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DERECHO PENAL
(Parte General)
4ª Edición
tirant lo b anch
Valencia, 2010
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MAQUETA: PMc Media
Prólogo ................................................................................................................................ 31
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN Y TEORÍA DE LA LEY PENAL
Sección Primera
Cuestiones fundamentales
TEMA 1
EL DERECHO PENAL COMO SISTEMA NORMATIVO E
INSTRUMENTO DE CONTROL SOCIAL
TEMA 2
LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA
PENA
TEMA 3
LAS CIENCIAS PENALES Y EL DERECHO PENAL ESPAÑOL
Sección Segunda
Los principios limitadores del poder punitivo del Estado
TEMA 4
LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (I)
TEMA 5
LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (II)
TEMA 6
LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (III)
TEMA 7
LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (IV)
TEMA 8
LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (V)
Sección Tercera
La aplicación de la Ley Penal
TEMA 9
LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL EN EL ESPACIO Y LA
INTERNACIONALIZACIÓN DEL DERECHO PENAL
TEMA 10
LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL A LAS PERSONAS
SEGUNDA PARTE
LA TEORÍA JURÍDICA DEL DELITO
Sección Primera
Consideraciones Generales
TEMA 11
EL CONCEPTO JURÍDICO DE DELITO
Sección segunda
La imputación en los delitos de acción
TEMA 12
DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (I)
TEMA 13
DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
TEMA 14
DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (III)
E. La realización del tipo objetivo en los delitos lesivos de mera actividad.. 257
F. La realización del tipo objetivo en los delitos de peligro ........................... 257
a. Delitos de peligro abstracto ................................................................... 260
b. Delitos de peligro concreto .................................................................... 264
c. La concreción del peligro en lesión del bien jurídico............................ 266
TEMA 15
DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (IV)
TEMA 16
DELITO DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (V)
D. La imprudencia............................................................................................ 285
a. Concepto y clases ................................................................................... 285
b. El sistema de incriminación de la imprudencia en el Código Penal ... 288
a’. El sistema de numerus clausus ....................................................... 288
b’. La distinción imprudencia grave/imprudencia leve ....................... 290
c’. La imprudencia profesional ............................................................. 291
c. El error de tipo ....................................................................................... 292
a’. Concepto y clases: vencible e invencible ......................................... 292
b’. El objeto del error de tipo ................................................................ 295
c’. Supuestos particulares de error de tipo .......................................... 297
i. El error sobre la identidad de la persona o el objeto ............... 297
ii. Error en el golpe (aberratio ictus) ............................................ 298
iii. Error sobre el curso causal ....................................................... 299
iv. Casos de consumación posterior o anterior a la acción dolosa 299
del sujeto ....................................................................................
v. Los casos de preterintencionalidad .......................................... 300
18 ÍNDICE
TEMA 17
DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (I)
TEMA 18
DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (II)
TEMA 19
DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (I)
TEMA 20
DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (II)
Sección Tercera
La punibilidad
TEMA 21
LA PUNIBILIDAD
Sección Cuarta
Las formas de aparición del delito
TEMA 22
EL ITER CRIMINIS
TEMA 23
AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
TEMA 24
AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (II)
TEMA 25
LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
TEMA 26
EL CONCURSO DE DELITOS
Sección Quinta
La imputación en los delitos de omisión
TEMA 27
LOS DELITOS DE OMISIÓN
TERCERA PARTE
LAS CONSECUENCIAS JURÍDICAS DEL DELITO
TEMA 28
LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (I)
TEMA 29
LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (II)
TEMA 30
LA INDIVIDUALIZACIÓN DE LA PENA
TEMA 31
EL DERECHO PENAL DE MENORES
TEMA 32
ESTADOS PELIGROSOS Y MEDIDAS DE SEGURIDAD
TEMA 33
EXTINCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL Y OTRAS
CONSECUENCIAS JURÍDICAS DERIVADAS DEL DELITO
CUARTA PARTE
LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL DE LAS PERSONAS
JURÍDICAS
TEMA 34
TEORÍA DE LA IMPUTACIÓN DE LAS PERSONAS JURÍDICAS
RP Reglamento Penitenciario
STC Sentencia del Tribunal Constitucional
StGB Código Penal alemán
STS Sentencia del Tribunal Supremo
STSJ Sentencia del Tribunal Superior de Justicia
SAP Sentencia de la Audiencia Provincial
TC Tribunal Constitucional
TEDH Tribunal Europeo de Derechos Humanos
TJCE Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea
Tol Repertorio de Jurisprudencia de Tirant on line
TRLSA Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas
TS Tribunal Supremo
TUE Tratado de la Unión Europea
TFUE Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea
Bibliografía básica. Material legislativo y
jurisprudencial
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2000 y 2001.
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cho Privado. Madrid, 1963.
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1981; Manual de Derecho Penal. Parte General. Morales Prats y Prats Canut (cola-
boradores). 3ª ed. Aranzadi. Madrid, 2002; Parte General del Derecho Penal. Con la
colaboración de Morales Prats. 3ª ed. Thomson-Aranzadi. Madrid, 2009.
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neral. 15ª ed. Dykinson. Madrid, 1992.
RODRÍGUEZ MOURULLO, G.: Derecho Penal. Parte General. Civitas. Madrid, 1978.
RODRÍGUEZ MOURULLO, G./JORGE BARREIRO, A. (Coords.) y otros autores: Co-
mentarios al Código Penal. Civitas. Madrid, 1997.
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nal. Parte Especial. Un estudio a través del sistema de casos resueltos. Tomo I. Deli-
tos contra las personas. Tirant lo Blanch. Valencia, 2008.
cos del Derecho porque de ese modo pueden resolver los casos a los que se en-
frentan sin tener que realizar previamente la más mínima labor de estudio,
al tiempo que afirman que las “teorías” que se estudian en las Facultades de
Derecho no sirven absolutamente para nada. Pues bien: ese pretendido di-
vorcio entre teoría y práctica jurídicas debe ser negado de manera rotunda.
Porque solamente es teoría (buena teoría) aquélla que sirve para resolver
los casos de la vida real (en muchas ocasiones se ha dicho, con razón, que no
hay mejor clase teórica que una buena clase práctica). Y porque, se quiera
o no, y se mire por donde se mire, la práctica consiste, lisa y llanamente, en
resolver casos aplicando teorías.
Es necesario, por todo ello, que la enseñanza del Derecho Penal se orien-
te a que sus destinatarios queden cuanto antes en condiciones de afrontar
el tratamiento teórico y práctico de sus problemas centrales. Con esta fina-
lidad se ofrece esta exposición sistemática de la Parte General del Derecho
Penal a través de la cual se pretende que el alumnado que se inicia en el
estudio de esta materia disponga desde el principio de un material de refe-
rencia básico que permita su trabajo autónomo y exima al profesorado de
la obligación de trasmitirlo, permitiéndole orientar su actividad docente
al tratamiento de los problemas que en cada momento juzgue más impor-
tantes, así como al debate y a la discusión y resolución de casos prácticos.
El material que ahora se ofrece debe ser completado por el alumnado a
través de la consulta de otras obras generales de Derecho Penal de las que
se ofrece una amplia reseña. El alumnado ha de esforzarse en comprobar
todas y cada una de las referencias legislativas y jurisprudenciales del tex-
to, habituándose de este modo de forma progresiva al manejo de material
legislativo y jurisprudencial y al estudio basado en el razonamiento y la
comprensión.
La obra va dirigida fundamentalmente al alumnado que curse la Parte
General del Derecho Penal. Desde luego, existen en la actualidad magnífi-
cos Manuales, Tratados y libros de casos prácticos de la Parte General del
Derecho Penal. Pero el material que ahora se ofrece no responde al esquema
tradicional de los Manuales de la Parte General y libros de Casos Prácticos
al uso, pretendiendo, por el contrario, ofrecer un modelo de material de tra-
bajo intermedio entre ambos e inexplorado hasta el momento. Precisamente
por ello, la obra también puede resultar de interés para profesionales de
Derecho, ya que ofrece una aproximación práctica a los grandes problemas
teóricos de la Parte General del Derecho Penal.
El método de trabajo que se ha seguido para la elaboración de la obra ha
partido de la elaboración por cada autor de los temas que se le han asignado.
Pero tras su elaboración, los temas han sido debatidos en Seminario para
evitar contradicciones y homogenizar el tratamiento de la materia, aunque
JOSÉ MIGUEL ZUGALDÍA ESPINAR 33
a) ¿Qué comportamientos son los que puede prohibir el Estado mediante el procedimiento de ame-
nazarlos con una pena?
b) ¿Qué es lo que justifica (legitima) la imposición de una pena a los autores de dichos comporta-
mientos?
I. EL DERECHO PENAL
1. Los conceptos fundamentales del Derecho Penal. El delito y la pena
La observación de cualquier realidad social, en todo lugar y momento de la
historia, pone de manifiesto que las colectividades humanas son, básicamente,
plurales y conflictivas, ya que se integran por miembros libres, imperfectos y
distintos entre sí. Precisamente por ello, la convivencia entre los seres humanos
es fuente de continuos problemas (individuales y sociales) que surgen desde el
mismo momento en que los integrantes del grupo social expresan sus deseos,
frustraciones o agresividad (sentimientos latentes en toda persona) realizando
conductas que lesionan o ponen en peligro los derechos de otros componentes
del grupo social.
40 EL DERECHO PENAL COMO SISTEMA NORMATIVA E INSTRUMENTO…
El odio a una persona puede llevar al asesinato (art. 139 CP); el deseo desmedido de beneficio
económico puede conducir al delito fiscal (en detrimento del interés general de la redistribución de
la riqueza —art. 305 CP) o a imponer a los trabajadores condiciones laborales que perjudiquen los
derechos labores que tengan reconocidos por convenios colectivos (art. 311 CP); el fanatismo pue-
de conducir a negar a ciertas personas, por motivos ideológicos o de raza, prestaciones a las que
tienen derecho, con violación del principio de igualdad ante la ley (delito de discriminación —art. 511
CP). Los asesinatos, las defraudaciones a la Hacienda Pública, las restricciones de los derechos de
los trabajadores, las discriminaciones, etc. constituyen comportamientos indeseables para el grupo
social, ya que se apartan de las normas que deben regir la convivencia. Estos comportamientos
extraordinariamente graves se conocen con el nombre de delitos y se intentan prevenir y se castigan
a través de la pena. El delito y la pena se convierten así en los conceptos centrales del Derecho
Penal.
Ejemplo de normas: el art. 139 CP es una norma que prohíbe matar a los demás al conminar con la
pena de prisión de quince a veinte años el hecho de “matar a otro con alevosía” (delito de asesinato);
el art. 195 CP es una norma que manda socorrer a las personas que estuviesen desamparadas y en
peligro manifiesto y grave, y conmina con la pena de multa de tres a doce meses la no prestación de
socorro en tales casos (delito de omisión del deber de socorro). Ejemplo de reglas: el art. 66, 1, 1ª
CP, que impide a los Jueces y Tribunales imponer las penas en su mitad superior si en la realización
del delito ha concurrido alguna circunstancia atenuante de la responsabilidad criminal.
cialmente intensa mediante la utilización del Derecho Penal (esto es, mediante
la utilización de la pena como sanción grave) para evitar —en la medida de lo
posible— que dichos conflictos se produzcan, se reproduzcan o que su solución
quede en manos de los particulares.
Los delitos constituyen conductas que lesionan o ponen en peligro valores o intereses cuyo respeto
resulta necesario para la convivencia. Por ejemplo, a través del homicidio (art. 138 CP) se lesiona el
derecho a la vida; el delito de violación (art. 179 CP) lesiona el derecho a la libertad sexual; etc. Las
sanciones penales constituyen privaciones o restricciones de derechos (arts. 32 y 33 CP): privacio-
nes de libertad —v. gr.: pena de prisión—; restricciones de derechos —v. gr.: privación del permiso
de conducir—; o multas.
Esta afirmación no pretende en modo alguno ser una “verdad” sustraída a la discusión racional: en
efecto, hipotéticamente, cabe pensar en un futuro imprevisible, en el que, habiendo desaparecido las
desigualdades sociales y los condicionamientos materiales, sociales, culturales, etc. que favorecen
el delito, y habiendo alcanzado la conciencia y autocontrol de la generalidad de los individuos un
elevadísimo nivel de estabilidad capaz de anular o resistir eficazmente a las “tentaciones” delictivas
mediante la educación social, ya no sea necesario acudir a la amenaza de la pena para reforzar las
reglas sociales de conducta de carácter fundamental. Pero como, hoy por hoy, y hasta dónde uno
puede imaginar, es evidente que no se da esa ausencia de factores criminógenos incitantes para la
colectividad y esa madurez y estabilidad en las conciencias de la mayoría, cabe llegar a la conclu-
sión de que “hay Derecho Penal para rato” (Gimbernat). Además, las hipotéticas “fuerzas” (políticas,
culturales o económicas) que determinarían ese elevadísimo nivel de estabilidad capaz de anular las
tendencias delictivas, posiblemente generarían un aparato represivo-controlador incompatible con
una sociedad de seres libres en la que la desviación y la disidencia fueran todavía posibles.
no tengan como clientela habitual, en un tanto por ciento muy alto, a personas
extraídas de la marginación y la pobreza; o en un Derecho Penal en el que se
definan como delitos conductas que se desvíen respecto de normas y valores
distintos a los imperantes en la actualidad.
Algunas claves para la reforma del Derecho Penal podrían ser la de dar satisfacción a las víctimas
a través de una justicia restaurativa; procurar la eficacia real de la Administración de Justicia; frenar
la tendencia al tratamiento penal de todos los problemas sociales, a la utilización simbólica y dema-
gógica del Derecho Penal, al continuo incremento de tipos delictivos o de sus niveles de punición
para abordar problemas en los que la intervención no penal sería más eficaz y menos costosa; instar
a los medios de comunicación para que abandonen las prácticas de tratamiento del delito basadas
en la búsqueda del incremento de cuotas de audiencia a través del tratamiento morboso y emotivo
del delito; apostar por el fin reeducativo y reinsertador de las penas privativas de libertad; crear
instrumentos de justicia social también para la prevención de los delitos y la humanización de la vida
en la cárcel. Y es que, en definitiva, otro Derecho Penal es posible. También se podrían desenmas-
carar mitos: del mito “el sistema penal español es un sistema benevolente”, a “es el más represivo
de Europa”; de “la cadena perpetua no existe en España: implántese”, a “existe de hecho —no de
nombre— la cadena perpetua en España y, en algunos casos, más estricta que otros Estados que sí
la tienen en sus Códigos”; del presupuesto de que “el perfil medio del preso es de alta peligrosidad”,
a “los presos, en su mayoría, no están en prisión por cometer delitos graves ni violentos”; de “las cár-
celes son instituciones cómodas y seguras” a “son espacios en los que la muerte tiene una presencia
constante”; de “los delitos son expresión de la libertad del ser humano; una decisión individual libre
por la que cada uno debe pagar”, a “una gran mayoría de ellos tienen una vinculación directa con
situaciones de exclusión social”; de “las penas se cumplen en una pequeña parte”, a “se cumplen en
su integridad y la gran mayoría de la personas lo hacen dentro del recinto penitenciario en régimen
ordinario”; de “entran por una puerta y salen por otra” a “muchos entran en prisión aún sin haber sido
juzgados”, etc. (cfr.: www.otroderechopenal.aldeasocial.org).
Por ejemplo, el art. 352 CP amenaza con las penas de prisión de uno a cinco años y multa de doce a
dieciocho meses el hecho de incendiar montes o masas forestales (delito de incendio forestal).
El Derecho Penal no es el instrumento de control social más importante: sin duda, una rebaja sus-
tancial de las penas del delito de homicidio (art. 138 CP) no ocasionaría un aumento insoportable
del número de padres que resultaran muertos por sus hijos (otros “frenos” y mecanismos de control
social impiden la proliferación de este tipo de conductas). Pero, aun así, el Derecho Penal es un
importante mecanismo de control social: en la disminución de la siniestralidad en carretera jugó un
papel importante la reforma del art. 379 CP operada por LO 15/2007, de 30 de noviembre.
Por ejemplo, la Policía no puede detener sino en los casos y en la forma prevista por la ley (art. 489
LECrim); no se puede detener a una persona por el solo hecho de ir indocumentada, ni por simples
faltas, salvo que concurran los requisitos del art. 495 LECrim; caso de practicarse una detención, el
detenido debe ser informado inmediatamente de todos los derechos que le asisten (art. 520, núm. 2
LECrim); la detención no podrá durar más del tiempo estrictamente necesario para la realización de
las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos y, en todo caso, en el plazo máximo
de setenta y dos horas, el detenido deberá ser puesto en libertad o entregado a la Autoridad Judi-
cial (art. 520, núm. 1 LECrim); la prisión provisional sólo puede ser acordada judicialmente cuando
alguna parte lo interesase (art. 504 bis, 2, 3º LECrim); la Autoridad Judicial competente sólo puede
imponer una sanción penal si se demuestra, tras un juicio público (art. 680 LECrim) en el que se
practiquen con todas las garantías las pruebas de cargo —lícitamente obtenidas— que desvirtúen la
presunción de inocencia (art. 24, núm. 2 CE), que el inculpado ha realizado un hecho previsto por la
ley como delito (art. 10 CP), etc.
En este sentido, Hassemer/Muñoz Conde consideran que la formalización del control social penal es
extremadamente valiosa para los implicados en un conflicto social al cumplir funciones tan importan-
tes como las siguientes: a) Orientar a todos los implicados (infractor, víctima, e incluso espectadores)
en una situación que normalmente es, por su excepcionalidad y la carga emotiva que comporta,
difícil; b) Distanciar al “autor” de la “víctima”, delimitando y estructurando sus respectivos ámbitos
de actuación y determinando sus roles y, consecuentemente, sus expectativas; c) Intentar proteger
al más débil, en el sentido de distribuir opciones de acción en función del tipo de conflicto y del rol
del agente independientemente de su poder social; d) Abrir posibilidades de solución definitiva al
conflicto prescribiendo secuencias de acción (v. gr. imponiendo al ofendido la obligación de aceptar
la satisfacción que le da el Estado o el agresor y prohibiéndole responder con otra agresión). Con
otras palabras: la función del Derecho Penal sería la de “enfriar” (racionalizar) la respuesta social
(irracional-vindicativa) frente al delito.
V. gr., de la norma que obliga a los cónyuges a guardarse fidelidad (art. 68 Cciv) se desvía el com-
portamiento consistente en el adulterio; de la norma de respetar a los demás se desvía el compor-
tamiento de fumar en lugares públicos (Ley 28/2005, de 26 de diciembre), y ninguna de esas dos
conductas es constitutiva de delito.
Así, por ejemplo, el Derecho Penal no interviene sólo cuando se produce un menoscabo en la salud
individual de la persona que ha comido alimentos en mal estado (a través del tipo “de lesión” previsto
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 47
en el art. 147 CP), sino que amplía su intervención castigando como delito la simple puesta a la venta
en el mercado de géneros alimenticios corrompidos (a través del tipo “de peligro” previsto en el art.
363 CP), ya que con tal comportamiento se pone en peligro la salud pública.
b’. Aunque con ciertas limitaciones, se puede deducir también de la Constitu-
ción, en algunos casos, y en lo que se refiere a la jerarquización de los intereses
o valores que el Derecho Penal está llamado a proteger, el carácter adecuado o
inadecuado del grado de protección otorgada a cada uno de ellos. Por ejemplo,
la extraordinaria protección que nuestra legislación penal otorga (art. 234 y ss.
CP) al derecho de propiedad (que no es un derecho fundamental de la perso-
na), contrasta con la proporcionalmente escasa protección penal otorgada, por
ejemplo, al derecho fundamental de la persona a la libertad y la seguridad en el
trabajo (arts. 311 y ss. CP).
Especialmente agudo en la práctica es el problema de determinar los principios que deben regir las
relaciones internas entre dos derechos fundamentales de la persona, a saber: el derecho al honor
(art. 18 CE.) y el derecho a la libertad de información (art. 20 CE). El Tribunal Constitucional reco-
noce que no puede establecerse una jerarquía intraconstitucional de dichos bienes jurídicos y que
tampoco es posible solucionar los conflictos particulares que puedan plantearse entre ambos dando
primacía, con carácter general, a un derecho sobre otro. Pese a todo, y sin olvidar que el derecho al
honor va referido al respeto que merece una persona en cuanto tal, también considera que al ser el
derecho a la libertad de expresión y crítica una condición absolutamente necesaria para el ejercicio
de los demás derechos en los que se funda el sistema democrático, las limitaciones que le imponga
el derecho al honor han de ser interpretadas siempre restrictivamente (“efecto irradiante” del derecho
a la libertad de información).
De ahí la radical ilicitud de los llamados “delitos políticos” o “delitos de opinión”: no compartir una
idea o un sistema de pensamiento no puede integrar nunca un hecho prohibido por la ley como
delito. Por ello, la apología del delito (arts. 18 CP) sólo es punible cuando la acción apologética
eleve de manera efectiva el riesgo de realización de los delitos de los que se hace la apología (esto
es, cuando exista “incitación directa” a cometerlos). El castigo del enaltecimiento o la justificación
del terrorismo en el art. 578 CP (la llamada “apología menor”) es discutible (no así el castigo de las
injurias a la víctimas). Sin embargo, la negación del holocausto constituye una manifestación del
derecho de los negacionistas a difundir sus ideas en el marco de su libertad de expresión (en este
sentido, la STC 235/2007, de 7 de noviembre declaró inconstitucional el inciso inicial del art. 607.2
CP : la expresión “niegen o”).
c. En última instancia debe reconocerse que la única regla fija que existe
en nuestro sistema jurídico para seleccionar y jerarquizar los bienes jurídicos
que van a ser objeto de protección penal, es la de que dicha función está enco-
mendada a las Cortes Generales en tanto órgano de representación del pueblo
español (art. 66 CE): solamente ellas pueden crear delitos y amenazarlos con
penas a través, como veremos, de las Leyes Orgánicas, que requieren para su
aprobación del voto afirmativo de la mayoría absoluta (la mitad más uno) de
los miembros del Congreso en una votación final sobre el conjunto de la Ley
(art. 81 CE). Esto está orientado a que sólo se sancionen como delitos aquéllas
conductas que se desvíen de las expectativas sociales acerca de las cuales exista
un consenso extraordinariamente amplio. Sin embargo, las Cortes Generales
tienen un importante margen de libertad a la hora de seleccionar y jerarquizar
las conductas delictivas.
Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, a la hora de fundamentar posturas político-criminales sobre
el aborto (determinando en qué casos éste no debe ser castigado). El problema penal del aborto, en
el fondo, no es el de fijar el momento del comienzo de la vida humana, sino el de determinar en qué
casos, y bajo qué condiciones, la madre puede disponer de la vida humana (en gestación) del nasci-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 49
turus. Por ello, la cuestión de cuál debe ser la respuesta penal al aborto se plantea en los términos de
un conflicto de intereses (libertad de la madre versus vida del nasciturus) que se viene resolviendo
a través de tres sistemas. El sistema de indicaciones permite la práctica del aborto cuando concurre
alguna situación de necesidad reconducible a las denominadas indicaciones médica, eugenésica,
humanitaria o económico-social [STS de 11 de diciembre de 1990 (Tol 25246)]; el sistema del plazo
permite el aborto libre durante las 12 ó las 14 primeras semanas de gestación (aparte de plantear
problemas constitucionales —STC de 11 de abril de 1985— este sistema no está en condiciones
de explicar por qué por encima de un determinado periodo de gestación el Estado puede prohibir
a la mujer su libre autopuesta en peligro); el sistema del asesoramiento (en vigor en Alemania y
en España desde la LO 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción
voluntaria del embarazo), permite el aborto dentro de las 14 primeras semanas de gestación siempre
y cuando a la mujer se le haya informado de los derechos, ayudas y alternativas que se le ofrecen
a la práctica del aborto. Pero debe subrayarse que la decisión en favor de cualquiera de los puntos
de vista enunciados depende básicamente de actitudes valorativas a las que el Derecho Penal no
marca reglas fijas. Cabe incluso la posibilidad de que el sistema del asesoramiento sea declarado
(parcialmente) contrario a la CE, porque si el Estado renuncia a comprobar si hay o no una situación
real de necesidad y conflicto, el aborto, aunque no sea punible, será antijurídico y, por consiguiente,
no podrá ser sufragado por el servicio público de salud, tal como prevé el art. 19 de la LO 2/2010 (en
este sentido, STC alemán, 28 de mayo de 1993).
Por ejemplo: la consideración de que en el hurto (art. 234 CP) se protege la propiedad sobre las
cosas muebles (y no el patrimonio de la víctima), permite considerar que es hurto la sustracción de
cosas muebles carentes de valor económico-patrimonial; la consideración de que a través de los
delitos contra la libertad sexual se protege el derecho de las personas a no verse involucradas en la
actividad sexual de otra de forma no libre, debe conducir a considerar que el hecho de impedir con
violencia a dos personas adultas que mantengan una relación sexual de forma libre podrá integrar
un delito de coacciones (art. 172 CP), pero no un delito de agresión sexual (art. 178 CP); el hecho de
considerar que los delitos de tráfico de drogas afectan a la salud pública impide entender cometido el
delito del art. 368 CP cuando gratuitamente se le entrega a una persona concreta que ya es consu-
midora, una sola dosis de droga para que la consuma en el momento y sin posibilidades de difusión
[SSTS de 3 de abril de 2000 y 8 de marzo de 2002 (Tol 156430)].
Tema 2
En el siglo XVIII era frecuente la ejecución de la pena de muerte acompañada del tormento del reo;
en la actualidad, por el contrario, se prohíben las penas inhumanas y degradantes (art. 15 CE) y la
pena de prisión se orienta a la resocialización del reo. Las penas, es evidente, se han humanizado:
pero siguen constituyendo un castigo.
Las teorías de la pena son propuestas legitimantes del Derecho Penal, esto
es, teorías de la función del Derecho Penal y de su legitimación. A través de
ellas se intenta dar respuesta a la pregunta de para qué y bajo qué condiciones
es legítima la imposición de una pena (Bacigalupo Zapater). Esto es: se trata de
determinar qué es lo que justifica (legitima) que unos ciudadanos (constituidos
en Jueces) impongan a sus semejantes (los que son considerados delincuentes)
el daño o el mal que supone una pena. La respuesta a esta cuestión —que es
el problema básico y central de todo el Derecho Penal— es importante para la
teoría penal ya que las grandes revoluciones científicas del Derecho Penal se
han debido a otros tantos cambios en las teorías de la pena. Pero también es
importante, sobre todo, aunque pueda resultar paradójico, para la práctica y
la reforma del Derecho Penal, ya que pese a su nombre de “teorías”, los axio-
mas legitimantes del Derecho Penal no son puras elucubraciones teóricas, sino
que tienen una gran trascendencia práctica para configurar un Código Penal y
orientar su aplicación por los Tribunales, sobre todo a la hora de fijar de forma
concreta la pena que se le debe imponer al autor de un delito —art. 66 CP— ya
que “la individualización de la pena debe llevarse a cabo ponderando sus fines
en el caso concreto” [por todas: STS de 22 de octubre de 2001 (Tol 103205)].
El establecimiento de penas privativas de libertad de larga duración (hasta cuarenta años —art. 76
CP), el recurso a las penas cortas privativas de libertad (las inferiores a seis meses —art. 36 CP), los
sustitutivos penales y sus requisitos (suspensión de la ejecución de la pena, sustitución de la pena
y libertad condicional —arts. 80, 88 y 90 CP), la cuestión de la primacía de la prevención general
52 LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA PENA
Las teorías de la pena se reducen a dos fórmulas: las que legitiman la pena
por su función metafísica de realizar las exigencias de valores absolutos como
la Justicia o el Derecho (teorías absolutas) y las que legitiman la pena por sus
consecuencias sociales, por su función socialmente útil (teorías relativas, teorías
de la unión y teoría de la prevención general positiva).
Muy significativo es el ejemplo de la isla de Kant: en una isla se encuentran los diez únicos super-
vivientes de un cataclismo que ha asolado a la tierra, uno de los cuales es un condenado a muerte
fugado de una prisión. Si la población de la isla acordara disolverse por los cuatro puntos cardinales,
surgiría el problema de decidir qué debe hacerse con el condenado. En tales circunstancias, afirma,
el grupo debe ejecutarlo antes de disolverse pues, de no hacerlo, el delito quedaría sin castigo y se
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 53
frustrarían las exigencias de la justicia. La utilidad o inutilidad de esa ejecución desde el punto de
vista preventivo es algo que queda totalmente fuera de consideración. Y es que en el contexto de
esta teoría, una motivación que provenga de la coacción, y no de la conciencia del deber, podría
tener sentido práctico, pero no moral (!). Esto explica también la distinción establecida por Binding
entre la “norma” penal como imperativo dirigido al ciudadano (el art. 138 CP le diría “no mates”) y la
“ley” penal dirigida al Juez (el art. 138 CP le diría “al que mate, debes imponerle la pena de prisión
de diez a quince años”). La amenaza de la prisión no iría dirigida al ciudadano.
Por ejemplo, un Código Penal inspirado en una teoría absoluta de la pena no podría incluir la suspen-
sión de la ejecución de la pena (arts. 80 y ss. CP) ya que dejar en suspenso la ejecución de una pena
de prisión podría ser útil para evitar lo efectos negativos de la cárcel sobre un autor primario o poco
peligroso, pero frustraría las exigencias de la justicia. Por esta razón, tampoco sería posible incluir en
el CP la institución de la libertad condicional (arts. 90 y ss.) que permite la libertad de sentenciados
que todavía no han terminado de cumplir la totalidad de su pena.
b. La prevención especial
La teoría de la prevención especial considera que la comisión de un delito re-
vela en el autor la posibilidad de la comisión de nuevos delitos. Por ello, la pena
debe servir para evitar esos futuros delitos actuando sobre la persona de su
autor. La teoría de la prevención especial se caracteriza por el desplazamiento
del acento del Derecho Penal desde el hecho cometido al autor del mismo. Desde
esta óptica —decía von Liszt en “La idea de fin en el Derecho Penal”, su famoso
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 55
Por ejemplo, el autor que hace de la receptación (art. 298 CP) su medio de vida, puede ser reso-
cializado en el sentido de que en la prisión, a través del aprendizaje de una profesión, se le pueden
abrir alternativas lícitas de vida. El delincuente contra la propiedad a causa de su drogadicción puede
igualmente recurrir en prisión —o como alternativa a la misma— a un programa de deshabituación.
Para un delito castigado con pena de prisión de diez a quince años (art. 138 CP), si la pena justa
en el caso concreto puede oscilar entre los doce y los catorce años, es dentro de este marco dónde
puede elegirse una pena adecuada a las exigencias de la prevención. No sería legítimo ni imponer
la pena de quince años, ni tampoco la de diez u once años.
Que la culpabilidad limite la pena no quiere decir que la fundamente. La culpabilidad por si sola no
puede fundamentar la pena: el juez debe quedarse por debajo de la pena adecuada a la medida de
la culpabilidad si así lo requieren las exigencias de la prevención. Ejemplos: para un marco penal
legal de 10 a 15 años, la pena debe individualizarse determinando hasta dónde es posible llegar
con la pena justa (supongamos que hasta los 13 años). Posteriormente se determinaría el marco
de la pena adecuada a las exigencias de la prevención (supongamos que este marco es de 12 a 14
años). Pues bien, así las cosas la pena que podría imponerse (útil y justa) oscilaría entre los 12 y
los 13 años (se podría imponer la pena de 12 años, aunque quede por debajo de lo que permite la
culpabilidad del autor, ya que se adecua a las exigencias de la prevención). No se podría imponer
una pena de 14 años (no sería legítima: es útil, pero injusta) ni tampoco una pena de 11 años (no
sería legítima: es justa, pero inútil).
Así las cosas, la culpabilidad (entendida como posibilidad del autor de actuar de otro modo por haber
sido accesible al mandato normativo) se desvincula, en primer lugar, de la discusión sobre el libre
albedrío, de la que “podemos prescindir tranquilamente”, no sólo porque tampoco está demostrada
científicamente su inexistencia, sino porque nuestra experiencia científica (psicológica y psiquiátrica)
admite que el hombre tiene una posibilidad psíquica de control, una aptitud psíquica de autorre-
gulación y autocontrol de su conducta, por lo que es responsable de sus actos. La culpabilidad se
desvincula también de la idea de retribución, a la que equivocadamente se le suele considerar indi-
solublemente unida, ya que la culpabilidad del autor puede ser tenida en cuenta no para retribuirla,
sino para trazar una frontera infranqueable (un límite) a la intervención penal del Estado (Roxin).
ción para los contactos sociales. El contenido de la pena es una réplica, que tiene
lugar a costa del infractor, frente al cuestionamiento de la norma”. En resumen:
la función de la pena es la prevención general positiva mediante el ejercicio del
reconocimiento de la norma”. Puede decirse, por consiguiente, que la pena tiene
un fin directo: asegurar la vigencia fáctica de las normas de conducta; y un fin
indirecto: la protección mediata de los bienes jurídicos a través de la protección
de las normas de conducta que los protegen de manera inmediata (Amelung).
Quien conduce un vehículo en estado de embriaguez expresa con su conducta que él, en la situa-
ción en la que se encuentra, tiene otros intereses más importantes que el de respetar la vida de los
demás. Tal afirmación, que se le atribuye al autor como su punto de vista, es justo lo contrario de la
afirmación que se contiene en el art. 379, 2 CP (no se debe conducir embriagado). Esta contradic-
ción a la norma es una infracción normativa, una desautorización de la norma. Esta desautorización
da lugar a un conflicto social en la medida en que se pone en tela de juicio la norma como modelo
de orientación de comportamientos. La pena viene a significar que el comportamiento del infractor
no es determinante y que lo determinante sigue siendo la norma. Se demuestra así que el autor no
se ha organizado correctamente y se le priva de medios de organización (permiso de conducir). Esta
réplica ante la infracción de la norma, ejecutada a costa de su infractor, es la pena (Jakobs).
Puede observarse que la antigua discusión en torno a la posibilidad de demostrar el libre albedrío ha
cedido su lugar al debate en torno a la posibilidad de demostrar la posibilidad de prevenir delitos a
través de la pena. Para los partidarios de la teoría de la prevención general positiva la comunicación
que supone la respuesta penal a la desautorización de las normas es una evidencia que no requiere
verificación empírica, mientras que las teorías preventivas clásicas se apoyan en consideraciones
empíricas que no han podio ser demostradas, por lo que aparecen tan utópicas o indemostrables
como las teorías absolutas. De ahí que la teoría de la prevención general positiva intente legitimar
la pena en un fin socialmente útil, aunque distinto: el de ratificar las normas violadas para garantizar
60 LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA PENA
el buen funcionamiento del sistema social, que es lo más a lo que se puede llegar de forma empí-
ricamente demostrable. Por consiguiente, la consideración según la cual la teoría de la prevención
general positiva es una “teoría simbólica” de la pena cuya función es solamente la de trasmitir a la
sociedad ciertos mensajes valorativos, no es correcta. La teoría de la prevención general positiva no
renuncia totalmente al logro de los fines preventivos clásicos (simplemente los relativiza y les niega
la suficiente entidad como para poder fundamentar en ellos la pena estatal). Además, la función
simbólica de la pena es inevitable y propia de todas las teorías de la pena que reconozcan en la
norma penal un aspecto de valoración-integración y otro de determinación, con incidencia en la con-
ciencia y en el comportamiento de sus destinatarios. No es nada negativo, por ejemplo, afirmar que
a través de la reforma de los delitos contra la seguridad vial (LO 15/2007, de 30 de noviembre), se
persigue, aparte de prevenir accidentes, el efecto social de “cambiar la cultura del alcohol al volante”.
Simbólico —y acertado— es también que el 11 de agosto de 2009 un Tribunal de München haya
condenado a cadena perpetua a un nazi de 91 años que asesinó a diez personas hace 66 años. Por
el contrario, de lo que debe huirse es de la utilización deliberada del Derecho Penal —cosa que se
ha hecho desde todas las teorías de la pena— para desarrollar una “legislación penal simbólica”,
esto es, para llevar a cabo exclusivamente una política de gestos de cara a la galería y a la opinión
pública con efectos balsámicos de sentimientos colectivos que suelen manipularse interesadamente.
Considerar que “cualquier cosa se arregla reformando el Código Penal” (podrá ser falso, pero es
mas barato) no constituye una manifestación del Derecho Penal simbólico, sino la degradación del
Derecho Penal mismo.
Para ello se propone: a) La creación de tipos penales que supongan un adelantamiento sustancial
del momento en que el autor ha de ser sancionado: se trata de sancionar antes de que se produzca
la lesión de los bienes jurídicos en una especie de “ataque preventivo” o de defensa frente a agre-
siones futuras. b) El establecimiento de penas que no tienen por qué ser proporcionadas a dicho
adelantamiento de la punición. c) La disminución o limitación de las garantías procesales, aunque
dejando a salvo unas garantías mínimas —cosa que no ha ocurrido en Guantánamo— que eviten la
identificación errónea del ciudadano como enemigo (Jakobs).
En opinión de Jakobs, lo que debe hacer la comunidad científica ante el Derecho Penal del enemigo
es identificarlo y describirlo, explicar en qué se fundamenta, poner de manifiesto que su utilización
es peligrosa, que debe reservarse exclusivamente a los casos de excepción y que, por ello, debe
estar bien definido y limitado, debiendo evitarse y criticarse sus excesos (aquellos que resulten
incompatibles con el Estado de Derecho).
En España existe un Derecho Penal del enemigo (legislación antiterrorista) constitucionalmente con-
forme (SSTC de 17 de noviembre de 1987 y 18 de noviembre de 1983) en el que no se permite, sin
embargo, el establecimiento de penas desproporcionadas (STC de 20 de julio de 1999). La disminu-
ción o limitación de las garantías procesales está condicionada a la adecuada intervención judicial y
el debido control parlamentario (art. 55, 2 CE).
El tema del “Derecho Penal del enemigo” cobra hoy actualidad porque se dis-
cute si además de a estos enemigos tradicionales del sistema, el Derecho Penal
del enemigo se podría aplicar también, excepcionalmente, a otras formas de cri-
minalidad. En particular, y por lo que supone de expresión de contrariedad a la
identidad social, se propone la aplicación del Derecho Penal del enemigo a la de-
lincuencia económica organizada, ya que esta nueva forma de delincuencia afec-
ta al sistema social en cuanto tal. También se propone la aplicación del Derecho
Penal del enemigo a ciertos delincuentes extraordinariamente peligrosos y de
tendencia —que no están en condiciones de garantizar un ordenado desarrollo
de su vida social— como pueden ser algunos delincuentes sexuales. Se trataría,
eso sí, de un Derecho Penal del enemigo “limitado” a la admisión de medidas de
seguridad que se imponen tras la pena como consecuencia de dar mayor impor-
tancia a la peligrosidad del autor que a su culpabilidad (Jakobs).
Ejemplo: A un autor muy peligroso (con un pronóstico de alta probabilidad de cometer nuevos delitos)
pero poco culpable, debe corresponderle poca pena. V. gr.: N.N. que sufre una psicosis exógena
(toxifrenia) debido a su dependencia de las drogas, lo que disminuye de forma intensa su capacidad
de obrar conforme a su comprensión, comete un delito de robo violento (art. 242 CP) para conseguir
dinero con el que comprar droga. En este caso, pese a la peligrosidad del autor, la pena de prisión
de dos a cinco años prevista para el delito debe atenuarse (rebajarse en uno o dos grados) conforme
a los arts. 21, 1ª y 68 CP para adecuarla a su escasa culpabilidad (pena resultante: de un año y
medio a dos años menos un día o de nueve meses a un año y medio menos un día). Como se verá
más adelante, la toxifrenia del autor podrá tratarse en un centro de deshabituación por la vía de las
medidas de seguridad (arts. 95 y ss. CP).
No obstante, por razones de prevención especial (escasa peligrosidad criminal del autor), el Juez
puede renunciar a confirmar la seriedad de la amenaza suspendiendo la ejecución de la pena (art.
80 CP) bajo determinadas condiciones (v. gr. que el reo no vuelva a delinquir en el plazo fijado por el
Tribunal), siempre y cuando se trate de en delitos de escasa gravedad (cuya pena no sea superior
a los dos años de privación de libertad) en los que la confirmación de la amenaza no es para el
legislador una exigencia imprescindible de la prevención general (negativa y positiva). Ahora bien,
dentro del marco del arbitrio judicial, en este momento no es legítimo en absoluto (!) —aunque no
se supere el límite de la pena adecuada a la culpabilidad— atender a las exigencias o demandas
sociales de pena, es decir, a los efectos que la no ejecución de la pena pueda tener sobre otros, ya
que ni se sabe cuáles son estos efectos, ni el autor está obligado a responder por las tendencias
delictivas de los demás. Por ejemplo: en un delito castigado con pena de 1 a 3 años de prisión, si
64 LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA PENA
la peligrosidad del autor es escasa, el juez, por razones de exigencia social de pena (v. gr. se trata
de un delito de muy frecuente comisión que crea alarma social) no puede imponer una pena de dos
años y un día (!) de prisión (aunque lo permita la culpabilidad del autor) para evitar de esa forma que
se pueda suspender la ejecución de la pena. Este “día” supondría una auténtica burla a la dignidad
de la persona.
En este sentido, debe subrayarse —y criticarse— que se haya reintroducido en nuestra legislación
penal la pena de prisión de hasta cuarenta años de duración (art. 76 CP); que se hayan restringido
sustitutivos penales como el tercer grado —estableciendo un “periodo de seguridad” facultativo en
algunos casos y automático en otros (art. 36, 2 CP, reformado por la LO 5/2010, de 22 de junio)— y
la libertad condicional; que se haya procedido a reconocer la habitualidad en las faltas en el sentido
de elevar a la categoría de delito, en ciertos casos, la reiteración de conductas constitutivas de falta
(v. gr.: hurto del art. 234, 2 CP), olvidando que cuando bajo el lema “tolerancia 0 a la reincidencia”
—o con la finalidad de “barrer las calles de delincuentes”, en desafortunada expresión que asimila al
delincuente con la basura— se recurre a la habitualidad para convertir faltas en delitos, se camina
peligrosamente hacia un panorama auténticamente preconstitucional y próximo al del Derecho Penal
de autor; que se haya procedido a automatizar y endurecer las reglas de individualización de la pena,
recuperando incluso la agravante de multirreincidencia (art. 66, 1, 5ª), olvidando que cuando se au-
66 LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA PENA
tomatizan las reglas de individualización de la pena limitando el arbitrio judicial se corre el riesgo de
instrumentalizar a la persona de forma contraria a su dignidad, al hacer posible que las exigencias
de la prevención general (la necesidad social de pena) prevalezcan sobre las exigencias de la pre-
vención especial (la necesidad individual de pena) y el límite de la culpabilidad. También es criticable
que se hayan devuelto a nuestro Código Penal las penas cortas privativas de libertad (inferiores a
seis meses —art. 33 CP), eliminando incluso una de las pocas alternativas a la prisión que introdujo
el Código Penal de 1995 (el arresto de fin de semana).
3. Sin embargo, este rigor preventivo general resulta mitigado por la presen-
cia en el Código Penal de instituciones de marcado carácter preventivo-especial
tales como los sustitutivos penales de la suspensión de la ejecución de la pena
(art. 80 CP), la sustitución de la pena (art. 88 CP) o la libertad condicional (art.
90 CP). En otros casos, el legislador establece para ciertos delitos penas alter-
nativas (privativas de libertad y de otra clase), aunque sólo en un número muy
limitado de casos (ejemplo: art. 294 CP, que prevé pena de prisión de seis meses
a tres años o multa de doce a veinticuatro meses).
La regla básica de la individualización de la pena —el art. 66, 1, 6ª CP— obliga al Juez o Tribunal
a tener en cuenta la mayor o menor gravedad del hecho (mismo) atendidos los factores que en el
caso concreto lo hagan más o menos grave (no debe atenderse por consiguiente a la mayor o menor
demanda social de pena en el caso concreto, que es algo externo y ajeno al hecho en sí), así como
las circunstancias personales del delincuente (sin duda se está haciendo referencia a su peligrosidad
—que indicaría la necesidad preventivo especial de pena— y, como es obvio, a su culpabilidad).
La Sala estima —afirmaba la STS de 6 de abril de 1990— que la agravante de reincidencia puede ser
aplicada sin vulnerar la Constitución. Ello importa, sin embargo, para ajustarla a los límites que impo-
ne el principio de culpabilidad, dado que, de las agravantes contenidas en el art. 22 CP, es la única
que tiene su fundamento en la comisión de otros hechos ya sancionados, que los Tribunales podrán
contemplar la agravación que dispone el art. 22, 8ª CP siempre que de esa manera no se supere
la gravedad de la culpabilidad del autor por el hecho. La consecuencia práctica de esta redefinición
del régimen de la reincidencia afecta directamente a la forma de aplicar el art. 22, 8ª en relación con
las reglas del art. 66 CP. Concretamente: a) Los Tribunales solamente deberán agravar la pena por
razón de la reincidencia hasta un límite que no supere la gravedad de la culpabilidad y sin atender
a las reglas del art. 66 CP cuando la pena determinada por la reincidencia supere dicho límite. b) La
cuestión referente a la superación de este límite como consecuencia de la apreciación de la agra-
vante de reincidencia permitirá fundamentar el recurso de casación por infracción de ley con amparo
en los arts. 5, 4 LOPJ y 10, 1 CE). Dicho de otro modo: cuando la gravedad de la culpabilidad por
el hecho (establecida sin tomar en cuenta la conducta anterior del autor ni pronósticos de conducta
desfavorables para el futuro) no alcance para justificar la aplicación de los efectos agravatorios de la
reincidencia, el Tribunal —aunque el autor sea “formalmente reincidente”— deberá imponer la pena
prescindiendo, a favor de la Constitución, de las previsiones establecidas en el art. 66 CP Ejemplo:
Al autor de un robo del art. 242 CP en el que concurra la agravante de reincidencia del art. 22, 8ª CP
no se le puede imponer la pena de prisión de tres años y medio a cinco años (la mitad superior de la
68 LA LEGITIMACIÓN DEL DERECHO PENAL: LAS TEORÍAS DE LA PENA
pena de prisión de dos a cinco años), aunque así lo exija la regla 3ª del art. 66 CP si, habida cuenta
la escasa culpabilidad del autor (v. gr. por un debilitamiento de los frenos inhibitorios frente al delito
debido a la reiteración de hechos delictivos, a problemas de drogadicción, a marginación social, etc.)
esa pena excede de la adecuada a la gravedad de su culpabilidad. En este caso el Juez o Tribunal
deberá imponer la pena en su mitad inferior (prisión de dos a tres años y medio).
Un buen ejemplo de esta situación lo constituye la narración que sus contemporáneos nos ofrecen
de la ejecución —ocurrida el día 28 de marzo de 1757— de Robert Damiens, que hirió a Luís XV
con un cuchillo con intención de matarlo. Tras leerse la sentencia, que Robert Damiens escuchó
atentamente, éste exclamó: “La jornada será ruda”. La sentencia lo sometía al tormento ordinario
y extraordinario. Los cirujanos interrogados sobre el caso aconsejaron como el más terrible y el
menos peligroso para la vida del paciente el tormento de los borceguíes (que consistía en sujetar
fuertemente las piernas del reo entre cuatro tablas e introducir cuñas a martillazos de forma que los
70 LAS CIENCIAS PENALES Y EL DERECHO PENAL ESPAÑOL
huesos saltaran por la presión). Damiens lo soportó con entereza. Conducido en una carreta a la
plaza de Grève, dónde se alzaba el cadalso, fue tendido sobre él y sujetado fuertemente con aros de
hierro atornillados a las tablas. En la mano derecha se le colocó el arma del crimen y a continuación
se le quemó con fuego de azufre. Después, con unas tenazas calentadas al rojo se le fue arrancando
la carne de las partes más carnosas del cuerpo y luego se vertió en las llagas una mezcla hirviente
de plomo, aceite, pez, cera y azufre, fundidos conjuntamente. Por fin sus miembros fueron atados
con tirantes a cuatro fogosos caballos para que fuera descuartizado. Durante una hora tiraron los
caballos sin lograr arrancarlos. El número de caballos se aumentó hasta seis, pero siempre en vano,
hasta que los jueces permitieron que se le hicieran incisiones en las articulaciones para facilitar la
tarea. Al fin uno de los caballos arrancó la pierna izquierda. Llegaba la noche cuando, en el momento
en que un caballo arrancaba el último brazo, Damiens expiró.
Sobre estas bases iluministas, el advenimiento del siglo XIX supuso la pues-
ta en marcha de los movimientos codificadores en la mayoría de los países de
nuestro círculo de cultura. Estos movimientos codificadores se concretaron en
la elaboración por vez primera de numerosos Códigos Penales en los que se
recogieron muchas de las propuestas de reforma del Derecho Penal elaboradas
por los Iluministas. El surgimiento de estos Códigos Penales hizo posible que
se iniciaran los estudios sistemáticos del Derecho Penal. De esta forma nace la
dogmática jurídico-penal (el estudio del delito y de la pena desde el punto se
vista jurídico).
El modelo científico del positivismo impactó en la Ciencia Penal originando dos corrientes científicas
penales de signo completamente distinto: el “positivismo jurídico” y el “positivismo criminológico”.
V. gr. el tema de si las normas penales prohiben acciones o resultados, el problema de la ubicación
y el contenido del dolo, la diferenciación entre las causas de justificación y las de exculpación, la
opción entre las distintas teorías sobre el error de prohibición, los criterios de imputación objetiva,
etc., constituyen temas básicos de la dogmática (de la teoría del delito) a los que la ley penal no
suele dar una solución.
de las realidades naturalísticas, esto es, el mundo de los hechos (único dónde es
posible diferenciar científicamente lo falso de lo cierto).
1. Ello originó el nacimiento de otras investigaciones (las empírico-sociales)
sobre el hecho delictivo, centradas ahora en los aspectos antropológicos y socio-
lógicos del delito, entendido éste como una realidad natural previa a la norma
que lo establece: debe hacerse referencia, fundamentalmente, a la “biología cri-
minal”, a la “antropología criminal” y a la “sociología criminal” como líneas de
investigación cuyo denominador común era su preocupación por la etiología del
delito (causas y factores que producen el delito) (Lombroso, Garófalo, Ferri).
De este modo nace la criminología como ciencia causal-explicativa y multidis-
ciplinaria que tiene por objeto el estudio de las causas individuales (autor del
delito: Antropología y Psicología Criminal) y sociales (Sociología Criminal) que
producían el fenómeno del delito.
2. Junto a este modelo criminológico (criminología “clásica” o “criminología
de la criminalidad”), existe otra dirección criminológica (criminología “crítica”,
del “labeling approach” o del etiquetamiento, criminología de la criminaliza-
ción o de la desviación, o moderna sociología criminal —pues con todos estos
nombres se la conoce) que se caracteriza por considerar que el delito no es una
realidad natural previa a la norma que lo establece, sino el resultado de un pro-
ceso de criminalización que se lleva a cabo por órganos e instancias del control
social (tales como el legislador, la policía, los abogados, los fiscales, los jueces,
los funcionarios de prisiones, etc.) y a través del cual se “etiqueta” a un compor-
tamiento como delictivo y se “estigmatiza” a su autor como delincuente. En este
contexto, el “nuevo modelo criminológico” se ocupa ahora del análisis del com-
portamiento y funcionamiento de dichos órganos e instancias de control social
(teoría crítica y sociológica del sistema penal). Estamos entonces, no ante una
construcción preocupada por la etiología del delito (por “las causas” del delito),
sino ante una teoría de la desviación de las pautas sociales de comportamiento
(y entre ellas el delito) y de los órganos e instancias del control social (y entre
ellos el Derecho Penal).
Las distintas clases de víctimas (no participantes, participantes, familiares, colectivas, especialmente
vulnerables, simbólicas, falsas, etc.), los problemas de la victimización secundaria (problemas que
comporta para la víctima el contacto con la Administración de Justicia), los diversos métodos de
asistencia, compensación y ayuda a las víctimas, “la otra” victimización (la que sufre el delincuen-
te), etc. constituyen, entre otros temas, el objeto de estudio de la victimología (Bustos/Larrauri). La
discusión sobre si la victimología constituye o no una ciencia autónoma —sobre todo respecto de
la criminología— carece de sentido cuando se aborda una caracterización extensiva, dinámica y
totalizadora de la Criminología como ciencia empírica e interdisciplinar que se ocupa del delito, del
delincuente, de la víctima y del control social del comportamiento desviado. Aunque el peso de la
víctima en el Derecho Penal y en el proceso penal es cada vez mayor, debe tenerse en cuenta que
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 75
La existencia de este grupo de leyes aparece ya reconocida en el art. 9 CP. Según este precepto,
“las disposiciones de este Título se aplicarán a los delitos y faltas que se hallen penados por leyes
especiales. Las restantes disposiciones de este Código se aplicarán como supletorias en lo no pre-
visto expresamente por aquéllas”. En efecto, no debe olvidarse que las leyes penales especiales se
limitan a tipificar conductas, pero que para su aplicación rigen las garantías contenidas en el Título I
CP, que es en todo caso legislación supletoria, tal y como destaca el último inciso del art. 9 CP.
2.- En segundo lugar, debe hacerse referencia a las leyes que si bien no esta-
blecen delitos ni los conminan con penas, sirven para la aplicación práctica de
las leyes penales (legislación penal complementaria).
En este grupo se pueden incluir diversas clases de leyes entre las que des-
tacan: A) Legislación orgánica (v. gr. LOPJ de 1 de julio de 1985); B) Legisla-
ción procesal (v. gr. Ley de Enjuiciamiento Criminal, de 14 de septiembre de
1882; LO 5/1995, de 22 de mayo, del Tribunal del Jurado; Ley 62/1978, de 26
de diciembre, de Protección Jurisdiccional de los Derechos fundamentales de la
persona; Ley reguladora del derecho de asilo y de la condición de refugiado, de
26 de marzo de 1984; LO de 24 de mayo de 1984 sobre procedimiento de habeas
corpus y Ley de Extradición Pasiva, de 21 de marzo de 1985); C) Legislación
penitenciaria (v. gr. LOGP de 26 de septiembre de 1979 y su Reglamento de 8
de mayo de 1981).
3.- En tercer lugar, debe hacerse referencia a la Ley Reguladora de la Res-
ponsabilidad Penal de los Menores (LO 5/2000, de 12 de enero). En ella se re-
cogen las penas (juveniles) aplicables a los menores comprendidos entre 14 y
18 años por la comisión de hechos tipificados como delitos o faltas en el Código
Penal o las leyes penales especiales.
La LRPM configura un Derecho Penal vinculado específicamente a los menores (mayores de catorce
y menores de dieciocho años —art. 1 LRPM—) no porque se les considere inmaduros, menos res-
ponsables o menos culpables de sus actos y por ello merezcan penas menos graves que los adultos,
sino porque se considera que los menores integran un grupo de población “sensible” al efecto “per-
nicioso” del sistema de penas del Código Penal común —sobre todo de la pena de prisión— y, por
consiguiente, se intenta alejarlos de él, sustraerlos de su influencia, estableciendo para ellos penas
“distintas”, “penas juveniles” (a las que la LRPM llama “medidas sancionadoras-educativas”) que
se consideran adecuadas a la fase evolutiva de la adolescencia. Se trata de auténticas penas que,
desde el punto de vista de la justicia, podrían ser consideradas “leves”, pero que resultan prudentes
en beneficio del menor y para evitar su progresión en la carrera delictiva (que es la finalidad a la
que se orientan fundamentalmente). La idea puede expresarse más gráficamente con palabras del
Magistrado-Juez de Menores Emilio Calatayud: “con la LRPM, hoy día estamos evitando que un 70%
de los menores vayan en un futuro a prisión, y esto es un gran logro”.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 79
(un homicidio, una agresión sexual) se le impondría una pena muy reducida (la
adecuada a su culpabilidad) pero, con toda seguridad, notablemente insuficiente
para limar de futuro su peligrosidad criminal.
Precisamente por ello, frente al monismo de las teorías absolutas —utilización exclusiva de la pena—
ya en el siglo XIX se impuso en el Derecho Penal el sistema de “doble vía” de reacciones penales
diferentes, que le permite hacer uso de dos medios para el cumplimiento de sus fines: la pena y la
medida de seguridad. Este es el modelo asumido en nuestro Código Penal, que permite que, en vez
de (en los casos de ausencia de culpabilidad), o junto a la pena (en los casos de culpabilidad dismi-
nuida), se puedan imponer medidas de seguridad. La medida de seguridad es una reacción penal
imprescindible porque en un Derecho Penal limitado por el principio de culpabilidad es necesario que
exista otra vía que —sometida a otros límites— permita una mayor intervención coactiva del Estado
en aquellos casos en los que la peligrosidad del autor sea tan grande que la pena limitada por la
culpabilidad no baste para proteger suficientemente a aquélla de sus ataques (Roxin).
Las penas y las medidas de seguridad tienen el mismo fundamento (su nece-
sidad para evitar el delito), el mismo fin (la reeducación y reinserción social) y
las mismas garantías constitucionales de la pena. La única diferencia aprecia-
ble entre penas y medidas de seguridad radicaría en que mientras la pena está
limitada por la culpabilidad del autor, la medida de seguridad está limitada por
el principio de proporcionalidad. Dicho de otra forma: “a la sanción preventiva
de una conducta socialmente insoportable la llamamos pena si está limitada por
el principio de culpabilidad, y medida de seguridad si lo está por el principio de
proporcionalidad” (Roxin). La medida de seguridad debe ser proporcional, des-
de luego, a la peligrosidad del autor, pero dentro de límite que permite la pro-
porcionalidad a la gravedad del hecho cometido, que se concreta en la duración
máxima de la pena prevista por la ley para el delito (arts. 101, 1 y 104, 1 CP).
Piénsese, por ejemplo en quien comete un homicidio (art. 138 CP) bajo los efectos de una perturba-
ción grave de sus facultades mentales. No es culpable (art. 21, 1ª CP), por consiguiente no comete
un delito, y no se le puede imponer una pena. Pero sí se le puede imponer, para el caso de que sea
peligroso (art. 95 CP), una medida de seguridad de internamiento para tratamiento médico en un
establecimiento adecuado al tipo de anomalía que padece (art. 101 CP) por un tiempo máximo de 15
años (duración máxima de la pena prevista por la ley para el delito de homicidio). Si el que comete
el homicidio sufre una perturbación moderada de sus facultades metales, sí sería culpable, sí come-
tería un delito, y sí se le podría impondrá una pena. Pero al estar su culpabilidad disminuida, la pena
debería ser atenuada (rebaja en dos grados —arts. 21, 1ª y 68 CP—), pudiendo llegar a imponerse
solamente la pena de dos años y seis meses de prisión. Si su peligrosidad lo exige, al autor se le
podrá imponer, además, una medida de seguridad (por ejemplo, internamiento para tratamiento mé-
dico) cuya duración máxima será nuevamente de 15 años. La duración de la pena —dos años y seis
meses— y la de la medida de seguridad —15 años— son distintas porque son distintos sus límites
(la culpabilidad para la pena y la proporcionalidad para la medida). Esta idea de proporcionalidad im-
pide, por ejemplo, que pueda sufrir una larga privación de libertad en un establecimiento de enfermos
mentales el autor al que la perturbación grave de sus facultades mentales le lleva a cometer hurtos.
Dado que la pena de este delito es de seis a dieciocho meses (art. 234 CP), en caso de que el autor
sea sometido a una medida de seguridad, ésta no podrá exceder de 18 meses.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 81
Por ello, hay que valorar positivamente la introducción en el Código Penal, a través de la LO 5/2010,
de 22 de junio, de Reforma del Código Penal, de la posibilidad de imponer una medida de seguridad
complementaria y acumulativa a la pena si, una vez cumplida ésta, el sujeto sigue representando
un peligro muy alto de reiteración de determinados hechos delictivos muy graves. La medida de
“libertad vigilada” aparece configurada como una medida —no privativa de libertad— que el Tribunal
puede imponer para su cumplimiento después de la pena privativa de libertad, y cuyo contenido se
concreta en una serie de limitaciones, obligaciones, prohibiciones o reglas de conducta, aplicables
separada o conjuntamente, que tienen por finalidad la vigilancia y el control del sometido a ella.
Desde el punto de vista político criminal, por consiguiente, la admisión de la responsabilidad criminal
de las personas jurídicas es necesaria para llevar a cabo un intento serio de lucha contra la corrup-
ción y la criminalidad económica organizada. Así lo han puesto de manifiesto numerosos organismos
internacionales entre los que destacan Naciones Unidas y la Unión Europea, lo que explica que la
82 LAS CIENCIAS PENALES Y EL DERECHO PENAL ESPAÑOL
Por ello, no debería existir obstáculo alguno para que fueran aplicables a la infracción administrativa
las reglas generales de la teoría jurídica del delito (en cuanto a la imputación del tipo, las causas
de justificación, las causas que excluyen la culpabilidad —error de prohibición, inimputabilidad—, la
autoría y la participación, las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, el concurso
de infracciones, etc.) y que, por ejemplo, se sancionara la infracción administrativa imprudente con
menos pena que la dolosa (Quintero Olivares). En esta línea, Gómez Tomillo define la infracción
administrativa en los mismos términos que el delito: acción típica, antijurídica y culpable. Y es que,
de hecho, es frecuente en las diversas leyes que contienen disposiciones sancionadoras que se de-
clare, de forma paralela a lo dispuesto en el art. 10 CP, que constituyen infracciones administrativas
las acciones u omisiones dolosas o imprudentes establecidas en la ley (así, por ejemplo, vid. el art.
183 LGT o el art. 1 LISOS).
terizarse por tener menor entidad y gravedad que el ilícito y la sanción penales
(Cerezo Mir, Quintero Olivares): como se dijo, aunque la potestad sancionadora
de la Administración en el ámbito de la heterotutela se pueda justificar por evi-
dentes necesidades de la práctica, debería tener como presupuesto actos que en
ningún caso supongan un ataque grave a la reglas mínimas de la convivencia
social ya que si fuera así (dado su carácter fragmentario) el hecho debería ser
sancionado (con sanciones más graves) por el Derecho Penal.
Ejemplos: las infracciones (administrativas) de las Leyes u otras disposiciones protectoras del medio
ambiente se sancionan, en principio y como es lógico, administrativamente; el Derecho Penal inter-
viene solamente cuando la conducta del infractor pueda perjudicar gravemente el equilibrio de los
sistemas naturales o la salud de las personas (art. 325 CP). Las infracciones de la legislación laboral
se sancionan también en vía administrativa y el Derecho Penal sólo interviene en casos límite (v. gr.
cuando mediante engaño o abuso de una situación de necesidad se hayan impuesto a los trabaja-
dores condiciones que perjudiquen sus derechos —art. 311 CP— o cuando, por omisión de medidas
de seguridad, se haya puesto en peligro su vida o su salud —art. 316 CP—). Las infracciones urba-
nísticas también interesan al Derecho Penal sólo en casos límite, por ejemplo, cuando se ha llegado
al extremo de construir de forma no autorizada en un lugar dedicado a zona verde (art. 319 CP). Las
infracciones de tráfico se sancionan también administrativamente con arreglo a la Ley de Seguridad
Vial y el Reglamento General de Circulación: el Derecho Penal sólo interviene en los casos más gra-
ves, por ejemplo, si el conductor supera en dos veces y medio la tasa máxima de alcohol permitida
(art. 379, 2 CP). La Administración tributaria sanciona las defraudaciones a la Hacienda Pública; el
Derecho Penal sólo interviene cuando la defraudación ha superado los 120.000 euros (art. 305 CP),
etc. Debe puntualizarse, además, que la sanción administrativa, a diferencia de la pena que pueda
imponerse por un delito, no produce el estigma de los antecedentes penales.
Que este cambio se está produciendo en el actual Derecho Penal resulta evidente. Pero, con carác-
ter general, debe ser valorado como un fenómeno positivo en tanto supone que el Derecho Penal
está asumiendo la protección de nuevos bienes jurídicos y adelantando (reforzando) la protección de
los clásicos. Ha existido un momento, efectivamente, en que el Derecho Administrativo ha invadido
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 87
zonas propias del Derecho Penal (de ahí las críticas al poder y a la intervención desmesurada de la
Administración en el ámbito, sobre todo, de la hererotutela). Pero precisamente por ello, en la actuali-
dad, el Derecho Penal debe recuperar el terreno perdido y ponerse fin a la imagen del Juez o Tribunal
imponiendo multas de 6 euros (art. 50 CP) por hechos que en algunos casos pueden integrar simples
bagatelas, y con la de una Administración que puede imponer multas absolutamente desmesuradas
por hechos que afectan al desarrollo de la economía nacional, conforme a leyes administrativas. Por
ejemplo, el Consejo de Ministros en aplicación de la legislación administrativa sobre consumidores
y usuarios (Ley de 19 de julio de 1984) y sobre publicidad (Ley de 11 de noviembre de 1988) puede
llegar a imponer multas de hasta 600.000 euros. La Ley 26/1988, de 29 de julio, sobre Disciplina e
Intervención de las Entidades de Crédito permite imponer, por infracciones muy graves, multas por
importe de hasta el 1% de los recursos propios de la Entidad de Crédito (se han llegado a alcanzar,
en la práctica, los 8.000.000 de euros) y sanciones de inhabilitación a los miembros de los órganos
de Administración por un plazo máximo de cinco años. Conforme a la Ley 24/1988, de 28 de julio,
del Mercado de Valores, también se han llegado a imponer por la Administración multas de hasta
11.000.000 de euros —caso KIO).
La Ley 18/2009, de 23 de noviembre, por la que se modifica el texto articulado de la LSV, ha elimi-
nado la suspensión temporal del permiso de conducir como sanción para infracciones graves o muy
graves, de tal manera que sólo se pierde el permiso de conducir cuando se haya agotado el saldo
de puntos o por sentencia judicial (art. 67 LSV). Sin embargo, cuando era todavía posible la impo-
sición de la sanción administrativa de suspensión del permiso de conducir, se admitía la posibilidad
de cumplir fraccionadamente dicha sanción —por ejemplo, durante los fines de semana— o la de
obtener su sustitución por otras medidas reeducadoras, así como la de conseguir bajo determinadas
condiciones una reducción de su duración en la línea de las modernas corrientes de la reinserción
social (Exposición de Motivos de la Ley 19/2001, de 19 de diciembre, de reforma de la LSV). El para-
lelismo de estos “sustitutivos penales-administrativos” con el arresto de fin de semana, la sustitución
de una pena por otra o la suspensión de la ejecución de la pena es evidente y encomiable y pone
de manifiesto que la resocialización de los infractores es también una función que deben cumplir las
sanciones administrativas (y no sólo las penas privativas de libertad —art. 25, 2 CE).
Por ejemplo: ante la gran cantidad de basuras que se arrojan a la vía publica durante las horas del
día en la ciudad de X., el Ayuntamiento aprueba una Ordenanza Municipal sancionando dichos com-
portamientos con multa de 60 euros para la primera infracción, y con arresto de un día (a cumplir en
las dependencias de la Policía Municipal), caso de reiterarse la infracción. Esta Ordenanza estaría
88 LAS CIENCIAS PENALES Y EL DERECHO PENAL ESPAÑOL
ajustada a Derecho en cuanto impone a una infracción administrativa (arrojar basuras a la calle) una
sanción administrativa (multa de 60 euros). Por el contrario, es radicalmente nula y anticonstitucional
en su previsión de que, caso de reiterarse la infracción, se pueda sancionar al infractor con privación
de libertad durante un día.
Debe tenerse en cuenta, de todos modos, que en tanto en cuanto el art. 25,
núm. 3 CE impide que la Administración civil pueda imponer sanciones que
impliquen privación de libertad, queda abierta la posibilidad de que pueda acor-
darse la privación de libertad por sanción disciplinaria militar (STC de 15 de
junio de 1981). El Tribunal Constitucional ha considerado también constitucio-
nal que la Administración Penitenciaria pueda imponer a los reclusos la sanción
de aislamiento en celda a través de la cual “se restringe la libertad de la que ya
está privado el penado como consecuencia de la pena privativa de libertad” (STC
de 18 de junio de 1985).
La afirmación de que la Administración civil no puede imponer sanciones que directa o subsidiaria-
mente impliquen privación de libertad significa, en particular, que cuando el infractor deje de pagar
una “multa administrativa”, no queda sujeto en absoluto a ningún tipo de responsabilidad personal
subsidiaria. Deberá llevarse a cabo una averiguación de sus bienes (los no ocultos y los ocultos) y
aplicar los mismos al pago de la multa. Si el infractor resulta insolvente, el cumplimiento de la sanción
quedará frustrado hasta que el infractor venga en mejor fortuna. Tal cosa no ocurre cuando la multa
impagada reviste las características de una sanción penal, en cuyo caso el impago conlleva una
responsabilidad personal subsidiaria que puede consistir en una privación de libertad, en sentido
estricto, o en su modalidad de localización permanente (art. 53 CP).
7.000 euros. El carácter penal o administrativo de la sanción sólo puede determinarse atendiendo
a la naturaleza judicial o administrativa, respectivamente, del órgano que la haya impuesto: si la
multa la ha impuesto un Juez o Tribunal penal en aplicación del Código Penal, estaremos ante una
sanción penal; sin embargo, si la multa la ha impuesto un Subdelegado del Gobierno —en aplica-
ción de una Ley Administrativa como, por ejemplo, la Ley del Suelo— estaremos ante una sanción
administrativa.
Sección Segunda
LOS PRINCIPIOS LIMITADORES
DEL PODER PUNITIVO DEL ESTADO
Tema 4
Los principios y límites indicados colaboran en la creación de una cultura jurídico-penal civilizada (se
afirma por ejemplo, que el principio de culpabilidad es un pilar básico del Derecho Penal “aunque no
sepamos exactamente lo que significa” -Robles Planas). Por ello, pese a su general aceptación, no
debemos olvidar nuestro deber de desplegar todos los esfuerzos posibles para profundizar material-
mente en los mismos ya que intregran auténticos mecanismos de control con los que cuentan ciertos
órganos del Estado, los Tribunales de Justicia y los propios ciudadanos para hacer frente al ejercicio
abusivo e injustificado del Derecho Penal.
94 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (I)
“El principio esencial jurídico-penal de intervención mínima —afirma el ATS de 9 de febrero de 1998—
se fundamenta en la tesis de que el Derecho Penal no sólo no puede emplearse para defender in-
tereses minoritarios y no necesarios para el funcionamiento del Estado de Derecho, pues entonces
no merecen ser protegidos con tan grandes medidas coactivas, sino que ni tan siquiera es adecuado
recurrir al Derecho Penal y sus gravísimas sanciones si existe la posibilidad de garantizar una tutela
suficiente con otros medios no penales. El convencimiento de que la pena es un mal irreversible y
una solución imperfecta que debe utilizarse solamente cuando no hay más remedio, es decir, tras el
fracaso de cualquier otro modo de protección, obliga a reducir al máximo el uso del Derecho Penal
(intervención mínima) para tutelar los valores que resultan esenciales para la convivencia”.
Es discutible que resulte congruente con el principio de intervención mínima la existencia del Libro
III CP (De las faltas y sus penas). Desde luego, la presencia de las faltas en el Código Penal puede
servir desde el punto de vista de la sociología jurídica para dar salida judicial y “formalizada”, a
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 95
las descargas de agresividad que suelen producir determinados hechos “leves” (riñas verbales con
insultos, agresiones no lesivas, daños de escasa consideración, coacciones o vejaciones leves, sus-
tracciones de objetos de escaso valor, etc.). Pero a pesar de ello, la desaparición del Libro III CP ha
constituido una reivindicación de la doctrina penal dominante en España y se propuso ya a través de
la Enmienda núm. 1260 del Grupo Parlamentario Comunista del Congreso al Proyecto de CP-1980.
La desaparición del Libro III CP —siguiendo el modelo del StGB— no incrementaría la presión penal
de forma intolerable: claro está que debería ir acompañada de una selección muy escrupulosa de
las faltas que se elevan a la categoría de delitos, de la utilización de penas alternativas a la prisión
y de unas reglas de individualización de la pena flexibles. El efecto sociológico indicado podría con-
seguirse también por esta otra vía.
Algunos autores (Escuela de Franckfurt), pese a considerar que esta expansión del Derecho Penal
es inevitable, recelan de ella porque consideran que necesariamente va a suponer una relativización
de las garantías político-criminales sustantivas y procesales del Derecho Penal clásico. Por ello,
proponen que junto al Derecho Penal clásico y nuclear (paralelo a lo que se podría denominar
”los diez mandamientos” —Prittwitz), con todas las garantías, para la delincuencia tradicional, en
el que se pueda recurrir a la pena de prisión, exista además, bien un “Derecho de Intervención”
96 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (I)
(intermedio entre el Derecho Penal y el Derecho Civil) (Hassemer), o un Derecho Penal de “segunda
velocidad” (Silva Sánchez), con menores garantías, expandido, y en el no se recurra a la pena de
prisión. Sin embargo, ambas propuestas de “resistencia” frente a la modernización o expansión
del Derecho Penal parecen olvidar que el sistema de garantías constitucionales debe ser el mismo
para todo el Derecho Penal (al ser también común la Constitución) y que mientras el Derecho Penal
clásico-nuclear cumple la función conservadora propia de cualquier sistema jurídico (Stratenwerth),
su expansión pertenece también a la esencia Derecho Penal que, también como cualquier sistema
jurídico, tiene una función configuradora y transformadora del sistema social (función promocional
propia del Estado “Social” y Democrático de Derecho al que se vincula).
Por ejemplo: los robos nocturnos en las gasolineras descendieron notablemente con la instalación
de cajas fuertes en las que los empleados (que no disponían de llaves para su apertura) iban de-
positando las sucesivas recaudaciones; el constante aumento de delitos de utilización ilegítima de
vehículos de motor ajenos, que no se pudo frenar con constantes y desproporcionados aumentos de
las penas, se frenó gracias a la instalación de modernos sistemas anti-robo en los vehículos.
Por ejemplo, el Plan Gubernamental de Lucha contra la Delincuencia (septiembre, 2002) y su con-
creción legislativa, entre otras, en la LO 11/2003, de 29 de septiembre, se compaginaba mal con la
naturaleza subsidiaria del Derecho Penal porque partía de considerar que las cárceles constituyen
la respuesta más importante a los problemas de la delincuencia. Si de lo que se trata es el prevenir
la pequeña y mediana criminalidad, no debería olvidarse que ésta se integra a nivel de población
penitenciaria por un 80% de drogadictos, un 26% de enfermos de sida y un 20% de analfabetos
funcionales, siendo reincidente el 60% de la población reclusa. Atajar los problemas sociales que
provocan la marginación, las bolsas de pobreza, la inadaptación familiar, la falta de perspectivas de
futuro para jóvenes sin formación, la alta tasa de paro, la bolsa de inmigración ilegal, la precariedad
laboral, etc. son medidas no previstas en el Plan Gubernamental y que serían mucho mas eficaces
en la prevención del delito —aunque claro que no pueden llevarse a cabo con costo “0”. Desde lue-
go, la sociedad sin delincuencia, ni existe, ni debe existir. La ausencia de desviación, de infracciones
normativas, no sería síntoma precisamente de una sociedad “sana”: la cuestión radica en saber qué
índice de delincuencia estamos dispuestos a tolerar. Y la respuesta no puede ser otra que afirmar
que estamos dispuestos a tolerar la delincuencia que resulte inevitable después de haber intentado
prevenirla a través, primero, de medidas sociales; en segundo término, de políticas de seguridad.
Sólo en tercer lugar es lícito el recurso a un Derecho Penal compatible con el Estado de Derecho.
El reproche más grave que puede hacerse al legislador es que una pena sea innecesaria, que
cause más padecimiento que el imprescindible, máxime si se tiene en cuenta, como ya señalara
Beccaria, que más importante que la “gravedad” del castigo es la seguridad de que se impondrá
“algún” castigo.
Por ejemplo, la constatación del fracaso del sistema prohibicionista en el consumo de drogas debe
llevar, si no a la asunción de sistemas alternativos, sí al menos a tomar en consideración los “progra-
mas de reducción de daños”, que tienen por finalidad reducir los efectos negativos del consumo de
drogas y mejorar la calidad de vida de los usuarios favoreciendo intervenciones de tipo no represivo
(De la Cuesta/Blanco).
C) En los casos en los que una resolución judicial firme (contra la que no
cabe ya recurso jurisdiccional alguno) viole alguno de los derechos y libertades
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 99
No puede ser materia de prohibición (ni de sanción) la forma de ser del autor (ser toxicómano, ser
homosexual, etc.), ni que éste tenga tal o cuál carácter (iracundo, violento, concupiscente, etc), ni la
forma en que el sujeto se conduzca en la vida (ser vago, vivir de la mendicidad, etc.) pues todo ello
daría lugar al denominado Derecho Penal “de autor” absolutamente desprestigiado después de su
utilización por el régimen nacional-socialista y otros sistemas políticos de carácter autoritario. A esta
línea pertenecía la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970 que, sorprendentemente, y
ante la crítica de un sector de la doctrina, se siguió aplicando en la España constitucional —castigo
de la homosexualidad incluido— hasta su derogación por el vigente Código Penal. Evidentemente
el principio del hecho puede ser burlado fácilmente mediante el simple procedimiento de sancionar
hechos concretos normalmente atribuibles a determinadas características personales o formas de
ser (v. gr. en vez de sancionarse el dato de ser homosexual, puede penalizarse el hecho de tener
relaciones homosexuales). Sin embargo, se considera que entre los dos “modelos penales” a los
que se ha hecho referencia, el modelo del Derecho Penal del hecho es el que permite un desarrollo
de la legislación penal de corte más liberal y más respetuoso con los derechos fundamentales de la
persona (Bacigalupo Zapater).
B. Todo ello no impide que las características personales del autor puedan ser
tomadas en cuenta (por evidentes razones de prevención especial) en el momen-
to judicial de la individualización de la pena.
100 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (I)
Por ejemplo: Juan mata a Luís. El principio del hecho obliga a que la determinación de si es o no
de aplicación al caso el art. 138 CP se lleve a cabo teniendo en cuenta sólo lo que Juan ha hecho,
y prescindiendo absolutamente de su personalidad (eventual presencia o ausencia de tendencias
homicidas). Ahora bien, una vez que se ha probado el hecho, el principio del hecho no impide que se
individualice la pena, dentro del marco permitido por el art. 138 CP, teniendo en cuenta el Tribunal las
circunstancias personales (peligrosidad, culpabilidad) del delincuente (art. 66, 1, 6ª CP).
Aunque es razonable que el legislador quiera convertir las faltas contra la propiedad en delitos, con-
funde el camino correcto (que sería el de la eliminación in totum del Libro III CP), olvidando incluso
que la vía elegida puede convertir la reforma misma en papel mojado si los Jueces y Tribunales
consideraran —en una lectura constitucionalmente conforme de la nueva figura delictiva— que la
trasformación de las faltas en delito está condicionada a que la pena resultante de dicha trasforma-
ción la permita la gravedad de la culpabilidad del autor por el hecho. Piénsese, por ejemplo, en el
caso del imputado que en el plazo de diez meses ha cometido cinco faltas de hurto por un montante
total acumulado de 400 euros: la posibilidad de calificar los hechos como constitutivos de un delito
de hurto del art. 234 CP debería estar condicionada a que la pena a la que conduce la aplicación
del precepto indicado resulte adecuada (no exceda) en el caso concreto a la que corresponda a la
gravedad de la culpabilidad del autor. Si la pena del art. 234 CP excede de dicho límite, los hechos
deberían sancionarse como constitutivos de cinco faltas de hurto: en definitiva, la regla de “trasfor-
mación” del art. 234, 2 CP debe ceder también ante el principio constitucional de culpabilidad.
El principio de responsabilidad subjetiva aparece recogido de forma expresa y reiterativa en los arts.
5 (“no hay pena sin dolo o imprudencia”), 10 (“son delitos o faltas las acciones y omisiones dolosas
o imprudentes penadas por la ley”) y 14, 1 CP (“el error invencible sobre un hecho constitutivo de la
infracción penal excluye la responsabilidad criminal”). Constitucionalmente, el principio de respon-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 101
sabilidad subjetiva debe vincularse a la seguridad jurídica (art. 17, 1 CE) ya que resultaría arbitrario
e inseguro un Derecho Penal que pretendiera exigir responsabilidad criminal a las personas por
cuestiones que no dependen en absoluto ni de su conocimientos ni de su voluntad. Ejemplos: el que
acaba de comprar un coche y sale a utilizarlo por primera vez causa un accidente al no frenar en un
paso de peatones debido a un fallo de fábrica de los frenos del vehículo que el comprador descono-
cía. Del resultado producido (fortuito) no se responde al haber sido causado sin dolo ni imprudencia
(art. 5 CP). En el trascurso de una fiesta Juan y Marcos arrojan a Luís a una piscina con la finalidad
de gastarle una broma. Luís fallece como consecuencia de la impresión del contacto con el agua
debido a que sufría una cardiopatía que tanto quienes le gastaron la broma como él mismo descono-
cían. A Juan y a Marcos no se les puede exigir responsabilidad criminal en absoluto (ni por el art. 138
CP, ya que falta el dolo, ni por los arts. 142 ó 621, 2 CP, ya que falta la imprudencia).
Ejemplo: Con la finalidad de obtener beneficios económicos, Juan, médico de profesión, convenció a
Antonio (que acudió a su consulta quejándose de molestias intestinales) de que sufría un ataque de
apendicitis (lo que era totalmente falso) y de que debía operarse. Así las cosas, Juan ingresó a Anto-
nio en su clínica privada y, después de realizarle el preceptivo preoperatorio (que puso de manifiesto
que Antonio se encontraba en perfecto estado de salud), procedió a simular la intervención quirúrgica
para lo cual suministró a Antonio anestesia general en dosis terapéutica. Sorprendentemente, al ser
anestesiado, Antonio sufrió una parada cardiaca, imprevisible para Juan, que determinó su muerte.
En este caso Juan responderá criminalmente de un delito de estafa en grado de tentativa (vid. art.
248 CP y la STS de 29 de diciembre de 1961) e, incluso, de un delito de lesiones (art. 147 CP), pero
de lo que Juan no responderá es de la muerte de Antonio (de homicidio de los arts. 138, 142 ó 621, 2
CP), puesto que este concreto resultado no fue querido por él, ni lo conoció, ni pudo preverlo.
Un claro desarrollo de este principio lo constituye el art. 92 CP relativo al régimen especial de libertad
condicional de los sentenciados que hubieran cumplido la edad de setenta años y los enfermos muy
graves con padecimientos incurables.
Las razones que se han alegado para exigir la abolición de la pena de muerte
han sido muy variadas. Se ha afirmado, por ejemplo, que es una pena de efec-
tos irreparables si posteriormente se comprueba un error judicial; que es inútil
desde el punto de vista intimidatorio, ya que su desaparición no provoca un au-
mento de los delitos conminados con esa pena; que es innecesaria para prevenir
la reincidencia ya que el peligro de recaída en delitos de sangre, salvo casos de
delincuentes por convicción —terroristas— es mínimo; que no puede plantear-
se en términos de legítima defensa de la sociedad, ya que la legítima defensa
tiende a evitar un hecho injusto actual o inminente, mientras que la pena de
muerte, al mirar fundamentalmente hacia el pasado, sólo se puede explicar el
términos de venganza.
Los argumentos expuestos son, sin embargo, muy relativos. En el fondo, la cuestión es otra. La
abolición de la pena de muerte es una conquista de la civilización y de la razón: aún en el caso de
que fuera útil para prevenir el delito, la pena de muerte no puede ser utilizada porque repugna a
nuestra sensibilidad jurídica y a nuestro grado de desarrollo ético. En el ámbito europeo, el Conve-
nio de Roma de 1950 dispone expresamente: “Queda abolida la pena de muerte. Nadie podrá ser
condenado a tal pena ni ejecutado”. Teniendo en cuenta que este Convenio rige para los 47 países
miembros del Consejo de Europa, se dice que uno de los rasgos definitorios de Europa es el de
ser un “territorio libre de pena de muerte” (vid. también el Instrumento de ratificación del Protocolo
núm. 13 al Convenio para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales,
relativo a la abolición de la pena de muerte en todas las circunstancias, hecho en Vilna el 3 de mayo
de 2002 (BOE núm. 77, de 30 de marzo de 2010).
Con relación a los delincuentes psicópatas, en la actualidad no parecen procedentes los métodos
terapéuticos de orden biológico tales como la psicocirugía, el electrochock o la castración ya que,
independientemente de su negativa valoración clínica, la aplicación de dichas técnicas —recuérde-
se la película “La naranja mecánica”— supondría un ataque a los derechos fundamentales de los
internos.
Sin embargo, en la legislación penal española se usa y abusa todavía de las penas largas privativas
de libertad, que pueden llegar a los veinticinco, treinta y cuarenta años de prisión (art. 76 CP). Dichas
penas, además, se ejecutan sobre la base del régimen general de cumplimiento íntegro, al haber
desaparecido de nuestra legislación penal —desde 1995— la institución de la redención de penas
por el trabajo (que reducía prácticamente a la mitad la duración de las penas privativas de libertad).
Por otro lado, tanto para la clasificación en tercer grado como para la obtención de la libertad condi-
cional, el legislador pone cada vez mayores cortapisas (vid. el “periodo de seguridad” del art. 36, 2
CP; los requisitos de los arts. 90 y 91 CP para la obtención de la libertad condicional y la importante
previsión del art. 78 CP cuya aplicación puede llevar al cumplimiento de una pena de prisión de 40
años de duración sin posibilidad de obtener ni el tercer grado ni la libertad condicional).
En Alemania la duración máxima de la pena privativa de libertad es de quince años. Para poder
superar este límite existe la “prisión perpetua” para un número muy limitado de delitos muy graves.
Esta pena ha sido declarada conforme a la Constitución (STC alemán, 21 de junio de 1977) pero con
la condición de que “el condenado pueda conservar la esperanza de ser liberado en algún momento
(posterior a los 15 años) como consecuencia de su comportamiento y no simplemente del indulto”.
Precisamente por ello, en 1981 se introdujo en el StGB la posibilidad de aplicar la suspensión de la
ejecución de la pena también a la pena de prisión perpetua —por lo que la pena de cadena perpetua
deja de hecho de ser “perpetua” (cadena perpetua revisable).
Supongamos que se trata de individualizar la pena de un delito de robo con fuerza en las cosas
(sancionado en el art. 240 CP con pena de uno a tres años de prisión) en el que no concurren cir-
cunstancias modificativas de la responsabilidad criminal. En este caso, el Tribunal podrá imponer la
pena señala por la ley (de uno a tres años de prisión) en la extensión adecuada a las circunstancias
personales del delincuente y a la mayor o menor gravedad del hecho (art. 66, 1, 6ª CP). Si en el caso
enjuiciado el autor es un delincuente primario (escasa peligrosidad del autor y escasa necesidad
preventivo especial de pena) y la cantidad sustraída es pequeña (escasa gravedad del hecho), el
Tribunal debería imponer la pena mínima: un año de prisión, lo que permitiría la suspensión de su
ejecución (art. 80 CP). No sería lícito que “para impedir que se debiliten los frenos inhibitorios de
las penas frente a la generalidad en hechos tan frecuentes como el robo”, el Tribunal impusiese al
autor la pena de dos años y un día de prisión con la finalidad de hacer imposible que el condenado
pudiese solicitar la suspensión de la ejecución de la pena (art. 80 CP). Si el razonamiento indicado
llegara a recogerse en la sentencia, ésta sería recurrible incluso en amparo (art. 15 CE). Si, por el
contrario, el Tribunal no fundamenta por qué se ha impuesto precisamente la pena de dos años y un
día de prisión (“el problema del día”), la sentencia sería también recurrible por falta de motivación
(arts. 24, 1 y 120, 3 CE).
Así ocurrió cuando en aplicación del art. 394 CP-73 se impuso una pena de dieciséis años, cuatro
meses y un día de prisión por una malversación de fondos públicos de 2.500.000 pesetas —equiva-
lente a 15.000 euros (STC de 22 de mayo de 1986); cuando en aplicación de la Ley de Pesca Fluvial
se impuso la pena de dos años de prisión por pescar cangrejos en tiempo de veda (STC 53/1994);
cuando se consideró constitucionalmente conforme la pena de hasta seis años de prisión por la
negativa de un objetor de conciencia a cumplir la Prestación Social sustitutoria (STC 55/1996). Con-
trariamente, en la línea del TEDH (Sentencias de 13 de julio de 1995 y 30 de enero de 1998) sí se ha
otorgado el amparo contra una sanción penal excesiva impuesta por unas declaraciones insultantes
y, por ende, no protegidas por el art. 20, 1 CE (STC 85/1992).
nalidad entre la gravedad del hecho y la gravedad de la pena exige que la pena
no pueda suponer un patente derroche inútil de coacción, un excesivo y mani-
fiesto rigor con sacrificio innecesario del autor del delito. Para ello debe tenerse
en cuenta si el interés que se protege está o no proscrito por la Constitución, si
es o no relevante, si la pena es idónea o necesaria para alcanzar el fin de pro-
tección del interés y la comparación de la entidad del delito con la entidad de
la pena, de tal manera que debe evitarse un desequilibrio patente, excesivo e
irrazonable entre la finalidad de la norma y la sanción en ella prevista a la luz
de pautas axiológicas constitucionalmente indiscutibles.
La STS de 29 de noviembre de 1997 (Tol 208843), condenó a los miembros de la Mesa Nacional de
Herri Batasuna como autores responsables de un delito de colaboración con bandada armada del
art. 174 bis a) del CP-73 a la pena de seis años y un día de privación de libertad por haber adoptado
el acuerdo de ceder sus espacios electorales a la organización terrorista ETA para la emisión de
unas videocintas. Recurrida en amparo dicha Sentencia, el Tribunal Constitucional otorgó el amparo
solicitado (STC de 20 de julio de 1999) por considerar que el art. 174 bis a) CP-73, en su aplicación al
caso, era inconstitucional en la medida en que no incorporaba previsión alguna que permitiera atem-
perar la sanción penal a la entidad de los actos de colaboración con banda armada ya que aunque
éstos no deban quedar impunes, pueden en ocasiones ser de menor gravedad. No era la tipificación
de la conducta de colaboración con banda armada lo que resultaba inconstitucional, sino la ausencia
en el precepto de la correspondiente previsión que permitiese al juzgador imponer una pena inferior
a la establecida en el tipo para casos de menor entidad, como pudiera serlo el enjuiciado.
El excesivo rigor preventivo general negativo del legislador puede conculcar el principio constitucio-
nal de proporcionalidad de las penas y el de culpabilidad, con el que se encuentra íntimamente vin-
culado. No debe olvidarse que un marco penal desproporcionado a la gravedad del hecho conduce
necesariamente a una pena que no puede adecuarse a la gravedad de la culpabilidad del autor por
el hecho, pues como ha puesto de manifiesto el Tribunal Supremo, “si una pena es objetivamente
desproporcionada, no se puede adaptar a una proporcionalidad subjetiva —esto es, a la culpabilidad
del autor” [STS de 20 de noviembre de 2002 (Tol 229807), entre otras]. Por ejemplo, y por citar sólo
un caso muy frecuente en nuestra sociología jurídica, las penas previstas para un delito de peligro
abstracto como es el de tráfico de drogas pueden exceder de los 20 años de prisión, siendo difícil de
justificar que un hecho que sólo representa un peligro más o menos remoto para la vida o la salud
individual resulte en muchas ocasiones más severamente castigado que el hecho de causar directa-
mente una lesión de esos mismos bienes jurídicos.
de las sanciones penales, ya que la prisión como pena aparece en Europa como
sustitutivo cualitativo y cuantitativo a la pena de muerte y a otras sanciones
atroces. Sin embargo, y a pesar de que a las penas privativas de libertad se las
acogió por ello con auténtico entusiasmo, a la larga se pudo comprobar que los
efectos nocivos (físicos y psíquicos) que produce la privación de libertad sobre la
persona que la sufre son graves y múltiples. Por ello, tras numerosos intentos
de dotarla de un contenido positivo (laboral, educativo, correctivo, etc), al final
de los años sesenta del siglo XX se produjo una potenciación de los sustitutivos
penales, la búsqueda de penas alternativas a la prisión y, sobre todo, el auge del
llamado “ideal resocializador” según el cual, cuando se tuviera que hacer uso
de la pena privativa de libertad, la ejecución de la misma debería orientarse
a “la resocialización (reeducación y reinserción social) del autor”. No obstante,
pronto se tomó conciencia de que el intento de resocializar a través de la cárcel
encerraba una contraditio in terminis, ya que, entre otras muchas razones, no
se puede educar para la libertad precisamente privando de la libertad (segre-
gando y desocializando a la persona) y que en muchos casos el autor de la in-
fracción —desarraigado socialmente— carecía de un lugar dónde ser insertado
una vez resocializado. Esto originó la “crisis del ideal resocializador” y que en
la actualidad la doctrina dominante le asigne a la resocialización un contenido
puramente negativo, a saber: la ejecución de la pena privativa de libertad ha de
llevarse a cabo de tal modo que se eviten en la medida de lo posible los efectos
negativos desocializadores que tiene la privación de libertad sobre la persona del
autor” (Muñoz Conde).
2. A pesar de todo, el art. 25, núm. 2 CE establece de forma expresa que las
penas privativas de libertad (y las medidas de seguridad) “estarán orientadas
hacia la reeducación y resinserción social” del sometido a ellas.
A. La orientación de las penas privativas de libertad a la resocialización del
autor exige en primer lugar —y en el marco del llamado tratamiento de míni-
mos— que, en la medida de lo posible, la Administración despliegue en favor
del reo una actividad prestacional orientada a ofrecerle alternativas lícitas al
comportamiento desviado (v. gr. formación cultural y laboral, desintoxicación
de drogodependencias, etc.); también exige, en segundo término, tener presente
que a la privación de libertad va a seguir la vida en libertad, para la que el reo
debe estar preparado, por lo que durante la ejecución de la pena se debe fomen-
tar el contacto del recluso con la sociedad, potenciando el tercer grado o régimen
abierto (art. 101 RP), los permisos de salida (art. 47 LOGP), las salidas progra-
madas (art. 114 RP), los contactos del reo con el exterior (art. 51 y ss. LOGP), las
comunidades terapéuticas (art. 115 RP), etc.
B. La Jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha afirmado que del art.
25, 2 CE no nace ningún derecho fundamental de la persona susceptible de ser
protegido a través del recurso de amparo puesto que la orientación de las penas
privativas de libertad a la resocialización del autor es un principio constitucio-
nal que debe guiar la política legislativa y penitenciaria del Estado, pero que
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 109
Supongamos que Julián N.N., drogodependiente que financiaba su propia adición mediante la reali-
zación de delitos contra la propiedad, cometió en el año 2003 un delito de robo violento en concurso
con otro de lesiones por los que fue condenado en el año 2005 por el Juzgado de lo Penal de... a
las penas de tres años y medio y dos años de prisión, respectivamente. Recurrida la sentencia en
apelación ante la Audiencia Provincial de ...., ésta confirmó la resolución recurrida por Sentencia
de 15 de marzo de 2009. Durante el periodo de tiempo trascurrido entre 2003 y 2009, Julián N.N.
se deshabituó del consumo de drogas sometiéndose voluntariamente a un tratamiento para tal fin,
contrajo matrimonio (del que tiene dos hijos de corta edad) y logró un contrato de celador en una
Clínica. Se pregunta: ¿tendría que ingresar en prisión Julián N.N., pese a todo, para cumplir las
penas privativas de libertad que le han sido impuestas? Respuestas: a) Evidentemente Julián N.N.
no puede evitar el ingreso en prisión solicitando el beneficio de la suspensión de la ejecución de la
pena ya que la suma de las penas impuestas exceda de cinco años. b) El recurso de amparo ante
el Tribunal Constitucional (contra la sentencia firme dictada por la Audiencia Provincial) no parece
que pueda ofrecer garantías de éxito dada la interpretación que hace el Tribunal Constitucional del
art. 25, 2 CE. c) Otra alternativa sería que Julián N.N. ingresara en prisión y, habida cuenta sus
excepcionales circunstancias personales, fuera clasificado en tercer grado (régimen abierto) a la
mayor brevedad posible (téngase en cuenta que el periodo de seguridad establecido en el art. 36,
2 CP no sería de aplicación al presente caso ya que el mismo se vincula a una clase de pena y no
a la duración del efectivo internamiento derivado de la refundición penitenciaria) (García Albero). d)
En última instancia, Julián N.N. sólo podría solicitar el indulto de la pena en los términos previstos en
la LEGI de 18 de junio de 1870 modificada por Ley 1/1988, de 14 de enero y en el art. 4 CP, donde
se prevé la posibilidad de que el Juez o Tribunal suspenda la ejecución de la pena mientras no se
resuelva sobre el indulto cuando, de ser ejecutada la sentencia, la finalidad de éste pudiera resultar
ilusoria (lo que con toda seguridad ocurría en el caso analizado).
A pesar de todo, aunque del art. 25, 2 CE no nazca un derecho “positivo” del
reo a que lo resocialicen, sí se debería deducir del mismo, al menos, un derecho
negativo a que la pena privativa de libertad no lo desocialice cuando a través
de sus propios medios y esfuerzo personal ha logrado ya la resocialización. Di-
cho de otra forma: la pena privativa de libertad ha ejecutarse de tal modo que
se eviten en la medida de lo posible los efectos negativos desocializadores que
tiene la privación de libertad sobre la persona del autor (Muñoz Conde). De
acuerdo con lo expresado, la función limitadora de la prevención especial opera
en dos sentidos: a) Exige prescindir de la pena siempre que sea posible, evitan-
do de ese modo los efectos sociales negativos que le son propios y reservándola
únicamente para los casos de extrema necesidad; b) Requiere que aún cuando
sea indispensable acudir a ella, sus formas y su modo de ejecución se conciban
110 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (I)
Desde este punto de vista, ofrecía dudas la constitucionalidad el art. 483 CP-73 (actual art. 166 CP)
según el cual puede castigarse con una pena parcialmente coincidente con la del asesinato el hecho
de no dar razón del paradero de una persona detenida ilegalmente. Sin embargo, la STS de 25 de
junio de 1990 (Tol 458265), y la STC de 28 de noviembre de 1990 (referentes al caso de “El Nani”)
entendieron que el art. 483 CP-73 contenía tan sólo un “tipo agravado de detención ilegal” que no
podía ser tachado de inconstitucional ya que su aplicación sólo requiere, al margen de cualquier
tipo de presunción, “la prueba de hechos positivos” (que se ha practicado una detención, que ésta
es ilegal, que el detenido no ha sido puesto en libertad y que haya desaparecido). De este modo se
salva el principio de presunción de inocencia desde un punto de vista formal, pero se olvida (aspecto
material) que, dada la pena con la que se conmina este “tipo agravado de detención ilegal”, el fun-
damento de la agravación no puede ser otro que la suposición de haberse cometido un delito contra
la vida del detenido.
Tema 5
A ambos aspectos garantistas del principio de legalidad se refiere Beccaria en su célebre “De los
delitos y las penas” (1764), donde afirma que “sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos
y esta autoridad debe residir únicamente en el legislador, que representa a toda la sociedad unida
por el contrato social”, y que las leyes deben ser redactadas “siempre por escrito y con claridad pues
es un gran mal que se redacten en lengua extraña para el pueblo, que lo ponga en la dependencia
de unos pocos, no pudiendo juzgar por sí mismo cuál será el éxito de su libertad”.
Pese a su formulación latina (nullum crimen, nulla poena sine lege), el prin-
cipio de legalidad penal se consagra por primera vez en Europa en el art. 8 de la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. A partir de ella,
este principio se ha incluido en todos los textos constitucionales democráticos
del siglo XX y en las normas internacionales sobre derechos humanos, como
el art. 7 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y
Libertades Fundamentales de 1950 y el art. 49 de la Carta de los Derechos Fun-
damentales de la Unión Europea de 2007. El art. 25, 1 CE recoge el principio de
legalidad al establecer que “nadie puede ser condenado o sancionado por accio-
nes u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o
infracción administrativa según la legislación vigente en aquel momento”.
112 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (II)
Aunque también los órganos legislativos de las Comunidades Autónomas tienen potestad legislativa,
sin embargo, las leyes autonómicas no pueden contener normas penales porque la competencia
sobre la legislación penal es exclusiva del Estado (art. 149, 1, 6º CE). Por ello, el Tribunal Constitu-
cional declaró la inconstitucionalidad de un precepto de la Ley valenciana del Síndico de Agravios
que ampliaba el tipo penal de desacato (STC 162/1996).
públicas” (art. 81, 1 CE). Respecto a las normas penales que imponen penas de
prisión, la discusión ha sido zanjada por el TC, que ha afirmado la necesidad
de Ley Orgánica al entender que “las normas penales son garantía y desarro-
llo del derecho a la libertad en el sentido del art. 81, 1 CE, por cuanto fijan y
precisan los supuestos en que legítimamente se puede privar a una persona de
libertad”.
Las SSTC 140/1986 y 160/1986 declararon la inconstitucionalidad del art. 7, 1 de la Ley 40/1979
sobre el Control de Cambios, en cuanto establecía penas privativas de libertad sin tener el rango de
Ley Orgánica.
Respecto de las normas penales que prevén una pena distinta de la privación
de libertad, el Tribunal Constitucional no ha exigido expresamente la forma
de Ley Orgánica. Sin embargo, parece que, también en los casos de penas que
no afecten directamente a derechos fundamentales (por ejemplo, la multa o la
privación del permiso de conducir), es necesaria la Ley Orgánica puesto que hay
una afección indirecta de derechos fundamentales (el impago de la multa o el
quebrantamiento de la pena conlleva la pérdida de libertad ya que daría lugar a
la responsabilidad personal subsidiaria del art. 53 CP o a un delito de quebran-
tamiento de condena del art. 468 CP).
Existe, además, una razón de carácter material para mantener la necesidad de que todas las nor-
mas penales se aprueben mediante Ley Orgánica: ésta es la modalidad de ley que requiere para su
aprobación un mayor grado de consenso, de manera que se refuerza la legitimidad democrática de
las normas penales ya que sólo se pueden elevar a la categoría de delitos aquellos comportamientos
en torno a los cuales exista un amplio consenso sobre su dañosidad social. En la práctica, las Cortes
Generales han utilizado la Ley Orgánica para todas las leyes penales aprobadas hasta ahora.
Por ejemplo, si el dueño de un taller de reparación de automóviles, ante el impago del cliente, decide
no devolverle el coche, realiza un hecho contemplado en el art. 252 CP como “apropiación indebida”,
pero, sin embargo, su conducta está justificada (y no procede imponer una pena) al realizarla en el
ejercicio de un derecho reconocido en el art. 1600 CCiv (derecho de retención). De esta manera, el
CCiv opera como fuente indirecta del Derecho Penal.
Por ejemplo, el art. 325 CP, que tipifica el delito contra el medio ambiente castiga a quien “con-
traviniendo las Leyes u otras disposiciones de carácter general protectoras del medio ambiente,
provoque o realice directa o indirectamente emisiones, vertidos, radiaciones, extracciones o exca-
vaciones, aterramientos, ruidos (…) que puedan perjudicar gravemente el equilibrio de los sistemas
naturales”. Para saber si una conducta reúne los requisitos de la conducta típica, hay que tener en
cuenta todas las leyes y disposiciones reglamentarias relativas al medio ambiente y comprobar si se
han contravenido sus disposiciones.
El TC ha reconocido que la utilización de las leyes penales en blanco es conciliable con las garantías
del principio de legalidad siempre y cuando: a) el reenvío normativo sea expreso y esté justificado en
razón del bien jurídico protegido; b) la ley, además de señalar la pena, contenga el núcleo esencial
de la prohibición; c) sea satisfecha la exigencia de certeza, en el sentido de que exista concreción
bastante para que la conducta calificada como delictiva quede suficientemente precisada con el
complemento de la norma a la que la ley penal se remite.
Otra cuestión problemática que plantean las leyes penales en blanco es si las
normas de complemento deben ser también normas estatales o si cabe la remi-
sión a normas de las Comunidades Autónomas o a normas de la Unión Europea.
En este caso el problema es que se estaría transfiriendo competencia penal que
es exclusiva del Estado a órganos legislativos distintos del Estado. En el caso
de las normas autonómicas, además, la remisión a las mismas puede generar
116 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (II)
La doctrina del TC puede resumirse así: a) La función de complemento de una ley penal en blanco
puede ser realizada por una norma de las Comunidades Autónomas siempre que: haya sido dictada
en el marco de las respectivas competencias de las Comunidades Autónomas; que no introduzca
divergencias irrazonables ni desproporcionadas al fin perseguido respecto al régimen aplicable en
otras partes del territorio; y, por último, que la norma autonómica constituya únicamente un elemento
inesencial de la figura delictiva. b) También puede ser complemento de una ley penal en blanco, una
norma aprobada por la Unión Europea pues, según el TC, “una norma del Derecho Comunitario, en
atención a su primacía en el orden interno, es susceptible de integrar el supuesto de hecho de una
norma penal, incluso si ésta exige para su complemento que tenga rango legal”.
Por ejemplo, para determinar si una conducta de emisión en la atmósfera de gases contaminantes
constituye un delito contra el medio ambiente del art. 325 CP, es necesario comprobar si se han con-
travenido “leyes u otras disposiciones de carácter general protectoras del medio ambiente”, entre las
que hay que incluir toda la normativa comunitaria en esta materia como, entre otras disposiciones, el
Reglamento (CE) 842/2006 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 17 de mayo de 2006, sobre
determinados gases fluorados de efecto invernadero.
Ejemplo: la Directiva 2009/52/CE, del Parlamento y del Consejo, por la que se establecen normas
mínimas sobre sanciones y medidas aplicables a los empleadores de nacionales de terceros países
en situación irregular, obliga a sancionar penalmente, entre otras conductas, el empleo simultáneo
de un número importante de nacionales de un tercer país en situación irregular. Antes de la fecha
de transposición que se fija en el art. 17 de la Directiva (20 de junio de 2011), las Cortes Generales
deberán aprobar una Ley Orgánica de reforma del Código Penal, para incluir un tipo penal que
sancione dicha conducta, actualmente no tipificada; si no lo hicieran, la Comisión podría demandar
a España ante el Tribunal de Justicia por incumplimiento.
Tomando como base jurídica este art. 83, 1 TFUE, la Comisión ya ha presentado una Propuesta de
Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a la lucha contra los abusos sexuales, la
explotación sexual de los niños y la pornografía infantil (COD 2010/0064), que, de ser finalmente
aprobada, obligará a incluir en el Código Penal conductas como la de “organización de viajes con el
fin de cometer delitos de abusos sexuales” (art. 7 b) de la Propuesta).
Desde la aprobación del Tratado de Amsterdam en 1997 hasta la entrada en vigor del Tratado de
Lisboa se han dictado numerosas Decisiones marco con el objeto de armonizar las legislaciones
penales de los Estados miembros en los siguientes ámbitos delictivos: criminalidad organizada (DM
2008/241/JAI), falsificación de moneda (DM 2000/383/JAI), trata de personas (DM 2002/629/JAI), in-
migración ilegal (DM 2002/946/JAI), blanqueo de capitales (DM 2001/500/JAI), fraude y falsificación
de medios de pago distintos del efectivo (DM 2001/413/JAI), pornografía infantil (DM 2004/68/JAI),
corrupción en el sector privado (DM 2003/568/JAI), ciber-criminalidad (DM 2005/222/JAI), racismo
y xenofobia (DM 2008/913/JAI), terrorismo (DM 2002/475/JAI, reformada por DM 2008/919/JAI) y
tráfico ilícito de drogas (DM 2004/757/JAI).
b) Ámbitos delictivos que tienen como fin reforzar penalmente una política
de la UE que haya sido objeto de armonización y en la que sea imprescindible
la aproximación de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados
miembros para garantizar su ejecución eficaz. Es el caso, por ejemplo, de las po-
líticas sobre medio ambiente, inmigración, protección de los consumidores, etc.,
ámbitos en los que existe una profusa normativa la UE y para cuya aplicación
eficaz puede ser imprescindible que en todos los Estados miembros se sancionen
penalmente determinadas conductas que perjudican dichas políticas.
Por ejemplo, los delitos contra el medio ambiente, relativos a la inmigración ilegal, contra los dere-
chos de los consumidores o contra la propiedad intelectual, etc. pueden ser objeto de armonización
mediante Directivas, en cuanto ello se considere imprescindible para garantizar la efectividad de la
política de la UE sobre medio ambiente, inmigración, consumidores o sobre el mercado, respecti-
vamente.
gravedad suficiente desde el punto de vista de la afección del bien jurídico pro-
tegido o que puedan ser prevenidas de manera eficaz mediante mecanismos
distintos al Derecho Penal.
Este fue el caso de la Sentencia Bordessa (STJCE de 23 de febrero de de 1995), referido a la aplica-
ción por parte de un tribunal español del delito de exportación de capital sin autorización previa que
estaba previsto en el art. 6, A, 1 de la LO 10/1983, sobre Régimen Jurídico de Control de Cambios.
Debido a que la Directiva comunitaria 88/361, de 24 de junio de 1988, dispuso que no se podía exigir
autorización administrativa previa para la exportación a un país comunitario de moneda, billetes
de banco o cheques al portador, cuando se planteó, ante un Juzgado Central de lo Penal de la
Audiencia Nacional, una acusación por este delito, el acusado invocó en su defensa la vigencia de la
Directiva y el Juzgado, después de plantear una cuestión prejudicial ante el TJCE, tuvo que absolver
del delito. Como consecuencia, la Fiscalía del Tribunal Supremo, en su consulta 1/1996, acordó “no
perseguir por la vía penal los actos de exportación de capitales sin declaración”, puesto que dicha
conducta había quedado despenalizada en virtud de la normativa comunitaria.
Conculcaría el principio de legalidad, un precepto que sancionara con la pena de prisión de uno
a tres años “infringir los principios del orden democrático”, o una norma que considerara delito la
conducta de quien “con infracción de la normativa de protección del medio ambiente, causare daños
medioambientales”.
Sin embargo, en la determinación de los tipos delictivos de la Parte Especial, la ley debe ser lo más
determinada posible, lo que supone para el legislador un reto en el manejo correcto de la técnica
legislativa. Por un lado, el legislador penal no debe emplear conceptos excesivamente vagos que de-
jen sin determinar qué conductas resultan incluidas en la norma penal pero, por otro, tampoco debe
caer en enumeraciones casuísticas en un afán de mencionar todas las posibles formas de aparición
de una situación pues, como normalmente la realidad es mucho más rica que la imaginación del
legislador, ello generaría lagunas de punibilidad.
mente, entre las circunstancias agravantes del delito de estafa, se incluye el que “revista especial
gravedad, atendiendo al valor de la defraudación, a la entidad del perjuicio y a la situación económica
en que dejara a la víctima” (art. 250, 6º CP). Se observa cómo el legislador, aunque remite en último
término a la valoración judicial la concreción de qué supuestos deben considerarse de especial gra-
vedad, fija los criterios o parámetros a los que debe atender el juez para apreciar esa circunstancia.
Distintos son los casos de “tipos abiertos”, en los que la definición del delito se
hace de forma tan genérica o vaga que no es posible determinar qué conductas
son subsumibles en él. Como ha afirmado el Tribunal Constitucional: “no pue-
den considerarse respetuosos con el principio de legalidad los tipos formulados
en forma tan abierta que su aplicación o inaplicación dependa de una decisión
prácticamente libre y arbitraria, en el estricto sentido de la palabra, de los Jue-
ces y Tribunales” (STC 105/88).
Precisamente por ello parece criticable que la STC 62/1982 estimara conforme a la Constitución
la redacción del antiguo art. 431 CP-73 (antes de su reforma por la LO 5/1988), que consideraba
autor del delito de escándalo público a quien “de cualquier modo ofendiere el pudor o las buenas
costumbres”, un precepto que siempre había sido considerado por la doctrina como caso paradig-
mático de violación del principio de legalidad por su absoluto grado de indeterminación; o que la STC
133/1987 no considerara contrario al principio de legalidad el art. 319 párrafo 2º del antiguo Código
de Justicia Militar (ya derogado) que castigaba el “incumplimiento de los deberes militares”, sin más
especificación.
Adolecen de esta falta de determinación tipos penales como el del delito de “ultrajes” a los símbolos
del Estado (art. 543 CP). Por el contrario, el legislador hizo un alarde de precisión (considerado por la
doctrina como superfluo) al incluir expresamente en el tipo penal del delito de lesiones la causación
de una mutilación genital (art. 149.2 CP). Evidentemente dicha conducta estaba incluida de manera
indiscutible en el delito de lesiones graves del art. 149, 1 CP, pero, no obstante, puede justificarse la
precisión del legislador en una sociedad multicultural como la actual donde determinados grupos de
población consideran una “tradición cultural” la ablación de clítoris de las niñas.
tucional ha afirmado que “la doble garantía impuesta por el art. 25, 1 CE no se
refiere sólo a la tipificación de las infracciones, sino también, y en igual medida,
al establecimiento de las sanciones aplicables”.
Sin embargo, a pesar de esta afirmación, debe advertirse que el mandato de
determinación no despliega sus efectos con igual rigor en este ámbito que en el
de la determinación de la conducta típica pues es deseable que el juez tenga cier-
to margen para fijar la sanción teniendo en cuenta la gravedad de la culpabili-
dad del autor por el hecho (según la gravedad de los hechos y las circunstancias
personales del reo) y las necesidades de la prevención especial. De ahí que, en
nuestro sistema penal, las normas no determinan una pena de duración exacta
para cada delito, sino que fijan un marco penal, con un límite mínimo y máximo
de duración de la pena, dentro del cual el juez puede graduar la sanción según
las circunstancias concurrentes. Tampoco contraviene el principio de legalidad
que para algunos delitos se fijen penas alternativas como, por ejemplo, para
el delito de discriminación laboral en el trabajo, sancionado en el art. 314 CP
con la pena de “prisión de seis meses a dos años o multa de doce a veinticuatro
meses”.
Por el contrario, sí vulneraría el principio de legalidad un precepto que conminara el delito “con cual-
quier pena legalmente admisible”, con marcos penales desmesuradamente amplios, o con una pena
cuyo límite máximo fuera indeterminado.
Por ejemplo, antes de la reforma del Código Penal de 1989, que modificó el delito de violación, el
Tribunal Supremo consideraba que el principio de legalidad impedía entender comprendidos en el
término “yacer”, empleado para describir el delito de violación en el art. 429 CP-73, las agresiones
sexuales por vía anal, que debían subsumirse en el tipo de los abusos deshonestos. Por ello, ante un
caso en que la víctima había sufrido una penetración anal, el Tribunal, considerando la equivalencia
material de la penetración anal con el yacimiento y lo injustificado de la diferencia punitiva entre la
violación y los abusos deshonestos en este supuesto, decidió hacer uso de la facultad concedida en
el art. 2, 1 CP-73 y elevó una Exposición Motivada al Gobierno en la que le instaba a equiparar en
gravedad el coito vaginal y el anal, tanto heterosexual como homosexual (STS de 7 de noviembre
de 1987).
Un caso así se planteó en relación con la aplicación del art. 487 bis CP-73 que castigaba el impago
de pensiones a favor del cónyuge o hijos establecidas judicialmente “en los supuestos de separación
legal, divorcio o declaración de nulidad del matrimonio” pero no castigaba el impago de pensiones
establecidas judicialmente a favor de hijos extramatrimoniales. Por ello, cuando un padre fue pro-
cesado por no pagar a su hijo extramatrimonial la pensión impuesta en un juicio sobre alimentos
a favor del menor, la Audiencia Provincial tuvo que absolver al acusado al considerar su conducta
fuera del tipo penal del art. 487 bis CP. Evidentemente, este precepto era contrario al art. 14 CE,
por discriminar a los hijos extramatrimoniales frente a los matrimoniales, pero el juez no podía llenar
esta laguna extendiendo por analogía la aplicación del art. 487 bis CP. Como afirmó el TC, “dicho
Tribunal no podía hacer otra cosa por vedárselo el principio de legalidad (art. 25, 1 CE) que impide la
interpretación analógica de las normas penales y su aplicación extensiva” (STC 74/1997).
Por ejemplo, el art. 268 exime de pena a quien hurta bienes a su cónyuge siempre que no estén
separados legalmente o de hecho o en proceso judicial de separación, divorcio o nulidad de su
matrimonio. Sería también contrario al principio de legalidad negar la aplicación de esta excusa ab-
solutoria y condenar por el delito de robo al marido que convive con su esposa, sin estar en proceso
alguno de separación matrimonial, argumentando que entre los cónyuges no existe en realidad la
affectio maritalis propia del matrimonio. Ello supondría extender por analogía la aplicación del delito
de hurto.
Así, por ejemplo, la STS de 11 de abril de 2000 (Tol 38554) admitió la posibilidad de aplicar una
medida de seguridad a un condenado al que se había apreciado la atenuante de grave adicción a las
drogas (art. 21, 2ª CP), a pesar de que las medidas de seguridad sólo están expresamente prevista
para los casos en que se aprecie una eximente completa o incompleta (arts. 101 a 104 CP). El Tribu-
nal Supremo consideró que tal posibilidad “resulta de una interpretación lógica de las disposiciones
reguladoras de las medidas de seguridad a un supuesto ontológicamente semejante”.
Por ejemplo, aunque parece muy clara la descripción del tipo de homicidio (“el que matare a otro”
—art. 138 CP— o “el que por imprudencia grave causare la muerte de otro” —art. 142 CP—), sin
embargo, la calificación como autor de homicidio o de aborto de quien provoca la muerte de un feto
en el momento del parto depende de en qué momento se entienda que alguien ha nacido, cuestión
que no está determinada por el tenor literal de la ley.
Por ejemplo, una interpretación teleológica y que atienda a la realidad social del tiempo en que han
de aplicarse los tipos penales de violencia de género y doméstica obliga a excluir la aplicación del
art. 153 CP en los casos de comportamientos ajenos a situaciones de abuso, dominación, humilla-
ción, sometimiento o sojuzgamiento por razón de género (superioridad machista), o más en general,
del más débil por el más fuerte (manifestación de situaciones de desigualdad) propias de las violen-
cias de género y doméstica [STS de 25 de enero de 2008 y 8 de junio de 2009 (Tol 1577905)]. Por
consiguiente, no sería aplicable el art. 153 CP a las lesiones que el marido le causa a la mujer para
echarla de una habitación en el trascurso de una discusión (debida a una infidelidad del esposo),
siendo los cónyuges dos personas que ostenten un “similar estatus cultural y social” (Sentencia del
Juzgado de lo Penal núm. 16 de Barcelona de 30 de septiembre de 2009).
Por ejemplo, respecto del delito de violencia de género del art. 153, 1 CP, que castiga al que maltra-
tare a otro, “cuando la ofendida sea o haya sido esposa, o mujer que esté o haya estado ligada a él
por una análoga relación de afectividad”, resulta claro que es de aplicación a los supuestos en que el
autor es un hombre (hombre que maltrata a la mujer que es o ha sido su cónyuge o pareja) y también
resulta evidente que no es aplicable a matrimonios o parejas de hecho constituidas por dos hombres,
puesto que el precepto requiere la condición de mujer de la víctima (su aplicación al supuesto de
dos hombres, argumentando, por ejemplo la posición de sumisión y desigualdad de la víctima en la
relación, supondría analogía in malam partem). Sin embargo, ya no resulta tan evidente si puede o
no ser aplicado en el caso de un matrimonio o pareja homosexual femenina, como ha entendido el
Juzgado de lo Penal núm. 2 de Santander (Sentencia de 20 de abril de 2009).
Por ejemplo, el Tribunal Constitucional consideró contrario al principio de legalidad penal las con-
denas por el delito de usurpación de funciones (art. 321, 2 CP) contra personas que ejercían profe-
sionalmente la actividad de intermediarios inmobiliarios o de gestores administrativos sin estar en
posesión de los títulos de Agente de la Propiedad Inmobiliaria o de Gestor Administrativo respec-
tivamente. Según el Tribunal Constitucional, no podían incluirse estos títulos en el concepto “título
oficial” empleado por el art. 321 CP, que debe interpretarse como equivalente a “título académico”
(STC 150/1997).
Así, por ejemplo, la STS de 16 de mayo de 2002 anuló la aplicación del subtipo agravado de abuso
sexual con prevalimiento de parentesco (art. 182, 2 CP) que había hecho el tribunal de instancia en
un caso en que el procesado era únicamente el marido de la madre del menor víctima de los abusos
y no un pariente de los contemplados en el subtipo agravado (ascendiente, descendiente o hermano,
por naturaleza o afinidad).
Así, Cesare Beccaria denunciaba, respecto a la interpretación judicial “¿Cuántas veces vemos los
mismos delitos diversamente castigados por los mismos tribunales en diversos tiempos, por haber
consultado, no la constante y fija voz de la ley, sino la errante inestabilidad de las interpretaciones?”
(De los delitos y las penas). No obstante, este ideal pronto se manifestó como impracticable, pues,
como ya se ha mencionado, existe siempre un margen irreductible que requiere la interpretación del
juez que aplica la norma. Es interesante resaltar que incluso los propios revolucionarios franceses
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 129
admitieron que, excepcionalmente la ley podía ser oscura y por ello instauraron el llamado referé le-
gislatif: el juez que tuviera dudas acerca de la interpretación de la ley en un caso concreto, tenía que
consultar al Parlamento. Sin embargo, pronto esta institución (que fue recogida en la Constitución
española de 1812) se consideró ineficaz, ya que originaba dilaciones excesivas por la sobrecarga de
trabajo que suponía para el Parlamento, e inconveniente para mantener la imparcialidad y el carácter
abstracto que debe tener la actividad legislativa. De ahí que en 1804 se suprimiera el referé legislatif
y se trasladara el poder interpretativo que tenía el Parlamento a otro órgano: el Tribunal de casación,
cuya función sería interpretar la ley en los casos dudosos, unificando de esta manera la aplicación
del Derecho por parte de los jueces.
Ahora bien, aunque la jurisprudencia del Tribunal Supremo no sea fuente del Derecho Penal, sin
embargo, su papel es fundamental para garantizar la coherencia en la interpretación de las normas
penales. En un modelo de poder judicial como el nuestro, en el que cada Juez o Magistrado es
“independiente” en el ejercicio de la función jurisdiccional (art. 117 CE), surge el problema de la
existencia de divergencias interpretativas respecto a una misma norma penal y, por tanto, la posible
coexistencia en el sistema judicial de una pluralidad de interpretaciones posibles de la ley que, aun-
que sean razonables y motivadas, supondrían una quiebra del derecho a la seguridad jurídica y del
principio de igualdad en la aplicación de la ley. De ahí la necesidad de un Tribunal único, el Tribunal
Supremo (órgano superior en todos los órdenes, según el art. 123, 1 CE), que cumple la función de
unificación de la interpretación mediante la doctrina que establezca de modo reiterado. Por ejemplo,
para una aplicación segura y uniforme del art. 369, 1, 6ª CP, el TS ha establecido que por “notoria
importancia” hay que entender una cantidad que exceda de las 500 dosis de consumo diario (APNJ
de 19 de octubre de 2001); para una aplicación segura y uniforme del art. 250, 1, 6º CP, el TS ha
establecido que por “especial gravedad” hay que entender una cantidad superior a los 36.000 euros
(STS de 31 de noviembre de 2006 y 9 de septiembre de 2007).
les siguiendo los criterios sentados por la jurisprudencia del Tribunal Supremo
(vinculación vertical) y, por su parte, los Tribunales, en general, y el Tribunal
Supremo, en particular, deben mantener de manera estable sus criterios inter-
pretativos, sin contradicciones entre los distintos casos sobre los que se pronun-
cia (vinculación horizontal).
a) Respecto a la vinculación vertical, el mecanismo para asegurarla es el del
recurso de casación (en los delitos en los que puede interponerse). Es cierto que
la LECrim no prevé un recurso de casación por infracción de jurisprudencia,
sino sólo por “infracción de ley” (art. 849, 1), a diferencia de lo que ocurre en el
orden civil. Pero ello no debe llevar a la falsa conclusión de que no existe una
jurisprudencia penal del Tribunal Supremo que resulte vinculante para los jue-
ces inferiores pues, a través del recurso de casación “por infracción de la ley”,
pueden ser anuladas las resoluciones que contradigan la interpretación de la ley
realizada por el Tribunal Supremo, lo que asegura que la manera de interpre-
tar la ley del Tribunal Supremo (la que él estima correcta) sea seguida por los
tribunales inferiores.
No obstante, debe advertirse que la afirmación de esta vinculación vertical
de la jurisprudencia del Supremo no significa que los órganos judiciales inferio-
res carezcan de independencia en la interpretación de la ley. Si una Audiencia
Provincial interpreta una norma de manera distinta a como lo hace el Tribunal
Supremo, corre el riesgo de que su sentencia sea recurrida en casación y de que,
estimado el recurso, dicha sentencia sea casada (anulada) y sustituida por otra.
Pero también puede ocurrir lo contrario, que la interpretación dada por la Au-
diencia Provincial sea estimada como más correcta por el Tribunal Supremo y
confirme la sentencia, originándose así un cambio de línea jurisprudencial.
Por ejemplo, en multitud de resoluciones el Tribunal Supremo ha sentado la doctrina según la cual
el concepto de “violencia”, utilizado en el art. 172 CP para describir el delito de coacciones, abarca
no sólo la violencia ejercida sobre el cuerpo de las personas, sino también la que se ejerce sobre las
cosas, tanto en sentido propio como impropio, de manera que, por ejemplo, integraría un delito de
coacciones el hecho de que el propietario de un piso impidiera al inquilino continuar en la vivienda
mediante el procedimiento de darse de baja en el suministro de electricidad del piso. Una Audiencia
Provincial, pese a ello, puede dictar una sentencia en la que considere que tal hecho constituye
sólo una falta de coacciones del art. 620, 2 CP, siguiendo una interpretación restrictiva del término
violencia.
No obstante, esto no significa que esté vedada la posibilidad de que se produzcan cambios juris-
prudenciales cuando el Tribunal Supremo considere, de manera razonable y motivada, que una
nueva interpretación es más correcta. El Tribunal Constitucional ha establecido que el juez puede
cambiar de criterio siempre que el cambio tenga vocación de permanencia, sea razonable y se haya
razonado. Esta doctrina constitucional es de gran importancia cuando se aplica al Tribunal Supremo,
pues su labor de unificación jurisprudencial se frustraría si sus líneas jurisprudenciales no fueran
coherentes y estables en el tiempo.
Así, un ejemplo de cambio jurisprudencial muy trascendente fue el referido a la introducción ilegal de
droga en España. Hasta el APNJ de 23 de noviembre de 1997, el Tribunal Supremo consideraba que
dicha conducta constituía dos delitos: uno de contrabando (art. 2, 3, a) de la LO 12/1995) y otro de
tráfico de drogas (art. 368 CP), sancionables en concurso ideal. Sin embargo, a partir de esa fecha,
considera que se trata de un concurso aparente de normas (art. 8 CP), dada la identidad del bien
jurídico vulnerado.
Tema 6
Pensemos, por ejemplo, en el siguiente caso: el día 2 de marzo de 2003, Juan propina unas bofe-
tadas a su cónyuge y le ocasiona unas lesiones en la cara no definidas como delito en el Código
Penal. Los hechos son enjuiciados el día 29 de abril de 2004. Surge aquí el siguiente problema: en
el momento de los hechos era de aplicación al caso el art. 617, 2 CP que calificaba esa acción como
falta contra las personas y la sancionaba con la pena de arresto de tres a seis fines de semana o
multa de uno a dos meses (llamemos a esta situación “Ley A”). Sin embargo (“sucesión de leyes”),
en virtud de la LO 11/2003, de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia de seguridad
ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros, esos mismos hechos pasaron
a calificarse como delito en el art. 153 CP, castigándose con una pena de prisión de tres meses a un
año o trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 80 días y la privación del derecho a la tenencia
y porte de armas de uno a tres años (llamemos a esta nueva situación legislativa “Ley B”). Así las
134 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (III)
cosas, debiendo juzgarse el hecho el día 29 de abril de 2004 —con posterioridad a la mencionada
reforma del CP— ¿qué ley penal debe aplicarse a Juan? ¿La que estaba en vigor en el momento de
la realización del hecho (“Ley A”, que permite condenar al autor solamente con una pena de arresto
de fin de semana) o la vigente al momento de enjuiciarlo (“Ley B”, que permite sancionarlo con una
pena de prisión de hasta un año)?
El principio de irretroactividad de la ley penal alcanzó rango internacional tras incluirse en la Decla-
ración Universal de Derechos del Hombre de 10 de diciembre de 1948 (art. 11, 2). También ha sido
proclamado en el Convenio Europeo de Protección de los Derechos Humanos y de las libertades
fundamentales de 1950 (art. 7); en el Pacto Internacional de Derechos Políticos y Civiles de 19 de di-
ciembre de 1966 (art. 15) y, recientemente, ha sido incluido en el art. 49 de la Carta de los Derechos
Fundamentales de la UE, aprobada el 14 de diciembre de 2007.
Así, en el ejemplo de las lesiones causadas por Juan a su cónyuge, la conducta deberá ser enjui-
ciada conforme al art. 617, 2 CP, vigente en el momento de la comisión de los hechos, aunque el
precepto esté ya derogado en virtud de la reforma de la LO 11/2003.
Esto significa que los Jueces y Tribunales pueden aplicar a un hecho una ley penal que aún no
estaba en vigor en el momento de realizarlo (si ésta es más favorable para el autor). Ejemplo: En
septiembre de 2003, Luís conduce un automóvil de su propiedad sin el correspondiente seguro obli-
gatorio de vehículos (conducta que estaba castigada como falta con la pena de multa de uno a dos
meses en el art. 636 CP). El hecho es enjuiciado el día 27 de noviembre de 2004, esto es, después
de la entrada en vigor de la LO 15/2003, de 25 de noviembre, que modificó la LO 10/1995, de 23
de noviembre, del Código Penal, destipificando tal conducta. En este caso, Luís debe ser absuelto,
pues el hecho debe enjuiciarse con arreglo al Código penal reformado, ya que, aunque es una ley
posterior que aún no estaba en vigor en el momento de realizar el hecho, es más favorable al reo.
En esta línea, la DT 6ª CP establece que no serán revisadas las sentencias en las que la pena esté
totalmente ejecutada, sin perjuicio de que el Juez o Tribunal que en el futuro pudiera tenerlas en
cuenta a efectos de reincidencia deba examinar previamente si el hecho en ellas penado ha dejado
de ser delito o pudiera corresponderle una pena menor de la impuesta conforme a este Código.
Se discute de todas formas la solución de los casos en los que, habiéndose eje-
cutado ya íntegramente la pena (de no ser así se aplicarían las reglas generales
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 137
de retroactividad del art. 2, 2 CP), entra en vigor otra ley penal que favorece al
reo como consecuencia exclusivamente de la modificación de las cuantías que
se utilizan para diferenciar los delitos de las faltas en las infracciones contra la
propiedad y el patrimonio.
Ejemplo: hasta el año 1995 el delito y falta de hurto se diferenciaban atendiendo a que el valor de lo
sustraído fuera superior o inferior, respectivamente, a las 30.000 pesetas. Alfonso sustrajo en 1993
un reloj valorado en 47.000 pesetas, por lo que fue condenado como autor de un delito de hurto,
cumpliendo íntegramente la pena correspondiente. Posteriormente, el Código Penal, por razón de la
depreciación del dinero, elevó el límite entre el delito y la falta de hurto a 50.000 pesetas. ¿Hubiera
podido solicitar Alfonso en 1996 la cancelación de sus antecedentes penales por delito de hurto
alegando que, calificado el caso por la nueva ley, el hecho integraría solamente una falta de hurto
que no da lugar a antecedentes penales?
Con relación a este problema, caben dos soluciones: por una parte, podría
pensarse que en tales casos no sería posible solicitar la cancelación de los ante-
cedentes penales, ya que la nueva calificación del hecho no obedece a un cambio
en las valoraciones del legislador, sino exclusivamente a la depreciación de la
moneda. Puede afirmarse, en efecto, que en el caso del ejemplo, el reloj valorado
en 47.000 pesetas en 1993 muy posiblemente valdría más de 50.000 pesetas en
1996, por lo que su sustracción, incluso con la nueva ley, seguiría constituyendo
delito de hurto.
La imposibilidad de cancelar los antecedentes penales en tales casos se llegó a disponer expre-
samente en algunas Disposiciones Transitorias de las Leyes de Reforma del Código Penal en las
que se modificaron los límites económicos entre los delitos y las faltas en las infracciones contra la
propiedad y el patrimonio.
Por el contrario, un sector doctrinal considera, con razón, que en los casos de
penas ya cumplidas, el efecto retroactivo de la ley penal más favorable sí debe
alcanzar a otras consecuencias perjudiciales para el reo que puedan todavía ser
eliminadas (como es el caso de los antecedentes penales), y ello aunque la nueva
ley traiga su causa sólo en la modificación de cuantías debido a la depreciación
del dinero, supuesto para el que el art. 2, 2 CP no establece ninguna excepción.
Por ejemplo, si observamos el art. 325 CP, se podrá plantear un problema de retroactividad de la ley
penal más favorable si se produce una modificación en la legislación administrativa protectora del
138 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (III)
medio ambiente. Lo mismo ocurrirá, en el art. 334, 1 CP, cuando administrativamente se modifique
la relación de especies animales amenazadas.
Igualmente, debe tenerse en cuenta que para determinar qué ley es la que
más favorece al reo, resulta absolutamente imprescindible resolver íntegramen-
te el supuesto de hecho con arreglo a las dos legislaciones en conflicto (la vigente
en el momento del hecho y la vigente en el momento del enjuiciamiento) compa-
rando después las consecuencias jurídicas que se derivan de la aplicación de una
y de otra. Con ello se quiere indicar que, en muchos casos, no basta con analizar
si un hecho sigue siendo o no delito conforme a la nueva legislación, o con la
mera comparación de penas en abstracto, pues el carácter favorable de una ley
puede traer su causa en múltiples factores.
Piénsese, por ejemplo, que alguien ha cometido un delito de robo con fuerza en las cosas (arts.
238 y ss. CP) en el mes de julio de 2003 y es juzgado por el mismo en noviembre de 2003. Aunque
en ese espacio de tiempo no se ha producido ninguna modificación de los arts. 238 y ss. CP, hay
que plantearse, sin embargo, la posible aplicación retroactiva del art. 66 CP, reformado por la LO
11/2003, que establece nuevas reglas de individualización de la pena, para todos los delitos, que
pueden determinar una pena distinta que la resultante con arreglo a las reglas vigentes en el mo-
mento de realización del hecho.
Por otro lado, debe advertirse que la opción por la norma más favorable con-
siste en optar por una u otra legislación, sin que sea posible combinar normas
de una y de otra pues, si así fuera, se estaría “creando” una nueva ley. En este
sentido, la Disposición Transitoria 2ª CP estableció que para determinar cuál es
la ley más favorable se tendría en cuenta la pena que correspondería al hecho
enjuiciado con la aplicación de las normas completas de uno u otro Código. Así,
por ejemplo, en los casos de hechos cometidos con anterioridad a la entrada en
vigor del Código Penal de 1995, cuando se optaba por aplicar dicho Código con
carácter retroactivo porque las penas de prisión establecidas para el hecho en-
juiciado resultaban más leves (retroactividad de la norma más favorable), lo que
no podía hacerse era tomar del Código de 1973 las disposiciones sobre redención
de penas por el trabajo, como expresamente advierte la mencionada Disposición
Transitoria: “las disposiciones sobre redención de penas por el trabajo sólo serán
de aplicación a todos los condenados conforme al Código derogado y no podrán
gozar de ellas aquellos a quienes se les apliquen las disposiciones del nuevo
Código”.
Resuelto el supuesto de hecho íntegramente tanto con arreglo a la ley que es-
taba en vigor en el momento de su realización como con arreglo a la ley vigente
al momento de enjuiciarlo, la elección de la más favorable para el reo no debe
presentar, en principio, mayores problemas. Es más favorable la ley que consi-
dere que el hecho no es delito frente a la que considere que sí lo es; resulta más
favorable la ley que conduzca a la condena con una pena privativa de libertad
de menor duración que la que conduzca a la condena con una pena privativa de
libertad de mayor duración, etc., es decir, no habrá dudas respecto a qué ley es
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 139
—la introducida por la LO 15/2003, que es una ley posterior al hecho, que ya no está en vigor en el
momento del juicio, pero que es más favorable.
Ley temporal en sentido estricto sería la que, por ejemplo, ante una grave crisis energética, hubiera
prohibido la circulación de vehículos particulares los lunes y miércoles desde el 1 de marzo hasta el
31 de mayo de 2004. Ley temporal en sentido amplio sería la que, por ejemplo, ante una situación de
calamidad pública (ej.: un terremoto, unas inundaciones, etc.), elevara en un grado las penas de los
delitos contra la propiedad (con respecto a las penas establecidas en la leyes ordinarias o normales)
mientras la situación perdure para evitar los actos de pillaje.
Por ejemplo, una carta injuriosa se extravía y tarda un tiempo anormal en ser recibida por su desti-
natario; un arquitecto comete una imprudencia en la construcción de un edificio, y ello determina su
derrumbamiento cinco años después de terminadas las obras.
Por ejemplo, en los casos de detención ilegal de una persona durante ocho meses, periodo de tiem-
po durante el cual se reforma el Código Penal agravándose las penas del delito de detención ilegal.
En el ámbito del Consejo de Europa, el TEDH y la (hoy extinta) Comisión han señalado la impor-
tancia, a efectos del derecho a la legalidad del art. 7 del Convenio de Roma, de que determinada
interpretación jurisprudencial perjudicial para el reo estuviera ya establecida en el momento en que
se cometieron los hechos. Así, en su decisión de 12 de marzo de 1981, la Comisión admitió la queja
142 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (III)
de un austriaco que había sido condenado por evasión fiscal por unos hechos cometidos en 1975.
El tribunal que le condenó aplicó la nueva interpretación establecida en 1976 por el TS, conforme a
la cual el delito de evasión fiscal existía no sólo cuando se realizaba en interés propio (como hasta
entonces se había entendido), sino también en interés de tercero. La Comisión estimó incorrecto
aplicar retroactivamente el nuevo criterio, desfavorable para el reo.
Así, por ejemplo, respecto al tipo penal de intrusismo profesional (art. 321, 1 CP-73), el Tribunal
Constitucional consideró que la interpretación del mismo hecha por la Audiencia Provincial (y confir-
mada por el Tribunal Supremo) conforme a la cual se condenó al recurrente, era una interpretación
contraria al principio de legalidad penal. El TC reconoció el derecho del condenado a la revisión de
su sentencia (STC 150/1997). Sin embargo, el Tribunal Supremo ha negado efectos retroactivos a
la STC que establece la interpretación constitucionalmente conforme del precepto sobre el momento
en el que se interrumpe la prescripción de los delitos (art. 132 CP). En el APNJ de 26 de febrero de
2009 se acordó que dicha interpretación del Tribunal Constitucional, que resulta diversa de cómo
venía siendo entendido el precepto (y que resulta favorable al reo), “no constituye un hecho nuevo
de aquéllos a los que se refiere el art. 954 LECrim como requisito del recurso de revisión”.
En este sentido, el APNJ de 19 de octubre de 2001, que modifica en un sentido favorable al reo la
interpretación de las cantidades que se entienden de “notoria importancia” a los efectos de la agrava-
ción prevista para el delito de tráfico de drogas en el art. 369, 1, 7ª CP, establece que “no procederá
la revisión de las sentencias firmes, sin perjuicio de que se informen favorablemente las peticiones
de indulto para que las condenas se correspondan al presente acuerdo”.
rables. Esta situación resulta paradójica puesto que se niega la aplicación del
principio general y se acepta, sin embargo, la regla excepcional. También debe-
ría aceptarse la extensión del principio general de irretroactividad, de manera
que quedara vetada la aplicación retroactiva de un cambio jurisprudencial des-
favorable al reo.
Tema 7
En la Unión Europea, el principio ne bis in idem había sido reconocido por la jurisprudencia del Tribu-
nal de Justicia como un principio del Derecho, si bien su alcance se circunscribía a la no acumulación
de dos sanciones de la misma naturaleza, sin abarcar la prohibición de un nuevo enjuiciamiento (ver-
tiente procesal). Sin embargo, con la entrada en vigor de la Carta de los Derechos Fundamentales
de la Unión Europea (el 1 de diciembre de 2009), el principio ne bis in idem ha cobrado un alcance
absoluto tanto procesal como material dentro de la UE, pues su art. 50 recoge el “derecho a no ser
juzgado o condenado penalmente dos veces por la misma infracción”, declarando que “ nadie podrá
ser juzgado o condenado penalmente por una infracción respecto de la cual ya haya sido absuelto o
condenado en la Unión mediante sentencia firme conforme a la ley”.
Ejemplo: no cabe apreciar la agravante genérica de abuso de superioridad del art. 22, 2ª CP si se
condena por un delito de acoso sexual vertical del art. 184.2 CP, puesto que la descripción de este
tipo penal incluye el requisito de que el autor del acoso cometa el hecho “prevaliéndose de una
situación de superioridad”.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 147
Pero la prohibición de ne bis in idem tiene que ser también tenida en cuenta
en relación a la aplicación de las numerosas circunstancias específicas con las
que el legislador agrava los delitos, estableciendo subtipos agravados, sin tener
en cuenta, en algunos casos, que dichas circunstancias son inherentes al delito
y, por tanto, no deben apreciarse a efectos agravatorios.
Por ejemplo, antes de la reforma del CP por la LO 5/2010, de 22 de junio, al delito de abuso sexual de
un menor de 13 años del art. 181, 2 CP, le era formalmente aplicable la agravante específica de ser la
víctima menor de trece años del art. 180, 3 CP. Sin embargo, la jurisprudencia entendió que no podía
aplicarse dicha agravación sin vulnerar el ne bis in idem puesto que el dato de la edad había sido
ya tenido en cuenta para restar validez al consentimiento del menor y calificar la conducta del autor
como abuso sexual. Igualmente, la jurisprudencia, aunque sólo en algunos casos, ha entendido que
no es posible aplicar la agravante específica de “actuación conjunta de dos o más personas” en el
delito de violación (art. 180, 1, 2ª) realizado entre varios que resultan condenados como coautores
[con extensión vid. STS de 24 de noviembre de 2009 (Tol 1747837)].
Supongamos que A mata a otro a cambio de un precio. En principio, dicho hecho puede subsumirse
en el tipo penal del homicidio (art. 138 CP: “el que matare a otro”) y en el tipo penal del asesinato
(art. 139, 2ª: el que matare a otro por precio). En este supuesto no cabe duda de que A no ha co-
metido dos delitos (uno de homicidio y otro de asesinato) sino un sólo delito de asesinato porque es
evidente que la aplicación del art. 139 abarca el total contenido de injusto del hecho realizado por A,
desplazando la aplicación del art. 138.
total contenido de injusto del hecho, quedando desplazadas todas las demás.
No obstante, si en algún caso, por diversas razones, la norma preferente deja
de ser aplicable no existe obstáculo material alguno —derivado del ne bis in
idem— que impida recurrir a la aplicación de la norma desplazada para valorar
el hecho de que se trate.
En los supuestos de concurso de normas, el problema fundamental es deter-
minar, en cada caso, cuál es la norma de aplicación preferente, por abarcar el
total contenido del injusto. Para resolver esta cuestión, la doctrina ha distin-
guido distintos tipos de relaciones entre las normas en concurso: especialidad,
subsidiariedad y consunción, criterios que han sido recogidos en el art. 8 CP,
que añade la relación de alternatividad.
1. Existe una relación de especialidad entre varios preceptos penales cuando
uno de ellos contiene todos los elementos del otro y, además, un plus que lo hace
especial o específico. Según el art. 8, 1º CP, “el precepto especial se aplicará con
preferencia al general”. Esta relación es frecuente entre tipos básicos y tipos
agravados (ejemplo, entre homicidio y asesinato) o atenuados, que incorporan
algún elemento adicional de valoración a los elementos genéricos del ilícito bá-
sico.
Ejemplo: la norma del delito de daños contra el patrimonio histórico (art. 323 CP) es especial respec-
to a la norma que castiga el delito común de daños (art. 263 CP).
Por ejemplo, la norma que castiga el abandono de un menor con peligro para su vida (art. 229, 3 CP)
es subsidiaria de la que castiga el homicidio, de manera que si alguien abandona a un menor como
medio para matarlo, sólo será aplicable el delito de homicidio (consumado o en tentativa). El art.
229, 3 contiene una cláusula expresa de subsidiariedad al disponer que la pena prevista lo es “sin
perjuicio de castigar el hecho como corresponda si constituyera otro delito más grave”.
Por ejemplo, según la STS de 20 de marzo de 2003 (Tol 297661), existe una relación de subsidiarie-
dad entre el delito de incendio con peligro para la vida (art. 351 CP) y la tentativa de asesinato con
alevosía, si la finalidad del primero —calificado como medio alevoso— es dar muerte a la víctima.
Igualmente existe una relación tácita de subsidiariedad en los casos de homicidio intentado que
causa lesiones. En el entendimiento de que el dolo de matar abarca el de lesionar, la jurispruden-
cia mayoritaria resuelve esa relación a través de la sola calificación de una tentativa de homicidio:
“Desde el punto de vista externo y puramente objetivo, un delito de lesiones y un homicidio frustrado
son totalmente semejantes. Es el elemento subjetivo, personal e interno lo que diferencia que unos
hechos aparentemente idénticos puedan juzgarse como homicidio, por existir “animus necandi” o
voluntad de matar” (STS de 5 abril 2000) (Tol 13049).
Por ejemplo, en un caso de amenazas (art. 169 CP) seguidas, de forma inmediata, de la realización
de la intención de lesionar exteriorizada en las amenazas, la aplicación del tipo de lesiones (arts. 147
a 150 CP) consume el desvalor de las amenazas previas.
Ejemplo: los daños inherentes a un robo con fractura (art. 238 CP); o las lesiones mínimas que
conlleva, por lo general, un robo con violencia o una agresión sexual, siempre que no se prolonguen
en el tiempo y pueda afirmarse su conexión al desapoderamiento o al atentado sexual, respectiva-
mente.
En particular, entre el tráfico de drogas (art. 368 CP) y el contrabando (art. 2, 3, a) de la LO 12/1995,
de Contrabando), el Tribunal Supremo considera prevalente la primera de esas infracciones. El tráfi-
co de drogas sería, según ello, “lex consumens”.
Por ejemplo, en una obra de construcción de un edificio, se derrumba el andamio y resultan muertos
los tres trabajadores que trabajaban en ella sin las condiciones de seguridad a las que se refiere el
art. 316 CP. Esta norma quedaría consumida por el tipo penal del homicidio imprudente (art. 142 CP)
que es de aplicación preferente. Otra sería la solución si, junto a ellos, hubiera otros trabajadores
que han sufrido una amenaza para su vida pero que han salido ilesos. En ese último caso, la lesión
de los primeros no podría consumir la amenaza que el accidente ha representado para los segundos
[SSTS 22 diciembre de 2001 (Tol 135694) y 4 de junio 2002 (Tol 173409)].
Por ejemplo, en el acoso sexual, cuando consiste en una amenaza condicional (se solicitan favores
sexuales con el anuncio, en otro caso, de causar un mal a la víctima), el art.184.2 CP no podría
prevalecer sobre el tipo genérico de las amenazas condicionales (art. 169 CP), porque éste prevé
una pena muy superior.
hecho no puede conllevar una pena por debajo del mínimo de pena de la norma
desplazada (que abarca sólo parcialmente el desvalor del hecho).
Por ejemplo, si A, con intención de matar a B, le dispara, causándole lesiones con pérdida de un
órgano principal, debe apreciarse un concurso aparente de normas penales entre tentativa de homi-
cidio (art. 16 en relación con el art. 138 CP) y delito de lesiones del art. 149 CP. Si se aplica sólo la
tentativa de homicidio como norma preferente, que permite imponer una pena inferior en uno o dos
grados a la del homicidio (art. 62 CP), es decir, un margen de prisión de dos años y 6 meses a diez
años, el juez debe tener en cuenta que el límite mínimo de la pena prevista en el art. 149 es de seis
años y no castigar el hecho por debajo de ese límite. De lo contrario, favorecería al reo cometer unas
lesiones del art. 149 CP con intención de matar.
Ejemplo: A agrede sexualmente a una mujer propinándole, para asegurarse la falta de resistencia
por parte de la víctima, fuertes golpes en la cara que le causan a la mujer la pérdida de un ojo,
consiguiendo tener acceso carnal. Los tipos aplicables son el de violación (art. 179 CP en relación
con el 178 CP) y el de lesiones graves (art. 149 CP). Está claro que el art. 179 no valora el total
contenido de injusto, puesto que sólo tiene en cuenta la agresión sexual violenta pero no las lesiones
a la víctima, que han excedido de las que pueden considerarse inherentes a una agresión sexual.
Tampoco basta la aplicación del art. 149 CP, porque este precepto no tiene en cuenta el atentado a
la libertad sexual realizado. Por tanto, deben aplicarse los dos preceptos y condenar al autor por los
dos delitos cometidos con su acción (concurso ideal de delitos), conforme a la regla especial prevista
en el art. 77 CP (se impondrá la pena del delito más grave en su mitad superior). Como el contenido
total del injusto del hecho sólo se valora aplicando los dos tipos, la aplicación de los dos preceptos
no infringe el principio ne bis in idem.
La redacción del art. 8º CP es, en este sentido, defectuosa en cuanto que parece establecer el
concurso aparente de normas por exclusión del concurso ideal de delitos, al establecer las reglas
del concurso de normas para “los hechos susceptibles de ser calificados con arreglo a dos o más
152 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (IV)
preceptos de este Código, y no comprendidos en los arts. 73 a 77” (es decir, que no constituyan un
concurso de delitos).
Se trata de una lectura “positiva” del principio de legalidad (García Albero) vinculada al principio de
proporcionalidad: cuando una condena sea suficiente desde una perspectiva punitiva —porque ago-
te el total contenido de injusto del hecho—, la aplicación de otra sanción representaría un “exceso de
pena” constitucionalmente infundado (SSTC de 15 de octubre de 1990 y 15 de enero de 2003).
Ejemplo: Andrés G.A. es parado en un control de alcoholemia por la Guardia Civil de Tráfico y, efec-
tuadas in situ las mediciones legales oportunas, se le detecta un grado de impregnación alcohólica
de 0’7 miligramos de alcohol por litro de aire espirado. En este supuesto puede surgir la duda sobre
si resultan aplicables los arts. 65 y ss. LSV (normas administrativas) que sancionan con multa de 500
euros y pérdida de seis puntos del carnet de conducir el hecho de conducir con una tasa de alcohol
en sangre superior a 0’5 miligramos de alcohol por litro de aire espirado o si, por el contrario, debería
ser de aplicación el art. 379, 2 CP, que sanciona con las penas de prisión de tres a seis meses o
multa de seis a doce meses y trabajos en beneficio de la comunidad de treinta y uno a noventa días
y privación del derecho de conducir de uno a cuatro años al que condujese un vehículo de motor
bajo la influencia de bebidas alcohólicas. Ante esta situación, un correcto funcionamiento de la Ad-
ministración Pública, debe dar lugar a que la Jefatura de Tráfico receptora de la denuncia proceda
de la forma prevista en el art. 72 LSV que establece: 1. Cuando en un procedimiento administrativo
de carácter sancionador se ponga de manifiesto un hecho que ofrezca apariencia de delito o falta
perseguible de oficio, la Autoridad administrativa lo pondrá en conocimiento del Ministerio Fiscal,
por si hubiere lugar al ejercicio de la acción penal y acordará la suspensión de las actuaciones. 2.
Concluido el proceso penal con sentencia condenatoria de los inculpados se archivará el procedi-
miento administrativo sin declaración de responsabilidad. Si la sentencia fuera absolutoria o el pro-
cedimiento penal finalizara con otra resolución que le ponga fin sin declaración de responsabilidad, y
siempre que la misma no estuviera fundada en la inexistencia del hecho, se podrá iniciar o continuar
el procedimiento administrativo sancionador contra quien no hubiese sido condenado en vía penal.
3. La resolución que se dicte deberá respetar, en todo caso, la declaración de hechos probados en
dicho procedimiento penal.
Se trata de una solución parcial y provisional de un problema grave. Parcial porque no se alcanza
a saber, por ejemplo, como podría llegar a compensarse una pena de prisión con la sanción admi-
nistrativa de multa; provisional porque quizás lo que procedería es establecer el mecanismo jurídico
estable que permitiera, en los casos en los que ha recaído sentencia contra una persona por unos
hechos, que deviniera en nula de pleno de Derecho cualquier otra sanción que se hubiese llegado a
imponer por la Administración Pública a esa misma persona, por esos mismos hechos y con idéntico
fundamento.
Del mismo modo que deben evitarse los problemas derivados del incorrecto
funcionamiento de la Administración Pública, también deben evitarse los pro-
blemas que se derivan del incorrecto funcionamiento de la Administración de
Justicia. Se hace referencia a los casos en los que, concluida la actividad ju-
risdiccional (en el sentido que sea), se omite comunicar dicha conclusión a la
Administración Pública, con el efecto de que el particular infractor termina no
sufriendo sanción alguna (no sufre la sanción penal, por ejemplo, porque los he-
chos no son constitutivos de delito; y no sufre la sanción administrativa porque
la Administración Pública no sabe que podía reiniciar el expediente sanciona-
dor).
Por ejemplo, una persona trabaja en unos grandes almacenes y, terminada su jornada de trabajo,
comete en otro lugar un delito de robo: esto podrá ser objeto de sanción penal pero no puede supo-
nerle al trabajador el despido de su puesto de trabajo (vid. de todos modos, respecto de los casos
en los que la pena pueda hacer imposible el cumplimiento del contrato de trabajo, los arts. 45 y 49
ET). Otra cosa total y absolutamente distinta sería que el trabajador robara el dinero de la caja re-
gistradora de la empresa en la que trabaja: en este caso, la sanción penal por el delito de robo sería
compatible con la sanción (laboral) del despido disciplinario (art. 54 ET), pues la empresa no tiene
por qué tolerar que trabaje en ella quien la ha hecho víctima de un delito (STC de 20 de octubre de
1984). Pues bien, del mismo modo, y paralelamente, el Juez condenado por un delito de prevarica-
ción (art. 446 CP) podría ser, además, separado del servicio (expulsado de la Carrera Judicial) (art.
379, 1, d) LOPJ), pues la pena sancionaría la lesión de un bien jurídico penalmente protegido (v. gr.
la libertad del sujeto injustamente condenado) mientras que la sanción administrativa disciplinaria
sancionaría la realización de un hecho que supone una falta de fidelidad a la función pública que le
ha sido constitucionalmente encomendada.
Las “relaciones especiales de sujeción” constituyen un concepto elaborado por la teoría del Derecho
Público de finales del siglo XIX que hace referencia a relaciones estrechas entre el Estado y el ciuda-
dano, referido particularmente a las vinculaciones que se generan: a) Dentro de los establecimientos
públicos (v. gr.: escuela pública, establecimientos penitenciarios); b) En el seno de determinados
relaciones de los particulares con el Estado (v. gr.: funcionarios públicos, personas vinculadas a la
Administración por una relación contractual, personas que prestan un servicio público o titulares de
concesiones administrativas). La consecuencia de esta teoría es que el ciudadano que está en una
especial relación de sujeción, es incluido en el ámbito administrativo con el resultado de que deter-
minados derechos fundamentales —v. gr. los que derivan de la prohibición del “bis in idem”— no
tienen validez, por cuanto la Administración tiene en su mano la regulación, mediante prescripciones
administrativas, de las relaciones dentro de tales situaciones (Bacigalupo Zapater).
156 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (IV)
Un modelo de solución de este problema podría ser la regla que preveía el art. 52 del Proyecto CP de
1992. Se establecía en el mismo: 1. En las penas de prisión de hasta diez años los jueces y tribuna-
les podrán imponer motivadamente como penas accesorias, la suspensión de empleo o cargo públi-
co, la inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena, o la
inhabilitación especial para empleo o cargo público, derecho de profesión, oficio industria o comercio
si estos hubiesen tenido relación directa con el delito cometido, debiendo determinarse expresa-
mente en la sentencia esta vinculación. 2. La potestad que a los órganos judiciales se les atribuye
en el número anterior de este artículo sólo se ejercitará respecto de los funcionarios o empleados
públicos a petición del Ministerio Fiscal y después de considerar, a la vista de los datos que obran en
las actuaciones, la repercusión, incidencia y conexión del hecho punible con la relación profesional
del condenado, o si, por el contrario, debe ser la Administración quien, eventualmente ejerza sus
potestades disciplinarias. Si la consideración fuese expresamente favorable a la primera alternativa
determinará, motivadamente, la procedencia de imponer o no las mencionadas penas accesorias;
en defecto de tal consideración expresa se entenderá que se pronuncia por la segunda alternativa,
pudiendo la administración, en el correspondiente expediente administrativo, y de acuerdo con sus
normas disciplinarias, adoptar la resolución que proceda”. Un precepto de este tipo permitiría ser co-
herente con los principios de proporcionalidad y subsidiariedad que deben informar el ne bis in idem.
Le otorgaría al tribunal una herramienta, aunque hubiese sido deseable que también alcanzase a
la pena principal, que le permitiría adaptar las sanciones (penales y disciplinarias) al caso concreto,
valorando si debe o no imponer conjuntamente penas accesorias y sanciones disciplinarias.
Sucede con frecuencia, en efecto, que se afirma una diversidad de fundamento en las sanciones sin
identificarse dos intereses jurídicos protegidos diferentes. Por ejemplo, en la STS (Sala de lo Militar)
de 21 de junio de 1993, se condenó a X como autor responsable de un delito de embriaguez en acto
de servicio de armas del art. 148 CPM, además de a la pena correspondiente, y, “por estos mismos
hechos”, a un correctivo de catorce días por falta leve del art. 8. 1 de la Ley del Régimen Disciplinario
158 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (IV)
de las Fuerzas Armadas (negligencia en el cumplimiento de las obligaciones del destino o puesto y
la falta de interés en la instrucción o preparación personal”). En este caso parece claro que ambas
sanciones tienen el mismo fundamento, ya que las dos se justifican en el incumplimiento de las obli-
gaciones laborales que el militar mantiene con la Administración. Del mismo modo, la STS (Sala de
la Militar), de 30 de mayo de 2005, sanciona penal y disciplinariamente a Enrique ... por abandonar
el puesto de Centinela, lo que mereció la imposición por el Coronel de su Unidad de la corrección
disciplinaria de treinta días de arresto, como autor de la falta leve tipificada en el art. 7.4 LO 8/1998,
de 2 de diciembre, reguladora del Régimen Disciplinario de las Fuerzas Armadas (inexactitud en
el cumplimiento de las obligaciones de un servicio de armas o guardia de seguridad) y, al mismo
tiempo, la imposición de una pena conforme al art. 146, 3 CPM, basada en el quebrantamiento de
deberes específicos inherentes al desempeño del servicio de Centinela.
Tema 8
De todos modos, debe reconocerse que el concepto de culpabilidad dista mucho de ser unívoco y
pacífico en la doctrina. Así, y por citar solamente dos casos extremos, partiendo de la concepción
más “clásica” de la culpabilidad se ha entendido que culpable es el autor que ha adoptado una de-
cisión ilícita de forma libre en el caso concreto (Stratenwerth). Este concepto de culpabilidad choca
con un obstáculo insuperable: si para la apreciación de la culpabilidad se exige probar un fenómeno
empírico que en principio no puede constatarse (el libre albedrío), ello debería conducir siempre a
la absolución en virtud del principio in dubio pro reo, por lo que sería imposible un Derecho Penal
de culpabilidad (Roxin). Partiendo de una concepción sistémico-funcionalista, la culpabilidad se ha
entendido como la falta de disposición a motivarse por la norma que requiere el castigo del autor
para la estabilización de la confianza en el ordenamiento perturbada por el comportamiento delictivo
(Jakobs). Este concepto de culpabilidad choca también con otros obstáculos insalvables: supone
una instrumentalización del individuo (que sólo sirve ya como medio para el logro de los fines ge-
nerales de estabilización normativa) que debe ser rechazada como contraria a su dignidad (Roxin).
Además, carece de capacidad para constituir un límite al poder punitivo del Estado y para ofrecer
una teoría de la individualización de la pena.
Por citar un ejemplo extraído de la antigua e importante STS de 16 de marzo de 1871, la persona que
se apodera de una cosa perdida y que por su avanzada edad y muy escasa cultura ni sabe ni ha po-
dido saber que tal comportamiento es delito, no es culpable y no se le puede exigir responsabilidad
criminal por el art. 253 CP (el error de prohibición invencible excluye la responsabilidad criminal —art.
14, 3 CP). Concurre también error de prohibición en el acusado, con una formación cultural propia de
su origen de la selva ecuatoriana, que mantiene una relación sexual con una menor de doce años de
edad ignorando que las relaciones sexuales con menores de trece años integran en España un delito
de abuso sexual (art. 181, 2 CP) [STS de 15 de mayo de 2009 (Tol 1499101)].
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 161
Quien sufre una esquizofrenia que le lleva a padecer alucinaciones que le impulsan a actuar en
determinado sentido (v. gr. matar a su vecino, al que enfermizamente le atribuye seguirlo permanen-
temente por la calle), no es culpable y no se le puede exigir responsabilidad criminal por el art. 138
CP (art. 20, 1 CP).
De ello se deduce que si la culpabilidad tiene estos efectos en relación a la determinación de la pena
es porque, implícitamente, se la reconoce también como un presupuesto de la pena, es decir, como
una condición de la responsabilidad criminal.
162 LÍMITES AL PODER PUNITIVO DEL ESTADO (V)
Sin embargo, las sucesivas reformas penales intentan aproximar cada vez mas nuestro Derecho
Penal a la, así llamada, “dosimetría penal” (una especie de matemáticas aplicadas al Derecho Penal,
en defecto de teorías de la pena y arbitrio judicial). Y de esta forma, por ejemplo, se impide bajar en
grado la pena cuando hay varias atenuantes pero concurre una agravante (art. 66, 1, 2ª); se obliga
a aplicar la pena en la mitad superior cuando concurra una circunstancia agravante (regla 66, 1,
3ª); o se autoriza a los Jueces y Tribunales a imponer la pena superior en grado, entre otros, en
los supuestos en los que concurra la agravante de multirreincidencia (art. 66, 1, 5ª): esta agravante
—recuperada de nuestro Derecho Histórico— es, sin duda, la que más peligro ofrece de cara a una
exacerbación de los castigos por razones de prevención especial.
La norma que haría del Derecho Penal español, de forma expresa, un auténtico “Derecho Penal de
culpabilidad”, debería recogerse entre las reglas de individualización de la pena y debería ser del
siguiente tenor: “no hay pena sin culpabilidad” o, mejor aún, “la culpabilidad del autor por el hecho
determinará la medida máxima de la pena” (en este sentido, por todas, STS de 5 de julio de 1991
(Tol 455566) y 7 de julio de 2009 (Tol 1635071), criticando aquélla la identificación del principio de
culpabilidad con la regla de “no hay pena sin dolo o imprudencia” ya que el principio de culpabilidad
va más allá en el sentido de que constituye una consecuencia institucional de la prohibición de tratar
a las personas como medios y no como fines en sí mismos, es decir, del imperio de la dignidad de la
persona como fundamento del orden político y de la paz social”.
del autor por el hecho. De este modo, por ejemplo, aunque la necesidad preven-
tivo general (positiva) de pena sea muy elevada (porque el tráfico de drogas
constituía “una auténtica plaga” en la zona), la pena que se imponga al autor
no puede superar el límite de la adecuada a la gravedad de su culpabilidad [por
todas: STS de 25 de junio de 2009 (Tol 1577935)].
Debe tenerse en cuenta que el límite de la culpabilidad por el hecho en cada caso concreto no viene
dado por la pena legalmente prevista para cada delito. El marco penal establecido por el legislador,
en tanto se refiere a la generalidad, no puede tener en cuenta el grado de reprochabilidad que
merece cada autor concreto. Por el contrario, la culpabilidad por el hecho es la culpabilidad de un
autor concreto, respecto de cuya sanción el Tribunal deberá establecer la cantidad de pena, dentro
del marco penal establecido en el precepto legal por el legislador, pero no más allá de su específica
reprochabilidad por el hecho” [STS de 5 de julio de 1991 (Tol 455566), entre otras].
Entre los criterios que deben tenerse en cuenta para medir la gravedad de la culpabilidad del autor
debe hacerse una especial mención a las situaciones de marginación social —fuente de todo tipo
de deficiencias que pueden afectar a los procesos de motivación, ya que la carencia de medios, las
deficiencias sanitarias y educacionales, la frustración familiar, el abandono juvenil, los problemas
laborales y, en definitiva, la falta de integración social (inadaptación) y la ausencia de alternativas al
hecho cometido contribuyen en gran medida, tanto o más que los factores puramente biológicos, a
la deformación de los procesos de motivación y a la aminoración de la culpabilidad del autor (Torío
López). Todos estos factores creo que son reconducibles al criterio jurisprudencial relativo a las
circunstancias que permiten juzgar sobre la mayor o menor exigibilidad al autor del cumplimiento
de las normas. En efecto, nada impide que en la fase de la individualización judicial de la pena se
tenga en cuenta la personalidad del autor de la forma más completa posible, aunque siempre sólo
en la medida en que ella aparezca expresada en el hecho punible, esto es, en la medida en que la
procedencia, el desarrollo, el medio circunstante, las tendencias del autor, su carácter y su conduc-
ción de la vida permitan deducir consecuencias en lo que respecta a la medida de la gravedad de la
culpabilidad por el hecho mismo (Stratenwerth).
analógica 7ª del art. 21 CP (simple, o incluso muy cualificada —con las implica-
ciones penológicas que ello conlleva) referida —en la analogía material a la que
se ha hecho referencia— a todos (o a cualquiera de) los supuestos contemplados
en los núms. 1ª a 5ª del art. 21 CP.
Este cuerpo doctrinal ha hecho posible, por ejemplo, compensar con una atenuación de la pena el
daño que el autor se ha causado a sí mismo con el delito [STS de 5 de junio de 2008 (Tol 133595)]
y, como veremos, solucionar los problemas que planteaban los procesos en los que el reo ha sufrido
dilaciones indebidas.
Si en el autor de una agresión sexual (del art. 178 CP: pena prisión de uno a cuatro años), a causa
de una alteración patológica que lo hace especialmente proclive a este tipo de delitos, concurre una
eximente incompleta (del art. 21, 1ª), por exigencia del principio de culpabilidad deberá ver rebajada
su pena en uno o dos grados (art. 68 CP). La pena a imponer podría ser la de seis meses de prisión,
tiempo absolutamente insuficiente para llevar a cabo un tratamiento que elimine su peligrosidad. Sin
embargo, esta peligrosidad puede ser combatida a través de la medida de seguridad (arts. 95, 104 y
101 CP) de internamiento para tratamiento médico o educación especial por un tiempo no superior a
cuatro años (duración de la pena “prevista por la ley para el delito” —art. 104 CP).
Sección Tercera
LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL
Tema 9
Llegado este punto, y al objeto de evitar equívocos posteriores, conviene resaltar y tratar de acla-
rar la confusión que tradicionalmente ha acompañado a los términos Derecho Penal Internacional
y Derecho Internacional Penal. Debe entenderse por Derecho Internacional Penal el conjunto de
Convenios y Tratados (de ahí que se hable de Derecho Internacional) que versan sobre materia
penal, y que son incorporados por los Derechos Penales nacionales a su legislación mediante la
correspondiente adhesión o firma del Tratado. Por su parte, el Derecho Penal Internacional estaría
formado por el conjunto de normas de Derecho interno destinadas a resolver los conflictos que se
puedan producir con ocasión de la aplicación espacial de las leyes penales de los distintos Estados.
A esta cuestión nos referiremos en primer lugar, para centrarnos después en la internacionalización
del Derecho Penal y, con ello, en el Derecho Internacional Penal.
En cualquier caso, los delitos referidos en el presente artículo deben interpretarse en sentido estricto.
Así, por ejemplo, y en relación con el delito de terrorismo, la STS de 23 de mayo de 2002 pone de
manifiesto cómo la apología es un delito de opinión que versa sobre otro delito distinto o delito-obje-
to, el de terrorismo, con el que no puede confundirse. Por ello, cuando la acción se realiza fuera de
España, la persecución de la apología no queda amparada por el principio de jurisdicción universal
consagrado en el art. 23, 4 LOPJ, porque no estamos ante un delito de terrorismo.
pante dado el vacío que ello supone en la persecución de los crímenes internacio-
nales más graves. En efecto, la nueva redacción del art. 23, 4 LOPJ condiciona
la persecución de los delitos de máxima gravedad en él especificados a que los
presuntos responsables se encuentren en España, existan víctimas de naciona-
lidad española, o pueda “constatarse algún vínculo de conexión relevante con
España”, vínculo cuya existencia y relevancia van a ser casi siempre, qué duda
cabe, susceptibles de discusión. Con ello parece estar convirtiéndose este prin-
cipio en un híbrido entre el principio de defensa, el principio de nacionalidad y
una leve sombra del ya lejano principio de jurisdicción universal. Y a ello habrá
que añadir que, si otro país competente o un Tribunal internacional comienzan
una investigación sobre dichos hechos, el proceso penal iniciado ante la juris-
dicción española tendrá que sobreseerse, al menos provisionalmente, incluso si
existieran sospechas fundadas del carácter fraudulento de dicho proceso.
En cualquier caso, no se trata de una nueva línea interpretativa de lo que
deba entenderse por justicia universal. Ya encontrábamos muestra de la ten-
dencia a limitar la eficacia del principio que comentamos en la STS de 25 de
febrero de 2003 (Tol 306047) (Caso Rigoberta Menchú, Guatemala), en la que
los condicionamientos y limitaciones a los que es sometido el principio de juris-
dicción universal lo convertían en una inoperante declaración de principios (en
esta línea crítica se inscribe el voto particular). En dicha Sentencia se plantea
ya la cuestión del alcance e interpretación de las disposiciones aplicables para
determinar si en España pueden ser juzgados hechos que han ocurrido en te-
rritorio de otro país, sujeto a la soberanía de otro Estado, y que, por lo tanto,
no quedan bajo los efectos del principio general de territorialidad de la Ley es-
pañola, planteándose la compatibilidad entre el principio de justicia universal
y otros principios de Derecho Internacional público. Y en el transcurso de esta
discusión, en una línea que más que restrictiva resulta mutiladora del principio
de justicia universal, llega a afirmarse que “en la doctrina del Derecho Penal
internacional público no existe ninguna objeción al principio de justicia univer-
sal cuando éste proviene de una fuente reconocida del derecho internacional,
especialmente cuando ha sido contractualmente aceptado por Estados parte de
un Tratado. En tales casos se admite que el principio tiene una justificación
indudable. Por el contrario, cuando sólo ha sido reconocido en el Derecho Penal
interno, en la práctica, los alcances de dicho principio han sido limitados por la
aplicación de otros igualmente reconocidos en el derecho internacional. En este
sentido, se ha entendido que el ejercicio de la jurisdicción no puede contravenir
otros principios del derecho internacional público ni operar cuando no existe un
punto de conexión directo con intereses nacionales. Por otra parte, no cabe duda
alguna que el principio de no intervención en asuntos de otros Estados (art. 2, 7
de la Carta de las Naciones Unidas) admite limitaciones en lo referente a hechos
que afectan a los derechos humanos, pero estas limitaciones sólo son inobjeta-
bles cuando la posibilidad de intervención sea aceptada mediante acuerdos en-
tre Estados o sea decidida por la Comunidad Internacional, y en especial por las
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 175
Naciones Unidas como su órgano representativo, de forma que una tal decisión
no debería ser adoptada unilateralmente por un Estado o por los jueces de un
Estado”.
Esta misma línea limitadora del citado principio está presente, sin ir más lejos, en el Estatuto del
Tribunal Penal Internacional Permanente de la Haya, que, frente a lo que hubiera sido de esperar,
no consagra el principio de jurisdicción universal, sino el de consentimiento de los Estados, lo que
dificulta notablemente la eficacia del Tribunal. En efecto, el artículo 12, 3 del Estatuto prevé que el
Estado que no sea parte podrá, mediante declaración depositada en poder del Secretario, consentir
en que la Corte ejerza su competencia respecto de un crimen concreto, consentimiento que genera
la obligación de cooperar con la Corte sin demora ni excepción. Con ello se consagra de forma
expresa la posibilidad de acuerdos puntuales en relación con la investigación y el enjuiciamiento de
una situación concreta. Evidentemente, la referencia contenida en el artículo 12, 3 del Estatuto cons-
tituye una previsión fundamental que permitirá la persecución penal de conductas que en otro caso
escaparían de la competencia del Tribunal. Pero en cualquier caso, y en lo que respecta al principio
de jurisdicción universal, el artículo 12.2 establece que tanto si se trata de un Estado Parte como si
se trata de un Estado que, pese a no haber ratificado el Estatuto, ha aceptado la competencia del
Tribunal en relación con un asunto concreto según lo previsto en el artículo 12, 3 que acabamos de
comentar, en los casos en que la situación a investigar no haya sido sometida a la consideración
del Tribunal por el Consejo de Seguridad (es decir, lo haya sido por un Estado Parte o el fiscal haya
iniciado de oficio la investigación), para que la Corte pueda ejercer su competencia es necesario que
haya ratificado o se haya adherido: “a) El Estado en cuyo territorio haya tenido lugar la conducta de
que se trate, o, si el crimen se hubiere cometido a bordo de un buque o de una aeronave, el Estado
de matrícula del buque o la aeronave. b) El Estado del que sea nacional el acusado del crimen”.
De esta forma, qué duda cabe, el principio de jurisdicción universal queda desplazado por el de
jurisdicción limitada.
pueda venir presidida por ulteriores criterios reguladores que incluso vinieran
a restringir su ámbito de aplicación. Ahora bien, en dicha labor exegética, máxi-
me cuando esa restricción conlleva asimismo la de los márgenes del acceso a la
jurisdicción, deben tenerse muy presentes los límites que delimitan una inter-
pretación estricta o restrictiva de lo que, como figura inversa a la de la analogía,
habría de concebirse ya como una reducción teleológica de la ley, caracteriza-
da por excluir del marco de aplicación del precepto supuestos incardinables de
modo indudable en su núcleo semántico”.
La cuestión, de gran trascendencia práctica, afecta, por ejemplo, a casos recientes como el del
genocidio del Tíbet [STS de 20 de junio de 2006 (Tol 956829)]; el de los patrones de una embar-
cación que transportaba sesenta y cinco inmigrantes procedentes de la costa africana que tenían
como destino España [STS de 27 de diciembre de 2007 —(Tol 1235296)]; Guantánamo; o el de los
crímenes de guerra en Gaza, en relación con el cual la Audiencia Nacional española ha admitido
a trámite una querella criminal contra siete israelíes por crímenes de guerra en la Franja de Gaza
durante una operación de “asesinato selectivo” que causó la muerte de catorce civiles, además de
la del presunto terrorista”.
3.º De los extranjeros que debiendo ser juzgados en España se hubiesen refu-
giado en un país que no sea el suyo”.
b) Fase gubernamental: Una vez recibida la propuesta de solicitud de extra-
dición, el Gobierno español decidirá si cursa o no dicha demanda, sin que quepa
frente a esta decisión recurso alguno. Dicha petición de extradición procederá
en los siguientes casos: cuando así lo determinen los Tratados vigentes con el
Estado en cuyo territorio se hallare el sujeto reclamado; de no existir Trata-
do, cuando la extradición proceda según el derecho escrito o consuetudinario
vigente en el territorio a cuya nación se pida la extradición; en defecto de Tra-
tado y de derecho escrito o consuetudinario al respecto, cuando la extradición
sea procedente según el principio de reciprocidad (art. 827 LECrim). Una vez
cursada dicha solicitud, la concesión o denegación de la extradición dependerá,
igualmente, de los acuerdos que el país requerido tenga con España y de su
legislación interna.
b) La fase gubernamental se inicia una vez que sea firme el Auto de la Au-
diencia Nacional en el que se declara procedente la extradición.
El derecho de asilo constituye “la protección dispensada a los extranjeros a los que se reconozca la
condición de refugiado y que consiste en su no devolución ni expulsión en los términos del art. 33
de la Convención sobre Estatuto de los refugiados, hecha en Ginebra el 28 de julio de 1951” (art. 2,
1 de la Ley reformada). Se configura así como una protección graciable concedida por el Estado en
el ejercicio de su soberanía a los extranjeros que se encuentran perseguidos por razones políticas,
étnicas, de raza, religión o por pretender el reconocimiento de los derechos y libertades fundamen-
tales protegidos en el ordenamiento jurídico español, etc., habiendo desaparecido la concesión del
asilo por razones estrictamente humanitarias.
ofendido, con excepción de los delitos de violación, estupro, rapto y abusos des-
honestos (art. 4, 2º LEP).
j) Cuando la persona reclamada sea menor de dieciocho años en el momento
de la demanda de extradición y teniendo residencia habitual en España, se con-
sidere que la extradición puede impedir su reinserción social, sin perjuicio de
adoptar, de acuerdo con las autoridades del Estado requirente, las medidas más
apropiadas (art. 5, 2º LEP).
k) Cuando la solicitud de extradición se base en sentencia dictada en rebeldía
del reclamado en la que éste haya sido condenado a pena que, con arreglo a la
legislación española, no pueda ser impuesta a quien no haya estado presente en
el acto del juicio oral, sólo se concederá la extradición si el Estado requirente da
garantías de que el reclamado será sometido a un nuevo juicio en el que estará
presente y debidamente defendido (arts. 4, 7º y 2, párrafo 3º LEP).
Muy en resumen, podría afirmarse que son básicamente dos los detonantes de la aparición de la
“euro orden”. En primer lugar, era ya una necesidad imperiosa simplificar en lo posible el procedi-
miento de extradición, al menos en el ámbito de la Unión Europea. En segundo lugar, y sobre todo,
la Ley que comentamos es una consecuencia lógica del Consejo Europeo de Tampere de 1999, que
destacó como piedra angular de la cooperación judicial el principio de reconocimiento mutuo de las
resoluciones judiciales emitidas por los Estados miembros. Este principio de reconocimiento mutuo
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 181
Así, por ejemplo y teóricamente, un ciudadano español puede ser entregado a Francia por una
conducta que no esté prevista como delito en nuestro Código Penal, siempre y cuando se trate de
una conducta constitutiva de alguno de los delitos referidos en el art. 9, 1 de la Ley 3/2003, de 14 de
marzo, sobre la orden europea de detención y entrega, y en el país de emisión de la “euro orden”
dicho delito tenga prevista una pena o medida de seguridad privativa de libertad de al menos tres
182 LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL EN EL ESPACIO…
años de duración, si bien es cierto que dada la homogeneidad de las legislaciones penales europeas
es difícil que, en la práctica, se produzca tal situación.
“Se trata, por tanto —en palabras de la Exposición de Motivos—, de una ley
que introduce modificaciones tan sustanciales en el clásico procedimiento de
extradición que puede afirmarse sin reservas que éste ha desaparecido de las
relaciones de cooperación judicial entre los Estados miembros de la Unión Euro-
pea. El procedimiento de entrega que se aplicará en su lugar permitirá a partir
de ahora que esta forma de cooperación judicial directa opere de manera eficaz
y rápida, entre Estados cuyos valores constitucionales se basan en el respeto de
los derechos fundamentales y en los principios democráticos”.
El Estatuto de la Corte Penal Internacional no ha sido ratificado, entre otros países, por Estados
Unidos, Rusia, China, India, Cuba o Iraq. El caso particular de Estados Unidos es el más polémico.
Tras haber mostrado claramente sus reticencias durante el proceso de constitución del Tribunal,
el 2 de agosto de 2002 el Congreso hizo pública su oposición al Tribunal aprobando la American
Service-Members’ Protection Act (Ley para la protección del personal de los servicios exteriores nor-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 185
teamericanos o ASPA) con el objetivo evidente de menoscabar las actuaciones de la Corte. Prohibe
esta Ley, entre otras cosas, la extradición de cualquier persona de los Estados Unidos a la Corte;
la asistencia al Tribunal de cualquier gobierno u organismo federal, estatal y local estadounidenses;
ayuda militar de Estados Unidos a los países que son parte en la Corte; y, sobre todo, autoriza al
presidente de los Estados Unidos a utilizar todos los medios necesarios y adecuados para lograr la
liberación de cualquier personal estadounidense o aliado detenido o encarcelado a solicitud de la
Corte Penal Internacional.
No debe olvidarse que, además de reducir la lista de crímenes objeto del Tribunal, se limitó la compe-
tencia del mismo a través de una precisión contenida en el artículo 8.2,f) del Estatuto, que restringe
186 LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL EN EL ESPACIO…
la intervención del Tribunal a las situaciones de conflicto armado interno “prolongado”, requisito
este que no figura en el Protocolo II a los Convenios de Ginebra, y cuya legitimidad es al menos
cuestionable.
directa por los tribunales, en aquellos sistemas como el español, en los que los
tratados pueden ser aplicados directamente cuando el contenido material de la
norma internacional así lo permita”. Por ello, la Ley sólo regula aquellas cues-
tiones que permitan la aplicación concreta del Estatuto, evitando reproducir los
preceptos de éste que serían redundantes.
La eliminación de los obstáculos materiales y procesales permite, pues, afir-
mar que la participación española en lo que se ha denominado “el fin de la
impunidad” es ya un hecho. Como señala la Exposición de Motivos de la LO
6/2000, de 4 de octubre, “las características del Estatuto de Roma permiten afir-
mar que en él se asientan las bases de un nuevo Derecho Penal Internacional:
más humanizador, por cuanto busca la mejor protección del ser humano frente
a los ataques más graves contra su dignidad esencial; más integrador, al lograr
aunar las voluntades de un elevado número de países con sistemas jurídicos y
políticos muy diferentes entre sí, y más eficaz, al dotarse la comunidad interna-
cional de un nuevo instrumento enderezado a garantizar la efectiva observancia
de sus normas más fundamentales”.
El Capítulo 4º, art. 82, del Tratado de Lisboa establece las medidas tendentes a lograr los objetivos
esbozados. Establece el precepto:
1. La cooperación judicial en materia penal en la Unión se basará en el principio de reconocimiento
mutuo de las sentencias y resoluciones judiciales e incluye la aproximación de las disposiciones
legales y reglamentarias de los Estados miembros en los ámbitos mencionados en el apartado 2 y
en el artículo 83.
El Parlamento Europeo y el Consejo adoptarán, con arreglo al procedimiento legislativo ordinario,
medidas tendentes a:
a) establecer normas y procedimientos para garantizar el reconocimiento en toda la Unión de las
sentencias y resoluciones judiciales en todas sus formas;
b) prevenir y resolver los conflictos de jurisdicción entre los Estados miembros;
c) apoyar la formación de magistrados y del personal al servicio de la Administración de Justicia;
d) facilitar la cooperación entre las autoridades judiciales o equivalentes de los Estados miembros en
el marco del procedimiento penal y de la ejecución de resoluciones.
188 LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL EN EL ESPACIO…
2. En la medida en que sea necesario para facilitar el reconocimiento mutuo de las sentencias y
resoluciones judiciales y la cooperación policial y judicial en asuntos penales con dimensión trans-
fronteriza, el Parlamento Europeo y el Consejo podrán establecer normas mínimas mediante direc-
tivas adoptadas con arreglo al procedimiento legislativo ordinario. Estas normas mínimas tendrán
en cuenta las diferencias entre las tradiciones y los sistemas jurídicos de los Estados miembros.
Estas normas se referirán a: a) la admisibilidad mutua de pruebas entre los Estados miembros; b)
los derechos de las personas durante el procedimiento penal; c) los derechos de las víctimas de los
delitos; d) otros elementos específicos del procedimiento penal, que el Consejo habrá determinado
previamente mediante una decisión. Para la adopción de esta decisión, el Consejo se pronunciará
por unanimidad, previa aprobación del Parlamento Europeo. La adopción de las normas mínimas
contempladas en el presente apartado no impedirá que los Estados miembros mantengan o instau-
ren un nivel más elevado de protección de las personas.
3. Cuando un miembro del Consejo considere que un proyecto de directiva contemplada en el apar-
tado 2 afecta a aspectos fundamentales de su sistema de justicia penal, podrá solicitar que el asun-
to se remita al Consejo Europeo, en cuyo caso quedará suspendido el procedimiento legislativo
ordinario. Previa deliberación, y en caso de que se alcance un consenso, el Consejo Europeo, en
el plazo de cuatro meses a partir de dicha suspensión, devolverá el proyecto al Consejo, poniendo
fin con ello a la suspensión del procedimiento legislativo ordinario. Si no hay acuerdo dentro de ese
mismo plazo, y al menos nueve Estados miembros quieren establecer una cooperación reforzada
con arreglo al proyecto de directiva de que se trate, lo comunicarán al Parlamento Europeo, al
Consejo y a la Comisión. En tal caso, la autorización para iniciar la cooperación reforzada a que se
refieren el apartado 2 del artículo 20 del Tratado de la Unión Europea y el apartado 1 del artículo
329 del presente Tratado se considerará concedida, y se aplicarán las disposiciones relativas a la
cooperación reforzada.
La idea central en torno a una cooperación cada vez más estrecha, más eficaz
y más rápida, cristalizó en el conocido “principio de reconocimiento mutuo de de-
cisiones de los tribunales”, mencionado ya en el Consejo Europeo de Cardiff de
1998, pero sobre todo entronizado en 1999 en Tampere como la piedra angular
de la cooperación judicial entre los Estados de la Unión. Se trata del propósito
de superar, en el ámbito europeo, las vías tradicionales por las que la asistencia
judicial internacional seguía las complejas ritualidades convencionales, desde el
convencimiento de que un mejor reconocimiento mutuo de las resoluciones ju-
diciales y la necesaria aproximación de las legislaciones facilitan la cooperación
entre autoridades y, en último término, la protección de los derechos individua-
les. Contribuye decisivamente a ello, sin duda, el reforzamiento de la confianza
mutua entre los Estados miembros, tanto respecto a las normas vigentes en
sus respectivos ordenamientos, como en cuanto a su correcta aplicación en la
práctica, y, en definitiva, la idea de equivalencia respecto a las soluciones que se
adoptan en los distintos procesos en los distintos ordenamientos jurídicos. Las
conclusiones de Tampere parten de la constatación de que los Estados miembros
han alcanzado tal grado de integración económica y de solidaridad política, que
no es insensato partir del postulado de que deben darse confianza mutua en el
ámbito judicial.
Para propiciar la paulatina implementación del reconocimiento mutuo en la
Unión Europea, se solicitó al Consejo y a la Comisión que adoptaran un progra-
ma de medidas a través de las que se llevara a la práctica este principio. El 29
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 189
En ocasiones se ha planteado la posibilidad de que estas prerrogativas pudieran suponer una excep-
ción (o una violación) del principio de igualdad ante la ley. Sin embargo no es así. La infracción del
principio de igualdad ante la ley se produce a través del tratamiento diferenciado de situaciones igua-
les o de situaciones cuyas diferencias no justifiquen el trato desigual (SSTC 101/1989 y 205/1989).
Por ello, las prerrogativas no infringen el principio de igualdad ante la ley porque no se acuerdan en
razón de las personas en sí, sino en función del cargo que las mismas ocupan, por considerarlo de
especial importancia para la vida política del país y con la finalidad de garantizar el libre ejercicio por
el titular de las funciones que el cargo lleva aparejado.
2. Inviolabilidades
La inviolabilidad es una prerrogativa de naturaleza sustantiva que garan-
tiza la irresponsabilidad penal por ciertos actos. Tal y como se ha señalado, en
el Derecho español son inviolables: el Rey (art. 56, 3 CE), los Diputados y Se-
nadores por las opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones (art. 71,
1 CE), el Defensor del Pueblo y sus Adjuntos (art. 6.2 de la LO 3/1981, de 6 de
abril), y los Magistrados del Tribunal Constitucional (art. 22 de la LO 2/1979,
de 3 de octubre).
La STSJ del País Vasco de 5 de septiembre de 2003 (Tol 328708) no sólo se ha manifestado a favor
del concepto restringido de inviolabilidad, al señalar que sólo las manifestaciones emitidas en el seno
de los episodios parlamentarios gozarán de impunidad, sino que además, sobre la base de que “los
derechos subjetivos han de adaptarse a sus limitaciones esenciales y a las exigencias de su finalidad
y función”, establece dos condiciones para la eficacia del privilegio: en primer lugar, que la interven-
ción parlamentaria “goce de causalidad eficiente bastante para cooperar a formar la voluntad de la
Cámara”, es decir, que las declaraciones sean indispensables para dar fuerza a la voluntad de la
Asamblea legislativa; y, en segundo lugar, que las declaraciones en cuestión constituyan verdaderas
opiniones relacionadas con el eje del debate. Esto explica que la STS de 31 de octubre de 2005 (Tol
738508) revocara la STSJ del País Vasco de 18 de marzo de 2005 (Tol 787761) y condenara a NN.
por un delito de injurias graves al Rey, por haberle calificado como “el responsable de los tortura-
194 LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL A LAS PERSONAS
dores, que ampara la tortura e impone su régimen monárquico a nuestro pueblo mediante la tortura
y la violencia”. La Sentencia, sin entrar de lleno en la cuestión de la inviolabilidad parlamentaria,
fundamenta su decisión en la idea de que el ejercicio de la libertad de expresión no puede justificar
ataques injuriosos, insultantes o vejatorios que exceden del derecho de crítica.
Deben resaltarse los absurdos a los que podría conducir el entendimiento de las inviolabilidades
citadas como causas personales de exclusión de la pena. Ejemplo 1: En el transcurso de una dis-
cusión parlamentaria, y ante la crítica que se realiza a la labor estrictamente política de su partido,
el parlamentario A insulta gravemente a otro con una referencia de tipo personal-familiar. La con-
ducta de A no sería punible. Ejemplo 2: Con la finalidad de desprestigiar al político X, A, que no es
parlamentario, ofrece al parlamentario B una importante suma de dinero —que éste acepta— por
calumniar e injuriar grave y repetidamente a X, en el trascurso de las sesiones del Congreso de los
Diputados. Aunque A incurriría en responsabilidad criminal (por no ser parlamentario), inexplicable-
mente, al estar cubierto por la inviolabilidad parlamentaria, B no incurriría en responsabilidad alguna
pese a haber llevado a cabo la campaña de desprestigio de X. Por el contrario, si entendemos la
inviolabilidad como una causa de justificación expresa e innecesariamente legislada, tanto A, en el
ejemplo 1, como A y B, en el ejemplo 2, incurrirían en responsabilidad criminal; y ello haría perder
sentido incluso a la distinción entre el concepto amplio y el concepto restringido del ejercicio de las
funciones parlamentarias, ya que la protección en todos los ámbitos sería la misma: la que otorga a
todo ciudadano el art. 20, 7º CP en relación con el art. 20, 1 CE.
nomas que no pueden serlo a la vez de las Cortes Generales (art 67 CE) gozarán
del mismo tipo de inmunidad restringida, es decir, no podrán ser detenidos sal-
vo en caso de flagrante delito, pero podrán ser procesados, en dicho supuesto,
sin la previa autorización de la Cámara a la que pertenezcan.
El art. 57, 2 y 3 LOPJ dispone que la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo conocerá de la instruc-
ción y enjuiciamiento de las causas contra el Presidente del Gobierno, Presidentes del Congreso y
del Senado, Presidentes del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, Presidente del Consejo
General del Poder Judicial, Defensor del Pueblo, etc. Por su parte, el art. 73, 3 a) y b) LOPJ señala
196 LA APLICACIÓN DE LA LEY PENAL A LAS PERSONAS
Debe subrayarse la importancia de analizar en cada categoría o nivel los problemas que le son
propios. Por ejemplo, aunque se está exento de responsabilidad tanto cuando concurre la eximente
1ª del art. 20 CP como cuando concurre la eximente 4ª del mismo precepto, estar exento de respon-
sabilidad criminal por una u otra vía, como veremos, tiene efectos jurídicos radicalmente distintos en
el ámbito del error, las causas de justificación, la participación, la responsabilidad civil y las medidas
de seguridad
En particular, hay que tener muy presente la definición de infracción penal que
ofrece el art. 10 CP al declarar que “son delitos o faltas las acciones u omisiones
dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. Esta definición legal no es meramen-
te formal, pues, además de plasmar la garantía criminal y penal del principio
de legalidad, señala que el objeto de las prohibiciones o mandatos de las normas
penales son las acciones u omisiones que pueden ser evitadas o evitables por sus
destinatarios, en la medida que sólo serán penadas las conductas antinormati-
vas dolosas o imprudentes. Pero esta definición tampoco es completa desde una
perspectiva material, ya que si bien ha querido destacar algunos caracteres bá-
sicos del delito, no ha recogido todos los elementos configuradores del concepto
de delito, que podrán derivarse, no obstante, de otros preceptos legales.
Por otro lado, el concepto de delito ha de ajustarse a los fines del Derecho Pe-
nal del Estado, en particular a las exigencias que se derivan de la consideración
del Estado español como un Estado social y democrático de derecho (art. 1 CE).
En la actualidad se afirma que la finalidad principal del Derecho Penal en un
Estado social y democrático de Derecho es evitar la realización de conductas le-
sivas o peligrosas para los bienes e intereses fundamentales para la convivencia
social mediante el recurso a la amenaza e imposición de la pena. Por ello, parece
razonable que la pena sólo pueda imponerse tras la verificación de que el desti-
natario de la norma ha llevado a cabo una acción u omisión típicamente impu-
table desde una perspectiva objetiva y subjetiva, sin estar autorizado para ello,
es decir, de que ha realizado un hecho ilícito. Pero este hecho ilícito sólo puede
atribuirse a su autor si, además, es culpable del mismo, es decir, si ha podido
conocer su significado antijurídico y actuar conforme a esa comprensión.
Con arreglo a estas premisas, la doctrina viene definiendo el delito, con ca-
rácter general, como un hecho ilícito (típico y antijurídico) realizado por un au-
tor culpable.
Conforme a ello, podríamos afirmar que el prototipo de injusto es la acción de tentativa, es decir, aquella
conducta peligrosa dirigida a lesionar o poner en peligro el bien jurídico protegido (desvalor de acción),
con independencia de que el resultado de lesión o de peligro llegue a producirse. Este desvalor de
resultado no determina el sí de la pena, sino su quantum, dado que por principio el delito consumado se
castiga más que la tentativa de delito (arts. 61 y 62 CP), pero ello no impide que la tentativa sea punible
per se (art. 15 CP). Lo que interesa destacar, en definitiva, es que el Derecho Penal intenta motivar a los
ciudadanos para que no realicen conductas objetivamente peligrosas que puedan producir resultados
graves y lesivos para los bienes jurídicos o que puedan ponerlos en peligro.
a. El tipo objetivo
a’. La descripción objetiva del suceso
El tipo objetivo consiste en la descripción objetiva de un suceso (v. gr. matar a
otro, tener acceso carnal con una persona menor de 13 años, provocar un aborto
204 EL CONCEPTO JURÍDICO DE DELITO
contra la voluntad de la mujer, etc.). Los elementos esenciales del tipo objetivo
varían de unos tipos a otros. En los delitos de lesión y simple actividad (v. gr. la
injuria —art. 208 CP) y en los delitos de peligro abstracto (v. gr. conducir bajo
el efecto de bebidas alcohólicas — art. 379 CP), sólo se exige un autor y una
acción que revista peligrosidad objetiva ex ante. Por el contrario, en los delitos
de lesión y resultado (v. gr. el homicidio —art. 138 CP) y en los delitos de peligro
concreto (v. gr. delito contra los derechos de los trabajadores del art. 316 CP), se
exige, aparte del autor y la acción, un resultado de lesión o de peligro concreto y
la imputación del resultado a la acción).
De este modo, puede decirse que la tipicidad es un indicio de antijuricidad de
la conducta, que será confirmada en el siguiente nivel de imputación mediante
la comprobación de si concurren o no causas de justificación.
Un ejemplo de delito de acción sería el delito de hurto del art. 234 CP, donde se prohibe la acción
de tomar las cosas muebles ajenas con ánimo de lucro y sin la voluntad de su dueño; o el delito de
conducción temeraria del art. 380, 1 CP, donde se prohibe la acción de conducir un vehículo a motor
o un ciclomotor con temeridad manifiesta, poniendo en concreto peligro la vida o la integridad de las
personas.
distinguir varios tipos de delitos de omisión: los propios, los impropios y los de
garante.
A. Los delitos propios de omisión consisten en la no realización de la acción
mandada, cuya situación generadora del deber de actuar y el propio mandato
de acción se encuentran establecidos en el tipo penal. Su injusto se agota, por
tanto, en el simple incumplimiento del mandato de acción, sin importar las con-
secuencias que se puedan derivar de dicha omisión. Se castiga por la simple
inactividad, por el incumplimiento de un deber general de solidaridad de conju-
rar peligros para bienes jurídicos ajenos, y no por los resultados lesivos que se
puedan producir.
El prototipo de delito propio de omisión es sin duda el delito de omisión del deber de socorro previsto
en el art. 195 CP, en cuyo párrafo primero se establece el mandato de acción general de prestar
socorro a todo aquel que se encuentre desamparado y en peligro manifiesto y grave, siempre que
ello no suponga un riesgo propio o de terceros.
Un ejemplo de delito impropio de omisión es el del socorrista que, estando contratado para vigilar y
garantizar la seguridad de los bañistas en una piscina, no hace nada por salvar la vida de un niño que
se está ahogando. En este caso la muerte del niño se imputa al socorrista que no actuó, debiendo
hacerlo, como si directamente hubiera cometido un homicidio (doloso o imprudente), por lo que se
aplica la pena del art. 138 ó del art. 142 CP en relación con el art. 11 CP. Las demás personas que
estaban en la piscina y que tampoco auxiliaron al niño pese a percatarse de la situación responderán
por el art. 195 CP.
en el correspondiente tipo penal. Y por otro lado, se asemejan a los delitos im-
propios de omisión en cuanto que existe un deber previo de carácter extrapenal
que va más allá del deber general de actuar típico de la omisión propia, cuya
infracción es elevada a la categoría de delito por el Código Penal. Por ello, se
habla de omisión de garante porque el omitente incumple un deber especial que
no alcanza la evitación del resultado, que, en consecuencia, no se le imputa.
Todo ello hace que la omisión de garante sea una modalidad delictiva a mitad de
camino entre los propios y los impropios delitos de omisión, por lo que se castiga
con más pena que los primeros, al suponer la infracción de un deber especial y
no general, pero con menos pena que los segundos, en cuanto que no se imputa
el resultado que pueda seguir a dicha infracción.
El ejemplo más claro de omisión de garante lo encontramos en el art. 196 CP, donde se castiga al
profesional que, estando obligado a ello, es decir, teniendo un deber especial, deniegue asistencia
sanitaria o abandone los servicios sanitarios con grave riesgo para la salud de las personas.
todo comportamiento punible, lo realiza de forma voluntaria. Por ello, los delitos
dolosos se castigan con más pena que los imprudentes.
Por ejemplo, realiza un delito doloso de homicidio (art. 138 CP) aquél que con intención de matar
apunta con un arma a la víctima, que se encuentra a tres metros de distancia, y le dispara en la
cabeza, causándole la muerte de forma inmediata. También realiza un delito doloso de omisión del
deber de socorro (art. 195 CP) aquél que va conduciendo por la carretera, ve como una motocicleta
que le precede se sale de la vía y su conductor se golpea en la cabeza con una roca, y no se detiene
para prestar ayuda al accidentado.
Por ejemplo, responde por homicidio imprudente el policía que se pone a limpiar su arma reglamen-
taria delante de varios compañeros y, tras realizar una manipulación defectuosa de la misma, sin
haber comprobado previamente si estaba descargada, realiza un disparo que causa la muerte de
uno de ellos; o el padre que está vistiendo a su hijo recién nacido y lo deja encima de la mesa para
atender una importante llamada telefónica que esperaba, mientras que el niño se mueve y cae de la
mesa al suelo produciéndose un traumatismo craneoencefálico.
Por ejemplo, el resultado de muerte de una persona puede ser calificado como delito o como falta
en función de que se haya producido por imprudencia grave (art. 142 CP) o por imprudencia leve
(art. 621.2 CP).
será contrario a Derecho al suponer la violación de una norma. Pero este indicio
no es suficiente para afirmar la ilicitud del hecho, sino que es necesario con-
firmarlo mediante el juicio de antijuricidad. Así, puede decirse que todo hecho
típico es antijurídico salvo que concurra una causa de justificación que autorice
la violación de esa norma (la realización de la conducta típica). Esto es lo que
se conoce como el principio de regla-excepción de la antijuricidad, por lo que la
antijuricidad se determinará mediante un procedimiento de carácter negativo
o excluyente.
Así, por ejemplo, el hecho de matar a otro está prohibido con carácter general en el art. 138 CP, es
decir, es un hecho típico; pero excepcionalmente la muerte de una persona puede estar autorizada
por la concurrencia de la causa de justificación de legítima defensa que se prevé en el art. 20, 4º
CP.
Así, por ejemplo, no es culpable, porque actúa con un error de prohibición invencible, la persona de
escasa cultura que se apropia de una cosa perdida desconociendo el carácter delictivo del hecho.
Tampoco es culpable, porque carece de capacidad de culpabilidad la persona (inimputable) que
golpea a otra sin poder controlar sus impulsos por encontrarse en un estado de intoxicación plena
por la ingestión de drogas (salvo actio libera in causa).
objetiva del tipo del homicidio en cuanto que se ha matado a otro o se ha causado
la muerte de otro, tal y como establecen los arts. 138, 142 y 621.2.
Dicha acción crea un riesgo típicamente relevante para la vida de Carlos y
Luís, llegando incluso a realizarse dicho riesgo en el resultado de muerte de éste
último. Por tanto, se trata de un comportamiento relevante penalmente porque
genera el riesgo típico que pretenden prevenir los tipos penales que prohiben el
homicidio, es decir, la acción de disparar es objetivamente peligrosa para el bien
jurídico protegido (vida humana) y, además, pone en concreto peligro la vida de
Carlos y destruye la vida de Luís. Hay, por tanto, un intento de matar al prime-
ro, sin llegar a conseguirlo, es decir, hay una tentativa de homicidio, y además
la acción termina produciendo la muerte del segundo, por lo que hay también
un homicidio consumado.
B. Vertiente subjetiva.
En este caso nos encontramos con un error en el golpe, en el sentido de que
el sujeto dirige el disparo a causar la muerte de Carlos, pero debido a un desvío
del golpe de su acción, por la interposición de Luís, se termina produciendo la
muerte de otra persona. Por ello, desde el punto de vista subjetivo su conducta
merece una doble valoración: es dolosa en cuanto que su acción está dirigida a
producir la muerte de Carlos cuando le dispara con un arma de fuego, aunque
finalmente no se produce el resultado pretendido, por un error en el golpe de su
acción, que no acierta donde quiere dar, por lo que hay una tentativa de homici-
dio con respecto a Carlos del art. 138 CP en relación con el art. 16 CP.
Pero, con esa acción termina alcanzando a Luís y produciendo su muerte,
aunque el sujeto no sabe que está matando a otro, por lo que actúa con un error
de tipo. En este caso el error es vencible porque el sujeto ha podido saber que
realizaba el tipo del homicidio (que mataba a otro), ya que por la distancia a la
que realizó el disparo y por la multitud de personas que había en las inmediacio-
nes era previsible que se produjera el resultado que finalmente causó, es decir,
pudo advertir perfectamente el peligro de producir con su acción la muerte de
otra persona por las circunstancias en las que se produjo el disparo. Por ello, la
muerte de Luís no está abarcada por el dolo del sujeto, al desconocer el peligro
concreto de su acción para la vida de éste, pero como señala el art. 14, 1 CP se
puede imputar a título de imprudencia, al tratarse de un error de tipo vencible,
pues era cognoscible o previsible objetivamente la producción de tal resultado.
Además, se trata de una imprudencia grave, que determina la existencia de un
delito de homicidio del art. 142 CP.
En este caso, por tanto, al tratarse de un error en el golpe, la calificación
correcta para por estimar la existencia de un concurso ideal entre el delito de
tentativa de homicidio, que permite valorar la intención inicial del sujeto, y el
delito de homicidio por imprudencia grave, que toma en consideración el resul-
tado finalmente producido.
2. Antijuricidad.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 211
Por ejemplo, la consideración de las penas de prisión, inhabilitación especial y suspensión como
graves o menos graves depende de que su duración supere o no los cinco años (antes de la reforma
por la LO 15/2003, el límite estaba en tres años) y la multa es una pena menos grave o leve según
su duración supere o no los dos meses.
Igualmente si el límite mínimo de la pena es menos grave y el límite máximo es grave, la pena, y por
tanto el delito, debe considerarse como grave. Por ejemplo, el delito de detención ilegal del art. 163,
que se conmina con una pena de prisión de cuatro a seis años, es un delito grave, a pesar de que el
límite mínimo de la pena prevista es inferior a cinco años.
(art. 131, 1 CP), con el plazo exigido para la cancelación de antecedentes penales
(art. 136.2.2º CP) y para la aplicación del criticable “periodo de seguridad” con-
templado en el art. 36.2 CP, que sólo se prevé cuando la duración de la pena de
prisión impuesta sea superior a cinco años (es decir, únicamente para los delitos
graves).
Esta reforma resulta criticable puesto que considerar pena “menos grave” una privación de libertad
de hasta cinco años supone una absoluta infravaloración de la aflicción inherente a la pena de
prisión. La armonización entre el Código Penal y la legislación procesal debería conseguirse man-
teniendo el límite entre pena grave y menos grave en tres años y atribuyendo las causas por delitos
graves a la Audiencia Provincial (haciendo las necesarias modificaciones en la planta judicial que
permita cubrir el número de causas), puesto que resulta mucho más garantista que sea un órgano
colegiado quien conozca de causas en las que la condena puede alcanzar penas de prisión supe-
riores a tres años.
Así, en todos los casos en que la pena prevista para el delito es de naturaleza distinta a la de prisión,
su calificación como grave o menos grave es indiferente a los efectos de atribuir la competencia al
Juzgado de lo Penal o a la Audiencia Provincial pues, según el art. 14, 3 LECrim, lo determinante es
si su duración supera o no los diez años. Por ejemplo, el delito de prevaricación administrativa, que
es un delito grave según el art. 33 CP (el art. 404 CP prevé una pena de inhabilitación especial para
empleo o cargo público por tiempo de siete a diez años) no es, sin embargo, competencia de la AP
sino del Juzgado de lo Penal.
el Libro III a las faltas. Ello no significa en manera alguna que los ilícitos que
constituyen delitos y los que constituyen faltas tengan una naturaleza distinta.
En ambos casos se trata de ilícitos penales cuyo enjuiciamiento corresponde a
los órganos del orden jurisdiccional penal y, desde el punto de vista dogmático, a
ambas categorías resulta aplicable la llamada “teoría jurídica del delito”. La de-
finición de ambas categorías que da el CP en el art. 10 es la misma: “son delitos
o faltas las acciones y omisiones dolosas o imprudentes penadas por la ley”.
La diferencia entre delitos y faltas es sólo cuantitativa: las conductas consti-
tutivas de faltas son ilícitos penales en los que la gravedad de la conducta típica
es considerada leve en relación con la de los delitos. Por ello, las faltas se con-
minan con penas leves (las del art. 33, 4 CP), consistentes en multa, privaciones
de derechos, trabajos en beneficio de la comunidad o localización permanente de
corta duración. En ningún caso, las faltas son sancionadas con pena de prisión.
Sin embargo, la reforma de la LO 5/2010 ha venido a relativizar esta última
afirmación puesto que ha introducido, para el supuesto de reiteración de la falta
de hurto (sustracción de cosa de valor inferior a 400 euros), la posibilidad de que
el juez disponga en la sentencia que la pena de localización permanente, que
debe imponerse obligatoriamente en este caso, se cumpla en sábados, domingos
y días festivos en el centro penitenciario más próximo al domicilio del penado, de
acuerdo con dispuesto en el art. 37, 1 (art. 623, 1 CP).
Debido a la levedad del contenido de ilícito de las faltas, las mismas reciben
un tratamiento especial en algunos aspectos de la teoría jurídica del delito y de
sus consecuencias jurídicas:
– La tentativa no se castiga como regla general: mientras que todas los de-
litos pueden ser castigados en la forma de tentativa, cuando la conducta es
constitutiva de falta sólo es posible castigar por tentativa si se trata de una falta
contra las personas o el patrimonio (art. 15.2 CP).
– La individualización de la pena no sigue las reglas del art. 68 CP, sino que
el juez puede concretar la pena dentro del marco penal según su prudente arbi-
trio (art. 638 CP).
– Las condenas por faltas no generan antecedentes penales: sólo las conde-
nas impuestas por la comisión de un delito se anotan en el Registro Central de
Penados y Rebeldes del Ministerio de Justicia, creado por Real Decreto de 2 de
noviembre de 1878, permaneciendo vigentes como antecedentes penales duran-
te los plazos previstos en el Código Penal (art. 136 CP).
– La agravante de reincidencia no resulta aplicable a las faltas (art. 22, 8ª
CP). No obstante, tras la reforma de 2003, en los delitos de hurto (art. 234 CP)
220 EL CONCEPTO JURÍDICO DE DELITO
En este sentido, se criticó la tipificación como falta por el Código Penal de 1995 de la conducción de
vehículos a motor careciendo del preceptivo seguro de responsabilidad civil (anterior art. 636 CP),
pues esta conducta ya está sancionada administrativamente (art. 2 de la Ley sobre Responsabilidad
Civil y Seguro en la Circulación de Vehículos a Motor) incluso con una sanción mayor que la pena
de multa prevista. La LO 15/2003 reformó el art. 636 para excluir del ámbito de esta falta la citada
conducta.
En otros casos, en los que la importancia del bien jurídico afectado puede
justificar la intervención penal (por ejemplo, en los casos de las actuales faltas
de lesiones o de amenazas), bastaría con que el precepto que tipifica el delito
correspondiente contemplara un límite inferior de pena lo suficientemente bajo
como para permitir al juez castigar proporcionalmente los supuestos en los que
la lesividad de la conducta sea leve. De esta manera se reforzaría la eficacia
preventivo general y especial de la sanción penal, que, cuando se impone en el
seno de un “juicio de faltas”, resulta debilitada.
De hecho, en el Libro Blanco de la Justicia aprobado en septiembre de 1997
por el Pleno del Consejo General del Poder Judicial se proponía la supresión del
Libro III CP. Esta opción fue la adoptada por el Derecho Penal alemán donde, en
1975, todas las antiguas faltas que se castigaban con multas o arrestos de fines
de semana leves fueron suprimidas del Código Penal y, en su mayor parte, han
pasado a ser sancionadas como contravenciones administrativas.
Sección Segunda
LA IMPUTACION EN LOS DELITOS
DE ACCIÓN
Tema 12
I. LA TIPICIDAD
La exposición de la teoría del delito como teoría de la imputación tiene lugar
tradicionalmente en dos partes que se corresponden con los delitos de acción y
con los delitos de omisión. En primer lugar vamos a analizar la imputación en
los delitos de acción.
Los elementos del delito, como hemos visto, son: la ilicitud del hecho (tipi-
cidad y antijuridicidad de la acción) y la culpabilidad del autor. Pues bien, y
empezando por el principio: ¿qué significa la tipicidad? ¿Qué significa que una
acción es típica? Que una acción es típica (esto es, que una acción encaja, coinci-
de o se adecua a un tipo penal) quiere decir que esa acción es la acción prohibida
por la norma contenida en el tipo. La teoría del tipo penal es por tanto un instru-
mento conceptual para la identificación del comportamiento prohibido. Dicho de
otro modo: el tipo penal es la descripción de la conducta prohibida por la norma;
y una acción es típica cuando es subsumible en un tipo penal.
La relación entre un hecho y un tipo penal que permite afirmar la tipicidad del primero se denomina
subsunción: un hecho se subsume en un tipo penal cuando reúne todos los elementos que éste con-
tiene. En la práctica, la subsunción se verifica comprobando si cada uno de los elementos del tipo se
da en el hecho que se juzga. Por exigencia del principio constitucional de legalidad debe advertirse:
a) Que para que pueda decirse que una acción es típica, el encaje (la coincidencia, la subsunción) de
la acción que se analiza en el tipo penal tiene que ser total y perfecto, como si se tratase de un delica-
do mecanismo de relojería: no basta la mera similitud o parecido entre ambas acciones (prohibición
de la analogía in malam partem). Ejemplo: sustraer una bicicleta ajena valorada en mil euros, sin
ánimo de apropiársela, no es una conducta típica del art. 244 CP, aunque para la víctima su bicicleta
tuviera la función que para otra persona pudiera tener un ciclomotor. b) La resolución de cualquier
supuesto penal —dictar una Sentencia, emitir un informe, discutir o resolver un caso práctico— debe
comenzar siempre (!) por la referencia expresa al precepto concreto del CP en el que se contenga el
tipo respecto del cual se va a analizar la tipicidad de la acción que se va a calificar.
1. El tipo objetivo
El tipo objetivo (o la vertiente objetiva del tipo penal) se integra por la des-
cripción objetiva —sin referencias subjetivas— del suceso (v. gr.: matar a otro
en el art. 138 CP; realizar vertidos que puedan perjudicar gravemente el medio
ambiente en el art. 325 CP; tener acceso carnal con una persona menor de trece
años en el art. 181 CP; tomar cosas muebles ajenas sin la voluntad de su dueño
en el art. 234 CP).
Sea cual sea la clase de delito de que se trate, pertenecen siempre a la vertiente objetiva del tipo
penal las referencias a la acción prohibida y al autor de la misma.
A. La acción
El concepto de acción tiene la función de establecer el mínimo de elemen-
tos que determinan que la realización de un comportamiento humano (activo u
omisivo) sea relevante para el Derecho Penal. Dicho de otra forma, el concepto
de acción hace posible que se eliminen del Derecho Penal los hechos totalmente
226 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (I)
Lo decisivo para configurar el sistema de la teoría jurídica del delito no es el concepto de acción,
cuyo valor y significado se ha exagerado e hipertrofiado. Los conceptos causal, final, social, personal
o significativo de la acción se limitan a subrayar algunas características que son propias de la acción
sobre otras (su capacidad para causar, suponer el ejercicio de una actividad final, su relevancia
social, ser una manifestación de la personalidad de su autor o su sentido en el sistema normativo).
Lo decisivo para la configuración del sistema es el concepto y la función de las normas penales y
del ilícito penal (esto es, bajo qué condiciones pude entenderse violada la norma penal). Hoy se
reconoce generalizadamente —junto a la falta de vigencia del concepto final de acción— que al fina-
lismo le tenemos que agradecer el progreso esencial en la teoría del delito que supuso la transición
del concepto naturalístico del ilícito (el dolo y la imprudencia son problemas de culpabilidad) a la
concepción personal del ilícito generalmente admitida en la actualidad (el dolo y la imprudencia son
problemas del ilícito penal, del tipo penal).
No constituye una excepción a esta regla general que sea punible la conspiración para delinquir
(art. 17, 1 CP), esto es, el hecho de que dos o más personas se concierten para la ejecución de un
delito “y resuelvan ejecutarlo”. La resolución de cometer el delito es ya un hecho exterior que puede
legitimar la intervención del Derecho Penal.
Ejemplo: durante las fases 3ª y 4ª del sueño, en las que no hay todavía atonía muscular, el imputado
—que hacía guardia en el Cuartel de ...— sufrió una ensoñación onírica o terror nocturno y, montan-
do el arma, disparó sobre su compañero causándole lesiones graves: la ausencia de voluntariedad
en el comportamiento del imputado determina la inexistencia de acción y de delito [SAP de Zaragoza
de 7 de julio de 1999 (Tol 394377)]. La posibilidad de sugestión de delitos en estados de hipnosis es
discutida. Sin embargo, se admite generalizadamente que el sugestionado conserva un código moral
que le impide hacer bajo sugestión lo que no haría sin ella (v. gr. no obedecería la orden de matar
a otro). Pero si el hipnotizador consigue, además de sugestionar, engañar al sugestionado, éste si
obedecería las órdenes de aquél (v. gr. se ordena al hipnotizado clavar un puñal a otro haciéndole
creer que, en realidad, se lo clava a un maniquí).
STS de 23 de septiembre de 1983: Alfonso, que se encontraba en una bodega junto a varios amigos,
observó que Alfredo se agachaba ante a una barrica para llenar una jarra de vino. Con la finalidad de
gastarle una broma, Alfonso se acercó sigilosamente por la espalda a Alfredo y lo agarró fuertemente
por los genitales. Ante ello, Alfredo se revolvió dando un fuerte codazo a Alfonso que le alcanzó en la
sien derecha, determinando el golpe que éste sufriera un derrame cerebral a causa del cual falleció
varios días después en el centro hospitalario al que fue trasladado. En este caso, el TS entendió
que no existía delito al no existir acción por haber realizado el imputado un movimiento reflejo. Sin
embargo, dado el concepto de acto reflejo del que hemos partido, es más correcto considerar que sí
existe acción (en cortocircuito) ya que una eventual reconstrucción de los hechos permitiría demos-
trar que Alfredo, de haber sido previamente avisado, hubiera podido reaccionar de otro modo ante
la conducta de Alfonso, por lo que su acción no es refleja. Con esto no se está diciendo que Alfredo
incurra en responsabilidad criminal: se esta diciendo solamente que ha realizado una acción que es
relevante para el Derecho Penal (las causas por las que está exento de responsabilidad criminal las
analizaremos más adelante).
La embriaguez puede atenuar la responsabilidad criminal si es leve (art. 21, 7ª CP), puede ser una
eximente incompleta si es intensa (art. 21, 1ª CP) y puede excluir la responsabilidad criminal si es
plena (art. 20, 2ª CP). Pero si alcanza el grado de embriaguez letárgica o coma etílico lo que excluirá
será la acción (art. 10 CP).
Supuesto de hecho: Alberto conducía su vehículo por la carretera nacional … a última hora de la
tarde y a la caída del sol. A la salida de una curva, quedó totalmente deslumbrado y cegado por el
sol, lo que determinó que perdiera el control del vehículo, que fue a colisionar con otro que circulaba
correctamente en sentido contrario ocasionando la muerte de su conductor Alejandro. A la pregunta
de si Alberto ha realizado una acción penalmente relevante debe responderse afirmativamente, pero
la acción penalmente relevante no es la de cerrar los ojos al ser deslumbrado por el sol (acto reflejo),
sino la de no haber tomado precauciones para no ser deslumbrado por el sol, pese a que ello era
previsible.
El que se coloca intencionadamente en una causa de ausencia de acción pudiendo contar con la
realización dolosa de un delito, responde del delito realizado a título de dolo (v. gr., el guardabarreras
se toma un potente somnífero para estar dormido cuando pase el tren y así no bajar la barrera y
provocar un accidente). En los demás supuestos se podrá exigir al autor una responsabilidad im-
prudente. Por ejemplo: el sujeto se coloca intencionadamente en una causa de ausencia de acción
pudiendo contar con la lesión de un bien jurídico (v. gr.: la madre se acuesta a dormir junto a su
hijo pequeño sin prever que podía aplastarlo); el sujeto se coloca imprudentemente en una causa
de ausencia de acción pudiendo contar con la lesión de un bien jurídico (v. gr.: el conductor de un
vehículo ingiere un medicamento antes de hacer un viaje pese a saber que ese medicamento le
produce somnolencia).
Respecto de los casos de alteraciones psíquicas producidas por el consumo de determinadas sus-
tancias, es preciso tener presente que, cuando son voluntarias, es de aplicación el principio de la
actio libera in causa que recoge el art. 20, 1ª CP. Este principio, que el legislador ha situado erró-
neamente en el sistema de eximentes, será, en realidad, especialmente aplicable a los casos de
intoxicaciones alcohólicas o por consumo de drogas que produzcan una alteración transitoria de la
conciencia. La eximente no debe apreciarse cuando el autor debió prever la comisión del delito. En
tales casos tampoco puede operar como atenuante [STS de 17 de julio de 2002 (Tol 203121) y 19
de julio de 2007 (Tol 138381)].
B. El autor de la acción
1. La vertiente objetiva del tipo contiene también, en todo caso, una refe-
rencia al autor de la acción (a la persona que realiza la acción). Según que la
conducta delictiva pueda ser realizada por cualquiera o, por el contrario, se exi-
ja unas características o cualificación especial para ser autor de la misma, los
delitos se clasifican en delitos comunes y especiales.
A. En los delitos comunes el círculo de posibles autores es ilimitado, en el
sentido de que cualquiera puede realizar la conducta prohibida (u ordenada).
En estos casos, el legislador emplea fórmulas como “el que”, “quien” (por ejem-
plo: “el que matare a otro” del art. 138 CP; “el que no socorriere...” del art. 195
CP; “quien, en un espacio natural protegido, dañare...” del art. 330 CP). Por ello,
la madre puede ser autora —junto con el padre y un tío del menor— del homi-
cidio del hijo de aquéllos, ya que el homicidio (delito común) puede ser cometido
por cualquier persona.
B. Por el contrario, los delitos especiales tienen restringido el círculo de po-
sibles autores en el sentido de que sólo aquellos que reúnan las características
o la cualificación exigida por el tipo pueden cometerlo. A su vez, dentro de la
categoría de los delitos especiales se distingue entre delitos especiales propios y
delitos especiales impropios.
232 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (I)
de Administración y el Jefe de la explotación, la empresa Nasper SA. podrá ser sancionada de con-
formidad con los arts. 325, 327 y 129 CP con las penas de clausura con carácter temporal o definitiva
o con la de intervención (para salvaguardar los derechos de los trabajadores o los acreedores) por
un plazo máximo de cinco años.
Los efectos prácticos de esta distinción tienen que ver con dos ámbitos de cuestiones. a) La primera
es la relativa a qué debe conocer el autor (y la forma en que debe hacerlo) para que se pueda decir
que ha actuado con dolo (esto es, que ha conocido los elementos del tipo objetivo). Debe indicarse
que los elementos normativos del tipo no requieren un conocimiento por parte del autor de carácter
técnico jurídico: basta “la valoración paralela en la esfera del lego” (para que a un particular se le
pueda imputar una falsedad en un “documento privado” —art. 395 CP— no es preciso que sea un
experto en Derecho Documental: basta con que sepa que lo que está alterando es “algo” capaz de
producir efectos jurídicos). El conocimiento de los elementos normativos del tipo que requieren una
valoración empírico-cultural dependerá de las circunstancias en las que actúe el autor y deberá ajus-
tarse al término medio de la sociedad (una cartera con dinero encontrada en la calle difícilmente pue-
de ser considerada como una cosa abandonada; más probable es que se trate de una cosa perdida
—art. 253 CP). b) La segunda cuestión se refiere a la forma en que los Jueces y Tribunales deben
motivar en sus sentencias la concurrencia de los elementos normativos. Si los elementos normativos
requieren de una valoración jurídica, su concurrencia de determinará mediante una aplicación de
las normas de forma silogística. Si los elementos normativos requieren una valoración empírico-
cultural, el Juez deberá motivar su valoración mediante una referencia expresa a normas sociales
(no jurídicas), o a criterios ético-sociales o standards de comportamiento reconocidos socialmente
(Bacigalupo Zapater).
el robo del art. 242 CP). Las referencias al momento de la acción son también
elementos del tipo objetivo (durante un “conflicto armado” del art. 609 CP, “en
causa criminal por delito” del art. 456). Son igualmente elementos del tipo obje-
tivo las referencia al lugar de la acción (el robo “en casa habitada” del art. 241
CP, la distribución de drogas “en centros docentes” del art. 369 CP).
C) Los tipos penales puede recoger también determinados elementos acci-
dentales conocidos con el nombre de circunstancias. En la Parte General del
Código Penal existen circunstancias —conocidas con el nombre de genéricas—
que pueden ser, según sus efectos, atenuantes (art. 21), agravantes (art. 22) y
mixtas (art. 23). Estas circunstancias constituyen elementos accidentales del
tipo penal, esto es, elementos que en algunos casos completan la descripción del
tipo añadiéndole elementos que hacen referencia a la gravedad de la ilicitud del
hecho o a la gravedad de la culpabilidad del autor. En la Parte especial del Có-
digo Penal se recogen también circunstancias —denominadas específicas— que
atenúan o agravan la responsabilidad criminal de algunos delitos en particular
(v. gr. atenúa la pena en el delito de detención ilegal —art. 163, 1 CP— el hecho
de poner en libertad al detenido dentro de los tres primeros días de su detención
sin haberse logrado el objeto propuesto —art. 163, 2 CP; agrava la responsabili-
dad criminal en el delito de tráfico de drogas —art. 368 CP— el hecho de que las
sustancias se faciliten a menores de dieciocho años — art. 369, 5 CP).
Aunque posiblemente a las circunstancias “genéricas” se les ha dado por el legislador un tono de
“generalidad” que no es real (posiblemente hubiera sido preferible que no se formularan con carácter
general para todos los delitos, sino específicamente para un delito o grupo de delitos), su tratamiento
unitario junto a la específicas en materia de error, participación y tentativa es posible y deseable
desde una perspectiva político-criminal y de justicia material.
Por ejemplo, en el delito de homicidio (art. 138 CP) puede distinguirse la acción que provoca la
muerte (disparar una pistola, apuñalar con un cuchillo, etc.) y el resultado de muerte de una persona;
en el delito de estafa se exige que la acción de engaño realizada con intención defraudatoria le siga
un resultado de perjuicio patrimonial para la víctima (art. 248 CP). La separación espacio-temporal
entre acción y resultado puede ser mínima y producirse el resultado casi simultáneamente a la
acción, pero siempre que sea posible distinguir una dualidad naturalística de acción y resultado
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 235
estamos ante un delito de resultado. Decimos dualidad naturalística, porque desde el punto de vista
jurídico, es decir, normativamente, puede sostenerse que el resultado es un elemento de la acción
prohibida. Es decir, por ejemplo, en el delito de homicidio, la acción prohibida consistiría en “matar a
otro, concepto que incluye ya la propia realización del resultado: si no se ha producido el resultado
de muerte, no puede afirmarse que se ha realizado la acción de “matar a otro”.
Por ejemplo, son delitos de mera actividad el delito de allanamiento de morada (art. 202 CP), los de-
litos de agresión sexual (arts. 178 y ss.) o el delito de falso testimonio (art. 458 CP), porque en ellos
la realización de la acción prohibida (entrar en morada ajena contra la voluntad del morador, forzar
a alguien a una relación sexual, faltar a la verdad en el testimonio prestado en una causa judicial)
supone ya de por sí la lesión de los bienes de inviolabilidad del domicilio, de la libertad sexual o de
la Administración de Justicia.
Para comprobar la adecuación al tipo objetivo en los delitos de peligro abstracto basta con verificar
la realización de la acción peligrosa (el tipo del art. 368 CP sólo exige comprobar que se ha traficado
con drogas; el tipo del art. 379 CP sólo exige comprobar que se ha conducido un vehículo de motor
o un ciclomotor bajo la influencia de bebidas alcohólicas). De ahí que los delitos de peligro abstracto
no se diferencien en su estructura típica de los delitos de simple actividad. Por el contrario, en los
delitos de peligro concreto debe verificarse no sólo la realización de la acción peligrosa, sino también
el resultado de peligro concreto, esto es, que la acción peligrosa ha creado un peligro para el bien
jurídico (el tipo del art. 381 CP exige la comprobación de que el conductor ha puesto en concreto pe-
ligro la vida o la integridad de las personas —resultado de peligro concreto— así como la imputación
objetiva del resultado de peligro concreto a la acción) (Roxin, Jakobs).
bien, y que está presente en todos los delitos, por lo que esta acepción adquiere
un contenido claramente valorativo, que aparece relacionado con criterios de
legitimación del Derecho Penal y cuya exigencia se vincula con el principio de
ofensividad, según el cual sólo deben castigarse penalmente aquéllas conductas
que conlleven la lesión o representen un peligro para un bien jurídico.
Tema 13
Este nexo objetivo se constata fácilmente en algunos casos: por ejemplo, cuando el autor dispara a
la víctima que está a un metro de distancia y le causa la muerte en el acto, o cuando el autor no se
detiene en un stop, por encontrarse hablando por el móvil, y atropella a un ciclista que circula correc-
tamente. Pero en otros casos la solución es más difícil: por ejemplo, cuando la víctima del accidente
del caso anterior, que contaba con un pronóstico favorable, muere horas más tarde en el hospital a
consecuencia de un incendio fortuito; o cuando alguien convence a otro para que realice un viaje en
avión con el deseo de que muera, cosa que sucede al estrellarse el avión, etc.
La verificación del nexo objetivo entre acción y resultado plantea dos proble-
mas distintos: uno naturalístico (quién es el causante del resultado), y otro jurí-
dico (quién es responsable del resultado) —ya que causar no significa responder.
Por ello, la teoría de la imputación objetiva exige analizar en dos pasos sucesivos
la relación de causalidad y la relación objetivo-normativa entre el resultado y la
acción, pues, con la simple causación de una muerte no se cumple todavía el tipo
objetivo del homicidio —como pensaba la dogmática antigua—, sino que aún
en el plano objetivo, sin deslizar el problema al tipo subjetivo —como pensaba
el finalismo—, es necesario establecer otros criterios normativos que permitan
afirmar que aquella causación es una acción típica de matar en el sentido del
tipo del homicidio. Pero no se trata ya de una simple limitación de la causalidad,
sino de una exigencia general para la realización del tipo objetivo en los de-
litos de resultado, derivada de consideraciones teleológico-normativas propias
del sistema teleológico-racional del delito, es decir, del fin que se le atribuye al
Derecho Penal y a las normas penales. Lo dicho también significa que el tipo
objetivo es el mismo en los delitos dolosos e imprudentes (se mata tanto en el
art. 138 CP —homicidio doloso— como en el 142 CP —homicidio imprudente—),
de tal manera que la diferencia entre ambas clases de ilícito se encuentra en la
parte subjetiva del tipo (dolo o imprudencia).
Con carácter general puede afirmarse que para que un resultado sea objeti-
vamente imputable a la acción del autor es necesario que la acción causante del
238 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
En los ejemplos dudosos planteados se afirmaría la relación de causalidad sin problemas: suprimida
la acción de no detenerse ante el stop, el atropello no se hubiera producido; suprimida la acción
de convencer al compañero para que viaje en avión, éste no hubiera tomado el vuelo y no hubiera
muerto. Pero, desde esta óptica también son causa del resultado las propias víctimas, dado que si el
sujeto pasivo no hubiera ido en bicicleta o no hubiera tomado el avión el resultado tampoco se habría
producido. Por ello, hay que establecer una prohibición de regreso al infinito en la cadena causal, no
ya desde una perspectiva individualizadora de la causalidad, sino normativa.
Así, por ejemplo, en el caso de la colza, al que se refiere la sentencia anterior, el tribunal concluyó
que, probado que todos ingirieron el mismo aceite, que se produjeron similares síntomas en 15.330
personas y que se descartan otras causas, puede afirmarse que la causa de los síntomas fue la
ingestión del aceite, y ello aunque no haya llegado a saberse cual fue la molécula con significación
toxicológica que causó la intoxicación o aunque el fenómeno no se haya reproducido experimental-
mente en animales.
Por ejemplo, suministrar una dosis de arsénico es causa del resultado de muerte, porque la expe-
riencia general demuestra que habitualmente dicha acción provoca la muerte, mientras que dar una
bofetada no lo sería, dado que resulta muy improbable que una bofetada sea adecuada para pro-
ducir la muerte, salvo que el sujeto conociera que la víctima era hemofílica y que la bofetada podía
provocarle con facilidad una hemorragia incontenible.
240 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
Por ejemplo, no es relevante para el Derecho Penal el riesgo creado por un vehículo a motor que
circula correctamente, respetando la normativa de tráfico y, por tanto, dentro del riesgo permitido,
aunque haya causado la muerte de un peatón que sorpresivamente intentó cruzar un semáforo en
rojo.
Entre los criterios ofrecidos para determinar cuando un riesgo está permiti-
do merece ser destacado el del comportamiento diligente: riesgo permitido será
todo aquel que acompaña a un comportamiento no lesivo del deber de diligencia
objetivamente debido, es decir, el que acompaña a una conducta objetivamente
prudente. Se acude, por tanto, al criterio de la infracción del deber objetivo de
cuidado, que tradicionalmente se ha venido utilizando para definir el injusto
en los delitos imprudentes, para determinar qué acciones peligrosas no están
cubiertas por el riesgo permitido. Por ello decíamos que la imputación objetiva,
en cuanto a este primer requisito, es poco novedosa.
El principio de la creación de un riesgo jurídicamente desaprobado permite
excluir la imputación objetiva en los siguientes supuestos:
Así, por ejemplo, en el caso del sujeto que logra desviar el golpe dirigido a la cabeza de la víctima
hacia otra parte del cuerpo menos peligrosa, o el sujeto que da un empujón a un niño que va a
ser atropellado por una moto para apartarlo de su trayectoria, causando en ambos casos lesiones
leves.
Ejemplo: Ángel, trabajador de la construcción, observó que una plataforma de grandes dimensiones
llena de ladrillos se desprendía de la grúa que la transportaba y que iba a caer justamente en el
lugar dónde se encontraba trabajando su compañero Aniceto, que estaba totalmente ajeno a lo que
sucedía. Para evitar que la plataforma cayera sobre el compañero y lo aplastara, Ángel se abalanzó
rápidamente sobre él y le empujó apartándolo del lugar dónde cayó la plataforma. Sin embargo, a
consecuencia del empujón, Aniceto vino a caer sobre unos hierros, uno de los cuales se le hincó
en la pierna causándole lesiones que requirieron para su sanidad de tratamiento quirúrgico. Las
lesiones de Aniceto no son objetivamente imputables a Ángel. Claro que tampoco le sería imputable
su muerte si el hierro en vez de clavársele a Aniceto en la pierna, se le hubiese clavado en el cuello
causándole la muerte. En estos casos no procede aplicar la eximente de estado de necesidad pues
no hay acción típica (prohibida) que justificar.
Así, por ejemplo, el conocido caso académico de la tormenta: el amo que envía a su siervo en un
día de tormenta al bosque a recoger leña con la esperanza de que muera fulminado por efecto de un
rayo, cosa que realmente sucede; o cuando se convence a un amigo para que de un paseo por el
campo y muere de igual modo; o cuando se comunica a una persona la fatal noticia de la muerte de
un pariente y ésta muere a consecuencia de la impresión causada por la noticia.
Pensemos, por ejemplo, en los casos anteriores, que el sujeto que convence a su amigo para que dé
un paseo por el campo sabe que allí hay un asesino dispuesto a matar al primero que se encuentre,
o que la persona que comunica a otra la noticia de la muerte de su padre cercano conoce la dolencia
cardiaca del receptor de la noticia y el grave sufrimiento que le causará, actuando en ambos casos
el autor con la intención de que se produzca el fatal desenlace, como finalmente sucede. En estos
casos, el espectador objetivo que también debe contar con tales conocimientos especiales consi-
deraría que dichas acciones son peligrosas y que se produce, en consecuencia, la creación de un
riesgo típico de homicidio.
242 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
Esto último sucede, por ejemplo, en el caso citado del sujeto que convence a otro para que realice un
viaje en avión con la esperanza de que muera en un accidente aéreo. Se trata de una acción atípica,
pese a ser causante de la muerte, porque el curso causal provocado en el ejercicio de una actividad
de riesgo (el viaje en avión) se mueve dentro del riesgo jurídicamente permitido por el tráfico aéreo.
La conducción de automóviles observando las reglas de cuidado del tráfico vial constituye, sin duda
alguna, el ejemplo más claro de riesgo permitido. Pues bien, si se produce la muerte de una persona,
que de forma inesperada se echa bajo un camión que circula correctamente, no cabe imputarla a la
conducta objetivamente prudente del conductor por estar cubierta por el riesgo permitido en el tráfico
vial. Ciertamente, el conductor ha causado la muerte, pero no ha matado en el sentido del tipo de
homicidio.
Así, por ejemplo, el caso citado del sujeto que atropella a un ciclista que circula correctamente y
muere horas más tarde, aunque contaba con un pronóstico favorable, como consecuencia de un
incendio en el hospital o por un accidente de la ambulancia que lo trasladaba; o el caso del médico
que inyecta a un paciente por error cocaína en vez de novocaína, que era lo indicado, provocando
su muerte, pero se demuestra que también hubiera muerto en caso de haberle inyectado el medi-
camento indicado.
Esto sucedería, por ejemplo, en el caso de factores naturales o accidentales, cuando la víctima de un
atropello doloso o imprudente muere en el hospital a causa de un incendio fortuito; en el caso de la
intervención de un tercero, cuando la víctima del atropello muere a causa de la conducta dolosa o im-
prudente del médico que le atendió; y en el caso de la intervención de la propia víctima, cuando ésta
se quita la vida al saber que quedará paralítica a causa de la lesión sufrida por el atropello o cuando
muere a causa de una grave infección de la lesión por no seguir las indicaciones del médico.
muerte por incendio en el hospital, por la conducta dolosa o imprudente del mé-
dico o de la propia víctima. En estos casos, el autor de la acción inicial responde-
rá, si actúo dolosamente, por tentativa de homicidio o lesiones consumadas o, si
actuó imprudentemente, sólo por lesiones consumadas, imputando el resultado
final de muerte a la conducta generadora del riesgo en que se realizó, si ello es
posible, a título doloso o imprudente.
Lo dicho no afecta a los nexos causales desviados, normalmente provocados
por el autor, que se mantienen dentro de los márgenes de riesgo objetivamente
existentes en el momento de la acción, donde se afirma la imputación objetiva
por realización del riesgo.
Esto sucede, por ejemplo, en el caso del sujeto que tira a la víctima desde un puente con la inten-
ción de que muera ahogado, pero la víctima se estrella y se desnuca contra la base de un pilar del
puente.
En supuestos como éste, que tradicionalmente se resolvían por vía del error
irrelevante sobre el curso causal, el riesgo típicamente relevante creado por la
acción de tentativa del autor se ha realizado en el resultado, en cuanto que éste
se produce dentro de los márgenes de riesgo objetivamente previsibles creados
por la acción del autor —v. gr. en el marco del peligro que estaba de antemano
unido a la caída desde el puente—.
Por ejemplo, el conductor de un camión adelanta a un ciclista ebrio sin guardar la distancia regla-
mentaria, produciéndose la muerte de éste al caer bajo las ruedas del camión; pero, debido a la
forma en que conducía el ciclista a causa del alto grado de intoxicación etílica, era prácticamente
seguro que hubiera muerto de igual modo aunque el conductor hubiera adelantado guardando la
separación reglamentaria. El dueño de una fábrica de pinceles entregó a sus empleadas pelos de
cabra chinos que había adquirido para elaborar los pinceles, sin haberlos desinfectado previamente,
a lo que estaba obligado, provocando la muerte de varias trabajadoras que contrajeron el bacilo
del carbunco, que estaba en los pelos de cabra; pero, posteriormente se constató que ninguno de
los desinfectantes preceptivos eran lo suficientemente efectivos para exterminar totalmente dicho
bacilo, por lo que una actuación correcta no hubiera evitado, con seguridad, el peligro de infección
(caso de “los pelos de cabra”).
En los casos en los que sólo hay dudas sobre la inevitabilidad del resultado
con el comportamiento alternativo correcto, no parece razonable que se deba
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 245
Así, por ejemplo, si dos ciclistas circulan por la noche sin luces, uno detrás de otro, y el primero
choca con otro ciclista que viene de frente, el segundo no es responsable porque la norma infringida
—llevar luces— no tiene por finalidad iluminar a otros vehículos. Igualmente, si un sujeto conduce a
velocidad excesiva y atropella a un suicida que se echa bajo las ruedas, tampoco es responsable,
porque la limitación de velocidad no tiene como fin evitar el atropello del suicida.
De todos modos debe reconocerse que es dudoso que en todos los casos mencionados pueda
afirmarse, sin más, que se ha creado un riesgo típicamente relevante o que el mismo se ha realizado
en el resultado. Por lo que estos casos podrían reconducirse a uno u otro de los principios básicos
que configuran la teoría de la imputación objetiva.
246 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
Por ejemplo, sería un caso de autopuesta en peligro el del traficante que vende droga a un sujeto
que por sí mismo se la inyecta, siendo consciente del riesgo que supone para su vida y salud, pro-
vocándose lesiones o la muerte. Un caso de heteropuesta en peligro sería el del sujeto que incita
a otro a conducir a velocidad excesiva, siendo consciente del riesgo que comporta tal conducción,
produciéndose lesiones o incluso la muerte del acompañante en un accidente por la conducta arries-
gada del conductor.
Esto sucede, por ejemplo, en el caso del sujeto que convence a su amigo para que escale un pico
montañoso peligroso, produciéndose la muerte al caer al vacío por su inexperiencia como alpinista;
en “el caso de la entrega de droga” —antes señalado—; “en el caso de la viruela”: un médico regresó
de un viaje a la India infectado de viruela y, aunque se sentía indispuesto, se puso a trabajar sin
someterse a ningún tipo de reconocimiento, contagiando el virus de la viruela a diversos enfermos y
médicos del hospital donde trabajaba, así como al sacerdote de la clínica que, a pesar de conocer
la situación de riesgo, no quiso desatender su labor asistencial a los infectados y contrajo también
la enfermedad; etc.
luntariamente por la víctima y, sobre todo, porque tal peligro no puede ser con-
ceptuado, por regla general, como un riesgo típicamente relevante, sino más
bien atípico: no es de aquellos riesgos que pretende evitar la norma penal en
cuestión —el tipo del homicidio o de lesiones. Así, en aquellos tipos penales
que requieren una heterolesión, es decir, que prohíben acciones peligrosas de
terceros para prevenir la lesión de bienes jurídicos ajenos —que son la mayoría,
v. gr. el delito de lesiones exige causar a otro un menoscabo en su salud— la au-
tolesión resulta impune por atípica pues el riesgo creado por el titular del bien
jurídico no está cubierto por el alcance de la prohibición penal.
No debe obviarse, sin embargo, que la cuestión es distinta cuando la auto-
puesta en peligro no sea realizada de forma voluntaria por la propia víctima,
sino como consecuencia, precisamente, de la intervención del tercero. Al faltar
la voluntariedad, no hay realmente autopuesta en peligro y, por ello, el tercero
debe responder del resultado causado.
Esto sucede en los casos de huida o de acciones defensivas de la víctima, como, por ejemplo, el
“caso del autostop y la agresión sexual”: la víctima, después de advertirlo en diversas ocasiones,
se arrojó en marcha del vehículo en que había sido recogida en autostop para evitar una agresión
sexual por parte del conductor, sufriendo lesiones graves [STS de 8 de noviembre de 1991 (Tol
459735)].
Sin embargo, este criterio de diferenciación no resulta decisivo por sí solo en todos los casos de au-
tolesión, sobre todo, en legislaciones penales como la española que incrimina expresamente actos
de participación de un tercero en una autolesión ajena. En particular, aunque el suicidio (la autolesión
de la vida) no está prohibido en nuestra legislación penal, el art. 143, 1 y 2 CP castiga la inducción y
la cooperación necesaria al suicidio. No obstante, sí tiene más relevancia en Alemania, en donde los
actos de participación en el suicidio son impunes, castigándose sólo el homicidio consentido (§ 216
StGB) como también hace el art. 143, 3 CP Ello permite resolver más fácilmente esta problemática,
pues si es impune la participación en el suicidio, es decir, en una acción de matarse dolosamente, o
también en una autolesión impune, no puede castigarse la cooperación en una autopuesta en peligro
dolosa. Es claro que si se puede provocar impunemente lo más (la autolesión), con mayor razón se
podrá provocar sin sanción lo menos (la autopuesta en peligro). Se afirma, por ello, que el fin de
protección de la prohibición del homicidio no cubre este caso, que el alcance del tipo no se extiende
248 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (II)
a tales resultados. Pero este razonamiento no es trasladable sin más a nuestro ordenamiento penal
que mantiene la opción contraria: la punición de la participación en el suicidio. No obstante, este
límite legal a través de la sanción de la participación en una autolesión dolosa de la vida no impide
mantener paralelamente la impunidad de la participación en una autopuesta en peligro, puesto que
no se deben confundir las situaciones de suicidio (autolesión dolosa) con las de no suicidio (au-
topuesta en peligro). En efecto, en su configuración subjetiva, es claro que quien expone su vida
conscientemente a un riesgo no actúa, por ello, con la voluntad de morir propia del suicida. El art. 143
CP castiga al que auxilia o dolosamente ejecuta la muerte de una persona que quiere morir. No san-
ciona, sin embargo, al que pone en peligro el bien jurídico de alguien que no desea que se produzca
tal resultado. Y, además, en su configuración objetiva, la intervención en un suicidio muestra carac-
terísticas específicas que son la razón de su tipificación expresa y no permiten su extensión fuera
de su concreto ámbito. En el suicidio se trata de un acto de disposición sobre el bien jurídico vida,
mientras que en la puesta en peligro (no suicidio) el suceso viene determinado por la incertidumbre
de los acontecimientos, lo que no permite considerarlo como una lesión-disposición del bien en el
sentido de las normas que incriminan la intervención en el suicidio ajeno. La protección de la vida
frente a la actuación del propio titular no es omnicomprensiva, sino que se limita a la imposibilidad de
disponer de la propia vida, pero no a la posibilidad de exponerla a un riesgo.
Esto es: si el empresario contribuye, por falta de medios o de vigilancia, a un resultado lesivo para el
trabajador, debe responder penalmente por el mismo; su responsabilidad no puede quedar excluida
alegando una “autopuesta en peligro del trabajador”, es decir, la libre y voluntaria asunción por el
trabajador de la situación de riesgo en que trabaja, concretada posteriormente en el resultado lesivo
[SSTS de 28 de febrero de 1989; 24 de noviembre de 1989 (Tol 456168); 16 de junio de 1992 (Tol
398701); 29 de diciembre de 1998 (Tol 109311)].
Así ocurre, por ejemplo, en el caso de la persona que acepta mantener relaciones sexuales con un
enfermo de SIDA o con un portador del virus (VIH), conociendo la enfermedad y sin utilizar ningún
método de protección. O en “el caso del barquero”: dos pasajeros pretenden cruzar a la otra orilla
del río Memel durante una tempestad; pese a que el barquero se niega inicialmente por los peli-
gros existentes, finalmente, ante la insistencia de los pasajeros, emprende el arriesgado intento,
produciéndose la muerte de uno de ellos a causa del vuelco de la barca. Sin embargo, no pueden
considerarse como tales aquellos supuestos en que el autor introduce a la víctima en una ámbito de
riesgo hasta entonces inexistente y, además, sin su consentimiento; como sucede por ejemplo en “el
caso del disparo a las ruedas”: el autor, a una distancia de cinco o seis metros, disparó a las ruedas
de un vehículo que no se había detenido ante las indicaciones de la Guardia Civil, errando el disparo
y causando lesiones graves a un ocupante [STS de 28 de octubre de 1997 (Tol 407799)]. O el “caso
de la construcción”: la víctima falleció electrocutada cuando, cumpliendo ordenes del autor, trabajaba
en la construcción de un depósito de agua a cuatro metros de un tendido eléctrico y con una varilla
metálica rozó un cable de dicho tendido [STS de 19 de octubre de 2000 (Tol 8085)].
Pensemos, por ejemplo, que, en “el caso de la entrega de droga”, es irrelevante jurídicamente que
sea la propia víctima la que se inyecte la droga entregada por un tercero (autopuesta en peligro) o
que sea éste quien, además de entregarla, proceda a inyectarla a la víctima (heteropuesta en peligro
consentida).
Un fallo de ejecución se produjo en “el caso de la botella”: una persona reta a otra, que alardea de
buena puntería, a que realice un disparo sobre una botella mientras el proponente bebe vino de
ella, produciéndose la muerte de éste cuando todavía no estaba preparado para que se realizara
el disparo, pues fue alcanzado cuando se había inclinado para limpiarse algo de vino que se había
derramado [STS de 17 de julio de 1990 (Tol 458266)]. Falta la voluntariedad de la decisión en los
casos de travesías arriesgadas del Estrecho de Gibraltar por parte de inmigrantes en situación irre-
gular para alcanzar las costas, por lo que su muerte debe imputarse a quien organiza y lleva a cabo
la travesía [STS de 16 de julio de 2002 (Tol 213375)].
Así pues, en los casos expuestos —SIDA, barquero, etc.— como en otros simi-
lares, no habría imputación objetiva porque la víctima conocía el riesgo en toda
su extensión, lo provocó conscientemente y lo aceptó de forma voluntaria. Bajo
estas circunstancias, cabe señalar que la puesta en peligro ajena consentida no
está abarcada por el fin de protección del tipo penal o, mejor dicho, no supone la
creación de un riesgo típicamente relevante, sino que se trata de un riesgo atípi-
co para el bien jurídico. En suma, tanto la autolesión imprudente como la lesión
por un tercero consentida deben tener el mismo tratamiento, ya que ambas se
basan en el consentimiento de la víctima sobre la disponibilidad del bien jurí-
dico. Bajo estos prepuestos, la heteropuesta en peligro es una situación plena-
mente equiparable a la autopuesta en peligro, por lo que resulta perfectamente
trasladable a la heteropuesta en peligro ajena consentida la argumentación ya
esgrimida para la autopuesta en peligro a fin de negar la responsabilidad cri-
minal por falta de imputación objetiva, al carecer de relevancia típica el riesgo
creado para el bien jurídico.
Así, por ejemplo, el caso del policía que detiene a un camión en el arcén de la carretera, para
multarle por falta de iluminación en la parte trasera, haciéndose cargo de la seguridad del mismo
frente a otros vehículos; pero debido a un defecto de señalización de la situación del camión, éste
es embestido por otro camión, produciéndose la muerte de su conductor. Dicha muerte habría que
imputarla al ámbito de responsabilidad del policía, que, por su acción de riesgo —lesiva del deber
objetivo de cuidado—, ha provocado el resultado, quedando exonerado el conductor del camión.
Podría llegarse a esta misma conclusión negando la realización del riesgo inicial en el resultado, por
tratarse de un caso no cubierto por el fin de protección de la norma de cuidado infringida: la norma
que obliga a iluminar la parte trasera de un vehículo pretende evitar los riesgos que puede provocar
la falta de una correcta visibilidad del vehículo en carretera para los conductores que le siguen, pero
no los riesgos de un estacionamiento indebido en el arcén de la carretera. Incluso, podría decirse
que cuando el conductor confía el control del riesgo al policía, cumple con el deber de cuidado
exigible en ese momento, por lo que ni tan siquiera llega a infringir norma de cuidado alguna que
convierta el riesgo en relevante.
Por ejemplo, la muerte de un bombero causada en la extinción del incendio de una casa provocado
imprudentemente por su dueño; la muerte de un socorrista cuando intentaba salvar a un niño que
se ahogaba en la playa por un descuido de su profesora; la muerte de un policía en un accidente de
tráfico cuando perseguía a un ladrón que logró huir; etc.
Éste último parece ser el argumento esgrimido para imputar el resultado de lesiones sufrido por
quien intenta apartar unas bombonas de butano de un incendio de la persona causante del incendio
[STS de 17 de enero de 2001 (Tol 27615)].
Sin embargo, parece más razonable negar la imputación del resultado final-
mente causado por la acción de salvamento arriesgada —de un voluntario o de
un profesional— a la acción de riesgo inicial del autor. De entrada, hay serios
inconvenientes político-criminales que desaconsejan la solución contraria, pues
el autor no tiene por qué soportar las consecuencias del heroísmo de nadie, ni
siquiera cuando exista una obligación legal —v. gr. los profesionales—, ya que el
legislador no puede endosar a terceras personas la responsabilidad por los even-
tuales daños derivados del cumplimiento del deber de ciertos profesionales, que
tan sólo deberían ser resarcidas en vía civil pero no penal. En este sentido, se
advierte que “si un incendiario imprudente tuviera que contar con que además
se le exigirá responsabilidad por homicidio imprudente de los bomberos, esa
consideración podría hacerle desistir de llamarlos, lo que sería indeseable. Y si
un excursionista que se ha extraviado en la montaña incurriera en su caso en
responsabilidad penal por homicidio imprudente de algún miembro del equipo
de salvamento al que se ha avisado, cabe suponer que preferiría aventurarse a
realizar con sus propias fuerzas —y frecuentemente con un desenlace fatal—
un descenso que le supera; y el ordenamiento jurídico no debería promover tal
evolución de los acontecimientos” (Roxin).
Hay, además, un argumento dogmático para excluir la imputación objeti-
va al autor de la acción inicial y atribuirlos a la esfera de responsabilidad del
profesional o de otra persona —por ejemplo, voluntarios que participan en la
tareas de extinción de incendios, etc. Las acciones de salvamento arriesgadas
se pueden considerar, por regla general, como casos de autopuestas en peligro
voluntarias y conscientes con la contribución de un tercero —que crea el riesgo
inicial— y, por tanto, impunes. La autopuesta en peligro es libre tanto en el caso
del voluntario como en el caso del profesional que cumple con su deber, puesto
que éste último —bombero, etc.— al escoger voluntariamente su profesión e
ingresar en el correspondiente cuerpo, conocía y aceptaba los riesgos inherentes
al ejercicio de la misma. En definitiva, en todos los casos expuestos, el sujeto al
ponerse en peligro voluntariamente asume el riesgo como propio y la situación
sólo puede calificarse como “autopuesta en peligro” y, como tal, impune, siendo
indiferente totalmente la procedencia del riesgo.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 253
Pensemos, por ejemplo, en el caso de la persona que sufre la amputación de una pierna por una
lesión causada por el autor y, años más tarde, muere atropellado por un vehículo al no poder cruzar
a tiempo la calle por su imposibilidad física; en el caso de una persona que sufre la ceguera definitiva
provocada por el autor y, pasado cierto tiempo, muere en un incendio fortuito del que no se pudo
percatar a tiempo por la falta de visión; en “el caso de las muletas”: una persona pierde una pierna al
ser víctima de un accidente de tráfico y, años más tarde, durante un paseo, se le rompe una muleta
y, al caer al suelo, se rompe la nuca, muriendo en el acto; etc.
d’. El consentimiento
Finalmente, hay que referirse al consentimiento del titular del bien jurídi-
co para determinar su fundamento como causa de exclusión de la pena. Esta
cuestión ha sido muy discutida en la doctrina, otorgándole tres fundamentos
distintos. Tradicionalmente fue considerado como causa de exclusión de la an-
tijuricidad, hasta que un sector doctrinal diferenció entre conformidad y con-
sentimiento, para considerarlo en el primer caso como causa de exclusión de la
tipicidad y en el segundo como causa de exclusión de la antijuricidad. Sin em-
bargo, en la actualidad, el consentimiento es considerado de forma mayoritaria
en todos los casos como una causa de exclusión de la tipicidad.
Un comportamiento que cuenta con el consentimiento del titular del bien
jurídico no causa la lesión típica de dicho bien, por lo que no crea un indicio
de antijuricidad, ya que consta la no realización del injusto típico. Por ello, la
impunidad de tal comportamiento debe ser determinada ya en el nivel de la ti-
picidad. En concreto, opera siempre excluyendo la imputación objetiva, pues, la
acción cubierta por el consentimiento del titular de un bien jurídico disponible
no crea un peligro jurídicamente desaprobado para dicho bien. Una acción con-
sentida no es socialmente inadecuada y, por tanto, estaría fuera de la finalidad
de protección de las normas penales cuyo objeto de protección consiste en un
bien jurídico individual. De ello cabe inferir que la función que le corresponde
al consentimiento es la de actuar como una causa de exclusión de la imputación
objetiva. En particular, operaría sobre el primer nivel de imputación objetiva,
en cuanto que no supone la creación de un riesgo típicamente relevante.
Pese a lo dicho, el Derecho Penal español carece de una disposición general
referente a la eficacia del consentimiento. Pero ello no impide que mayoritaria-
mente se entienda que el consentimiento excluye la tipicidad del comportamien-
to, por falta de imputación objetiva, en aquellos casos en los que el tipo describe
una acción cuyo carácter ilícito reside precisamente en obrar contra la voluntad
del sujeto pasivo, es decir, lesionando el ámbito del dominio autónomo, del libre
desarrollo del sujeto pasivo. En tales supuestos los bienes jurídicos están a dis-
posición de su titular y, dado el acuerdo de éste para su menoscabo, la conducta
que los lesione no está prohibida (no es típica).
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 255
Por consiguiente son atípicas las conductas de entrar en la morada ajena con el permiso del mora-
dor; encerrar a otro con su permiso; causar daños en la propiedad con el permiso del propietario;
tomar una cosa mueble con autorización del dueño o leer la correspondencia con autorización de
su destinatario.
Respecto del tratamiento médico (curativo, reparativo o estético) el consentimiento del paciente
no tiene efecto justificante, dado que en el acto médico no hay nada que precise ser justificado: la
actuación del médico realizada conforme a la lex artis en beneficio del paciente, simplemente no
está prohibida. Por el contrario, la ausencia de consentimiento del paciente (tratamiento médico
coactivo) si puede determinar responsabilidad criminal por parte del médico (v. gr. por un delito de
coacciones).
Los casos en los que no existe un consentimiento expreso, pero la acción ha sido realizada en inte-
rés del afectado, lo que hace presumir que, de haber conocido la situación, éste hubiese consentido
en la lesión del bien jurídico (consentimiento presunto), sólo pueden constituir el presupuesto de
una causa de justificación —v. gr. estado de necesidad— dado que la falta de consentimiento real
impide la exclusión de la tipicidad (v. gr. se entra en la morada ajena para atajar una vía de agua o
un incendio).
En el allanamiento de morada (art. 202, 1 CP) es preciso solamente verificar que el autor se ha
introducido en morada ajena contra la voluntad del morador o que permanece indebidamente en
la misma, pues sólo con ello se lesiona su derecho a la inviolabilidad e intimidad domiciliaria. En el
delito de abuso sexual de un menor (art. 181, 2 CP) sólo es preciso comprobar el tocamiento con sig-
nificado sexual a una persona menor de trece años, pues sólo con ello se lesiona la libertad sexual
del menor; en el delito de injurias (art. 208 CP) sólo es preciso comprobar que se ha proferido una
expresión que menoscaba la fama (el honor) de otra persona; en el delito de falso testimonio (art.
458 CP) sólo es preciso verificar que el testigo ha faltado a la verdad en su testimonio en una causa
judicial. Lo mismo ocurre en los delitos en los que la acción consiste en tener algún objeto prohibido
(v. gr. la tenencia ilícita de armas como delito contra el derecho del Estado a controlar la posesión y
circulación de ciertas armas —art. 563 CP) o en atribuirse una dignidad o título que no se posee (v.
gr. el intrusismo como delito contra el derecho exclusivo del Estado a habilitar para el ejercicio de
determinadas profesiones —art. 403 CP).
Esto es lo que ocurre en los delitos de peligro, en los que no se requiere que la
acción haya lesionado un bien jurídico, sino que es suficiente con que el bien
jurídicamente protegido haya sido puesto en peligro de sufrir la lesión que se
quiere evitar, o, al menos, se haya realizado una acción capaz de ponerlo en
peligro. La teoría ha distinguido tradicionalmente entre los delitos de peligro
abstracto y los delitos de peligro concreto. Aunque la acción peligrosa —esto es,
la acción que para el espectador objetivo tiene ex ante capacidad para producir
un resultado lesivo— es elemento común a absolutamente todos los delitos (ya
sean de lesión, de peligro concreto o de peligro abstracto), la estructura del tipo
objetivo en los delitos de peligro abstracto y en los delitos de peligro concreto es
diferente.
a) En los delitos de peligro abstracto la realización del tipo objetivo requiere
solamente comprobar la realización de una acción que, según la experiencia
general, es capaz de lesionar o poner en peligro los bienes jurídicos protegidos.
Por ello, basta comprobar la peligrosidad objetiva ex ante de la acción, obviando
la perspectiva ex post, es decir, la efectiva lesión o puesta en peligro del bien
jurídico, que puede no producirse por distintos motivos.
Ejemplo: la realización del tipo objetivo del delito de conducción de un vehículo de motor o un ci-
clomotor bajo los efectos de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psi-
cotrópicas (art. 379, 2 CP) sólo requiere que el sujeto haya conducido bajo los efectos de dichas
sustancias, sin que sea necesario la comprobación adicional de que ello haya supuesto un peligro
real de lesión para otro u otros usuarios de la vía pública (que puede o no haberse producido).
Ejemplo: la realización del tipo objetivo del delito contra la seguridad de los trabajadores (art. 316
CP) requiere que, con infracción de las normas de prevención de riesgos laborales, el obligado a ello
no facilite los medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las me-
didas de seguridad e higiene adecuadas; pero el tipo requiere, además (!), que de esa forma, en el
caso concreto, se haya puesto en peligro grave la vida, la salud o la integridad física de un trabajador
o de un grupo de trabajadores.
Por ejemplo, la protección penal del derecho a recibir asistencia médica no puede conseguirse san-
cionando solamente los casos en los que el necesitado de asistencia sufrió un menoscabo en su
vida o salud a causa de no recibir la asistencia debida: es necesario elevar a la categoría de delito el
hecho mismo de denegar la asistencia médica cuando se está obligado a prestarla (art. 196 CP).
Por ejemplo, la intervención del Derecho Penal no debe estar condicionada al dato (puramente aza-
roso) de si, como consecuencia de una acción, se ha llegado o no a producir una lesión de la vida
o la salud de una o varias personas. También es legítimo adelantar su intervención sancionando el
hecho de “poner a la venta” alimentos corrompidos (art. 363 CP), el de conducir un vehículo de motor
sin estar en condiciones para ello (art. 379, 2 CP), o el de imponer a los trabajadores condiciones de
trabajo que pongan en peligro su vida o su salud (art. 316 CP), sin necesidad de tener que esperar al
supuesto —que puede darse o no— de que se produzca una intoxicación alimentaria, un accidente
de tráfico o un accidente laboral.
La legitimidad del recurso a los delitos de peligro (sobre todo a los delitos
de peligro abstracto) para perseguir o alcanzar un modelo de Derecho Penal
adaptado a las nuevas demandas sociales y a la prevención de los riegos ha
sido vivamente discutida. No obstante, dicha legitimidad es defendible en la
medida en que sea compatible con los principios básicos del Derecho Penal de
un Estado de Derecho (v. gr. carácter fragmentario, última ratio, necesidad de
260 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (III)
Los delitos de peligro abstracto tipificados en el Código Penal no constituyen un grupo excesiva-
mente numeroso. Vid., por ejemplo: art. 359 —elaboración de sustancias nocivas para la salud; art.
360 —despacho o suministro de sustancias nocivas para la salud sin cumplir la formalidades legales
o reglamentarias; arts. 363, 364 y 365 —fraudes alimentarios; art. 368 —tráfico ilegal de drogas;
art. 379, 2 —conducción bajo los efectos de determinadas sustancias; art. 384, 2 —conducción
homicida; art. 630 —abandono de jeringuillas en lugares públicos; art. 631 —dejar animales feroces
sueltos o en condiciones de causar mal; art. 636— realizar actividades careciendo de los seguros de
responsabilidad civil legalmente exigidos.
Se ejemplifica con el art. 364, 2, 4 CP (que sanciona despachar para el consumo público carnes
de los animales de abasto sin respetar los periodos de espera reglamentariamente previstos) para
afirmar que prácticamente la infracción de las normas administrativas es ya constitutiva de delito.
Del mismo modo, podría pensarse que el hecho de tener animales feroces (como puede ser, por
ejemplo, un perro) en condiciones de causar un mal (art. 631 CP) debería ser sancionado sólo por
las autoridades municipales a través de la correspondiente Ordenanza; o que para el conductor ebrio
(art. 379, 2 CP) debían bastar las sanciones administrativas que pudiera prever la LSV.
bien jurídico, esto es, en los casos en los que falte, sin más, la acción peligrosa
misma (Bacigalupo Zapater). Esta es una vía para “desformalizar” los delitos
de peligro abstracto y otorgarles un contenido material: la acción peligrosa sería
elemento del tipo objetivo (sobre el que cabría prueba en contrario).
El TS se ha mostrado abierto a esta construcción y considera que en los delitos de peligro abstracto
es necesaria la existencia de una acción que, aunque sea en abstracto, sea peligrosa. Por ello,
considera que “sin desconocer que el delito de tráfico de drogas es un delito de peligro abstracto,
es obvio que esta naturaleza debe recaer sobre un objeto —la sustancia aprehendida— que tenga
una aptitud de provocar un riesgo a la salud pública, pues caso contrario se estaría en una situación
de inexistencia de antijuridicidad material por imposibilidad de ataque al bien jurídico protegido por
la norma. El APNJ de 3 de Febrero de 2005, de acuerdo con el informe previamente solicitado al
Instituto Nacional de Toxicología, tomó la decisión de estimar que, en relación a la cocaína, el mínimo
psicoactivo a partir del cual esta sustancia tiene una potencialidad perjudicial para la salud son los
50 miligramos netos. De acuerdo con ello, se ha venido admitiendo la teoría de la “mínima insignifi-
cancia” y absolviendo cuando la droga ocupada no alcanzaba esos mínimos o cuando, tratándose
de cantidad mínima, no se sabe el grado de concentración del principio activo (STS de 20 de abril de
2010). En la misma línea se ha considerado, por ejemplo, que para aplicar el art. 368 CP no basta
con comprobar el hecho de que el autor ha traficado con drogas, sino que es necesario probar que
con ello se ha puesto en peligro la salud pública —lo que no ocurriría cuando se vende o se regala
una sola dosis de droga, sin posibilidad de difusión, para su consumo inmediato [STS de 27 de mayo
de 1994 (Tol 402601)] o cuando la droga se posee para el propio consumo aunque sea a través de la
bolsa común para comprar droga (STS de 25 de mayo de 1981) o de la cooperativa de consumidores
(STS de 30 de septiembre de 1974). Del mismo modo podría pensarse que no es de aplicación el art.
379, 2 CP cuando el autor ebrio conduce el vehículo en una zona (cerrada, acotada o despoblada)
en la que está absolutamente excluida una puesta en peligro de cualquier persona (por ejemplo: con
la finalidad de dejar su coche correctamente aparcado, Alfonso, que en ese momento se encontraba
en su domicilio bajo los efectos de una fuerte intoxicación etílica, baja a la calle y mueve el vehículo
unos cuantos metros hasta el lugar dónde estaba permitido aparcar, aprovechando que, por lo avan-
zado de la hora, la calle se encontraba totalmente desierta).
Del mismo modo, para una correcta interpretación del art. 426 CP (relativo
al denominado “cohecho impropio” —autoridad o funcionario público que admi-
te un regalo que le fuere ofrecido en consideración a su función) debe exigirse
—para evitar que el precepto produzca consecuencias indeseadas— lo que se
podría llamar un “fumus corruptionis”, es decir, que la acción resulte peligro-
sa para el bien jurídico tutelado en el precepto (el principio de imparcialidad
en el ejercicio de funciones públicas), en cuanto que el regalo sea idóneo para
comprometer la imparcialidad de la autoridad o funcionario en el ejercicio de
su función. Tal cosa no ocurrirá cuando concurran criterios limitadores de la
tipicidad “formal” tales como el principio de insignificancia o el criterio de la
adecuación social del comportamiento (v. gr. funcionario que recibe regalos en
fiestas Navideñas; funcionario al que se le regala una caja de bombones por
haber recibido de él un trato amable) (Morales Prats/Rodríguez Puerta). La
relación existente entre las partes (v. gr. una preexistente relación de amistad)
puede ser un criterio para determinar el mayor o menor grado de adecuación
social del comportamiento.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 263
Consciente de este problema (injusta equiparación de los pequeños traficantes de droga que se de-
dican al “menudeo” con los grandes narcotraficantes) la Sala 2ª del TS, en el APNJ de 19 de octubre
de 2001, acordó reducir la penas a los pequeños traficantes de drogas aumentando a 500 dosis la
cantidad de droga que debe aprehenderse para poder aplicar la agravante de notoria importancia
(369, 3º CP).
En cualquier caso, los delitos de peligro abstracto deberían reservarse exclusivamente para adelan-
tar las barreras de protección de los bienes jurídicos absolutos o primarios (v. gr.: vida y salud de
las personas) y no la de los relativos o secundarios (como es, por ejemplo, el patrimonio). Desde
264 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (III)
este punto de vista debe valorarse positivamente que el Código Penal no haya tipificado el delito de
peligro contra el patrimonio que supone la estafa de crédito (para poder obtener un crédito, el sujeto,
que de todos modos piensa devolverlo, engaña a la entidad crediticia acerca de su solvencia). Por
el contrario, resulta criticable que se haya tipificado la realización de determinadas actividades sin
seguro de responsabilidad civil (art. 636 CP), ya que esta conducta supone solamente un peligro
para el patrimonio del perjudicado o para el Consorcio de Compensación de Seguros.
Un ejemplo de delito de peligro concreto lo constituye el art. 380 CP cuya vertiente objetiva requie-
re no sólo la conducción de un vehículo de motor o un ciclomotor con temeridad manifiesta sino,
además, que de esa forma se ponga en concreto peligro la vida o la integridad de las personas. La
existencia de un concreto objeto de la acción falta, por ejemplo, si alguien efectúa un adelantamiento
con ligereza poco antes de un cambio de rasante de tal modo que tendría que chocar inevitablemen-
te con un vehículo que viniera de frente, pero casualmente no venía ningún automóvil en sentido
contrario. En tal caso es cierto que el autor se ha comportado de modo imprudente, pero falta una
concreta puesta en peligro de un bien jurídico.
No se realiza el tipo objetivo del art. 348 CP cuando el autor trasporta sustancias inflamables confor-
me a las normas de seguridad establecidas (falta el riesgo no permitido); cuando el autor trasporta
sustancias inflamables sin respetar las normas de seguridad establecidas pero sin poner en concreto
peligro la vida, la salud de las persona o el medio ambiente (falta el peligro concreto); cuando el
sujeto trasporta sustancias inflamables sin respetar las normas de seguridad establecidas y pone en
concreto peligro la vida de las personas debido a una avería de la cisterna del camión cuya revisión
estaba dentro de la esfera de competencia de otra persona (falta la imputación objetiva del resultado
de peligro a la acción).
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 265
La vida de las personas ha sido puesta en concreto peligro cuando se invade el sentido contrario de
la calzada y no se colisiona con el conductor que circula en dirección opuesta gracias a que, debido
a su destreza, muy por encima de las capacidades normales, éste logra realizar una maniobra que
evita la colisión. Un claro ejemplo del juicio sobre el peligro concreto lo proporciona la STS de 2 de
junio de 1999 (Tol 8340) sobre el caso de quien se introduce a gran velocidad en una calle peatonal
atropellando un cochecito de bebé del que instantes antes el bebé había sido sacado por su abuelo
al ver cómo se acercaba el vehículo. Respecto a la exigencia típica de la puesta en peligro concreto
de la vida o integridad de las personas, el TS afirma que “pocos casos pueden presentarse en la
práctica en que con mayor claridad pueda concurrir el segundo elemento antes requerido” (se refiere
al del resultado de peligro concreto) pues “hubo un concreto peligro de causar la muerte o lesiones
graves a la niña que iba en el cochecito luego atropellado, tan próximo y cierto que muy probable-
mente se hubiera producido uno u otro resultado si el abuelo que la guardaba no hubiera actuado
con tanta diligencia” (sacando a la niña del cochecito al ver venir el vehículo). Claro que este caso
constituye un ejemplo de libro (Feijoo Sánchez).
ces; 242, 2 —delito de robo; 266 —delitos de incendios; 352, 2 —incendios fores-
tales; 455, 2 —realización arbitraria del propio derecho; 552, 1 —atentado; 576,
2 —colaboración con banda armada).
c) Excepcionalmente, el hecho de que no se hayan puesto en peligro concreto
los bienes jurídicos se toma en consideración para atenuar la pena en el art. 225
CP (delitos relativos a menores o incapaces).
Por ejemplo: el que conduce bajo los efectos de bebidas alcohólicas (realizando el tipo del art. 379,
2 CP) y provoca, además, un accidente a consecuencia del cual resulta muerta una persona; el que
pone a la venta alimentos corrompidos (realizando el tipo del art. 363, 3 CP) determina con su acción
que algunos consumidores que los compran e ingieren sufran graves intoxicaciones; el que libera
gases tóxicos a la atmósfera (y realiza el tipo del art. 325 CP) provoca que los habitantes próximos
al lugar de la emisión sufran graves patologías pulmonares.
El que provoca una emisión de gases tóxicos a la atmósfera determinando que una persona sufra
una grave afección pulmonar que le causa la muerte, debe responder de dos delitos: de un delito
contra el medio ambiente del art. 325 CP y, cuanto menos, de un delito de homicidio por imprudencia
del art. 142 CP, ya que la muerte de una persona no debe hacer olvidar el peligro al que han quedado
expuestas otras personas distintas del fallecido. El que pone a la venta alimentos en mal estado
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 267
determinando que una persona los compre, los consuma y sufra una intoxicación, debe responder
de dos delitos: de un delito contra los derechos de los consumidores del art. 363 CP y, cuanto me-
nos, otro de lesiones por imprudencia del art. 152 CP, ya que la muerte de un consumidor no puede
determinar que se ignore la violación, en general, del derecho de todos los consumidores a que los
alimentos que se vendan estén en buen estado y el peligro al que han sido expuestos aquellos otros
consumidores que no compraron el género en mal estado o lo compraron pero no llegaron a consu-
mirlo [vid. STS de 23 de abril de 1992 (Tol 30647) —relativa al “caso del aceite de colza”].
Tema 15
2. El tipo subjetivo
A. El dolo y la imprudencia como títulos de imputación subjetiva
Como se afirmó al exponer el principio de responsabilidad subjetiva, la exi-
gencia de responsabilidad penal requiere la presencia de dolo o imprudencia
en la conducta del autor, de manera que los casos en que el autor realiza la
vertiente objetiva de un tipo penal (v. gr.: mata a otro) sin saber (ausencia de
dolo), ni haber podido saber (ausencia de imprudencia) que con su conducta po-
día causar el resultado típico, constituyen supuestos de caso fortuito, situados
fuera del Derecho Penal. Por lo tanto, la relevancia penal de una conducta no
depende sólo de la realización de los elementos objetivos de un tipo penal o, en
los delitos de resultado, de la sola imputación objetiva de un resultado lesivo,
sino que es imprescindible tener en cuenta también el grado de vinculación del
autor con el hecho realizado (imputación subjetiva). Si el autor de una conducta
lesiva para un bien jurídico penalmente protegido no actuó con dolo ni tampoco
con imprudencia, la lesión del bien jurídico debe considerarse un caso fortuito y,
excluirse, por tanto, la relevancia penal (la tipicidad) de la conducta. El Código
Penal consagra este principio expresamente en el art. 5: “no hay pena sin dolo
o imprudencia” e, implícitamente, en la definición de delito o falta que contiene
el art. 10: “son delitos o faltas las acciones y omisiones dolosas e imprudentes
penadas por la ley”, para reiterarlo en el art. 14, 1 CP.
Como regla general, la exigencia de dolo no es mencionada en los delitos do-
losos tipificados en la Parte Especial del Código Penal (Libros II y III) sino que
el legislador se limita a describir los elementos objetivos de la conducta típica.
Así, por ejemplo, aunque el art. 138 CP se limite a sancionar la conducta del
que “matare a otro”, en realidad, la conducta prohibida en esta norma penal es
la de matar dolosamente a otro. Por el contrario, cuando el Código Penal tipifica
una conducta imprudente, la posibilidad de comisión imprudente del delito debe
mencionare expresamente en la norma penal, tal y como dispone el art. 12 CP:
“las acciones u omisiones imprudentes sólo se castigarán cuando expresamen-
te lo disponga la ley”. Así, siguiendo con el delito de homicidio, cuando el art.
142 tipifica el homicidio imprudente menciona expresamente el requisito de la
“imprudencia grave”. Por tanto, en aquellos preceptos en que no se menciona
la exigencia de imprudencia, debe entenderse que la conducta típica castigada
es la realizada de forma dolosa. Y cuando, junto al delito doloso no se incrimina
también la realización imprudente del mismo, entonces la conducta imprudente
no es típica.
270 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (IV)
El homicidio se castiga con una pena de prisión de diez a quince años si es doloso (art. 138 CP),
con prisión de uno a cuatro años si se realiza por imprudencia grave (art. 142 CP) y con multa si la
imprudencia es leve (art. 621, 2 CP); el delito doloso de daños conlleva una pena de multa de seis
a veinticuatro meses (art. 263 CP) y sólo de tres a nueve meses si es imprudente (art. 267 CP). Sin
embargo, de manera criticable, se ha equiparado la pena del dolo y la imprudencia en la agravante
de “puesta en peligro de la vida o salud de la víctima” prevista para el delito de prostitución forzada
en el art. 188, 4, c) CP. Se prevé la misma agravación para dicha puesta en peligro tanto si se ha
realizado con dolo como si se ha realizado por imprudencia grave.
B. El dolo
a. Concepto de dolo
A pesar del diferente tratamiento que, como se ha visto, reciben la conducta
dolosa y la imprudente en el Código Penal, éste no especifica qué requisitos debe
tener una conducta para ser considerada dolosa o imprudente. El único criterio
que proporciona el Código Penal sobre la conducta dolosa es que ésta requiere
en todo caso el conocimiento del autor sobre los elementos constitutivos del tipo
penal. Este criterio se extrae de la regulación que hace el art. 14, 1 CP de los ca-
sos denominados de “error de tipo”, casos en los que alguien realiza la conducta
objetiva descrita en un tipo penal pero con desconocimiento de ello (por ejemplo,
el farmacéutico que expende un medicamento deteriorado —conducta tipificada
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 271
como delito en el art. 361CP— pero desconociendo dicho deterioro). El art. 14,
1 dispone que, en estos casos, no pueda exigirse responsabilidad por dolo sino
sólo, en su caso, por imprudencia.
Por lo tanto, de la regulación del art. 14, 1 CP cabe concluir que el cono-
cimiento de los elementos del tipo es un componente esencial de la conducta
dolosa, puesto que el legislador obliga a excluir el dolo en caso de error (desco-
nocimiento). Esto no significa, sin embargo, que en el Código Penal se identifi-
que el dolo con el conocimiento ni que sólo quepa excluir el dolo en los casos de
error, de manera que queda abierta una de las cuestiones que más ha centrado
la atención de la dogmática penal: la cuestión de si el conocimiento es suficiente
para caracterizar la conducta dolosa o si, como se ha afirmado tradicionalmente,
el dolo debe identificarse con la voluntad de realizar el tipo penal, por contrapo-
sición a la imprudencia que se caracterizaría por la falta de voluntad de realiza-
ción del resultado típico, que se causa sin querer.
Esta cuestión ha determinado que surjan en la doctrina y la jurisprudencia
dos concepciones distintas del dolo, una concepción volitiva y otra cognitiva, que
utilizan distintos criterios (la voluntad o el conocimiento, respectivamente) para
delimitar la conducta dolosa de la imprudente.
Por ejemplo, para condenar a alguien por un delito de homicidio doloso la determinante es probar
que el sujeto quería matar cuando disparó o cuando golpeó a otro. El requisito volitivo que se exige
no es la voluntariedad general de la acción (disparar o golpear voluntariamente), que es un presu-
puesto básico de cualquier infracción penal, sea dolosa o imprudente, sino la voluntad de causar el
resultado (el sujeto debe haber disparado o golpeado con la voluntad de matar a otro).
Para poder afirmar ese querer, es necesario primero constatar que el sujeto
tenía conocimiento de lo que hacía pues se parte de que no se puede querer
aquello que no se conoce o que, al menos, no se ha previsto. En la teoría voliti-
va, el conocimiento es un presupuesto necesario para afirmar la voluntad. Por
tanto, según esta definición pueden distinguirse dos elementos psicológicos en
el contenido de la conducta dolosa: un elemento cognitivo y otro volitivo, siendo
éste último el que diferencia la conducta dolosa de la imprudente.
272 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (IV)
Para las teorías volitivas del dolo, el elemento cognitivo también concurre en la imprudencia cons-
ciente o con representación, sólo que en la conducta imprudente el sujeto prevé o se representa
el resultado pero no lo quiere, sino que actúa en la confianza de que no se realice. Por ello lo que
caracteriza a la conducta dolosa es que, además del conocimiento, concurra un elemento volitivo,
que el sujeto quiera el resultado.
Por ejemplo, A, guarda jurado vigilante de una finca, al observar que diversas personas que habían
entrado en la finca para robar residuos de corcho estaban huyendo por una de las laderas de la
cañada, detrás de unos arbustos, decide hacer tres disparos con ánimo de asustarles para que se
detuvieran, alcanzando el último a uno de los jóvenes, que no fue visto por A, y causándole la muer-
te. ¿Debe responder A por un homicidio doloso o por un homicidio imprudente?
Comete un homicidio doloso (art. 138 CP), con dolo de primer grado, el que con intención de matar
a otro le dispara un tiro o pone una bomba en su coche ocasionándole la muerte.
Por ejemplo, una mujer suministra a su marido, sin que él lo sepa y sin prescripción facultativa (aun-
que aconsejada por una familiar que es enfermera), medicamentos para calmar su carácter agresivo
y disminuir su adicción al alcohol, conociendo (por la información que le da la enfermera) que ello
le produciría consecuencias lesivas en su salud (en concreto, torcimiento del cuello y la cabeza).
Aunque su objetivo no era causar una enfermedad al marido (pues incluso ello le hacía más sacrifi-
cado su cuidado), sin embargo, la mujer decide seguir adelante con su plan cuando comienzan los
primeros síntomas de enfermedad. Por ello, su conducta puede calificarse como constitutiva de un
delito de lesiones con dolo directo de segundo grado.
Por ejemplo, A no puede dormir en su casa debido al ruido que provenía de un grupo de personas
que pegaba carteles en la fachada de su casa y les arroja desde un balcón varios cubos de agua.
Ante la persistencia del grupo en su actividad, toma un ladrillo de más de un kilo de peso y lo arroja
desde su balcón al grupo alcanzando en la cabeza a una de las personas que resulta muerta.
imprudencia han dado lugar a las llamadas teorías sobre el dolo eventual y que
pueden sintetizarse en tres grandes grupos: teoría del consentimiento, teoría de
la representación y teoría mixta o ecléctica.
Por ejemplo, unos terroristas secuestran a alguien y le colocan un artefacto explosivo al cuerpo para
pedir un rescate bajo amenaza de hacer estallar el explosivo, pero éste estalla por error y mata al
secuestrado. Aunque es evidente que conocen plenamente la posibilidad de que estalle el explosivo,
es claro que no quieren que ello ocurra porque entonces desaparece la posibilidad de obtener el
rescate, con lo cual el resultado de muerte debería imputarse por imprudencia (ejemplo inspirado
en la STS de 28 de noviembre de 1986, caso Bultó, en el que el TS condenó por homicidio doloso
eventual)
gico necesario en la conducta con dolo eventual. Ello lleva a que los Tribunales
tomen su decisión casi de modo intuitivo, tomando especialmente en cuenta qué
tipo de persona es el procesado o si el resultado delictivo se ha producido en el
ejercicio de una actividad socialmente adecuada (por ejemplo la circulación) o
como resultado de una inicial actividad delictiva.
El gran problema de las teorías volitivas del dolo radica en que deducen que el sujeto “aceptó” o se
“conformó” con el resultado del mero hecho de haber actuado con conocimiento o previsión de la
realización del tipo penal (STS de 18 de marzo de 1980: muerte de una mujer como consecuencia
de las cuatro agresiones sufridas por parte de la misma persona en un corto espacio de tiempo).
Esta posición jurisprudencial se plasmó también de manera gráfica en la expresión utilizada por el
TS para calificar como dolosa la conducta de quien actuó a pesar del conocimiento del peligro de
lesión de su conducta: “del mismo modo que el movimiento se demuestra andando, el dolo se de-
muestra actuando” (STS 19 de diciembre de 1978). Esto es: la teoría ecléctica resulta criticable por
su incoherencia con la premisa teórica de partida del dolo como “conocimiento y voluntad”, ya que
en ella la exigencia de voluntad como nexo psicológico con el resultado resulta meramente retórica.
En efecto, si el elemento volitivo del dolo se deduce del elemento cognitivo (si se sabe y se actúa, es
que se quiere), el elemento volitivo pasa a ser directamente superfluo (Laurenzo Copello).
Así, en el ejemplo anteriormente citado de A, guarda jurado vigilante de una finca que dispara a unos
transeúntes con ánimo de asustarles y mata a uno de ellos, para la teoría cognitiva, lo decisivo para
la calificación como dolosa de la conducta no es si A se conformó, asumió, se resignó o, de alguna
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 277
manera aceptó el resultado de muerte sino si el guarda se representó la posibilidad de la muerte (atri-
buyó a su conducta la capacidad de matar o reconoció el peligro concreto de matar que conllevaban
sus disparos) y, pese a ello, decidió disparar.
Por ejemplo, actúa con dolo eventual quien, para ganar una apuesta, decide conducir en sentido
contrario por una autovía durante diez kilómetros, puesto que dicho conductor sabe que está crean-
do un peligro concreto (que escapa de su control) para la vida e integridad física de los ocupantes
de los otros vehículos que puedan circular por la autovía, quienes pueden verse obligados a salirse
de la calzada o con los que puede colisionar. Si efectivamente, ello ocurre y alguna persona resulta
muerta o lesionada, puede decirse que el conductor previó ese resultado y debe responder del
mismo a título de dolo. Por el contrario, el conductor que adelanta invadiendo el carril contrario en
un tramo con poca visibilidad (en el que está prohibido adelantar) pero convencido de que, aunque
viniera un coche de frente, tiene tiempo de incorporarse a su carril, y, sin embargo, colisiona, debe
responder de los resultados de muerte o lesiones que se produzcan a título de imprudencia, puesto
que no previó dichos resultados.
El caso consistía básicamente en enjuiciar la conducta de unos empresarios del sector del aceite
que realizaron una serie de manipulaciones sobre aceite destinado al consumo humano, incorporán-
dole aceites no comestibles (aceite de colza desnaturalizado) y cuyo consumo produjo numerosas
muertes y lesiones. El TS revocó la condena por imprudencia impuesta por el Tribunal de instancia y
consideró que las muertes y lesiones debían imputarse como dolosas, argumentando que los empre-
sarios habían actuado con conciencia del peligro concreto para la vida y la salud que conllevaba su
acción y sometieron a las víctimas a situaciones peligrosas que no tenían la seguridad de controlar.
Con posterioridad a este caso, son muchas las sentencias que reproducen sus
fundamentos para argumentar el carácter doloso de la conducta enjuiciada con
278 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (IV)
el criterio exclusivo del conocimiento del riesgo con el que actuó el sujeto, aun-
que no puede decirse que ésta sea una línea uniforme en el TS.
Así, por ejemplo, en la STS de 28 de abril de 2003 (Tol 274536) se imputa un delito de lesiones
(psíquicas) dolosas (art. 147 CP) al acusado, quien, tras una discusión con su esposa, cuando ésta
estaba tumbada en la cama, le enrolló la cabeza y la cara con cinta de embalar, tapándole parcial-
mente la boca y apretándole con una almohada el rostro (que el propio acusado retiró después), he-
cho que desencadenó en la mujer un cuadro ansioso depresivo reactivo y de estrés post-traumático,
debido a la vivencia de que su marido pretendía acabar con su vida, asfixiándola. El TS fundamenta
la imputación dolosa en que el acusado “por las circunstancias en que se desarrollaron los hechos y
por su propia conducta tuvo que haber previsto la alta probabilidad del resultado de su acción“.
Esta identificación del dolo con la indiferencia está presente en algunas sentencias del TS que si-
guen una concepción cognitiva del dolo. Así, en la STS de 18 de febrero de 2000 (Tol 15574), se
afirma: “El dolo no se da sólo en los casos de una actitud intencional, es decir, cuando el propósito
del autor es la producción del resultado acaecido, sino también cuando, no existiendo intención, el
autor ha tenido respecto al resultado una actitud que justifica la respuesta prevista en la ley penal
para los hechos más graves por oposición a la ejecución imprudente del tipo”.
En la práctica, los resultados de operar con esta concepción cognitiva del dolo
no difieren sustancialmente de los que se alcanzan utilizando la teoría ecléctica
para diferenciar los supuestos de dolo eventual respecto de los de mera impru-
dencia.
Por ejemplo, el sujeto sabe que está ejerciendo la profesión de gestor administrativo sin tener el
título oficial (art. 403); sabe que se está apropiando de una cosa perdida de más de 400 euros (art.
253); o que está recolectando una especie de flora amenazada (art. 332); pero desconoce que
dichas conductas constituyen un delito. En todos estos casos se ha realizado el tipo doloso de los
correspondientes delitos, valorándose el desconocimiento de la ilicitud (error de prohibición) en el
juicio sobre la culpabilidad del sujeto.
Por ejemplo, respecto al elemento “otro” (que equivale a persona humana) del delito de homicidio,
el sujeto debe saber que el objeto al que ha agredido es una persona humana (no hay dolo si cree
que dispara a un animal).
En el lenguaje coloquial se emplea la expresión “sé lo que va a pasar” cuando alguien prevé un
acontecimiento futuro.
Por tanto, el dolo, cuando se refiere al resultado como elemento del tipo, su-
pone la previsión del mismo y esa previsión dependerá de que el sujeto abarque
intelectualmente el riesgo que permite explicar el posterior resultado, pues en
el conocimiento del riesgo se encuentra implícita la previsión del resultado. Por
el contrario, cuando el autor ni siquiera se da cuenta de que está creando un
riesgo o, reconociendo cierta peligrosidad en su conducta, cree erróneamente
que la situación se encuentra bajo su control (lo que tradicionalmente se conoce
como “culpa consciente” o “imprudencia con representación), actúa imprudente-
mente porque no ha previsto el resultado.
280 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (IV)
Por ejemplo, si alguien en un día en que el viento es muy fuerte en una zona boscosa y sabiendo el
peligro de incendio que conlleva encender fuego en ella, a pesar de todo, se decide a quemar unos
matorrales, deberá responder de un delito doloso de incendio si éste llega a producirse (art. 352 CP).
Por el contrario, si, en el mismo supuesto, no sopla viento y el sujeto, aunque se representa el peligro
de incendio, se provee de una manguera para poder atajar cualquier conato de fuego, pero en un
determinado momento se levanta un vendaval y no logra atajar el fuego, deberá responder sólo por
un delito imprudente de incendio (art. 358 en relación con el art. 352 CP) (Corcoy Bidasolo).
Así, por ejemplo, en el caso de la STS de 18 de febrero 2000 (Tol 15574), se afirma el carácter doloso
de las lesiones graves (art. 149 CP) causadas por el acusado porque éste “sabía que golpeaba con
un vaso de vidrio y el lugar en el que golpeaba; conocía la posibilidad de que el vaso se rompiera
con el golpe y tuviera una mayor posibilidad cortante” y se concluye que “el conocimiento de todas
esas circunstancias comporta el conocimiento del peligro (no permitido) concreto de lesión producida
y por tanto determina el carácter doloso de la acción”.
Por ejemplo, según este criterio, debe afirmarse la existencia de un homicidio doloso en el conocido
en la doctrina como “caso Thyren”, en el que A, completamente inexperto en el manejo de armas,
con intención de matar a B, le dispara desde tal distancia que incluso a un tirador superdotado le
sería dificilísimo acertar y, sin embargo, el disparo le alcanza causándole la muerte. A ha creado, con
su disparo dirigido a matar a B, un riesgo no permitido de muerte que se ha realizado en la muerte
de éste (imputación objetiva) y A ha disparado con previsión de ese resultado, pues precisamente
esa era la finalidad de su acción, lo que permite afirmar la existencia de dolo (imputación subjetiva).
ii. Tampoco el hecho de que el peligro creado por el autor fuera muy alto
conlleva per se la afirmación del dolo del autor si éste no advirtió dicho peli-
gro (son aquéllos que el TS llama de “imprudencia temeraria rayana en el dolo
eventual”).
Así, en la STS de 30 de noviembre de 2001 (Tol 129116), se afirma que, a pesar de que la acción del
acusado, Jesús, generó un peligro importante para el bien jurídico, de manera que las posibilidades
de producción del resultado lesivo eran considerables, la conducta no puede ser calificada como
dolosa porque “en este caso es claro que el autor no tuvo conocimiento de generar un peligro con-
creto que no estaba en sus manos controlar, aunque, evidentemente, sabía que generaba un peligro
jurídicamente desaprobado”.
No obstante, son muy problemáticos los casos en que el nivel o entidad del
peligro es tan elevado que no sería racional para un hombre medio confiar en
la no realización del resultado lesivo (caso de confianza irracional en la no pro-
ducción del resultado). Para un sector doctrinal la conducta debe considerarse
dolosa, con independencia de si el sujeto fue consciente del peligro (Luzón Peña),
pero esta posición no puede ser compartida desde nuestro punto de vista pues
ello significaría prescindir de la relación subjetiva del autor con el hecho y por
tanto renunciar a un concepto personal del injusto del que hemos partido. En es-
tos supuestos, lo que debe analizarse es si el autor realmente tuvo conocimiento
de que generaba un peligro concreto que no estaba en sus manos controlar, para
lo cual, evidentemente, el nivel del peligro creado es un indicio muy relevante
para atribuir al autor dicho conocimiento.
Así, por ejemplo, en la STS de 25 de marzo de 2004 (Tol 365580), se califican como dolosas las
quemaduras producidas por uno grupo de jóvenes a un amigo disfrazado de caníbal negro, a pesar
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 283
de que la intención era gastarle una broma, puesto que los jóvenes conocían el carácter altamente
inflamable del tejido del disfraz y que el incendio del mismo escapaba de su control.
Por ejemplo, el “fin de conseguir una confesión” en el delito de tortura (art. 174, 1 CP); o la finalidad
del autor de “impedir el libre ejercicio de la autoridad” que caracteriza el subtipo agravado del delito
de daños del art. 263, 2, 1 CP.
Por ejemplo, la conducta del estudiante que simula la expedición del título de licenciado con el único
propósito de hacer creer a sus padres que ya ha terminado la carrera, aunque puede subsumirse
en el tenor literal del art. 392 CP, es atípica, porque, aunque la redacción típica no lo diga expresa-
mente, es necesario que la falsedad se realice con la intención de incorporar el documento al tráfico
jurídico.
D. La imprudencia
a. Concepto y clases
Al igual que sucede con el concepto de dolo, el Código Penal no establece los
criterios para determinar cuándo una conducta debe ser calificada como impru-
dente, sino que se limita a castigar al que realice una determinada conducta
“por imprudencia” (por ejemplo: “el que por imprudencia grave causare la muer-
te de otro”—art. 142 CP).
Debe señalarse que el Código Penal de 1995 ha consolidado la utilización del término imprudencia,
que ya se había introducido en el CP-73 con la reforma de 1983, sustituyendo al antiguo término de
culpa. También la referencia a delitos imprudentes (art. 10 CP) ha desplazado a la antigua de delitos
culposos.
Desde el punto de vista del tipo objetivo, los tipos dolosos o imprudentes no
son diferentes: en ambos casos, la vertiente objetiva del tipo penal se afirma
cuando se comprueba, mediante los criterios proporcionados por la teoría de la
imputación objetiva, que la conducta realizada puede subsumirse en alguno de
los distintos tipos penales de la Parte Especial (si se ha matado, lesionado, falsi-
ficado un documento, causado un daño…). La diferencia entre el tipo doloso y el
imprudente reside en su distinto componente subjetivo: conocer o poder conocer
el tipo objetivo. Si lo que caracteriza la realización dolosa de un tipo penal es
que el autor ha actuado con conocimiento o previsión de los elementos objetivos
del tipo, la imputación a título de imprudencia se produce cuando el autor obró
sin ese conocimiento o previsión pero debía haberlo previsto y evitado. La posi-
bilidad de conocer (cognoscibilidad) y de evitar el resultado caracteriza el delito
imprudente frente al doloso.
Ahora bien, ese deber de previsión y evitación dependerá de los conocimien-
tos, capacidades y experiencias personales del autor. Desde luego, el tipo sub-
jetivo del delito imprudente no se caracteriza, como en el doloso, por la con-
currencia de un elemento psicológico (el conocimiento o la previsión), sino por
uno normativo (el poder y deber de conocer o prever), pues la imprudencia no
puede definirse en términos psicológicos sino normativos. Pero, en cuanto que
para determinar la cognoscibilidad o previsibilidad del resultado que caracte-
riza al tipo imprudente se tienen en cuenta las capacidades, los conocimientos
y experiencias personales o individuales del autor en el momento de realizar la
acción, puede seguir distinguiéndose un tipo subjetivo en el tipo imprudente.
La valoración de si el resultado era previsible y evitable teniendo en cuenta
286 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (V)
Por ejemplo, si un conductor ha atropellado en la ciudad a un niño que cruzaba la calle al salir del
colegio causándole la muerte, en la imputación objetiva habrá que tener en cuenta si el conductor
creó un riesgo típicamente relevante (la velocidad que llevaba no era objetivamente la debida en una
zona de salida de escolares) y si ese riesgo es el que se ha realizado en el resultado (ha sido esa
velocidad excesiva la que le ha impedido frenar y le ha hecho causar el atropello y no, por ejemplo,
que el niño se haya lanzado de forma totalmente imprevisible debajo de las ruedas del coche). En la
imputación subjetiva, habrá que tener en cuenta si ese conductor en concreto, teniendo en cuenta
sus conocimientos (por ejemplo, era vecino del barrio y sabía que siempre cruzaban niños por esa
zona) y sus capacidades (sus reflejos, el tiempo de frenado del coche) podía haber previsto el atro-
pello y podía haberlo evitado con una conducta más diligente.
Por ejemplo, un conductor decide adelantar en una curva con poca visibilidad invadiendo el carril
contrario y ocasiona una colisión mortal.
En el ejemplo anterior, el conductor cree erróneamente que, si viene un coche de frente, le da tiempo
a incorporarse de nuevo a su carril.
Se trataría del caso del conductor que, sin conciencia de la peligrosidad de su conducta y distraído
por la discusión que mantiene con su cónyuge en el coche, invade el carril contrario y colisiona con
otro vehículo que venía de frente.
Así, en la STS de 21 de octubre de 2003 [Sala de lo Militar (Tol 325334)], se califican como impruden-
tes, frente a la pretensión del Abogado del Estado de considerar el suceso como un caso fortuito, las
lesiones causadas por un cadete que participaba en un ejercicio de disparos de fogueo (que debían
realizarse al aire y verificando previamente la ausencia de personas próximas) y que, sin darse
cuenta, colocó el arma en dirección a la entrada de la dependencia en donde se hallaba oculto e hizo
fuego sin cerciorarse de la no presencia de otras personas. El TS considera que el cadete “estaba
en condiciones de evitar el resultado que se produjo como consecuencia de su acción, si hubiera
extremado el cuidado debido en tales circunstancias”.
Los delitos imprudentes previstos en el Código Penal son: homicidio (arts. 142 y 621, 2); aborto (art.
146); lesiones (art. 152 y 621, 1 y 3); lesiones al feto (art. 158); alteración del genotipo de los genes
humanos (art. 159); sustitución de un niño por otro (art. 220); daños comunes superiores a 80.000
euros (arts. 267) y daños en el patrimonio histórico, artístico, cultural o científico superiores a 400
euros (art. 324); blanqueo de capitales (art. 301, 3); delito contra la seguridad en el trabajo (art. 317);
delito contra el medio ambiente (art. 331); delito relativo a la energía nuclear (art. 344); estragos (art.
347); incendios (art. 358); elaboración y despacho de sustancias peligrosas para la salud (art. 367);
falsedad documental de funcionarios públicos (art. 391); prevaricación judicial (art. 447); deslealtad
profesional de abogado y procurador (art. 467, 2); delitos cometidos por los funcionarios contra la
libertad individual (art. 532); omisión de los deberes de colaboración en la prevención de la finan-
ciación del terrorismo (art. 576 bis, 2); y descubrimiento de secretos relativos a la defensa nacional
(art. 601).
Por ejemplo, el art. 331 CP, que cierra el Capítulo III (del Título XVI) dedicado a los “delitos contra los
recursos naturales y el medio ambiente” dispone que los hechos previstos en dicho capítulo “serán
sancionados, en su caso, con la pena inferior en grado, en sus respectivos supuestos, cuando se
hayan cometido por imprudencia”, discutiéndose en la doctrina si esta previsión es aplicable también
a los delitos, como el del art. 329 CP, que incorporan elementos subjetivos como “a sabiendas”.
Supongamos que alguien deja en un día de fuerte viento las macetas en el filo del alféizar de la ven-
tana de su piso, bajo la cual pasan numerosos transeúntes, sin ninguna protección y se marcha al
trabajo. Ante tal situación, la vecina que se da cuenta del peligro, puede avisar al Ayuntamiento, pero
no puede denunciar al Juzgado de Guardia la conducta de su vecina por el peligro que representa
para la integridad de las personas. Sólo si efectivamente la maceta cae y lesiona a alguien puede
intervenir el Derecho Penal imputando un delito de lesiones imprudentes.
En este sentido, la STS de 30 de noviembre de 2001 (Tol 129116) afirma que “la gravedad de la
imprudencia está directamente en relación con la jerarquía de los bienes jurídicos que se ponen en
peligro y con la posibilidad concreta de la producción de un resultado lesivo. Cuando la acción del
autor genera para el bien jurídico vida un peligro importante en condiciones en las que la posibilidad
de producción del resultado es considerables, la imprudencia debe ser calificada como grave”.
Por ejemplo, el taxista que adelanta en una autopista sin mirar por el espejo retrovisor y colisiona
con el vehículo que circulaba por el carril de la izquierda no actúa con imprudencia profesional,
pues la desatención en la circulación es una imprudencia imputable a cualquier conductor, sin que
pueda justificarse que el taxista deba recibir una mayor pena que si esa misma conducta la realiza
un conductor que no es taxista.
c. El error de tipo
a’. Concepto y clases: vencible e invencible
Con la figura del “error de tipo” se alude a aquellos casos en que el sujeto
realiza los elementos objetivos de un tipo penal (matar a otro —art. 138 CP;
mantener relaciones sexuales con un menor de trece años — art. 181, 2 CP;
apropiarse de una cosa ajena — art. 234 CP) desconociendo la realización de
alguno de ellos.
Ejemplos: el cazador dispara a un niño escondido entre los matorrales creyendo que era una pieza
de caza (desconoce que mata a “otro”); un joven mantiene relaciones sexuales con una chica de
12 años que ha conocido en un bar creyendo que tiene al menos quince años (desconoce que es
menor de trece años); la cliente de un restaurante se lleva a la salida un abrigo de visón del perchero
creyendo que era el suyo (desconoce que se apropia de una cosa “ajena”).
Si, como hemos visto, es inherente a la conducta dolosa la actuación con cono-
cimiento o previsión de la realización de la conducta típica, el desconocimiento
de algún elemento del tipo lleva necesariamente a negar el carácter doloso de la
conducta pues el sujeto no sabe lo que hace (no sabe que está matando a otro,
que está teniendo relaciones con una menor de trece años o que está apropián-
dose de una cosa ajena). Esta consecuencia es la prevista expresamente en el
art. 14, 1 CP, cuando excluye la responsabilidad penal para los casos de error
invencible sobre un hecho constitutivo de la infracción penal.
El art. 14, 1 CP regula las consecuencias del error distinguiendo si el error
es invencible o vencible: “el error invencible sobre un hecho constitutivo de la
infracción penal excluye la responsabilidad criminal. Si el error, atendidas las
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 293
circunstancias del hecho y las personales del autor, fuera vencible, la infracción
será castigada, en su caso, como imprudente”.
a) El error invencible es aquél que no podía evitarse, que era inevitable.
Cualquier persona puesta en la situación del autor y actuando con la máxima
diligencia hubiera incurrido en el mismo error. El autor ni sabía que realizaba
la conducta típica ni tampoco tuvo posibilidad de saberlo. Por ello la conducta
realizada con error de tipo invencible no puede ser considerada ni dolosa ni
imprudente.
Así, por ejemplo, en el caso del cazador que dispara a los matorrales y mata a un niño, no puede
responder por el tipo de homicidio doloso porque actúa con un error sobre un elemento esencial del
mismo (no sabe que con su conducta está causando la muerte de otro). Si dadas las circunstancias,
no tenía ningún motivo para sospechar que podía haber una persona escondida detrás de los ma-
torrales y cualquier persona diligente en su situación habría estado segura también de disparar a
una pieza de caza, entonces su error será invencible y no dará lugar a responsabilidad penal alguna
por la muerte.
Si en el ejemplo anterior se comprueba que el cazador sabía que, a veces, unos niños de una finca
cercana se introducían en el coto de caza o si, por el tipo de movimientos percibido, cualquier per-
sona diligente habría sospechado que había una persona escondida, entonces, el desconocimiento
del cazador era evitable o vencible pues debería haberse asegurado antes de disparar de que lo que
se ocultaba tras los matorrales era una pieza de caza y no una persona. Por ello, aunque no puede
imputársele un homicidio doloso (art. 138 CP), sí responde de la muerte del niño por imprudencia
(art. 142 CP).
Ahora bien, el castigo de la conducta realizada con error de tipo vencible sólo
será posible si está tipificada la comisión imprudente del delito, dado el sistema
de numerus clausus de incriminación de la imprudencia. Si no está incriminada
la realización imprudente de la conducta, ésta quedará impune (a esto se refiere
el art. 14, 1 CP cuando dice que “la conducta se castigará como imprudente, en
su caso”).
Por ejemplo, si A mantiene relaciones sexuales con B, una niña de 12 años, creyendo en todo mo-
mento que, dada su complexión y desarrollo fisiológico, se trataba de una muchacha de, al menos,
15 años, no puede imputársele el delito doloso de abuso sexual (art. 183, 1 CP), porque desconocía
un elemento esencial del tipo, como es la edad inferior a 13 años. Este error lleva a la exclusión de
la responsabilidad penal en todo caso, aun cuando el error sea considerado vencible, pues no está
previsto el castigo de los abusos sexuales por imprudencia.
294 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (V)
Así, en el caso de la STS de 17 de febrero de 1998 (Tol 77886), la recurrente, que había sido conde-
nada por el delito de tráfico de drogas por haber transportado en su equipaje una bolsa con droga co-
locada dentro de su maleta por una amiga con la que viaja de Las Palmas, alega que desconocía el
contenido del paquete y el TS desestima el recurso con el siguiente argumento: “con notorio acierto
destaca el MF en su informe que obra dolosamente quien actúa con ceguera jurídica, que no quiere
ver o pretende cerrar los ojos para no conocer el antijurídico proceder de su forma de actuar. Todo
resulta de un absurdo y fuera de lógica. La invitación a un viaje que no se sabe a qué va dirigido, que
comienza con una noche durmiendo en Apartamentos Recoletos, esperando la amiga unos avisos y
contactando con terceros, volviendo con paquetes y realizando toda esa mise en scene de envolver
en toalla y rociar con colonia y luego repartirlo entre los equipajes de ambas. Tan sólo en supuestos
de coeficiente intelectual muy reducido sería posible aceptar tal ingenuidad”.
Ejemplo: actúa con error de prohibición el joven que sabe que la chica con la que tiene relaciones
sexuales tiene doce años pero cree que, como ésta consiente libremente, la conducta no es delito;
en este caso, el autor ha realizado un delito de abusos sexuales (art. 183, 1 CP).
El error de tipo puede afectar a cualquier elemento del tipo objetivo, tanto si
se trata de un elemento descriptivo como normativo, a pesar de que la redacción
dada al error de tipo por el art. 14, 1 CP parezca limitar este error a los hechos,
es decir, a los elementos descriptivos o fácticos del delito. Los elementos norma-
tivos del tipo (por ejemplo, el interés histórico, artístico o cultural en el delito
contra el patrimonio histórico —art. 321 CP) también deben estar abarcados por
el dolo del autor, pues vienen a configurar la conducta típica. Si el autor los des-
conoce (no sabe que el edificio alterado era de interés histórico artístico), no pue-
de decirse que ha actuado sabiendo lo que hacía. La única diferencia entre unos
y otros elementos es que el error sobre los elementos normativos no consiste,
como en los descriptivos, en una percepción sensorial equivocada por parte del
autor, sino en una comprensión intelectual equivocada que no le ha permitido
comprender su significado. Ahora bien, tratándose de elementos necesitados de
una valoración jurídica, esa valoración no tiene que ser una valoración técnico-
jurídica correcta, sino que basta lo que se denomina una “valoración paralela en
la esfera del profano”. Si el autor realiza esta valoración sobre el elemento nor-
mativo obra dolosamente, aunque la valoración sea incorrecta desde el punto de
vista técnico-jurídico. Este supuesto se conoce como un error de subsunción que
no excluye el dolo.
Constituye un error de subsunción que no impide la imputación dolosa del delito de encubrimiento
(art. 451, 3º, a) CP), la alegación por parte de quien oculta a un amigo, que sabe que pertenece a
ETA, de que creía que el incendio que había ocasionado no suponía un acto de terrorismo (art. 571
CP), sino un delito común de incendio.
296 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (V)
La STS de 17 de noviembre de 2003 (Tol 332196) absuelve del delito de quebrantamiento del depó-
sito del art. 435, 3º CP al sujeto que dispone de unos bienes embargados por la Autoridad Pública
de los que era depositario en la errónea creencia de que el embargo ya no subsistía. El TS aprecia
un error de tipo sobre un elemento normativo de carácter jurídico. En este caso, el autor no es cons-
ciente de estar disponiendo de bienes embargados.
El delito de detenciones ilegales agravado por la condición de funcionario público del culpable (art.
167 CP) consiste en encerrar o detener a otro “fuera de los casos permitidos por la Ley y sin mediar
causa por delito”; el delito de aborto consentido se comete sólo cuando se realiza “fuera de los ca-
sos permitidos por la ley” (art. 145 CP). Se plantea la cuestión de qué consecuencias debe tener la
creencia errónea del autor de que la detención o el aborto estaba permitido por la ley.
Por último, el error también puede recaer sobre elementos del delito que no son esenciales para
su configuración, pero cuya posible concurrencia es prevista por el legislador para atribuirle efectos
modificativos de la responsabilidad penal: se trata del error sobre los elementos accidentales o
circunstancias del delito. Esta clase de error tiene una regulación específica en el art. 14, 2 CP (al
menos, respeto a las circunstancias agravantes) y será tratado al analizar las circunstancias modifi-
cativas de la responsabilidad criminal.
El ejemplo clásico es el de quien creyendo que mata al Rey (delito contra la Corona del art. 485 CP)
mata a un ciudadano con el que lo confunde (delito de homicidio del art. 138 CP). Si se castigara úni-
camente por el resultado acaecido (homicidio), se dejaría sin valorar el mayor desvalor de la acción
del sujeto que no sólo iba dirigida a matar a otro sino a matar al Rey. Por ello la doctrina mayoritaria
defiende la solución del concurso ideal entre el delito doloso consumado y la tentativa del delito que
se quería realizar (en el ejemplo: concurso ideal —art. 77 CP— entre el delito de homicidio y tentativa
del delito contra la Corona).
298 DELITOS DE ACCIÓN. LA TIPICIDAD (V)
Por ejemplo: “Con ocasión de una disputa tenida por el procesado con su vecino en un camino rural,
por donde éste iba en compañía de su esposa, levantó la azada que portaba tratando de golpear al
vecino, alcanzando con la parte posterior de la herramienta la base del cráneo de la mujer que se
había interpuesto entre los dos hombres con intención de evitar la agresión. La mujer fallece como
consecuencia del traumatismo cráneo encefálico que le produjo el golpe [STS de 7 de febrero de
2002 (Tol 135614)].
En el ejemplo, no resultaría adecuado afirmar que el autor ha matado dolosamente a la mujer pues
sólo por error le ha alcanzado el golpe. Si se quiere abarcar en su verdadera dimensión el injusto
realizado debe tenerse en cuenta que el autor ha intentado matar al marido pero, imprudentemente,
ha matado a su esposa y debe responder, por tanto, por una tentativa de homicidio en concurso ideal
con un delito de homicidio imprudente.
Ahora bien, no debe olvidarse que, aunque la imputación del resultado pro-
ducido a título de imprudencia será la regla general, en otros casos, atendiendo
a las circunstancias en que el autor realizó la acción, el título de imputación
puede ser diferente. Así, si puede probarse que, en el momento de realizar la
acción, el autor tuvo en cuenta o previó que con ella podía alcanzar, además del
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 299
resultado pretendido, otro resultado, éste último debe imputarse a título de dolo
eventual. Estos casos se conocen también como de “dolo alternativo”.
En el ejemplo, si la esposa estaba al lado de su marido y el autor, sabiendo los intentos de la mujer
por interponerse entre ambos, previó la posibilidad de que el golpe alcanzara a su esposa, debe
responder por un delito de homicidio doloso por la muerte de la esposa en concurso con la tentativa
de homicidio del marido.
Ejemplos: a) Alguien dispara para matar a otro y, aunque el tiro falla, la víctima muere de un infarto
producido por el susto; b) Alguien arroja a otra persona a un río por un puente con la intención de
que muera ahogado, pero ésta muere al golpearse con las paredes del puente; c) Alguien, que dis-
para con intención de matar, sólo consigue lesionar a la víctima, que muere en un accidente al ser
trasladada al hospital.
Son los casos en los que el autor tras golpear, asfixiar, etc. a la víctima cree haberla matado y em-
prende acciones para deshacerse de lo que él cree que es ya un cadáver (enterrarla, tirarla al mar,
etc.) comprobándose después que la víctima muere como consecuencia de esos actos posteriores
y no antes.
Una mujer planea matar a su marido estrangulándolo mientras duerme pero, para evitar la posible
defensa de éste, le suministra una dosis de somníferos que le produce un schock mortal. Cuando la
mujer cree estrangularlo, en realidad ya estaba muerto.
Por ejemplo, en un forcejeo entre un policía y una persona que iba ser detenida, el policía le propina
a ésta un fuerte golpe en la cabeza con su defensa reglamentaria que le produjo fractura en el arco
zigomático pero, a consecuencia del golpe, la víctima cayó al suelo de espaldas golpeándose la
cabeza con un escalón allí existente, produciéndose nuevas lesiones gravísimas que le dejan como
secuela un trastorno orgánico de la personalidad (epilepsia post-traumática) [STS 30 de septiembre
de 2000 (Tol 7924)].
Por ejemplo, es lícito matar a otro (conducta típica del art. 138 CP) si se hace en legítima defensa
(art. 20, 4º CP). También es lícito romper un cristal (conducta típica del art. 264 CP) para salir de un
establecimiento en llamas y salvar la vida (estado de necesidad del art. 20, 5º CP). Del mismo modo
es lícita la conducta típica (prohibida con carácter general) del médico que revela datos relativos a la
salud de un paciente (art. 199, 2 CP) cuando lo hace por estar legalmente obligado a ello (arts. 9 y
ss. del Real Decreto 2210/1995, de 28 de diciembre, por el que se crea la Red Nacional de Vigilancia
Epidemiológica para prevenir determinadas enfermedades infecciosas —cólera, lepra, meningitis,
viruela, etc.).
Debe tenerse en cuenta que hay que distinguir entre una antijuridicidad material (consistente en la
lesión o puesta en peligro de bienes jurídicos) que permite, entre otras cosas, llevar a cabo gradua-
ciones de la gravedad del injusto e interpretar el tipo penal, y una antijuridicidad formal (consistente
en realizar una conducta típica sin que concurran causas de justificación) (Roxin). En lo que sigue
nos vamos a referir a ésta última.
Ejemplo: A quien actúa en legítima defensa frente a una agresión ilegítima no es lícito imponerle una
medida de seguridad ni aun en el caso de que se trate de una persona que sufriera una anomalía
psíquica (art. 20, 1º CP).
Ejemplo: El que lesiona a su agresor en legítima defensa no está obligado a indemnizarlo civilmente
por las lesiones que le ha causado, ni debe indemnizar a sus herederos si le causa la muerte.
Ejemplo: Juan observa que Luís está atrapado dentro de una tienda en llamas. Para salvar la vida
de Luís, Juan rompe la luna de cristal del establecimiento permitiendo la salida de Luís. La conducta
de Juan está justificada (art. 20, 5ª CP), es lícita y de ella no se deriva responsabilidad civil. Ahora
bien: el propietario de la tienda tiene derecho a ser indemnizado por la rotura de la luna (prohibición
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 305
del empobrecimiento injusto). Pero esa indemnización no corre a cargo de Juan (que ha actuado
lícitamente), sino de Luís (que es la persona a cuyo favor se ha precavido el daño).
Ejemplo: El que ayuda a defenderse al que está siendo agredido ilegítimamente, está también cu-
bierto por la causa de justificación de legítima defensa (legítima defensa de terceros —art. 20, 4º
CP).
Ejemplo: Frente al policía que lleva a cabo una detención legal, en los casos y con las garantías pre-
vistas por la ley (art. 167 en relación con el art. 20, 7º CP), no cabe reaccionar en legítima defensa.
Frente al que actúa en legítima defensa, no cabe alegar otra legítima defensa.
Ejemplo: En un campo de tiro, A observa a lo lejos que B, con el que hace tiempo tuvo un altercado,
le está apuntando con su arma. Alarmado por esta situación, en la creencia de que B le va a disparar
y de que actúa en legítima defensa, A dispara contra B causándole la muerte. Posteriormente, se
comprueba que la víctima simplemente estaba calibrando y ensayando disparos con su nueva arma
y ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de A. Solución: la conducta de A es ilícita (no
actúa en legítima defensa ya que no concurre el elemento principal de la misma, que es la agresión
ilegítima) aunque la culpabilidad del autor sí estaría afectada (dato que deberá ser valorado en el
ámbito de la culpabilidad conforme al art. 14, 3 CP).
Ejemplo: matar a otro en legítima defensa habiendo provocado previamente al agresor. En este caso
faltaría el tercer requisito (no esencial) del art. 20. 4º, consistente en “falta de provocación suficiente
por parte del defensor”.
En la causa de justificación de legítima defensa, por ejemplo, los presupuestos objetivos son los
establecidos en el art. 20, 3º CP: la agresión ilegítima, la necesidad racional del medio empleado
para repelerla y la falta de provocación suficiente por parte del defensor.
Pero junto a estos elementos objetivos, es preciso que exista, además, el ele-
mento subjetivo de justificación. Este elemento es exigido por la doctrina cien-
tífica y jurisprudencial y consiste en que el sujeto conozca la situación objetiva
justificante y actúe en base a ella (Roxin). Para la presencia del elemento subje-
tivo no es necesaria la existencia de un ánimo adicional de obrar en el ejercicio
de la causa de justificación, sino tan sólo que el autor haya actuado con conoci-
miento de las circunstancias de la causas de justificación de que se trate (así lo
deduce la jurisprudencia de la expresión actuar “en” defensa [por todas SSTS de
24 de febrero de 2000 (Tol 23750) y 22 de julio de 2005 (Tol 725646)].
Para actuar en legítima defensa no basta con defenderse objetivamente, sino que el sujeto debe
saber, además, que está repeliendo una agresión ilegítima. En efecto, los Tribunales exigen para
justificar la acción de legítima defensa “un ánimo de defensa en el sujeto, como elemento subje-
tivo que debe apreciarse en la conducta enjuiciada” [STS de 20 de mayo de 2004 (Tol 443454)].
El elemento subjetivo de justificación no exige que el sujeto sea ajeno, por ejemplo, a móviles o
sentimientos de odio o venganza. Matar en legítima defensa a quien se odia es también un acto de
legítima defensa.
Por ejemplo: A dispara contra B y lo mata. Posteriormente logra probarse, dato que A ignoraba, que
en el mismo momento en que él disparaba contra B, B se disponía a hacerlo contra él, por lo que
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 307
“objetivamente” —aunque sin saberlo— ha actuado en “legítima defensa”. Las soluciones que se
proponen para estos casos son variadas.
Por ejemplo: si se realiza un disparo de advertencia para evitar una agresión y, por error, se alcanza
y se mata al agresor: la conducta estará justificada si en ese caso también hubiese estado justificada
la conducta de dispararle a dar. Si se intenta parar un coche antijurídicamente y su conductor, en el
intento de huir, acelera atropellando involuntariamente al agresor, la conducta estará justificada si
también lo hubiera estado atropellarlo dolosamente. La regla opera siempre y cuando no se alcance
308 DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (I)
defensa frente a una agresión terminada, pues supone un exceso cronológico carente de cobertura
legal” [STS de 29 de septiembre de 2004 (Tol 514635)]. Una vez desarmada la víctima desapareció
toda necesidad de la defensa, y es bien sabido que ha de resultar imprescindible la defensa para
posibilitar la apreciación de la eximente —en cualquiera de su variantes; completa o incompleta—,
que exige entre la agresión y la defensa una unidad de acto, pues si el ataque agresivo ha pasado,
la reacción posterior deja de ser defensa para convertirse en venganza. STSJ de Cataluña de 1 de
febrero de 2007 (Tol 1093419).
Por ejemplo: no hay legítima defensa cuando se apalea a un niño agresor siempre que la potenciali-
dad y posibilidad lesiva de su ataque fuese mínima; ni cuando se lesiona gravemente a una persona
ebria que ha insultado e intentado atacar cuando era posible contestar verbalmente y rehuir su ata-
que sin peligro; tampoco es el mismo derecho de defensa el que otorga el Ordenamiento Jurídico a
un ciudadano frente a quienes van a secuestrarlo que frente a los policías que intentan detenerlo por
error. Ante el enfermo mental que intenta matar a X por considerarlo una reencarnación del demonio,
X debe limitarse a rehuir el ataque por todos los medios; no obstante, si la única forma que tiene X.
de salvar la vida es matando al enfermo, está autorizado a hacerlo.
Especialmente ilustrativa del impacto del principio de proporcionalidad en la legítima defensa resulta
la STS de 7 de junio de 1989. En ella se denuncia el recelo e incluso la repugnancia que siempre
produjo el que frente a una agresión o ataque patrimonial pudiese estimarse justificada una reacción
defensiva productora de la muerte del agresor. Y se señala también cómo ese rechazo ha dado lugar
a que se introduzcan (en la legítima defensa) criterios o doctrinas ético-sociales correctoras en orden
a la aplicación de la legítima defensa de los bienes, siendo de resaltar la que dio entrada al principio
de ponderación de bienes. En base a ella —concluye la Sentencia ya citada— debe rechazarse,
cuando de la defensa de los bienes se trata, la reacción defensiva consistente en la acción homicida,
por prohibirlo expresamente el art. 2 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y Libertades Fundamentales, ratificado por España en 1979.
En este sentido se manifiesta de manera unánime la jurisprudencia: “Esta Sala II viene de manera
reiterada afirmando que la eximente de legítima defensa exige para su posible estimación la con-
currencia de los siguientes requisitos: a) agresión ilegítima (consistente en la puesta en peligro de
bienes jurídicamente protegidos —vida, patrimonio, etc.—, consecuencia de una acción o conducta
actual, inminente, real e injusta, en el sentido de fuera de razón o inesperada), que constituye el
presupuesto esencial de toda legítima defensa —completa o incompleta—; b) necesidad racional
del medio empleado para impedirla o repelerla; c) falta de provocación suficiente por parte del que
se defiende; y, finalmente; d) ánimo de defensa en el sujeto, como elemento subjetivo que debe
apreciarse en la conducta enjuiciada”. [STS de 20 de mayo de 2004 (Tol 443454)].
Sin embargo, no pueden incluirse dentro del concepto de agresión “las expresiones insultantes o
injuriosas, por graves que fuesen, ni las actitudes meramente amenazadoras si no existen circuns-
tancias que hagan adquirir al amenazado la convicción de un peligro real o inminente (STS 12 de
julio de 1994), exigiéndose “un peligro real y objetivo y con potencia de dañar” [SSTS 6 de octubre de
1993 y de 21 de noviembre de 2007 (Tol 1213979)]. De este modo no constituye agresión “el simple
pedir explicaciones o implicar verbalmente a otra persona (STS 23 de marzo de 1990), ni el “hecho
de llevar las manos en los bolsillos, profiriendo insultos” (STS 26 de mayo de 1989).
Los bienes defendibles pueden ser de titularidad estatal (v. gr. una estatua colocada en la vía pú-
blica). No pueden ser defendibles, por el contrario, los bienes jurídicos de carácter comunitario o
colectivo (tales como la salud pública, el orden público o el medio ambiente), porque éstos deben
protegerse por otros medios diferentes establecidos por la Administración o por las Fuerzas y Cuer-
pos de Seguridad del Estado. Por ejemplo, si en un establecimiento comercial se está atentando
contra la salud pública por venderse alimentos caducados, un particular, con el fin de impedir la
entrada de los clientes, no podrá poner un candado en la persiana del local o colocarse en la puerta
para impedir el paso.
De todos modos se discute si puede constituir una agresión ilegítima una conducta ilícita pero atípica
en cuanto que lesione bienes jurídicos no protegidos por el Derecho Penal. Piénsese en la conducta de
quien observa con unos prismáticos la actividad de otra persona dentro de su casa. Estaríamos ante
una intromisión ilícita en el derecho a la intimidad, protegido por el Derecho Civil (LO 1/1982, de 5 de
mayo), pero no por el Derecho Penal (vid. art. 197 CP). ¿Podría el observado, dentro de los términos
de la proporcionalidad, llevar a cabo una acción defensiva frente a quien lo observa? O imaginemos
que alguien sorprende a otro pegando carteles en los que se anuncia un producto y en los que aparece
una fotografía suya cuya utilización no ha autorizado. ¿Podría el sujeto, ante esta intromisión ilegítima
en su derecho a la propia imagen, romper o sustraer los carteles si esa es la única forma para evitar
que se sigan pegando? Téngase en cuenta que en ambos casos estaríamos ante la protección por el
particular de un derecho fundamental ante una modalidad de ataque penalmente irrelevante, aunque
ilícita. La respuesta afirmativa a las cuestiones formuladas parece ser la correcta.
Piénsese en el caso de un sujeto que monta en bicicleta, pese a ser bastante inexperto, y se aden-
tra por una acera con peatones. Uno de ellos, que le ve venir tambaleándose y vacilante le da un
empujón para que se detenga, causándole lesiones. “La corriente doctrinal mayoritaria reserva el
concepto de agresión antijurídica para comportamientos dolosos. Y no sólo por razón del fundamen-
to de la eximente. También constituye un serio inconveniente la exigencia del resultado lesivo para
que exista una conducta típica imprudente, por lo que no es posible reaccionar en legítima defensa
frente a una acción descuidada que todavía no es típica (Pomares Cintas). En estos casos entrarían
en juego las reglas del estado de necesidad.
con las que no se contaba” (STS de 13 de marzo de 2003 y STS 26 de octubre de 2005), producién-
dose un cambio cualitativo en la situación de los contendientes [SSTS de 5 de abril de 1995; 20 de
septiembre de 1991; y 21 de noviembre de 2007 (Tol 1213979)].
Por tanto, como precisan las SSTS de 29 de febrero de 2000, de 16 de noviembre de 2000 y de 6 de
abril de 2001, no puede confundirse la necesidad racional del medio empleado con la proporcionali-
dad entre la lesión que puede ser causada y la que se quiere evitar, pues la defensa está justificada
por su necesidad y no por la proporcionalidad mencionada [SSTS de 1 de abril de 2004 (Tol 420790)
y de 14 de abril de 2005 (Tol 639155)].
Los ejemplos pueden multiplicarse: “… Ante la agresión que recibió el recurrente de una “fuerte
patada” en el pecho, la reacción de éste, que fue echado hacia atrás, de lanzar un puñetazo al rostro
(no precisamente dirigido a la boca como se afirma en la fundamentación), constituye una reacción
proporcionada —desde la legitimidad e incluso necesidad de la respuesta—, pues al igual que la
agresión que recibió, no se utilizaron armas o instrumentos. Se contraatacó con el empleo de una ex-
tremidad superior (puñetazo) cuando fue atacado con una extremidad inferior (patada). Ciertamente
el resultado de la rotura de una pieza dental, puede estimarse como una consecuencia no necesaria
de todo puñetazo, aunque puede acompañarlo, pero su ocurrencia no patentiza desproporción del
medio de reacción empleado, sino que su intención fue repeler el ataque por el medio racional que
tuvo “a mano” que fue proporcionado desde la legitimidad y necesidad de responder a la agresión
y desde la propia entidad del injusto ataque recibido” [STS de 1 de abril de 2004 (Tol 420790)].
“En este caso, no cabe considerarla falta de racionalidad o de proporcionalidad (adecuación) en el
escenario circunstanciado en que se produjeron los hechos por el mero dato de que en la situación
indubitada de “necesitas defensionis” y ante una agresión inminente de varias personas con objetos
peligros (como son las banquetas) el acusado respondiera lanzando un vaso de cristal a la cara de
Carlos Alberto” [STS 14 de abril de 2005 (Tol 639155)]. En una pelea entre varios sujetos contra un
discapacitado, el acusado sale de un bar para defender al discapacitado y utiliza un cuchillo para
repeler la agresión. Entiende el Tribunal que el medio elegido era racional, “ya que era objeto de un
brutal ataque por varias personas, al punto que cayó al suelo perdiendo el conocimiento, como se
relata en el “factum”, y cuando se reanima, reincorporándose, no hace más que refugiarse en el bar,
de donde había salido para defender al discapacitado (Armando), y en esa situación, le siguió uno
de los injustos agresores (Hugo), con intención de seguir acometiéndole, por lo que hubo de tomar
un instrumento idóneo para su defensa, como era un cuchillo, para impedir la continuación de la
agresión” [STS de 22 de julio de 2005 (Tol 725646)].
La elección de un medio más lesivo en detrimento de otro u otros posibles menos lesivos, integra el
llamado exceso intensivo en la legítima defensa que impide la aplicación de la eximente completa.
“Fue objeto de una agresión ilegítima, súbita e inopinada por parte de los dos hermanos Fermín y
Gregorio, quienes no portaban arma alguna. Aquél, para dar respuesta, se valió de un machete de
23 centímetros de hoja que tenía en el interior de su vehículo, hiriendo en el brazo a Fermín y en la
cara a Gregorio, rompiéndose, por tanto, toda relación de proporcionalidad en los medios empleados
para defenderse” [STS de 20 de mayo de 2004 (Tol 443454)]. De todos modos, como veremos, la ju-
risprudencia ha considerado que no pocas veces el exceso defensivo puede ser cubierto por un error
de prohibición o por un estado pasional asténico —del que es prototipo el miedo insuperable (STS de
24 de febrero de 2000), excluyéndose no la ilicitud del hecho, aunque sí la culpabilidad del autor.
316 DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (I)
Por ejemplo, se ha entendido que “… no puede hablarse de que mediase provocación suficiente por
parte del Sr. A, ya que si bien, en un primer momento, penetró en el establecimiento propiedad del
Sr. B y de su esposa D.ª C, teniendo un incidente con ésta, lo cierto es que el mismo había culminado
cuando sobrevino la agresión ilegítima del Sr. B, debiendo, en cualquier caso, afirmarse que dada la
leve entidad del episodio con la mujer —motivado no se olvide por que el Sr. A vio salir a su hija llo-
rando del establecimiento propiedad de la Sra. C— aun en el supuesto de que se hubiera entendido
que medió provocación por parte de quien sufrió la agresión ilegítima, la misma no podría calificarse
de suficiente como para justificar tan contundente reacción como la que materializó el acusado B
[SAP de Barcelona de 14 de enero de 2004 (Tol 345775)].
Por otro lado, el alcance de las conductas provocadoras relevantes para evitar
la exención de responsabilidad criminal pueden ser tanto provocaciones dolosas,
como provocaciones imprudentes, pero tienen que ser de tal entidad que lleven
a iniciar una agresión ilegítima.
Se entiende por provocación dolosa aquella manipulación intencional —con dolo directo o even-
tual— que realiza el autor, con la esperanza y el deseo de conseguir que el provocado realice una
agresión ilegítima. De esta manera podrá causar daño — lesionar, matar, etc.— bajo la excusa de
que lo hace amparado en la causa de justificación de legítima defensa. Ejemplo: A, con intención
de lesionar a B, desarrolla un plan en el que le dice a B que los compañeros de clase creen que ha
copiado en el examen y que por eso ha sacado tan buena nota. Le dice esas palabras conociendo
que es una persona muy orgullosa, que tiene un carácter agresivo y que con seguridad va a reaccio-
nar agrediéndole. Los supuestos de provocación imprudente abarcan aquellos casos en los que, sin
saberlo, se causa una agresión ilegítima no planeada intencionalmente. Ejemplo: A está arreglando
las macetas de su terraza y tropieza con una silla empujando una maceta hacia la calle. La maceta
se precipita al vacío cayendo a diez centímetros de B, quien enfurecido sube al piso de A con la
intención de agredirle.
Tema 18
Por ejemplo, un sujeto sustrae una barra de pan para no morir de hambre (hurto famélico). Como los
intereses en conflicto en este supuesto son la propiedad (sustracción de pan) y la integridad física o
incluso la vida (morir de hambre), y estos últimos son de mayor valor, la conducta estaría justificada.
También estaría justificada la conducta del sujeto que para trasladar a su hijo al hospital, pues se ha
atragantado con la comida, sustrae el vehículo de su vecino porque su propio vehículo ese día se
encontraba en un taller de reparación.
En un naufragio quedan dos supervivientes y un solo flotador. Se plantea el conflicto entre la vida de
uno y la del otro, pues ninguno de los dos sabe nadar. Ante esta situación, uno de ellos le quita el
flotador al otro salvando su vida. El otro náufrago muere ahogado. En este caso el conflicto enfrenta
a dos bienes de igual valor, la vida de un náufrago y la del otro. La conducta del náufrago que sobre-
vive ha sido típica y antijurídica (ilícita); también el autor es culpable (si la otra persona hubiera sido
318 DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (II)
un hijo, por ejemplo, el autor hubiera podido cederle el salvavidas y dejarse morir). El hecho es delito.
Pero eso no significa que al autor se le vaya a imponer una pena.
La penuria económica puede dar lugar a un estado de necesidad cuando determine la pérdida,
falta o disminución de bienes básicos como alimentos, vivienda o asistencia médica [STS de 14 de
diciembre de 1998, 30 de octubre de 2000 (Tol 117693) y 30 de octubre de 2000 (Tol 117). Los tribu-
nales han entendido que no hay situación de necesidad porque no existe una situación angustiosa
e inminente de puesta en peligro de bienes jurídicos en el caso, por ejemplo, de una apropiación
indebida por estrechez económica. En concreto, en el caso de “tomar dinero público para aliviar su
penuria económica o para alcanzar el nivel de gasto a que estaba acostumbrada, no se aprecia el
dato primordial del peligro de daño a bienes esenciales, porque la estrechez o la penuria económica
que señala la sentencia no significa que hubiese peligro de pérdida, falta o disminución de bienes
básicos para la acusada y su familia, como alimentos, vivienda, vestidos, asistencia médica, máxime
cuando sus ingresos y los de su esposo, próximos a los 1800 euros mensuales, suponían más del
quíntuplo del salario mínimo interprofesional, por lo que la penuria o estrechez económica que seña-
la la sentencia debe entenderse como una disminución de la capacidad adquisitiva de la acusada,
que redujo su nivel habitual de gastos, que no determinó la amenaza del mal de la privación de
elementos esenciales para la vida doméstica, y que no justificaba por tanto las distracciones hechas
por la acusada de los fondos públicos que tenía a su alcance. [STS de 14 de diciembre de 1998 (Tol
77775)]. Tampoco origina una situación de necesidad el desempleo, sin más connotaciones (por
todas: SSTS de 30 de octubre de 1989 y 30 de abril de 1991).
En el supuesto de vender droga para conseguir dinero con el que poder consumirla, “la comisión del
delito no es necesaria, pues el acusado no se encontraba tan afectado como para que le hubiera
sido imposible acudir a un centro de terapia especializada” [SSTS de 16 de agosto de 1982 y de 29
de noviembre de 2004 (Tol 526570)].
c. El mal que se quiere evitar puede ser propio o ajeno. Así, en función de los
sujetos en cuyo favor se haya actuado, puede hablarse de un mal propio o ajeno,
dependiendo de si el bien jurídico salvado es de titularidad del autor del hecho
o de un tercero. Cuando es ajeno aparece la figura de auxilio necesario, esto es,
alguien resuelve una situación de necesidad de otra persona lesionando un bien
jurídico ajeno. Por tanto, en lugar de actuar el necesitado lo hace un tercero. La
ley no establece qué personas pueden realizar el auxilio necesario; no se exige
que sea, por ejemplo, un pariente o una persona vinculada al necesitado. De ahí
que, al no existir ninguna limitación, el auxilio necesario puede llevarlo a cabo
cualquier persona, incluso un extraño (sería el caso del médico que roba un ve-
hículo de motor ajeno para trasladar a un enfermo muy grave al hospital).
b’. Que el mal causado sea menor que el que se trata de evitar
Este requisito —que exista una diferencia esencial de jerarquía entre los bie-
nes o intereses en conflicto- exige una ponderación en la que hay que tomar en
consideración todos los factores que rodean el conflicto (valoración integral del
hecho).
a. Desde luego hay que tomar en consideración la valoración jerárquica (y es-
tática) de los intereses en juego. La jurisprudencia, de manera constante, aclara
que para saber si un bien es de mayor o menor valor que otro hay que atender a
la gravedad de las penas con las que se conmina su lesión: en efecto, el ordena-
miento jurídico proporciona criterios de ponderación que se pueden extraer de la
protección que se otorga a cada uno de los bienes que se protegen, materializán-
dose en la mayor o menor gravedad de las penas previstas por la ley.
Por ejemplo, y en una época de carencia de servicios sociales, estaba justificada la conducta del
que roba para comer (STS de 7 de febrero de 1958) ya que la vida (protegida en el art. 138 CP)
se valora más que la propiedad (protegida, por ejemplo, en el art. 242 CP). Del mismo modo están
justificadas las conductas del que comete una apropiación indebida para sufragar los gastos de
hospital de un hijo gravemente enfermo (STS de 29 de mayo de 1979); de quien falsifica recetas
médicas para conseguir analgésicos para un enfermo terminal (STS de 18 de diciembre de 1963);
del que sustrae dinero para pagar un alquiler y evitar el desahucio (STS de 25 de abril de 1983); del
médico que, ante el riesgo que ello supone, informa sobre el peligro de contagio que ofrece uno de
sus pacientes, etc.
320 DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (II)
Por ejemplo, y aunque la vida sea un valor superior a la libertad, no se puede provocar un aborto a
una mujer contra su voluntad para evitar un riesgo para su vida ya que, para que no se produzcan
tratamientos coactivos, la acción de salvamento está condicionada al consentimiento del paciente
(art. 13 de la LO 2/2010). Por esa misma razón, no es posible tampoco alimentar coactivamente
al que libre y voluntariamente está en huelga de hambre (salvo los casos de sujeción especial del
huelguista —un recluso— a la Administración penitenciaria, que tiene el deber legal de velar por la
salud de los internos y de impedir que estos se causen daños a sí mismos —STC de 27 de junio de
1990); ni se puede hacer una transfusión de sangre vital contra la voluntad del paciente que por sus
convicciones religiosas se niega a recibirla. Una aparente excepción a lo expuesto se encuentra en
el deber que incumbe a toda persona de evitar el suicidio ajeno: si alguien observa que un desco-
nocido se va a arrojar desde lo alto de un bloque de pisos, debe hacer todo lo posible por evitarlo,
pues de no hacerlo incurriría en un delito de omisión del deber de socorro. Pero ello se debe a que
respecto de la persona que se va a suicidar desconocemos si lo hace libremente u obligada; si está
mentalmente sana o no, etc., y es este desconocimiento el que debe llevarnos a actuar.
No estaría justificada la conducta del médico que para salvar la vida de un paciente terminal le sus-
trae a otro paciente un órgano no vital (un riñón) para trasplantárselo a aquél. En este caso el medio
empleado para resolver el conflicto no es “socialmente adecuado” ya que supone una infracción
grave del respeto debido a la dignidad de la persona (no es posible instrumentalizar la integridad
física de una persona, que es un fin en sí mismo, aunque sea para salvar la vida de otro). Tampoco
es socialmente adecuado traficar con droga para salir de una situación de necesidad económica.
Sin embargo, y de manera muy excepcional, se ha aplicado una eximente incompleta en el caso del
sujeto que realizó un viaje con droga (cocaína) para obtener dinero con el que operar a un hijo grave-
mente enfermo. En efecto, se afirma que “en el presente supuesto se dan circunstancias relevantes y
excepcionales que justifican la estimación de la eximente incompleta: A) un hijo del acusado padece
una gravísima enfermedad en el cerebro que precisa intervención quirúrgica a la mayor brevedad; B)
el importe de esta urgente operación es de 9.000 dólares; C) el acusado solicitó a tal fin un préstamo
que le fue denegado por la entidad bancaria. La reunión de estos datos reflejan las exigencias del
conflicto propio del estado de necesidad: a la extrema gravedad e inminencia del mal, se añade la
imposibilidad de evitarlo por el único medio lícito y eficaz de pagar la intervención quirúrgica, una
vez fracasado el intento de obtener su importe. No se trata aquí, como tantas otras veces, de una
situación de pobreza más o menos real y de difusos contornos, de difícil encaje dentro de un verda-
dero conflicto grave y actual entre bienes jurídicos concretos, sino ante una angustiosa necesidad de
obtener con rapidez un dinero imprescindible para salvar la vida de un hijo en inminente peligro de
muerte” (SAP de Madrid de 14 de julio de 2008 (Tol 1366873)]. No se estimó la eximente de estado
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 321
Así ocurriría, por ejemplo, si un sujeto provoca intencionadamente un incendio en su propiedad con
la finalidad de cobrar un seguro, y cuando está prendiendo el fuego se ve envuelto entre las llamas
y para salvar su vida sale corriendo lesionando a un vecino que se encontraba en el rellano de la
escalera.
Por ejemplo, alguien realiza un adelantamiento imprudente y se encuentra con un camión que viene
de frente. Para salvar su vida, se desvía hacia un lugar donde hay varias motos aparcadas a las
que causa daños. En estos casos debe aplicarse la teoría de la actio libera in causa. Esto es, si se
observa que, en un momento anterior a la situación de necesidad, el sujeto se ha colocado impru-
dentemente en ella, entonces se le debe atribuir el resultado imprudentemente provocado.
Los bomberos pueden sufrir lesiones al apagar un incendio; un policía puede resultar lesionado
en la detención de un delincuente; un militar puede resultar herido o muerto en un combate. Sin
embargo, estos profesionales no pueden alegar el estado de necesidad justificante para incumplir
sus obligaciones.
Ejemplos: El conductor de una UVI móvil acude, a una velocidad excesiva, al encuentro de un herido
de extrema gravedad. El conflicto se plantea entre su deber de acudir lo más rápidamente posible
para prestar la asistencia sanitaria requerida y el deber de conducir prudentemente; el policía trata
de liberar a la niña que ha sido secuestrada y que ha localizado en un zulo, aún a costa de poner
en peligro su vida y su integridad física por lo arriesgado del rescate, dada la posibilidad de que los
secuestradores vuelvan en poco tiempo.
El reconocimiento legal de un principio tan obvio ha hecho que la doctrina considere superflúa a
esta eximente, a la que se considera una simple manifestación del estado de necesidad (Bacigalupo
Zapater), por lo que se propuga su derogación. De este modo, el ejercicio de derechos reconocidos
en leyes no penales con eficacia justificante pasarían a engrosar el estado de necesidad por colisión
de intereses (art. 20, 5º CP, en relación, v. gr., con el art. 1600 Cciv), mientras que el cumplimiento
de deberes justificantes exigidos en normas extra-penales pasarían a formar parte del estado de
necesidad por colisión de deberes (art. 20, 5º CP, en relación, v. gr., con el art. 5 LOCFSE). Sin
embargo, esta razonable propuesta —generalmente aceptada en el Derecho Comparado— no ha
sido aceptada por nuestro legislador.
a. Cumplimiento de un deber
Esta causa de justificación implica “la ejecución de una conducta obligada
por el Derecho, que la impone a su autor, y que, además, es una conducta penal-
mente típica que supone la lesión o menoscabo de un bien jurídico protegido por
la Ley” [STS de 20 de mayo de 2008. (Tol 1331004). Una característica común a
todos los supuestos contemplados en esta causa de justificación, por consiguien-
te, debe ser la continua remisión a normas jurídicas extrapenales a través de las
cuales se deberá determinar la presencia o no del deber jurídico de la profesión
bajo el que se actúa.
la normativa específica dónde se regulan sus competencias y atribuciones, esto es, la regulación
laboral, administrativa, etc. de cada una de estas profesiones, pues sólo manteniéndose dentro de
ese estatuto jurídico sus conductas pueden estar justificadas. Por su especial trascendencia en la
sociología jurídica, centraremos nuestra atención en los problemas derivados del uso de la violencia
por parte de la autoridad.
En esos casos, “si el agente está fuera de servicio, las exigencias para legitimar la actuación del
sujeto activo han de ser aún más rigurosas, pues habrá que sopesar no sólo el grado de peligro-
sidad o de trascendencia insertos implícitamente en la presunta actuación delictiva que se quiere
abortar, sino también las obligaciones que intrínsecamente acompañan al Agente de la Autoridad,
según la LOFCSE de 13 de marzo de 1986, como función imprescindible de la representación que
ostenta cualquiera que sea el lugar y tiempo” (art. 5, 4 LOFCSE), [STS de 20 de mayo de 2008 (Tol
1331004)].
La LOFCSE de 13 de marzo de 1986, señala que el uso de la fuerza debe ajustarse a los principios
de necesidad, congruencia, oportunidad y proporcionalidad en la utilización de los medios a su al-
cance (art. 5, 2 c). Todo ello responde al mandato del art. 104 de la Constitución y se inspira en las
líneas marcadas por la “Declaración de la Policía” hecha por el Consejo de Europa el 8 de mayo de
1979 y por el “Código de conducta para funcionarios encargados de hacer cumplir la Ley”, aprobado
por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1979. Por su parte, el art. 5,
2 d) puntualiza que “solamente deberán utilizarse las armas en situaciones en que exista un riesgo
racionalmente grave para su vida, su integridad física o la de terceras personas, o en aquellas cir-
cunstancias que puedan suponer un grave riesgo para la seguridad ciudadana y de conformidad con
los principios a los que se refiere el párrafo anterior”.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 325
Si falta la necesidad en abstracto del uso de la fuerza se producirá un exceso extensivo de la violen-
cia, una extralimitación de la violencia estatal que no puede quedar amparada por la causa de justi-
ficación de cumplimiento de un deber. “... En efecto, podrá entenderse justificado que, en un primer
momento, uno de los Guardias Civiles exhibiera su pistola reglamentaria cuando se acercó, en unión
de su otro compañero para identificar a los dos jóvenes, pero la actuación posterior de ambos al
agredir a los jóvenes, cuando no había situación real de peligro, no habían mostrado la más mínima
oposición ni reacción violenta y su carencia de armas era patente, constituye un atentado, al menos,
leve contra la integridad moral de aquellos, que no permite su justificación por no existir necesidad
en abstracto de uso de violencia. [STS de 2 de noviembre de 2004 (Tol 526565)].
En algunos casos puede faltar la necesidad concreta del uso de la fuerza, produciéndose lo que
se denomina un exceso intensivo de la violencia. Ello implica que el medio violento utilizado no es
el menos lesivo para el ejercicio de la función pública y, por tanto, se trata de un medio despropor-
cionado. Si falta la necesidad concreta del uso de la fuerza se deberá afirmar la antijuridicidad de
326 DELITOS DE ACCIÓN. LA ANTIJURIDICIDAD (II)
la conducta y apreciar solamente una eximente incompleta utilizando, para ello, el art. 21, 1ª en
relación con el art. 20, 7º CP y art. 68 CP En este sentido, la STS de 14 de mayo de 1998 estimó
la eximente incompleta al considerar que quebraba la ordenación del medio (necesidad concreta)
por resultar absolutamente desproporcionada la actuación enjuiciada, dado que no existía una ac-
titud peligrosa o grado de resistencia de suficiente entidad como para repelerla contundentemente
y existían otros medios distintos con los que logar la misma consecuencia (el acusado, que junto
con otros tres compañeros del Cuerpo Nacional de Policía patrullaba por …., procedió a registrar las
chaqueta de María José N.N., como presunta vendedora de droga, en cuyo momento ésta arrojó al
suelo una cajita conteniendo varias papelinas de heroína, con un peso de 0’3 gramos, tratando María
José de evitar que las recogiese el acusado pisándolas, y éste de evitarlo, para lo cual la golpeó en
varias ocasiones con la defensa hasta que la detuvo, produciéndole lesiones que requirieron varias
asistencias facultativas con tratamiento médico).
Se registra a una persona con el arma en la mano, sin ponerle el seguro, por lo que la pistola se
dispara causando lesiones al registrado (lesiones imprudentes —STS de 30 de septiembre de 1985);
se dispara a la rueda trasera de una motocicleta y se alcanza a la persona que iba sentada detrás,
a la que se mata (caso Trebujena, homicidio imprudente —STS 17 de febrero de 1986); se dispara
admonitoriamente al que huye tras abandonar el vehículo que intentaba robar, alcanzándolo y cau-
sándole la muerte (STS 16 de diciembre de 1991).
Así, por ejemplo, el que ha realizado una obra en cosa mueble tiene derecho a retenerla hasta que
se le abone el trabajo realizado (art. 1600 Cciv); conforme a su estatuto jurídico, los médicos están
autorizados a realizar internamientos coactivos en establecimientos psiquiátricos; los abogados pue-
den realizar imputaciones que afecten al honor de un testigo y lo desprestigien para defender a su
cliente; el boxeador puede lesionar a su adversario en un combate, etc.
Con anterioridad a la reforma del Cciv, se ha considerado justificada la conducta de dar una bofe-
tada a una hija en el curso de una discusión familiar por su rebeldía ante las normas de educación
y convivencia; o la conducta del padre que le dio un “cachete” a su hijo para exigirle que siguiera
haciendo los deberes. En la actualidad, estas soluciones posiblemente no serían factibles. Se ha
afirmado que un simple golpe no lesivo en los glúteos, un cachete que no deja señal o un golpe que
no requiere llevar el niño al médico, constituyen castigos que se mantienen dentro de la proporcio-
nalidad. Sin embargo, y así parece entenderlo también la jurisprudencia, la finalidad de la reforma
del Código Civil fue la de evitar todo tipo de correctivo físico a los niños, con independencia de sus
características.
Quiere ello decir que el legislador considera que la causación imprudente de muertes o lesiones de
los usuarios de las vías públicas no puede estar justificada por el hecho de que se lleve a cabo en
el transcurso de “conductas de salvamento” de otros bienes jurídicos realizadas por vehículos de
urgencia (ir matando peatones por el camino, valga la expresión, no es un medio socialmente ade-
cuado de salvarle la vida a nadie) (por todas, vid. STS de 25 de marzo de 1988).
Tema 19
III. LA CULPABILIDAD
Para poder afirmar que una acción es constitutiva de delito es necesario com-
probar, en primer lugar, que la acción es “típica”, esto es, que se adecua a un
tipo penal (doloso o imprudente); además de ello, es necesario comprobar, en
segundo término, que la acción típica es también “antijurídica”, esto es, que en
el caso concreto no está excepcionalmente autorizada por una causa de justifi-
cación. Pero de la comprobación de la tipicidad y la antijuridicidad de la acción
(pues la tipicidad y la antijuridicidad son cualidades que sólo se pueden predi-
car de la “acción”) solamente es posible deducir que estamos ante una acción
“ilícita” (que infringe el Derecho). El carácter delictivo del hecho ilícito (típico y
antijurídico) exige comprobar, en tercer lugar, y por último, que ha sido reali-
zado por un “autor culpable” (la culpabilidad es una cualidad que sólo se puede
predicar del “autor” del hecho ilícito).
De ahí que se defina al delito como una acción ilícita (típica y antijurídica) realizada por un autor
culpable. Por ejemplo: matar a otro dolosamente es un hecho típico del art. 138 CP; hacerlo, ade-
más, sin que concurra ninguna causa de justificación convierte al hecho típico en antijurídico y, por
consiguiente, en ilícito. El hecho será delito si, además, ese hecho (ilícito) de matar a otro sin que
concurra ninguna causa de justificación ha sido realizado por un autor culpable.
Este requisito se excluye —y por lo tanto el autor no es culpable por no haber sido accesible al man-
dato normativo— cuando el sujeto ha actuado con “error de prohibición invencible” (art. 14, 3 CP).
Ejemplos: a) Aunque la conducta sea típica (art. 253 CP) y antijurídica, no es culpable la persona que
se apropia de una cosa perdida desconociendo (de forma invencible) que esa conducta estaba pro-
hibida por el Derecho Penal. b) Aunque su conducta sea típica (art. 138) y antijurídica (por no estar
amparada por la legitima defensa del art. 20, 4 CP), no es culpable el autor que cree erróneamente
(de forma invencible) que su conducta estaba realmente justificada porque creía erróneamente ser
víctima de una agresión ilegítima realmente inexistente.
Este requisito se excluye —y por lo tanto el sujeto no es culpable por no haber sido accesible al man-
dato normativo— cuando el autor es “inimputable”, esto es, cuando no tiene capacidad para com-
prender el significado jurídico de sus actos o no tiene capacidad para adecuar su comportamiento a
esa comprensión (art. 20, 1º, 2º y 3º CP). Por ejemplo: a) Aunque su conducta sea típica (art. 138)
y antijurídica, no es culpable el autor que mata a su padre porque, debido a una enfermedad mental
grave, cree que elimina a una reencarnación del demonio —art. 20, 1º CP; b) Aunque la conducta
sea típica (art. 242 CP) y antijurídica, no es culpable el toxicómano que debido a su toxifrenia ha
perdido su capacidad de autocontrol y comete un robo para conseguir dinero con el que comprarse
droga —art. 20, 2º CP).
1. Al que actúa amparado por una causa de justificación (mata a otro en legítima defensa) no se le
puede imponer ni una pena ni una medida de seguridad, ya que su conducta es lícita; al que actúa
de forma típica y antijurídica sin ser culpable (v. gr. mata a otro debido a su enfermedad mental),
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 331
no se le puede imponer una pena, pero sí una medida de seguridad (ya que se conducta es ilícita)
(arts. 101 a 103 CP).
2. Al que actúa justificadamente no se le puede exigir responsabilidad civil (el que se defiende legí-
timamente causando lesiones al agresor, no está obligado a indemnizarlo); al que actúa de forma
típica y antijurídica sin ser culpable (mata a otro a causa de su enfermedad mental), sí se le puede
exigir responsabilidad civil, ya que se conducta es ilícita (art. 118 CP).
3. Las causas de justificación se trasmiten a los partícipes; las causas de exclusión de la culpabilidad
no, ya que la culpabilidad es siempre individual. El que ayuda a otro a defenderse legítimamente
está también amparado por la causa de justificación de legítima defensa (art. 20, 4º CP); el que está
mentalmente sano y ayuda a un enfermo mental a cometer un hecho típico y antijurídico es culpable,
ya que no puede beneficiarse de la enfermedad mental ajena.
4. Frente al que actúa de forma justificada (lícita) no cabe la legítima defensa (no es posible de-
fenderse lícitamente frente a una detención legal); frente al que actúa típica y antijurídicamente,
aunque de forma no culpable, si es posible la legítima defensa (dentro de ciertos límites, es posible
defenderse frente a la agresión ilegítima de un enfermo mental).
5. El error sobre las causas de justificación es relevante ya que determina error de prohibición (el
autor realiza la acción típica y antijurídica creyendo erróneamente que su conducta está justificada);
el error sobre las causas que excluyen la culpabilidad es irrelevante (no aprovecha al autor mental-
mente sano creer erróneamente que el hecho típico y antijurídico lo ha realizado bajo los efectos de
una enfermedad mental).
Ejemplos: el sujeto no sabe que es delito apropiarse de las cosas perdidas; o no sabe que es delito
manifestarse alrededor de las Cortes cuando éstas se encuentran reunidas; o por una interpretación
incorrecta del art. 248 CP cree que a su acción no le es de aplicación el tipo de la estafa; o entiende
que para el ejercicio de determinada profesión no se precisa título académico alguno; o el autor, que
presentaba una formación cultural propia de su origen de la selva ecuatoriana, creía que el acceso
carnal con una menor de trece años era lícito con tal de que la menor prestase su consentimiento
[STS de 18 de abril de 2006 (Tol 935033); 14 de diciembre de 2007 (Tol 1238023); 2 de abril de 2009
(Tol 1499101); y 19 de mayo de 2009 (Tol 1554265)]; o considera no vigente una determinada dispo-
sición legal, bien por entenderla derogada, bien por entenderla contraria a la Constitución, etc.
Ejemplos: el médico opera contra la voluntad del paciente creyendo ejercitar un derecho de la profe-
sión médica que, en realidad, no existe; el sujeto mata a otro creyéndose amparado por la inexistente
causa de justificación de la llamada “ley de fugas” (disparar sobre el que huye después de haber
recibido el alto), etc.
Ejemplos: el sujeto castiga a su hijo menor de edad propinándole diez varetazos en la mano que le
causan lesiones que requieren tratamiento médico, en la creencia de que la Ley autoriza los castigos
corporales a los niños propios; el sujeto se cree autorizado a matar en legítima defensa para evitar
que le quiten el reloj; el subordinado cumple una orden manifiestamente antijurídica creyendo que
su deber de obedecer es ilimitado; el marido separado entra en la casa de su mujer para recoger
objetos personales porque se cree autorizado para ello, etc.
Ejemplos: el autor mata a otro creyéndose víctima de una agresión ilegítima inexistente; el sujeto
causa un mal para evitar otro que en ningún caso se iba a producir, aunque él creyera lo contrario,
etc.
564, 611 CP, etc., el “sin estar legalmente autorizado” de los arts. 172, 197, 247,
259, 270, 275, 319, 335 CP, etc. o el “fuera de los casos permitidos por las ley” de
los arts. 145, 163, 167, 175, 198, 204, 259, 441 CP, etc.), rigen normas paralelas
según el error se refiera a los componentes caracterizadores del supuesto fáctico
o a la valoración jurídica en sí del supuesto mismo. El error se subsunción es un
error de interpretación de conceptos normativos complejos que puede suponer
un error sobre el tipo (en cuyo caso es irrelevante, pues los elementos normati-
vos del tipo —v. gr. el concepto de documento— deben ser conocidos solamente
con los conocimientos paralelos en la esfera del lego) y sobre la prohibición (lle-
vando al autor a la interpretación equivocada del carácter no prohibido de su
conducta), En este último caso, el error será relevante e incluso, invencible (v.
gr.: el autor se fía de la información de un abogado que está equivocada) (Roxin).
El error de subsunción sobre la correcta calificación de la conducta (el autor
pensaba que debía ser sancionado por un precepto cuando en realidad debe ser
sancionado por otro —con pleno conocimiento en todo caso de la ilicitud de su
conducta) es irrelevante [STS de 28 de octubre de 2003 (Tol 1067677)].
3. Pese a no constituir supuestos ni de error de tipo ni de error de prohibición,
los casos de error sobre la punibilidad del hecho —en particular, error sobre las
excusas absolutorias (v. gr. con relación al art. 268 CP el sujeto cree tomar el
coche de su padre y, en realidad, se apodera del coche de un extraño)— deben ser
tratados, por analogía en favor del reo, como supuestos de error de prohibición
(art. 14, 3 CP), ya que quien piensa que su conducta no es merecedora de pena
actúa, en lo referente a su consciente oposición al Derecho, de forma virtual-
mente idéntica a quien lo hace con error sobre la ilicitud del hecho. Sobre ello se
volverá más adelante, al referirnos a la punibilidad.
Debe tenerse presente —para desterrar viejos malentendidos— que, pese a la fórmula del art. 6, 1
Cciv (“la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento”), el TS ha admitido la relevancia del
error de prohibición ya desde la importante y antigua Sentencia de 16 de marzo de 1871. El supuesto
era el siguiente: Jacinto N.N., de edad avanzada y muy escasa cultura, se trasladó desde el pueblo
en que vivía a la ciudad de ... para someterse a unas pruebas médicas. A la salida del consultorio
observó caída en el suelo una cartera en cuyo interior había X pesetas, de las que se apropió en
la creencia de que en tales circunstancias tenía derecho a ello. El Tribunal Supremo consideró que
era necesario distinguir la falta de representación del precepto jurídico concreto en virtud del cual se
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 335
castigaba el hecho (error “de ley” absolutamente irrelevante) y “la falta de representación por parte
del autor de que su conducta caía dentro de los límites de lo penalmente prohibido”, lo que constituía
un error sobre la licitud del hecho que excluía la responsabilidad criminal”. De todos modos, el art. 6,
1 Cciv añade que “el error de Derecho producirá los efectos que las leyes determinen”. Estos efec-
tos, para el Derecho Penal, son los establecidos en el art. 14, 3 CP. Es importante subrayar también
que el Tribunal Supremo admitió la relevancia del error de prohibición incluso antes de su previsión
expresa en el Código Penal (cosa que no ocurrió hasta el año 1983).
Los efectos jurídicos del error de prohibición “vencible”, sin embargo, son
discutidos, y dependen de cuál sea la interpretación del art. 14, 3 CP, in fine,
CP por la que se opte, ya que el mencionado precepto acepta sin dificultad una
pluralidad de interpretaciones diferentes, con efectos jurídicos —en algunos ca-
sos— también distintos. Y es que una característica esencial de la regulación del
error en el Código Penal es la de dejar abiertas diversas y plurales vías de expli-
cación dogmática y sistemática de la teoría del error. Efectivamente, el art. 14,
3, in fine, CP permite interpretaciones vinculadas a los diversos desarrollos del
sistema finalista de la teoría del delito que tienen en común considerar que el
“dolo natural”, ajeno a la conciencia de la antijuridicidad, es elemento del tipo. A
este esquema responden la teoría estricta de la culpabilidad, la teoría atenuada
de la culpabilidad y la teoría de los elementos negativos del tipo.
En esta línea, con gran claridad, se pronunció también la importante STS de 1 de febrero de 1986
(Tol 23141) (Ponente: GIL SÁEZ) al considerar —en lo que puede considerarse la “conversión” de
la jurisprudencia del TS al finalismo— que la redacción del art. 14 CP distingue entre el error de
tipo (desconocimiento de los elementos del tipo objetivo) y el error de prohibición (creencia errónea
de obrar lícitamente), afectando aquél —el error e tipo— a la tipicidad y el segundo —el error de
prohibición— a la culpabilidad del autor, escindiendo en lo que aparece como interpretación más
336 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (I)
adecuada del precepto que el error de tipo se circunscribe al dolo natural del delito y altera el tipo de
lo injusto en las figuras dolosas, mientras que el error de prohibición se refiere al conocimiento de la
antijuridicidad y se integra y atañe a la culpabilidad, por lo que cuando este conocimiento no existe o
está sensiblemente disminuido, el hecho ejecutado aparece menos responsable y la pena del delito
(doloso o imprudente) debe atenuarse.
La solución de atenuar “obligatoriamente” la pena en los casos de error de prohibición vencible es,
desde luego, discutible y discutida. En contra de la misma se argumenta —por razones básicamente
de índole procesal y probatorio— que dada la dificultad de probar si efectivamente el autor incurrió
o no en un error, alegado éste (y, digamos, creído en todo caso por el Tribunal) debería facultarse
al mismo para que decidiera si procede o no a la atenuación de la pena, de tal manera que lo que
condicionaría su relevancia debería ser su evitabilidad o inevitabilidad (Bacigalupo Zapater). Esto
resulta especialmente significativo en los casos de error burdo del autor (ceguera ante el derecho).
En favor de la atenuación obligatoria de la pena se argumenta que en los casos de error de prohibi-
ción vencible, el autor ha incurrido de todos modos en un error que disminuye su culpabilidad y ello
debe ser valorado necesariamente en la individualización de la pena (para atenuarla). Además, si
la atenuación de la pena fuera simplemente facultativa, se correría el peligro de que los Tribunales
volvieran a aplicar solapadamente la vieja y superada teoría del “error iuris nocet”, no tomando en
consideración la atenuante (Cerezo Mir).
Por ejemplo, la teoría de los elementos negativos del tipo considera que el tipo del art. 138 CP prohí-
be “el hecho de matar a otro —elemento positivo del tipo— sin que concurran los presupuestos de la
legítima defensa —elemento negativo del tipo”. El error sobre si se dan los presupuestos fácticos de
la legitima defensa (v. gr. una agresión ilegítima) sería, por consiguiente, un error de tipo.
Domingo salió una noche de su domicilio a pasear a su perro. Preocupado por su seguridad ante
cualquier agresión, llevaba consigo un revólver, para el que tenía la correspondiente licencia, y cami-
naba por el centro de la calle para poder observar la aproximación de cualquier persona que inten-
tara atacarle. En un determinado momento, Domingo vio venir corriendo hacia él a un desconocido,
que resultó ser Juan, que se dirigía a un bar próximo dónde había quedado con un amigo. Creyendo
falsamente Domingo que el desconocido se dirigía a él para hacerle objeto de una agresión violenta,
le exigió a voces que se detuviera, advertencia que no fue entendida por Juan, quién dándose cuenta
solamente de que era llamado o increpado por un transeúnte, se paró y se dirigió a Domingo para ver
que ocurría. Esta actitud de Juan reforzó la creencia de Domingo, por lo que éste —pese a que pudo
haber exhibido solamente su arma para evitar el supuesto ataque, o disparar al aire para advertir al
desconocido de que iba armado o, incluso, disparar a zonas no vitales del supuesto agresor— sacó
el revolver que llevaba y realizó rápidamente dos disparos dirigidos al pecho de Juan que le causa-
ron la muerte (STS de 1 de diciembre de 1987).
338 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (I)
Dos supuestos merecen una especial consideración: a) La tentativa —llamada “inidónea”— de una
agresión antijurídica constituye una auténtica agresión ilegítima de la que surge para el agredido una
derecho de defensa. Por ejemplo: el que es agredido ilegítimamente con una pistola que ex post se
demuestra que estaba descargada, tiene ex ante un derecho de defensa que convertiría en lícita
su actuación defensiva, es decir, el agredido está autorizado a defenderse lícitamente en la misma
medida en que podría hacerlo frente a una pistola cargada (no concurriría, por tanto, a favor del que
se defiende, un error de prohibición que dejaría intacta la ilicitud de su hecho, sino una causa de
justificación que lo haría lícito). b) Como tuvimos ocasión de ver, también constituyen agresiones ile-
gítimas aquellos acometimientos que para el espectador objetivo ex ante aparezcan como una agre-
sión ilegítima (aunque en realidad no lo sean) siempre y cuando esa apariencia haya sido creada
dolosamente por el agente. En estos casos, el “supuesto” agresor debe asumir el riesgo creado por
él mismo y frente a él cabe la legítima defensa. Ejemplo: el que cubierto con un pasamontañas —y
con la finalidad simplemente de gastar una broma— aborda a otro y le amenaza de muerte con una
pistola de juguete (aunque con apariencia de real), lleva a cabo una agresión ilegítima frente a la que
es posible la legítima defensa (y la acción “defensiva” del supuesto agredido no estaría disculpada
por error de prohibición, sino justificada por legítima defensa) (Bacigalupo Zapater).
tos de partida, ya que como no es lo mismo matar a una mosca que matar a un
hombre en legítima defensa, tampoco debe serlo matar a un hombre creyendo
que se mata a una mosca (error de tipo) que matar a un hombre, sabiendo que
se le mata, pero creyéndose (equivocadamente) autorizarlo a hacerlo (error de
prohibición).
Ejemplo: “Con la finalidad de llevar urgentemente al Hospital a Alberto, un niño de siete años de edad
que había sufrido lesiones muy graves al caer al vacío desde la ventana de su casa, Ambrosio con-
dujo su coche por el centro de la ciudad de X, sin respetar semáforos, pasos de peatones, ni límites
de velocidad. En un lugar muy próximo al Hospital al que se dirigía, y pese a que en todo momento
avisaba de su presencia con repetidos toques de claxon, debido a su excesiva velocidad, Ambro-
sio no pudo evitar atropellar a un anciano que cruzaba correctamente la calle causándole lesiones
graves. En todo momento, Ambrosio actuó en la creencia de que su acción, en tanto que realizada
para salvar un bien jurídico tan importante como es la vida, estaba autorizada por el Derecho”. En
este caso, Ambrosio realizaría el tipo de lesiones imprudentes del art. 152 CP, sin concurrir causa de
justificación alguna (arts. 25 LSV y 68 RGC), pero creyéndose erróneamente autorizado para actuar
como lo hizo por el hecho de trasladar a un enfermo grave al hospital. Si ese error (de prohibición)
fuera vencible (porque el sujeto hubiera podido reconocer como no justificada su conducta contraria
al deber de cuidado jurídicamente exigible), procederá atenuar en uno o dos grados (art. 14, 3 CP) la
pena prevista para el delito imprudente de lesiones (art. 152). En conclusión, para que en los delitos
imprudentes exista error de prohibición es necesario que el autor haya creído que no estaba prohibi-
da o que estaba justificada la falta de cuidado que determinó la tipicidad de su acción.
Aunque se ha considerado que la cuestión es discutible [STS de 9 de marzo de 1993 (Tol 443152),
la jurisprudencia dominante considera que el error ha de ser probado por quien lo alega (por todas,
STS de 24 de mayo de 1996). Esta regla no es compartible, pues supone una concepción equivoca-
da del significado procesal del error en tanto elemento de la culpabilidad ya que “la prueba de cargo,
342 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (I)
inclusive la relativa a la conciencia potencial de la antijuridicidad por parte del autor, incumbe a la
acusación” (Bacigalupo Zapater).
No es sencillo, afirma la STS de 19 de septiembre de 2000, establecer los criterios para diferenciar
un error evitable del que no lo es. Varias posiciones se han manifestado en la doctrina. Puede en-
tenderse que la evitabilidad del error depende de que el sujeto haya tenido razones para pensar en
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 343
la antijuridicidad de su conducta y haya podido esclarecer esas dudas sobre la concreta situación
jurídica a la que se enfrenta especialmente en casos de actividades especialmente reguladas. Y
los medios idóneos para despejar estas dudas, conforme a la doctrina mayoritaria, consistirán en
acudir a fuentes de información adecuadas y fiables, entre las que no se debe excluir la jurispru-
dencia constituida por la decisiones judiciales que se hubiese pronunciado sobre la cuestión jurídica
planteada.
c. También valora el TS, con acierto, el hecho de que el autor “tenga ya cierta
veteranía en la materia criminal por la que se le enjuicia”, como lo puede probar
el dato de que por la misma haya sido ya juzgado y condenado (STS de 18 de
noviembre de 1985). Es erróneo, sin embargo, por vincularse a una inconstitu-
cional culpabilidad por la conducción de la vida, el criterio de valorar un posible
error en materia de contrabando teniendo en cuenta que el acusado “había sido
condenado anteriormente por cuatro delitos de robo, por evasión de presos y
por resistencia y atentado, lo que evidenciaba su familiaridad con lo ilícito y
antijurídico y lo acostumbrado que se hallaba a distinguir entre lo permitido y
lo prohibido” (??) (en este sentido, STS de 8 de abril de 1986).
d. Probado el error de prohibición vencible, el Juez o Tribunal debe funda-
mentar la individualización de la pena (esto es, la rebaja de la misma en uno
o dos grados). Es posible optar por la rebaja de la pena en un solo grado —la
solución menos beneficiosa para el reo— en los casos en los que el error fuera
fácilmente vencible (por todas, [STS de 11 de febrero de 1997 (Tol 408256)].
Por ejemplo, para el delito fiscal, se afirma que por muy urgente que se considere la necesidad de
identificar a los ciudadanos con la política fiscal del Estado, la intervención del Derecho Penal en
esta materia debería reservarse para aquellos casos de abierta discrepancia y, por lo tanto, de in-
cumplimiento intencional y con ánimo defraudatorio de los deberes tributarios, dejando los restantes
casos más o menos negligentes de incumplimiento para el ámbito de las sanciones administrativas
(Muñoz Conde).
Es inimputable, por ejemplo, el sujeto que mata a otro (art. 138 CP) de forma antijurídica sin poder
comprender la ilicitud del hecho debido a una enfermedad mental que le llevaba a creer que se tra-
taba de una persona confabulada con unos extraterrestres para invadir la tierra y que de esa forma
defendía a la humanidad. El sujeto no sería culpable y, por tanto, su acción no sería constitutiva de
delito. Ello explica que esté exento de responsabilidad criminal (art. 20, 1º CP) y que no se le pueda
imponer una pena. Debe puntualizarse que el inimputable puede no comprender la ilicitud de lo que
hace, bien porque considera que su conducta no está prohibida (en general), bien porque se con-
sidera autorizado a actuar como lo hace, que es lo más frecuente. Se trataría, por ejemplo, del que
mata a otro que simplemente va detrás de él por la calle debido a que, como consecuencia de una
esquizofrenia, sufre un delirio de persecución y pensaba que iba a agredirle. O de la que da muerte
a sus hijos y esposo, fallando después en su intento de suicidio, debido a que sufre una depresión
endógena y, como consecuencia de ello, cree que la vida no merece la pena y, con una total deses-
peranza, quiere morir y evitar que su familia soporte el gran sufrimiento de seguir viviendo.
1
Queremos agradecer la colaboración prestada para la elaboración de este epígrafe al Dr. Aure-
lio Hernández Triviño, Médico Forense, abogado y Diplomado en Criminología.
348 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (II)
En todos los casos, es necesario que la alteración o anomalía impida comprender la ilicitud del hecho
o actuar conforme a esa compresión (elemento biológico o psiquiátrico). Pero también es necesario
que la alteración o anomalía psíquica esté relacionada y haya incidido en la realización del mismo
(elemento normativo o jurídico) [por todas, STS de 19 de septiembre de 2000 (Tol 8088) y 22 de
septiembre de 2001 (Tol 67156)]. El esquizofrénico con delirios de persecución que se va del restau-
rante sin pagar después de comer (“estafa de gorronería”) no es un inimputable: es simplemente un
gorrón. La alteración o anomalía psíquica debe manifestarse, además, en el momento de cometer
el hecho. Este último requisito se encuentra expresamente descrito en el art. 20, 1º CP, cuando el
legislador establece que la eximente tiene que concurrir “al tiempo de cometer la infracción”. Por ello,
habrá que apreciar la exención de responsabilidad criminal aunque la alteración o anomalía psíquica
haya remitido, por ejemplo, en el momento del juicio. Debe ponerse de manifiesto en este ámbito que
muchas veces el mal funcionamiento de la Administración de Justicia hace que las exploraciones
psiquiátricas se demoren o retrasen respecto del momento de la comisión del delito, lo que dificulta
bastante la realización de la prueba pericial forense.
El autor puede actuar también, sin embargo, con una imputabilidad dismi-
nuida (semiimputabilidad) lo que ocurriría en aquellos casos en que el sujeto
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 349
Una perturbación leve de las facultades intelectivas o volitivas del autor pue-
de determinar la aplicación de la atenuante analógica del art. 21, 7ª CP que,
como es sabido, integra una cláusula general de individualización de la pena
que permite proporcionar mejor la pena a la culpabilidad del autor en el caso
concreto, más que por la vía de la estricta analogía formal con los supuestos
específicamente contemplados en los diferentes números del art. 21 CP, a tra-
vés de una analogía con la idea genérica que informa dichos preceptos” [STS
de 22 de febrero de 1988, 15 de septiembre de 1993 y 4 de marzo de 1994 (Tol
402698)]. La atenuante sería de aplicación cuando el autor padeciese solamente
una afección leve o de escasa importancia de sus facultades intelectivas o voli-
tivas tomando en consideración junto a las facultades físicas y psíquicas, otros
elementos no intrínsecamente psíquicos, como los conocimientos, la cultura, la
formación, circunstancias ambientales, hábitos adquiridos o el estado afectivo o
emocional del sujeto. El efecto jurídico de la concurrencia de la atenuante ana-
lógica —normalmente, la imposición de la pena del delito cometido en su mitad
inferior— se determinará de conformidad con las reglas generales establecidas
en el art. 66 CP Al mismo tiempo, si la peligrosidad del autor lo exige, aunque
la ley no lo prevea, pero por analogía a favor del reo, se podrá imponer, además
de la pena, una medida de seguridad en los términos previstos en el art. 104
CP [STS de 13 de junio de 1990 (Tol 23146); 29 de abril de 1991 (Tol 456527);
y 12 de febrero de 1993 (Tol 443375)]. Si concurriese una pena y una medida
de seguridad, ambas privativas de libertad, se ejecutarán conforme al sistema
vicarial regulado art. 99 CP.
350 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (II)
Es importante tener en cuenta que para la valoración de la imputabilidad del autor es necesario
que los Jueces y Tribunales estén debidamente asesorados por los Médicos Forenses (médicos
especialista en Medicina Legal). La medicina legal es la especialidad médica que aplica todos los
conocimientos de la medicina para el auxilio a jueces y tribunales de la Administración de Justicia.
El trabajo concreto de los Médicos Forenses se desarrolla en los Juzgados y Tribunales. La figura
de los Médicos Forenses es la de peritos, expertos en medicina que trabajan directamente para la
Administración de Justicia como funcionarios públicos imparciales. En su trabajo emiten los infor-
mes que les son requeridos sobre cualquier materia médica que pueda ser de interés para Jueces
y Tribunales. De forma más concreta, y entre otras muchas materias, sus dictámenes incluyen la
valoración de la posible presencia de anomalías o alteraciones mentales desde el punto de vista de
la legislación penal (valoración de la afectación de las facultades mentales de los imputados para
determinar si son capaces de comprender la naturaleza y consecuencias de sus actos y dirigirlos
libre y voluntariamente).
Entre los trastornos del DSM IV se incluyen los trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la ado-
lescencia (retraso mental, trastornos del aprendizaje); los delirium, demencias, trastornos amnésicos
y otros trastornos cognitivos (demencia tipo Alzehimer); los trastornos relacionados con sustancias
(alcohol, alucinógenos. anfetaminas, cannabis, cocaína, opiáceos, etc.); la esquizofrenia y otros
trastornos psicóticos; los trastornos del estado de ánimo (trastornos depresivos y bipolares); los
trastornos de ansiedad (angustias, fobias, stress); los trastornos sexuales y de la identidad sexual
(parafilias, exhibicionismo, sadismo, trastornos de la identidad sexual); los trastornos de la conducta
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 351
alimentaria (anorexia, bulimia); los trastornos del sueño (narcolepsia, sonambulismo); los trastornos
adaptativos y los trastornos de la personalidad. No obstante, para determinar la relevancia jurídica
del trastorno habrá que precisar en cada caso en qué medida están afectadas las facultades men-
tales y volitivas del autor.
En el ámbito específico del Derecho Penal, los trastornos que tienen una ma-
yor incidencia en la práctica jurídica son el retraso mental severo, medio, leve y
border line (antigua oligofrenia) [STS de 27 de abril de 2000 (Tol 13061); 30 de
septiembre de 2000; y 8 de febrero de 2001 (Tol 31246)]. Estos enfermos pueden
actuar por sí y ser imputables, semiimputables o inimputables según la comple-
jidad del acto realizado; pero otras veces son utilizados por otros para cometer
conductas delictivas. También deben destacarse los trastornos relacionados con
sustancias (dependencias de alcohol, drogas o medicamentos conocidos también
con el nombre de psicosis exógenas o toxifrenias), la esquizofrenia (con deli-
rios y alucinaciones), los trastornos del estado de ánimo (depresivos, bipolares,
psicosis maníaco-depresiva), los trastornos sexuales (parafilias: exhibicionismo,
pedofilia, sadismo) y los trastornos del control de impulsos (cleptomanía, pi-
romanía, ludopatía). Otras anomalías o alteraciones psíquicas con relevancia
jurídico-penal que aparecen con menor frecuencia son las provocadas, por ejem-
plo, por una enfermedad tumoral o vascular o infecciosa, etc. o por “factores
orgánicos” (epilepsia).
En ciertos enfermos la epilepsia puede producir una crisis que produzca una pérdida de conciencia
total, que podría equivaler a una enajenación. En ciertas crisis el enfermo puede realizar acciones
violentas no deseadas a consecuencia de una actividad motora incontrolada como, por ejemplo,
estrangular a su pareja si la crisis le sorprende durante un coito. También pueden sufrir alucinaciones
muy complejas, con un falseamiento senso-perceptivo. Así, por ejemplo, el enfermo puede creer,
mientras golpea a una persona, que lo está haciendo a un insecto o a una rata peligrosa [vid. STS
de 12 de mayo de 1999 (Tol 1286) y 14 de junio de 1999 (Tol 272385)].
Así por ejemplo, un esquizofrénico que camina por la calle puede tener alucinaciones muy comple-
jas, como ver en un transeúnte al demonio, y reaccionar violentamente, atacándolo y causándole
lesiones o incluso la muerte [vid. STS de 14 de julio de 2000 y 20 de noviembre de 2000 (Tol 8564)].
A veces, actos normales son interpretados por ellos de forma diferente y un simple saludo puede
significar un intento de agresión y la risa de un transeúnte puede ser interpretada como una burla.
En ambos casos el sujeto puede reaccionar de forma violenta.
352 DELITOS DE ACCIÓN. LA CULPABILIDAD (II)
En la fase depresiva se suelen cometer delitos de omisión, como por ejemplo, falta de control sobre
los menores o suicidio combinado. Sin embargo, en la fase maniaca, donde se produce la exaltación
del estado de ánimo, pueden cometer, por ejemplo, delitos de homicidio o lesiones (si es una perso-
na violenta, saliendo a la calle y golpeando a la gente indiscriminadamente), agresiones sexuales o
delitos económicos (sería el caso del maníaco que cree ser un gran empresario capaz de emprender
cualquier negocio con éxito y comienza a realizar negocios e inversiones que incluyen medios en-
gañosos y falsarios).
Un paranoico con la idea delirante de que posee poderes para “arrojar” espíritus puede realizar prác-
ticas imprudentes sobre un “supuesto enfermo”, causándole lesiones muy graves o la muerte.
Un comportamiento delictivo de un psicópata podría ser, por ejemplo, matar a otro sin más motiva-
ción que la de “caerle” mal; o matar en serie con la finalidad de sentir placer (como el Dr. Robert
Elliot —Michael Caine— en “Vestida para matar” o el Dr. Hannibal Lecter —Anthony Hopkins— en
“El Silencio de los Corderos”).
”En este caso concreto, el delirio provocado por los celos, no fue tan enérgico que eliminase la
capacidades intelectivas y volitivas del acusado, pero sí ha tenido la suficiente entidad como para
alterar de forma sustancial y severa sus facultades intelectivas y volitivas, por lo que debe estimarse
congruente la apreciación de una eximente incompleta de trastorno mental transitorio” [STS de 3 de
diciembre de 2008 (Tol 1413507)].
y diferentes a los normales, es lógico concluir que esta modificación del estado
psíquico puede tener repercusión en la responsabilidad criminal del sujeto.
Un sector doctrinal entiende que la actual regulación del art. 20, 1º CP, al emplear la expresión de
“alteraciones o anomalías psíquicas”, da cabida a los supuestos de inimputabilidad por ingestión de
alcohol o de drogas y, por ello, solicitan la desaparición del art. 20. 2º CP
Los requisitos generales para que tenga relevancia penal el consumo de estas
sustancias pueden sintetizarse, según nuestra jurirsprudencia, del siguiente
modo [STS 25 de febrero de 2009 (Tol 14745878)]:
1. Requisito biopatológico, esto es, que nos encontremos en presencia de un
toxicómano, cuya drogodependencia exigirá a su vez estos otros dos requisitos:
a) Que se trate de una intoxicación grave, pues no cualquier adicción a la droga,
sino únicamente la que sea grave, puede originar la circunstancia modificativa
o exonerativa de la responsabilidad criminal; y b) Que tenga cierta antigüedad,
pues este tipo de situaciones patológicas no se producen de forma instantánea,
sino que requieren un consumo más o menos prolongado en el tiempo, depen-
diendo de la sustancia estupefaciente ingerida o consumida.
2. Requisito psicológico, o sea, que produzcan en el sujeto una afectación de
sus facultades mentales. En efecto, la STS de 30 septiembre de 1996, ya declaró
que “no es suficiente ser adicto o drogadicto para merecer una atenuación, si la
droga no ha afectado a los elementos intelectivos y volitivos del sujeto”.
3. Requisito temporal o cronológico, en el sentido que la afectación psicológi-
ca tiene que concurrir en el momento mismo de la comisión delictiva, o actuar
el culpable bajo los efectos del síndrome de abstinencia. Este requisito puede
deducirse del hecho de que el sujeto sufra (permanentemente) un deterioro im-
portante de sus facultades físicas y psíquicas como consecuencia de una grave
adicción a las drogas durante un periodo prolongado de tiempo [“personalidad
drogodependiente” —desde las STS de 13 de febrero de 1991 (Tol 457531) y 20
de marzo de 1991)].
4. Requisito normativo, o sea, la intensidad o influencia en los resortes men-
tales del sujeto, lo cual nos llevará a su apreciación como eximente completa,
incompleta o meramente como atenuante de la responsabilidad penal:
El principio de la actio libera in causa se encuentra recogido en el art. 20, 1º CP, y establece que “no
eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por el sujeto con el propósito de cometer el delito
o hubiera previsto o debido prever su comisión”. Con esta fórmula el legislador permite aplicar la
actio libera in causa tanto a las infracciones dolosas (ha sido provocado) como a las infracciones
imprudentes (hubiera previsto o debido prever) y “serán, en realidad, especialmente aplicables a
los casos de intoxicaciones alcohólicas o por consumo de drogas que produzcan una alteración
transitoria de la conciencia. La eximente no es de aplicación tampoco cuando el autor debió prever
la comisión del delito. En tales casos tampoco puede operar como atenuante” [STS de 19 de julio
de 2007 (Tol 1138381)].
Sección Tercera
LA PUNIBILIDAD
Tema 21
La punibilidad
Por ejemplo, el art. 218, 1 CP castiga al que contraiga un matrimonio inválido para perjudicar al
otro contrayente. Sin embargo, y a pesar de tratarse de una conducta típica, y aún subsistiendo en
el caso concreto la antijuridicidad de la acción y la culpabilidad del autor, el art. 218,2 CP declara
exento de pena al sujeto activo cuando posteriormente convalide el matrimonio ilegal. Tampoco sería
punible el delito de hurto cometido por un hijo a su padre dada la excusa absolutoria prevista en el
art. 268 CP, a pesar de haber realizado un hecho típico y antijurídico de forma culpable.
Igualmente, el hecho de que una persona perfectamente responsable de sus actos tenga acceso
carnal con otra empleando violencia constituye un delito de violación del art. 179 CP. Sin embargo,
la imposición de una pena al autor del delito está condicionada a algo que no tiene nada que ver
con los requisitos del delito. A saber: que la víctima, a la que se confiere este derecho por razones
político-criminales, desee que el hecho se persiga y lo manifieste a través de una denuncia (art. 191
CP). Si no hay denuncia de la víctima, el delito no puede ser perseguido y su autor no podrá ser ni
juzgado ni sancionado con una pena. El delito no sería punible.
Que las razones que conducen a la inclusión en el Código Penal de elementos que limitan o excluyen
la punibilidad de determinados supuestos no son más que criterios político-criminales referidos a la
necesidad de pena, se pone de manifiesto en el hecho de que una misma situación pueda ser trata-
da por el legislador de forma diferente en momentos distintos. Piénsese, por ejemplo, en la excusa
absolutoria contenida en el art. 268, 1 CP, que exime de responsabilidad criminal a determinados
autores de delitos contra el patrimonio por razón de su parentesco con el sujeto pasivo: el art. 57 del
PRCP de 15 de enero de 2007 trató de convertir esta excusa absolutoria en un requisito de proce-
dibilidad, consistente en la exigencia de denuncia del agraviado para poder iniciar el procedimiento
penal.
Piénsese, por ejemplo, en la garantía de reciprocidad exigida en el art. 606, 2 CP para poder aplicar
una pena agravada a los autores de delitos cometidos contra Jefes de Estado extranjeros; en la
exención de responsabilidad prevista en el art. 268, 1 CP para determinados autores de delitos
contra el patrimonio por razón de su parentesco con el sujeto pasivo, o en la exigencia de sentencia
firme para poder perseguir el delito de acusación falsa (art. 456 CP), en las que entran en juego
factores políticos, familiares y vinculados a la Administración de Justicia.
Sin embargo, esta generalizada doctrina está siendo desde hace tiempo cuestionada de la mano
de la distinción entre excusas absolutorias personales y objetivas. Desde este punto de vista, las
causas de exclusión de la pena personales sólo serían aplicables a los intervinientes en el hecho
362 LA PUNIBILIDAD
en quienes concurran, mientras que las objetivas afectarían a todos, con lo que en estas últimas se
desdibujaría la tradicional diferencia con las condiciones objetivas de punibilidad.
Si realmente la diferencia entre unas y otras recae en el desarrollo de su eficacia en relación a todos
los intervinientes en el hecho o sólo a aquél en quien concurre, la consideración de que, por ejemplo,
la exención de responsabilidad criminal de determinadas personas por razón de su parentesco con
el sujeto pasivo en algunos delitos contra la propiedad (art. 268, 1 CP) debe afectar también a los
partícipes en el hecho, se traduciría, única y sencillamente, en su catalogación como condición obje-
tiva de punibilidad, al margen de su formulación positiva o negativa, y no como excusa absolutoria,
a pesar de ser ésta la definición más generalizada.
Así, por ejemplo, el art. 458, 2 CP exige la concurrencia de sentencia condenatoria del reo víctima
del delito de falso testimonio para poder imponer al testigo que falta a la verdad la pena superior
en grado. En este caso, no es la pena en si lo que queda condicionada a la existencia de sentencia
condenatoria, sino la agravación de la misma.
Desde nuestro punto de vista esta distinción, aparentemente forjada por Jes-
check, no puede más que rechazarse. Y ello porque las mal llamadas condiciones
objetivas de punibilidad “impropias” no tienen nada que ver con la esencia gene-
ralmente reconocida a la categoría de las condiciones objetivas de punibilidad,
que podría resumirse en su capacidad de excluir la punibilidad de una conducta
por razones ajenas a la propia acción y a su catalogación como hecho típico, an-
tijurídico y culpable. De ahí que compartamos plenamente la crítica a la utiliza-
ción del término condición objetiva de punibilidad, aunque se matice su carácter
“impropio”, en aquellos casos que nada tienen que ver con la punibilidad de un
hecho, sino con su propia consideración como injusto culpable. Y de ahí que,
igualmente, entendamos que las condiciones objetivas de punibilidad impropias
encerrarían inadmisibles restricciones del principio de responsabilidad subjeti-
va, desde el momento en que la concurrencia objetiva del elemento consignado
legislativamente permite sancionar determinados hechos a pesar de que dicho
elemento no haya sido abarcado por el dolo o la imprudencia del autor.
El Código Penal contiene, entre otras, las siguientes condiciones objetivas de
punibilidad: art. 196 CP, que exige un riesgo grave para la salud de las personas
para considerar punible la denegación de asistencia sanitaria o el abandono de
los servicios sanitarios; art. 215, 2 CP, que regula la calumnia y la injuria ver-
tidas en juicio; art. 260, 1 CP, que requiere la previa declaración de concurso en
el delito de insolvencia punible; art. 314 CP, que exige el previo requerimiento o
sanción administrativa en el delito de discriminación laboral; art. 456, 2 CP, que
establece la necesidad de sentencia firme o auto también firme de sobreseimien-
to o archivo para poder proceder contra el denunciante o acusador falso; art.
458, 2 CP, que exige la concurrencia de sentencia condenatoria del reo víctima
del delito de falso testimonio para poder imponer al testigo la pena agravada;
art. 606, 2 CP, que establece la necesaria concurrencia de penalidad recíproca
para los delitos en el país a que correspondan las personas ofendidas.
El art. 16, 2 CP, por ejemplo, declara exento de responsabilidad criminal por el delito intentado a
quien evite voluntariamente la consumación del mismo, bien desistiendo de la ejecución ya iniciada,
bien impidiendo la producción del resultado, sin perjuicio de la responsabilidad en que pudiera haber
incurrido por los actos ejecutados, si éstos fueren ya constitutivos de otro delito o falta.
364 LA PUNIBILIDAD
Según la doctrina mayoritaria, las excusas absolutorias deben concurrir en el momento de la ejecu-
ción del delito. Si ello es así, en puridad sólo se podría usar la denominación “excusa absolutoria”
para aquellas causas de exención concurrentes en el momento de la ejecución del delito, y no para
las sobrevinientes con posterioridad. Pero lo cierto es que, a pesar de exigir su concurrencia en el
momento de la ejecución del delito, la doctrina viene utilizando la denominación indistintamente,
tanto si esta clase de elementos concurren ya en el momento de la ejecución del hecho delictivo
como si sobrevienen después, lo que aumenta aún más la confusión ya reinante sobre el verdadero
alcance de la categoría de las “excusas absolutorias” y los requisitos de la misma. Es por eso por lo
que resulta mucho más adecuada la terminología alemana, que diferencia entre causas de exclusión
de la pena y causas de anulación o levantamiento de la pena. Desde esta perspectiva, las causas de
exclusión de la pena serían aquellas circunstancias contrarias a la punición que deben concurrir al
tiempo del hecho, mientras que las causas de anulación de la pena no se producirían hasta después
de haberse realizado la acción punible, por lo que eliminan con carácter retroactivo la punibilidad ya
existente. A pesar de ello, y al objeto de no apartarnos de una terminología que goza ya de una larga
tradición en nuestro país, usaremos la denominación excusas absolutorias en sentido amplio.
Piénsese en el conocido caso del náufrago que para evitar morir ahogado le quita el salvavidas a
otro náufrago determinando que sea éste último el que perezca ahogado —caso de la “tabla de
Carneades”; o en el supuesto del aborto —destrucción de la vida del nasciturus— por indicación
eugenésica, salvando el derecho al libre desarrollo de la personalidad de la mujer.
sabilidad como categoría que abarca a la culpabilidad del autor y a las causas
que excluyen la necesidad de pena (Roxin); 7) una causa de exculpación, esto es,
una causa equiparada por la ley a la ausencia de culpabilidad y basada en la
disminución del ilícito y de la culpabilidad del autor, lo que hace innecesaria por
razones preventivas la imposición de la pena (doctrina dominante; por todos:
Welzel, Kaufmann, Jescheck).
A la consideración del estado de necesidad como causa de exculpación puede
objetarse que “un orden jurídico que ordena algo que no exige se contradice a sí
mismo” (Engisch). A nuestro juicio, la culpabilidad del sujeto en quien concurre
la situación de necesidad subsiste, tal y como ha reconocido buena parte de la
doctrina, a pesar de considerar el estado de necesidad una causa de exculpa-
ción. Por ello, para mantener el concepto de delito como injusto culpable, y en
pro de la coherencia, esta modalidad de estado de necesidad no debe ubicarse
sistemáticamente dentro de la culpabilidad (tal y como aquí ha sido definida).
Pero afirmar la subsistencia de la culpabilidad no implica que sea necesaria, y
por tanto conveniente, la imposición de una pena. En efecto, dado el carácter
extraordinario de la situación de necesidad, y el acuerdo unánime sobre que el
Derecho no debe exigir comportamientos heroicos, no existen razones político-
criminales que aconsejen la imposición de la pena, por lo que ésta deviene en
innecesaria. En otras palabras, “el ordenamiento jurídico, pese a la existencia
de culpabilidad, otorga indulgencia al autor” (Welzel) —y la indulgencia tiene
difícil traducción dogmática en términos de injusto o de culpabilidad.
De ahí que consideremos que el estado de necesidad debe ser analizado en
la punibilidad y, concretamente, como una excusa absolutoria. No se trata de
una propuesta novedosa. Ya la planteaba Bacigalupo Zapater en los siguientes
términos: “la definición de las excusas absolutorias como circunstancias que ex-
cluyen la punibilidad sin afectar lo injusto ni la culpabilidad, que es el punto de
partida de la teoría dominante, resulta totalmente adecuada para comprender
también los supuestos que Armin Kaufmann denomina de exclusión fáctica del
reproche y que en la terminología corriente corresponde a las causas de exculpa-
ción. Al no fundarse la exclusión de la pena en la falta de culpabilidad, es claro
que las causas de exculpación eliminan la pena dejando subsistente lo injusto
y la culpabilidad. De esta forma coinciden totalmente con las excusas absoluto-
rias, según la concepción de la teoría dominante”.
La construcción que se propone permitiría la aplicación a los supuestos de
estado de necesidad absolutorio de efectos jurídicos uniformes y coherentes. En
realidad, las soluciones que se plantean son casi idénticas a las que proponía la
doctrina mayoritaria de la mano de la inclusión del estado de necesidad entre
las causas de exculpación, pero ahora no por la vía de la excepción, sino de la
aplicación de las reglas generales de la categoría en la que se incluye: la puni-
bilidad. En primer lugar, los supuestos de error sobre los presupuestos fácticos
del estado de necesidad absolutorio se resolverían como un error sobre la pu-
nibilidad. En segundo término, considerar al estado de necesidad absolutorio
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 367
3. Los requisitos del estado de necesidad absolutorio coinciden con los del
estado de necesidad justificante, aunque con la excepción, lógicamente, de que
en el absolutorio no existe una diferencia esencial de jerarquía entre el interés
jurídico que se salva y el que se sacrifica.
A. La legislación penal española no reconoce ninguna limitación respecto de
los bienes o intereses jurídicos que pueden ser salvados a través del estado de
necesidad absolutorio. Desde el punto de vista político criminal, esta extensión
de la eximente no es aconsejable y lo correcto sería reducirla —como se hace, por
ejemplo, en el StGB, y en la línea de lo expuesto anteriormente— a la salvación
de bienes o intereses de fundamental importancia (vida, integridad, libertad)
del necesitado o de un pariente o persona allegada al mismo, pues sólo en estos
casos se dificulta la autorregulación del comportamiento del autor con arreglo
a las normas y tiene sentido y fundamento la exclusión de la responsabilidad
criminal (Bacigalupo Zapater).
En la doctrina se han planteado otras interpretaciones restrictivas del estado de necesidad abso-
lutorio al dar respuesta al caso de la colisión entre la integridad corporal y la vida de una persona
con ocasión del supuesto del médico que extrae un riñón a un paciente sano para transplantarlo a
otro que se encuentra al borde de la muerte. En este sentido, para apreciar el estado de necesidad
absolutorio se requiere que el medio empleado para resolver el conflicto de bienes o intereses sea
“socialmente adecuado”, lo que no ocurriría cuando dicho medio suponga una infracción grave del
respeto debido a la dignidad de la persona (no es posible instrumentalizar la integridad física de una
persona, que es un fin en sí mismo, aunque sea para salvar la vida de otro).
La Jurisprudencia ha admitido el estado de necesidad para exculpar un aborto realizado por indi-
cación económico-social [STS de 11 de diciembre de 1990 (Tol 25246)], pero no ha exculpado al
sacerdote que para dejar a salvo su conciencia oculta a miembros de una banda terrorista [STS de
21 de julio de 1993 (Tol 402214). Por el contrario, si se justificó por estado de necesidad la mediación
de un abogado con una banda terrorista para liberar a un secuestrado [SSTS de 5 de diciembre
de 1994 (Tol 173317 y 402995). No es de aplicación el estado de necesidad —en ninguna de sus
modalidades— en los supuestos en los que para solventar una mala situación económica personal
o familiar se recurre al tráfico de drogas [por todas: SSTS de 13 de febrero de 1998 (Tol 77681); 26
de enero de 1999; y 14 de julio de 2000].
cipio, a provocar una masacre, causando como “daño colateral” la muerte de los
pasajeros (caso de los atentados terroristas del 11-S en el World Trade Center).
Desde luego, si se derriba el avión-misil, la muerte de los terroristas secuestra-
dores estaría justificada por la legítima defensa. Pero la cuestión sería ahora:
¿podría estar disculpada por el estado de necesidad la muerte de los pasajeros
secuestrados? El punto de partida debe ser aquí que nadie puede constituirse
en juez de la vida y la muerte de los demás (Welzel) por lo que, por ejemplo, el
Derecho Penal no admite que se pueda cambiar la trayectoria de un tren sobre
el que se ha perdido el control para evitar que colisione contra un colegio dónde
hay veinticinco niños, haciéndolo colisionar contra una casa en la que sólo hay
una familia de tres miembros (en estos casos, el autor no evita un daño que de
todos modos se va a producir, sino que se limita a derivar el daño de un sujeto a
otro). Pero aún así, el caso que nos ocupa presenta unas particularidades que lo
diferencian del anterior: a) En primer lugar, el sujeto no se ha erigido “volunta-
riamente” en juez de nada, sino que se ha visto envuelto de forma forzosa en una
situación extrema; b) En segundo término, al sujeto le sigue incumbiendo en el
conflicto el deber de no desproteger a los ilegítimamente agredidos; c) La acción
de evitar la masacre se hace a costa de la lesión de unos bienes jurídicos irremi-
siblemente perdidos. De este modo, y aunque la conclusión no puede plantearse
como libre de discusión, en principio, y cumplidos, por supuesto, los requisitos
de necesidad y de inexistencia de otra solución, podría admitirse la existencia
de un estado de necesidad exculpante (para nosotros, absolutorio) si, como se ha
dicho, se trata de evitar una masacre (la cantidad de vidas que se salvan es muy
superior a la de vidas que se lesionan) (Quintero Olivares).
B. Por último debe señalarse que con el requisito de que el necesitado no
tenga, por su oficio o cargo, obligación de sacrificarse, se alude a las “situaciones
jurídicas especiales” en las que existe la obligación de tolerar la situación de
necesidad. Los grupos de casos son variados.
a. Determinadas personas están obligadas profesionalmente a tolerar el esta-
do de necesidad, por lo que se les exige que dominen su instinto de conservación,
incluso bajo la presión de peligros, porque la comunidad ha de confiar en ellos
precisamente en esas circunstancias. Obviamente, la obligación de soportar el
estado de necesidad tiene sus límites en los supuestos en los que el cumplimien-
to del deber significaría una muerte segura y evidente.
Un deber mayor de soportar el peligro se da, por ejemplo, en los soldados, en los marineros, en
los pilotos de aeronaves, en los policías, en los bomberos, en los especialistas en minas, en los
miembros de organizaciones de protección (Cruz Roja, Salvamentos de Montañeros, etc.), en los
médicos, ayudantes técnicos sanitarios, socorristas, guías de montaña, etc.
Por ejemplo, el padre no puede salvarse de un naufragio entregando a su hijo a la muerte. Igualmen-
te ha de soportarse el peligro que la legítima defensa implique para el agresor, de manera que no
resulta exculpado el pariente que, por ejemplo, mata al que se defiende para salvar al atacante.
b. El miedo insuperable
1. Establece el art. 20, 6º CP que está exento de responsabilidad criminal “el
que obre impulsado por miedo insuperable”. El análisis de esta eximente debe
llevarse a cabo, en primer término, a través de un procedimiento puramente
negativo (esto es, analizando los casos en los que, pese a lo que a primera vista
pudiera parecer, la causa de exclusión de la responsabilidad criminal de miedo
insuperable no debería ser de aplicación).
A. No debería ser de aplicación la eximente de miedo insuperable en aquellos
casos en los que lo que falta ya es la acción misma (y por tanto la tipicidad), por-
que el estado psíquico de miedo lleve a la paralización de quien lo sufre.
Por ejemplo: el autor omite la acción mandada del art. 195 CP (prestar socorro) por hallarse física y
materialmente paralizado por el terror.
Por ejemplo, la acción del que imita una firma en un cheque —art. 392 CP— bajo una amenaza de
muerte está justificada por el estado de necesidad (art. 20, 5º CP).
La Jurisprudencia del Tribunal Supremo no parece acoger, sin embargo, este criterio y admite que el
exceso defensivo conscientemente realizado pueda estar cubierto por un estado pasional asténico
del que es prototipo el miedo. Hechos: Cuando Alberto salía del Pub ... en compañía de Ana vis-
tiendo prendas de estética punki, fueron abordados por un grupo de nueve personas que mostraron
hacia ellos una actitud agresiva y, tras insultarlos, de forma imprevista e inmotivadamente, pasaron
a acometerlos con golpes y patadas, intentando Alberto evitar la agresión, momento en que Ana
fue agarrada por el cuello por dos o tres personas del grupo y apartada del lugar, rodeando todos
los demás a Alberto, instante en que éste, temiendo por su vida, sacó una navaja que portaba por
utilizarla habitualmente para las tareas del campo y propinó con la misma dos puñaladas a Jacobo
que le produjeron la muerte. La Audiencia Provincial condenó a Alberto como autor responsable de
un delito de homicidio doloso con la concurrencia de la eximente incompleta de legítima defensa,
ya que entendió que el imputado se excedió en la defensa (exceso intensivo) al emplear un gran
ímpetu en la intensidad de las puñaladas cuando en realidad no hubo grave peligro para su vida o su
integridad física, aún cuando él pensara lo contrario. El Tribunal Supremo casó la SAP y absolvió a
Alberto por entender que su conducta estaba exculpada por el miedo insuperable. La Sala consideró
que no pocas veces el exceso defensivo puede ser cubierto por un estado pasional asténico —del
que es prototipo el miedo— hasta el punto de ser harto frecuente tal concurrencia emotiva en el
defensor que se ve envuelto en el difícil trance de medir y calibrar su reacción frente al ataque. Y en
el factum de la sentencia combatida encontramos dibujados rasgos de donde deducir tanto el error
(el procesado pensaba que corría un grave peligro ya que temía por su vida) como el miedo (dada su
perturbación anímica por la agresión sufrida) que nos llevan a considerar el pánico que corrió como
consecuencia del ataque plural y del acorralamiento del que fue objeto y en dicho estado los excesos
defensivos deben ser cubiertos... por la causa de exculpación de miedo insuperable [STS de 24 de
febrero de 2000 (Tol 23750)].
Esto ocurriría, por ejemplo, en los casos en los que el miedo afecte a las facultades intelectivas o
volitivas del autor de tal forma que le impida comprender el significado de su acción o actuar confor-
me a esa comprensión, esto es, “cuando el agente se halle bajo una amenaza o intimidación de tal
gravedad que, naturalmente, produzca en su ánimo tan honda perturbación que de modo invencible
le conduzcan contra su voluntad a realizar el hecho” (Bacigalupo Zapater).
2. ¿En qué casos y bajo qué condiciones sería de aplicación entonces la exi-
mente de miedo insuperable del art. 20, 6º CP? La respuesta a esta cuestión no
es ni mucho menos pacífica.
La Jurisprudencia del Tribunal Supremo ofrece —a través de un panorama
auténticamente caótico— toda la gama de posibilidades interpretativas acerca
de la naturaleza jurídica de la eximente de miedo insuperable (STS de 24 de
febrero de 2000). Ha sido considerada como una causa de justificación o de ex-
culpación según que el mal con que se amenaza sea mayor o igual al causado
(por todas: STS de 12 de mayo de 1971); también como una causa de inimputabi-
lidad; como una causa de exculpación; incluso, como la faz negativa de la acción
[por todas: STS de 19 de julio de 1994 (Tol 403700)]; no han faltado resoluciones
372 LA PUNIBILIDAD
El miedo o la situación coactiva generada por una amenaza —afirma en el sentido indicado Baciga-
lupo Zapater— no son sino la consecuencia subjetiva que proviene de la situación de necesidad en
la que hay que elegir entre sufrir un mal o causarlo: allí colisionan el bien jurídico amenazado y el
que es necesario lesionar para evitar la amenaza. Por ello, a través del art. 20. 6º CP, el legislador
ha creado un supuesto restringido de estado de necesidad, pues le agrega la condición de que el
autor haya actuado impulsado precisamente por el miedo. En consecuencia, en los casos en los que
sólo concurra la relación entre el mal causado y el que se evita será siempre aplicable el art. 20,
5º CP, y sólo cuando además concurra el efecto subjetivo del miedo será aplicable el art. 20, 6º CP
La significación práctica del miedo y, naturalmente, de esta eximente, queda por lo tanto totalmente
anulada: existiendo ya una eximente que excluye la pena con menos requisitos carece de sentido
otra que hace depender el mismo efecto de un mayor número de éstos.
La conclusión que se debe extraer del estudio dogmático del núm. 6º del art. 20 CP es que la legis-
lación penal española —siguiendo el modelo de otras legislaciones penales de países de nuestro
círculo de cultura, como el StGB— debería eliminar esta causa de exclusión de la punibilidad por
innecesaria.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 373
Este es el caso, por ejemplo, del delito de reproducción asistida no consentida (art. 161, 2 CP); los
delitos de agresiones, acoso o abusos sexuales (art. 191, 1 CP); los delitos contra la intimidad, el
derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del domicilio (art. 201, 1); la calumnia y la injuria (art.
215, 1 CP); el abandono de familia, menores o incapaces (art. 228); los delitos de daños (art. 267);
algunos delitos contra el orden socioeconómico, como los relativos a la propiedad intelectual, indus-
trial, y al mercado o a los consumidores (art. 287, 1 CP); o los delitos societarios (art. 296, 1 CP).
Así, por ejemplo, y de acuerdo con el art. 71,2 CE, “durante el periodo de su mandato, los Diputados
y Senadores gozarán asimismo de inmunidad, y sólo podrán ser detenidos en caso de flagrante
delito. No podrán ser inculpados ni procesados sin la previa autorización de la Cámara respectiva”.
Mención aparte merece la cuestión del tratamiento que deba darse a la creencia equivocada de
que concurre una condición objetiva de punibilidad, o de que falta una causa de exclusión de la
punibilidad, es decir, a los supuestos en los que el sujeto cree que su conducta es punible cuando
en realidad no lo es, que no son más que errores sobre la punibilidad “al revés”. Lógicamente, no
cabe otorgar relevancia a esta clase de error, ya que la mera consideración errónea del sujeto de que
su acción es punible no puede fundamentar la punibilidad de un hecho si, en base a determinadas
consideraciones político-criminales, dicha punibilidad ha sido descartada por el legislador.
374 LA PUNIBILIDAD
En relación con el error sobre la punibilidad, sin duda los supuestos más
frecuentes son los de error en los presupuestos fácticos.
Piénsese, por ejemplo, en el sujeto que hurta mil euros a la que cree su mujer y con la que todavía
convive, cuando en realidad ya no lo es por haberse dictado recientemente sentencia de divorcio,
dato que el sujeto activo aún desconoce, y que impide la apreciación de la excusa absolutoria del
art. 268, 1 CP.
No obstante, cabe también imaginar casos en los cuales el error recae direc-
tamente sobre la existencia o inexistencia de la condición objetiva de punibili-
dad o la excusa absolutoria.
Un supuesto de error sobre la concurrencia de una excusa absolutoria se daría, por ejemplo, cuando
el autor, que hurta mil euros a la que sí es su mujer, cree que la punibilidad de su conducta decae
por la existencia del art. 268, 1 CP, cosa que no ocurre debido a que dicho artículo ha sido derogado
por una reciente reforma del Código Penal que ya ha entrado en vigor en el momento de los hechos,
dato que el sujeto activo desconocía.
Así, por ejemplo, la doctrina mayoritaria concluiría que no puede tenerse en cuenta el error cometido
por el sujeto que toma una cosa creyendo que es de su hermano, cuando en realidad no lo es (el art.
268, 1 CP declara exentos de responsabilidad a determinados autores de delitos contra el patrimonio
por razón de su parentesco con el sujeto pasivo siempre que no concurra violencia o intimidación),
o el ya citado error sobre la condición de pariente del sujeto pasivo (cree que el sujeto pasivo sigue
siendo su mujer, cuando ya no lo es por haberse dictado sentencia de divorcio).
Sin embargo, y desde nuestro punto de vista, aunque es cierto que el art. 14
CP no recoge una respuesta expresa para estos casos, ello no cierra la vía de
la aplicación analógica del mismo (por tratarse de un supuesto de analogía in
bonam partem). Y aunque tal vez no sea la solución más idónea, ello permite, en
tanto en cuanto nuestro legislador no se decida a dar solución expresa a los su-
puestos de error sobre la punibilidad, darles un tratamiento jurídico adecuado.
Sección Cuarta
LAS FORMAS DE APARICIÓN DEL
DELITO
Tema 22
El iter criminis
A decide matar a su vecino B que le molesta continuamente. A tal efecto compra un arma y las balas
correspondientes. A continuación, estudia durante varios días el recorrido y el horario de su víctima
con la intención de dispararle desde la ventana a una hora en la que es previsible que nadie le vea.
Finalmente, carga el arma y se sitúa en la ventana escogida diez minutos antes de la hora prevista,
y espera pacientemente su llegada. Al verle venir, y cuando considera que su vecino se halla a una
distancia adecuada, le dispara produciéndose la muerte en el acto.
Así, en el caso expuesto, la decisión del sujeto de delinquir, esto es, su resolución criminal, es delibe-
rada, planeada y muy anterior al hecho en sí. Sin embargo, no siempre es así: por ejemplo, el sujeto
que, en una pelea, coge un cuchillo que encuentra a su alcance y asesta diversas puñaladas a su
contrincante, ocasionándole la muerte, no delibera y planea la comisión del delito, y, sin embargo, en
un determinado momento toma la resolución de coger un cuchillo y atacar a su contrincante.
Pues bien: en ningún caso puede ser objeto del Derecho Penal la fase interna
o de ideación del delito. Este postulado básico del Derecho Penal, que se concre-
ta en la máxima “cogitationis poena nemo patitur” y que procede de Ulpiano,
significa que con el pensamiento no se delinque, por muy contrario a Derecho
que éste sea. Se trata, en suma, del “principio del hecho”, derivado del art. 25,
1 CE y consagrado en el art. 10 CP, que expresamente señala que “son delitos o
faltas las acciones y omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. Ello
380 EL ITER CRIMINIS
En el ejemplo inicial, observamos cómo, una vez adoptada la resolución de matar a B, A empieza a
realizar una serie de acciones exteriores con la intención de materializar dicha resolución delictiva:
compra una pistola y balas, observa el recorrido seguido por su vecino, lo acecha, etc. Lo esencial
es determinar a partir de qué momento está legitimado el Derecho Penal para intervenir imponiendo
una sanción por los hechos ya realizados.
Piénsese, por ejemplo, en el delito de fabricación o tenencia de útiles parea cometer falsedades (art.
400 CP); o en el delito de asociación ilícita (art. 515 CP) a través del cual se eleva a la categoría de
delito el mero hecho de asociarse —organizarse— para cometer otro delito; o en el delito de depósito
de armas de guerra (art. 566, 1 CP).
Son punibles, por ejemplo, los actos preparatorios en los delitos de homicidio y asesinato (art. 141
CP); lesiones (art. 151 CP); lavado de dinero (art. 304 CP); tráfico de drogas (art. 373 CP), etc.
Ejemplo: A y su amante B planean los detalles y las circunstancias del asesinato de C, esposa de A,
a quien piensan matar conjuntamente.
Ejemplo: A, periodista que publica su columna en el periódico X, anima reiteradamente a los lectores
que han quedado en el paro a consecuencia de la crisis, a esperar al Ministro de Trabajo a la salida
del Ministerio y apalearle como “medio legítimo de reclamar sus derechos”.
Por su parte, el art. 18, 2, párrafo 2º CP señala que “si a la provocación hubie-
re seguido la perpetración del delito, se castigará como inducción”.
Los caracteres básicos de la figura son los siguientes:
1. La provocación debe dirigirse a una masa indeterminada de sujetos, no
a un sujeto o varios sujetos determinados. No se requiere, por tanto, relación
personal alguna.
2. Numerosos autores entienden que no es necesario, para apreciar la exis-
tencia de provocación, que la voluntad del sujeto provocado sea efectivamente
persuadida. En efecto, la ley se refiere a la incitación a través de medios efica-
ces, pero parece que dicha eficacia debe valorarse ex ante, lo que es tanto como
afirmar que ha de tratarse de medios de posible eficacia, y no necesariamente
eficaces en el caso concreto.
3. La provocación no es, conceptualmente y a diferencia de la proposición,
una inducción intentada. De ahí que sea necesario que la ley expresamente
permita su castigo como inducción en el caso de que la provocación surta efecto
en los provocados.
D. Apología. Mención aparte merece la previsión legislativa contenida en
el art. 18, 1, párrafo 2 CP, que califica como apología la exposición ante una
concurrencia de personas o por cualquier medio de difusión de ideas o doctrinas
que ensalcen el crimen o enaltezcan a su autor. De forma expresa destaca el le-
gislador que la apología sólo tendrá la consideración de delictiva como forma de
provocación, y, por lo tanto, sólo si constituye una incitación directa a cometer
un delito.
Evidentemente, la punición de la apología es correcta siempre que pueda
considerarse una forma de provocación, y, ello sobre los mismos presupuestos
que justifican la punición de la provocación a la perpetración de cualquier delito.
Sin embargo, no podemos dejar de llamar la atención sobre el hecho de que el
legislador, a la hora de castigar como delito el enaltecimiento terrorista en el
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 383
art. 578 CP, se haya apartado del concepto esbozado en el art. 18, 1, párrafo 2
CP, prescindiendo del matiz fundamental de que la conducta constituya una in-
citación directa a la comisión de un delito a la hora de crear este delito indepen-
diente. En efecto, el art. 578 CP señala que “el enaltecimiento o la justificación
por cualquier medio de expresión pública o difusión de los delitos comprendidos
en los artículos 571 a 577 de este Código o de quienes hayan participado en
su ejecución, o la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o
humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares se cas-
tigará con la pena de prisión de uno a dos años”, configurando un delito, que, en
opinión de algunos autores, podría estar en el límite de la vulneración del dere-
cho fundamental a la libertad de expresión [vid., sobre los elementos del delito
de enaltecimiento del terrorismo, la STS de 2 de marzo de 2010 (Tol 1792355)].
Es cierto que la creación de este delito (LO 7/2000, de 22 de diciembre) perseguía adaptar la legis-
lación española a la DM 2002/475/JAI del Consejo, de 13 de junio de 2002, relativa a la lucha contra
el terrorismo, que expresamente señalaba que los Estados miembros deberán tomar las medidas
necesarias para tipificar como delitos ligados a actividades terroristas ciertos actos, entre los cuales
se encuentra la provocación pública a la comisión de un delito de terrorismo. Además, ha tratado
de ser justificada por la propia Exposición de Motivos de la Ley 7/2000 con el argumento de que
“no se trata de prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas (…), ni, menos aún, de prohibir
la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, sino de algo
tan sencillo como perseguir la exaltación de los métodos terroristas, radicalmente ilegítimos desde
cualquier perspectiva constitucional, o de los autores de estos delitos”. No obstante, cabe aún pre-
guntarse si era necesario configurar el tipo penal en términos tan amplios o hubiera podido crearse
el delito autónomo en la misma línea en la aparece descrita la apología como acto preparatorio, es
decir, exigiendo la incitación directa a la comisión de un delito de terrorismo, que es, estrictamente,
lo que exige la DM.
Así, por ejemplo, el que conspira para matar a otro y después intenta matarlo realmente, responde
sólo de tentativa de homicidio, pero no de conspiración para el homicidio (relación de consunción en
el concurso aparente de normas penales —art.8, 3 CP).
1. Teoría subjetiva. Según esta teoría, lo decisivo para diferenciar los actos
ejecutivos de los actos preparatorios es la opinión del sujeto acerca de su plan
criminal. Por tanto, serán actos ejecutivos aquéllos que para el sujeto ya consti-
tuyen la fase decisiva de su plan.
Desde este punto de vista, si el sujeto del ejemplo entiende que empieza a cometer el delito en el
momento en que efectúa el primer disparo, en este momento empezará la fase ejecutiva, idea que
no parece ir contra la lógica. Pero si, por el contrario, el sujeto cree que empieza a ejecutar el delito
en el momento en que compra la pistola con intención delictiva, será precisamente en ese momento
en el que empiece la fase ejecutiva y, consecuentemente, la punición de la conducta, cosa no sólo
totalmente absurda, sino también peligrosa, ya que de esta forma el Derecho se estaría adentrando
en el margen de pensamiento, simple intención, del sujeto, y llevando con ello su función a un ámbito
más cercano a la Moral que al Derecho. Por ello, desde nuestro punto de vista, la determinación del
momento a partir del cual sus actos son punibles no puede dejarse al autor, sino que corresponde
a la ley.
El artículo 15, 1 CP establece que “son punibles el delito consumado y la tentativa de delito”. Por su
parte, el art. 16 CP define la tentativa de delito de la siguiente forma: “Hay tentativa cuando el sujeto
da principio a la ejecución del delito directamente por hechos exteriores, practicando todos o parte
de los actos que objetivamente deberían producir el resultado, y sin embargo éste no se produce por
causas independientes de la voluntad del autor”. De esta forma, la tentativa se configura dogmática-
mente como lo contrario al error de tipo (¡!).
El legislador entiende, en definitiva, que si la bala pasa a 2 cm de la cabeza de un sujeto vivo la pena
ha de ser mayor que la que correspondería al que dispara (y acierta) a un cadáver creyendo que era
una persona (viva), debido a que en el primer supuesto hay una puesta en peligro concreta del bien
jurídico, y no así en el segundo.
2º. El grado de ejecución alcanzado, esto es, si estamos ante una tentativa
acabada o ante una tentativa inacabada.
Planteémonos ahora otro caso: A, deseosa de librarse de su vecina B, realiza en tela una muñeca
parecida a su enemiga, y le clava numerosas agujas a dicha muñeca, convencida de que su vecina
morirá a consecuencia de su acción.
Para entender mejor la distinción entre peligrosidad de la acción y peligro ex post, objeto en numero-
sas ocasiones de notables confusiones, pensemos en el ejemplo citado anteriormente (“apuñalar al
muerto”), que pone de manifiesto con claridad la diferencia. Obviamente, la acción de A no ha cau-
sado ningún peligro para la vida de B, puesto que no puede ponerse en peligro un bien jurídico que
388 EL ITER CRIMINIS
no existe. No obstante, entendemos que la acción de A (asestar numerosas puñaladas al sujeto que
aparentemente duerme), es peligrosa en cuanto capaz de causar el resultado muerte perseguido por
A. Es una acción que, desde el punto de vista del espectador objetivo, se presenta como causalmen-
te idónea en relación con el fin perseguido, y, por lo tanto, entendemos que debería ser punible.
Debe advertirse, no obstante, que, a pesar del tenor literal del Código Penal,
subsisten aún voces que, volviendo a una terminología más que superada, y sin
tener en cuenta los matices de la definición de tentativa punible del art. 16 CP,
llegan a la conclusión de que “el delito imposible y la tentativa inidónea ya no
son punibles, insistiendo en la atipicidad no sólo de las tentativa irreales o ima-
ginarias y de los denominados delitos putativos, sino también en los supuestos
de delitos absolutamente imposibles por inexistencia de objeto, y de los casos de
inidoneidad absoluta, aunque admitiendo la tentativa en los casos denomina-
dos de idoneidad relativa” [vid., por todas, STS de 4 de diciembre de 2008 (Tol
1424236)].
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 389
Según los partidarios de esta interpretación, en el caso anterior tendríamos que afirmar que, al
tratarse de una tentativa inidónea (por inexistencia de objeto) del delito de profanación de cadáveres
(art. 526 CP), la conducta es impune.
Así, no constituiría tentativa de delito el intento de derribar una avión tirándole una piedra; o el de
abortar mediante la ingestión de unas hierbas que, según creencia popular del lugar sin ninguna
base científica, son adecuadas para tal fin.
De este modo se desdibuja la distinción entre tentativa idónea e inidónea: toda tentativa, ex ante, es
idónea, ya que la acción puede, “objetivamente”, causar el resultado; y toda tentativa, ex post, se ma-
nifiesta inidónea, porque en todas “ha fallado algo”, que ha hecho que no se produzca el resultado,
y que, por ello, haya únicamente una tentativa. Con ello, pierde sentido también la polémica sobre la
punibilidad de la “tentativa inidónea”: lo que no es punible no es la tentativa inidónea, que en nada
se diferencia de la idónea, sino el delito irreal.
Así, por ejemplo, el tipo de la tentativa de homicidio se contiene en los arts. 16 y 138 CP. En este sen-
tido se afirma que la tentativa es un tipo dependiente. Precisamente por ello, el hecho de dispararle a
otro para matarle y no alcanzarle con el disparo no es una conducta típica del art. 138 CP ya que “no
se mata a nadie”. Es una conducta típica del art. 138 CP en relación con los arts. 15 y 16 CP (¡!).
El espectador objetivo habrá de conocer el plan del autor para saber, por ejemplo, si éste quería ma-
tar o simplemente lesionar (y consiguientemente si se han realizado o no todos los actos ejecutivos
previstos), o si pensaba matar a causa del veneno vertido en la sopa, o bien a través del veneno
contenido en el segundo plato, o, finalmente, a causa de las dosis repartidas entre ambos.
En segundo lugar, quedaría por determinar si el autor sólo tiene que realizar
todos los actos que correspondería a él mismo realizar, o deben haberse produ-
cido también aquellos actos que, aunque son efectuados por otros, dependen del
propio autor (autoría mediata).
Por ejemplo: A prepara a su esposo B una taza de café con una fuerte dosis de arsénico para ase-
sinarle. Como es costumbre diaria, ordena a la criada que se lo sirva para que su marido lo ingiera.
¿Habrá ya tentativa acabada una vez que A ha preparado la taza, pues ha realizado todos los actos
que le corresponden, o, por el contrario, no habrá tentativa acabada, sino inacabada, hasta que la
criada no sirva el café y el marido lo ingiera?
No debe olvidarse que para poder hablar de que existe un principio de ejecución que nos permita
afirmar que estamos ante una tentativa de delito es necesario que los actos que la integran sean
idóneos, entendida dicha idoneidad como adecuación ex ante de la acción en relación con el resul-
tado perseguido.
actos que realiza con ánimo de consumar el hecho. En este sentido, la doctrina
ha venido afirmando que el tipo de la tentativa exige que el sujeto activo tenga
“la resolución de consumar el delito”. Al margen de dicha matización, puede
afirmarse que el dolo de la tentativa presenta exactamente las mismas carac-
terísticas que el del delito consumado. Pero, además del dolo como elemento
general subjetivo del tipo, y puesto que el tipo subjetivo ha de estar completo en
la tentativa, deben concurrir los elementos subjetivos del tipo en la tentativa de
aquellos delitos cuya descripción típica los incluya.
Así, por ejemplo, el art. 221 CP exige “la finalidad de establecer una relación análoga a la filiación”
para considerar la entrega de un menor a otra persona, mediando compensación económica, un
delito de alteración de la paternidad, estado o condición del menor. Lógicamente, este elemento
subjetivo del injusto es igualmente exigible para considerar que existe la tentativa de dicho delito.
Desde esta perspectiva, no podemos compartir la conocida afirmación de que aunque no existe
tentativa imprudente de un delito, sí existe la tentativa de un delito imprudente, ya que también
éste puede empezar a realizarse y, no obstante, no llegar a producir el resultado. Y no podemos
compartirla por la sencilla razón de que mantener dicha idea implica olvidar que la tentativa no es
simplemente una realización parcial del tipo objetivo, sin relación alguna con el tipo subjetivo, sino
que lo que la define no es otra cosa que la decisión de consumación, obviamente incompatible con
la imprudencia.
3. El desistimiento en la tentativa
Se dice que hay desistimiento cuando el sujeto que ha iniciado los actos ejecu-
tivos de un delito renuncia voluntariamente a la consumación del mismo.
A ha decidido matar a B. Una vez que le tiene delante, le asesta una puñalada que sólo le alcanza
levemente en un brazo. Cuando B yace asustado e inmóvil y A le va a asestar otra puñalada en el
corazón, A se arrepiente y desiste.
Así, no habría desistimiento en un caso de tentativa de asesinato cuando, tras intentar el acusado
asfixiar con la almohada a su esposa, la víctima logra zafarse del agresor, impidiendo que éste con-
tinúe con su acción, por lo que el cese de la conducta criminal se debe a la fuerte actitud defensiva
de la víctima [vid. STS de 23 de enero de 2009 (Tol 1441108)].
Por ejemplo: A administra a B una dosis mortal de veneno en el café. B lo bebe. A, arrepentido, le
dice a B lo que ocurre y le traslada urgentemente a un hospital donde se le suministra un antídoto
contra el veneno, que permite a B salvar su vida.
Así, si A, decidido a matar a B, le asesta a éste una puñalada que sólo le alcanza levemente en un
brazo, y a continuación se arrepiente y desiste, no responderá como autor de una tentativa de homi-
cidio, pero sí como autor de un delito o falta de lesiones, en función de la gravedad de las lesiones
causadas a B en el brazo.
Los casos de delito putativo no son otra cosa que supuestos de error de prohi-
bición al revés, ya que el error del sujeto no recae sobre el contenido del hecho (en
este caso se trataría de errores de tipo), sino sobre su valoración jurídica, pero
en sentido inverso: no se trata de que el sujeto no sepa que la conducta realizada
está prohibida (error de prohibición propiamente dicho), sino de que realiza una
conducta permitida que él cree prohibida (error de prohibición inverso).
La doctrina es unánime en entender que los supuestos de delito putativo son
impunes. Dicha impunidad constituye una exigencia irrenunciable del principio
de legalidad, ya que sólo pueden ser sancionadas acciones u omisiones penadas
por la ley, y la acción realizada por el sujeto no lo está, aunque él crea que sí.
Desde esta perspectiva, ninguna conducta, por reprobable que sea, puede ser
considerada como delito si previamente una ley no lo ha establecido así. La de-
terminación de lo que es delito o no lo es corresponde a la ley, y no a la opinión
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 395
del sujeto, que no puede convertir en punible un hecho que la ley no quiere cas-
tigar (Mir Puig).
Se utilizan como ejemplos de autor inidóneo “el del sujeto que, en la creencia de ser funcionario,
acepta una dádiva, sin ser en realidad funcionario” (delito de cohecho del art. 419 CP); o el de
“alguien que, desconociendo la muerte de su esposa, de quien vive separado desde hace mucho
tiempo, contrae un nuevo matrimonio” (delito de bigamia del art. 217 CP).
Lo primero ocurriría cuando el sujeto activo se cree funcionario público sin serlo, por el mero hecho
de realizar labores de sustitución de un puesto de funcionario. Lo segundo, por su parte, podría
suceder si el sujeto activo entiende que subsiste un matrimonio anterior en realidad anulado. No obs-
tante, en ambos casos la conducta sería impune, aunque, según este sector doctrinal, por motivos
distintos: en el primer caso, no podría considerarse al sujeto autor de un delito de cohecho del art.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 397
419 CP por tratarse de un delito putativo; en el segundo supuesto, no habría un delito de bigamia del
art. 217 CP, por ser un supuesto de tentativa “inidónea”, impune según estos autores.
V. LA AUTORÍA Y LA PARTICIPACIÓN
El Código Penal español sigue un sistema diferenciador de autoría y parti-
cipación, ya que distingue entre formas de intervención criminal principales y
autónomas (la autoría) y formas de intervención secundarias y dependientes (la
participación), basadas en un concepto restrictivo de autor y en el principio de
accesoriedad de la participación. Así, el art. 27 CP declara criminalmente res-
ponsables de los delitos y faltas a los autores y cómplices, aunque en realidad
debería haber distinguido entre autores y partícipes, que son las dos categorías
de intervención criminal aceptadas mayoritariamente, siendo la complicidad
una forma de participación junto a la inducción y la cooperación necesaria.
El encubrimiento no es una forma de participación (el encubridor interviene una vez que el delito ha
sido realizado ya por otro). Determinadas modalidades de encubrimiento pueden ser constitutivas
de delito, bien contra la propiedad y el patrimonio (receptación y otras conductas afines de los arts.
298 y ss.), bien contra la Administración de Justicia (arts. 451 y ss.).
Así, por ejemplo, el que golpea a otro y le causa una brecha en la ceja que requiere cinco puntos de
sutura para su sanidad, sería autor inmediato del delito de lesiones de los arts. 28, 1 y 147, 1 CP.
Sin embargo, el segundo párrafo del art. 28 CP cumple una función distinta,
cuando señala que también serán considerados autores: “a) Los que inducen
directamente a otro u otros a ejecutarlo; b) Los que cooperan a su ejecución con
un acto sin el cual no se habría efectuado”. Ahora no afirma que sean autores,
sino que se consideran así a efectos penológicos, es decir, los inductores y los co-
operadores necesarios son partícipes en un hecho ajeno, aunque se castigan con
400 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
la misma pena que el autor. Los cómplices a que se refiere el art. 29 CP también
son partícipes, pero castigados con la pena inferior en grado a la del autor. Por
ello, los tipos de participación recogidos en los arts. 28, párrafo 2º y 29 CP, a
diferencia de los previstos en el art. 28, párrafo 1º CP, sí tienen efecto constitu-
tivo en cuanto a la tipicidad y punibilidad de los partícipes. Estos tipos imputan
como propia la realización de un tipo accesorio, es decir, la contribución al hecho
realizado por el autor, estableciendo una responsabilidad dependiente de éste.
De aquí su efecto constitutivo porque de no existir dichos preceptos las conduc-
tas de participación serían impunes por atípicas, ya que no les alcanza el tipo
principal de referencia que sólo afecta a quien lo realiza (al autor).
Así, por ejemplo, el que determina al autor del ejemplo anterior a golpear a la víctima sería inductor
del delito de lesiones de los arts. 28, párrafo 2º, a) y 147, 1 CP.
1. La autoría
A. Las diversas concepciones sobre la autoría
El art. 28, 1 CP se refiere a la autoría en sentido estricto con una fórmula
legal que es lo suficientemente firme como para que se respeten los presupues-
tos básicos del concepto restrictivo de autor, al tiempo que es lo suficientemente
neutra como para que pueda ser interpretada conforme a las diversas teorías
generales que se defienden en la actualidad.
Por ejemplo, el que sujeta a la víctima mientras otro le asesta la puñalada mortal o tiene acceso car-
nal, sería coautor de un homicidio o violación, por cuanto que realiza actos ejecutivos de la muerte o
de la violación. No sería autor, por el contrario, el sujeto que se sitúa en la puerta de un banco para
realizar labores de vigilancia, mientras que sus compañeros sustraen el dinero bajo intimidación,
porque la vigilancia no es un acto ejecutivo del robo.
En los ejemplos anteriores, el que sujeta a la víctima mientras otro le asesta la puñalada mortal o
tiene acceso carnal, no sería coautor de homicidio o violación porque sujetar no es matar, ni violar,
es decir, no son actos típicos (de autoría), sino actos que contribuyen a la realización de un hecho
ajeno (de participación), como también sucedería en el caso de la vigilancia en el robo.
V. gr. en una violación, las riendas del hecho las tiene tanto el que intimida con el arma, como el
que tiene acceso carnal con la víctima; en un homicidio, el dominio del hecho lo tiene tanto el que
le clava el puñal a la víctima como el que la sujeta para hacerlo posible; en el robo, el dominio del
hecho lo tiene tanto el que entra en el banco para apoderarse del dinero como el que se queda en
la calle vigilando y con el vehículo preparado para darse a la fuga con el botín (en todos estos casos
estamos ante supuestos de coautoría, esto es, de realización conjunta del hecho por dos autores
que tienen ambos el dominio del hecho).
La teoría del dominio del hecho resulta válida para determinar la autoría
solamente en los delitos dolosos y comunes (que constituyen la mayoría de de-
litos de la Parte Especial). No es de aplicación, como veremos, ni a los delitos
imprudentes ni a los delitos de infracción de deber (Roxin), en los que la autoría
se determina a través de otros criterios.
a. La autoría inmediata
La autoría inmediata o individual es la menos problemática, al tratarse de la
persona que realiza la conducta típica por sí misma. El art. 28, 1 CP se refiere
en primer término a ella cuando reconoce que “son autores quienes realizan el
hecho por sí sólos”. Además, es la que se corresponde con la imagen de autor
preestablecida por el legislador al describir las conductas típicas en los delitos
de la Parte Especial (“el que…”). Por tanto, la realización del tipo de propia
mano y de forma inmediata es lo que caracteriza este tipo de autoría, en donde
el dominio del hecho se determina por el criterio del “dominio de la acción”, en
cuanto que es la ejecución de la acción del tipo, es decir, la cualidad propia de la
acción la que lo define.
Por ejemplo, el que viola a la víctima por sí sólo; el que apuñala a la víctima a cambio de la recom-
pensa ofrecida por el inductor; o el que toma con sus propias manos las joyas de la caja fuerte, cuya
combinación le facilitó días antes su cómplice (necesario); o el que golpea a otro con un palo que le
entregó durante la reyerta su cómplice.
b. La coautoría
La coautoría aparece reconocida como una forma de autoría en el art. 28, 1
CP, cuando señala que “son autores quienes realizan el hecho conjuntamente”.
Su estructura se basa en el principio de la división del trabajo conforme a un
plan común, es decir, en la acumulación de esfuerzos y correlación de contri-
buciones individuales que tomadas en sí complementan la realización del tipo.
Existe, por tanto, una interdependencia funcional de los distintos aportes que
permite afirmar la existencia de un hecho en común realizado y perteneciente
al colectivo de personas como tal. Por ello, la coautoría se fundamenta en el
principio de imputación recíproca y horizontal de las contribuciones, y no en el
principio de accesoriedad. Aquí cada sujeto necesita de los demás para la rea-
lización del hecho en las misma medida en que los demás necesitan de él. Por
ello, el acto parcial de uno se imputa a los demás en la misma medida que los
actos de éstos se imputan a aquél, dado que la coautoría porta en sí su propio
contenido de injusto que no se deriva de un hecho ajeno: cada sujeto no es autor
de su parte, sino del todo, por la imputación recíproca de los distintos actos fun-
cionales realizados conforme al plan global.
Por ejemplo, el sujeto que intimida con un arma, mientras otro sustrae el dinero del banco; el que
sujeta a la víctima mientras otro le asesta la puñalada mortal o tiene acceso carnal.
Desde la teoría del dominio del hecho, la coautoría se define por el criterio
del dominio funcional del hecho, es decir, por un dominio condicionado por la
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 403
actividad de cada sujeto en el marco del plan global [así, vid. SSTS de 9 de mayo
de 1990 (Tol 456096); 12 de mayo de 2003 (Tol 274572)]. En base a este criterio,
sería coautor todo aquel que presta una contribución durante la fase de ejecu-
ción del hecho que constituye un presupuesto imprescindible para la realización
del mismo. De esta definición se derivan claramente los elementos objetivos y
subjetivos necesarios para configurar el tipo de la coautoría.
Así, por ejemplo, en el discutido caso del “jefe de la banda” de ladrones que sólo proyecta el plan
delictivo, sin realizar ninguna otra actividad, mientras que sus compinches dan el golpe, no puede
ser coautor porque su dominio sobre la preparación no le transmite el dominio sobre la realización
del hecho, que queda en manos de los que intervienen en la ejecución. Este sujeto sólo puede ser
partícipe, ya sea inductor o normalmente cooperador necesario, salvo que se reserve alguna activi-
dad esencial durante la ejecución del hecho, en cuyo caso sí será coautor, incluso, aunque no esté
presente en el lugar y momento exacto de la ejecución, dado que para ser coautor no es necesaria
la presencia en el lugar del crimen. El jefe de la banda que no se reserva ningún acto ejecutivo —en
sentido objetivo-formal— puede ser coautor si actualiza su función dirigente y organizativa en la fase
de ejecución, por ejemplo, coordinando telefónicamente a los que realizan las acciones ejecutivas.
2. Pero no basta con intervenir durante la ejecución para ser coautor, ya que
los cómplices también pueden actuar en esta fase, por lo que habrá que deter-
minar el contenido objetivo-material de la contribución prestada para afirmar el
dominio funcional del hecho. Como reconoce la doctrina y la jurisprudencia, ha
de tratarse de una contribución que sea presupuesto imprescindible para la rea-
lización del tipo, cuya no prestación conduce al desbaratamiento del plan global.
Esta fórmula contiene dos elementos distintos que cumplen una función diver-
sa: presupuesto imprescindible y desbaratamiento del plan. El primero cumple
la función primaria y positiva de determinar el contenido del dominio del hecho,
404 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
En los casos límite, este elemento hay que entenderlo como un principio regulativo, que permita
ofrecer una solución judicial adecuada conforme al principio-guía ofrecido. Esto sucede, por ejemplo,
en los casos de vigilancia en el robo, donde no es posible ofrecer una solución unánime para todas
las hipótesis imaginables, debiendo hacer una consideración diferenciadora. El vigilante será coau-
tor si la realización del hecho exigía tal puesto, es decir, si se trataba de una función independiente
y esencial para dar el golpe. Por el contrario, será cómplice cuando la banda de criminales lo lleva
para ir introduciéndole poco a poco en el ejercicio de la “profesión” y le hace vigilar en un lugar sin
importancia, pues, en tal caso, la realización del hecho no depende de la función del vigilante.
En los casos de sujeción a la víctima, v. gr. en un homicidio o una violación, lo que determina el domi-
nio del hecho es la realización del acto positivo de sujetar a la víctima, mientras otro da la puñalada
mortal o tiene acceso carnal, estando necesitado de la intervención de aquél para lograr el éxito del
plan (dominio positivo). Si el primero no sujeta, no puede realizarse la conducta típica: la retirada del
aporte conduciría al fracaso del plan (dominio negativo). Lo contrario supone mantener una visión
atomizada del concepto de hecho punible.
Habría exceso, por ejemplo, cuando dos sujetos acordaron dar un escarmiento a la víctima, sin em-
pleo de armas, pero uno de ellos hizo uso de una pistola para matar a la víctima que sólo debía sufrir
lesiones. El error sería irrelevante, por ejemplo, cuando dos sujetos acuerdan sustraer un cuadro de
Dalí, pero uno de ellos se equivoca y sustrae un Picasso. Por el contrario, el error habría que tratarlo
como un exceso, por ejemplo, cuando un coautor dispara contra otro al confundirlo con un policía.
En este caso, el coautor lesionado no puede ser castigado por tentativa de su propia muerte, como
si de un error irrelevante se tratara, ya que no estaba acordado el disparo sobre un compañero en
caso de problemas en la huida, sino sólo sobre los perseguidores.
406 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
Imaginemos, por ejemplo, que dos camareros, de forma independiente el uno del otro, deciden matar
a su jefe del mismo modo, poniendo veneno en la comida, coincidiendo también en el día y hora
elegida, pero sin acuerdo entre ellos. Cada uno responderá de lo que hace: si cada dosis de veneno
es suficiente responderán como autores inmediatos e individuales por el delito consumado, y si la
dosis de cada uno no es suficiente, responderán por tentativa.
La conducta del instrumento no está tipificada y es provocada por engaño, v. gr. cuando el sujeto de
atrás le dice a un ciego que el semáforo está verde para el paso de peatones, cuando en realidad
está rojo, y muere atropellado cuando intenta cruzar la calle. El instrumento no realiza una acción
típica de homicidio, porque la causación de la propia muerte es atípica. No deben incluirse aquí los
supuestos de ausencia de acción en el instrumento, pues si falta un comportamiento humano en
el instrumento habría que afirmar la existencia de una autoría inmediata y no mediata. Sería autor
inmediato y no mediato de lesiones el que empuja a otro que está al borde de una piscina y causa
lesiones a un bañista. El empleo de la fuerza irresistible del instrumento en nada se diferencia del
lanzamiento de una piedra para alcanzar el fin delictivo, por ello, el que empuja es autor inmediato.
Faltan los elementos del tipo subjetivo cuando el instrumento actúa sin dolo,
es decir, cuando no tiene conciencia de la realización de la conducta típica, o
bien cuando carece de los elementos subjetivos del injusto exigidos por algún
tipo (instrumento doloso sin intención), siempre que ambos elementos concu-
rran en el sujeto de atrás.
Por ejemplo, sería autor mediato, por falta de dolo en el instrumento, el médico que utiliza a una en-
fermera, ignorante del contenido de la jeringuilla, para que inyecte a un paciente una dosis mortal de
veneno, o el que utiliza a un mensajero para que entregue un paquete bomba, ignorando su conteni-
do. Faltan los elementos subjetivos del injusto del delito de descubrimiento y revelación de secretos
del art. 197, 1 CP en el cartero que entrega la carta de un vecino a otro, cuando estaba repartiendo el
correo en los buzones y el vecino le pide que le entregue a él la carta para dársela inmediatamente a
su vecino que la estaba esperando, cuando en realidad quería conocer su contenido para revelarlo.
Por ejemplo, cuando un policía detiene de buena fe a una persona que es denunciada falsamente
por su enemigo. El policía actúa justificadamente, en cumplimiento del deber (art. 20, 7º CP), pero es
utilizado por el denunciante que sería autor mediato de detenciones ilegales; o cuando se induce a
un enfermo mental para que mate a un tercero, que repele la agresión lesionando al inimputable. El
agredido actúa en legítima defensa (art. 20, 4º CP), pero es el instrumento del instigador que sería
autor mediato de las lesiones.
Se provoca la actividad de un inimputable, por ejemplo, cuando se intoxica plenamente con droga a
una persona para que, una vez desinhibido, abuse sexualmente de una menor. Un caso de error de
prohibición se daría, por ejemplo, cuando se provoca en una persona temerosa un estado de legíti-
ma defensa putativa, que le hace disparar contra un tercero. Una situación de miedo insuperable se
daría, por ejemplo, cuando el sujeto de atrás provoca el mal causante del miedo sobre el instrumento
para que éste lesione un bien jurídico ajeno como medio de conjurar el mal que le amenazaba.
408 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
No se trata aquí del deber genérico que surge de toda norma penal, pues éste está presente en todo
delito y alcanza también a los partícipes. Se trata de un deber específico establecido en normas
extrapenales, derivado de una determinada posición respecto de la inviolabilidad del bien jurídico,
que no se extiende a todos los implicados en el delito, pero cuya infracción es necesaria para la
realización del tipo. Por ejemplo, los deberes jurídicos de los funcionarios, los mandatos de sigilo en
ciertas profesiones, etc. Todos ellos se caracterizan por una especial relación con el contenido de
injusto del hecho y porque el legislador los considera como figura central del hecho, como autores,
precisamente debido a esta obligación.
Por ejemplo, en los delitos de torturas, prevaricación judicial, apropiación indebida, etc., lo determi-
nante para la autoría no es tanto quién tiene el control del suceso, sino la infracción del deber de
garantizar la inviolabilidad de la integridad moral, sometimiento exclusivo al Derecho y propiedad
privada por parte de la policía, los jueces y los depositarios.
Pensemos, por ejemplo, en la prevaricación judicial cometida por los tres magistrados de la sala,
en la detención ilegal o torturas cometidas por los dos policías que detienen a un presunto delin-
cuente o el asesinato cometido por el padre y la madre del niño recién nacido que muere por falta
de alimento.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 409
V. gr.: un funcionario público le dice a su secretaria particular que destruya unos documentos que
aquél tiene la obligación de custodiar (art. 413 CP), o el administrador que aconseja a un tercero
para que obtenga una ventaja patrimonial causando un perjuicio al patrimonio administrado (art. 295
CP).
2. La participación
El Código Penal reconoce tres formas de participación: la inducción (art. 28,
párrafo 2º, a), la complicidad o cooperación necesaria (art. 28, párrafo 2º,b) y la
complicidad simple (art. 29). Todas ellas tienen en común la no realización de la
conducta típica, que es realizada exclusivamente por el autor. En una primera
aproximación la participación se puede definir de forma negativa: son partícipes
los que no realizan el hecho, es decir, los que no tienen el dominio del hecho o no
están obligados por un deber especial en los delitos de infracción de deber, pero
contribuyen al hecho ajeno realizado por el autor.
B. La accesoriedad de la participación
El principio de accesoriedad es el principio fundamental que rige en materia
de participación. Este principio se concreta en una serie de exigencias que han
de cumplirse para exigir responsabilidad criminal al partícipe, por lo que tiene
una función de garantía respecto a su punibilidad, pues la accesoriedad signifi-
ca que la participación depende del hecho ajeno del autor, pero también que esta
dependencia llega hasta un cierto límite. Entre estos requisitos garantísticos
hay que destacar la accesoriedad cuantitativa y la cualitativa, junto a la exigen-
cia de una intervención dolosa en el hecho ajeno.
410 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
Pensemos, por ejemplo, en el sujeto que entrega una pistola a un amigo para matar a otro. Pese a
que el acto de complicidad ya se ha realizado completamente, no resulta punible hasta que el autor
dé comienzo a la ejecución del homicidio. Si el autor no actúa, el partícipe no responde porque no
hay un hecho ajeno que sea punible, es decir, la impunidad o punibilidad del partícipe depende de
lo que haga el autor.
Pensemos, por ejemplo, en el empleado de un taller mecánico que ayuda a su jefe para evitar que el
dueño de un vehículo reparado lo pueda retirar del taller (apropiación indebida del art. 252 CP). Si el
jefe actúa en el ejercicio legítimo del derecho de retención en prenda del objeto reparado hasta tanto
se haga pago de la reparación (art. 1600 Cciv), la acción del partícipe estará también cubierta por la
causa de justificación y será impune.
Habría exceso cuantitativo, por ejemplo, cuando el partícipe le indica al autor dónde puede sustraer
un coche que tiene la ventanilla bajada (hurto), pero cuando llega el autor la encuentra subida y
decide utilizar una ganzúa para forzar la cerradura (robo con fuerza); o cuando acordó con el autor
que no haría uso de armas en un robo, para evitar problemas, pero el autor decidió utilizar el arma.
El autor y el partícipe responderán por delitos distintos, en el primer caso, el partícipe responderá
por hurto y el autor por robo con fuerza, mientras que en el segundo el partícipe responderá por
robo con violencia y el autor además por el tipo agravado de robo con uso de armas. Habría exceso
cualitativo, por ejemplo, cuando el partícipe le indica al autor dónde se encuentra su enemigo al que
quiere dar una paliza (lesiones), pero el autor cuando lo tiene delante decide matarlo. De nuevo,
el autor y el partícipe no responden por el mismo delito, el partícipe queda impune porque el autor
no ha dado comienzo a la ejecución de las lesiones (accesoriedad cuantitativa) —si hubiera dado
comienzo, en tal caso, respondería por tentativa de lesiones—, mientras que el autor responderá por
el delito de homicidio consumado.
No es inductor, sino cómplice, el que da ánimo y refuerza la idea previa del autor de cometer un
robo, cuando éste duda de su ejecución y se decide finalmente a seguir adelante, precisamente por
el apoyo psíquico prestado.
412 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (I)
Hay inducción, por ejemplo, cuando la secretaria de una empresa constituida en sociedad anónima
solicita reiteradamente al administrador de la misma mantener relaciones sexuales a cambio de que
altere un documento contable para perjudicar a un socio, jefe de su sección, al que ambos odian,
consiguiendo convencerlo finalmente tras una fuerte resistencia inicial.
además, a que realice efectivamente el hecho (doble dolo). Por regla general, la
inducción se producirá con dolo directo, pero no es descartable la posibilidad del
dolo eventual.
Pensemos en el sujeto que conociendo el carácter agresivo y ofuscado de un amigo, le cuenta los in-
sultos que un tercero va infiriendo de él, animándole, incluso, a que le de un escarmiento para poner
fin a tal situación, siendo consciente y aceptando que tal cosa puede suceder, como así fue.
Aquí debe enmarcarse también la cuestión del agente provocador, pues suele
declararse su impunidad por falta del doble dolo de la inducción.
Se habla de agente provocador, por ejemplo, en el caso de un policía que, con el propósito de
detener a un ladrón profesional, le induce a cometer un robo en un museo, aunque confiando en
impedirlo antes de su consumación, por ejemplo, deteniendo al delincuente durante la ejecución.
correspondiente tipo penal para ser autor idóneo. Por tanto, todo aquel intervi-
niente que no reúna todos estos requisitos no puede ser coautor, sino cómplice
(necesario o no).
V. gr., el “jefe de la banda” o el técnico en explosivos, si sólo intervienen en la fase preparatoria, pro-
yectando el golpe o construyendo el artefacto, serían cooperadores necesarios, porque carecen del
dominio funcional del hecho. Si, por el contrario, intervienen en la fase de ejecución realizando una
función esencial para la consecución del plan, serían coautores por detentar tal dominio.
La naturaleza de principio regulativo de este criterio puede conducir a que un mismo acto pueda
considerarse en un caso como necesario y en otro no. Por ejemplo, la entrega de un veneno o la
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 415
prestación de una información al autor puede ser considerada como complicidad necesaria, si se
trata de un veneno difícil de conseguir para un ciudadano corriente o de una información difícil de
alcanzar porque la víctima se encuentra escondida; pero, puede tratarse de una simple complicidad,
porque el veneno es fácil de conseguir para un farmacéutico que lo tiene en su farmacia o porque la
información sea fácil de alcanzar porque el informante sabe dónde come a diario la víctima.
El ámbito propio del cómplice necesario es la fase preparatoria: por ejemplo, el que prepara el coche
bomba para que otro lo haga explotar; o el que entrega a otro el código de la caja fuerte para que
pueda robar días después. Pero excepcionalmente también puede intervenir durante la ejecución,
por ejemplo, el empleado de banco que pone en un lugar visible el código de la caja fuerte, para que
el atracador pueda abrirla fácilmente, sin acuerdo entre ellos, actuando por venganza ante el mise-
rable sueldo que recibe; el arquitecto de un estudio que elabora un proyecto urbanístico “a medida”
de las necesidades del concejal de urbanismo, para cambiarlo por el proyecto original, que está en
fase de tramitación, a fin de conseguir la recalificación de unos terrenos propiedad de ambos; el
secretario particular del administrador de una sociedad que altera su contabilidad, con el visto bueno
y firma del administrador, para obtener un beneficio mutuo que causa un perjuicio patrimonial a la
sociedad.
deber específico de carácter extrapenal, por lo que puede concluirse que los deli-
tos especiales pertenecen a la categoría de los delitos de infracción de deber.
Los delitos especiales pueden clasificarse en propios e impropios. En el pri-
mer caso la condición personal fundamenta el injusto y la pena, por lo que el
delito sólo es imaginable por la existencia de una persona que reúne una cuali-
ficación especial por su posición institucional de la que nace un deber específico,
cuya infracción es la razón de ser de tal delito, no existiendo una figura delictiva
común paralela. En el caso de los delitos especiales impropios, por el contrario,
dicha cualificación no fundamenta el delito ni la pena, sino que determina su
gravedad, fundamentando una agravación de la pena con respecto a un delito
común paralelo que le sirve de base, y, en muchos casos, la adición de una pena
especial, indicada para este tipo de autores y generalmente privativa de dere-
chos.
El prototipo de delito especial propio lo encontramos en la prevaricación judicial (art. 446 CP), donde
la condición de juez o magistrado determina una posición institucional, en el marco de la Administra-
ción de Justicia, de la que nace un deber especial de impartir justicia con sometimiento exclusivo al
Derecho, por lo que este delito sólo tiene sentido si pensamos en la actuación de una persona que
reúne tal condición e infringe dicho deber. Un delito especial impropio sería la falsedad documental
cometida por autoridad o funcionario público (art. 390 CP), donde se establece una pena de prisión
y de multa agravada respecto a la prevista para la falsedad cometida por particulares (delito común;
art. 392 CP), además de la pena de inhabilitación especial destinada al autor cualificado.
En estos casos hay que determinar si el partícipe extraño debe responder por
el mismo título de delito que el autor (unidad del título de imputación), aunque
no reúna la cualificación especial, o si puede responder por un delito distinto,
que no tome en consideración dicha condición no concurrente en su persona.
Esta cuestión requiere de un tratamiento diferenciado entre los delitos especia-
les propios y los delitos especiales impropios.
a) En los delitos especiales propios el elemento personal fundamenta la exis-
tencia del delito, por lo que su ausencia en el autor hace imposible su realiza-
ción, transformándose en un hecho atípico, ya que no tiene un delito común
subyacente al que referir la punición del partícipe (solamente un Juez puede
ser autor de un delito de prevariación judicial). En este caso, se ha de mantener
forzosamente la unidad del título de imputación para los partícipes, ya que el
hecho realizado sólo puede calificarse de una determinada forma y porque, ade-
más, no existe otra vía que permita exigir responsabilidad criminal al extraño
que favorece la ejecución del hecho (lo contrario significaría su impunidad).
Así, en el caso de la prevaricación, a todos nos está prohibido cooperar o instigar a un juez para
que dicte una sentencia injusta, de tal manera que, si lo hacemos, seremos partícipes en el delito
de prevaricación judicial.
buye a la lesión del bien jurídico, no infringe ningún deber específico. Por ello, el
legislador ha decidido, con buen criterio, admitir una atenuación facultativa de
la pena para los inductores y los cooperadores necesarios no cualificados en los
delitos especiales propios (art. 65, 3 CP) (en el mismo sentido, con anterioridad a
la aparición de este precepto, y en aplicación de la analogía en favor del reo, vid.
las SSTS de 18 de enero de 1994 —“caso de la construccion de Burgos”— y 24
de junio de 1994 —“caso Juan Guerra”). De todos modos, aunque la idea central
del precepto es básicamente correcta, no lo es, ni su redacción (las condiciones,
cualidades y relaciones personales del autor no afectan a su culpabilidad, sino a
la gravedad del hecho), ni otros aspectos del mismo (se excluye de la atenuación,
de forma poco comprensible, a los cómplices). Tampoco se prevé un cambio en
la naturaleza de la pena que se le pueda imponer al partícipe (v. gr.: si el delito
de funcionario tiene prevista una pena de inhabilitación, al particular que lo
corrompe no tiene sentido imponerle, aunque sea atenuada, la pena de inhabi-
litación: el constructor que corrompe alcaldes normalmente no tiene entre sus
planes presentarse como candidato a la alcaldía o preparar oposiciones a la
Administración Local).
Ejemplo: el que convence al empresario para que se alce con sus bienes con la finalidad de eludir
el pago de la deuda que tiene con sus proveedores, responderá como inductor de un delito de
alzamiento de bienes del art. 257 CP. La pena será, en principio, la misma que la del autor (art. 28,
párrafo 1º, a) CP). Sin embargo, como el inductor no infringe ningún deber especial de carácter
extrapenal, sino que dicho deber de pagar la deuda lo tiene sólo el deudor en relación con sus
acreedores, cabe la posibilidad de que se le atenúe la pena de conformidad con lo establecido en
el art. 65, 3 CP.
Por ejemplo, las detenciones ilegales cometidas por autoridad o funcionario público (art. 167 CP) en
las que no medie causa por delito se construyen sobre el delito común de detenciones ilegales de
particulares (art. 163 CP). Aquí, la cualidad de autoridad o funcionario opera como fundamento de
la autoría en el delito especial impropio del art. 167 CP, en cuanto que hay infracción de deber por
abuso del cargo.
Así, el partícipe extraño en una detención ilegal sin causa por delito cometida por funcionario debe
responder por el art. 167 CP (delito especial impropio) y no por el delito común del art. 163 CP.
Otro sector doctrinal y jurisprudencial optan en cambio por la solución de
romper la unidad del título de imputación, es decir, por no transmitir las cua-
lidades especiales de los delitos especiales impropios a los partícipes extraños,
es decir, a aquellos en los que no concurra tal cualificación. No es claro que la
unidad del título de imputación se deduzca forzosamente del principio de acce-
soriedad, como algo que se deriva de la propia naturaleza lógico-objetiva de las
cosas. Es posible que la unidad del título de imputación se haya malentendido
desde un principio, porque no se participa en el delito en sí (hecho ya valorado),
sino en el hecho. Es verdad que normalmente a unidad de hecho corresponde
unidad de valoración jurídica, pero a veces el mismo y único hecho puede ser
calificado conforme a figuras delictivas diversas en atención a la intención o a
la condición personal de algún interviniente o en el caso del concurso de delitos.
Por ello, habría que acudir a la estructura típica de los delitos para determinar
la calificación que corresponde al partícipe, en función de que se puedan o no
hacer una o más valoraciones del único hecho realizado por el autor.
La participación criminal debe inspirarse en la idea de exigir responsabili-
dad al partícipe por su propio injusto derivado del hecho ajeno y su propia culpa-
bilidad. Por ello, no deberían imputarse a los partícipes extraños los elementos
personales concurrentes en el autor que fundamentan una pena agravada o
atenuada por ser mayor o menor la gravedad del injusto o la culpabilidad del au-
tor, pues carecería de sentido y justificación material el aumento o disminución
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 419
Así, el partícipe extraño en una detención ilegal sin causa por delito cometida por funcionario res-
pondería por el art. 163 CP, referido a los particulares (delito común) y no por el art. 167 CP (delito
especial).
Tema 24
3. Problemas particulares
A. La responsabilidad criminal en los delitos y faltas cometidos utilizando
medios o soportes de difusión mecánicos
1. Las reglas generales sobre la responsabilidad criminal de los autores y
partícipes (arts. 27 a 29 CP) no rigen en los delitos y faltas que se cometan uti-
lizando medios o soportes de difusión mecánicos: en estos casos, la responsabi-
lidad criminal debe determinarse sobre la base de las reglas específicas del art.
30 CP que, como se interpreta mayoritariamente, tiene por finalidad favorecer
el ejercicio del derecho fundamental a la libertad de expresión. Para ello, el
precepto citado reduce el ámbito de posibles responsables criminales de estos
delitos a los autores y los inductores, indicando que de los mismos no responden
ni los cómplices ni quienes los hubieren favorecido personal o realmente.
Imaginemos una calumnia vertida en un artículo firmado publicado en un periódico. Conforme a las
reglas específicas del art. 30 CP responderán criminalmente de la calumnia solamente el autor del
artículo —el que realmente lo haya redactado— y, eventualmente, quien le haya inducido a reali-
zarlo. Si no existiere este precepto, del artículo calumnioso (aplicando las reglas generales de los
arts. 27 a 29 CP) deberían responder —además de los favorecedores personales o reales— todos
aquellos que hubiesen proporcionado material para el artículo, así como quienes hubiesen impreso,
distribuido o incluso vendido el periódico, ya que conforme a las reglas generales todo ellos serían
autores o cómplices (Quintero Olivares).
nal” (prensa, radio y televisión), que debe ser ampliado incluyendo, desde luego,
revistas digitales, foros digitales y páginas personales en red.
3. La característica más importante del régimen especial de responsabilidad
del art. 30 CP viene dada por lo que se conoce con el nombre de responsabilidad
“en cascada” o “escalonada”. De acuerdo con ello, en cuanto responde uno de los
sujetos indicados en el numero 1º del apartado 2 del art. 30 CP, queda excluida
la responsabilidad de los que se citan en los siguientes números, que, en cambio,
deberán responder faltando los anteriores. Se responde, por consiguiente, de
forma escalonada, subsidiaria y excluyente. No quiere decir ello que la respon-
sabilidad sea “objetiva”.
una “persona jurídica” o de “otro” (otra “persona física”) —problema que tiene
que ver con la autoría de las personas físicas en los delitos especiales. Por ello,
el apartado 1º del art. 31 CP no es un precepto que esté concebido ni para exigir
responsabilidad criminal a las personas jurídicas ni para determinar la autoría
de las personas físicas por los delitos cometidos en el marco de personas jurídi-
cas, en general, o en el marco de sociedades mercantiles, en particular.
Sin embargo, en un primer momento, esto no se entendió así en la práctica judicial española. El pro-
blema puede ser analizado con ayuda del supuesto al que se refirió la STS de 30 de noviembre de
1990 (Tol 457899). Durante el mese de abril ......., la Central Térmica de ..., propiedad de la Empresa
Eléctrica X. realizó emisiones de dióxido de azufre a la atmósfera en cantidades que rebasaban am-
pliamente los límites autorizados. Dichas emisiones afectaron generalizadamente a los habitantes
de las zonas próximas a la citada Central, quienes sufrieron molestias bronquiales, picor de gargan-
ta, etc. Además, la lluvia ácida causada por las emisiones de dióxido de azufre afectó de forma difícil
de reparar a unas 30.000 hectáreas de zona boscosa. Ambrosio B.B., Director de la Central Térmica,
en ningún momento puso en marcha los mecanismos para interrumpir las emisiones que sabía se
estaban produciendo o reducir su intensidad a módulos tolerados por el entorno afectado instalando
aparatos correctores. En este caso se condenó al Director de la Central como autor de un delito
medioambiental del art. 325 CP “porque era el Director de la Central Térmica y, por ello, podía ser
considerado autor del delito en base a lo previsto en el art. 15 bis CP” (??) —actual apartado 1º el art.
31— dando así a entender que este precepto formulaba una especie de absurda e inconstitucional
regla según la cual “de los delitos cometidos en el marco de las personas jurídicas deben responder
sus directivos o representantes”.
Un ejemplo claro de lo que se quiere indicar lo constituye el siguiente supuesto referido al delito
especial propio de alzamiento de bienes del art. 257 CP: Javier B.A., representante legal de la
Sociedad Anónima X., alza (oculta) los bienes de la Sociedad en perjuicio de los acreedores de la
Sociedad (ya que Javier B.A. no tiene personalmente ningún acreedor). En este caso, la Sociedad
Anónima X. no incurriría en responsabilidad criminal (ya que no le alcanzan las previsiones del art.
424 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (II)
129 CP). Pero el caso es que Javier B.A. tampoco incurriría en responsabilidad criminal alguna ya
que no realiza el tipo objetivo del delito —especial propio— de alzamiento de bienes, que requiere
(restringiendo el círculo de posibles autores) que una persona con deudas exigibles oculte sus bie-
nes (de ella) en perjuicio de sus acreedores (de ella) —y nada de esto ocurre en el supuesto indicado
ya que Javier B.A. no ha ocultado sus bienes (de él) ni lo ha hecho en perjuicio de sus acreedores
(de él). Pues bien, con la finalidad de que la acción de la persona física (en este caso de Javier B.A.)
no escape a la acción del Derecho Penal, el apartado 1º del art. 31 CP permite poner a su cargo las
circunstancias personales (ser deudora, ser titular de los bienes, etc.) que concurren sólo y exclusi-
vamente en la persona jurídica a la que representa.
Por ello, los directivos y representantes de las personas jurídicas responden por sus propios actos;
los realizados por sí o a través de otros, dolosa o imprudentemente y por acción u omisión. Pero no
hay responsabilidad sin acción y la ausencia de la misma no puede ser suplida por el apartado 1º
del art. 31 CP que salva sólo la ausencia de las características personales exigidas para ser autor
si esas características, aunque no se den en el representante, sí concurren en la persona física o
jurídica a la que representa.
el juez que quiere prevaricar tiene que dictar sentencia por sí mismo, el desertor
huir con sus propias perrunas, el hermano que quiera cometer incesto realizar
por sí mismo el coito con la hermana, el testigo perjuro haber hablado y expre-
sado su testimonio bajo juramento. Serían los denominados, a partir de enton-
ces, delitos de propia mano (Maqueda Abreu). Estos delitos se caracterizarían
porque la autoría dependería de la realización corporal de la acción, dado que lo
reprochable del acto es su realización corporal: por tanto, en ellos no es posible
ni la autoría mediata ni la coautoría (Bacigalupo Zapater).
B. Estos delitos constituyen, y así debe reconocerse, un fenómeno no muy
esclarecido en la actualidad. Su fundamentación teórica, e incluso los delitos
concretos que la integran, han sido siempre cuestiones sumamente discutidas
(Roxin).
a. Utilizando criterios “formales” —tales como el de la “teoría del sentido
literal del texto de la ley” o el de la “teoría de la comisión corporal”— a lo largo
del tiempo y por diversos autores se han considerado delitos de propia mano (re-
duciendo la enumeración a delitos actualmente existentes en el CP español), por
ejemplo, la violación (art. 179 CP), la omisión del deber de socorro (art. 195 CP),
la bigamia (art. 217 CP), la conducción bajo los efectos de bebidas alcohólicas
(art. 379 CP), la usurpación de funciones (art. 402 CP), la prevaricación judicial
(art. 446 CP), la tenencia ilícita de armas (art. 563 CP) y el delito de deserción
militar (art. 119 CPM).
La cuestión no es de todos modos pacífica como lo demuestra el hecho de que el delito de falso tes-
timonio sea considerado por algún autor como el paradigma de los delitos de propia mano, mientras
que otros le niegan tal naturaleza. O el hecho de que la Jurisprudencia haya afirmado que el delito
de tenencia ilícita de armas es un delito de propia mano, pero se haya negado a extraer de esto
consecuencia alguna (admitiendo la coautoría cuando son varias las personas que tienen la “dispo-
nibilidad” del arma [STS de 1 de diciembre de 1999 (Tol 51385) y 2 de junio de 2000]. También contra
criterios anteriores, la Jurisprudencia ha negado la naturaleza de delito de propia mano al delito de
violación (en el que ha llegado a admitir incluso la autoría mediata). La STS de 2 de noviembre de
1994 (Tol 403615) se refirió al hecho de que la acusada obligara mediante violencia a la víctima, de
veintiún años, a soportar el acceso carnal de un varón que desconocía la coacción que se estaba
ejerciendo sobre ella (y que, por consiguiente, actuó sin dolo). El Tribunal Supremo estimó que el
hecho integraba un delito de violación del que era criminalmente responsable en concepto de autora
(mediata), y aunque fuera una mujer, la acusada. Si el tercero hubiera actuado con dolo, tanto ella
como el tercero serían coautores de un delito de violación. La Jurisprudencia también ha negado
la naturaleza de propia mano a las falsedades documentales [STS de 14 de octubre de 1999 (Tol
272399); 24 de febrero de 2000 (Tol 23749); 26 de febrero de 2000 (Tol 24038); y 8 de abril de 2000
(Tol 13025), entre otras].
el hecho concreto no lesione ningún bien jurídico. Desde este punto de vista,
Roxin incluye en la categoría de los delitos de propia mano a los “delitos de
autor jurídico-penal” (concretamente, el rufianismo, esto es, el hecho de vivir a
costa de la explotación de la prostitución ajena —parágrafo 180 a, StGB) y a los
“delitos vinculados a un comportamiento sin lesión de un bien jurídico” (homo-
sexualidad entre varones —parágrafo 175 StGB; zoofilia —parágrafo 184 StGB
e incesto —parágrafo 173 StGB). La razón de ser de la categoría de los delitos
de propia mano, tal y como ha quedado expuesta, radicaría en que en ellos la
autoría y la participación no se podría determinar ni conforme a la teoría del
dominio del hecho ni conforme a la teoría de la infracción de deber (Roxin).
Por lo que respecta a la autoría, imaginemos que alguien determina a otro mediante violencia a que
copule con un animal: resulta claro que el sujeto de atrás tiene el dominio del hecho, pero también re-
sulta claro que no puede ser autor del delito. Respecto de la participación, mientras que ésta resulta
posible en los hechos no dolosos cuando se trata de delitos de infracción de deber (ya que en ellos
el partícipe es el que interviene lesionando el bien jurídico de forma típica sin infracción del deber,
situación que no se modifica actúe o no el autor con dolo), en los delitos de propia mano, en los que
no resulta afectado ningún bien jurídico, fracasa esa idea (la falta de dolo del autor hace decaer la
conducta inmoral a la que referir la responsabilidad del partícipe) (Roxin).
El favorecimiento imprudente del hecho imprudente de otro, por consiguiente, se castiga como au-
toría imprudente del delito en cuestión: el conductor de un camión que carece de visibilidad se deja
guiar una maniobra peligrosa por una persona que está ebria, lo que determina que atropelle a un
peatón causándole la muerte; el aparejador de una obra hace un proyecto en el que los cálculos de
resistencia de una estructura están equivocados y el proyecto no es revisado por el arquitecto, lo
que determina el desplome de la estructura y la muerte de un trabajador; una persona deja a otra su
coche para que lo conduzca pese a que es evidente que está borracha, lo que determina que ésta
ultima provoque un accidente en el que resulta lesionado el conductor de otro vehículo; una persona
pide a otra que le arroje una tabla por la ventana, que cae sobre un transeúnte al que lesiona. En
estos casos se dará imprudencia en todos los intervinientes y, por consiguiente, todos responderán
como autores de unas lesiones imprudentes.
del art. 28, párrafo 2, a) CP) a otro a cometer dolosamente el hecho; es cómplice
el que coopera dolosamente en el delito doloso realizado por otro (Bacigalupo
Zapater).
Conviene no obstante subrayar que es perfectamente posible que en los casos
de realización del delito con imprudencia por parte de todos los intervinientes
(de todos los autores), pueda detectarse una distinta gravedad de la impruden-
cia de cada uno de ellos. Si fuera así, pese a ser todos autores, su responsabili-
dad criminal sería distinta.
Supongamos en el ejemplo de la tabla, que la misma es arrojada a la calle por dos personas, una de
las cuales ignoraba que se trataba de una calle por la que transitaban muchas personas, dato que sí
era conocido por la otra: en este supuesto, mientras que el que desconocía el dato podría responder
de una falta de lesiones por imprudencia leve (art. 621, 3 CP), el otro respondería de un delito de
lesiones por imprudencia grave (art. 152 CP). La STS de 18 de noviembre de 1981 —relativa al caso
de las trasfusiones de sangre contaminada en el Hospital de Bellvitge— condenó al Director Médico
del Hospital como autor de un delito de lesiones por imprudencia grave y al Jefe del Servicio de
Hematología como autor de una falta de lesiones por imprudencia leve valorando a favor de éste sus
intentos “salvadores” (denunciar el hecho al superior, solicitar reactivos, recordar la vigencia de una
Orden de la Generalitat, etc.) (Silva Sánchez).
b. La “participación imprudente”
La participación imprudente en un delito doloso tampoco es posible. El favo-
recimiento imprudente del hecho doloso ajeno, por las razones expuestas (espe-
cialmente la exigencia del dolo en el partícipe), o es impune o puede determinar,
a lo sumo, autoría imprudente del delito en cuestión: quiere ello decir que la
conducta imprudente debe ser tratada como autoría si dicha conducta, de me-
diar dolo, constituiría una participación (STS de 29 de enero de 1983 —Caso Vi-
nader). Es impune la conducta del que deja entrar en la casa al que va a matar
a sus dueños si el que facilita la entrada desconocía la intención del autor [STS
de 21 de marzo de 1997 (Tol 408266)]. La conducta del farmacéutico que facilita
una sustancia venenosa que es utilizada por otro para cometer un asesinato o la
del vaciador que vende un cuchillo de cocina a una persona que está planeando
matar a alguien, no pueden constituir participaciones imprudentes. Constitui-
rían autoría de un delito imprudente si el farmacéutico o el vaciador llegaron a
percibir en curso causal dañoso que era cognoscible. Lo mismo ocurriría cuando
el que contribuye imprudentemente al hecho es garante. Por ejemplo, quien cus-
todia descuidadamente un arma de modo que otro la emplea para un homicidio,
responderá como autor de un delito de homicidio imprudente siempre que se dé
la previsibilidad del riesgo realizado (Jakobs).
En otro orden de cosas debe puntualizarse que en los delitos de dominio, el favorecimiento doloso de
un hecho imprudente ajeno integra autoría mediata del delito de que se trate. Por ejemplo, es autor
mediato de un delito doloso de homicidio el que induce a otro para que dispare a un tercero con un
arma cargada diciéndole que el arma está descargada y que se trataría sólo de una broma. En los
delitos de infracción de deber, por el contrario, es posible la participación dolosa en un hecho prin-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 429
cipal no doloso (por ejemplo: debe estimarse inducción en la conducta del particular —extraneus—
que determina a un médico a quebrantar el secreto profesional haciéndole creer que se trataba de
una petición del propio enfermo) (Roxin).
En estos casos, suele ocurrir que son las personas que ocupan los puestos inferiores en la organiza-
ción criminal en el aparato organizado de poder o en la cadena de producción de la empresa (“el niño
de los recados”) quienes resultan responsabilizados por el resultado lesivo, ya que son quienes eje-
cutan materialmente el delito. Por el contrario, los altos cargos que dirigen quedan impunes pese a
que lo diseñaron y lo planificaron. Este hecho ha sido denunciado por la doctrina y en la actualidad la
tendencia es a la inversa, es decir, se intentan buscar estructuras de imputación para responsabilizar
también a las personas que están situadas en los niveles superiores a los que ejecutan el delito.
430 AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN (II)
El mando intermedio, con poder de mando, trasmite al subordinado la orden emitida por el jefe de
la organización criminal de trasladar a un burdel de carretera a tres prostitutas inmigrantes y que
recoja el dinero que ha acordado por la venta de las mujeres. El mando intermedio decide qué su-
bordinados deben realizar el hecho y los detalles de la operación. El mando intermedio trasmite la
orden emitida por un general de la anterior República Democrática Alemana a los soldados que se
encuentran vigilando la zona fronteriza del muro de Berlín y les ordena que disparen siempre que
alguien intente cruzarlo. El mando intermedio trasmite la orden a los empleados de arrojar vertidos
contaminantes al río.
Para sancionar a los altos cargos de la empresa la doctrina ofrece casi todas
las posibles soluciones de autoría y participación admitidas en nuestro Derecho.
Sin embargo, dentro de esta variedad de opiniones, la doctrina mayoritaria está
de acuerdo en que no se puede considerar que los dirigentes realicen solamente
actos accesorios de participación ya que ello conduciría a su impunidad si, en
virtud del principio de accesoriedad de la participación, los ejecutores mate-
riales quedaran exentos de responsabilidad criminal por considerarse que su
conducta es típicamente irrelevante. Frente ello, se considera que el dirigente
deberá responder como autor.
En definitiva, cuando se aprovechan las estructuras jerárquicamente organi-
zadas para cometer delitos, con división de funciones, teniendo unos el papel de
diseñar el hecho, otros de trasmitirlo y otros de ejecutarlo, cada uno cumpliendo
su rol o función dentro de la estructura organizada, con conocimiento de que con
su conducta se producirá la lesión del bien jurídico, es difícil negar, en cada una
de esas fases, el dominio del hecho y que el mismo se ha realizado “conjuntamen-
te” (art. 28, 1 CP). En la realización de delitos fraccionadamente, el hombre de
atrás o dirigente que planifica y emite la orden domina el hecho porque confi-
gura su ejecución, igual que el que la trasmite, siempre que tenga mando de de-
cisión o funciones directivas, porque ambos determinan el desarrollo del hecho
desde el inicio de la acción hasta su consumación. Finalmente, el que ejecuta
el hecho, cumpliendo la orden emitida por el directivo y con conocimiento de su
ilicitud, también tiene el dominio del hecho. Por consiguiente, en las estructuras
jerárquicamente organizadas, si concurren las características señaladas, todos
deberán responder como coautores.
La empresa FREM, S.A., dedicada a la elaboración de productos químicos venía atravesando desde
mediados de año una crisis económica. Ante ello, el Consejo de Administración de la empresa, en su
reunión del día 28 de octubre, aprobó un plan de saneamiento y, en lugar de adquirir contenedores-
cisterna para almacenar los residuos, acordaron verter los residuos en un río cercano. Como con-
secuencia de esos vertidos se produjo en el río una importante contaminación con la consiguiente y
elevada mortandad de peces. El Consejo de Administración de dicha empresa (del que surgió origi-
nariamente la orden de realizar los vertidos) está integrado por siete miembros que, en la reunión de
28 de octubre, votaron del siguiente modo: Bruno N.N., Presidente del Consejo de Administración,
Simeón N.N., Rosario N.N. y Paulino N.N. votaron a favor del acuerdo; Antonio N.N. votó en contra
del acuerdo formalizando su disensión por escrito en el libro de actas; José Luís N.N. se abstuvo;
Manuel N.N. no asistió a la reunión por encontrarse enfermo. Ni Antonio N.N. ni José Luís N.N.
denunciaron o impugnaron el acuerdo del Consejo de Administración. Manuel N.N. tampoco lo hizo,
ya que tuvo conocimiento del mismo una vez realizado el vertido.
Ejemplo: El Consejo de Administración de una empresa de elaboración de galletas decide por ma-
yoría omitir de las etiquetas de los envases los conservantes utilizados y sustituir este dato por otros
“productos naturales”, queriendo realizar una publicidad engañosa. Sin embargo, por una deficiente
coordinación no se emite la orden al departamento de publicidad y los envases de las galletas salen
al mercado con la etiqueta inicial y, por tanto, con la relación de conservantes. En este caso no
se realiza ningún delito, porque no se ha dado comienzo a los actos de ejecución por parte de los
subordinados ni está tipificada la conspiración para cometer el delito de publicidad engañosa (art.
282 CP).
hecho de emitir un voto en contra o por abstenerse. Para quedar exento de res-
ponsabilidad es necesario algo más. En particular, que impida la ejecución del
acuerdo. La manera legalmente prevista para evitar la ejecución del acuerdo es
su denuncia penal o su impugnación (art. 143 TRLSA).
En realidad la responsabilidad de los miembros del Consejo de Administra-
ción que con su voto no apoyaron el acuerdo contrario a Derecho es un problema
de omisión (art. 11 CP). En concreto, su responsabilidad se deriva de no impedir
la ejecución del acuerdo adoptado por la mayoría pese a ser garante de la no
producción del resultado.
Y es que los miembros del Consejo de Administración adquieren un compromiso individual en el mo-
mento que aceptan y ejercen el cargo. Ese cargo es lo que les hace tener ámbito de competencia y
de esta manera ostentar el dominio de organización. Es decir, el aceptar y ejercer realmente el cargo
de consejero implica un compromiso personal, que le obliga a evitar resultados lesivos producidos
por la actividad de su empresa y, en el ámbito de competencia que le compromete personalmente,
debe actuar a modo de barrera de contención para evitar determinados riesgos o resultados lesivos.
Obvio es decir que en el caso del ejemplo de la empresa FREM, S.A., Manuel N.N. no ha realizado
ninguna acción (ni omisión) penalmente relevante.
Tema 25
Así, por ejemplo, la reparación del daño a la víctima (art. 21, 5ª CP), el empleo de disfraz (art. 22, 2ª
CP), la actuación por precio, recompensa o promesa (arts. 22, 3ª y 139, 2 CP), el parentesco (arts.
23, 148, 4º y 180. 1, 4ª CP), minoría de edad o incapacidad de la víctima (arts. 148, 2º, 165, 180, 1,
3ª CP), valor histórico, cultural o artístico del objeto (arts. 235, 1, 250, 1, 5º y 323 CP).
Así, por ejemplo, si concurre la atenuante del 21, 5ª CP, la pena del delito cometido se aplicará en
su mitad inferior (art. 66, 1, 1ª CP); si concurre la agravante de precio del art. 22, 3ª CP, la pena del
delito cometido se impondrá en su mitad superior (art. 66, 1, 3ª CP); pero, si se mata por precio se
considerará asesinato (art. 139, 2ª CP) y se castigará con más pena que el homicidio.
B. La razón de ser de las circunstancias del delito reside en que sirven para
determinar la mayor o menor gravedad del contenido de injusto del hecho rea-
lizado, o bien la culpabilidad del autor, pues tanto el injusto como la culpabili-
dad son magnitudes graduables que, en base al principio de proporcionalidad,
deben tener su correspondencia en la pena a aplicar en el caso concreto. Por
ello, aunque las circunstancias produzcan sus efectos en la determinación de la
pena, han de estar referidas previamente al delito, donde gradúan el injusto y la
culpabilidad. La clase, cantidad y medida de la pena a imponer dependerá pre-
cisamente de la concurrencia o no de circunstancias agravantes y atenuantes,
es decir, de la mayor o menor gravedad del delito.
C. Las circunstancias del delito puede ser agravantes o atenuantes en fun-
ción del efecto que produzcan en la determinación de la pena y, además, pueden
tener alcance general o específico en función de su forma de regulación.
436 LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
Así, por ejemplo, la alevosía se prevé como agravante genérica —aplicable a cualquier delito— en
el art. 22, 1ª CP y también se prevé como agravante específica en el delito de lesiones (art. 148, 2º
CP), o como circunstancia que cualifica el asesinato (art. 139, 1ª CP).
a) Las circunstancias genéricas son las que se contienen en los catálogos ge-
nerales de circunstancias previstos en los arts. 21, 22 y 23 CP y que, en prin-
cipio, resultan aplicables a todos los delitos de la Parte Especial del Código
Penal. Así, en el art. 21 CP se recogen las circunstancias atenuantes, en el art.
22 CP las circunstancias agravantes y en el art. 23 CP la circunstancia mixta
de parentesco —que a veces puede agravar y otras atenuar la responsabilidad
criminal. De todos modos, debe tenerse en cuenta:
a’. Aunque en principio las circunstancias genéricas son aplicables a todos
los delitos de la Parte Especial, hay que hacer varias salvedades en cuanto a su
ámbito de aplicación.
1º. En el caso de las faltas contenidas en el Libro III del Código Penal, no
producen los efectos propios que les atribuye el art. 66, 1 CP, tal y como dispone
el art. 638 CP cuando se refiere a la determinación de la pena en las faltas.
2º. Lo mismo sucede en los delitos cometidos por imprudencia, pues el art. 66,
2 CP expresamente señala que en esta clase de infracciones la pena se determi-
nará al prudente arbitrio judicial, sin sujeción a las reglas del art. 66, 1 CP.
3º. Algunas circunstancias, como la alevosía (art. 22, 1ª CP), tienen limitado
su ámbito de aplicación a los delitos contra las personas.
4º. En último término, tampoco resultarán de aplicación cuando la ley las
haya tenido en cuenta al describir o sancionar una infracción, o sean de tal ma-
nera inherentes al delito que sin la concurrencia de ellas no podría cometerse,
tal y como dispone el art. 67 CP al plasmar el principio de inherencia de las
circunstancias.
Así, por ejemplo, la agravante de alevosía del art. 22, 1ª CP no es aplicable en el caso del homicidio,
ya que la muerte alevosa se tipifica de forma expresa como asesinato (art. 139, 1ª CP), ni tampoco
en el caso de las lesiones, que la prevén de forma específica en el art. 148, 2º CP, pues en ambos
casos infringiríamos el principio ne bis in idem al valorar dos veces dicha circunstancia. Lo mismo
sucede con la agravante de ensañamiento del art. 22, 4ª CP, que resulta inherente al delito de tortu-
ras del art. 174 CP, o con la circunstancia de parentesco del art. 23 CP, que también es inherente al
delito de violencia habitual del art. 173, 2 CP.
el juez está obligado a aplicarla forzosamente, aunque hubiera sido más ra-
zonable, desde el punto de vista de la justicia material, que tuviera carácter
facultativo. Sin embargo, el Tribunal Supremo ha establecido una excepción a
esta regla general en el caso de la agravante de reincidencia, que, pese a que
concurran todos sus elementos, sólo será aplicable si lo admite la culpabilidad
del autor (STS de 6 de abril de 1990).
b) Las circunstancias específicas son aquellas que están previstas para un
delito o grupo de delitos de la Parte Especial del Código Penal y despliegan sus
efectos sólo en el ámbito del delito o delitos de los que dependen.
Así sucede, por ejemplo, en las circunstancias que cualifican el homicidio y lo convierten en asesi-
nato asignándole un marco legal más grave (art. 139 CP); en las circunstancias que agravan el tipo
básico de las lesiones y llevan también a un marco legal más grave (art. 148 CP); o en las circunstan-
cias que llevan a aplicar la pena superior en grado en el delito de tráfico de drogas (art. 369, 1 CP) o
aplicar la pena del delito de inmigración clandestina en su mitad superior (art. 318 bis, 2 CP).
2. Tratamiento jurídico
Aparte de los efectos jurídicos que producen las circunstancias en la deter-
minación de la pena, hay que referirse brevemente al tratamiento jurídico que
cabe dispensar a las circunstancias del delito en tres cuestiones importantes
como son el error, la tentativa y la comunicabilidad de las circunstancias a los
partícipes. Tradicionalmente, se ha dado un tratamiento distinto a las circuns-
tancias atendiendo a su técnica legal de regulación, es decir, en función de que
sean genéricas o específicas. Sin embargo, dicho tratamiento diferenciado no
parece demasiado acertado y produce resultados insatisfactorios desde la pers-
pectiva teórica y político criminal, por lo que parece más adecuado ofrecer un
tratamiento unitario de todas las circunstancias del delito siempre que lo admi-
ta la regulación legal que ofrece el Código Penal en las materias señaladas.
438 LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
Así, por ejemplo, el que dolosamente causa una lesión a otro, sin saber que la víctima es su esposa,
o que es menor de doce años, o sin prever que puede causar la pérdida de un diente o la ceguera,
responderá por el delito básico de lesiones del art. 147, 1 CP, sin apreciar las circunstancias agra-
vantes de los arts. 148, 149 y 150 CP. Del mismo modo, el que hurta un cuadro o causa daños en un
cuadro, pero desconoce el valor artístico del mismo, responderá por el tipo básico de hurto (art. 234
CP) o de daños (art. 263 CP), pero no se apreciará la agravante que tiene en cuenta el valor artístico
del objeto hurtado (art. 235, 1 CP) o dañado (art. 323 CP).
A recoge un cuadro que tenía en restauración y le entregan perfectamente embalado otro de valor
histórico que envía por correo a un amigo como regalo. A desconoce que la cosa es ajena y que tiene
valor histórico, por lo que actúa con un error de tipo sobre un elemento esencial (ajeneidad) y otro
accidental (valor histórico) de carácter invencible que excluye todo tipo de responsabilidad criminal:
no hay dolo ni imprudencia, se trata de un “hurto fortuito”.
A entra en un taller de restauración y se apodera de un cuadro que tenía valor artístico, aunque él lo
desconocía, pero podía haberlo conocido. Así, A cree cometer un hurto básico del art. 234 CP, pero
por imprudencia (error vencible) comete el tipo agravado del art. 235, 1 CP. Como el hurto agravado
no es punible por imprudencia, no se puede valorar el error vencible sobre la agravante, por lo que
no se puede apreciar, debiendo responder por el hurto básico doloso que también ha cometido (art.
234 CP).
A entra en un taller de restauración y destruye un cuadro que tenía valor artístico, aunque él lo des-
conocía, pero podía haberlo conocido. Así, A comete el tipo básico de daños del art. 263 CP, pero
por imprudencia (error vencible) también comete el tipo agravado del art. 323 CP, que es punible en
su modalidad imprudente conforme a lo establecido en el art. 324 CP. En este caso, como los daños
agravados por el valor artístico de la cosa son punibles por imprudencia, sí podemos valorar el error
vencible sobre el elemento de agravación, castigando por un concurso ideal entre el tipo básico de
daños doloso (art. 263 CP, dado que sabe que causa daños en la propiedad ajena) y el tipo agravado
finalmente producido por imprudencia (art. 324 CP). A esta misma solución se llegaría en el caso
del que creyendo causar unas lesiones básicas del art. 147, 1 CP termina causando unas lesiones
440 LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
agravadas de los arts. 149 ó 150 CP por imprudencia (error vencible), que aparecen tipificadas en
el art. 152, 2 CP.
A entra en un museo para sustraer un cuadro de valor artístico, pero se lleva una copia al estar en
restauración el original; A intenta matar a B de forma alevosa, pero finalmente lo hace cara a cara;
A intenta dejar ciego a su enemigo, pero solamente consigue causarle la rotura de la ceja, que cura
tras un tratamiento quirúrgico. En todos estos casos habrá que estimar concurso de delitos entre
tentativa del delito más grave que pretendía realizar (arts. 235, 1, 139, 1ª y 149 CP) y el delito doloso
menos grave finalmente consumado (arts. 234, 138 y 147, 1 CP).
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 441
A encierra a B y lo deja en libertad al cuarto día, creyendo que sólo han transcurrido tres días; res-
ponderá por el tipo básico del art. 163, 1 CP.
Además del error inverso, son posibles dos hipótesis más en cuanto a las for-
mas imperfectas de ejecución y circunstancias del delito.
a) Es posible que el tipo básico aparezca imperfectamente realizado y el ele-
mento accidental se haya realizado plenamente, es decir, se consuma la agrava-
ción pero no el tipo básico. Aquí estamos en presencia de un concurso aparente
de normas donde el tipo agravado consume el tipo básico.
A entra en una casa habitada forzando la cerradura con la intención de robar la caja fuerte, pero, para
su sorpresa, estaba vacía. Se apreciará una tentativa (acabada) de robo con fuerza en las cosas,
agravado por realizarlo en casa habitada (art. 241, 1 CP).
A entra en un museo con la intención de sustraer un cuadro de valor artístico, pero es detenido por
la policía cuando estaba separando el lienzo de la moldura.
Así, el partícipe que desconoce que el autor mata o lesiona con ensañamiento (arts. 139, 3ª y 148,
2º CP), responderá por homicidio o lesiones básicas (arts. 138 y 147 CP).
Así, por ejemplo, la agravante de precio sólo debe aplicarse al partícipe que también actúe movido
por precio, ya sea en la muerte de una persona o en su lesión. Si el precio no concurre en el partí-
cipe, responderá por el tipo básico sin agravar, es decir, por homicidio o lesiones, mientras que si
concurre, responderá por asesinato o lesiones agravadas.
Art. 21. Son circunstancias atenuantes: 1ª. Las expresadas en el capítulo anterior, cuando no concu-
rrieren todos los requisitos necesarios para eximir de responsabilidad en sus respectivos casos.
El art. 21, 1ª CP, remitiéndose a las eximentes del artículo anterior, regu-
la las eximentes incompletas. Concurre una eximente incompleta (eximente in-
completa de inimputabilidad, eximente incompleta de legítima defensa, etc.)
siempre que, concurriendo los requisitos esenciales de una eximente, falten los
accidentales. Por tanto, las eximentes incompletas pueden fundamentarse en
una disminución de la gravedad de la ilicitud del hecho (causas de justificación
incompletas en relación al art. 20, 4º, 5º, 7º CP) o en una disminución de la
culpabilidad del autor (causas de exclusión de la culpabilidad incompletas en
relación al art. 20, 1º, 2º, 3º CP).
Las restantes circunstancias atenuantes del art. 21 CP carecen ya del efecto intenso que le otorga a
la eximentes incompletas el art. 68 CP y su concurrencia permite determinar la pena sobre la base
de las reglas del art. 66 CP.
Art. 21, 2ª CP Actuar el culpable a causa de su grave adicción a las sustancias mencionadas en el
número 2° del artículo anterior.
Los requisitos generales, según reiterada jurisprudencia, para la aplicación de esta circunstancia
son: 1) Requisito biopatológico, esto es, que nos encontremos en presencia de un toxicómano, cuya
drogodependencia exigirá a su vez estos otros dos requisitos: a) que se trate de una intoxicación
grave, y b) que tenga cierta antigüedad, pues es sabido que este tipo de situaciones patológicas
no se producen de forma instantánea, sino que requieren un consumo más o menos prolongado
en el tiempo, dependiendo de la sustancia estupefaciente consumida. 2) Requisito psicológico, o
sea, que produzcan en el sujeto una afectación de las facultades mentales del mismo. En efecto,
no es suficiente ser adicto o drogadicto para merecer una atenuación, pues si la droga no ha afec-
tado a los elementos intelectivos y volitivos del sujeto no tendrá ninguna consecuencia jurídica. 3)
Requisito temporal o cronológico, en el sentido de que la afectación psicológica tiene que concurrir
en el momento mismo de la comisión delictiva, o actuar el culpable bajo los efectos del síndrome de
abstinencia, siempre que tal estado no haya sido buscado con el propósito de cometer la infracción
delictiva o no se hubiere previsto o debido prever su comisión (en correspondencia con la doctrina de
las “actiones liberae in causa”). 4) Requisito normativo, o sea, la intensidad o influencia en la mente
del sujeto, lo cual nos llevará a su apreciación como eximente completa, incompleta o meramente
como atenuante [STS de 28 de febrero de 2007 (Tol 1049909)].
Art. 21, 3ª CP. La de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato,
obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.
facultades mentales del sujeto activo del delito de modo que se produzca una
situación de ofuscación de importante entidad y que suponga que sus resorte
inhibitorios se vean seriamente afectados. 2) Desde el punto de vista externo, se
ha de producir un estímulo exterior, a modo de detonante, generalmente como
consecuencia de la actuación de la víctima, ocasiona el desencadenamiento de
tal impulso interior y desarrolla en su mente una violenta reacción que le hace
perder el control de los frenos inhibitorios.
Ejemplo: Después de una acalorada discusión entre dos menores (Juan y Luís) por el asiento en
el transporte escolar, Juan comentó a su padre lo ocurrido. Indignado por la discusión, el padre de
Juan, junto a su hijo, acudió a casa del otro menor (Luís). El padre de Juan le recriminó a Luís y a su
madre su actitud respecto a su hijo en el autobús, “diciéndole por qué le había pegado y que no lo
volviera a hacer y que era un grandullón y un maleducado, iniciándose una discusión entre ambos,
le zarandeó, dándole así mismo un cabezazo en la cara, le insultó llamándole “hijo de puta, cabezón
y gordinflón” tras lo cual abandonó la casa junto a su hijo”. El padre de Luís, al conocer lo ocurrido,
tomó su escopeta, se dirigió a casa de Juan y comenzó a gritar y a disparar apuntando hacia arriba,
con tal mala fortuna de que un disparo alcanzó a una vecina produciéndole en el acto su muerte.
En el momento de los hechos “el acusado sufrió un schock psíquico emocional y un arrebato e in-
dignación por lo ocurrido que le produjo una perturbación en su ánimo y la ofuscación parcial de su
voluntad” [STSJ de Cataluña de 30 de septiembre de 2002 (Tol 1080224)].
Art. 21, 4ª CP. La de haber procedido el culpable, antes de conocer que el procedimiento judicial se
dirige contra él, a confesar la infracción a las autoridades.
La circunstancia no exige el factor subjetivo de pesar y contrición, sino en el dato objetivo de realizar
actos de colaboración en la investigación del delito. Y es que en el Código Penal vigente, a diferen-
cia del de 1973, no existe la circunstancia atenuante de arrepentimiento espontáneo, ni siquiera
figura esta expresión cuando recoge la atenuante de confesión en el art. 21, 4ª CP. La atenuante de
confesión está absolutamente desconectada de las causas o motivos que impulsan al delincuente
a realizar estas conductas atenuatorias de su responsabilidad criminal, siendo completamente indi-
ferente que las mismas se deban al pesar o arrepentimiento del sujeto por la acción ejecutada, o a
cualquier otro motivo, como, por ejemplo, los beneficios penológicos que pudiera reportarle [STS de
19 de febrero de 2008 (Tol 1294012)].
En definitiva, los requisitos exigibles para su apreciación son los siguientes: 1) Tendrá que haber un
acto de confesión de la infracción. 2) El sujeto activo de la confesión habrá de ser el culpable. 3) La
confesión habrá de ser veraz en lo sustancial. 4) La confesión habrá de mantenerse a lo largo de
las diferentes manifestaciones realizadas en el proceso, también en lo sustancial. 5) La confesión
habrá de hacerse ante Autoridad, Agente de la Autoridad o funcionario cualificado para recibirla. 6)
Tendrá que concurrir el requisito cronológico, consistente en que la confesión tendrá que haberse
hecho antes de conocer el confesante que el procedimiento se dirigía contra él, habiendo de enten-
derse que la iniciación de Diligencias Policiales ya integra procedimiento judicial, a los efectos de la
atenuante, pues como meras actuaciones de investigación, necesariamente han de integrarse en un
procedimiento judicial [STS de 19 de octubre de 2005 (Tol 738492); 13 de julio de 1998 (Tol 211173);
27 de septiembre de 1996 (Tol 406326); y 31 de enero de 1995 (Tol 405437)].
Art. 21, 5ª CP. La de haber procedido el culpable a reparar el daño ocasionado a la víctima, o dis-
minuir sus efectos, en cualquier momento del procedimiento y con anterioridad a la celebración del
acto del juicio oral.
efectos del delito, y es indudable que una reparación parcial significativa contri-
buye a disminuir dichos efectos. En los supuestos de reparación parcial habrá
que atender a su relevancia objetiva en función de las características del hecho
delictivo, del daño ocasionado y de las circunstancias del autor y de la víctima
[STS de 29 de diciembre de 2009 (Tol 1781402)].
Art. 21, 6ª. La dilación extraordinaria e indebida en la tramitación del procedimiento, siempre que no
sea atribuible al propio inculpado y que no guarde proporción con la complejidad de la causa.
“La solución a los casos de procesos con dilaciones indebidas debe procurar la proporción adecuada
entre el hecho y su sanción dentro del marco en el que el legislador ha considerado que ello debe
tener lugar. Dicho marco es el de la individualización judicial de la pena a través de la oportuna
atenuación de la pena pues el sujeto ya ha sido (en parte) penado. Ello adecúa la pena a la culpabi-
lidad del autor sin frustrar la estabilidad de la norma infringida”. Por ello, “es la teoría de la pena (la
pena debe ser adecuada a la culpabilidad del autor) la que permite tener en cuenta el gravamen sin
justificación legal que ya ha sufrido el reo a causa de la dilación indebida, para atenuarle la pena que
le resta por sufrir, pues parte de su culpabilidad ha quedado ya compensada” [vid. por todas, en la
línea del TEDH, las SSTS 25 de septiembre de 2007 (Tol 1177312) y 30 de diciembre de 2009 (Tol
1762079), siguiendo el APNJ de 21 de mayo de 1999).
El TEDH señala que “para establecer el carácter razonable de la duración del procedimiento, hay
que valorar las circunstancias de la causa y tener en consideración los criterios establecidos por
la jurisprudencia del Tribunal” (Sentencias del caso Milasi (25 de junio de 1987); Caso Neumeister
(27 de junio de 1988) y caso Zimmerman y Steiner (13 de julio de 1983), siendo esos criterios los
siguientes: a) complejidad del caso: valorando las dificultades jurídicas excepcionales en cuanto al
fondo del asunto, al número de demandados y demandantes, etc. b) comportamiento del demandan-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 449
te: teniendo en cuenta si tiene alguna responsabilidad en la naturaleza dilatoria del procedimiento y,
c) conducta de los Tribunales: con el objeto de determinar si los retrasos pueden ser atribuidos a lo
tribunales competentes.
Art. 21, 7ª CP. Cualquier otra circunstancia de análoga significación que las anteriores
Supongamos que un sujeto que está sometido a un tratamiento médico toma una dosis de medica-
mentos mayor que de la indicada por el médico, lo que le produce un efecto similar al consumo de
drogas. En ese estado, con sus facultades volitivas e intelectivas mermadas, realiza un delito de robo
con fuerza en las cosas. El Juez podría apreciar la circunstancia atenuante de análoga significación
del art. 21, 7ª CP al tratarse de un supuesto muy similar al descrito en el art. 21, 2ª CP.
Por ejemplo, sobre la base de la línea jurisprudencial [SST de 15 de julio de 2002 (Tol 213371)] que
permite la apreciación de medidas de seguridad ante la concurrencia de la atenuante del art. 21, 2ª
CP, el Tribunal Supremo hace uso de la atenuante de análoga significación para aplicar medidas de
seguridad a supuestos no contemplados expresamente en la Ley (en concreto, para aplicar la me-
dida de seguridad de internamiento en un centro de deshabituación o cualquier otra de las previstas
en el art. 96, 3º CP cuando concurre la circunstancia atenuante analógica a la de grave adicción a
las drogas del art. 21, 2ª CP).
450 LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
Art. 22. 1ª CP. Ejecutar el hecho con alevosía. Hay alevosía cuando el culpable comete cualquiera
de los delitos contra las personas empleando en la ejecución medios, modos o formas que tiendan
directa o especialmente a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la
defensa por parte del ofendido.
Su fundamento radica en la mayor gravedad del hecho al buscar la indefensión de la víctima, reali-
zándose un ataque por sorpresa o traicionero, pues “el núcleo de la alevosía se halla en la inexisten-
cia de posibilidades de defensa, lo que puede derivarse de la manera de llevar a cabo la agresión,
bien cuando se obra en emboscada o acecho a través de la actuación preparada para sorprender a
la víctima, bien de modo súbito, por sorpresa, cuando el agredido que se encuentra confiado con el
agresor, se ve atacado de forma rápida e inesperada” [STS de 29 de mayo de 2009 (Tol 1564630)].
Art. 22, 2ª CP. Ejecutar el hecho mediante disfraz, con abuso de superioridad o aprovechando las
circunstancias de lugar, tiempo o auxilio de otras personas que debiliten la defensa del ofendido o
faciliten la impunidad del delincuente.
Por ejemplo, utilizar durante un robo una barba postiza y una peluca, ponerse un pasamontañas o
taparse el rostro con una media.
chó de esta superioridad creando una situación de desequilibrio de situaciones o fuerzas, que sin
privar totalmente a la víctima de su capacidad defensiva, sí provocó una minoración relevante de su
capacidad de defensa, se objetiva por la patente desproporción de lesiones sufridas por uno y por
otra… Pero, además, el Jurado declara probado que el acusado era conocedor de técnicas del arte
marcial Aikido y que dicho conocimiento y habilidad no podían ser desconocidos por el acusado, por
lo que constituían un bagaje a su favor para desequilibrar, en caso de ser necesario, a su favor las
fuerzas de uno y otra”.
La búsqueda por parte del autor de un lugar —un despoblado, un paraje solitario— o de un momento
—horas nocturnas— con lo fines indicados es lo que determina la aplicación de esta agravante.
Para apreciar esta circunstancia no es necesario que el autor del hecho puni-
ble diseñe y estudie minuciosamente todos los pasos necesarios para consumar
su propósito, escogiendo el lugar y tiempo en el que se van a desarrollar. La
jurisprudencia considera que basta con el aprovechamiento de las condiciones
ambientales para integrar el factor subjetivo necesario para concretar los efec-
tos agravatorios. Lo que verdaderamente caracteriza todos los medios y circuns-
tancias mencionadas en el art. 22, 2ª CP es la consecución de un fin común a
todos ellos, que no es otro que el debilitamiento de la defensa del ofendido y la
facilitación de la impunidad del delincuente. Además, la pena se agrava cuando
se ejecuta con auxilio de otras personas que debiliten la defensa del ofendido o
facilite la impunidad.
Art. 22, 4ª CP. Cometer el delito por motivos racistas, antisemitas u otra clase de discriminación refe-
rente a la ideología, religión o creencias de la víctima, la etnia, raza o nación a la que pertenezca, su
sexo, orientación o identidad sexual, la enfermedad que padezca o su discapacidad.
Veamos un ejemplo: “Siendo las 03:30 horas de la madrugada, el acusado …, portero del local de-
nominado Caipirinha, ubicado en el puerto, no permitió la entrada al local a un grupo de personas de
nacionalidad ecuatoriana. Acto seguido se produjo una fuerte discusión a consecuencia de la negati-
va a que los mismos pudieran entrar en el local por presentar el grupo de ecuatorianos una evidente
situación de embriaguez y por llevar un calzado inadecuado. En el transcurso de la discusión uno de
los ecuatorianos fue arrojado al agua falleciendo ahogado”. La SAP de Barcelona de 26 de octubre
454 LAS CIRCUNSTANCIAS DEL DELITO
de 2003 (Tol 318759) no apreció esta circunstancia agravante porque “ni tan siquiera indicios existen
de que la discriminación fuera el motivo de todo lo que desgraciadamente sucedió”.
Art. 22, 5ª CP. Aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima, causando a ésta
padecimientos innecesarios para la ejecución del delito.
V. gr., para apropiarse del reloj de la víctima, el autor comienza a propinarle puñetazos en la cara y
patadas por todo el cuerpo hasta que lo arroja al suelo, donde continúa golpeándolo al tiempo que
le exige la entrega del reloj.
Por ejemplo: Guarda Jurado de un supermercado que se aprovecha de las ventajas que le propor-
ciona su empleo para llevar a cabo, junto con otros sujetos, la realización de un robo, franqueando
la entrada del establecimiento a los concertados con él y facilitándoles datos e informaciones útiles
para la ejecución del delito.
Por ejemplo: Policía que en el transcurso de una investigación es destinado durante varios días a un
piso donde realiza labores de vigilancia. Una tarde un vecino de esa vivienda le dice que va a salir
un momento y que deja la puerta abierta porque espera a un pariente, que le haga el favor de vigilar
su vivienda. El policía, aprovechándose de que la puerta del vecino está abierta, entra y sustrae
objetos de valor.
Las SSTS de 8 de julio de 1998 (Tol 211184) y de 5 de febrero de 1999 (Tol 272153) no apreciaron la
agravante de reincidencia en el caso de imputación de un delito de robo con intimidación y una con-
dena previa de un delito de utilización ilegitima de vehículo de motor porque no se deduce la tenden-
cia criminal del autor al no realizarse de manera violenta como el posterior delito de robo. Tampoco
las SSTS de 17 de octubre de 1998 (Tol 156219) y de 2 de junio de 1999 (Tol 8243) apreciaron la
agravante de reincidencia en una condena previa por un delito de robo con violencia y la realización
posterior de un delito de estafa, al no ser de la misma naturaleza, ya que los medios empleados
para vulnerar el interés social son diferentes, pues mientras la estafa se comete mediante engaño,
el robo se realiza con violencia. No obstante, al ser el requisito de la misma naturaleza un concepto
jurídico indeterminado, también existen sentencias que consideran lo contrario, esto es, que éstos
si son delitos de la misma naturaleza. Por este motivo, el APNJ de 6 de octubre de 2005 examinó
la posibilidad de apreciación de la reincidencia en los supuestos de robo con fuerza en las cosas y
robos con violencia e intimidación en las personas y adoptó el siguiente Acuerdo: “podrá apreciarse
la circunstancia agravante de reincidencia entre delitos de robo con violencia e intimidación y delitos
de robo con fuerza en las cosas, por considerarse ambos de la misma naturaleza delictiva, siempre
que concurran los demás elementos necesarios para su apreciación”.
Sujeto reincidente que espera para cometer el nuevo delito a que sus antecedentes penales están
cancelados, pero, sin embargo, yerra en la fecha de cancelación y comete el delito siendo reinciden-
te. En este caso, no rige la regla general del art. 14, 2 CP.
La circunstancia se integra por un elemento objetivo (el parentesco y, en el caso de una relación
conyugal o similar, haber tenido en el pasado esa vinculación) y otro subjetivo (que se concreta en
el conocimiento que ha de tener el agresor de los lazos que le unen con la víctima), no exigiéndose
una concurrencia de cariño o afecto porque tal exigencia vendría a hacer imposible la aplicación de
la agravante pues, si hay afecto, no se hubiera producido la agresión.
El concurso de delitos
No es posible cumplir simultáneamente, por ejemplo, dos penas de prisión; pero sí es posible cumplir
la pena de privación del permiso de conducir (o la de multa) mientras se está cumpliendo otra de
prisión. Por ejemplo, el sujeto que ha sido condenado por diez delitos a la pena de 15 años de prisión
460 EL CONCURSO DE DELITOS
por cada uno de ellos (máxima autorizada para ese delito por la ley), deberá cumplir, en principio,
una pena de 150 años de prisión (aunque razones legales, como veremos y, sobre todo, biológicas,
lo impedirán). El sujeto que ha sido condenado por nueve delitos a la pena de cinco años de prisión
por cada uno de ellos, deberá cumplir, en principio, una pena de 45 años de prisión.
En el ejemplo indicado en primer lugar, el máximo de cumplimiento efectivo de la condena del cul-
pable no podrá exceder de 45 años (primera limitación), aunque el tiempo máximo de cumplimiento
real no podrá exceder de 20 años (segunda limitación). En el ejemplo indicado en segundo término,
el máximo de cumplimiento efectivo de la condena del culpable no podrá exceder de 15 años (sólo
opera una limitación).
Ejemplo: El sujeto —asesino en serie— que es condenado por cinco delitos de asesinato a la pena
de 20 años de prisión por cada uno de ellos, deberá cumplir una pena de prisión de 100 años, que
resultará limitada a 60 años, en primer término, y a 25 años —no 20— en segundo lugar.
Se trata de evitar que los delincuentes más peligrosos puedan hacer un uso de los beneficios peni-
tenciarios que desvirtúe su sentido. Para ello, los cómputos para la aplicación de dichos beneficios
no se llevan a cabo sobre la pena limitada por las reglas del art. 76 CP, sino teniendo en cuenta la
suma total de las penas impuestas. En el ejemplo anterior, como la pena a cumplir (25 años) resulta
inferior a la mitad de la suma total de las impuestas (100 : 2 = 50 años), el juez o tribunal sentencia-
dor podrá acordar que los beneficios penitenciarios, los permisos de salida, la clasificación en tercer
grado y el cómputo de tiempo para la libertad condicional se refieran a los 100 años. En caso de que
así se acordara, el sujeto no podría obtener nunca el tercer grado penitenciario (para obtenerlo debía
cumplir antes una pena de 50 años de prisión —periodo de seguridad del art. 36, 2 CP); tampoco
podría obtener la libertad condicional (para obtenerla debía estar en tercer grado y haber cumplido
ya ¾ partes de la pena de 100 años: 75 años de prisión —art. 90 CP). Este régimen punitivo se
agrava para los delitos de terrorismo y los cometidos en el seno de organizaciones criminales, donde
se exige, para acceder al tercer grado, haber cumplido una quinta parte del límite máximo de cumpli-
miento de la condena y, para acceder a la libertad condicional, haber cumplido una octava parte del
límite máximo de cumplimiento de la condena. De todas maneras, y para salvar la constitucionalidad
del sistema (?), se permite que el reo pueda influir sobre la duración final de su condena, pudiendo
el Juez de Vigilancia Penitenciaria, bajo determinadas condiciones, acordar razonadamente la vuelta
al régimen general de cumplimiento (art. 78 CP).
a. El delito continuado
Establece el art. 74, 1 CP que, no obstante lo dispuesto para el concurso real,
el que, en ejecución de un plan preconcebido o aprovechando idéntica ocasión,
realice una pluralidad de acciones u omisiones que ofendan a uno o varios suje-
tos e infrinjan el mismo precepto penal o preceptos de igual o semejante natu-
raleza, será castigado como autor de un delito o falta continuados con la pena
señalada para la infracción más grave, que se impondrá en su mitad superior,
pudiendo llegar hasta la mitad inferior de la pena superior en grado. Se trata de
la figura del delito continuado.
1. El delito continuado es una modalidad del concurso real a través de la cual
se agrupa en una sola acción (y un solo delito) una serie de acciones (y de deli-
tos) ejecutadas en distintos momentos pero con ciertos lazos de conexión. Para
la doctrina y jurisprudencia mayoritarias [por todas: SSTS de 18 de febrero de
2010 (Tol 1808661) y 22 de marzo de 2010 (Tol 1818398)], son requisitos de la
continuidad delictiva: 1) Una pluralidad de acciones diferenciadas. 2) Una cierta
conexión temporal (que no trascurra entre ellas un tiempo excesivo). 3) Que se
realicen conforme a un plan preconcebido o aprovechando idéntica ocasión [dolo
unitario: no cabe la continuidad delictiva en los delitos imprudentes —STS de
4 de marzo de 1992 (Tol 339379)]. 4) La homogeneidad (identidad o semejanza)
del precepto infringido. 5) Identidad del sujeto o de los sujetos activos (lo que no
impide que durante la continuidad delictiva se pueda producir la incorporación
o el abandono de algún autor o partícipe, respondiendo sólo del tramo de conti-
nuidad en el que intervino (por todas: STS de 4 de abril de 1994 (Tol 404626).
La jurisprudencia ha admitido la continuidad delictiva en los delitos de hurto,
robo con fuerza en las cosas, estafa, falsedades documentales, malversación de
fondos, apropiación indebida, utilización ilegítima de vehículos de motor ajenos,
tráfico de drogas y abusos sexuales no violentos, entre otros. No se ha admitido,
sin embargo, por faltar la homogeneidad de preceptos infringidos, entre el robo
con fuerza en las cosas y el hurto, el robo con fuerza en las cosas y el robo con
intimidación o entre la utilización ilegítima de vehículos de motor ajenos y robo
en entidad bancaria (Conde-Pumpido Ferreiro). Por todas, vid. SSTS de 30 de
mayo de 1984; 22 de junio de 1993 (Tol 400728); 28 de septiembre de 1998 (Tol
169202); 22 de noviembre de 1999; 10 de julio de 2000 (Tol 272288); y 10 de no-
viembre de 2000 (Tol 8107 y 8020).
La admisibilidad político-criminal de esta figura ha sido puesta seriamente en duda porque surge
para evitar la investigación del momento y la extensión de los hechos individuales, porque determina
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 463
la existencia de una única acción que no lo es ni en sentido natural ni en sentido jurídico y porque a
través de ella se unifican una serie de hechos que cumplen todos los presupuestos para ser sancio-
nados según las reglas del concurso real (Bacigalupo Zapater, Choclán Montalvo).
La criticable imprecisión de esta norma ha dado lugar a una casuística muy variada y, en algunos
casos, contradictoria. La jurisprudencia no ha admitido la continuidad delictiva en base al carácter
personalísimo de los bienes en todos los atentados contra la vida, la integridad física, la libertad y
seguridad, como ocurre en las lesiones, el delito de torturas, los robos con violencia e intimidación,
los incendios y estragos, la corrupción de menores y la violación [STS de 13 de abril de 1998 (Tol
77685)], aunque si la separación entre los actos es muy breve y responden a un mismo impulso
sexual, se admite un delito único por unidad de acción y no por continuidad delictiva [STS de 20 de
abril de 1999 (Tol 1371)]
b. El delito masa
El art. 74, 2 CP establece que en las infracciones (continuadas) contra el
patrimonio, el Juez o Tribunal impondrá, motivadamente, la pena superior en
uno o dos grados, en la extensión que estime conveniente, si el hecho revistiere
notoria gravedad y hubiere perjudicado a una generalidad de personas. Se trata
de la figura del delito masa.
El delito masa o con sujeto pasivo masa es aquél en el que el plan preconce-
bido contempla ya desde el inicio el dirigir la acción contra una pluralidad inde-
terminada de personas que no están unidas entre sí por un vínculo jurídico, de
cuyo perjuicio individual pretende obtener el sujeto activo, por acumulación, un
beneficio superior. Se trata de una figura criminológica propia de los delitos con
ánimo de lucro que requiere una pluralidad de requisitos: 1) el normativo, de
tratarse de un delito contra el patrimonio. 2) el objetivo, de que el hecho revista
notoria gravedad. 3) el subjetivo, que afecta al sujeto pasivo del delito, que ha
de ser una generalidad de personas (una masa), lo que enlaza esta modalidad
464 EL CONCURSO DE DELITOS
delictiva con los fraudes colectivos y los delitos de cuello blanco [SSTS de 28 de
mayo de 1969;19 de junio de 1995 (Tol 405179); y 7 de marzo de 1997].
La exigencia de que el delito masa revista notoria gravedad excluye de esta
regla a los pequeños fraudes colectivos que quedan sometidos a la regla del
delito continuado (art. 74, 1 CP), de tal manera que el total perjuicio se sigue
determinado conforme a la regla del inciso 1º del art. 74, 2 CP (perjuicio total
causado).
Esta modalidad de concurso (también llamado concurso medial, instrumental o teleológico) supone
una excepción a la regla general que obliga a sancionar cada una de las infracciones cometidas con
las penas a ellas correspondientes. Es decir: propiamente se trata de una modalidad del concurso
real que, sin embargo, se regula penológicamente conforme a unas reglas que, como vamos a ver,
son también las del concurso ideal [STS de 25 de mayo de 1993 (Tol 401245)].
El Tribunal Supremo ha negado que la utilización ilegítima de un vehículo de motor ajeno sea medio
necesario para la perpetración ulterior de un delito de robo común (STS de 11 de abril de 1989),
así como el delito de tenencia de armas para el robo [SSTS de 22 de enero de 1988 y 7 de julio de
1992 (Tol 399916)]. Sin embargo, ha admitido el concurso real medial en la falsedad como medio
para cometer estafa [STS de 1 de junio de 1998 (Tol 224468); falsedad y bigamia (STS de 22 de
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 465
abril de 1942); detención ilegal seguida de violación (SSTS de 10 de julio de 1980 y 18 de mayo
de 1994 (Tol 404072); malversación de fondos para sufragar un secuestro [SSTS de 29 de julio de
1998 (Tol 78518 y 1.551.739)] y lesiones como medio para el robo [STS de 18 de mayo de 1998 (Tol
226221). Se admite también en los delitos continuados: falsedad para cometer estafas [STS de 31
de diciembre de 1997 (Tol 407030)].
Por ejemplo, el hecho de matar a otro alevosamente puede ser tipificado por el art. 138 CP (matar a
otro) y por el art. 139 CP (matar a otro con alevosía). Sin embargo, el que mata a otro alevosamente
comete un solo delito (asesinato), ya que la aplicación del art. 139 CP excluye, por especialidad, la
aplicación del art. 138 CP [STS de 21 de mayo de 1990 (Tol 456051)]. Habría concurso ideal, por
ejemplo, entre homicidio y aborto por estar la víctima embarazada (STS de 11 de marzo de 1991);
entre atentado y lesiones (STS de 20 de septiembre de 1985); en el caso del aborto seguido de
muerte imprudente de la mujer (STS de 30 de mayo de 1994) y entre un delito o falta de daños y
un delito de maltrato a animales del art. 337 CP cuando se apalea a un perro ajeno hasta causarle
la muerte.
466 EL CONCURSO DE DELITOS
Quien persigue a otro disparándole hasta cuatro veces sin alcanzarlo, llegando a hacerlo y matándo-
lo con el quinto disparo (todo ello en poco tiempo y más o menos por el mismo sitio), no realiza cinco
acciones, cuatro constitutivas de otras tantas tentativas de homicidio y una quinta constitutiva de un
delito consumado de homicidio. Realiza una sola acción y un solo delito: homicidio consumado. La
solución sería distinta, lógicamente, si el autor realiza los cuatro primeros disparos un día y es al día
siguiente cuando dispara otra vez a la víctima y la mata (concurso real entre tentativa de homicidio
y homicidio consumado). Ocurre algo semejante a lo que se produce cuando en unas injurias hay
diversidad de expresiones injuriosas, o en unas lesiones varios golpes que se repiten incluso contra
diversas partes del cuerpo, o un hurto o robo con sustracción de objetos distintos [STS de 17 de
marzo de 1997 (Tol 408298)].
2. Se discute, sin embargo, el tratamiento jurídico que debe darse a los casos
en los que el sujeto realiza un solo movimiento corporal con el que produce una
pluralidad de resultados (el sujeto hace explosionar una bomba con la que mata
a cinco personas).
La jurisprudencia del Tribunal Supremo considera que aunque “es razonable
partir de un concepto natural de acción, en más de una ocasión sería preciso re-
currir a complementos normativos que delimiten la acción típicamente relevan-
te. Y en este sentido, el concepto normativo de acción atiende sustancialmente
al precepto infringido y al bien jurídico protegido, de modo que la acción se
consuma cuando se produce el resultado previsto por la norma, cualquiera que
sean los hechos naturales (únicos o plurales) que requiera tal infracción para
que se produzca en el mundo real” [STS de 9 de mayo de 2006 (Tol 956090)]. Por
ello, “el que dispara solamente un proyectil que atraviesa dos cuerpos humanos,
y causa la muerte de ambos, no hay duda que comete dos delitos contra la vida
(homicidio o asesinato), bajo el prisma del concepto normativo de acción (ya que
es uno de los ejemplos paradigmáticos de que una sola acción natural sea consi-
derada por el Derecho Penal como dos acciones normativas, que dan lugar a un
concurso real de delitos) [STS de 22 de enero de 2010 (Tol 1792930)].
La jurisprudencia fundamenta este punto de vista en que el legislador, que tiene en cuenta el mundo
real y su causalidad, extrae de él ciertos comportamientos que eleva a la categoría de típicos, en
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 467
cuanto son susceptibles de vulnerar o dañar el bien jurídico que quiere proteger. De acuerdo con la
descripción de los comportamientos o conductas típicas, se puede producir una sola acción natural,
como un disparo, realizado por quien conoce la potencia mortífera del arma capaz de atravesar a dos
personas y causar la muerte de las dos (una acción natural, dos acciones típicas: dos homicidios o
asesinatos) [STS de 16 de abril de 2009 (Tol 1499124)].
Ante todo ello, cabría pensar que en los casos en los que un único movimiento corporal produce
una pluralidad de resultados (v. gr.: al presionar un botón se explosiona una bomba que mata a
cinco personas), en puridad, hay una sola acción que produce varios resultados (delitos), por lo que
estaríamos ante un concurso ideal de delitos a sancionar conforme a las reglas de la exasperación.
Y que lo que lleva a la discutible distinción entre acción en sentido natural y acción en sentido jurídico
(distinción que permite considerar que en el caso del botón y la bomba hay tantas acciones como
resultados, esto es, cinco) es que esos casos merecen ser castigados conforme a las reglas de la
acumulación propias del concurso real. Dicho con un ejemplo: el que mata a cinco personas con una
bomba no se merece menos pena, conforme a la regla de la exasperación del art. 77 CP, que el que
mata a cinco personas sucesivamente, que será castigado conforme a la regla de la acumulación
del los arts. 73 y ss CP). Por consiguiente, el problema radicaría en que las reglas penológicas del
concurso de delitos están deficientemente concebidas.
El que no facilita los medios necesarios para que los trabajadores puedan realizar su actividad en
condiciones adecuadas de seguridad e higiene determinando que uno de ellos sufra un accidente
laboral en el que resulta gravemente lesionado, debe responder de dos delitos: de un delito contra
los derechos de los trabajadores del art. 316 CP y, cuanto menos, de un delito de lesiones por im-
prudencia del art. 152 CP, dado que la lesión de un trabajador no puede hacer olvidar la imposición
de condiciones inseguras de trabajo a una pluralidad de trabajadores y el peligro al que han sido
expuestos los trabajadores que no han resultado lesionados.
Por ejemplo: si el conductor ebrio (que realizaba el tipo del art. 379, 2 CP) originaba a causa de su
embriaguez un accidente en el que resultaba muerta una persona (homicidio imprudente del art. 142
CP), sería castigado sólo por el homicidio imprudente (que tiene una pena de prisión de uno a cuatro
años, superior a la del art. 379, 2 CP). De esta forma el legislador olvidaba totalmente al resto de
conductores que fueron puestos en peligro por el conductor ebrio y que debido al azar no resultaron
muertos ni lesionados.
con los actos sancionados en los artículos 379, 380 y 381 se ocasionare, además
del riesgo prevenido, un resultado lesivo constitutivo de delito cualquiera que
sea su gravedad, los Jueces o Tribunales apreciaran tan sólo la infracción más
gravemente penada, aplicando la pena en su mitad superior”.
A. Ante esto, es lógico preguntarse a qué modelo de regla concursal responde
el nuevo precepto.
a. En primer lugar, cabría pensar que estamos todavía ante una regla de con-
curso aparente de normas penales. Así parece indicarlo, sobre todo, el Preám-
bulo de la propia LO 15/2007 al señalar que “al igual que sucede en el derecho
vigente, se ofrece una específica regla para salvar el concurso de normas cuando
se hubiera ocasionado además del riesgo prevenido un resultado lesivo”. Sin
embargo, no es posible llegar a esta conclusión por existir un obstáculo insal-
vable vinculado al principio de legalidad y a la prohibición del “bis in idem”: en
el concurso aparente de normas (unidad de ley) no es posible exasperar la pena
de ninguna de las normas concurrentes ya que una de ellas (la que desplaza)
impide la aplicación de las demás por valorar (ella sola) el total contenido de
injusto del hecho.
A lo sumo, el concurso aparente de normas puede influir sobre la pena en el sentido de que la pena
mínima más grave tiene un efecto de cierre para evitar que el concurso pueda ser circunstancia de
atenuación, de tal modo que el mínimo de la pena menos grave opera sobre el marco penal de la
pena más grave, pero de mayor alcance en la atenuación, limitando así las facultades de reducción
penal (atenuación de la pena) que la ley concede a los Tribunales (STS de 6 de abril de 1988). Pero
evidentemente, este no es el caso de la previsión del nuevo art. 382 CP.
Supongamos que conduciendo bajo los efectos de bebidas alcohólicas (art. 379, 2 CP —pena: de
tres a seis meses de prisión o multa y trabajo en beneficio de la comunidad) se causa un accidente
en el que resulta muerta una persona (art. 142 —pena: de uno a cuatro años de prisión). Con la regla
del (derogado) art. 383 CP se castigaría sólo el delito de homicidio (el más grave) pudiendo imponer-
se la pena en toda su extensión (sería posible imponer la pena de un año de prisión). Sin embargo,
con la nueva regla del art. 382 CP, tendrá que imponerse la pena del delito del homicidio imprudente
en su mitad superior (pena mínima: dos años y seis meses y un día de prisión).
I. CONSIDERACIONES PREVIAS
1. Distinción entre acción y omisión
Por regla general, las normas penales establecen prohibiciones de acciones
que resultan peligrosas o lesivas para los bienes jurídicos, de tal modo que
amenazan bajo pena la realización de tales acciones con la finalidad de que los
ciudadanos se abstengan de cometerlas. Se trata de normas prohibitivas que
resultan violadas cuando se lleva a cabo la acción prohibida mediante un delito
de acción. En otros casos, sin embargo, las normas penales establecen manda-
tos de acción para conjurar las situaciones de peligro o lesivas de determinados
bienes jurídicos, amenazando con pena la no realización de la acción mandada
con la finalidad de que los ciudadanos lleven a efecto dicho mandato. Se trata
ahora de normas preceptivas que resultan violadas cuando se infringe el deber
de actuar mediante un delito de omisión. En definitiva, tanto la infracción de
una norma prohibitiva como preceptiva da lugar a delito o falta, como establece
el art. 10 CP, al referirse a “las acciones u omisiones dolosas o culposas penadas
por la ley”.
Por tanto, la naturaleza de la norma infringida permite distinguir entre de-
litos de acción y delitos de omisión. La diferencia reside esencialmente en la
propia estructura típica de los delitos, pues en la omisión la norma preceptiva
manda hacer algo y, por ello, el tipo se cumple cuando se hace algo distinto a lo
mandado. No existe una omisión en sí, sino que está relacionada siempre con
una acción (Welzel). Por ello, puede decirse que la omisión es un concepto de
referencia, en el sentido de que hemos de referirla siempre a la omisión de la ac-
ción mandada. Desde esta perspectiva estructural puede decirse que los delitos
de omisión conllevan siempre la infracción de un deber jurídico.
El que omite el deber de socorro no se queda quieto e inerte, sino que pasa de largo para no dete-
nerse y auxiliar al necesitado.
Así, por ejemplo, el delito de omisión del deber de socorro (art. 195 CP) o el delito de omisión del
deber de impedir delitos (art. 450 CP).
Esto sucedería, por ejemplo, en el caso de la madre que deja morir por inanición a su hijo recién
nacido, donde el resultado de muerte se imputa a la madre que no alimentó a su hijo, debiendo y pu-
diendo hacerlo, como si directamente lo hubiera matado a través de una acción: delito de homicidio
(doloso o imprudente) en comisión por omisión del art. 138 ó 142 CP en relación con el art. 11 CP.
Así, por ejemplo, el deber de socorro surge, según el art. 195 CP, cuando la persona “se halle des-
amparada y en peligro manifiesto y grave” y el sujeto no actúa a pesar de que “pudiere hacerlo sin
riesgo propio ni de terceros”; el deber de impedir delitos surge, según el art. 450 CP, cuando “pudien-
do hacerlo con su intervención inmediata y si riesgo propio o ajeno, no impidiere la comisión de un
delito que afecta a las personas en su vida, integridad o salud, libertad o libertad sexual”.
Así, por ejemplo, en el delito de omisión del deber de socorro del art. 195 CP se exige “socorrer” o
“demandar con urgencia auxilio ajeno”, mientras que el delito de omisión del deber de impedir delitos
del art. 450 CP exige “impedir” o “acudir a la autoridad o a sus agentes para que impidan un delito”.
Así, por ejemplo, el socorrista de un parque acuático que se distrae hablando con unos amigos y no
advierte que un niño se está ahogando, produciéndose su muerte por no realizar la acción de salva-
mento a la que estaba obligado. En este caso, la no evitación de la muerte por parte del obligado se
hace equivalente a su causación activa, debiendo responder por un delito de homicidio imprudente
del art. 142 CP.
que tener muy presente que la cláusula de equivalencia del art. 11 CP comienza
refiriéndose a los delitos o faltas que consistan precisamente “en la producción
de un resultado”.
En principio cabría pensar que el sentido literal de la expresión legal se está
refiriendo a los delitos lesivos de resultado material, es decir, a aquéllos cuya
estructura típica exige la modificación del mundo externo mediante la produc-
ción de un efecto o consecuencia material palpable por los sentidos y separable
espacio-temporalmente de la conducta que lo ha causado. Se trata de una inter-
pretación restrictiva del ámbito de aplicación del art. 11 CP, que sólo admitiría
la comisión por omisión en los delitos de lesión de bienes jurídicos que recaen
sobre objetos sensibles y perceptibles y que exigen, por tanto, la producción de
un resultado material lesivo como elemento estructural típico. Los casos para-
digmáticos y casi exclusivos de estos delitos serían los que protegen la vida y
la salud personal. Conforme a ello, sólo cabría castigar la comisión por omisión
de los delitos de lesión de bienes de carácter inmaterial o de delitos de peligro
concreto a través de su tipificación expresa en el Código Penal, como sucede en el
caso de los delitos contra los derechos de los trabajadores (art. 316 y 317 CP).
Sin embargo, también podría interpretarse la referencia legal al resultado
en sentido jurídico para dispensar una mayor protección a los bienes jurídicos
lesionados o expuestos a peligros a través de omisiones que debían evitar la
afección de tales bienes. Desde esta perspectiva, delitos consistentes en la pro-
ducción de un resultado serían también los delitos de lesión y simple actividad
Esta interpretación más extensiva permitiría castigar en comisión por omisión, por ejemplo, el caso
al que se refiere la STS de 28 de enero de 2009 (Tol 442184) que castiga como autora de dos delitos
de abusos sexuales en comisión por omisión del art. 181, 1, 2 y 4 CP a la madre que observa como
su compañero sentimental realiza diversos tocamientos y coloca el pene sobre la vulva de sus dos
hijas de tres años de edad sin hacer nada para impedirlo.
Para la imputación objetiva del resultado en los delitos impropios de omisión no hay que preguntar
si la omisión es causa del resultado (nada, nada causa), sino más bien si la realización de la acción
esperada, por encontrarse el sujeto en posición de garante, hubiera podido evitar el resultado. Se
discute, sin embargo, el grado de certeza que exige la respuesta a la cuestión planteada, pues es
difícil saber con seguridad absoluta si la realización de la acción esperada y omitida por el sujeto
hubiera evitado la producción del resultado. La doctrina se divide entre quienes piensan que debe
exigirse una probabilidad rayana en la certeza y quienes opinan que es suficiente con que exista una
alta probabilidad de evitar el resultado.
Así, por ejemplo, el caso de la madre que no da alimento a su hija entre los seis y diez días siguientes
al nacimiento, ocasionado su muerte (STS de 12 de febrero de 1892); la madre que dejó encerrados
a sus dos hijos menores con la ventanas y contraventanas cerradas, privados de alimentos y de
482 LOS DELITOS DE OMISIÓN
Así, por ejemplo, las personas que comparten un piso durante los estudios tienen mayores deberes
de asistencia mutua que los simples compañeros de clase; el guía de una excursión alpinista, así
como los demás participantes en la excursión, también tienen mayores deberes entre sí que el guía
turístico que enseña la Alhambra a unos turistas. La STS de 8 de julio de 1985 condenó al novio que
dejo morir a su novia, con la que convivía, sin socorrerla, tras sufrir una sobredosis de droga.
Así, por ejemplo, el socorrista que es contratado en una piscina asume el deber de proteger a los
bañistas, del mismo modo que el policía que ha practicado una detención asume el deber de prote-
ger al detenido hasta que lo ponga a disposición de la autoridad judicial. La STS de 8 de marzo de
1965 condenó al médico que tras una intervención quirúrgica se olvido las tijeras dentro del paciente.
Mención especial merecería en el ámbito funcionarial el caso de “la dichosa viga de Ohanes”.
Así, por ejemplo, el dueño de un perro muy peligroso que mordió a un niño fue condenado por
lesiones imprudentes, ya que no tomó medidas de precaución (STS de 28 de octubre de 1900); el
vaquero que asumió contractualmente la obligación de vigilancia en el traslado de unas reses y no
evitó que un toro corneara a una mujer respondió por las lesiones imprudentes causadas (STS de
10 de febrero de 1965); el guardagujas que no colocó las cadenas en un paso a nivel y con ello no
evitó un choque con un tren (STS de 13 de junio de 1981); el que dejó un arma cargada encima de
la mesa al alcance de los niños (STS de 12 de noviembre de 1959); el portero que no impide que se
viaje en el ascensor averiado (STS de 10 de mayo de 1969); el propietario de un pozo que no lo tapa
adecuadamente y con ello no evita la caída de dos niños que murieron ahogados en el mismo [STS
de 12 de noviembre de 1990 (Tol 457016)].
Así, por ejemplo, los padres o maestros tienen que vigilar que los menores a su cargo no cometan
delitos, de igual modo que los funcionarios de prisiones tienen que controlar que los internos no
delincan en prisión. Así, el padre que, desatendiendo los deberes de corrección de su hija de 14
años, le permite que en su presencia concierte un robo con otro, que fue ejecutado inmediatamente
entre los dos, fue condenado como autor del robo (STS de 30 de enero de 1945). Responden de
los resultados que no evitan (muertes o lesiones), el arquitecto que incumple sus obligaciones de
dirección y seguimiento (STS de 15 de mayo de 1967); el aparejador que incumple sus obligacio-
nes de seguimiento (STS de 3 de diciembre de 1962); el encargado de una obra que no vigila una
maniobra peligrosa con una viga (STS de 8 de febrero de 1969) o el encargado de una obra que no
señaliza una zanja determinando que caiga en ella un motorista que sufre lesiones (STS de 5 de
abril de 1968).
Así, por ejemplo, el electricista que está montando un tendido eléctrico y deja en el suelo un cable
por el que pasa la electricidad, creando un peligro al no cortar la luz, es responsable de las lesionas
causadas a la persona que toca el cable (STS de 16 de enero de 1910); el conductor de un vehículo
que atropelló a una niña y la llevó a un cobertizo para ocultarla, cubriéndola con papeles y plásticos,
y no impidió que muriera a causa de una neumonía (STS de 21 de diciembre de 1977); el sujeto
que arroja un colchón ardiendo a un patio, donde había tirado previamente, junto con otro, a un
vagabundo, percatándose que el colchón había caído encima de la víctima y no haciendo nada para
socorrerlo [STS de 25 de abril de 1988 (Tol 6541)].
484 LOS DELITOS DE OMISIÓN
Así, por ejemplo, respondería por homicidio doloso en comisión por omisión el marido que no so-
corre a su esposa que durante un paseo por el parque cae a un pozo mal tapado, golpeándose
gravemente la cabeza y muriendo horas después por falta de asistencia. Aquí el marido infringe el
deber legal de asistencia y socorro mutuo entre cónyuges, no evitando la producción del resultado,
cuando podía hacerlo, y además se da la equivalencia legal, pues el homicidio es un tipo prohibitivo
de causar sin ningún tipo de limitación legal que admite, por tanto, la plena equiparación entre la
omisión y la acción.
Pese a ser cierto que los delitos indicados no admitirían la equivalencia legal,
no dejaría de ser una interpretación formal del segundo criterio de equivalencia
que ampliaría en demasía la intervención penal en el ámbito de la omisión. Por
ello, conforme a lo expuesto anteriormente, se impone aquí también una inter-
pretación de carácter material que dé contenido a la expresión legal “según el
sentido del texto de la ley”. No olvidemos que, a diferencia de lo que sucede en
otros códigos penales, donde se admite una atenuación de la pena para la omi-
sión, la equivalencia también significará una equiparación del merecimiento
de pena entre los delitos comisivos y los omisivos. Por ello, un sector doctrinal
considera con buen criterio que el segundo criterio legal de equivalencia debe
ser entendido como expresión de una identidad estructural entre ambos tipos
delictivos, por lo que esta fórmula legal debe convertirse en el criterio rector de
todo el art. 11 CP (Silva, Luzón, Gimbernat).
La identidad estructural-legal exigirá, en primer término, que la norma pe-
nal violada tipifique un delito de resultado naturalístico y de lesión del bien
jurídico material, no admitiendo la equivalencia cuando se trate de delitos de
mera actividad, ni de peligro (abstracto o concreto) ni de lesión de bienes inma-
teriales. La exigencia de que los delitos impropios de omisión se refieran sólo a
los delitos de resultado, junto a la idea de que la infracción del deber especial es
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 485
Así, en el ejemplo anterior, no cabría afirmar un homicidio en comisión por omisión, sino un delito
de omisión del deber de socorro, pues no puede decirse que el marido ha matado a la esposa en el
sentido del texto del tipo del homicidio. Sin embargo, si podría afirmarse la identidad estructural, por
ejemplo, en el caso de que el pozo donde cae la mujer ante los ojos de su marido se encuentra en su
finca privada donde los dos han ido a pasar un “placentero” fin de semana, aislados del mundo.
De lo dicho, cabe concluir que en la comisión por omisión el riesgo, que tie-
ne un origen externo al sujeto activo, se hace típico por y para él en virtud del
compromiso infringido que genera en él un dominio normativamente idéntico
al que pudiera tener un sujeto que creara activamente dicho peligro. Por ello,
la equivalencia “según el sentido del texto de la ley” sólo concurrirá cuando el
sujeto ha asumido de un modo específico el compromiso de actuar a modo de ba-
rrera de contención de riesgos determinados para bienes jurídicos determinados
y ha infringido dicho deber, de modo que pueda decirse que tiene un dominio del
riesgo típico normativamente idéntico al que se obtiene a través de una acción
que pone en marcha un curso causal (Silva).
putación subjetiva entre el hecho típico y su autor, tal y como establece el art.
10 CP. No obstante, debe reconocerse que la diferencia en el aspecto subjetivo
o interno de la conducta típica viene predeterminado por el aspecto objetivo o
externo de la misma, en el sentido de que el objeto de referencia subjetiva es
distinto, dado que la estructura normativa de los delitos de omisión es diferente
a la de los delitos de acción. Es a nivel de tipo objetivo donde residen realmente
las diferencias entre ambas clases de ilícito, lo que determina que el alcance y
contenido del tipo subjetivo sea también distinto por estar referido a estructuras
objetivo-normativas diferenciadas. Pero, en todo caso, hay que insistir en que
los delitos de omisión penados por la ley sólo pueden ser dolosos o imprudentes
(art. 10 CP). Por ello, analizaremos por separado ambos títulos de imputación.
A. En los delitos propios de omisión actúa con dolo el que tiene conocimien-
to de la situación que genera el deber de actuar y de las circunstancias que
fundamentan la posibilidad de realizar la acción mandada. A ello habría que
añadir en los delitos impropios de omisión que el sujeto tenga conocimiento de
la amenaza de producción del resultado en caso de no actuar, así como de las
circunstancias que fundamentan su posición de garante.
Así lo viene entendiendo también la jurisprudencia, cuando afirma que “en los delitos de omisión
(propios e impropios) el dolo del omitente no se puede negar cuando éste ha tenido el conocimiento
de las circunstancias que generan el peligro de producción del resultado y de su propia capacidad
de acción. El animus neccandi del omitente se pone de manifiesto, en consecuencia, cuando éste
deja transcurrir los hechos sin actuar, conociendo las circunstancias que fundamentan el peligro de
producción de la muerte y su posibilidad de evitarlos” [STS de 25 de abril de 1988 (Tol 6541)]. De
igual modo, se afirma que “en los delitos de omisión el dolo se debe apreciar cuando el omitente, a
pesar de tener conocimiento de la situación de hecho que genera el deber de actuar y de su capaci-
dad de realizar la acción, no actúa, y en el caso de los delitos de comisión por omisión o impropios de
omisión, el conocimiento del omitente se debe referir también a las circunstancias que fundamentan
su obligación de impedir la producción del resultado, así como, ha de añadirse, a las consecuencias
necesarias de su inacción, es decir, al resultado” [STS de 27 de octubre de 1997 (Tol 408189)].
No debe haber problema en admitir tanto el dolo directo como el dolo even-
tual, tal y como viene haciendo la jurisprudencia tanto en los propios (SSTS de
2 de diciembre de 1967), como en los impropios delitos de omisión [SSTS de 25
de abril de 1988 (Tol 6541); 4 de mayo de 1994 (Tol 403984) y 27 de octubre de
1997 (Tol 408189)].
B. Los delitos de omisión también pueden realizarse de forma imprudente,
aunque su castigo estará condicionado lógicamente a que se prevea la punición
imprudente de dicha omisión —si es un delito propio o de garante— o de la ac-
ción de referencia —si es un delito impropio—, tal y como cabe deducir de los
arts. 10 y 12 CP. Como vimos al analizar la imprudencia en los delitos de comi-
sión, ahora también definiremos la imprudencia como el desconocimiento de los
elementos del tipo objetivo habiendo tenido la posibilidad de conocerlos, pues la
imprudencia no es más que un error de tipo del que el sujeto ha podido salir.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 487
1. Iter criminis
No debe existir problema para admitir la tentativa en los delitos de omisión,
pese a que el art. 16 CP ofrezca una definición pensada para los delitos comisi-
vos cuando se refiere a dar principio de la ejecución del delito, practicando todos
o parte de los actos que objetivamente deberían producir el resultado. En los
488 LOS DELITOS DE OMISIÓN
La jurisprudencia ha llegado, incluso, a aceptar la tentativa “inidónea” del delito de omisión del deber
de socorro, en aquellos casos en que se ha producido la muerte instantánea de la víctima como con-
secuencia del golpe o impacto y el conductor no se detiene y, por tanto, no sabe que ha muerto, es
decir, que ya no hay una “persona desamparada” a la que socorrer (STS de 27 de marzo de 1987).
Así, por ejemplo, cuando la no alimentación del recién nacido o del anciano disminuido comience a
ser peligrosa para sus vidas, o cuando la no intervención del socorrista suponga un incremento del
peligro al que está expuesto el bañista que se está ahogando. La intervención salvadora de cualquie-
ra en estos casos, conllevaría a castigar por tentativa a los garantes que no han actuado.
2. Autoría y participación
La autoría en los delitos de omisión se determina por el criterio de la infrac-
ción del deber, tal y como apuntamos con anterioridad. Conforme a ello, es autor
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 489
Así, por ejemplo, es autor del delito de omisión del deber de socorro cualquiera que pueda auxiliar a
una persona en peligro grave y no lo hace; es autor de un homicidio en comisión por omisión el padre
que está obligado a alimentar a su hijo recién nacido y lo deja morir de inanición.
Así, por ejemplo, podrían ser considerados coautores los dos policías que no impiden que otro
torture a un detenido; podría ser considerado autor mediato el enfermero que no impide que el inim-
putable a su cargo lesione a otro paciente.
Pero, sin duda alguna, lo que mayor discusión plantea es el tema de la par-
ticipación y la omisión, donde habría que distinguir dos situaciones diferentes:
la participación por omisión en delitos de comisión y la participación activa en
un delito de omisión.
a) La participación omisiva en delitos de comisión resulta discutible sobre
todo en el caso de la inducción, no así en el de la complicidad (necesaria o no).
En efecto, si el inductor debe hacer surgir en otro la resolución criminal, difí-
cilmente lo podrá conseguir mediante una omisión, por lo que no parece posi-
ble admitir una inducción por omisión. Es verdad que la omisión puede influir
con diversa intensidad sobre la voluntad del autor, fortaleciendo su resolución
previa, consintiendo su plan, etc., pero no puede decirse que la omisión sea la
que hace surgir en el autor la resolución criminal, aunque tenga la posición de
garante. Dichas omisiones podrían ser calificadas como complicidad (necesaria
o no) en el hecho principal, pero no inducción.
Por ello, no parece adecuada la calificación de inducción por omisión en un delito de robo realizada
por la STS de 30 de enero de 1945 al padre que observa como, ante su presencia y conocimiento, su
hija y su cuñado acuerdan realizar un robo, sin hacer nada para impedirlo. En realidad, el TS calificó
la conducta del padre de autoría, resultándole indiferente su modalidad exacta (afirmaba que podía
encajar en cualquiera de los apartados del art. 14 CP derogado), aunque consideró que la hipótesis
más acertada era la inducción.
Piénsese, por ejemplo, en la madre que no evita el abuso sexual de su hija menor por parte de su
compañero sentimental; incluso también podrían incluirse aquí las omisiones del garante que no
evitan una acción de participación, como la del padre que permite que su hijo menor de edad preste
un arma de fuego a los autores de un homicidio.
Así, por ejemplo, respondería como inductor de un delito de homicidio en comisión por omisión el
que convence al marido para que deje abandonada a su esposa que se encuentra inválida y postra-
da en la cama, dependiendo absolutamente de él; mientras que sería cómplice el que le da el apoyo
moral necesario para que abandone a la esposa cuando le plantea alguna reticencia por la decisión
que ha tomado o el que le presta su casa de campo para que la traslade a un lugar aislado, donde
nadie la pueda oír o ver.
Así, por ejemplo, el acompañante del conductor que acaba de atropellar a un niño y le determina a
no detenerse y huir rápidamente del lugar, podríamos decir que es inductor de un delito de omisión
del deber de socorro, pero, en realidad, a él también le afecta la situación de la que nace el deber
de actuar y su omisión pudiendo hacerlo le convertiría en autor de dicho delito. Sin embargo, si
estuviera incapacitado para llevar a cabo dicha acción, pues se trata de un paralítico que, además,
no puede demandar auxilio ajeno, y convence al conductor para que no socorra a la víctima, en tal
caso, si cabría aceptar la inducción en los propios delitos de omisión.
3. Concurso de delitos
En la omisión rigen, lógicamente, la reglas generales del concurso de delitos,
pero también hay algunas peculiaridades dignas de mención que se ciñen fun-
damentalmente a determinar si hay unidad o pluralidad de omisiones. Así, en
los delitos propios de omisión, cuando el obligado abandona a varias personas
en situación de peligro habrá que estimar un concurso ideal de omisiones, salvo
que los deberes de acción hubieran podido ser cumplidos de forma sucesiva, en
cuyo caso se apreciará una pluralidad de omisiones a tratar por las reglas del
concurso real de delitos.
Piénsese en el conductor que provoca un accidente con tres víctimas necesitadas de ayuda, que
se da a la fuga.
Hay casos de delitos propios de omisión en los que el sujeto incumple simul-
tánea o sucesivamente sus deberes de acción y que podrían tratarse conforme a
las reglas del concurso de delitos. No obstante, la jurisprudencia castiga por una
sola omisión, entendiendo que hay un concurso aparente de normas.
Por ejemplo, el que omite el deber de impedir dos delitos sobre la misma víctima, delitos que se
están produciendo de forma sucesiva, primero sufre una paliza que le causa lesiones graves y des-
pués, cuando la víctima está inconsciente en el suelo, el autor le da una patada en la cabeza mortal
de necesidad (art. 450 CP, por ser un tipo mixto alternativo). Otro caso sería el que omite el deber de
impedir una violación y además no socorre a la víctima (art. 450 CP, por ser ley especial sobre el art.
195 CP); salvo que la omisión del deber de socorro sea posterior a la agresión sexual y la víctima se
encuentra malherida (concurso real entre ambos delitos).
Por ejemplo, el bombero que no corta la puerta de un coche accidentado, pudiendo evitar la muerte
de las dos víctimas (concurso ideal de delitos en comisión por omisión); la madre que deja de alimen-
tar a sus dos hijos gemelos recién nacidos (concurso real de delitos en comisión por omisión).
TERCERA PARTE
LAS CONSECUENCIAS
JURÍDICAS DEL DELITO
Tema 28
Sin embargo, los aspectos más positivos que en materia de penas introdujo el CP-95 han sido di-
recta o indirectamente eliminados por posteriores reformas penales, especialmente por las llevadas
a cabo en el annus horribilis de 2003 por las Leyes Orgánicas 7, 11 y 15 de 2003. Dichas reformas
rezuman un auténtico espíritu de “contrarreforma” en tanto que recuperan lo peor de nuestro pa-
sado (v. gr. reaparición de la multirreincidencia, conversión de la reiteración de faltas en delitos,
reintroducción de las penas cortas privativas de libertad —inferiores a seis meses, eliminación de la
pena de arresto de fin de semana, restricción del acceso al tercer grado penitenciario y a la libertad
condicional, etc.).
Sobre estas premisas, los arts. 32 y 33 recogen las diversas clases de penas,
que pueden clasificarse atendiendo a su naturaleza, su duración o su carácter
de principales o accesorias.
A. El art. 32 CP establece la clasificación de las penas en base a su naturaleza,
distinguiendo entre penas privativas de libertad, privativas de otros derechos y
multa. Son penas privativas de libertad la prisión, la localización permanente
y la responsabilidad personal subsidiaria por impago de multa (art. 35 CP).
Por su parte, son penas privativas de derechos: la inhabilitación absoluta, la
inhabilitación especial, la suspensión de empleo o cargo público, la privación del
derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores, la privación del derecho a
la tenencia y porte de armas; la privación del derecho a residir en determinados
lugares o acudir a ellos, o la prohibición de aproximarse a la víctima o a otras
personas o de comunicarse con ellos y los trabajos en beneficio de la comunidad
(art. 39 CP). Finalmente, la pena de multa viene establecida por el sistema de
días-multa o por el sistema de multa proporcional (art. 50 CP).
496 LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (I)
Así, la pena de prisión igual o superior a diez años lleva consigo la pena accesoria de inhabilitación
absoluta, salvo que ya estuviere prevista como pena principal en el supuesto de que se trate (art. 55
498 LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (I)
CP). Así mismo, se prevé que el juez pueda disponer la inhabilitación especial para el ejercicio de
la patria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento, o bien la privación de la patria potestad,
cuando estos derechos hubieren tenido relación directa con el delito cometido, vinculación que debe
reflejarse en la sentencia (art. 55). Por su parte, la pena de prisión inferior a diez años puede ir
acompañada de suspensión de empleo o cargo público, inhabilitación especial para el derecho de
sufragio pasivo durante el tiempo de la condena o inhabilitación especial para empleo o cargo públi-
co, profesión, oficio, industria o comercio, ejercicio de la patria potestad, siempre que éstos hubieran
tenido relación directa con el delito cometido (art. 56 CP). Finalmente, los Jueces o Tribunales, en
los delitos de homicidio, lesiones, aborto, contra la libertad, de torturas y contra la integridad moral,
la libertad e indemnidad sexuales, la intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del
domicilio, el honor, el patrimonio y el orden socioeconómico, atendiendo a la gravedad de los hechos
y al peligro que el delincuente represente, podrán acordar la prohibición de que el reo vuelva al lugar
en que haya cometido el delito o acuda a aquel en que resida la víctima o su familia, así como la
aproximación a la víctima o la comunicación con ella (art. 57 CP).
No obstante, el carácter de medida cautelar de la prisión preventiva no impide que “el tiempo de
privación de libertad sufrido provisionalmente se abonará en su totalidad por el juez o tribunal sen-
tenciador para el cumplimiento de la pena o penas impuestas en la causa en que dicha privación fue
acordada, salvo en cuanto haya coincidido con cualquier privación de libertad impuesta al penado en
otra causa, que le haya sido abonada o le sea abonable en ella. En ningún caso un mismo periodo de
privación de libertad podrá ser abonado en más de una causa” (art. 58 CP). Lo mismo cabe decir, a
tenor del art. 58, 4 CP, respecto de las privaciones de derechos acordadas cautelarmente. Con este
pronunciamiento expreso, el legislador viene a cerrar el paso a otras posibles formas de abonar el
tiempo de prisión provisional, que dieron lugar a sentencias tan dispares como la STC de 28 de abril
de 2008 (Tol 1315313) y STS de 10 de diciembre de 2009 (Tol 1773329).
a. La pena de prisión
Pese a las considerables restricciones a las que se ha visto sometida, la pena
de prisión sigue siendo la pena por excelencia, sin duda por ser la que mayo-
res efectos intimidatorios despliega. Una vez expresamente abolida la pena de
muerte (art. 15 CE), incluso en tiempos de guerra (LO 15/1995, de 27 de no-
viembre), podemos afirmar que, desde el punto de vista de su naturaleza, es la
pena más grave de las previstas en el Ordenamiento Penal, en la medida en que
conlleva la privación del derecho fundamental a la libertad.
La pena de prisión, según dispone el art. 36 CP, tendrá una duración mínima
de tres meses y máxima de veinte años, salvo lo que excepcionalmente dispon-
gan otros preceptos del Código Penal. Su cumplimiento, así como los beneficios
penitenciarios que supongan acortamiento de la condena, se ajustará a lo dis-
puesto en las Leyes y en el Código Penal.
En cuanto al límite inferior de la pena, establecido en tres meses, el propósito
del legislador es mantenerlo a toda costa, procediendo, si llega el caso, a susti-
tuir la pena de prisión inferior a tres meses por otra pena conforme al art. 71, 2
CP. Sin embargo, es posible que resulte aplicable una pena privativa de libertad
inferior a tres meses en el caso de que el Juez ordene, eventualmente, el cum-
plimiento de la responsabilidad personal subsidiaria por impago de multa de
forma continuada y no mediante localización permanente o trabajos en beneficio
de la comunidad (art. 53 CP).
Por lo que respecta al límite máximo de la pena de prisión, el art. 36 CP lo
fija, en principio, en veinte años. No obstante, el propio Código Penal establece
una serie de excepciones:
– El delito de super-asesinato del art. 140 CP, que lleva aparejada una pena
de hasta 25 años de prisión.
– El delito de atentado terrorista del art. 572 CP, castigado con penas de
hasta treinta años.
– La previsión de que la pena superior en grado a la de prisión de hasta
veinte años es la misma con la cláusula de que su duración será de treinta años
(art. 70 CP).
– Las reglas especiales para la aplicación de las penas (arts. 73 y ss.). Men-
ción especial merece el art. 76 CP, que permite elevar el límite máximo de la
pena de prisión a los 25, 30 ó 40 años.
En desarrollo de dicha declaración constitucional, el art. 1 LOGP declara que las Instituciones pe-
nitenciarias tienen como fin primordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados
a penas y medidas privativas de libertad, así como la retención y custodia de detenidos, presos y
penados. Igualmente tienen a su cargo una labor asistencial y de ayuda para internos y liberados.
Por ello, el fin resocializador aparece como principio básico inspirador de la LOGP. No obstante, la
experiencia ha puesto de manifiesto que los efectos nocivos que produce la privación de libertad
sobre la persona son graves y múltiples. Por ello, “la crisis del ideal resocializador ha convertido
en communis opinio entre la doctrina la idea […] de que todo lo que había que decir sobre la pena
privativa de libertad se ha dicho ya, por lo que resta tan sólo abolirla de nuestros Códigos Penales.
En efecto, es un anhelo generalizado el de que algún día los hombres puedan solucionar el problema
de la delincuencia de otra manera que no sea con la imposición de penas privativas de libertad”. En
el marco de esta opinión, la mayoría de la doctrina ha interpretado el art. 25, 2 CE asignándole a la
resocialización un contenido meramente negativo, que implica que la ejecución de la pena privativa
de libertad debe llevarse a cabo de forma que se eviten en la medida de lo posible sus efectos
desocializadores.
No obstante, es conveniente recordar que cuando la duración de la pena de prisión impuesta —¡no
la suma de las impuestas!— sea superior a cinco años, el Juez o Tribunal podrá ordenar que la
clasificación del condenado en el tercer grado de tratamiento penitenciario no se efectúe hasta el
cumplimiento de la mitad de la pena impuesta (periodo de seguridad). Si se tratase de los delitos
enumerados a continuación, la clasificación del condenado en el tercer grado de tratamiento peniten-
ciario no podrá efectuarse hasta el cumplimiento de la mitad de la misma (delitos referentes a orga-
nizaciones y grupos terroristas y delitos de terrorismo del Capítulo VII del Título XXII del Libro II CP;
delitos cometidos en el seno de una organización o grupo criminal; delitos del artículo 183; delitos
del Capítulo V del Título VIII del Libro II de este Código, cuando la víctima sea menor de trece años).
No obstante, el Juez de Vigilancia, previo pronóstico individualizado y favorable de reinserción social
y valorando, en su caso, las circunstancias personales del reo y la evolución del tratamiento reedu-
cador, podrá acordar razonadamente, oídos el Ministerio Fiscal, Instituciones Penitenciarias y las
demás partes, la aplicación del régimen general de cumplimiento, salvo en los supuestos contenidos
en el párrafo anterior (precepto reformado por la LO 5/2010, de 22 de junio, para hacer desaparecer,
en parte, su anterior automatismo). De todos modos, el precepto, pese a establecer este periodo
de seguridad, no impide, en teoría y para algunos delitos, la clasificación inicial en tercer grado del
penado a más de cinco años de prisión. El Grupo de Estudios de Política Criminal (13 de noviembre
de 2003) ha puesto de manifiesto que “el periodo de seguridad” supone concebir la prisión abierta
como una forma excepcional de cumplimiento de la condena y renunciar a que se aumente el uso
—hoy muy reducido— de una institución que tiene mayor capacidad de evitar la reincidencia que la
ejecución de la pena de prisión en régimen ordinario.
Actualmente, con el término sustitutivos penales se hace referencia a una serie de opciones penales
a las penas de prisión, básicamente a las de corta duración, que pretenden evitar la ejecución de
la pena privativa de libertad ya impuesta, no imponer una pena distinta. No deben confundirse, por
lo tanto, con otras sanciones penales que se presentan como alternativas a la pena de prisión. Los
sustitutivos penales no son alternativas a la pena de prisión en sentido propio, es decir, intentos del
legislador de sustituir, ya en la fase de amenaza penal (es decir, a la hora de redactar los tipos pena-
les de la Parte Especial) la pena de prisión de corta duración por penas cuyos efectos estén menos
cuestionados, sino instrumentos previstos en la ley que permiten al juez suspender la ejecución de
la pena ya impuesta, sustituirla por otra menos lesiva o conceder el llamado cuarto grado de la pena,
esto es, la libertad condicional.
No obstante esta naturaleza heterogénea, las instituciones que se engloban bajo la denominación
“sustitutivos penales” persiguen un objetivo común: hacer posible la renuncia a la ejecución de la
pena de prisión impuesta al autor de un determinado delito en aquellos casos en que la ejecución
de dicha pena sea innecesaria o incluso contraproducente para evitar la recaída en el delito. Y es
que no debe olvidarse, además, que los delitos a los que son aplicables estos sustitutivos penales
(concretamente la suspensión de la ejecución de la condena y la sustitución de la pena) son delitos
de naturaleza menos grave, por lo que no parece desproporcionado renunciar al cumplimiento efec-
tivo de las penas privativas de libertad impuestas, siempre que así lo aconseje la valoración de los
requisitos que el juez ha de ponderar en cada caso.
3.ª Que se hayan satisfecho las responsabilidades civiles que se hubieren ori-
ginado, salvo que se declare la imposibilidad total o parcial de que el condenado
haga frente a las mismas.
El primer paso para la concesión de la suspensión de la ejecución de la pena
será, por lo tanto, la concurrencia de los requisitos citados, que exige una mera
comprobación formal. Pero dicha concurrencia no es más que el primer paso
para la concesión del beneficio, y no garantiza aún la decisión del juez. A este
respecto, el legislador ha advertido que la suspensión de la ejecución de la pena
tendrá que ser adoptada por el juez o tribunal a través de una decisión moti-
vada, en la cual el criterio fundamental a tener en cuenta es la peligrosidad
criminal del sujeto (art. 80, 1 CP). Indiscutiblemente, ello resulta coherente
con la finalidad primordial de esta institución, que es la de evitar la privación
de libertad y sus efectos negativos cuando no resulte absolutamente necesaria
para la prevención general y especial. Las necesidades de prevención general ya
se tienen en cuenta al permitir sólo la suspensión de penas no muy graves. La
prevención especial depende de las probabilidades de recaída en el delito que
manifieste el sujeto, o, lo que es lo mismo, de su peligrosidad criminal.
Una vez otorgada la suspensión, en base a los requisitos citados y al pronós-
tico de ausencia de peligrosidad criminal, la subsistencia de la suspensión de la
ejecución de la pena, en palabras del art. 83 CP, “está condicionada a que el reo
no delinca en el plazo fijado por el juez o tribunal”, plazo que es de dos a cinco
años para las penas privativas de libertad inferiores a dos años, y de tres meses
a un año para las penas leves, y que se fijará, atendidas las circunstancias per-
sonales del delincuente, las características del hecho y la duración de la pena
(art. 80, 2 CP). Además, el juez puede condicionar la suspensión al cumplimien-
to de obligaciones o deberes, entre los cuales el art. 83 CP cita, por ejemplo, la
prohibición de acudir a determinados lugares, de comunicarse con la víctima,
de ausentarse sin autorización del juez del lugar donde resida, o la obligación
de participar en programas formativos, laborales, culturales, de educación vial,
sexual y otros similares.
En todo caso, el art. 82 CP recuerda a los jueces y tribunales que “declarada
la firmeza de la sentencia y acreditados los requisitos establecidos en el artículo
anterior, los jueces o tribunales se pronunciarán con la mayor urgencia sobre
la concesión o no de la suspensión de la ejecución de la pena”, advertencia que
persigue, a todas luces, evitar el ingreso en prisión del sujeto sentenciado cuan-
do se plantee como posible, por concurrir los requisitos expuestos, la concesión
del beneficio de la suspensión, que ya solamente dependerá del pronóstico de
peligrosidad criminal.
una Sección especial, separada y reservada de dicho Registro, a la que sólo podrán pedir antece-
dentes los Jueces o Tribunales”. Quiere esto decir que, haya o no suspensión de la ejecución de la
pena, una vez comunicada, con carácter inmediato, la firmeza de la sentencia, ésta se inscribirá en la
correspondiente sección (ordinaria) del Registro Central de Penados y Rebeldes, generando futuros
antecedentes penales, cuya posibilidad de cancelación posterior si el sujeto no delinque en el perio-
do establecido también desaparece. En efecto, el art. 85, 2 CP mantiene, lógicamente, la referencia
a la remisión de la pena cuando el sujeto no haya vuelto a delinquir en el periodo fijado, pero elimina
la alusión a la cancelación de los antecedentes penales, que actualmente se realiza en una Sección
ordinaria del Registro Central de Penados y Rebeldes. Desaparece, pues, en aquellos casos en que
la suspensión de la ejecución de la pena culmina con éxito (el sujeto no delinque en el plazo fijado),
y a pesar de la opinión favorable que había generado en la doctrina, la posibilidad de cancelar los
antecedentes penales a la vez que se ordena la remisión de la pena. Ello es tanto como decir que el
delito cometido, cuya pena el sujeto no ha tenido que cumplir por aconsejarlo así un criterio preventi-
vo especial (la ausencia de peligrosidad criminal) generará, no obstante antecedentes penales en el
hipotético caso de comisión de un nuevo hecho delictivo. Por ello, Maqueda Abreu considera que “la
reciente reforma de noviembre de 2003 ha dado al traste, sin justificación alguna, no se sabe si por
ignorancia de su alcance o por su probada obsesión punitiva, con una de las fórmulas más originales
introducidas por el legislador de 1995 en orden de posibilitar el mandato constitucional de resociali-
zación (art. 25, 2 CE). Hoy por hoy, el condenado condicionalmente que haya obtenido la remisión
definitiva de su pena (art. 130, 3 CP) deberá someterse, como cualquier otro condenado, a los plazos
de rehabilitación establecidos para cancelar sus antecedentes penales (art. 136, 3 CP).”
Ni que decir tiene que es perfectamente posible que en un caso se den todos los requisitos para que
el juez pueda optar tanto por la suspensión de la ejecución de la pena como por la sustitución de la
misma. La falta de obstáculos legales, de una parte, y el sentido común, de otra, nos hacen pensar
que serán únicamente las circunstancias del hecho y personales del reo las que tenga que tener en
cuenta el juez para aplicar uno u otro beneficio.
El APNJ de 14 de noviembre de 2003 señala que “cuando las penas impuestas por las sentencias
dictadas por las Audiencias han sido modificadas en la sentencia de Casación, corresponde a dichas
Audiencias la competencia para hacer uso de la facultad de sustitución de las penas leves impuestas
a los extranjeros por la medida de expulsión del territorio nacional, al amparo de lo previsto en el
artículo 89 CP, como un aspecto más de la ejecución de la sentencia”.
Definitiva fue, en este sentido, la STS de 1 de julio de 2004, en la que se afirmaba que “no es difícil
buscar la razón de tan importante giro —el cambio legislativo que convierte la medida de expulsión
en obligatoria salvo excepciones— en una filosofía puramente defensista de devolver a sus países
de origen […] con el propósito confesado en la Exposición de Motivos de la Ley que se comenta de
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 511
En sentido opuesto, por su carácter restrictivo, establece el legislador otras excepciones a las reglas
que de modo general rigen en la concesión de la libertad condicional. En primer lugar, conviene re-
ferirse a la previsión contenida en el art. 78 CP. Permite este precepto que “si a consecuencia de las
limitaciones establecidas en el apartado 1 del art. 76 la pena a cumplir resultase inferior a la mitad de
la suma total de las impuestas, el juez o tribunal sentenciador podrá acordar que […] el cómputo de
tiempo para la libertad condicional se refiera a la totalidad de las penas impuestas en las sentencias”,
y no al tiempo máximo de cumplimiento efectivo de la condena que resulte de aplicar las reglas del
citado art. 76 CP, aunque no deben olvidarse las reglas especiales del art. 78, 2 y 3 CP.
Piénsese, sin ir más lejos, en las posibilidades, aún infrautilizadas, que nos ofrecen no sólo las
conocidas como penas privativas de derechos (inhabilitación absoluta, inhabilitación especial, sus-
pensión...), ya más asentadas, sino muchas otras tales como la privación del derecho a conducir
vehículos a motor o ciclomotores; la privación del derecho a la tenencia y porte de armas; la privación
del derecho a residir en determinados lugares o acudir a ellos; la inhabilitación para la obtención de
subvenciones o ayudas públicas, beneficios o incentivos fiscales, y para la obtención de contratos
con organismos públicos; la prohibición de aproximarse a la víctima o a sus familiares y de comuni-
carse con ellos; la multa; los trabajos en beneficio de la comunidad; la localización permanente; la
expulsión del territorio español; la libertad vigilada; el sometimiento a tratamiento de rehabilitación o
a programas educativos o de capacitación profesional, etc, penas éstas que todavía parecen tener
que demostrar a la sociedad su eficacia para prevenir delitos.
El arresto de fin de semana aparecía regulado en el ya antiguo art. 37 CP, desarrollado en el Capítulo
II del RD 690/1996, de 17 de mayo, sobre las siguientes premisas:
1. El arresto de fin de semana tendrá una duración de treinta y seis horas y equivaldrá, en cualquier
caso, a dos días de privación de libertad. Tan sólo podrán imponerse como máximo veinticuatro
fines de semana como arresto, salvo que la pena se imponga como sustitutiva de otra privativa de
libertad; en tal caso su duración será la que resulte de la aplicación de las reglas contenidas en el
artículo 88 de este Código.
2. Su cumplimiento tendrá lugar durante los viernes, sábados o domingos en el establecimiento
penitenciario más próximo al domicilio del arrestado.
No obstante lo dispuesto en el párrafo anterior, si las circunstancias lo aconsejaran, el Juez o Tri-
bunal sentenciador podrá ordenar, previo acuerdo del reo y oído el Ministerio Fiscal, que el arresto
de fin de semana se cumpla en otros días de la semana, o de no existir Centro penitenciario en el
partido judicial donde resida el penado, siempre que fuera posible, en depósitos municipales.
3. Si el condenado incurriera en dos ausencias no justificadas, el Juez de Vigilancia, sin perjuicio
de deducir testimonio por el quebrantamiento de condena, podrá acordar que el arresto se ejecute
ininterrumpidamente.
4. Las demás circunstancias de ejecución se establecerán reglamentariamente de acuerdo con lo
dispuesto en la Ley penitenciaria, cuyas normas se aplicarán supletoriamente en lo no previsto
expresamente en este Código.
cios materiales y morales. Por su parte, el art. 112 CP trata de concretar el con-
cepto de reparación en los siguientes términos: “La reparación del daño podrá
consistir en obligaciones de dar, de hacer o de no hacer que el Juez o Tribunal
establecerá atendiendo a la naturaleza de aquél y a las condiciones personales y
patrimoniales del culpable, determinando si han de ser cumplidas por él mismo
o pueden ser ejecutadas a su costa”.
Sin embargo, en la actualidad el concepto de reparación se desvincula del
Derecho Civil del que surgió para cobrar autonomía en el ámbito del Derecho
Penal y, más concretamente, en el campo de las consecuencias jurídicas del de-
lito [vid., en esta línea, la STS de 11 de febrero de 2009 (Tol 1448782)]. En este
sentido poco o nada tendría ya que ver con los preceptos citados. Por ello, y en
palabras de Roxin, “la reparación del daño no es, según esta concepción, una
cuestión meramente jurídico civil, sino que contribuye esencialmente también a
la consecución de los fines de la pena. Tiene un efecto resocializador, pues obliga
al autor a enfrentarse con las consecuencias del hecho y a aprender a conocer
los intereses legítimos de la víctima. Puede ser experimentada por él, a menudo
más que la pena, como algo necesario y justo, y puede fomentar un reconoci-
miento de las normas. Por último la reparación del daño puede conducir a una
reconciliación entre autor y víctima y, de ese modo, facilitar esencialmente la
reintegración del culpable. Además, la reparación del daño es muy útil para la
prevención integradora, al ofrecer una contribución considerable a la restaura-
ción de la paz jurídica. Pues sólo cuando se haya reparado el daño, la víctima y
la comunidad considerarán eliminada —a menudo incluso independientemente
de un castigo— la perturbación social originada por el delito”.
Desde esta perspectiva, la reparación consiste en la realización de prestacio-
nes a favor de la víctima o de sus familiares, o a favor de la comunidad. Así, sue-
le definirse la reparación como “compensación de las consecuencias del hecho”,
de forma que pueden incluirse en el concepto, junto a la indemnización civil del
daño, otro tipo de prestaciones que no necesariamente deben ir dirigidas a la
víctima, y que se integrarían dentro de la idea de reparación simbólica. De este
modo, se pretende que la reparación sea posible tanto en los delitos sin víctima
individual como en aquellos en los que, o bien no ha habido daños, o bien estos
no son evaluables económicamente.
Pero la plasmación legislativa de la institución deja aún mucho que desear.
Hasta hace poco, la única referencia a la reparación en el sentido apuntado nos
la proporcionaba el art. 88 CP, que, entre los datos a tener en cuenta por los
Jueces y Tribunales para decidir acerca de la posible sustitución de las penas
de prisión inferiores a un año por multa o trabajos en beneficio de la comuni-
dad incluye “el esfuerzo para reparar el daño causado”. Más recientemente, la
LO 7/2003, de 30 de junio ha dado un paso adelante en el asentamiento de la
institución al introducir expresamente la reparación a la víctima por parte del
reo como criterio a tener en cuenta a la hora de decidir sobre la concesión de la
libertad condicional.
516 LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (II)
En efecto, la nueva versión del art. 91, 2 CP establece lo siguiente: “A propuesta de Instituciones
Penitenciarias y previo informe del Ministerio Fiscal y de las demás partes, cumplidas las circuns-
tancias de los párrafos a) y c) del apartado 1 del artículo anterior, el juez de vigilancia penitenciaria
podrá adelantar, una vez extinguida la mitad de la condena, la concesión de la libertad condicional en
relación con el plazo previsto en el apartado anterior [dos terceras partes de su condena], hasta un
máximo de 90 días por cada año transcurrido de cumplimiento efectivo de la condena, siempre que
no se trate de delitos de terrorismo de la sección segunda del capítulo V del título XXII o cometidos
en el seno de organizaciones criminales. Esta medida requerirá que el penado haya desarrollado
continuadamente las actividades indicadas en el apartado anterior y que acredite, además, la parti-
cipación efectiva y favorable en programas de reparación a las víctimas o programas de tratamiento
o desintoxicación, en su caso”.
El art. 72, 5 LOGP dispone que “la clasificación o progresión al tercer grado de tratamiento requerirá,
además de los requisitos previstos por el Código Penal, que el penado haya satisfecho la responsa-
bilidad civil derivada del delito, considerando a tales efectos la conducta efectivamente observada
en orden a restituir lo sustraído, reparar el daño e indemnizar los perjuicios materiales y morales; las
condiciones personales y patrimoniales del culpable, a efectos de valorar su capacidad real, presen-
te y futura para satisfacer la responsabilidad civil que le correspondiera; las garantías que permitan
asegurar la satisfacción futura; la estimación del enriquecimiento que el culpable hubiera obtenido
por la comisión del delito y, en su caso, el daño o entorpecimiento producido al servicio público, así
como la naturaleza de los daños y perjuicios causados, el número de perjudicados y su condición”.
En esta línea, el Grupo de Estudios de Política Criminal (13 de noviembre de 2003), tras poner de
manifiesto que la reparación a la víctima —bien como consecuencia del delito, bien como alternativa
a la responsabilidad penal en determinados supuestos— está siendo promocionada por las Na-
ciones Unidas y por las Comunidades Europeas, alcanzó las siguientes conclusiones: “Aunque es
discutible su consideración como “pena”, opera de hecho como “sustitutivo” de la pena inicialmente
impuesta y adopta sus funciones; el reconocimiento de la responsabilidad por la propia conducta
constituye una auto-reprobación equivalente (o de mejor efecto preventivo general) al reproche puni-
tivo; el esfuerzo o la prestación de tiempo, o de dinero, para compensar de forma directa y pronta a
la víctima; la petición de disculpas a la víctima cuando proceda, contribuye a satisfacer necesidades
preventivas, lo que justifica que pueda sustituir a la pena inicialmente impuesta cuando el delito no
sea grave. Como “alternativa” a la pena prevista para el delito requiere ser declarada por el juez con
las formalidades legales correspondientes en cuanto a las garantías de la equidad del acuerdo sobre
el alcance de la reparación y su forma de llevarlo a cabo. La declaración judicial de sustitución de la
pena por la reparación formaliza su naturaleza de consecuencia jurídico-penal, que se lleva a cabo
después de la sentencia condenatoria, y conforme al programa de reparación o de “mediación autor-
víctima” aprobado por el Juez, y pendiente de supervisión jurisdiccional en cuanto a sus resultados.
El incumplimiento del acuerdo o de los términos del programa aprobado, determinará la imposición
de la pena sustituida en su momento”.
b. La localización permanente
El art. 37 CP, que hasta la reforma del Código Penal a través de la LO
15/2003, de 25 de noviembre, dedicaba su atención a la desaparecida pena de
arresto de fin de semana, define ahora los perfiles básicos de la nueva pena de
localización permanente. El legislador, en la Exposición de Motivos de la LO
15/2003, tras reconocer que la aplicación práctica de la pena de arresto de fin de
semana no había sido satisfactoria, alegó que “la pena de localización perma-
nente es una importante novedad que trata de dar una respuesta penal efectiva
a determinados tipos delictivos y que se basa en la aplicación de nuevas medi-
das que proporciona el desarrollo de la tecnología. La configuración de esta pena
permite su aplicación con éxito para prevenir conductas típicas constitutivas de
infracciones penales leves, al mismo tiempo que se evitan los efectos perjudicia-
les de la reclusión en establecimientos penitenciarios.
Como datos que la configuran cabe destacar los siguientes:
1º. La localización permanente tendrá una duración de hasta seis meses, y
obliga al penado a permanecer en su domicilio o en un lugar determinado fijado
por el juez en sentencia o posteriormente en auto motivado.
518 LA PENA EN LA LEGISLACIÓN PENAL ESPAÑOLA (II)
2º. En los casos en los que la localización permanente esté prevista como
pena principal, atendiendo a la reiteración de la infracción y si así lo dispone
expresamente el precepto aplicable, el juez podrá acordar que la condena se
cumpla durante los sábados, domingos y días festivos en el centro penitenciario
más próximo al domicilio del penado.
3º. Si el reo lo solicita, y las circunstancias lo aconsejan, una vez oído el mi-
nisterio fiscal, el juez o tribunal sentenciador podrá acordar que la condena se
cumpla durante los sábados y domingos o de forma no continuada.
4º. El incumplimiento de la pena permite al juez o tribunal deducir testimo-
nio por delito de quebrantamiento de condena del art. 468 CP, que castiga con
penas de prisión de seis meses a un año si estuvieran privados de libertad, y de
multa de doce a veinticuatro meses en los demás casos, a quienes quebrantaren
su condena, medida de seguridad, prisión, medida cautelar, conducción o cus-
todia.
5º. El juez o tribunal, para garantizar el cumplimiento efectivo de la pena,
podrá acordar la utilización de medios mecánicos o electrónicos que permitan la
localización del reo.
Penal otorga a esta figura el carácter de pena privativa de libertad (art. 35 CP),
lo que permite que su ejecución sea suspendida conforme a las previsiones del
art. 80, 1 CP. Bajo esta premisa el art. 53, 1 CP dispone que “si el condenado no
satisfaciere voluntariamente o por vía de apremio, la multa impuesta, quedará
sujeto a una responsabilidad personal subsidiaria de un día de privación de li-
bertad por cada dos cuotas diarias no satisfechas”, pero, tal y como ya se expuso
al estudiar la sustitución de la pena, expresamente establece la posibilidad de
sustituir dicha privación de libertad por trabajos en beneficio de la comunidad.
Por su parte, en los casos de multa proporcional, los Jueces o Tribunales podrán
establecer la responsabilidad personal que proceda, siempre y cuando no exceda
de un año de duración, y, en todo caso, dicha responsabilidad personal podrá
cumplirse mediante trabajos en beneficio de la comunidad (art. 53, 2 CP). Por
último, y dado el carácter de pena propiamente dicha, “el cumplimiento de la
responsabilidad subsidiaria extingue la obligación de pago de la multa, aunque
mejore la situación económica del penado” (art. 53, 4 CP).
tivas de otros derechos, tal y como hace el art. 32 CP y no el art. 39 del mismo
texto punitivo. En cualquier caso, veamos las características fundamentales de
las distintas penas privativas de otros derechos:
1.- “La pena de inhabilitación absoluta produce la privación definitiva de
todos los honores, empleos y cargos públicos que tenga el penado, aunque sean
electivos. Produce, además, la incapacidad para obtener los mismos o cuales-
quiera otros honores, cargos o empleos públicos y la de ser elegido para cargo
público, durante el tiempo de la condena” (art. 41 CP). En cuanto a su duración,
será de entre seis y veinte años cuando se imponga como pena principal (art. 40
CP).
2.- “La pena de inhabilitación especial para empleo o cargo público produce
la privación definitiva del empleo o cargo sobre el que recayere, aunque sea
electivo, y de los honores que le sean anejos. Produce, además, la incapacidad
para obtener el mismo u otros análogos, durante el tiempo de la condena. En la
sentencia habrán de especificarse los empleos, cargos y honores sobre los que
recae la inhabilitación” (art. 42 CP). Su duración, siempre que se imponga como
pena principal, será la que el delito cometido señale, siempre entre tres meses
y veinte años (art. 40 CP).
3.- “La suspensión de empleo o cargo público priva de su ejercicio al penado
durante el tiempo de la condena” (art. 43 CP), tiempo que no podrá ser superior
a seis años ni inferior a tres meses (art. 40 CP).
Así, la diferencia entre la inhabilitación especial para empleo o cargo público
y la suspensión de empleo o cargo público es que mientras la inhabilitación es-
pecial produce la privación definitiva de la titularidad del empleo o cargo sobre
el que recae, la suspensión sólo priva de su ejercicio durante el tiempo de la
condena.
4.- “La inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo priva al
penado, durante el tiempo de la condena, del derecho a ser elegido para cargos
públicos” (art. 44 CP).
5.- “La inhabilitación especial para profesión, oficio, industria o comercio o
cualquier otro derecho, que ha de concretarse expresa y motivadamente en la
sentencia, priva al penado de la facultad de ejercerlos durante el tiempo de la
condena” (art. 45).
6.- “La inhabilitación especial para el ejercicio de la patria potestad, tutela,
curatela, guarda o acogimiento, priva al penado de los derechos inherentes a
la primera, y supone la extinción de las demás, así como la incapacidad para
obtener nombramiento para dichos cargos durante el tiempo de la condena. La
pena de privación de la patria potestad implica la pérdida de la titularidad de la
misma, subsistiendo los derechos de los que sea titular el hijo respecto al pena-
do. El juez o tribunal podrá acordar esta pena respecto de todos o de alguno de
los menores que estén a cargo del penado, en atención a las circunstancias del
caso” (art. 46 CP).
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 521
A estas tres últimas penas (prohibición de residir en determinados lugares o acudir a ellos, prohibi-
ción de aproximarse a la víctima o a determinadas personas, y prohibición de comunicarse con la
víctima u otras personas), reguladas todas ellas en el art. 48 CP, hace mención expresa el art. 57 CP.
En efecto, en el art. 57 CP nuestro legislador prevé la imposición de dichas penas como penas acce-
sorias en los casos de delitos de homicidio, aborto, lesiones, contra la libertad, de torturas y contra la
integridad moral, la libertad e indemnidad sexuales, la intimidad, el derecho a la propia imagen y la
inviolabilidad del domicilio, el honor, el patrimonio y el orden socioeconómico, o de comisión de una
falta contra las personas de los arts. 617 y 620, respectivamente, atendiendo, para la imposición de
dichas penas como accesorias, a la gravedad de los hechos o al peligro que el delincuente represen-
te. Por su parte, el art. 57, 2 CP obliga a la imposición de estas medidas en los casos de violencia de
género. No debe olvidarse, además, que la ley permite que el juez o tribunal acuerde el control del
cumplimiento de estas medidas a través de los medios electrónicos que lo permitan (art. 48, 4 CP).
C. La pena de multa
Según el art. 50, 1 CP: “La pena de multa consistirá en la imposición al con-
denado de una sanción pecuniaria”. Nuestro texto punitivo prevé la imposición
de dicha sanción pecuniaria a través de dos sistemas distintos: el sistema de
días-multa y la multa proporcional.
a. El sistema de días-multa
La introducción de esta fórmula de origen escandinavo para la imposición de
la pena de multa constituye otra de las grandes novedades del sistema de penas
del Código Penal de 1995, con la que se persigue una mejor individualización de
la pena de multa para consagrar los dos aspectos que debe combinar la pena:
su proporcionalidad con la gravedad del delito y la igualdad de sacrificio para
todos los penados. Y ello porque con los sistemas tradicionales, en los cuales la
gravedad de la multa a imponer se hacía depender única y exclusivamente de
la gravedad del delito cometido, la incidencia real de dicha pena sobre distintos
sujetos que cometían un mismo delito no era la misma, sino que variaba en
función de su situación económica, con lo que el principio de igualdad se veía
claramente vulnerado.
El sistema de días multa se estructura en base a dos criterios distintos: la
extensión de la multa o número de cuotas a imponer, por una parte, y la cuantía
de la cuota, por otra.
En lo que se refiere a la extensión de la multa o número de cuotas a imponer,
el art. 50, 3 CP señala que “su extensión mínima será de diez días, y la máxima
de dos años”. Por lo tanto, este sistema utiliza como unidad básica el día-multa,
sin perjuicio de que la extensión o cuota de la multa pueda expresarse también
en múltiplos, como la semana-multa, el mes-multa o el año-multa.
Una vez determinada la extensión de la multa, habrá que establecer la cuan-
tía a pagar en cada una de las cuotas. A este respecto el art. 50, 4 CP dispone que
“la cuota diaria tendrá un mínimo de dos y un máximo de 400 euros. A efectos de
cómputo, cuando se fije la duración por meses o por años, se entenderá que los
meses son de 30 días y los años de 360”.
De esta forma, la cuantía mínima de la multa que se podrá imponer por el sistema de días multa será
de 20 euros (diez días multa a una cuota diaria de dos euros); la cuantía máxima será de 288.000
euros (dos años multa —720 días— a una cuota diaria de 400 euros.
b. La multa proporcional
No obstante el predominio del sistema de días-multa, subsisten aún en nues-
tro Código Penal supuestos en los que la pena de multa aparece impuesta por
el sistema de multa proporcional. Es por ello por lo que el art. 50, 2 CP expre-
samente refiere que “la pena de multa se impondrá, salvo que la Ley disponga
otra cosa, por el sistema de días-multa”.
El art. 419 CP, por ejemplo, señala que el culpable de cohecho “incurrirá en la pena de prisión de
dos a seis años, multa del tanto al triplo del valor de la dádiva e inhabilitación especial para empleo
o cargo público por tiempo de siete a doce años”.
La individualización de la pena
En este sentido, por ejemplo, al delito homicidio del art. 138 CP se le asigna una pena abstracta de
10 a 15 años de privación de libertad.
Si el sujeto es autor de un delito de homicidio y éste aparece en grado de tentativa acabada, la pena
abstracta del tipo (de diez quince años —art. 138 CP) deberá rebajarse en uno o dos grados (art. 62
CP). Si se rebaja la pena solamente un grado, la pena a imponer sería la de prisión de cinco a diez
años menos un día.
En el caso al que nos venimos refiriendo, se trataría ahora de determinar, dentro de un marco penal
no inferior a los cinco años ni superior a los diez años menos un día, cuál es la pena exacta (v. gr.,
6 años) que debe cumplir el sujeto. A esta fase se vincula también la aplicación o no de sustitutivos
penales (suspensión de la ejecución de la pena, sustitución de una pena por otra) que, en sentido
amplio, forma parte de la individualización judicial de la pena.
526 LA INDIVIDUALIZACIÓN DE LA PENA
Así, el homicidio, según el art. 138 CP, tiene una pena abstracta de 10 a 15 años de prisión; el asesi-
nato tipificado en el art. 139 CP tiene una pena abstracta de 15 a 20 años de prisión.
La pena abstracta del tipo puede ser también la pena abstracta de un tipo
agravado. Por ejemplo, la pena abstracta del tipo agravado de secuestro cuando
éste se ejecuta con simulación de autoridad o función pública (art. 165 CP) es la
prevista para el delito se secuestro “en su mitad superior”.
El art. 164 CP establece una pena de 6 a 10 años de prisión. Si se dan las condiciones del art. 163, 3
—que se prive de libertad al detenido más de quince días— se impondrá la pena superior en grado.
La pena abstracta asignada por la Ley al tipo básico es de 6 a 10 años. Para hallar la pena superior
en grado se toma el máximo de pena señalada por la Ley (10 años) y se divide entre dos (10:2=5).
Este último resultado (5) se suma a la pena máxima señalada por la Ley (10), es decir, 10 + 5 =
15, fijando así el límite máximo de la nueva pena superior en grado. De ahí deducimos que la pena
superior en grado comprende el marco de 10 a 15 años de prisión.
El art. 164 CP señala, en relación con el delito de secuestro, que si concurren las condiciones del art.
163, 2 CP —se da libertad al detenido dentro de los tres primeros días sin haber logrado el objeto
que se había propuesto— se pondrá la pena inferior en grado. La pena abstracta asignada por la
Ley para el tipo básico regulado art. 164 CP es de 6 a 10 años. El grado inferior se forma tomando
el mínimo de la pena (6), dividiéndolo entre dos (6 : 2 = 3) y el resultado se le resta a la primera cifra
(6 – 3 = 3). Por consiguiente, la pena inferior en grado comprende de 3 a 6 años de privación de
libertad. En este caso también será necesario que no queden solapados los grados de la pena, por
ello, la pena inferior en grado es de 3 años a 6 años, menos 1 día.
El art. 165 CP tipifica un tipo agravado de secuestro cuando la víctima fuere menor de edad o inca-
paz, en estos supuestos “las penas de los artículos anteriores se impondrán en su mitad superior, en
los respectivos casos”. En el secuestro de un menor de edad del art. 163, 1 CP la pena en la mitad
superior sería la siguiente: La pena abstracta del art. 163, 1 CP es de 4 a 6 años y la mitad superior
se obtiene restando al máximo de pena el mínimo (6 – 4 = 2). Esta cifra se divide entre dos (2 : 2 =
1). El resultado se suma al marco mínimo de pena (4+1 = 5), o se resta al máximo de pena (6-1= 5).
Por tanto, la mitad inferior de la pena es de 4 a 5 años, y la mitad superior de 5 a 6 años, aunque,
para evitar que las penas se solapen, se añadirá o restará “el día”. (art. 70, 2 CP).
La rebaja penológica en uno o en dos grados se realiza en el ejercicio de la facultad discrecional del
Juez o Tribunal, pero se trata de una discrecionalidad reglada, no arbitraria, al estar condicionada
por el análisis razonable y razonado de los factores mencionados en el art. 62 CP. La interpretación
de esos factores, como indica la jurisprudencia, se efectuará por el Tribunal juzgador atendiendo
a la concurrencia de: a) el mayor o menor riesgo de lesión o afección del bien jurídico protegido
“inherente al intento”, lo que habrá de entenderse como intensidad del peligro; y b) el mayor o menor
riesgo de lesión o afección de ese mismo bien jurídicamente protegido en atención al “grado de
ejecución alcanzado”, lo que ha de entenderse como proximidad del peligro. Por ejemplo, la rebaja
de la pena en dos grados procedería en los supuestos de ejecución inacabada, pudiendo plantearse
la posibilidad de imponer la pena inferior en dos grados, ante un supuesto de ejecución acabada, si
la falta de consumación es atribuible a la escasa energía criminal del autor.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 529
Imaginemos un caso de un robo con violencia e intimidación (art. 242 CP) realizado por tres sujetos,
donde uno interviene como autor, otro como inductor y un tercero como cómplice. La pena abstracta
que le corresponde al autor es de 2 a 5 años de prisión; al inductor también le correspondería una
pena de 2 a 5 años de prisión. Sin embargo, al cómplice le corresponde la pena inferior en grado a la
fijada por la Ley para los autores, esto es, una pena de 1 a 2 años menos 1 día de prisión.
El sujeto cree, de forma venciblemente errónea, que está justificado pegar a su hijo causándole una
lesión del art. 147 CP porque ha obtenido un bajo rendimiento académico, por creerse amparado por
la causa de justificación de ejercicio legítimo de un derecho (derecho de corrección).
art. 68 CP de atender a las reglas del art. 66 CP y, en concreto, acuerda que “el
art. 68 CP no excluye ninguna de sus reglas, entre ellas la regla 8ª. Siendo a su
vez, el contenido de esa regla 8ª del art. 66 CP el siguiente; cuando los jueces o
tribunales apliquen la pena inferior en más de un grado podrán hacerlo en toda
su extensión”.
Supongamos que un sujeto drogadicto realiza un robo con fuerza en las cosas con sus facultades
volitivas e intelectivas notablemente mermadas. En este caso será de apreciación una eximente
incompleta porque no concurren todos los requisitos establecidos en el art. 20, 2º CP para eximir
completamente la responsabilidad criminal. Por ello, el legislador permite valorar esa situación de
anormalidad imponiendo la pena inferior en uno o dos grados.
Pensemos que un sujeto realiza un delito de homicidio concurriendo la atenuante de arrebato (art.
21, 3ª CP) y de arrepentimiento (art. 21, 4ª CP). La concurrencia de estas dos circunstancias ate-
nuantes de la responsabilidad criminal permite al Juez o Tribunal imponer la pena inferior en uno o
dos grados.
Piénsese, por ejemplo, en un narcotraficante que abandona la actividad delictiva y colabora con la
policía para impedir la entrada en el país de una gran cantidad de droga. Esta actitud del delincuente
tendrá un efecto beneficioso en la pena, pudiéndose rebajar en uno o dos grados.
En estos cuatro casos en que la ley posibilita bajar la pena en uno o dos
grados, hay que atender a lo establecido en el art. 66, 1, 8ª CP, ya que “cuando
los Jueces o Tribunales apliquen la pena inferior en mas de un grado podrán
hacerlo en toda su extensión”.
5) Concurrencia de circunstancias atenuantes y agravantes si persiste un fun-
damento cualificado de atenuación (66, 7ª CP). El Juez o Tribunal debe valorar
y realizar una compensación racional de unas y otras, pero si comprueba que
la existencia de circunstancias atenuantes implica una notable disminución de
culpabilidad del sujeto debe reflejarlo en la pena, pudiendo aplicar la pena in-
ferior en grado.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 531
Supongamos que un sujeto realiza una lesión concurriendo la circunstancia agravante de motivos ra-
cistas (art. 22, 4ª CP), pero le asiste y lo traslada al hospital, pagando todos los perjuicios causados
con la lesión (atenuante de reparación del daño del art. 21, 5ª CP muy cualificada) y, además, acude
a la comisaría y confiesa los hechos (atenuante de arrepentimiento del art. 21, 4ª CP). La concurren-
cia de estas dos circunstancias atenuantes, pese a la existencia de una agravante, permite al Juez
disminuir la sanción por el arrepentimiento, cuyo fundamento principal es la mayor facilidad para la
persecución del hecho, y por la disminución de los efectos de la lesión al ser trasladado al Hospital,
todo lo cual permitiría afirmar que la víctima puede considerarse suficientemente reparada.
Al sujeto que comete un asesinato del art. 139 CP por motivos racistas (art. 22, 4ª CP) y que, para
evitar ser reconocido, utiliza un disfraz (art. 22, 2ª CP), puede imponérsele la pena superior en grado
a la del art. 139 CP (20 años y un día a 30 años), aunque sólo en su mitad inferior (de 20 años y un
día a 25 años de prisión).
Esta arcaica y polémica figura fue suprimida ya por la LO 8/1983 de 25 de junio de Reforma Urgente
y Parcial del CP-73, afirmando su Exposición de Motivos que su eliminación obedecía a que “la
exasperación del castigo del delito futuro, de por si contraria al principio ne bis in idem, puesto que
conduce a que un solo hecho genere consecuencias punitivas en más de una ocasión, se ha mos-
trado además como poco eficaz como solución en el tratamiento de la profesionalidad o habitualidad
delictiva; a ello se une la intolerabilidad de mantener una regla que permite llevar la pena más allá del
límite legal de castigo previsto para la concreta figura del delito, posibilidad que pugna con el cabal
entendimiento del significado del principio de legalidad en un Estado de Derecho”. Sin embargo, se
reintrodujo en el Código Penal a través de la LO 11/2003, de 29 de noviembre.
Sujeto que lesiona a otro (art. 147 CP) movido por un impulso pasional de arrebato (art. 21, 3ª CP).
En este caso la pena abstracta asignada por la Ley para el delito cometido es de uno a tres años de
privación de libertad pero, al concurrir una circunstancia atenuante, se debe imponer la pena en la
mitad inferior, por lo cual la pena que corresponde a este sujeto por el hecho realizado no puede ser
inferior a un año ni superior a un año y seis meses.
En el caso de un sujeto que roba en un banco intimidando al cajero (art. 242 CP) con el rostro tapado
con un pasamontañas (art. 22, 2ª CP), al apreciarse la circunstancia agravante de uso de disfraz
debe imponerse la pena en la mitad superior. Por tanto, como el robo con intimidación está san-
cionado con una pena abstracta de dos a cinco años de privación de libertad y como concurre una
agravante, el Juez o Tribunal debe imponer una sanción no inferior a tres años y medio ni superior
a cinco años y un día.
La doctrina considera que el estudio de las circunstancias personales del delincuente deberá tener
como objetivo el conocimiento de los siguientes datos: 1) un análisis de la culpabilidad del autor
que actúa como límite a las exigencias de prevención especial; 2) un pronóstico sobre su comporta-
miento futuro con el fin de determinar la peligrosidad criminal para adoptar, en los casos necesarios,
medidas de seguridad; y 3) una estimación de sus posibilidades de reinserción. Pero, para proceder
a la individualización exacta de la pena hay que atender, junto a estas circunstancias personales del
delincuente, a la mayor o menor gravedad del hecho (art. 66, 1, 6ª CP). Generalmente, ésta se iden-
tifica con la gravedad de lo injusto. Por tanto, la mayor o menor gravedad del hecho, en primer lugar,
dependerá de la intensidad del dolo (si es directo, indirecto o eventual) o del grado de negligencia
imputable al sujeto en aquellos delitos imprudentes. En segundo lugar, se atenderá las circuns-
tancias concurrentes en el delito, ya sean genéricas o específicas. Estas modifican el desvalor de
acción o el desvalor de resultado de la conducta típica. Y en tercer lugar, habrá que tener en cuenta
la mayor o menor gravedad del mal causado por el “injusto culpable” y la conducta del reo posterior
a la realización del hecho, en orden a su colaboración procesal, a su actitud hacia la víctima y hacia
la reparación del daño causado (Serrano Butragueño).
del hecho y las circunstancias personales del autor [art. 66, 1, 6ª CP —entre
otras, vid. STS de 4 de noviembre de 1996 (Tol 406434)].
Debe ser casada (anulada) la Sentencia de la Audiencia Provincial de ....en la que al autor del
“menudeo” con drogas le impone en su mitad superior la pena de tres a nueve años del art. 368
CP (concretamente: 4 años), sin realizar valoración alguna —por escueta que sea— relativa a una
especial peligrosidad o acentuada culpabilidad del acusado que pudiese servir de fundamento a la
decisión adoptada.
Por ello, “la exclusión de la revisión en casación de la individualización de la pena no tiene en cuenta
que la determinación de ésta requiere concretar una norma del Derecho de acuerdo con principios
jurídicamente vinculantes, ámbito en el que se puede cometer un error revisable en casación. Este
error de Derecho puede tener lugar, sobre todo, cuando se interpretan equivocadamente la reglas
del art. 66 CP. Pero también cuando en la determinación de la pena concreta dentro de la mitad que
corresponda aplicar, el Tribunal se ha guiado por criterios jurídicamente erróneos o arbitrarios no
dando entrada a los fines de la pena. Por ello, si el Tribunal tuvo en cuenta la tendencia del autor a
recaer en el delito (por una condena anterior, pese a no ser formalmente reincidente), quiere decir
que tomó en consideración los fines de prevención especial, que es un criterio correcto desde el
punto de vista del Derecho vigente” (STS de 7 de marzo de 1994). A sensu contrario, “debe admitirse
el recurso de casación contra la Sentencia que no ha motivado qué razones ha tenido para no aplicar
el mínimo de la pena. La falta de elementos en la causa que permitan elevar la pena por encima del
mínimo y la falta absoluta de motivación por parte de la Audiencia imponen la casación de la senten-
cia” [STS de 2 de junio de 2000 (Tol 42969)]. Sin embargo, el control en casación de la corrección
de la pena aplicada se limita a la comprobación de la existencia de un razonamiento en el sentido
antedicho, y no se extenderá a la traducción numérica de los respectivos juicios salvo en aquellos
casos en los que esta determinación resulte manifiestamente arbitraria.
penas en las faltas “procederán los jueces y Tribunales según su prudente arbi-
trio dentro de los límites de cada una, atendiendo a las circunstancias del caso y
del culpable, sin ajustarse a las reglas de los art. 61 a 72 de este Código”.
Ejemplo: A encuentra en la calle a un niño de 4 años que ésta completamente solo. Después de
preguntarle dónde vive y todos los datos necesarios para identificar a la familia, decide dejarlo en la
calle al saber que vive lejos del camino hacia su casa y que tiene que desviarse. A realiza la falta del
art. 618 CP. En este caso el Juez individualizará la pena, dentro del límite de la pena de arresto de
tres a seis fines de semana o multa de uno a dos meses, atendiendo a las circunstancias del hecho
—v. gr. el lugar donde se encontraba el menor, la hora del encuentro, la edad del menor, etc.— y del
culpable —capacidad y posibilidad de prestar ayuda, el nivel cultural del autor, etc. En base a todo
ello establecerá la pena concreta que le corresponde al autor.
Supongamos que el conductor A adelanta a un motorista en una curva con poca visibilidad, provo-
cando un accidente con el vehículo que venía de frente. Como resultado del accidente A resulta ileso,
pero el conductor del otro vehículo muere. A se presenta inmediatamente ante la autoridad confesan-
do los hechos. En este caso, A ha cometido un homicidio imprudente (art. 142 CP) que tiene prevista
una pena de prisión de uno a cuatro años, concurriendo la atenuante de arrepentimiento (art. 21, 4ª
CP). Al tratarse de un delito imprudente no se aplicarán las reglas del art. 66, 1, pero el Juez deberá
valorar la existencia de ese extremo (arrepentimiento) en la individualización de la pena.
Tema 31
De todos modos, con las sucesivas reformas de la LRPM (LO 7/2000, de 22 de diciembre; LO
9/2000, de 22 de diciembre; LO 9/2002, de 10 de diciembre; LO 15/2003, de 23 de noviembre y LO
8/2006, de 4 de diciembre), este modelo de responsabilidad penal predominantemente pedagógico,
educativo y resocializador, ha ido dando paso a un modelo represivo de seguridad (Feijoo Sánchez),
con el que se ha pretendido salir al paso de la creciente participación de menores no sólo en las
538 EL DERECHO PENAL DE MENORES
acciones de terrorismo urbano, sino en el resto de las actividades delictivas, para evitar la “sensación
social de impunidad” de los menores sancionando con más firmeza y eficacia los hechos delictivos
cometidos por menores que revistan especial gravedad. Estas sucesivas (y excesivas) reformas han
ocasionado una inversión, una clara ruptura respecto de los principios que deben informar un moder-
no Derecho Penal juvenil y de los principios de los que parte la LRPM (Carmona Salgado). Por ejem-
plo, es posible la personación en el procedimiento como acusadores particulares de determinadas
personas (las directamente ofendidas por el delito, sus padres, sus herederos o sus representantes
legales si fueran menores de edad o incapaces) en los términos establecidos por el art. 25 LRPM.
Cada reforma de la LRPM parece acercarla más al CP común.
Pese a todo, se discute intensamente, máxime cuando la opinión pública se ve conmocionada por la
noticia de que un niño o un grupo de niños han cometido unos hechos (asesinatos, violaciones) de
extraordinaria gravedad y crueldad, si la edad penal debería rebajarse a los 12 ó 13 años haciendo
posible que la LRPM pudiera aplicarse también a partir de que el menor cumpliese dicha edad. En
este sentido afirma Calatayud que “un niño de doce años ya puede tener cierta conciencia de lo que
está bien y de lo que está mal y hay conductas de chavales de doce a catorce años que pueden ser
muy graves. Hay que reconocer que en estos casos, la fuerza que tiene el Juzgado no la tiene la
Administración, por lo que no estaría de más que los delitos de estos chavales fueran competencia
de los Juzgados de Menores. Otra cosa diferente es que se les vaya a internar, porque hay medidas
de medio abierto que con un adecuado control judicial podrían ser mas eficaces que el sistema de
protección administrativa”. La doctrina dominante, por el contrario, es partidaria del límite de los
catorce años, alegando para ello: a) razones pragmáticas (las infracciones muy graves cometidas
por menores de catorce años son estadísticamente poco frecuentes); b) la posibilidad de que todavía
las instancias familiares y de protección puedan encauzar mejor el comportamiento del menor que
las formalizadas y estigmatizantes instancias judiciales (Feijoo Sánchez); c) la ineficacia del castigo
para resolver problemas sociales que traen su causa en el fracaso institucional del modelo educati-
vo, familiar o de valores.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 539
b) Los menores (se entiende por tales a los mayores de catorce años y menores
de dieciocho). Estos sí pueden ser responsables criminalmente de los delitos y
faltas que cometan, y es a ellos precisamente a los que se dirige la LRPM. De
todos modos, existe un régimen para los sujetos de catorce y quince años y otro
distinto para los de dieciséis y diecisiete años que se plasma, fundamentalmen-
te, en las consecuencias jurídicas de las infracciones que cometan cuando se
trata de supuestos de especial gravedad (art. 10 LRPM).
Las edades indicadas se han de entender siempre referidas al momento de
la comisión de los hechos, sin que el haberse rebasado las mismas antes del co-
mienzo del procedimiento o durante la tramitación del mismo tenga incidencia
sobre la competencia atribuida por la LRPM a los Jueces de Menores (art. 5, 3
LRPM).
No obstante, cuando el menor a quien se le hubiere impuesto una medida de las establecidas en la
LRPM alcanzase la mayoría de edad, continuará el cumplimiento de la medida hasta alcanzar los
objetivos propuestos en la sentencia en que se le impuso conforme a los criterios expresados en los
artículos anteriores. Cuando se trate de la medida de internamiento en régimen cerrado y el menor
alcance la edad de dieciocho años sin haber finalizado su cumplimiento, el Juez de Menores, oído el
Ministerio Fiscal, el letrado del menor, el equipo técnico y la entidad pública de protección o reforma
de menores, podrá ordenar en auto motivado que su cumplimiento se lleve a cabo en un centro pe-
nitenciario conforme al régimen general previsto en la LOGP si la conducta de la persona internada
no responde a los objetivos propuestos en la sentencia (art. 14 LRPM).
Resulta realmente lamentable que se de por fracasada, sin haber llegado a aplicarse, una de las
aportaciones mas importantes de la LRPM como es la referida, no a la delincuencia de menores,
sino a la delincuencia juvenil. Sin duda aquí han pesado fundamentalmente consideraciones de tipo
económico. La Ley Penal del Menor requiere mucho coste económico y ni el Ministerio de Justicia
ni las Comunidades Autónomas han facilitado la dotación de los mínimos medios para su aplicación
540 EL DERECHO PENAL DE MENORES
(Calatayud). Si no hemos sido capaces de cubrir las necesidades de los menores hasta los dieciocho
años, es lógico que se abandone a su suerte a la siguiente banda de edad.
2. Principios inspiradores
La LRPM, afirma su Exposición de Motivos, ha sido conscientemente guiada
por los siguientes principios generales:
1. Naturaleza formalmente penal pero materialmente sancionadora-educa-
tiva del procedimiento y de las medidas aplicables a los infractores menores de
edad.
La LRPM tiene ciertamente la naturaleza de disposición sancionadora, pues
desarrolla la exigencia de una verdadera responsabilidad penal a los menores
infractores. Se pretende que la reacción jurídica dirigida al menor infractor sea
una intervención de naturaleza educativa, aunque desde luego de especial in-
tensidad, rechazando expresamente otras finalidades esenciales del Derecho
Penal de adultos, como la proporcionalidad entre el hecho y la sanción o la inti-
midación de los destinatarios de la norma; al mismo tiempo, se pretende impe-
dir todo aquello que pudiera tener un efecto contraproducente para el menor.
Y es que en el Derecho Penal de menores ha de primar, como elemento determinante del proce-
dimiento y de las medidas que se adopten, el superior interés del menor. Interés que ha de ser
valorado con criterios técnicos y no formalistas por equipos de profesionales especializados en el
ámbito de las ciencias no jurídicas. Debe subrayarse en este sentido la importancia que la LRPM
concede en todas las fases del procedimiento (incoación del expediente, sobreseimiento del expe-
diente, individualización de la sanción, etc.) a los Informes de los Equipos Técnicos, compuestos por
psicólogos, educadores y trabajadores sociales (art. 4 del Real Decreto 1774/2004, de 30 de julio,
por el que se aprueba el Reglamento de la LRPM) y que deben versar sobre la situación psicológi-
ca, educativa y familiar del menor, así como sobre su entorno social, y en general sobre cualquier
otra circunstancia relevante a los efectos de la adopción de alguna de las medidas previstas en la
presente Ley (art. 27 LRPM).
de un hecho tipificado como delito o como falta en el Código Penal o en las leyes
penales especiales (art. 1 LRPM), lo que significa que la LRPM no contiene un
catálogo propio de delitos de menores (el catálogo de delitos de la legislación
penal española es común para menores y para adultos). Lógicamente, el hecho
típico debe ser delito (hecho ilícito —típico y antijurídico— realizado por autor
culpable), por lo que los menores serán responsables con arreglo a la LRPM
cuando no concurra en ellos ninguna de las causas de exención o extinción de la
responsabilidad criminal previstas en el Código Penal (art. 5, 1 LRPM).
La pena prevista para el menor (aunque se la llame medida por la LRPM y aunque tenga una na-
turaleza sancionadora-educativa) es una autentica pena y, como tal, presupone la culpabilidad del
autor (esto es, presupone la culpabilidad del menor). Por ello, el art. 5, 2 LRPM establece que a los
menores en quienes concurran las circunstancias previstas en los números 1º, 2º y 3º del art. 20 CP
(causas de inimputabilidad que excluyen su culpabilidad) les serán aplicables, si es necesario, de
forma paralela a lo que ocurre con los autores adultos, las medidas terapéuticas a las que se refiere
el art. 7, 1, letras d) y e). Se trata de las “medidas de seguridad” de internamiento terapéutico en
régimen cerrado, semiabierto o abierto (para el tratamiento específico de anomalías o alteraciones
psíquicas o estados de dependencia de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas o sustancias psicotrópi-
cas) y de la de tratamiento ambulatorio (de esos mismos problemas).
k. Amonestación.
l. Privación del permiso de conducir ciclomotores y vehículos a motor, o del derecho a obtenerlo, o
de las licencias administrativas para caza o para uso de cualquier tipo de armas.
m. Inhabilitación absoluta.
Ello ha hecho posible que el Magistrado Emilio Calatayud, por ejemplo, haya sancionado al autor
de un robo en una urbanización con la pena de tener que ir a pedir perdón a los dueños de la casa
robada; al autor de la sustracción de ropa en unos almacenes, a la pena de tener que empaquetar
juguetes para niños necesitados durante la campaña de Reyes; al autor del robo de una cartera,
a la pena de aprender a leer y escribir, siendo examinado para dar por extinguida la pena por el
propio Juez; al autor de un delito de conducción bajo los efectos de bebidas alcohólicas, a la pena
de asistencia un centro hospitalario especializado en el cuidado de enfermos tetrapléjicos; al que
vendía pequeñas cantidades de droga (menudeo), a la pena de pasar tres fines de semana en un
centro de desintoxicación de toxicómanos; al que ensució un vagón de tren haciéndole pintadas, a
la pena de pintarlo entero y dejarlo como estaba; al autor de un robo de un ordenador, a la pena de
ayudar al traslado de la empresa a la que robó llevando ordenadores de la antigua a la nueva sede
social; a un grupo de chicos que amenazaban a otros en un barrio, a la pena de hacer el Camino de
Santiago, etc.). Evidentemente, esto puede no satisfacer el sentimiento o la exigencia de venganza
de la víctima del delito, pero responde a lo que es el espíritu y los fines de la LRPM.
La duración de las medidas no podrá exceder de dos años. La medida de prestaciones en beneficio
de la comunidad no podrá superar las cien horas. La medida de permanencia de fin de semana no
podrá superar los 8 fines de semana.
a todos ellos?; b) ¿Bajo qué condiciones?; c) ¿Qué sanción cabría imponer a cada
uno?
Aplicando el cuerpo doctrinal expuesto al presente supuesto cabría llegar a
las siguientes conclusiones:
1. Al tratarse de un niño, Juan, de 13 años de edad, no respondería criminal-
mente ni conforme al Código Penal, ni conforme a la LRPM. Debe ser puesto a
disposición de la Entidad Publica de Protección de Menores para que sea “tu-
telado” y “asistido” (no sancionado) de conformidad con lo dispuesto en la LO
1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor y el Código Civil.
2. Antonio, de 18 años (jóven adulto) y José, de 21 años (adulto), al ser ambos
mayores de edad penal y no existir un régimen especial para exigir responsabili-
dad criminal a jóvenes adultos, responderán criminalmente conforme al Código
Penal. En particular, serían criminalmente responsables en concepto de autores
de un delito de lesiones graves del art. 149 CP, y serían castigados con la pena
de prisión de seis a doce años.
3. Solamente a Luís, de 15 años de edad, le sería de aplicación la LRPM A
Luís se le puede aplicar cualquiera de las medidas contenidas en el art. 7, 1, a),
b), c), f), g), h), i), j), k), l), m), n), y ñ) LRPM. Es posible aplicar la medida de in-
ternamiento en régimen cerrado (art. 9, 2 a) LRPM) ya que se trata de un delito
grave (esto es, castigado en el CP común con pena grave —prisión superior a
los cinco años —art. 33 CP). La duración del internamiento sería, en principio,
de dos años (art. 9, 2 LRPM), aunque puede llegar a los tres años (art. 10, 1, a)
LRPM) por tratarse de un menor de quince años de edad. Sin embargo, la posi-
bilidad de imponer en este caso una medida que no sea la de internamiento en
régimen cerrado está lógicamente abierta (internamiento en régimen abierto,
libertad vigilada con pautas socioeducativas, etc.). Los Informes del Equipo Téc-
nico y la motivación del Juez en la Sentencia sobre las necesidades y el interés
del menor serán definitivos para fijar la medida o medidas que finalmente se
impongan.
Tema 32
El enfermo mental que mata a otro por tener alteradas de forma grave sus facultades volitivas y/o
intelectivas, obviamente, no puede ser castigado con una pena, al no ser culpable (art. 20, 1º CP),
pero tampoco debería quedar en libertad si existe el peligro de que pueda volver a realizar otra
acción homicida como consecuencia de su enfermedad.
Piénsese, por ejemplo, en un sujeto, enfermo mental, que tiene alteradas de forma moderada sus
facultades volitivas e intelectivas (aunque no con la intensidad suficiente como para eximirle de
responsabilidad criminal), y que atenta contra la libertad sexual de otro, existiendo una gran proba-
bilidad de que vuelva a hacerlo en el futuro. Nuestro sistema de individualización de la pena obliga
en estos casos a que el Juez le rebaje la pena al autor en uno o dos grados con el fin de adecuar
la pena a la gravedad de su culpabilidad (art. 21, 1ª en relación con el art. 20, 1º y el art. 68 CP).
Por tanto, en este caso al agresor sexual se le impondrá una pena muy reducida (la adecuada a su
culpabilidad) pero, con toda seguridad, notablemente insuficiente para limar de futuro su peligrosidad
criminal. O pensemos en un toxicómano que realiza reiteradamente delitos contra la propiedad para
conseguir dinero con el que comprar droga. En tanto el autor, debido a su drogodependencia, actúa
con una culpabilidad disminuida, la pena debe serle atenuada (art. 21, 1ª, en relación con el art. 20,
2º y art. 68 CP), sin que ello sea lo más aconsejable (ni necesario) para el autor (que, en vez de ir
548 ESTADOS PELIGROSOS Y MEDIDAS DE SEGURIDAD
La medida de seguridad, como reacción penal, es imprescindible porque, como señala Roxin, en
un Derecho Penal limitado por el principio de culpabilidad es necesario recurrir a una segunda vía
que permita una intervención coactiva del Estado en aquellos casos en los que la peligrosidad del
autor sea tan grande que la pena ajustada a la culpabilidad no baste para proteger suficientemente
a aquélla de sus ataques.
Incluso el CP establece penas y medidas de seguridad exactamente iguales (v. gr.: la pena prevista
en el art. 39, d) CP (privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores) también se
prevé como medida de seguridad (art. 96, 7ª CP).
Aunque el fin prioritario de la medida de seguridad es la prevención especial, las medidas de se-
guridad también tienen un efecto preventivo general. Por ejemplo, una medida de seguridad como
la privación del permiso de conducir (art. 96, 3, 7ª CP) puede tener el mismo efecto intimidatorio
que la pena —de idéntico contenido— que se puede imponer por la comisión de un delito contra la
seguridad del tráfico.
En este sentido, el art. 1º, 2 CP señala que “las medidas de seguridad sólo podrán aplicarse cuando
concurran los presupuestos establecidos previamente por la Ley”; el art. 2º, 1 CP establece que “ca-
recerán, igualmente, de efecto retroactivo las leyes que establezcan medidas de seguridad”; el art.
3º, 1 CP señala que “no podrá ejecutarse pena ni medida de seguridad sino en virtud de sentencia”;
el art. 3º, 2 CP señala que “tampoco podrá ejecutarse pena ni medida de seguridad en otra forma
que la prescrita por la Ley y reglamentos que la desarrollan”.
La derogada Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 4 de agosto 1970 (antigua Ley de Vagos
y Maleantes) preveía para estados peligrosos, que no suponían en absoluto la realización de hechos
delictivos, la aplicación de medidas de seguridad pre-delictuales. Sujetos como los vagos habituales,
los que habitualmente ejercían la prostitución, los mendigos, ebrios habituales, toxicómanos, etc.
(art. 2 LRPS) podían ser sometidos a medidas de seguridad antes de cometer un delito. Se preveía
la posibilidad de aplicar medidas como, por ejemplo, internamientos en centros de trabajo, sumisión
a la vigilancia de los delegados, privación del permiso de conducir, arrestos de fines de semana,
multas, etc. (arts. 5 y 6 LPRS).
Por consiguiente, la única diferencia que existe entre penas y medidas de se-
guridad radicaría en sus diferentes límites: mientras la pena está limitada por la
culpabilidad del autor, la medida de seguridad está limitada por el principio de
proporcionalidad. Dicho de otra forma: “a la sanción preventiva de una conduc-
ta socialmente insoportable la llamamos pena si está limitada por el principio de
culpabilidad, y medida de seguridad si lo está por el principio de proporcionali-
dad” (Roxin). La medida de seguridad debe ser proporcionada a la peligrosidad
del autor, pero dentro de límite que permite la proporcionalidad a la gravedad
del hecho cometido, que se concreta en la duración máxima de la pena prevista
por la ley para el delito (arts. 101, 1 y 104, 1 CP).
550 ESTADOS PELIGROSOS Y MEDIDAS DE SEGURIDAD
Piénsese, por ejemplo, en una agresión sexual cometida por un psicópata sexual que tiene alterada
su capacidad de culpabilidad, pero no hasta el extremo de ser declarado no culpable. El art. 179
CP establece para este delito una pena abstracta de seis a doce años, pero como, en este caso,
el sujeto es poco culpable (art. 21, 1ª CP en relación con el 20, º CP), habría que rebajar la pena
en uno o dos grados (art. 68 CP), para adecuarla a su grado de culpabilidad. Si se reduce en dos
grados, la pena podría ser de un año y medio a tres años de privación de libertad. Sin embargo, las
necesidades preventivas, tanto de defensa de la sociedad como de reeducación del delincuente (si
ello fuera posible) pueden exigir la aplicación de una medida de seguridad de internamiento en un
centro especial para ese tipo de delincuentes por un tiempo superior, por ejemplo, de cinco años. En
este caso, la pena que se le impondría al autor (un año y medio a tres años) vendría limitada por su
culpabilidad. Sin embargo, la medida de seguridad de internamiento en un centro especializado que,
eventualmente, se le pudiera imponer tendría como límite máximo doce años (que es hasta donde
se habría podido llegar dada la pena abstracta prevista por la ley par el delito cometido para el caso
de que el autor no hubiera sido declarado poco culpable) (art. 104, 1 CP). De esta forma la medida
de seguridad vendría limitada por el límite máximo de la pena abstracta asignada por el legislador al
delito cometido y, por tanto, por el principio de proporcionalidad.
Para determinar la peligrosidad criminal de un sujeto que comete un delito contra la libertad sexual,
será imprescindible conocer cómo lo ha ejecutado, esto es, si ha empleado violencia o, por ejemplo,
si ha empleado astucia y ha engañado a la víctima, si la ha trasladado a un lugar determinado —v.
gr. a un descampado, a su casa— o, por el contrario, se ha aprovechado de un lugar solitario —el
portal de la casa de la víctima, un callejón oscuro—. Junto a ello, es fundamental conocer la perso-
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 551
nalidad del autor, datos como si padece algún trastorno, si el sujeto es o no violento y, además, sus
circunstancias ambientales, su nivel cultural, su estabilidad emocional, etc.
Lo que si es evidente es que la aplicación de las medidas de seguridad no se puede llevar a cabo
nunca de forma mecanicista o automática. La expresión “se le podrá aplicar, si fuese necesario” —u
otras análogas como “el Juez o Tribunal podrá imponer”— se reiteran con machacona insistencia en
los arts. 101, 102, 103 y 104 CP.
Tampoco es posible aplicar medidas de seguridad por la realización de faltas (Libro III CP), ya que
éstas suponen la ejecución de hechos de escasa gravedad y, por tanto, de ellos será muy difícil
poder deducir la peligrosidad criminal.
Pensemos, por ejemplo, en un sujeto que comete un delito de homicidio doloso con una patología
psíquica que disminuye su imputabilidad de forma moderada. La pena aplicable (art. 138 en relación
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 553
con el art. 21, 1ª CP) ha de ser la inferior en uno o dos grados a la del art. 138 CP (v. gr., 6 años de
prisión). Sin embargo, si debido a su peligrosidad se le impone una medida de seguridad de inter-
namiento en un centro especializado para la clase de patología que sufra, la medida de seguridad
no podrá tener una duración superior a los 15 años (duración máxima de la pena prevista por la ley
para el delito). Si se trata del autor de un delito poco grave, como por ejemplo un hurto (art. 234 CP),
en un supuesto igual al anterior la duración de la medida de seguridad no podría ser superior a los
dieciocho meses. Es importante no incurrir en el grave error de considerar que la duración máxima
de la medida de seguridad es la duración de la pena impuesta al autor: si la pena impuesta al autor
está limitada por su culpabilidad y afirmamos que la medida de seguridad esta limitada por la pena
impuesta al autor, se llegaría a la conclusión de que, en el fondo, la medida de seguridad estaría
limitada por la culpabilidad del autor, lo que supone directamente dinamitar el sistema de doble vía.
Cuando la pena que hubiere podido imponerse por el delito cometido no fuere privativa de libertad,
el Juez o Tribunal sentenciador sólo podrá acordar alguna o algunas de las medidas previstas en el
art. 105 (art. 95, 2 CP). Esta exigencia, deducida del principio de proporcionalidad, viene a determi-
nar la necesaria proporción entre el hecho y la sanción pues, si la pena abstracta prevista por la ley
para el delito cometido no es privativa de libertad, sólo se podrán acordar medidas de seguridad no
privativas de libertad.
1ª. Internamiento en centro psiquiátrico. El art. 101 CP contempla expresamente esta medida que
pretende ofrecer un adecuado tratamiento médico o de educación especial para el tipo de anomalía
o alteración psíquica que tenga el condenado.
2ª. Internamiento en centro de deshabituación. El art. 102 CP regula esta medida de internamiento
que puede ser en un centro público o privado debidamente acreditado u homologado. Mediante
este internamiento se pretende llevar a cabo un proceso de deshabituación de los condenados
554 ESTADOS PELIGROSOS Y MEDIDAS DE SEGURIDAD
que tengan dependencia del consumo de bebidas alcohólicas, drogas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos.
3ª. Internamiento en centro educativo especial. El art. 103 CP prevé esta medida de seguridad pri-
vativa de libertad para los condenados que sufran alteraciones en la percepción desde el nacimiento
o desde la infancia y, como consecuencia de ello, tengan gravemente alterada la conciencia de la
realidad.
Establece el art. 105 CP que “en los casos previstos en los artículos 101 a 104,
cuando imponga la medida privativa de libertad o durante la ejecución de la
misma, el Juez o Tribunal podrá imponer razonadamente una o varias medidas
que se enumeran a continuación. Deberá asimismo imponer alguna o algunas
de dichas medidas en los demás casos expresamente previstos en este Código.
1. Por un tiempo no superior a cinco años:
a) Libertad vigilada.
b) Custodia familiar. El sometido a esta medida quedará sujeto al cuidado y
vigilancia del familiar que se designe y que acepte la custodia, quien la ejercerá
en relación con el Juez de Vigilancia y sin menoscabo de las actividades escola-
res o laborales del custodiado.
2. Por un tiempo de hasta diez años:
a) Libertad vigilada, cuando expresamente lo disponga este Código.
b) La privación del derecho a la tenencia y porte de armas.
c) La privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores.
Para decretar la obligación de observar alguna o algunas de las medidas
previstas en este artículo, así como para concretar dicha obligación cuando por
ley viene obligado a imponerlas, el Juez o Tribunal sentenciador deberá valorar
los informes emitidos por los facultativos y profesionales encargados de asistir
al sometido a la medida de seguridad.
El Juez de Vigilancia Penitenciaria o los servicios de la Administración co-
rrespondiente informarán al Juez o Tribunal sentenciador.
En los casos previstos en este artículo, el Juez o Tribunal sentenciador dis-
pondrá que los servicios de asistencia social competentes presten la ayuda o
atención que precise y legalmente le corresponda al sometido a medidas de se-
guridad no privativas de libertad”.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 555
Para estos casos se prevén las medidas de seguridad de los arts. 101, 102 y 103 CP, respectiva-
mente: internamiento para tratamiento médico en un establecimiento adecuado al tipo de anomalía
o alteración psíquica que se aprecie para las anomalías o alteraciones psíquicas; internamiento en
centros de deshabituación públicos o privados debidamente acreditados u homologados para las
intoxicaciones plenas; e internamiento en un centro educativo especial para las alteraciones en la
percepción
En el caso del toxicómano que comete un delito contra la propiedad para adquirir droga, puede
ocurrir que en lugar de llevar a cabo el hecho con sus facultades volitivas y/o intelectivas profunda-
mente alteradas, lo realice con sus facultades afectadas de modo notable. En este caso el sujeto es
culpable, pero su culpabilidad disminuida supondrá la correspondiente atenuación de la pena (art.
68 CP). Pero si se trata, además, de un sujeto peligroso (porque existe una alta probabilidad de que
vuelva a delinquir en el futuro) se le podrán aplicar medidas de seguridad previstas en el art. 104 CP
(entre ellas, la de internamiento en un centro para deshabituarse de la droga).
Esta laguna legal la ha colmado el Tribunal Supremo recurriendo a la analogía en favor del reo y
considerando “que si las circunstancias que determinan la atenuación son análogas a la eximente
incompleta, análogas deben ser también las consecuencias jurídicas en lo que se refiere a la posibi-
lidad de acordar una medida de seguridad. De esta manera se alcanza la reinserción del condenado
que actúa con una culpabilidad disminuida en el grado sólo de atenuante (STS de 3 de diciembre
de 1999). “La posibilidad de aplicar las medidas de seguridad a la atenuante de grave adicción y a
la analógica resulta de una interpretación lógica de las disposiciones reguladoras de las medidas
de seguridad a un supuesto ontológicamente semejante” [STS de 15 de julio de 2002 (Tol 213371)].
Para establecer la procedencia o no de apreciar la medida de seguridad en el caso del art. 21, 2ª
CP, la resolución judicial deberá valorar el cumplimiento de los fines de la pena y las posibilidades
y garantías de rehabilitación en cada caso concreto; y en orden a su aplicación será preciso su
adopción en un proceso contradictorio en el que se deberá tener presente la voluntariedad en el
tratamiento [SSTS de 11 de febrero de 2000; 27 de febrero de 2002 (Tol 156640); y 15 de julio de
2002 (Tol 213371)].
se caracteriza, por el contrario, porque prevé penas para los autores culpables y
medidas de seguridad para los autores peligrosos (sean o no capaces de culpabi-
lidad) (Bacigalupo Zapater).
Por ello, con buen criterio, y colmando una escandalosa laguna, la LO 5/2010,
de 22 de junio, ha introducido en nuestro Código Penal la medida de seguridad
—no privativa de libertad— de “libertad vigilada” para su cumplimiento poste-
rior a la pena privativa de libertad en casos excepcionales. Su contenido consiste
exclusivamente, como su nombre indica, en la vigilancia y control del sometido a
ella y se orienta a la protección de las víctimas y la resocialización del autor (que
puede ser semiimputable o perfectamente imputable). Muy resumidamente, de
su regulación en el art. 106 CP puede destacarse:
1. La libertad vigilada consistirá en el sometimiento del condenado a control
judicial a través del cumplimiento por su parte de alguna o algunas de las si-
guientes medidas:
a) La obligación de estar siempre localizable mediante aparatos electrónicos
que permitan su seguimiento permanente.
b) La obligación de presentarse periódicamente en el lugar que el Juez o Tri-
bunal establezca.
c) La de comunicar inmediatamente, en el plazo máximo y por el medio que
el Juez o Tribunal señale a tal efecto, cada cambio del lugar de residencia o del
lugar o puesto de trabajo.
d) La prohibición de ausentarse del lugar donde resida o de un determinado
territorio sin autorización del Juez o Tribunal.
e) La prohibición de aproximarse a la víctima, o a aquellos de sus familiares
u otras personas que determine el Juez o Tribunal.
f) La prohibición de comunicarse con la víctima, o con aquellos de sus fami-
liares u otras personas que determine el Juez o Tribunal.
g) La prohibición de acudir a determinados territorios, lugares o estableci-
mientos.
h) La prohibición de residir en determinados lugares.
i) La prohibición de desempeñar determinadas actividades que puedan ofre-
cerle o facilitarle la ocasión para cometer hechos delictivos de similar natura-
leza.
j) La obligación de participar en programas formativos, laborales, culturales,
de educación sexual u otros similares.
k) La obligación de seguir tratamiento médico externo, o de someterse a un
control médico periódico.
2. El Juez o Tribunal deberá imponer en la sentencia la medida de libertad
vigilada para su cumplimiento posterior a la pena privativa de libertad impues-
ta siempre que así lo disponga de manera expresa este Código (salvo error u
558 ESTADOS PELIGROSOS Y MEDIDAS DE SEGURIDAD
omisión se trata sólo de dos casos: delitos contra la libertad sexual —art. 192
CP— y delitos de terrorismo —art. 579 CP—).
En estos casos, al menos dos meses antes de la extinción de la pena privativa
de libertad, de modo que la medida de libertad vigilada pueda iniciarse en ese
mismo momento, el Juez de Vigilancia Penitenciaria elevará la oportuna pro-
puesta al Juez o Tribunal sentenciador que concretará el contenido de la medida
fijando las obligaciones o prohibiciones que habrá de observar el condenado.
3. El Juez o Tribunal podrá también:
a) Modificar en lo sucesivo las obligaciones y prohibiciones impuestas.
b) Reducir la duración de la libertad vigilada o incluso poner fin a la misma
en vista del pronóstico positivo de reinserción que considere innecesaria o con-
traproducente la continuidad de las obligaciones o prohibiciones impuestas.
c) Dejar sin efecto la medida cuando la circunstancia descrita en la letra
anterior se dé en el momento de concreción de las medidas que se regula en el
número 2 del presente artículo.
4. En caso de incumplimiento de una o varias obligaciones el Juez o Tribu-
nal, a la vista de las circunstancias concurrentes y por el mismo procedimiento
indicado en los números anteriores, podrá modificar las obligaciones o prohibi-
ciones impuestas. Si el incumplimiento fuera reiterado o grave, revelador de la
voluntad de no someterse a las obligaciones o prohibiciones impuestas, el Juez
deducirá, además, testimonio por un presunto delito del artículo 468 de este
Código.”
Supongamos el caso de un sujeto que maltrata de manera habitual a su cónyuge (el art. 173, 1 CP
prevé una pena de prisión de seis meses a tres años y le amenaza con un arma). El Tribunal aprecia
una eximente incompleta del art. 20, 2º CP por realizar el delito bajo la influencia del alcohol. El Tribu-
nal impondrá una pena privativa de libertad, por ejemplo, de diez meses, y, conjuntamente, si se trata
de un sujeto peligroso, puede imponer la medida de seguridad no privativa de libertad de privación
del derecho a la tenencia y porte de armas (por un tiempo no superior a diez años, art. 105 CP).
Ambas sanciones, pena y medida de seguridad, en este caso, pueden cumplirse conjuntamente.
2. El sistema vicarial se utiliza en aquellos casos en los que hay que acumu-
lar una pena y una medida de seguridad, ambas privativas de libertad.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 559
“Debe entenderse que el art. 99 CP establece normas específicas para la ejecución de las penas pri-
vativas de libertad y de las medidas de seguridad cuando ambas concurran en una misma condena;
otra interpretación implicaría burlar las condenas que no incluyeran la medida de seguridad” [STS de
5 de febrero de 2007 (Tol 1038000)].
Supongamos que X mata a B en una situación de alteración psíquica incompleta del art. 20, 1º CP
(un supuesto de semi-imputabilidad, al tratarse de una enfermedad mental que no alcanza un grado
de intensidad que permita eximirle completamente de responsabilidad criminal). El hecho está pena-
do en el art. 138 CP con prisión de diez a quince años. Por concurrir una eximente incompleta (art.
21, 1ª CP en relación con el art. 20, 1º CP), el Tribunal debe imponer a X la pena inferior en uno o
dos grados conforme establece el art. 68 CP. Por tanto, si se rebaja en un grado, la pena abstracta a
imponer sería de cinco a diez años y, si se rebaja en dos grados, sería de dos años y medio a cinco
años. Además, si se dan los requisitos legales y el Juez lo considera necesario (art. 95 CP), en virtud
del art. 104 CP puede imponerse a X. la medida de seguridad de internamiento para tratamiento
médico en un establecimiento adecuado al tipo de anomalía. Supongamos que el Tribunal impone a
X. la pena de seis años de prisión y además, la medida de seguridad de internamiento en un estable-
cimiento adecuado para su enfermedad mental durante dos años. Pues bien, en tal caso la medida
de seguridad se cumplirá antes que la pena y su duración se descontará del tiempo de la pena. Esto
quiere decir que cuando X termine de cumplir los dos años impuestos de la medida de seguridad,
aún le restará por cumplir una pena de cuatro años de prisión. Ahora es cuando el Juez o Tribunal
puede, además, en atención al resultado del tratamiento obtenido con la medida de seguridad, dejar
en suspenso la pena (con lo cual X no tendrá que ingresar en prisión para cumplir los cuatro años
restantes), acordar la imposición de alguna de las medidas de seguridad no privativas de libertad
establecidas en el art. 105 CP, como por ejemplo, someterlo a custodia familiar o a libertad vigilada
(art. 105. 1 CP), o acordar el cumplimiento íntegro del resto de la pena, esto es, que X ingrese en
prisión durante cuatro años.
Pensemos en el caso de un toxicómano que ha sido sometido a una medida de seguridad de in-
ternamiento en un centro para deshabituarse por la realización de un delito contra la propiedad. En
concreto, ha cometido un robo con violencia e intimidación, que tiene asignada una pena abstracta
de dos a cinco años (art. 242 CP). Tras tres años de tratamiento está rehabilitado, por lo que el Juez
puede dejar en suspenso la medida de seguridad por un periodo máximo de dos años (el tiempo que
restaría de cumplimiento de la pena abstracta del delito). En este caso la medida de seguridad ha
cumplido su fin preventivo especial y, por ello, es recomendable suspender su ejecución.
Así, por ejemplo, en el caso de la libertad condicional es preciso que transcurra “todo el tiempo que
le falte al sujeto para cumplir su condena” (art. 93 CP) y que durante el periodo de tiempo que está
sometido a la libertad condicional el reo no cometa ningún otro delito (art. 93 CP).
Supongamos que un sujeto comete un delito de hurto, siendo autor primario. La pena de este delito,
según el art. 234 CP, no supera dos años de privación de libertad por lo que el Juez podría otorgarle
la suspensión de la ejecución de la pena, estableciendo un plazo de suspensión, por ejemplo, de dos
años. Podría imponerle el cumplimiento de algunas de las reglas establecidas en el art. 83 CP y si,
transcurrido ese periodo “a prueba”, no ha vuelto a delinquir y ha cumplido las reglas de conducta se
puede declarar la remisión definitiva de la pena.
564 EXTINCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL…
Ejemplo: Un sujeto que es condenado como autor de un delito de deserción con la concurrencia de
una circunstancia atenuante a la pena de dos años y cuatro meses de prisión (STS de la Sala de
lo Militar de 26 de febrero de 2001). En este caso, la Sala solicitó un indulto parcial por razones de
equidad fundamentadas en la cercanía de la supresión del servicio militar obligatorio y en la causa
que motivó la deserción por la que fue condenado. El Tribunal entendió que en este caso se origina
“una contraposición entre la ley en vigor cuando acaecieron los hechos que merecieron el reproche
penal y los motivos ideológicos y de conciencia aducidos por el condenado, así como también por
considerar como notablemente excesiva la pena impuesta, que lo fue en estricta y adecuada apli-
cación de la Ley”. Por ello, “esta Sala cree conveniente que debe acudirse a la vía de proposición
al Gobierno de la Gracia del Indulto parcial de la pena impuesta a dicho recurrente, que estimamos
debería quedar reducida a un año de prisión”.
El APNJ de 29 de abril de 1997 debatió acerca de la pena que ha de ser tenida en cuenta para aplicar
los plazos señalados en el art. 133 CP (si ha de partirse de la pena en abstracto fijada para el delito
de que se trate, o de la pena en concreto, resultante de la aplicación de las normas sobre grados de
participación y de ejecución), decidiendo que debe ser tenida en cuenta la pena en abstracto.
En relación con el cómputo de los plazos para la prescripción del delito, hay
que tener presente que comenzará a contarse “desde el día en que se haya come-
tido la infracción punible” (art. 132 CP). El Código Penal establece expresamen-
te cómo se deben computar los plazos en los casos de delito continuado, delito
permanente y en las infracciones que exijan habitualidad. Esos delitos prescri-
ben “desde el día en que se realizó la última infracción y desde que se eliminó
la situación ilícita o desde que cesó la conducta”. Además, cuando la víctima
fuera menor de edad “en la tentativa de homicidio y en los delitos de aborto no
consentido, lesiones, contra la libertad, de torturas y contra la integridad moral,
la libertad e indemnidad sexuales, la intimidad, el derecho a la propia imagen
y la inviolabilidad del domicilio” se computará desde el día en que ésta haya
alcanzado la mayoría de edad, y si falleciere antes de alcanzarla, a partir de la
fecha del fallecimiento.
La prescripción del delito se interrumpe “cuando el procedimiento se dirija contra la persona indi-
ciariamente responsable del delito o falta, comenzando a correr de nuevo desde que se paralice el
procedimiento o termine sin condena” (art. 132, 2 CP). La STC de 20 de febrero de 2008 (caso de
566 EXTINCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL…
los “Albertos”) considera que no basta para interrumpir la prescripción con presentar una denuncia o
una querella contra alguien antes de que venza el plazo de prescripción —como entendía la doctrina
del Tribunal Supremo—, sino que es necesario que el Tribunal lleve a efecto un primer acto de inter-
pelación judicial para que la prescripción quede enervada o interrumpida.
Antes de la reforma del Código Penal de 25 de junio de 1983, la rehabilitación se concebía como
una concesión graciosa del Poder Ejecutivo. La cancelación de antecedentes penales no se produ-
cía hasta que no se instase el oportuno expediente, quedando sus efectos a merced de la mayor
o menor diligencia de los asesores de los procesados. Por ello, podía ocurrir que un procesado
aconsejado oportunamente consiguiera que sus antecedentes no pesaran sobre la penalidad y, a la
inversa, con un procesado que no hubiera recibido el consejo oportuno.
Se establece expresamente cuál debe ser el destino de los bienes procedentes del delito, por ejem-
plo, en el Convenio relativo al blanqueo, seguimiento, embargo y decomiso de los productos del
delito, realizado en Estrasburgo el 8 de noviembre de 1990, y ratificado por España mediante Instru-
mentos de 22 de julio de 1998 (BOE núm. 252, de 21 de octubre); en la Ley 1/1970 de Caza (BOE
núm. 82, de 6 de abril) o en la LO 12/1995, de 12 de diciembre, de Contrabando (Apéndice 4).
En los casos en que la ley prevea la imposición de una pena privativa de libertad superior a un año
por la comisión de un delito imprudente, el Juez o Tribunal podrá acordar la pérdida de los efectos
que provengan del mismo y de los bienes, medios o instrumentos con que se haya preparado o
ejecutado, así como las ganancias provenientes del delito, cualquiera que sean las transformaciones
que hubieran podido experimentar (art. 127, 2 CP).
El Código Penal contempla la institución del comiso con gran amplitud por-
que no sólo se prevé la pérdida de las ganancias del delito, sino que, lo hace “cua-
lesquiera que sean las trasformaciones que hubieren podido experimentar”.
Supongamos que un narcotraficante emplea una avioneta particular para trasladar la droga de Co-
lombia a España. Junto a la condena por el delito contra la salud pública, el Juez o Tribunal puede
decretar el decomiso de la avioneta, esto es, la pérdida del instrumento que se ha empleado para
la comisión de un delito. Si, por ejemplo, se ha adquirido una vivienda con dinero que proceda de
la comisión de un delito de apropiación indebida o de un delito de tráfico de drogas, esta vivienda
también puede ser objeto de comiso.
Por último, debe tenerse en cuenta que si por cualquier circunstancia no fuera posible el comiso de
los bienes señalados, se acordará el comiso por un valor equivalente de otros bienes que pertenez-
can a los criminalmente responsables del hecho. El Juez o Tribunal podrá acordar también el comiso
aun cuando no se imponga pena a alguna persona por estar exenta de responsabilidad criminal o
por haberse ésta extinguido, en este último caso, siempre que quede demostrada la situación patri-
monial ilícita (art. 127, 3 y 4 CP).
“la ejecución de un hecho descrito por la Ley como delito o falta obliga a reparar
[...] los daños y perjuicios por él causados” (art. 109, 1 CP). Ambas responsabi-
lidades, por razón de economía procesal, serán declaradas en la sentencia por
el Juez de lo Penal, aunque también “el perjudicado podrá optar por exigir la
responsabilidad civil ante la jurisdicción Civil” (art. 109, 2 CP).
La responsabilidad penal y la responsabilidad civil atienden a fines diferen-
tes, ya que con la pena se responde frente al Estado y a la colectividad, mientras
que con la responsabilidad civil se pretende reparar o compensar los efectos
que el delito ha tenido sobre la víctima y sobre cualquier otro perjudicado. En
efecto, la pena no se impone para reparar el daño que se ha ocasionado a la víc-
tima, sino para confirmar la presencia del Derecho Penal como un instrumento
utilizado por el Estado para la protección de los bienes jurídicos. De ahí que la
responsabilidad civil no se establezca en proporción a la gravedad del delito sino
en función de los daños o perjuicios producidos por el delito y, además, se pueda
transmitir a terceras personas —a los herederos—.
El art. 116 CP establece que “toda persona criminalmente responsable de un
delito o falta lo es también civilmente si del hecho se derivan daños o perjuicios”.
Por consiguiente, la imposición de una pena también implica una reparación
civil por los daños causados y todas “las obligaciones civiles que nazcan de los
delitos o faltas se regirán por las disposiciones del Código Penal” (art. 1092 CC).
Así, el texto Penal regula esta materia en sus arts. 109 a 122, y concretamente
en el art. 110 CP establece las tres vías para hacer efectiva la responsabilidad
civil: la restitución; la reparación del daño y la indemnización de perjuicios ma-
teriales y morales.
a. La restitución consiste en la devolución del bien a su legítimo poseedor o
propietario. Esta es la primera vía por la que se debe optar, ya que el art. 111
CP establece que “deberá restituirse, siempre que sea posible, el mismo bien,
con abono de los deterioros y menoscabos que el Juez o Tribunal determinen”.
Por ejemplo, un sujeto es condenado por un delito de robo con violencia e intimidación del art. 242
CP a tres años de prisión, y en la misma sentencia se declara la restitución de todos los objetos
robados a título de responsabilidad civil.
Puede ocurrir que el bien esté ya en poder de un tercero y éste lo haya ad-
quirido de buena fe. En estos casos, a no ser que lo haya adquirido en la forma
y con los requisitos establecidos por las Leyes para hacerlo irreivindicable (arts.
464 CCiv; 85, 324 y 543 Ccom; y para bienes inmuebles art. 34 LH), también
tendrá lugar la restitución del bien, pudiendo este tercero ejercer su derecho a
ser indemnizado por el responsable civil del delito o falta.
b. La reparación del daño, según el art. 112 CP “podrá consistir en obliga-
ciones de dar de hacer o de no hacer que el Juez o Tribunal establecerá aten-
diendo a la naturaleza de aquél y a las condiciones personales y patrimoniales
del culpable, determinando si han de ser cumplidas por él mismo o pueden ser
ejecutadas a su costa”.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 571
Ejemplo: un sujeto se apropia indebidamente de los intereses que producen grandes cantidades de
dinero aportadas por sus socios. Se le condena por un delito de apropiación indebida del art. 252
CP, y a pagar una indemnización por los perjuicios producidos como responsabilidad civil, pero,
además, se le exige reparar el daño producido a sus socios. La reparación del daño implica pagar
a sus socios los intereses del pago retrasado, esto es, la reparación del daño tendría “los mismos
efectos que si se tratara de una obligación nacida de un contrato, por lo que al no haberse hecho
efectivo su pago, en todo o en parte, se incurrió en mora y es obligado el abono de intereses” (STS
de 12 de mayo de 2002).
Por ejemplo, un sujeto que arrolla a un ciclista en la carretera produciéndole la muerte. En este caso
se le condena por un homicidio por imprudencia grave con vehículo a motor a la pena señalada en el
art. 142 CP y, además, a indemnizar a la esposa e hijos del fallecido con 110.000 Euros —perjuicios
morales— y a pagar los daños producidos en la bicicleta, debiendo pagar el precio de adquisición
porque estaba prácticamente nueva —perjuicios materiales— (STS de 23 de febrero de 2000).
Por consiguiente, los perjuicios materiales son aquellos que son susceptibles
de una valoración directa y relativamente objetiva —por ejemplo, los gastos de
hospitalización del lesionado—, y los perjuicios morales, que ofrecen una mayor
dificultad de tasación, valoran la pérdida de capacidad para obtener riqueza o el
dolor y sufrimiento del ofendido —por ejemplo, lesiones causadas en la mano de
un afamado concertista de piano.
La redacción del art. 113 CP establece con claridad la diferencia entre el
agraviado y el perjudicado, ya que “el agraviado es el sujeto pasivo del delito ti-
tular del bien jurídico lesionado, mientras que perjudicado es el sujeto del daño
civilmente indemnizable”.
Los arts. 116 a 122 CP establecen quiénes son las personas civilmente res-
ponsables por la comisión de delitos o faltas. Por lo general, el autor o partícipe
del delito será responsable penal y civilmente del mismo, pero también puede
ocurrir que un sujeto esté exento de responsabilidad criminal —v. gr., los casos
señalados en el art. 20 CP o en el art. 14 CP—, pero no de responsabilidad civil.
Los arts. 120 y 121 CP regulan la denominada responsabilidad civil subsidiaria:
en estos casos la responsabilidad civil será asumida por personas —físicas o
jurídicas— distintas a la que comete el hecho delictivo para suplir la insolven-
cia de los responsables criminalmente. Finalmente, el art. 122 CP establece la
responsabilidad civil ex delicto por lucro, es decir, la que afecta a aquéllos que,
sin intervenir en la comisión del delito, tienen la posesión de una cosa o se be-
nefician del delito. Éstos están obligados a la restitución de la cosa o al resarci-
miento del daño hasta la cuantía de su participación.
Un caso concreto muy discutido por la doctrina y por la jurisprudencia es el concerniente a la posi-
bilidad de solicitar la indemnización por daño moral, con independencia de la indemnización de los
daños y perjuicios económicamente cuantificables, por el sufrimiento ocasionado a la víctima de
572 EXTINCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL…
un delito de estafa, ya que se pueden considerar inherentes al tipo y ya sirven para calificarlo. Sin
embargo, el APNJ de 20 de diciembre de 2006 estableció que “por regla general, no se excluye la
indemnización por daños morales en los delitos patrimoniales y es compatible con el art. 250, 1, 6º
CP”.
Excepcionalmente, el art. 240 LECrim, por ejemplo, señala que podrá condenarse al pago de las
costas al querellante particular o al actor civil, cuando resultare de las actuaciones que han obrado
con temeridad o mala fe, y advierte que “no se impondrán nunca las costas a los procesados ab-
sueltos por el delito”.
CUARTA PARTE
LA RESPONSABILIDAD
CRIMINAL DE LAS PERSONAS
JURÍDICAS
Tema 34
De todos modos, nunca se ha llegado a explicar por qué la imposición de penas a las personas jurí-
dicas viola el principio de personalidad de las penas y el de culpabilidad y por qué tal cosa no ocurre
cuando esas mismas sanciones (o más graves) —pero cambiadas de nombre— se les impone en
vía administrativa. Si se fuera coherente, habría que admitir que las personas jurídicas no pueden
ser sancionadas en absoluto (Gracia Martín). Aunque esta coherencia deja de ser tal cuando se
sostiene, al mismo tiempo, que a las personas jurídicas sí se les pueden imponer “consecuencias
jurídicas preventivas-reafirmativas desprovistas de la naturaleza de sanción” (??) tales, tales como
multas, disoluciones, suspensiones de actividades, etc.
fórmula de von Liszt— “quien puede concluir contratos, también puede concluir
contratos ilícitos o incumplir los contratos concluidos”.
B. Respecto de la culpabilidad, se admite generalizadamente que cabe ha-
blar de una culpabilidad propia de la persona jurídica (orientada a categorías
sociales y jurídicas, aunque no exenta de valoración ético-social) y que podría
denominarse “culpabilidad por defecto de organización”. En esta línea, Tiede-
mann considera que la persona jurídica se convierte en culpable “cuando no
actúa como hubiese podido actuar otra persona jurídica y omite la adopción de
las medidas de precaución que le son exigibles para garantizar un desarrollo
ordenado y no delictivo de la actividad relativa al hecho de empresa”.
Ello no es incompatible con la afirmación según la cual la culpabilidad de las personas jurídicas se
fundamenta en su capacidad para infringir la obligatoriedad personal de respetar la norma (Carbonell
Mateu).
Sin embargo, las necesidades sociales son cambiantes y las categorías dogmáticas y culturales de-
berían adaptarse a esas nuevas situaciones: lo mismo que el Derecho Penal tradicional se abrió (con
todas las garantías) al Derecho Penal de inimputables adultos renunciando al principio de culpabili-
dad y sustituyéndolo por el de proporcionalidad (dando entrada en el Derecho Penal a las medidas
de seguridad) y lo mismo que el Derecho Penal tradicional se abrió (con todas las garantías) a la
delincuencia de menores renunciando a imponer las penas de los adultos, ahora debería abrirse a
modelos racionalistas-pragmáticos que pensaran también en el “homo economicus” sin renunciar a
las garantías tradicionales del Derecho Penal (Paliero). Se trataría de reconocer una nueva espe-
cialidad del Derecho Penal (el Derecho Penal de las personas jurídicas, vinculado al Derecho Penal
económico —en el sentido amplio en el que lo concibe Tiedemann) para el que se llevaría a cabo una
ampliación del sujeto del Derecho Penal dando entrada al principio “Societas delinquere potest” (!)
nal del siglo XXI va a ser la de la ampliación del sujeto a las personas jurídicas,
pues las formas sociales dañosas de la criminalidad económica tienen su origen
en empresas grandes y poderosas y no pueden afrontarse eficazmente sus peli-
gros penando a una sola persona física que puede fácilmente ser reemplazada
(en el mismo sentido: Bacigalupo Saggese).Y es que, aunque la persona física
vaya a seguir siendo el sujeto principal del Derecho Penal, el Derecho Penal de
la persona física, por sí solo, no está en condiciones de asumir los retos que supo-
ne la criminalidad organizada y económica. Las sociedades mercantiles juegan
un papel fundamental, de modo que sólo su castigo asegura una eficaz preven-
ción de los hechos socialmente dañosos que realicen (Tiedemann). En definitiva,
y expresado con palabras del Consejo General del Poder Judicial (2006) “ante
el incremento de la delincuencia organizada y la utilización de personas jurí-
dicas en la comisión de hechos delictivos, es preciso adoptar medidas eficaces
para prevenir y combatir este tipo de fenómenos, desarrollando programas que
incluyan medidas de carácter penal sobre las actividades o la estructura de las
personas jurídicas”.
Por ello, lo determinante en la discusión en torno a la responsabilidad cri-
minal de las personas jurídicas no es el problema dogmático de si disponemos
o no de las categorías dogmáticas para hacerlo posible (categorías están ya ela-
boradas), sino la decisión político criminal de hasta qué punto el Derecho Pe-
nal quiere y está dispuesto a asumir el reto de la represión de la criminalidad
económica organizada nacional y transnacional, propia de la sociedad globali-
zada y del riesgo, en la que la persona física juega un papel muy secundario.
Y si la respuesta fuera afirmativa —como debería serlo— procedería pasar de
la discusión a la acción, pues mientras a nivel dogmático los autores —en un
alarde de logomaquia, por utilizar la expresión de Rodríguez Ramos— seguimos
discutiendo sobre el sexo de los ángeles (sobre si es posible derogar la fórmula
tradicional “Societas delinquere non potest”), los legisladores están operando
con criterios mucho más pragmáticos y, por razones de evidente necesidad, es-
tán procediendo sin más a derogar dicha fórmula tradicional. En palabras de
Bacigalupo Zapater, la discusión en torno a la responsabilidad criminal de las
personas jurídicas es posible que no haya concluido, pero a los legisladores les
ha dado igual.
En efecto, la responsabilidad criminal de las personas jurídicas, propugnada desde Naciones Unidas
y la Unión Europea, está ya admitida en el ordenamiento jurídico de los países de nuestro entorno
(Austria, Bélgica, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Holanda, Irlanda, Islandia, Letonia, Litua-
nia, Luxemburgo, Noruega, Polonia, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza). Se admite también en
el Corpus Iuris para la protección de intereses financieros la Unión Europea, en el Código Penal
Tipo para Latinoamérica (desde la reunión de Panamá, 1998) y, de una u otra forma, en numerosos
países latinoamericanos (Argentina, Chile, Cuba, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú y
Venezuela).
580 TEORÍA DE LA IMPUTACIÓN DE LAS PERSONAS JURÍDICAS
En cualquier caso, lo que no podía hacerse era vincular la cuestión dogmática de si nuestro Código
Penal admitía o no la responsabilidad criminal de las personas jurídicas al dato de cómo llamara
el legislador a las sanciones previstas para ellas, ya que la dogmática debe trascender este nivel
(ínfimo) de razonamiento. Por ejemplo, que nuestro Derecho Penal sea o no un Derecho Penal de
culpabilidad no depende precisamente de que la palabra “culpabilidad” aparezca o no en el Código
Penal (ya que aparece sólo una vez —art. 65, 3 CP— y, por cierto, mal empleada).
no dejan lugar a dudas sobre cuál era la voluntad del legislador en el sentido de admitir la responsa-
bilidad criminal de las personas jurídicas.
“En los supuestos previstos en este Código, las personas jurídicas serán penalmente responsa-
bles de los delitos cometidos en nombre o por cuenta de las mismas, y en su provecho, por sus
representantes legales y administradores de hecho o de derecho. En los mismos supuestos, las
personas jurídicas serán también penalmente responsables de los delitos cometidos, en el ejercicio
de actividades sociales y por cuenta y en provecho de las mismas, por quienes, estando sometidos
a la autoridad de las personas físicas mencionadas en el párrafo anterior, han podido realizar los
hechos por no haberse ejercido sobre ellos el debido control atendidas las concretas circunstancias
del caso”.
Por ello, la responsabilidad penal de las personas jurídicas será exigible siempre que se constate la
comisión de un delito por quien ostente los cargos o funciones aludidas en el apartado anterior, aun
cuando la concreta persona física responsable no haya sido individualizada o no haya sido posible
dirigir el procedimiento contra ella. Además, la concurrencia, en las personas que materialmente
hayan realizado los hechos o en las que los hubiesen hecho posibles por no haber ejercido el debido
control, de circunstancias que excluyan su culpabilidad, o el hecho de que dichas personas hayan
fallecido o se hubieren sustraído a la acción de la justicia, no excluirá la responsabilidad penal de las
personas jurídicas (art. 31 bis, 2 y 3 CP).
Aunque no se prevea expresamente la aplicación del art. 31 bis CP, la referencia a “establecimien-
tos” o “locales” en los delitos de venta de niños (art. 221 CP) y receptación (arts. 298 y 299 CP) lleva
a pensar que en ellos, siempre que se cumplan los requisitos del mencionado precepto —que deben
entenderse exigibles tácitamente— es posible la responsabilidad criminal a las personas jurídicas.
No ocurriría los mismo —sin que se acierte a comprender la razón— en los delitos de manipula-
ción genética (art. 162 CP), alteración de precios en concursos y subastas públicas (art. 262 CP),
resistencia a entidades u organismos inspectores (art. 294 CP), delitos contra los derechos de los
trabajadores (art. 318 CP) y delito de asociación ilícita (art. 520 CP), donde el Código Penal sólo
contiene una referencia expresa al art. 129 CP (reformado). Se echa en falta, muy especialmente,
que no se admita la responsabilidad criminal de las personas jurídicas en los delitos de corrupción
entre particulares (art. 286 bis CP).
Específicamente para la aplicación de la pena de multa, el art. 31 bis CP establece que cuando como
consecuencia de los mismos hechos se impusiere a una persona física y a una persona jurídica la
pena de multa, los jueces o tribunales modularán las respectivas cuantías, de modo que la suma
resultante no sea desproporcionada en relación con la gravedad de aquéllos. A ello, el art. 50, 3 y
4 CP añade que la penas de multa imponibles a personas jurídicas tendrán una extensión máxima
de cinco años con cuota diaria mínima de 30 y máxima de 5.000 euros. El art. 52, 4 CP establece
reglas para la imposición de la multa proporcional y, finalmente, el art. 53, 5 CP establece que podrá
ser fraccionado el pago de la multa impuesta a una persona jurídica, durante un periodo de hasta
cinco años, cuando su cuantía ponga probadamente en peligro la supervivencia de aquélla o el
mantenimiento de los puestos de trabajo existentes en la misma, o cuando lo aconseje el interés
general. Si la persona jurídica condenada no satisficiere, voluntariamente o por vía de apremio,
la multa impuesta en el plazo que se hubiere señalado, el Tribunal podrá acordar su intervención
hasta el pago total de la misma. Es decir, el legislador español ha sido muy cuidadoso para evitar
que la responsabilidad criminal de las personas jurídicas pueda afectar a terceros no implicados en
la actividad delictiva:1. Los derechos de trabajadores y acreedores se salvaguardan con la pena de
intervención de la empresa o el fraccionando el pago de la pena de multa cuando su cuantía ponga
en peligro la supervivencia de aquella o la estabilidad de los puestos de trabajo. 2. Los derechos de
los accionistas se protegen a través, por ejemplo, de la LSA, donde se prevé que el incumplimiento
de los deberes de diligencia, fidelidad y lealtad de los administradores respecto de la sociedad (art.
127 LSA) permite a la sociedad y a los accionistas el ejercicio, respectivamente, de la acción social
o individual de resarcimiento en los términos previstos en el art. 133 LSA. 3. Los derechos de los ter-
ceristas (el propietario del local que se clausura a la empresa arrendataria) se protegen (no se sufren
la “sanción de local”) porque el Ordenamiento Jurídico tiene mecanismos que permiten el reestable-
cimiento de equilibrios patrimoniales rotos por actividades ilícitas (derecho del arrendador a resolver
de pleno derecho el contrato de arrendamiento —art. 35 de la Ley de Arrendamientos Urbanos).
1.ª En los supuestos en los que vengan establecidas por las disposiciones del
Libro II, para decidir sobre la imposición y la extensión de las penas previstas
en las letras b) a g) del apartado 7 del artículo 33 habrá de tenerse en cuenta:
a) Su necesidad para prevenir la continuidad de la actividad delictiva o de
sus efectos.
b) Sus consecuencias económicas y sociales, y especialmente los efectos para
los trabajadores.
c) El puesto que en la estructura de la persona jurídica ocupa la persona físi-
ca u órgano que incumplió el deber de control.
2ª. Cuando las penas previstas en las letras c) a g) del apartado 7 del artículo
33 se impongan con una duración limitada, ésta no podrá exceder la duración
máxima de la pena privativa de libertad prevista para el caso de que el delito
fuera cometido por persona física.
Para la imposición de las sanciones previstas en las letras c) a g) por un plazo
superior a dos años será necesario que se dé alguna de las dos circunstancias
siguientes:
a) Que la persona jurídica sea reincidente.
b) Que la persona jurídica se utilice instrumentalmente para la comisión de
ilícitos penales. Se entenderá que se está ante este último supuesto siempre que
la actividad legal de la persona jurídica sea menos relevante que su actividad
ilegal.
Para la imposición con carácter permanente de las sanciones previstas en
las letras b) y e), y para la imposición por un plazo superior a cinco años de las
previstas en las letras e) y f) del apartado 7 del artículo 33, será necesario que
se dé alguna de las dos circunstancias siguientes:
a) Que se esté ante el supuesto de hecho previsto en la regla 5ª del primer
número del artículo 66.
b) Que la persona jurídica se utilice instrumentalmente para la comisión de
ilícitos penales. Se entenderá que se está ante este último supuesto siempre que
la actividad legal de la persona jurídica sea menos relevante que su actividad
ilegal.
7. Al mismo tiempo, se prevé que en el delito de la persona jurídica puedan
concurrir circunstancias atenuantes de la responsabilidad criminal. En este
sentido, el art. 31 bis, 4 CP establece que “sólo podrán considerarse circuns-
tancias atenuantes de la responsabilidad penal de las personas jurídicas haber
realizado, con posterioridad a la comisión del delito y a través de sus represen-
tantes legales, las siguientes actividades:
a) Haber procedido, antes de conocer que el procedimiento judicial se dirige
contra ella, a confesar la infracción a las autoridades.
b) Haber colaborado en la investigación del hecho aportando pruebas, en
cualquier momento del proceso, que fueran nuevas y decisivas para esclarecer
las responsabilidades penales dimanantes de los hechos.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 587
Los tribunales inferiores han aplicado las consecuencias accesorias del antiguo art. 129 CP tanto
con carácter cautelar, como en sentencia, básicamente en cinco grupos de delitos: delitos contra
el medio ambiente, delitos relativos a la prostitución, tráfico de estupefacientes, delitos contra la
propiedad intelectual y asociación ilícita.
parte, el AAP Barcelona, Penal Sec. 6ª, de 25 de octubre de 2001 estimó el recur-
so de queja interpuesto contra la resolución de imposición cautelar de la conse-
cuencia accesoria de intervención judicial de una sociedad, pues esta consecuen-
cia accesoria no admite en el art. 129 CP su imposición cautelar por el Juez de
Instrucción, sino sólo en sede de sentencia. Este Auto rechazó la cobertura que
podría proporcionar al respecto el Decreto Ley 18/1969 de 20 de octubre, sobre
Administración judicial en caso de embargo de empresas al observar que ha-
bía sido expresamente derogado por la disposición derogatoria única de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil (Silva Sánchez). Este había sido
el precepto sobre el que se sustentó la imposición cautelar de la Administración
judicial del Club Atlético de Madrid (AAN. de 7 de abril de 2000).
Como hemos visto, la responsabilidad criminal de los ejecutores materiales del hecho, de los man-
dos intermedios que trasmitieron las órdenes y de los directivos que las dieron no necesita ser
fundamentada, en ningún caso, en el art. 31, 1 CP, al ser el delito ecológico un delito común. Pero
además, dichas responsabilidades individuales no impiden tener que analizar —sobre la base del
art. 31 bis CP— la posible responsabilidad penal en la que haya podido incurrir la propia empresa (la
Sociedad Anónima FREM) en cuyo seno se ha llevado a cabo la actividad delictiva.
Es evidente que cualquier modelo necesita tener en cuenta el inevitable hecho de referencia de una
persona física (la que firma el documento, la que acciona la llave del vertido tóxico o da la orden de
que se haga, etc.). Aceptado esto, nada impide que los criterios de imputación del hecho de referen-
cia a la persona jurídica coincidan con aquéllos que la constituyen en garante.
lado, se ha excluido la aplicación del art. 31 bis CP —sin duda por error— en los
delitos de manipulación genética, alteración de precios en concursos y subastas
públicas, resistencia a entidades u organismos inspectores, delitos contra los
derechos de los trabajadores (¡!) y delito de asociación ilícita. Se echa en falta
también que no se admita la responsabilidad criminal de las personas jurídicas
en los delitos de corrupción entre particulares (art. 286 bis CP), máxime cuan-
do en la Exposición de Motivos de la Reforma se menciona a la corrupción en
el sector privado como un caso en el que es evidente la necesidad de admitir la
responsabilidad criminal de las personas jurídicas.
La previsión del fraccionamiento del pago de la multa impuesta a una persona jurídica cuando su
cuantía ponga probadamente en peligro la supervivencia de aquélla o la estabilidad de los puestos
de trabajo existentes en la misma, o cuando lo aconseje el interés general (art. 53, 5 CP) es una
modalidad de ejecución de la pena que no alcanza a conseguir los fines de los sustitutivos paneles.
Es cierto que normalmente, en todos los países, las reformas penales para admitir la responsabilidad
criminal de las personas jurídicas han ido acompañadas de paralelas reformas procesales para pro-
curar que el sistema ofrezca soluciones a los problemas que esa nueva realidad plantea. En algunos
casos, las reformas fueron tremendamente parcas (el Derecho Penal francés se limitó a señalar
que las personas jurídicas deben ser tratadas procesalmente, en la medida de lo posible, como si
se tratase de personas físicas). En el polo opuesto, mucho más detallados fueron los modelos de
las leyes austriaca (Ley Federal de 1 de enero de 2006) e italiana (Decreto Legislativo de 8 de junio
594 TEORÍA DE LA IMPUTACIÓN DE LAS PERSONAS JURÍDICAS
de 2001). Pero aún así, y no obstante el tono dramático del Informe del Consejo General de Poder
Judicial, debe reconocerse que la citada reforma procesal sería muy conveniente, aunque no es im-
prescindible para poder aplicar la reforma que se ha llevado a cabo, como lo demuestra el hecho de
que los Jueces y Tribunales hayan podido aplicar —recurriendo a principios y reglas generales— las
previsiones sobre responsabilidad criminal de las personas jurídicas establecidas en el antiguo art.
129 CP y en el derogado art. 31, núm. 2 CP con todas las garantías constitucionales.
Ante el silencio legal, cabe concluir que para el conocimiento de las causas
contra las personas jurídicas rigen las normas generales: 1) En algunos casos,
será competente el Tribunal del Jurado (LO 5/1995, de 22 de mayo): v. gr. para
el conocimiento de los delitos de cohecho; 2) En los casos en los que el delito
esté conminado sólo con la pena de multa, serán competentes los Juzgados de lo
Penal; 3) En los demás casos, será competente la Audiencia Provincial respec-
tiva (art. 14, 3 LECrim). En este último caso, contra la sentencia dictada por la
Audiencia Provincial podrá interponerse el recurso de casación ante la Sala 2ª
del Tribunal Supremo.
A esto se añade (sistema de numerus clausus) que dichas consecuencias accesorias sólo podrán
aplicarse a las empresas, organizaciones, grupos o entidades o agrupaciones en él mencionados
cuando este Código lo prevea expresamente, o cuando se trate de alguno de los delitos o faltas por
los que el mismo permite exigir responsabilidad penal a las personas jurídicas. De esta forma, las
“consecuencias accesorias” del art. 129 CP se pueden aplicar a más delitos que aquéllos en los que
cabe la responsabilidad criminal de las personas jurídicas, ya que a los casos en los que está previs-
ta la aplicación del art. 31 bis CP, hay que sumar los supuestos en los que está prevista la aplicación
específica del art. 129 CP. Las consecuencias accesorias, concluye el precepto, podrán ser acorda-
das también por el Juez Instructor como medida cautelar durante la instrucción de la causa.
El precepto se refiere a una pluralidad de figuras jurídicas entre las que cabe
destacar: a) Las sociedades de hecho (v. gr. peñas o agrupaciones deportivas,
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENAL. PARTE GENERAL 595
Todas las figuras jurídicas indicadas tienen en común que una pluralidad
de personas, con un fondo común, intentan alcanzar un fin también común aso-
ciándose de forma más o menos estable. Pero tienen en común también su in-
capacidad para realizar acciones jurídicamente relevantes —tampoco para rea-
lizarlas culpablemente— ya que, salvo a efectos fiscales, no existen como tales
formalmente. Prueba de ello es que a los entes sin personalidad jurídica no se
les pueda imponer —por la vía del art. 129 CP— las “consecuencias accesorias”
de las letras a) y b) del art. 33, 7 CP (ni se les puede multar, ya que carecen de
un patrimonio propio, ni se las puede disolver, ya que no se les puede hacer
perder una personalidad jurídica de la que carecen). Por ello se admite generali-
zadamente que cuando a una UTE, por ejemplo, procede sancionarla de confor-
midad con el art. 2 de la ley 8/1988, de 7 de abril, del Régimen sancionador en el
Orden Social, la sanción debe recaer sobre los comuneros.
Por otra parte, dado que los entes carentes de personalidad jurídica carecen
de un patrimonio propio (cada comunero es titular de su aportación y se bene-
ficia de la comunidad en proporción a sus cuotas), es fácil comprender que para
imponer a uno de estos entes una consecuencia accesoria por la vía del art. 129
CP, no se pueden exigir que concurran los requisitos de imputación previstos en
el art. 31 bis para las personas jurídicas (v. gr. no es posible que un comunero
actúe en interés de la comunidad de bienes).
De ambas cosas (incapacidad para realizar acciones jurídicamente relevan-
tes e imposibilidad de subordinar la aplicación del art. 129 CP a la concurrencia
596 TEORÍA DE LA IMPUTACIÓN DE LAS PERSONAS JURÍDICAS
de los requisitos previstos para el art. 31 bis CP) se deduce que las consecuencias
accesorias del art. 129 CP no pueden ser ni penas, ni medidas de seguridad (am-
bas exigen la realización de un acto ilícito) y que se encuentran más próximas a
la categoría de una modalidad específica de comiso a través de la cual se priva
al autor (persona física) de los instrumentos (ente sin personalidad) con que
cometió el delito (suspendiendo o prohibiendo sus actividades, clausurando sus
locales y establecimientos, inhabilitándolo para obtener subvenciones y ayu-
das públicas o interviniéndolo). Piénsese que A y B constituyen una comunidad
de bienes para la que A alquila un bajo comercial donde piensan colocar unas
mesas de billar para su uso público. Si llega a probarse que aprovechando esta
actividad A vende droga en el local, aparte de castigar a A como autor respon-
sable de un delito del art. 368 CP, es posible, por la vía del art. 129 CP, acordar
motivadamente la clausura del local. Que B no haya participado en el hecho no
impediría dicha clausura.