente Santos, haciendo eco de una idea muy popular,


convoca a utilizar más ciencia para enfrentar dicho problema de
ingeniería: “Propusimos también…que iniciáramos una evaluación
objetiva, científica, sin apasionamientos, de los métodos y resultados
de la llamada Guerra contra las Drogas–que infortunadamente no se
ha ganado–, para buscar una mayor eficacia frente al problema de las
drogas ilícitas” (Presidencia de la República, 2015a). Comprender la
diferencia entre ciencia e ingeniería se hace necesario pues enfrentar
un problema de ingeniería como si fuera un problema científico puede
no ser buena idea.
El contraste entre la epistemología de las ciencias (naturales y
sociales) y la epistemología de la ingeniería es total. A la ciencia le
interesa cómo son las cosas, a la ingeniería le interesa cómo deberían
ser las cosas. La ingeniería no pretende explicar observaciones
sino realizar transformaciones en situaciones que lo requieran. El
pensamiento y el conocimiento generado por la ingeniería están
comprometidos con el diseño del mundo (Doridot, 2008; Floridi,
2011), lo que representa una vía alternativa, de un tipo diferente, a
las tradicionales dicotomías científicas subjetivismo-objetivismo y
descubrimiento-invención. Reconocer que la actividad de diseñar
es intrínseca a la ingeniería requiere superar la equivocada noción
de que ingeniería es una pasiva “ciencia aplicada” (Goldman, 2004;
Hansson, 2007; Layton, 1974; McCarthy, 2010; Olaya, 2012a; Pitt,
2010; Van de Poel, 2010). Diseñar es un acto creativo (no aplicativo,
no consiste en “aplicar teoría”) que trasciende la naturaleza pues
consiste en la creación intencional de artefactos concebidos para un
propósito que adaptan medios para cumplir unos fines.
Diseñar es una actividad contextual e intrínsecamente particular
(Goldman, 2004) pues siempre tiene como referente una situación
espacio-temporal específica que le demanda al ingeniero enfrentar
lo particular en su particularidad, en su singularidad—a diferencia
el científico que entiende lo particular como una instancia de un
universal (Goldman, 1990). Por ejemplo, construir un puente sobre
el Río Bogotá a la altura de la Calle 80 es un problema de ingeniería
bien diferente a construir otro puente sobre la Calle 13, así sea para el
mismo actor, con intereses similares y al mismo tiempo; los escenarios
son diferentes, singulares, requieren ser abordados como tales, con sus
particularidades geográficas, culturales, económicas, estéticas, etc. No
364 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

existe (ni se busca) una “teoría general de puentes” para aplicar en cada
instancia, es un problema de diseño el cual es nuevo cada vez. Petroski
(1992, 2004, 2010) ilustra esta singularidad precisamente para el caso
de la ingeniería estructural y la construcción de puentes. Y dentro
de cada particularidad no hay una única solución, no es cuestión de
“encontrar la solución” pues esta no está pre-determinada. El proceso
de diseñar requiere tomar múltiples decisiones: hay que crear nuevos
objetos, nuevas posibilidades, nuevos espacios de solución, cuestiones
que no se descubren, hay que decidirlas; igualmente hay que decidir
acerca de las posibles soluciones a considerar, decidir cuáles excluir y
por qué, decidir criterios de desempeño y de valoración de alternativas,
resolver conflictos entre soluciones contradictorias, decidir sobre
intercambios de corto y largo plazo (trade-offs), decidir criterios
de satisfacción si no se llegan a cumplir todas las especificaciones,
requerimientos y restricciones que el problema plantea. Todas estas
decisiones le dan forma al diseño resultante (Kroes, 2012), es decir, lo
que la ingeniería produce está permeado y determinado por decisiones
particulares, contingentes, políticas, valorativas.
El pragmatismo epistemológico del diseño de ingeniería, orientado
a la acción efectiva, implica que debe considerar elementos que se
quedan por fuera de enfoques naturalistas orientados hacia la teoría, la
abstracción y los modelos idealizados, pues un diseño debe funcionar
en la práctica y cumplir con el propósito y las especificaciones que
lo motivaron; el ingeniero no puede hacer lo mismo que el científico,
no puede idealizar el problema que tiene al frente; la resistencia del
aire, la fricción de los materiales, los intereses y decisiones de los
actores involucrados, la manera como un sistema opera realmente
en la práctica, no los puede obviar (Goldman, 2004; Hansson,
2007; McCarthy, 2010). La primacía de la efectividad del diseño
implica que satisfacer las condiciones funcionales—así sea de forma
aproximada—es suficiente, el diseño debe resolver el problema de la
mejor forma posible. En ingeniería, al contrario de lo que usualmente
se piensa, la precisión matemática y las soluciones analíticas exactas no
son estrictamente requeridas (Hansson, 2007), soluciones numéricas
y aproximaciones pueden ser suficientes. Un diseño además implica
consideraciones valorativas, e.g. “amigable al usuario”, “riesgoso”,
“legal”, “deseable”, “satisfactorio”, etc. ajenas a la actividad científica.
De hecho un artefacto que va a cambiar un estado de cosas refleja
intenciones humanas las cuales están abiertas a la crítica valorativa y
Crimen: Cuestión de Ingeniería 365

ética, a diferencia de un fenómeno que simplemente “ocurre”, como


la caída de un asteroide o la lluvia, y cuyas teorías que los explican no
tienen carga ética. Todos estos elementos comprenden entonces una
forma de razonar y de actuar que separa al ingeniero del científico.
Una estrategia favorita de los ingenieros es construir modelos que
apoyan el diseño de artefactos. Pero estos modelos no son modelos
“científicos” y a diferencia de estos últimos no pretenden hacer
descripciones o predicciones. Para el ingeniero un modelo puede
tener diversos propósitos según lo que necesite. Usualmente el uso del
modelo estará ligado al diseño de algún artefacto, aunque en general
un modelo puede construirse para diferentes propósitos: elaborar una
explicación, guiar la recolección de datos, mostrar dinámicas clave en
una situación, entrenar o educar, divulgar una idea, sugerir analogías,
sugerir nuevas preguntas, mostrar la lógica operacional de un sistema
sin necesidad de hacer predicciones (por ejemplo un modelo de la
tectónica de placas puede explicar la estructura y movimientos de
la litósfera para comprender por qué se producen los terremotos,
sin embargo no los podemos predecir), mostrar opciones, examinar
puntos críticos en el diseño de un sistema, explorar variaciones
en diseños, explorar escenarios, en fin (Epstein, 2008). Es fácil
comprender entonces que un modelo de ingeniería no es verdadero
ni falso. El valor del modelo depende de su utilidad para el propósito
que fue construido. Más aun, modelos que utiliza la ingeniería se
basan a veces en ciencia obsoleta, en teorías falsas o ya revalidadas,
como por ejemplo las leyes de Newton (reemplazadas en la física por
la teoría de Einstein) que apoyan una gran variedad de estrategias
y modelos muy utilizados en la ingeniería mecánica para diseñar
artefactos; su utilidad prima sobre su validez. Otros ejemplos es apelar
a la “fuerza” centrífuga (en términos científicos no es una fuerza pero
muchos ingenieros la tratan exitosamente como tal) o tratar el calor
como una sustancia (los ingenieros hacen modelos de “fluidos” de
calor aunque semejante idea esté revaluada por los científicos), por
ejemplo para diseñar soluciones de aislación térmica (Norström,
2013). La practicidad, la efectividad para contar con aproximaciones
funcionales y el apoyo al diseño de soluciones es lo que prima para
los modelos que el ingeniero utiliza, no está interesado en establecer
hechos ni en encontrar verdades.
366 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Parecería entonces que la ingeniería no produce conocimiento


pues aparentemente se cree que el único conocimiento académico o
valioso es el que encuentra hechos o verdades. Ryle (1945) subraya
que “el público desinformado erróneamente equipara a la educación
con la transmisión o desarrollo de conocimiento saber-que” (p.
16). Sin embargo, la ingeniería sí produce conocimiento, pero no es
conocimiento científico, no es del tipo “saber-que”. Es otro tipo de
conocimiento, pragmático, imperativo y prescriptivo, está orientado a
la acción, produce diseños y resuelve problemas. Es un “saber-cómo”
hacer algo (knowledge-how) y no es posible producirlo con métodos
científicos. Este tipo de conocimiento se refiere por ejemplo a saber
cómo preparar un pastel de chocolate que le guste a mis familiares
con unos ingredientes disponibles, saber cómo comportarse en una
situación particular, saber cómo construir un aeroplano controlable
más pesado que el aire (conocimiento que desarrollaron los hermanos
Wright), saber cómo construir un puente que resuelva el problema
de transporte de carga pesada sobre el río Magdalena a la altura de
Girardot en 2015 con los recursos disponibles para ello, saber cómo
lograr que una organización específica incremente su desempeño
de acuerdo con unas metas acordadas y sus recursos, etc. Este
conocimiento se expresa en actividades, diseños, heurísticas,
artefactos, en tecnologías en general. Una tecnología es conocimiento
(Layton, 1974). Este conocimiento se materializa a través de diferentes
formas, por ejemplo: reglas funcionales que especifican qué hacer
si se quieren obtener ciertos resultados en condiciones específicas
(Norström, 2013), reglas tecnológicas de la forma “si A entonces B”
(Mitcham, 1994), heurísticas en general (Koen, 2003) y diseños en sí
mismos los cuales expresan siempre un conocimiento (Hubka & Eder,
1990), conocimiento que muchas veces es tácito (Wong & Radcliffe,
2000) y que progresa y evoluciona (Luiz Lara, 2006; Ziman, 2000).
Más aun, el saber-cómo no se puede reducir ni definir en términos de
saber-que (e.g. no se expresa en proposiciones hipotéticas, se expresa
en la praxis), y a diferencia del conocimiento científico no puede ser
verdadero ni falso, un imperativo no tiene valor de verdad (Ryle, 1945).
Una práctica, un diseño, un artefacto, no son “verdaderos” o “falsos”,
más bien sirven o no sirven, logran (o no logran, o parcialmente)
resultados, de acuerdo con propósitos, expectativas, requerimientos,
restricciones, incertidumbre y valoraciones.
Crimen: Cuestión de Ingeniería 367

Empresas diferentes implican métodos diferentes. Dado que


el ingeniero no pretende producir teorías sino definir y resolver
problemas, primero considera la situación particular a abordar y
luego sí decide qué hacer. El ingeniero se enfrenta a situaciones
nuevas cada vez, problemas diferentes para “clientes” diferentes,
con propósitos diferentes en circunstancias y necesidades distintas.
El ingeniero no comienza desde una teoría ni desde unos datos. Sus
métodos no son la deducción ni la inducción. No le interesa generar
una teoría “válida” para explicar unas observaciones. No se debate
entre el realismo y el empirismo de los filósofos de la ciencia. Tampoco
se debate entre métodos cuantitativos o cualitativos, este tipo de
preguntas le son irrelevantes pues el conocimiento que genera no se
ampara en la justificación. En cambio, las complejas restricciones
que enfrenta un ingeniero generan un tipo de conocimiento más
confiable que no necesita de autoridad epistémica (Pirtle, 2010; Pitt,
2011) pues, en últimas, si el diseño resuelve el problema, ¿importa
si hay una justificación filosófica o metodológica para utilizarlo?
Esta actitud confronta a la epistemología científica que se ampara
en la justificación—la tradición que hereda la clásica noción de
conocimiento como “creencia verdadera justificada”. El método
de la ingeniería no es el método científico (o cualquier variedad o
interpretación de este), su método es la heurística: cualquier estrategia
que provea una posible ayuda o dirección en la solución a un problema
de ingeniería, la heurística es injustificada y potencialmente falible,
no garantiza una solución y puede contradecir otras heurísticas
(Koen, 2003). La ingeniería opta por el pragmatismo (Pitt, 2011) e
implícitamente por una epistemología equivalente a la propuesta por
Popper (1963) que descarta la lógica de justificación y que opta por
conjeturas ciegas, acumulación de conocimiento a partir de errores
anteriores, expresado en diseños, y la puesta a prueba a través de
modelos y en la práctica.
La racionalidad que emplea la ingeniería y el tipo de conocimiento
que produce son entonces opuestos a la epistemología de la tradición
científica pues los diseños de ingeniería son prescriptivos, concretos,
no requieren de justificación, tienen propósito, son singulares,
temporales, contextuales, concebidos para situaciones de auténtica
incertidumbre, e involucran consideraciones normativas y éticas. La
Tabla 1 resume estas diferencias.
368 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Ciencia Ingeniería
Descubrir Diseñar
Describir Prescribir
Comprender, contemplar,
Actuar, transformar
observar
Práctica, tecnologías, tarea
Teoría
específica
Universal Particular
Eterno Temporal, histórico
Utópico, libre de contexto Contextual
Normalidad, homogeneidad Singularidad, heterogeneidad
Abstracto Concreto
Absoluto Relativo a una situación
Conocimiento justificado Conocimiento injustificado
Know-that Know-how
Método científico Heurísticas
Incondicional, necesario Contingente
Desinteresado Propósitos
Valoración, consecuencias,
Éticamente neutral
ética
Certero (probabilidades Incierto (probabilidades
conocidas) desconocidas)
Tabla 1. Ciencia e Ingeniería: epistemologías diferentes
Basado en Goldman (2004) y Olaya (2012a)

5. EL CRIMEN DESDE LA INGENIERÍA


DE SISTEMAS SOCIALES

La ingeniería aborda una diversidad de sistemas artificiales, no


sólo sistemas eléctricos o mecánicos sino también los ya mencionados
sistemas sociales. Esto requiere trascender prejuicios que la
confunden con una “mecanización” del mundo pues la singularidad
e impredecibilidad de sistemas conformados por tomadores de
Crimen: Cuestión de Ingeniería 369

decisión contrasta con la naturaleza aparentemente genérica y


predecible de los sistemas naturales. Algunas ramas de la ingeniería
que tratan con sistemas sociales son las ingenierías ambiental,
industrial, administrativa, de producción. Un sistema social no puede
ser descrito con leyes, está conformado por actores (individuales,
institucionales) motivados que toman decisiones de forma libre,
local, política, contingente y espontánea. A pesar de que en ciencias
sociales esta distinción ha sido también reconocida para cuestionar
enfoques positivistas o idealistas, estas críticas rara vez escapan al
marco científico, e.g. (Greenfeld, 2005). Una ingeniería de sistemas
sociales brinda unos lentes diferentes.
¿Cómo aborda la ingeniería la complejidad de los sistemas
sociales? Una ayuda, ya mencionada, es la construcción y utilización
de modelos. Pensamos mejor, imaginamos mejor, con la ayuda de
modelos externos a nosotros, abstracciones explícitas de la forma
como entendemos o imaginamos alguna situación o problema
(Olaya, 2010). Es una de las técnicas preferidas por los ingenieros
pues pueden apoyar ejercicios de diseño. En las últimas décadas el
apoyo de herramientas computacionales ha dado el impulso definitivo
a la actividad de modelar para apoyar la creación de diseños y
artefactos. Un ejemplo es el modelamiento de sistemas dinámicos
(conocido también como “dinámica de sistemas”) originado en 1960
en la escuela de ingeniería de M.I.T. (Massachusetts Institute of
Technology). Si bien esta técnica se apoya en sistemas de ecuaciones
diferenciales no lineales y en simulación computacional, su propósito
es elaborar modelos sistémicos (i.e. de sistemas) que apoyan procesos
de toma de decisión y de diseño de políticas pues permiten representar
y hacer explícitos el conjunto de supuestos que tienen los modeladores
acerca de una situación problemática concreta. Las matemáticas se
utilizan para caracterizar las operaciones del sistema modelado y
su cambio a través del tiempo; el computador permite examinar las
modificaciones a dichas operaciones y sus consecuencias. Construir
un modelo y utilizar una herramienta de simulación para examinarlo
posibilitan: i) Ayudar a comprender integralmente una “complejidad
organizada”, ii) Examinar las consecuencias que tiene la forma como
el sistema modelado está organizado (i.e. su estructura, su diseño)
en el desempeño del mismo, iii) Explorar modificaciones al diseño
del sistema, diseños nuevos, formas nuevas de organizarse, etc. que
permitan lograr soluciones efectivas. Opuesto a la búsqueda de una
370 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

teoría universal, abstracta, descriptiva, estos modelos se refieren a


una situación problemática en tiempo y espacio específicos y lo que
se obtiene es una herramienta que permite explorar escenarios en
ambientes de alta complejidad para diseñar políticas e intervenciones
acordes con dicha complejidad.
Se pueden reseñar algunos antecedentes de modelamiento
dinámico para problemas relacionados con el crimen. Quizás uno
de los primeros modelos de ingeniería en esta área es el desarrollado
en 1965 por la corporación Space-General (1965) el cual examina
el costo-efectividad del sistema penal en California (EE.UU.)
para prevenir la delincuencia. Desde entonces se han desarrollado
diversas aplicaciones. Por ejemplo, más recientemente, el modelo de
MacDonald and Mojtahedzadeh (2007) simula el proceso que siguen
los criminales a través del sistema penal de Nueva York y cómo dicho
proceso se ve afectado por innovaciones tecnológicas incorporadas
por la policía; el modelo de Newsome (2008), desarrollado en conjunto
con la policía británica, busca diseñar políticas sobre actividades
policiales de acuerdo con la dinámica cambiante de la priorización
en los servicios que presta y según su impacto en la vigilancia. En
el contexto colombiano, Hernández y Dyner (2001) modelaron el
impacto en el hacinamiento carcelario de acuerdo con la longitud
de las penas privativas de la libertad con el fin de examinar políticas
efectivas; Jaén y Dyner (2005) modelaron algunas políticas que
busquen reducir la criminalidad de acuerdo con el gasto en seguridad
y el capital social; Pardo y Olaya (2009) desarrollaron un modelo
de simulación para examinar las consecuencias del diseño de la
llamada ley de “Justicia y Paz” en la reinserción; Olaya (2010) ilustra
el problema de la congestión en el sistema penal colombiano como
producto del diseño mismo de dicho sistema y establece algunas de
las características operacionales que debería incorporar una política
que pretenda disminuir dicha congestión.
Se puede examinar un ejemplo con mayor detalle. Rivera, Beltrán
y Olaya (2011b) desarrollaron un modelo dinámico de simulación
para examinar la persistencia y crecimiento del narcotráfico en
Colombia durante los años 90 de acuerdo con las interacciones entre
cultivadores, gobierno y traficantes. Esto con el fin de establecer
algunas condiciones operacionales que deben cumplir algunas
políticas de intervención gubernamentales dirigidas a su control.
Crimen: Cuestión de Ingeniería 371

Se quería además realizar un debate en el Congreso de la República


sobre la efectividad de dos intervenciones puntuales de control: la
erradicación de cultivos de coca y la incautación de cocaína. El modelo
tenía como propósito dar elementos para este debate. Para comenzar
entonces había que establecer primero el problema a abordar, definir
por lo menos unas métricas o variables para cuantificar el desempeño
de la problemática. Hay muchas opciones, e.g. cantidad de drogas
ilícitas que se producen en Colombia, cantidad de incautaciones de
drogas ilícitas realizadas en Colombia, tierra cultivada con arbustos
de coca, etc. Con estos elementos se definió que se tomaría la
producción de cocaína como métrica de desempeño. En términos
de “problema de ingeniería” esto significa que el cambio que se
busca es modificar el desempeño del sistema medido a través de
dicha métrica. Dado además que se quería examinar la persistencia
del narcotráfico, es decir, la capacidad que tiene esta actividad para
resistir las intervenciones que el Estado realiza, se necesitaba entonces
examinar cómo esta métrica cambia a través del tiempo. Con estas
consideraciones y decisiones, desprendidas de los intereses de los
modeladores acerca del problema y el propósito que le dieron al
modelo, se determinó el comportamiento histórico durante la década
de los 90 de la producción anual de cocaína en Colombia como la
variable de interés que caracterizaría el problema (Figura 1).

Figura 1: Producción anual de cocaína en Colombia 1992-2000


Datos tomados de (United States, 2001)

El siguiente paso consistió en construir un modelo operacional


de esta problemática. Reconocer que la producción de cocaína es
la consecuencia de las operaciones de un sistema social lleva a
preguntarse por las decisiones y acciones de actores (individuales
372 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

o institucionales) involucrados. El modelo debía además incorporar


explícitamente las acciones de erradicación de cultivos y de
incautación de cocaína dados los propósitos que se definieron para el
mismo. Para esto se investigó información que permitiera capturar la
“lógica operacional” de estas decisiones. Esta manera de proceder se
diferencia de los enfoques científicos basados en datos que tienen como
objeto utilizar los valores pasados de diversas variables los cuales se
convierten en el insumo principal para producir conocimiento. Al
modelo no se le introducen datos históricos para replicarlos sino
operaciones (en forma de ecuaciones) que el modelo simula (Olaya,
2012b). Por ejemplo, en lugar de introducir los datos históricos de
producción de cocaína el modelo lo que hace es replicar la forma como
esta se produce (un “saber-cómo” se produce la cocaína) de acuerdo
con la siembra de arbustos (cuántos), su tiempo de crecimiento, su
productividad, el número de “cosechas”, el rendimiento de las hojas
de coca para producir cocaína, el empleo de insumos, las pérdidas
por diferentes motivos (de interés especialmente la erradicación de
los mismos), etc. La Figura 2 muestra un modelo simplificado. Este
modelo captura las operaciones relevantes del sistema de acuerdo
con los propósitos de los modeladores y las consideraciones a la
problemática particular.

Figura 2: Modelo operacional simplificado


del sistema que produce cocaína
Crimen: Cuestión de Ingeniería 373

El modelo es relativamente sencillo, articula de manera agregada las


relaciones entre algunas operaciones específicas de actores y simula la
producción de cocaína como el producto de la interacción y realización
continua de tales relaciones. Es decir, modificar la producción de cocaína
se vuelve una pregunta de diseño, i.e. ¿cómo modificar la forma como
este sistema está organizado para que su desempeño cambie? Con el
fin de responder esta pregunta se utiliza un simulador computacional
que permite visualizar las consecuencias de estas interacciones a través
del tiempo. La Figura 3 muestra en su parte izquierda un modelo
conceptual (equivalente al modelo de la Figura 2) que resalta los aspectos
estructurales más importantes del sistema modelado. El modelo permite
simular diferentes cambios o modificaciones al modelo; la parte derecha
de la Figura muestra varios escenarios simulados de producción de
cocaína según variaciones en el porcentaje de incautación anual. Cada
línea despliega lo que sería la producción de cocaína de acuerdo con la
estructura del modelo y las operaciones que este replica. Por ejemplo
la línea que termina en “43%” representa el comportamiento a través
del tiempo de la producción de cocaína en Colombia si cada año se
incautara el 43% de la que está en proceso en laboratorios; esta línea
crece aceleradamente (de forma cada vez más rápida). Existen diversas
pruebas técnicas que proveen confiabilidad a los resultados que arrojan
este tipo de modelos (Barlas, 1996; Sterman, 2000).

Figura 3: Modelo conceptual de la estructura del


sistema y escenarios simulados de producción de cocaína
para diferentes porcentajes de incautación
374 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Las simulaciones de la Figura 3 ilustran la persistencia de la producción


de narcotráfico frente a varios porcentajes de incautación de cocaína
en proceso de elaboración. ¿Por qué se da esta persistencia? Desde una
perspectiva de ingeniería se examina el diseño del sistema para identificar
aspectos estructurales que ayuden a dar una respuesta. El modelo
conceptual en la parte izquierda de la Figura 3 destaca tres estructuras
de realimentación. Dos estructuras corresponden a las estrategias de
control del Estado a través de la erradicación de cultivos y la incautación
(señaladas ambas con un signo negativo “-”), se denominan ciclos de
control, e.g. de acuerdo con la coca sembrada se erradican cultivos para
así disminuir dicha coca sembrada. En todo sistema social se encuentran
estructuras de control pues siempre hay actores que buscan cumplir
metas particulares o controlar uno o varios aspectos del mismo a través
de diferentes actividades, intervenciones, iniciativas etc. La tercera
estructura, en la parte superior del modelo, tiene un signo positivo “+” y
corresponde a la estructura de refuerzo del negocio de la producción y
exportación de cocaína el cual se caracteriza por una altísima rentabilidad
que permite grandes reinversiones en el mismo negocio. En ingeniería este
tipo de estructuras de refuerzo (o “ciclos de realimentación positivos”) se
reconocen como las responsables de cambios acelerados en un sistema (por
ejemplo el crecimiento poblacional se explica operacionalmente en función
del ciclo de refuerzo nacimientos-población-nacimientos); inclusive esto
se puede mostrar matemáticamente y sus consecuencias son usualmente
contra-intuitivas pues los seres humanos tendemos cognitivamente a
suponer o inferir comportamientos lineales (es decir, con crecimiento a
una tasa constante) en lugar de acelerados (que crecen a una tasa creciente,
crece cada vez más rápidamente) (Sterman, 2000).
La construcción del modelo y las simulaciones permiten apreciar
que a pesar de las estructuras de control a través de las acciones de
erradicación y la incautación, la estructura de refuerzo prevalece
sobre los ciclos de control:
Los recursos del Estado se utilizan en un proceso que es contrario al
ciclo de refuerzo pues se enfocan en controlar e impedir el crecimiento
del negocio. Así como el ciclo de refuerzo amplifica el negocio el ciclo
de control busca disminuir el volumen del negocio. A medida que el
Estado detecta mayor volumen de exportación la política indica que
se está avanzando en la lucha contra las drogas. El problema es que
el ciclo de refuerzo impulsado por las organizaciones narcotraficantes
Crimen: Cuestión de Ingeniería 375

debe tener una capacidad mayor que el ciclo de control impulsado


por el Estado (Rivera, Beltrán, & Olaya, 2011a, p. 14).
Los autores del modelo establecieron de hecho que en 13 años de lucha
contra las drogas, entre 1995 y 2007, el Estado colombiano gastó lo mismo
que la mitad del ingreso de un año del negocio del narcotráfico (Rivera et
al., 2011a). Semejante diferencia se explica como consecuencia estructural
del ciclo de refuerzo que reproduce las ganancias a un ritmo exponencial.
Operacionalmente el modelo muestra el poder de dicha estructura y
las características que deberían tener las estructuras de control para
contrarrestarla. Las simulaciones (parte derecha de la Figura 3) muestran
por ejemplo que sería necesario incautar anualmente cerca del 76% de la
cocaína que se procesa (una cifra utópica para la situación en cuestión y
los recursos disponibles) para disminuir su tráfico ilegal al exterior. Esta
cifra concuerda con el estudio del “Think Tank” norteamericano RAND
Corporation que en 1993 estableció que para una lucha efectiva contra la
producción de cocaína el porcentaje de incautación debería ser superior
al 70% (Kennedy, Reuter, & Riley, 1993).
El modelo fue construido con un propósito específico en mente:
examinar la persistencia del narcotráfico en Colombia en la década
de los 90 frente a unas acciones específicas de control por parte del
Estado. Tiene como referente una situación concreta en tiempo y lugar
de acuerdo con el sistema particular y no obedece a la aplicación de una
teoría sobre narcotráfico o sobre crimen. Tampoco pretende generar
una, no tiene como fin generar alguna hipótesis o teoría para explicar el
comportamiento de la producción histórica de cocaína (Fig. 1). Tampoco
está concebido como instancia particular de un caso más general; son sus
particularidades mismas lo que interesan y reconoce explícitamente que
el caso del narcotráfico en Colombia es singular y diferente. Si se quiere
examinar el narcotráfico en otro país el ingeniero hace otro modelo para
esa situación, con expectativas, recursos e intereses que no tienen que
ser los mismos; el modelo sería estructuralmente diferente.
Este ejemplo ilustra cómo se puede entender el narcotráfico como
resultado de las operaciones de un sistema según la forma como
este está organizado, es decir, según la forma como interactúan sus
elementos. En lugar de buscar las causas del fenómeno el modelo
ayuda a examinar la forma como el diseño del sistema explica la
persistencia de la producción de cocaína a pesar de las medidas
para su control. El conocimiento generado a partir de un modelo de
este tipo no es inducido a partir de datos, el modelo no utiliza datos
históricos para replicarlos ni proyectarlos; los resultados tampoco
son deducidos a partir de principios más generales, no hay elementos
376 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

deductivos en este tipo de conocimiento. En su lugar el modelo replica


operaciones determinadas por las acciones y decisiones de los actores,
e.g. uso de recursos, uso de información, etc. (Olaya, 2012b). A partir
de las simulaciones se produce un conocimiento saber-cómo que
brinda lineamientos para diseñar políticas de intervención que sean
consistentes con la complejidad estructural modelada.
Hay un aspecto importante para resaltar en la racionalidad que soporta
al modelo y sus simulaciones. La flecha en el centro de la Figura 3 indica
que el comportamiento de la producción de cocaína es consecuencia de
las operaciones del sistema, de la forma como su configuración produce
dichos resultados. Los escenarios de la parte derecha de dicha figura no
son predicciones; en su lugar, el modelo y la realización de simulaciones
proveen una inteligibilidad especial pues ayudan a comprender por qué el
diseño del sistema produce crecimientos tan acelerados y persistentes, es
decir, ayudan a vincular dichos escenarios en función de las estructuras
que resultan ser más significativas. Las herramientas analíticas utilizadas
en las ciencias sociales no tienen usualmente la capacidad de incorporar
estructuras de realimentación dada su meta de analizar linealmente causas
y efectos. En cambio, una racionalidad orientada hacia el diseño exige
pensar en términos de una síntesis de partes cuya interacción produce un
sistema funcional. El sistema modelado de la Figura 3 exhibe un diseño
el cual tiene diferentes propiedades como por ejemplo la estructura de
refuerzo mencionada que resulta ser dominante frente a las estructuras de
control. A diferencia de los enfoques científicos, no se busca correlacionar
la producción de cocaína con algunas variables explicativas, no busca unas
causas, para el ingeniero el desempeño de un sistema es consecuencia de
su diseño, de la forma como está estructurado, modificar su desempeño
(encontrar soluciones) implica entonces rediseñar la estructura (no
solamente alterar unas variables).

6. DESCRIBIR VS. PRESCRIBIR

El narcotráfico no es un fenómeno que se descubre en la naturaleza,


es una invención humana y el interés principal no es simplemente
explicar su ocurrencia, en este caso es un problema para algunos
actores interesados en reducirlo o eliminarlo a través de acciones
específicas. En el caso anterior el problema se definió desde la
perspectiva de un actor concreto que tiene interés en resolverlo de
Crimen: Cuestión de Ingeniería 377

acuerdo con unas expectativas propias (que no son necesariamente las


mismas de otros actores con intereses también en la misma situación)
y que cuenta con unos recursos específicos para hacerlo. El problema
se determinó de acuerdo con la particularidad de dichos intereses,
con los recursos a disposición de ese actor (tangibles e intangibles,
dinámicos, etc.), con unas metas que le interesa lograr, que entran en
conflicto con otras metas (por ejemplo las metas ambientales de un
ministerio preocupado por el medio ambiente vs. las metas de otro
ministerio preocupado por la seguridad, ambos ministerios como
parte de un mismo actor ejecutivo que enfrenta el problema y que
está interesado en tomar decisiones al respecto). Estas cuestiones
vinculadas a la acción traen preguntas difíciles que escapan de la
epistemología científica. ¿Cuál es la mejor acción a seguir? ¿Qué
significa “mejor” acción? ¿Qué costos se pueden asumir? (esto incluye
no solo costos económicos, e.g. ¿cuál es el costo para la sociedad de
incrementar las incautaciones a costa de la privacidad y la libertad?).
¿Cuál es el costo para el actor interesado en actuar? ¿Cómo valora
este actor las consecuencias de sus posibles acciones—por ejemplo de
incrementar radicalmente las incautaciones—frente a los beneficios
que estima obtener?
Estas preguntas son de carácter normativo y prescriptivo, denotan
juicios morales de valoración en donde la ciencia no tiene preguntas
ni ofrece métodos ni conocimiento ni respuestas (Moore, 2002).
Es más, las preguntas anteriores solo tocan cuestiones utilitaristas
(i.e. las consecuencias para la sociedad como rasero para juzgar
decisiones); podría haber otros referentes para juzgar moralmente
la acción a seguir. El contexto institucional que rodea el diseño de
una solución determina la lógica y los criterios que definen al diseño
mismo, este último solo tiene sentido en dicho contexto, propio e
intrínseco a la solución que se busca (Goldman, 1991). El diseño y
construcción de tecnologías—políticas públicas incluidas—tienen
una carga valorativa, el mito de la neutralidad ética de la tecnología
ha distorsionado lo que usualmente se cree que es el quehacer del
ingeniero. Basta recordar el diseño y construcción de los hornos
crematorios para la Alemania nazi por parte de la firma de ingeniería
Topf e Hijos, artefactos diseñados para carbonizar casi 5,000 cuerpos
humanos en 24 horas con innovaciones en configuración material,
estructural, sistemas de ventilación y escape (Katz, 2006, 2011).
378 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

Existen muchas preguntas relacionadas con la prescripción


y con el diseño que el ingeniero enfrenta. ¿Quién debe ser el
beneficiario de un artefacto? ¿Cuál debe ser su propósito? ¿Quién
lo debe utilizar y controlar? ¿De qué forma? ¿Cómo de debe medir
su desempeño? ¿Quiénes son los afectados? ¿Quiénes deberían ser
los afectados? ¿Quién y cómo se vigilan y defienden los intereses
de los perjudicados? ¿Qué perspectiva ideológica o cultural debería
legitimar o no al artefacto a diseñar? (Ulrich, 1987). Las respuestas a
estas preguntas le dan forma a los diseños que la ingeniería produce
y por ende impactan la realidad. En lugar de observar, la ingeniería
interviene en el mundo, es praxis. Su quehacer implica entonces
enfrentar aspectos de filosofía moral pues algunos diseños serán
preferibles a otros. El interés prescriptivo ilustra la diferencia radical
entre ingeniería y ciencia, la primera preocupada por la acción y
las consecuencias de sus productos, la segunda enfocada en la
contemplación, en la observación, en la validación teórica, bajo la
seguridad de su tradicional “neutralidad ética”. Goldman (1990) lo
resume elocuentemente:
El reconocimiento de que la ingeniería es una praxis… la
convierte en una rama de la filosofía moral. Dado que la práctica
de la ingeniería siempre toma lugar en contextos de acción, y dado
que la forma de su racionalidad característica incluye un rango de
elementos sintéticos, personales, sociales, intencionales, entonces la
práctica de la ingeniería, a diferencia de las prácticas de las ciencias,
las matemáticas y la filosofía, es inseparable de las preguntas por la
acción correcta… Y debido a que la ingeniería implica acción en un
mundo, entonces la ingeniería plantea intrínseca e inescapablemente
cuestiones morales, políticas y estéticas que tradicionalmente son
externas a la conducta científica (p. 137, énfasis originales).
La ingeniería involucra intrínsecamente la pregunta por la
acción a seguir, por la forma para actuar, e.g. ¿cómo debe ser una
política para combatir el crimen? (de acuerdo con la época, lugar,
cuestiones culturales, políticas, etc. de la situación particular) ¿Qué
tipo de acciones se deberían realizar? ¿Cómo? ¿Quién debe hacerlo?
¿Cuándo? Y por las mismas razones no puede proveer todas las
respuestas. Pero sí invita a considerar, con la mayor prudencia y en
toda su complejidad, la cuestión de intervenir y transformar un sistema
social, sistema artificial que no obedece a leyes naturales.
Crimen: Cuestión de Ingeniería 379

7. EL CRIMEN: PROBLEMA DE INGENIERÍA

Abordar un problema de ingeniería como si fuera un problema


científico, o equivalentemente tratar un sistema artificial como si fuera uno
natural—como es el caso del naturalismo criminológico—podría explicar
la irrelevancia que señala Austin. El conocimiento científico, el saber-que,
no es el más apropiado para estudiar sistemas artificiales que no siguen
leyes o regularidades. Igualmente, el método científico, el cual produce
dicho tipo de conocimiento, no está en capacidad de generar conocimiento
prescriptivo, normativo e imperativo (saber-cómo). El crimen no es un
fenómeno de la naturaleza, no hace parte del kosmos, es el producto de
acciones humanas. No puede ser descrito con leyes, teorías, hipótesis
genéricas o afirmaciones similares pues obedece a complejas relaciones
y decisiones de actores humanos e institucionales que se caracterizan por
su capacidad para innovar, es decir, para actuar de formas que no han sido
observadas. El crimen además no es universal, es contingente. Obedece a
unas condiciones propias del entorno en donde se desarrolla, a la historia
que lo construyó en tiempo y lugares específicos. Es singular, el crimen
en Ankara en el siglo 19 no es igual al que ocurre en Cartagena en el siglo
21. Refleja intenciones humanas e instituciones propias de una colectividad
específica. Y si el objetivo es intervenir para decidir cursos de acción,
entonces el saber-que no es seguramente una vía idónea.
A pesar de esto, siguiendo el “complejo de dios”, se tiende a asumir
que el conocimiento teórico es necesario, o es al menos un primer
paso, para determinar cursos de acción contra el crimen, e.g. (Gadd et
al., 2012a); los criminólogos insisten en que el conocimiento científico
es la mejor base para política pública a pesar de que reconocen que
el conocimiento actual en criminología es contingente e incompleto
y por lo tanto “no está listo” (Blomberg, Mestre, & Mann, 2013).
Sin embargo, algunos sí reconocen la distancia epistemológica entre
el conocimiento científico y la determinación de cursos de acción,
e.g. “en realidad la mayoría de cuestiones relacionadas con políticas
son cuestiones morales que no pueden responderse con teoría o con
investigación… la idea de que el conocimiento académico por sí solo
debe determinar los resultados de las políticas es ingenuo” (Laub, 2004,
p. 18). De hecho Wilson sugiere reemplazar el estudio del crimen desde
una perspectiva científica (de ciencia social) y en su lugar apelar al
análisis de política como alternativa para determinar cursos de acción:
380 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

El análisis de política, opuesto al análisis causal, comienza con


una perspectiva muy diferente. Se pregunta no por las causas de un
problema sino por una condición que alguien desea que ocurra, por
las métricas que informarán cuándo se ha alcanzado esa condición, y
finalmente por las herramientas de política que un gobierno tiene para
que, al aplicarlas, produzcan a un costo razonable la transformación
deseada… En este caso la condición deseada es la reducción de
formas específicas de crimen… El criminólogo, preocupado con las
explicaciones causales… ha operado dentro de un marco intelectual
que le hace difícil o imposible desarrollar alternativas razonables de
política (1974, p. 50)
A lo que Wilson denomina en el párrafo anterior “análisis
de política” se le podría llamar equivalentemente “problema de
ingeniería”. Sin embargo, para Wilson la inconveniencia del análisis
causal radica en que él lo considera inaccesible a posibles políticas
pues para él este se enfoca en actitudes y cuestiones psicológicas y
familiares de los criminales a las cuales un gobierno no tiene acceso.
Para Wilson un análisis de política debe tener la posibilidad de
concentrarse en “la manipulación de condiciones objetivas… como
respuesta a los costos y beneficios de cursos alternativos de acción”
1974, p. 50). En líneas similares se pronunciaron Rittel y Webber
en 1973 al afirmar que la ciencia no puede abordar problemas de la
complejidad que involucra la pretensión de planificar hacia futuro
el mundo social debido a la perversidad (en el sentido de dificultad
viciosa, “wickedness”) de los problemas públicos (el control de crimen
incluido): no se pueden describir de forma completa, sus soluciones
no son verdaderas o falsas sino buenas o malas, no tienen soluciones
definitivas ni evaluables, no tienen una lista exhaustiva de potenciales
soluciones, cada problema es único, singular y de carácter normativo
(Rittel & Webber, 1973).
De hecho la cuestión no es de alcance o posibilidad práctica.
Simplemente el análisis científico del crimen no tiene—por
principio, por su propia condición—posibilidad de generar
conocimiento “know-how”, es decir, conocimiento tecnológico que
permita diseñar soluciones articuladas a problemas de ingeniería
los cuales involucran cuestiones sobre la acción que se debe
seguir. Diversos académicos han sugerido utilizar racionalidades
orientadas a la actividad de diseñar para abordar políticas públicas
Crimen: Cuestión de Ingeniería 381

e.g. (Considine, 2012; Johnson & Cook, 2014; Linder & Peters, 1984)
aunque no siempre desprendiéndose de la aspiración científica la cual
pareciera irrenunciable. Mark Moore, profesor de política criminal
de la Universidad de Harvard, a pesar de haber identificado en 1983
la diferencia de propósitos entre la ciencia y el análisis de políticas
(Moore, 1983), se vio en la necesidad de repetir su argumento casi
20 años después (Moore, 2002) pues se declaró “decepcionado de
que [estas diferencias] no han sido ampliamente comprendidas” (p.
35)—lo que coincide con la motivación para escribir este capítulo.
Moore identifica algo que parece obvio pero cuya diferencia no parece
comprenderse: que las ciencias sociales tienen metas diferentes de las
metas de los diseñadores de políticas públicas y tomadores de decisión;
a estos últimos no les interesan las teorías ni el funcionamiento
general del mundo sino saber cómo enfrentar los problemas
particulares a los que se enfrentan en su parcela concreta del universo,
razonamiento que la ciencia no está en capacidad de ofrecer por su
pretensión de universalidad que ignora las particularidades concretas
de cada singularidad. No están interesados en descripciones sino en
prescripciones. Moore (2002) finaliza así su argumento:
Los hallazgos de las ciencias sociales nunca están en la capacidad
de dictar completamente la respuesta correcta a una pregunta
importante de políticas [policy]… porque las cuestiones normativas
permanecen enteramente por fuera del alcance de la ciencia… Una
pregunta importante para aquellos que utilizan métodos científicos,
teorías, y hallazgos para informar políticas es, entonces, cómo deben
ellos materializar los compromisos que tienen con razonamientos
desapasionados y su interpretación de evidencias, con temas que
actualmente (y quizás para siempre) están por fuera del alcance de
la ciencia. La respuesta a esa pregunta nos mostraría de qué forma
debería ser el mundo del diseño y análisis de políticas, y sospecho
(bueno, realmente sé) que es un mundo muy diferente del mundo de
las ciencias sociales (p. 42).
Lo llamativo es que ni Wilson ni Moore caen en la cuenta de
vincular sus argumentos con la epistemología de la ingeniería,
ni siquiera el término aparece en sus discursos. El diseño de
política pública, artefacto para enfrentar el crimen colectiva e
institucionalmente, consiste en la creación intencional de sistemas
artificiales complejos para alcanzar propósitos determinados; esto
382 Farid Samir Benavides Vanegas, PhD

denota un reto de ingeniería, algo que parece escapar a los académicos.


Una notable excepción es el profesor de Derecho de la Universidad
de Cambridge y ex-parlamentario del Reino Unido David Howarth
quien identifica al Derecho con la ingeniería. En su libro titulado
“El Derecho como ingeniería” (Howarth, 2013) da respuesta al
dilema de clasificar al Derecho como ciencia social o como una de
las humanidades (Howarth, 2004) y opta por no identificarlo con
ninguna de estas sino con la ingeniería pues reconoce que el abogado
diseña y construye artefactos para solucionar problemas concretos,
contingentes, particulares, problemas de ingeniería al fin y al acabo.
Sus artefactos, sus tecnologías, son los contratos, las fiducias, las
leyes, las constituciones, etc. y sus preocupaciones son prescriptivas,
no descriptivas.

8. INVITACIÓN

La palabra “artefacto” evoca objetos materiales, máquinas,


herramientas. Sin embargo, hay otros tipos de artefactos, inmateriales,
intangibles, pero finalmente creaciones humanas para diversos
propósitos. Una política pública es un artefacto, una tecnología.
Mitcham (1994) enfatiza la naturaleza tecnológica de lo que él llama
“artefactos sociales” como por ejemplo las instituciones sociales:
“aunque no son materiales, ¿no son hechas por seres humanos? Y como
tales, ¿no exhiben también ese estatus paradójico de independizarse
hasta cierto grado de su creador, inclusive posicionándose en contraste
y aparte de su creador y con la capacidad de influenciar el mundo
independientemente de las intenciones de su creador, y aun así
requieren de las atenciones, conscientes o inconscientes, de su creador
con el fin de persistir en su existencia? (pp. 174-175). También hay
otros tipos de tecnologías, por ejemplo el conocimiento saber-cómo—
de hecho el término “tecno-logía” denota un tipo de conocimiento.
Con estas consideraciones es sencillo comprender que entonces el
diseño de política pública es un reto tecnológico que utiliza, requiere
y produce conocimiento tecnológico pues consiste en el diseño
intencional de artefactos complejos (leyes, normas, políticas públicas,
prácticas, programas, etc.) para que cumplan propósitos determinados
en situaciones específicas dentro de un contexto institucional, político,
económico y sujeto a unas restricciones y requerimientos propios de
la situación. Estos diseños implican consideraciones prescriptivas,
Crimen: Cuestión de Ingeniería 383

normativas y éticas. La racionalidad científica encuentra dificultades


para esta labor que nacen de su propia epistemología.
Smith (2008), en su revisión de dos libros de criminología, subraya que
“es significantemente poco claro por qué… tantos aspectos diversos de la
vida social se han podido pensar como materia de estudio de una ciencia
unificada” (p. 619). Este capítulo quiere llamar la atención sobre este hecho
que parece darse por sentado. El salto de lo general a lo particular, de lo
descriptivo a lo prescriptivo, de lo teórico a lo práctico, del saber-que al
saber-cómo, de lo natural a lo artificial, no es trivial. Es más, no es cuestión
de un “salto”. Desde la ingeniería se comprende que no hay manera de
pasar a lo particular desde lo universal ni al saber-cómo desde el saber-que.
La ingeniería cuenta con una forma de pensar, métodos y herramientas
para explorar, generar, evaluar y modificar diseños, iniciativas de cambio,
soluciones y mejoras, de acuerdo con unos recursos disponibles, para
enfrentar situaciones específicas, contingentes, inciertas y pobremente
comprendidas en un espacio rico y variante de criterios técnicos,
éticos, estéticos y humanísticos (Koen, 2010). Pero esto no les compete
exclusivamente a profesionales graduados de carreras de ingeniería. Todo
ser humano que se enfrenta a un problema de ingeniería y lo resuelve a
través de la creación de algún artefacto es un ingeniero. Está en nuestra
naturaleza humana diseñar, construir y utilizar artefactos para solucionar
problemas. Henry Petroski, dedicado a demarcar las diferencias entre
ciencia e ingeniería, subraya que “las ideas de ingeniería están de hecho en
nuestros huesos y son parte de nuestra naturaleza y experiencia humana”
(Petroski, 1992, p. vii). Esto se refleja también en la inclinación de buena
parte de los científicos a intervenir y transformar el mundo. Todos somos
el Homo Faber exaltado por Arendt (1958). Me parece que la mayoría de
criminólogos son ingenieros sin saberlo, o al menos tienen intención de
ingenieros. Este capítulo es una invitación a reflexionar sobre los alcances
del conocimiento científico y sobre la necesidad de articular la actividad
científica con disciplinas orientadas a la acción que pueden proveer
técnicas, herramientas, preguntas y epistemologías para este propósito.
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